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Agradecimientos:
Para mí, ha sido complicado atreverme a
mostrar mis trabajos públicamente, de hecho, poca
gente conoce esta reciente afición.
Por eso quiero agradecer, en primer lugar, a
todos/as los que me han dado una oportunidad
siendo autora novel, sobre todo a aquellas
personas que con sus comentarios, me han animado
a publicar la secuela de mi primera novela.
En especial, agradezco a Diego M. Perea,
David Torres, Iria Villahermosa y Xènia
Solichero, su imprescindible ayuda en esta
publicación, sin olvidar a Alejandra Rocka,
creadora de las portadas de ambas novelas.
¡Muchísimas gracias!
A menudo encontramos nuestro destino por los
caminos que tomamos para evitarlo.
Jean de La Fontaine.
Prefacio
Hummmm..., ¿por dónde empiezo? Por el
principio me parece la mejor forma de hacerlo, así
que..., ¡vamos allá!
Se acabó.
Oficialmente estoy en paro; pero no me
importa en absoluto, iré a México con Elena, y
cuando regrese me emplearé a fondo en encontrar
otra cosa.
Continúo caminando hasta que escucho una voz
que me llama, me giro bruscamente para ponerle
nombre; pero en cuanto me doy cuenta de quién se
trata, corro por la acera para darle esquinazo, paso
de hablar con él. ¡Le odio! ¡Todo esto es por su
culpa!
James me sigue dando enormes zancadas, está
a punto de alcanzarme. Me pongo nerviosa, cruzo
la calle y no lo veo venir, cuando un coche me
corta el paso asestándome un golpe que me hace
caer de espaldas contra el suelo. Me quedo
sentada sobre el bordillo de la acera,
completamente anclada y sin poder moverme. El
dolor se va haciendo insoportable por momentos,
me arden los glúteos, y esa misma quemazón
asciende por la espina dorsal retorciendo mi
cuerpo.
El conductor del vehículo se ha bajado de
inmediato para hacerme reaccionar. Estoy en
estado de shock y solo le oigo a lo lejos, como si
estuviera hablándome desde el otro extremo de un
largo túnel, por encima del fino y taladrante pitido
que hay dentro de mis oídos.
—¡Dios mío! ¡Anna!
De repente, James se interpone en mi campo
visual y me retira con cuidado el pelo de la cara.
Su rostro hace temerme lo peor, está muy
preocupado y no es capaz de controlarlo. Se centra
exclusivamente en mí, mientras el otro hombre está
llamando a la ambulancia. Me hace preguntas, y
yo, tímidamente miro a mi alrededor, consciente de
que soy el centro de todas las miradas.
—Dime algo. Por favor, cariño, ¿estás bien?
¿Puedes oírme? – arrugo el entrecejo. ¿Cariño?
¿Me ha llamado cariño?
Su cara de angustia y preocupación infinita me
despierta sentimientos que creía ya olvidados,
pero como una herida mal curada, la brecha ha
vuelto a abrirse.
—Duele mucho... –susurro en un hilo de voz
intentando contener las lágrimas; aunque advierto
que en mi rostro se refleja el sufrimiento.
—Por favor, Anna. ¡Por favor! ¡Dime que estás
bien! –suplica con la cara desencajada por la
preocupación que le provoca la pena que destila
mi voz.
—Estoy bien –consigo articular sacando toda
mi entereza.
James me sostiene con firmeza el rostro y me
besa la frente buscando su propio consuelo.
—Ayúdame a levantarme –le ordeno.
A medida que controlo la situación, voy
haciéndome más fuerte, así que extiendo los brazos
en su dirección a la espera de que él los sostenga.
—Creo que no deberías moverte hasta que
llegue la ambulancia.
Ten paciencia, ya están de camino.
—Voy a levantarme James, ¿me ayudas o no?
Suspira y, resignado, me rodea por los
hombros con un brazo mientras tira de mí
suavemente para ayudarme a ponerme en pie. Hago
un enorme esfuerzo y siento como las piernas me
flaquean, pero poco a poco consigo incorporarme.
Una vez hecho esto, el dolor vuelve a sacudirme
como un latigazo que recorre de punta a punta mi
columna; tanto es así, que mis rodillas me
traicionan. Por suerte, James no ha dejado que me
caiga de bruces, y con mucho cuidado, ha vuelto a
sentarme sobre la acera. ¡Como duele! ¡No lo
soporto!
Tengo ganas de llorar, la impotencia de esta
situación me supera; aunque afortunadamente las
sirenas de la ambulancia logran tranquilizarme.
A pesar de que nos han visto, James se empeña
en hacer gestos con las manos indicándoles el
lugar. ¡Como si hiciera falta con toda esta gente a
nuestro alrededor! Pongo los ojos en blanco; si no
da la nota, no es feliz el pobrecillo...
