Está en la página 1de 41

Tres miradas a la

historia contemporánea

Gerardo Gurza Lavalle


COORDINADOR
DEWEY LC
909 D208
REP.y R4

Representaciones y prácticas sociales : visiones desde la historia moderna y contemporánea


/ coordinación Rodrigo Laguarda ; presentación Enriqueta Quiroz. – México : Instituto
Mora, 2012.
235 p. : il., diagrs., fotos ; 22 cm. – (Cuadernos de trabajo de posgrado. Historia moderna
y contemporánea. Maestría).

Incluye referencias bibliográficas


ISBN 978-607-7613-90-9

1. Historia moderna. 2. Negros – México – Historia. 3. Diezmos – México – Historia.


4. Caricaturas – Veracruz. 5. Unión de Padres de Familia (México). 6. Chile – Fuerza aérea.
7. Psiquiatría – México – Historia. 8. Cinematografía – México. I. Rodrigo Laguarda, coord.
II. Quiroz, Enriqueta, prol. III. Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora (México,
D.F.). IV. ser.

Los trabajos aquí presentados fueron dictaminados y revisados por el Cómite Académico de la
maestría en Historia Moderna y Contemporánea, integrado por la doctora Laura Suárez de
la Torre, la maestra María José Rhi Sausi, la doctora Carmen Collado, la doctora Patricia Pen-
sado, el doctor Rogelio Jiménez Marce y el doctor Rodrigo Laguarda.

Primera edición, 2013

D. R. © 2013, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora


Calle Plaza Valentín Gómez Farías 12, San Juan Mixcoac, 03730, México, D. F.
Conozca nuestro catálogo en <www.mora.edu.mx>.

ISBN: 978-607-7613-90-9

Impreso en México
Printed in Mexico
TRES TESIS DEL CONCEPTO FRONTERA EN LA
HISTORIOGRAFÍA

Juan Carlos Arriaga-Rodríguez

Introducción

L a palabra frontera empezó a ser utilizada en el siglo xi1 y desde entonces ha


tenido diferentes definiciones. Como concepto, es decir como palabra de uso
académico y científico, la frontera también ha tenido diversas acepciones a lo
largo del tiempo. La primera apareció a mediados del siglo xvi en los trabajos
de pensadores iusnaturalistas como Francisco de Vitoria y Francisco Suárez.
La primera acepción que se le dio al concepto frontera tuvo un contenido
jurídico, y se lo utilizaba para referir a la zona o confín hasta donde “irradia-
ba” el imperio de un rey. Esta definición diferenciaba al concepto frontera
de la palabra límite, pues esta última era utilizada exclusivamente para referir-
se a la línea de separación de territorios soberanos, reconocida y respetada por
los Estados colindantes por la fuerza de un tratado.
Con el paso del tiempo, la definición jurídica de frontera fue adquiriendo
un sentido político, hasta llegar a finales del siglo xix a una concepción dife-
rente a la original. El concepto político de frontera empezó a tener un uso más
difundido que su equivalente jurídico, pues servía para representar el contorno
de un territorio habitado por un grupo nacional que da origen a su propia co-
munidad política o Estado. Dicho de otra manera, la frontera no sólo se refería
a los límites territoriales reconocidos y aceptados jurídicamente por los Esta-
dos, sino sobre todo a la marca y el linde que establecen el dominio territorial
de un Estado, donde el concepto dominio hace referencia a un poder que se
ejerce sobre la población, los objetos y recursos que radican en ese territorio.
Fue precisamente a finales del siglo xix que el concepto frontera empe-
zó a ser objeto de investigaciones y reflexiones más profundas en el campo
de la historiografía. El primer trabajo historiográfico en donde la frontera fue
estudiada con mayor detalle fue Volkerkunde (traducida al español como
Historia de las razas humanas), publicado en 1885 por Friedrich Ratzel y
traducido a la lengua inglesa como The History of Mankind. Posteriormen-
te, en Geographie Politische (Geografía política) publicado en 1897, Ratzel
complementaría su definición etnohistórica de la frontera, dotada de ciertos
rasgos geográficos y políticos.
El primer trabajo historiográfico dedicado al estudio de la frontera fue el
10 artículo “The Frontier in the American History”, de Frederick Jackson Turner,
publicado en 1893 y considerado entre los historiadores estadunidenses como
el punto de partida en los estudios históricos de la frontera. A este artículo le
siguió “Frontier”, un ensayo-conferencia escrito en 1907 por el geógrafo e his-
toriador inglés George Curzon. Debido fundamentalmente a estos trabajos es
que el concepto frontera se ha convertido hasta nuestros días en un tema de
debate entre historiadores.
En el campo de la historiografía podemos identificar tres concepciones
teóricas que explican el origen y naturaleza de las fronteras políticas. La prime-
ra es la tesis mecanicista-organicista, elaborada por el racionalismo histórico
del siglo xix; la segunda es la tesis del “desafío y la respuesta”, formulada por
el historiador inglés Arnold Joseph Toynbee y, finalmente, la tesis “posibilis-
ta”, derivada del pensamiento del geógrafo francés Paul Vidal de La Blache y
retomada por los historiadores Lucien Febvre y Marc Bloch, fundadores de la
Escuela de los Annales.
Este artículo tiene por objetivo central analizar dichas tesis históricas del
concepto frontera. Para ello explicamos cómo cada una de esas tesis concibe el
espacio geográfico, el marco temporal y los procesos sociales que transforman
los espacios humanos. El argumento es que las tesis históricas de las fronteras
políticas antes mencionadas construyen sus discursos con base en esas tres di-
mensiones de análisis, pero las jerarquizan e interrelacionan de manera dife-
rente y, en consecuencia, dan una definición particular al concepto frontera.
De esta manera, para la tesis mecanicista-organicista, los factores geo-
gráficos determinan los hechos sociales que conducen a la creación de una
frontera política, y el marco temporal es un mero referente. Por su parte, para
la tesis del “desafío y la respuesta”, la frontera es producto de la capacidad
que tiene cada civilización para adaptarse al medio geográfico, es decir, cómo
responde al desafío que le impone el medio en su avance por la ocupación
de nuevos territorios. Finalmente, en el caso de la tesis “posibilista”, son los
hechos históricos específicos, interrelacionados, ubicados en el tiempo y el
espacio geográfico, los que influyen en la creación de las fronteras.
El artículo está dividido en cuatro apartados. En el primero se hace una
breve explicación de lo que se entendió por mecanicismo y organicismo en el
siglo xix y de la influencia de este modelo en la construcción de una definición
del concepto frontera.
En el segundo apartado se analiza la tesis mecanicista-organicista de la 11
frontera, expresada por Friedrich Ratzel y Frederick Jackson Turner, autores
que además fueron los iniciadores de los estudios históricos de las fronteras.
En este apartado se explica que Ratzel y Turner coincidieron en usar conceptos
del modelo mecanicista-organicista para explicar la relación entre la geografía
física, las poblaciones humanas y las culturas en la creación de fronteras.
En el tercer apartado se analiza la tesis del “desafío y la respuesta”, for-
mulada por Arnold Toynbee. Ahí se expone la postura crítica de este enfoque
respecto al mecanicismo-organicista, y se explica cómo construyó su propia
definición del concepto frontera.
Finalmente, en el cuarto apartado, se analiza la tercera tesis histórica
de las fronteras, la desarrollada por Lucien Febvre y que identificamos como
“posibilista”. En este apartado exponemos la crítica que hizo este autor al
mecanicismo-organicista de Ratzel y explicamos la definición que da al con-
cepto frontera.

