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Isaac Newton

Isaac Newton nació el 4 de Enero de 1643, en Woolsthorpe, a unos 13 Km. al sur de Grantham, en el Lincolnshire y murió
el 31 de marzo de 1727, en Londres, Inglaterra. Fue un niño prematuro. Su padre que también se llamaba Isaac, murió
antes de su nacimiento. De familia de campesinos acomodados, su padre sin embargo no sabía leer ni escribir.

Su madre fue una mujer ahorrativa y diligente. Se casó de nuevo, con un pastor anglicano, cuando su hijo no tenía más
que dos años. Isaac fue educado por su abuela, preocupada por la delicada salud de su nieto. Criado básicamente como
un huérfano, Isaac no tuvo una infancia feliz. Su abuelo James Ayscough parece que no lo quería. Tampoco parece que se
llevara bien con su padrastro Barnabas Smith. Newton frecuentó la escuela del lugar y, siendo muy niño, manifestó un
comportamiento completamente normal, con un interés marcado por los juguetes mecánicos.

La vida de Isaac Newton puede dividirse en tres periodos. El primero es su niñez, desde 1643 hasta que consiguió una
cátedra en 1669. El segundo periodo desde 1669 a 1687 fue el periodo de su producción científica como Lucasian professor
en Cambridge. El tercer periodo, caso tan largo como los otros dos, Newton es un funcionario bien pagado del gobierno
en Londres con poco interés por la investigación matemática.

El reverendo William Ayscough, tío de Newton y diplomado por el Trinity College de Cambridge, convenció a su madre de
que lo enviara a Cambridge en lugar de dejarlo en la granja familiar para ayudarla, ya que Isaac había demostrado poco
interés en la granja. En junio de 1661, a los dieciocho años, era pues alumno del Trinity College, y nada en sus estudios
anteriores permitía entrever o incluso esperar la deslumbrante carrera científica del fundador de la mecánica y la óptica,
ya que incluso sus profesores anteriores lo describían como perezoso y distraido. Por otra parte, el Trinity College tenía
fama de ser una institución sumamente recomendable para aquellos que se destinaban a las órdenes. Afortunadamente,
esta institución le brindó hospitalidad, libertad y una atmósfera amistosa que le permitieron tomar contacto verdadero
con el campo de la ciencia.
Al comienzo de su estancia en Cambridge, se interesó en primer lugar por la química, y este interés, según se dice, se
manifestó a lo largo de toda su vida. Durante su primer año de estudios, y probablemente por primera vez, leyó una obra
de matemáticas sobre la geometría de Euclides, lo que despertó en él el deseo de leer otras obras. Parece también que su
primer tutor fue Benjamin Pulleyn, posteriormente profesor de griego en la Universidad. En 1663, Newton leyó la Clavis
mathematicae de Oughtred, la Geometria de René Descartes de Van Schooten, la Optica de Kepler, la Opera mathematica
de Vieta, editadas por Van Schooten y, en 1644, la Aritmética de Wallis que le serviría como introducción a sus
investigaciones sobre las series infinitas, el teorema del binomio, ciertas cuadraturas. También a partir de 1663 Newton
conoció a Barrow, quien le dio clase como primer profesor lucasiano de matemáticas. En la misma época, Newton entró
en contacto con los trabajos de Galileo, Fermat, Huygens y otros, a partir probablemente de la edición de 1659 de la
Geometria de Descartes por Van Schooten.

Desde finales de 1664, Newton parece dispuesto a contribuir personalmente al desarrollo de las matemáticas. Aborda
entonces el teorema del binomio, a partir de los trabajos de Wallis, y el cálculo de fluxiones. Después, al acabar sus
estudios de bachiller, debe volver a la granja familiar a causa de una epidemia de peste bubónica. Retirado con su familia
durante los años 1665-1666, conoce un período muy intenso de descubrimientos: descubre la ley del inverso del cuadrado,
de la gravitación, desarrolla su cálculo de fluxiones, generaliza el teorema del binomio y pone de manifiesto la naturaleza
física de los colores. Sin embargo, Newton guarda silencio sobre sus descubrimientos y reanuda sus estudios en Cambridge
en 1667.

De 1667 a 1669, emprende activamente investigaciones sobre óptica y es elegido fellow del Trinity College. En 1669,
Barrow renuncia a su cátedra lucasiana de matemáticas y Newton le sucede y ocupa este puesto hasta 1696. El mismo
año envía a Collins, por medio de Barrow, su Analysis per aequationes numero terminorum infinitos. Para Newton, este
manuscrito representa la introducción a un potente método general, que desarrollará más tarde: su cálculo diferencial e
integral.

En 1672 publicó una obra sobre la luz con una exposición de su filosofía de las ciencias, libro que fue severamente criticado
por la mayor parte de sus contemporáneos, entre ellos Robert Hooke (1638-1703) y Huygens, quienes sostenían ideas
diferentes sobre la naturaleza de la luz. Como Newton no quería publicar sus descubrimientos, no le faltaba más que eso
para reafirmarle en sus convicciones, y mantuvo su palabra hasta 1687, año de la publicación de sus Principia, salvo quizá
otra obra sobre la luz que apareció en 1675.

Desde 1673 hasta 1683, Newton enseñó álgebra y teoría de ecuaciones, pero parece que asistían pocos estudiantes a sus
cursos. Mientras tanto, Barrow y el astrónomo Edmond Halley (1656-1742) reconocían sus méritos y le estimulaban en
sus trabajos. Hacia 1679, verificó su ley de la gravitación universal y estableció la compatibilidad entre su ley y las tres de
Kepler sobre los movimientos planetarios

Newton descubrió los principios de su cálculo diferencial e integral hacia 1665-1666, y durante el decenio siguiente
elaboró al menos tres enfoques diferentes de su nuevo análisis. Desde 1684, su amigo Halley le incita a publicar sus
trabajos de mecánica, y finalmente, gracias al sostén moral y económico de este último y de la Royal Society, publica en
1687 sus célebres Philosophiae naturalis principia mathematíca. Los tres libros de esta obra contienen los fundamentos
de la física y la astronomía escritos en el lenguaje de la geometría pura.
En 1687, Newton defendió los derechos de la Universidad de Cambridge contra el impopular rey Jacobo II y, como
resultado tangible de la eficacia que demostró en esa ocasión, fue elegido miembro del Parlamento en 1689, en el
momento en que el rey era destronado y obligado a exiliarse. Mantuvo su escaño en el Parlamento durante varios años
sin mostrarse, no obstante, muy activo durante los debates. Durante este tiempo prosiguió sus trabajos de química, en
los que se reveló muy competente, aunque no publicara grandes descubrimientos sobre el tema. Se dedicó también al
estudio de la hidrostática y de la hidrodinámica además de construir telescopios.

Después de haber sido profesor durante cerca de treinta años, Newton abandonó su puesto para aceptar la
responsabilidad de Director de la Moneda en 1696. Durante los últimos treinta años de su vida, abandonó prácticamente
sus investigaciones y se consagró progresivamente a los estudios religiosos. Fue elegido presidente de la Royal Society en
1703 y reelegido cada año hasta su muerte. En 1705 fue hecho caballero por la reina Ana, como recompensa a los servicios
prestados a Inglaterra.

Los últimos años de su vida se vieron ensombrecidos por la desgraciada controversia, de envergadura internacional, con
Leibniz a propósito de la prioridad de la invención del nuevo análisis, Acusaciones mutuas de plagio, secretos disimulados
en criptogramas, cartas anónimas, tratados inéditos, afirmaciones a menudo subjetivas de amigos y partidarios de los dos
gigantes enfrentados, celos manifiestos y esfuerzos desplegados por los conciliadores para aproximar a los clanes
adversos.

Después de una larga y atroz enfermedad, Newton murió durante la noche del 20 de marzo de 1727, y fue enterrado en
la abadía de Westminster en medio de los grandes hombres de Inglaterra.
Albert Einstein

Nació el 14 de marzo de 1879, en Ulm (Alemania) y muere el 18 de abril de 1955, en Princeton (Estados Unidos de
América).

Albert Einstein es quizá el científico mundialmente más conocido por el desarrollo de la Teoría de la Relatividad que
revolucionó la ciencia conocida hasta el siglo XX.

En 1921 obtuvo el Nobel de Física por sus explicaciones sobre el efecto fotoeléctrico e importante también fue el
descubrimiento del movimiento browniano, auspiciado por Robert Brown en 1820 pero que había quedado sin
explicación hasta entonces.

Albert Einstein nace en el seno de una familia judía en 1879. Fue el primogénito de Hermann Einstein y Pauline Koch. Su
madre, que sabía tocar diversos instrumentos musicales, inspira la pasión musical que Einstein demostró desde muy
pequeño. También influyó mucho en él su tío Jakob Einstein, ingeniero, que le daba libros de ciencia para que los leyera.
Además Jakob montó con el padre de Einstein un taller dónde llevarían a cabo proyectos y experimentos tecnológicos de
la época y, a pesar de que éste fracasó, Einstein creció impregnándose de ese espíritu inquieto y amante de la ciencia.

Fue un niño solitario que se entregaba al estudio y a la lectura concentrado y paciente. No comenzó a hablar hasta los
tres años y eso, unido a su carácter, hizo plantearse incluso a sus padres si aquel niño sufría alguna discapacidad
intelectual. Precisamente Einstein siempre alegó que cree que fue capaz de desarrollar la teoría de la relatividad debido
a su desarrollo intelectual tardío ya que un adulto normal no se pregunta sobre el tiempo y el espacio, sólo cuando se es
niño.
A los 4 años, en el transcurso de una enfermedad que le hizo reposar en cama, su padre le regaló una brújula de bolsillo.
Para Einstein, según sus propias palabras, este acontecimiento sería determinante ya que le fascinó el hecho de que
aquella aguja siempre apuntara en la misma dirección sin estar en contacto con nada. Esa curiosidad innata sería
motivada y alentada por sus padres que le educaron en la perseverancia y la independencia.

También influyó en él, durante su juventud, un estudiante de medicina apellidado Talmud que le llevaba libros
científicos y libros de filosofía que Einstein leía y comprendía apasionadamente.

Einsten cursó sus estudios de primaria en un colegio católico en Munich, donde la familia se había trasladado un año
después de su nacimiento, y obtuvo excelentes calificaciones, especialmente en ciencias. La etapa de la secundaria fue
más dura para él y en 1895 se reunió con su familia en Milán (Italia), dónde debido a dificultades económicas, se habían
trasladado sus padres con su hermana pequeña Maya. Pero Einstein no había terminado el bachillerato y, aunque trató
de acceder al Instituto Politécnico de Zurich (Suiza) mediante un examen, no pudo debido a que no superó una
asignatura de “letras”. Finalmente al año siguiente sí obtuvo el título de bachiller y con 17 años, por fin, ingresó en la
Politécnica de Zurich para estudiar Física. Se graduó en 1900 y obtuvo el título de profesor de Matemáticas y Física.

Entre 1902 y 1909 consiguió un puesto fijo en la oficina de patentes de Berna, en Suiza y durante este tiempo terminó su
doctorado. En ese periodo, concretamente en 1905, publicó unos artículos de suma relevancia para la ciencia: sobre el
efecto fotoeléctrico, sobre el movimiento browniano y la teoría de la relatividad especial. Estos artículos le valieron la
obtención de su doctorado, una plaza de profesor en 1909 en la Universidad de Berna, en 1914 una plaza en la
Academia de ciencias prusiana, en Berlín, y en 1921 el Premio Nobel de Física, pero otorgado por el efecto fotoeléctrico,
ya que la Teoría de la Relatividad Especial y General (que perfeccionó hacia 1915) suscitaban controversia en el mundo
científico.

