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ACLARANDO CONCEPTOS
Entre aquellos que defienden el derecho del individuo a decidir cuándo y cómo
terminar con su vida, se considera que una “Muerte digna” es aquella que se
produce con todos los alivios médicos adecuados y los consuelos humanos
posibles. También se denomina Ortotanasia y no se considera equivalente a la
eutanasia, ya que no es una muerte bajo petición ni a demanda.
Por otro lado, tenemos el denominado “Suicidio Asistido”, que es aquel en el
cual se le proporciona a una persona, de forma intencionada y con conocimiento,
los medios necesarios para suicidarse, incluidos el asesoramiento sobre dosis
letales de medicamentos, la prescripción o el suministro de estos. Es el paciente,
en este caso, el que voluntariamente termina con su vida.
Casi todas las traducciones de la Biblia vierten el sexto mandamiento como “No
matarás” (Éxodo 20:13; Deuteronomio 5:17). Pero, si buscamos este mismo texto
en algunas traducciones modernas al español como la Nueva Traducción
Viviente, o las versiones inglesas Today’s English Version, The New English
Bible, así como en traducciones menos recientes como las de Moffatt, Fenton, T.
F. Meek y R. Knox, notaremos que dicho mandamiento es traducido como: “No
cometas asesinato” o “no debes cometer asesinato”. Pero, ¿Por qué la diferencia?
En el hebreo original la palabra utilizada es ratsahh, que literalmente significa
“romper” o “hacer añicos.” En la Biblia ratsahh denota homicidio impremeditado
o asesinato, es decir, el quitarle la vida a un hombre ya sea accidental o
voluntariosamente. De las 47 veces que se emplea ratsahh en el Antiguo
Testamento, 33 veces se hace con referencia a las ciudades de refugio de Israel.
Estas ciudades servían como lugares de asilo en casos de que un hombre le
quitara la vida a otro. Si se determinaba judicialmente que la muerte no se había
causado intencionalmente, el causante podía permanecer en la ciudad. Pero si la
investigación legal manifestaba que había matado con premeditación o
deliberación, lo pagaba con su propia vida. (Números 35:6, 11-34;
Deuteronomio 4:41-43; 19:1-7; Josué 20:2-6; 21:13-39). Otros versículos indican
que ratsahh generalmente aplicaba al acto de quitar una vida humana ilegalmente,
contrario a la ley de Dios (Oseas 4:2; Jeremías 7:9).
Como lo ejemplifica el castigo del asesino deliberado, no todo caso de quitar una
vida humana se consideraba ratsahh (asesinato), ni sería prohibido por el sexto de
los Diez Mandamientos. Después del diluvio Dios le dijo a Noé: “Si alguien
quita una vida humana, la vida de esa persona también será quitada por manos
humanas. Pues Dios hizo a los seres humanos a su propia imagen.” (Génesis
9:6). Nótese que incluso antes de dar a Israel un código de leyes, Dios permitió la
pena capital. De modo que lo que el Sexto Mandamiento prohibía, no era la
ejecución legal de un asesino, sino el asesinato de un inocente. Esto nos ayuda a
reconocer lo apropiado del uso de ratsahh en conexión con el rey Acab. El rey
codiciaba la viña de Nabot y a fin de conseguirla dejó que lo mataran. Esto no era
la ejecución legalmente justificada de alguien que había cometido una ofensa
capital en Israel. Era un acto ilegal de matar a un hombre, algo prohibido por el
Sexto Mandamiento. Acab era un “asesino” y merecía morir (1 Reyes 21:1-10; 2
Reyes 6:32; Levítico 24:17).
Con base en todo lo anterior, muchos argumentan que la Biblia no prohíbe la
eutanasia, la ortotanasia ni el suicidio asistido, ya que no se comete como un acto
de maldad contra un inocente, sino como un acto “compasivo” hacia una persona
que sufre. Además, si la ley del país lo autorizare, ninguna forma de muerte
asistida podría ser considerada asesinato, ya que sería legal. Pero ¿Es válido tal
razonamiento? Técnicamente hablando, si una nación legalizara la eutanasia, a
nivel humano no sería un asesinato. Pero como las sociedades a menudo legislan
cuestiones morales en contradicción con la Biblia, el hecho de que una sociedad
pueda decir que la eutanasia es buena no significa que lo sea. ¿Por qué? Porque
debemos obedecer a Dios en lugar de a los hombres (Hechos 5:29), y la Biblia
enseña que los seres humanos estamos hechos a imagen de Dios (Génesis 1:26),
y es el Señor Dios quien nos da la vida (Job 33:4) y quien ha contado nuestros
días (Job 14:5). Esto significa que Dios es el Señor soberano que determina el día
en que morimos. Por lo tanto, no debemos usurpar la autoridad de Dios.
