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TRATADO ELEMENTAL
DE DERECHO
INTERNACIONAL
PRIVADO
MADRID
2007 – 2008
Tratado Elemental de Derecho Internacional Privado
Prof. D. José María Espinar VicenteCatedrático de DIPr Universidad de Alcalá de Henares
PRÓLOGO
Este libro no es un tratado de Derecho internacional privado escrito con
pretensiones de servir a la práctica jurídica. Tampoco se antoja un manual pensado
específicamente para la preparación de la asignatura de Derecho internacional privado en un
Grado en Derecho. Si me apuran, ni siquiera diría que es un libro escrito para la doctrina
científica, para la Academia… No quiero decir con ello que carezca de utilidad en
cualquiera de los gremios citados; al contrario. Pero tengo la íntima convicción de que es un
libro escrito por José María Espinar Vicente para sí mismo, una especie de ejercicio de
autoafirmación tanto individual como colectiva.
En lo individual, el autor afirma sin complejos -como suele decirse en estos
tiempos- su filiación positivista y normativista. José María Espinar Vicente escribe en este
Tratado “Sistema” con mayúscula, como si quisiera llamarnos la atención de cuál es su
punto de vista. Y el “Sistema” es un término querido para las concepciones positivistas y
normativistas. A sus años ya no conviene ocultar lo evidente, y él no lo hace -nunca lo ha
hecho-. Sobre la predilección del autor por los planteamientos normativistas, y su tendencia
a delimitar el objeto de la ciencia del Derecho internacional privado en torno a su sistema
normativo, ya me he referido en alguna otra ocasión a la que me remito (Reseña a
Extranjería e Inmigración en España, Madrid, 2006, en R.E.D.I., vol. LIX, 2007-I), en
donde el lector podrá hallar asimismo una explicación de su predilección por los diagramas
y cuadros sinópticos. Consecuente con este punto de partida es la delimitación del objeto
mismo del Derecho internacional privado, su función y sus fuentes y métodos de
reglamentación. Para José María Espinar Vicente, el Sistema es básicamente estatal y los
elementos de integración supranacional apenas desdibujan una concepción clásica del
objeto, de las fuentes y de los métodos de un Derecho internacional privado que sigue
siendo “Derecho interno”, “Derecho estatal”. También es clásica, pero en este caso
numantina, una defensa de una concepción amplia del Derecho internacional privado que
incluye el Derecho de Nacionalidad y de Extranjería, con un fundamento que puede ser
lógico formalmente, pero sustancialmente -a mi modo de ver- discutible. Con todo, es un
santo y seña de toda una generación, que a mi juicio respondió a unas circunstancias
académicas -confesadas más de una vez por su coetáneo, José Carlos Fernández Rozas-,
que tal vez hoy ya no se dan. Más allá de esta discusión, muy poco relevante, el hecho en sí
demuestra unas señas de fidelidad a una forma de comprender el Derecho internacional
privado que se hacen patentes en la preeminencia, apenas disimulada, de las cuestiones del
Derecho aplicable y, dentro de ellas, del modelo conflictual y sus problemas clásicos,
incluyendo la consabida tipología normativa, que se ha ido moderando con el paso de los
años. Desde luego, no ignora el autor los nuevos desarrollos, que cita e incorpora
puntualmente, como para advertirnos de ello; pero en esencia pronuncia un autentico
manifiesto de fe en una concepción clásica del Derecho internacional privado que, a su
juicio, sigue teniendo plena vigencia. Repare el lector que el propio título es un guiño, pues
es traducción literal de aquel Traité élémentaire de Henri Batiffol que justo a la mitad del
siglo XX vino a fijar casi definitivamente los pilares fundamentales de esa forma clásica de
entender el Derecho internacional privado, que tanto predicamento ha tenido en España.
En lo colectivo, el autor con este libro echa el ancla de toda una generación de
internacionalprivatistas españoles y reafirma una manera de ver y de aproximarse al
Derecho internacional privado que algunos estudiamos de nuestros maestros, pero que no
se aleja de las discusiones, por otra parte baldías, acerca de la pluralidad de métodos o los
llamados “problemas de aplicación”. Cierto que el formalismo ha reaparecido a menudo en
forma de análisis económico del Derecho, pero en realidad son pecadillos justificados por el
ansia no de explicar un “sistema”, sino de buscar un “modelo de solución de problemas
reales”. Dicho en roman paladino, a mi generación se le hace cuesta arriba entender qué
placer oculto encontraban los grandes maestros y nuestros predecesores en estudiar algo tan
absurdo e inútil como la “Vorfrage”, en exprimirse los sesos tratando de justificar la sanción
al fraude a la ley extranjera en un artículo 12.4º que no se ha aplicado nunca, en analizar
concienzudamente sutiles teorías sobre una calificación que los jueces hacen
inconscientemente. Sobre todo, reparamos en que, en términos de eficiencia, toda la teoría
conflictual resultaba bastante artificial en un sistema que apenas aplicaba Derecho
extranjero, porque, en realidad, respondía a un modelo casi anglosajón de competencia
judicial+lex fori, donde la única cuestión práctica era -y sigue siendo- la (in)aplicación
procesal del Derecho extranjero. Carecía de sentido, a nuestro modo de ver, que durante un
siglo existieran cientos de trabajos sobre esas minucias, cuando en los años ochenta no
podía leerse en España ni una sola monografía sobre garantías reales o personales, bienes
culturales, contratos mercantiles internacionales, o Derecho societario internacional -por
poner sólo algunos ejemplos-, mientras que el Derecho comunitario se cernía amenazante.
La nueva generación, creo, ha cumplido su misión con dignidad, y hoy esos estudios
monográficos existen y el Derecho comunitario se ha beneficiado de la aportación doctrinal
española. Y si lo hizo fue, precisamente, porque la generación anterior les encomendó esta
tarea en forma de tesis doctorales.
Hay, sin embargo, una parte negativa en nuestra generación. Demasiado jóvenes, no
hemos sabido crear escuela entre discípulos que, si han progresado, ha sido básicamente por
su carácter autodidacta. Carentes de la autoridad y de interés alguno en ejercerla, hemos
olvidado un cierto sentido colectivo de nuestra actividad. Sumamente prácticos e
individualistas, acaso hemos olvidado que la realidad es efímera y la eficiencia no es
ciencia. Hemos contribuido, sin duda, a una jurisprudencia del Derecho internacional
privado muy notable -a diferencia de tiempos pretéritos-, a una aplicación práctica del
Derecho internacional privado cabal por abogados, registradores o notarios. Hemos sido
parte en un aumento palpable del nivel de calidad de la justicia en nuestro ámbito de
competencias; aunque, a veces, alardeando de los nuevos valores y de expedientes técnicos
novedosos, también hemos contribuido a provocar desmanes incalificables como la nueva
Ley de Adopción, tan lejanos del sentido común. Desde el punto de vista científico, empero,
mucho me temo que hemos descuidado algunas obligaciones que es momento de retomar.
La generación que nos sucederá cree, en su gran mayoría, que d’Argentré es el delantero
centro de un equipo de fútbol francés, e ignora, por supuesto, lecciones de la historia que es
imprescindible manejar para reconocer a tiempo que no hay nihil novum sub sole. Esa
misma generación que puede explicar con soltura el enrevesado sistema de competencia
judicial en materia de responsabilidad parental demuestra un desprecio notable por todo lo
que debe nuestra disciplina a personajes como Savigny o Story, pero también a muchos
otros, no tan nombrados, que asiduamente aparecieron en los tomos de azul o verde
indefinido de los cursos de la Academia de la Haya, que ya no es costumbre leer. Y para
hacer un juicio de las técnicas normativas, e identificar muchas de esas técnicas y sacarles
partido -no digamos ya para criticarlas- sigue siendo necesario conocer en profundidad el
debate doctrinal y las cuestiones clásicas del Derecho internacional privado, hoy tan
olvidadas. Si ese conocimiento fuera más sólido, ciertos disparates que últimamente comete
el legislador, tanto español como comunitario, seguramente no resultarían tan lamentables.
También hace falta algo del método, del espíritu de nuestros predecesores, que en el fondo
Capítulo I
El objeto y las funciones del Derecho internacional privado
I. El objeto del Derecho internacional privado.
1. El tráfico jurídico internacional de los particulares y el Derecho del foro.
2. Tráfico externo y tráfico “foráneo”.
II. Las funciones del Derecho internacional privado y su fundamentación lógica.
1. Los parámetros internacionales del tráfico externo y su regulación jurídica.
2. El reconocimiento de los derechos nacidos al amparo de otros Sistemas.
3. La transformación de las relaciones particulares con elementos extranjeros en relaciones jurídicas.
4. Las funciones del Derecho internacional privado.
Capítulo II
El Derecho internacional privado: Concepto, métodos de reglamentación y fuentes
de producción normativa.
I. Los elementos de una definición:
1. La autonomía del Derecho internacional privado.
2. El Derecho internacional privado es Derecho interno.
3. Cada sistema de Derecho internacional privado tiene un objeto propio e identificable.
4. Naturaleza jurídica y contenido del Derecho internacional privado.
5. El carácter especial y general del Derecho internacional privado.
6. Las notas de historicidad y actualidad del concepto.
Capítulo III
El paradigma de la norma de conflicto multilateral y sus técnicas de aplicación
I. El supuesto de hecho de la norma de conflicto
1. La concentración y fragmentación en la descripción del supuesto y opciones de regulación
2. La segmentación del tipo
3. El recurso a descripciones sustantivas versus la utilización de instituciones jurídicas: el problema de la
calificación
4. La solución española
II. Formulación técnica de las conexiones y problemas de aplicación.
1. La formulación técnica de las conexiones:
1.1. Conexiones únicas y conexiones múltiples.
1.2. Conexiones sucesivas jerárquicamente ordenadas.
1.3. Conexiones alternativas.
1.4. Conexiones acumulativas
Capítulo IV
Pluralidad normativa y Derecho internacional privado
I. Técnicas de postilación y normas
1. Las normas de conflicto multilaterales.
2. Las normas de conflicto unilaterales en su dimensión externa.
3. Las normas recíprocas.
4. Las variantes de la dimensión interna de la técnica unilateral.
5. Las normas autolimitadas.
6. Las normas materiales de Derecho internacional privado.
7. Las normas de aplicación o funcionamiento.
II. Los rasgos característicos del Derecho internacional privado contemporáneo.
1. La crítica al paradigma de la norma de conflicto
2. Las nuevas soluciones conflictuales.
3. Caracteres vinculados a la sustitución del principio de neutralidad por el paradigma de la legitimidad, en el marco de la
cooperación entre Estados.
4. Caracteres vinculados a la nueva conformación de las fuentes.
5. Caracteres vinculados a las modernas concepciones del Derecho.
Capítulo V
La nacionalidad; concepto y funciones. El régimen jurídico de la atribución y de
la opción.
I. El concepto de nacionalidad.
1. Las acepciones del término.
2. La dimensión sociológica de la nacionalidad.
3. La nacionalidad como vínculo jurídico-político en el Derecho español.
4. La dimensión de estado civil de la nacionalidad española.
5. El concepto de ciudadanía europea.
II. El régimen jurídico de la atribución y de la opción.
1. Criterios para atribuir la nacionalidad.
2. La opción como derecho a la adquisición de la nacionalidad española.
2.1. La determinación de los índices de atribución tras la mayoría de edad.
2.2. El adoptado mayor de dieciocho años.
2.3. Los sujetos a la patria potestad de un español.
2.4. Los hijos de padre o madre originariamente españoles y nacidos en España.
III. La adquisición de la nacionalidad española:
1. La concesión por Carta de Naturaleza.
2. La adquisición de la nacionalidad española por residencia:
2.1. La conducta cívica y la integración del extranjero en la sociedad española.
2.2. La nacionalidad de los hijos y nietos de españoles originarios.
3. Adquisición de la nacionalidad y unidad jurídica de la familia.
Capítulo VI
El régimen administrativo de la nacionalidad. Pérdida, conservación y
recuperación. El conflicto de nacionalidades.
I. El expediente previo a la adquisición de la nacionalidad y sus garantías jurisdiccionales.
Capítulo VII
El Régimen jurídico de la inmigración y de la extranjería en España.
I. Las libertades de naturaleza política:
1. El derecho de asociación.
2. Las libertades de reunión y manifestación.
3. Los derechos de participación pública.
4. El concepto de “residentes empadronados en un municipio”.
II. Los derechos y libertades de carácter socio-laboral.
1. El derecho de los extranjeros al trabajo
1.1. El concepto de trabajador extranjero.
1.2. Acerca de la incidencia de la autorización para trabajar sobre el contrato laboral.
2. El derecho de los extranjeros a la huelga.
3. El derecho de sindicación.
III. Los derechos de naturaleza educativa y asistencial.
1. El derecho a la educación.
1.1. La situación de los menores extranjeros frente a la enseñanza básica, obligatoria y gratuita.
1.2. La situación del estudiante que tiene su centro de vida en el extranjero.
1.3. La situación del extranjero menor de dieciocho años que desea completar o proseguir su educación a
niveles de enseñanzas oficiales no obligatorias.
1.4. La situación del inmigrante que desee acceder a una enseñanza que le facilite su mejor integración social
en el país.
2. El derecho a la asistencia sanitaria y a las prestaciones sociales.
Capítulo VIII.
Introducción Al Derecho Procesal Civil Internacional.
I. Objeto y Contenido del Derecho Procesal Civil Internacional.
II. Los Conceptos De Jurisdicción Y Competencia.
1. Una aproximación realizada desde la perspectiva de la Soberanía del Estado.
2. Los conceptos de jurisdicción y competencia desde la perspectiva estatal ad intra.
IV. Las Competencia Judicial Civil Internacional En El Sistema Autonomo E Institucional Español.
1. A modo de introducción al sistema español de competencia judicial civil internacional.
2. Las competencias exclusivas.
3. La autonomía de las partes en la selección del foro.
4. La sumisión expresa en el sistema institucional.
4.1. Los requisitos de la prórroga.
4.2. El carácter de competencia exclusiva de la sumisión expresa.
4.3. Los límites de la autonomía de la voluntad en la selección del foro.
4.4. La forma del compromiso.
4.5. Las variantes de la sumisión.
5. La sumisión expresa en el Derecho procesal civil internacional español.
5.1. Los límites de la sumisión.
5.2. La forma del compromiso.
6. La sumisión tácita en el derecho autónomo e institucional.
7. El foro general del domicilio del demandado.
7.1. El domicilio de las personas físicas.
7.2. La residencia habitual.
7.3. El domicilio de las personas jurídicas.
8. Los foros especiales en el Derecho autónomo.
8.1. La relación entre los foros generales y los especiales.
8.2. Competencia internacional y competencia territorial interna.
8.3. La adopción de medidas provisionales y cautelares.
9. Los foros especiales en el Reglamento 44/2001.
Capítulo IX
El Control de la competencia judicial civil internacional. El reconocimiento y
ejecución de sentencias extranjeras.
I. El control de la competencia en el Derecho de fuente autónoma e institucional:
1. El Sistema español.
2. Acerca de la posible existencia de un foro de competencia residual tácito.
3. El control de la competencia en el Reglamento 44/2001.
II. El reconocimiento y ejecución de decisiones extranjeras en el Ordenamiento español:
1.Nociones introductorias
2. El reconocimiento de sentencias extranjeras:
2.1. Los requisitos formales del reconocimiento en Derecho español.
2.2. El valor probatorio de la sentencia extranjera.
3. La ejecución de decisiones extranjeras en España:
3.1. El régimen convencional.
3.2. La reciprocidad negativa.
3.3. La reciprocidad positiva. Una posible relectura.
3.4. El régimen de condiciones.
3.5. La aplicación de los artículos 951 y concordantes en la práctica española.
III. El sistema de reconocimiento y ejecución en el espacio judicial europeo.
1. El ámbito de eficacia material del Reglamento 44/2001.
2. La competencia internacional como clave del reconocimiento.
3. Las decisiones objeto del sistema de reconocimiento previsto en el Reglamento 4/2001.
4. El reconocimiento, la oposición al reconocimiento y la solicitud de ejecución.
5. Las causas de oposición al reconocimiento:
5.1. Causas de denegación que tienen por objeto proteger los intereses esenciales del Sistema jurídico
requerido.
5.2. Causas que tienen por finalidad garantizar una tutela judicial efectiva en el espacio europeo.
5.3. Causas destinadas a salvaguardar el régimen de competencia judicial internacional establecido en el
Reglamento.
Capitulo X
Personalidad jurídica, capacidad jurídica y capacidad de obrar.
Introducción
I. Personalidad y capacidad jurídica en el Derecho internacional privado español:
1. Personalidad y capacidad jurídica.
2. Nacimiento de la personalidad jurídica:
2.1. La personalidad como cualidad esencial de la persona.
2.2. La personalidad como capacidad jurídica.
3. La protección de los bienes inherentes a la personalidad en Derecho internacional privado español.
4. El régimen del nombre y los apellidos.
5. La extinción de la personalidad jurídica:
5.1. La declaración de ausencia y fallecimiento.
5.2. Los efectos extraterritoriales de las resoluciones en materia de fallecimiento.
5.3. La fe de vida.
II. La capacidad de obrar en Derecho internacional privado:
1. La emancipación por concesión en Derecho internacional privado.
2. La incapacitación de los mayores de edad en Derecho internacional privado:
2.1. La competencia judicial internacional.
2.2. La ley aplicable a las causas de incapacitación.
2.3. El Derecho aplicable a las medidas de protección de constituido incapaz.
2.4. Efectos de las incapacidades constituidas por órganos extranjeros.
3. Algunas cuestiones específicas en torno a las declaraciones de ausencia.
Capítulo XI
Forma de los actos y Administración pública del Derecho privado.
I. Las funciones de la forma y su régimen jurídico en Derecho internacional privado:
1. Concepto y funciones de la forma de los actos y negocios jurídicos.
2. La forma de los actos y el tráfico jurídico externo.
3. La ley aplicable a la forma de los actos jurídicos que requieran una determinada solemnidad para su validez.
4. La ley aplicable a la forma de los actos jurídicos cuya validez no depende de la observancia de una
determinada solemnidad:
4.1. Norma de conflicto y norma de reconocimiento en el primer párrafo del artículo 11 del Código Civil.
4.2. Formas que poseen una mera finalidad probatoria y solemnidades que dotan de una mayor eficacia al
negocio celebrado.
4.3. La regla locus regit actum y la regla auctor regit actum en los negocios civiles de tráfico externo.
5. La legalización del documento y el sistema del Convenio de La Haya.
Capítulo XII
El matrimonio en el Derecho internacional privado español.
I. Principios estructurales y principios generales del modelo de familia.
1. Las líneas básicas del modelo constitucional.
2. Posprincipios generales de su regulación civil.
Capítulo XIII
Los efectos del matrimonio y las crisis de la relación en Derecho internacional
privado español.
I. Los efectos personales del matrimonio:
1. Consideraciones introductorias.
2. El sistema conflictual diseñado en el artículo 9.2. del Código Civil:
2.1. Matrimonio y aptitud negocial.
2.2. Competencia judicial y ley aplicable a los efectos del matrimonio.
2.3. Algunos problemas conexos a los efectos personales de matrimonio.
Capítulo XIV
El ámbito familiar. Las relaciones paterno-filiales y los alimentos.
I. Los modelos de familia en el Sistema español.
1. De la concepción tradicional a la multiplicidad de paradigmas.
2. El matrimonio, el menor y las familias.
Capítulo XV
Los Derechos reales. Régimen y modos de adquisición.
I. Derechos Reales y Derecho internacional privado.
1. Introducción.
2. La competencia judicial internacional y la ley aplicable en materia de derechos reales sobre bienes inmuebles.
3. La competencia judicial internacional y la ley aplicable en materia de derechos reales sobre bienes muebles.
4. Las garantías reales en Derecho internacional privado.
4.1. Nociones introductorias.
4.2. La cláusula de reserva de dominio.
INTRODUCCIÓN
I. OBJETO Y FIN DE LA OBRA.
El fin primordial de este trabajo no consiste en suministrar un catálogo de
soluciones para los problemas de regulación que platean las instituciones que se
examinan a lo largo de sus páginas. Lo que intenta ante todo es proporcionar un método
y una técnica hermenéutica para el estudio y aplicación de esta especialidad jurídica. El
Derecho es cambiante, -tal vez demasiado-, pero los mecanismos para su aprehensión
gozan de mayor estabilidad que sus normas. Por esta razón lo que se ha querido hacer es
poner a disposición del lector unos instrumentos de reflexión que se han ido decantando
a lo largo de treinta y cinco años de trabajo en esta disciplina. Su verdadero objetivo es
ofrecer un modelo de razonamiento que permita al lector, -sea estudiante, investigador,
intérprete o legislador-, entender algunas claves que no deben obviarse al analizar,
aplicar o crear las normas que regulan este sector del comercio jurídico. Por ello parece
necesario subrayar que su lectura debe atender más al modo en el que se aborda la
reflexión que a los resultados obtenidos. Y es que hay que tener en cuenta, por una
parte, que las conclusiones que se ofrecen en este libro constituyen hipótesis abiertas a
su confrontación con otras opiniones que pueden resultar igualmente válidas; y por otra
parte, hay que hacer notar que todas ellas se han obtenido a través del estudio de
preceptos a los que, de consuno, se les niega ese derecho a envejecer que reclamase
Prosser para ellos.
El presente “Tratado Elemental” se estructura en torno a cuatro núcleos. En el
primero se aborda una teoría general de corte clásico que concibe el Derecho
internacional privado como un segmento del “Sistema” y cuyas normas han de
interpretarse de acuerdo con los valores, principios y objetivos que se hallan en las
raíces de nuestro Ordenamiento. La segunda parte estudia la nacionalidad y la
extranjería, materias que la doctrina más moderna tiende a erradicar del contenido con
argumentos que nos parecen difícilmente objetables. No obstante, hemos preferido
mantenerlas por tres razones; en primer lugar, porque la ciudadanía, aunque ha perdido
su protagonismo como punto de conexión, sigue constituyendo una vinculación
particularmente relevante entre el individuo y el Derecho; en segundo lugar, porque el
conflicto de nacionalidades se resuelve a través de los instrumentos lógicos propios de
esta disciplina y, finalmente, porque entendemos la extranjería como el “estatuto
jurídico” del no nacional en el Derecho español. De ahí que hayamos consagrado el
grueso de su análisis a lo que hubiésemos podido denominar, tal vez con mayor
propiedad, “Derecho internacional privado constitucional”. La tercera atiende al
Derecho procesal civil, seleccionando dos tópicos: el de la extensión y límites de la
jurisdicción y el del reconocimiento y ejecución de decisiones judiciales foráneas, con
el fin de subrayar el carácter de piedra angular con el que entendemos que juegan ambos
tópicos en el edificio regulador. Finalmente, hemos abordado el estudio de las
instituciones civiles siguiendo lo más de cerca posible la sistemática del Código.
Como puede verse no se abordan todos los temas posibles ni se desarrolla todo
lo que podría tratarse en cada uno de los escogidos. Quedan fuera muchas materias;
pero el objetivo perseguido requería agrupar un pensamiento global en una extensión
abarcable.
1
Hemos de matizar esta afirmación explicando que hay veces que al Sistema no le interesa en absoluto
regular determinados hechos o conductas; pero que otras veces lo que ocurre es que la realidad desborda
las previsiones legislativas y se producen lagunas en el Sistema; en relación con esta segunda categoría es
preciso tener en cuenta que los Sistemas jurídicos se caracterizan por su plenitud; es decir, por poseer
mecanismos capaces de cubrir esos vacíos de regulación.
9
El hecho de que quedan incluidos todos los menores, sea cual sea su ciudadanía, se infiere claramente
del inciso «salvo que en virtud de la Ley que les sea aplicable hayan alcanzado anteriormente la mayoría
de edad».-
Pero para entender bien el tratamiento que el Código Civil depara al testamento
mancomunado es necesario dar un paso más y poner en relación el régimen sucesorio
con el resto de las instituciones del Sistema y, muy en particular, con el estatuto
familiar. Entonces se pone de relieve que nuestro Derecho no consagra una libertad de
testar absoluta, sino que la autonomía del testador queda subordinada a la existencia de
unos derechos familiares previos. La voluntad del disponente se halla limitada por la
existencia de unos herederos forzosos a los que la ley reserva una porción de los bienes
del causante; bienes de los que no le es dado disponer con libertad en el testamento.
Estos beneficiarios son los hijos y descendientes, los padres y ascendientes y el viudo o
viuda, en las condiciones que determina el Código Civil. En consecuencia, familia y
sucesiones constituyen un bloque profundamente interrelacionado en un sistema en la
que no se trata de depurar el caudal relicto y adscribirlo a un nuevo titular, sino de
sustituir al causante en su posición patrimonial. Considerando ahora la lógica interna de
este módulo en el Derecho Civil español, resulta comprensible que el testamento
mancomunado constituya un instituto de cabida problemática.
Por esta razón en algunos sistemas forales españoles, donde la organización
económica familiar y las concepciones sucesorias son distintas, se permite testar de
mancomún sin que ello implique una quiebra en la lógica global de su regulación. Esta
posibilidad, contemplada en la legislación navarra o aragonesa, restringe más el círculo
de destinatarios de la norma: el precepto sólo se refiere a los españoles que no se hallen
aforados a un derecho especial que lo permita. Por lo tanto no resulta arriesgado deducir
que la disposición en análisis sólo contempla a los ciudadanos sometidos al Derecho
común de nuestro país y que la manera en la que otorguen su testamento unos
extranjeros que se hallan sujetos a un estatuto personal distinto y se mueven en un
entorno diferente, carece de interés para esta norma. Consecuentemente, todo lo relativo
al testamento mancomunado de los extranjeros quedará regido por las normas especiales
que conforman el subsistema de Derecho internacional privado español.
Esto no quiere decir que haya de concluirse, sin más, en que los extranjeros
puedan testar de esta forma. Hasta aquí sólo se ha cubierto una etapa previa. Lo único
que puede inducirse de todo lo expuesto es que el Ordenamiento español no contiene
ninguna norma que manifieste una auténtica vocación para regular el asunto sobre el
que hemos venido reflexionando.
3. Derecho espacial y tráfico externo.
La conclusión a la que ha debe llevarnos el razonamiento seguido en las páginas
precedentes se concreta fundamentalmente en la siguiente afirmación: cuando una
disposición general del Sistema jurídico incluya en su esfera de eficacia el supuesto en
análisis, ha de presumirse que resulta aplicable al asunto, aunque puedan detectarse
elementos extranjeros en la economía interna del caso. Las normas de Derecho
internacional privado sólo empiezan a operar cuando esos componentes extranjeros
sitúan al supuesto fuera del ámbito de aplicación de las normas generales del foro 10. La
línea divisoria entre el tráfico interno y el internacional queda trazada inicialmente de
10
Las normas de conflicto multilaterales, no sirven para determinar cuando un supuesto pertenece al
tráfico interno (homogéneo). El sistema de Derecho internacional privado, como puso de relieve Pilenko
en “Droit spatial et Droit internacional privé”, Ius Gentium 1954, págs. 34 y ss., sólo entra en juego
cuando se ha comprobado que la situación o relación a regular no se encuentra incluida en el elemento
espacial de las normas de ese ordenamiento. Pilenko considera que esta primera fase es objeto de un
Derecho espacial, mientras que la segunda es la propia de nuestra disciplina. Sobre estos aspectos puede
verse el excelente trabajo de Pau ”La funzione e la natura dei Diritto internazionale privato nella doctrina
italiana recente” en Riv Dir. Internazionale 1953, págs. 61 y ss.-
esta guisa. A partir del momento en el que el análisis material o espacial ubica la
cuestión fuera del ámbito de ordenación de las normas generales del Derecho que ha de
regularla, comienzan a operar las normas especiales que integran ese sector del Sistema
jurídico al que denominamos “Derecho internacional privado”.
Es pues muy importante no confundir Derecho espacial y Derecho internacional
privado. Las normas del primero no se integran en el contenido del segundo 11 y las de
éste último no sirven para establecer los límites de eficacia de las disposiciones
ordinarias. Veámoslo más claramente al hilo de otro ejemplo. Cuando el artículo 10.7
del Código Civil dispone que “Las donaciones se regirán, en todo caso, por la ley
nacional del donante”, con ello no quiere decir que en los casos en los que el donante
sea español esa donación deba considerarse como perteneciente al tráfico interno porque
así lo dispone el artículo citado. Para poder aplicar el precepto citado es necesario que
previamente se haya comprobado que esa donación no pertenece al comercio jurídico
homogéneo siguiendo los pasos expuestos. Después, si fuese el caso, aplicaríamos la
norma de conflicto citada y, como tendremos ocasión de ver mas adelante, aunque esta
norma nos remita a la aplicación de los artículos 618 y concordantes de nuestro Primer
Código, el asunto seguirá siendo un caso de Derecho internacional privado y ese
atributo condicionará, en mayor o menor medida, su regulación.
4. Soberanía legislativa y Derecho internacional privado.
Una vez sentada esta premisa, es necesario introducir otro presupuesto de base:
el imperio de las leyes acaba donde termina el poder de la autoridad que las dicta. El
poder legislativo desarrolla una competencia directamente asociada al concepto de
soberanía estatal; por lo tanto, la potestad del legislador para establecer normas eficaces
finaliza allí donde se agota la jurisdicción que permite al Estado ejercitar esa facultad y
hacer efectivos los mandatos que de ella se derivan 12. En principio, el soberano puede
desarrollar esa competencia en todo su ámbito territorial y en relación con todos sus
ciudadanos. Más allá de esos contornos su poder se extingue y con él el vigor de los
preceptos que dicta.
Como es evidente, de este postulado se derivan unas consecuencias que afectan
de modo relevante al Derecho internacional privado. Para aprehenderlas con claridad
vamos a servirnos de otro ejemplo. En uso de esas atribuciones soberanas, el Sistema
jurídico español ha establecido una norma en la que se dispone que “La mayor edad
empieza a los dieciocho años cumplidos” (artículo 315 del Código Civil) y lo hace en
coherencia con el artículo 12 de la Constitución en el que se establece que “Los
españoles son mayores de edad a los dieciocho años”. El poder legislativo ha dictado
una norma en uso de una de las atribuciones consustanciales a su soberanía y ha
legislado para sus ciudadanos. Utilizando la técnica hasta ahora empleada diríamos que
se trata de un precepto cuya esfera de eficacia personal ha quedado clara e
inequívocamente establecida y que, por lo tanto, todo español que cumple los dieciocho
años es tenido en España por sujeto “…capaz para todos los actos de la vida civil salvo
11
Es preciso no confundir esta reflexión con las teorías que defienden que la delimitación del objeto se
realiza en función de la norma de conflicto, en el sentido que ha mantenido en nuestro país Iglesias
Buhigues en «Reflexiones en torno al objeto y función del Derecho internacional privado», REDI, 1983,
págs. 34 y ss., o fuera de nuestras fronteras Anzilotti en Corso di diritto internazionale privato, Roma
1925, pág. 52. Véase los planteamientos de Álvarez González en ”Objeto del Derecho internacional
privado y especialización normativa”, Revista de Derecho Privado 1995, págs. 769 a 778). -
12
Se trata de uno de los tres principios sobre los que Huber fundamentaría su construcción de Derecho
internacional privado. Véase Lainé, Introduction au Droit internacional privé T. I., París 1888 (reeditado
en Glashütten in Taunus en 1970), págs. 107-108.-
las excepciones establecidas en casos especiales por este Código…” (cfr. su artículo
322).
Sin embargo, estas disposiciones pueden convivir en el ámbito internacional con
reglas equivalentes de contenido distinto. Y es que otro poder soberano, en uso de
idénticas facultades, ha podido disponer que las personas que se hallen en su territorio
alcanzan su plena capacidad de obrar a partir de una edad diferente o establecen unas
excepciones distintas para las materias especiales. Lo que ahora nos interesa resaltar con
este razonamiento es que la delimitación del ámbito de eficacia de una norma, a través
de la coordenada personal, no garantiza necesariamente su extraterritorialidad perfecta.
Lo que si determina es una extraterritorialidad parcial que posee un núcleo duro de
certeza; cada vez que en sede española deba determinarse la capacidad de obrar de un
español, se aplicará indefectiblemente la regla de los dieciocho años, abstracción hecha
del lugar en que se encuentre el sujeto. Pero esto no debe confundirse en modo alguno
con que la facultad que atribuyen los citados artículos 315 y 322 del Código Civil
constituya un estado civil inherente a la personalidad jurídica del ciudadano español que
tenga que ser reconocido y respetado por todos los Sistemas jurídicos del mundo.
Supongamos que un nacional español, mayor de dieciocho años, desea realizar
un determinado negocio jurídico en otro país y quiere saber si la capacidad que le otorga
la ley española va a serle allí reconocida. Desde una perspectiva abstracta, (es decir, sin
referencia a ningún sistema de Derecho internacional privado concreto) la respuesta no
podría construirse a partir de presupuestos categóricos. Sería correcto entender que las
normas españolas relativas a la emancipación pierden uno de sus componentes
esenciales una vez que han cruzado la frontera del Sistema; [por cuanto, una vez fuera
del ámbito de nuestra jurisdicción, su fuerza ha quedado enervada]. Está claro que las
instancias españolas que se la otorgan no pueden dotarlas de esa efectividad fuera del
marco de su propia soberanía. En otro país nuestros preceptos serían meras
proposiciones ayunas de todo elemento que las hiciese obligatorias. Sólo las suyas
poseerían el vigor jurídico necesario para regular el asunto, a condición de que quisiesen
regularlo. Otra respuesta posible, concatenada con la anterior, sería entender que el
negocio jurídico concluido por un español capaz, en los términos del Código Civil, sería
válido en España aunque no lo fuese en el lugar donde se realizara. La personalidad de
la norma española colisionaría con la territorialidad de la norma extranjera en un
espacio imaginario y ninguna de las dos cedería. De ahí la expresión “conflicto de
leyes”, nombre con el que se empezó a denominar esta disciplina y con el que aun se la
conoce en el área anglosajona. La idea que expresa es sencilla; dos Ordenamientos
distintos quieren regular un mismo supuesto y entran en pugna para hacerlo en un medio
ideal (conflicto positivo) o ninguno de ellos manifiesta vocación para reglamentar el
problema (conflicto negativo)13.
