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1.3.2.

Diálogos de madurez

El segundo período de Platón supone el retorno a los antiguos problemas


metafísicos, cuya solución se hacía necesaria como fundamento de las
cuestiones éticas. Las preguntas sobre el hombre y su conducta no pueden
quedar filosóficamente resueltas si carecen de una base metafísica.
Sócrates construyó una ética apoyándose en una nueva concepción del
alma, pero no supo ir más allá y dejó sin determinar su naturaleza
específica, causa de su inmortalidad y de su primacía sobre el cuerpo. Sin
el fundamento de la metafísica, por otra parte, la dialéctica socrática
resultaba inacabada, capaz sólo de manifestar las contradicciones de las
distintas opiniones, pero incapaz de lograr una respuesta definitiva a las
preguntas éticas que Sócrates incesantemente proponía; tales respuestas
exigían el apoyo de un conocimiento cierto y verdadero, no sólo de las
opiniones. Para defender a Sócrates Platón tuvo que afrontar cuestiones
epistemológicas y metafísicas.

Esta vuelta de Platón a la especulación sobre el conocimiento, sobre el


ser y la naturaleza de las cosas, le llevará a descubrir la realidad
trascendente, suprasensible, las Ideas, punto de apoyo firme de toda su
filosofía.

La realidad que trasciende el mundo sensible, las Ideas, reflejada de


modo distinto en los diálogos de este período, lleva a Platón a revisar los
antiguos problemas planteados por Heráclito y Parménides, a la vez que le
presenta otros nuevos de los que tratará y profundizará tanto en los
diálogos de este período como en los del período sucesivo.

Los diálogos de madurez, escritos entre 387 y 367, son los


siguientes: Fedón, Banquete, República, Parménides, Teeteto y Fedro.

1.3.3. Diálogos de la vejez

Son los diálogos escritos entre los años 367 y 348. En ellos Platón
aborda con más profundidad tres cuestiones: el problema metafísico de las
Ideas: Sofista y Filebo; una cosmología que explique el mundo físico –
Timeo– y los problemas políticos ya tratados en la República, que ahora
reelabora en el Político y en Las Leyes, el último de sus diálogos. A este
período pertenece también Critias, diálogo incompleto en el que Platón
narra el mito de la Atlántida, ya mencionado en Timeo (24 d-25 d).
Platón había separado el mundo sensible del inteligible, cuya realidad
suprema es –según la República– el Bien; la única unión entre ellos la
establecía Platón, de momento, a nivel cognoscitivo. Quedaba por resolver,
en el plano ontológico, la realidad del mundo físico y su relación con las
Ideas.

Ya en el Parménides, Platón se pregunta por la realidad de lo sensible y


la naturaleza de su origen trascendente. ¿Debe afirmarse la unicidad del
ser, como proponían los eléatas, y privar en consecuencia de realidad a lo
sensible o más bien debe reconocerse el ser de lo múltiple y negar entonces
la unicidad parmenídea? Platón resuelve, como veremos, esta cuestión en
el Parménides y en su continuación el Sofista y el Filebo. En estos diálogos
reelabora su doctrina de las Ideas, hasta dar forma a los géneros supremos
o comunidad de las Ideas. Así puede, quizá más en el plano lógico que real,
conservar el mundo de los fenómenos sin renunciar a las Ideas.

El Timeo contiene la cosmología platónica, explicada desde las Ideas y


sirviéndose de una materia original y del Demiurgo o Hacedor, agente
ordenador de la materia.

1.3.4. Las doctrinas no escritas

Además del contenido de los diálogos hay que tener en cuenta las
doctrinas no escritas de Platón, a las que Aristóteles se refiere en
la Física (IV 2 209 b 14-15) y de cuyo contenido habla sobre todo en
la Metafísica. Tales enseñanzas esotéricas, reservadas a la enseñanza oral
de Platón en la Academia, contendrían una nueva explicación, no presente
en los diálogos, de la doctrina de las Ideas: la doctrina de los Principios –
el Uno y la Díada grande-pequeño– en los que tendrían su causa y origen
las Ideas mismas y toda la realidad.

El testimonio de Aristóteles y otros platónicos no deja lugar a dudas sobre


la existencia de tales enseñanzas platónicas. El problema que los
intérpretes se han planteado es el valor de tales doctrinas, es decir si
constituyen sólo una fase más, la última, del pensamiento platónico o si
forman, como algunos estudiosos han propuesto, su núcleo central,
presente ya en los años de madurez, en base al cual deben leerse los
diálogos de ése y del sucesivo período. En este caso los diálogos no
quedarían invalidados, pero tendrían que ser completados para su cabal
entendimiento con la teoría de los principios y ser considerados, en
consecuencia, no la exposición completa del pensamiento platónico, sino
como una síntesis en cierto modo velada para quienes no hubieran
frecuentado la enseñanza oral. Los diálogos hablarían de modo diverso a
unos lectores y a otros; si para los lectores ajenos a la Academia eran el
instrumento propedéutico y educativo que les disponía al diálogo filosófico
real, a la dialéctica, quienes ya conocían las doctrinas expuestas oralmente
por Platón encontrarían en los diálogos múltiples referencias y reenvíos a lo
no escrito, alusiones a la exposición y discusiones mantenidas en la
Academia sobre las doctrinas que Platón consideraba de más valor y no
susceptibles de ser transmitidas por escrito.

Esta última interpretación ha sido defendida por la escuela de Tubinga –


H. Krämer y K. Gaiser– y acogida en Italia sobre todo por G. Reale. El
fundamento de su interpretación serían las mismas afirmaciones platónicas
sobre el valor de la escritura (cfr. Fedro 274 b-278 e) y su intención de no
escribir sobre las cuestiones centrales y más abstractas de su filosofía
(cfr. Carta VII 341 b-342 a). La mayoría de los intérpretes, sin embargo,
considera excesivo el peso que se otorga a estas doctrinas y se demuestra
reacio a aceptar la nueva imagen de Platón que emerge de tal
interpretación.

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