La verdad primordial de que Dios es soberano, nos lleva a la conclusión de que la
eutanasia y el suicidio asistido están mal. Sabemos que la muerte física es
inevitable para nosotros los mortales (Salmo 89:48; Hebreos 9:27). Sin embargo,
sólo Dios es soberano sobre cuándo y cómo ocurre la muerte de una persona. Job
30:23 afirma: “Y sé que me envías a la muerte, el destino de todos los que
viven.” (Nueva Traducción Viviente). Y Eclesiastés 8:8 declara: “Nadie puede
retener su espíritu y evitar que se marche. Nadie tiene el poder de impedir el día
de su muerte. No hay forma de escapar de esa cita obligatoria: esa batalla
oscura…” (Nueva Traducción Viviente). Es Dios quien tiene la última palabra
sobre la muerte (1 Corintios 15:26, 54-56; Hebreos 2:9, 14-15; Apocalipsis 21:4).
Por lo tanto, aunque se afirme que se realizan como un acto de misericordia, la
eutanasia, la ortotanasia y el suicidio asistido son intentos del hombre de usurpar
esa autoridad de Dios.
DEBEMOS COMBATIR LA CULTURA DE
LA MUERTE
Vivimos en lo que a veces se describe como una “cultura de la muerte”. El aborto
a petición se ha practicado durante décadas. Ahora, por muy absurdo que
parezca, algunos proponen seriamente el infanticidio. Es en este contexto de
muerte que eutanasia, la ortotanasia y nel suicidio asistido se promueve como
alternativas viables para resolver varios problemas sociales y financieros. Este
enfoque en la muerte como una respuesta a los problemas del mundo, es un giro
total del modelo bíblico. Bíblicamente, la muerte es un enemigo (1 Corintios
15:26). La vida es un don sagrado de Dios (Génesis 2:7). Cuando se le dio la
opción entre la vida y la muerte, Dios le dijo a Israel que escogiera la vida
(Deuteronomio 30:19). La práctica de la muerte asistida, cualquiera que sea el
nombre que se le dé, rechaza el don y acoge la maldición. El cristianismo bíblico
pues, debe oponerse con firmeza a la cultura de la muerte que impera en nuestra
sociedad actual.
Aunque los partidarios de la muerte asistida intentan dar un giro positivo a dicha
práctica usando términos como “muerte con dignidad”, nada cambia la realidad
de los hechos. Aunque le llamemos “muerte con dignidad” u “ortotanasia”, sigue
siendo muerte, y no es nuestro derecho decidir cuándo alguien vive o muere:
“Ved ahora que yo, yo soy el Señor, y fuera de mí no hay dios. Yo hago morir y
hago vivir. Yo hiero y yo sano, y no hay quien pueda librar de mi mano.”
(Deuteronomio 32:39, LBLA)
Lo mismo puede decirse del “suicidio asistido”, pues igual sigue siendo suicidio,
y el suicidio es un error. Ayudar a alguien a acabar con su vida tampoco es
moralmente aceptable ante Dios. La persona que asiste al suicida facilita la
muerte haciendo preparativos y proporcionando el material necesario. Esto carga
sobre él parte de la culpa. El hecho de que la persona que busca la muerte es la
que realmente inicia el proceso en nada exime a quien le asiste de
responsabilidad ante Dios. Al adoptar un enfoque de “no intervención” en la
muerte misma, el facilitador trata de evitar que se le acuse de asesinato, pero tal
justificación solo vale en términos humanos (Santiago 4:17). Quizá nos
autojustifiquemos al igual que Caín creyendo que no somos responsables de
nuestro prójimo, que su vida y su muerte no es asunto nuestro, pero esto es un
autoengaño, más aún si le ayudamos a acabar con su vida:
Quizá la ley humana llegue a justificar tal práctica, pero ante Dios las cosas son
diferentes, pues Él nos ha mandado cuidar y preservar la vida de nuestro prójimo:
“Libra a los que son llevados a la muerte, y retén a los que van con pasos
vacilantes a la matanza.” (Proverbios 24:11, LBLA)
DESTRUIR DELIBERADAMENTE
NUESTRA PROPIA VIDA, O AYUDAR A
ALGUIEN A HACERLO, ES UN ACTO DE
SOBERBIA Y REBELDÍA CONTRA LA
VOLUNTAD PERFECTA Y SOBERANA DE
DIOS
Dudo que quienes promueven la muerte asistida lo vean de esta forma, pero
atentar contra nuestra propia vida o facilitar la muerte de alguien, es una forma
sofisticada de decirle a Dios que nuestro plan para nosotros mismos es mejor que
el suyo, ya sea que lo disfracemos de compasión o misericordia. Es, por lo tanto,
un acto de soberbia y rebeldía llevada al extremo.
