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AMOR

SINIESTRO
Romance oscuro y J*dido

Por Aina Castillo



© Aina Castillo 2018.
Todos los derechos reservados.
Publicado en España por Aina Castillo.
Primera Edición.
Dedicado a Carol y Amy
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La Bestia Cazada
Romance Prohibido, Erótica y Acción con el Chico Malo Motero

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I
Snada, todo estaba tan oscuro que seguiría igual aunque le pusieran un sol
intió el trozo de tela que le cubría los ojos. En efecto, no podía ver

al frente. Sus manos estaban atadas sobre los apoyabrazos, sus tobillos contra las
patas de madera de esa silla de madera maciza.
Respiraba calmadamente porque no era la primera vez que estaba en una
situación como esa. Es más, era uno de sus momentos favoritos porque estaba
sujeta a la incertidumbre.
La regla era muy sencilla, quedarse allí, quieta y esperar las cosas que
estaban por venir. No podía hablar, no podía siquiera respirar agitadamente. A él
le gustaban las cosas así, rudas y casi extremas. Pero ella, siendo como era,
estaba dispuesta a adaptarse a lo que fuera porque estaba dispuesta a disfrutar del
buen sexo, sin importar nada más.
Con las puntas de los pies, sintió el felpudo y el calor del suelo a pesar que
estaba cada vez más cerca el invierno. También se dio cuenta por la temperatura
del ambiente puesto que estaba completamente desnuda. Lo único que tenía
sobre ella, era venda oscura, oscurísima que no le permitía descubrir qué tenía en
frente a ella.
Comenzó a morderse los labios porque ya la ansiedad la estaba matando.
Deseaba saber lo que iba a pasar continuación. De repente, sus sentidos ya
agudizados pudieron detectar la presencia de alguien. Era su aroma, era el calor
de su cuerpo.
Sintió entonces sobre sus piernas, las diferentes lenguas de cuero que
comenzaron a pasearse por la piel de sus muslos. Se estremeció un poco porque
bueno, de alguna manera le tomó por sorpresa, pero luego sonrió porque esa
sensación era sólo la antesala a algo más fuerte y contundente.
Siguieron las caricias hasta que él le tomó el rostro con su mano gruesa. La
tomó casi delicadamente, con un toque muy ligero, suave. Se alejó para alzar su
brazo y castigarla como debía, así pues, con un movimiento rápido y certero,
impactó ese látigo sobre la piel desnuda y lista para el dolor.
No se detuvo, así que continuó. Una tras otra, una y otras vez sin cansarse
demasiado puesto que sabía cómo hacer esas cosas y disfrutarlas en cada
momento. Ella, por otro lado, estaba sentada, incapaz de moverse y haciendo un
tremendo esfuerzo por no gemir o jadear. La condición era esa, mantenerse
quieta porque posiblemente le podrían dar un regalo.
Él la miraba con cierta superioridad porque se sentía así, máximo, excelso,
poderoso. Podría embriagarse de esa sensación, podría experimentarlo siempre.
Simplemente lo adoraba.
Sus muslos y parte de su torso, se volvieron rojos de todos los tonos
posibles. Aunque el ardor y el picor insistían, ella lo disfrutaba tremendamente.
Él no sabía cuánto.
—Bien, bien. Ya veo que te estás comportando como toda una niña buena.
A ver, ¿será que si sigo así, te mantendrás tan quietita como hasta ahora? Espero
que sí, porque no puedo evitar decirte lo zorra que te ves ahora.
Él tenía razón. Ella se veía muy bien. Ese rostro empapado de sudor y ese
cuerpo brillante por la carne viva que emergía de ciertos espacios. De nuevo,
trató de sostener sus dedos sobre esa superficie cómoda y caliente porque no
había otra cosa de la que pudiera tomarse, era el último recurso que le quedaba.
Soportó todo lo que pudo, hizo un enorme esfuerzo, recurrió a su
experiencia para no sucumbir demasiado rápido. Era una mujer que sabía cómo
se hacían estas cosas, no era una novata, era de aquellas que hacía tiempo se
había entregado por completo a un círculo lleno de perversiones y vicios. Le
daba igual, era su mundo y lo adoraba.
—Bien, como siempre, Megan, no puedo quejarme de ti. Tienes todo lo que
me gusta y más, sabes siempre cómo superar mis expectativas. Así que, para
dejarte en claro que no soy tan malo después de todo, dejaré que hagas los ruidos
que quiera. Deseo saber si mi ramera es capaz de responderme como se debe
cuando le hago cosas como esta…
Volvió a alzar el brazo y de nuevo, otro impacto en una de las piernas. Ella,
ya con la libertad de poder decir lo que quisiera, no pudo frenar el torrente de
gemidos y jadeos que le siguieron. Eso a él lo volvió prácticamente loco.
Había otro hecho importante, ella estaba más que mojada, estaba demasiado
excitada. Casi no podía pensar, pero, ¿acaso eso era necesario? ¿Acaso era
necesario reflexionar o explicar lo que estaba sucediendo? Para nada, cuando son
asuntos de la carne y de la piel, la propia naturaleza animal es lo que toma por el
completo el control, es esa misma fuerza que nos lleva a un plano que nos supera
y que incluso nos hace replantear nuestros propios límites. Megan lo sabía muy
bien.
Ella sonrió casi con descaro, por supuesto eso le valió una fuerte bofetada.
Por un lado porque a él le gustaba darlas, y por otro, porque sintió que aquello
había sido una especie de desafío.
—Que no se te olvide quién es el que manda. Soy yo quien decide todo lo
que tenga que ver contigo. ¿Entendiste?
—Sí, Señor.
Ella alcanzó a responder apenas. Su excitación era demasiado fuerte como
para procesar o elaborar una oración coherente.
Entonces, sintió de nuevo la presencia de él, esa misma que estaba cerca de
su cuerpo, rondándolo como para arrastrarla hacia la incertidumbre. Megan, ante
esto, respiró profundo porque tuvo el presentimiento de algo.
Las manos de él volvieron a acariciarle, esta vez, el cuello y los pechos.
Pero no como solía hacer, no. Esta vez era suave, delicado. El contacto con su
piel, le hizo entender que tenía algunas heridas abiertas gracias a los latigazos.
Una ola de morbo la invadió por completo, estaba desesperada por sentirlo, por
tenerlo adentro lo más pronto posible.
Él siguió descendiendo, poco a poco, hasta que sintió el calor y la humedad
con la punta de sus dedos. Sí, su vulva estaba ardiendo, estaba lista para
recibirlo.
Así que sonrió, y aunque tuvo que enfrentarse en la disyuntiva de hacerla
sufrir más o quitarle los amarres para follarla como un semental. Pero, al final,
pudo más su instinto dominante, así que quiso jugar un poco más.
Se alejó de ella raudo porque tenía pensado un plan que sabía iba a
funcionar y que la llevaría hacia otro nivel de excitación. Despareció entonces
entre las sombras y se encontró en una situación interesante. Se acercó a un
cajón y extrajo un par de pinzas de madera. Un par muy viejo pero también ideal
para una velada como aquella que esperaba tener.
Quedó frente a ella y le colocó las pinzas de madera sobre sus dos pezones.
Megan sintió la presión e inmediatamente sonrió ampliamente. Le encantó sentir
esa descarga de dolor que la revivió el placer que ya estaba experimentando.
Como si tuviera un torrente entre sus piernas, se mojó aún más.
Apretó un poco los labios porque sabía que tenía que calmarse, que debía
aguantar lo más que pudiera. Entonces, sintió el calor de él acariciando una de
sus orejas.
—Te has portado muy bien, así que no te puedo negar la oportunidad de
gemir como la perra que eres. Venga.
Ella hizo un largo suspiro y gimió seguidamente, era como si por fin
pudiera ser libre, como si se hubiera quitado un peso de encima.
Sus dedos se afincaron más en la silla y en el suelo porque sentía que estaba
a punto de despegar, su cuerpo estaba a punto de ir hacia el cielo y más allá. Pero
él, su Amo de turno, estaba allí para recordarle que no podía hacerlo, que tanto
su cuerpo y como su alma eran de él.
Entonces, las pinzas se quedaron allí, sujetas a su piel con el fin de
estimularla aún más. Entonces él, en una especie de frenesí alimentado por la
euforia del momento, volvió a tomar el látigo para comenzar con los azotes lo
más pronto posible. Estaba ansioso, desesperado, con el deseo de romperle la
piel con la fuerza necesaria.
Ella, mientras tanto, se retorcía más y más en la silla. El dolor de las pinzas,
el ardor que le quedaba en la piel después de los latigazos y los insultos que él le
decía al oído, la estaban llevando hacia ese límite que le gustaba experimentar,
era ese algo que sólo unos pocos podían sentir, entre ellos, Megan. Era adicta,
era su droga y quería más.
El Dominante comenzó a sudar debido al esfuerzo que estaba haciendo, así
que lo paró por un momento, también porque su pene estaba a punto de reventar.
Ya no podía más.
Así que dejó de nuevo el látigo para ir hacia ella. Se mantuvo en silencio
mientras seguía escuchando los jadeos y gemidos de su sumisa. Se dispuso a
quitarle los amarres lentamente y hasta se aseguró de que todo estuviera bien, en
orden.
Las muñecas y tobillos estaban bien, así que la tomó y la dejó sobre la
cama. Al ver su cuerpo, se excitó aún más. Esas piernas anchas, la cintura, esas
caderas. La piel morena marcada por los latigazos, convirtiéndola en una especie
de lienzo de placer. Se veía tan bella, tan vulnerable.
La dejó sobre la cama y la calmó por un momento. Pasó sus manos sobre su
cuerpo, tocándola suavemente para relajarla. Cuando por fin se dio cuenta que
estaba tranquila, se levantó lentamente y se colocó sobre la cama, de rodillas. De
manera que se iba a acercando su pelvis hasta que colocó su verga sobre la cara
de ella.
Aún con la venda sobre sus ojos, Megan supo exactamente lo que estaba
pasando, ¿la razón? Conocía a su Amo perfectamente bien, sabía lo que le
gustaba y cómo Así que sin pensarlo demasiado, abrió la boca y, con su lengua,
acarició el glande de él. Acarició lentamente, como sabía hacerlo. Al mismo
tiempo, estiró una de sus manos para colocarlas sobre la cabella de ella y tomarla
por el cabello como si tuviera una rienda. Se veía tan bella, tan zorra.
Se quedó en ese punto durante un rato. Incluso, de vez en cuando, le sonreía
sensualmente para hacerle entender que ella estaba dispuesta a complacerlo las
veces que él quisiera. Siguió chupándolo hasta que sintió la presión de esa verga
dentro de su boca. Asimismo, su cabeza se movía a un ritmo constante porque
tenía claro que tenía que esforzarse al máximo.
Él, en cambio, se acercaba más y más con la intención de follarle la boca
por completo, deseaba tanto que ella lo tuviera completamente adentro, así que
insistió a pesar de escuchar la tos reprimida y las arcadas que hacía. Se deleitaba
al ver los hilos de saliva recorriendo sus labios, cayendo sobre su piel y sobre su
verga, adoraba ver ese cabello rizado y rebelde sobre la cama, esos labios
gruesos comiéndolo con ese placer casi infinito. Sí, ella era perfecta en todo
sentido.
Pudo quedarse más tiempo allí, pero no pudo más, necesitaba poseerla a
como diera lugar. Entonces, se lo sacó de golpe y procedió a darle unas cuantas
bofetadas.
—Buena chica, buena chica.
Se posicionó rápidamente y con ambas manos, le tomó sus piernas para
abrírselas de par en par. Se encontró con ese coño perfecto, de labios anchos,
mojados y, sobre todo, caliente, tan caliente que se le hizo agua la boca esa idea
de meterlo y de quedarse allí.
Así que no esperó demasiado, colocó la punta de su verga en toda la entrada
de ese paraíso perfecto y lo empujó de un solo movimiento. Ella hizo un fuere
alarido, seguido de una amplia sonrisa. Estaba feliz y realizada. Adoraba sentir
la verga gruesa de él hasta el fondo.
Entonces él ajustó su pelvis y comenzó ese movimiento increíble de ir y
salir que sólo producía ese roce perfecto. El calor se hizo más intenso, los jadeos
y gemidos también. Ella se sostenía sobre las sábanas mientras era esclava de
esas embestidas divinas. Era increíble, era como sentir que se perdía a sí misma
para volver a encontrar con él.
Él la miraba y pensaba que era una diosa, no sabía lo mucho que la deseaba.
Esperó demasiado tiempo en tenerla así y no quería que aquello se volviera a
repetir.
Siguieron follando como unos animales. Cambiaron de posición varias
veces. Ella en cuatro, una de sus posturas favoritas porque también podía
nalguearla; de pie, de lado, y finalmente sentados, ella sobre él, en un
movimiento sensual y lento.
Ella lo sentía mucho más así y de hecho pensaba que estaba a punto de
llegar al orgasmo. Así que se sujetó de los hombres anchos de él. Sus piernas se
agitaron fuertemente mientras que sus ojos se mantuvieron concentrados en los
de su amante. Se miraron largo rato, hasta que Megan no lo soportó más, se
corrió con él adentro, por lo que lo empapó por completo.
Con sus fuertes manos, la tomó por la cintura para sacarlo y también
correrse. Su pene, tan duro que formaba un ángulo de 90°, comenzó a lanzar
chorros de semen por los aires, aunque ella lo tomó por la base para masturbarlo
un poco y ayudarlo durante el orgasmo. Le sonrió casi con maldad, mientras que
él estaba todavía en ese punto de perdición.
Al final, le dio un beso y se bajó de la cama un poco aturdida. Fue al baño
de la habitación, encendió la luz y miró de inmediato su reflejo en el espejo.
Tenía el cabello más alborotado que de lo usual pero se veía radiante.
Comenzó a examinarse el cuerpo. Miró las marcas de las cintas de cuero
sobre su piel. Unas líneas rojas que le indicaban que la sangre estaba seca. Se
giraba y se sintió orgullosa de lo que estaba viendo. Le encantaba el dolor, y le
encantaban las marcas. Le gustaban porque decía que eran esos pequeños
souvenirs de una buena sesión.
Se miró un rato más y observó sus ojos negros, su nariz ancha y labios
gruesos. La piel morena de diferentes todos, lo cual le daba risa. El peso que
había perdido que le había dejado estrías y una dermis con pliegues. A pesar de
ello, no se sentía mal al respecto, estaba orgullosa de sí misma y se sentía segura.
Era todo lo que necesitaba.
Abrió las llaves de agua y juntó un poco entre sus manos. Se las llevó hacia
el rostro y la temperatura fría fue suficiente como para que terminara de
despertarse por completo. Estaba lista para tomar una ducha rápida, antes, se
asomó por la puerta y se fijó en el estado de su acompañante. Él dormía
plácidamente, como siempre lo hacía en momentos como ese. Nada en el mundo
lo podría interrumpir aunque se estuviera cayendo.
Aprovechando la ocasión, entró entonces a la ducha y se bañó con agua
caliente. Después de unos minutos, salió de allí y tomó una toalla. Agradeció el
ligero calor que estaba haciendo en la habitación. Era algo sumamente
agradable.
Dio unos cuantos pasos y tomó sus prendas y su morral. Allí tenía un
cambio de ropa que había guardado por las dudas. Se agradeció a sí misma de
haber sido tan precavida como para darse cuenta que tenía que tener un plan de
rescate.
Buscó unos jeans oscuros, un suéter tejido con el cuello amplio, las
zapatillas Adidas, y listo. Sólo bastaba colocarse el abrigo porque, aunque era
otoño, el invierno estaba muy cerca y el frío estaba más fuerte.
Volvió al baño para acomodarse el cabello cuando notó que él despertó de
pronto. Cerró los ojos con cierto gesto de cansancio, sabía que él le preguntaría
algo. Le gustaba más cuando era sádico, controlador y agresivo con ella, le
gustaba cómo se comportaba como Dominante, pero detestaba su lado vainilla.
—¿Qué haces?
—Me voy.
—¿Para dónde? ¿Por qué?
—Porque ya me quiero ir. ¿Hay un problema con eso?
—Es que pensé que te quedarías más tiempo. No sé, que iríamos a comer
algo…
—No es necesario, me parece. ¿A ti sí? Lamento eso. Estuvo muy bueno
todo, pero creo que es más que suficiente.
El hombre no lo podía creer. Esa indiferencia, ese trato frío que le cayó de
la patada. Sólo se quedó impávido en medio de su desnudez. Luego de unos
segundos, apenas pudo vociferar algunas palabras.
—Siempre caemos en este punto, Megan. Quiero acercarme a ti pero tú lo
haces imposible. No puedo, no me dejas y no entiendo la razón.
Megan hizo un suspiro de resignación y de fastidio. No era la primera vez
que ellos hablaban de eso, y ya para ella era como llover sobre mojado.
Lo cierto es que se conocían desde algún tiempo, se hicieron amigos y
luego, amantes. Supieron sobre sus aficiones y de inmediato congeniaron. Ella se
sentía libre y capaz de explorar lo que fuera con él. De hecho, así fue. Hicieron
tríos, orgías, espectáculos de BDSM y hasta organizaron juntos una puja de
esclavos y esclavas.
Estaban juntos y compenetrados. Sin embargo, Megan es una mujer que
suele aburrirse rápido de la gente y, como no vio que las cosas fueran a alguna
parte, así que dejó que las cosas terminaran por morirse.
Luego de un tiempo, ambos volvieron a reunirse para dejar las cosas sólo
por lo carnal. Así que se encontraban en hoteles cuando las ganas eran
demasiado fuertes. Aunque ella tenía otros compañeros, él siempre era una
buena opción por tratarse de alguien que la conocía bien y que sabía hacer las
cosas como le gustaban.
… Pero ya, ya no más que eso. El polvo y luego adiós. Pero esta vez no le
funcionó. Algo le dijo que él había regreso a su vida con otras intenciones, pero
ella ya estaba en otro plano, en otra vida y él sólo tenía un mínimo espacio en
ella.
—Tienes que entender que las cosas han cambiado demasiado. Durante el
tiempo que nos alejamos, los dos hemos cambiado mucho. Eso lo tienes que
reconocer. Me tengo que ir, hablamos después.
No le dio oportunidad siquiera para responder. Lo dejó con la palabra en la
boca. Megan odiaba ese tipo de situaciones emocionales innecesarias.
Él se quedó allí, mirando cómo iba hacia la puerta sin hacer mostrar un
ápice de arrepentimiento. Sinceramente, para Megan la noche con él, había
terminado.
Después de salir, cerró la puerta tras sí y respiró de alivio. Fue tan rápido
como pudo al elevador para evitar más contratiempos. Marcó y esperó a que las
puertas cerraran.
Al salir, se encontró el movimiento del lobby. Lo cierto es que estaba en
uno de los edificios más elegantes de la ciudad. En el mero corazón de las
residencias de ricos, políticos y famosos. Por lo que era de esperarse que se
topara con rostros que le resultaran conocidos gracias a la televisión.
Pero para ella era cualquier cosa, incluso, a muchos de ellos los había visto
en unas cuantas reuniones de Dominantes y sumisos. Sabía que allí, más de uno
tenía un interesante historial de situaciones pervertidas.
Empujó la puerta principal y salió a la calle. La recibió ese aire frío que
hizo que se ajustara más el abrigo que tenía puesto.
Cerró los ojos por un momento porque se sintió viva, plena. Adoraba la
libertad que tenía y no lo quería cambiar por nada del mundo. Y así había sido
desde siempre.
Podría decirse que, al menos en el exterior, había sido una niña normal que
había crecido en un entorno familiar estable pero sobreprotegido. Quizás esa fue
una de las razones principales por las cuales desarrolló una personalidad
independiente.
De cierto modo, era estudiosa pero no demasiado, deportista pero tampoco
demasiado, más bien se divertía lo más que pudiera. Le daba igual destacar
porque no era algo que particularmente persiguiera, al menos no por sí misma.