Durante el resto de su vida y, a pesar de que tuvo que vivir dos guerras mundiales siendo durante la segunda el
momento en que emigró a Estados Unidos para siempre, se dedicó a la ciencia tratando de encontrar una teoría unitaria
de la gravitación y el electromagnetismo. Por toda su trayectoria, obtuvo fama y prestigio mundiales como científico y la
ecuación E=m·c 2 quizá sea de las más conocidas de la Física.

Casado dos veces y con dos hijos reconocidos, fue un activo defensor del pacifismo, aunque se le recuerde también por
apoyar (y no participar) el “Proyecto Manhattan”, un programa de desarrollo de armas nucleares en EEUU que daría
lugar a la bomba atómica. Pero tras el desastre de Hiroshima y Nagasaki, hizo campaña contraria a las armas nucleares.

Einstein falleció en Princeton en 1955 dejando un legado científico que revolucionó la ciencia del siglo XX y de momento,
probablemente del XXI.
Galileo Galilei

La revolución científica del Renacimiento tuvo su arranque en el heliocentrismo de Copérnico


y su culminación, un siglo después, en la mecánica de Newton. Su más eximio
representante, sin embargo, fue el científico italiano Galileo Galilei. En el campo de la física,
Galileo formuló las primeras leyes sobre el movimiento; en el de la astronomía, confirmó la
teoría copernicana con sus observaciones telescópicas. Pero ninguna de estas valiosas
aportaciones tendría tan trascendentales consecuencias como la introducción de la
metodología experimental, logro que le ha valido la consideración de padre de la ciencia
moderna.

Galileo Galilei

Por otra parte, el proceso inquisitorial a que fue sometido Galileo por defender el
heliocentrismo acabaría elevando su figura a la condición de símbolo: en el craso error
cometido por las autoridades eclesiásticas se ha querido ver la ruptura definitiva entre ciencia
y religión y, pese al desenlace del proceso, el triunfo de la razón sobre el oscurantismo
medieval. De forma análoga, la célebre frase que se le atribuye tras la forzosa retractación
(Eppur si muove, 'Y sin embargo, la Tierra se mueve') se ha convertido en el emblema del poder
incontenible de la verdad frente a cualquier forma de dogmatismo establecido.

Galileo Galilei nació en Pisa el 15 de febrero de 1564. Lo poco que, a través de algunas cartas,
se conoce de su madre, Giulia Ammannati di Pescia, no compone de ella una figura demasiado
halagüeña. Su padre, Vincenzo Galilei, era florentino y procedía de una familia que tiempo
atrás había sido ilustre; músico de vocación, las dificultades económicas lo habían obligado a
dedicarse al comercio, profesión que lo llevó a instalarse en Pisa. Hombre de amplia cultura
humanista, fue un intérprete consumado y un compositor y teórico de la música; sus obras
sobre teoría musical gozaron de una cierta fama en la época.

De él hubo de heredar Galileo no sólo el gusto por la música (tocaba el laúd), sino también el
carácter independiente y el espíritu combativo, y hasta puede que el desprecio por la confianza
ciega en la autoridad y el gusto por combinar la teoría con la práctica. Galileo fue el
primogénito de siete hermanos de los que tres (Virginia, Michelangelo y Livia) acabarían
contribuyendo, con el tiempo, a incrementar sus problemas económicos. En 1574 la familia
se trasladó a Florencia, y Galileo fue enviado un tiempo al monasterio de Santa Maria di
Vallombrosa, como alumno o quizá como novicio.

Juventud académica

En 1581 Galileo ingresó en la Universidad de Pisa, donde se matriculó como estudiante de


medicina por voluntad de su padre. Cuatro años más tarde, sin embargo, abandonó la
universidad sin haber obtenido ningún título, aunque con un buen conocimiento de Aristóteles.
Entretanto, se había producido un hecho determinante en su vida: su iniciación en las
matemáticas (al margen de sus estudios universitarios) y la consiguiente pérdida de interés
por su carrera como médico.

De vuelta en Florencia en 1585, Galileo pasó unos años dedicado al estudio de las
matemáticas, aunque interesado también por la filosofía y la literatura, en la que mostraba
sus preferencias por Ariosto frente a Tasso; de esa época data su primer trabajo sobre el
baricentro de los cuerpos (que luego recuperaría, en 1638, como apéndice de la que habría
de ser su obra científica principal) y la invención de una balanza hidrostática para la
determinación de pesos específicos, dos contribuciones situadas en la línea de Arquímedes, a
quien Galileo no dudaría en calificar de «sobrehumano».

Tras dar algunas clases particulares de matemáticas en Florencia y en Siena, trató de obtener
un empleo regular en las universidades de Bolonia, Padua y en la propia Florencia. En 1589
consiguió por fin una plaza en el Estudio de Pisa, donde su descontento por el paupérrimo
sueldo percibido no pudo menos que ponerse de manifiesto en un poema satírico contra la
vestimenta académica. En Pisa compuso Galileo un texto sobre el movimiento que mantuvo
inédito, en el cual, dentro aún del marco de la mecánica medieval, criticó las explicaciones
aristotélicas de la caída de los cuerpos y del movimiento de los proyectiles.

El método experimental
En continuidad con esa crítica, una cierta tradición historiográfica ha forjado la anécdota (hoy
generalmente considerada como inverosímil) de Galileo refutando materialmente a Aristóteles
mediante el procedimiento de lanzar distintos pesos desde lo alto del Campanile de Pisa, ante
las miradas contrariadas de los peripatéticos. Casi dos mil años antes, Aristóteles había afirmado
que los cuerpos más pesados caen más deprisa; según esta leyenda, Galileo habría
demostrado la falsedad de este concepto con el simple procedimiento de dejar caer
simultáneamente cuerpos de distinto peso desde lo alto de la torre y constatar que todos
llegaban al suelo al mismo tiempo.
Recreación del plano inclinado de Galileo (Museo Galileo, Florencia)

De ser cierto, podría fecharse en el episodio de la torre de Pisa el nacimiento de la metodología


científica moderna. Y es que, en tiempos de Galileo, la ciencia era fundamentalmente
especulativa. Las ideas y teorías de los grandes sabios de la Antigüedad y de los padres de la
Iglesia, así como cualquier concepto mencionado en las Sagradas Escrituras, eran venerados
como verdades indudables e inmutables a las que podían añadirse poco más que glosas y
comentarios, o abstractas especulaciones que no alteraban su sustancia. Aristóteles, por
ejemplo, había distinguido entre movimientos naturales (las piedras caen al suelo porque es
su lugar natural, y el humo, por ser caliente, asciende hacia el Sol) y violentos (como el de
una flecha lanzada al cielo, que no es su lugar natural); los estudiosos de los tiempos de
Galileo se dedicaban a razonar en torno a clasificaciones tan estériles como ésta, buscando
un inútil refinamiento conceptual.

En lugar de ello, Galileo partía de la observación de los hechos, sometiéndolos a condiciones


controladas y mesurables en experimentos. Probablemente es falso que dejase caer pesos
desde la torre de Pisa; pero es del todo cierto que construyó un plano inclinado de seis metros
de largo (alisado para reducir la fricción) y un reloj de agua con el que midió la velocidad de
descenso de las bolas. De la observación surgían hipótesis que habían de corroborarse en
nuevos experimentos y formularse matemáticamente como leyes universalmente válidas,
pues, según un célebre concepto suyo, «el Libro de la Naturaleza está escrito en lenguaje
matemático». Con este modo de proceder, hoy natural y en aquel tiempo nuevo y escandaloso
(por cuestionar ideas universalmente admitidas y la autoridad de los sabios y doctores),
Galileo inauguraba la revolución metodológica que le ha valido el título de «padre de la ciencia
moderna».

Los años fecundos en Padua (1592-1610)

La muerte de su padre en 1591 significó para Galileo la obligación de responsabilizarse de su


familia y atender a la dote de su hermana Virginia. Comenzaron así una serie de dificultades
económicas que no harían más que agravarse en los años siguientes; en 1601 hubo de proveer
a la dote de su hermana Livia sin la colaboración de su hermano Michelangelo, quien había
marchado a Polonia con dinero que Galileo le había prestado y que nunca le devolvió (más
tarde, Michelangelo se estableció en Alemania gracias de nuevo a la ayuda de su hermano, y
envió luego a vivir con él a toda su familia).

La necesidad de dinero en esa época se vio aumentada por el nacimiento de los tres hijos del
propio Galileo: Virginia (1600), Livia (1601) y Vincenzo (1606), habidos de su unión con
Marina Gamba, que duró de 1599 a 1610 y con quien no llegó a casarse. Todo ello hizo
insuficiente la pequeña mejora conseguida por Galileo en su remuneración al ser elegido, en
1592, para la cátedra de matemáticas de la Universidad de Padua por las autoridades
venecianas que la regentaban. Hubo de recurrir a las clases particulares, a los anticipos e
incluso a los préstamos. Pese a todo, la estancia de Galileo en Padua, que se prolongó hasta
1610, constituyó el período más creativo, intenso y hasta feliz de su vida.

En Padua tuvo ocasión Galileo de ocuparse de cuestiones técnicas como la arquitectura militar,
la castrametación, la topografía y otros temas afines de los que trató en sus clases
particulares. De entonces datan también diversas invenciones, como la de una máquina para
elevar agua, un termoscopio y un procedimiento mecánico de cálculo que expuso en su
primera obra impresa: Operaciones del compás geométrico y militar (1606). Diseñado en un principio
para resolver un problema práctico de artillería, el instrumento no tardó en ser perfeccionado
por Galileo, que amplió su uso en la solución de muchos otros problemas. La utilidad del
dispositivo, en un momento en que no se habían introducido todavía los logaritmos, le permitió
obtener algunos ingresos mediante su fabricación y comercialización.
En 1602 Galileo reemprendió sus estudios sobre el movimiento, ocupándose del isocronismo
del péndulo y del desplazamiento a lo largo de un plano inclinado, con el objeto de establecer
cuál era la ley de caída de los graves. Fue entonces, y hasta 1609, cuando desarrolló las ideas
que treinta años más tarde constituirían el núcleo de sus Discursos y demostraciones matemáticas en
torno a dos nuevas ciencias (1638), obra que compendia su espléndida contribución a la física.
Los descubrimientos astronómicos

En julio de 1609, de visita en Venecia (para solicitar un aumento de sueldo), Galileo tuvo
noticia de un nuevo instrumento óptico que un holandés había presentado al príncipe Mauricio
de Nassau; se trataba del anteojo, cuya importancia práctica captó Galileo inmediatamente,
dedicando sus esfuerzos a mejorarlo hasta hacer de él un verdadero telescopio. Aunque
declaró haber conseguido perfeccionar el aparato merced a consideraciones teóricas sobre los
principios ópticos que eran su fundamento, lo más probable es que lo hiciera mediante
sucesivas tentativas prácticas que, a lo sumo, se apoyaron en algunos razonamientos muy
sumarios.
Galileo muestra el telescopio al dux de Venecia (fresco de Giuseppe Bertini)

Sea como fuere, su mérito innegable residió en que fue el primero que acertó en extraer del
instrumento un provecho científico decisivo. Entre diciembre de 1609 y enero de 1610, Galileo
realizó con su telescopio las primeras observaciones de la Luna, interpretando lo que veía
como prueba de la existencia en nuestro satélite de montañas y cráteres que demostraban su
comunidad de naturaleza con la Tierra; las tesis aristotélicas tradicionales acerca de la
perfección del mundo celeste, que exigían la completa esfericidad de los astros, quedaban
puestas en entredicho.

