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Elisabeth Roudinesco. ¿Por qué el Psicoanálisis?

CAPITULO 2. Los medicamentos del espíritu

Desde 1950, las sustancias químicas o psicotrópicos modificaron el paisaje de la locura. Vaciaron
los asilos, sustituyeron la camisa de fuerza y los tratamientos de shock por la envoltura
medicamentosa.1Aunque no curan ninguna enfermedad mental o nerviosa, revolucionaron las
representaciones del psiquismo fabricando un hombre nuevo, liso y sin humor, extenuado por la
evitación de sus pasiones, avergonzado de no ser conforme al ideal que le proponen.

Los psicotrópicos tienen por resultado normalizar la conducta y suprimir los síntomas más
dolorosos del sufrimiento psíquico sin buscar su significación. Están clasificados en tres grupos: los
psicolépticos, los psicoanalépticos, los psicodislépticos. En el primer grupo, encontramos los
hipnóticos, que tratan los trastornos del sueño, los ansiolíticos y los tranquilizantes, que suprimen
los signos de la angustia, de la ansiedad, de la fobia y de diversas neurosis, y finalmente los
neurolépticos (o antipsicóticos), medicamentos específicos de la psicosis y de todas las formas de
delirios crónicos o agudos. En el segundo grupo, están reunidos los estimulantes y los
antidepresivos, y en el tercer grupo, los medicamentos alucinógenos, los estupefacientes y los
reguladores del humor.

Gracias a la psicofarmacología los tratamientos bárbaros e ineficaces fueron abandonados. En


cuanto a los ansiolíticos y a los antidepresivos, aportaron a los neuróticos y a los depresivos una
mayor tranquilidad. Sin embargo, Encerró, en efecto, al sujeto en una nueva alienación
pretendiendo curarlo de la esencia misma de la condición humana. También alimentó, con sus
ilusiones, un nuevo irracionalismo. Pues cuanto más se promete el fin del sufrimiento psíquico por
medio de la absorción de pastillas, que no hacen más que quitar síntomas o transformar una
personalidad, más el sujeto, decepcionado, se vuelca luego hacia tratamientos corporales o
mágicos.

Conviene recordar que en psiquiatría la medicación no es más que un momento del tratamiento
de una enfermedad mental y que el tratamiento de fondo sigue siendo la psicoterapia". En cuanto
a su inventor, Henri Laborit la sociedad en la que vivimos es insoportable. La gente ya no puede
dormir, está angustiada, tiene necesidad de ser tranquilizada. Sin los psicotrópicos, se hubiera
producido tal vez una revolución en la conciencia humana que clamara: '¡Esto no se soporta más!',
mientras seguimos soportando gracias a los psicotrópicos. Sin embargo, la psicofarmacología se ha
convertido hoy, en el estandarte de un tipo de imperialismo. Permite a todos los médicos abordar
de la misma manera toda clase de afecciones sin que sepamos jamás a qué tratamiento
responden. Psicosis, neurosis, fobias, melancolías y depresiones son así tratadas por la
psicofarmacología como tantos estados ansiosos consecutivos a duelos, a crisis de pánico
pasajeras, o a un nerviosismo extremo debido a un entorno difícil. El psicotrópico simboliza el
triunfo del pragmatismoy del materialismo sobre las borrosas elucubraciones psicológicas y
filosóficas que intentaban delimitar al hombre.
En los países democráticos, todo transcurre como si ya ninguna rebelión fuera posible, como si la
idea misma de subversión social, incluso intelectual, hubiera devenido ilusoria, como si el
conformismo y el higienismo propios de la nueva barbarie del bio-poder6hubieran ganado la
partida. De ahí la tristeza del alma y la impotencia del sexo, de ahí el paradigma de la depresión.

La paradoja de esta nueva situación es que el psicoanálisis es en lo sucesivo confundido con el


conjunto de prácticas sobre las cuales ejerció antes su supremacía. Así lo demuestra el empleo
generalizado del término "psi" para designar, sin diferenciación de tendencias, la ciencia del
espíritu y, a la vez, las prácticas terapéuticas relacionadas con ella.

En todas partes el psicoanálisis es amo, pero en todas partes compite con la farmacología, a tal
punto que es él mismo utilizado como una pastilla. Con respecto a esto, Jacques Derrida tuvo
razón en subrayar, que el psicoanálisis es asimilado en nuestros días a un "medicamento vencido
relegado al fondo de una farmacia: 'Esto puede siempre servir en caso de urgencia o de falta, pero
hay cosas mejores’". Si el psicoanálisis compite hoy con la psicofarmacología, es también porque
los pacientes mismos, sometidos a la barbarie de la biopolítica, reclaman en lo sucesivo que sus
síntomas psíquicos tengan una causalidad orgánica. Se sienten además frecuentemente
desvalorizados cuando el médico procura indicarles otra vía de aproximación.

En consecuencia, entre los psicotrópicos, los antidepresivos son los más prescritos sin que
podamos afirmar que los estados depresivos estén en aumento. Simplemente, la medicina de hoy
responde, por su parte, al paradigma de la depresión. Por consiguiente, trata casi todos los
sufrimientos psíquicos como si fueran estados ansiosos y depresivos a la vez.

Todos los estudios sociológicos muestran también que la sociedad depresiva tiende a quebrar la
esencia de la resistencia humana. Entre el temor al desorden y la valorización de una
competitividad fundada exclusivamente sobre el éxito material, muchos sujetos prefieren
entregarse voluntariamente a sustancias químicas antes que hablar de sus sufrimientos íntimos.

El silencio es entonces preferible al lenguaje, fuente de angustia y de vergüenza.

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