Por otro lado, el ambiente social era otra cosa muy diferente. Si bien era
indiferente con todo lo demás, era una chica sumamente popular. Había algo en
ella que la hacía particularmente tan atrayente como si tuviera alguna especie de
magnetismo, algo que le producía un efecto poderoso en los demás.
Con la adolescencia, vino el despertar sexual. Las hormonas estaban en su
punto y cualquier roce podría propiciar un encuentro intenso y carnal. Esa es la
edad en donde un mundo completamente diferente se abre ante nosotros.
Lo fue así para Megan, la dulce, la intensa, la popular. Como siempre,
rodeada de gente, de chicas y chicos, sabía cómo moverse fácilmente entre la
gente. La llamaban para fiestas, reuniones o charlas en los estacionamientos de
los locales de comida rápida. Sus anécdotas y demás historias eran el gancho
para el resto de los mortales que también quedaban embelesados por un físico
atractivo y cada vez más hermoso.
Su tez morena, los labios gruesos y ese cabello largo, negro y rizado. Era
como si tuviera un vendaval que se llevaba a todo el mundo por delante. Era más
intenso gracias a esa actitud segura y confiada.
Como para toda joven como ella, los de su edad eran más bien aburridos y
tontos. Los chicos con pretensiones de amor eterno, le resultaban molestos y
hasta predecibles. A esa edad ya estaba dando muestras de ser una persona
insaciable. Quería más y lo quería rápido, intenso, fuerte. Pero, ¿cómo?
No tenía idea, pero lo seguro era que no sería de manera convencional. Eso
lo tenía bastante claro.
—¿Has visto el nuevo cuidador de la biblioteca?
—Ala, que no. ¿Qué tal está?
—Está majísimo. Es mayor, claro, pero es bello, guapísimo. Todas estamos
babeadas por él y creo que también quedarás así por él.
—Pero no exageres, eh. Son ideas tuyas.
—No lo son, tía. Tienes que verlo. Cuando lo hagas, me darás la razón.
Con esa expresión de hastío, la acompañaron hasta uno de los últimos
rincones de ese gran colegio. Sus amigas estaban emocionadas y ella, para
variar, estaba más aburrida de lo normal. No entendía la euforia.
—¡Mira!, allá está.
Siguió con los ojos la punta del dedo de una de su grupo, quien sonreía casi
frenéticamente. Lo hizo hasta encontrarse con él y fue allí cuando sintió que un
rayo la había partido en dos.
Estaba sentado con un libro en frente y, a pesar de estar en esa posición,
sabía que era alto y delgado. Se sintió atraída por los tatuajes que trataba de
disimular con la camisa formal que tenía, y por el cabello espeso y negro.
Además, el perfil perfecto casi como si fuera esculpido por una mano divina.
¿Acaso era posible que existiera un hombre así?
Tenía las piernas cruzadas, por lo que pudo ver que portaba unos New
Balance amarillos que contrastaban con sus jeans oscuros. Estaba concentrado y
absorto en su mundo. Parecía la cosa más bella del mundo.
Megan se quedó mirándolo, hundiéndose en los detalles de su cuerpo y de
su rostro. Estaba maravillada, encantada, no podía salir de ese estado por más
que se lo dijera a su cerebro. Se hizo esclava de él desde ese momento.
—¿Eh, tía? Te has quedado como muda, eh. Te dije, te dije que era
majísimo.
—Me encantan sus tatuajes, se ven tan chico malo.
—¿De dónde habrá salido? Nunca lo he visto por el vecindario.
—Tengo ganas de hablarle, pero me da miedo. ¡Ay, qué tonta!
Ella, por otro lado, no podía pronunciar palabra. Estaba impresionada y no
sabía qué hacer con ese cúmulo de emociones.
Sonó el timbre para regresar a clases y cuando sus amigas corrieron para no
perder la hora, Megan se quedó allí porque sus pies se convirtieron en un par de
plomos. En ese instante, el misterioso chico, giró la cabeza y se miraron por
unos segundos.
Tenía los ojos azules más hermosos que había visto y el rostro tan perfecto
que hubo un momento que todo le pareció irreal. El tiempo se detuvo y los
ruidos cesaron. No había nada más, sólo su cuerpo y el de él flotando sobre ese
espacio.
Quiso irse, quiso huir pero no pudo, le fue imposible y él lo supo. Fue allí
cuando le dirigió una sonrisa y ella, imitó el gesto casi torpemente. En ese
momento, no había rastro de la chica segura y magnética de siempre, sólo era un
compendio de átomos suspendidos en el aire.
—Vamos, Megan. Que llegarás tarde.
Escuchó la voz de una maestra que le decía suavemente que era hora de
estudiar. El chico misterioso de sonrisa aplastante, la siguió con la mirada, hasta
que finalmente se volvió a concentrar en el libro que tenía frente a él.
Durante toda la hora, mantuvo la mirada fija en un punto en el pizarrón. El
profesor de Aritmética escribía fórmulas sin parar en esa superficie blanca y
brillante, mientras ella sólo pensaba en él.
Todos escribían menos ella, todos estaba concentrados menos ella, ¿por
qué? Porque un desconocido fue capaz de desconectarla de la realidad con una
fuerza sorprendente.
Tuvo esa sensación hasta casi terminar el día. Sus amigas seguían hablando
de él y de otros quienes estudiaban con ellas, pero Megan no podía dejar de
pensar en esos tatuajes ocultos y esa expresión de maldad que tenía ese chico.
Después de estar anonadada, estaba recobrando un poco de consciencia al darse
cuenta que tenía que averiguar más de él.
Dio la excusa de que tenía que quedarse más rato para estudiar y así se
liberó de sus eternas acompañantes. Cuando por fin lo logró, ella respiró
profundamente y tomó impulso. Caminó por los pasillos y volvió a adentrarse a
la zona más alejada del colegio, irónicamente era así.
La biblioteca era un gran espacio rodeado de ventanales y frente a un patio
interno siempre hermoso y verde. Se asomó con cuidado para que no la
descubrieran. Y fue allí cuando lo miró de nuevo, tan alto y espigado que se
sintió intimidada por él.
—Pero, joder, ¿qué me pasa?
Era obvio, estaba prendada de él y no sabía cómo actuar porque era la
primera vez que le había pasado algo así. Caminó hacia una columna y siguió
mirándolo estupefacta. Estaba hablando con alguien y sólo lograba ver que
asentía suavemente.
No podía quedarse allí para siempre, así que entró de un golpe y llevada por
un instinto desconocido, se acercó hacia él, quien ya estaba desocupado.
—¿Cómo te llamas? —Dijo ella con la voz más segura que pudo.
Él se giró y la miró con esa sonrisa, de nuevo. Le pareció dulce y también
valiente.
—Conrad. ¿Y el tuyo?
—Megan.
—Hola, Megan. Veo que eres una chica valiente, pensé que no te atreverías
a hablar conmigo.
Ella sintió un repentino rubor en las mejillas y él rió un poco. Se acercó un
poco hacia ella pero Megan no se echó para atrás. Se mantuvo plantada, segura.
—¿Qué haces aquí? ¿Vienes a buscar un libro?
—No, sólo quise saber tu nombre y… preguntarte algo.
—A ver, dime.
—¿Estás trabajando aquí?
—Sí. Por unos meses o hasta lo decida la directora. Veremos qué sucede.
—¿Así que te veré más seguido?
—Eso depende si eso es lo que quieres.
Nadie le había respondido así, con ese descaro, con esa seguridad. Sintió
que los vellos de su piel estaban erizados y un frío poderoso en la espina de su
espalda. Estaba impresionada pero también encantada.
—… Claro que quiero.
Esa respuesta ni siquiera supo de dónde salió, sin embargo, lo dijo y esperó
ansiosa la respuesta de él. Conrad la miró con cierta complicidad, y sólo sonrió.
—Vale, me gusta eso.
Después de ese día, Megan y Conrad comenzaron a compartir momentos
que fueron de charlas pequeñas en la biblioteca, hasta que poco a poco,
construyeron una interesante confianza.
—¿Qué harás después de clases?
—Nada, creo. Supongo que ir a casa a estudiar.
—¿Estudias? No me digas que eres de esas chicas que sólo devoran libros.
—Ja, ja, ja. Algo así, es que no lo sé.
—Vale, ¿qué tal si vamos a comer algo? Hay un autocine y están
proyectando películas clásicas y me gustaría que fueras conmigo.
Ella le hacía sentir especial que él, una de las personas más interesantes que
había conocido, pensara en invitarla.
—Pues, me flipa.
Regresó a casa y se echó sobre la cama y se quedó mirando el techo
sintiendo el entusiasmo. La emoción que sentía de verlo en un contexto
completamente diferente, la hacía sentir más niña de lo que ya se sentía.
Quedaron para verse al final de la tarde, así que estuvo sobre su cama un
buen rato hasta que comenzó a prepararse.
Mientras estaba arreglándose, recordó que había ocultado por un tiempo
que hablaba con él hasta que una de sus amigas descubrió que, efectivamente,
estaban juntos. Ella trataba de responder con evasivas porque no quería fantasear
demasiado —aunque sólo se lo permitía internamente—.
Después de esperar un rato, se levantó de la cama y comenzó a prepararse.
No podía dejar de sonreír al imaginarse las cosas que haría con él, lo que
compartirían, y de lo que hablarían. Se veía tan interesante, tan único.
Se colocó un vestido de flores blancas, una chupa vaquera y unos Converse
blancos. Se dejó el cabello de lado y se miró en el espejo. Sería la primera vez
que haría algo así, aunque fuera la chica más popular de su escuela.
Miró por la ventana y vio un Cadillac rojo aparcando. Tomó su bolso y salió
corriendo por las escaleras, no quería hacerlo esperar demasiado tiempo. Se
despidió de su madre y salió como si fuera un espíritu libre.
Ahí estaba él, parado sobre la puerta del copiloto. Con jeans rotos, una
camiseta blanca y unas botas de cuero desgastado. Se veía peligroso e
intimidante. Él, apenas la vio, sonrió y la abrazó.
—Te ves guapísima.
—Tú también te ves muy bien.
Se miraron y de nuevo experimentó esa sensación de perderse en los ojos
de él. El paraíso era él, su piel y su calor. No había nada más perfecto que eso.
Se subieron al coche y anduvieron por la ciudad con el cabello en el aire y
con rock de fondo. Megan se sentía más rebelde y viva que nunca. Luego se
recordaría que jamás olvidaría esa escena por más esfuerzo que hiciera.
Llegaron finalmente a un autocine que había cerrado muchos años atrás,
pero que gracias a los hipsters y millenials, había regresado a la vida.
Conrad aparcó en un puesto, más o menos cerca de la pantalla. Al
detenerse, echó la cabeza sobre el asiento y la miró con tranquilidad.
—¿Tienes hambre?
—Sí, un poco.
—Vale, déjame comprar unas hamburguesas. Espérame aquí.
Le hizo un guiño y la dejó en el coche. Ella se sentía como la chica más
afortunada del mundo. Al rato, regresó con una bandeja que ajustó en su puesto
y se apresuró en sentarse.
—Parece que ya va a comenzar.
La película era lo de menos, la verdad. Sólo importaba tener tiempo para él,
para conocerlo y para disfrutar de una cita como esa. Por más segura y
autosuficiente que pareciera, estaba nerviosa y le encantaba la sensación que
estaba experimentando.
Al final, resultó ser una película de terror de los 50. Casi nadie le estaba
prestando atención ya que la gente iba y venía, bromeaba y jugaba entre sí. No
pasó demasiado tiempo para que ambos comenzaran a hablar de otras cosas.
—Me mudé de ciudad y conseguí este trabajo. De hecho, debería estar en la
universidad pero quiero pasar un año para mí. Aunque esa idea no era la mejor
opción para mi mamá. Pero qué más da. La vida es una sola.
Él representaba todo lo que quería en la vida. Apenas era dos años mayor
que ella y tenía un destino marcado para su vida. Deseó tanto irse con él,
perderse, escaparse.
Disimulaba lo atontada que se sentía por él. Ese aspecto de chico malo le
encantaba. Podía ver los tatuajes con mayor nitidez, gracias a las mangas cortas
de la camiseta. Detalló sus piernas anchas y su espalda definida. Lucía sencillo y
tan provocador. Pensaba que perdería el control con él.
Después de un par de horas, estaban en camino a su casa. Ella pensó que no
podría ser más perfecto, hasta que él, luego de aparcar frente a su casa, la miró
como si nada más importara. Estiró su brazo y sintió los dedos de él
adentrándose en esa enredadera negra. Megan se sintió nerviosa pero algo le dijo
que tenía que seguir, que su instinto era quedarse con él, juntarse y perderse en
ese rostro hermoso. El corazón estaba punto de salírsele del pecho. Él sonrió de
nuevo y juntó su rostro con el de ella.
—Tranquila.
En el momento menos esperado, ambos se besaron en medio del silencio de
la noche, con el brillo de las estrellas y de la luna sobre sus cabezas. Fue más
que perfecto.
Quedaron para otras citas y otros encuentros. Para Megan, su mundo se
transformó por completo, sólo era él y nadie más.
Por supuesto, tuvieron que hablar al respecto, nadie podía saber de esa
relación porque ambos podrían meterse en problemas. Pero, ¿acaso importaba?
Para ella valía la pena tomar el riesgo y mucho más.
Nunca se sintió tan feliz en su vida. Los besos de Conrad, las caricias, su
aliento y su cuerpo, todo era de lo más perfecto. Sin embargo, estaba segura que
en cualquier momento perdería la oportunidad de contenerse por más tiempo.
Una noche que estaban juntos, en el Cadillac rojo, estaban besándose en un
mirador de la ciudad. Las luces parecían pequeñas estrellas en la tierra y el cielo
lucía como un gran manto negro sobre ellos.
La lengua de Conrad se entremezclaba con la de ella, así como sus labios.
El aliento caliente de él envolvió el suyo y tuvo esa ligera sensación de que las
cosas llegarían a otra situación completamente diferente. Sin embargo, ya estaba
lista para ello.
Él se alejó un poco de ella y concentró sus grandes ojos azules en su rostro.
Esperó un momento antes de hablarle, porque era obvio que estaba esperando
por tener un poco de fuerza antes de hablar.
—¿Quieres?
Ella comprendió perfectamente lo que quiso decir, por lo que asintió
ligeramente y él se quedó serio.
—¿Segura?
—Más que nunca.
Apenas terminó, fue hacia ella para besarla con pasión y desenfreno. Megan
estaba preparada desde hacía tiempo.
—No será aquí. Esto no es un buen lugar para una chica como tú.
Tomó el volante y la palanca de velocidades, en un santiamén estaban
flotando sobre el asfalto, en dirección hacia un lugar en donde pudieran tener
una mayor libertad de tener intimidad.
Dieron con un motel en las lejanías de la ciudad. Uno de aspecto un poco
viejo pero para ella ese tema era irrelevante, sentía que era el momento y el lugar
adecuado.
Entraron en una habitación y enseguida se acostaron. Fue inevitable no
sentir el miedo pero estaba entre sus brazos, así que por momentos se le olvidaba
el nerviosismo que parecía que la consumiría de un momento a otro.
Volvieron a besarse y las manos de él fueron hacia sus piernas para
acariciarlas. Ella cerró los ojos y dejó que su mente y cuerpo se entregaran por
completo. No había miedo ni temor, esa era la decisión que había tomado y sólo
seguiría adelante.
Él fue dulce en todo momento, la acarició y la hizo suya con una delicadeza
extrema y pura. Al final, se quedaron entrelazados entre el calor del sexo y del
deseo que parecía consumirlos por completo.
Megan salió de ese lugar transformada en una persona completamente
diferente, con una visión de mundo y con ganas de vivir más y más experiencias.
Aunque hubiese querido estar con él por más tiempo, no pudo ser. Apenas
meses después, él decidió irse porque deseaba encontrar un rumbo diferente en
la vida. La despedida, sin embargo, se alargó por una semana. Se habían vuelto
inseparables.
Pasaron semanas e incluso meses para que ella se diera cuenta que él no
sería el único, aunque sabía que había hecho una marca importante en su vida.
Pero claro, eso no sería suficiente como para detenerla.
Terminó la escuela con una visión diferente de las cosas e ingresó en la
universidad, ávida de todo, pero básicamente de hombres y de fiestas. Quería
conocer de todo y no quería sentir nada de límites. Deseaba ir más allá de lo que
fuera posible.
Durante esa época, asistió a todo tipo de grupos y de reuniones pero no
hubo nada que le llamara la atención. Hasta que la invitaron a una reunión
BDSM. No tenía remota idea de lo que era, así que lo tomó como una señal para
que hiciera algo diferente y entretenido en medio del aburrimiento que sentía por
todo.
Se vistió y se preparó para ir a ese lugar misterioso que de la invitación. Le
resultó gracioso todo el misticismo del asunto, hasta que se percató de lo que
tenía frente así.
Gente vestida de cuero y látex. Unos usando máscaras y otros no. Unos
desnudos, portando cadenas o ropas muy elegantes. La situación era confusa
pero no quiso irse de allí, tenía la sensación de que tenía que conocer más al
respecto.
Se dio cuenta que había una serie de eventos y de reuniones pequeñas
alrededor. Así que se aseguró de visitar algunas para tener una idea un poco más
clara de todo. Se sorprendió de descubrir una especie de puja por esclavos,
mientras que en el otro lado, alguien hacía el esfuerzo de no exclamar
demasiados gritos porque alguien se lo había ordenado.
En medio de todo, estaba confundida pero, por suerte, se le acercó un
hombre alto y atractivo que la tomó por el brazo y la llevó junto a la mesa.
Comenzaron a hablar, aunque fue más bien ella tratando de saber un poco más
sobre el lugar en donde se encontraba.
Salió de allí como si hubiera dado con una información vital, con algo que
sabía que haría que su vida diera un giro de 180°… y así fue.
Este mismo hombre la introdujo en el mundo BDSM como sumisa. Al
principio, le costó un poco de trabajo entender pero al mismo tiempo tenía la
sensación de que todo aquello le resultaba fácil porque se hundía cada vez más
en ese ser pervertido y repleto de ganas de probar los límites, así como pasarlos.
Hizo de todo con él, incluso se permitió vivir la tortura de sangre y fuego.
Lo que hubiera resultado ser demasiado para cualquier persona, para ella era una
decisión más que obvia que tomó sin pensarlo dos veces.
Descubrió ese gusto por el dolor y la obediencia, siempre y claro se
respetara sus principios de libertad, ya que no estaba dispuesta de dejar aquello
que tanto quería y que tanto le había costado.
Se acostumbró a llevar las cosas a su propio ritmo, así que cuando sentía
que estaban a punto de quitarle su seguridad, se iba y dejaba la relación. Así de
sencillo.
Práctica, sexy, loca de atar y hasta un poco psicópata, Megan era esa mezcla
explosiva que los hombres querían experimentar… Y ella lo sabía.
Caminó entonces por la calle concentrada y agradecida por los dolores que
le habían provocado horas antes. El frío de la calle hizo que se sujetara más el
abrigo y caminara un poco más de prisa. Deseaba resguardarse en la estación del
subterráneo y así ir a casa. Deseaba acostarse en su cama y olvidar a todo lo
demás.
Bajó las escaleras rápidamente y se detuvo a esperar el tren. Pensó en lo
delicioso que había sido la sesión pero, para ser sincera con ella misma, pensó
que podría hacer algo más, algo que terminara de satisfacer esos deseos y esa
lujuria que siempre estaban en ella.
Se subió en el tren apenas este se detuvo. A pesar de todo, se dio cuenta que
estaba más o menos solo, por lo que tendría un paseo rápido y sin tanta gente. Se
quedó de pie porque se sentía más cómoda de esa manera.