El descubrimiento de cuatro satélites de Júpiter contradecía, por su parte, el principio de que


la Tierra tuviera que ser el centro de todos los movimientos que se produjeran en el cielo. A
finales de 1610, Galileo observó que Venus presentaba fases semejantes a las lunares, hecho
que interpretó como una confirmación empírica al sistema heliocéntrico de Copérnico, ya que
éste, y no el geocéntrico de Tolomeo, estaba en condiciones de proporcionar una explicación
para el fenómeno.
Ansioso de dar a conocer sus descubrimientos, Galileo redactó a toda prisa un breve texto
que se publicó en marzo de 1610 y que no tardó en hacerle famoso en toda Europa: El mensajero
sideral. Su título original, Sidereus Nuncius, significa 'el nuncio sideral' o 'el mensajero de los
astros', aunque también admite la traducción 'el mensaje sideral'. Éste último es el sentido
que Galileo, años más tarde, dijo haber tenido en mente cuando se le criticó la arrogancia de
atribuirse la condición de embajador celestial. Elogios en italiano y en dialecto veneciano
celebraron la obra. Tommaso Campanella escribía desde su cárcel de Nápoles: «Después de
tu Nuncio, oh Galileo, debe renovarse toda la ciencia». Kepler, desconfiado al principio,
comprendió después todas las ventajas que se derivaban de usar un buen telescopio, y
también se entusiasmó ante las maravillosas novedades.
El libro estaba dedicado al gran duque de Toscana Cosme II de Médicis y, en su honor, los
satélites de Júpiter recibían allí el nombre de «planetas Mediceos». Con ello se aseguró Galileo
su nombramiento como matemático y filósofo de la corte toscana y la posibilidad de regresar
a Florencia, por la que venía luchando desde hacía ya varios años. El empleo incluía una
cátedra honoraria en Pisa, sin obligaciones docentes, con lo que se cumplía una esperanza
largamente abrigada y que le hizo preferir un monarca absoluto a una república como la
veneciana, ya que, como él mismo escribió, «es imposible obtener ningún pago de una
república, por espléndida y generosa que pueda ser, que no comporte alguna obligación; ya
que, para conseguir algo de lo público, hay que satisfacer al público».

No obstante, aceptar estas prebendas no era una decisión exenta de riesgos, pues Galileo
sabía bien que el poder de la Inquisición, escaso en la República de Venecia, era notoriamente
superior en su patria toscana. Ya en diversas cartas había dejado constancia inequívoca de
que su revisión de la estructura general del firmamento lo habían llevado a las mismas
conclusiones que a Copérnico y a rechazar frontalmente el sistema de Tolomeo, o sea a
preconizar el heliocentrismo frente al geocentrismo vigente. Desgraciadamente, por esas
mismas fechas tales ideas interesaban igualmente a los inquisidores, pero éstos abogaban por
la solución contraria y comenzaban a hallar a Copérnico sospechoso de herejía.

La batalla del copernicanismo

En septiembre de 1610, Galileo se estableció en Florencia, donde, salvo breves estancias en


otras ciudades italianas, había de transcurrir la última etapa de su vida. En 1611 un jesuita
alemán, Christof Scheiner, publicó bajo seudónimo un libro acerca de las manchas solares que
había descubierto en sus observaciones. Por las mismas fechas Galileo, que ya las había
observado con anterioridad, las hizo ver a diversos personajes durante su estancia en Roma,
con ocasión de un viaje que se calificó de triunfal y que sirvió, entre otras cosas, para que
Federico Cesi le hiciera miembro de la Accademia dei Lincei, que el propio Cesi había fundado
en 1603 y que fue la primera sociedad científica de una importancia perdurable.
Galileo Galilei (retrato de Justus Sustermans, 1636)

Bajo sus auspicios se publicó en 1613 la Historia y demostraciones sobre las manchas solares y sus
accidentes, donde Galileo salía al paso de la interpretación de Scheiner, quien pretendía que las
manchas eran un fenómeno extrasolar («estrellas» próximas al Sol que se interponían entre
éste y la Tierra). El texto desencadenó una polémica acerca de la prioridad en el
descubrimiento que se prolongó durante años e hizo del jesuita uno de los más encarnizados
enemigos de Galileo, lo cual no dejaría de tener consecuencias en el proceso que había de
seguirle la Inquisición. Por lo demás, fue allí donde, por primera y única vez, Galileo dio a la
imprenta una prueba inequívoca de su adhesión a la astronomía copernicana, que ya había
comunicado en una carta a Kepler en 1597.
Ante los ataques de sus adversarios académicos y las primeras muestras de que sus opiniones
podían tener consecuencias conflictivas con la autoridad eclesiástica, la postura adoptada por
Galileo fue la de defender (en diversos escritos entre los que destaca la Carta a la señora Cristina
de Lorena, gran duquesa de Toscana, 1615) que, aun admitiendo que no podía existir ninguna
contradicción entre las Sagradas Escrituras y la ciencia, era preciso establecer la absoluta
independencia entre la fe católica y los hechos científicos. Ahora bien, como hizo notar el
cardenal Roberto Belarmino, no podía decirse que se dispusiera de una prueba científica
concluyente en favor del movimiento de la Tierra, el cual, por otra parte, estaba en
contradicción con las enseñanzas bíblicas; en consecuencia, no cabía sino entender el sistema
copernicano como hipotético.
Galileo ante la Inquisición

En 1616 Galileo fue reclamado por primera vez en Roma para responder a las acusaciones
esgrimidas contra él, batalla a la que se aprestó sin temor alguno, presumiendo una resolución
favorable de la Iglesia. El astrónomo fue en un primer momento recibido con grandes
muestras de respeto en la ciudad; pero, a medida que el debate se desarrollaba, fue quedando
claro que los inquisidores no darían su brazo a torcer ni seguirían de buen grado las brillantes
argumentaciones del pisano. Muy al contrario, este episodio pareció convencerles
definitivamente de la urgencia de incluir la obra de Copérnico en el Índice de obras proscritas:
el 23 de febrero de 1616 el Santo Oficio condenó al sistema copernicano como «falso y opuesto
a las Sagradas Escrituras», y Galileo recibió la admonición de no enseñar públicamente las
teorías de Copérnico.

Consciente de que no poseía la prueba que Belarmino reclamaba, por más que sus
descubrimientos astronómicos no le dejaran lugar a dudas sobre la verdad del copernicanismo,
Galileo se refugió durante unos años en Florencia en el cálculo de unas tablas de los
movimientos de los satélites de Júpiter, con el objeto de establecer un nuevo método para el
cálculo de las longitudes en alta mar, método que trató en vano de vender al gobierno español
y al holandés.

En 1618 se vio envuelto en una nueva polémica con otro jesuita, Orazio Grassi, a propósito
de la naturaleza de los cometas y la inalterabilidad del cielo. Tal controversia dio como
resultado un texto, El ensayador (1623), rico en reflexiones acerca de la naturaleza de la ciencia
y el método científico, que contiene su famosa idea de que «el Libro de la Naturaleza está
escrito en lenguaje matemático». La obra, editada por la Accademia dei Lincei, venía dedicada
por ésta al nuevo papa Urbano VIII, es decir, al cardenal Maffeo Barberini, cuya elección como
pontífice llenó de júbilo al mundo culto en general, y en particular a Galileo, a quien el cardenal
había ya mostrado su afecto.

Primera edición del Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo (1632)
La nueva situación animó a Galileo a redactar la gran obra de exposición de la cosmología
copernicana que había ya anunciado muchos años antes: el Diálogo sobre los dos máximos sistemas
del mundo (1632); en ella, los puntos de vista aristotélicos defendidos por Simplicio se
confrontaban con los de la nueva astronomía abogados por Salviati, en forma de diálogo
moderado por la bona mens de Sagredo, que deseaba formarse un juicio exacto de los términos
precisos en los que se desenvolvía la controversia.
La obra fracasó en su intento de estar a la altura de las exigencias expresadas por Belarmino,
ya que aportaba, como prueba del movimiento de la Tierra, una explicación falsa de las
mareas, y aunque fingía mediante el recurso al diálogo adoptar un punto de vista
aparentemente neutral, la inferioridad de Simplicio ante Salviati (y por tanto del sistema
tolemaico frente al copernicano) era tan manifiesta que el Santo Oficio no dudó en abrirle un
proceso a Galileo, pese a que éste había conseguido un imprimatur para publicar el libro en
1632.
La sentencia definitiva
Interpretando la publicación del Diálogo como un acto de desacato a la prohibición de divulgar
el copernicanismo, sus inveterados enemigos lo reclamaron de nuevo en Roma, ahora en
términos menos diplomáticos, para que respondiera de sus ideas ante el Santo Oficio en un
proceso que se inició el 12 de abril de 1633. El anciano y sabio Galileo, a sus casi setenta años
de edad, se vio sometido a un humillante y fatigoso interrogatorio que duró veinte días,
enfrentado inútilmente a unos inquisidores que de manera cerril, ensañada y sin posible
apelación calificaban su libro de «execrable y más pernicioso para la Iglesia que los escritos
de Lutero y Calvino».

Galileo ante el Santo Oficio (Óleo de Robert-Fleury)


Encontrado culpable pese a la renuncia de Galileo a defenderse y a su retractación formal, fue
obligado a pronunciar de rodillas la abjuración de su doctrina y condenado a prisión perpetua.
El Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo ingresó en el Índice de libros prohibidos y no salió
de él hasta 1728. Según una piadosa tradición, tan conocida como dudosa, el orgullo y la
terquedad del astrónomo lo llevaron, tras su vejatoria renuncia a creer en lo que creía, a
golpear enérgicamente con el pie en el suelo y a proferir delante de sus perseguidores: «¡Y
sin embargo se mueve!» (Eppur si muove, refiriéndose a la Tierra). No obstante, muchos de sus
correligionarios no le perdonaron la cobardía de su abjuración, actitud que amargó los últimos
años de su vida, junto con el ostracismo al que se vio abocado de forma injusta.
La pena fue suavizada al permitírsele que la cumpliera en su quinta de Arcetri, cercana al
convento donde en 1616 y con el nombre de sor Maria Celeste había ingresado su hija más
querida, Virginia, que falleció en 1634. En su retiro, donde a la aflicción moral se sumaron las
del artritismo y la ceguera, Galileo consiguió completar la última y más importante de sus
obras: Discursos y demostraciones matemáticas en torno a dos nuevas ciencias, publicada en Leiden por Luis
Elzevir en 1638.
En ella, partiendo de la discusión sobre la estructura y la resistencia de los materiales, Galileo
sentó las bases físicas y matemáticas para un análisis del movimiento que le permitió
demostrar las leyes de caída de los graves en el vacío y elaborar una teoría completa del
disparo de proyectiles. La obra estaba destinada a convertirse en la piedra angular de la
ciencia de la mecánica construida por los científicos de la siguiente generación, cuyos
esfuerzos culminarían en el establecimiento de las leyes de la dinámica (leyes de Newton) por
obra del genial fundador de la física clásica, Isaac Newton. En la madrugada del 8 al 9 de enero
de 1642, Galileo falleció en Arcetri confortado por dos de sus discípulos, Vincenzo Viviani
y Evangelista Torricelli, a los cuales se les había permitido convivir con él los últimos años.
Casi trescientos años después, en 1939, el dramaturgo alemán Bertold Brecht escribió una pieza
teatral basada en la vida del astrónomo pisano en la que se discurre sobre la interrelación de
la ciencia, la política y la revolución social. Aunque en ella Galileo termina diciendo «Yo
traicioné mi profesión», el célebre dramaturgo opina, cargado de melancólica razón, que
«desgraciada es la tierra que necesita héroes». En 1992, exactamente tres siglos y medio
después del fallecimiento de Galileo, la comisión papal a la que Juan Pablo II había encargado la
revisión del proceso inquisitorial reconoció el error cometido por la Iglesia católica.
Nikola Tesla: biografía y resumen de sus aportes a la ciencia
Nikola Tesla fue uno de los grandes genios del siglo XX y, pese a que su figura ha sido algo
maltratada por la historia, su legado ha permitido el desarrollo científico y tecnológico actual.

