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Dejad las hebras de oro ensortijado de

Francisco de Terrazas
Poema comentado por Paz Díez Taboada

Dejad las hebras de oro ensortijado


 
   Dejad las hebras de oro ensortijado
que el ánima me tienen enlazada,
y volved a la nieve no pisada
lo blanco de esas rosas matizado.
Dejad las perlas y el coral preciado
de que esa boca está tan adornada,
y al cielo, de quien sois tan envidiada,
volved los soles que le habéis robado.
La gracia y discreción que muestra ha sido
del gran saber del celestial Maestro,
volvédselo a la angélica natura;
y todo aquesto así restituido,
veréis que lo que os queda es propio vuestro:
ser áspera, cruel, ingrata y dura.
 

Encomiado por Cervantes en el “Canto de Calíope” (incluido en su


novela pastoril La Galatea, 1585), este soneto continúa la tradición
creada por el poeta florentino Francesco Petrarca (1304-1374) y forma
parte de la serie de los que tienen por tema la descripción de un rostro
femenino, según el canon de belleza del Renacimiento; pero también
está relacionado con las quejas del enamorado a su “amada enemiga”,
acusándola de ser cruel y desdeñosa, sorda a sus requerimientos de
amor. Muchos estudiosos se han cuestionado cómo llegó el
petrarquismo a la Nueva España, y lo más probable es que el
“importador” fuera el sevillano Gutierre de Cetina (1520-1557), que
visitó las tierras mexicanas en dos ocasiones; primero, de 1546 a 1548
y, tras su vuelta a España, a ellas retornó en 1556. Al año siguiente y
en Puebla de los Ángeles, fue muerto por un rival amoroso ante la reja
en la que el poeta platicaba con su amada.
Un soneto muy semejante al de Terrazas fue atribuido a Francisco de
Figueroa y también al licenciado Juan de Vadillo, gobernador en
diversas tierras americanas y muy amigo de Cetina:
Volvedle la blancura a la azucena, / y el purpúreo color a los rosales,
/ y aquesos bellos ojos celestiales / al cielo con la luz que os dio
serena; / volvedle el dulce canto a la sirena / con que tomáis
venganza en los mortales; / volvedle los cabellos naturales / al oro,
pues salieron de su vena; / a Venus le volved la gentileza, / a
Mercurio el hablar, de que es maestro, / volved el velo a Diana, casta
diosa; / quitad de vos aquesa suma alteza, / y quedaréis con solo lo
que es vuestro, / que es ser cruel, ingrata y desdeñosa.
Por tanto, es posible que el mexicano Terrazas, hijo del conquistador
del mismo nombre y al que se tiene por el primer poeta culto
americano, tratara de imitar dicho soneto, que, sin duda, superó. Pero,
previamente, es preciso tener en cuenta que el concepto clásico de
la imitatio, que regía el arte del Renacimiento, no debe confundirse
con la mera copia y, ni mucho menos, con el plagio. Era un principio
de continuidad y permanencia en la tradición clásica, emulando a los
grandes maestros y tratando de superarlos en sus obras más
destacadas.
Observemos, pues, que, en ambos sonetos, la enumeración descriptiva
de los elementos del rostro de la mujer a la que “la voz que habla” se
dirige, crea en el receptor la sensación de estar ante una apasionada
lista de cualidades exaltadoras de la belleza de la amada, según el
ideal renacentista: pelo rubio, piel blanca y sonrosada, dientes como
perlas, labios coralinos y ojos luminosos, más la gracia o donaire y la
discreción, muestras de elegancia. Pero dicha expectativa queda
defraudada en el último verso, que, como es frecuente en los sonetos
clásicos, es la clave lírica de todo el poema. El yo-poético conmina a
la anónima mujer a que aparte de sí y devuelva todos sus encantos a la
naturaleza y, en última instancia, al “celestial Maestro”, su creador,
porque no es suya la belleza que cree poseer, sino que todo son dones,
prestados o robados; y lo que queda tras tan hermosa apariencia, lo
único que es propio de ella es aspereza, crueldad, ingratitud y dureza.
No obstante, el sorprendido lector no debe dejarse engañar una vez
más, ya que el poema sigue la prestigiosa tradición petrarquista. Este
soneto es, pues, la expresión poética -excelente, aunque sólo sea por
estar libre de las manidas referencias mitológicas- de un amante
despechado.
FIN

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