Entonces, se dispuso a observar a la gente que se encontraba alrededor de
ella. Entre todos, vio a una pareja besándose y a abrazándose. Eran más chicos
que ella pero no unos adolescentes.
El hecho es que los miro por todo el rato, haciendo el esfuerzo de que no se
dieran cuenta que había una completa desconocida que los miraba con un deleite
interno, plácida por contar con un estímulo visual tan delicioso como ese.
Ella estaba quieta, en silencio, mientras los miraba uno sobre el otro, en
esos asientos incómodos y necios que estaban en el tren. Ella tenía sus piernas
sobre las rodillas de él, en tanto que él, con sus manos, acariciaba esos muslos
blancos y de apariencia suave.
En medio de sus toqueteos, sus lenguas iban y venían, al igual que sus
bocas. Parecían estar desesperados por follar, sin embargo, no podían sólo por el
hecho de encontrarse en un lugar rodeado de gente. De lo contrario, no se lo
hubieran pensado demasiado.
Megan, por otro lado, estaba excitándose cada vez más. De hecho,
disfrutaba de mirar a otros y más cuando estos parecían no darse cuenta de que
era así. Le encantaba ver la forma en que la gente se tocaba y se daba placer,
absortos en su mundo. Así de fuerte era el deseo y así debía celebrarse.
Se bajó entonces de la estación y subió las escaleras para salir de esta. Miró
hacia los lados de la acera y camino hacia el norte en donde estaba el edificio en
donde vivía. Mientras lo hacía, el calor de su vulva se hacía cada vez más
intenso, por ello sonría sola en la calle, consciente que estaba cerca de llegar y
que pronto pondría fin a la desesperación que estaba sintiendo por masturbarse.
Entonces, después de unos minutos, entró al edificio, saludó el portero
amablemente y tomó el elevador. Miró hacia los pisos hasta que divisó el
número seis. Se abrieron las puertas y salió con calma.
Se dirigió a su derecha y sacó unas llaves, introdujo una y abrió la puerta
para encontrarse el departamento completamente oscuro y solo.
Luego de cerrar tras sí, y de dejar sus cosas en una silla de madera que tenía
cerca, comenzó a desvestirse poco a poco, como si tuviera la intención de no
hacerse daño con las manos.
Lo cierto es que lo hizo de esa manera porque había partes de su cuerpo que
estaban aún marcadas y heridas, así que debía tratarse a sí misma con cierta
delicadeza. Así pues, luego de quedar desnuda completamente, se preparó para ir
a su habitación.
Entró y se dejó caer sobre la cama, extendiéndose por completo. Sintió la
suavidad de las sábanas y de la cama la cual, estaba caliente.
Cerró los ojos y se de inmediato colocó sus dedos sobre su vulva. El clítoris
ya estaba hinchado, así que no hizo demasiada falta en prenderse con un par de
toques. Se mordió la boca y comenzó a masturbarse tan dulce y exquisitamente
que olvidó por completo que sentía aún el dolor de los latigazos y del ardor que
habían quedado en sus pezones después de haberle colocado pinzas de madera.
Pero el deseo era mucho más grande que ella, la hacía elevarse e flotar por
lugares insospechados. Le encantaba sentirse así, por ello no perdía oportunidad
de experimentar cada vez más, tanto como fuera posible.
De lento fue a rápido, y de suave a duro. Tenía dos dedos dentro de ella y
uno estaba colocado sobre el clítoris, haciendo la presión necesaria para que se
mojara cada vez más. Cada vez que lo hacía, sentía una especie de corriente que
le recorría parte de la espalda y de las piernas.
Siguió imaginándose siendo devorada por esos labios tan efusivos y
ardientes, pensó en colocarse en medio y seducir a los dos, tentarlos hasta que
ninguno pudiera ofrecer resistencia a lo que estaba pasando.
Poco a poco, se percató que la sensación se volvió mucho más intensa, por
lo que continuó tocándose persistentemente. Al final, un gran alarido salió de sus
entrañas para terminar con un gran orgasmo que acabó por manifestarse en un
potente chorro de sus fluidos.
Continuó tocándose hasta terminó de hundirse en la lujuria y sus manos
dejaron de moverse. Extendió sus brazos sobre la cama al mismo tiempo que su
respiración aún estaba agitada.
Poco a poco recobró la calma y cuando por fin lo logró, se quedó tendida,
cansada pero feliz. Con una amplia sonrisa que le confirmaba que el sexo, al
menos para ella, era lo mejor que le había pasado en la vida.
II
xcelente, Karl. Este informe está impecable, la verdad es que
—E no me esperaba menos de ti.
—Muchas gracias. Igual hice un respaldo que se encuentra
subido en la nube de la empresa. Podrá consultarlo allí las veces que quiera.
—Karl... —Dijo la mujer— Sabes que puedes tratarme de tú. No hay
ningún problema.
—No se preocupe, así me siento mejor. Gracias.
Mantuvo fija la mirada hacia la mujer que lo interrogaba. Ella, al darse
cuenta que no obtuvo la respuesta que quería, hizo un suspiro de resignación y lo
despachó de su oficina.
—Bien, Karl. Excelente trabajo como siempre.
—Gracias, señora.
Se levantó de la silla y dejó en evidencia la altura de su cuerpo imponente,
además de una figura tallada gracias al ejercicio y el entrenamiento constante. Se
ajustó los lentes y salió de la oficina con paso seguro y confiado.
Lo cierto es que aquella mujer y él tuvieron varios encuentros sexuales
intensos. Primero, gracias a la obsesión de él por esas piernas largas y firmes que
lograba ver las veces que ella usaba vestidos o faldas. Las conversaciones
cordiales de trabajo, se volvieron más frecuentes hasta que, eventualmente, la
tensión se resolvió con una serie de besos y toqueteos intensos en su oficina…
prácticamente a la vista de los demás.
Pero Karl era así. De hecho, debajo de su aspecto tranquilo y comedido, era
un tío bastante pervertido y morboso, al punto que a veces dudaba de su propia
capacidad de autocontrol y dominio. Era como si algo tomara control de él.
Las cosas parecieron funcionar por un tiempo. Hicieron el esfuerzo de
mantener la seriedad y de separar el deseo de los asuntos laborales. Él se
encontró feliz de hallar el equilibrio perfecto, por lo que estuvo bastante
conforme de la situación.
Sin embargo, los planes se fueron a la borda porque ella comenzó a
experimentar la necesidad de controlarlo y de pasar más tiempo con él, no sólo
por sexo sino también por compañía.
—Lo que estás buscando ya es otra cosa, algo que no te puedo ni quiero
ofrecer.
Su honestidad brutal la golpeó de frente. Ella se pensó que era especial por
la forma en cómo él la trataba, pero lo cierto era que sólo una cifra más entre esa
larga lista de mujeres que habían formado parte de su vida.
Ella cedió pensando que sería una cuestión sin importancia y que se le
pasaría con el paso del tiempo. Pero no, no contaba con que Karl fuera tan
tajante y estricto con sus decisiones. La decepción de no haberlo podido atrapar,
la hizo sentir mal consigo misma.
Así pues, que luego de esa ruptura, ella lo invitaba a hablar a solar en la
oficina con la excusa de discutir informes y trabajos, pero el resultado siempre
era el mismo. Karl no se doblegaría ni por un momento, su voluntad era de
hierro y así serían las cosas. Por su tranquilidad y porque realmente le gustaba su
trabajo.
Comenzó a caminar por el pasillo con calma y pensando en las cosas que
debía hacer. Entre ellas, comprar algunas cuerdas para una muestra de
suspensiones que tendría para esa semana.
Bien, Karl no sólo era un contador muy eficiente, sino también un
Dominante dedicado y comprometido. Eso se debía principalmente, a ese
carácter serio y metódico.
Iba caminando con el itinerario en mente sobre las cosas que tenía que
hacer. Durante el tramo, se percató que había gente que lo miraba, sobre todo las
mujeres, esas mismas que lo deseaban en secreto a pesar que no lo era tanto para
él.
Llegó a su oficina y se sentó en la silla. Se quitó los lentes y presionó el
puente de la nariz con el dedo índice y el pulgar. Se quedó callado, respiró
profundo y se sintió un poco más relajado. Tenía la necesidad de tomar un
espacio para sí mismo, sobre todo por esa absurda cantidad de informes que
tenía que hacer por complacer caprichos.
Volvió a la pantalla de su computadora y comenzó a teclear rápidamente.
Tenía un trabajo pendiente por hacer y necesitaba salir temprano. Ansiaba el
momento de encontrarse con esa mujer que le había prácticamente rogado que le
hiciera lo que le placiera.
Lo cierto es que Karl no era como el común de los hombres. Era atento,
respetuoso, caballeroso y le gustaba escuchar a las mujeres. Además, no podía
dejarse de lado el hecho de que era tremendamente apuesto, así que cualquier
mujer podría sentirse inmediatamente atraída hacia él.
Fue criado por su madre y su hermana mayor, de allí su comprensión y
entendimiento hacia las mujeres. De hecho, gracias a su capacidad de
observación y de detalle, sabía qué decir y que no decir. Una actitud que lo
dejaría como un completo ganador.
A pesar de tener un carácter callado y silencioso, no se hizo esperar que
tuviera un comportamiento inclinado hacia los deportes y la competitividad. De
hecho, despertaba de cierta manera, ese aspecto casi primitivo que todo ser
humano tiene por dentro.
Se hizo capitán del equipo de fútbol americano y de ajedrez. Dos cosas que
parecían antagónicas pero que para él representaba la unión perfecta.
Por un lado, el ejercicio y las hormonas, influyeron en su altura y
contextura. Se convirtió en un muchacho alto, espigado y con un físico atractivo.
En cuanto a los estudios, la lectura constante y la atracción al conocimiento
también afinaron su mente. Incluso influyó en la futura percepción de las cosas
que le rodeaban y en cuanto a la perspectiva de la vida.
A veces le resultaba molesto los comentarios de sus amigos y compañeros,
esos mismos teñidos de palabras inmaduras y faltas de experiencia. Él no se
quedaba atrás pero le parecía que a veces los chicos, sólo por el hecho de querer
figurar, hacían lo posible para hacerse ver como más interesantes o varoniles.
Apartando ese hecho, por dentro también desarrolló un gusto por las
mujeres. Tenía un prototipo favorito, prefería aquellas de aspecto diferente y
hasta exótico, atípico, aquellas que se salían del molde porque tenían la valentía
de enfrentarse a los cánones sociales. En la noche soñaba con alguna que hubiera
visto en la televisión o en la prensa, cerraba los ojos y se imaginaba que tenía
flotaba en un mundo de fantasías increíbles y geniales.
Aunque siempre sintió la curiosidad de estar con alguna, pensaba que no
era un asunto demasiado importante. Así permaneció por varios años, como el
chico objeto del deseo, hasta que justo en el año de su graduación, la conoció a
ella. A la persona que cambiaría por completo su percepción sobre la vida, el
sexo e incluso del amor.
Llegó a su escuela como sustituta del profesor de Química. La miró entrar
al salón con ese cabello largo y negro casi ondeando por el aire. Su sonrisa
cálida que resaltaban sus pómulos pronunciados, el brillo de su piel morena y el
negro intenso de sus ojos rasgados. El paso seguro, la falda por las rodillas y los
tacones que le daban cierto aire autoritario. Todos parecieron quedar
hipnotizados por su presencia y ella ya lo sabía.
—Hola, chicos. Me llamo Elisa. Estaré este semestre con ustedes porque el
profesor se encuentra envuelto en un proyecto muy importante. Así que espero
que nos las llevemos muy bien.
Tenía la voz agradable, un timbre armonioso, tanto que le sonó como el
canto de los ángeles. ¿Acaso ella era alguno de ellos? Tuvo la sensación de que
así era.
Nunca había sido torpe o descuidado, pero comenzó a serlo sobre todo
cuando ella estaba cerca de él. Para Elisa, la dulce Elisa, él era un chico más pero
para él, ella era el centro de su universo.
De repente cambió todos sus hábitos, incluso casi se sintió obsesivo con
ella. De vez en cuando se reprochaba constantemente lo que hacía era decirse a
sí mismo que era un tonto y que estaba cayendo en la misma conducta odiosa de
sus amigos. Nada más detestable que eso.
Pero era un chico, era un ser humano con sentimientos y deseos, y su
máximo deseo era estar con ella. Era lo que más quería en este mundo.
Así que por varios días trató de llamar su atención pero no lo lograba. Se
sentía frustrado y no sabía qué hacer. Del desespero, un día esperó que
terminaran las clases para hablar con ella. No podía más.
La encontró borrando el pizarrón. Estaba absorta en lo que estaba haciendo,
pero él detallaba ese vestido rojo que parecía ir perfecto con su tono de piel. Ella
presintió la presencia de él y lo miró un poco asustada. Sin embargo, antes de
pronunciar palabra, se dio cuenta que Karl parecía urgido de decir algo muy
importante.
—He hecho un esfuerzo de contenerme pero no puedo más. Usted sabe que
me gusta pero me ha evadido de todas las maneras, así que se lo digo de frente
para que lo tenga presente y sepa lo que sucede con mis sentimientos.
Karle lanzó ese cúmulo de palabras en el aire y sintió que estaba más
aliviado que nunca. Ya no le dolía la cabeza, ni el cuerpo, expulsó todo eso sin
importarle demasiado las consecuencias. Por primera vez supo aquello que decía
sus compañeros y lo que veía en las películas. De repente todo tenía un increíble
sentido.
Era el último día de clases, quizás por eso no se sintió especialmente
preocupado por el después. El hecho es que se quedó allí, mirando cómo la luz
del atardecer resaltaba su figura. Parecía un ángel. Hermosa y sublime.
Su pecho aún latía con fuerza cuando la miró acercarse a él. Tímida,
diferente a esa mujer segura que entraba al salón. Le sonrió y miró la curvatura
perfecta de sus labios. Estiró la mano y le acarició el rostro. Karl, mientras,
estaba hecho de hielo, no podía moverse ante eso que estaba sucediendo. No
podía creer que pudiera ser verdad.
No hubo palabras aunque quisiera, no hizo falta. El lenguaje del cuerpo y
de la pasión no hace falta eso. Así que él sólo se dedicó a recibirla entre sus
brazos con la mirada sostenida en sus ojos. Se acercaron mutuamente hasta que
la tensión se rompió y se besaron en la soledad del salón y de la escuela.
Estaba rompiendo todas las reglas, quizás más de uno se hubiera
escandalizado ante semejante imagen. Pero no tenía importancia para ellos,
obviamente.
Las manos de él fueron hacia su cintura, colocándose allí como si fuera el
lugar más perfecto sobre la tierra. Al menos lo era así para él.
Prácticamente quedó embriagado por el aliento y por el calor que emanaba
del cuerpo de Elisa. Inmediatamente escuchó los suaves gemidos que salían de
su boca, esa respiración cortada y la agitación de su pecho glorioso. El
controlado y paciente Karl, el buen chico, el bien portado y ejemplo de lo que
debía ser un adolescente, poco a poco se estaba convirtiendo en una imagen que
se diluía.
Ese beso se volvió más intenso, a tal punto que él experimentó la sensación
de que todo había desaparecido de repente, como por acto de magia. Pero eso
sólo fue el comienzo, porque también sintió que algo crecía dentro de él, como
una especie de fuerza, de calor, un ímpetu que se volvía más grande y que casi
parecía tomar el control de la situación. Fue extraño pero aun así no le importó
seguir porque, dentro de todo, estaba harto de seguir los convencionalismos que
lo volvían una imagen de una persona que realmente no era.
—No podemos hacerlo aquí. Es peligroso.
Ella se apartó repentinamente, cortándole todo lo que se había construido
entre los dos. Era lógico, estaban en el lugar menos indicado para ello. No
obstante, el daño se había hecho, Karl ya no fue el mismo después de ese
instante, y no tenía intenciones de volver a serlo.
Quedaron para verse después, no pusieron una fecha porque entre los dos
parecía que había quedado la sensación de que no pasaría demasiado tiempo para
que ese encuentro se diera.
Entonces salió del lugar con paso firme y se adentró en sus pensamientos.
Estaba decidido en hacer que el cuerpo de esa mujer fuera suyo, de una vez por
todas.
Lo cierto que pasaron un par de días para que se encontraran de nuevo.
Como la primera vez, fue por cuestión de la casualidad. Él tuvo que regresar a la
secundaria por una reunión de futuros egresados y ella estaba allí para ayudar a
los preparativos de la fiesta.
Externamente, lucía como siempre, tranquilo, sereno, como si no existiera
nada capaz de quitarle su tranquilidad. Pero la realidad era muy diferente, por
dentro parecía un volcán a punto de estallar, estaba desesperado por descubrir las
maravillas que se escondían entre esas hermosas piernas.
La asamblea de estudiantes se celebró en la cancha de básquet. Todos
parecían muy concentrados y hasta emocionados por lo que estaban escuchando,
todo menos Karl. Él estaba agudizando la mirada hacia los lados para ver dónde
se encontraba ella. Justo miró que se había escabullido y él lo tomó como la
oportunidad perfecta para verse con ella.
Se levantó decididamente y se dirigió a esa misma puerta que ella usó para
salir. Se encontró con el pasillo oscuro y decidió tomar el camino que le pareció
obvio. La buscó y la halló en la pequeña oficina de copiado. Tenía la expresión
de sorpresa pero también de placer. Le daba gusto verlo.
Se quedaron por unos momentos como suspendidos en la situación, pero él
fue hacia ella, para abrazarla y tomarla contra su cuerpo. Ella casi por completo,
ya que el último vestigio de autocontrol lo dejó cuando cerró la puerta para que
pudieran comerse como querían.
El cuerpo de Karl parecía estar rodeado de llamas, y deseaba que ella
también se quemara junto con él. La tomó con ambas manos y la colocó sobre
una mesa de madera que estaba allí, antes, barrió todo lo que estaba en la
superficie para dejarla allí.
Él se había privado tanto de sus instintos que por momentos se sentía un
poco torpe, sobre todo, porque no sabía muy bien por dónde comenzar. ¿Debía
quitarle la falda? ¿Debía decir algo?
Sintió las manos de ella sobre su rostro y se encontró con el negro de sus
ojos, los cuales se veían más brillantes que nunca.
—Relájate, sabes muy bien lo que tienes que hacer. ¿Vale?
Comprendió de inmediato lo que le quiso decir. Se relajó e hizo que su
cerebro dejara de procesar esos pensamientos inconvenientes y molestos. Por
ello, fue hacia ella para besarla, para sentir su calor y entregarse a la intensidad
del momento por completo. Sintió que flotaba por los aires, que era capaz de
lograr cualquier cosa.
Sus manos fueron debajo de su falda. Ella gimió de inmediato y uno de sus
dedos fue a parar a su clítoris. Apenas lo tocó, Elisa gimió un poco más fuerte
pero sabiendo que no podía hacer demasiado ruido por el lugar en donde
estaban. Karl, no obstante, comenzó a masturbarla poco a poco, suavemente para
sentir la humedad de ella, ese calor abrasador que tanto le gustaba experimentar.
Él también comenzó a jadear un poco porque la excitación era mucho más
intensa de lo que había previsto. Sin embargo, a pesar de que estaba en un punto
ardiente, no pudo controlarse más y se bajó el cierre del pantalón. Dejó salir su
verga que ya estaba dura como una piedra. Nadie lo había excitado tanto como
ella, nadie le había despertado ese instinto salvaje que tenía dentro de su cuerpo.
Separó sus piernas con ambas manos y antes de follarla, la miró por un
instante. Estaba sonrojada y tenía la boca entreabierta. Se veía tan dulce y
excitada que no pudo evitar sonreír con un dejo de malicia. Esa misma que le
quedaría en los años venideros.
Preparó su pene y respiró profundo, hubo un instante en que se sintió
medianamente asustado y preocupado, pero volvió a recordar que debía dejar
que las cosas siguieran su propio rumbo, y que naturaleza era lo suficientemente
sabia como pare decirle lo que debía hacer en el momento justo.