Pero la aceptación general de estos planteamientos, sin la correlativa búsqueda
de soluciones, nos llevaría a un callejón sin salida. Si las normas de aquel foro
hipotético no tuviesen vocación de ser aplicadas al caso del español y las de nuestro
Ordenamiento no pudieran considerarse allí como normas propio sensu, entonces sería
imposible determinar la capacidad de obrar de un extranjero y, en ese caso, el comercio
internacional de los particulares difícilmente traspasaría la barrera de las situaciones y
relaciones de hecho. Si, por el contrario, se aplicase siempre la lex fori, la capacidad del
ciudadano de nuestro ejemplo podría ser distinta en cada lugar donde se hallase. En este
13
Sobre la idea del conflicto véase Audit, “Le Droit internacional privé en quête d’universalité."
RECADI. 305 /2003, págs. 220-224. -
CAPITULO I
EL OBJETO Y LAS FUNCIONES DEL DERECHO
INTERNACIONAL PRIVADO
14
En un principio, sólo la extranjería de los agentes jurídicos determinaba la pertenencia del supuesto al tráfico
externo (véase Torres Campos, Elementos de Derecho internacional privado, Madrid 1893, pág. 18). Con
posterioridad, cualquier factor extranjero –ya fuese de carácter objetivo o subjetivo- era considerado apto para
convertir en internacional a la relación (véase a Maury, “Régles genérales des conflits de lois” RECADI 57/1936
pág. 375). El recurso al elemento extranjero es la guía más fiable para describir e identificar el segmento de tráfico
jurídico al que atiende el Derecho internacional privado (Véase Rigaux, “Droit public et Droit privé dans l’ordre
juridique internacional” Mélanges Jean Dabin, T. I. 1963, pág. 263). En general véase Elhouelss, “L’élément
d’extranéité préalable en Droit international privé” Journal Clunet 2003/1 págs. 39 y ss.-.
15
Esta forma de caracterización del tráfico externo se diferencia de la anterior en que atiende
prioritariamente al índice de heterogeneidad que imprime el factor de extranjería. Véase, entre otros,
Louis-Lucas, “Portée de la distinction entre droit privé interne et droit international privé”; Journal Clunet
3/1962 págs. 858 y ss; Carrillo Salcedo, Derecho internacional privado. Introducción a sus problemas
fundamentales, Madrid 1976, págs. 40 y ss; Pérez Vera, Intereses del tráfico jurídico externo y Derecho
internacional, Granada 1973, págs. 13 y ss; y de Angulo Rodríguez, «Objeto, contenido y pluralidad normativa
en el Derecho internacional privado», REDI, 1970, págs. 745 y ss.-
16
Cfr. Espinar Vicente, Curso de Derecho internacional privado español. Técnicas de reglamentación y
normas, Madrid 1991, pág. 52: “Cada sistema se atribuye el conocimiento y regulación de una serie de materias
y, para ello, articula el conjunto de preceptos en cuya base se fundamenta la constitución, desarrollo, modificación o
extinción de las situaciones o relaciones que incluya. Para realizar este objetivo, el legislador opera con base en una
realidad social determinada y atiende a los caracteres homogéneos que presentan ciertos comportamientos o
hechos, para atribuirles un efecto adaptado a sus características y consecuencias sociales. Pues bien, en esa misma
base social se producen, además, conductas, acaeceres o relaciones que, por incluir un “elementos extranjero” no
guardan una relación de homogeneidad con los otros. Es posible que aparentemente se configuren de la misma
manera, pero sus repercusiones sociales pueden ser muy distintas y, por lo tanto, la consecuencia jurídica que sirva
para los supuestos homogéneos puede ser, tal vez, perjudicial cuando se la hace operar frente a casos
heterogéneos”.-
17
Las expresiones de situaciones jurídicamente homogéneas y heterogéneas están tomadas de Wengler,
“The General Principles of Private Internacional Law” RCADI. 104/1961 pág. 289 y ss.; y González
Campos, Derecho internacional privado, Curso policopiado por la UAM, Madrid 1982-1983 págs. 6 y 7.-
18
Vése Maridakis, en loc.cit. nota 3 pág. 485.-
expresarlo con toda nitidez diremos que al realizar esta operación el legislador está
mirando hacia dentro. No tiene presente la dimensión hacia fuera de las conductas y
sucesos que puedan afectar a los destinatarios de las normas que promulga. Al describir
un comportamiento o un acaecer en el supuesto de hecho de una disposición tiene
presente un modelo al que no se ajusta el caso que incluye el elemento extranjero. El
legislador toma en consideración un supuesto tipo respecto del cual no resulta
homogéneo el caso afectado por el ingrediente extranjero. Aquí está la clave
fundamental del asunto.
2. “Tráfico externo” y “tráfico ajeno”.
Para entender bien el carácter y la naturaleza del Derecho internacional privado
nos parece conveniente diferenciar dos variantes del tráfico internacional protagonizado
por los particulares, que no siempre resultan fácilmente distinguibles; el “tráfico
externo” y el “tráfico ajeno”. Esta diferenciación tiene suma importancia para destacar
un dato fundamental de la identidad de esta disciplina. El Derecho internacional privado
constituye una rama de cada Sistema jurídico particular. Es Derecho interno y su
calificativo de “internacional” hace exclusiva referencia a la ambientación plurilegislativa de
un tipo específico de supuestos. Ha de tenerse muy claro que una cosa es que
determinadas situaciones o relaciones jurídicas con elemento extranjero se sitúen más
allá del ámbito de eficacia material o espacial de las “normas generales” del foro y otra,
muy distinta, es que se emplacen fuera de la órbita global de su competencia reguladora.
Las normas de Derecho internacional privado tienen la misión específica de dotar de
cobertura jurídica a todos esos casos que, interesando la vocación reguladora de la Lex
fori, resulten heterogéneos con respecto a sus previsiones normativas ordinarias.
Esto no puede llevarnos a concluir que todos los asuntos que manifiesten una
ambientación plurilegislativa relevante hayan de ser considerados como integrantes del
objeto de cualquier sistema nacional de Derecho internacional privado. Por el contrario,
de lo dicho se desprende que únicamente podrán ser considerados como objeto de cada
concreto sistema de Derecho internacional privado aquellos supuestos que manifiesten
una vinculación suficiente con ese específico Ordenamiento. La distinción entre
“relaciones relativamente internacionales” y “absolutamente internacionales” puede darnos
una clave para matizar mejor esta idea. Jitta19 entendía que el matrimonio contraído en
Francia por dos franceses, domiciliados en Francia, era una relación interna para el
Derecho francés e internacional para el Derecho holandés, en tanto que ese matrimonio
fuese enjuiciado desde la óptica del Sistema holandés. Por su parte el caso del
matrimonio celebrado en Alemania entre un belga y una italiana, examinado desde el
punto de vista de un juez holandés, constituiría un supuesto rigurosamente
internacional. Esta clasificación de los supuestos de tráfico externo resulta muy gráfica
y útil, pero si se quiere ser coherente en esta línea de reflexión, lo primero que habrá de
hacerse es determinar en qué casos la jurisdicción de los Países Bajos asumiría competencia
para pronunciarse sobre cuestiones relativas a estos matrimonios.
Con independencia de que, como más adelante se verá, la Soberanía del Estado
en esta materia tiene muy pocos límites que le vengan impuestos por el Derecho
Internacional General, no cabe duda de que ningún país, por razones de economía y
eficacia, manifiesta interés por regular todo lo que acaece más allá de sus fronteras
jurídicas. Por motivos de justicia, necesidad, conveniencia o cooperación, abrirá su
Sistema respecto a aquellos asuntos “internacionalmente ambientados” que de algún
19
Jitta, La méthode du Droit internationsl privé, La Haya 1890 págs. 201 y ss.-
20
Como se va a ver más adelante, el conflicto de jurisdicciones y autoridades constituye el prius necesario
para delimitar la frontera que separa lo que es ajeno de lo que se considera propio aunque resulte
heterogéneo.-
21
El recurso a las normas de competencia judicial internacional no sólo interesa en relación con los
supuestos contenciosos (o de obligada intervención de una autoridad) sino respecto de cualquier asunto.
Sobre la necesidad de establecer el foro mediante un proceso de simulación, véase Rigaux, Derecho
internacional privado. Parte general (traducción y adaptación por Borrás Rodríguez), Madrid, 1985,
págs. 76 a 78.-
22
Todo supuesto, por ajeno que parezca en un momento dado, con el transcurso del tiempo y el cambio en
las circunstancias puede convertirse en un asunto de tráfico externo español.-
23
Obviamente puede aducirse que los Tribunales españoles pueden conocer de cualquier asunto, a
condición de que las partes se sometan a su jurisdicción expresa o tácitamente; (salvo en los casos de las
competencias exclusivas en las que no cupiese la prorrogatio fori). Sin embargo, no parece que “en
términos razonables” pueda esperarse que ni el demandante ni el demandado tengan interés en someterse
a los Tribunales españoles cuando el vínculo entre el asunto y el foro español sea tan extremadamente
débil que resulte fácil prever la inoperancia de la decisión resultante.-
24
Esta posición puede verse ya en Niboyet y Pillet en Manuel de Droit International Privé, París 1928 y
en Torres Campos, en loc.cit. nota 15.-
adoptado; pero si el español quiere ver reconocida aquí esa relación paterno filial habrá
de cumplir los mandatos del Derecho español para lograrlo. Ahora bien, la aplicación
cumulativa de todos los Derechos implicados no siempre resulta posible. A veces, las
concepciones que inspiran la regulación de un determinado instituto son tan diferentes
en un país y otro que resulta inviable su convivencia. La existencia de legislaciones
diversas no es sólo el producto de la historia o de la idiosincrasia de cada pueblo, sino
también de unas necesidades específicas, variables en cada entorno y mutables en cada
coyuntura temporal26. Si la Ley ha de arraigarse en la sociedad, entonces los Derechos
habrán de ser necesariamente distintos mientras las condiciones económicas, sociales,
ideológicas o de cualquier otra índole resulten diferentes en uno y otro lugar.
En consecuencia, cada vez que nos hallemos ante un supuesto de Derecho
internacional privado habremos de tener muy presente que la aplicación de las normas
de uno u otro Sistema habrá de realizarse en atención a unos criterios de racionalidad
que garanticen una solución coherente. Los asuntos a los que vamos a referirnos no pueden
solucionarse aplicando aleatoriamente uno u otro de los Ordenamientos a los que se
conectan o acumulando siempre sus mandatos. La opción por una u otra de las Leyes en
presencia o por cualquier otro tipo de solución requiere de una técnica que resuelva de
un modo justo y eficaz los dos problemas fundamentales que plantean estos supuestos:
25
Conviene retener con especial atención que cuando nos referimos a una pluralidad de Ordenamientos
Jurídicos en sede de Derecho internacional privado, no atendemos a su carácter estatal. En el campo de
esta disciplina es necesario conjugar la noción de frontera política con la de frontera jurídica para
concretar los términos del panorama internacional que nos interesa retener. En él han de entenderse
incluidos: los Sistemas jurídicos estatales; los distintos Derechos que pueden convivir en el seno de un
mismo Estado; el Derecho interno de las Organizaciones Internacionales, en la medida en la que, como ha
señalado González Campos( en loc.cit. nota 17 págs. 2-3), tal normativa cobra relevancia en el plano de la
actividad del ente en el tráfico privado); y, finalmente, toda una serie de sistemas que se han formado al
margen del Estado y de las subdivisiones políticas del mismo, como pueden ser los Derechos de algunas
confesiones religiosas, un sector de la normativa que opera en el ámbito deportivo o el que establecen las
organizaciones que agrupan a determinados agentes del tráfico mercantil; véase Fernández Rozas (y
otros), Derecho de los negocios internacionales, Madrid, 2007 passim.-
26
En efecto, son las mismas diferencias socio-históricas que caracterizan e identifican a los diversos
grupos sociales organizados, las que determinan la aparición en ellos de unas estructuras jurídicas
formales necesariamente distintas. Precisamente esta relación entre la estructura socio-histórica y la
respuesta jurídica es la que singulariza el contenido de cada sistema respecto de los demás. A diversos
modelos socio-históricos les corresponden opciones reguladoras difícilmente intercambiables. (Véase
Espinar Vicente en loc.cit. nota 16 pág. 11).
27
Mayer en “La distinction entre règles et décisions en Droit internacional privé” París 1975, hace una
distinción muy similar, pero extrae de ella consecuencias distintas.-
Desde los Derechos más antiguos, la conveniencia y necesidad de este tipo de contactos
ha venido fundamentando la búsqueda de expedientes que permitan la realización de este
objetivo28. Las nociones de “utilidad”, “justicia”, “necesidad”, “cortesía internacional”, “compromiso” o
“deber de cooperar” han servido de fundamento en las distintas etapas históricas para basar la
apertura de los distintos Sistemas al reconocimientos de las relaciones y situaciones de derecho
nacidas al amparo de actos, sentencias o preceptos extranjeros. Sin embargo, el admitir la
posibilidad de dar efecto en el foro al derecho o al deber creado al resguardo de otra legislación,
no significa que todos y cada uno de ellos vayan a ser atendidos y aceptados con carácter
general y de modo automático por los demás Ordenamientos. Cuando nos hemos referido a los
“derechos adquiridos” lo hemos hecho adjetivándolos de “legítimamente adquiridos”, duly
acquired, en terminología de Dicey29. Esto quiere decir que cada Derecho internacional privado
particular establecerá las condiciones a cuya luz habrá de determinarse si fueron o no
“debidamente adquiridos”. Para ello se podrá tomar en consideración los criterios con los que la
autoridad o el juez asumieron competencia para declararlos, qué vínculos existieron entre el
asunto y la ley de la que se derivan los derecho o deberes que pretenden hacerse valer, si la
aceptación de lo establecido por el acto, norma o decisión foráneos tiene cabida coherente en el
marco de las concepciones jurídicas de la lex fori o cualquier otro canon de contraste que pueda
estimarse adecuado.
28
Véase : Lewald «conflits de lois dans le monde grec et romain» Revue Critique 1968 págs, 419 y ss y
615 y ss.; Sturm « Comment l’Antiquité réglait-elle ses conflits de lois ? » Journal Clunet 1970 pags. 259
y ss. ; Niederer « Ceterum quaero de legum imperii romani conflictu » Revue Critique 1960 págs. 137 y
ss. ; Volterra « Quelques problèmes concernant les conflits de lois dans l’antiquité » ADI 1966 págs. 533
y ss. ; Gutzwiller, «Le développement historique du Droit international privé», RCADI. 29/ 1929 págs.
287 y ss; Gardeñes Santiago, «Reflexiones sobre los orígenes históricos del Derecho internacional
privado», AEDIPr, 2003, págs. 107-138; Espinar Vicente “Algunas consideraciones en torno al desarrollo
histórico del Derecho internacional privado en la Grecia de las ciudades” Rev.Der. Priv. 1981 págs. 547 y
ss; Mesa-Moles Martel “Genesis y formación del Derecho internacional privado. Una aproximación
histórica” (tesis inédita 2007).-
29
Véase la formulación de la teoría de los derechos adquiridos de Dicey, en ”On private internacional law as a
branch of the law of England”, Law Quaterly Review 1890, pág. 7.-
En esta función de lo que se trata es de examinar una situación o relación jurídica que
ya existe. El hecho de permitir que despliegue o no sus efectos en sede del foro no enerva la
fuerza de su eficacia en el ámbito donde se hubiere constituido. Lo que se hace es someterla a
examen bajo unas reglas precisas y, si cumple con las formalidades y requisitos legalmente
exigidos, se transforma en una situación o relación propia. Si un determinado Ordenamiento
jurídico dice que la mayor edad de sus nacionales se produce a partir de los dieciséis años, no
puede caber duda de que, a partir de esa fecha, ese sujeto ha alcanzado la mayoría de edad en
ese país y lo habrá hecho con total independencia de lo que se establezca en nuestra legislación.
Pero para que esa capacidad surta efectos en España se precisa que se hayan cumplido unas
condiciones determinadas, recogidas en nuestras normas de Derecho internacional privado.
Cumplidas éstas la persona del ejemplo sería mayor de edad en nuestro país. Veámoslo paso a
paso; el legislador español ha entendido que la ley nacional es la única que razonablemente
puede establecer ese estado civil; en consecuencia enuncia un precepto en el artículo 9.1 de
nuestro Primer Código, a través del cual se incorpora al Derecho español la disposición que se
refiere a la capacidad en la ley nacional del sujeto. En función de lo que ésta diga, completará
en su base una regla propia y el individuo de nuestro ejemplo será considerado mayor de edad,
pero no porque así lo establezca su ley nacional, sino porque así lo dispone la ley española 30.
Del mismo modo se procederá con la decisión extranjera y, cuando el magistrado español
estampe su exequátur en ella, la sentencia se convertirá en una ejecutoria española con sus
plenos efectos de cosa juzgada y carácter ejecutivo.
3. La transformación de las relaciones particulares con elementos extranjeros en
relaciones jurídicas.
En esta segunda función los presupuestos de partida son muy diferentes. No existe,
necesariamente, una situación o relación jurídica nacida en aplicación de una norma ni
constituida o declarada a través de un acto o una sentencia provenientes del extranjero. Lo que
en realidad sucede es que los agentes del tráfico jurídico quieren crearla ex novo. Supongamos
que un nacional de nuestro país quiere casarse con una contrayente extranjera; que una empresa
española desea adquirir mercancías a un establecimiento extranjero o que un agricultor español
quiere establecer una relación laboral con un ciudadano marroquí para las labores del campo;
Hasta aquí nos movemos en el mundo de las intenciones. Los sujetos quieren establecer una
relación y quieren saber como pueden constituirla válida y eficazmente. Analicemos el proceso
de constitución de la relación jurídica a partir de estos ejemplos.
30
Para entender mejor esta afirmación piénsese en el siguiente caso: la persona de nuestro ejemplo es
nacional de un país que establece la mayoría de edad a los dieciocho años pero entiende que la capacidad
de las personas se rige por la ley del domicilio. Supongamos que el sujeto está domiciliado en un país en
el que la mayoría de edad se alcanza a lo dieciséis. Pues bien, al cumplir esa edad habría alcanzado su
plena capacidad de obrar tanto a la luz del Sistema jurídico de su domicilio como en el de su
nacionalidad. Sin embargo, de acuerdo con el Ordenamiento español se consideraría que la mayor edad la
alcanza a los dieciocho y sólo le consideraría capaz en el contexto de la ley cambiaria y del cheque, pues
sus artículos 98 y 162 introducen una excepción y admiten el reenvío que pueda hacer su ley nacional a
otra legislación.-
31
Una vez celebrado el matrimonio, la relación jurídica conyugal sí sería objeto de nuestro sistema de
Derecho internacional privado. El español podría inscribir su nuevo estado civil y, entonces, estaríamos
ante la primera función: en qué condiciones reconoce el Derecho español el matrimonio contraído en el
extranjero.
32
Véase Batiffol, «Réflexions sur la coordination des systèmes nationaux», RCADI. 120/1967, págs. 165
y ss. Igualmente la construcción de Carrillo Salcedo, Derecho internacional privado, Madrid 1983, págs.
303 y ss.-
33
Véase Pérez Vera, en loc.cit. nota 15, en especial págs. 57-67 y 90-99; Yntema, «Les objectifs du Droit
international privé», Revue Critique, 1959, págs. 1 y ss.-
34
La concentración o la dispersión de los elementos del supuesto en uno o en varios ámbitos jurídicos
afectará sustancialmente a la regulación de los supuestos de tráfico externo. El profesor González Campos
en loc.cit. nota 17, págs. 15-16 establece una escala entre el mínimo y el máximo de internacionalidad de
estos supuestos de la que hace derivar consideraciones de gran interés.-
35
Sobre las funciones del Derecho internacional privado, véase también a Guzmán Zapater, «Sobre la
función del Derecho internacional privado y técnicas de reglamentación», Obra homenaje al profesor
Julio D. González Campos T. II. Madrid 2005, págs. 1619-1643.-
CAPITULO II
MÉTODOS DE REGLAMENTACIÓN Y FUENTES DE
PRODUCCIÓN NORMATIVA
36
Como escribe Lipstein en «General Principles of Private Internacional Law», R. des C. T. 135, 1972,
págs. 193 y ss, el Derecho internacional privado, como parte del Derecho de cada Estado, es Derecho
interno que se encuentra sometido únicamente a los “standards” generales del Derecho internacional
público, se inspira en las directrices de política legislativa, tradiciones y noción de justicia vigentes en
cada Estado y se halla libre de controles, excepto en los Estados federales donde la Constitución puede
imponer límites. Acerca del carácter interno del Derecho internacional privado y su autonomía del
Derecho internacional público, véase también a Beckett «What is private internacional law?, Bristish
Yearkbook of Internacional Law?, 1926, págs. 73-86, quien al constatar que no existe un Derecho
internacional privado que, como tal, sea vinculante a los Estados, concluye indicando que esta disciplina
se fundamenta en los mismos pilares que las restantes ramas del Derecho interno: se inspira en el
reconocimiento y eficacia de los derechos debidamente adquiridos al amparo de cualquier sistema
jurídico reconocido por el foro como tal; y se articula mediante los mecanismos jurídicos que cada
legislador estatal considera más aptos para desarrollar –de acuerdo con su propio sentido de la justicia-
los objetivos que incumben a este sector normativo.-
37
Hoy por hoy está superada la concepción de que en todo conflicto de leyes subyace un conflicto de
soberanías. La formulación de diversas posiciones doctrinales puede verse, principalmente, en los
siguientes trabajos: Pillet, «Essai d’un système general de solution des conflits de lois»; Journal du Droit
Internacional (Clunet), 1894, págs. 5 y ss. y 294 y ss.; Bonnichon, «La notion de conflit de souverainetés
dans la science des conflits de lois», Revue Critique, 1949, págs. 615 y ss.; Kahn-Freund, «General
Problems of Private Internacional Law», R. des C. T. 143, 1974, págs. 166-176; Maridakis,
«Considérations sur l’activité de l’État concernant l’énoncé de régles de Droit internacional privé», Ius et
Lege, Festgabe für M. Guitzwiller, Basilea, 1959, pág. 253 y ss.; Ancel, en «Travaux de la Comission de
Reforme du Code Civil», American Journal of Comparative Law, 1952, págs. 165-166.-
38
Akerhurst, «Jurisdiction in Internacional Law», British Yearkbook of Internacional Law, 1972-73, págs.
35 y ss.-
39
Vid igualmente a Miaja de la Muela, «El legislador interno, en funciones de legislador internacional,
ante los conflictos de leyes», en Curso monográfico sobre la Ley de Bases para la Modificación del
Título Preliminar del Código Civil, Valencia, 1975, pág. 172. -
40
Véase a Aguilar Navarro, Derecho internacional privado, T. I, vol. I, Madrid, 1972, págs. 441 y ss.-
Una vez sentada esta premisa, hay que tomar en consideración otras tres notas que, sin
desvirtuar la esencia de lo que acabamos de afirmar, deben traerse a colación a efectos de
disipar confusiones de signo contrario. En primer lugar es preciso señalar la incidencia del
Derecho Internacional Público sobre todo el Derecho interno, como criterio inspirador 41. Su
creciente preocupación por temas que son objeto de regulación en los Ordenamientos nacionales
permite explicar claramente este fenómeno. Basta con pensar en la relación entre los Derechos
Humanos y el Derecho Civil, para darse cuenta del alcance de este dato. El Derecho
internacional privado no constituye una excepción ya que ni escapa a su influencia ni se ve
condicionado en mayor o menor medida que el resto de las disciplinas.
En segundo término, es necesario tomar en consideración el incremento de las
fuentes convencionales en los sistemas jurídicos modernos. El Tratado internacional,
cuya importancia cuantitativa en todos los sectores del Derecho interno resulta patente,
ha cobrado un especial protagonismo en sede de esta especialidad jurídica sobre todo en
las últimas décadas. A ello hay que añadir la recepción en nuestro Sistema de normas de
origen comunitario europeo; y aunque el Derecho internacional privado tampoco se ve
ni más ni menos afectado por ellas que las restantes parcelas del Ordenamiento, no se
debe, en ningún caso, dejar de subrayar su creciente importancia.
Finalmente ha de llamarse la atención sobre la actividad que realizan los sujetos
y actores de Derecho Internacional Público en el ámbito de las relaciones privadas 42. La
compra o el arrendamiento de inmuebles por parte de un Estado o una Organización
Internacional, la contratación de personal o la adquisición de suministros a cargo de
entes de esta naturaleza, serían ejemplos claros del fenómeno al que nos referimos. Pues
bien, de la misma manera en la que resultará preciso tener en cuenta otros derechos
estatales distintos del español a la hora de regular los supuestos propios de nuestra
disciplina, será también necesario tomar en consideración el Derecho interno de las
Organizaciones Internacionales y al propio Derecho Internacional Público para
determinar el régimen jurídico de algunos casos43.
2. El Derecho internacional privado es Derecho interno.
El Derecho internacional privado constituye un sector del Ordenamiento jurídico
español y, en consecuencia, sus principios y normas forman parte integrante de la estructura
global de nuestro Sistema jurídico. En consecuencia, su positivación, interpretación y aplicación
vienen ineludiblemente condicionadas por este presupuesto. Así pues, sus preceptos deben
responder a los principios que inspiran la ordenación jurídica española y las soluciones que nos
suministren han de encajar coherentemente en la ordenación general 44.
Con esto no se discute que deba tratarse de forma distinta lo que es diferente 45;
lo que se afirma es que los parámetros de inspiración deben responder a una constante
41
Véase el análisis que sobre este punto realiza Kahn-Freund, en loc.cit nota 41 págs. 166-176.-
42
Cfr. Rigaux, en lo.cit. nota 15, págs. 366 y ss. En relación con esta cuestión nos parece particularmente
significativa la Resolución del I.D.I. adoptada en su sesión de Atenas en 1979, cuando estima que las
partes pueden seleccionar como derecho aplicable a los contratos celebrados entre particulares y Estados,
tanto las disposiciones de origen interno como las de fuente internacional, así como los principios que las
inspiran o incluso, una combinación de estos criterios (cfr. Annuaire Institut de Droit Internacional, vol.
LVIII, Basilea, 1980, pág. 154).-
43
Véase a Picchio Forlati, «Critères de rattachement et règles d’applicabilité à l’heure de la protection des
droits de l’homme en Europe», Revista di Diritto Internazionale Privato e Processuale, n. 4, 2005, págs.
907 y ss.-
44
Espinar Vicente, «Constitución, desarrollo normativo y Derecho internacional privado», REDI, 1986,
págs. 109 y ss. Sobre el carácter nacional del Derecho internacional privado véase también a Jacquet, «La
fonction supranationale de la règle de conflict de lois», R. des C. T. 292, 2001, pág. 159 y ss.
estructural única. Dicho de otro modo, los principios constitucionales que inspiran la
regulación de cada materia, vinculan al legislador a la hora de establecer los preceptos
de Derecho internacional privado, así como a los Jueces y a las Autoridades a la hora de
aplicarlos46. El núcleo esencial de los derechos y libertades fundamentales del Título primero
de la Constitución constituye un punto de partida común para construir la regulación de
todas las instituciones a las que se refiere, tanto en su vertiente de tráfico interno como
en la de tráfico externo. No es que hayan de regularse en paralelo, sino que el punto
básico de partida, el límite mínimo para el goce de todos los derechos, es común para
nacionales y extranjeros, con independencia del carácter interno o internacional de las
situaciones o relaciones que protagonicen. Sólo a partir de ese mínimo esencial la
regulación podrá discurrir por líneas divergentes, hasta que la divergencia del
tratamiento jurídico no pueda justificarse con base en la diferencia objetiva que el
elemento extranjero imprime en el objeto que se regula.
Toda persona que entra en contacto con el Sistema jurídico español, queda
amparada por los principios estructurales básicos que consagra su Constitución.
Las normas de Derecho internacional privado no pueden positivarse ni aplicarse
al margen de estos principios. Las soluciones de un sistema extranjero, que
fuesen reclamadas por las normas de conflicto del foro, tampoco podrán resultar
operativas si no encajan coherentemente en el esquema de derechos y libertades
fundamentales que la Constitución considera patrimonio de cualquier individuo.
[Cfr. artículo 13.1 de la Constitución].
Este tramo de regulación del tráfico externo tiene tal transcendencia sobre la
ordenación final del supuesto que resultaría casi imposible entenderla sin referirnos
necesariamente a él. Establecida la conexión entre el sistema de Derecho internacional
privado y la cúspide de la estructura normativa, ha de subrayarse ahora la íntima
relación que se produce entre la regulación de cada instituto a nivel interno y la que se
establece para el tráfico internacional. Los principios generales básicos que inspiran y se
desprenden del tratamiento de cada materia a nivel de tráfico homogéneo han de ser
respetados al articular y aplicar el régimen previsto para los supuestos de carácter
heterogéneo. Así por ejemplo, si en nuestro Derecho el matrimonio se concibe como
una relación exogámica (y nótese que no nos estamos refiriendo un principio
constitucional) nunca podrán aceptarse en el Sistema español matrimonios celebrados
entre hermanos. Cualquier unión que vulnerase este pilar no podría tener la
consideración de matrimonio a la luz de nuestro sistema, con independencia de que se
hubiera conformado (o pudiera conformarse) con total validez al amparo de un
Ordenamiento extranjero que partiese de valores distintos. Nuestro orden público se
45
Por el contrario entendemos que uno de los pilares en los que se sustenta la fundamentación interna del
Derecho internacional privado se encuentra en el artículo 14 de la Constitución. La necesidad de proveer
de una regulación diferencial al tráfico externo encuentra una sólida razón en el propio artículo 14 y en su
interpretación por el Tribunal Constitucional. Es preciso dotar de soluciones jurídicas distintas a
supuestos que son diferentes, para equilibrar el resultado de su regulación. En consecuencia, lo
heterogéneo, en contraste con lo homogéneo, debe en muchos casos regularse de un modo distinto. Lo
que queremos decir es que su carácter diferencial no justifica la utilización de criterios que se desvíen de
los que inspiran al Sistema (véase Espinar Vicente, en loc.cit nota 30 págs. 145 y ss). Sobre los riesgos de
discriminación en Derecho internacional privado véase Rodríguez Pineau, «La inconstitucionalidad del
artículo 9.2 CC de 1974 (Comentarios a la STC 39/2002, de 14 de febrero)», REDI, 2002, págs. 243 y ss.
46
Véase a González Campos, «The Spanish Constitution and Private Internacional Law in constitucional
jurisprudence», SYIL, n. 9, 2003, págs. 1-26. Igualmente a Álvarez González, «Desarrollo y
normalización constitucional del Derecho internacional privado español» Obra homenaje al profesor
Julio D. González Campos, T. II, Madrid, 2005, págs. 1139 y ss.
47
Rigaux, Droit internacional privé, T. I, Bruselas, 1977, págs. 104-107. Véase Carrillo Salcedo, en
loc.cit. nota 25, págs. 171 y ss; y Pérez Vera, «El Derecho del foro ante el método de atribución;
reflexiones en torno a su juego prioritario», en Estudios de Derecho internacional privado y público en
homenaje al profesor Luis Sela Sampil, Oviedo, 1970, págs. 917 y ss. -
48
Vid supra sobre la necesidad de establecer el foro mediante un proceso de simulación cuando, en la fase
de análisis, no resulta necesaria la intervención de ninguno de los órganos encargados de declarar el
derecho controvertido o de controlar la aplicación del Derecho privado de los particulares.-
49
En contraposición los profesores Fernández Rozas y Sánchez Lorenzo (Derecho internacional privado,
Madrid, 1999, págs. 28-29) consideran que el carácter privado se explica en que los dos sujetos de la
relación han de ser sujetos de Derecho privado o de Derecho público que actúan con carácter privado, lo
que les lleva a excluir el Derecho de la nacionalidad, el Derecho de extranjería, el Derecho fiscal
internacional, el Derecho penal internacional y el Derecho administrativo internacional del contenido del
Derecho internacional privado. En el mismo sentido Calvo-Caravaca y Carrascosa González, Derecho
internacional privado, vol. I, Granada, 2005, pág. 11. -
50
Batiffol «Tendences doctrinales actuelles en Droit internacional privé», R. des C. T. 72, 1948, págs. 42
y ss. ha querido subrayar la inclusión de las relaciones de derecho público como materia propia del
Derecho internacional privado y no como una cuestión sometida a una técnica diferente.
51
Vid Batiffol y Lagarde, Droit internacional privé, París, 1981, pág.7.
52
Sobre la importancia de considerar las relaciones estructurales de los cuatro sectores véase los
magníficos trabajos del profesor González Campos, en «Les liens entre la compêtence judiciaire et las
compêtence legislative en Droit internacional privé», R. des C. T. 156, 1977, págs. 233 y ss.; «Las
relaciones entre forum y ius en Derecho internacional privado. Caracterización y dimensiones del
problema», ADI, 1977-78, págs. 93 y ss.-
53
González Campos, en loc.cit. nota 18, pág. 31.-
b) El Sistema jurídico español se alinea con aquellos otros que establecen la ciudadanía
del sujeto como índice substancial para determinar la vinculación primaria entre la
persona y el Ordenamiento. En consecuencia, el segmento normativo destinado a definir
quienes ostentan la nacionalidad española de forma efectiva en cada momento
considerado, constituye una clave previa para el tratamiento de un gran número de las
cuestiones que integran el objeto de esta rama del Derecho. Por otra parte, además, dentro
del Derecho de la nacionalidad se incluye un aspecto que transciende lo puramente
instrumental y que ha de regularse y resolverse mediante las técnicas propias de esta
especialidad. Nos referimos concretamente a los casos de plurinacionalidad, en cuya
configuración se aprecian caracteres sensiblemente similares a los descritos en referencia al
objeto de esta disciplina.
c) El llamado, en términos clásicos, “conflicto de jurisdicciones”, al que debería adscribirse un
contenido amplio, de forma que comprendiese las normas de competencia judicial
internacional, las relativas al reconocimiento y ejecución de decisiones extranjeras, así
como las atinentes al arbitraje internacional y a los actos de jurisdicción voluntaria en los
que se evacuen expediente de tráfico externo 54. A todo ello podrían añadirse las
disposiciones referentes a las especialidades rituarias que determina la presencia del
elemento extranjero en los procesos judiciales y las concernientes a algunos asuntos de
carácter netamente administrativo.
d) Finalmente el sistema de Derecho internacional privado encuentra su núcleo esencial
en el conjunto de disposiciones que establecen la reglamentación del tráfico privado
internacional en cada uno de los sectores del Ordenamiento. Para ello se utilizan una
pluralidad de métodos y técnicas normativas, a las que nos referiremos en el próximo
capítulo, y que permiten obtener respuestas adaptadas a cualquiera de los aspectos que
puede revestir la proyección internacional de la vida de las personas.
