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Nocturno de Rubén Darío

Poema comentado por Paz Díez Taboada

Nocturno
 
Silencio de la noche, doloroso silencio
nocturno… ¿Por qué el alma tiembla de tal manera?
Oigo el zumbido de mi sangre,
dentro de mi cráneo pasa una suave tormenta.
¡Insomnio! No poder dormir y, sin embargo,
soñar. Ser la auto-pieza
de disección espiritual, ¡el auto-Hamlet!
Diluir mi tristeza
en un vino de noche
en el maravilloso cristal de las tinieblas…
Y me digo: ¿a qué hora vendrá el alba?
Se ha cerrado una puerta…
Ha pasado un transeúnte…
Ha dado el reloj tres horas… ¡Si será ella!…
 

Tres fueron los poemas titulados “Nocturno” del gran poeta


nicaragüense Rubén Darío, en los que trata el tema del insomnio, tan
del gusto de los románticos -recuérdese, por ejemplo, el mayestático
“La noche de insomnio y el alba” de la poetisa cubana Gertrudis
Gómez de Avellaneda. Los dos primeros forman parte de Cantos de
vida y esperanza” (Madrid, 1905), el más famoso de sus poemarios,
tras Azul (Valparaíso, 1888) y Prosas profanas (Buenos Aires, 1896).
El primero es una melancólica y amarga reflexión sobre las edades de
su propia vida y, en general, sobre el dolor de vivir; comienza “Quiero
expresar mi angustia en versos que abolida / dirán mi juventud de
rosas y de ensueños…” y finaliza con dos versos sobrecogedores: “…
pesadilla brutal de este dormir de llantos / ¡de la cual no hay más que
Ella que nos despertará!”, siguiendo así la conocida imagen, tan
frecuente en la poesía hispánica, de la vida como un sueño y la muerte
como el despertar. Pero particularmente bello es el segundo
“Nocturno”: “Los que auscultasteis el corazón de la noche, / los que
por el insomnio tenaz habéis oído / el cerrar de una puerta, el resonar
de un coche / lejano, un eco vano, un ligero ruïdo…”, magnífica
muestra del mejor estilo poético de aquel maestro al que Valle-Inclán,
Villaespesa y otros escritores españoles llamaron “El divino Rubén”.
Este “Nocturno” que ahora comentamos es el tercer poema de la parte
IV, titulada “Lira abierta”, de El canto errante, cuarto y último
poemario de Darío, publicado en Madrid en 1907 y bastante menos
conocido del público lector que los anteriores. Es éste un libro
proteico en el que el poeta vertió las inquietudes y melancolías de sus
últimos años, en gran parte vividos en España, además de otros
poemas de variada temática; algunos de ellos anteriores a la
publicación de Prosas y de Cantos, como “A Colón” (1892),
“Metempsícosis” y “Flirt” (ambos de 1893), “Esquela a Charles de
Soussens” (1895)  y “Desde La Pampa” (1898).
La amargura de Rubén se destila en la noche y atormenta su corazón,
porque, sin duda, Nox et solitudo plenae sunt diavoli (“La noche y la
soledad están llenas de diablos”), como reza la frase latina que el
romántico francés Aloysius Bertrand (1809-1842) puso por lema de
una de las estampas líricas de su Gaspard de la Nuit (1840). Estamos,
pues, ya muy lejos de los “nocturnos” contemplativos de los poetas
renacentistas, como la oda “Noche serena” de Fray Luis de León o los
arrobados “cantos a la noche” de Francisco de la Torre (s. XVI).
Es doloroso este silencio de la alta noche en que un yo insomne, más
que envuelto, encerrado entre tinieblas, se pregunta extrañado por qué
su alma tiembla, mientras constata que oye el zumbido de su propia
sangre que bate en su cráneo como una “suave tormenta”, que resulta
ser un tormento para quien, como él en esta noche eternizada en su
poema, no puede dormir; pero, no obstante, sueña y se sueña, aún
más, se auto-disecciona, siendo sujeto y objeto, a un tiempo: “¡El
auto-Hamlet!”, como él mismo dice.
Sin regularidad métrica y con la popular y dúctil rima asonante en
-é/a, el poema posee el ritmo ondulatorio de la llama que flamea y del
agua que se desliza cuesta abajo. Además, dos excelentes metáforas
encadenadas se engarzan en el oro de este poema rubeniano: la noche
es vino oscuro en que el insomne diluye su tristeza, vino contenido en
la cristalina copa de las tinieblas, oscuramente transparentes. Y, como
no podía ser de otra manera dada su inquietud, el desvelado se
pregunta a qué hora llegará el alba. De manera semejante a lo que
decía en el segundo “Nocturno” citado, también en esta otra noche ha
oído que se ha cerrado una puerta, que ha pasado un transeúnte y que
han dado en el reloj las tres de la mañana…
Pero tornemos brevemente la mirada atrás. En 1877, treinta años antes
de la publicación de El canto errante, Eusebio Blasco (1844-1903),
posromántico español hoy olvidado, pero de bastante notoriedad en su
tiempo, publicó Soledades (1877), en donde aparece el poema “Son
las tres…” (París, enero 1870). Aunque no pueda afirmarse que haya
influjo ni imitación entre ambos poemas, es curioso observar ciertas
concomitancias. En el de Blasco, que comienza con las palabras que le
sirven de título, un yo amante pasa revista a la sala en donde espera
recibir la visita de una mujer. Con un discurso auto-comunicativo y
sincopado, asonantado agudo en los pares, el amante se muestra
ansioso e inquieto, yendo de un lado a otro de la sala y atento al más
mínimo ruido: “¡Qué lento pasa el tiempo! ¡Oh lluvia grata! / Coro de
besos me parece oír. […] / Me late el corazón. ¿Será que llega…? / La
seda oigo crujir…”, etc. No parece que, en el pronombre “ella” de la
frase final del poema, aludiera Darío a ninguna mujer concreta, y aún
menos que esperara una cita galante recién dadas las tres -no de la
tarde, sino de la madrugada-; y, desde luego, en la estructura
superficial del poema, todo apunta a que es la llegada del alba lo que
el insomne espera; ahora bien, la palabra latina “alba” posee en
nuestra lengua el mismo significado que “blanca” -de origen
germánico- y, en la tradición poética hispánica, “la hora blanca” es,
por antonomasia, la hora de la muerte.
Así pues, cabe preguntarse si, insomne e inquieto, en la oscuridad de
la noche, pensando en sí mismo, autoanalizándose, ¿sentiría Rubén
que la del alba, ya próxima, podría ser para él “la hora blanca” en que,
como en su primer “Nocturno” citado, llegara Ella, la muerte, a
despertarle del angustiado sueño de su vida?
FIN

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