El mecanicismo-organicista en la historiografía del siglo xix

Antes de abordar la primera tesis histórica de las fronteras, es necesario pre-


sentar una breve explicación de lo que fue el mecanicismo-organicista como
modelo de análisis científico en el siglo xix, y de cómo este modelo llegó
al campo de la historiografía. Este apartado ayudará a comprender no sólo
la postura metodológica de la tesis mecanicista-organicista de las fronteras,
sino también las afirmaciones contrarias defendidas por las tesis “posibilista”
y del “desafío y la respuesta”.
Para comenzar, es un hecho conocido que el mecanicismo-organicista
impactó profundamente en la filosofía de la historia del siglo xix y parte del
siguiente. Los exponentes más importantes de esta corriente de pensamiento
historiográfico trabajaban en las universidades europeas más reconocidas
de la época, de manera que sus ideas tuvieron una fuerte influencia en los
trabajos de los historiadores americanos preocupados por los procesos de
conformación territorial y los conflictos que estos procesos estaban generan-
do en nuestro continente.
Durante el siglo xix, en la comunidad científica se popularizaron dos
12 términos que servían para establecer posturas filosóficas en la manera de
analizar e interpretar los fenómenos del mundo físico y natural. Tales con-
ceptos fueron el “mecanicismo” y el “organicismo”. Ambos aparecieron pri-
mero en la física, posteriormente fueron trasladados a las ciencias ocupadas
de los fenómenos del mundo orgánico –animal y vegetal– y finalmente llega-
ron a las ciencias encargadas de explicar fenómenos sociales.
El racionalismo científico fue la filosofía de la ciencia que se encargó
de difundir las tesis organicistas y mecanicistas del mundo. Se trató de una
corriente epistemológica caracterizada por sus postulados de corte reduc-
cionista, determinista, “causalista” y su postura “objetivista”: reduccionista
porque consideraba que el movimiento de los cuerpos en el tiempo y el
espacio se reduce a causa y efecto, expresable matemáticamente en cantida-
des de fuerza; determinista porque asumía que todo evento en la naturaleza
es consecuencia de una serie de hechos y acontecimientos previos; causa-
lista porque afirmaba que causas similares producen efectos similares, que
no ocurren saltos o discontinuidades en los fenómenos físicos y, por lo tanto,
se puede predecir con alto grado de certeza la situación futura de un objeto
o fenómeno cualquiera. Finalmente, su carácter “objetivista” provenía de la
tesis de que se puede conocer la naturaleza tal y como realmente es, aquella
que existe en el tiempo y en el espacio y sigue leyes naturales independien-
temente de la voluntad y los deseos del observador; que los fenómenos ob-
servados en la naturaleza ocurren frecuentemente sin interferencia de alguna
otra fuerza no natural, y que el observador sólo puede aislar fenómeno para
estudiarlo, pero no puede modificarlo.2
En las investigaciones de los racionalistas aparecieron y se generali-
zaron conceptos como “mundo orgánico”, “ciclo de vida” y “tierra como
máquina viva”, etc.3 El origen de estos conceptos proviene curiosamente de
los estudios de anatomía y descripciones del sistema circulatorio del cuerpo
humano, publicados en el siglo xviii. En todo caso, los científicos racionalis-
tas dejaron una herencia conceptual muy importante para el desarrollo de
las ciencias en general de los siglos siguientes.4 Esta herencia conceptual es
lo que Gastón Bachelard define como “epistemología oculta”.5
En el siglo xix, la concepción del mundo como organismo vivo fue sim-
plificada en el término organicismo. La visión organicista del mundo formó
parte del lenguaje y de las ideas de la mayoría de los intelectuales europeos
de los siglos xviii y xix, aunque el significado del término organicismo depen- 13
día de la escuela filosófica que lo utilizaba.
La concepción dominante del organicismo estuvo fuertemente ligada al
uso que le dio el mecanicismo en sus estudios sobre la Tierra y la naturaleza
(mecanicismo organicista). El mecanicismo la empleó como término análo-
go, es decir, lo utilizó para explicar el mundo físico valiéndose de ideas y
conceptos del mundo biológico. Fue una estrategia de argumentación que
tuvo su origen en la observación del crecimiento y decadencia de los seres
vivos. Plantas y animales, e incluso el hombre, habían crecido sólo en el
lugar donde las condiciones de la tierra y clima les eran favorables.6
El organicismo mecanicista consideraba que “la condición humana
podía y debía ser explicada como un todo armónicamente unido: cuerpo y
mente de los hombres; razón y emoción; organismo vivo como parte de su
entorno natural”. Defendían la idea de que existe una ley natural que rige
el progreso estable de la “raza humana” hacia niveles superiores de libertad
reflexiva, de carácter racial y nacional.7 Esta forma de concebir la realidad
social fue tan importante que no se escapó de su influencia alguna cien-
cia social de la época.8
Por ejemplo, el barón de Montesquieu escribió sobre “las leyes en rela-
ción con la naturaleza del suelo” en su obra Espíritu de las leyes. Afirmaba
que el clima (cálido, frío y moderado) y el suelo (fértil e infértil) tienen “in-
fluencia determinante” en el desarrollo de instituciones políticas. Por eso,
“los habitantes de las regiones frías son muy valerosos y hechos para la liber-
tad. Los asiáticos carecen de energía, así es que están hechos para el despo-
tismo y la esclavitud.”9
El traslado de términos organicistas para la explicación de fenómenos
sociales fue obra en gran parte de la sociología positivista de Auguste Comte
y Herbert Spencer. Ambos intelectuales definieron la vida en términos de
adaptación progresiva entre un organismo social y su entorno (adaptación
social), además concibieron a la sociedad como un cuasi organismo bio-
lógico. En Spencer la adaptación de una sociedad a su entorno físico era
un proceso progresivo, y lo mismo sucedía en los cambios ocurridos en la
estructura de las instituciones sociales.10
La tesis de la adaptación social tuvo amplia difusión en el campo de la
historiografía, en especial en la historiografía racionalista prusiana e inglesa.
14 El punto de partida de la historiografía racionalista alemana lo estableció
Leopold von Ranke, quien marcó la pauta en la interpretación de la histo-
ria nacional de los pueblos de Europa, en particular sobre el origen de los
territorios nacionales.11 El racionalismo histórico del siglo xix buscó darle
un nuevo sentido al proceso de transformación que entonces sufrían los im-
perios monárquicos europeos. La historia no estaba más en la figura de los
monarcas, sino en el carácter individual de los pueblos, en la cultura y la
época de sus grandes personalidades.12
Ranke y sus seguidores (Theodor Mommsen, Johann Gustav Droysen
y Jacob Burckhardt, entre otros) pusieron al Estado nacional en el centro de
sus consideraciones sobre la historia universal –aunque en realidad era en-
tonces sólo la historia de Europa. La idea del Estado como materialización
política de la voluntad de la nación propuesta por el historicismo prusiano
fue construida con base en el método de análisis proveniente del mecanicis-
mo organicista. Los historiadores racionalistas prusianos consideraban que si
la historiografía pretendía obtener el rango de ciencia, debía incorporar los
métodos y técnicas de la investigación exacta, es decir, tenía que analizar
los datos e inferir, a partir de los resultados obtenidos, las leyes que rigen los
fenómenos históricos. Así había surgido “la ciencia de las leyes de la vida
social” (sociología), y por ese camino debía seguir la historiografía.13
Jacob Burckhardt, discípulo de Ranke, fue un defensor de la idea de “la
historia objetiva”. Afirmaba que los hechos políticos y militares son la prin-
cipal expresión de la historia humana. Estos hechos son narrados a partir de
fuentes directas, primarias. Es en los archivos nacionales donde está “la ver-
dad de lo que realmente ocurrió en el pasado y sobre los cuales el historiador
no tiene posibilidad alguna de modificar”, sólo compilar e interpretar.14
Apoyado en la idea de la historia objetiva formulada por Burckhardt,
Johann Gustav Droysen reflexionó en torno al análisis histórico de la rela-
ción hombre-espacio-tiempo. En Histórica. Lecciones sobre la enciclopedia
y metodología de la historia, publicada en 1858, Droysen caracterizó esta
relación de la siguiente manera: la relación hombre-espacio-tiempo está de-
terminada por signos generados a partir de los sentidos. Los signos son las
representaciones cerebrales de las percepciones de nuestros sentidos (color,
temperatura, magnitud, forma). Depende de ellos que podamos interpretar
la naturaleza. Sólo a través de los signos “tenemos todo el mundo de lo que
es y acontece afuera de nosotros”. Ciertamente tiempo y espacio pasados 15
no están perceptibles en forma material, sino como signos. De manera que
es preciso dar contenido y determinar en sus detalles esos signos para poder
comprender tiempo y espacio pasados.15
Para Droysen, los fenómenos del mundo humano que la percepción
empírica nos proporciona en los campos del tiempo y el espacio son la
empirie histórica. Espacio y tiempo son al mismo tiempo categorías para
ordenar las imágenes de la empire histórica, así como condicionantes de los
hechos históricos. En cuanto al espacio, es “aquí donde se encuentra todo
lugar geográfico en cuyo decisivo contexto se encuentra el suceso” (histó-
rico). La geografía es una ciencia auxiliar de la historia, pero también es el
contexto del lugar donde ocurren los fenómenos humanos. La vida humana
y la existencia de todo Estado y pueblo nacional “dependen, hasta cierto
grado de las realidades geográficas de su territorio”. Como condicionante, el
espacio, además de referirse al lugar, abarca también “relaciones climáticas
y de la tierra en lo que se refiere a la agricultura y los productos de la tierra;
todos esos poderosos factores de lo dado naturalmente que son decisivos
para la vida física y espiritual de los pueblos”.16
En cuanto al hombre, decía Droysen, está claro que vive solamente
su tiempo y muere. De igual manera, el pueblo tampoco sobrevive eterna-
mente, sino que se transforma: “así como tiene su juventud, así envejece y
muere”.17 El hombre nace en un ambiente social y natural ya transformado y
en transformación. Recibe información de sus padres y congéneres a manera
de símbolos de lo que es y ha sido su mundo social y natural, al mismo tiem-
po que recibe influencias físicas y espirituales “del ambiente, del paisaje,
climático y etnográfico”.18
Se debe observar que Droysen no consideraba a la geografía como un
simple suelo vacío, un pedazo de tierra, desprovisto de organismos vivos,
minerales y seres humanos. Y al igual que la mayoría de los historiadores de
su época, interpretó el territorio como el espacio donde el Estado impone sus
dominios, y no se detuvo a dar una definición de los límites y las fronteras de
ese territorio. Los primeros autores que se interesaron por definir histórica-
mente la frontera fueron el geógrafo alemán Friedrich Ratzel y el historiador
estadunidense Frederick Jackson Turner.

16
La tesis mecanicista-organicista: la frontera como
determinante de la historia de las culturas y las civilizaciones

La interpretación de la vida del hombre en el tiempo y el espacio en las obras


The History of the Mankind, de Friedrich Ratzel, y en “The Significance of
the Frontier in American History”, de Frederick Jackson Turner, fue similar a
la idea empirie histórica expresada por Droysen. En el trabajo de Ratzel se
explica cómo el clima y el suelo determinaron la historia de las culturas y las
civilizaciones. Por su parte, el artículo de Turner es una visión de la historia
del oeste americano y del papel determinante de las fronteras en la confor-
mación de la cultura y la personalidad del pueblo estadunidense.
Como señalamos anteriormente, el interés por el estudio histórico de
las fronteras surgió a finales del siglo xix. Los iniciadores de esta línea de in-
vestigación fueron precisamente Ratzel y Turner. Ambos coincidieron en usar
conceptos del modelo mecanicista organicista para explicar la relación entre
la geografía física y las poblaciones humanas, las culturas y las civilizaciones.
Asimismo, ambos pensadores desarrollaron sus ideas con base en plantea-
mientos reduccionistas, deterministas y causalistas.
Varios historiadores estadunidenses han afirmado que el inaugurador
de las investigaciones sobre las fronteras fue Frederick J. Turner con el artícu-
lo “The Significance of the Frontier in American History”, presentado en el
congreso de 1893 de la American Historical Association. Ciertamente este
artículo tuvo aceptación inmediata entre colegas contemporáneos de Turner,
de manera que abrió el camino para investigaciones sobre las fronteras; por
este hecho se considera a Turner el fundador de una corriente de pensamien-
to dentro de la historiografía de su país. Sin embargo, en 1885 Ratzel ya
había escrito Volkerkunde,19 en donde analizó con mayor profundidad, entre
otros asuntos, las migraciones y los desplazamientos humanos como motor
del desarrollo de las culturas y las civilizaciones, y explicó que el factor geo-
gráfico sería la clave para entender el desarrollo de las civilizaciones. Estas
premisas son precisamente el fundamento de la llamada “tesis Turner sobre
la frontera”. La versión en lengua inglesa de esta obra monumental apareció
en seis volúmenes20 bajo el título de The History of Mankind,21 en 1896.
Ratzel y Turner utilizaron el modelo mecanicista organicista en sus in-
terpretaciones sobre el territorio y la frontera. La diferencia estuvo en que 17
Ratzel se enganchó más abiertamente en el organicismo, de donde derivó la
tesis determinista de la necesidad de los Estados por expandirse para sobrevi-
vir. Esta idea fue desarrollada en Politische Geographie,22 publicada en 1897,
aunque aparecen esbozos de esta idea en la previa The History of Mankind y
en Anthropogeographie de 1891. Veamos por separado las interpretaciones
sobre la frontera de dichos autores.