5. El carácter especial y general del Derecho internacional privado.
54
Niboyet Manuel de Droit Internacional Privé, París, 1928 y Torres Campos en loc.cit. nota 15 ya
mantenían que un sistema de Derecho internacional privado debe integrar el conjunto de preceptos
destinados a regular aquellos procedimientos de control estatal sobre la aplicación del Derecho privado
por los particulares que no exigen la intervención de una instancia jurisdiccional en cuanto tal.
55
Mayer Droit international privé, Paris, 1.977, págs. 2-3, señala que el Derecho internacional privado
“no se ocupa de regular íntegramente la cuestión planteada” sino que únicamente atiende “a los
problemas específicos directamente ligados al carácter internacional de la misma”.
56
Como ha escrito Aguilar Navarro, Derecho internacional privado, vol. I, T. II, Madrid 1977, pág. 87 no
se puede negar el carácter internacional de un supuesto por el hecho de quedar sometido a la regulación
de unas normas internas; aún sin dejar de ser lex fori, la disposición puede operar de modo distinto según
deba aplicarse al tráfico externo o el interno. En cualquier caso, como señala Van Hecke «Principes et
méthodes en Droit internacional privé», R. de C. T. 126, 1969, pág. 409, la presencia del elemento
extranjero supone siempre una complicación en la aplicación de la ley del foro, en el mejor de los casos.-
57
Para un desarrollo de estas ideas cfr. Espinar Vicente, en loc.cit. nota 30, en especial, pág. 106 y ss.-
gran afinidad y otras veces resultan muy distintos, pero que todos se enmarcan en un cuadro
común globalizado, donde los fundamentos organizativos se hallan en fase de transformación 58.
Carrillo Salcedo59, siguiendo a Pureza, esboza un paradigma del nuevo orden
internacional basado en la sustitución de tres principios claves del modelo anterior: el de la
reciprocidad por el de la equidad; el de la neutralidad axiológica por el de la legitimidad y el de
la exclusividad de la Soberanía del Estado por el de la primacía de los intereses de la
Comunidad Internacional. La progresiva sustitución de los ejes tradicionales por otros distintos,
unido a la conformación multicultural de la humanidad y a la resistencia a abandonar los viejos
esquemas ha transformado la ambientación de las relaciones privadas internacionales. En estas
coordenadas, un supuesto de tráfico externo puede poner en relación a Sistemas jurídicos
pertenecientes a Estados particularmente afines o conectar Ordenamientos enraizados en
culturas muy diferentes60. En atención a la identidad o diversidad de los valores que inspiran la
ordenación de los Derechos que se vinculan a cada asunto estos escenarios pueden ser
clasificados en las siguientes cuatro categorías:
a) El escenario de la “integración jurídica”, que se caracteriza por poner en relación a una
serie de Ordenamientos jurídicos que parten de unas líneas de inspiración muy afines y
dotan a algunas de sus instituciones de una regulación muy parecida. Obviamente, cuando
un asunto de Derecho internacional privado se suscita en este escenario, el resultado que
se obtendría aplicando uno u otro de estos Sistemas presentaría diferencias de mero
matiz. Si el tráfico privado internacional alcanza en este entorno un volumen sustancial,
la solución que se manifiesta como más adecuada sería la de unificar el derecho material
de esos Estados61 y, de ser preciso, introducir unas disposiciones uniformes que
atendiesen a las peculiaridades de los supuestos de carácter internacional. Esta labor
puede llevarse a cabo a través de fuentes internacionales (tratados multilaterales) o
mediante instrumentos emanados de instituciones u organizaciones internacionales a las
que los Estados hayan cedido competencias legislativas (como es el caso de la Unión
Europea). De esta manera se establece una suerte de Derecho común, complementado con
previsiones específicas para los asuntos objeto de esta especialidad jurídica.
58
Véase al respecto Jayme, «Identité culturelle et intégration: le droit privé postmoderne: Cours general
de Droit internacional privé», R. des C. T. 251, 1995, pág. 56. Igualmente a De Miguel Asensio en «El
Derecho internacional privado ante la globalización, AEDIPr, n. 1, 2001, págs. 37 y ss. poniendo el
acento en el papel protagonista que puede desempeñar el Derecho internacional privado con la
globalización postindustrial.
59
Carrillo Salcedo, «Influencia de la noción de comunidad internacional en la naturaleza del Derecho
internacional público», Obra homenaje al profesor Julio D. González Campos, T. II, Madrid, 2005, págs.
185-186. Sobre el tema, vid Pureza, El patrimonio de la humanidad. ¿Hacia un Derecho internacional de
solidaridad?, Madrid, 2003 passim.-
60
La comunidad universal de derecho es auténticamente universal y abarca sistemas que no son
solamente diferentes, sino que, a veces, resultan radicalmente contrapuestos. Baste recordar como, a
principios de los años setenta, se llegó a hacer clásica la distinción entre los conflictos de sistemas y los
conflictos de civilizaciones. La obra de Elgeddawy Relations entre systèmes confessionnels et laïques en
Droit internacional privé, París, 1971, resulta uno de los mayores exponentes de esta línea.-
61
Sobre la cuestión vid Sánchez Lorenzo, Derecho privado europeo, Granada, 2002. Igualmente, «La
función de las técnicas conflictuales en los procesos de unificación del Derecho privado material», Obra
homenaje al profesor Julio D. González Campos, T. II, Madrid, 2005, págs. 1765-1786.
62
Un ejemplo de este escenario nos lo proporciona el espacio judicial europeo (por utilizar la
terminología de Fernández Rozas, en «La cooperación judicial en los Convenios de La Haya de Derecho
internacional privado», REDI, 1993, págs. 81 y ss.), entendiendo por tal no sólo el marco de la Unión,
sino uno más amplio que se ha ido estructurando con independencia del anterior. Pues bien, dentro de este
ámbito, las normas de competencia judicial y reconocimiento de actos y decisiones extranjeros,
contenidas en los Reglamentos comunitarios y en los Tratados de Bruselas y Lugano, se complementan
con las disposiciones que se establecen en otros convenios de alcance multilateral o bilateral en los que se
articulan mecanismos de coordinación para los procedimientos civiles, a nivel de acceso a la justicia,
representación gratuita, notificaciones, obtención y traslado de pruebas, comisiones rogatorias y demás
mecanismos de asistencia y cooperación. Este entramado coordina la actuación judicial sin unificar, ni
necesariamente aproximar las bases de su ordenación rituaria. No se trata de una integración jurídica, sino
de una mera coordinación que, no obstante, incide de forma drástica en el tratamiento de las cuestiones de
tráfico privado internacional. Resulta obvio que nunca será lo mismo ventilar un pleito internacional en el
marco de estas características que en el cuadro de un panorama distinto.
63
Utilizamos la expresión de Derecho internacional de la cooperación, por entender que ésta es el
fundamento general del actual Derecho internacional privado autónomo, en el sentido en el que la
expresan Fernández Rozas y Sánchez Lorenzo, en Derecho internacional privado, Madrid, 1999, págs. 56
y ss.
Estos escenarios ideales pueden coincidir o no con espacios imaginarios compuestos por
un número de Estados concretos; pero para aprehender bien la idea que se pretende transmitir es
muy importante entender que los marcos de referencia se integran por “institutos” afines o
antagónicos y no por Ordenamientos tomados en su conjunto. Esto quiere decir que entre dos
mismos Sistemas pueden generases espacios de integración o de confrontación en relación con
uno u otro sector de su legislación64.
II. LOS MÉTODOS EN DERECHO INTERNACIONAL PRIVADO.
El método constituye un procedimiento destinado a la realización de un fin ; en
consecuencia, habremos de distinguir dos acepciones básicas del término al referirlas al
Derecho internacional privado. La primera se corresponde con el camino que ha de
seguirse para la construcción y aplicación del sistema positivo y la segunda es la que debe
utilizarse para el análisis científico de sus problemas. Aquí vamos a ocuparnos de la
primera, que en realidad es una variable dependiente del concepto de Derecho
internacional privado del que se parta.
1. Concepto y método.
Hemos tenido ocasión de ver cómo el “factor de extranjería” que caracteriza el objeto de
esta disciplina, constituye el elemento integrante de una relación que se suscita en el foro y que se
halla conectado con un Ordenamiento distinto. A partir de esta constatación se suscitan dudas sobre
cuál debe ser el camino que ha de seguirse para regular satisfactoriamente un asunto de estas
características. Pues bien, este panorama permite ser contemplado desde varias perspectivas. Puede
considerarse desde el punto de vista que proporcionan las normas en presencia, o puede enfocarse
desde la óptica que ofrece el propio supuesto 65. Si se atiende exclusivamente a las normas, se está
partiendo de una concepción previa, claramente definida: el Derecho internacional privado tiene
como finalidad determinar cuando debe aplicarse un precepto de la ley del foro y cuando debe
atribuirse su regulación a una disposición extranjera. Si, por el contrario observamos el problema
desde el ángulo del supuesto, el objetivo de esta rama jurídica, no se centra tanto en determinar
cuando ha de aplicarse una u otra Ley, sino en encontrar soluciones jurídicas apropiadas para regular
las relaciones y situaciones internacionales. Junto a estas dos formas claves de percibir la cuestión,
existen otros enfoques que determinan diferentes objetivos o matizan los descritos. A cada forma de
percibir la ecuación concepto-finalidad le corresponde un método propio. Vamos a referirnos en esta
sede a las concepciones de carácter tradicional, transformadas a través de su génesis histórica.
2. La concepción unilateralista.
64
A veces pueden apreciarse los problemas propios de este escenario de la confrontación cuando la
cuestión de tráfico externo pone en contacto a ordenamientos de países que intervienen en el mismo
proceso de integración. Un ejemplo de los que queremos decir se ve dentro del proceso comunitario de
integración económica con la acciones de tutela de intereses colectivos y difusos de los consumidores.
Como ha puesto de relieve Paredes Pérez «La tutela jurisdiccional internacional de los intereses
colectivos y difusos de los consumidores. Problemas actuales y propuestas de futuro», Estudios sobre
Consumo, n. 79, 2006, págs. 75 y ss. la ausencia de regulación y el distinto contenido regulador en los
países en las que están previstas suscitan claras situaciones claudicantes en este ámbito.
65
Véase el análisis de la posición mantenida por Steindorff, Sachnormen im internationalen Privatrecht,
Francfurt, 1958 en Kegel, «The crisis of the conflict of laws», R. de C. T. 112, 1964, págs. 238-251.-
La concepción unilateralista parte de una idea rígida de la Soberanía 66 y 67. Cada Estado
goza de competencia para fijar los límites espaciales de las normas que promulga, pero carece
de jurisdicción para establecer la esfera de eficacia de los preceptos pertenecientes a otros
Ordenamientos. Por lo tanto, cada vez que se plantea el problema de la reglamentación jurídica
de una situación o relación, el intérprete jurídico debe analizar primero si la cuestión en estudio
cae dentro de la esfera de aplicación de las normas del foro y, en caso negativo, deberá buscar el
precepto aplicable estudiando el ámbito espacial de eficacia de cada norma extranjera
potencialmente aplicable; pero deberá hacerlo en atención a tal y como éste aparece definido en
su respectivo Sistema, sin introducir ningún otro elemento valorativo. La suma de cada una de
estas delimitaciones individuales genera un mapa ideal en el que puede verse la distribución de
las distintas competencias legislativas de los Estados en el panorama internacional 68.
66
Nos referimos en este apartado únicamente al denominado unilateralismo absoluto, interno o
introverso, no al denominado unilateralismo parcial –como vamos a ver, no es un unilateralismo tan
ambicioso como el interno, pues no propugna la sustitución del método bilateral por otro distinto, sino la
pervivencia (junto a la norma de atribución) de un tipo de normas de la lex fori que resultan aplicables sin
la mediación de la norma de conflicto bilateral cada vez que las situaciones internacionales se hallan
comprendidas en su ámbito espacial de aplicación (Véase Francescakis, «Quelques précisions sur les lois
d’application inmédiate et leurs rapports avec les règles de conflit de lois», Revue Critique, 1996, pág.
16), ni al llamado unilateralismo externo, que no es un auténtico unilateralismo porque se trata de una
concepción que parte de la realidad misma de las norma de conflicto bilateral. En efecto, con excepción
de P. Picone en «La méthode de la référence à l'ordre juridique compétent en droit international privé », R. de C. T. 197, pág.
247, que considera que la norma de conflicto juega el papel de establecer los límites de aplicabilidad de la
ley del foro, para los partidarios de esta última concepción doctrinal la norma de conflicto bilateral no
determina en ningún caso el ámbito de aplicación de la lex fori, se limita sólo a definir los límites de
eficacia espacial que atribuye a las leyes extranjeras. En el unilateralismo externo la remisión a un
Derecho extranjero es el efecto propio de la aplicación de la norma de conflicto. Todo lo contrario de los
que sucede con la lex fori, cuyo título de aplicación no resulta tanto de la operatividad de una norma
bilateral como de un principio general de aplicación de su Derecho por el juez (Véase Ago, «Règles
gènèrales des conflits de lois» R. des C. T. 58, 1936, pág. 294 y ss; Morelli, Elemento di Diritto
internazionale privato, Nápoles, 1971, pág. 16 y ss; Monaco, L’efficacia dela legge nella spazio (Diritto
internacionales privato, Turín 1964, pág. 25 y ss.).
67
Distintas nociones han servido de fundamento para las doctrinas unilateralistas [la noción de soberanía
estatal (Schell y Niedner), intereses estatales (Currie), intereses privados (Quadri) y el respeto de los
derechos adquiridos (Gothot)], pero, como señala Patocchi en Régles de rattachement localisatrices et
règles de rattachement à caractère substantiel, Ginebra 1985, pág. 221, todas ellas tienen como
denominador común la búsqueda y la observación del ámbito de aplicación espacial del derecho interno.
68
Gothot, «Le renouveau de la tendance unilatéraliste en droit international privé», Revue Critique, 1971,
pág. 14. Esta representación puede dar origen a tres posibles formas de presentarse el “conflicto
legislativo” en la práctica. Puede ser que únicamente uno de los Sistemas implicados manifieste una
auténtica vocación de ser aplicado, con lo que la colisión queda resuelta. Puede ser que dos o más
Sistemas deseen regular la cuestión, lo que nos depararía un “conflicto positivo”: o cabe la posibilidad de
que ninguno muestre interés en regular el asunto, lo que nos llevaría a un “conflicto negativo”. Las
distintas soluciones propuestas ponen de relieve las quiebras en de los planteamientos unilateralistas.
Como señala Loussouarn en «Cours general de droit internacional privé», R. des C. T. 139, 1973, la
solución más acorde con el espíritu unilateralista sería la declaración de incompetencia por parte del juez
competente. Por el contrario, las soluciones propuestas se dirigen bien a extender el ámbito de aplicación
de la lex fori, o bien a bilateralizar la norma de conflicto unilateral. Soluciones que terminan por
desvirtuar el punto de partida del que arranca la concepción unilateral. -
69
Quadri, Lezioni di Diritto internazionale private, Nápoles, 1968, pág. 67.-
70
Currie, «Notes on methods and objectives in the conflict of laws», en Selected Essays on the Conflict of
Laws, Durham 1963, págs. 183-184.-
71
Evrigenis, «Tendentes doctrinales actuelles en Droit internacional privé», R. des C. T. 105, 1966, págs.
358-359.-
72
La reducción de lo internacional a lo interno queda patente en la doctrina de Gothot, quien considera
como supuestos verdaderamente internacionales y, por tanto, necesitados de una reglamentación especial,
todos aquellos casos en los que se produce una laguna (conflicto negativo) al no tener ninguna ley estatal
voluntad de aplicación. En tales casos, «rien n’empêche alors un Etat de régler des telles espèces sans
recourir à une règle prenant pour critère la volonté d’application d’une loi interne» Cfr. Gothot, en
oc.cit. nota 72, pág. 32.-
73
Sobre el método multilateral, véase Picone, Ordinamento competente e Diritto internazionale privato,
Padua, 1986, en especial págs. 7 y ss. y 25 y ss.
74
Savigny estableció los cimientos de una nueva orientación que, con transformaciones y concreciones
sucesivas, ha supuesto la base operativa de las principales construcciones internacional privatistas en
nuestra órbita jurídica. Uno de los elementos necesarios para comprender el llamado giro copernicano de
Savigny (como bautizó Gutzwiler, en loc.cit. nota 30, págs. 291 y ss., radica en que distingue entre la
relación de derecho y la institución. La relación de derecho posee dos elementos: el material y el formal;
el primero se refiere a los vínculos que puede establecer la voluntad humana con respecto a las cosas u
otras personas; y el segundo viene determinado por la aprehensión jurídica de ese vínculo. La institución,
por su parte, constituye el modo de expresión sistemático de las reglas jurídicas (Savigny, loc.cit. nota 4
pág. 224). Las normas son proposiciones aisladas que cobran sentido orgánico en sede del esquema que
las agrupa en torno a los objetos sobre los que se proyecta sus respectivas acciones jurídicas (derecho de
familia, de cosas y obligaciones, fundamentalmente), (Savigny, ibidem, págs. 230-231). Este conjunto de
instituciones se integra, a su vez, en la estructura global de un Sistema de Derecho. Pues bien, las
relaciones de derecho obtienen su regulación en el Sistema y, si se las disecciona en sus distintos
componentes, puede comprobarse cómo cada elemento se integra en el ámbito de regulación de una
institución distinta. Por consiguiente, escribe Savigny, «cuando las instituciones de derecho se perciben
aisladas pueden ser combinadas arbitrariamente; mientras que cuando la relación de derecho se revela
por los acontecimientos de la vida real, nos aparece directamente y bajo su forma correcta» (Savigny,
ibidem pág. 27). Esta distinción entre relación e institución le permitiría aprehender el objeto del Derecho
internacional privado desde una perspectiva nueva y diferente. En lugar de preguntarse por el ámbito de
eficacia espacial de las instituciones, se cuestiona en torno a cuáles son las relaciones de derecho
sometidas a cada institución. Partiendo de esta premisa, el paradigma de Savigny se construiría en torno a
la siguiente idea fundamental: la llamada colisión entre las leyes debe resolverse sobre la base de buscar
para cada relación de derecho (es decir, el supuesto de la vida real contemplado por el Derecho) el ámbito
de poder jurídico (es decir, el sistema y no la institución ni las normas) a que esta relación pertenezca por
su naturaleza, donde tenga su sede (Savigny, ibidem , pág. 140 y pág.194).
En sus orígenes no supuso una ruptura drástica con las concepciones anteriores y
coetáneas75. Se trataba de encontrar la “norma aplicable”, pero no a través de la lógica de su
vocación de aplicabilidad76, sino de la conexión que manifestase el supuesto con un
Ordenamiento determinado. Para los seguidores de esta corriente, toda relación jurídica presenta
unos caracteres de los que es posible deducir donde se encuentra su sede de regulación natural.
Basta con estudiar sus características para saber cual es el Derecho llamado a regirla. El
legislador debe representarse el supuesto, diseccionarlo y analizar cada uno de sus elementos
integrantes, al objeto de determinar cuales de ellos son los más significativos, los que expresan
su auténtica esencia. Una vez identificados, considerará que allí donde se produzcan es donde la
relación o situación de que se trate tiene su auténtica sede de regulación. Así por ejemplo, al
estudiar los componentes de las relaciones no contractuales, puede entender que todos los
elementos gravitan en torno a una idea nuclear: la del daño. Habiendo llegado a esta conclusión
formulará una norma de conflicto multilateral, que puede ser redactada del siguiente modo: Las
obligaciones no contractuales se regirán por la ley del lugar donde hubiere ocurrido el hecho
de que deriven. Cada vez que un Juez español deba ventilar una cuestión relativa a una
responsabilidad de este tipo, sabrá que debe aplicar la ley donde se haya producido el daño en el
que traiga causa. Esta ley podrá ser la española o la de un tercer país y, en este último caso, la
aplicará porque su ordenamiento jurídico le conmina a ello; porque es la consecuencia jurídica
de “su” norma de conflicto.
75
Véase González Campos «El paradigma de la norma de conflicto multilateral», en Estudios jurídicos en
homenaje al profesor Aurelio Menéndez, Madrid, 1996, pág. 5249, Savigny no adoptó una posición
dogmática sobre la elección de la relación jurídica como punto de partida en lugar de la norma jurídica,
sino que «la considera como una alternativa teórica al afirmar que los vínculos entre la relación jurídica
y la norma jurídica pueden ser concebidos desde dos ángulos diferentes: el imperio o supremacía
(Herrschaft) de las normas sobre las relaciones jurídicas o la sumisión de éstas a las normas. Agregando
significativamente que las dos maneras de plantear la cuestión sólo difieren en su punto de partida, pues
se trata del mismo problema» (véase en el mismo sentido a Van Hecke, «Principes et méthodes de
solution des conflits de lois», R. des C. T. 126, 1969, págs. 399 y ss; Lalive, «Tendances et méthodes en
Droit international privé», R. des C. T. 155, 1977, pág. 114); o más actualmente Jacquet, «La fonction
supranationale de la règle de conflit de lois», R. des C. T. 292, 2001, págs. 151 y ss.
76
Dos premisas fueron las que finalmente llevaron a Savigny a decantarse a favor de la relación jurídica
(véase, Patocchi, en loc.cit. nota 71 págs. 202-205): su concepción privatista y racionalista del Derecho,
así como su idea de la existencia de una comunidad de Derecho. La influencia de Kant y el idealismo
alemán le llevó a distanciarse de las corrientes estatutarias desde una doble perspectiva: racionalista e
individualista (Véase De Nova, «Historical and Comparative Introduction to Conflict of Law», R. des C.
T. 118, 1966, págs. 441-447). Racionalista, porque la finalidad que obedece la elaboración sistemática de
su método es una respuesta totalmente contraria a la pretendida por las doctrinas estatutarias con base al
método casuístico, al análisis ad casum. Individualista, porque no concebía la norma jurídica como la
expresión de un poder soberano, sino, todo lo contrario, como un poder del individuo. De este modo,
reduce las normas que persiguen intereses públicos al rango de categoría anormal. Por otro lado, Savigny
(em loc.cit. nota 4 págs. 139 y 140) logra imprimir también el sello universalista de su construcción tras
observar la existencia de una comunidad de derecho entre los diferentes pueblos que no sólo le posibilita
una percepción afín de los caracteres de la relación jurídica –la equivalencia entre la ley del foro y la lex
aliena-, sino también la visión uniforme de su naturaleza y, por consiguiente, el vínculo universal de la
relación jurídica en el ámbito de eficacia de un determinado Derecho. Por esta razón Patocchi (en loc.cit.
nota 71, pág. 207) señala que el enfoque que consiste en delimitar el ámbito de aplicación de las normas
está presente en el criterio formal de la relación jurídica. Savigny] excepciona dicho principio de base (la
igualdad entre la ley extranjera y la ley del foro) cuando no existe comunidad jurídica en dos casos en los
que deviene aplicable a título exclusivo la lex fori: las instituciones desconocidas y las leyes de una
naturaleza positiva rigurosamente obligatoria (vid al respecto, Rodríguez Mateos, «Una perspectiva
funcional del método de atribución», R.E.D.I. n. 1, 1988, pág. 84).-
de las ocasiones no se pretenda otra cosa que hacer ciertas modificaciones en el Derecho
extranjero que es reclamado por la norma de conflicto, a fin de hacerlo efectivamente
aplicable, sin consecuencias perturbadoras o resultados contradictorios: en cualquier forma
que la adaptación se haga, la norma material aplicable no es la extranjera que declara
competente la norma de conflicto, sino otra diferente creada “ad hoc” por el juez para la
solución del caso que tiene presente”.
Las líneas mas actuales en la evolución de esta corriente apuntan hacia una
flexibilización en la formulación de las normas que instrumentan el método, de tal forma que la
localización pueda hacerse apoyándose más en el supuesto de la vida real que en la categoría
jurídica en la que se encuadre 81. El principio de proximidad de Lagarde 82 constituye un claro
paradigma. Por otro lado se aprecia una importante tendencia a reforzar la esencia sustancial del
precepto atribución, construyéndolo de tal forma que se oriente hacia la consecución de un
resultado material concreto83. Como veremos en el próximo capítulo, el objeto de la preocupación se
ha ido desplazando de la situación o relación jurídica a la situación o relación de hecho.
4. Concepciones, objetivos, métodos y técnicas de positivación.
81
Esto se debe a que la doctrina bilateralista contemporánea terminaría amputando al principio de la sede
de la relación jurídica su premisa fundamental: la naturaleza de la relación jurídica en el seno de la
comunidad jurídica de naciones. En efecto, de simple principio formal en Savigny la sede de la relación
jurídica se convierte para el multilateralismo contemporáneo en la clave de bóveda del nuevo edificio
bilateral: un principio material per se suficiente para encontrar las soluciones más apropiadas (véase
Patocchi, Régles de rattachement localisatrices et règles de rattachement à caractère substantiel,
Gèneve, 1985, pág. 213-215; Bucher, «L’ordre public et le but social des lois en Droit internacional
privé», R. des C. T. 239, 1993, pág. 62-63). Para la determinación de la pertenencia de una situación a un
ordenamiento jurídico se pasa a prestar más atención a la auténtica ambientación social del supuesto que a
la naturaleza jurídica del tipo ideal en el que se encuadra. Como consecuencia, la localización deviene un
concepto autónomo del Derecho internacional privado (justicia conflictual) en un periodo marcado
metafóricamente por el llamado impresionismo jurídico que terminaría por considerar a la disciplina
como un Derecho de conexión, al margen de la órbita de los objetivos de Derecho material (véase
Loussouarn, «Cours general de Droit internacional privé», R. des C. T. 139, 1973, pág. 338 y ss.;
Loussouarn y Bourel, Droit international privé, Paris, 1999, págs. 141 y ss).
82
Lagarde, «Le principe de proximité dans le Droit international privé», R. des C. T. 196, 1986, págs. 11
y ss.
83
Patocchi « Régles de rattachement localisatrices et règles de rattachement à caractère substantie »l,
Gèneve, 1985, en especial págs. 243 y ss.; Audit, «Le caractère fonctionnel de la règle de conflit (sur la
crise de conflit de lois)», R. des C. T. 1984, págs. 219 y ss; Juenger, «General Course on Private
Internacional Law», R. des C. T. 1985, pág. 131 y ss; Loussouarn, «La règle de conflit est-celle neutre?»,
en Trav. Com. Fr. Dr. In. Pr. 1980-81, París, 1981, págs. 43 y ss.-
84
Es sobre todo a partir de los años sesenta, cuando las aportaciones de Wengler («The General Principles
of Private Internacional Law», R. des C. T. 104, 1961, págs. 289 y ss. y Batiffol «Le pluralisme des
méthodes en Droit internacional privé», R. des C. T. 139, 1973, págs. 75 y ss.), así como la aproximación
entre los planteamientos de la Europa continental del oeste y los angloamericanos dotan de un nuevo
impulso a la doctrina internacionalista (véase estos planteamientos en Calvo Caravaca, «La norma de
conflicto del siglo XXI», Obra homenaje al profesor Julio D. González Campos, T. II, Madrid, 2005,
págs. 1351 y ss). En efecto, frente a los esfuerzos por dotar de primacía a uno u otro método
(bilateralismo-unilateralismo), se abre una línea que acepta el pluralismo metodológico para arbitrar su
coordinación de un modo capaz de evitar el enfrentamiento. A partir de este estadio, magistralmente
sintetizado por Kegel («The Crisis of Conflits of Laws», R. des C. T. 112, 1964, pág. 95 y ss.) las
construcciones doctrinales comenzaron a admitir como un topos alternativo al de la técnica única, el del
tríptico de métodos que se integra por el bilateralismo, el sustantivismo y el unilateralismo limitado
(como explicación al juego de las normas de aplicación inmediata de la lex fori o de terceros
ordenamientos). La progresión intelectual que propone Pérez Vera («El Derecho del foro ante el método
de atribución; reflexiones en torno a su juego prioritario», en Estudios de Derecho internacional privado
y público al profesor Luis Sela Sampil, Oviedo, 1970, págs. 917 y ss.) constituye una ejemplificadora
síntesis de la forma en la que puede producirse esta colaboración: primero, se averigua si alguna
disposición interna se aplica con carácter necesario al supuesto o a un segmento del mismo; después se
procede a comprobar qué aspectos quedan cubiertos por las normas materiales especiales y, finalmente se
aplica la norma de conflicto bilateral. Posteriormente, en la década de los ochenta la preocupación por el
pluralismo metodológico cede ante una reflexión más centrada en el multiculturalismo. No es que se
impugne o se ignore la existencia de los demás métodos; lo que ocurre es que, abstracción hecha de las
otras realidades, se intenta depurar a la norma de conflicto de sus componentes mecanicistas, bien sea
orientando materialmente sus resultados, bien flexibilizando la localización, o bien dotándola de los
correctivos necesarios para conseguir de ella una mejor capacidad de respuesta. Esto explica que los
trabajos de las últimas décadas hayan proyectado preferentemente su atención hacia un elenco de
fórmulas posibles para una flexibilización y para una adecuación del método a sus objetivos, así como
hacia un análisis de las nuevas soluciones legislativas y comportamientos jurisprudenciales más recientes,
buscando fórmulas superadoras del funcionamiento clásico del método de base (cfr. Von Overbeck, «Les
questions générales du Droit internacional privé à la lumière des codifications récentes», R. des C. T. 176,
1982, págs. 23 y ss.; Parra-Aranguren, «General Course of Private Internacional Law: Selected
Problems», R. des C. T. 210, 1988, págs. 25 y ss.; así como la obra de Vassilakakis, Orientations
méthodologiques dans les codifications récentes du Droit internacional privé en Europe, París, 1987).
Las nuevas construcciones planean sobre una serie de topoi básicos que se articulan a partir de sendas
críticas al paradigma. Si enfocamos esas críticas desde esa perspectiva deconstructivista que apunta
Sánchez Lorenzo («Postmodernismo y Derecho internacional privado», REDI, n. 2, 1994, págs. 557 y
ss.), comprobaremos cómo las nuevas construcciones parten de la idea de que los vicios que es preciso
desmontar, se hallan en el viejo método multilateral y que, como es lógico, los esfuerzos doctrinales
deben orientarse a desproveerlo de los elementos que perturban su funcionamiento (vid al respecto
Gaudemet-Tallon, “De quelques souhaits pour une meilleure cohérence des règles de conflits de lois”,
Obra homenaje al profesor Julio D. González Campos, T. II, Madrid, 2005, págs. 1593-1618).
85
Los dos métodos de base a los que nos acabamos de referir, surgieron históricamente, con la vocación
de ofrecer un vehículo de solución general a todos los problemas que plantea el tráfico externo. Junto a
ellos existen otras técnicas que han surgido con una vocación sectorial, orientada a suministrar soluciones
para un determinado tipo de supuestos internacionales. Entre ellos destaca el «método sustantivo» cuya
función estriba en ofrecer normas materiales directas específicas para regular un grupo de situaciones y
relaciones que se caracterizan por el dato de su absoluta internacionalidad (sobre el método sustantivo
véase a Jitta, La méthode du Droit internacional privé, La Haya, 1890, págs. 201 y ss; Steindorff,
Sachnormen im internationalen Privatrech, Francfurt, 1958). Véase igualmente la crítica al planteamiento
conflictualista que realizan desde una perspectiva sustantivista en el marco del comercio internacional
Juenger y Sánchez Lorenzo, en «Conflictualismo y lex mercatoria en el Derecho internacional privado»,
REDI, n, 1, 2000, págs. 15 y ss.
de los casos, resulta factible encontrar la sede jurídica real del asunto concreto a través de una
conexión seleccionada por un procedimiento abstracto. Lo que subyace tras las concepciones
del unilateralismo y de las del multilateralismo -y de las diversas maneras de entender una y
otra corriente- se traduce, a nivel de ordenación positiva, en la utilización de una serie de políticas
legislativas que González Campos ha agrupado en torno a cuatro grupos de opciones:
a) El recurso a un método unitario, que consiste en establecer para determinadas
relaciones una rígida correlación entre el tribunal competente y la Ley aplicable (lex fori
in propio foro) de forma que se consiga una aplicación generalizada del propio Derecho
cuando el tribunal resulta razonablemente competente; o bien la utilización de un método
mixto basado en la posibilidad de recurrir a normas foráneas para regular el asunto.
b) La segunda alternativa se refiere al alcance universal o parcial que se quiera dar al
sistema de regulación. Si articulamos una norma en la que se disponga que “ley aplicable
a la forma del matrimonio es la del lugar de su celebración” tendremos una solución para
todos los supuestos de este tipo que pudieran plantearse en España, aunque los cónyuges
fuesen extranjeros y hubiesen prestado su consentimiento en el extranjero; mientras que si
decimos que la forma prevista en la legislación española es la aplicable a los extranjeros
que se casen en España, la regulación tendrá un alcance parcial, pues quedará fuera de su
alcance todo lo atinente a la forma de celebración de los matrimonios de extranjeros en el
extranjero.
c) La tercera opción es la que se plantea entre la utilización de una técnica directa o
sustantiva (se describe en el supuesto de hecho una situación o relación de tráfico externo
y se le adscribe una consecuencia jurídica material directa), o bien se recurre al empleo de
normas indirectas o conflictuales (se especifica en el presupuesto normativo del precepto el
tipo de situaciones o relaciones a las que se refiere y se remite su regulación a la colaboración
con otro Ordenamiento).
d) La última alternativa se establece en torno al método mixto o conflictual y estriba en
escoger entre un mecanismo rígido o uno flexible. El primero consiste en redactar la
norma de atribución de tal forma que la designación de la Ley aplicable sea clara y
semiautomática. El segundo, en cambio, se sustentaría sobre unas pautas orientativas para la
identificación casuística de la ley más vinculada al caso específico (the most significant
relationship o el principio de proximidad de Lagarde86) o bien de la que sea capaz de
suministrar la regulación más justa para el supuesto en análisis (Cavers87)88.
III: EL PROBLEMA DE LAS FUENTES.
1. Las fuentes del Derecho internacional privado.
Vamos a centrar esta reflexión refiriéndonos a las fuentes en su dimensión de
“modos de producción de preceptos jurídicos válidos y eficaces”. Desde este enfoque, la
Constitución constituye la norma angular en la que se ordenan los procesos de elaboración de
las disposiciones jurídicas. A partir de Ella nos interesa destacar fundamentalmente las tres
siguientes variantes89:
86
Lagarde, «Le principe de proximité dans le Droit internacional privé», R. des C. T. 196, 1986, págs. 11
y ss.-
87
Cavers, «The two local law theories», Harward Law Review, 1950, págs. 75 y ss.-
88
González Campos, Derecho internacional privado, 1982-1983, págs. 54 y ss.