Llevó su glande al coño húmedo y caliente de Elisa, ella no tardó
demasiado en acomodarse un poco más porque realmente lo quería adentro, así
que se preparó para recibirlo y colocar sus piernas alrededor de él. Los dos
quedaron entrelazados en un solo abrazo y Karl de inmediato comenzó a
moverse casi frenéticamente.
Sabía que las cosas no podían salirse de control y que era mejor
tranquilizarse para disfrutar bien las cosas, por ello, menguó la intensidad de los
movimientos y procuró hacerlo lento y suave, follarla hasta el fondo, sentir lo
caliente de su carne y hacerla gemir aunque no pudiera.
El vaivén fue delicioso, único, intenso. Ella se aferraba a sus hombros
anchos y de vez en cuando se miraban mutuamente como si estuvieran
compartiendo un poco de complicidad. Esa misma que los hacía sentir casi que
eran un par de niños traviesos.
Siguió follándola como si fuera todo un semental. Se apoyaba de la mesa y
empujaba cada vez más. Elisa buscaba la manera de taparse la boca, de ahogar
los gritos y gemidos que él le producía con esa fiereza. Nunca pensó que él sería
de esa manera.
Estuvieron así por un rato hasta que se percataron que si tardaban más,
resultaría sospechoso. Así que se vistieron rápidamente y dejaron el encuentro
hasta la mitad. Karl se prometió a sí mismo que luego retomaría lo que había
quedado pendiente.
Él regresó al conversatorio con la misma expresión de siempre pero
sabiendo que debía hacer el máximo esfuerzo por no descubrirse. Continuó
escuchando todo el palabrerío aunque prefería concentrarse en lo
verdaderamente importante, en Elisa.
Karl mostró el mínimo interés en la graduación, incluso en el acto. Más
bien se sintió desesperado por encontrarla con la mirada, de saber en dónde
estaba para sentir al menos que podría calmar sus ansias, las cuales había
controlado con unas largas sesiones masturbatorias con solo recordar el perfume
de su piel o la suavidad de su cabello.
Después de unos días, cuando todo el alboroto había pasado, pasó lo
inesperado. Ella lo contactó y quedaron en verse en su casa. Estaba tan nervioso
que no podía siquiera pensar con claridad.
Se vistió apresuradamente y salió como llevado por el diablo. Para ese
momento, tenía un coche viejo que había comprado con sus ahorros. Así que se
subió y se dirigió a ese lugar para buscarla, verse con ella, decirle y hacerle todo
lo que tenía en su mente.
Llegó a una zona residencial de varias casas en un lugar tranquilo. Detuvo
el coche al dar con la de ella. Al bajarse, se dio cuenta que ella estaba allí, en la
puerta entre las sombras. Lo miró con ese rostro asustado y luego desapareció.
Karl fue tras ella.
Subió los escalones de cemento y cerró la puerta tras sí. El interior estaba
completamente oscuro salvo por uno rayos de luz que entraban desde algunas
ventanas. Alzó la mirada y ahí estaba ella. Lucía una especie de vestido ligero.
Se llevó un mechón de cabello detrás de la oreja.
—Ven. —Le dijo suavemente.
Él subió las escaleras con lentitud, como si quisiera atesorar ese momento,
como si quisiera guardarlo por siempre en su mente. Subió finalmente y
comenzó a dar algunos pasos hasta que se acercó hacia una de las habitaciones,
la de ella específicamente.
La encontró desnuda, de pie y esperándolo. Esa imagen se convirtió en la
referencia más hermosa que había visto jamás. Se veía tan bella, tan sublime que
no podía creer que ella fuera de verdad.
Sin embargo, el cuerpo le recordó que el deseo era la suficientemente fuerte
como para no resistir ni un minuto más. Estaba ansioso, desesperado, así que él
también se quitó la ropa, dejando ver ese cuerpo joven, inocente y ardiente.
Luego, ambos se fundieron en un solo abrazo, en uno que provocó el
contacto intenso de piel a piel. Los besos, las caricias, la necesidad de buscarse,
de comerse, de pertenecerse era tan grande que sobrepasaban sus cuerpos.
Así que sin pensarlo demasiado, terminaron sobre la cama, en ese mismo
proceder intenso que tenían. El cabello de ella se movía de un lado para el otro,
así como sus hermosos pechos, tan suaves y firmes.
El primer instinto fue besarlos, así que lo hizo. Luego, los mordió
desesperado, como si no hubiera un mañana. Sus manos, por otro lado, iban de
un lado para el otro, consumiéndose y hundiéndose en la extensión de esa piel
que estaba frente a él.
Ella no paraba de sonreír y de guiarlo en ciertas partes. Él no sintió
vergüenza o pena, más bien se sentía afortunado por la paciencia que tenían con
él. Finalmente se echaron sobre la cama, en medio de la noche y de ese silencio
que era interrumpido por los gemidos de ella y los jadeos de él.
Separó sus piernas para recibirlo debidamente pero Karl no quería follarla
tan rápido, como aprendió la primera vez que estuvo con ella, comprendió que
podía hacer diferentes las cosas si se relajaba por completo, así que en vez de
acomodar su cuerpo, lo que hizo fue descender su cabeza hasta la zona de su
sexo perfecto.
La cercanía le hizo sentir de inmediato el calor y la humedad de ese coño,
así que se apresuró aún más en llevar su lengua hacia ese delicioso destino, a uno
que lo llamaba sin parar.
Sacó la lengua lentamente, con la finalidad de acariciar el clítoris. Ella
gimió de inmediato y claro, no se hizo esperar el torrente de fluido que cayó en
su boca. Tenía un sabor exquisito, una sensación agradable sobre la lengua y
sobre los labios, no sabía lo que le gustaba más.
Hundió aún más su cabeza para adentrarse en ese maravilloso mundo. Su
lengua se convirtió en el motor principal de placer al acariciar los labios y cada
parte de esa vulva. Quería más, quería volverla loca.
Siguió comiéndola hasta que sintió pequeño malestar en su cuerpo.
Además, a pesar que quiso seguir, pensó que podría masturbarla un poco. Algo
en su interior quiso hacerle llegar a un punto en donde podría arrastrarla a un
límite que no había explorado por sí misma.
Así que levantó un poco y comenzó a tocarla, a introducir un par de dedos y
de frotar su clítoris con ritmos intercalados. Primero fuerte y después suave, y
así.
Desde hacía rato ella tenía los ojos cerrados, apretándolos con fuerza y uno
de sus labios entre los dientes, sus manos sobre las sábanas, la desesperación a
flor de piel. Él la comía con desesperación y ella sólo se dejó vencer sobre esa
cama porque ya no quería luchar más con un sentimiento que había tomado el
control de su cuerpo.
Finalmente, Karl se detuvo para incorporarse de nuevo pero con la finalidad
de follarla como quería. Por fin estaba contento de darse el debido tiempo para
disfrutarlo y para hacerlo como deseó por tanto tiempo.
Apoyó sus brazos y manos sobre la cama y ajustó su cuerpo entre esas
piernas que estaban ansiosas por él. Antes, una última mirada para luego meterlo
con una increíble determinación.
Ella exclamó un fuerte jadeo, mezclado con un gemido intenso que pareció
emerger del centro de cuerpo. Por su parte, Karl, estaba concentrado en empujar
más y más esa verga gruesa y venosa. Le gustaba la sensación que estaba
comenzando en experimentar, esa misma que le hacía sentir poderoso…
dominante.
Así pues, estiró una de sus manos y la colocó instintivamente sobre el
cuello de ella. Poco a poco cerró sus manos y apretó un poco, sólo un poco. Lo
suficiente como para experimentar la intensidad del dominio que había en él. Se
hizo más presente, más fuerte pero no era algo que le resultarse particularmente
extraño, más bien era natural y lógico.
Siguieron follando con fuerza y casi violencia cuando al poco tiempo ella
quedó muda, privada de la excitación. Se aferró más a las sábanas, hasta que
finalmente sus muslos comenzaron a temblar violentamente.
Karl comprendió que ella estaba cerca, muy cerca del orgasmo. Así que
siguió follándola con ese mismo fulgor hasta que por fin explayó todo su poder
sobre ese cuerpo. Minutos después, ella hizo un largo grito y él sintió cómo los
fluidos calientes de ella terminaron por bañar su pene. Fue la sensación más
extraordinaria del mundo.
Ella se quedó temblando, con ese aspecto frágil pero también feliz, él adoró
cada momento en que la observó de esa manera. Se acercó a ella y le dio un
beso, le tocó el rostro como si fuera el objeto más delicado y hermoso del
mundo, para luego colocarse junto a ella. A pesar que en apariencia parecía que
estaban descansando, la mente de Karl iba a mil por hora.
Después de esa noche, los encuentros se hicieron más frecuentes y más
intensos entre ellos. Fue esa época en donde Karl se hizo mayor de edad y más
consciente de sus emociones y sensaciones durante el sexo. Incluso, pensó que
ese cosquilleo que se despertaba por el control, se hacía más intenso y poderoso
cuando tenía el dominio durante la intimidad.
Las cosas entre ambos iban bien pero había llegado el momento de separar
sus caminos. Ella estaba a punto de comprometerse con un hombre de buena
posición y él, pues, tenía que empezar su vida. Aunque la situación no fue de su
total agrado porque, a pesar de no admitirlo completamente, había establecido
una relación que iba más allá del sexo.
Por supuesto, tuvieron un último encuentro para despedirse. Uno que estuvo
caracterizado por algo particular, por la experimentación de algo que no habían
probado hasta ese momento. Él leyó sobre amarres y sintió que sería digno de
probar, así que estando solas, en el mismo lugar de siempre, Elisa estaba sobre la
cama con sus extremidades atadas y dispuestas a los deseos de Karl.
Ella estaba dispuesta y él también. Ambos se encontraban en un estado
mental en donde se sentían aventureros y preparados para algo más intenso. Karl
se había preparado con tiempo. Había leído al respecto y se informado lo
suficiente como para no cometer la torpeza de no hacer las cosas con cuidado.
Así era su personalidad.
Al terminar, se asegurar que todo estaba en orden. Sin embargo, ella tenía
un dejo de tristeza en la mirada. Él sabía muy bien qué significaba, así que le
acarició lentamente el rostro y le dio un beso. Había sido la aventura más
alocada y extrema que se permitió y quería despedirse a lo grande.
Se acomodó entre sus piernas y utilizó su boca para lamerla, comerla y
chuparla. Sus manos se aferraron a sus muslos firmes y el mundo desapareció en
un chasquido. Sólo era él, ella y sus gemidos. La combinación más sublime que
existía.
Durante ese tiempo, Karl comprendió que ese era el camino que debía
seguir, así que se propuso a saber más de sus inclinaciones, de sus gustos y
buscar una manera de consolidar todo aquello. Tenía la sensación de que iba por
buen camino.
Por suerte, la despedida fue mucho menos amarga de lo que había pensado.
Ambos sabían que había sido un completo riesgo pero que lo valía, dentro de
todo. Él sonrió a una etapa que terminó para asumir otra mucho más importante.
La universidad representó una especie de redescubrimiento personal. El
ambiente era mucho más libre, por lo que comenzó a sentirse como un adulto
rápidamente. Las fiestas, las clases, las reuniones. Todo formaba parte de un
nuevo universo que lo hacía sentir diferente.
Por supuesto, esta etapa estuvo acompañada por la iluminación sobre sus
gustos sobre el sexo. Eventualmente, descubrió que era Dominante y que en
efecto le gustaba tener el control de todo, de cada cosa, incluso de cada reacción.
Dio con el BDSM por mera casualidad, logró escuchar esa palabra en una
especie de fiesta de la facultad. Le llamó la atención y quiso averiguar más.
Resulta que tenía mucho que ver con ese episodio en donde había usado cuerdas
para amarrar a su antigua amante. Todo pareció encajar a la perfección.
Como solía hacer, leyó y se informó lo necesario para tener el suficiente
conocimiento de ese mundo que le resultaba tan atractivo.
Hizo un enorme esfuerzo y logró que lo invitaran en una fiesta de látex y
cuero. Así era la temática. Sin embargo, no quiso ser demasiado literal porque no
le importaba eso, sino otra cosa. Quería saber si realmente estaba en el punto que
necesitaba estar, deseaba confirmar si esa sensación que tenía internamente tenía
sentido.
Se topó con un ambiente completamente diferente a lo que se había
esperado. Piel desnuda y rota, sudor, jadeos y miradas intensas. La perversión
flotando en las cabezas de las personas como si fuera un aura poderosa. Él se
colaba entre la gente y sólo deseaba contagiarse de lo que estaba
experimentando. Sus sentidos estaban saturados, inmensos.
La luz roja que iluminaba todo, reforzaba esa sensación y poco a poco, Karl
se sintió que finalmente estaba en el lugar correcto. No se había equivocado.
Durante esa noche, miró a Dominantes y Dominatrix amarrar a sus pobres
sumisos y esclavos, escuchó los insultos y el sonido reprimido de los gemidos de
aquellos que eran torturados. Él, desde la perspectiva de un espectador, sentía
esa corriente de poder y control que tanto le gustaba. Sonrió convencido que
tenía que poner en práctica todo lo que había visto lo más pronto posible.
Para un tío como él, guapo, misterioso e inteligente, no fue difícil encontrar
a una persona que se sintiera atraída a él. Claro, uno de sus mayores temores era
darse cuenta que aún era un novato, pero al menos haría el esfuerzo por encubrir
si falta de experiencia, al leer todo lo que pudiera para no perderse en la
ignorancia. No se lo permitiría.
Conoció a una Dominatriz que le enseñó cómo debía comportarse y cómo
debía llevar la situación de la mejor manera.
—La paciencia es la clave. Todo es mental, por lo que tienes que actuar
como una persona inteligente, precavida y capaz. No te dejes llevar por los
impulsos, recuerda que tú tienes el control de todo.
Gracias a sus consejos, Karl comprendió que no todo era controlar y
dominar, también debía ser detallista, atento y observador. Cualidades que ya
tenía pero que no estaba de más recordar porque formarían parte importante de
lo venidero.
Con ella aprendió a amarrar, a torturar y a llevar a los límites a quien
quisiera, siempre al borde de todo, pero haciendo el esfuerzo de no irse
demasiado. La cuestión era mantener el equilibrio de todo, de respetar los
espacios pero con la posibilidad de provocar esa necesidad de repetir.
Comenzó su relación oficialmente como Dominante, con una chica de
primer año de universidad. En ese punto, él ya se encontraba más avanzado, de
manera que le despertaba el morbo porque era un sutil recordatorio que tenía
cierto grado de superioridad.
Durante el día, ambos se ignoraban de manera campal. Sobre todo él hacia
ella. Ni la miraba, sin embargo, eso correspondía a una estrategia muy clara. El
objetivo era que ella debía entender que sólo sería digna de su atención cuando
Karl quisiera. Fue una manera de traer una especie de juego divertido al mundo
vainilla.
Las cosas, por supuesto, eran muy diferentes de las puertas hacia adentro.
Gracias a todos sus conocimientos, Karl se hizo una persona hábil y un
Dominante poderoso pero también muy sensual.
En el tiempo que estuvo con ella, aprendió que podía insultar y quebrar la
voluntad de otra persona con las palabras correctas, con solo decir lo suficiente
para que sus deseos se cumplieran como debía. Lo logró al darse cuenta el poder
que escondía las palabras pronunciadas lentamente y con suavidad, cada vez
estaba perfeccionándose. Resultó ser entonces todo un manipulador. Y era sólo
el principio.
Luego de ella, se produjeron otros encuentros y relaciones con más sumisas
—de todos los estilos—. Experimentó relaciones tipo Daddy/brat/little girl, se
convirtió en Amo de una esclava y hasta se permitió tener a dos sumisas que le
gustaban servirle juntas. A veces pensaba que estaba en el paraíso.
Podía estar con cualquiera y en cualquier momento. ¿Lo mejor? Nadie tenía
la mínima idea del tipo de persona que nadie tendría sospecha. Era imposible
que la gente se imaginara que él, un hombre tan serio y bien portado, más bien
resultara ser un tío loco, psicópata que adoraba el sexo y que le encantaba
experimentar con los límites de la gente.
Adoraba romper la piel con los latigazos, adoraba escuchar gritos y
gemidos, súplicas y ruegos, las cuales por supuesto, no les prestaba atención.
Encontraba placentero la mirada previa antes de una sesión, esa misma que lo
preparaba para un encuentro intenso. Le disparaba el morbo de una manera
impresionante.
Gracias a sus encuentros y a su participación en el mundillo BDSM, Karl se
valió de una importante reputación. Era un Dominante respetado por sus pares y
deseado por sumisos y esclavos. Muchos quería estar con él, pero él se reservaba
el espacio para personas que realmente le resultaba interesantes. Comprendió
que su tiempo valía oro y como tal, tenía que tener cuidado de él.
Eso no quitaba el hecho de que podría perder el autocontrol con pequeñas
cosas. De hecho, la química que llegó a sentir por una de las gerentes de su
trabajo, sucedió porque fue incapaz de controlarse lo suficiente. Su instinto
animal era capaz de tomar el control de todo, para dejar de lado el raciocinio.
Pero era propenso a aburrirse de la gente con rapidez. Lo que pudo
comenzar como algo intenso y chispeante, podía terminar en un dos por tres, sin
mayor problema. Al menos era así en su caso. Pasó con la gerente, podría pasar
con cualquier persona.
Aunque estaba sentado en la silla de su oficina, haciendo informes y
pensando en las cuerdas que debía comprar. De vez en cuando se preguntaba si
su vida seguiría siendo así, con cierto tinte monótono, entre la rutina del trabajo
y de los encuentros casuales que si bien eran divertidos, también le provocaban
cierto hastío.
Internamente deseaba experimentar una situación emocionante, única, que
fuera capaz de atraparlo. Pero luego se recordaba a sí mismo que su vida no era
tan mala después de todo y que procuraba divertirse lo más que podía.
Siguió tecleando como siempre, pero aun pensando que sin duda sería
divertido hacer algo diferente y fuera de serie.
III
ómo va el deadline?
—¿C —Bien, bien. Ya tengo adelantado gran parte del trabajo.
Sólo resta traducir unos cuantos párrafos y hacer la curación del
texto. Creo que no tomará demasiado tiempo.
—Yo tengo un par de encargos pero están retrasados. ¿Me ayudas?
—Uhm. Déjame revisar mi itinerario… a ver… vale, no hay problema.
Envíamelos lo antes posible para ir trabajo sobre la marcha.
—El pago quedará como siempre.
—Excelente.
—Vale, hablamos después.
Megan colgó el teléfono y volvió a concentrarse en la pantalla de su
computadora. Estaba tecleando velozmente. Necesitaba terminar y hacer el envío
que le tocaba para poder despejarse un poco de tiempo.
Revisó el texto varias veces y lo cerró. Luego fue hacia el correo y le
respondió al cliente para avisarle que ya estaba listo.
Se reclinó hacia atrás, esperando lo que tenía que decir, hasta que recibió
una respuesta tras 30 minutos.
—Vale, ya te hice la transferencia con el resto del dinero. Pronto te enviaré
más, así que está atenta. Gracias por el buen trabajo, Megan.
Ella sonrió ampliamente y pensó que lo mejor que podía hacer para
celebrar, era ir hacia la cocina y buscar una cerveza. Fue campante y resuelta
para darse cuenta al final que no había nada. Apenas abrió la puerta del
refrigerador, sólo encontró unos vegetales ya marchitos y un envase de arroz
chino que estaba próximo a mutar en otra cosa.
Suspiró y pensó que quizás no era tan mala idea el salir a tomar a un bar
que estaba cerca. No tendría que caminar demasiado y así aprovecharía para salir
un rato antes de volver a trabajar.