La idea mecanicista organicista de la frontera


en Friedrich Ratzel

Friedrich Ratzel no fue historiador, sino zoólogo y geógrafo y sus ideas sobre la
frontera fueron elaboradas precisamente en el marco de la geografía, aunque
incluyó en su argumentación la descripción de abundantes acontecimientos
históricos. La interpretación de Ratzel sobre las fronteras puede ser ubicada en
dos planos: en la antropogeografía (equivalente a la geografía humana actual)
y en la geopolítica. Sólo revisaremos la interpretación de la frontera desde la
antropogeografía y haremos mención aislada de la perspectiva geopolítica.
Para Ratzel, la humanidad está formada por una sola raza, la cual
puede ser dividida etnográficamente, es decir, por rasgos físicos y culturales
impuestos por la geografía. La existencia de cada cultura y cada civilización
está definida por la geografía del lugar donde radican.23 Las condiciones
geográficas son la clave, decía, para explicar la evolución social y el desa-
rrollo de la civilización.
Al inicio del tomo iii de History of Mankind, Ratzel trazó en un mapa
una franja desde la península ibérica y el Mediterráneo, al extremo oriental
en el Pacífico. Esta franja representaría la frontera de la civilización moderna.
Ratzel explicó que en este cinturón fronterizo del antiguo mundo habitaron
diferentes culturas que se continuaron una a otra. Cada cultura estuvo radi-
cada en un territorio demarcado, aunque se “interpenetraron” durante siglos.
“La pradera y la tierra arable en un clima templado son las condiciones de-
terminantes para que una civilización pudiera surgir.”24 Y, por el contrario,
en donde tales condiciones determinantes no existieron, los pueblos nativos
quedaron obligados a dedicarse a la cacería, la conquista y el saqueo.25
18 Para Ratzel, “la sociedad es el intermediario por el cual el Estado se une
al suelo”. Las diferentes formas de relación de los hombres con el suelo afec-
tan la naturaleza del Estado. El sentido de propiedad recae en la sociedad y la
defensa de esa propiedad en el Estado. Es por eso que cuando una población
es poco densa y no tiene necesidades de un territorio extenso, “produce un
Estado de nómadas, en el que el carácter distintivo es una fuerte organiza-
ción militar, imprescindible por la necesidad de defender vastas extensiones
de tierra con pequeño número de habitantes”.26
Según Ratzel, el sentido de propiedad territorial no fue exclusivo de
los Estados avanzados, pues incluso en las sociedades poco evolucionadas
existió el sentido de territorialidad. En History, Ratzel describió la existencia
de un sentido de propiedad territorial entre ciertos pueblos indios america-
nos, y señaló que la existencia de ese sentido de propiedad fue negado y
rechazado por los conquistadores europeos para reforzar sus propios dere-
chos de ocupación.27
Ahora bien, si algunos pueblos indios americanos tuvieron cierta no-
ción de territorio, entonces debieron haber desarrollado la idea de frontera.
Efectivamente, Ratzel puso los ejemplos de tribus americanas que tenían
un territorio demarcado y cerrado, de manera que los extraños deberían
pedir permiso para ingresar a sus dominios. Esta práctica fue común entre
los patagones, en las civilizaciones maya y azteca, y en ciertos pueblos
cazadores norteamericanos.28
Para Ratzel, sólo entre los pueblos atrasados donde la dispersión y el
nomadismo fueron características de su cultura, no hubo necesidad de crear
instituciones políticas avanzadas ni tampoco tener un sentido de posesión te-
rritorial, en consecuencia tampoco de límites ni de fronteras. De esta manera,
infiere que el nivel de evolución social de los pueblos determina la posesión
de un territorio delimitado. Y aunque si bien los pueblos nómadas no crearon
instituciones políticas avanzadas, el nomadismo en su forma de migración fue
responsable de la “difusión” de innovaciones, herramientas e ideas, pero sobre
todo, reforzaron entre los pueblos sedentarios el sentido de propiedad de la
tierra. Lo que ha caracterizado a la humanidad y ha sido la causa del progreso
son las migraciones, a pesar de los obstáculos que impusieron las diferencias
culturales y las fronteras políticas entre los pueblos. La migración ha sido el
motor del progreso de la civilización, pues ha permitido la ocupación natural
de nuevos territorios, donde los pueblos pueden propagar su cultura. La cele- 19
ridad con la que ocurre la expansión de una población en un territorio es un
síntoma del avance de su civilización.29
Sólo las fronteras naturales fueron verdaderos obstáculos para las migra-
ciones. Ratzel señala la existencia de ciertos pueblos dedicados a la caza y
la recolección que permanecieron encerrados en territorios delimitados por
este tipo de frontera. Ejemplificó lo anterior con el caso de los esquimales,
para quienes la frontera de bosques los separó de los pueblos vecinos del
sur. Estos bosques estuvieron deshabitados debido a la escasa alimentación
que podían suministrar a individuos o familias. Aisladas durante siglos, las
tribus esquimales guardaron rasgos antropológicos de la raza mongoloide.
La forma de vida de estos pueblos estuvo determinada por el nomadismo y
este a su vez estuvo condicionado por la necesidad de alimentación. El no-
madismo impidió que entre los esquimales se creara la necesidad de formar
un Estado o delimitar un territorio.30
Para Ratzel, la posesión de un territorio no garantiza la creación y evo-
lución de civilizaciones, ni tampoco la creación de instituciones políticas.
Afirmaba que sólo bajo ciertas condiciones naturales (clima favorable y fer-
tilidad del suelo), y de satisfacción plena de las necesidades de comida y
refugio es que se favorece el desarrollo de civilizaciones. Tales condiciones
permitían el crecimiento de la población, y aun cuando su comunidad polí-
tica sea destruida por un pueblo invasor, las condiciones naturales del terri-
torio le permitirán resurgir. Ahora bien, no obstante que un pueblo habite un
territorio en donde las condiciones favorables de la naturaleza le permitan
desarrollar una civilización, es necesario el trabajo creador de sus miembros,
el cual deberá estar complementado por impulsos, o estímulos, provenientes
del exterior de su comunidad. Precisamente estos impulsos son fomentados
por la migración.31
En otra de sus obras, Ratzel definió el territorio de una civilización
como lebensraum, es decir, “el área geográfica requerida para sostener espe-
cies vivientes en su tamaño poblacional actual y en su modo de existencia”.
Este principio, decía, da al espacio geográfico un papel crítico en la diferen-
ciación de los procesos de colonización humana. Dicho de otra manera, si
un pueblo es técnicamente atrasado, la diferenciación actúa a través de la re-
ducción y separación de sus integrantes en grupos menores. Para que un pue-
20 blo pueda dominar regiones amplias de tierra, entonces debe estar provisto
de suficiente desarrollo técnico, instrumental y habilidades de sus miembros.
En estas condiciones, un pueblo puede adaptarse mejor y más rápidamente
a una región homogénea específica, y se convierte más rápidamente en una
“entidad natural” (primeras civilizaciones) que aspira a gobernar sobre un te-
rritorio. Así surgió la autonomía geográfica de las primeras civilizaciones, las
“entidades naturales”, las cuales posteriormente demarcaron, como si fuera
una parcela política, el territorio donde habitaban. La demarcación significó
precisamente el surgimiento de límites territoriales. La demarcación del te-
rritorio fue un factor de unificación al interior de las regiones y sus habitan-
tes,32 pues permitió la aparición del “sentimiento nacional” entre masas de
individuos provenientes de regiones diferentes, quienes no necesariamente
estaban estrechamente vinculadas por aspectos raciales o del lenguaje.
Para finalizar, a la par del proceso de apropiación de un territorio y la
demarcación del mismo surgió la “organización política”, el Estado, la cual,
“en conformidad con la conciencia política de un pueblo”, controla el terri-
torio donde tiene lugar la actividad económica vital de su gente. De acuerdo
con Ratzel, el Estado sobrevivirá según las posibilidades que le brinde el
suelo donde ejerce su dominio. Si el territorio ha agotado las posibilidades
de brindar los recursos necesarios para la sobrevivencia de un pueblo, en-
tonces el Estado se verá obligado a buscar nuevos territorios, aun a costa del
de otros pueblos. El control estatal del espacio vital y la necesidad de ex-
pandirlo para la supervivencia del mismo Estado son asuntos de otra materia
desarrollada por Ratzel: la geopolítica.33