89
Se trata de la división ya clásica de González Campos, Derecho internacional privado, Madrid, 1983,
págs. 36 y ss. Sobre el pluralismo de fuentes en general véase a Gaudemet-Tallon, «Le pluralismo en
Droit internacional pirvé: richesses et faiblesses (Le funambule et l’arc-en-ciel)», R. des C. T. 312, 2005,
págs. 9 y ss. -
Jessurun D’Oliveira, «The E.U. and a metamorphosis of private international law», Reform and
Development of private international law. Essays in honour of Sir. PÁG. North, Oxford UP, 2002, págs.
111 y ss.; Knöefel, «E.C. legislation on conflict of laws: interactions and incompatibilities between
conflict rules», I.C.L.Q. 1998, págs. 439 y ss.; Kohler, «Interrogations sur les sources du droit
international privé européen après le traité d’Amsterdam», R.C.D.I.P. 1999, págs. 1 y ss.; Leible y
Staudinger, «El art. 65 T.C.E.: ¿carta blanca de la Comunidad Europea para la unificación del D.I.Pr. y
procesal? », A.E.D.I.P. vol. I, 2001, págs. 89 y ss.; de Miguel Asensio, «El Tratado de Amsterdam y el
D.I.Pr.», La Ley (Unión Europea), 30 de marzo de 1998, págs 1 y ss; de Miguel Asensio. «La evolución
del Derecho internacional privado comunitario en el Tratado de Amsterdam», R.E.D.I. n. 1, 1998, págs.
373 y ss.; Pérez Vera, «EL Derecho internacional privado y la Unión Europea», en La UE ante el siglo
XXI: los retos de Niza, Actas XIX Jornadas AEPDIRI, Madrid, BOE-Univ. Cantabria, 2003, págs. 173 y
ss.; Pocar, «La comunitarizzazione del Diritto internazionale privato: an European Conflict of law
revolution?», R.D.I.PÁG.Pr. 2000, págs. 873 y ss.
95
Sobre la interpretación autónoma en el ámbito comunitario, véanse a M. Audit. «L’interprétation
autonome du Droit international privé communautaire», Journal du Droit Internacional (Clunet), n. 3,
2004, págs. 789 y ss.; Bariatti, «Qualificazione e interpretazione nel diritto internazionale privato
comunitario: prime riflessioni», Revista di Diritto Internazionale Privato e Processuale, n. 2, 2006, págs.
361 y ss.
una pirámide ideal. Su vértice superior se hallaría sujeto a una norma fundamental que
teñiría de validez a todo el entramado normativo que se colocase con coherencia bajo él.
Después, de arriba hacia abajo, se irían situando, en cada una de sus terrazas
imaginarias, primero a la Constitución, luego a las Leyes Orgánicas, después a las Leyes
ordinarias y así sucesivamente hasta llegar a la base inferior donde nos encontraríamos
las disposiciones de menor carácter o de limitado ámbito de eficacia. Este perfil nos
permitiría ir recorriendo los componentes del esquema resultante para explicar que la
validez de lo que se halla debajo depende de su ajuste a lo que se sitúa encima, porque
la norma que hay en un determinado escalón recibe su eficacia precisamente de las
normas que se sitúan en los estratos superiores. En definitiva, sólo las normas que se
sitúan en un determinado nivel pueden modificar a las que son de igual o inferior rango.
Toda nueva norma involucrará a las antiguas en el cambio que introduce y enervará la
eficacia de las que la contradigan, a condición de que se sitúen en el mismo escalón o en
cualesquiera de los que se hallan por debajo de ella.
Pero aunque resulta útil la imagen esbozada, es muy difícil establecer en los
Derechos modernos un esquema nítido basado exclusivamente en el criterio de
jerarquía, entendido en su sentido más absoluto 96. Si tomamos una ley orgánica, una ley
ordinaria, un tratado internacional y un reglamento comunitario y tratamos de
ordenarlos en atención al nivel que ocupan en la pirámide propuesta chocaríamos con
obstáculos insalvables. Un tratado internacional no puede ser abrogado por una ley, pero
eso no quiere decir que tenga más rango. El Tribunal Constitucional ha negado
expresamente que la relación entre la ley orgánica y la ordinaria sea de jerarquía (véase
la sentencia 76/1983). Lo estipulado en un Reglamento comunitario de base no puede ser
desvirtuado por ninguna norma de fuente interna de los países miembros, sea cual fuere la
jerarquía formal que ésta tuviese atribuida en su Sistema.
Para establecer una correlación entre estas fuentes es necesario abandonar los
planteamientos basados en la subordinación y adoptar criterios competenciales. Cuando una
materia debe ser regulada mediante ley orgánica, porque así lo exige la Constitución, no cabe la
producción de normas válidas y eficaces a través de un medio de expresión jurídico que no sea
el de la ley orgánica. Cuando el Consejo promulga un Reglamento de base lo hace como titular
de una competencia legislativa que el Estado español ha cedido a la Comunidad Europea en
determinadas materias. Por lo tanto, una vez cedidas tales competencias, no cabe legislar en uso
de una facultad que ya se ha transferido. Mediante la celebración de un tratado internacional el
Estado se obliga con otros en las condiciones que establece el Derecho Internacional; por lo
tanto habrá de cumplir de buena fe lo acordado y sus disposiciones “sólo podrán ser derogadas,
modificadas o suspendidas en la forma prevista en los propios tratados o de acuerdo con las
normas generales del Derecho internacional” (artículo 96, 1 inciso final de la Constitución).
Esta idea competencial es ciertamente compleja y ello se debe, tanto a la distribución del poder
legislativo entre las unidades territoriales en las que se organiza nuestro Estado (confróntense
los artículos 148 y 149 de la Constitución, en relación con el numeral segundo del 150), como a
nuestra integración en la Unión Europea y al sistema de reservas de ley que establece nuestra
Constitución. Sin embargo, la idea de jerarquía (consagrada en el artículo 9 de la Constitución) debe
combinarse necesariamente con la noción competencial (que no se halla expresamente mencionada
en nuestro Sistema) para poder entender las relaciones que se producen entre la diversas normas que
integran nuestro ordenamiento.
96
Véase el trabajo de Gannagé, «Le Droit international privé à l’épreuve de la hiérarchie des normes
(l’exemple du droit de la famille)», Rev. Crit. n.1, 2001, págs. 1 y ss.-
CAPITULO III
EL PARADIGMA DE LA NORMA DE CONFLICTO
MULTILAREAL Y SUS TÉCNICAS DE APLICACIÓN
97
Lewald, «Règles gènèrales des conflits de lois. Contribution a la technique du Droit internacional
privé», R. des C., T. 69, 1939, págs. 11-12.-
98
Sobre la especialización de los supuestos en orden a su regulación, vid González Campos, en Derecho
internacional privado, Vol. I, UNED, Madrid, 2003, págs. 134 y ss., y con más detalle, también
«Diversificatiom spécialisation, flexibilisation et matérialisation des règles de Droit internacional privé»,
R. des C., T. 287, en especial, págs. 160-168. -
protección del trabajador despierta un interés regulador especial y muy distinto al que
puede identificarse en relación con los arrendamientos urbanos).
Efectivamente, muchas de las instituciones particulares que componen elementos de
la imagen integral, al dotarlas de una atención individualizada, muestran unas exigencias de
regulación diferenciales que pueden casar mal con la solución genérica que se obtiene a partir
del análisis del todo. Esta constatación puede llevarnos a la conclusión de que un
supuesto de hecho global no es capaz de traducir, a veces, los ajustes de reglamentación
destinados a la protección de los intereses individuales o colectivos que ponen en juego
cada una de estas variantes. En relación con este problema el legislador puede actuar
segmentando el supuesto general para dar respuestas individualizadas a cada una de sus
variantes. Así por ejemplo, partiendo de la noción global de “responsabilidad
extracontractual”, puede proceder a establecer una norma de conflicto para los accidentes de
circulación, otra distinta para la responsabilidad del fabricante, otra diferente para el uso de
energías peligrosas y así sucesivamente.
2. La segmentación del tipo.
Cuando nos referimos a la segmentación del supuesto, hacemos referencia a la
desagregación de una o varias partes del todo al que se refiere la norma. Se trata de lo
que Batiffol99 denominase dépeçage; expresión que equivaldría en nuestra lengua a un
“despiece” del supuesto de hecho de una norma de atribución con el fin de dotar de una
solución propia a cada uno de sus componentes. Así, en relación con el contrato,
podríamos diseccionar aspectos como la capacidad contractual, la forma, el
consentimiento, la validez, la prueba, la subrogación o, incluso, distinguir cada una de
las prestaciones características de la relación para positivar una norma destinada a la
regulación de cada uno de estos aspectos. Si en la anterior alternativa la cuestión
consistía en aislar cada una de las variantes de un determinado supuesto para someterlas
a un tratamiento jurídico diferencial, en ésta se da un paso más y se trata de distinguir
los distintos componentes que integran cada tipo específico para dotarlos de una
localización propia. Es cierto que muchas de estas cuestiones se encuentran reguladas
ya de modo independiente en otras normas de Derecho internacional privado, pero no es
menos cierto que esos preceptos responden a una formulación genérica y poco
matizada. Tomemos como ejemplo el consentimiento en materia contractual. Existen
comportamientos de las partes que, a la luz de la ley aplicable al fondo de la obligación,
podrían ser considerados como manifestaciones de voluntad vinculantes, mientras que
tales actitudes carecerían de toda relevancia jurídica en el medio donde opera
habitualmente el sujeto que las protagoniza, o viceversa. En tales circunstancias una
disposición que permitiese valorar esas conductas a la luz de la ley de la residencia
habitual de los contratantes sería particularmente útil e impedirían que se produjesen
sorpresas susceptibles de afectar la seguridad y fluidez del tráfico jurídico.
3. El recurso a descripciones sustantivas versus la utilización de instituciones jurídicas en
el supuesto: el problema de la calificación.
Calificar consiste en averiguar cuál es la categoría jurídica en la que se inscriben
los hechos o conductas que hayan de regularse. En definitiva, es la operación que
consiste en subsumir la dimensión material de las relaciones y situaciones de hecho en
99
Batiffol, Le conflits de lois en matière de contrats, París, 1938. También, Traité élémentaire de Droit
internacional privé, París, 1949, págs. 611-612, sobre la tendencia a un «véritable morcellement du
contrat entre auntant de lois que d’actes manifestant extérieurement l’accord des parties et l’exécution
de leurs obligations». En contra del depaçage, Batiffol se remite al trabajo de Riemann, Die
Schuldverträge in internationalen Privatrecht, Dresde, 1939.-
el supuesto de hecho de las normas que las describen. Una vez efectuada esta operación
surge la relación o situación de derecho (desde su perspectiva plástica o formal) y se
conoce el régimen jurídico que le atribuye el sistema. En la aplicación de la norma de
conflicto el proceso se desdobla en varios tiempos:
En primer lugar, hay que buscar la norma de Derecho internacional privado del foro
en la que se describen los hechos o conductas de tráfico externo que deban regularse. Para
realizar esta operación el artículo 12.1 del Código Civil nos indica que “La calificación
para determinar la norma de conflicto aplicable se hará siempre de acuerdo con la ley
española”. Por lo tanto, antes de acudir a la norma de conflicto será preciso traducir los
hechos a términos jurídicos con base en los parámetros del Derecho interno español. Así
pues, el precepto de atribución se escoge partiendo de la base de que el supuesto real
constituye una relación jurídica del tipo que determina nuestro propio Ordenamiento;
(matrimonio, filiación, contrato, gestión de negocios, etcétera). Pues bien, una vez que
el precepto de atribución nos haya llevado a un Ordenamiento extranjero, puede suceder
que los hechos que, a la luz de la lex fori, se encuadraban en un determinado instituto
jurídico, sean conceptuados de un modo diferente a la luz de la lex causae100. En ese
caso se producirá un conflicto de calificaciones101; es decir, surgirá la duda de si se
deben aplicar las normas que la lex causae prevé para regular la cuestión suscitada, (tal
como se haría en aquel Sistema en relación con los hechos de los que trae causa el
supuesto en análisis); o si, por el contrario, han de aplicarse aquéllas otras que, en el
Derecho extranjero, regulan la institución en la que tales acontecimientos deben
encuadrarse según los criterios de la Ley del foro.
El mero hecho de plantearse la posibilidad de un conflicto de calificaciones a
este nivel, comporta un problema metodológico. Si atribuimos la regulación de un
asunto a otro Sistema, parece lógico que deba indagarse cuáles son las disposiciones que
incluyen en su ámbito de eficacia material al supuesto remitido. Si por el contrario
nuestro propósito se limita a importar la consecuencia jurídica de un precepto foráneo al
objeto de completar nuestra norma de colisión, tal preocupación desaparece. Según nos
inclinemos por una u otra opción, existen una serie de posibilidades para solucionar el
problema:
a) Respetar la vocación de la ley reclamada, aplicando únicamente los preceptos
previstos en ella para regular ese asunto, tal y como lo concibe. (Calificación ex
lege causae).
b) Ignorar la vocación de aplicación del ordenamiento reclamado y resolver la
cuestión planteada aplicando las normas que regulen en la lex causae la
institución jurídica predeterminada por la lex fori. (Calificación ex lege fori).
100
Supongamos que un amigo invita a otro a que le acompañe en un viaje en automóvil al extranjero y en
el curso del mismo sufren un accidente. Al regresar a España, el perjudicado demanda al conductor.
Recibida la demanda, el juzgador entiende que los daños provocados por el accidente establecen una
relación de responsabilidad extracontractual entre el conductor y la víctima y selecciona el precepto de
colisión relativo a las obligaciones no contractuales. Supongamos ahora que la norma de conflicto remite
la regulación del asunto a un Ordenamiento en el que la relación entre el conductor y el pasajero de favor
no se califica de responsabilidad extracontractual sino de responsabilidad derivada de un contrato; (puede
entenderse que el transporte es el objeto del contrato y que la liberalidad del portador es su causa).-
101
La cuestión del conflicto de calificaciones va ligada de manera indisociable a Bartin «La doctrine des
qualifications et ses rapports avec le caractère nacional du conflit des lois», R. des C., T. 31, 1930, págs.
561-622.-
a) Que baste para expresar adecuadamente los objetivos de política legislativa del
Sistema.
b) Que resulte fácilmente determinable.
c) Que sea capaz de cubrir todas las variantes que pueda adoptar el supuesto en la
práctica.
La norma de conflicto española relativa a la propiedad sobre bienes inmuebles
sirve para contrastar estas notas. Si el legislador español parte de la base de que la
propiedad constituye el derecho a gozar y disponer de una cosa, sin más limitaciones
que las establecidas por las leyes, entenderá que el elemento que expresa el centro de
gravedad de la relación entre el sujeto y el bien se encuentra en el medio donde el
propietario deba ejercer sus facultades de dominio. Este planteamiento le llevará a
considerar que la ley del lugar donde se halle el inmueble es la que expresa la conexión
más significativa. Satisfecho este primer objetivo quedan por comprobar los otros dos
extremos. Habrá de preguntarse si el locus rei sitae es fácilmente determinable; lo que,
salvo rarísimas excepciones, lo es. Finalmente deberá verificar si existen supuestos de
propiedad inmobiliaria a los que no pudiera aplicarse esta regla y llegará a la conclusión
de que no los hay. Cosa distinta es que para otros tipos de propiedades especiales sobre
bienes inmuebles hayan de preverse normas de conflicto diferentes; pero esto supone
una subdivisión del supuesto de hecho a la que ya nos referimos en el epígrafe anterior.
No ocurre lo mismo con otras instituciones donde no resulta fácil encontrar una
conexión única que satisfaga los tres requisitos. Unas veces, las distintas variantes que
puede adoptar en la práctica un mismo supuesto, hará necesario positivar varios factores
de localización. Otras veces, será necesario recurrir a una pluralidad de conexiones para
obtener los resultados de regulación que se desean conseguir. Finalmente la utilización
simultánea de varios índices puede servir para extremar las cautelas en la localización y
conseguir la aplicación del Derecho más estrechamente vinculado al asunto. Estas
fórmulas pueden agruparse en torno a las variantes a las que a continuación vamos a
referirnos109.
2. Conexiones sucesivas jerárquicamente ordenadas.
Este modo de formular las conexiones permite tomar en consideración las
diversas maneras en las que puede producirse a nivel concreto, lo abstractamente
descrito en el presupuesto de la norma. Si tomamos como ejemplo al divorcio veremos
que caben pocas subdivisiones del tipo ideal, pero muchas formas de configurarse en la
práctica. Pueden solicitarlo cónyuges de la misma nacionalidad, personas de ciudadanía
distinta con un entorno conyugal definido y matrimonios que deshicieron su
convivencia y poseen pocos o ningún nexo común; en cada uno de estos casos la
vinculación más relevante es distinta. Está claro que el centro de gravedad del instituto
se sitúa en los sujetos, pero el elemento a retener ha de ser o bien neutro, o bien común
a ambos, porque habrá de respetarse la igualdad con la que el artículo 32 de la
Constitución española sitúa a los cónyuges en el matrimonio. La nacionalidad común de
los esposos es un factor que puede satisfacer este objetivo de política legislativa, pero
no cubre todos los casos. A partir de aquí el legislador tiene dos opciones: inclinarse por
un método de regulación parcial e inhibirse de la regulación del divorcio de los demás
matrimonios o incluir otras conexiones susceptibles de cubrir las demás variantes hasta
llegar a un método de regulación universal. De escoger esta última alternativa tendrá que
109
Véase Vallindas, «La structure de la règle de conflit», R. des C., 1960, T. 101, pág. 363 y ss.-
utilizar una multiplicidad de conexiones para poder llevarla a cabo. El artículo 107 del
Código Civil ha optado por esta última alternativa. Al hilo de este ejemplo puede
observarse cómo esta variante se caracteriza por dos notas: la búsqueda de una solución
capaz de cubrir todas las modalidades que pueda revestir el supuesto y la obtención de
una respuesta adaptada para cada una de ellas.
3. Conexiones alternativas.
Se trata de una técnica orientada a conseguir un resultado de regulación
predeterminado110. El legislador retiene varios factores de localización y los formula sin
establecer ninguna jerarquía entre ellos. De este modo los sujetos pueden conseguir la
cobertura del Ordenamiento jurídico que mejor satisfaga sus intereses. Alternar significa
aquí cambiar de lugar los términos de una proposición. Cuando el legislador en materia
de forma de los actos establece que, además de los que se ajusten a lo previsto por la ley
del lugar en que se otorguen, “...serán también válidos los celebrados con las formas y
solemnidades exigidas por la ley aplicable a su contenido, así como los celebrados
conforme a la ley personal del disponente o a la común de los otorgantes”; está
estableciendo un catálogo de factores de localización, dentro del cual ocupará la
posición principal aquél que sea capaz de validar, a nivel de forma, el acto concreto que
se le somete. La jerarquización final se efectúa en razón de un objetivo regulador
fácilmente identificable: el favor negotii. Un acto concreto sólo puede ser formalmente
nulo si ninguna de estas leyes lo avala; cuando una de estas leyes, cualquiera que ésta
sea, considera eficaz la forma, la conexión que nos llevó a ella se convierte en el factor
de localización principal; o mejor dicho, será el único a tomar en consideración para
analizar la validez formal del acto jurídico que se esté examinando.
4. Conexiones acumulativas.
Cuando el legislador incorpora más de un punto de conexión a la norma de
conflicto y exige que el supuesto se regule con base en la Ley o en las Leyes que ellos
reclamen, está optando por la utilización de conexiones acumulativas. En esta definición
se engloban dos supuestos muy diferentes. Existe un cúmulo distributivo y un cúmulo
rigurosamente acumulativo. El primero se produce cuando se requiere la concurrencia de
dos leyes para regular un supuesto único. El segundo se da cuando se necesita que se
realicen dos factores de localización en un solo ordenamiento para que éste pueda ser
aplicado. El cúmulo distributivo es el resultado de entender que un mismo supuesto
manifiesta su centro de gravedad en dos ordenamientos diferentes111. Así, por ejemplo,
en nuestro Sistema la determinación de la aptitud nupcial se rige por la ley nacional de
los contrayentes. Se valora la capacidad del varón a la luz de su legislación personal y la
de la mujer aplicando la suya. Las dos legislaciones, al converger sobre el mismo
asunto, se funden en exigencias bilaterales que, como más adelante veremos, resulta
preciso coordinar; un contrayente sólo puede ser considerado apto para celebrar un
matrimonio concreto si también resulta apta la otra parte para casarse con él. La Ley
personal del varón puede considerarle capaz de contraer nupcias tras el repudio de su
anterior esposa; pero la ley personal de la mujer puede entender que no es éste el
instrumento adecuado para disolver una relación anterior y que, en esas condiciones ella
carece de aptitud para casarse con ese sujeto.
110
Véase el párrafo primero del artículo 11 del Código civil y mi interpretación en González Campos y
otros, Derecho internacional privado, Parte Especial, Oviedo, 1990, pág. 285 y ss.
111
Vitta, «Cours general de Droit internacional privé», R. des C., T. 162, 1969, pág. 59.-
112
Vid González Campos, «Diversification spécialisation, flexibilisation et matérialisation des règles de
Droit internacional privé», R. des C., T. 287, en especial, págs. 231-235. Un buen ejemplo lo suministran
los artículos 4 y 5 del Convenio de La Haya sobre Ley aplicable a la responsabilidad derivada de los
productos. Vid mi interpretación en «El Convenio de La Haya sobre la Responsabilidad por daños
derivados de los productos”, Semanario de Comercio Exterior, febrero de 1989, págs. 1 y ss.-
113
Vid. Eherenzweig, «Specific principles of private transnacional law», R. des C., T. 124, 1968, pág.
335.-
114
Vid. Dubler, Les clauses d’exception en droit internacional privé, Ginebra, 1983.-
115
Vid sobre las cláusulas correctoras de la localización en el ámbito del Derecho a aplicable a González
Campos, en «Diversificatiom spécialisation, flexibilisation et matérialisation des règles de Droit
internacional privé», R. des C., T. 287, en especial, págs. 253-262.
116
Fernández Rozas y Sánchez Lorenzo, Derecho internacional privado, Madrid, 2004, pág. 134.-
117
Sobre el fraude a otras normas de Derecho internacional privado distintas de las normas de conflicto y
su sanción, vid. Abarca Junco, en Derecho internacional privado, Vol. I, UNED, Madrid, 2003, págs.
176-180. -
118
Supongamos que se trata de determinar la capacidad de una persona para obligarse a través de una
letra de cambio. El artículo 98 de la Ley cambiaria dispone que “La capacidad de una persona para
obligarse por letra de cambio y pagaré a la orden se determina por su Ley nacional. Si esta Ley declara
competente la Ley de otro país se aplicará esta última” y en su párrafo segundo añade: “La persona
incapaz, según la ley indicada en el párrafo anterior, quedará, sin embargo, válidamente obligada si
hubiere firmado en el territorio de un país conforme a cuya legislación esa persona habría sido capaz de
obligarse cambiariamente”. En definitiva, esta disposición reclama elementos normativos de varios
Ordenamientos con la intención de validar el negocio, tal como hemos visto al analizar las conexiones
alternativas. Pues bien, tras estudiar el tenor de cada una de estas leyes, desde la óptica del objetivo de
política legislativa perseguido, se dará finalmente fuerza de ley española a una de ellas y, dependiendo de
los datos del supuesto, podría ser que a ninguna. Piénsese que el librado fuese un menor de catorce años,
sería muy difícil pensar que en el Ordenamiento español se considerase válida esta obligación sin las
garantías necesarias para la protección del patrimonio del menor, con independencia de lo que se
estipulase en cualquier Ordenamiento foráneo reclamado por la norma de conflicto.
a) La que consiste en asegurarse de que los preceptos extranjeros en juego son los que
efectivamente poseen el ámbito de eficacia temporal adecuado para regular el hecho o la
relación en estudio (problemas de aplicación temporal).
b) La de analizar si se deben tomar en consideración las normas de Derecho internacional
privado del Ordenamiento al que se remita el precepto de atribución (eventual problema
del reenvío)
c) La de averiguar si una parte del supuesto debe quedar regida por otro Derecho distinto
(cuestiones jurídicas complejas).
d) La de precisar cuáles son las disposiciones de la lex causae que rigen el supuesto, en
atención a los grupos de personas o a las unidades territoriales a las que se vincule el
supuesto (caso de remisión a un sistema plurilegislativo).
3. Los problemas de derecho transitorio.
Para concretar si los preceptos extranjeros reclamados poseen vigencia temporal para
regular el asunto en estudio, la regla general nos vendrá suministrada por las disposiciones del
derecho transitorio de la lex causae en esa materia. Resulta lógico que se respete hasta el límite
de lo razonable la voluntad reguladora del ordenamiento con el que se establece la colaboración
para construir la respuesta jurídica. Sentada esta base de partida, hay que tomar en
consideración que pueden ocurrir dos cosas: bien que los criterios de aplicabilidad temporal del
Derecho reclamado choquen frontalmente con las concepciones estructurales del Sistema
español; o bien que no existan disposiciones específicas en relación con las normas reclamadas,
en cuyo caso deberán aplicarse las generales de la lex causae.
En los que se refiere a la primera posibilidad, los principios estructurales básicos de
nuestro Ordenamiento se encuentran formulados de modo muy concreto en el artículo noveno
de la Constitución. La irretroactividad de las disposiciones sancionadoras o restrictivas de
derechos individuales y el principio de jerarquía normativa, constituyen límites que no pueden
ser desbordados. Son postulados que no admiten excepciones; la norma resultante de la
disposición conflictual es una norma española y como tal debe ajustarse al esquema de
principios inalienables que informan el sistema del que hace parte. Surgido el conflicto
transitorio en los términos en los que acaba de describirse o como resultado de la
impracticabilidad de sus normas transitorias, deben aplicarse las previsiones del foro. Las reglas
esenciales de nuestro Sistema se hallan contenidas en el artículo 2 del Código Civil a cuyo tenor
“Las leyes no tendrán efecto retroactivo si no dispusieren lo contrario”; por su parte la
disposición transitoria primera del mismo Código establece que los derechos declarados por
primera vez, surten efectos desde la publicación de la norma, aún cuando los hechos o
conductas que los originasen se hubieran producido con anterioridad. La praxis legislativa de
nuestro Sistema no se ha opuesto nunca a la retroactividad de las leyes que no recorten derechos
individuales, pero tampoco ha atribuido un carácter imperativo a lo preceptuado en la
disposición transitoria citada. En consecuencia la solución de este tipo de problemas no resulta
difícil.
4. Las cuestiones jurídicas complejas.
Dentro de esta rúbrica general hay que distinguir tres variantes que manifiestan ciertas
similitudes, pero que plantean problemas muy dispares. Son cuestiones parciales las que surgen
como consecuencia de haber fragmentado el supuesto de hecho, previendo un tratamiento
diferenciado para cada una de sus distintas facetas. Son cuestiones incidentales las que se
suscitan cuando se hace preciso valorar en pieza separada algún componente del asunto para
determinar sus consecuencias sobre el conjunto del problema. Finalmente, las cuestiones
previas se originan cuando otra situación o relación jurídica independiente se configura como
un presupuesto necesario de la que se está planteando a título principal. Estas últimas son las que
van ocuparnos ahora y se caracterizan por tres notas: en primer lugar, ha de tratarse de una
situación o relación constituida con anterioridad al momento en el que surge la cuestión principal
y tiene que afectar decisivamente la solución de ésta; en segundo lugar, la cuestión previa ha de
configurare como un supuesto absolutamente independiente y, finalmente, el Derecho del foro ha
de poseer sendas normas de conflicto para cada una de estas cuestiones. Cuando se puedan
detectar estos rasgos estaremos ante una cuestión previa, en los términos en la que las entiende
Morris.
El problema se suscita en el caso de que la norma de conflicto aplicable a la cuestión
previa ofrezca un resultado incompatible con el previsto para la cuestión principal. Para un sector
doctrinal119, las dificultades que conlleva la aplicación de un tratamiento separado a dos cuestiones
íntimamente coligadas, hace aconsejable regular ambos supuestos con base en la ley prevista para
la cuestión principal120. En definitiva, la independencia de la cuestión previa es sólo relativa.
Cuando se calibra la validez de un matrimonio a efectos de los derechos sucesorios del cónyuge
supérstite, no se trata tanto de valorar el estado civil de una persona, como de determinar su
posición hereditaria a la luz del Ordenamiento que se estima competente para organizar la
sucesión. En la práctica española, las concepciones de la lex fori (en tanto que ley aplicable a la
cuestión principal) han venido primando siempre sobre la solución que se hubiese obtenido con
base en la norma de conflicto aplicable a la cuestión previa. Pero con ser ello cierto y
parecernos razonable, nuestra posición sería más matizada y casuística. Entendemos que para
optar por una u otra solución han de valorarse los intereses en presencia y atender a
consideraciones de equidad121, máxime cuando en nuestro Sistema falta una regulación positiva
para encauzar las dificultades expuestas. No debe olvidarse que, como ha declarado el Tribunal
Supremo, la equidad es “una regla de interpretación y en su caso de aplicación de las leyes”
que “sólo tiene virtualidad y eficacia ante la existencia de un vacío legal”122.
5. El reenvío.
119
El problema de la cuestión previa ha planteado una gran controversia en Alemania y en Francia. Vid
por todos, Wengler, «Nouvelles réflexions sur les questions préalables», Rev. Crit., 1966; P. Lagarde, «La
règle de conflit applicable aux questions préalables», Rev. Crit., 1960. -
120
Abarca Junco en Derecho internacional privado, Vol. I, UNED, Madrid, 2003, pág. 184, critica la
aplicación mecánica de la norma de Derecho internacional privado del Derecho que rige la cuestión
principal. No obstante, reconoce que su aplicación, siempre que se realice con prudencia y atendiendo a
los caracteres del asunto, constituye un mecanismo que permite respetar los derechos adquiridos al
amparo de otros sistemas.-
121
Pensamos con el Tribunal Supremo que aquélla deberá ponderarse en la aplicación de las normas,
como elemento tendente a lograr una aplicación de las mismas sensible a las peculiaridades del caso
debatido (Sentencia T.S. de 12 de junio de 1990).-
122
Véase la sentencia del T.S. de 8 de octubre de 1992.-
La norma de conflicto española contenida en el artículo 10. 9 del Código Civil dispone
que “La gestión de negocios se regulará por la ley del lugar donde el gestor realice la principal
actividad” A partir de aquí pueden suceder tres cosas: La norma de conflicto de la Ley donde el
gestor realiza su cometido utiliza el mismo punto de conexión, en cuyo caso no se produce
problema alguno. Pero puede suceder que el precepto de atribución de la Ley reclamada
establezca que la Ley aplicable es la del domicilio del gestor; en cuyo caso, si estuviese
domiciliado en España, estaríamos ante un reenvío de primer grado o de retorno; finalmente
partiendo de los mismos presupuestos que en el caso anterior, si el sujeto se hallase domiciliado
en un tercer país estaríamos ante un reenvío de segundo grado. De aceptar la voluntad
legislativa global del Derecho reclamado, aplicaríamos respectivamente la ley reclamada por
nuestra norma de atribución en el primer caso, la ley española en el segundo y la de un tercer
país en el último. La razón para hacerlo así sería evitar que la solución de un mismo asunto
pudiese resultar distinta según el foro en el que fuese analizada. Sin embargo, se advierte
enseguida que el objetivo no se satisface operando así. Si todos los sistemas aceptasen estos
reenvíos se seguirían aplicando legislaciones distintas para resolver un mismo asunto. Para
evitar este resultado sería preciso que el Ordenamiento que “envía” y el que “reenvía” se
pusiesen de acuerdo, de tal forma que uno lo aceptase siempre y el otro se negase
indefectiblemente a admitirlo (teoría del doble reenvío)123.
Históricamente, la esencia del reenvío se arraiga en planteamientos muy alejados de las
posiciones que sustentamos en estas páginas. Si se atribuye a la norma de conflicto la función de
delimitar la esfera de eficacia de las normas internas, parece lógico que se tomen en cuenta las
de la ley reclamada124. Pero superadas estas concepciones, el correctivo pierde su razón
originaria y se transforma en un instrumento para orientar materialmente el resultado de la
reglamentación125, bien buscando la validación del acto o negocio de que se trate, o bien
protegiendo las legítimas esperanzas de una de las partes, permitiendo que pueda aplicarse la ley
en la que razonablemente basaba sus previsiones.
123
Sobre el reenvío de segundo grado, vid. Graveson, «Le renvoi dans le droit anglais actuel», Rev. Crit.,
1968.-
124
Sobre la concepción clásica del reenvío, véase Loussouarn y Bourel, Droit internacional privé, 1999,
París, págs. 235 y ss.-
125
Vid en este mismo sentido, Jacquet, «La fonction supranational de la règle de conflit de lois», R. des
C., T. 292, 2001, págs. 181-188. Igualmente, Vitta, «Cours general de Droit internacional privé», R. des
C., T. 162, 1969, en especial págs. 63-66; Aguilar Benítez de Lugo, «Los problemas de aplicación de la
norma de conflicto; una concepción internacionalista y funcional», Obra homenaje al profesor Julio D.
González Campos, T. II, Madrid, 2005, en especial, págs. 1128-1130.-
La solución del Sistema español se encauza en esta línea. El segundo párrafo del
artículo 12 del Código Civil dispone que:“La remisión al derecho extranjero se entenderá
hecha a su ley material, sin tener en cuenta el reenvío que sus normas de conflicto puedan
hacer a otra ley que no sea la española”. La interpretación mas ajustada a las tesis que venimos
sustentando, es la que se infiere de la sentencia del Tribunal Supremo de 15 de noviembre de
1996. En ella se realiza una construcción de la que pueden extraerse cuatro principios básicos:
La Ley a la que se remite la regla de conflicto ha de entenderse integrada por todas las normas
materiales que regulan el supuesto en la lex causae. La toma en consideración del sistema
conflictual de la lex causae queda genéricamente descartada; si bien se admiten excepciones.
Entre esas excepciones se encuentra la que permite tomar en consideración el reenvío de primer
grado. Pero una cosa es “tener en cuenta” y otra bien distinta “tener que aceptar el reenvío”.
Este instituto constituye, por consiguiente, un mero instrumento de armonización entre los
Derechos que colaboran en la obtención de la respuesta jurídica y sólo debe ser aplicado desde
esta óptica y cuando las características del supuesto así lo exijan. Existen otras excepciones al
principio general, como las contenidas en los artículos 98 y 162 de la Ley cambiaria y del
cheque, a las que ya nos hemos referido. Pero en nuestra opinión lo que hacen estos preceptos es
disfrazar bajo esta rúbrica el uso de conexiones alternativas para determinar la capacidad
cambiaria.