Gracias a su trabajo como traductora independiente, ella logró una serie de
retos que se había autoimpuesto. Pero claro, fue mucho más difícil de lo que
hubiera pensado. Le costó encontrar algo que realmente le gustara y, de paso,
resultara ser lucrativo de alguna forma.
Poco tiempo después descubrió que era buena con los idiomas y quiso
probar con la traducción. Hizo cursos de escritura y redacción para tener una
mejor noción de lo que tenía por hacer y pulir sus habilidades. A la par, se
dedicaba a trabajar arduamente y las cosas parecieron funcionar mejor de lo que
pudo haber pensado alguna vez.
Ahora contaba con una cartera de clientes y de colegas que se ayudaban
entre sí. Siempre tenía trabajo cosa que realmente le gustaba.
Sin embargo, había veces que tenía que recordarse a sí misma que debía
salir del encierro impuesto por el trabajo ya que a veces podía perder la noción
de las cosas.
Fue entonces a su habitación, se colocó un par de jeans oscuros, una
camiseta de Foals, unos Adidas y, encima, un abrigo porque el frío estaba agudo
particularmente en las noches. Se soltó el cabello y se maquilló un poco, lo
suficiente como para que no pareciera que se acababa de levantar de la cama.
Se encontró conforme, buscó unos cuantos billetes y las llaves y más nada.
Salió entusiasmada porque bebería unas pintas de cervezas.
—Venga, hombre. Siempre te invitamos y siempre nos dices que no.
Además, es un bar de aquí cerca, sólo unos tragos y ya. Nada del otro mundo.
El compañero de trabajo estaba tan insistente que Karl por más cara de
desaprobación que pusiera, era completamente inútil. Lo cierto, es que no era
muy inclinado a salir con los compañeros de trabajo, tenía la política de
mantener cierta distancia, especialmente porque era una persona reservada que
procuraba cuidar su espacio.
No obstante, pensó que quizás no era demasiado malo al menos despejarse
un poco del trabajo. No tenía nada que perder.
—Vale, vale. Apago esto y nos vamos.
—¡Al fin! Voy a por ti en 10.
—Vale.
Unos cinco compañeros y él estaban en camino hacia un bar que no estaba
demasiado lejos de la oficina. Karl se sorprendió de ver la vida nocturna que
había alrededor. Nunca le prestó demasiada atención porque pensaba que era una
pérdida de tiempo.
Había gente en trajes y con indumentarias más informales que andaban por
allí conversando y riendo. Él de inmediato se colocó en una posición un poco
más abierta para disfrutar la noche. Al menos era un indicio de que estaba
cambiando de rutina, algo que no estaba tan mal después de todo.
Entraron a un bar irlandés y escogieron sentarse en una mesa en una
esquina. De inmediato comenzaron a pedir pintas y tapas.
La noche estaba animada y Megan se dio cuenta de ello, la calle estaba
repleta de personas y de repente se sintió tan animada que olvidó por un
momento que tenía trabajo por hacer. Entró entonces al bar, era uno de tipo
irlandés que tenía su marca favorita de cerveza. Sólo podía pensar en un vaso
con ese líquido que la refrescaría. La sola imagen la hacía sonreír.
Saludó con una mano a quien atendía la barra y se sentó a esperar su trago.
El lugar estaba particularmente lleno pero de repente sintió que alguien la estaba
observando. Parecía ser insistente y aunque imaginó que serían cosas suyas,
pensó que lo mejor que podía hacer era tratar de conseguir la fuente de aquello.
Se quitó el abrigo lentamente con la intención de poder mirar bien a la
gente que se encontraba a su alrededor. Cuando estuvo a punto de desechar esa
idea, se topó con un par de ojos negros que la miraban desde el otro lado del bar.
El tío estaba sentado en una esquina, quizás en el punto más alejado del
lugar. Sin embargo, ahí estaba él, mirándola, concentrado en ella, como
adorándola. Ella fingió que no lo vio con claridad pero sí lo hizo. Pero eso le
gustaba a ella, ese juego de saber y no saber.
—Hola, Megan. Tenía tiempo sin verte por aquí. ¿Lo mismo de siempre?
—Lo mismo de siempre. Sabes cómo soy. —Hizo un guiño y tamborileó las
manos sobre la barra.
Se giró lentamente para volver a encontrarse con ese hombre guapo y verlo
como quería. Se dio cuenta que ya no estaba en el mismo sitio de siempre y
pensó que se había ido. Sintió un poco de pena porque de verdad que le llamó la
atención. Pero en fin, la pinta de cerveza negra y espumante que tenía en frente
tampoco se veía tan mal.
Bebió un sorbo y justo allí se sentó alguien a su derecha. Como estaba en su
mundo, no le importó demasiado de quién se tratara. Siguió saboreando la
cerveza hasta que sintió una voz grave que pareció estremecerla hasta los
huesos.
—¿Está buena?
Giró la cabeza y se dio cuenta que era este mismo tío. Le sonrió y miró el
brillo de sus ojos detrás de los cristales de sus lentes. Ella se concentró de nuevo
en la sonrisa amplia y blanca que tenía él. Detalló también la piel morena de su
rostro y esa estructura ósea fuerte y masculina. Estaba conmovida y también
estaba impresionada porque la noche parecía que iba mejorando cada vez más.
—Pues sí, está helada y está refrescante. También deberías pedir una.
—Seguiré tu consejo.
Hizo un gesto y le dejaron una pinta de la misma cerveza que ella.
Chocaron los vasos y se miraron, concentrándose mutuamente, como si ambos
estuvieran en un duelo.
Desde hacía rato, Karl estaba ansioso de irse y estaba buscando cualquier
oportunidad para hacerlo. Justo en el momento que estaba preparándose para
irse, la vio entrar. La mujer más interesante del lugar.
Ese cabello rizado, negro, salvaje, ese paso resuelto y decidido, esa sonrisa
pícara y la forma en cómo se había parado en la barra. Las maneras de quitarse
el abrigo y cuando esperaba la pinta. Gracias a que era una persona observadora,
cada detalle de ella lo iba guardando de a poco en su memoria.
—¿Qué te parece?
—Está estupenda.
—¿Ves? Siempre tengo razón. Es difícil que me equivoque en algo. —
Tomó la jarra de vidrio y lo miró fijamente a los ojos.
—¿Ah sí? ¿Eres así con todo?
—En gran parte. Digamos que es una especie de súperpoder, eh.
—¿Tienes otros?
Ella rió suavemente y bajó la mirada hacia la madera de la barra. Le
gustaba la honestidad pero él lo era en un grado superlativo. No perdía el tiempo
y lo demostraba en la forma en cómo le hablaba y en la manera en cómo se
movía. Su lenguaje corporal era demasiado obvio.
Por otro lado, Karl estaba decidido a hacer algo divertido con esa chica.
Tenía esa ligera sensación de que ella era una mujer diferente a las otras.
—Sí, claro. Es posible que los conozcas si te portas bien.
—Vaya, parece interesante eso.
Pidieron otra ronda de cervezas y la charla se extendió más. A tal punto,
que los propios compañeros de Karl tuvieron que buscarlo para despedirse de él.
Al final, ambos se quedaron rodeados de gente pero con la particularidad de que
no les importaba eso. Formaron una especie de complicidad que les hacía sentir
que estaban en otro mundo.
Lo cierto es que el alcohol ya estaba haciendo efecto. Megan se sentía un
poco más suelta y se dio cuenta que él también. Sus manos estaban sobre la barra
y cada tanto ambos rozaban sus dedos de manera sensual.
Hubo un punto en el que Megan lo miraba sin escucharlo. Estaba más bien
atenta ante sus gestos y en la forma en cómo se expresaba. Lo veía serio, seguro
y muy inteligente. Pero también tenía la sensación de que había algo más allá de
todo eso, una especie de ser que estaba ocultándose detrás de esa piel de hombre
bien educado.
—No sé tú pero me parece que este lugar está muy ruidoso y la verdad es
que estoy muy interesada en escuchar lo que dices pero fíjate, esto está terrible.
—Bien, opino lo mismo que tú. ¿Qué propones?
—Mi casa está cerca y creo que podríamos tomarnos algo estando allá y
hablar mejor. ¿Qué dices?
—Estupendo.
Él propuso pagar la cuenta de ambos y ella estuvo de acuerdo. En ese
instante recordó que no tenía nada que ofrecerle y que más bien su refrigerador
era un escenario frío y estéril. Pero pensó que no sería tan malo en continuar con
la mentira porque tuvo la sensación de que ese detalle no representaría problema
alguno.
Los dos se encaminaron y se salieron del lugar, abriéndose paso entre el
grupo de gente que estaban allí. El frío de la calle pareció estar más intenso pero
ambos estaban calientes por otras razones.
Él la siguió lentamente, admiró sus formas y sintió que estaba excitándose
cada vez más. Desde hacía tiempo quería estar con una mujer pero no tenía
demasiadas opciones pero ella surgió como una alternativa interesante.
Caminaron unas cuantas calles y se dirigieron a un edificio con una
arquitectura moderna y limpia. Ella giraba de vez en cuando para verlo. Casi
podía palpar la tensión que había entre los dos.
Pasaron al lobby y se adentraron en uno de los elevadores que estaban allí.
Luego de cerrarse las puertas, hubo una especie de silencio incómodo que se
rompió con el movimiento rápido de él hacia ella. Sus manos fueron a parar a su
cintura y su rostro junto al de ella. Megan lo abordó con sus manos sobre esos
hombros fuertes y firmes que tenía él.
Él se maravilló con el rostro y con el aspecto salvaje del cabello de ella.
Esos segundos previos los aprovechó para luego acercarse a ella y besarla con
una pasión impresionante. El primer contacto con sus labios se sintió como
magia.
Ese calor, sus labios juntándose, esos mismos que más tarde darían paso a
sus lenguas, fue lo que se necesitó para que la chispa de atracción se
intensificara. Megan casi de inmediato comenzó a gemir, a hacer ruidos y a
querer fundirse con él.
Pudieron continuar con la situación de no haber sido por el sonido del
elevador anunciando la llegada del piso. Ella hizo un gesto de risa y luego tomó
la mano a su amante desconocido para llevárselo consigo.
Caminaron unos cuantos pasos hasta que se detuvieron frente a una puerta
de color oscuro. Ella sacó rápidamente las llaves y de inmediato sintió los labios
de ese hombre de nuevo sobre su cuello, incluso experimentó una ligera
mordida… Unas, más bien.
Cuando por fin abrió, fue como si las cosas se hubiesen elevado en un
chasquido. Ella cerró la puerta y se quitó el abrigo casi con violencia, él hizo lo
mismo con el suyo. Poco a poco iban quitándose la ropa para entregarse a ese
deseo que parecía ir a una velocidad increíble.
Karl no tardó demasiado tiempo en demostrar sus dotes de Dominante,
sobre todo porque comenzó a tomar acciones rápidas y contundentes para dar a
entender ese afán de controlarlo todo.
Esto bastó para que ella se diera cuenta del tipo de hombre que era él, así
que se sintió mucho más cómoda para ser ella misma, para demostrar que era
una sumisa y que le gustaba cuando un macho como ese tomaba el control.
Aun estando medio desnudos, Karl fue hacia ella, alzándola con sus fuertes
brazos para llevarla hacia la habitación. Por jadeos y gemidos, ella le decía por
dónde ir.
Finalmente llegaron a la habitación principal y él la lanzó sobre la cama con
el fin de quitarle el resto de lo tenía encima. Vale decir que estaba desesperado,
ansioso por tenerla desnuda sólo para él.
A medida que lo hacía, se quedaba encantado con ese cuerpo que tenía
frente así. Esas piernas anchas, esas caderas, esa cintura pequeña, los pechos
duros con los pezones oscuros y erectos, como si estuvieran listos sólo para su
boca. Además, parecía una diosa con ese pelo sobre la cama, desparramado con
una belleza impresionante. Por unos momentos, se sintió intimidado con ese
aspecto tan dulce pero también poderoso.
Ella también se dedicó a mirarlo con detenimiento. El cuerpo de él parecía
tallado y la verdad era que le parecía impactante un hombre así. Esos brazos de
acero, y esa espalda, esos hombros anchos de muerte. Sus piernas, así como el
torso definido. Internamente se quedaba corta con lo que le producía y con las
palabras para definir todo aquello que admiraban sus ojos.
Pero claro, hubo un detalle que la dejó particularmente interesada fue el
aspecto de esa verga venosa y gruesa que tenía él. El glande de un tamaño
pronunciado, el cuerpo grueso y los testículos también un aspecto imponente, la
habían dejado con la boca agua. Estaba desesperada por probarlo.
Así que apenas él estuvo listo para hacerla suya, ello lo detuvo por un
momento. Le tomó el rostro con ambas manos y lo miró fijamente.
—Déjame chupártelo. Por favor.
Tenía esos ojos negros y brillantes, llenos de lujuria. Aunque Karl tenía
otros planes, tuvo que admitir que no podía negarse ante tal petición, así que la
tomó del cuello con fuerza y le sonrió. Con eso, le hizo a entender que sí lo haría
pero arrodillada.
Ella saltó rápidamente de la cama para acomodarse finalmente en el suelo.
Mientras lo hacía, no podía dejar de tocárselo. Se sentía tan duro y tan caliente
que estaba ansiosa por probarlo.
Así que terminó por colocarse por sobre el suelo y le dedicó una larga
mirada hacia él. Seguía masturbándolo por un rato, hasta que mojó sus labios
para chuparlo. Antes, le dijo:
—No me presenté, me llamó Megan. Mucho gusto.
No le dio oportunidad para él siquiera dijera algo, ya que miró cómo se lo
metía por completo en su boca. De inmediato experimentó el calor y la
humedad, su aliento y la suavidad de esa lengua que acariciaba su verga sin
parar. Plantó bien sus pies porque hubo momentos en que sentía que perdería el
control.
Ella se lo introdujo lentamente todo adentro y se quedó en esa misma
posición por un rato. Incluso, sintió la mano de él sobre su cabello, había logrado
lo que esperaba…logró que él lo interpretara como la toma definitiva de la
situación.
Karl estaba en el máximo punto de ese trance producto de la excitación, así
que no pudo evitar colocar su mano sobre ese cabello salvaje y hermoso, al
mismo tiempo que sentía que se encontraba fuera de sí mismo en esa situación.
De verdad que la lengua de esa mujer era increíblemente deliciosa. Se
tomaba el tiempo para chupar cada parte de él, lamía sus testículos, lo
masturbaba con suavidad o con rapidez, dependiendo de lo que se antojara. Él
estaba a punto de explotar.
Si bien había comenzado a moverse lentamente, poco a poco aumentó la
rapidez de los movimientos. Iba adelante y hacia atrás con una velocidad
impresionante. Ni el mismo se esperó que eso pudiera suceder. Sin duda, se
trataba de una mujer experimentada.
Con su mano también lo masturbaba, paralelamente él veía caer esos hilos
de saliva que aterrizaban sobre los pechos de ella, incluso sobre sus brazos. Karl
no podía ocultar el hecho de que estaba sintiéndose cada vez más excitado y loco
por poseerla. Así que la tomó con fuerza por el cabello y después le sujetó el
cuello con determinación. Encerró sus dedos sobre su cuello e hizo que alzara la
mirada.
—Así que crees que puedes salirte con la tuya. Eso ya lo veremos.
Ella sintió que había triunfado internamente. Él había caído por completo
en su juego. De esa manera, también confirmó lo que ya sospechaba. Era
Dominante y estaba a punto de experimentar la fuerza de su cuerpo y de su
intensidad.
La alzó y la lanzó sobre la cama. Ella miró los músculos de sus brazos
marcándose en la piel. A ella le gustaban esas muestras de fuerza y dominio, así
que no pasó demasiado tiempo en mostrarle esa amplia sonrisa de entera
satisfacción.
Karl se acercó a ella como si fuera un felino. Colocó sus rodillas sobre la
cama, así como sus brazos. Fue avanzando de a poco porque sabía que era su
turno de hacerlo, de tomar el control de la situación.
Miró las piernas abiertas de ella, observó el color y las formas de su coño,
la respiración agitada, esos pezones erectos como si estuvieran esperando por él.
Megan tenía esa expresión de que todo lo que estaba pasando parecía producto
de una tensa calma, y así era.
Karl, por otro lado, se detuvo porque la duda lo embargó. Imaginó su
cabeza entre ese par de piernas, comiéndola, devorándola. Sin embargo, también
deseaba tenerla, penetrarla.
Al final, le echó un último vistazo y sonrió. Se acomodó hasta la altura de
la cabeza de ella y colocó una de sus manos sobre su cabello. Lo acarició
suavemente, como alimentando esa tensión que cada vez se hacía más y más
fuerte. Ella lo miraba con esos ojos grandes y oscuros.
De repente, él tomó una parte de cabello con fuerza y la miró concentrado.
—Me llamo Karl. Y más vale que te aprendas ese nombre.
No le dio la más mínima oportunidad para que pudiera expresarse o siquiera
arrojar respuesta. Separó aún más las piernas y colocó su verga en la entrada de
todo su coño. Sintió de inmediato el calor y la humedad.
Se relamió la boca y lo empujó todo, completo, casi hasta el final. Por
supuesto, eso fue suficiente para que ella emitiera un poderoso grito que casi
retumbó su habitación. Sí, era gruesa, venosa y deliciosa, mucho más de lo que
esperaba sentir.
Instintivamente, abrió más las piernas para sentir el calor de ese pene que la
penetraba con rapidez y decisión. Así pues, él se fue dentro de ella, haciéndola
suya una y otra vez, en medio de los jadeos y de los gritos.
Karl empujaba cada vez más a medida que era estimulado por los ruidos de
esa mujer tan sensual. La suavidad de su piel, la manera en cómo su cuerpo se
movía y la belleza de todo su ser, sólo removía la intensidad de su ser. Tenía la
sensación que estaba despertando algo importante dentro de él.
Intentó reprimirlo pero tuvo la sensación de que no sería rechazado porque
ella daba muestras que también era capaz de hablar en el mismo idioma.
En vez de dejarse desbocar por completo, pensó que podía arriesgarse al
estirar uno de sus brazos y colocó su mano sobre el cuello de ella. Luego,
concentró su mirada a la de ella y esperó un rato y sólo notó algo que le llamó
poderosamente la atención. Megan se excitó aún más, mucho más.
Se dio cuenta por las expresiones que tenía en el rostro y por la repentina
humedad que sintió en la verga. Él sonrió, se sintió victorioso y celebró porque
se dio cuenta que el encuentro se puso de verdad interesante.
Después de follarla así, la sostuvo con más fuerza e hizo que se levantara de
un solo movimiento. De esta manera, la colocó de espaldas, con las manos sobre
la pared y con las piernas separadas.
Le soltó el cuello y llevó su mano hacia la curvatura de su espalda. Tan
suave y perfecta, que se le hizo casi imposible no acariciarla por un rato.
Después, se quedó en la parte baja y terminó en las nalgas de ella. Las apretó con
una fuerza impresionante, como queriéndole dar a entender que él era el dueño
de su cuerpo y que haría lo que le diera la gana.
Sostuvo ambos glúteos por un buen rato y luego comenzó a darle nalgadas
con una fuerza impresionante. Megan, por otro lado, trataba de sostenerse de lo
que tenía frente a ella, al mismo tiempo que adoraba estar allí, sostenida porque
había algo tangible, porque de lo contario se desplomaría en cuestión de
segundos.
Él siguió demostrándole el poder de su fuerza y de su intensidad, hasta que
deseó marcarla aún más. Pensó que las nalgadas no eran demasiado fuertes por
lo que supuso que unos rasguños no le quedarían mal esa piel tan deliciosa y
suave.
Dejó una de sus manos sosteniendo uno de sus nalgas, apretándolo con
fuerza, mientras que la otra se ubicó cerca de los hombros. Acarició de nuevo
hasta que enterró sus uñas y comenzó a hacer la presión para dejar hilos de rojo
intenso.