La muerte es un evento natural. Algunas veces Dios permite que una persona
sufra durante mucho tiempo antes de que la muerte llegue; otras veces, el
sufrimiento de la persona se acorta. Nadie disfruta del sufrimiento, pero esto no
justifica el determinar que una persona está lista para morir. Con frecuencia, los
propósitos de Dios son cumplidos a través del sufrimiento de una persona:
“En el día del bien goza del bien; y en el día de la adversidad considera, Dios
hizo tanto lo uno como lo otro, a fin de que el hombre nada halle después de él”
(Eclesiastés 7:14).
Romanos 5:3 enseña que las tribulaciones producen paciencia. Dios se preocupa
por aquellos que imploran por la muerte y desean que terminen sus sufrimientos.
Dios otorga un propósito en la vida aún hasta su final. Solo Dios sabe lo que es
mejor, y Su tiempo aún en la muerte de uno, es perfecto. La historia de Job arroja
luz sobre este asunto. En el libro de Job, cuando Job se encuentra bajo una gran
angustia y un gran dolor, su esposa le dice:
Tan solo piénsalo. El comienzo de la vida ahora está abierto a la destrucción con
el aborto, y el final de la vida ahora también se está considerando para la
destrucción. ¿Cuántos de los que están en el medio caerán presa de la
depravación del relativismo moral y la historia de amor del hombre con el pecado
que siempre trae la muerte? ¿Hasta cuándo elegiremos la muerte en vez de la
vida?
¿Y ENTONCES QUÉ?
Si la eutanasia, la ortotanasia y el suicidio asistido están prohibidos bajo la Ley
de Dios, ¿Debemos prolongar obligatoriamente la vida de los enfermos
terminales hasta donde podamos? ¿Hasta qué punto simplemente permitimos que
una persona muera, y dejamos de tomar acciones que preserven su vida? Esta
también es una cuestión muy delicada.
No hay nada en la Biblia que nos diga que debemos hacer todo lo posible para
mantener a alguien con vida el mayor tiempo posible. Por lo tanto, no tenemos la
obligación de prolongar la vida de alguien que sufre. Si alguien tiene una
enfermedad terminal y sufre mucho dolor, debemos hacer que la persona esté lo
más cómoda posible durante este proceso de muerte. No debemos apresurar su
muerte. En cambio, debemos dejar que la muerte siga su curso natural, pero hacer
todo lo posible para consolar a los que sufren.
Los cristianos nunca debemos tratar de terminar prematuramente una vida, pero
tampoco debemos recurrir a medios extraordinarios para preservarla. Acelerar
activamente la muerte está mal; negar pasivamente el tratamiento también puede
estar mal; pero permitir que la muerte ocurra naturalmente en una persona con
una enfermedad terminal no es necesariamente malo. Cualquiera que se enfrente
a este asunto debe orar a Dios pidiendo sabiduría (Santiago 1:5), teniendo en
cuenta que “está establecido que los hombres mueran una vez y después de esto
viene el juicio” (Hebreos 9:27). La Biblia nos dice que es Dios quien designa a
las personas para que mueran. Dejemos esa decisión en sus manos y no
pretendamos negarle a Dios su derecho soberano a decidir quién muere y cómo y
cuándo sucederá. Debemos tener cuidado de no tomar en nuestras manos el
derecho que le pertenece a Dios.
NOTAS:
[1] La limitación del esfuerzo terapéutico consiste en retirar la terapia o no iniciar
medidas terapéuticas en un paciente porque el médico considera que son inútiles
en la situación concreta del paciente y solo consiguen prolongar su vida
artificialmente, pero sin proporcionarle una recuperación funcional. La limitación
del esfuerzo terapéutico permite la muerte del enfermo, pero ni la produce ni la
causa. No es una decisión personal del paciente, sino de los médicos
[2] La sedación paliativa consiste en la administración deliberada de fármacos en
dosis y combinaciones requeridas para reducir la conciencia de un paciente con
enfermedad avanzada o terminal para aliviar sus síntomas si no se pueden mitigar
de otra forma.