6. La remisión a sistemas de carácter plurilegislativo.
El que dentro de un mismo Estado convivan varios ordenamientos jurídicos constituye
un fenómeno frecuente. En este panorama, cuando la norma de conflicto española remita la
regulación de un asunto a la Legislación de un país de estas características se plantea de
inmediato el problema de cual de todos los que existen en ese Estado debe aplicarse al supuesto.
Para responder a esta duda existen tres métodos principales:
a) Utilizar las propias normas de conflicto del foro para solucionar la cuestión; si se ha
llegado a un Ordenamiento plurilegislativo a través de la conexión “ley del lugar de
situación del bien” se podrá llegar a la unidad jurídica concreta de ese Sistema utilizando
el mismo factor de localización.
b) La segunda fórmula estriba en buscar la solución dentro del propio Ordenamiento
reclamado, aplicando las normas que resuelvan la cuestión dentro de ese Sistema. Así por
ejemplo si el Sistema reclamado fuese el español, el intérprete foráneo debería recurrir a
lo establecido en el artículo 16 del Código Civil.
c) Existe una tercera vía (la utilizada en el artículo 20 del Código Civil portugués) que
resulta de una combinación de los procedimientos anteriores.
126
Cabe que se plantee el problema con los llamados conflictos interpersonales, los provocados por la
pertenencia de la persona a una etnia o una religión, con potestad para dictar normas susceptibles de
afectar a personas o relaciones de derecho privado. Como señala Guzmán Zapater en Derecho
internacional privado, Vol. I, UNED, Madrid, 2003, págs. 199-206, estos conflictos pueden ser muy
frecuentes dada la generalización de la conexión de la nacionalidad en nuestro sistema en todas las
materias referentes a familia y sucesiones, lo cual puede conducir a localizar las situaciones bajo el
ámbito de ordenamientos en los que coexistan distintas confesiones religiosas (por ejemplo, la India). En
tales casos considera, siguiendo a Sánchez Lorenzo («Artículo 12.5», en Comentarios al Código Civil y
Compilaciones Forales, T. I, Vol. 2, Madrid, 1995, págs. 943-973) acertada la aplicación de los vínculos
más estrechos o ley más estrechamente vinculada con la persona o la situación, al tratarse de una
conexión que expresa correctamente la pertenencia de una persona a un grupo étnico o religioso.-
Una vez obtenidos los componentes necesarios para articular la respuesta, la primera
labor consiste en yuxtaponer los distintos elementos normativos procedentes de distintos
Sistemas, manteniendo la coherencia entre todos ellos y la de todos ellos con la Ley del foro. En
Derecho internacional privado, esta operación suscita importantes problemas toda vez que deben
ensamblarse piezas que suelen pertenecer a Ordenamientos que resultan a veces muy diferentes127.
Según la expresiva imagen de Wengler se trata de montar una bicicleta con piezas de distintas
marcas. Las necesidades de adaptación entre lo que hemos llamado “datos idóneos para la
producción de normas”, provenientes de distintos Sistemas puede manifestares de tres maneras
distintas:
a) Dos ordenamientos llamados a regular sendos aspectos de un mismo supuesto aportan
respuestas que se contradicen o anulan entre sí. Por ejemplo, dos extranjeros del mismo
sexo desean contraer matrimonio en España pero la ley aplicable a la determinación de la
aptitud nupcial de uno de ellos le impide celebrarlo en razón de la homosexualidad de la
relación pretendida.
b) Dos ordenamientos, al aplicarse sucesivamente a dos aspectos concatenados del supuesto
ofrecen un resultado que desvirtúa el sentido regulador de ambos. Por ejemplo, La ley
aplicable al régimen matrimonial considera que los cónyuges están casados en régimen de
separación y entiende que la viuda tiene derecho a suceder, mientras que la ley aplicable a
la sucesión no llama directamente al cónyuge supérstite, porque parte de la base de un
régimen de gananciales previamente disuelto.
c) El ordenamiento u ordenamientos extranjeros reclamados dan soluciones que no casan
con las concepciones del foro. Por ejemplo, la ley aplicable al divorcio permite la
disolución del vínculo por acto unilateral del varón.
En todas estas situaciones, incluso cuando el desajuste se produzca entre leyes
extranjeras, entendemos que deben primar las concepciones de ley del foro 128. De esta manera,
cuando la colisión se produzca entre elementos normativos foráneos se dará primacía a la ley
que mejor se ajuste a los principios generales del Sistema español. Si ninguna de ella se alejase
de estos parámetros, las disposiciones que atiendan a regular la cuestión nuclear deberán primar
sobre las disposiciones relativas a aspectos secundarios del supuesto. Cuando el problema de
ajuste se suscite entre una ley extranjera y el derecho del foro, los criterios de éste deben de
prevalecer especialmente sobre los de aquella. Sentadas estas premisas, no debe perderse de
vista que los principios de autoridad, coherencia y homogeneidad de la lex fori se expresan a
través de un núcleo rígido (que no puede ser desvirtuado por ninguna solución jurídica
proveniente del exterior del Sistema) y un halo que informa la aplicación del ordenamiento
jurídico con un carácter más flexible. Si los problemas de ajuste se suscitan en esta última
esfera, cabe amoldar las normas extranjeras reclamadas a las concepciones estructurales del
foro. Para ello habrá que desposeerlas de los efectos que choquen con éstas, se respetará el
segmento de previsiones que resulten de recibo en el Sistema y se atemperarán sus
consecuencias hasta conseguir su encaje en la lógica del Ordenamiento 129.
127
Vid. Hoff., «Adjustment of conflicting rights. A suggested substitute for the methode of Choice of
Laws», Virginian Law Review, 1952, págs. 745 y ss. Véase también Cansacchi, «Le choix et l’adaptation
de la règle étrangère dans le conflit de lois», R. des C., T. 83, 1953, en especial pág. 111 y ss.-
128
No obstante reiteramos que estas reglas deben ser ponderadas en atención a las peculiaridades
del supuesto, para procurar un ajuste satisfactorio basado en los criterios de equidad. Nos
referimos al concepto de equidad que se expresa en el segundo párrafo del artículo tercero del
Código Civil, tal como ha sido jurisprudencialmente entendido y, en ningún caso, a criterios
abstractos de “justicia natural”. -
129
Acerca de las opciones para resolver los problemas de inadaptación vid. Bouza Vidal, Problemas de
adaptación en el Derecho internacional privado e interregional, Madrid, 1977. Igualmente, Vitta, «Cours
8. El interés nacional.
Constituye un instrumento destinado a salvaguardar la seguridad del tráfico
jurídico que se produce en el marco de vigencia de un determinado Ordenamiento.
Se trata de una precaución activa, de un mecanismo de salvaguardia destinado a
hacer primar las concepciones de un determinado Sistema jurídico [normalmente, el
de foro] sobre las de cualesquiera otros que pudiesen concurrir a la reglamentación
del asunto. Esta cláusula puede positivarse a modo de reserva genérica para defender
la autoridad de determinados principios informadores de la lex fori o cómo una
disposición especifica destinada a preservar los intereses de una determinada
disposición frente a las pretensiones de otros Ordenamientos llamados a regular el
asunto en causa. En su primera acepción se configura como un concepto jurídico
indeterminado. Su núcleo de certeza se concretaría en aquellas concepciones del
Sistema que se hallan dotadas de una primacía absoluta sobre cualquier norma
(nacional o extranjera) destinada a regular el tráfico externo. En este sentido, nos
aproximaríamos, mutatis mutandi, a las tesis de Bartin y Niboyet. El interés nacional
se conformaría como una dimensión activa del orden público, susceptible de
transformar en principios o normas de aplicación inmediata a las directrices
estructurales y disposiciones concretas que traducen el marco organizativo esencial
de la regulación de un determinado instituto.
Su segunda acepción es la que se identifica con su sentido más preciso en el
marco de la norma de conflicto y se ha venido concretando en torno a la aptitud
personal para obligarse en negocios onerosos. Se trata de evitar que la capacidad
definida por una ley extranjera pueda afectar la seguridad del tráfico contractual que
se produce en un determinado entorno jurídico, sorprendiendo la buena fe de un
contratante habituado a operar habitualmente en ese medio. La cláusula de interés
nacional puede articularse para defender la seguridad del tráfico que se realiza en el
foro o para proteger la de un espacio regido por un tercer Ordenamiento. Un ejemplo
de esta segunda variante nos lo suministra el artículo 13 del Reglamento Roma I sobre
obligaciones contractuales, a cuyo tenor: “En los contratos que se celebren entre personas
que se encuentren en un mismo país, las personas físicas que gocen de capacidad de
conformidad con la Ley de ese país sólo podrán invocar su incapacidad resultante de
otra Ley si, en el momento de la celebración del contrato, la otra parte hubiera
conocido tal incapacidad o la hubiera ignorado en virtud de imprudencia por su parte”.
9. El orden público.
general de Droit internacional privé», R. des C., T. 162, 1969, en especial págs. 71 y 72.-
130
Sobre el orden público en general, vid. Bucher, «L’ordre public et le but social des lois en Droit
internacional privé», R. des C., T. 239, 1993, págs. 9 y ss; Mosconi, «Exceptions to the operation of
choice of law rules», R. des C., T. 217, 1989, pág. 9 y ss.; Eek, «Peremptory norms and private
international law», R. des C., T. 139, 1973, pág. 1 y ss. -
131
González Campos, Derecho internacional privado, Madrid 1982-1983, págs. 138 y 139.
132
Sobre el orden público como noción propia del Derecho internacional privado y sus diferencias con el
orden público en Derecho interno vid. Bucher, «L’ordre public et le but social des lois en Droit
internacional privé», R. des C., T. 239, 1993, págs. 23-26.-
133
Acerca de la vinculación del supuesto con el foro para oponer la excepción del orden público (requisito
de la Inlandsbeziehung), vid. Bucher, «L’ordre public et le but social des lois en Droit internacional
privé», R. des C., T. 239, 1993, págs. 52-56; También véase Guzmán Zapater, Derecho internacional
privado, Vol. I, UNED, Madrid, 2003, págs. 214 y 215. En contra de la tesis de la Inlandsbeziehung en
Derecho español vid., Calvo Caravaca y Carrascosa González, Derecho internacional privado, Vol. I,
2005, pág. 273.-
134
Sobre la relatividad del orden público, vid. Lagarde, Recherches sur l’ordre public en droit
internacional privé, 1959. Igualmente, Bucher, «L’ordre public et le but social des lois en Droit
international privé», R. des C., T. 239, 1993, pág. 44 y ss.-
135
Vid. Loussouarn y Bourel, Droit internacional privé, París, 1999, págs. 314-318. Igualmente, Miaja de
la Muela, «Indicios de la atenuación del orden público en el Derecho internacional privado español»,
Multitudo Legum. Ius unum. Festschrift für W. Wengler, T. II, Berlín, 1973, págs. 573-616; Pastor
Ridruejo, «Los efectos atenuados en el Derecho español de las instituciones extranjeras contrarias al
orden público», Anales de la Academia Matritense del Notariado, T. XX, 1976, págs. 21-40. .
matrimonial de la filiación del hijo nacido de esa segunda mujer (efecto positivo del
orden público)136 y, sin embargo negar el reconocimiento de la relación conyugal de sus
padres (orden público stricto sensu).
En tercer lugar, ha de advertirse que el orden público al que nos estamos refiriendo es
el que opera en relación con el derecho extranjero reclamado por las normas de conflicto de
fuente interna o autónoma; es decir el que actúa como cautela de la coherencia de la lex fori en
los escenarios de la cooperación y de la confrontación. Viene definido en el artículo 12 del
Código Civil, cuyo párrafo tercero advierte que “En ningún caso tendrá aplicación la ley
extranjera cuando resulte contraria al orden público”. Sin embargo, el concepto de orden
público que aparece en los textos de fuente convencional o institucional ha de entenderse de un
modo mucho más restrictivo137. Sólo podrá excepcionarse la aplicación de las normas
extranjeras reclamadas por los preceptos de atribución contenidos en los Tratados o en los
textos comunitarios, cuando de su aceptación pudieran derivarse gravísimas consecuencias de
orden jurídico. Es de destacar que, al igual que ocurre en esta materia, todos los correctivos
funcionales del método de atribución operan de distinta forma en relación con los problemas
que se suscitan en el ámbito de la integración y en el de la coordinación internacional de
soluciones; es decir en relación con el Derecho internacional privado de fuente institucional o
convencional138.
136
Sobre la función positiva y negativa del orden público, vid Bucher, «L’ordre public et le but social des
lois en Droit internacional privé», R. des C., T. 239, 1993, págs. 28-34.
137
En el ámbito comunitario, vid. García Rodríguez, «Derecho aplicable y orden público comunitario»,
R.I.E., n. 3, 1993, págs. 901 y ss.
138
Las construcciones alemanas en materia de orden público constituye un índice de cómo se toma en
cuenta esta diversidad de contactos en la práctica. El Tribunal no aplica la citada excepción cuando
entiende que los contactos supuesto-foro no son los suficientemente intensos como para que el juego de
una ley extranjera pueda atentar contra la homogeneidad de su Derecho. Véase Neuhaus, Die
Grundbegriffe des internationalen Privatrecht, Tubinga, 1976, pág. 367.-
CAPÍTULO IV
PLURALIDAD NORMATIVA Y DERECHO INTERNACIONAL
PRIVADO
I. TÉCNICAS DE POSITIVACIÓN Y NORMAS.
1. Un posible esquema de las técnicas de positivación en Derecho internacional privado.
Hay que tener en cuenta que, a partir de finales del siglo XIX, la norma de conflicto
multilateral ha sido el pilar básico en el que se ha venido apoyando la construcción doctrinal y
legal del Derecho internacional privado en el continente europeo. Nos hemos extendido en su
estudio no sólo por ello y por la complejidad de su arquitectura, sino también porque a través
de su análisis es como mejor se aprehende la naturaleza y peculiaridades de esta rama del
Derecho. Sin embargo, al describir sus características hemos hecho referencia a otros tipos
normativos que se utilizan constantemente en la regulación del tráfico externo y que, en el
momento actual, desempeñan un papel preponderante en la regulación de los problemas de
esta disciplina. Unas veces actúan en colaboración con las disposiciones de atribución, otras
veces las sustituyen en casos específicos y otras resuelven por si mismas los problema de
tráfico externo en análisis. En este apartado vamos a ofrecer un cuadro esquemático de
algunas de sus variantes técnicas.
Atendiendo a las opciones de las que dispone el legislador, cabría realizar una doble
clasificación de las normas de Derecho internacional privado, distinguiendo el grupo que tiene
por objeto abrir el Sistema a Leyes y decisiones extranjeras y aquel otro sector integrado por
preceptos destinados a la aplicación del Ordenamiento interno al tráfico internacional a través
de sus normas generales o especiales. Desde esta óptica la pluralidad normativa básica se
ajustaría a los siguientes esquemas:
Normas de conflicto
Normas de conflicto unilaterales
multilaterales (Dimensión externa) Normas recíprocas
Normas de reconocimiento
Normas de atribución
Técnicas para
la aplicación de
las normas del
foro
Normas de Normas
Normas aplicación materiales
Unilaterales
Normas de Normas
Normas de Normas de Normas Normas
aplicación materiales
delimitación extensión autolimitadas materiales
necesaria imperativas
especiales
Hay que tener muy presente que estos tipos no se han identificado en razón de su
estructura interna, ni se han seleccionado a partir de un análisis normológico, ni
tampoco responden a una sistematización basada en los métodos. Se han
individualizado en razón del papel que desempeñan en el Ordenamiento sin ninguna
otra pretensión. Esta precisión es importante en la medida en la que si atendiésemos a la
composición de su economía interna, las disposiciones de Derecho internacional
privado quedarían reducidas a dos grupos: normas de conflicto (unilaterales y
multilaterales) y normas materiales (especiales e imperativas). Por otro lado, si
intentásemos una clasificación en función de los métodos, el catálogo de base quedaría
reducido a tres categorías: normas de conflicto; normas destinadas a la extensión del
ámbito de aplicación de los preceptos internos y normas con consecuencia jurídica
directamente determinada. También hay que destacar que no se trata de una
clasificación cerrada. Las normas positivas del Derecho internacional privado español
ofrecen un catálogo mucho más amplio. Hechas estas advertencias pasemos ahora a dar
una breve descripción de cada una de ellas.
139
Véase Espinar Vicente, «El artículo 11 del Código civil. Una posible lectura», Anuario de Estudios
Sociales y Jurídicos de la Escuela Social de Granada, 1980, pág. 423 y ss.-
140
Lo más relevante del unilateralismo estriba en la forma en la que designa el Derecho aplicable y no en
el modo en que el que se declara la aplicabilidad de la lex fori (véase por todos Vivier, «Le caractère
bilateral des règles de conflits de lois», Revue Critique, 1953, ppág. 73-90). La función del método
unilateral, en la resolución del llamado conflicto de leyes, radica en determinar cuál de los ordenamientos
a los que se vincula el supuesto posee las disposiciones que incluyen en su esfera de reglamentación al
caso considerado. Atendiendo a esta finalidad, la norma de conflicto unilateral constituye el vehículo que
expresa la voluntad general del legislador en lo relativo a la validez extranacional de las normas que
dicta.-
141
Sobre la reciprocidad en nuestra disciplina, véase especialmente a Louis-Lucas, «L’idée de la
réciprocité dans le réglement des conflits de lois», Revue Critique, 1947, pág. 13 y ss.-
142
Por ejemplo, en el artículo 278 de la Ley Orgánica del Poder Judicial donde se establece que: “Si se
acredita la existencia de reciprocidad o se ofrece ésta por la autoridad judicial extranjera requirente...”.-
143
Por ejemplo, en el artículo 953 de la Ley de Enjuiciamiento Civil de 1881(aun en vigor) se dispone que
“Si la ejecutoria procediere de una nación en que por jurisprudencia no se dé cumplimiento a las
dictadas por los Tribunales españoles, no tendrán fuerza en España”.-
144
Sobre los distintos tipos de reciprocidad véase de Angulo Rodríguez, Lecciones de Derecho procesal
internacional, Granada, 1974, pág. 18 y ss.-
145
Las normas de delimitación son tipos normativos que acompañan, de manera expresa o tácita, a las
normas de policía (orden público o de aplicación inmediata) del ordenamiento del foro. En su interior
contienen un mandato de aplicación que extiende el juego de estas normas a los supuestos de tráfico
externo que mantienen con el foro la conexión retenida por la misma. En consecuencia, cuando una
situación internacional interese a un ámbito de regulación del foro afectado por normas imperativas, el
intérprete deberá analizar la esfera espacial de vigencia que el legislador haya atribuido (o haya tenido la
intención de atribuir) a esas disposiciones, en orden a determinar si el supuesto queda incluido en su
esfera de eficacia. Por otra parte, algunos autores han visto en ellas el medio idóneo para aplicar en el foro
las normas de policía extranjeras. Es el caso, por ejemplo de Toubiana (Le domaine de la loi du contrat
en Droit internacional privé. Contrats internationaux et dirigisme étatique, París, 1972, ppág. 231 y ss) y
Deby-Gerard, (Le rôle de la règle de conflit dans le règlement des rapports internationaux, París, 1973,
ppág. 54-56) quienes consideran posible ésto a través de la bilateralización de la conexión unilateral que
contienen este tipo de normas. Posicionamiento criticable de tener en cuenta que las normas de
delimitación no reproducen el esquema de un método unilateral interno (global o auténtico), tal como
hacen las normas de conflicto unilaterales, sino más bien un esquema unilateral de base parcial (vid. Vitta,
«Cours general de Droit internacional privé», R. des C., T. 162, 1969, pág. 148 y 159). En consecuencia,
al operar en relación con un grupo normativo (o preceptos normativos) a los que asigna una esfera de
eficacia delimitada en función de su objetivo, en los casos que no entren en su ámbito el juez del foro
deberá terminar resolviendo el litigio aplicando la lex causae. Véanse las críticas a este planteamiento
neoconflictualista en Mayer, «Les lois de police étrangères», Journal de Droit internacional Privé, n. 2,
1981, pág. 277 y ss.-; Loussouarn, «Cours General de Droit internacional privé», R. des C., T. 139, 1973,
pág. 380.-
146
Sobre esta cuestión vid. Gardeñes Santiago, La regla de reconocimiento mutuo y su incidencia en el
comercio de mercancías y servicios en el ámbito comunitario e internacional, Madrid, 1999.-
147
En puridad, la idea que subyace en el fondo de este tipo de normas no es nueva, pues ya estaba
presente en la construcción teórica de Savigny. Pero lo cierto que recibe su consagración dogmática con
Francescakis a través de la doctrina de las leyes de aplicación inmediata. Se trata de un unilateralismo no
tan ambicioso como el que expresan las normas de conflicto unilateral, pues no propugna la sustitución
del método bilateral por otro distintos, sino la pervivencia, junto a la norma de conflicto bilateral, de un
tipo de normas pertenecientes a la lex fori que resultan directamente aplicables sin la mediación de la
primera cada vez que las situaciones internacionales queden comprendidas en su ámbito espacial. Motivo
que explica que el insigne jurista griego reconozca que si en su teoría hay unilateralismo éste no es más
que parcial (véase Francescakis, «Quelques précisions sur les lois d’application inmédiate et leurs
rapports avec les règles de conflit de lois», Revue Critique, 1996, pág. 16); Sobre las normas de
aplicación necesaria en nuestra doctrina véase a de Miguel Asensio, «Derecho imperativo y relaciones
privadas internacionales», en Homenaje a Don Antonio Hernández Gil, Madrid, 2001, págs. 2857 y ss.
148
Como señala Francescakis (en «Y-a-t-il du nouveau en matière d’ordre public?», T.C.F.DIPr, annés
1996-1969, pág. 165), son normas cuya aplicación resulta necesaria para la salvaguardia de la organización
política, social o económica del país. -
149159
Graulich, «Règles de conflit et règles d’application inmédiate», Mélanges en l’honneur de Jean
Dubin, vol. II, 1963, pág.. 643. Sobre la función de transición que cumplen las normas de aplicación
inmediata hasta la adopción de una nueva norma de conflicto bilateral vid. Bucher, «L’ordre public et le
but social des lois en Droit internacional privé», R. des C., T. 239, 1993, p. 72; igualmente, González
Campos, Diversificatiom spécialisation, flexibilisation et matérialisation des règles de Droit internacional
privé», R. des C., t. 287, 2000, p. 318.
150
En contra véase Calvo Caravaca y Carrascosa González (Derecho internacional privado, Granada,
1997, p. 261) consideran que las normas materiales de derecho interno sólo pueden aplicarse al tráfico
externo en la medida en la que de manera expresa una norma de delimitación lo permita. En suma, niegan
la posibilidad de que el juez las identifique como tales.
Existe otra manera de aplicar con carácter necesario determinadas concepciones del
foro a la regulación del tráfico externo. Veámoslo a través del clarísimo ejemplo que nos
suministra el artículo 42 del Código Civil cuando dispone que “La promesa de matrimonio no
produce obligación de contraerlo ni de cumplir lo que se hubiese estipulado para el supuesto
de su no celebración”. Se trata de una disposición interna cuyo carácter imperativo, en el
sentido que acabamos de describir, podría resultar dudoso en una primera lectura. Sin
embargo, si atendemos a su segundo inciso, a cuyo tenor: “No se admitirá a trámite la
demanda en que se pretenda su cumplimiento”, se pone claramente de relieve que si no puede
ejercitarse ninguna acción en España, puesto que el Juez tiene prohibido admitirla a trámite, el
derecho extranjero en el que pudiera fundarse la pretensión habrá quedado enervado a priori y
las previsiones de la ley española prevalecerán de forma inmediata.
5. Las normas autolimitadas.
Son disposiciones que sirven para excepcionar el juego de las normas de conflicto
multilaterales151. Su objetivo estriba en aislar una de las variedades con la que se puede
producir el tipo de relaciones a las que se refiere el supuesto de hecho de una norma de
atribución y sustraerlo de su juego, ordenando que su regulación se atenga a lo preceptuado
por la lex fori. Para entender su finalidad situemos nuestra reflexión en el distinto grado de
internacionalidad que pueden revestir los supuestos de tráfico externo. Pues bien, cuando
alguno de ellos presenta un mínimo de internacionalidad que no justifica el tratamiento
diferencial requerido por los supuestos que lo evidencian en mayor escala, el legislador
descarta la aplicación de la norma de colisión y asimila el tratamiento de esas cuestiones a la
prevista para los supuestos homogéneos. En el primer artículo del Estatuto de los
Trabajadores encontramos un ejemplo muy clarificador. En él se dispone que “La legislación
laboral española será de aplicación al trabajo que presten los trabajadores españoles
contratados en España al servicio de empresas españolas en el extranjero, sin perjuicio de
las normas de orden público aplicables en el lugar de trabajo...”. Cuando todos los elementos
del contrato se vinculan en el momento de su conclusión a la Ley española, el carácter
internacional de la relación es ínfimo. Por lo tanto, parece razonable sacar esos contratos del
régimen general previsto para los auténticamente internacionales y someterlos al previsto para
los nacionales. Lo más relevante de esta técnica es que actúa para enervar, en la medida de lo
posible, el carácter internacional de supuestos que contienen elementos extranjeros de
relevancia accidental.
6. Las normas materiales de Derecho internacional privado.
151
Véase la concepción de De Nova sobre las normas autolimitadas (en Scritti di Diritto internazionale
privato, Padua, 1978), donde se reproducen cinco de sus excelentes trabajos sobre el tipo normativo al
que él se refería con esta expresión. Igualmente, Nussbaum, en Principles of Private Internacional Law,
Londres, 1943, pág. 296.
152
Véase Von Overbeck, «Les règles de droit internacional privé material», Mélanges Kollewijn-
Offerhaus, Leiden, 1962, pp. 362 y ss; Simon-Depitre, «Les règles materielles dans les conflits de lois»,
Revue Critique, 1974, p. 591 y ss.
153
Miaja de la Muela, «Las normas materiales de Derecho internacional privado», REDI, 1963, p. 435.
154
Pérez Vera, Intereses del tráfico jurídico externo y Derecho internacional, Granada, 1973, p. 127.
155
Como señala González Campos («Diversificatiom spécialisation, flexibilisation et matérialisation des
règles de Droit internacional privé», R. des C., t. 287, en especial, p. 196 y ss), la especialización
(material, para aspectos concretos y por el grado de heterogeneidad) provoca la reducción al recurso de
las reglas de aplicación (calificación, reenvío y el orden público).
-fuese cual fuese la denominación que estas últimas recibiesen- se concebían como
excepciones al juego de la metodología prioritaria. La imagen de Remiro Brottons basada en
un precepto de atribución convertido en una fortaleza asediada por un ejército de
disposiciones sustantivas y de orden público, fue atemperada por concepciones que
suavizaban el símil, incidiendo sobre la idea de la cooperación entre las instancias de
regulación, lo que se traducía en una coordinación de normas y Sistemas. Quizás los más
notables defensores de estas tesis fuesen Batiffol 156 en Francia y Carrillo Salcedo en
España157. Posteriormente las críticas al método se centraron en los cuatro puntos que, a
continuación analizaremos, pero se construyeron como elementos doctrinales de
amejoramiento y no como auténticas impugnaciones del paradigma. A pesar del sustrato
deconstructivista de las teorías contemporáneas 158, en todas ellas existe, cuanto menos, el
germen de una alternativa para regenerar el método clásico. Desde la perspectiva de su
traducción positiva, tal vez el denominador común de todas estas corrientes podría sintetizarse
de la siguiente manera:
Primero, el proceso de localización del modelo no debe basarse exclusivamente en el análisis
del tipo abstracto al que se reconducen las conductas y hechos reales. La localización debe
establecerse mediante el examen directo de las propias conductas y hechos reales que hayan
de regularse. Sólo así resultará posible realizar los auténticos objetivos del Derecho
internacional privado159.
Segundo, las conexiones deben seleccionarse y formularse pensando, fundamentalmente, en
el resultado sustancial que pretende lograrse. Este objetivo comporta la utilización de una
metodología flexible160 que se obtiene mediante la disposición de las conexiones en
agrupaciones cumulativas, sucesivas, alternativas o mediante el uso de factores de
localización meramente orientativos. De este modo se puede establecer una mecánica apta
para garantizar los resultados concretos que se propone el legislador al formular la norma de
conflicto; (que el acreedor de los alimentos pueda efectivamente obtenerlos, que no se
invalide un negocio por meros defectos formales, que el consumidor quede protegido, o que
la ley que se aplique sea la del lugar donde se produce una auténtica confluencia de las
conductas que dan vida a una relación, entre otros muchos ejemplos).
Tercero, estos objetivos deben quedar absolutamente garantizados, hasta el punto de que si
no se lograse su satisfacción a través del empleo de estas nuevas técnicas, éstas deben ceder
en aras de un resultado más adecuado. Si tras el análisis del contenido material de las leyes
reclamadas por estas normas, no se reconociese en ninguna de ellas el efecto que ab initio
intentaba lograr el legislador, el Juez deberá hacer jugar (aunque no necesariamente aplicar)
una u otras leyes distintas, al objeto de dar cumplida satisfacción al objetivo sustancial de la
norma de conflicto. Para que esto resulte posible, las disposiciones de esta índole deben
prever una cláusula de escape que permita adaptar, sustituir o enervar el juego de sus
conexiones hasta que pueda obtenerse el resultado apetecido. En esta línea podrían
156
Batiffol, «Réflexions sur la coordination des systèmes nationaux», R. des C., t. 120, 1967, pp. 165 y ss.
157
Carrillo Salcedo, Derecho internacional privado, Madrid, 1983, pp. 303 y ss.
158
Véase a Sánchez Lorenzo, «Postmodernismo y Derecho internacional privado», REDI, n. 2, 1994, p.
557 y ss.
159
Cfr. Lagarde, «Le principe de proximité dans le Droit internacional privé», R. des C., t. 196, 1986, p.
29.
160
Veánse los Cursos de Schwind, «Aspects et sens du Droit international privé (Cours Général de Droit
international privé)», R. des C., t. 187, 1984, p. 1 y ss.; y Pocar, «La protection de la partie faible en droit
international privé», R. des C., t. 188, 1984, p. 339 y ss.
incluirse las normas narrativas de Jayme 161, las cláusulas de excepción e incluso
ciertas actitudes judiciales basadas en la Zweistufentheorie162, en las que se toma en
consideración la regulación establecida en un ordenamiento no reclamado por la norma de
atribución, pero sí estrechamente vinculado con el asunto, al objeto de adaptar la solución
conflictual, legislativamente prevista, a los propios objetivos de justicia del foro.
Cuarto, la utilización de las técnicas requeridas por estos planteamientos comporta
necesariamente el abandono de cualquier posición universalista 163. Las soluciones que se
alcancen por estas vías serán propias y específicas de cada sistema de Derecho
internacional privado. Este dato dificulta sobre manera la posibilidad de lograr una cierta
armonía internacional de soluciones. Como hemos visto y más adelante seguiremos viendo,
los Estados tratarán de paliar las consecuencias excesivas de este efecto mediante la
conclusión de Convenios relativos a las cuestiones más sensibles y entre países que
comparten una cierta comunión de valores.
Como puede observarse, el impresionismo jurídico que anotara Loussouarn al
comienzo de los años setenta del pasado siglo 164 ha evolucionado hacia un expresionismo que,
a su vez, ha sido parcialmente sustituido por un postmodernismo mas figurativo y por la
pervivencia de una cierta tendencia a la abstracción. Ahora bien, si entendemos que el
impresionismo, el expresionismo o la posmodernidad son expresiones sincréticas, utilizadas
para agrupar bajo ellas al conjunto de corrientes que denuncian las distorsiones de carácter
general que se suscitan al aplicar los postulados de base del paradigma clásico 165, podremos
comprobar que ya sea propugnando el eclecticismo metodológico de la pluralidad normativa,
ya sea postulando la utilización de cláusulas de escape, ya sea defendiendo una necesaria
orientación sustancial de las normas de conflicto o la construcción en dos pasos de la
respuesta jurídica, bien sea abogando por una orientación narrativa del comportamiento
judicial o bien potenciando el juego de principios como el de proximidad, todas ellas
conforman un panorama coherente, en el que casi ninguna de ellas resulta incompatible con
las demás, que todas ellas enriquecen la mecánica del método-paradigma y que, además, y a
diferencia de lo acaecido en otras épocas, hoy sí encuentran una traducción más o menos
rápida en los textos legales positivos.
161
Jayme, Narrative Normen im Internationalen Privat -und Verfahrens- Recht, Tubinga 1992.
162
Sobre la teoría del doble escalón como mecanismo de flexibilización de la norma de conflicto, véase a
Jayme, «Identité culturelle et integration : le droit international privé postmoderne. Cours général de droit
international privé», R. des C., t. 251, 1995, p. 73 y ss; 226 y ss ; y 253 y ss. Igualmente a González
Campos, «Diversificatiom spécialisation, flexibilisation et matérialisation des règles de Droit
internacional privé», R. des C., t. 287, en especial, p. 329 y ss; García Gutiérrez, «El Doble Escalón del
Derecho internacional privado: sobre la toma en consideración del otro ordenamiento jurídico en la
interpretación del Derecho material aplicable», en Obra homenaje al profesor Julio D. González Campos,
t. II, Madrid, 2005, pp. 1547-1561.
163
Las corrientes universalistas pretenden arbitrar un método que permita que un supuesto de tráfico
externo reciba la misma regulación jurídica en cualesquiera de los foros en los que pueda platearse. Las
corrientes del particularismo entienden que cada Sistema de Derecho debe regular el supuesto de tráfico
externo, sólo o en colaboración con otros Ordenamientos, desde la perspectiva de sus propios parámetros
de justicia, conveniencia y efectividad.-
164
Cfr. Loussouarn, «Cours Général de Droit international privé», R. des C., t. 139, 1973, p. 338.
165
Y es que la solución de estos problemas no se encuentra, a nuestro juicio, en distorsionar, como se está
haciendo, conceptos tales como los de "relación de derecho", "naturaleza" y "sede" de Savigny, para
generar la percepción de que sobre tales criterios sólo pueden conseguirse construcciones abstractas y
rígidas. En definitiva, como acabamos de ver, Savigny partía de la distinción de dos elementos de la
relación de derecho: el material y el plástico o formal. El primero hace referencia a la vida y el segundo a
la percepción de la vida por el derecho. A partir de aquí, su construcción (con evidentes quiebras lógicas a
lo largo de su obra) trata de tomar en consideración ambos.