El conductor del vehículo se afana en contarles
lo ocurrido mientras James, hace verdaderos
esfuerzos por intentar distraerme. No le escucho,
estoy tan bloqueada por el espectáculo que estoy
protagonizando, que soy incapaz de centrarme en
cualquier otra cosa.
Los enfermeros me colocan sobre una camilla,
seguidamente me conducen hacia la ambulancia.
Como imaginaba, James sube conmigo, y no puedo
prohibírselo, le conozco demasiado para saber que
no piensa dejarme sola ni un momento, así que me
resigno y cierro los ojos, irritados a causa de las
lágrimas. Por suerte, me han administrado
analgésicos y el dolor ahora es casi imperceptible.
Y te quiero más,
que este tiempo atrás,
quiero cubrir
tu cuerpo entero...
De forma involuntaria mi voz acompasa a la de
Dani Martín, y mis pies se disponen a bailar por la
cocina mientras coloco cada cosa en su lugar. Me
dejo llevar por la pegadiza melodía, y sigo
canturreando a viva voz hasta que mi cerebro
procesa la información que transmite la letra, solo
entonces, me detengo en seco y cambio de canal.
Todas las letras de estas canciones me
recuerdan a una única persona. Son un eco de mi
subconsciente que se niega a olvidar, y la verdad,
es que ya empiezo a estar harta de todo esto. Me
llevó tanto tiempo olvidarle, que cuando por fin
empiezo a hacerlo vuelve aparecer cargado de
recuerdos, de momentos que me turban y me hacen
más débil. Pensándolo fríamente no es que
viviésemos demasiados momentos juntos, pero la
enorme atracción que sentía hacia ese hombre sí
que era algo innegable.
Cojo una enorme bocanada de aire y cierro las
puertas de la alacena. Es un error seguir
torturándome de esta manera, no tiene ningún
sentido, y tengo muy claro que mis sentimientos
hacia él ya no son los mismos. Mi amor propio me
impide verlo de otra manera, y ahora solo puedo
mostrar desprecio, irritación y rabia hacia la
persona que indirectamente me ha hecho tanto
daño con su juego sucio y su poca capacidad de
reacción.
Voy a mi habitación y termino de vestirme, he
optado por unas mallas ajustadas y una camiseta
ancha que deja al descubierto mi hombro
izquierdo. Me dejo el pelo suelto, cepillándolo a
conciencia consigo tenerlo medianamente liso.
Después, siendo fiel a mis costumbres, me
maquillo en consonancia a los colores que he
elegido, otorgando a mis labios de un rojo
brillante que me da mucha personalidad.
No me entretengo más y salgo disparada por la
puerta hasta llegar al polideportivo de Sants.
Franco, puntual como siempre, ya está
esperándome. Se levanta del banco de piedra en
cuanto me ve y acude a mi encuentro. Intento
ignorar su expresión torturada, al parecer, él sí le
ha estado dando vueltas a lo que ocurrió ayer. Me
acerco decidida intentando aparentar normalidad
para que no se sienta peor.
—¡Franco! –exclamo con energía colisionando
bruscamente contra su cuerpo, duro y definido, y le
doy un efusivo abrazo–. Me alegro de verte, creo
que hoy no tendré ni un solo error, ya lo verás.
Sonríe solo para complacerme, pero la alegría
que tan pésimamente intentan imitar sus labios, no
llega a sus ojos oscuros. Tiro de él y avanzamos
por el largo pasillo cogida de su brazo.
—Anna... Verás..., yo..., esto no...
—¿Qué pasa? –le pregunto al detectar su
indecisión antes de entrar en la sala de baile.
—No sé hasta qué punto podemos seguir
sosteniendo esta situación, aparentar como si no
hubiese ocurrido nada entre nosotros y seguir
haciendo cosas juntos. Esto es... –hace una
mueca–, cada vez me cuesta más estar a tu lado,
Anna.
—¿Te cuesta? –pregunto con voz temblorosa.
Por favor por favor, que no me deje por favor –.
¿Quieres..., dejar..., de verme? –pronuncio cada
palabra con suma claridad y espero impaciente su
respuesta.
—Verás, yo no soy un hombre moderno, no
puedo estar así con una chica, acostarme con ella y
seguir siendo solo amigos. Lo he intentado, pero
yo necesito algo más. Sé que vos no podés
dármelo y no os culpo, y menos después de mi
lamentable actuación de ayer, pero... –hace una
pausa–, es que me imponés demasiado y no soy
capaz de...
—¡Ssshhhh! –susurro interrumpiendo su
discurso–. Franco, entiendo perfectamente lo que
dices y si quieres irte ahora lo entenderé, no te lo
voy a reprochar –me invade un miedo egoísta al
darme cuenta de que puedo quedarme
completamente sola–, pero me daría mucha pena
que hicieras eso, nos iba muy bien siendo amigos y
tengo la sensación de que lo he fastidiado todo.