La idea mecanicista-organicista de la frontera


de Frederic Jackson Turner

La anterior interpretación histórica de Ratzel sobre la frontera territorial fue


elaborada años antes de la presentación de la tesis de la frontera americana
que hizo famoso a Frederic Jackson Turner. Algunas ideas desarrolladas am-
pliamente por Ratzel –tales como movilización humana y nomadismo como
factores de progreso, la expansión natural de los pueblos y el factor geo-
gráfico como determinante de la cultura, el desarrollo y la evolución de las
naciones– fueron también la base argumentativa en la tesis de Turner sobre la 21
frontera. No es posible establecer hasta qué punto Turner se apoyó en Ratzel,
etnólogo y antropólogo, para elaborar sus ideas, pues ni en su artículo de
1893 ni en trabajos posteriores cita al profesor alemán –de hecho no cita al-
guna fuente documental. En todo caso, se puede asegurar que si Turner fue el
primero en reflexionar específicamente sobre la importancia de las fronteras
en la historia, no fue ni el más original, ni tampoco el más certero.
“The Significance of the Frontier in American History” le generó a Tur-
ner ofertas de editoriales comerciales para la elaboración de un libro sobre la
frontera americana. El libro apareció en 1920 bajo el título de The Frontier in
American History, que en realidad fue la publicación del artículo de 1893 y
de doce ensayos más escritos a lo largo de 20 años. El libro ha sido reeditado
varias veces, incluso fuera de Estados Unidos.34
En dicho artículo, Turner desarrolló una definición histórica de la fron-
tera en el marco del mecanicismo organicista. Su concepto de frontera, ase-
guró, sólo refería a Estados Unidos, nada más. Explicó que esta frontera era
única, porque los individuos que participaron en el avance hacia el oeste
fueron modificando sus costumbres, tradiciones y formas de pensar y actuar
para poder adaptarse a la geografía salvaje de Norteamérica, dando por re-
sultado un nuevo individuo. También porque las características geográficas
particulares de las regiones que los pioneros fueron ocupando no se repitie-
ron en algún otro lugar del planeta. Finalmente, aseguró que su estudio era
único porque la frontera americana tuvo consecuencias determinantes en la
creación de un pueblo nacional y sus instituciones, un fenómeno sin paralelo
en la historia de Occidente. En síntesis esto es lo que se podría definir como
“la tesis Turner sobre la frontera”.35
La influencia del organicismo en las tesis de Turner sobre las fronteras
puede ser observada claramente en los conceptos análogos del mundo natu-
ral que utiliza en su argumentación (“teoría política de los gérmenes”; “fase
evolutiva de los pueblos”; “los gérmenes europeos en el medio ambiente
americano”; “evolución social”, etc.).36 Además, la tesis guarda la estructura
lógica del mecanicismo, es decir, es una concepción reduccionista, determi-
nista y causal de las fronteras.
Es preciso observar que Turner no estudió el límite territorial, sino el
área de frontera. Aunque no hizo una diferenciación explícita entre border,
22 boundary y frontier, Turner pocas veces utilizó los dos primeros términos
–de hecho frontera es el término que emplea tanto en el título del artículo
de 1893 como en el del libro de 1920. El término border aparece pocas
veces en el artículo de Turner, siempre en el sentido de límite entre áreas de
guerra o de caza, por ejemplo: los límites estadunidenses con las naciones
indias del medio oeste hacia mediados del siglo xviii; los límites con Canadá,
cuyo trazado fue uno de los factores que provocaron la guerra de 1812 con
Inglaterra; los límites externos de las primeras colonias, en particular aque-
llas utilizadas para ubicar los asentamientos de los colonos en las proximida-
des de los asentamientos indios y que requirieron acciones militares para su
defensa; los límites que fueron estableciéndose luego de cada campaña mi-
litar contra los indios entre los siglos xvii y xviii, en particular las conducidas
en las regiones de los grandes lagos; y los límites territoriales que fueron sur-
giendo con cada nuevo estado de la Unión, donde el área de frontera tampo-
co había perdido su carácter salvaje. Por otra parte, el término boundary fue
utilizado por Turner en el sentido de la línea de demarcación territorial entre
los estados norteamericanos, también como la línea que demarcaba zonas
cuya posesión ya estaba asegurada y era reconocida por otras naciones.37 Es
interesante observar que el sentido que le dio Turner al término border fue
el de una línea de demarcación donde aún existía conflicto, donde no había
ley; en tanto que boundary fue la de una línea de demarcación territorial
en cuya área de frontera ya había sido establecido el orden. Walter Prescot
Webb notó esta diferencia entre border y boundary y señaló que es probable
que esto ayude a entender por qué en Estados Unidos se habla del “Mexican
border” y del “Canadian boundary”.38
Por otro lado, según Turner, la frontera americana fue creada a partir de
un movimiento continuo de los migrantes europeos y sus descendientes en
el Nuevo Mundo. Esos inmigrantes se desplazaron hacia el oeste con el fin
de colonizar “tierras libres”, proceso que influyó a su vez en el desarrollo del
carácter americano (“americanización”) y sus instituciones, incluida la de-
mocracia. Según Turner, la frontera era la “cara externa de una ola” de movi-
lización humana hacia el oeste, el punto de encuentro entre el mundo salvaje
y la civilización, donde los pioneros se despojaron de todas las costumbres
que habían heredado, y donde el desarrollo social inició nuevamente.39
El movimiento hacia el oeste fue descubriendo fronteras sucesivas, una
nueva que seguía a otra desaparecida. Cada nueva frontera era una línea 23
natural de demarcación que corría de norte a sur, es decir, una línea descen-
dente (fall line). Cada nueva línea era ganada por una serie de guerras contra
los indios. El movimiento también fue abriendo caminos sobre las antiguas
veredas utilizadas por los nativos; posteriormente esos caminos fueron segui-
dos por los tendidos de los rieles del ferrocarril. La geología de las nuevas
tierras “abrió las arterias que siguió la civilización americana”.40
Los sujetos que encabezaron este movimiento fueron colonizadores de
varias clases: granjeros, mineros, comerciantes, ganaderos, cazadores y mili-
tares, todos ellos nómadas e inmigrantes. Cada uno de estos tipos de pione-
ros dio forma a las diferentes clases de frontera y a la manera como esta fue
avanzando. Lo que distinguió a una frontera de otra fue el lugar y el tiempo.
Las características del lugar impusieron condiciones sobre las actividades
productivas humanas que ahí pudieran realizarse (minería, agricultura, ga-
nadería, comunicaciones, comercio, caza, pesca, industria).41 En este sen-
tido, las características de la frontera estarían dadas por el lugar, no por las
actividades sociales que ahí se realizan. Esta idea confirma la influencia del
determinismo geográfico en Turner, un aspecto que sus seguidores han igno-
rado, u ocultado, y lo han sustituido por una especie de determinismo social.
La capacidad de adaptación y la transformación del lugar por sus habi-
tantes permitieron descubrir la evolución social de esa comunidad, y en un
sentido histórico, su grado de evolución en el curso de la historia universal.
Así pues, Turner consideraba a la frontera como el resultado del movimiento
poblacional en el tiempo y el espacio, además de que la frontera expresa sus
características a través de los grados de evolución social y niveles de desa-
rrollo técnico de la comunidad que la habita. Es de resaltar que Turner hacía
referencia constante a los censos nacionales como un testimonio estadístico
de la “evolución social” del “pionero americano” –de hecho, su artículo de
1896 inicia con una cita del censo de Estados Unidos de 1890.
La frontera, dice Turner, adquiere las características de la comunidad
que la habita. Así, la frontera atlántica fue compuesta por pescadores, trafi-
cantes de pieles, mineros, ganaderos y agricultores. El avance hacia el oeste
llevó cada una de esas actividades, pero no las combinó inmediatamente,
de manera que las fronteras del oeste pueden ser distinguidas por el avan-
ce de cada una de estas. Existieron, pues, la frontera del traficante, la del
24 ranchero, la del minero, la del agricultor, la del comerciante, las del ferro-
carril, la del indio, la del militar. Esta última puede ser considerada “como
escuela de adiestramiento militar, que mantenía vivo el poder de resistencia
a la agresión (de los indios) y desarrollaba las rudas y esforzadas cualidades
del hombre de la frontera (frontiersman)”. Cabe señalar que en la frontera
militar, Turner asignó un papel muy importante a los fuertes militares, los
cuales, dice, fueron decisivos en el avance de los pioneros hacia el oeste y
en la “derrota” militar de los indios. El fuerte militar, además de proteger a
los colonos, fue a la vez “cuña de penetración” en la nación de los indios
y núcleo de la colonización.42
El avance de la frontera hacia el oeste tuvo varios efectos sobre la socie-
dad americana. Los efectos más importantes fueron: la formación de la “na-
cionalidad”; redujo la dependencia de Inglaterra; creó nuevas legislaciones
que determinaron el desarrollo de las instituciones políticas federales; promo-
vió la democracia; e influyó en la creación del sistema educativo y religioso.43
En general, Turner asignó a la frontera una influencia determinante en la for-
mación de la cultura, instituciones, tradiciones, valores e ideas de una nación.
Desde su punto de vista, la frontera fue “el motor de la nación americana”.
Un concepto que aparece en los textos de Turner y al cual se le ha
prestado poca atención es el “carácter nacional”. Este concepto ya había
motivado múltiples investigaciones en Europa para establecer las diferencias
entre el carácter francés, el inglés y el germánico. En esas investigaciones se
pretendía demostrar que una combinación de ciertos motivos morales estaba
presente en un solo conglomerado humano y ausente en los otros. Turner
retomó el concepto de “carácter de un pueblo” y lo transformó en “carácter
nacional”. Aunque no proporcionó alguna definición del concepto, lo supe-
ditó a las “influencias del medio” y de la frontera.
Por último, Turner señalaba que ciertas premisas condujeron a la crea-
ción de la frontera estadunidense. No precisa cuáles fueron tales premisas,
pero algunos autores las han despejado y luego utilizado para explicar pro-
cesos similares en otros lugares y en otros tiempos (Turner es citado frecuen-
temente por investigadores de las fronteras medievales y del limes romano,
por ejemplo). Las premisas son las siguientes:
a) La frontera es un movimiento de colonización hacia tierra libre y
salvaje que requería ser conquistada
b) La aparición de las fronteras ocurre por etapas sucesivas que inician 25
con la colonización, continúan con la defensa militar, la aparición de insti-
tuciones de frontera y culmina con la demarcación de límites.
c) La frontera puede ser punto de encuentro entre el mundo salvaje
y la civilización o una zona de contacto entre culturas que interactúan
constantemente.
d) La frontera genera instituciones, estructuras sociales y culturas, todas
diferentes a las del centro de la nación.
e) Tales instituciones, estructuras sociales y culturas irradian hacia el
centro, determinando el “carácter de la nación”.
La tesis de Turner sobre la frontera ha sido revisada y criticada por un
gran número de investigadores. Algunos de los críticos más agudos han sido
los historiadores Richard White y Patricia Nelson Limerick. Ambos investiga-
dores coinciden en que ningún aspecto de la tesis sobre la frontera de Turner
ha resistido el escrutinio crítico, pues todas han sido mostradas como caren-
tes de bases empíricas. Además, señalan, es posible argumentar que Turner
no desarrolló una tesis coherente y que precisamente en la opacidad de sus
afirmaciones radica la popularidad de su propuesta. White ha señalado que
Turner ignoró los aspectos negativos de la expansión hacia el oeste: la explo-
tación ambiental y el exterminio masivo de comunidades indias. También ha
demostrado que la vida en la frontera no creó nuevas instituciones ni formas
de organización social, sino que reprodujo las estructuras básicas del este,
junto con la jerarquización social y la lucha por el poder. El individuo como
creador de la frontera es uno de los mitos románticos en los que Turner fun-
damentó su tesis, ignorando el papel del gobierno federal en la colonización
y creación de ciudades en el oeste. Por otra parte, la sociedad estuvo dividida
por líneas de raza y clase, y no conformaron una comunidad democrática y
unificada, como señala Turner en su imagen romántica de la democracia. No
existió un oeste unificado, por el contrario, estuvo dividido por diferencias
regionales como otras áreas. La frontera fue el producto y no el motor de la
sociedad estadunidense. Por su parte, Patricia Limerick complementa que fue
precisamente el mito de la frontera la característica más importante del libro
de Turner, por lo que la historia del oeste americano aún debe ser revisada.44
Sin embargo, a pesar de la crítica, la tesis de Turner sobre la frontera
es citada o retomada por historiadores medievalistas, romanistas y muchos
26 latinoamericanistas. De estos últimos podemos mencionar al historiador es-
tadunidense Herbert Eugene Bolton, ex discípulo de Turner y uno de los más
importantes estudiosos de las fronteras coloniales españolas, quien planteó
que todas las fronteras en el continente americano habían seguido un pro-
ceso similar. Desde su punto de vista, las experiencias coloniales entre In-
glaterra, España y Portugal tuvieron más similitudes que diferencias, por lo
cual se aventuró a afirmar que en todas partes de América los contactos de
los europeos en la frontera, con su medioambiente particular, habían modi-
ficado su carácter y sus instituciones culturales y políticas. En este sentido,
el significado histórico de la frontera era válido para las ex colonias sajonas,
españolas y portuguesas.45
Bolton planteó la propuesta de estudiar las fronteras españolas y com-
pararlas con la experiencia estadunidense para verificar la validez de la tesis
de la frontera de Turner. Uno de sus estudiantes, Arthur Scott Aiton –más co-
nocido por su libro biográfico sobre Antonio de Mendoza, primer virrey de
Nueva España– retomó la idea y reflexionó sobre el proceso de colonización
de las fronteras en América Latina. Sus conclusiones fueron presentadas en
el Congreso de la Asociación Canadiense de Historia de 1940, en un ensayo
titulado “Latin-American Frontiers”. En el documento Aiton propuso ocho
premisas generales referentes a la colonización de las fronteras en América
Latina. En resumen, el argumento de Aiton es que el proceso de coloniza-
ción de la frontera latinoamericana fue similar al realizado en Estados Uni-
dos. Durante la colonia, las monarquías de España y Portugal promovieron
la colonización de tierras “relativamente desocupadas”. Esta colonización
de las áreas de fronteras continuó luego del periodo colonial, pero sin una
dirección central ni algún tipo de regulación. A finales del siglo xix, dos
factores fundamentales en el proceso de colonización de la frontera, el ca-
pital extranjero y la migración, renovaron la expansión hacia los confines,
principalmente en Chile, Argentina y Uruguay. En la mayoría de los casos,
la colonización de la frontera promovió el desarrollo de actividades agrarias
(la frontera agraria) y, cuando era posible, de extracción minera. A finales del
siglo xix, la urbanización de los primeros asentamientos generó un contra-
movimiento poblacional hacia los márgenes más remotos, al mismo tiempo
que los habitantes de áreas de frontera poco productivas emigraron hacia
otras regiones económicamente más desarrolladas. Este fenómeno generó las
llamadas “fronteras huecas”.46 27
Este proceso narrado por Aiton no contradice en lo fundamental las pre-
misas de la tesis de Turner sobre la frontera: la frontera como determinante de
las instituciones políticas, el carácter de las naciones y el tipo de actividades
económicas. Las ocho conclusiones generales que propuso Aiton únicamen-
te resaltan particularidades en la colonización de la frontera latinoamerica-
na, iniciando con ello el mito del colono, la frontera agraria, y la expansión
hacia las tierras salvajes y “relativamente desocupadas” del “oeste sudame-
ricano”. Tales conclusiones, en particular la octava (“la frontera desarrolló el
individualismo, la autoconfianza, la democracia, la iniciativa, y el deseo por
experimentar a pesar de los controles estrechos”), recibieron fuertes críticas
de los historiadores mexicanos Edmundo O’Gorman y Silvio Zavala.47
Por otra parte y para terminar, el caso más notable de reciclado de la tesis
de Turner sobre la frontera es el trabajo de Walter Prescott Webb, The Great
Frontier, publicado en 1951. Webb retomó esta tesis para explicar las fronteras
de toda la civilización occidental, desde 1500 hasta el siglo xx. Interpretó la
vida en la frontera como la lucha del hombre contra la naturaleza. Identificó
la frontera americana y la de todos los territorios descubiertos por los euro-
peos a partir del siglo xv como áreas que invitaron a entrar a los colonos, pues
proveyeron de un “cuerpo vasto de riqueza sin propietarios” (“a vast body of
wealth without proprietors”). Las fronteras causaron una explosión migrato-
ria que duró más de cuatro siglos. Además, crearon las condiciones para la
emergencia del individuo, la discontinuidad con las instituciones medievales
y el surgimiento de nuevas instituciones. Webb vio en la cultura moderna la
influencia dominante de la frontera, pues afectó las ciencias, las leyes, el go-
bierno, la economía, la literatura, el arte y la historia de Occidente.48