Sin embargo, estas preocupaciones por corregir el resultado de la norma de conflicto 166
mediante una aproximación a la realidad167, evoca en sus planteamientos las críticas que
dirigiese O. Wendell Holmes al sistema continental europeo hace más de un siglo. En su The
Common Law; explicaba que encerrar en presupuestos normativos a tipos ejemplares de
conductas, individualizadas por vía de abstracción, no constituía un método idóneo. Apenas se
hubiese procedido a la tipificación cuando los acontecimientos estarían desbordando el modelo.
Cuando este desajuste se agudizase el legislador se vería obligado a introducir cambios que
estarían condenados a correr igual suerte. En consecuencia, toda regulación basada en esta
técnica está abocada a quedar obsoleta apenas ser positivada. Y es que, en definitiva, la
aproximación a los planteamientos angloamericanos se encuentra presente en este orden de
inquietudes168. En efecto, todas ellas parten de postulados clásicos, aunque den soluciones a los
problemas específicos que suscita la nueva realidad del tráfico externo, pero sin llegar a
constituir propuestas auténticamente novedosas para una adaptación global del método
multilateral capaz de mejorar sus resultados. Las flexibilizaciones desproveerán
momentáneamente al paradigma de su esclerosis congénita, pero no nos darán una solución
duradera en realidad.
Cuando la atención se desplaza del objeto jurídicamente aprehensible a sus formas
individuales, no debería de olvidarse que toda norma desarrolla su función apoyándose en unos
elementos plásticos (figurativos), sea cual fuere su fuente de positivación. Si se llegase a
prescindir del elemento formal mediante normas conflictuales tan flexibles que fuesen capaces
de operar de un modo u otro según los caracteres del caso específico, cabrían dos soluciones
posibles: o bien se inducirán nuevos tipos por la vía del precedente judicial (como es el caso de
la experiencia anglosajona169), o bien, iríamos a soluciones casuísticas inspiradas en abstractos
criterios de utilidad y justicia en las que el papel del juzgador consistiría en crear normas de
Derecho internacional privado, a partir de principios generales, pero para cada caso concreto.
Ninguna de las dos alternativas resulta, en principio, criticable; la última, sobre todo, puede
resultar particularmente apta para hacer frente a los problemas que genera la solución de los
supuestos de tráfico externo en la actualidad; No obstante, será preciso matizar la construcción
166
Existe algo en las distorsiones de carácter general que se denuncian con respecto a los postulados de
base del paradigma clásico que hace que no nos resulten convincentes, al menos totalmente. Y es que la
solución de estos problemas no se encuentra, a nuestro juicio, en distorsionar, como se está haciendo,
conceptos tales como los de "relación de derecho", "naturaleza" y "sede" de Savigny, para generar la
percepción de que sobre tales criterios sólo pueden conseguirse construcciones abstractas y rígidas. En
definitiva, como acabamos de ver, Savigny partía de la distinción de dos elementos de la relación de
derecho: el material y el plástico o formal. El primero hace referencia a la vida y el segundo a la
percepción de la vida por el derecho. A partir de aquí, su construcción (con evidentes quiebras lógicas a
lo largo de su obra) trata de tomar en consideración ambos.-
167
"Ciertamente - escribe Lagarde en el párrafo final de su Curso - el principio de proximidad no se halla
más cerca de la verdad de lo que se encuentra el principio de soberanía, por ejemplo. Simplemente está
más cerca de la vida y ese es su título de grandeza. Al enseñarnos que ninguna voluntad política ni juez
alguno, por puras que sean sus intenciones, pueden conseguir regular a través de sus leyes, durante
mucho tiempo, relaciones de la vida que se encuentran fuera de su alcance, nos da una lección de
modestia" (la traducción es nuestra). Cfr. Curso («Le principe de proximité dans le Droit internacional
privé», R. des C., t. 196, 1986, p. 194).-
168
Los elementos de esta aportación anglosajona pueden verse en Hannotiau, Le Droit internacional privé
americain, París 1979 (Cfr. en especial bibliografía allí citada); y en Juenger, American and European
Conflict of Laws, AJCL 1982 págs. 117 y ss. y Vitta, The impact in Europe of the American Conflicts
Revolutions, AJCL 1982 págs. 1 y ss.
169
. Obsérvese como en el ámbito anglosajón una regla de carácter tan flexible como la "Proper Law of
the Contract" ha venido indentificándose progresivamente con la autonomía de la voluntad. En el caso
Vitta Food Products Inc. v. Unus Shipping Co. Ltd., Lord Wright basaba en la sumisión legal y de buena
fe todo el contenido de la regla. Ciertamente existen decisiones que flexibilizan esta interpretación. Pero,
en esencia, la autonomía de la voluntad es la base del Proper Law of the Contract.
marco para evitar que, al igual que Malevitch en 1917, acabemos exponiendo la esencia del
método básico de nuestra disciplina como un cuadro blanco pintado sobre un lienzo blanco. Si
el precedente vincula al juzgador cuando se le permite crear soluciones, no es por capricho, es
porque la seguridad jurídica exige que el sujeto de la justicia pueda prever las consecuencias
jurídicas de sus conductas.
2. Las nuevas soluciones conflictuales.
No resulta sencillo pergeñar un esquema susceptible de caracterizar
los rasgos que dibujan el complejo panorama actual de nuestra disciplina.
No obstante, a modo de conclusiones, vamos a bosquejar los rasgos que
nos parecen más importantes en la siguiente tabla:
Principales
consecuencias en el
ámbito del Derecho
internacional privado
170
Se entendía que lo que resultara de justo o injusto podría hallarse en el Sistema reclamado, pero nunca
en el precepto de atribución.
171
Véase Pérez Vera, E. “Intereses del tráfico jurídico externo y Derecho Internacional” Granada, 1973;
en especial págs. 107 y ss.-
172
Ambas citas pertenecen a la obra de Savigny, F.C. “Sistema de Derecho Romano Actual” Madrid 1889
Tomo VI págs. 142-143.-
173
Véase Guzmán Zapater, M. “Sociedad internacional y Derecho internacional privado” Madrid, 2006,
págs. 74 y ss.
174
Véase el apartado “Las normas de orden público y el orden público “propter normam internam” del
profesor Szaszy” en Espinar Vicente, J.M. “Derecho internacional privado, funciones y técnicas” Málaga
1983; págs.86 y ss.-
175
Nótese que en el artículo 23.4 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (B.O.E. 30-IV-1977) se
hace referencia al divorcio, aunque no se consagre el derecho a divorciarse; el precepto se limita a consagrar la
igualdad de derechos y responsabilidades de ambos esposos “en cuanto al matrimonio, durante el matrimonio y
en caso de disolución del mismo”.-
176
El artículo 21 de Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea [2000/C 364/01 (DOCEC 18-
XII-2000)] prohíbe toda discriminación “y en particular la ejercida por razón de (... ....) orientación
sexual.-
177
Entendemos por “plenitud”, siguiendo a González Campos: “la virtualidad de ese ordenamiento para
reglamentar, mediante sus propias normas, el conjunto de problemas que suscita el tráfico externo ”.
Véase, “Curso de Derecho internacional privado” (según las explicaciones en el curso académico 1982-
83 del prof. Dr. D. Julio D. González Campos) policopiado U.A.M. 1982-83; pág.91.-
178
Ello no quiere decir que no existan excepciones. Cuando pueda detectarse una identidad de razón entre
la regulación comunitaria o convencional y la requerida para colmar una laguna del sistema autónomo, el
legislador podrá inspirarse en la solución institucional o convencional; incluso el juez podrá realizar una
correcta transposición analógica de tales normas; pero sólo deberá hacerlo en casos específicos (nunca
con carácter general) y observando las reglas previstas para ello.
Entre los trazos con los que podríamos dibujar un modelo impresionista del
actual panorama jurídico, se han seleccionado cuatro que -desde nuestro punto de
vista- permiten aproximarse a la realidad objetiva, aunque sea parcialmente.
a) El primero de ellos hace referencia a la potenciación del control público de la
aplicación del derecho privado. La creciente incorporación de valores sociales
en las normas agudiza la necesidad de vigilar la utilización del Derecho por los
particulares, al objeto de salvaguardar los intereses colectivos. La necesaria
intervención de autoridades judiciales o administrativas para autorizar el
nacimiento de situaciones o relaciones jurídicas o, simplemente, para examinar
la concurrencia de los requisitos necesarios para su constitución, otorga a la
administración pública del derecho privado un papel de altísima relevancia. Un
examen del censo de tratados suscritos por España en materia de Derecho
internacional privado pone de relieve cómo el número de los referidos a la
cooperación entre autoridades prevalece, desde hace algunas décadas, sobre el
de los convenios que incorporan disposiciones basadas en los métodos
clásicos. El estudio del régimen de las adopciones internacionales en los países
de nuestro entorno deja bien claro que existen instituciones cuyo tratamiento
jurídico se apoya, casi exclusivamente, sobre esta técnica. Únicamente en los
institutos donde los Derechos modernos dejan un mayor margen a la libertad
individual, se mantienen las técnicas tradicionales, aunque puestas al día y con
el correctivo -ya mencionado- de abrir su regulación a las disposiciones
imperativas de terceros Estados, tal como es el caso de las obligaciones
contractuales. Este es un dato muy importante por cuanto la configuración del
tratamiento jurídico en un gran número de materias hace muy difícil establecer
un Sistema de Derecho internacional privado eficaz sin atender a este aspecto.
b) Cuando la base del régimen de una determinada cuestión se construye a través
de los mecanismos que acaban de describirse, se produce una consecuencia
consustancial al espíritu subyacente. Si el control se realiza para tutelar intereses
generales, es lógico que –a nivel de Derecho internacional privado- los valores a
salvaguardar sean comunes a los Ordenamientos que se coordinan. Y esos
valores existen. Se han decantado como conceptos jurídicos indeterminados que
operan con un núcleo de certeza y un halo de incertidumbre en el medio
interestatal que los acepta. Se configuran como un “orden público”
auténticamente internacional, de perfiles definidos, o bien como normas
materiales abstractas que estuviesen “al servicio de la aspiración internacional
de facilitar y asegurar el tráfico externo”179. Enraizados en los Derecho
Humanos, depurados en las formulaciones que han recibido en un gran numero
de convenios e incorporados como principios generales por los Ordenamientos
particulares, constituyen fundamentos jurídicos de alcance universal. Si la
autoridad que es internacionalmente tenida por competente, los observa y los
tutela, al autorizar o controlar la constitución de una relación o situación
jurídica, los objetivos comunes habrán sido satisfechos. Frente a un determinado
negocio civil, un sector de normas de origen e inspiración internacional, tendrían
por objeto concretar los valores colectivos que deben tutelarse en el momento de
constituirlo o verificarlo. Nociones como el interés superior del menor sirven
para ilustrar esta categoría de “normas principiales de Derecho internacional
privado”.
179
Cfr. Pérez Vera, E. “Intereses...” op. cit. pág.123.-
180
La frase pertenece a la Sentencia de de la Sala primera del T.S. de 15 de noviembre de 1996 (Ponente
Excmo.Sr.D. Jesús Marina Martínez-Pardo); y aunque se refiere específicamente a la aceptación o
rechazo del reenvío, puede servirnos para ilustrar una idea que se halla presente no sólo en la
CAPITULO V
LA NACIONALIDAD: CONCEPTO Y FUNCIONES. EL
RÉGIMEN JURIDICO DE LA ATRIBUCIÓN Y LA OPCIÓN.
I. EL CONCEPTO DE NACIONALIDAD.
1. Las acepciones del término.
El concepto de "nacionalidad" o "ciudadanía" es polivalente y puede utilizarse
para expresar cuatro acepciones distintas:
182
Así pareció entenderlo la Dirección General de los Registros y del Notariado, cuando en su Circular de
6 de noviembre de 1980 afirmaba que: "...la expresión nacionalidad puede tener otro significado, pues
comprende también la especial condición política del español que pertenezca a determinada región o
nacionalidad que se haya constituido como Comunidad Autónoma. Y como esta condición personal es un
elemento importante de identificación, no hay razón para negar su acceso al Registro Civil..." Sin embargo,
esta posición resultaba difícilmente mantenible en el ya iniciado proceso autonómico, pues los estatutos de
autonomía no fueron en esa dirección. Tanto el Estatuto del País Vasco como el de Cataluña definían la
condición política a través del concepto vecindad administrativa, entendida en el sentido que le otorgan las
leyes generales del Estado.-
183
La vecindad administrativa “...es el vínculo que une a la persona con el Municipio donde reside, relación
que determina a su vez la adscripción a la Comunidad Autónoma de la que forma parte el Municipio” Cfr.
Sosa Wagner, F. voz “Vecino” en “Enciclopedia jurídica básica” Vol. IV Madrid, 1995, pág. 6825.-
184
En relación a esta cuestión, véase Fernández Rozas, J.C., “Nacionalidad, vecindad civil y vecindad
administrativa. Consideraciones sobre el desarrollo constitucional”, REDI, 1981, págs. 153 y ss.-
185
Vid. Bercovitz, R. “La vecindad civil en los Estatutos de Autonomía de las Comunidades Autónomas”,
Revista Jurídica de Cataluña, 1981, págs. 363 y ss.-
186
Vid. Forner Delaygua, J.J., “La contribución de la DGRN a la doctrina sobre cambios de vecindad civil
por residencia”, Derecho Registral Internacional, Homenaje a la memoria del Profesor Rafael Arroyo
Montero, Madrid, 2003, págs. 389- 402.-
187
Vid. Pérez Vera, E., y Abarca Junco, P., Nacionalidad. Extranjería. Derecho procesal civil internacional.
Derecho internacional privado, Madrid, 1984, págs. 54 y ss.-
188
El esquema es muy simple: se consagra la nacionalidad como un derecho fundamental del individuo (en
la medida en la que constituye el principal vehículo que utiliza el Ordenamiento Internacional para
instrumentar la protección de los derechos humanos). Se exige la efectividad del vínculo (cuando se atiende
a su dimensión operativa frente a terceros Estados. Cfr. El caso Nottebhom “Arrêt du 6 avril 1955, Recueil
1955) y, finalmente, se consagra, -sin un desarrollo más preciso-, una serie de directrices encaminadas a
permitir el cambio voluntario de nacionalidad o a prohibir la privación arbitraria de la ciudadanía.-
ambos datos. Lo que se pretende poner de relieve es que nada obliga al Estado a
establecer esta correspondencia y que, de hecho, en algunos casos no existe. Si no puede
confundirse la efectividad requerida por el Derecho Internacional con la traducción del
dato sociológico en un dato jurídico, nada impide extender el círculo de ciudadanos más
allá del grupo que integra la nación; incluso resulta posible distinguir diferentes categorías
de sujetos en función del distinto grado de engarce que cada persona manifieste con el
Estado que le atribuye o concede su nacionalidad. Por este motivo, el status personae que
genera esta condición no resulta siempre uniforme189. Este proceder legislativo permite ir
descubriendo una serie de círculos concéntricos dentro de la esfera global de la
nacionalidad de cada Estado.
Al inicio de este capítulo se dijo que la nacionalidad expresa la vinculación
primaria entre la persona que la ostenta y el conjunto de derechos y deberes
fundamentales que le otorga el Sistema del que es ciudadano. Con esta afirmación sólo se
pretendía realizar una aproximación general a la dimensión de estado político que encierra
este concepto. Ahora resulta preciso matizar esta afirmación. En el sistema jurídico
español existen dos clases de nacionalidades netamente diferenciables y que dan lugar a
dos estatutos distintos: el que se deriva de la nacionalidad de origen y el que procede de la
nacionalidad adquirida. La diferencia de contenido entre ambas tiene la característica de
circunscribirse únicamente a lo que se encuentra previsto en la vigente Constitución.
Como acertadamente explica Pérez Vera, en el análisis de las normas constitucionales
referidas a la nacionalidad, la condición privilegiada del español originario se configura
con un carácter previo a la aplicación del principio de igualdad que consagra el artículo 14
de nuestra Ley Fundamental190. Ahora bien, cualquier desarrollo por vía legal del estatuto
privilegiado del español de origen, ampliándolo a otros aspectos, tendría, sin lugar a
dudas, un carácter ulterior y un rango normativo inferior al del principio de no
discriminación; por consiguiente, resultaría netamente inconstitucional. Dicho con otras
palabras, un derecho constitucional puede ser constitucionalmente matizado, pero nunca
puede ser extra-constitucionalmente alterado. Así pues, los españoles de origen no pueden
ser privados de su nacionalidad, pueden adquirir la ciudadanía de un Estado de nuestra
Comunidad Histórica de Naciones sin perder la española y sólo ellos pueden ser tutores
del Rey menor. En todo lo demás nuestro Sistema iguala de forma absoluta a todos sus
nacionales.
189
El acta de nacionalidad británica de 1981 constituye un claro exponente de la idea que se quiere
transmitir. Véase Torres Ugena, N, “La nueva Ley de Nacionalidad Británica de 1981” en Revista jurídica
de Cataluña 1983/IV págs. 917 y ss.-
190
Véase Pérez Vera, E., “La Constitución de 1978 y el Derecho internacional privado español: normas en
materia de nacionalidad y extranjería, RDP, 1982, págs. 5 y ss.-
1983, que la nacionalidad más que un derecho, se conforma como un estado civil y, como
tal, como un complejo de derechos y deberes191. Facultades y obligaciones que, a nivel de
derecho privado, no pueden ser otras que las confiere o impone a los ciudadanos la
normativa del Código.
La razón histórica de esta construcción se encuentra en la recepción del principio
de la nacionalidad en España durante la etapa codificadora. Teniendo su origen en la
Revolución Francesa, es formulada por Mancini en 1843 en una intervención en la
Academia de Ciencias de Nápoles y encuentra una acogida muy favorable en el sur del
continente europeo. El principio es utilizado doctrinalmente como base para la
construcción de un Sistema jurídico en general y de un Derecho internacional privado en
particular, cuyas líneas maestras, siguiendo la formulación de Esperson192, serían las
siguientes:
a) El fundamento del Estado se encuentra en la nación. El territorio no es sino una
consecuencia accesoria derivada del asentamiento de la comunidad. En
consecuencia, dentro de la población de cada país pueden distinguirse dos clases de
personas: las que pertenecen al grupo (nacionales) y los individuos que se hallan en
el espacio donde se asienta el grupo y que mantienen con el Estado un "vincolo
attuale di sudditanza política".
b) En correspondencia directa con este planteamiento, se considera que cada
sistema jurídico tiene asignado un doble objetivo: el primario que consiste en
establecer las normas que rigen las situaciones y relaciones de los miembros del
grupo (es decir, los nacionales); el secundario, que estriba en promulgar los
preceptos de derecho público que organizan la convivencia en el territorio. Pues
bien, si el nacional en el extranjero y el extranjero en la nación son única y
exclusivamente destinatarios de las normas de derecho público, debe concluirse
entonces que el ámbito de eficacia de la ley personal-nacional no tiene más límite
que el que resulte de las normas de derecho público del lugar donde se halle el
individuo.
c) El tercer pilar de esta doctrina se concreta en una distinción de dos grupos
normativos dentro de la esfera del derecho privado. El primero se refiere a la esfera
del estado y capacidad de la persona, derechos subjetivos y estatuto familiar, que
afectan directamente al individuo y quedan recogidos por su ley nacional. El
segundo atiende al disfrute de los bienes y relaciones contractuales, cuya esfera de
eficacia espacial quedaría delimitada con base en otros criterios distintos.
Esta es la razón histórica que ha fundamentado la dimensión de estado civil de la
nacionalidad española. Con base en estos planteamientos, la nacionalidad en España ha
venido realizando tradicionalmente la función de determinar la capacidad de obrar y las
relaciones de familia de todos sus ciudadanos. La misma línea fue seguida por un
importante número de Estados (fundamentalmente los de la Europa continental del
sudoeste), pero durante los dos primeros tercios del pasado siglo en nuestro sistema
positivo se produjo una hipertrofia excesiva de esta dimensión y, a partir de la
Constitución de 1.978, la concepción entró en crisis por su difícil compatibilidad con los
nuevos principios que, como el de la igualdad entre los sexos, el interés superior del
191
Vid. De castro y Bravo, F., Derecho Civil de España, Tomo II, Madrid, 1952, págs. 268 y ss.-
192
Véase Mancini “Diritto internazionale” Nápoles 1873, en especial pág. 9; y Esperson, P, “Il principio di
nazionalità applicato alle relazioni civili internazionali e riscontro di esso colle norme di diritto
internazionale privato sancite dalla legislazione del Regno d’Italia” Pavia 1868 passim.-
menor, o los nuevos enfoques de la protección familiar, irrumpieron con fuerza en nuestro
Ordenamiento.
5. El concepto de ciudadanía europea.
La configuración inicial de las Comunidades y la posterior dinámica de la Unión
Europea ha venido generando un cuerpo de derechos de los ciudadanos de cada país
miembro en los demás Estados partes y ha ido abriendo líneas de participación de los
particulares en la propia estructura del Ente. En lo que respecta a lo primero, resulta
innegable que en este ámbito de integración se ha creado una nueva categoría de
vinculación entre el individuo y los Estados miembros de los que no es nacional. Frente a
la tradicional contraposición entre nacionales y extranjeros, ha surgido la figura del
“ciudadano de la Unión Europea” no como un género intermedio que se situase a
caballo entre los dos conceptos clásicos, sino como un estatuto diferencial de carácter
propio y de contenido concreto. Los derechos y deberes de los ciudadanos de un país de la
Unión en el territorio de otro, son distintos a los de los ciudadanos de aquél y se alejan
claramente de los que les corresponden a las personas sujetas a la normativa de extranjería
en ese territorio. Ese estatuto jurídico consustancial a la condición de “ciudadano de la
Unión”, se bifurca en dos caminos que desarrollan su ruta a través de dos técnicas
diferentes: la primera se refiere a la posición del ciudadano de un país miembro en
relación con los demás Estados que componen la Unión; y la segunda atiende al nexo de
ese ciudadano europeo con el Ente supranacional, considerado en sí mismo, y con el
derecho de fuente institucional al que ya nos hemos referido.
Comencemos nuestro análisis estudiando la dimensión del vínculo político de este
instituto. La doctrina mayoritaria entiende que el derecho de los ciudadano a promover
una petición ante el Parlamento Europeo (cuando se vea afectado directamente por una
actuación de la Comunidad), la legitimación de que goza para presentar reclamaciones al
Defensor del Pueblo, la posibilidad de ser elector y elegible en las elecciones al
Parlamento Europeo o en las municipales de cada país y la protección diplomática o
consular de la que pueden beneficiarse los "ciudadanos de la Unión" en determinadas
circunstancias, podrían ser tomados como índices de la existencia de un vínculo de esta
naturaleza. Sin embargo, un análisis de tres de estos cuatro elementos del posible
"estatuto político" relativizan las similitudes entre esta ciudadanía y la nacionalidad. Hasta
ahora los dos primeros derechos enumerados, más que conformarse desde la perspectiva
del ciudadano, se han configurado como medios para garantizar erga omnes un control de
las actuaciones de la Comunidad en el ámbito de sus propias competencias; técnica que
no nos puede resultar extraña. Al igual que en la organización interna de los Estados más
avanzados, se trata de crear obligaciones en su administración y establecer los cauces para
que puedan ser exigidas por sus administrados; entendiendo por tales a cualesquiera
individuos que pudieran verse afectados por sus actuaciones (en general los domiciliados
en el territorio de la Comunidad). Al igual que en nuestra Constitución, el derecho no se
enfoca como un privilegio ciudadano, sino como una exigencia que debe satisfacerse a
toda persona y para ello se pone el énfasis en asegurar el buen comportamiento de una
buena administración y en establecer cauces para su exigencia.
La posibilidad de participar en los comicios municipales en cualquier país de la
Unión en que se resida tampoco es susceptible de expresar un vínculo político entre el
individuo y la estructura de la Unión. Los noruegos y cualquier otro país con el que exista
reciprocidad pueden ejercitar en España ese derecho 193. El derecho al sufragio activo y
193
Antes de la ratificación del Tratado de Maastricht se modificó el artículo 13.2 de La Constitución
pasivo más que evocar una vinculación supranacional, parece suponer una asimilación
del ciudadano europeo al status civitatis del otro país miembro en el que reside. De
manera similar, pero con más matizaciones, se sitúa la posibilidad de recurrir a la
protección diplomática o consular de cualquier Estado parte, cuando no exista
representación diplomática del país de la propia nacionalidad. Esta eventualidad, tampoco
implica necesariamente el reconocimiento de una conexión política directa entre el
ciudadano europeo y la Unión. Puede entenderse que lo que subyace es un acuerdo entre
los Estados miembros para hacerse cargo de un sector de la actividad diplomática del país
parte que carezca de representación en un tercer Estado, como ocurre en la práctica
internacional con países entre los que no existe ningún proceso de integración. Ahora
bien, también es posible sustentar que los Estados asumen esta función como un mandato
de la Unión, lo que aproximaría el mecanismo a un derecho subjetivo emanado del Ente
(a través del consenso de sus componentes) y mediatizado a través del vehículo descrito.
Lo que si constituye sin lugar a dudas un vínculo político directo entre la persona y la
Unión es la facultad de la que disfruta el ciudadano para ejercitar el derecho al sufragio
activo y pasivo en las elecciones al Parlamento Europeo. Como pone de relieve Pérez
Vera citando a Silvestre, se trata de la única asamblea plurinacional elegida directamente,
donde las fuerzas políticas se agrupan por afiliación política y no en razón de su
nacionalidad194.
Por su parte, la relación entre el "Derecho de la Unión Europea" y “los ciudadanos
europeos” ha de entenderse a partir de una idea de base: el Ordenamiento comunitario se
integra en el Sistema jurídico de cada uno de los Estados miembros. La relación del
ciudadano con el Derecho de la Unión es por lo tanto indirecta, en la medida en la que no
existe un vínculo que le ligue de forma inmediata con un ordenamiento supranacional. En
España, el Derecho originario pasó a formar parte de nuestro Sistema jurídico por la vía
del Tratado hecho en Lisboa y Madrid el 12 de junio de 1985 y el "acquis
communautaire" formado hasta el uno de enero de 1986, se incorporó a nuestro
Ordenamiento con base en lo previsto en los artículos 2 y 3 del Acta relativa a las
condiciones de adhesión y a adaptación de los Tratados. A partir de la entrada en vigor del
Convenio, las normas emanadas de las instituciones comunitarias son normas que
provienen de un poder al que la Constitución y el propio Tratado han atribuido
competencias para el ejercicio de funciones legislativas y, en consecuencia, sus normas
pasan automáticamente a formar parte del Sistema español. En tales términos, los
nacionales españoles, en cuanto tales, son destinatarios directos de las normas
comunitarias, pueden invocar directamente el derecho europeo ante su jurisdicción y
nuestros jueces han de velar por su correcta aplicación. Con esta reflexión queremos
subrayar que las relaciones entre el “Ordenamiento europeo” y los Derechos de los
Estados miembros se traduce en la conversión de este sector normativo en Derecho
interno de cada Estado miembro; afirmación que viene a coincidir con las tesis
mantenidas en la jurisprudencia más relevante del Tribunal de Justicia. Como afirmara
desde la sentencia de 15 de julio de 1964 en el asunto Costa versus Enel: "...a diferencia
de los tratados internacionales ordinarios, el Tratado de la CEE ha instituido un
Española, de forma que quedó redactado de la siguiente manera: “Solamente los españoles serán titulares
de los derechos reconocidos en el artículo 23, salvo lo que, atendiendo a criterios de reciprocidad, pueda
establecerse por tratado o por ley para el derecho de sufragio activo y pasivo en las elecciones
municipales” Queda pues abierta la puerta a la suscripción de convenios o a la promulgación de
disposiciones que permitan a determinados extranjeros no comunitarios gozar de esta facultad.-
194
Véase Pérez Vera, E. « Citoyenneté de l’Union Européenne, nationalité et condition des étrangers »
Recueil des Cours 1996, Tomo, 261 pág. 389 ; Cfr. págs. 387-393 y bibliografía allí citada.-
obligando a sustituir los preceptos desplazados por normas propias del estatuto del
nacional o por disposiciones específicas. A estos efectos no es ni un cuasi-nacional, ni un
cuasi-extranjero, es una nueva figura: la del "ciudadano de la Unión", que goza de un
estado jurídico autónomo no confundible ni con el del nacional, ni con el del extranjero. A
nuestro juicio no se trata de un estado intermedio, es un nuevo tipo institucional que
determina un estatuto civil y político distinto.
II. EL RÉGIMEN JURÍDICO DE LA ATRIBUCIÓN Y DE LA OPCIÓN.
La ciudadanía se confiere automáticamente a aquellas personas que, en el
momento de su nacimiento o en una etapa posterior, tipifican las condiciones establecidas
por el Sistema para atribuírsela. También puede accederse a ella, bien por configurar las
características tomadas en consideración por el Ordenamiento para generar en su base un
derecho a obtenerla, o bien puede ser concedida si concurren en el sujeto unos índices de
arraigo relevantes o unas circunstancias de carácter excepcional.
En las líneas precedentes hemos tratado de describir los tres mecanismos básicos
que operan en nuestro Derecho de la nacionalidad y que, en concreto, son los siguientes:
a) El de la atribución, entendido como un dispositivo de adscripción unilateral de la
ciudadanía en el que la voluntad de los destinatarios carece de efectividad jurídica.
b) El de la opción, que confiere a sus destinatarios el derecho a llegar a ser
ciudadanos en el caso de que así lo deseasen y cumpliesen los requisitos exigidos.
c) El de la adquisición que permite al Estado convertir en nacionales a aquellos
extranjeros que, careciendo del derecho a serlo, reuniesen las condiciones
establecidas para ello y solicitasen su concesión.
1. Criterios para atribuir la nacionalidad.
Cuando un sujeto reúne las condiciones que el Sistema jurídico establece,
obtiene por ese mero hecho la ciudadanía de esa Nación. Normalmente la asignación de
la nacionalidad por este procedimiento opera en relación con el momento de nacer. Las
situaciones que se toman en consideración suelen referirse al lugar donde se produce el
nacimiento o al linaje del que procede el nacido. Sin embargo, existen supuestos en los
que se inviste automáticamente de la nacionalidad del país a sujetos que configuran un
determinado perfil con posterioridad a su nacimiento, aunque en el momento de
tipificarlo ostentasen ya una ciudadanía distinta. Las personas que se han visto atribuir
la nacionalidad por esta vía, constituyen el núcleo esencial de los “nacionales de
origen”195. El conjunto de todos estos sujetos reciben en España una consideración de
nacionales-privilegiados, cuyo estatuto se concreta en dos diferencias que no pueden
alterarse sin cambiar el texto constitucional 196. La primera impediría que se les pudiese
aplicar una hipotética pena de privación de la nacionalidad, en el incierto caso de que,
en el futuro, se llegasen a sancionar con esta pena algunas conductas concretas. La
segunda permite que los beneficiarios de este estatuto se naturalicen en cualquier Estado
195
Junto a ellos habría que integrar (según la actual legislación) a las personas que fueren adoptadas siendo
mayores de edad por los españoles con los que convivieron durante su minoría. Pero se trata de un caso
especial e infrecuente.-
196
La tercera diferencia entre el nacional de origen y el derivativo se incluye, como hemos visto, en el
artículo 60 de la CE y se refiere a la tutela del Rey menor. Entendemos que su ubicación sistemática, su
finalidad y el espíritu que de ella emana impiden considerar esta diferencia como parte integrante del
estatuto del español originario. Creemos que dentro de las precauciones propias del régimen jurídico que
se establece en relación con la Jefatura del Estado, todas las cualidades exigidas al tutor (entre ellas la de
ser español de nacimiento) se integran en el régimen específico de éste instituto singular y no en el
general de la nacionalidad ni, por supuesto, en el de la tutela.-
197
Páginas atrás escribíamos que “Como acertadamente explica Pérez Vera, en el análisis de las normas
constitucionales referidas a la nacionalidad, la condición privilegiada del español originario se
configura con un carácter previo a la aplicación del principio de igualdad que consagra el artículo 14 de
nuestra Ley Fundamental. Ahora bien, cualquier desarrollo por vía legal del estatuto privilegiado del
español de origen, ampliándolo a otros aspectos, tendría, sin lugar a dudas, un carácter ulterior y un
rango normativo inferior al del principio de no discriminación; por consiguiente, resultaría netamente
inconstitucional.” No obstante, como veremos más adelante, el legislador español tiene tendencia a
ampliar este estatuto e incluso a dividirlo en dos; el del “español originario propter legem y el español
originario por nacimiento, dando especial relevancia al ius soli. Así por ejemplo, el artículo 20.1 b) del
Código Civil confiere el derecho a optar por la nacionalidad española a “Aquellos cuyo padre o madre
hubiera sido originariamente español y nacido en España”.-
198
La diferencia entre el término “hijo” que se empleaba en la antigua redacción del Código y el concepto
“nacido” de la actual estriba en que el vocablo “nacido” hace referencia a un dato fáctico del que se hacen
derivar dos consecuencias distintas: la nacionalidad y la filiación; es decir, ambos estados nacen de forma
paralela y no correlativa. No es preciso que se reconozca previamente la filiación (ser hijo de) porque
ambos estados tienen mecanismos diferentes de acceso. Véanse entre otras las Resoluciones de la
Dirección General de los Registros y del Notariado de fechas 4-II-1966 y 19-I-1976.-
199
Véase De Castro y Bravo, F. “Derecho Civil de España” T. II. Madrid 1952 págs. 422 y ss.-
emigración dejó de constituir una característica social 200 y, en el segundo, porque las
bases estructurales de la regulación del derecho de familia cambiaron radicalmente,
sobre todo a partir de la Constitución de 1978.
La igualdad del hombre y la mujer, que consagra el artículo 14 de la Carta Magna
como canon de tratamiento de cualquier relación o situación jurídica, unida a la
específicamente predicada para el matrimonio en su artículo 32 y complementada por el
esquema de protección a la familia y a la infancia que realiza su artículo 39, hacen muy
difícil conservar operativamente ese principio de unidad. Este objetivo era mantenible a
condición de que existiesen normas tales como “La mujer casada sigue la condición y
nacionalidad de su marido” y siempre que la agrupación de la mujer y los hijos en el
vértice de nuestra ciudadanía se completase con unas normas de conflicto que utilizaran
la nacionalidad del padre (cabeza de familia) como conexión principal en materia de
estatuto familiar201. No es necesario, por obvio, ahondar en las razones que hacen
inviable el mantenimiento de un esquema similar202.