Como suele suceder con las mentes más innovadoras y creativas, Nikola Tesla fue un
incomprendido durante toda su vida.
E igual que ocurre con los grandes artistas, su obra solo fue valorada después de su muerte. Dedicó
su vida a resolver los misterios de la electricidad y a encontrar la manera de que esta hiciera más
fácil la vida de las personas.
Afortunadamente, hoy en día consideramos a Nikola Tesla como lo que realmente fue: un genio. A
él le debemos innumerables inventos que han sido pieza clave para que la ciencia y la tecnología se
hayan desarrollado como lo han hecho.
Nikola Tesla es la mente detrás de los motores de corriente alterna, las radiografías, la radio e
incluso de que todos dispongamos de electricidad y energía en nuestros hogares. Tesla fue la figura
que estableció los pilares de la tecnología moderna.
En el artículo de hoy rendiremos homenaje a este científico de origen serbocroata, mostrando tanto
su biografía como sus principales aportaciones en el campo del electromagnetismo y, por lo tanto, a
la tecnología y la ciencia en general.

Nikola Tesla (1856 - 1943)


Nikola Tesla se ha convertido en todo un icono de la cultura popular al cumplir a la perfección con
la figura de genio científico excéntrico e incomprendido.
A continuación veremos al verdadero hombre detrás de la leyenda, analizando la biografía de
este inventor, físico e ingeniero eléctrico y mecánico de origen serbocroata que desarrolló su obra
científica a finales del siglo XIX y principios del XX.
Primeros años
Nikola Tesla nació el 10 de julio de 1856 en Smiljan, una pequeña localidad situada en la actual
Croacia. Ya desde pequeño dio muestras de tener una mente inusualmente curiosa y creativa para
un niño de su edad.
De hecho, la leyenda cuenta que cuando tenía tres años, sucedió algo que sería una señal de lo que
le depararía la vida. Mientras acariciaba a su gato, el roce de la mano con el pelo del animal hizo
que saltaran chispas. Tesla, sin entender nada, le preguntó a su padre por qué ocurría eso. Y el
padre, un sacerdote, le dijo que era electricidad.
Y desde aquel momento, Nikola Tesla se sintió maravillado por aquel fenómeno que había surgido
en el lomo de su gato, por lo que dedicó su vida a resolver ese misterio.
En la escuela mostró una gran facilidad para las matemáticas y para la ciencia en general. Sin
embargo, cuando todo parecía ir bien académicamente, pasó algo que casi le costó la vida. Con 17
años, Tesla enfermó gravemente de cólera.
Mientras estaba enfermo y veía su vida correr peligro, Tesla le pidió a su padre que si se
recuperaba, lo enviara a la mejor universidad de ingeniería que hubiera. Y así sucedió, pues
consiguió superar la enfermedad y su padre cumplió la promesa.
Por ello, en 1875, a los 19 años, Nikola Tesla comenzó sus estudios en la Universidad Politécnica
de Graz, en Austria. Empezaba así la formación de una de las grandes mentes científicas de la
historia.
Fue durante estos estudios y a medida que iba profundizando en el conocimiento de los fenómenos
electromagnéticos que empezó a germinar una idea en su interior: “¿Puede la energía y la
electricidad llegar a todas las personas del mundo?”. Esta pregunta marcó la vida profesional de
Tesla para siempre.
Vida profesional
Después de graduarse, en 1881, Tesla viajó a Viena y empezó a trabajar en la Compañía
Nacional Telefónica. Pero su brillantez no pasó desapercibida por mucho tiempo, y fue contratado
por la Compañía Edison, la cual tenía una sede en París, a la que acudió a trabajar.
Tampoco ahí, pese a ser uno de los gigantes de la energía del mundo, pasó desapercibido. Por ello,
uno de sus jefes escribió una carta de recomendación al propio Thomas Alva Edison, que dirigía la
empresa desde su centro en Estados Unidos.
Al saber de la existencia de este joven prodigio, Edison invitó a Tesla a trabajar para él, por lo que
Tesla viajó a Nueva York en 1884. Sin embargo, lo que en un principio tenía que ser una relación
de maestro y aprendiz, terminó siendo una de las mayores disputas entre científicos de la historia.
Edison era la figura más importante de la tecnología en el mundo y era un consolidado empresario
responsable de grandes inventos. Pero Tesla no se vio acobardado por esto y no dudó en cuestionar
algunos de los procedimientos que seguía Edison. El ego de ambos científicos chocó y empezó lo
que comercialmente se conoce como “la guerra de las corrientes”.
A grandes rasgos, hay dos formas de transmitir la electricidad: por corriente directa o por corriente
alterna. Y cada uno de ellos defendía una. La corriente directa es la transmisión de la electricidad
en un solo sentido (como si se tratara de un rayo), algo que servía bien para mover pequeñas
cantidades de energía para, por ejemplo, encender una bombilla.
Edison defendía esta forma de transmitir la energía. Pero Tesla, conocedor de las limitaciones,
estaba convencido de que la corriente alterna era mejor. En esta, la electricidad se mueve en ambos
sentidos, lo que permite transmitir cantidades mayores de energía a mayor distancia. La corriente
alterna es mucho más potente que la directa.
Y, pese a que el tiempo le dio la razón a Tesla ya que las redes eléctricas que hacen llegar energía a
las ciudades usan la corriente alterna, Edison se encargó de desacreditar a Nikola Tesla para
que su fama no se viera comprometida.
Por ello, Edison viajó por Estados Unidos difamando a Tesla, diciendo que la corriente alterna era
peligrosa, llegando incluso a electrocutar animales para demostrarlo. Esto, junto con el hecho de
que Edison se negara a pagar 50.000 dólares que le debía, hizo que Tesla abandonara la compañía y
buscara suerte por sí solo.
Por ello, Tesla fundó en 1886, con apenas 30 años, su propia compañía: Tesla Electric Light &
Manufacturing. En ella, empezó los planes para desarrollar un motor de corriente eléctrica, el cual
podría suministrar energía barata a un gran número de gente. Esto llamó la atención de inversores,
pero con el tiempo, estos empezaron a dudar de la aplicabilidad de los inventos de Tesla y lo
acabaran despidiendo de su propia empresa.
Esto hizo que durante un año, Tesla tuviera que trabajar como obrero en Nueva York para ganar
dinero y poder sufragar su siguiente proyecto, pues él no se daba por vencido. Gracias a los
ahorros, Tesla pudo inventar por cuenta propia un motor de corriente alterna, el cual presentó en un
concurso de ingeniería eléctrica en 1888.
Esto volvió a despertar la curiosidad de las grandes figuras de la electricidad en el país, por lo que
consiguió trabajar en una gran empresa: Westinghouse Electric & Manufacturing Company’s. Ahí,
y con el apoyo de los directores, en 1893, consiguió una proeza: utilizando la fuerza del agua de las
cataratas del Niágara en un motor de corriente alterna, consiguió suministrar electricidad a la
ciudad de Búfalo, cerca de las cataratas.
Tesla siguió desarrollando la tecnología de la electricidad y, pese a que en 1895, un misterioso
incendio destruyera la totalidad de su laboratorio, hizo innumerables inventos: el primer objeto
controlado a distancia por radio, la primera imagen de radiografía mediante rayos X, la famosa
bobina de Tesla…
Siguió sus investigaciones, descubrimientos e inventos, llegando a hacer unas 300 patentes. Sin
embargo, Tesla tuvo problemas con estas durante el resto de su vida, entre las que destaca el
conflicto con el italiano Marconi por el invento de la radio, pues había usado algunas patentes de
Tesla para inventarla.
Finalmente, Nikola Tesla murió solo en la habitación de un hotel en Nueva York a los 86 años,
un 7 de enero de 1943, a causa de un infarto de miocardio. De todos modos, dejó tras de sí un
legado que, pese a ser infravalorado durante su vida, a día de hoy es imprescindible para que
estemos logrando el desarrollo tecnológico moderno.

Los 4 principales aportes de Nikola Tesla a la ciencia


Como hemos dicho, Nikola Tesla estuvo demasiado avanzado para su época. Esto explica que gran
parte de sus descubrimientos e inventos no fueran valorados hasta después de su muerte, pero eso
no significa que Tesla no fuera una de las grandes mentes científicas de nuestra época. Por ello, a
continuación presentamos algunas de las aportaciones más importantes que hizo para la
ciencia y la sociedad en general.

1. Motor de corriente alterna


Es imposible suministrar energía a las grandes ciudades mediante la corriente directa, por lo
que actualmente esta está reservada para hacer funcionar la batería de los dispositivos electrónicos.
Nikola Tesla desarrolló y trabajó los principios de la corriente alterna.
El desarrollo del motor de corriente alterna, basado en la obtención de electricidad gracias a la
rotación de unas bobinas por acción de una fuente de energía determinada (nuclear, eólica,
hidráulica…), permitió - y sigue permitiendo - que la electricidad llegue a nuestros hogares, a las
industrias y a las calles.

2. Radiografías
Pese a no descubrir los rayos X, Nikola Tesla fue la primera persona en tomar una radiografía.
Además, gracias a la investigación en el campo del electromagnetismo, Tesla pudo avisar e
informar de los peligros que tenía el uso de los rayos X en los humanos. No se podían usar a la
ligera ya que eran dañinos. Evidentemente, esto ha tenido implicaciones enormes en el campo de la
medicina.

3. La radio
La idea de que la radio fue inventada por Marconi está muy arraigada en la gente. Pero lo cierto es
que la Corte Suprema de Estados Unidos terminó dando la patente de la radio a Tesla, pues
Marconi había aprovechado no solo algunos de sus inventos, sino la propia idea, ya que Tesla ya
había sido capaz de enviar información a distancia mucho tiempo antes.
Las implicaciones de esto son evidentes, pues ha permitido la comunicación a través del mundo
y gracias a esto disponemos de radio en el coche, en los teléfonos, en casa...