Tesis del desafío y la respuesta

Uno de los críticos de la historiografía racionalista alemana fue Oswald


Spengler. Este historiador y filósofo influenció enormemente en la crítica de
lo que él mismo denominó “conocimiento histórico vulgar” o historicismo.
Con Spengler, el historicismo se convirtió en un adjetivo despectivo para
referirse a la historiografía racionalista.
28 Según Spengler, entender la historia no se logra incorporando métodos
racionalistas, científicos, como los aplicados para descubrir las leyes que rigen
la naturaleza, sino mediante la poesía. Hay que descubrir los símbolos que en
cada época han existido como manifestación de cada cultura. Los hechos his-
tóricos son actos simbólicos y abiertamente metafísicos. Así, el ejército de cual-
quier nación, el Estado, el territorio o la frontera serían meramente símbolos.49
La filosofía de la historia de Spengler retomó la idea naturalista de la histo-
ria según la cual las culturas son lo mismo que organismos vegetales y anima-
les en la naturaleza. Las culturas, decía, viven y mueren independientemente
unas de las otras; este proceso es el creador la historia. O dicho en palabras
de Spengler: “las culturas son organismos. La historia del mundo es su biogra-
fía general.”50 Las grandes culturas fueron aquellas que lograron trascender en
forma de civilizaciones, las cuales tuvieron representaciones tardías de culturas
originales. Las grandes civilizaciones fueron las que configuraron la geografía
política de los continentes; lo hicieron a través de la guerra, la diplomacia, la
construcción de vías de comunicación, y la creación y destrucción de institu-
ciones. La historia contada por los historiadores vulgares fue la de las grandes
batallas y los grandes personajes que participaron en ellas, pocas veces narra-
ban la historia de las grandes culturas y de sus trayectorias estructurales.51
La propuesta de Spengler para estudiar la historia de las civilizacio-
nes llamó la atención de historiadores, antropólogos, sociólogos y geógrafos
culturalistas, quienes intentaron formular nuevas teorías sobre los ciclos de
vida de las culturas y de las civilizaciones. Precisamente uno de los autores
que intentó descubrir uniformidades en el desarrollo y decadencia de las
civilizaciones, y exponer los principios normativos de esa dinámica fue el
historiador inglés Arnold Toynbee.52
El trabajo más famoso de Toynbee es Estudio de la historia, donde com-
paró las diferentes sociedades y civilizaciones humanas en la historia, el “gé-
nesis”53 de las civilizaciones, su crecimiento y colapso. Toynbee escribió que
en cierto momento y en cierto lugar apareció una civilización. Circunstan-
cias específicas permitieron que se desarrollara, estancara o, incluso, fuera
“abortada”. El desarrollo de una civilización siempre ha tenido un final que
se manifiesta con un colapso o paralización, seguido de un periodo de deca-
dencia. Toynbee no recurrió a metáforas poéticas como lo sugería Spengler,
pero coincidió con él en que toda civilización ha tenido un “curso uniforme”
que pasó por determinadas etapas para luego desaparecer. El concepto de 29
“curso uniforme” es el proceso en etapas del desenvolvimiento de las cultu-
ras y las civilizaciones.54
El origen y desarrollo de las civilizaciones, decía Toynbee, son domi-
nados por la pauta desafío-respuesta. Esta pauta es la clave para explicar la
evolución de las civilizaciones, y no las características del medio como lo se-
ñalaban los deterministas (Ratzel). El desafío puede encontrarse en las fuerzas
naturales o en las capacidades de los hombres. El desarrollo de una civiliza-
ción no sólo ocurrió cuando las condiciones del entorno natural eran favora-
bles para la vida y bienestar del “Hombre”;55 por el contrario, también hubo
surgimiento de civilizaciones en lugares que presentaron fuertes desafíos a los
sujetos, quienes a su vez dieron respuestas adecuadas a tales desafíos.56
El hábitat geográfico (suelo y clima) es el “entorno” que sirve para ex-
plicar la diversidad de culturas y civilizaciones en la historia. Para la teoría
determinista, el hábitat geográfico se impone en el surgimiento, desarrollo
y colapso de las civilizaciones, mientras que las teorías de la diferenciación
racial sostienen que el hábitat condiciona los rasgos físicos e intelectuales de
los seres humanos. Para Toynbee ambas posiciones eran incorrectas, pues se
fundamentaban en un tipo de relación (Hombre-hábitat) permanente y fija,
en la que el hábitat es preponderante. De esta manera, Toynbee consideraba
que el hábitat no podía ser el “factor positivo” que explicara la historia, lo
ocurrido en lugares y fechas particulares. La pista positiva estaría en la inte-
racción del Hombre con su hábitat, donde el Hombre transforma su hábitat
y al mismo tiempo cambia su forma de vida; es un acto doble sobre el cual
se basa el crecimiento dinámico de las civilizaciones. No todas las comuni-
dades humanas lo hicieron de este modo, por eso muy pocas civilizaciones
lograron trascender.57
Las civilizaciones que lograron trascender fueron generadas por las comu-
nidades creadoras, es decir, aquellas que se enfrentaron a los desafíos e incita-
ciones que les generó el hábitat y dieron respuestas ingeniosas en las transfor-
maciones de sus formas de vida y del entorno donde vivieron. Las respuestas in-
geniosas permitieron la “adaptación”58 del Hombre a su hábitat. Toynbee puso,
entre otros ejemplos de respuestas ingeniosas de adaptación, la “génesis” de las
civilizaciones maya, andina y mexicana, las cuales generaron respuestas a los
desafíos que les impuso el hábitat y lograron adaptarse a este: para la primera,
30 la selva tropical; la segunda, la meseta andina y la costa del Pacífico adyacente;
la tercera, la meseta del centro de México –y dicho sea de paso, desde donde
la civilización mexicana logró dominar a los pueblos vecinos de las regiones
adyacentes del Golfo, el Pacífico y parte de Centroamérica.59
Los estímulos a la transformación del hábitat y de las formas de vida
provinieron de los desafíos impuestos tanto por el mismo hábitat (suelo, clima
e hidrografía), como de los contornos humanos. Los contornos humanos son
internos y externos. Los contornos internos o domésticos refieren a la acción
de una clase social sobre otra; el contorno externo la hace para las presio-
nes o agresiones de otras civilizaciones. Las presiones externas, decía Toynbee
apoyado en las opiniones de geógrafos políticos, han caído siempre en las
provincias fronterizas o “marcas”. Y señala: “el mejor modo de estudiar em-
píricamente esta especie particular de presión es hacer un examen del papel
desempeñado por las ‘marcas’ expuestas al peligro, en las historias de las co-
munidades a las que pertenecen, en comparación con el papel desempeña-
do por los territorios más resguardados en el interior de los dominios de las
mismas comunidades”. Tomamos el siguiente ejemplo de entre los varios que
proporcionó para explicar su idea de las “marcas en peligro”. Anatolia fue una
provincia fronteriza del imperio romano y frecuentemente estuvo sometida a
las presiones externas de los pueblos bárbaros de Asia Central; posteriormen-
te, cuando cayó bajo el dominio otomano de Mehmed II (1432-1481), hacia
1451, pasó a la “oscuridad que le dio su situación interior de un imperio”.60
Las “marcas expuestas al peligro” también se han presentado en la his-
toria moderna de Europa y América. En su ensayo de 1914, The New Europe,
Toynbee abordó el asunto de la “doctrina de las fronteras naturales” que pre-
sionaban sobre la existencia de ciertos Estados europeos. Según Toynbee, la
doctrina de las “fronteras naturales” es de larga data y fue formulada por los
revolucionarios franceses, aunque dominaba ya en la política exterior de la
corona francesa desde el siglo xvii. Señala que esta doctrina nació con el fe-
nómeno de la autoconciencia nacional, idéntica al “deseo de cooperar” que
ha inspirado a los miembros de un pueblo. La doctrina de las fronteras natu-
rales establece lo siguiente: la sociedad es un organismo natural, y la división
de la superficie de la tierra que ocupa es una unidad económica autosuficien-
te, sin la influencia determinante de otros países debido a la existencia de las
fronteras físicas bien definidas (fronteras políticas); si una nación no posee
tales fronteras físicas, tiene el derecho divino de extender su territorio hasta 31
que pueda alcanzarlas; de lo anterior se deriva que la articulación económica
del mundo debe ser forzada al molde nacional.61
Toynbee consideró que la doctrina de las fronteras naturales era un
dogma que consagraba lo “perverso” en el principio nacional, “pues en lugar
de impulsar el internacionalismo de la economía moderna, desgarra la red
económica en fragmentos; en lugar de incluir elementos como el pluralismo
de la nacionalidad, hace inevitable la lucha por la existencia entre nación
y nación”.62 Toynbee observó lo obvio: que una nación sólo puede ganar
sus fronteras naturales a expensas del territorio de otra, y que sólo la guerra
puede determinar cuál de las dos decidirá dónde colocar la línea divisoria.
Por ejemplo, Francia fijó sus “fronteras naturales” con Alemania en el río Rin,
y luchó por siglos para asegurarlas en ese lugar; en 1871 Alemania fijó las
fronteras con Francia en el Vosges, y en 1915 proclamó extender el vorder-
land (frente o frontera natural) de su imperio a través de Verdún hasta Calais.
Por lo tanto, para Toynbee las “fronteras naturales” son en los hechos lo más
artificiales que se puedan dibujar, y como doctrina fue “un simple eufemis-
mo para la conquista momentánea por la fuerza bruta”.63
De este análisis de la doctrina de las “fronteras naturales” Toynbee des-
prendió una idea interesante: la dependencia del vorderland respecto del
hinterland, es decir, que las tierras interiores donde se ubica el corazón eco-
nómico de una nación influyen en la determinación de las fronteras.64 La
interconexión entre vorderland y hinterland ha estado dirigida por la política
de frontera, especialmente por la instalación de barreras aduanales, una de
las actividades más importantes de las barreras administrativas –otras activi-
dades importantes son la inspección migratoria, sanitaria y, especialmente,
militar. Por ejemplo, si una nación requiere de un puerto para sacar sus mer-
cancías al exterior, y tiene un poderío militar suficientemente grande para
someter a su vecino costero, entonces diseñará una política exterior agresiva,
expansionista, para anexarse el territorio de su débil vecino. Este fue el caso
de las pretensiones alemanas por anexionarse Bélgica y los Países Bajos,
pues la economía alemana dependía de los puertos de Amberes y Rotterdam
para poder sacar sus mercancías y llevarlas a mercados de ultramar. También
ocurrió con el Tratado de Bucarest de 1913 entre Grecia, Serbia y Rumania,
por un lado, y Bulgaria, por el otro, mediante el cual los tres primeros se re-
32 partieron territorios búlgaros al terminar la segunda guerra de los Balcanes.
Por el contrario, una política de frontera en términos de cooperación procu-
raría buscar acuerdos para el uso de un espacio extraterritorial, bien cedien-
do territorio del hinterland a cambio de una salida al mar, o bien acordando
pagos bajos de derecho de vía.65
Para Toynbee, Europa, a principios del siglo xx, estaría construyendo
países basados en el deseo nacional de ser Estados –él mismo abogaba por la
formación de Estados nacionales para los serbios y eslavos en los Balcanes–
de manera que la región deberá prepararse una vez más para la existencia de
un complicado mapa político. Para ello era importante sustituir la doctrina
perniciosa de las “fronteras naturales” por el principio racional de “los dere-
chos económicos de paso”.66
La tesis del desafío y la respuesta de Toynbee ha sido recuperada en
diversos estudios de frontera, como los realizados por Jaime Vicens Vives
y Kealdone G. Nweihed. El primero de ellos, el geógrafo español Vicens
Vives, retomó la “tesis del desafío y la respuesta” para elaborar su Tratado
de geopolítica. En esta obra, fuertemente influyente entre los estudiosos la-
tinoamericanos de la geopolítica como subdisciplina de la ciencia política,
rechazó el determinismo geográfico o racial, la concepción organicista del
Estado y la sociedad y la interpretación histórica centrada en el Estado.67
Para Vicens Vives, la “génesis cultural” debe buscarse en el desafío y la
respuesta, es decir, en la “interacción del medio físico y los elementos biológi-
cos”. De esto se desprende la fórmula “que a mayor dureza del estímulo adver-
so corresponde mayor reacción cultural”. Esta es, afirma, la “ley de oro” de la
geopolítica y la geohistoria. Define geohistoria como “la ciencia geográfica de
las sociedades históricas organizadas en el espacio natural”. Se diferencia de la
geografía histórica “por su objeto (sociedad cultural) y por el método (el dina-
mismo geopolítico)”.68 Buscó emparentar su concepción de la geohistoria con
la propuesta de Fernand Braudel, algo que resulta incomprensible puesto que
Toynbee, su icono teórico, siempre rechazó las propuestas de historia total de
la Escuela de los Annales, donde Braudel fue uno de líderes intelectuales.
Por su parte, Frontera y límite en su marco mundial, del geógrafo, histo-
riador, académico y diplomático venezolano, Kealdone G. Nweihed, es un
trabajo de interpretación geopolítica de las fronteras, aunque también inclu-
ye análisis de tipo jurídico e histórico. El análisis de las fronteras del profesor
Nweihed se apoya en lo que él denomina ley de Toynbee, una ley universal 33
que establece: “cuando una frontera deja de tener movimiento, el tiempo
obrará a favor de la sociedad más atrasada”.69
Nweihed identifica cuatro formas de clasificación de las fronteras (geo-
gráfica; sustantiva, en donde se distingue entre fronteras naturales y artificia-
les; socioeconómica y estratégica), pero ninguna es histórica.70 A pesar de lo
anterior, Nweihed afirma que los tipos y subclases de fronteras constituyen
la confirmación de la “ley Toynbee” en el plano socioeconómico y en el
político militar.71