No obstante, la atribución ex iuris sanguinis se ha mantenido. Conserva su
significado primigenio: el de seguir reconociendo en el linaje el fundamento sociológico en
el que se apoya la atribución de la ciudadanía española203; y contribuye, junto con el
sistema de opción y adquisición a favorecer la unidad familiar desde parámetros nuevos;
se han tomado en consideración las nuevas concepciones sobre el matrimonio y la
filiación, se ha atendido al arraigo real de sus integrantes y se ha dejado un amplio
espacio al juego de la libre decisión de sus componentes. Son españoles los nacidos y de
padre o madre españoles, con independencia de su filiación; se auspicia, el acceso a la
ciudadanía de los descendientes de quienes fueron originariamente españoles, incluso el
de sus nietos, y se contempla una vía de adquisición privilegiada para los cónyuges de
españoles, sin distinción de sexos.
Pero quizás lo más destacable en el análisis de este precepto sean las
connotaciones de ius soli que tiñen la concreción legal del ius sanguinis. De acuerdo
con la regla de interpretación contendida en el artículo 3 del Código Civil, el contexto
de la disposición constituye una guía hermenéutica para su correcta comprensión. Pues
bien, el artículo 68 de la Ley del Registro Civil establece que “...en tanto no conste la
extranjería de los padres, se presumen españoles los nacidos en territorio español de
padres también nacidos en España”, lo que puesto en relación con el artículo 17.1. b)
del Código Civil, a cuyo tenor son españoles: “los nacidos en España de padres
200
No obstante, la tasa actual de españoles residentes en el extranjero supera la cifra del millón y medio
de personas y los hijos y nietos de emigrantes que nacieron tras adquirir sus progenitores la nacionalidad
del país de acogida reivindican hoy su condición ciudadana.
201
Redacción originaria del artículo 22 del Código Civil. La Ley de 15 de julio de 1954 consideraba que
son españoles “los hijos de madre española, aunque el padre sea extranjero, cuando no sigan la
nacionalidad del padre”, (artículo 17. 2º) y su artículo 21 establecía que “La extranjera que contraiga
matrimonio con español adquiere la nacionalidad de su marido...”.-
202
Véase Diez Picazo y Ponce de León, L. “El principio de unidad jurídica de la familia y la
nacionalidad” Anuario de Derecho Civil, págs. 701 donde escribía: “...la relación entre nacionalidad y
vinculo familiar parece irse borrando a favor de un principio de personalidad y de una pluralidad de
nacionalidades.”
203
Es verdad que el ius soli tuvo un papel sobresaliente en la atribución de la nacionalidad en la historia
de nuestro Derecho. Sin embargo, desde la circular de 28 de mayo de 1837, en respuesta a una protesta
francesa, quedó claro que el hecho del nacimiento en suelo español se consideraba como un índice que
generaba un derecho de opción privilegiado de especiales características. Incluso en una versión anterior
al Código Civil que no llegó a positivarse se establecía que “Se reputan nacidos en España los hijos de
españoles aunque hubieren nacido en el extranjero”. Sin embargo, creemos que el ius soli ha
desempeñado y sigue desempeñando un papel prioritario.-
extranjeros, si al menos uno de ellos hubiera nacido también en España”, se llega a una
conclusión teñida de territorialidad: todo nacido en España de padre o madre que, con
independencia de su nacionalidad, hubiese nacido también en España, queda amparado
por la presunción iuris tantum de ser español. Así pues, el concepto de linaje utilizado
para la atribución parece atender más al lugar de nacimiento de las generaciones
anteriores que a la españolidad de la progenie. El ius sanguinis parece atemperarse con
esta forma de entender el linaje y su manifestación más pura se manifiesta como una
excepción parecida a la que se establecía en la nonata regla: “Se reputan nacidos en
España los hijos de españoles aunque hubieren nacido en el extranjero”.
Los otros dos criterios de atribución recogidos en el artículo 17 de nuestro
Primer Código se refieren al nacimiento en España de hijos cuyos padres fuesen
apátridas o no transmitiesen su nacionalidad; y al caso de los menores de filiación
indeterminada que hubiesen nacido en España o que hubiesen sido hallados en nuestro
territorio desconociéndose su procedencia. Se trata de dos supuestos que se ajustan
fielmente a la línea del reconocimiento de la nacionalidad como un derecho humano y,
en particular, a garantizar el derecho de todo niño a una ciudadanía. Nuestro Sistema no
sólo contribuye a la realización de este objetivo en sede de atribución, sino que
desarrolla un esquema de protección más amplio con base en los artículos 18 de la Ley
Orgánica 1/1996 de protección al menor, el 35.4 de la Ley Orgánica 4/2000 sobre
derechos y libertades de los extranjeros en España y el 92.5 del Real Decreto 2393/2004
que incorpora su Reglamento. En su virtud, las entidades públicas deben asumir la tutela
de todo menor extranjero que se halle en situación de desamparo y que no pueda ser
reubicado en su país de origen. A partir de allí las disposiciones citadas establecen una
residencia legal plena y el artículo 22.2 c) del Código Civil facilita el acceso del menor
a la nacionalidad española una vez transcurridos dos años contados desde el momento
de “...haber estado sujeto legalmente a la tutela guarda o acogimiento de un ciudadano
o institución españoles...”.
Finalmente, el artículo 19 del Código Civil alinea los mecanismos del ius
sanguinis con las exigencias derivadas del artículo 108 del Código Civil y el 14 de la
Constitución. Si la adopción en España constituye un instituto que transforma el
negocio jurídico del prohijamiento en una filiación auténtica y plena, sus efectos no
pueden ser distintos de los que se derivan de las relaciones paterno filiales por
naturaleza; lo que en este plano nos lleva a la conclusión lógica de que le menor
extranjero “...adoptado por un español adquiere, desde la adopción, la nacionalidad
española de origen”.
normativo del artículo 17.2 del Código debe ser interpretada en los términos en los que
lo hizo la Dirección General de los Registros y del Notariado en su Instrucción de 20 de
marzo de 1991; es decir: "...para que entre en juego la opción es imprescindible que
esa filiación respecto de un español o ese nacimiento en España queden fijados como
hechos nuevos descubiertos precisamente después de los dieciocho años de edad del
interesado." De no ser así “...es, en rigor, inútil acudir a la opción del apartado 2 del
mismo artículo, que sólo procedería para mayor seguridad del estado que ya se tiene."
Hemos reproducido el razonamiento del Centro Directivo porque en él se contienen las
dos ideas claves para la correcta comprensión del precepto. De la primera se concluye
claramente que el mecanismo previsto en el artículo 17.2 sólo puede entrar en juego
cuando la filiación o el nacimiento queden fijados ante el Derecho español como hechos
nuevos y no cuando constituyan hechos registralmente desconocidos. De la segunda se
deriva otra consecuencia importante: la Dirección General no descarta la utilización de
la opción como un mecanismo para consolidar la prueba del estado.
Pero volvamos a la primera, que es la que nos obliga a distinguir nítidamente entre
los " hechos desconocidos al sistema pero que mantienen invariable su conformación
real primigenia " y los "hechos nuevos que alteran el contenido de una información que
se reputaba veraz ". En el primer caso la opción carece de sentido porque no se puede
preferir lo que se tiene. Lo que ocurrió, ocurrió. Cosa distinta es que el Sistema no
tuviese conocimiento de que así fuese y que, por lo tanto, sus consecuencias jurídicas no
estuviesen formalmente reconocidas ni amparadas por el Ordenamiento; pero para hacer
operante esa realidad objetiva bastará con la tramitación de un expediente registral fuera
de plazo y, una vez realizado el trámite, los efectos –que siempre existieron- operarán
con plena normalidad. En el segundo, en cambio, la opción tiene sentido, pues la nueva
información desvirtúa a la que se consideraba cierta; y si lo que se estimaba verdadero
deja de surtir sus efectos consustanciales, deben de arbitrarse los cauces que permitan el
normal despliegue de los efectos derivados de lo que ahora se descubre
Esta interpretación del precepto deja un margen estrecho a las verdaderas causas
de opción que en él se incluyen. La disposición parece fundamentalmente pensada para
el caso de los extranjeros mayores de dieciocho años que hubiesen interpuesto y ganado
una acción de reclamación de filiación con respecto a un español o que hubiesen sido
reconocidos por éste. El hecho de haber ostentado una ciudadanía distinta a la española
durante todo el tiempo precedente, ha sido percibido como un dato que invita a cautela y
el legislador ha preferido reconocer un derecho de opción a la nacionalidad de origen,
en lugar de imponer ex lege la ciudadanía española a un sujeto que potencialmente
podría no desearla204.
En los restantes casos resulta mucho más difícil encontrar ejemplos para ilustrar
los eventuales motivos de opción que pudieran fundamentarse en este inciso, aunque de
hecho existen. Y es que los demás supuestos contemplados en el primer numeral del
citado artículo 17 se concretan en las siguientes tres variantes: personas nacidas en
España de padres extranjeros también nacidos en España; nacidos en España de padres
que no transmiten su nacionalidad; y personas de filiación indeterminada, nacidos o
hallados en España. Por consiguiente y con respecto a estos elementos, lo único que
podría determinarse después de los dieciocho años de edad es si el sujeto nació o no en
España; si alguno de sus progenitores también lo hizo y si realmente al nacer le fue o no
204
Nótese que esta posición se halla en línea con el espíritu de lo dispuesto en el artículo 123 del Código,
según el cual “El reconocimiento de un hijo mayor de edad no producirá efectos sin su consentimiento
expreso o tácito”.-
205
En la Resolución de la Dirección General de los Registros y del Notariado de 13-X-2001 se concreta
una línea de actuación reiterada en muchas anteriores y posteriores: “Tal investigación (...) cobra,
además especial importancia cuando se llegue sospechar que la inscripción en el Registro Municipal se
intenta como paso previo para la adquisición indebida de la nacionalidad española, bien directamente,
bien por el plazo abreviado de un año de residencia en España...”.-
206
En lo relativo al reconocimiento en España de una adopción de este tipo realizada por español en el
extranjero, con anterioridad a la entrada en vigor de la Ley 54/2007, de 28 de diciembre de Adopción
internacional (BOE, núm. 312 de 29 de diciembre de 2007) las precauciones previstas en el artículo 9.5
del Código civil impedían la recepción de estos negocios jurídicos en nuestro Sistema, si no se adecuaban
razonablemente a las concepciones básicas de nuestro Ordenamiento. Con la modificación el art. 9.5
queda redactado en los siguientes términos: “La adopción internacional se regirá por las normas
contenidas en la Ley de Adopción Internacional. Igualmente, las adopciones constituidas por
autoridades extranjeras surtirán efectos en España con arreglo a las disposiciones de la citada Ley de
Adopción Internacional”. Esta cuestión será tratada con más detenimiento en el capítulo
correspondiente.-
extranjero la convivencia previa a la que se refiere el artículo 175.2 del Código Civil.
En tal caso el citado precepto debería considerarse como una norma imperativa de
Derecho internacional privado, en su dimensión de "norma de orden público"209.
En segundo lugar, en este motivo de opción no resulta fácil encontrar razones
que justifiquen la cualidad originaria de la adquisición. La adopción entre mayores
edad no genera una relación familiar superior a la que se crea a través del matrimonio,
puesto que no modifica la autonomía jurídica de las partes y no crea derechos y deberes
recíprocos superiores a los que se producen entre los cónyuges, por lo tanto, no parece
coherente privilegiar a la primera respecto de la segunda. En este sentido, nos parece
más ponderado el artículo 22.2 c) del Código que equipara a quienes hayan estado
legalmente sujetos a la tutela, guarda o acogimiento de un ciudadano con quienes
estuvieren casados con español o española y no estuvieren separados legalmente o de
hecho. De lege ferenda parecería más indicado el establecimiento de un derecho de
opción en ambos casos, que no supusiese la adquisición de la nacionalidad de origen y
que estuviese sometido a cautelas para la verificación de un arraigo objetivo. En
definitiva, más allá de la afectividad subyacente en la relación de hecho, a nivel
jurídico, los deberes de respeto, la obligación de alimentos y sus consecuencias a nivel
sucesorio son los denominadores comunes más relevantes de una y otra institución.
2.3. Los sujetos a la patria potestad de un español.
A través de esta tercera fórmula de opción no se accede a la nacionalidad
española de origen sino a una ciudadanía de carácter derivativo. Su ámbito de aplicación
personal incluye a los descendientes de extranjeros que hubiesen adquirido la
nacionalidad española con posterioridad a su nacimiento; pero al referirse a los hijos lo
hace de una manera muy diferente a como había venido haciéndose en los artículos
anteriores. No se hace mención ni al nacimiento, como acto generativo, ni a la filiación,
como relación jurídica, sino que designa específicamente a “Las personas que estén o
hayan estado sujetas a la patria potestad de un español”210. Así pues, quedan excluidos
todos aquellos hijos sobre los que el español derivativo no esté ejerciendo o no haya
ejercido tal potestad, bien por haber sido privado de ella, o bien por estar separado del
otro progenitor, en el caso en el que sea este último quien la ostente. Constituye otro de
los instrumentos al servicio de la directriz de política legislativa destinada a la
agrupación familiar en torno a una nacionalidad única. En este aspecto, creemos que el
principio de unidad jurídica, entendido en el contexto de la nueva estructuración de la
institución que perfilan los artículos 32 y 39 de la Constitución, justifica ampliamente la
utilización del derecho de opción como vehículo idóneo para llevar a cabo el objetivo de
que toda la familia pueda agruparse en torno a una misma ciudadanía respetando, al
mismo tiempo, la libertad de cada miembro.
209
Sin este requisito pueden llegar a ser nacionales de origen personas extranjeras adoptadas en el
extranjero por españoles residentes en el extranjero. Para su reconocimiento, desde la óptica estricta de
nuestras normas, nada se opondría a su reconocimiento si la autoridad interviniente fue la del lugar de la
nacionalidad o de la residencia habitual del adoptante o del adoptando. Si se aplicó correctamente la lex
magistratus a los requisitos de la constitución y la personal del adoptando, en lo relativo a su capacidad y
consentimiento; si el adoptante español tenía la aptitud que la ley española exige para adoptar y si, por
último, no se ha prescindido de una audiencia necesaria u orillado una prohibición específica. Sólo
considerando que el artículo 175.2 del Código constituye una norma de derecho interno de aplicación
necesaria se devolvería coherencia parcial al precepto.
210
Ad exemplum, véanse las Resoluciones de la DGRN de 4 de enero de 2006 y de 20 de noviembre de
2006. En ellas la Dirección General considera inviable la adquisición de la nacionalidad por razón de
patria-potestad, si la interesada, cuando la madre recupera la nacionalidad española, ya era mayor de edad
según su estatuto personal. Anuario DGRN, Ministerio de Justicia, Madrid 2006; págs. 2727-2728 y págs.
5555-5556, respectivamente.
215
En sentido similar se ha pronunciado Pérez Beviá en relación a la modificación que introdujo la Ley
36/2002: “El propósito del legislador es loable, en tanto en cuanto parece concordante con la
orientación política y objetivo de la Ley 36/2002 de retorno de los descendientes españoles, según prevé
el art. 42 de la Constitución de 1978. Sin embargo, la norma es criticable, como se ha dicho, por cuanto
plantea una doble discriminación, al distinguir, nuevamente, de una parte, entre españoles de origen y
los que adquirieron la nacionalidad española como personas que pueden transmitir ese derecho y, de
otra, por el empleo de la equívoca expresión “nacido…de”, lo que podría interpretarse como excluyente
de los hijos adoptivos”. (Aunque estas últimas afirmaciones son muy discutibles). Vid. “La protección de
los emigrantes y sus descendientes en la nueva legislación española sobre la nacionalidad”, en, García
Cano, S. y Fernández Le Gal “Inmigración y Derechos de los extranjeros”, Servicio de Publicaciones de
la Universidad de Córdoba, 2005, págs. 87- 103.-
216
Vid. Fuentes Camacho, V., “Atribución de la nacionalidad española iure sanguinis y ley aplicable al
establecimiento de la filiación por naturaleza”, Derecho Registral Internacional, op. .cit., págs. 403-417.
En la misma obra Vid. también, Jiménez Blanco, “Práctica de la DGRN sobre declaraciones de la
nacionalidad del art. 17.1.c) del Código Civil, págs. 437- 462.-
Histórica de Naciones sin perder la española y le garantiza el no ser privado de ella por
sanción penal o administrativa.
III. LA ADQUISICIÓN DE LA NACIONALIDAD ESPAÑOLA.
El artículo 21 de nuestro Primer Código establece dos vehículos de acceso a la
nacionalidad española para las personas que no se vieron atribuir la ciudadanía al nacer y que
no gozaron posteriormente del derecho a optar:
a) La concesión por Real Decreto a través de la “Carta de Naturaleza”.
b) La concesión que otorga el Ministro de Justicia a los extranjeros residentes en
España, cuando así lo soliciten, si configuran los plazos y circunstancias establecidos
en el artículo 22 del Código Civil.
1. La concesión por Carta de Naturaleza.
"La nacionalidad española se adquiere por carta de naturaleza, otorgada
discrecionalmente mediante Real Decreto, cuando en el interesado concurran
circunstancias excepcionales." Se trata de una técnica que puede resultar criticable, por
cuanto es susceptible de encubrir una concesión basada en unos méritos o
eventualidades, cuya difícil objetivación, puede situar la discrecionalidad administrativa
en el límite de la arbitrariedad. Sin embargo, en el contexto de nuestro Sistema, ha
venido constituyendo y constituye una válvula de escape que permite flexibilizar una
construcción global excesivamente rígida en algunos aspectos. Las razones de política
legislativa que, en mi opinión, pueden justificar la pervivencia de un precepto de este
tipo radican, exclusivamente, en su carácter de instrumento corrector de las eventuales
deficiencias y lagunas del sistema. Ha de entenderse, por tanto, que establece un
mecanismo que permite acceder a la nacionalidad española a las personas que no
pueden tipificar de forma exacta los índices retenidos para su concesión 217; a las que
manifiestan otros signos equivalentes de arraigo no contemplados específicamente 218; y
a las que conforman unas vinculaciones generadas a través de unas actuaciones especiales
que supongan una aportación excepcional al acervo político, social, cultural, económico,
científico o tecnológico de nuestro país219. Resulta difícil extraer conclusiones de la práctica
española reciente, pero puede afirmarse -con poco margen de error- que las
"circunstancias" a las que se refiere este artículo pueden clasificarse en estos tres
grupos. Sólo el último de ellos podría abrir un potencial cauce para la concesión de
privilegios individuales que, sobre bases inconcretas, resultan siempre cuestionables220.
217
Piénsese por ejemplo en la persona que lleva residiendo en España más de quince años, que está
plenamente arraigada en nuestro país y que, por cualquier circunstancia, no ha podido configurar una
residencia de diez años de forma “legal, continuada e inmediatamente anterior a la petición”; o en el
extranjero casado con ciudadano español que continua residiendo en España tras su divorcio, porque tiene
organizada su vida profesional en nuestro país y ejerce aquí la custodia de sus hijos menores y españoles.
218
Piénsese en un español que fuese nombrado Secretario General de una Organización internacional con
sede en el extranjero y que se casase con una extranjera durante la duración de su mandato.
219
El segundo párrafo del artículo 20 del Código Civil, en la versión dada por la Ley de 15 de julio de
1954, se reducía el tiempo de residencia a cinco años “...cuando concurra alguna de las circunstancias
siguientes: 1ª Haber introducido en territorio español una industria o invento de importancia. 2ª Ser
dueño o director de alguna explotación agrícola, industrial o mercantil, igualmente importantes. 3ª
Haber prestado señalados servicios al arte, la cultura o la economía nacionales o haber favorecido de
modo notable los intereses españoles.” En el momento de su vigencia la carta de naturaleza la otorgaba por
“circunstancias excepcionales” el Jefe del Estado. Es obvio que su concesión podría obedecer a circunstancias
muy distintas a las establecidas en el artículo 20. De ahí los recelos que despierta esta institución en el Estado de
Derecho actual.
220
La discrecionalidad, cuando no se halla reglada a partir de un núcleo de certeza definido, puede dar
lugar a apreciaciones discutibles. Para algunos la concesión de la nacionalidad a un deportista, en razón
de los méritos de la actividad que realiza en España, puede parecer razonable, mientras que para otros
puede ser entendida como una concesión exorbitante.
221
Es poco imaginable que un menor de catorce años o un incapacitado haya podido aportar al mundo de
las artes, las ciencias, la economía o el deporte de la nación los elementos capaces de configurar las
"circunstancias excepcionales" que podrían fundamentar una concesión exclusivamente honoris causa.
222
Se trata de un instituto arcaico, heredado de una época en la que los juicios subjetivos del gobierno
constituían en sí mismos el criterio último de su legitimidad, siendo, en consecuencia, inmunes a
cualquier control judicial. Por desgracia se han desaprovechado en los últimos veinte años las reformas
que hubiesen permitido adecuar el sistema de la carta de naturaleza al espíritu general del Ordenamiento,
precisando de una forma más nítida su función y sus objetivos para evitar cualquier posibilidad de
comportamientos desviados de su finalidad esencial; comportamientos que con el tenor literal actual del
precepto no pueden ser descartados pero si discutidos.
223
Cfr. Carballo Piñeiro, L., “Control jurisdiccional de la actividad de la DGRN en materia de
Ahora bien, a pesar de que constituye un instituto defendible por las razones
expuestas, su formulación resulta insatisfactoria y su ubicación sistemática inadecuada.
En puridad este precepto debería haberse insertado al final de la ordenación de los
medios de adquisición de la nacionalidad, con una redacción capaz de explicitar su
auténtico sentido en un contexto jurídico en el que la residencia es la única causa de
atribución reglada: "Mediante Real Decreto podrá dispensarse total o parcialmente el
requisito de la residencia a las personas que, por sus circunstancias personales o
familiares, puedan acreditar un arraigo de similares características al que se establece
en este artículo”; inciso que se insertaría al final del artículo 22 del Código Civil. De
esta forma se subrayaría su verdadera función de cláusula de cierre y el carácter
complementario de su juego, enervando todo rastro de privilegio individual.
224
Para comprender mejor la génesis de esta regla debe analizarse la evolución del concepto
“enraizamiento” en las sucesivas reformas del Código Civil y normativa complementaria. Así, el artículo
17 del Código Civil, en su versión originaria, establecía que eran españoles los que hubiesen “ganado
vecindad en cualquier pueblo de la Monarquía“. El artículo 2 del Real Decreto de 17 de noviembre de
1852 ya había establecido que “Los extranjeros que hayan obtenido carta de naturaleza o ganado
vecindad con arreglo a las Leyes son tenidos por españoles”. Y en 1931, el Decreto de 29 de abril
disponía en el primer inciso de su artículo segundo que “Ganarán vecindad los extranjeros que lleven
diez años de residencia en territorio español.”. No obstante, como razonaba la sentencia del TS de 27 de
octubre de 1.900, “No ha bastado nunca la mera vecindad para adquirir la nacionalidad española,
porque, lo mismo las Leyes de la Novísima Recopilación que la Ley del Registro Civil y hoy el artículo
25 del Código han exigido constantemente del extranjero algún acto que revele su propósito de
abandonar la cualidad originaria por la de español, en garantía de los derechos del extranjero que no
quiera perder su naturaleza.” En la reforma llevada a cabo por la Ley 15 de julio de 1954, su artículo 20
establecía en su primer párrafo que “El tiempo de residencia en España que confiere derecho a solicitar
la nacionalidad española es de diez años”.
225
El concepto “Comunidad histórica de naciones” se consagra en nuestra Constitución. Se refiere a él de forma
específica su artículo 56.1 cuando entre las funciones del Rey, atribuye a la Corona “...la representación del
Estado Español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica...”.
Esa comunidad histórica es la que aparece definida en su artículo 11.3 como “...los países iberoamericanos o con
aquellos que hayan tenido una particular vinculación con España.” Y que se desarrolla en el Código Civil
enumerando en el artículo 22 a los “...países iberoamericanos, Andorra, Filipinas, Guinea Ecuatorial o Portugal
o de sefardíes”. Suscita graves dificultades el intentar determinar un criterio objetivo para la prueba de la
condición de sefardí. Ni las viejas listas de los años cuarenta resultan suficientes, ni pueden ser tomadas en
consideración las peculiaridades confesionales de las que pueda deducirse la pertenencia a esa comunidad, toda
vez que de exigirse, (aunque sólo fuese a través de la consolidación de una práctica registral fundada en
declaraciones voluntarias), podría llegar a afectar al principio de la libertad de creencias. El legislador contempla a
los sefarditas como un pueblo y no como una comunidad religiosa y, por ende, la prueba debe dirigirse a la
acreditación de la pertenencia al colectivo de judíos directamente vinculado con nuestra historia y no a las
consecuencias que potencialmente pueden derivarse de la práctica de unos determinados ritos confesionales. No
obstante, las certificaciones de las organizaciones judías o la prueba testifical resultan los vehículos más idóneos.
226
Una visión parcialmente crítica y distinta sobre la apreciación jurisprudencial de la integración puede
encontrarse en, Guzmán Peces, M., “La integración en la adquisición de la nacionalidad española por
residencia. Comentario a la Sentencia de 29 de octubre de 2004 del Tribunal Supremo” en Adam Muñoz,
Mª D. y Blázquez Rodríguez, I. “Nacionalidad, Extranjería y Ciudadanía de la Unión Europea” Madrid,
2005, págs. 41- 50.-
227
Así lo ha entendido el Tribunal Supremo, por ejemplo, en la Sentencia de la Sala 6ª de 5 octubre de
2002. Al recurrente se le había denegado la nacionalidad española por residencia por falta del requisito de
“buena conducta cívica” exigido en el art. 22.4 del C.C. La razón era el haber sido condenado por un
delito contra la salud pública. El Tribunal en el Fundamento Segundo de la Sentencia recuerda que el
citado artículo no requiere para la concesión “haber tenido antes” un comportamiento social intachable
sino que exige justificar buena conducta cívica, lo que no presupone “que al solicitante de la
nacionalidad española le sea exigible demostrar que a lo largo de toda su existencia haya tenido
permanentemente un comportamiento ejemplar”, sino que después de valorar todas las pruebas aportadas,
con independencia de que los antecedentes policiales y penales estuvieran cancelados, el interesado
hubiera observado una buena conducta cívica. En el mismo sentido véase también la del Tribunal
Supremo de 28 de septiembre de 2005 y la de 18 de enero de 2006, ambas de la Sala de lo Contencioso-
Administrativo. Manteniendo el mismo punto de vista, con resultado contrario, puede verse la Sentencia
del Tribunal Supremo de 12 de noviembre de 2002, en ésta se deniega la nacionalidad española a la
dar términos hábiles -mejores que los existentes- para verificar la trayectoria del arraigo. De
ese modo, cuando se llegase a la situación estable de “residencia permanente”, en la que se
logra la integración social definitiva, sabríamos que el extranjero que la configura ha
manifestado a lo largo de su estancia una conducta que se asemeja a la del medio ciudadano.
En nuestra legislación, a partir de la situación de residencia permanente, el estatuto jurídico
del extranjero es muy similar al de los españoles, salvo en el goce de los derechos políticos, si
se exceptúan sus posibilidades de participación en la vida municipal228.
Pues bien, si el legislador de extranjería ha diseñado un itinerario que
contempla la conducta y el grado de arraigo del extranjero, desde las autorizaciones
iniciales y sus renovaciones, hasta la situación final de residencia permanente, la
nacionalidad debería ser el siguiente hito de ese camino y no tratarse de modo
autónomo. Extranjería y nacionalidad son instituciones íntimamente interrelacionadas;
y toda norma de la primera afecta al correcto funcionamiento de la segunda y
viceversa. Prosiguiendo en la línea de reflexión iniciada, vamos a comparar ahora el
tenor del artículo 72 del Real Decreto 2393/ 2004, (que desarrolla el artículo 32 de la
Ley Orgánica en materia de extranjería) con el del artículo 22 del Código Civil, para
comprobar, a través del siguiente cuadro, los desajustes que se producen entre una y
otra regulación:
Acceso a la residencia permanente Acceso a la nacionalidad española
Requisitos Plazo Plazo Requisitos
5 años 10 años Residencia sin otros índices de arraigo
5 años 2 años Iberoamericanos, Andorranos,
filipinos, ecuatoguineanos y
Tener residencia legal de forma continuada portugueses.
en España.
5 años 1 año Matrimonio con ciudadano español.
5 años 1 año Nacido de padres originariamente españoles o
descendiente de abuelos españoles de origen.
Haber nacido en España 3 años 1 año Haber nacido en España
Haber estado sujeto a la tutela de entidad pública Haber estado sujeto a la guarda o
española cinco años antes de la mayoría de edad acogimiento de un ciudadano durante dos
1 año años consecutivos
No resulta lógico que en cuatro de los seis supuestos ponderados el tiempo requerido
para acceder a la nacionalidad sea notablemente inferior al necesario para obtener una
autorización de residencia permanente; ni resulta coherente que al extranjero a quien se le han
reconocido la casi totalidad de los derechos de los que gozan los españoles, se le haga esperar
otros cinco años para adquirir una ciudadanía de la que casi disfruta ya. Tampoco
encontramos razones para que se desarrolle la idea de la “Comunidad histórica de naciones”
en el ámbito de la nacionalidad y que apenas se la tome en consideración en el de la
recurrente porque a pesar de tener cancelados los antecedentes penales y policiales, de la valoración de la
prueba no se observa buena conducta cívica, ya que la solicitante se dedicaba a la prostitución. El Alto
Tribunal entiende que el comportamiento cívico debe estar relacionado con “un estándar medio de
conducta capaz de ser asumido por cualquier cultura y cualquier individuo”. En el mismo sentido, la
Sentencia del Tribunal Supremo de 21 de mayo de 2007, en la que se deniega la concesión de la
nacionalidad española al no poder acreditarse “buena conducta cívica”. En este caso, aunque el interesado
tenía un trabajo estable, la tenencia por parte del actor de sustancias estupefacientes, de forma reiterada en
el tiempo, aunque no haya un pronunciamiento condenatorio, evidencia la ausencia del requisito exigido
por el art. 22.4 del Código y una falta de adaptación a las reglas sociales y de normal convivencia. En el
mismo sentido se pronunció la Sala sexta del Tribunal Supremo en su sentencia de 26 de julio de 2004,
denegando la concesión de la nacionalidad española a un ciudadano marroquí, asentado en Barcelona, con
permiso de trabajo y residencia desde 1979 al quedar probaba la falta de integración en los usos y
costumbres de la sociedad española por convivir con varias esposas.-
228
Véase Espinar Vicente, J.M. “Extranjería e inmigración en España”, Madrid, 2007 pág.. 139.-
extranjería. No se entiende bien por qué el adoptado mayor de edad (que en definitiva
constituye una relación jurídica vinculada a las sucesiones) tenga un derecho a optar por la
ciudadanía originaria, mientras que al cónyuge de un español se le exija un año de residencia
en España. Ni se alcanza fácilmente a comprender por qué razón los “ciudadanos de la Unión
europea” no reciben el tratamiento propio de los nacionales de los países “que hayan tenido o
tengan una particular vinculación con España” (artículo 11.3 de la Constitución).
Pero de todas las incertidumbres que suscita la comparación realizada, la más
sorprendente es, sin duda, la primera. Si es posible acceder a la ciudadanía, de dos a cuatro
años antes de haber obtenido la autorización de residencia permanente, resulta racional
deducir que el sujeto puede adquirir la nacionalidad española antes de que le hubiese sido
reconocida su situación de arraigo a nivel de extranjería. En este sentido los únicos controles
sobre la buena conducta cívica y suficiente grado de integración en la sociedad española del
peticionario son los que se contienen en los artículos 221 in fine y 222 del Reglamento del
Registro Civil. El primero se refiere a un contacto personal entre el Encargado del Registro y
el solicitante; en definitiva, se trata de una mera entrevista en la que se intentará comprobar el
“grado de adaptación a la cultura y estilo de vida españoles”; y el segundo alude a los
informes que puede pedir la Dirección General, haciendo especial hincapié en el del
Ministerio del Interior que “...comprenderá el juicio sobre la conducta y situación del
extranjero respecto de las obligaciones que impone su entrada y residencia en España”. No
parecen suficientes estas cautelas. Desde luego, la segunda permite controlar la situación de
regularidad administrativa del extranjero, pero el juicio sobre su conducta cívica sólo podrá
responder a los antecedentes policiales que obren en el Departamento y únicamente tendrán
relevancia aquellos en los que pueda fundamentarse la denegación de la nacionalidad “por
motivos razonados de orden público o interés nacional”229. En la primera, la comprobación
del grado de integración a través del mero contacto personal, en una entrevista no reglada,
dista mucho de ofrecer garantías, sobre todo para los supuestos que sólo requieren un año de
residencia230. Si aceptamos que la concesión de la nacionalidad constituye un reconocimiento
del enraizamiento real del extranjero en España, sería deseable una modificación del Sistema
en este punto231. Puede presumirse que quien se halla en situación de residencia permanente
ha alcanzado el nivel de arraigo exigido y deben abrírsele las puertas de la nacionalidad sin
esperar otros cinco años más, pero en los demás casos sería conveniente prever unas pruebas
en las que el peticionario o su representante legal acreditase conocer y aceptar los
fundamentos básicos en los que se apoya la Constitución del Estado y demostrase su
comprensión y conformidad con las reglas básicas de la convivencia ciudadana en España.
Establecidas estas precauciones -observadas por algunos países de nuestro entorno- el
sistema privilegiado de acceso a la ciudadanía con base en una residencia abreviada,
recuperarían su sentido, ya que alguno de los objetivos de política legislativa que incorpora
resultan razonables en sus líneas generales. El numeral 2 del artículo 22 del Código Civil
229
Cfr. Artículo 21.2 del Código Civil.
230
Se trata de que el Juez Encargado deseche la pretensiones que encubran intenciones fraudulentas,
como impedir la adquisición de la nacionalidad a través de matrimonios de conveniencia, aunque esta
precaución tiene su sede natural en el expediente previo al matrimonio o a su inscripción
231
La Instrucción de 20 de marzo de 1991 de la Dirección General de los Registros, establece la siguiente
conclusión interpretativa sobre la relación entre el artículo 22.4 y del Código y el 221 del Reglamento del
Registro Civil: "Por consiguiente, el Ministro de Justicia podrá denegar la concesión no sólo “por motivos
razonados de orden público o interés nacional”, sino por la ausencia de los requisitos expresados, o por falta
de cualquiera de los demás que detalla el artículo 22. De ahí se deduce que ha cobrado una mayor
importancia el trámite establecido en el último párrafo del artículo 221 del Reglamento, es decir, la
obligación del Encargado de oír personalmente al peticionario, “especialmente para comprobar el grado de
adaptación a la cultura y estilo de vida españoles”.