Megan se retorció un poco, se quejó y también jadeó, pero lo cierto es que
adoraba la sensación de dolor y de poder que él ejercía sobre ella.
Karl la marcó como le dio la gana, literalmente. Sus nalgas y espalda eran
como una especie de lienzo para él, no había nada más agradable y sensual que
eso, el saber que el cuerpo que estaba junto al suyo le pertenecía.
Después de haberla marcado lo suficiente, se encontró satisfecho y volvió a
tomarla. Colocó sus manos sobre la cintura de ella, la apretó con fuerza y se
acomodó detrás para penetrarla desde esa posición.
A pesar de su extrema concentración, se dio cuenta de los sonidos y ruidos
que ella hacía sin parar. Le pareció delicioso y excitante que lo hiciera así, sin ni
siquiera reprimirlos. Le encantó que ella diera rienda suelta a su verdadero ser
con él, a pesar de ser unos completos extraños.
Siguió follándola con intensidad. Incluso, acercó su boca a uno de los oídos
de ella y le dijo suavemente:
—Eres mía. Sólo mía. Y sé que me recordarás, una y otra vez.
Ella sólo alcanzó a responder con un largo gemido. Esa expresión,
acompañada de esa voz profunda y contundente, la hizo estremecer lo suficiente
como sólo pudiera dar esa respuesta prácticamente a rastras.
Se mantuvo allí, recibiéndolo constantemente hasta que se encontró en ese
punto en donde supo que no podría aguantar por más tiempo. La verga de ese
hombre era tan gruesa y rica, cada vez que estaba entre sus carnes estaba cerca
de perder el control.
Karl se percató de los temblores de sus piernas, por lo que asumió que ella
estaba cerca de terminar. Así que siguió empujándoselo hasta que sintió un jadeo
más intenso. Entonces, la tomó por el cuello y le volvió a decir con ese tono
descarado.
—Córrete para mí. Sé que lo quieres.
Ella se doblegó aún más. Inesperadamente, recibió una orden, algo que
simplemente le gustaba. Fue como sentir un hilo frío sobre la espalda, esa
sensación gloriosa que exaltaba su sumisión, fue suficiente para que un torrente
de fluidos se manifestara entre sus piernas y terminara por empaparle la verga de
Karl. En ese momento, tan corto y preciso, fue suficiente como para que
terminara de desprenderse de sí misma, que dejara por sin dejar libre esa energía
fuerte, natural que habitaba en su cuerpo y que estaba calada hasta en los huesos.
Colocó las palmas de las manos amplias y extendidas y respiró profundo.
Preparó su cuerpo porque estaba muy cerca, tan cerca que no lo podía evitar.
Tampoco quería. El temblor del resto de su cuerpo se hizo muy intenso y sintió
ese calor fuerte, poderoso que la invadía por dentro, que llegaba a todos los
rincones de su ser.
Finalmente, todo pasó con una rapidez increíble. Hizo un largo grito, uno
desgarrador, proveniente de las entrañas. El pene de Karl aún estaba dentro de
ella cuando se corrió, a pesar que estaba en esa delgada línea del delirio, pudo
sentir que lo había mojado todo. Después de allí, de ese instante, su vista
prácticamente nublada y fue cuando perdió toda noción de la realidad.
En ese momento, Karl reaccionó rápidamente como para tomarla entre sus
brazos y dejarla sobre la cama. Aún estaba temblando cuando acabó por hacerlo.
Pero, dentro de todo, a pesar que se había quedado embelesado por esa imagen,
estaba el detalle particular de que él aún tenía que expulsar toda la excitación
que tenía en su cuerpo.
Así que se acomodó sobre la cama y comenzó a masturbarse. Segundos
después, ella abrió los ojos y lo miró cómplice de lo que estaba pasando. A pesar
que se sentía un poco débil y cansada, abrió la boca y sacó la lengua como un
gesto para darle a entender que estaba lista para él.
Karl se le ocurrió la idea de ir hacia sus labios para colocárselos lo más
cerca posible. Lo cierto es que había quedo embelesado con la manera en cómo
se lo había chupado, así que estaba ansioso por sentir de nuevo la forma de su
lengua sobre su verga y esa mirada de puta en celo.
Ella colocó sus manos sobre los muslos y comenzó a chupárselo con
esmero y dedicación. Primero el glande y después el resto del cuerpo a medida
que él se lo metía todo.
Karl emitió un primer sonido, una especie de jadeo lento pero delicioso. Era
claro que adoraba los labios de esa mujer, y más aún la forma en cómo se lo
chupaba. Incluso llegó a pensar que podría quedarse allí por largo rato, casi de
manera indefinida.
Sin embargo, el ritmo de ella, esa rapidez, esa destreza lo hizo sentir que
cada vez estaba más cerca del orgasmo. Así pues tomó parte del cabello de ella y
lo sujetó con fuerza, era su rienda favorita.
Megan siguió en ese vaivén delicioso hasta que por fin, se lo introdujo por
completo hasta la garganta. El calor de la lengua, de los labios y de ese lugar, fue
lo suficientemente perfecto para que él perdiera cualquier rastro de autocontrol.
Se acomodó aún más y dejó salir un chorro de semen caliente y espeso en la
garganta de Megan.
Fue tan fuerte que ella hizo una ligera arcada por la cantidad que había
recibido de repente, sin embargo, continuó allí porque, como buena sumisa, tenía
y quería complacer a su amante y dueño como le correspondía a su rol. Además,
era algo que le encantaba hacer.
Entonces terminó por comerlo todo, todo entero. Incluso se concentró un
poco más en la punta con el fin de limpiársela por completo. Al terminar, él soltó
el cabello de ella lentamente porque sintió que ya no pudo más. Se desplomó al
lado de ella, con ese pecho agitado y con un brazo sobre su torso. Megan pudo
sentir que él sonreía… Ella también lo hizo.
IV
U n rayo de sol calentó la mano de Megan lo suficiente como para
hacerla despertar de golpe. Agitada, se levantó de repente y notó
enseguida el dolor en la cintura y el ardor en la espalda. Trató de hacer memoria
y se dio cuenta que todo había sido producto de un encuentro intenso y delicioso.
Su noche, aburrida y llena de trabajo, quedó en un segundo plano gracias a un tío
desconocido.
Se levantó poco a poco y se percató que él ya no estaba allí. Sintió un poco
de lástima porque le hubiera gustado estar allí para seguir follando pero en fin,
este tipo de cosas son así, funcionan así.
Se estiró un poco y luego fue directo al baño. No hizo falta encender la luz
puesto que todo estaba muy claro. Entonces se miró al espejo y se giró un par de
veces para verse las marcas en la espalda. También notó las huellas de las manos
que él dejó sobre su cintura, caderas y hasta nalgas. Sonrió con picardía porque
de verdad había disfrutado de ese encuentro.
Abrió las llaves de agua y enseguida se metió. Mientras su cuerpo recibía
las caricias de esa agua tibia, comenzó a pensar en todas las cosas que tenía por
hacer, las traducciones y las entregas… Sin embargo, la imagen de él, de ese
moreno alto y sensual, esas manos y esa verga que terminaron por poseerla por
completo. Suspiró porque pasó tiempo antes de tener un encuentro como ese, le
encantaba. Lo adoró.
Salió de la ducha pensando aún en él, y mientras se acomodaba el cabello
miró hacia una de sus mesas de noche. Había algo allí que no se había fijado.
Fue hacia allí y se dio cuenta de que era un papel, al desplegarlo, se percató
que se trataba de un número de teléfono.
“Por si quieres que nos veamos otra vez. K”.
Al principio no pudo creer lo que tenía frente a sus ojos pero resultó que
había sido verdad. Acarició la hoja y se concentró en los números que estaban
escritos con letra pulcra y legible. Sonrió y sin duda pensó que sería buena idea
guardar ese número.
Karl iba por la calle, recordando la piel, los gemidos y el sabor de esa mujer
con la que había pasado la noche. En ese punto, tuvo que sincerarse a sí mismo.
Desde que la miró, se sintió impresionado por ella. Esa actitud desenfadada,
libre, segura. Parecía ser una especie de espíritu libre y eso casi lo leyó por
completo apenas cuando se sentaron hablar… Eso se afianzó al momento de
besarse y de tocar su cuerpo casi como un frenético.
Recordó la curva de su espalda y la de su cintura, la firmeza de sus muslos
anchos y el calor de su aliento cada vez que lograba besarse. Se mordió los
labios pensando en ella, una y otra vez.
Como era un hombre descarado, dejó su número para que ella se
comunicara con él después. Lo hizo porque no era de esos tíos que iban detrás de
las tías, no, no era su estilo. Prefería incitar el juego y llevarlo al punto del
descontrol.
Cada paso era recordarla cada vez más. Si bien podía averiguar sobre ella y
volverla a hacer suya, tenía que jugar con su ansiedad y desesperación. Porque
sí, ella tenía esa cara de mujer perversa que estaría dispuesta a entregarse a él las
veces posibles.
Megan terminó de teclear y se echó un poco para atrás con el fin de
descansar la vista. Iba tan rápido y no se percató que el hambre casi no la hizo
continuar. Así que se tomó un respiro y se levantó para buscar algo que comer.
En ese ínterin, miró de nuevo el papel blanco doblado con el número de él.
Pensó en lo descarado y confiado que era, en la manera en que suponía todo
estaba bajo su control. Aunque de cierta manera era así.
Le dio vueltas al asunto por unos minutos hasta que no pudo más. Tomó el
papel y su móvil y comenzó a escribirle. Las ganas que tenía de estar con él eran
más grandes de lo que había pensado, deseaba ser suya de nuevo.
Esperó y notó que no recibía respuesta alguna. Estaba nerviosa por lo que el
cerebro comenzó a darle vueltas sobre el verdadero asunto. Finalmente, escuchó
un ligero sonido. Había recibido una respuesta.
—Creo que esperaste demasiado tiempo para escribirme. Pero lo hiciste,
buena chica. Ahora, ¿qué te provoca a hacer?
Ella miró la pantalla incrédula por esas palabras. Era un tío muy seguro, sin
duda. Pero, a pesar de verlo como un poco engreído, se dio cuenta que era
exactamente lo que estaba sintiendo.
—Eso me hace pensar que estabas esperando a que te hablara, ¿cierto?
—Sí, eso lo tengo que reconocer. Pero aún no me has respondido. ¿Qué
quieres hacer?
—Quiero que nos veamos.
—Veámonos en la noche. ¿Qué dices?
—¿En dónde?
—Te pasaré la dirección. Conozco un buen lugar.
Ella sonrió y se preparó para el encuentro. Estaba ansiosa por verlo, así que
procuró volverse a sentar para seguir con el trabajo que tenía pendiente.
Mientras más se ocupara en ello, más tranquila y concentrada se sentiría por él.
Era todo lo que deseaba.
Karl dejó el teléfono en otra parte de su abrigo y volvió a concentrarse en la
calle. Todo le parecía increíble, agradable y más porque tendría más sexo con esa
mujer. Sólo podía pensar en las veces en que la embistió como si fuera un animal
salvaje. Claro que estaba dispuesto a volver a verla, de hecho, moría por hacerlo,
así que luego de concretar el momento del encuentro, todo lo demás vendría
mucho más rápido y fácil.
Pasaron las horas y los dos estaban ansiosos por verse. Karl tuvo la
sensación de que Megan era una mujer extrema, así que le gustó la idea de llevar
consigo algunos juguetes para pasarla bien.
Pensó en unas cuerdas y hasta cadenas. Sin embargo se fue por lo seguro.
Unas cuerdas parecían el elemento perfecto, al menos para un segundo
encuentro. Entonces, se preparó todo lo que pudo.
Luego de terminar todas las entregas y de revisar que estaba a tiempo con
los trabajos, Megan se levantó de la silla para ir a tomarse una ducha. Estaba en
silencio, incapaz de romper ese silencio porque estaba concentrada en
encontrarse con él.
Deseaba tanto ser suya que era una sensación que incluso sintió que la
sobrepasaba. Era absurdo pero a la vez no. Dejó entonces de racionalizar las
cosas y se preparó para vestirse. Se colocó unas medias y unos shorts vaqueros
rasgados, una camiseta negra, un suéter y una chupa vaquera oscura. Tomó unas
botas militares porque el frío estaba apretando y se miró en el espejo. Estaba
ansiosa por verlo, por encontrarse con él.
—Te espero.
Llegó a leer y sintió que esa noche sería una de las más intensas de su vida.
Así lo quería, así lo ansiaba.
Apagó las luces y salió del piso en dirección a lo que parecía ser un hotel.
Se dio cuenta que era fácil llegar, así que no se preocupó demasiado. Sin
embargo, la situación se volvió mucho más interesante porque él comenzó a
provocarla poco a poco.
Dejó de escribirle para mandarle notas de voz:
—Vas a ser mía. No tienes idea de las ganas que tengo de romperte la piel,
de reventarte entera. Estoy ansioso por verte… Apresúrate.
El corazón de Megan parecía ir a mil por hora y más porque él la
bombardeó con imágenes de su pene de todos los ángulos posibles. De
inmediato casi pudo sentir el grosor entre sus piernas y las muchas formas que la
hizo sentir tan bien.
Estaba de pie porque si se sentaba, tenía la sensación de que sucumbiría a la
desesperación de tocarse. Estaba tan mojada, tan deseosa por él que trataba de
calmarse para no desfallecer dentro del vagón. Ese tío sabía muy bien cómo
jugar y eso le gustaba, le gustaba un montón.
Escuchó ese sonido glorioso de que por fin habían llegado a la estación. Al
salir, sólo debía caminar un par de calles para llegar. Cuando estuvo cerca, se dio
cuenta de una figura alta y esbelta, era él que la estaba esperando.
No pudo evitar sonreír, sobre todo porque gracias a él había experimentado
una noche increíble. Así que fueron acercándose cada vez más y se encontraron
de frente con esa sonrisa llena de complicidad.
Ambos no dijeron nada y sólo se sonrieron. Después, Karl se acercó mucho
más y fue hacia ella con la intención de rodearla con los brazos. Megan se
levantó en puntillas para tratar de alcanzarlo y luego lo miró fijamente. De
inmediato, sintió sus manos calientes y la fuerza de su cuerpo sobre el de ella.
Megan pudo haber mandado todo el diablo y dejarse tomar por él en medio
de la calle. Le resultó impresionante sentir esa atracción tan fuerte hacia él, a tal
punto, que le diera igual el qué dirán. No obstante, Karl pareció entender las
intenciones de ella, por lo que se acercó lentamente hacia su rostro.
—Aquí no. Mejor entremos.
La tomó de la mano y juntos caminaron hacia la entrada del hotel. Ella se
sorprendió cuando lo vio, ya que se trataba de un sitio amplio y elegante. Había
un montón de gente que iba y venía constantemente, por lo que le dio la
sensación de que no era cualquier lugar.
Fueron directamente a los elevadores y permanecieron tranquilos porque
había gente con ellos. Sin embargo, por dentro parecían que ardían en llamas.
Después de bajar un par de huéspedes, la mano de Karl fue directamente
hacia la cintura de ella, la tomó con fuerza, obligándola a colocarse junto a él y
así besarla con desesperación. La sostuvo mientras se besaban, las lenguas de
ambos se entrelazaban una y otra vez en lo que parecía una danza deliciosa y
atrevida.
Megan no lo pudo evitar, enseguida comenzó a gemir con fuerza porque le
encantaba sentir las manos y el cuerpo de ese hombre sobre ella. En ese punto,
también se dio cuenta que con él perdía la noción de tiempo y espacio, era casi
como si quedara absorbida por una especie de fuerza mayor que la arrastraba por
todas partes.
Llegaron finalmente al piso y él la tomó con decisión hacia la habitación. El
pasillo estaba desierto, por lo que también Karl aprovechó para besarla y
manosearla más. Entre los jadeos, sacó la tarjeta de su abrigo y la usó para abrir
la puerta. Escuchó un ligero clic y ambos entraron.
El lugar estaba completamente a oscuras y permaneció allí sólo por
diversión de Karl. Megan se adentró poco a poco y se dio cuenta que se
encontraba en una especie de juego propiciado por él. De nuevo, era ese instinto
dominante que salió a flote. Ya no era necesario pretender lo contrario.
Sintió el calor de su aliento sobre su oreja, los labios casi rozando a su piel,
por lo que su interior estaba a punto de estallar.
—Sé lo que eres. Lo sé desde el primer momento en que te vi. Y sé también
que conoces mi naturaleza. Sabes muy bien de lo que hablo.
—Sí, lo sé. Desde el principio.
—Bien, eres una chica inteligente, de eso no me cabe duda. Entonces,
vamos a divertirnos como es, como nosotros merecemos. ¿Vale?
—Sí, señor.
Esa respuesta fue suficiente para él. Fue como activar una parte de sí
mismo. La sesión había comenzado. Entonces se acomodó detrás de ella y la
tomó con fuerza desde la cintura. Luego de tantearla, se decidió por quitarle la
ropa casi con salvajismo, estaba ansioso por tenerla.
Las prendas cayeron a suelo poco a poco hasta que ella quedó sólo en
medias. Él aprovechó para girarla y verla de frente. Tenía las mejillas
encendidas, estaba excitada y no lo podía ocultar.
Sonrió y la miró, estaba decidido a destruirla, a romperle la piel y en dejar
sólo las huellas de una sesión intensa y excitante. Fue entonces cuando la tomó
entre sus brazos y la cargó, las piernas de ellas rodearon su cuerpo y él la sostuvo
con fuerza al mismo tiempo que la besaba con una intensidad impresionante. Le
encantaba tenerla así, lo adoraba.
La dejó sobre la cama y le quitó esa última prenda como señal de que
estaba listo para devorarla por completo, lo ansiaba. Sin embargo, tenía
preparado las cuerdas, esas mismas que usaría para atarle las muñecas y los
tobillos. Estaba ansioso por jugar.
Megan estaba entregada al placer y a la locura. Cuando se movía un poco,
aún podía sentir el ardor en la espalda o el dolor en las caderas por el sexo de la
noche anterior, le causó risa encontrarse en esa misma situación.
Él comenzó a atarla con fuerza. Poco a poco, sus muñecas y tobillos
quedaron atadas a unos postes de madera que estaban allí, cerca de la cama. Ella
cerró los ojos y experimentó la textura de las cuerdas sobre su piel, fue casi
como sentir una descarga de adrenalina. Una muy intensa.
Las manos de él rozaban su cuerpo en varias partes, mientras tenía esa
expresión de completa concentración. Quería hacerlo bien y quería que ella se
diera cuenta de que jugaba en serio. Lo demostraría cada vez que fuera posible.
Al terminar, se echó para atrás y se encontró satisfecho, sin embargo pensó
que faltaba algo más, un toque especial. Así que se retiró por un momento y trajo
consigo una mordaza de cuero. Ella lo reconoció de inmediato y celebró la
oportunidad de jugar con algo como eso.
—¿Te gusta? Sé que sí, apuesto que sí. Además, creo que esto será
necesario. Ya te darás cuenta de por qué.
Ella sólo logró asentir justo cuando él le colocó ese trozo de cuero rígido
sobre sus labios. Karl le acarició el rostro.
—Ojalá pudieras verte. Luces tan bella. Lista y perfecta para mí.
Luego, sus dedos recorrieron el cuerpo desnudo de ella, con ese afán de
reconocer hasta cada rincón. Al hacerlo, se daba cuenta que ella se agitaba cada
vez más.
—Apenas es el comienzo, querida. —Le dijo con ese descaro propio de él.
Él se acomodó sobre la cama para quitarse la ropa con calma, puesto que le
gustaba la idea de desvestirse y mostrarse lentamente. Ese torso perfecto,
tonificado, sus hombros, pierna, su verga que ya estaba dura y venosa. Ese
momento, Megan se dio cuenta de lo mucho que lo deseaba, de las ganas que él
le hacía sentir, de esas sensaciones tan ricas y deliciosas. No podía más, quería
ser de él de una vez por todas.