La tesis “posibilista” de las fronteras

La concepción posibilista de la relación histórica entre el hombre y su medio


la desarrolló Lucien Febvre en su libro La Térre et l’évolution humaine, pu-
blicado en 1922. Este libro es un largo ensayo en donde su autor explica,
en un contexto histórico, las ideas de su antiguo maestro Paul Vidal de la
Blache, y somete a crítica severa las tesis de la geografía humana de Fredrich
Ratzel y las objeciones a la utilidad de la geografía para el estudio de la
sociedad formuladas por Émile Durkheim y su discípulo Francois Simiand.
Febvre señalaba que este libro se ubicaba en el (supuesto) debate entre los
“deterministas a lo Ratzel” y los “posibilistas a lo Vidal”.72
No nos detendremos a revisar detalladamente la crítica que hace Lucien
Febvre al método de análisis utilizado por Ratzel en Anthropogeographie y
Politische Geographie, pues no es el objetivo de este artículo; sin embargo,
es preciso mencionar algunos de los señalamientos contra el determinismo
y de esta manera lograr una mejor comprensión de las diferencias de este
modelo con el posibilismo.
La crítica que hizo Febvre a las tesis de Ratzel en torno a la relación
hombre-medio estuvo centrada en el carácter mecanicista, organicista y dog-
mático del modelo de análisis utilizado por el geógrafo alemán. Son dos las
objeciones propuestas por Febvre. La primera respecto a “las agrupaciones
humanas sin raíces territoriales”, expresadas en la preponderancia que el de-
terminismo le asigna al suelo para el estudio del desarrollo de las civilizacio-
nes, sin prestar atención adecuada al sustrato material de las sociedades sin
34 territorio. Desde el punto de vista de Lucien Febvre, la interpretación que hace
Ratzel de la relación hombre-medio sobrevaloró la influencia del territorio
sobre ciertos grupos y sociedades, pues estableció un vínculo determinante
entre los grupos sociales organizados a la existencia previa del territorio. Para
Febvre, en realidad son los grupos sociales quienes hacen proyecciones de sí
mismos sobre el suelo que habitan.73
La segunda objeción refiere a la ambición geográfica del determinismo,
es decir, a la pretensión de esta corriente de pensamiento por explicar con
exclusivismo geográfico los tipos de organización social, las costumbres, las
prácticas sociales, incluso la arquitectura de las construcciones en los asenta-
mientos humanos y en las ciudades. Es la crítica a la inclinación del determi-
nismo por derivar leyes geográficas de aplicación en el estudio de las “socie-
dades humanas, desde las más pequeñas hasta las más grandes, desde las más
rudimentarias a las más complicadas”. Parecería que estas leyes derivadas de
la geografía estudiarían todos los ámbitos de acción de los grupos sociales.74
En cuanto al carácter mecanicista, Febvre lo observa en la relación
hombre-ambiente concebida por Ratzel (incluso Turner y sus seguidores),
la cual es considerada como una relación fija, permanente en la historia
y en la que el ambiente es determinante, incluso de las relaciones entre
los hombres. El carácter organicista de la geografía ratzeliana proviene de
ese tomar prestados arbitrariamente conceptos acuñados en la zoología, la
botánica, la climatología (determinación, influencia ambiental, evolución
social, sociedades adultas, etc.). Todos esos conceptos, como explicamos
en el primer apartado, fueron incorporados al estudio de las sociedades
humanas en el siglo xvii, y el principal responsable de ello fue, dice Febvre,
Jean Bodin, mucho antes que Montesquieu o Alexis de Toqueville. Por lo
anterior, Febvre afirma que el dogma ratzeliano se resume de la siguiente
manera: “si el espacio considerado es limitado y poco diferenciado, el tipo
físico y la civilización que en él se encuentran son monótonos (civilizacio-
nes poco diferenciadas)”. 75
Para Febvre, la idea dominante sobre la relación hombre-medio entre
historiadores y geógrafos “tradicionalistas” provenía de una actitud filosófica
muy vieja –refiriéndose al racionalismo histórico– empecinada en caracteri-
zar, entre otras cosas, las formas exteriores de los territorios, esto es, los límites
territoriales, definidos geográficamente y dibujados en los mapas como los
contornos del territorio nacional. Esta actitud filosófica se impuso como histo- 35
ria política y territorial, incluso como historia diplomática. Así, con fórmulas
ligeramente diferentes (por ejemplo Ratzel y Turner) se puede llegar a conclu-
siones similares sobre el origen de los territorios y sus fronteras.76
Para analizar la relación hombre-medio, Febvre propone el “posibilismo
geográfico” de Vidal de la Blache, es decir, la concepción de que geografía y
hechos sociales corresponden a fenómenos de diferente orden, cada uno de
los cuales requiere de métodos y conceptos propios. En el orden geográfico se
ubican los fenómenos y las leyes físicas y biológicas que “dirigen el mundo,
[que] se combinan y modifican aplicándose a las diversas partes” de la tierra.
Esas partes de la tierra las denomina Vidal de la Blanche “el paisaje”. Las ideas
que un geógrafo genera lo hace observando el paisaje.77 En el orden de lo so-
cial están los fenómenos de manifestación diversa como los económicos, los
políticos, los culturales, los jurídicos, los científicos-tecnológicos, etcétera.
El posibilismo sustituye el concepto de hombre por el de sociedades
humanas. Su objetivo es descubrir cómo actúan estas sociedades frente a
los diferentes espacios naturales que existen en la Tierra. Las sociedades hu-
manas y no el hombre-individuo son las creadoras y los actores principales
de la historia, al mismo tiempo que son los agentes geográficos más podero-
sos que modifican la superficie terrestre.78 Las acciones transformadoras de
esos grupos sociales sobre su hábitat dan resultados diversos e imprevisibles,
todos resultados posibles.
Lucien Febvre llamó posibilismo a la concepción geográfica que se fun-
damenta en la relación entre grupos humanos con las diferentes regiones
naturales del planeta. El posibilismo se distingue del “ambientalismo ratze-
liano” en que ya no considera que la relación hombre naturaleza esté dada
en la acción mecánica entre ambos, la cual establece un vínculo de “deter-
minación”. Por el contrario, el posibilismo intenta mostrar cómo y por qué
los grupos sociales, y no el hombre, son el agente geográfico que trabaja y
cambia la faz de la Tierra.79
Las regiones naturales (regiones climatobotánicas, para Febvre) ofre-
cen un conjunto de posibilidades para las sociedades humanas que las
utilizan, pero que no son determinadas por ellas. Para que una población
humana tenga la posibilidad de prosperar en una región natural, se requie-
ren dos condiciones:
36
una base zoobotánica suficiente sobre la que pueda asentarse conve-
nientemente una existencia con porvenir asegurado; que el grupo social
pueda sacar partido con facilidad de los recursos puestos a disposición
por la región natural. Las sociedades humanas se aprovechan de una re-
gión botánica y zoológica, la intervienen, la organizan, la adaptan a sus
necesidades. En este proceso requieren de cierto número de “puntos de
apoyo” favorables al desarrollo de su esfuerzo.80

