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Entonces, una vez asumida la plasticidad humana como cualidad inherente, y al iniciar el estudio
de los orígenes de la institucionalización, dirán Berger y Luckmann, un punto de partida resulta
fundamental tener presente: “Toda actividad está sujeta a la habituación. Todo acto que se repite
con frecuencia, crea una pauta que luego puede reproducirse con economía de esfuerzos y que
ipso facto es aprehendida como pauta por el que la ejecuta.” (Ibíd. 72) Para los seres humanos,
la habituación ha significado la gran ventaja psicológica de restringir las opciones. Hace
innecesario tener que volver a definir cada situación de nuevo, desde el principio.
De ahí que “la institucionalización aparezca cada vez que se da una tipificación recíproca de
acciones habitualizadas por tipos de actores.” (Ibíd. p. 74). Por eso, al decir que una acción se
ha institucionalizado, se está también señalando que la acción social continúa en el tiempo y
que, además, ha sido sometida a control social. En definitiva, “un mundo institucional, pues, se
experimenta realidad objetiva, tiene una historia que antecede al nacimiento del individuo y no
es accesible a su memoria biográfica” (Ibíd. p. 80). Al objetivizar el medio, la actividad humana
es, asimismo, objetivada, resultando que la sociedad queda constituida como un producto
humano, mientras que la sociedad es una realidad objetiva y el hombre un producto social (Ibíd.
p. 82). Y aquí el lenguaje vuelve a resulta clave (Ibíd. p. 85):
El lenguaje proporciona la superposición fundamental de la lógica al
mundo social objetivado. Sobre el lenguaje se construye el edificio de la
legitimación, utilizándolo como instrumento principal. La «lógica» que así
se atribuye al orden institucional es parte del acopio de conocimiento
socialmente disponible y que, como tal, se da por establecido.