Al quedar completamente desnudo, Karl fue hacia su entrepierna y apoyó
sus manos sobre sus muslos con fuerza. Los contempló con cuidado y luego alzó
la mirada para encontrarse con la de ella para volver a decirle:
—Apenas estoy comenzando, nena. Prepárate.
Ella no tuvo tiempo para reaccionar porque le fue imposible, experimentó la
lengua de él, acariciándole el clítoris con una delicia increíble. Lamía, mordía,
chupaba de una manera que la hacía pensar que estaba cada vez más cerca de
perder el control. No pensaba que podía suceder algo así pero sí, claro que sí.
Por dentro, era como sentir que algo se intensificaba y la dejaba al borde la
locura. En sus momentos de consciencia, en esos muy fugaces, pensaba que era
imposible sentirse así con alguien pero luego experimentaba que su mundo se
desplomaba con él, en la boca de él. Lo demás no tenía sentido, era absurdo y le
daba igual.
Karl seguía chupándola con más ahínco, con fuerza. Le encantaba
experimentar esos jugos tan deliciosos, la textura de su coño, los pliegues de sus
labios y más aún, el hacerla gritar a pesar que la mordaza reprimía los sonidos.
Eso también le excitaba.
Siguió comiéndosela hasta que por fin se levantó. Tuvo suficiente, debía ir
hacia el próximo paso. Se perdió por un momento entre las sombras de la
habitación. La jadeante Megan estaba a la espera del próximo acto.
Luego él se apareció con lo que lucía un cinto de cuero. Ella lo supo porque
lo vio brillar un poco con la luz que entraba en la habitación. Él, mientras,
jugaba un poco con él, en un vaivén seductor e hipnótico.
Karl alzó el cinto para comenzar a acariciarla con él. Poco a poco,
lentamente. Luego, hizo un rápido movimiento y le atestó un impacto que fue
directo a sus muslos. El grito que ella exclamó fue fuerte pero la mordaza era lo
suficientemente fuerte como para reprimir ese ruido. Él sonrió de satisfacción a
medida que las marcas aparecían sobre su piel.
Era claro que él estaba cumpliendo con su palabra. Le había dicho que le
rompería y eso mismo estaba haciendo. Ella podía sentir el ardor de los
impactos, el dolor exquisito que la hacía desear más y más. De vez en cuando,
cuando podía salir de ese trance, se daba cuenta de los pequeños hilos de sangre
que aparecían sobre sus piernas y también en algunas partes de su torso. Por
dentro quería más. Lo ansiaba.
En esa habitación, Karl y Megan estaban explayados en sus roles. Él estaba
ejerciendo su poder como Dominante y ella estaba entregada como buena sumisa
que era. Era la combinación perfecta lo que estaba allí y ambos lo sabían.
Dejó de azotarla cuando experimentó el dolor en su brazo y al percatarse
que estaba listo para follarla como le diera la gana. Así que dejó el cinto caer
sobre el suelo y se subió sobre la cama, apoyando sus rodillas y también sus
brazos.
—Mírame. —Le ordenó con una voz poderosa y contundente.
Ella le hizo caso apenas, sobre todo, porque estaba tan concentrada, tan en
éxtasis que a veces ni siquiera podía creerlo. Él procedió a acariciarle el cabello
y también el rostro, luego se preparó para penetrarla. No podía esperar.
Así que le abrió un poco las piernas y colocó su pene en todo el coño y
sintió de nuevo ese calor delicioso y esa humedad que deseaba volver a
experimentar sobre su verga. Lo dejó un rato allí para desesperarla hasta que lo
metió de golpe de nuevo. Megan sintió que su cuerpo y espíritu se partieron en
dos.
La pelvis de Karl se movía una y otra vez, en un movimiento rudo e
intenso. Las venas de sus brazos indicaban el nivel de fuerza e intensidad que
ejercía, algo que para ella era la cosa más gloriosa del mundo.
Las embestidas eran deliciosas, fuertes, contundentes. Mientras que los
gemidos de Megan, ahogados en la mordaza, parecían que querían salir
libremente. Fue por ello que él decidió quitarle la mordaza para escucharla
mejor. Deseaba percibir todo lo que ella tenía por dentro.
Después de liberarla rápidamente, casi de inmediato, la habitación retumbo
gracias a todos los sonidos que ella pudo finalmente exclamar. Desde gemidos
suaves hasta gritos cada vez más intensos. Era tan delicioso que Karl no podía
evitar metérselo con mayor fuerza.
A ella entonces sólo le quedaba convertirse en una perfecta esclava entre las
cuerdas y entre el cuerpo de él. No paraba de chillar, simplemente porque tener
a ese hombre entre sus piernas era lo más delicioso que había experimentado en
mucho tiempo. Simplemente le encantaba.
Él siguió empujándoselo hasta que deseó correrse en ella pero no sabía muy
bien cómo hacerlo. Hasta que se le ocurrió una idea. Entonces, se lo sacó de
golpe aún con la mirada de ella de desconcierto y se levantó por completo.
Megan lo miró como si se tratara de una especie de dios griego, de alguien con
una figura hermosa e imponente.
Karl llevó su mano hacia el rostro de ella para darle unas cuantas bofetadas.
Estaba decidido a hacerla sentir como su objeto sexual y aprovecharía cada
momento para hacérselo saber. Megan estaba a punto de estallar.
Le introdujo después un par de dedos con la intención de sentir el calor y
humedad de su boca… También para prepararla para lo siguiente.
Karl esperó un poco más hasta que estuviera bien duro, entonces, sacó sus
dedos y llevó su pelvis a la de ella para metérselo por completo en la boca.
Apoyó su mano sobre la mejilla de ella y la acarició suavemente. Megan
comprendió lo que le tocaba a hacer a continuación, por lo que mojó sus labios
ya abrió la boca para recibirlo por completo.
Poco a poco, comenzó a sentir las venas y ese delicioso grosor. Tan rico, tan
increíble, ella preparó su garganta lo más que pudo para recibirlo como debía,
con un placer indescriptible.
Él iba cada vez más hacia adentro, más y más porque adoraba experimentar
la maestría que tenía ella al chuparle la verga. Cerraba los ojos y respiraba
agitadamente, se sintió mucho mejor que la primera vez y no pensó que aquello
fuera posible.
Siguió chupándolo y ahogándose con ese miembro. Enseguida salieron los
hilos de saliva que se dispersaban un poco hacia las comisuras de sus labios. Al
mismo tiempo, también la escuchaba gemir casi de manera descontrolada. Pero
eso no era todo, más allá del placer que Megan le proporcionaba con su lengua y
con su boca, también era la forma en cómo lo miraba mientras lo hacía.
Tenía los ojos cargados con una intensidad sorprendente, con una forma
poderosa que no había visto antes. Ella lo hacía sentir vivo, pleno y quería más y
más de eso. Se estaba volviendo un adicto a ella y eso le gustaba.
A pesar que deseaba sentir cada parte de ella, su excitación estaba en un
punto máximo, ya no podía más, por lo que la tomó del cabello con fuerza e hizo
que se moviera más porque quería correrse en su boca. Esa boca gruesa, linda,
carnosa que lo hacía delirar.
Ella fue tan rápido como pudo porque buscó complacerlo tanto como
pudiera. Así que cada vez más, se dio cuenta que él estaba cerca del orgasmo. Se
prometió a sí misma que lo llevaría a ese punto y lo volvería como loco.
Karl comenzó a jadear con más fuerza. Su respiración se aceleró aún más y
sus ruidos se hicieron más intensos. Estaba listo.
Afincó su pelvis mucho más contra la boca de ella y, finalmente, expulsó un
chorro de semen caliente en la garganta de Megan. Ella estuvo a punto de hacer
una arcada pero como la buena sumisa que era, pudo controlar el impulso y así
beber de él casi que por completo.
Se quedó un rato allí puesto que le encantaba esa sensación que ella le
proporcionaba. Ella, mientras, succionaba cada parte de él para dejarlo
completamente seco. Todo, además, mientras lo miraba con esa cara de lujuria y
de extremo placer.
Luego, se echó para atrás poco a poco para sacar su verga de la boca de
ella. Al terminar, se inclinó hacia su rostro para besarla intensamente.
Pero era claro que había un asunto que resolver, estaba el hecho de que ella
todavía estaba sin correrse y Karl, como el buen Dominante que era, no podía
permitirse que eso se quedara así. Le gustaba cumplir con sus pendientes y ese
era uno muy importante.
Un par de bofetadas más para luego concentrarse en ese coño húmedo y
caliente que tenía frente así. Colocó sus dedos para masturbarla como era
debido. Primero el pulgar, el cual fue directamente hacia el clítoris. Se percató
que estaba rojo, hinchado, así que procuró que tocarlo con un ritmo constante.
De esta manera, hizo que sus ojos se entornaran y se perdieran en la nada. Sonrió
porque su plan estaba cumpliéndose cabalmente.
Ella no paraba de gritar ni de retorcerse. Era esclava de ese cúmulo de
sensaciones que era incapaz de escapar. Deseaba tanto que ese instante durara
cada vez más porque le encantaba sentir esas manos gruesas, fuertes y suaves
sobre su cuerpo. No se cansaba de él y sabía que no pasaría eso.
Luego de estimularla debidamente, introdujo un par de dedos dentro de su
coño. De inmediato volvió a escuchar cómo su voz se quebraba gracias a la
intensidad que estaba experimentando. Él se encargaría de llevarla hacia lugares
que nunca pensó sería capaz de explorar.
Siguió estimulándola en ambos puntos hasta que observó el temblor de sus
piernas. Esos mismos que se estremecían violentamente. Megan cerró los ojos
con fuerza y sintió como si su alma estuviera a punto de caer a un abismo. No
quería evitarlo, no quería escapar de él. Por último, por unos instantes, lo miró
suplicante y él le dio a entender que podía hacerlo.
Una especie de corriente caliente envolvió su cuerpo justo antes que sus
ojos quedaran envueltos completamente por una especie de oscuridad. Cada
parte de sí misma, quedó ahogada en una sensación intensa, fuerte que no supo
describir. Sólo tuvo oportunidad de sentir cómo salían de su cuerpo unos cuantos
chorros de sus fluidos y luego, dejó la realidad por unos segundos… Al menos
eso creyó.
Karl sintió ese delicioso torrente de sus jugos calientes que terminaron en
sus dedos. Apenas tuvo tiempo para inclinarse rápidamente para beber de ella y
comerla así por completo. Esos labios gruesos estaban empapados y se encargó
de lamerlos suavemente para devorarlos por completo. No podía negar que le
gustaba sentir esa textura en su boca, se hacía cada vez más adicto a ella.
Después de dejarla seca, se incorporó sobre la cama y se dio cuenta que aún
estaba sobre la cama, como entre consciente e inconsciente. Entonces, se
acomodó junto a ella y la miró flotar en esa especie de aura especial.
El cabello lo tenía desordenado, salvaje y desparramado sobre la cama. Sus
párpados estaban cerrados y su boca se encontraba entreabierta. El pecho se
inflaba suavemente, a un ritmo delicado y dulce. Parecía una persona
completamente diferente.
Él luego se acomodó mejor y luego se quedó mirando hacia el techo,
pensativo. No sabía muy bien qué sentir, sobre todo porque sólo se habían visto
un par de veces. Las cuales, además, habían sido encuentros intensos y fogosos.
Muy fogosos.
Respiró profundo y volvió a mirarla por un rato. Le acarició el rostro y
sonrió:
—Vas a ver que nos divertiremos mucho. Oh sí.
V
A veces nos encontramos en ciertas situaciones en donde sentimos
que todo va a una velocidad increíble, a un ritmo que hace que todo
vaya más rápido y nos haga preguntarnos si realmente vale la pena todo aquello
o si sólo debemos hacer un freno ante todo que luce vertiginoso y violento. Sin
embargo, hay situaciones que deben vivirse de esa manera, ya que son la prueba
de que hay experiencias que no podemos controlar y que lo mejor que podemos
hacer es dejarnos llevar.
Así era la relación entre Karl y Megan. La situación se volvía cada vez más
intensa, más poderosa. Los dos habían desarrollado una especie de extraña
dependencia el uno con el otro.
Fue a tal punto, que incluso no había respeto por los trabajos o por otros
espacios. Cuando había ganas, ese era el único lenguaje aceptado. De hecho, una
vez, Karl se encontraba en la oficina atestado de trabajo y con un notable mal
humor.
Estaba hundido en la pantalla de la computadora, con la vena de estrés a
punto de salírsele de la frente, cuando escuchó el teléfono de su oficina.
—¿Sí?
—Tiene una visita. Dice que es un familiar suyo y que necesita verlo
urgente.
—¿Pero de qué habla?
—Es una mujer, señor. Dice que es urgente.
—Vale.
Entornó los ojos con el fastidio que tenía en su punto máximo. Salió de su
oficina como mandado por el diablo y fue hacia la entrada para saber de qué se
trataba todo el asunto. De repente, sintió una especie de golpe frío en el
estómago. Era ella.
Tenía una cara descarada y juguetona. Y, aunque estaba ocupado y con mal
genio, sintió que sólo verla bastó para sentirse mejor.
Convenció a la recepcionista de que ciertamente eran familia y que acaba
de recordar ese problema que debía atender con ella. La trató con toda la
naturalidad del mundo y la llevó hacia su apartada oficina, cerró la puerta y la
miró con una desesperación infinita.
—Pensé que sería lindo visitarte, pero tuve que inventar la peor excusa para
hacerlo. Disculpa mi falta de creatividad.
Apenas terminó de hablar y la rodeó con sus fuertes brazos, la miró hacia
los ojos y se dio cuenta de lo bella que era. Acercó a su rostro al suyo y se
besaron apasionadamente. Ella se quitó algunas de las cosas que tenía encima
para estar más cómoda con él.
Le encantaba sentir su cuerpo y su calor, no se cansaba de ellos ya que sólo
quería más y más. Delicadamente lo sentó en la silla para arrodillarse en frente
de él.
—Sé que debes estar estresado, lo puedo ver en tus ojos, así que me parece
que te puedo ayudar con eso.
Karl trató de hacer un gesto para detenerla pero no pudo, no quiso. De
hecho, sólo ofreció una mínima resistencia por mero impulso pero lo cierto es
que estaba ansioso por sentir esos labios gruesos bordeando su verga.
Se acomodó en la silla lo mejor posible mientras ella bajaba el cierre del
pantalón y tomaba su pene con una de sus manos. No pudo evitar exclamar un
ligero jadeo. Luego recordó que debía controlarse porque había gente más o
menos alrededor de él.
Megan despojaba poco a poco cada parte, asombrada de su pene y del
hambre que sentía por él. Era algo que no podía esconder, así que tenía una
expresión como si fuera una niña emocionada... Lo deseaba tanto que ni siquiera
lo podía entender.
Apenas lo masturbó un poco. ¿La razón? Estaba demasiado ansiosa por
tenerlo en la boca, por saborearlo y por hacerlo suyo. Así que cuando apenas
estuvo afuera, aprovechó todo el rato para chuparle el glande y hacerlo vibrar.
Enseguida sintió su mano sobre su cabello con esa intención dominante que
tanto le gustaba sentir.
Adoraba lamer sus venas y hacerle perder el autocontrol en pequeños ratos.
Era un juego que los dos habían construido. Una especie de dinámica que hacía
que el otro rozara los límites y se quedara allí por un buen rato. Él también lo
hacía con ella y a Megan le encantaba.
Le chupó entonces con una fuerza increíble. Fue directamente al grano para
hacerla sentir como si no hubiera posibilidad de nada más. Él se apoyó de su
cabeza con ambas manos sobre su cabello y comenzó a follarle la boca con
brusquedad.
El movimiento era rápido, intenso, fuerte. La cabeza de Megan dibuja un
vaivén delicioso mientras que los hilos de saliva se desparramaban por la
comisura de sus labios y hasta parte de su pecho parcialmente desnudo. Sus
manos estaban en el suelo, como un gesto importante de sumisión. Quería darle
todo a él.
Siguieron así hasta que Karl comenzó a sentirse cada vez más cerca del
orgasmo, gracias a la lengua inquieta de Megan. Se agitó mucho más hasta que
por fin eyaculó dentro de la boca de ella una vez más. La delicia que sintió casi
le hizo perder el equilibrio pero Megan lo sostuvo con fuerza, mientras lo miraba
entre embelesada y divertida.
Él se acercó a ella para darle un fuerte beso y se quedaron juntos por un
rato.
—Debes estar consciente que haré lo posible para castigarte.
—Asumiré todas las consecuencias.
Después de un par de fuertes agarrones, Megan salió sonriente y él
cavilando en la próxima tortura que le dedicaría a ella. Estaba ansioso.
No pasó demasiado tiempo para ello. De hecho, justo cuando ella estaba en
una entrevista con un cliente, Karl le ordenó que se masturbara, colocándose un
vibrador que él controlaría remotamente.
Ella aceptó el reto y se dispuso a jugar. Lo cierto es que no se esperó todas
las sensaciones que experimentaría. El vibrador quedó justo sobre el clítoris y de
inmediato sintió las vibraciones que la hacían sentir violentos espasmos. Estaba
tan excitada que tuvo que hacer un gran esfuerzo por controlarse.
—Más te vale que no lo apagues y que sigas así porque, de lo contrario,
créeme que me las cobraré como no tienes idea. Esto es para que aprendes quién
realmente tiene el control de todo esto.
Ella trataba de responder las preguntas del cliente, de atender las dudas y de
ser agradable pero lo cierto era que no podía. Deseaba terminar cuando antes y
masturbarse con violencia. O ir hacia él…
Dejó la conversación con una respuesta positiva, pero su coño era otra
historia. Estaba tan mojada que apenas podía mantenerse en pie.
—Te lo quitarás cuando te diga.
—Por favor… Por favor…
—No hay ruego que valga, Megan. Tienes que entender el verdadero
significado de ser una esclava y eso eres para mí. Eres mía.
Estaba a punto de desfallecer cuando escuchó la puerta. Su instinto le dijo
que se trataba de él y así fue. Abrió la puerta y lo encontró con las manos
apoyadas en el umbral de la puerta. Ella estaba jadeante y desesperada.
Lo dejó pasar y él caminó lentamente por la sala, en completo silencio
porque no había razón para decir algo más. Sólo estaban las sensaciones en el
aire, a un nivel que casi se podía palpar en el ambiente.
—Arrodíllate.
Así lo hizo y llevó la mirada hacia el suelo. De entre las cosas que él tenía,
sacó un collar con una cadena que tenía pegada. Se la colocó en el cuello y la
miró por un rato.
—Ojalá supieras lo bien así, sumisa ante mí. Como debe ser.
—Sí, Amo.
Ella siguió con la cabeza gacha hasta que sintió que él haló la cadena para
llevarla hacia su habitación. Él había tomado el control de ella y de su espacio,
con un descaro impresionante.
Mientras gateaba detrás de él, estaba sintiéndose cada vez entregada a él,
dispuesta a mandar todo al demonio, a sacrificar lo que fuera necesario para
complacerlo, para darle las mejores sensaciones que podía darle por los minutos
o el tiempo que fuera.
Llegaron a la habitación y él luego se sentó sobre la cama, la colocó frente a
ella y le ordeno que le bajara el cierre del pantalón.
—Ahora vas a comer mi polla como se debe. ¿Vale?
—Sí, Señor.
Ella hizo exactamente lo que él le pidió y se encontró de nuevo con ese
pene que parecía estar esperándola ansiosamente. Primero lo acarició por un
momento y luego se lo metió todo en la boca.
A diferencia de otras ocasiones, ella no tendría el control, ni remotamente
cerca. Fue Karl el que se encargó de hacerle entender que era él quien tendría el
dominio de toda la situación. Así que le tomó el cabello e hizo que lo chupara al
ritmo que él deseó. Estaba tan en éxtasis que estuvo a punto de correrse como un
loco.