232
La Ley de Memoria Histórica, en la Disposición Adicional Séptima, otorga un plazo de dos años
(prorrogable en uno más por el Gobierno) para que los hijos de padre o madre españoles puedan optar por la
nacionalidad española de origen y añade que “Este derecho también se reconocerá a los nietos de quienes
perdieron o tuvieron que renunciar a la nacionalidad española como consecuencia el exilio”. En el que fue
proyecto de Ley de Adopción Internacional, la reforma en materia de nacionalidad se articulaba del siguiente
modo: ·”La letra b) del artículo 20.1 queda redactada como sigue:“b) Los descendientes de español o
española, siempre que su padre o madre hayan sido españoles de origen, con independencia del lugar y de la
fecha de nacimiento de cualquiera de ellos”.Tres. Se adiciona un nuevo artículo 20 bis que queda redactado
como sigue:“Los hijos de española de origen nacidos antes de la entrada en vigor de la Constitución de 1978
que hubieran seguido la nacionalidad extranjera del padre, podrán optar por la nacionalidad española de
origen cumpliendo con las condiciones previstas en los artículos 21.3 y 23 de este Código. Cuatro. La letra f)
del artículo 22.2 queda redactada como sigue: “f) El nacido fuera de España que sea descendiente de abuelo
o abuela originariamente españoles”. Finalmente en la redacción definitiva de esta ley desaparece esta
modificación en materia de nacionalidad.-
233
BOE, núm. 299 de 15 de diciembre de 2006.-
234
En la práctica, la relación causal entre el exilio y la pérdida de ciudadanía, se enfrentará a graves problemas
de prueba. La mayor parte de quienes pudieran acogerse a esta vía tendrán dificultades para acreditar el estatuto
de refugiado de sus abuelos. Por su parte, La renuncia “como consecuencia del exilio” constituye una
expresión que casa mal con la ordenación de la pérdida de nacionalidad española en el último siglo.-
235
En la Consulta de 26 de mayo de 2006, se reconoce el mantenimiento de la nacionalidad española de
aquellos menores, presuntos hijos de españoles, a los que se declara judicialmente la filiación de padre
marroquí). Anuario de la DGRN, Madrid, 2006, págs. 2603-2605.-
236
Vid. Espinar Vicente, J.M., “La nacionalidad...” op. cit., págs. 114-116.-
237
“En la Constitución, la familia no se concibe como una consecuencia del matrimonio, ni siquiera en
términos formales. La familia surge en torno a la filiación. Toda relación paterno-filial determina una
relación de familia. No es que las otras relaciones paterno-filiales se asimilen al modelo matrimonial de
familia, sino que el modelo de familia es plural y se consolida en el vértice del hijo y nunca en el de los padres
o en el matrimonio”. Espinar Vicente, J.M. El matrimonio y las familias en el sistema español de Derecho
internacional privado, Madrid, 1996, pág. 24. En un caso distinto, la sentencia de la Sala tercera del Tribunal
Supremo de 27 de abril de 1999, entendió -sobre estos parámetros- que si se ordenaba la expulsión de
extranjero, casado con española y padre de dos hijos, por encontrarse trabajando sin haber obtenido permiso de
trabajo, se conculcaría el principio constitucional de protección social y económica de la familia (art. 39 CE) al
forzar la separación de hecho de los cónyuges sin haberle concedido la oportunidad de legalizar la situación al
cónyuge extranjero.-
vivir en su mismo país238. Lo mismo ocurre con el viudo o viuda de español239, o el separado
desde antes de su muerte. La mejor manera de haber resuelto éste y otros problemas hubiese
consistido en tener en cuenta la fuerza atractiva de la nacionalidad de los hijos sobre la de los
padres, en un modelo plural de familia. En este nuevo contexto lo lógico hubiese sido facilitar
el acceso a la nacionalidad española no sólo al cónyuge extranjero "efectivo", sino a todos los
que tuviesen confiada la patria potestad de un español menor de edad, con independencia de
su situación matrimonial.
CAPITULO VI
EL RÉGIMEN ADMINISTRATIVO DE LA NACIONALIDAD.
PÉRDIDA, CONSERVACIÓN Y RECUPERACIÓN.
EL CONFLICTO DE NACIONALIDADES.
I. EL EXPEDIENTE PREVIO A LA ADQUISICION DE LA NACIONALIDAD Y
SUS GARANTÍAS JURISDICCIONALES.
1. Legitimación, postulación y competencia.
Pueden solicitar la adquisición de la nacionalidad española, bien sea en el
ejercicio del derecho de opción, o bien para obtener su concesión mediante carta de
naturaleza o por residencia:
a) El representante legal del menor de catorce años con autorización del
Encargado del Registro Civil del domicilio del declarante.
b) El menor de edad que hubiese cumplido los catorce, asistido por su
representante legal.
238
Sobre la situación jurídica de los familiares de nacionales de los Estados miembros de la Unión y la
problemática planteada como consecuencia de la aplicación del régimen general de extranjería y los derechos
de libre circulación y residencia comunitarios, véase el trabajo de Jiménez Blanco, P, “Las libertades de
circulación y residencia de los miembros de la familia de los ciudadanos de la Unión Europea”, en Presno
Linera, “Extranjería e Inmigración: Aspectos jurídicos y socioeconómicos”, Valencia, 2004, págs. 71-146.-
239
En contra, véase la Sentencia del Tribunal Supremos de 29 de octubre de 2004, en la que se deniega la
adquisición de la nacionalidad española a una ciudadana marroquí, viuda de español, madre de cinco hijos
españoles, con residencia en Melilla desde 1989, por entender el Tribunal que no había quedado
suficientemente probado la integración en la sociedad española, al excluir la utilización del idioma español.
Vid. Guzmán Peces, M., “La integración…”, loc. cit. pág. 47.-
240
El artículo 17 de la Ley registral dispone que "El Juez encargado del Registro que tenga competencia
para la inscripción la tiene también para los actos previos gubernativos o de jurisdicción voluntaria
atribuidos a la Justicia Municipal" La instrucción de 20 de marzo de 1991 de la Dirección General de los
Registros ha entendido que: "Como esta autorización está encomendada al Encargado del Registro Civil,
hay que estimar que se trata de una actuación registral de la competencia de los Jueces o Cónsules
Encargados del Registro y que da origen a un expediente de los regulados por la legislación del Registro
Civil, sujeto a sus normas específicas y a su régimen propio de recursos (cfr. artículo. 97 de la Ley del
registro Civil)".-
241
No deben olvidarse, sin embargo, las recogidas en la Ley de Memoria Histórica relativa a lo hijos de
padres originariamente españoles y nietos de quienes perdieron la ciudadanía a causa del exilio
242
Cfr., en este sentido, sentencia del Tribunal Supremo de 7 de junio de 1986.-
demás supuestos; es decir, en aquellos otros en los que no quepa duda sobre la relación
de causalidad, procede declarar de oficio de la nulidad del acto243.
En el terreno de la adquisición por residencia el sistema es sensiblemente
similar. El artículo 355 del Reglamento del Registro Civil establece que "Las
resoluciones del Encargado no admitiendo el escrito inicial o poniendo término al
expediente son recurribles ante la Dirección General durante quince días hábiles, a
partir de la notificación". Interpuesto el recurso y resuelto éste, la vía establecida por el
numeral cinco del artículo 22 del Código es la contencioso-administrativa, que sustituye
a la vía judicial civil consagrada en la reforma de 1982 244. Desde luego resulta más
congruente retener la vía contencioso-administrativa en el contexto específico del
artículo 22 del Código Civil, siempre que ello no se interprete como la exclusión formal
de los cauces civiles en las cuestiones vinculadas a la nacionalidad. Ciertamente una
cosa es denegar la ciudadanía y otra muy distinta es no reconocer el derecho a
solicitarla. En el primer caso se está ante una petición que se ajusta a todas las
condiciones exigidas, pero la Administración no considera pertinente concederla en
defensa de unos intereses nacionales concretos. Valorar la pertinente utilización de esos
criterios constituye una labor típica de la jurisdicción contenciosa. En el segundo caso la
Administración lo que hace es no reconocer la tipificación de las circunstancias en las
que se basa el derecho a la ciudadanía. No considera, por ejemplo, que el peticionario
haya estado sujeto realmente a la tutela, guarda o acogimiento de un español o que
exista efectivamente la relación matrimonial invocada, o no considera suficientemente
acreditado el carácter originario de la nacionalidad de su estirpe. En esos casos no
deniega la ciudadanía sino que considera improcedente la petición. Así pues, no estamos
en puridad dentro de la esfera del Derecho de la nacionalidad, sino ante una “cuestión
previa” inserta en el ámbito del estado civil del sujeto. Habrán de ser los Jueces y
Tribunales del orden civil quienes se pronuncien directamente sobre la situación en
causa. Estas matizaciones explican que entendamos que, una vez resueltos los
pertinentes recursos, queden abiertos todos los cauces de tutela judicial previstos en
nuestro Ordenamiento. Es decir, todos los que puedan resultar operativos para hacer
valer el derecho que el Sistema jurídico reconoce al peticionario y que la
Administración ha podido valorar de forma equivocada.
Esta reflexión que parece ociosa por su propia obviedad creemos que debe
traerse a colación en la medida en la que, cuando la Ley establecía la vía judicial civil,
surgieron teorías que consideraron que la tramitación de la solicitud de nacionalidad
constituía un acto oficial de carácter civil, por lo que debía quedar excluida la vía
administrativa. Es de esperar que ahora no se repita este error y que no se exploren vías
argumentales para excluir la eficacia de las sentencias civiles en el ámbito del Derecho
de la nacionalidad.
II. LA CONSOLIDACIÓN, PÉRDIDA, CONSERVACIÓN Y RECUPERACIÓN
DE LA NACIONALIDAD ESPAÑOLA.
1. La consolidación de la nacionalidad.
El artículo 18 establece que: "La posesión y utilización continuada de la
nacionalidad española durante diez años, con buena fe y basada en un título inscrito en
el Registro Civil, es causa de consolidación de la nacionalidad, aunque se anule el
243
Cfr. artículo 102 de la Ley de Régimen Jurídico, en relación con lo dispuesto en su artículo 62. 1. g).-
244
Es importante destacar que la Ley de 1982 supuso la ruptura de una vieja inercia histórica que negaba
la posibilidad de acudir a la jurisdicción en materia de nacionalidad.-
245
Los elementos de base de los que se dispone para interpretar su finalidad, sentido y alcance se
encuentran en el preámbulo de la Ley y en la instrucción de la Dirección General de los Registros y del
Notariado del 20 de marzo de 1991. En el primero, el legislador explica que, a través suyo, "...se
introduce una nueva forma de adquisición de la ciudadanía española por posesión de estado, lo que no
es una novedad en Derecho comparado europeo. Tal posesión requiere las condiciones tradicionales de
justo título, prolongación durante cierto tiempo y buena fe. Este último requisito, por cierto, debe
conectarse con el apartado 2 del artículo 25, y de su relación resulta con claridad que la posesión de
estado podrá beneficiar también en ciertos casos a los que adquieran la nacionalidad española después
del nacimiento". Por su parte la instrucción citada establecía estas reglas de aplicación: "Para los
supuestos en que el Juez o Cónsul Encargado del Registro Civil del domicilio haya de declarar la
consolidación de la nacionalidad española, a través del expediente con valor de presunción regulado por
los artículos 96,2 de la Ley del Registro Civil y 335, 338 y 340 de su Reglamento, conviene precisar los
dos extremos siguientes: a) La expresión “posesión y utilización” implica una actitud activa del
interesado respecto de la nacionalidad española poseída. Ha de exigirse que se haya comportado como
español, ejerciendo derechos y deberes derivados de su cualidad de español. b) El título por el que se
adquiere la nacionalidad ha de estar inscrito en el Registro Civil. Por esto, en la adquisición originaria ha
de resultar del registro que la filiación o el nacimiento en España produjeron, según la legislación aplicable
en el momento del nacimiento, la adquisición de la nacionalidad española".
246
Véanse en el Anuario de la DGRN, Madrid, 2006 , las Resoluciones.de 4 de enero de 2006 (págs. 2719-
2721); de 28 de febrero de 2006 (págs. 3189-3192); de 1 de marzo de 2006 (págs. 3195-3196); de 12 de junio
de 2006 (págs. 4219-4221); de 7 de septiembre de 2006 (págs. 4834-4837).-
247
Cosa distinta son los efectos frente a terceros de buena fe, pero, de aplicar este esquema a otros
ámbitos del estado civil, podría resultar, por ejemplo, que una vez impugnada la paternidad a instancias
del hijo mayor de edad, el padre podría promover un expediente destinado a consolidar la relación
"paterno-filial" sobre la base de la posesión de estado que se estableció con base en la bona fides, el título
registral impugnado, el tratamiento dado al hijo y la reputación social de la relación que existieron
durante todo el tiempo que precedió a la demanda o a la declaración judicial.-
248
La consolidación del matrimonio nulo, por ejemplo, cumple una función similar. El matrimonio
contraído por error, coacción o miedo grave se convalida si los cónyuges hubieren vivido juntos durante
un año después de desvanecido el error o de haber cesado la fuerza o la causa del miedo, caducando en
ese momento la acción para impugnar la validez del matrimonio.
249
Véase. Díaz García, N., La reforma de la nacionalidad. Comentario a la Ley 18/1990 de 17 de
diciembre,, Madrid, 1991, en especial págs. 13-25.-
253
Por esta razón, la propia Instrucción de 20 de marzo indica en su apartado VI que el expediente para
las declaraciones con valor de presunción, es de gran interés "para justificar que la nacionalidad
extranjera atribuida con anterioridad a la emancipación no es la utilizada exclusivamente por el
interesado". -
todo aquel que realizase actos propios de una condición de nacional distinta de la
española. Los términos normales de una prescripción adquisitoria conllevan la exigencia
de una posesión no interrumpida. En este sentido ha de entenderse que el
comportamiento como nacional de otro Estado afecta directamente la nota de
continuidad en la utilización de la nacionalidad española y que interrumpe naturalmente
el periodo de la prescripción consolidatoria, sin mas excepciones que las que, a nuestro
juicio, amparan al menor.
1.2.4. El plazo legalmente determinado para la consolidación del estado.
El cómputo del plazo sitúa su inicio en la fecha del título registral en el que se
basare la posesión de la nacionalidad y se proyecta hacia los diez años en las
condiciones establecidas por el artículo 5 del Código Civil. La elección de un plazo tan
exageradamente largo puede explicarse a través de uno de estos dos razonamientos y,
quizás, con base en ambos:
El primero conecta la mecánica de la consolidación con la atribución de la
nacionalidad ex iure soli; y sobre todo con la que centra el título de adquisición en las
circunstancias establecidas en el apartado d) del artículo 17.1 del Código. Se trataría de
conferir un cierto carácter de provisionalidad a la atribución por el mero nacimiento en
el territorio, de forma que los supuestos directamente inspirados en la “reducción de la
apatridia” sólo consolidasen el estatuto personal del beneficiario si en los diez años
siguientes a la práctica de la inscripción del nacimiento no se produjese ninguna
impugnación de los títulos de adquisición que se desprenden del asiento registral. Se
trataría, entonces, de evitar cambios de nacionalidad a partir de un determinado
momento de la vida del sujeto, de forma que su estatuto sólo pudiera verse afectado
durante la primera etapa de su minoridad o una vez alcanzada la emancipación.
La segunda reflexión complementa la anterior. El legislador ha retenido
exactamente el plazo fijado con carácter general para la adquisición de la nacionalidad
por residencia. De este modo parece haber entendido que si se impugna el título
originario, tras haber ostentado la ciudadanía durante diez años, el sujeto ha perdido la
nacionalidad en un momento en el que ya configuraba el equivalente al máximo plazo
legal para poder solicitar su naturalización. En otros términos que durante ese lapso ha
configurado de buena fe un nuevo título de atribución en el que se puede basar la
continuidad en su disfrute. Por consiguiente, puede obviarse el nuevo expediente de
solicitud y consolidarse directamente el estado de ciudadanía. Como complemento de la
anterior explicación, esta interpretación nos aproxima a la lógica -si no a la realidad- de
un requisito que es tan excesivo en el tiempo como el modelo belga en el que se inspiró.
2. Pérdida y conservación de la nacionalidad española.
El hecho de que la Constitución se refiera a la conservación de la ciudadanía en
el primer numeral de su artículo 11 y que establezca en el segundo que “ningún español
de origen podrá ser privado de su nacionalidad”, ha llevado a generar la idea refleja de
que existe un derecho a conservar la nacionalidad de origen mientras el sujeto no
manifieste expresamente su deseo de perderla. Esta impresión no sólo ha sido apreciable
en el inconsciente colectivo de los ciudadanos, sino también en las reflexiones
doctrinales del último cuarto de siglo, hasta cuajar en el vigente y generoso sistema de
pérdida-conservación254.
254
Durante el periodo 1978-1982 el instituto de la conservación careció de un desarrollo normativo que
permitiese su juego real. Incluso cuando se adquiría la nacionalidad de uno de los países iberoamericanos
a los que se refería el artículo 11.3 de la Constitución, la Dirección General de lo Registros, mantuvo la
dudosa tesis de que resultaba imposible su aplicación sin un desarrollo normativo. (Cfr., entre otras, la
resolución de 2 de marzo de 1979). Durante un segundo periodo se introdujeron dos causas legales de
conservación: la relativa al desarrollo normativo de cuales eran “los países iberoamericanos o a aquellos
que hayan tenido o tengan una particular vinculación con España”, que fue concretada en los países
iberoamericanos, Andorra, Filipinas, Guinea Ecuatorial y Portugal; y la relativa a la emigración; el
artículo 23 del Código Civil disponía que “No la perderán cuando justifiquen ante los Registros Consular
o Central que la adquisición de la nacionalidad extranjera se produjo en razón de emigración ”. Con
sucesivos alejamientos y acercamientos a la conservación se llegó al actual sistema en el que se ha situado
como clave para la pérdida; ésta podrá evitarse siempre, con una mera declaración del interesado dentro
de los plazos establecidos.-
255
Como expresa la Dirección General de los Registros y del Notariado en el apartado sexto de su
Instrucción de 20 de marzo de 1991: "...es necesario entender, por el carácter taxativo de las causas de
pérdida que no pueden ser objeto de interpretación extensiva, que no se producirá pérdida cuando el
interesado justifique haber utilizado, dentro del plazo de los tres años que señala el artículo, de algún
modo la nacionalidad española. Tener documentación española en vigor; haber otorgado como español
algún documento público, haber comparecido con este carácter en el Consulado y otras conductas
semejantes, serán un índice de que el interesado no habrá podido incurrir en pérdida de la nacionalidad
española".-
256
Lo que podrá hacerse instando el expediente de pérdida previsto en el artículo 67 de la Ley del
Registro Civil.-
257
La resolución de la Dirección General de los Registros y del Notariado de 5 de febrero de 1985, dejó
clara y sensatamente sentadas las bases del “derecho a cambiar de nacionalidad” considerando que “...la
expatriación para devenir a la situación de apátrida no es un derecho de la persona reconocido por la
Constitución (cfr. Artículo 11) ni por la Ley que ha desarrollado ésta.”.-
258
El artículo 24.4 del Código Civil impide, en todo caso, la pérdida de la nacionalidad si España se
hallare en guerra.-
259
El Decreto de 18 de diciembre de 1967 establecía una prohibición general, de tal forma que el Sistema
quedaba invertido. Únicamente se conservaba la nacionalidad si había una autorización expresa. Al
derogarse este mecanismo la situación se ha encauzado en términos coherentes, sobre todo desde el punto
de vista de un país, como España, en el que se cuentan por miles los extranjeros que engrosan las filas de
su ejército.-
260
Resulta curioso que el artículo 11.1 de la Constitución establezca una reserva de ley para la regulación
de la adquisición, la conservación y la perdida de la nacionalidad y no se refiera en absoluto a la
recuperación de la ciudadanía.
261
Cfr. Artículo 69 del Reglamento de la Ley Orgánica 4/2000 (Real Decreto 2393/2004 de 30 de
diciembre.-
262
Cfr. Artículo 41.1.j) de la Ley Orgánica de Derechos y libertades de los extranjeros en España y su
integración social.
263
No puede interpretarse que la referencia al español originario haga mención a la nacionalidad española
como ciudadanía anterior a la actualmente ostentada. Los términos origen y originarios en nuestro
Sistema se refieren siempre a una categoría de nacionalidad determinada y no pueden utilizarse para
adjetivar simplemente el orden en la posesión de las nacionalidades ostentadas.-
por este filtro, la dispensa de residencia que compete otorgar al Ministro de Justicia
cumplirá la misma función.
Por último hemos de añadir que la disposición hace una especial mención a los
emigrantes y a sus hijos para eximirles de la residencia. Resulta lógico que así se haga
puesto que es una consecuencia lógica del principio constitucional recogido en el
artículo 42 de la Norma Fundamental264; no obstante la utilización del término
“emigrante” nos parece desafortunada265. Hubiese sido mejor describir directamente la
situación retenida como persona que desempeña en el extranjero cualquier actividad
lícita destinada a la satisfacción de sus necesidades y las de su familia; ya que la
condición de emigrante posee unas connotaciones jurídicas muy precisas y que, llegado
el caso, su acreditación puede resultar difícil.
En los casos de pérdida por sanción, el numeral dos se limita a exigir una
habilitación especial del Gobierno de la nación para poder recuperar la nacionalidad en
“cualquiera de los supuestos previstos en el artículo anterior”; afirmación que debe ser
matizada para su correcta comprensión. Recordemos que tales motivos se concretaban
en su primer inciso en la utilización exclusiva, durante tres años, de la nacionalidad
extranjera a la que se renunció al adquirir la española y en el hecho de servir a las armas
o a la política de una potencia extranjera, contra la prohibición expresa del Gobierno.
Pero, además, en su numeral dos se sancionaba con nulidad aquella adquisición en la
que hubiese intervenido falsedad ocultación o fraude en la conducta del interesado y así
se hubiese declarado judicialmente. Pues bien, este último supuesto no puede calificarse
de pérdida, sino de ausencia adquisición y por ende no debe entenderse incluido en la
amplia referencia que el artículo 26.2 hace al anterior.
III. PLURINACIONALIDAD Y CONFLICTOS DE NACIONALIDAD.
1. Los supuestos de plurinacionalidad.
Tomando como punto de partida la ordenación de la nacionalidad en el Sistema
español, una persona puede ostentar simultáneamente dos o más ciudadanías cuando se
produzcan algunas de las siguientes circunstancias:
a) Cuando con base en los índices de su nacimiento, dos o más ordenamientos
jurídicos le atribuyen simultáneamente sus respectivas nacionalidades.
b) Cuando un tercer país le atribuye una segunda nacionalidad, sin tomar en
consideración la voluntad del interesado.
c) Cuando se adquiere derivativamente otra nacionalidad y la legislación del
país de la anterior ciudadanía establece un plazo entre la nueva adquisición y la
264
El artículo 42 de la Constitución establece que “El Estado velará especialmente por la salvaguardia de
los derechos económicos y sociales de lo trabajadores españoles en el extranjero, y orientará su política
hacia su retorno”.-
265
El término emigrante se corresponde con un concepto impreciso que si se intenta delimitar
jurídicamente puede reducir arbitrariamente el círculo de beneficiarios. La nota del trabajo por cuenta
ajena o la sumisión de la actividad a disposiciones de carácter laboral o de Seguridad Social con la que
suele caracterizarse el concepto emigración (por ejemplo, en el artículo 11 del Convenio 97 de la
Organización Internacional del Trabajo), no garantiza la delimitación de una categoría homogénea,
capaz de incluir al conjunto de los ciudadanos españoles que abandonan su país para ganarse el sustento o
para encubrir un exilio. La variedad de actividades con las que puede atenderse a este fin no justifica una
discriminación real. El alto empleado de una empresa puede ser considerado emigrante con base en estos
criterios, mientras que el español que posee en el extranjero un pequeño taller de reparación de
motocicletas podría quedar fuera de la definición, aunque el primero ganase el décuplo de lo ingresado
anualmente por el segundo.
e) Los que quedan regulados en los Tratados internacionales suscritos con las
Repúblicas iberoamericanas.
3.1. La doble nacionalidad convencional.
El tenor literal del último numeral del artículo 11 de la Constitución reza del
siguiente modo: “El Estado podrá concertar tratados de doble nacionalidad con los
países iberoamericanos o con aquellos que hayan tenido o tengan una particular
vinculación con España. En estos mismos países, aun cuando no reconozcan a sus
ciudadanos un derecho recíproco, podrán naturalizarse los españoles sin perder su
nacionalidad de origen”. Los tratados a los que alude el precepto constituían una
práctica que se remontaba al año 1958. A partir de ahí se habían suscrito una docena de
Convenios que se orientaban a un fin preciso: determinar cuando el español que había
adquirido la nacionalidad chilena era español y no chileno y cuando era chileno y no
español y, paralelamente, establecían cuando el chileno que habían adquirido la
ciudadanía española era español y no chileno y cuando era chileno y no español. Los
tratados suscritos entre 1958 y 1979266 se limitaban a establecer un mecanismo mediante
el cual las dos nacionalidades iban rotando en armonía con las vicisitudes de su titular.
Federico De Castro utilizó el símil de la hibernación para explicar el estado
letárgico en el que se recluía a la nacionalidad no operativa. La imagen era ilustrativa y
explicaba con precisión el funcionamiento de estos Convenios. Sin embargo, dados los
equívocos que se originaron y se siguen originando, parece conveniente dar un paso más
para dejar clara la inexistencia de cualquier vínculo entre el interesado y el Sistema
jurídico de la otra nacionalidad durante el periodo de su hibernación, en los Tratados
originales. Una nacionalidad que no surte efectos civiles ni políticos, más que hibernada
hay que considerarla desaparecida. Lo que, en realidad, hacían estos tratados era
establecer un tracto simplificado para un proceso de adquisición, pérdida y recuperación
de las dos nacionalidades. Un español de origen que adquiriese la nacionalidad
argentina y se acogiera expresamente al Convenio perdería la nacionalidad española
mientras fuese argentino, pero podría recuperarla automáticamente volviendo a
establecer su domicilio en España y recobraría la argentina regresando a aquel país y
estableciendo en él su domicilio. Bastaba con probar la constitución del nuevo domicilio
para que la nacionalidad del país de residencia volviese a ser operativa. En estos casos
resulta obvio que, para la determinación de la nacionalidad operativa, habrá de estarse a
lo que determinen los tratados. En 1974 no existía ninguna situación de doble
nacionalidad prevista en nuestras leyes que no fuese esa y la solución era suficiente y
adecuada.
Sin embargo, el funcionamiento de estos Convenios no satisfacía plenamente los
objetivos del Sistema, como lo prueba el hecho de haberse modificado su contenido
durante el periodo comprendido entre la última década del siglo pasado y los primeros
años del actual. Los cambios incorporados a través de dichos protocolos y canjes de
notas han cambiado parcialmente, pero de forma significativa, la mecánica que
articulaban los tratados originales, intentado crear un estrecho paralelismo entre la doble
nacionalidad automática del artículo 11.3 de la Constitución y el régimen de la doble
nacionalidad convencional. Aproximémonos a estos acuerdos a través de las siguientes
tablas simplificadas:
266
El Convenio con Guatemala de 28 de Julio de 1961 (BOE 10 de marzo de 1962) y algunas otras
excepciones tuvieron unas características especiales a las que más adelante nos referiremos.-
Protocolo adicional
18 de octubre de 2000
Este Convenio sigue fielmente al modelo del celebrado con Perú e (BOE 22 de febrero 2002)
incorpora una cláusula similar a la del Convenio con Paraguay
Con Bolivia
para sistematizar la doble nacionalidad por atribución simultánea. Incluye cláusula para posibilitar
12 de Octubre de 1961
desvincularse del régimen del
(BOE 14 de abril de 1964)
Convenio sin perder la última
nacionalidad
Protocolo de modificación
10 de febrero de 1995
La gran novedad de este Convenio es que articula un régimen
(BOE 1 julio 1996)
especial de adquisición. Basta establecer el domicilio en uno
de los dos países y declarar la voluntad de querer ser nacional, El domicilio ha de acomodarse a la
para convertirse en ciudadano. La articulación del ciclo se residencia legal, permanente y continuada
fundamenta en el domicilio internacional, entendiendo que se prevista en la legislación de extranjería de
adquiere mediante la inscripción registral. Sin embargo, el las partes.
requisito de la inscripción no parece configurarse como una
premisa constitutiva de las sucesivas readquisiciones. Otros
Protocolo adicional
elementos que caracterizan el régimen de este Convenio son:
19 de noviembre 1999
el excluir el requisito del pasaporte y del visado a los
(BOE 12 abril 2001)
Con Guatemala guatemaltecos de origen español en España y a los españoles
28 de Julio de 1961 de origen guatemalteco en Guatemala, enervando las El domicilio para adquirir la
(BOE 10 de marzo de restricciones nacionalidad ha de ajustarse a lo
1962). previsto en la legislación interna de
cada Parte.
Protocolo adicional
25 de agosto 1995
Este Convenio sigue fielmente al modelo del celebrado con Perú e (BOE 16 de agosto 2000)
Con Ecuador incorpora una cláusula similar a la del Convenio con Paraguay Garantiza la continuidad en el goce de
4 de Marzo de 1964 para sistematizar la doble nacionalidad por atribución simultánea. los derechos que reconozcan las
(BOE 13 de enero de dos legislaciones a los dobles
1965) nacionales que no se hubiesen
acogido al Convenio.
Contiene una cláusula de extranjería.
Protocolo adicional
En este Convenio se utiliza básicamente el modelo de Tratado 23 de octubre de 1997
Con Costa Rica
con Paraguay. (BOE 12 noviembre 1998)
8 de junio de 1964
(BOE de 25 de enero de Se aborda el problema de la doble nacionalidad por nacimiento Incluye cláusula de desvinculación
1965). y se asimila al contemplado en el Convenio.
Protocolo adicional
13 de noviembre 1999
(BOE 3 de diciembre 2002)
registrales.
extranjero de padre o madre españoles o los nacidos en otras plazas que, formando
parte integrante del territorio del Estado español, han quedado excluidas de la
descripción267. En los Convenios con Paraguay, Cota Rica, Argentina y Colombia se
concreta el ámbito subjetivo haciendo alusión directa a la ciudadanía de origen en
lugar de emplear la elipse de excluir a los naturalizados como se hizo en los suscritos
con Perú, Bolivia, Ecuador, Honduras o Nicaragua. En el Convenio con Guatemala se
hace referencia a los españoles y a los guatemaltecos por nacimiento, aunque en una
norma de funcionamiento se aclara que el término nacionalidad por nacimiento
incluye la ciudadanía basada en la filiación. Finalmente en el Convenio con la
República Dominicana no hace alusión alguna a la cualidad originaria o derivativa de
la ciudadanía de ambos países.
Únicamente en el Tratado con Guatemala se prevé un mecanismo privilegiado
para que los españoles puedan adquirir la nacionalidad guatemalteca y viceversa. En
el de Colombia lo que se acuerda es un plazo mínimo de dos años de domiciliación
para poder acceder a la naturalización española o colombiana. En todos los demás
casos, para gozar de este sistema de doble nacionalidad es preciso haber adquirido la
ciudadanía por los medios previstos con carácter general por la legislación interna de
cada uno de los Estados partes. En el acuerdo con Guatemala se excluye a las personas
que hubiesen adquirido la ciudadanía por matrimonio 268.
Sólo cinco de los doce Convenios contemplan el supuesto de la doble
nacionalidad resultante de la atribución simultánea de las dos ciudadanías por las
circunstancias configuradas al nacer. En los Tratados con la República Dominicana,
Costa Rica y Honduras se soluciona el conflicto considerando que “También podrán
acogerse a los beneficios de este Convenio aquellas personas a quienes las leyes
españolas y dominicanas atribuyan simultáneamente su respectiva ciudadanía ”. En el
caso de los acuerdos suscritos con Ecuador y Paraguay la solución consiste en
considerar que “...gozará dicha persona de la nacionalidad del territorio donde su
nacimiento hubiese ocurrido, pero será también considerado nacional por la otra Ata
Parte Contratante”; expresión que resuelve el conflicto de un modo muy limitado.
Por último habría que señalar la existencia de un Canje de notas con
Venezuela de 4 de Julio de 1974 269 al que es costumbre referirse en esta sede, aunque
nada tenga que ver con este género de Tratados. Se trata de un compromiso mediante
el cual los dos Estados se obligan a comunicarse recíprocamente todas las
naturalizaciones de ciudadanos de uno de los dos Estados en el otro, precisamente a
efectos de evitar el que puedan tener la consideración de dobles nacionales. Se trata de
un compromiso del que sería conveniente desvincularse por motivos de coherencia. Si
el artículo 23 en su apartado b) exime de la renuncia a la nacionalidad anterior a
quienes sean ciudadanos de un país iberoamericano, es difícil entender que se les
exonere de un acto que difícilmente puede tener transcendencia jurídica en su país de
origen, para asumir, en cambio, la obligación de comunicar la nueva nacionalidad del
sujeto, al objeto de que Venezuela, en cumplimiento de sus exigencias
constitucionales, pueda formalizar en su base la pérdida de la ciudadanía venezolana.
267
Piénsese en los nacidos en las plazas de soberanía, en Guinea Ecuatorial o en el caso de Ceuta y
Melilla.
268
En el régimen actual español la mujer no sigue la nacionalidad del marido por atribución automática o
por derecho de opción, sino que se beneficia de un plazo acortado de estancia y la adquiere, técnicamente,
por residencia.-
269
BOE de 12 de Noviembre de 1975
270
Descartamos la primacía de la “última nacionalidad adquirida”, por cuanto en este contexto sería
siempre la extranjera. De ser así nos encontraríamos ante un curioso dilema: el español que al amparo del
artículo 11.3 de la Norma Base adquirió la ciudadanía de un país de la comunidad histórica, nunca podría
recuperar la operatividad de la española si no estuviese al amparo de un Convenio. No podría recobrarla
porque no hubo pérdida. Pero, al ser la extranjera la última adquirida sería tratado como nacional de aquel
Estado hasta el momento en el que acreditase su pérdida. Ciertamente una construcción así carecería de
sentido.-
plantea de otra forma distinta. Hay que tener presente que el acto de renuncia carece de
transcendencia real sobre la conservación de la ciudadanía anterior. La existencia o
inexistencia de una doble nacionalidad depende, en este caso, de las previsiones del
Ordenamiento del país de origen. En sede del español las consecuencias de este gesto
jurídico de reciprocidad se concretan básicamente en la exclusión del juego del artículo
25 a) del Código Civil. