Está en la página 1de 3

“La construcción social de la

realidad” de Peter Berger y Thomas


Luckmann. Un trabajo clave para el
estudio de las instituciones
modernas. (Primera parte)
Publicado por Jon Igelmo Zaldívar el 15 agosto, 2008 Comentarios (12)

En La construcción social de la realidad (1966), Berger y Luckmann presentan un recorrido por


la historia de las instituciones y su papel dentro de la sociedad desde la teoría del conocimiento.
Su intención es situar el modo en que los seres humanos consiguen objetivizar cierto grado de
conocimiento, el cual, mediante su asentamiento en la rutina del día a día, llega a configurar
universos simbólicos que operan de forma significativa en lo que se ha denominado como sentido
común.

Así, en un primer acercamiento a la genealogía de las instituciones desde la teoría del


conocimiento, la vida cotidiana se muestra como una realidad interpretada por los humanos a
partir de cierta coherencia de los significados subjetivos compartidos. Es la vida cotidiana un
mundo que se comparte con otros. Un mundo intersubjetivo que no puede existir sin la interacción
y comunicación constante con los otros. Razón por la que el conocimiento propio del sentido
común, dirán Berger y Luckmann, se presenta como aquel que se comparte con otros en las
rutinas normales y auto-evidentes de la vida cotindiana (La construcción social de la realidad,
2006, p. 39, Editorial Amorrortu).
Ahora bien, al introducir la variable temporal dentro de estas relaciones intersubjetivas que
constituyen el conocimiento de la vida cotidiana, se puede constatar como las estructuras que
en un principio no pasaban de ser rutinas compartidas, progresivamente adquieren la forma de
secuencias preestablecidas que consiguen imponerse en la biografía de los miembros de la
sociedad. Estas secuencia preestablecidas hacen que la realidad social de la vida cotidiana sea
tipificada y alcance un carácter anónimo al superar las barreras espacio temporales.
Para ambos autores las tipificaciones conllevan un grado de objetivización significativo de la
realidad, lo cual, a su vez, está estrechamente relacionado con la producción humana de signos.
En este sentido un signo es considerado como punto de inflexión en la evolución social de la
especie humana: el lenguaje. No obstante, “el lenguaje, que aquí podemos definir como un
sistema de signos vocales, es el sistema de signos más importante de la sociedad humana” (Ibíd.
p. 53). Siendo además un signo “capaz de trascender por completo la realidad de la vida
cotidiana.” (Ibíd. p. 56). En consecuencia, haciendo un recorrido en la historia de los sistemas
simbólicos, resulta que sistemas ligados estrechamente con el lenguaje –es el caso de la religión,
la filosofía, el arte y la ciencia– han llegado a constituirse como representaciones simbólicas de
enormes proporciones.
Sin embargo todo este universo de signos resultaría irrelevante para la teoría del conocimiento
si no se analizara con detenimiento una de las cualidades inherentes al organismo humano, es
decir, la plasticidad que el ser humano demuestra en su relación ante las fuerzas ambientales
que operan sobre él (Ibíd. p. 66). Mismas fuerzas ambientales que se constituyen a partir de la
influencia biológica-natural del organismo y la influencia social en la que los otros significativos
median entre el ambiente natural y lo propiamente humano (Ibíd. p. 68).

(Peter Berger, 1929)

Entonces, una vez asumida la plasticidad humana como cualidad inherente, y al iniciar el estudio
de los orígenes de la institucionalización, dirán Berger y Luckmann, un punto de partida resulta
fundamental tener presente: “Toda actividad está sujeta a la habituación. Todo acto que se repite
con frecuencia, crea una pauta que luego puede reproducirse con economía de esfuerzos y que
ipso facto es aprehendida como pauta por el que la ejecuta.” (Ibíd. 72) Para los seres humanos,
la habituación ha significado la gran ventaja psicológica de restringir las opciones. Hace
innecesario tener que volver a definir cada situación de nuevo, desde el principio.
De ahí que “la institucionalización aparezca cada vez que se da una tipificación recíproca de
acciones habitualizadas por tipos de actores.” (Ibíd. p. 74). Por eso, al decir que una acción se
ha institucionalizado, se está también señalando que la acción social continúa en el tiempo y
que, además, ha sido sometida a control social. En definitiva, “un mundo institucional, pues, se
experimenta realidad objetiva, tiene una historia que antecede al nacimiento del individuo y no
es accesible a su memoria biográfica” (Ibíd. p. 80). Al objetivizar el medio, la actividad humana
es, asimismo, objetivada, resultando que la sociedad queda constituida como un producto
humano, mientras que la sociedad es una realidad objetiva y el hombre un producto social (Ibíd.
p. 82). Y aquí el lenguaje vuelve a resulta clave (Ibíd. p. 85):
El lenguaje proporciona la superposición fundamental de la lógica al
mundo social objetivado. Sobre el lenguaje se construye el edificio de la
legitimación, utilizándolo como instrumento principal. La «lógica» que así
se atribuye al orden institucional es parte del acopio de conocimiento
socialmente disponible y que, como tal, se da por establecido.

También podría gustarte