En este marco de análisis, las fronteras no tienen un valor propio, no son


cosas derivadas del territorio a las que, como lo hizo Ratzel (y agregaríamos
a Turner, Eugene Bolton, Lord Curzon, Ellen Semple, etcétera), se les pueda
descubrir cualidades creativas y restrictivas sobre los seres humanos. No son
objetos cuasiorgánicos con vida propia. Si las fronteras tienen algún valor,
este es temporal y relativo. La frontera natural tiene un valor para quien la
proclama, en el sentido de que es un límite predestinado, ideal para su pose-
sión y necesario para su conquista; y pierde tal valor cuando el poder que la
proclamó, ya no existe más.81
Para Febvre, las fronteras en Europa fueron formas variadas de clasifica-
ción de fronteras naturales. Efectivamente, entre los historiadores y geógrafos
europeos existía la tendencia a describir los contornos territoriales de los Es-
tados europeos a partir del factor natural que servía de límite. El primer tipo
de límite natural fueron los “brazos de mar u océanos” –considerados como
los límites territoriales más evidentes, los menos discutibles–; el segundo,
las cadenas montañosas, y el tercero, los ríos. Cualquiera de estos factores
naturales ha servido para fijar un límite territorial, no sólo como el referente
físico de un tratado de límites territoriales entre Estados, sino la idea misma
de una línea necesaria, en el sentido de indispensable, indiscutible, inviola-
ble, indestructible. La frontera como límite necesario es una simple “ilusión
psicológica”, afirma Febvre.82
La idea de límite como línea necesaria de separación territorial puede
ser cuestionada, porque la línea no sólo es partición de un espacio y el obs-
táculo a diferentes formas de interacción entre grupos que viven a ambos
lados de la línea. Febvre resalta que la frontera es también una zona donde se
manifiestan lazos de unión, “es un centro de expansión y de irradiación, pe-
queños núcleos de atracción dotados de valor propio, que unen entre sí a los 37
hombres de países vecinos. En todo caso no son nunca límites necesarios.”83
Febvre maneja los términos límite y frontera como sinónimos. Por ejem-
plo, afirma refiriéndose a las fronteras naturales: “Y los límites, las fronte-
ras, de donde se partía no eran simples líneas. Su valor no era temporal ni
relativo.”84 Febvre no hace una diferenciación precisa entre estos términos,
pues para él la idea de límite territorial pertenece a la geografía política e
historiografía tradicional. En este sentido, su propuesta es estudiar la frontera
como “un mundo especial”, trátese de ríos, cadenas montañosas o costas
marítimas; estas son zonas especiales que sirven de hábitat a seres humanos,
animales y plantas y que accidentalmente han servido de límite territorial
entre los Estados. Un caso de frontera natural que Febvre estudió con gran
interés fue el Rin, a la vez que frontera territorial histórica (desde tiempos del
imperio romano), también ha sido vía de comunicación, región cultural y
región económica.85
Por otra parte, Febvre señala que la idea de frontera límite no siempre
ha existido. La mayoría de las fronteras antiguas eran zonas, nunca líneas. La
mayoría de los pueblos antiguos eran vecinos sin tocarse, donde bosques o
algún accidente geográfico se interponían entre ellos como una marca, como
una barrera neutral. Las fronteras se convirtieron en líneas de separación
cuando los Estados elaboraron proyectos de partición territorial, y tuvieron
que hacer uso de la geografía con fines políticos. La partición ocurrió una y
otra vez desde el siglo xvii, de manera que las fronteras territoriales surgían,
cambiaban o desaparecían según la delimitación establecida. Regiones que
no eran consideradas fronteras empezaron a serlo, y zonas de frontera forma-
ron parte del territorio interior de los Estados.86
Para terminar, en Febvre la idea de frontera límite es una invención jurí-
dico-administrativa, pero sobre todo política. La idea “un Estado un territorio”
es ambigua pues, como afirma Febvre, el Estado no tiene un origen natural,
espontáneo, siempre es creado. El germen de un país no es la nación, sino
la unión de pequeñas comunidades diferenciadas. No hay Estado que pueda
resumirse a una sola de esas comunidades. Para Febvre, los Estados son amal-
gamas de fragmentos de regiones naturales y comunidades humanas.87
En la misma línea de interpretación de las fronteras territoriales seguida
por Febvre, el geógrafo y especialista en las fronteras de Asia, Owen Lattimo-
38 re, presentó una interpretación histórica de las fronteras en Manchuria, Mon-
golia, Siankang, Tibet y China, las cuales mostraban rasgos diferentes que las
diferenciaban de las fronteras políticas en Europa. El texto Inner Asian Fron-
tiers of China, publicado en 1951,es el trabajo más importante de Lattimore,
y es lectura obligada en el estudio de las fronteras políticas en el mundo.
Lattimore observó que los pueblos de Asia interior no han vivido eter-
namente en territorios separados como ha ocurrido, por ejemplo, en Europa.
La línea de frontera, decía, es una abstracción legal; lo que en realidad existe
es una zona, pero además existen varios tipos de zona de frontera. La zona
de frontera de Europa es diferente a la zona de frontera en Asia interior (y lo
mismo podríamos decir para las fronteras en América Latina). En el primer caso
se trata de una zona de transición entre un pueblo y otro; en el segundo se trata
de zonas de combinación de culturas y donde aún no inicia una tercera, o
donde se han dejado atrás las costumbres y formas de vida de un pueblo para
ingresar a las de otro, y están próximas las influencias culturales de un tercero.
Esta multiplicidad de zonas de frontera en Asia interior explica la ex-
pansión imperial de Rusia y Manchú en los siglos xvii y xviii, la expansión de
Rusia hacia el norte de Irán, Afganistán e India en el siglo xix, y la proyec-
ción imperial de Inglaterra hacia las fronteras terrestres con China y Rusia,
también en el siglo xix. Todo este proceso histórico de expansión territorial
condujo a una situación que Lattimore denominó “estabilización de fronte-
ras”. Esta situación apareció cuando Rusia, China y Gran Bretaña llegaron
al máximo de su satisfacción territorial y firmaron diferentes acuerdos de
delimitación territorial.
Owen Lattimore consideraba que la geografía es un factor importante
en la evolución de las sociedades; sin embargo, también pensaba que no es
un factor constante, y su influencia sobre las sociedades cambia considera-
blemente en el tiempo. Existen otros factores que influyen de manera más
importante en el desarrollo de las sociedades, entre los que se encuentran la
tecnología y los sistemas de producción económica.88
Rechazaba la descripción del “nómada bárbaro” elaborada por los geó-
grafos deterministas. Como vimos anteriormente en Ratzel, el nomadismo sig-
nificaba un nivel anterior en el surgimiento de las civilizaciones primarias;
las sociedades nómadas son grupos atrasados en términos de “desarrollo ci-
vilizatorio”, y su desaparición ocurre cuando se convierten al sedentarismo.
Además, su evolución hacia formas complejas de organización depende del 39
espacio geográfico que habitan. Para Lattimore, el nomadismo no significa
necesariamente estancamiento, ni imposibilidad de crear sistemas de produc-
ción extensiva. Más aún, si se toma el concepto evolución del grupo social del
nomadismo al sedentarismo, entonces también existen casos de involución.89
Finalmente, Lattimore tomó distancia de la crítica de Toynbee al de-
terminismo geográfico. En Toynbee, el factor climático explica la existencia
de grupos nómadas. Sin embargo, para Lattimore esta afirmación es espe-
culativa pues carece de datos precisos –que por otra parte son escasos o
simplemente no existen. Además se basa en que una serie de causas (clima
y medio ambiente hostil) conduce a determinadas consecuencias (existencia
de grupos nómadas).
La concepción de las fronteras de Owen Lattimore nos permite concluir
que la historia de las fronteras políticas no ha sido la misma en distintas re-
giones del planeta. También, que no se puede proporcionar una definición
concluyente sobre el concepto frontera política, por lo tanto tampoco se
puede establecer una tipología única que sirva para clasificar a la frontera.
Owen Lattimore resalta un hecho fundamental en la investigación gene-
ral sobre las fronteras: no se puede dar una explicación de este espacio social
acumulando concepciones históricas, combinándolas de tal manera que el
argumento parezca certero y convincente. Esto último es una estrategia muy
común entre los estudiosos latinoamericanos de las fronteras.
Conclusiones

Vimos en los apartados anteriores tres tesis diferentes de la relación entre el


medio natural, los grupos sociales y el marco temporal en la construcción
de concepciones de la frontera. Explicamos que la primera tesis, el mecani-
cismo organicista, derivó en una concepción determinista de las fronteras,
asignándole a este espacio un papel preponderante en la historia de las na-
ciones y las civilizaciones. Los autores que construyeron esta tesis fueron
Friedrich Ratzel y Frederick Jackson Turner. Sin vínculo intelectual aparente,
estos coincidieron en reconocer a la frontera una función determinante en la
historia: para el primero, en la consolidación territorial de las civilizaciones;
para el segundo, en el carácter nacional de los pueblos.
Ratzel construyó su concepción de frontera a partir de su visión geode-
40 terminista de la historia; en tanto que Turner lo hizo con base en una visión
oscilante entre el determinismo geográfico y el determinismo social (las fron-
teras adquieren sus características de las actividades sociales preponderantes
que ahí se realizan, y a partir de ello se las puede clasificar en fronteras
agrarias, mineras, ganaderas, militares, etc.). Ratzel y Turner también coinci-
dieron en el uso de lenguaje organicista, y de la interpretación “causalista” y
reduccionista de las fronteras.
Por su parte, en la tesis y la concepción del desafío y la respuesta puso
su atención en la acción humana sobre el medio (hábitat) como el factor
clave para comprender la historia en general, y de las fronteras en particular.
El determinismo y el desafío y la respuesta coinciden en una interpretación
lineal y generalizadora de la historia, es decir, ambas consideran que las
comunidades humanas han transitado invariablemente por los mismos esta-
dios en su proceso de surgimiento, evolución y decadencia, y siguiendo la
experiencia de los pueblos europeos se pueden formular hipótesis generales
sobre la evolución de las civilizaciones del mundo.
Esta interpretación lineal y generalizadora de la historia de las fronteras
fue objeto de la crítica de historiadores como Lucien Febvre, pues desde su
punto de vista empobrece la comprensión histórica de la realidad social. El
tema de la relación entre sociedad y medio no sólo se reduce a determinar
cuál de los dos factores es el determinante, sino en precisar de qué manera
interactúan en determinados momentos de la historia. Las formas en cómo
se ha concebido a las fronteras políticas en la historia son de una gran va-
riedad, incluso cambian de época a época para un mismo lugar. Es por
eso que resulta inútil, y hasta ocioso, crear una definición del concepto
frontera que tenga utilidad para el análisis histórico de estos espacios. Tam-
bién, como observa Owen Lattimore, en el estudio histórico de las fronteras
no podemos combinar tesis surgidas de posturas metodológicas diferentes,
pues lo único que se logra es vulgarizar el trabajo del historiador.
La tres tesis históricas de las fronteras que analizamos en este artículo han
sido sumamente influyentes en los estudios de las fronteras en América Latina,
particularmente la tesis mecanicista organicista. Existen, sin embargo, nuevas
perspectivas en esta línea de investigación histórica, especialmente las desarro-
lladas en la geografía histórica, la historia de los tratados y los estudios culturales
y de las identidades. En esos trabajos ya se empieza a reconocer la irrelevancia
de construir una definición concluyente del concepto y de lo inútil de una tipo- 41
logía de las fronteras. Lo que se debe reconocer es el uso social que en determi-
nado momento y lugar se le ha dado a este espacio humano.