—No había nada qué fastidiar, vos siempre
habés dejado las cosas muy claras entre nosotros,
pero me empeñé en intentar cambiar la situación y
al final todo ha resultado peor de lo que
esperaba...
Comprendo que como hombre se siente
frustrado, ¡y no es para menos!, pero yo me niego a
dejarle escapar, inevitablemente le echaría de
menos. Me devano los sesos intentando encontrar
una razón de peso que le retenga.
—Mira, no sé qué decirte para que lo
reconsideres, y lo que no puedo prometerte es que
algún día vayamos a tener algo más que una
amistad, pero de lo que sí puedo hablarte es del
ahora, y ahora me gustas, me lo paso bien contigo
y me das mucha confianza al transmitirme tu
calidez. Para mí, esas razones bastan para querer
estar a tu lado.
—¿Te gusto? –pregunta con incredulidad.
—Me gustas, y mucho –puntualizo y suspira.
—Es que yo nunca he tenido una amiga así,
como vos, soy un hombre muy tradicional para
ciertas cosas.
—Y yo una mujer demasiado moderna... –se
queda en silencio unos segundos y vuelvo a
presionar empleando todas las armas que se me
ocurren–. Recuerdo que una vez me dijiste que el
sufrimiento que pueda causarte no es nada
comparado con la alegría de tenerme a tu lado –sí,
ya sé que estoy jugando sucio, pero es mi única
distracción desde hace meses y el único al que
puedo llamar sin sentirme culpable porque sé que
me está esperando.
—Solo respondé a una pregunta, y por favor,
sé sincera.
—De acuerdo, dime.
—¿Cabe la posibilidad de que seamos algo
más que amigos alguna vez, o ya la habés
descartado por completo?
Me lo pienso durante un rato, no quiero
generarle falsas esperanzas, pero por otra parte no
estoy preparada para separarme de él, soy así de
egoísta.
—No la he descartado –respondo con total
sinceridad, sintiéndome repentinamente aliviada
por haber dicho la verdad. Franco puede ser una
buena pareja en un futuro; aunque haya algunos
aspectos que pulir.
—Bueno, pues si es así... –hace un esfuerzo
por sonreír y eso me alivia–, empecemos de cero –
lo abrazo con fuerza antes de engancharme a su
cintura.
—Muchas gracias –murmuro cerca de su
hombro y se echa a reír.
—Espero que después de la clase tengas
hambre, porque he oído hablar de un sitio donde
preparan unas pizzas al horno de leña increíbles.
—Déjame adivinar..., ¿el Mamma mia? –
asiente impresionado.
Empujada por la emoción que me ha
ocasionado su cambio de actitud, le planto un
sonoro besazo en la mejilla. ¡Le he recuperado!, y
ahora, no me queda otra más que cuidarlo para que
no tenga ganas de irse.
Yo ya no sé cómo mirarte
para que en mis ojos tú puedas leer lo que soy
capaz de amarte,
y ya no sé qué hacer conmigo
para parecerme al tipo de tus sueños y
escaparme de tu olvido,
No sé a quién pedir ayuda ni qué camino coger
a qué santito rezarle ni qué amuleto tener eres mi
mayor manía, una divina obsesión (...)
Su respuesta es inmediata.
Franco.«
Ni pienso, ni busco,
ni quiero volver
no quiero ni verte,
ni hablar, ni saber
yo quiero irme lejos,
tanto como pueda
quiero que me veas
desaparecer
»¡Buenos días!
Me alegra que tu pierna esté mejor, y más aún
que te lo tomes con tanto positivismo. No hace
falta que te diga que estoy de acuerdo con Franco:
hacer cosas nuevas, sí, pero con precaución, no
vayamos a lamentarlo. Respecto a lo de
proponerle una cita a Franco... ¡POR
SUPUESTO QUE SÍ! Tengo el presentimiento
de que tus conjeturas son ciertas y que él no te ve
como a una simple paciente. Claro que si no
demuestras que tú tampoco le ves como a un
simple médico, puede que no se atreva a dar el
paso. Sabes que yo soy partidaria de ir a por
todas, y te animaría a que le acorralaras en el
hospital y presionaras hasta que te invitara a cenar;
aunque en este caso, te aconsejo que te limites a
enviarle señales para que él intuya tu
predisposición, entonces, seguro que se lanza; si
algo sé de Franco, es que es un hombre chapado a
la antigua. ¡Pero no esperes eternamente!, con los
hombres nunca se sabe, así que si tarda mucho, no
dudes ni un segundo en tomar la iniciativa.
—¡¡¡JAAAAAAAAAAAMES!!!
FIN
Índice de capítulos:
Agradecimientos:
Prefacio
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Epílogo