4. Energía inalámbrica
Nikola Tesla consiguió, gracias al uso de unas bombillas de fósforo, la transmisión de energía
eléctrica entre dos puntos separados en el espacio (cercanos) sin la necesidad de un objeto físico
que transmita la corriente.
Las placas de carga inductiva de los smartphones, las tarjetas contactless, los cepillos dentales
eléctricos, cargadores de dispositivos implantables como marcapasos, cargadores de vehículos
eléctricos… Todo esto se basa en los principios descubiertos por Tesla.
Michael Faraday
(Newington, Gran Bretaña, 1791 - Londres, 1867) Científico británico, uno de los físicos más
destacados del siglo XIX. Michael Faraday nació en el seno de una familia humilde y recibió
una educación básica. A temprana edad tuvo que empezar a trabajar, primero como repartidor
de periódicos, y a los catorce años en una librería, donde tuvo la oportunidad de leer algunos
artículos científicos que lo impulsaron a realizar sus primeros experimentos.

Michael Faraday

Tras asistir a algunas conferencias sobre química impartidas por sir Humphry Davy en la Royal
Institution, Faraday le pidió que lo aceptara como asistente en su laboratorio. Cuando uno de
sus ayudantes dejó el puesto, Davy se lo ofreció a Faraday. Pronto se destacó en el campo de
la química, con descubrimientos como el benceno y las primeras reacciones de sustitución
orgánica conocidas, en las que obtuvo compuestos clorados de cadena carbonada a partir de
etileno.
En esa época, el científico danés Hans Christian Oersted descubrió los campos magnéticos
generados por corrientes eléctricas. Basándose en estos experimentos, Faraday logró
desarrollar el primer motor eléctrico conocido. En 1831 colaboró con Charles Wheatstone e
investigó sobre fenómenos de inducción electromagnética. Observó que un imán en
movimiento a través de una bobina induce en ella una corriente eléctrica, lo cual le permitió
describir matemáticamente la ley que rige la producción de electricidad por un imán.

Realizó además varios experimentos electroquímicos que le permitieron relacionar de forma


directa materia con electricidad. Tras observar cómo se depositan las sales presentes en una
cuba electrolítica al pasar una corriente eléctrica a su través, determinó que la cantidad de
sustancia depositada es directamente proporcional a la cantidad de corriente circulante, y que,
para una cantidad de corriente dada, los distintos pesos de sustancias depositadas están
relacionados con sus respectivos equivalentes químicos.
Los descubrimientos de Faraday fueron determinantes en el avance que pronto iban a
experimentar los estudios sobre el electromagnetismo. Posteriores aportaciones que
resultaron definitivas para el desarrollo de la física, como es el caso de la teoría del campo
electromagnético introducida por James Clerk Maxwell, se fundamentaron en la labor pionera que
había llevado a cabo Michael Faraday.
Johannes Kepler
(Würtemburg, actual Alemania, 1571 - Ratisbona, id., 1630) Astrónomo, matemático y físico
alemán. Hijo de un mercenario (que sirvió por dinero en las huestes del duque de Alba y
desapareció en el exilio en 1589) y de una madre sospechosa de practicar la brujería,
Johannes Kepler superó las secuelas de una infancia desgraciada y sórdida merced a su
tenacidad e inteligencia.

Johannes Kepler

Tras estudiar en los seminarios de Adelberg y Maulbronn, Kepler ingresó en la Universidad de


Tubinga (1588), donde cursó los estudios de teología y fue también discípulo del astrónomo
Michael Mästlin, seguidor de Copérnico. En 1594, sin embargo, interrumpió su carrera teológica
al aceptar una plaza como profesor de matemáticas en el seminario protestante de Graz.
Cuatro años más tarde, unos meses después de contraer un matrimonio de conveniencia, el
edicto del archiduque Fernando contra los maestros protestantes le obligó a abandonar
Austria, y en 1600 se trasladó a Praga invitado por Tycho Brahe. Cuando éste murió
repentinamente al año siguiente, Kepler lo sustituyó como matemático imperial de Rodolfo II,
con el encargo de acabar las tablas astronómicas iniciadas por Brahe y en calidad de consejero
astrológico, función a la que recurrió con frecuencia para ganarse la vida.
En 1611 fallecieron su esposa y uno de sus tres hijos; poco tiempo después, tras el óbito del
emperador y la subida al trono de su hermano Matías de Habsburgo, fue nombrado profesor de
matemáticas en Linz. Allí residió Kepler hasta que, en 1626, las dificultades económicas y el
clima de inestabilidad originado por la guerra de los Treinta Años lo llevaron a Ulm, donde
supervisó la impresión de las Tablas rudolfinas, iniciadas por Brahe y completadas en 1624 por
él mismo utilizando las leyes relativas a los movimientos planetarios que aquél estableció.
En 1628 pasó al servicio de Albrecht von Wallenstein, en Sagan (Silesia), quien le prometió, en
vano, resarcirle de la deuda contraída con él por la Corona a lo largo de los años. Un mes
antes de morir, víctima de la fiebre, Kepler había abandonado Silesia en busca de un nuevo
empleo.
Las leyes de Kepler
La primera etapa en la obra de Kepler, desarrollada durante sus años en Graz, se centró en
los problemas relacionados con las órbitas planetarias, así como en las velocidades variables
con que los planetas las recorren, para lo que partió de la antigua concepción de la escuela
de Pitágoras, según la cual el mundo se rige en base a una armonía preestablecida. Tras intentar
una solución aritmética de la cuestión, creyó encontrar una respuesta geométrica relacionando
los intervalos entre las órbitas de los seis planetas entonces conocidos con los cinco sólidos
regulares. Juzgó haber resuelto así un «misterio cosmográfico» que expuso en su primera
obra, Mysterium cosmographicum (El misterio cosmográfico, 1596), de la que envió un ejemplar a
Brahe y otro a Galileo, con el cual mantuvo una esporádica relación epistolar y a quien se unió
en la defensa de la causa copernicana.

Durante el tiempo que permaneció en Praga, Kepler realizó una notable labor en el campo de
la óptica: enunció una primera aproximación satisfactoria de la ley de la refracción, distinguió
por vez primera claramente entre los problemas físicos de la visión y sus aspectos fisiológicos
y analizó el aspecto geométrico de diversos sistemas ópticos.
Thomas Alva Edison
(Milan, 1847 - West Orange, 1931) Inventor norteamericano, el más genial de la era moderna.
Junto a la trascendencia de sus invenciones, que se tradujeron en una importante contribución
al desarrollo de la Revolución Industrial en su país y a la mejora del bienestar y de las condiciones
de vida de millones de personas, la figura de Edison sobresale como modelo de tenacidad,
como ejemplo del valor del esfuerzo y del trabajo incesante por encima del talento innato y
la inteligencia. «El genio es un diez por ciento de inspiración y un noventa por ciento de
transpiración» es quizá su frase más célebre.

Thomas Edison

La inteligencia del joven Edison, que era alérgico a la monotonía de la escuela, despertó
gracias a su madre. El milagro se produjo tras la lectura de un libro que ella le proporcionó
titulado Escuela de Filosofía Natural, de Richard Green Parker; tal fue su fascinación que quiso
realizar por sí mismo todos los experimentos y comprobar todas las teorías que contenía.
Ayudado por su madre, instaló en el sótano de su casa un pequeño laboratorio, convencido
de que iba a ser inventor.
Un joven emprendedor

A los doce años, sin olvidar su pasión por los experimentos, consideró que estaba en su mano
ganar dinero contante y sonante materializando alguna de sus buenas ocurrencias. Su primera
iniciativa fue vender periódicos y chucherías en el tren que hacía el trayecto de Port Huron a
Detroit. Había estallado la Guerra de Secesión y los viajeros estaban ávidos de noticias. Edison
convenció a los telegrafistas de la línea férrea para que expusieran en los tablones de anuncios
de las estaciones breves titulares sobre el desarrollo de la contienda, sin olvidar añadir al pie
que los detalles completos aparecían en los periódicos.

Esos periódicos los vendía el propio Edison en el tren, y no hay que decir que se los quitaban
de las manos. Al mismo tiempo compraba sin cesar revistas científicas, libros y aparatos, y
llegó a convertir el vagón de equipajes del convoy en un nuevo laboratorio. Aprendió a
telegrafiar y, tras conseguir a bajo precio y de segunda mano una prensa de imprimir,
comenzó a publicar un periódico por su cuenta, el Weekly Herald.

En los años siguientes, Edison peregrinó por diversas ciudades desempeñando labores de
telegrafista en varias compañías y dedicando su tiempo libre a investigar. En Boston construyó
un aparato para registrar automáticamente los votos y lo ofreció al Congreso. Los políticos
consideraron que el invento era tan perfecto que no cabía otra posibilidad que rechazarlo. Ese
mismo día, Edison tomó dos decisiones. En primer lugar, se juró que jamás inventaría nada
que no fuera, además de novedoso, práctico y rentable. En segundo lugar, abandonó su
carrera de telegrafista. Acto seguido formó una sociedad y se puso a trabajar.

Edison junto a su fonógrafo (1878)

Perfeccionó el telégrafo automático, inventó un aparato para transmitir las oscilaciones de los
valores bursátiles, colaboró en la construcción de la primera máquina de escribir y dio
aplicación práctica al teléfono mediante la adopción del micrófono de carbón. Su nombre
empezó a ser conocido, sus inventos ya le reportaban beneficios y Edison pudo comprar
maquinaria y contratar obreros. Para él no contaban las horas. Era muy exigente con su
personal y le gustaba que trabajase a destajo, con lo que los resultados eran frecuentemente
positivos.

Del fonógrafo a la bombilla eléctrica

A los veintinueve años compró un extenso terreno en la aldea de Menlo Park, cerca de Nueva
York, e hizo construir allí un nuevo taller y una residencia para su familia. Edison se había
casado a finales de 1871 con Mary Stilwell; la nota más destacada de la boda fue el trabajo
que le costó al padrino hacer que el novio se pusiera unos guantes blancos para la ceremonia.
Ahora debía sostener un hogar y se dedicó, con más ahínco si cabe, a trabajos productivos.

Su principal virtud era sin duda su extraordinaria capacidad de trabajo. Cualquier detalle en
el curso de sus investigaciones le hacía vislumbrar la posibilidad de un nuevo hallazgo. Recién
instalado en Menlo Park, se hallaba sin embargo totalmente concentrado en un nuevo aparato
para grabar vibraciones sonoras. La idea ya era antigua e incluso se había logrado registrar
sonidos en un cilindro de cera, pero nadie había logrado reproducirlos.

Edison trabajó día y noche en el proyecto y al fin, en agosto de 1877, entregó a uno de sus
técnicos un extraño boceto, diciéndole que construyese aquel artilugio sin pérdida de tiempo.
Al fin, Edison conectó la máquina. Todos pudieron escuchar una canción que había entonado
uno de los empleados minutos antes. Edison acababa de culminar uno de sus grandes
inventos: el fonógrafo. Pero no todo eran triunfos; muchas de las investigaciones iniciadas
por Edison terminaron en sonoros fracasos. Cuando las pruebas no eran satisfactorias,
experimentaba con nuevos materiales, los combinaba de modo diferente y seguía
intentándolo.

Patente de la bombilla y uno de los primeros modelos

En abril de 1879, Edison abordó las investigaciones sobre la luz eléctrica. La competencia era
muy enconada y varios laboratorios habían patentado ya sus lámparas. El problema consistía
en encontrar un material capaz de mantener una bombilla encendida largo tiempo. Después
de probar diversos elementos con resultados negativos, Edison encontró por fin el filamento
de bambú carbonizado.