Pero no quiso porque deseaba seguir mirando cómo su carne llenaba la boca
de ella por completo. Admiraba esa destreza, los ojos llorosos y la saliva que
salía de su boca prácticamente sin parar. De alguna manera, pudo controlar sus
impulsos para seguir disfrutando esa deliciosa humedad y calor que le brindaban
sus labios. Eran tan exquisito como glorioso.
Ella trató de controlar las arcadas y trató de no apoyar sus manos sobre él ni
sobre ella misma, así que las colocó detrás de su espalda. De esta manera
continuó con ese vaivén delicioso e hipnótico.
En las ocasiones que él sentía que estaba muy al borde, sacaba su polla para
restregárselo en la cara de ella. Aprovechaba para darle golpes en las mejillas y
en los labios, lo paseaba sobre su piel y en cada parte con la intención de
marcarle el territorio, además de hacerle entender que, como era su propiedad,
tenía que aceptar todo lo que él tenía que darle a ella.
Se acomodó aún más cuando experimentó esa especie de corriente eléctrica
sobre su cuerpo, esa misma que le recorrió la espina y fue a parar a todas sus
extremidades. Manifestó unos cuantos jadeos y finalmente sintió salir el semen
que fue a parar a esos deliciosos labios de ella.
Quedaron empapados de él, mojados, manchados por esa lujuria que
parecía consumirlos cada vez más. Cuando dejó salir toda clase de jadeos y
gemidos, se levantó rápidamente y la dejó allí, sola, con su coño húmedo y
caliente, que pedía un buen revolcón. Ese era su castigo y, aun así, se sintió muy
bien.
VI
L a relación de Karl y Megan se volvió más pervertida, oscura y
hasta obsesiva. Con el paso del tiempo, ambos parecieron desarrollar
una especie de extraña dependencia que los hacía rogar por la presencia del otro.
Era un magnetismo demasiado intenso y que no muchos podían tolerar.
Por si fuera poco, no todo era cuestión de la carne. Por alguna extraña
razón, ambos comenzaron a experimentar una serie de sentimientos fuertes e
intensos que parecía no tener control.
Aunque se trataba de una situación normal, ellos simplemente no lo eran.
Se trataban de un par de individuos extremos, adictos al vicio del sexo intenso y
al descontrol. Ella era extrema tanto como lo era él.
Para Megan esto se trataba de una situación completamente diferente a lo
que alguna vez fue capaz de enfrentarse. Por lo general, se consideraba a sí
misma como una especie de espíritu libre que le gustaba andar sin ataduras por
ahí. Pero con él le pasó todo lo contario, él le hacía sentir esa necesidad de
pertenecer a alguien, de ser de alguien y supo desde el primer momento que eso
sólo podía significar problemas.
Una situación más o menos similar sucedía con Karl. Era el Dominante
perfecto, tenía encuentros ocasionales y estaba seguro que el mejor estilo de vida
que podía tener era el de ser soltero. ¿La razón? Nadie le resultó ser demasiado
interesante como para cambiar de opinión al respecto, así pues que no se
complicó y estaba bien así.
Pero es cierto que hay ciertas cosas del destino que suceden de la manera
más inesperada. El encontrarse con ella en ese bar, justo ese día donde se había
animado por fin a salir con sus compañeros de trabajo, lo tomó como si fuera
una señal.
Lo cierto es que hizo todo lo posible por huir de esa sensación. Trató de no
anclarse en ella, de no verla como si fuera algo demasiado importante, pero cada
vez que la veía, cada vez que compartía tiempo con ella, era la confirmación de
que le gustaba cada vez más. Lo sintió entonces como un peso necio y fastidioso.
En vista de ello, comenzó a tomar distancia de Megan. Para llegar a esa
decisión, tuvo que pensárselo bastante bien porque sólo con tener esa idea, ya le
pesaba en el espíritu.
Ambos entonces pensaron que lo mejor que podían hacer era darse una
distancia para pensar las cosas con más calma. Ya no se darían esos encuentros
espontáneos y alocados, ya no se entregarían de lleno a la lujuria, al cuero y al
látex, ya no habrían sorpresas inesperadas. Esta vez actuarían un poco más
conscientes de sus sentimientos y de lo que querían para los dos.
Megan experimentó ese síndrome de abstinencia que tanto le preocupó en
un principio. Hubo noches que no podía dormir y el apetito se le había ido casi
por completo. El desgano casi la consumió de no haber sido por las
responsabilidades que tenía que cumplir en el trabajo. Gracias a una montaña de
deberes y entregas por hacer, Megan casi mantuvo su mente distraída de toda la
situación… Pero no fue suficiente.
Karl se aparecía en su mente como si la invadiera. Por más esfuerzo que
hiciera, era un trabajo que le costaba cada vez más. Era odioso y era doloroso,
pero las cosas tenían que ser así, al menos eso era lo que trataba de decirse a sí
misma.
Los días y las semanas transcurrieron sin que compartieran una mínima
palabra. La situación parecía que iba a estallar en cualquier momento. La
necesidad de verse se intensificaba cada vez más.
Megan se encontraba en el escritorio de su piso, concentrada —o al menos
haciendo el intenso de ello— , cuando escuchó el timbre. Estuvo casi segura que
se trataba de la pizza que había ordenado. ¿La razón? Se dio cuenta que él no la
buscaría más y que ya no tenía sentido insistir en un tema que estaba más que
muerto.
Entonces, guardó el documento en el que estaba trabajando, se levantó de la
silla y fue hacia la puerta. Antes de hacerlo, miró su reflejo en un pequeño
espejo que tenía en la entrada. Tenía la expresión triste, así que hizo un esfuerzo
por no parecer demasiado patética.
Se acomodó el cabello y abrió la puerta. El rostro le cambió por completo al
verlo allí, tan alto y guapo como siempre. Incluso, tuvo la sensación de que él
también la había extrañado. Bueno, tenía sentido porque había llegado a su casa
repentinamente.
Él entró poco a poco, mientras que ella se echó para atrás aún sorprendida.
Sus piernas estuvieron a punto de fallarla pero hizo un esfuerzo por mantenerse
de pie.
—No puedo más…
Quiso continuar pero no lo hizo, tomó su rostro entre sus manos y fue
directo hacia ella. Le estampó un beso profundo y largo, de manera que sus
lenguas se entrelazaron y se abrazaron en una especie de sincronía perfecta y
llena de lujuria.
Megan le acarició el rostro y sintió como si la vida le hubiera regresado al
cuerpo. Estaba tan feliz de verlo que casi no lo podía creer. Los dos se miraron
por un largo rato y se dieron cuenta que ese fulano tiempo que se habían dado no
fue más que un mero absurdo, una actitud tonta producto del miedo a lo que
pudiera pasar. Pero ahora estaban allí, juntos, en un abrazo y perdidos en los ojos
del otro.
La pasión terminó entonces de consumirlos, a ese punto ya no había marcha
atrás. La mano de Karl fue hacia el cuello de ella, apretándolo con firmeza.
—Vas a ser mía.
—Soy tuya.
—¿Segura?
—Siempre lo fui.
Volvieron entonces a besarse al darse cuenta que esa unión loca, extrema y
casi hasta psicópata continuaría hasta donde debiera continuar.
NOTA DE LA AUTORA

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Capítulo 1
Cuando era adolescente no me imaginé que mi vida sería así, eso por
descontado.
Mi madre, que es una crack, me metió en la cabeza desde niña que tenía
que ser independiente y hacer lo que yo quisiera. “Estudia lo que quieras,
aprende a valerte por ti misma y nunca mires atrás, Belén”, me decía.
Mis abuelos, a los que no llegué a conocer hasta que eran muy viejitos,
fueron siempre muy estrictos con ella. En estos casos, lo más normal es que la
chavala salga por donde menos te lo esperas, así que siguiendo esa lógica mi
madre apareció a los dieciocho con un bombo de padre desconocido y la echaron
de casa.
Del bombo, por si no te lo imaginabas, salí yo. Y así, durante la mayor
parte de mi vida seguí el consejo de mi madre para vivir igual que ella había
vivido: libre, independiente… y pobre como una rata.
Aceleramos la película, nos saltamos unas cuantas escenas y aparezco en
una tumbona blanca junto a una piscina más grande que la casa en la que me
crie. Llevo puestas gafas de sol de Dolce & Gabana, un bikini exclusivo de
Carolina Herrera y, a pesar de que no han sonado todavía las doce del mediodía,
me estoy tomando el medio gin—tonic que me ha preparado el servicio.
Pese al ligero regusto amargo que me deja en la boca, cada sorbo me sabe
a triunfo. Un triunfo que no he alcanzado gracias a mi trabajo (a ver cómo se
hace una rica siendo psicóloga cuando el empleo mejor pagado que he tenido ha
sido en el Mercadona), pero que no por ello es menos meritorio.
Sí, he pegado un braguetazo.
Sí, soy una esposa trofeo.
Y no, no me arrepiento de ello. Ni lo más mínimo.
Mi madre no está demasiado orgullosa de mí. Supongo que habría
preferido que siguiera escaldándome las manos de lavaplatos en un restaurante, o
las rodillas como fregona en una empresa de limpieza que hacía malabarismos
con mi contrato para pagarme lo menos posible y tener la capacidad de echarme
sin que pudiese decir esta boca es mía.
Si habéis escuchado lo primero que he dicho, sabréis por qué. Mi madre
cree que una mujer no debería buscar un esposo (o esposa, que es muy moderna)
que la mantenga. A pesar de todo, mi infancia y adolescencia fueron estupendas,
y ella se dejó los cuernos para que yo fuese a la universidad. “¿Por qué has
tenido que optar por el camino fácil, Belén?”, me dijo desolada cuando le
expliqué el arreglo.
Pues porque estaba hasta el moño, por eso. Hasta el moño de esforzarme y
que no diera frutos, de pelearme con el mundo para encontrar el pequeño espacio
en el que se me permitiera ser feliz. Hasta el moño de seguir convenciones
sociales, buscar el amor, creer en el mérito del trabajo, ser una mujer diez y
actuar siempre como si la siguiente generación de chicas jóvenes fuese a tenerme
a mí como ejemplo.
Porque la vida está para vivirla, y si encuentras un atajo… Bueno, pues
habrá que ver a dónde conduce, ¿no? Con todo, mi madre debería estar orgullosa
de una cosa. Aunque el arreglo haya sido más bien decimonónico, he llegado
hasta aquí de la manera más racional, práctica y moderna posible.
Estoy bebiendo un trago del gin—tonic cuando veo aparecer a Vanessa
Schumacher al otro lado de la piscina. Los hielos tintinean cuando los dejo a la
sombra de la tumbona. Viene con un vestido de noche largo y con los zapatos de
tacón en la mano. Al menos se ha dado una ducha y el pelo largo y rubio le gotea
sobre los hombros. Parece como si no se esperase encontrarme aquí.
Tímida, levanta la mirada y sonríe. Hace un gesto de saludo con la mano
libre y yo la imito. No hemos hablado mucho, pero me cae bien, así que le indico
que se acerque. Si se acaba de despertar, seguro que tiene hambre.
Vanessa cruza el espacio que nos separa franqueando la piscina. Deja los
zapatos en el suelo antes de sentarse en la tumbona que le señalo. Está algo
inquieta, pero siempre he sido cordial con ella, así que no tarda en obedecer y
relajarse.
—¿Quieres desayunar algo? —pregunto mientras se sienta en la tumbona
con un crujido.
—Vale —dice con un leve acento alemán. Tiene unos ojos grises muy
bonitos que hacen que su rostro resplandezca. Es joven; debe de rondar los
veintipocos y le ha sabido sacar todo el jugo a su tipazo germánico. La he visto
posando en portadas de revistas de moda y corazón desde antes de que yo misma
apareciera. De cerca, sorprende su aparente candidez. Cualquiera diría que es
una mujer casada y curtida en este mundo de apariencias.
Le pido a una de las mujeres del servicio que le traiga el desayuno a
Vanessa. Aparece con una bandeja de platos variados mientras Vanessa y yo
hablamos del tiempo, de la playa y de la fiesta en la que estuvo anoche. Cuando
le da el primer mordisco a una tostada con mantequilla light y mermelada de
naranja amarga, aparece mi marido por la misma puerta de la que ha salido ella.
¿Veis? Os había dicho que, pese a lo anticuado del planteamiento, lo
habíamos llevado a cabo con estilo y practicidad.
Javier ronda los treinta y cinco y lleva un año retirado, pero conserva la
buena forma de un futbolista. Alto y fibroso, con la piel bronceada por las horas
de entrenamiento al aire libre, tiene unos pectorales bien formados y una tableta
de chocolate con sus ocho onzas y todo.
Aunque tiene el pecho y el abdomen cubiertos por una ligera mata de
vello, parece suave al tacto y no se extiende, como en otros hombres, por los
hombros y la espalda. En este caso, mi maridito se ha encargado de decorárselos
con tatuajes tribales y nombres de gente que le importa. Ninguno es el mío. Y
digo que su vello debe de ser suave porque nunca se lo he tocado. A decir
verdad, nuestro contacto se ha limitado a ponernos las alianzas, a darnos algún
que otro casto beso y a tomarnos de la mano frente a las cámaras.
El resto se lo dejo a Vanessa y a las decenas de chicas que se debe de tirar
aquí y allá. Nuestro acuerdo no precisaba ningún contacto más íntimo que ese,
después de todo.
Así descrito suena de lo más atractivo, ¿verdad? Un macho alfa en todo su
esplendor, de los que te ponen mirando a Cuenca antes de que se te pase por la
cabeza que no te ha dado ni los buenos días. Eso es porque todavía no os he
dicho cómo habla.
Pero esperad, que se nos acerca. Trae una sonrisa de suficiencia en los
labios bajo la barba de varios días. Ni se ha puesto pantalones, el tío, pero
supongo que ni Vanessa, ni el servicio, ni yo nos vamos a escandalizar por verle
en calzoncillos.
Se aproxima a Vanessa, gruñe un saludo, le roba una tostada y le pega un
mordisco. Y después de mirarnos a las dos, que hasta hace un segundo
estábamos charlando tan ricamente, dice con la boca llena:
—Qué bien que seáis amigas, qué bien. El próximo día te llamo y nos
hacemos un trío, ¿eh, Belén?
Le falta una sobada de paquete para ganar el premio a machote bocazas
del año, pero parece que está demasiado ocupado echando mano del desayuno de
Vanessa como para regalarnos un gesto tan español.
Vanessa sonríe con nerviosismo, como si no supiera qué decir. Yo le doy
un trago al gin—tonic para ahorrarme una lindeza. No es que el comentario me
escandalice (después de todo, he tenido mi ración de desenfreno sexual y los
tríos no me disgustan precisamente), pero siempre me ha parecido curioso que
haya hombres que crean que esa es la mejor manera de proponer uno.
Como conozco a Javier, sé que está bastante seguro de que el universo
gira en torno a su pene y que tanto Vanessa como yo tenemos que usar toda
nuestra voluntad para evitar arrojarnos sobre su cuerpo semidesnudo y adorar su
miembro como el motivo y fin de nuestra existencia.
A veces no puedo evitar dejarle caer que no es así, pero no quiero
ridiculizarle delante de su amante. Ya lo hace él solito.
—Qué cosas dices, Javier —responde ella, y le da un manotazo cuando
trata de cogerle el vaso de zumo—. ¡Vale ya, que es mi desayuno!
—¿Por qué no pides tú algo de comer? —pregunto mirándole por encima
de las gafas de sol.
—Porque en la cocina no hay de lo que yo quiero —dice Javier.
Me guiña el ojo y se quita los calzoncillos sin ningún pudor. No tiene
marca de bronceado; en el sótano tenemos una cama de rayos UVA a la que suele
darle uso semanal. Nos deleita con una muestra rápida de su culo esculpido en
piedra antes de saltar de cabeza a la piscina. Unas gotas me salpican en el tobillo
y me obligan a encoger los pies.
Suspiro y me vuelvo hacia Vanessa. Ella aún le mira con cierta lujuria,
pero niega con la cabeza con una sonrisa secreta. A veces me pregunto por qué,
de entre todos los tíos a los que podría tirarse, ha elegido al idiota de Javier.
—Debería irme ya —dice dejando a un lado la bandeja—. Gracias por el
desayuno, Belén.
—No hay de qué, mujer. Ya que eres una invitada y este zopenco no se
porta como un verdadero anfitrión, algo tengo que hacer yo.
Vanessa se levanta y recoge sus zapatos.
—No seas mala. Tienes suerte de tenerle, ¿sabes?
Bufo una carcajada.
—Sí, no lo dudo.
—Lo digo en serio. Al menos le gustas. A veces me gustaría que Michel
se sintiera atraído por mí.
No hay verdadera tristeza en su voz, sino quizá cierta curiosidad. Michel
St. Dennis, jugador del Deportivo Chamartín y antiguo compañero de Javier, es
su marido. Al igual que Javier y yo, Vanessa y Michel tienen un arreglo
matrimonial muy moderno.
Vanessa, que es modelo profesional, cuenta con el apoyo económico y
publicitario que necesita para continuar con su carrera. Michel, que está dentro
del armario, necesitaba una fachada heterosexual que le permita seguir jugando
en un equipo de Primera sin que los rumores le fastidien los contratos
publicitarios ni los directivos del club se le echen encima.
Como dicen los ingleses: una situación win—win.
—Michel es un cielo —le respondo. Alguna vez hemos quedado los
cuatro a cenar en algún restaurante para que nos saquen fotos juntos, y me cae
bien—. Javier sólo me pretende porque sabe que no me interesa. Es así de
narcisista. No se puede creer que no haya caído rendida a sus encantos.
Vanessa sonríe y se encoge de hombros.
—No es tan malo como crees. Además, es sincero.
—Mira, en eso te doy la razón. Es raro encontrar hombres así. —Doy un
sorbo a mi cubata—. ¿Quieres que le diga a Pedro que te lleve a casa?
—No, gracias. Prefiero pedirme un taxi.
—Vale, pues hasta la próxima.
—Adiós, guapa.
Vanessa se va y me deja sola con mis gafas, mi bikini y mi gin—tonic. Y
mi maridito, que está haciendo largos en la piscina en modo Michael Phelps
mientras bufa y ruge como un dragón. No tengo muy claro de si se está
pavoneando o sólo ejercitando, pero corta el agua con sus brazadas de nadador
como si quisiera desbordarla.
A veces me pregunto si sería tan entusiasta en la cama, y me imagino
debajo de él en medio de una follada vikinga. ¿Vanessa grita tan alto por darle
emoción, o porque Javier es así de bueno?
Y en todo caso, ¿qué más me da? Esto es un arreglo moderno y práctico, y
yo tengo una varita Hitachi que vale por cien machos ibéricos de medio pelo.
Una mujer con la cabeza bien amueblada no necesita mucho más que eso.

Javier
Disfruto de la atención de Belén durante unos largos. Después se levanta
como si nada, recoge el gin—tonic y la revista insulsa que debe de haber estado
leyendo y se larga.
Se larga.
Me detengo en mitad de la piscina y me paso la mano por la cara para
enjuagarme el agua. Apenas puedo creer lo que veo. Estoy a cien, con el pulso
como un tambor y los músculos hinchados por el ejercicio, y ella se va. ¡Se va!
A veces me pregunto si no me he casado con una lesbiana. O con una
frígida. Pues anda que sería buena puntería. Yo, que he ganado todos los títulos
que se puedan ganar en un club europeo (la Liga, la Copa, la Súper Copa, la
Champions… Ya me entiendes) y que marqué el gol que nos dio la victoria en
aquella final en Milán (bueno, en realidad fue de penalti y Jáuregui ya había
marcado uno antes, pero ese fue el que nos aseguró que ganábamos).

La Mujer Trofeo
Romance Amor Libre y Sexo con el Futbolista Millonario
— Comedia Erótica y Humor —

Ah, y…
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Gracias.

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