Notas

1 Simonet, Glosario, 1888.


2 Kearney, Orígenes, 1970; Bernal, Historia, 1972, p. 610.
3 Ramsey, “Revolution”, 1986; Sequeiros, Geocosmos, 2000, p. 25; Woodward,
History, 1916, en particular el capítulo segundo que trata sobre los fundadores
de la geología como ciencia.
4 Sequeiros, Geocosmos, 2000, pp. 46-48, y Woodward, History, 1916.
5 Bacherlard, Formación, 1948.
6 Kearney, Orígenes, 1970, pp. 77-96.
7 Ramsey, “Revolution”, 1986, p. 2.
8 En economía, por ejemplo, la escuela fisiócrata (“ciencia del dominio de la natu-
raleza”) señalaba que la “sociedad orgánica” está relacionada y mutuamente apo-
yada, y que opera de acuerdo con las leyes de la naturaleza. En la sociología posi-
tivista, conceptos como “progreso”, “criterio de diferenciación”, “regeneración” y
“adaptación social” tienen su origen en el lenguaje organicista aplicado en geolo-
gía y biología. Ibid., p. 16, y Moody, Social, 1915, p. 8.
9 “De las leyes, con relación a la naturaleza del terreno”, libro xviii, en Montes-
quieu, Espíritu, 1820, pp. 231-264.
10 Moody, Social, 1915, p. 41.
11 Ortega, Teoría, 1980, pp. 76-78.
12 Ranke, Pueblos, 1986, y Guilland, Modern, 1915, pp. 93-94.
13 Sevilla, “Problemas”, 1993, pp. 31-32.
14 Vogt, Concepto, 1974, p. 22, y Navarro, “Jacob”, 2000, pp. 116-118.
15 Droysen, Histórica, 1983, pp. 9 y 17.
16 Ibid., pp. 197-198.
17 Ibid., p. 18.
18 Ibid., p. 20.
19 La segunda edición de Volkerkunde (1885-1888) fue traducida al inglés con el
título The History of the Mankind, en 1896. Una edición previa en español apa-
42 reció con el título, desde mi punto de vista incorrecto, Las razas humanas, Bar-
celona, Montaner Simón Editores, en 1889.
20 La edición original en alemán la integraron tres volúmenes. El volumen i aborda
las razas de Oceanía, Australia, Malayas y Malagasies. El volumen 2 trata sobre
los indios del norte y sur de América, los esquimales y de algunas poblaciones
negras en América. El volumen 3, el más extenso, refiere a los pueblos nativos de
Asia y África.
21 Para este artículo fue consultada la edición en inglés, la cual contiene además
una introducción a cargo del antropólogo británico Edward Burnett Taylor (1832-
1917), autor de Researches in to the Early History of Mankind and the Develo-
pment of Civilizations, publicado en 1878, y de Anahuac, or Mexico and the
Mexicans, Ancient and Modern, publicado en 1861.Este autor fue probablemen-
te el vínculo intelectual entre Turner y Ratzel, en torno al origen de las civiliza-
ciones, las culturas y los desplazamientos humanos.
22 Consultamos la edición en francés Géographiepolitique, 1988.
23 Ratzel, History, 1896, vol. 2, p. 15.
24 Ibid., vol. 3, 1896, p. 149, y vol. 2, 1896, p. 173.
25 Para una crítica al razonamiento causalista de Ratzel véase, Febvre, Térre, 1949,
pp. 68-68 y 81.
26 Ratzel, “Sol”, 1900, p. 12.
27 Ratzel, History, 1896, vol. 2, p. 73.
28 Ibid., p. 84.
29 En términos de tiempo esto es medible, aseguraba Ratzel. Citó a Alexis de Toque-
ville para el siguiente cálculo sobre la colonización de las tierras al sur de los pri-
meros asentamientos ingleses en América: “magnitud del avance (de los colonos)
durante un año: la longitud de 17 millas para toda la antigua frontera desde el lago
superior hasta el golfo de México”. Ratzel, History, 1896, vol. 1, p. 9.
30 Ibid., vol. 2, pp. 118-119.
31 Ibid., p. 161.
32 Ibid.
33 Ratzel, Géographie, 1988.
34 En lengua española existen dos ediciones: una de Ediciones Castilla, Madrid, con
un prólogo de Guillermo Céspedes, profesor de la Universidad de Sevilla; la otra
de la Universidad de Costa Rica.
35 Turner, Frontier, 1921, pp. 2-3.
36 Ibid., pp. 2 y 11. 43
37 Ibid., pp. 3, 15, 45, 46, 52, 124 y 127.
38 Webb, Great, 1951, p. 2.
39 Turner, Frontier, 1921, p. 3.
40 Ibid., p. 9.
41 Ibid., p. 11.
42 Ibid., p. 15.
43 Ibid., pp. 23-38.
44 Limerick, Milner y Rankin, Trails, 1991, y Legacy, 1979, y White, It’s, 1991.
45 Bolton, Spanish, 1921, y Schmit, “Construcción”, 2008, p. 3.
46 Aiton, “Latin-American”, 1940, pp. 100-103; Weber y Rausch, Cultures, 1994,
p. 19, y Schmit, “Construcción”, 2008, p. 3.
47 Aiton, “Latin-American”, 1940, p. 104, y Schmit, “Construcción”, 2008, p. 3.
48 Webb, Great, 1951, pp. 1-29.
49 Dewey, German, 1915.
50 Vogt, Concepto, 1974, p. 78.
51 Ibid., p. 95.
52 Timasheff, Teoría, 1955, p. 346.
53 Toynbee utiliza constantemente términos de origen religioso, por lo que a su
obra se la ha catalogada como historiografía religiosa.
54 Toynbee, Estudio, 1959, en particular los capítulos ii al iv, y Timasheff, Teoría,
1955, p. 347.
55 Respetamos la ortografía original del sustantivo hombre. En Toynbee, escrito de
esta manera refiere a la especie humana y no al género.
56 Toynbee, Estudio, pp. 59-60, y Timasheff, Teoría, 1955, p. 347.
57 Según Toynbee fueron 21 las culturas que llegaron a convertirse en civilizaciones
maduras. Toynbee, Estudio, 1959, véase capítulo 1 (Introducción), apartado ii,
“Estudio comparativo de las civilizaciones”, pp. 19-37.
58 El concepto de “adaptación” fue acuñado por Charles Darwin para explicar
cómo plantas y animales logran sobrevivir exitosamente en ambientes hostiles.
En el naturalismo francés, Jena Baptiste Lamarck, creador de la biología mo-
derna, utilizaba el concepto “influencia del medio” en un sentido similar al de
“adaptación”, aunque daba preponderancia al medio sobre la capacidad del
organismo vivo, planta o animal.
59 Toynbee, Estudio, 1959, en el cap. ii, “Génesis de las civilizaciones”, apartado v
44 “Incitación y respuesta”, pp. 64-70 y 75-76.
60 Toynbee, Estudio, 1959, p. 111.
61 Toynbee, New, 1915, pp. 37-38.
62 Ibid., p. 38.
63 Ibid., pp. 38-39.
64 Ibid., pp. 42-43.
65 Ibid., pp. 43-44.
66 Ibid., p. 45.
67 Vicens, Tratado, 1961, p. 72.
68 Ibid., pp. 76-77.
69 Nweihed, Frontera, 1992, pp. 32-34.
70 Ibid., p. 39-68.
71 Ibid., p. 50.
72 Febvre, Térre, 1949, p 19.
73 Ibid., pp. 34-39.
74 Ibid., pp. 39-42.
75 Ibid., pp. 164-166.
76 Ibid., pp. 54 y 80.
77 Ibid., p. 55.
78 Ibid., p. 163.
79 Ibid.
80 Ibid., p. 222. Las cursivas son del autor.
81 Ibid., p. 282.
82 Ibid., p. 282-283 y 285.
83 Ibid., p. 354.
84 Ibid., p. 354.
85 Febvre, Rin, 2004.
86 Febvre, Térre, 1949, pp. 362-63.
87 Ibid., p. 368.
88 Lattimore, “Inner”, 1947, p. 180.
89 Lattimore, “Geographical”, 1938, p. 1.

Bibliografía
45
Aiton, Arthur Scott, “Latin-American Frontiers”, Report of the Annual Meeting/ Rap-
ports Annuels de la Societé Historique du Canada, vol. 19, núm. 1, 1940.
Bachelard, Gaston, La formación del espíritu científico, Barcelona, Siglo XXI, 1948.
Benveniste, Émile, Le Vocabulaire des institutions indo-européennes, vol. ii, París, Ed.
de Minuit, 1969.
Bernal, John Desmond, Historia social de la ciencia. 1. La ciencia en la historia,
Madrid, Editorial Península, 1972.
, La ciencia en la historia, México, Ed. Nueva Patria, 1989.
Bolton, Herbert E., The Spanish Borderlands. A Chronicle of Old Florida and the
Southwest, New Haven, Yale University Press, 1921.
Dewey, John, German Philosophy and Politics, Nueva York, Henry Holt and Co., 1915.
Droysen, Johann Gustav, Histórica. Lecciones sobre la enciclopedia y metodología
de la historia, Barcelona, Alfa, 1983.
Febvre, Lucien, La térre et l’évolution humaine. Introduction géographique à
l’histoire, Paris, Éditions Albin Michel, 1949.
, El Rin. Historia mitos y realidades, México, Siglo XXI, 2004.
Guilland, Armand, Modern Germany and Her Historians, Nueva York, Mc-Bride,
Nast & Co., 1915.
Kearney, Huge, Orígenes de la ciencia moderna, 1500-1700, Barcelona, Editorial
Guadarrama, 1970.
Lamont, Michele y Virag Molnar, “The Study of Boundaries in the Social Sciences”,
en Annual Review of Sociology, vol. 28, 2002, pp. 167-195 en <http://ssrn.
com/abstract=21314227>.
Lattimore, Owen, “The Geographical Factor in Mongol History”, The Geographical
Journal, vol. 91, núm. 1, enero de 1938.
, “An Inner Asian Aproach to the Historical Geography of China”,
The Geographical Journal, vol. 110, núms. 4/6, octubre-diciembre de 1947.
, “The New Political Geography of Inner Asia”, The Geographical
Journal, vol. 119, núm. 1, marzo de 1953.
Limerick, Patricia N., Clyde A. Milner II, Charles E. Rankin, (eds.), The Legacy of
Conquest: The Unbroken Past of the American West, Nueva York, W. W. Norton
& Co., 1987.
, Trails: Toward a New Western History, Lawrence, The University
46 Press of Kansas, 1991.
Montesquieu, Charles de Secondat, baron de, Del espíritu de las leyes, Madrid, Im-
prenta de Villalpando, 1820, vol. 2.
Moody Bristol, Lucius, Social Adaptation: A Study in the Development of the Doctri-
ne of Adaptation as a Theory of Social Progress, Cambridge, Harvard University
Press, 1915.
Navarro Pérez, Jorge, “Jacob Burckhardt, el escepticismo histórico y el pesimismo po-
lítico”, Res Publica, Universidad de Murcia, núm. 6, 2000, Murcia, pp. 111‑145.
Nweihed, Kaldone G., Frontera y límite en su marco mundial. Una aproximación a
la “fronterología”, Caracas, Instituto de Altos Estudios de América Latina/Equi-
noccio/Ediciones de la Universidad Simón Bolívar, 1992.
Ortega y Medina, Juan A., Teoría y crítica de la historiografía científico-idealista ale-
mana, México, Instituto de Investigaciones Históricas-unam, 1980.
Pounds, Norman J. G., “The Origin of the Idea of Natural Frontiers in France”,
Annals of the Association of American Geographers, vol. 41, núm. 2, junio
de 1951.
Ramsey, Sarah M. R., “Revolution, Reconciliation, and Transition: Organic Philosophy
in late Eighteenth and early Nineteenth Century (De Stael, Cambaceres, Saint-
Simon)”, Ph. D. dissertation, The University of Texas at Dallas, 1986.
Ranke, Leopod von, Pueblos y Estados en la historia moderna, México, fce, 1986.
Ratzel, Friedrich, The History of Mankind, trad. al inglés por A. J. Butler, Nueva York,
Macmillan and Co., Ltd., 1896, 3 vols.
, Le sol, la societé et l’État, Quebec, Universidad de Laval, 1900
(Col. Le Classiques des Sciences Sociales).
, Géographíe politique, traducida al francés por Françoise Ewald,
París, Fayard, 1980.
Schmit, Roberto, “La construcción de la frontera decimonónica en la historiogra-
fía rioplatense”, Mundo Agrario, vol. 8, núm. 16, Universidad Nacional de la
Plata, 2008.
Sequeiros, Leandro, El geocosmos de Athanasios Kircher, Granada, Universidad de
Granada, 2000.
Sevilla Segura, Sergio, “Problemas filosóficos de la historiografía: conciencia históri-
ca, ciencia y narración”, Ayer, revista de la Asociación de Historia Contempo-
ránea, núm. 12, 1993, Madrid, pp. 29-46.
Simonet, Francisco Javier, Glosario de voces ibéricas y latinas usadas entre los mozá-
rabes. Precedido de un estudio desde el dialecto hispano-mozárabe, Madrid, 47
Establecimiento Tipográfico de Fortanet, 1888.
Timasheff, Nicolás, La teoría sociológica, México, fce, 1955.
Toynbee, Arnold Joseph, The New Europe. Somme Essays in Reconstruction, Lon-
dres, J. M. Dents & Sons Ltd., 1915.
, Estudio de la historia, Buenos Aires, Emecé Editores, 1959, 2 tt.
Turner, Frederick Jackson, The Frontier in the American History, New York, Henry
Holt and Company, 1921.
, La frontera en la historia americana, Madrid, Ediciones Castilla,
1961.
Vicens Vives, Jaime, Tratado general de geopolítica, Barcelona, Editorial Vicens
Vives, 1961.
Vidal de la Blache, Paul, “La Géographie Politique a propos des écrits de M. Frédéric
Ratzel, Annals de Géographie, núm. 32, año, 7, 15 de marzo de 1898.
Vogt, Joseph, El concepto de la historia de Ranke a Toynbee, Punto Omega, Ma-
drid, 1974.
Webb, Walter Prescott, The Great Frontier, Austin, University of Texas Press, 1951.
Weber, David J. y Jane M. Rausch (eds.), Where Cultures Meet: Frontieres in Latin
American History, Delaware, Jaguar Books, 1994.
White, Richard, It’s Your Misfortune and Non of My Own: A History of the American
West, Norman, University of Oklahoma Press, 1991.
Woodward, Horace B, History of Geology, Londres, Watts & Co., 1916.

También podría gustarte