Inmediatamente adquirió grandes cantidades de bambú y, haciendo gala de su pragmatismo,


instaló un taller para fabricar él mismo las bombillas. Luego, para demostrar que el alumbrado
eléctrico era más económico que el de gas, empezó a vender sus lámparas a cuarenta
centavos, aunque a él fabricarlas le costase más de un dólar; su objetivo era hacer que
aumentase la demanda para poder producirlas en grandes cantidades y rebajar los costes por
unidad. En poco tiempo consiguió que cada bombilla le costase treinta y siete centavos: el
negocio empezó a marchar como la seda.

El valor de un genio

Su fama se propagó por el mundo a medida que la luz eléctrica se imponía. Edison, que tras
la muerte de su primera esposa había vuelto a casarse, visitó Europa y fue recibido en olor de
multitudes. De regreso en los Estados Unidos creó diversas empresas y continuó trabajando
con el mismo ardor de siempre. Todos sus inventos eran patentados y explotados de
inmediato, y no tardaban en producir beneficios sustanciosos.

Entretanto, el trabajo parecía mantenerlo en forma. Su única preocupación en materia de


salud consistía en no ganar peso. Era irregular en sus comidas, se acostaba tarde y se
levantaba temprano, nunca hizo deporte de ninguna clase y a menudo mascaba tabaco. Pero
lo más sorprendente de su carácter era su invulnerabilidad ante el desaliento. Ningún
contratiempo era capaz de desanimarlo.

En los años veinte, sus conciudadanos le señalaron en las encuestas como el hombre más
grande de Estados Unidos. Incluso el Congreso se ocupó de su fama, calculándose que Edison
había añadido un promedio de treinta millones de dólares al año a la riqueza nacional por un
periodo de medio siglo. Nunca antes se había tasado con tal exactitud algo tan intangible
como el genio.

La popularidad de Edison llegó a ser inmensa. En 1927 fue nombrado miembro de la National
Academy of Sciences y al año siguiente el presidente Coolidge le hizo entrega de una medalla
de oro que para él había hecho grabar el Congreso. Tenía ochenta y cuatro años cuando un
ataque de uremia abatió sus últimas energías.
Carl Sagan
uando el 20 de diciembre de 1996 moría Carl Sagan a consecuencia de una rara
enfermedad, la mielodisplasia, desaparecía en palabras del paleontólogo y conocido
divulgador Stephen Jay Gould, «un gran científico y el mejor divulgador del siglo XX , si
no de todos los tiempos». También –añado yo– uno de los más controvertidos, debido a
la conjunción favorable de su fama, que le proporcionó una plataforma pública que
trascendía los límites de la ciencia, y de sus firmes creencias, no sólo en temas de su
especialidad, sino en el futuro de la humanidad o la preservación del medio ambiente. La
polémica también acompañó a su vida privada. La historia de sus entusiasmos y
desavenencias tanto en sus matrimonios como con sus amigos o colegas, cristalizó en
una leyenda compuesta a partes iguales por rumor, fantasía y realidad. Dos voluminosos
libros, complementarios en su enfoque, intentan acercarnos a la comprensión del
personaje. Pero, y es el motivo de este comentario, las intenciones de ambos desbordan
el marco estrictamente biográfico. A través de los complicados meandros de la vida de un
científico poco ortodoxo nos invitan a reflexionar, en especial en el caso de Keay
Davidson, con cuestiones como: ¿qué lugar (y consideración) ocupa la divulgación en la
práctica científica? O, ¿hasta dónde debe llegar el activismo político de un científico?

EL CIENTÍFICO MÁS POPULAR

Carl Sagan
La serie de televisión Cosmos, desde el momento de su aparición, a comienzos de los
años ochenta, se convirtió en el programa científico más difundido de la historia. Más de
600 millones de espectadores de setenta países siguieron la aventura que contaba con
pasión Carl Sagan, en la que nos conducía desde los orígenes del Universo en el Big Bang
hasta la posibilidad de la existencia de vida extraterrestre inteligente en otros mundos, a
partir de las teorías más actuales y rigurosas del momento. Cosmos acabó de catapultar a
la fama planetaria a su creador, presentador, guionista y productor, convirtiéndolo en el
científico más popular del planeta. Pero ya por entonces Carl Sagan distaba de ser un
desconocido. En 1978 logró el Premio Pulitzer por su obra Los dragones del Edén, en la
que especulaba, con bastantes libertades –sus detractores afirmaron que no ofrecía una
imagen equilibrada de los hallazgos neurocientíficos–, sobre el origen de la inteligencia
humana. El libro certificó su status de intelectual de gran alcance popular, siendo el
último paso antes del salto al reconocimiento internacional que supuso Cosmos. El éxito,
pues, no lo cogió desprevenido. Su vida, y sobre este aspecto insiste particularmente
William Poundstone, puede verse como la subida metódicamente programada de los
peldaños necesarios hasta izarse al pedestal de la fama.
Un competente científico. Todos quienes lo conocieron de cerca, y a sus padres,
inmigrantes europeos (el apellido Sagan es de Ucrania), destacan la enorme importancia
de la personalidad de su madre, que modeló la vida de su hijo para que fuese un
triunfador. Pero hubo otras influencias, menos personales. Sagan recordaría siempre el
impacto que le produjo la asistencia a la feria mundial de Nueva York, en 1939, que
descubrió a un embelesado niño las maravillas de la ciencia y de la técnica; entre otras, la
televisión. Este asombramiento no es un caso aislado. Con bastante frecuencia,
relevantes figuras de la ciencia afirman la influencia positiva ejercida sobre ellos por esta
clase de eventos, o análogos, como la visita a museos, lo que dice mucho en favor de una
decidida política cultural en este sentido si pretendemos despertar y transmitir el interés
por la ciencia en las nuevas generaciones. Vino luego la lectura de los libros de ciencia-
ficción, sobre todo los de Edgar Rice Burroughs, el creador de Tarzán, dedicados a Marte,
o de divulgación, de los cuales el que ejerció una influencia más decisiva
fue Interplanetary Flight, de Arthur C. Clarke, al poner de manifiesto la posibilidad de
viajar más allá de la Tierra. Brillante alumno, niño sabelotodo, Sagan, que ingresó en la
Universidad de Chicago, manifestó siempre una gran habilidad para relacionarse con
figuras intelectuales de prestigio. La primera, gracias a los buenos oficios de su madre,
fue el geneticista Hermann J. Muller, futuro premio Nobel de Medicina por sus trabajos
sobre la mosca Drosophila.
Además de contribuir a su buena formación en genética, Muller, ávido lector de ciencia-
ficción, contribuyó decisivamente a afianzar su interés por la búsqueda de vida más allá
de la Tierra, tema juzgado poco serio entonces. De Muller vendría luego una
recomendación para trabajar con Harold Urey, premio Nobel de Química en 1934 por
descubrir el deuterio, pionero de la moderna búsqueda de vida en el laboratorio con el
experimento de su doctorando Stanley Miller en 1953. En 1956 siguió cursos de verano
con Gerald Kuiper, primer planetólogo de su época, y en 1958 se encontraría con Joshua
Lederberg, Nobel de Medicina en dicho año y futuro gran amigo suyo. Construyó así una
fantástica red de relaciones científicas del más alto nivel. Además del posible oportunismo
de Sagan, leitmotiv esgrimido por sus detractores a lo largo de toda su carrera, su calidad
personal debió de desempeñar un gran papel, porque los premios Nobel no suelen
dedicarse a perder el tiempo con incompetentes, aunque sean oportunistas. No es pues
de extrañar que en 1959, en el albor de la Era Espacial, cuando a Lederberg le asigna a la
NASA la tarea de crear el grupo de exobiología, como se llamaba entonces a la búsqueda
de vida extraterrestre, llame como miembro a Sagan, lo que le llevó a estar presente en
1960 en la misión Mariner al planeta Venus y en todas las subsiguientes de exploración
del sistema solar de la NASA. Tampoco que J. Peter Pearman, de Oxford, que estaba en el
mismo comité, lo invitase en 1961 a la luego muy famosa reunión del observatorio de
Green Bank, en donde por vez primera científicos de primerísimo plano, como el Nobel de
Química Melvin Calvin, discutieron seriamente la existencia de vida extraterrestre
inteligente. Ni que estuviese presente, a finales de los años sesenta, en el proyecto Blue
Book (del que era responsable el renombrado físico Edward Condon, de Colorado, a cuyas
clases asistió en el verano de 1958), que realizó, por encargo de las Fuerzas Aéreas, un
exhaustivo estudio del fenómeno de los OVNIS. Hombre interdisciplinar, inició una gran
amistad con dos pesos muy pesados de la ciencia-ficción, Isaac Asimov, en 1963, y en
1964 con Arthur C. Clarke, quien lo introdujo como consejero científico de Stanley Kubrick
para la película 2001: una odisea del espacio. Con apenas treinta años, pues, Sagan
transmitía una reputación de científico original (en su tesis, en 1960, propuso que la
elevada temperatura de Venus, superior a los 500 grados, era fruto de un efecto
invernadero, análogo al que tanto nos preocupa ahora en la Tierra) en el todavía
incipiente campo de la ciencia planetaria y de la exobiología, hallándose bien instalado en
el seno de los comités importantes. Paralelamente llevó una carrera menos pública,
llegando a consultor del gobierno en asuntos relevantes para la seguridad nacional y
trabajando en proyectos militares secretos.
Llegó a ser consultor
del gobierno en asuntos relevantes para la seguridad nacional y trabajó en proyectos
militares secretos
Pero su fulgurante ascenso al estrellato científico no suscitaba la unanimidad de sus
colegas. Algunos, como su antiguo protector Urey, pensaban que sus múltiples intereses
lo llevaban a una actividad dispersa con contribuciones poco sólidas e intentaron evitar su
promoción, consiguiéndolo en parte: se le negó un puesto permanente de profesor en
Harvard y luego en el Instituto Tecnológico de Massachussets, hasta que lo logró, en
1968, en la Universidad de Cornell, en donde permanecería hasta su muerte. Otros
censuraban su ya cada vez más frecuente aparición en los medios de comunicación: «He
estado siguiendo tu carrera en la revista Time», le dijo un colega. Esta división de
opiniones sobre su actividad, profesional y mediática, sería una constante a lo largo de su
vida.
EL HILO CONDUCTOR: SETI
Para entender la aparente variedad de intereses, a primera vista divergentes, de Carl
Sagan, debemos centrarnos en el elemento común unificador: la búsqueda de vida
extraterrestre. Y, más particularmente, vida inteligente. Hoy en día, el programa SETI (de
las siglas inglesas: Search for Extraterrestrial Intelligence) es una actividad científica bien
consolidada, con un marco teórico y un programa experimental bien definidos y
practicado por una comunidad de científicos competentes y entusiastas cada vez mayor.
Ello se debe en gran parte a los incansables esfuerzos de Sagan, su principal
propagandista, a lo largo de su vida. William Poundstone sugiere que, al igual que en las
historias clásicas de éxito en Estados Unidos, Sagan prosperó porque logró vender al
público algo que éste no sabía que necesitase. Y nada enciende tanto la imaginación
popular como la posible vida en otros planetas. En 1964 publicó, en colaboración con el
astrofísico soviético Iosif S. Shklovskii, su primer libro dirigido a un público amplio, Vida
inteligente en el Universo, que pronto se convirtió en la biblia para los entusiastas del
género. El texto original, en ruso, lo escribió Shklovskii; Sagan decidió traducirlo al inglés,
y en el proceso añadió comentarios que doblaron la extensión del volumen inicial y
motivó que la versión inglesa apareciese firmada por ambos autores.
Algunos historiadores afirman que tal búsqueda es el mito primordial de la sociedad
actual; más aún, que los creadores de mitos más creíbles hoy son los científicos que
aparecen en la televisión. Otros, por el contrario, creen detectar, bajo el manto de la
respetabilidad científica, signos inequívocos de una nueva seudorreligión. En cuanto al
propio Carl Sagan, en un episodio de Cosmos dio su respuesta: «En un sentido profundo,
la búsqueda de civilizaciones extraterrestres es la búsqueda de nuestra propia identidad».

W40, la nebulosa Mariposa.


Examinada con atención, su actitud puede antojársenos ambigua. En un debate en 1969
afirmó, en contra de quienes sostenían el origen extraterrestre de los OVNIS: «En la
época de la ciencia, ¿qué mejor disfraz para los mitos religiosos clásicos que la idea de
que estamos siendo visitados por mensajeros de una civilización poderosa, sabia y
buena?». Ahora bien, si aplicamos a Sagan su misma lógica: ¿qué decir de la atracción
ejercida por su programa de búsqueda científica de inteligencia extraterrestre?

Fervoroso creyente en el progreso, Sagan sostenía que no existe otra empresa, además
de SETI, a nuestro alcance que, por un coste relativamente modesto, ofrezca tantas
promesas para el futuro de la humanidad. ¿Qué promesas? En pleno apogeo de la guerra
fría, no estaba claro que civilizaciones tecnológicas como la nuestra no acabasen
destruidas por sus propias armas. De hecho, los primeros resultados negativos de los
programas SETI, llevaron a la deserción de una figura emblemática: Shklovskii dejó de
creer en SETI y hasta su muerte, en 1985, no volvió a reintegrarse en sus filas. Pensaba
que la inteligencia era una monstruosidad de la evolución que al final acabaría por
destruirse a sí misma, bien con armas nucleares, bien con las que les sucediesen. Sagan,
por el contrario, sostenía que si encontramos otras civilizaciones avanzadas, tendremos la
prueba que han sido capaces de sortear ese peligro y podrán transmitirnos cómo evitarlo,
haciéndonos además beneficiarios de sus extraordinarios avances en todos los terrenos.
Sagan abanderó una concepción, los extraterrestres sabios, pacíficos y bondadosos,
situada en el extremo opuesto de la tradición originada por la novela La guerra de los
mundos de Herbert G. Wells –cuya versión radiofónica, realizada por el cineasta Orson
Welles en 1938, describiendo una supuesta invasión real de marcianos en Nueva Jersey,
había generado un enorme pánico colectivo–, ejemplificada en la frase «Como integrante
de la generación a la que Orson Welles aterrorizó, debo confesar que me tranquiliza que
sus fotos no hayan mostrado signos de vida allí». «Allí» era Marte, y las palabras las
pronunciaba el presidente Lindon B. Johnson tras la misión Mariner 4, en 1965.

Las misiones espaciales suscitaron el debate de la financiación

de costosos programas cuyas aplicaciones inmediatas, para resolver

los acuciantes problemas de nuestras sociedades, no parecen obvias

Si el progreso existe, el programa SETI es la puerta hacia el super-progreso, civilizaciones


que han recorrido el camino, único, a los super-hombres. ¿Estamos ante la realización
científica del programa nietzscheano? La solución saganiana comporta que el cambio
social no vendría desde dentro –reajustando la distribución de poder y riqueza en la Tierra
a través de un cambio en las estructuras sociales, políticas y económicas–, sino de fuera,
siendo su motor seres provenientes de oscuros planetas en torno a lejanas estrellas.
Quizá Feuerbach tenía razón. Los seres humanos siempre han proyectado sus
preocupaciones terrestres a los cielos.

EL CIENTÍFICO PLANETARIO
La actividad científica más ortodoxa de Sagan se centró en el estudio de los planetas de
nuestro sistema solar. Por primera vez, comenzando con el vuelo de Gagarin en 1961, la
humanidad abandonaba la Tierra y empezaba a explorar el sistema solar. La aventura
espacial estaba en marcha y Sagan representó la encarnación científica y mediática de los
sueños que la acompañaban, desempeñando, desde el comienzo, un papel importante en
el programa espacial de Estados Unidos. Instruyó a los astronautas del programa Apolo, y
estuvo activamente involucrado en las misiones Mariner, Viking, Voyager y Galileo, que
exploraron los planetas y el cometa Halley. Contribuyó a la explicación de la estructura de
la atmósfera de Venus, los cambios estacionales observados en Marte o la neblina de
Titán, el gran satélite de Saturno, convirtiéndose en el portavoz más conocido de los
descubrimientos de la NASA y en un gancho muy eficaz para reclamar la generosa ayuda
del contribuyente para sufragar los considerables gastos del programa. Con su
complicidad, pudo así la NASA ofrecer sus misiones robóticas (Viking, Voyager) como
búsqueda de vida extraterrestre. Hasta el punto de que «si Sagan no hubiera existido –
afirmó un alto funcionario de la NASA– habríamos tenido que inventarlo».

Pero incluso nuestros mejores sueños espaciales no pueden sustraerse a las realidades
terrestres. Las misiones espaciales suscitaron un debate que está quizá cada vez más
lejos de acabarse: el de la financiación de costosos programas cuyas aplicaciones
inmediatas, para resolver los acuciantes problemas de nuestras sociedades, no parecen
obvias. «¿De qué le sirve a este país –se preguntaba el alcalde de Detroit, Jerome P.
Cavanaugh, en medio del fragor de tremendos disturbios raciales– enviar un hombre a la
Luna en 1970 si, al mismo tiempo, no podemos pasearnos por la Avenida Woordward sin
miedo a ser atacados?». El establecimiento de prioridades de gasto es hoy un problema
tan urgente y tan lejos de estar resuelto como entonces, ya que envuelve las opciones
fundamentales de una sociedad, que varían con el tiempo como lo hacen los valores que
las sostienen. El excelente polemista Sagan aceptó el reto sin temor. Podemos discutir si
vale la pena invertir dinero público en ir a Marte o en programas SETI, afirmaba, pero
hagamos entonces lo mismo con los demás apartados del presupuesto federal, uno por
uno, como, por ejemplo, los gastos militares. Como pacifista, y convencido del interés de
los viajes espaciales, no puedo por menos de darle la razón.

¿ES CIENCIA LA DIVULGACIÓN?


En general, muchos científicos consideran que hacer divulgación es perder el tiempo, y
que quien a ello se dedica no lleva a cabo ciencia «seria». Otros piensan que es menos
importante que llevar a cabo investigación original o bien es un síntoma de la incapacidad
para hacer ciencia de verdad. En el caso de Carl Sagan, este sentimiento se manifestó de
manera dramática cuando Stanley Miller presentó su candidatura a la Academia Nacional
de Ciencias (NAS), la más prestigiosa institución académica estadounidense, compuesta
por cerca de dos mil miembros, de los que unos setenta son astrónomos. Tras
tormentosos debates, fue rechazada basándose en la falta de contribución personal al
avance de la ciencia. Norman Horowitz, uno de sus colegas y líder de experimentos
biológicos de la misión Viking, lo expresó con rotundidad: «No sé de nada que Carl hizo
que merezca ese nombre. Nunca hizo ciencia de verdad, nunca descubrió algo que lleve
su nombre». Sus defensores acusaron de envidia a los detractores. La fama de Sagan
como divulgador de talento, algo en lo que todos estaban de acuerdo, con la aureola
asociada más próxima a la del glamour de las estrellas de Hollywood que al continuo,
sacrificado y mucho más anónimo trabajo de laboratorio, le habría perjudicado. La
comunidad científica es un mundo cerrado, muy celoso de sus prerrogativas, entre las
que figuran la concesión de credenciales de calidad; la excesiva popularidad se ve con
desconfianza, como una fuente de legitimidad no autorizada. Aunque Miller quiso que se
juzgara a Sagan sólo por sus contribuciones científicas, no logró evitar que el debate se
centrase en su labor de divulgación. La Academia quedó muy dividida, ya que en ambos
lados del debate se situaron científicos de prestigio. Como reparación le concedió en
1994, en un acto público de desagravio, la Public Welfare Medal, por sus dotes de
divulgador. Stephen Gould resumía la situación esquizoide de la comunidad científica en
su nota necrológica: «Como la ciencia necesita la financiación pública, acordamos de
labios afuera la necesidad de una divulgación clara y entusiasta de nuestro trabajo. ¿Por
qué, entonces, rebajamos la reputación profesional de colegas capaces de transmitir el
poder y la belleza de la ciencia a las mentes y corazones de un público fascinado, aunque
mal informado?».

Sagan junto a una maqueta de las sondas Viking.


Quienes votaron en contra seguramente ignoraban la historia de la ciencia. Muchos
grandes científicos han considerado la divulgación como un asunto de suma importancia.
Galileo, en el siglo XVI , escribió sus libros más importantes en italiano para poder llegar
a un mayor número de lectores, en lugar de hacerlo en latín sólo para los eruditos. Y en
el siglo XIX , Charles Darwin concibió El origen de las especies, obra revolucionaria donde
las haya, como un libro para el lector general. Por la misma época, en una encuesta de la
muy conocida revista Parade, los lectores eligieron a Sagan como el hombre más listo de
América, lo que prueba el foso existente entre la percepción de la ciencia por parte del
gran público y de los expertos. Esta diferencia no es asunto baladí: en nuestras
sociedades democráticas, la ciencia se financia con las aportaciones de los
ciudadanoscontribuyentes, que se mostrarán propicios a sufragar aquellas empresas que
más les atraigan. Es fácil imaginar los dos peligros extremos: la demagogia que consigue
fondos para programas sin valor, y los programas de valor que, faltos de saber
«venderse» bien, se quedan sin fondos. Una marcada falta de sintonía entre expertos y
gran público obrará pues, a largo plazo, en detrimento de ambos.
EL HIPERRACIONALISTA
A medida que fue madurando, Sagan se fue convirtiendo cada vez más en un apóstol del
método científico, y de sus cualidades básicas: la lógica, la racionalidad, la verificación
experimental. Con este fin fue miembro fundador del comité de investigaciones científicas
de las pretensiones de lo paranormal (CSICOP), en cuyo boletín, El investigador
escéptico, se examinan con rigor la pretendida realidad de OVNIS, fantasmas, milagros,
medicina alternativa, telequinesia y temas análogos. Firmemente convencido de la
autoevidencia del discurso científico, siempre pensó que la frontera entre ciencia y no
ciencia era clara y definida, lo que le llevó a ignorar los desarrollos recientes de la filosofía
y de la historia de la ciencia que ponen en duda esta creencia, y a adoptar una versión
simplificada e irrealista de cómo funciona aquélla, que expuso en su testamento
filosófico, El mundo y sus demonios, una apasionada defensa de las concepciones
tradicionales de la ciencia y la razón. No deja de ser paradójico que su hijo mayor,
Dorion, periodista de éxito de formación científica, sea un admirador de Lacan y Derrida,
y buen conocedor del pensamiento postmodernista. ¿Cómo espera Sagan convencer al
mundo, mal informado, de sus opiniones científicas, si no lo consigue con los más
próximos, y bien formados científicamente, como su hijo planetólogo?

A medida que fue madurando, Sagan se fue convirtiendo en un apóstol del método

científico, y de sus cualidades básicas: la lógica,

la racionalidad, la verificación experimental

Sagan difundió sus ideas por todos los medios accesibles a su alcance: una abundante
producción literaria, basada en un estilo claro, accesible y persuasivo (no parece haber
sido nunca consciente de su gran poder retórico), el empleo de la televisión (además de
la serie Cosmos, se convirtió en un habitual del muy popular show de Johnny Carson),
para culminar en el mundo del show-business con la película Contacto, de elevado
presupuesto y en el mejor estilo de gran espectáculo de Hollywood, que contiene sus
ideas sobre SETI y que no llegó a ver estrenada antes de su muerte.
CIENCIA Y ACTIVISMO POLÍTICO
La fama permitió que Sagan se convirtiese en una figura política, al otorgarle el poder de
influir en la opinión pública. El aspecto más destacado lo constituye su defensa de la
teoría del invierno nuclear, que lo llevó a convertirse en un apologeta mundial del buen
uso de la ciencia. Bondad sobre la que nunca albergó dudas. En su libro Sombras de
nuestros antepasados lejanos, en el que, a partir de la teoría de la evolución, intenta
explicar rasgos como la cólera o el altruismo, fue tajante al comentar las teorías racistas
que se decían inspiradas en las ideas darwinianas: «El remedio contra el abuso de ciencia
no es la censura, sino una explicación más clara, un debate más enérgico y una ciencia
más accesible a todos». La trayectoria política de Sagan sufrió cambios radicales. Muy
relacionado con los militares al comienzo de su carrera, la guerra de Vietnam le hizo
cambiar de opinión, y ya en 1969 se movilizó activamente contra la guerra aérea en
Indochina. El invierno nuclear supuso la culminación de su cruzada antibélica.
La atmósfera de Marte vista desde la Viking 1, 1976.
La historia comienza con Marte, su planeta favorito. Sagan, y su colaborador Jim Pollack,
explicaron ciertos cambios estacionales observados en el planeta rojo asumiendo la
existencia de tormentas de polvo. En 1980 viene la gran idea de los Álvarez, padre e hijo:
los dinosaurios se extinguieron debido al impacto de un gran meteorito, cuyo humo
oscureció el cielo. Sagan y Pollack, con la ayuda de nuevos colaboradores, añadieron al
polvo del modelo inicial marciano el efecto del humo originado por una guerra nuclear, y
produjeron el artículo «Invierno nuclear. Consecuencias globales de explosiones nucleares
múltiples», publicado en la revista Science el 23 de diciembre de 1983. Conocido como
TTAPS (de las iniciales de sus autores: Turco, Toon, Ackerman, Pollack y Sagan), en él se
advertía que en caso de conflicto nuclear importante, el polvo y humo producido en la
atmósfera reducirían la temperatura media de la Tierra en muchos grados, entre 10 y 25
según las zonas, con consecuencias catastróficas para la vida, sobre todo humana. La
imagen apocalíptica de un planeta congelado e inerte aparecía como consecuencia directa
de nuestros excesos armamentísticos. Sagan se dedicó a recorrer el planeta y
entrevistarse con los principales líderes políticos (incluyendo el Comité Central del PCUS
en 1986) para prevenirles de la necesidad de poner fin a la carrera de armamentos, si no
queríamos desaparecer como especie. El debate fue sobre todo duro en Estados Unidos,
en plena época armamentista bajo la presidencia de Reagan, con un muy interesante
enfrentamiento de personalidades mediáticas. La actitud de Sagan chocó de lleno con la
política oficial de la Casa Blanca y del Pentágono, pero progresivamente consiguió que
gran parte de la opinión pública prestase atención a sus argumentos. El resultado final ha
sido la destrucción programada de la mayor parte del arsenal nuclear de las dos grandes
superpotencias.
Pero luego vinieron estudios más completos y fiables, que redujeron las predicciones
sombrías de TTAPS (en media, de 25 grados a 8). Aunque apoyaban cualitativamente las
conclusiones de TTAPS –la temperatura de la Tierra disminuía–, desautorizaban la
estructura política construida por Carl Sagan, ya que las consecuencias eran mucho
menos dramáticas. Como afirmaron los científicos más críticos, aunque TTAPS no era
cualitativamente erróneo, «sus resultados eran demasiado preliminares para emplearse
en favor de una política de defensa».

¿Exageró Sagan la importancia de sus estudios? ¿Su creencia previa en el desastre le


llevó a anticipar conclusiones que en absoluto se inferían de su trabajo? El caso del
invierno nuclear es un magnífico ejemplo de la dificultad de articular una acción política
definida a partir de la evidencia científica disponible. Cuanto mayores sean los intereses
en juego, más solidez exigiremos a la evidencia. Mas para cuando ésta sea suficiente,
puede que ya sea demasiado tarde para cambiar el curso de los acontecimientos. El
debate actual en torno a los gases de efecto invernadero ilustra idéntico dilema. Por su
parte, Sagan consideró que sus esfuerzos por evitar el holocausto nuclear constituían la
contribución más valiosa de toda su carrera. La influencia de Sagan no se agota con el
invierno nuclear. Su opinión se solicitó para una gran variedad de temas e intereses, allá
donde era necesario que hablase «la voz de la ciencia», ya sea del efecto invernadero y la
capa de ozono, el estado del sistema educativo, la financiación de la ciencia o la
pretendida abducción de seres humanos por perversos maníacos extraterrestres. Y era
una opinión de peso: logró convencer a Daniel Goldin, director de la NASA, para que
crease un instituto de astrobiología, denominación actual de la antigua «exobiología».

EL PRECIO DE LA FAMA

Friedman, Murray, Sagan: The Planet Society, c. 1970.


El éxito tiene sus propias leyes, independientemente de que quienes lo alcancen sean
estrellas de cine, políticos importantes, jugadores de fútbol o grandes científicos. Se
traduce generalmente en una menor disponibilidad hacia los demás, en la progresiva
sustitución de las relaciones personales por los compromisos profesionales y en la
agudización y exageración de nuestro sentido narcisista. Carl Sagan no fue una excepción
y su ascenso a la popularidad manifestó todos los síntomas, siendo el más dramático la
evolución de sus relaciones personales. Las rupturas abarcaron todos los ámbitos, desde
colegas que inicialmente lo protegieron, como Gerard Kuiper, hasta quienes más de cerca
lo trataban, como su secretaria y persona de su absoluta confianza durante muchos años,
Shirley Arden (cuya dedicación a los proyectos de Sagan sería difícil exagerar, pero fue
apartada de su vida por una disputa que empezó por dinero), su colega científico y socio
comercial, Gentry Lee, o el director de Cosmos, Adrian Malone, con quien, acabado el
rodaje, nunca se volvería a hablar. Pero la más sonada de todas ocurrió con su mejor
amigo, el psiquiatra de Harvard Lester Grinspoon, testigo en dos de sus matrimonios,
quien le salvó la vida cuando tuvo una hemorragia tras una delicada operación. Lester
afirmaría luego que «no podía soportar más el narcisismo y sentido de la propia
importancia de Sagan». Nunca volverían a reconciliarse, aunque Sagan continuó
acudiendo a él hasta su muerte en busca de consejos médicos. Las historias de trifulcas
personales son tan abundantes que sugieren una forma definida de actuar. Sus biógrafos
apuntan a un posible componente paranoico en Sagan: cuando pensaba que lo habían
engañado, era implacable.
El rechazo a su entrada en la Academia de Ciencias supuso un golpe para su orgullo
del que no se repuso
Su vida sentimental corrió idéntica suerte. Sus dos primeros matrimonios fracasaron
porque Sagan pensaba que el papel de sus mujeres en la vida consistía en cocinar,
limpiar la casa y ocuparse de los hijos a fin de que él pudiera dedicarse por entero a la
ciencia. No podía imaginar que su mujer llevase una vida propia, no supeditada a la suya
y sin estar pendiente de sus mínimos deseos. Su actividad fagocitaba totalmente la de su
pareja. Así ocurrió con su primera mujer, Lynn Margulis, que luego se convertiría en uno
de los más importantes biólogos mundiales (siendo elegida miembro de la NAS) o con la
segunda, Linda Salzman, que tras su divorcio logró rehacer su vida como escritora de
televisión en California. Ello explica el éxito final de su tercer matrimonio, con la escritora
Ann Druyan, quien no se planteó, como sus antecesoras en el puesto, una carrera propia,
sino que se puso íntegramente al servicio de Sagan, siendo coautora de varios de sus
libros y colaboradora activa en todas sus actividades audiovisuales.

Su amiga, y productora de la película Contacto, Lynda Obst, buena conocedora del medio
hollywoodiense, lo resumió con la precisión de quien sabe de qué habla: «Cuando la vida
de alguien se concentra sólo en la ciencia, verdad, ambición y éxito, entonces el propósito
de la vida de los demás es servir a su carrera; sus necesidades propias carecen de
importancia».
UNA SUCESIÓN PENDIENTE
En la época de su muerte, la fama y la influencia de Carl Sagan habían abandonado su
cenit. En un contrapunto no deseado, las misiones espaciales le hicieron abandonar poco
a poco la idea de vida en el sistema solar. La Luna, Marte, Venus fueron cayendo como
candidatos a medida que los conocimos mejor. La aplicación de sus teorías sobre el
invierno nuclear a la quema de pozos de petróleo durante la guerra de Kuwait se saldó
con un estrepitoso fracaso. En 1993, el Congreso suprimió los fondos del ambicioso
programa SETI de la NASA. Con la caída de Gorbachov y el final de la guerra fría, la gente
comenzó a despreocuparse sobre el peligro de las armas nucleares, y su libro sobre el
invierno nuclear, A Path Where No Man Thought: Nuclear Winter and the End of the Arms
Race, así como los que le siguieron, ya no fueron grandes éxitos de ventas. Finalmente, el
rechazo a su entrada en la Academia de Ciencias supuso un golpe para su orgullo del que
no se repuso. Y aunque no llegó a verla en las salas de cine, en donde se estrenó seis
meses después de su muerte, su película Contacto no respondió a las expectativas de sus
productores, obteniendo una taquilla muy inferior a la de las coetáneas Hombres de
negro o Día de la Independencia.
No creo que estos fracasos hubieran puesto en peligro la popularidad de Sagan y su
liderazgo mediático de haber seguido vivo. Sagan amaba la ciencia, y amaba la
popularidad, y dedicó toda su energía a conciliar ambas. Si vivimos bajo el imperio de los
medios de comunicación, Sagan ha sido el científico que mejor ha sabido utilizar su
enorme poder, mostrando a sus colegas cómo la belleza, el misterio y la excitación de la
ciencia pueden ser transmitidos con éxito al gran público. Se dice que los medios de
comunicación suelen producir, por necesidades internas de venta de sus productos,
continuamente sus propios ídolos. La ciencia, considerada como un producto más, no
debería ser una excepción. Sin embargo, en el caso de Sagan, cinco años después de su
muerte, el puesto único que ocupó sigue vacante, sin que se atisbe, por el momento,
ningún sucesor en el horizonte.

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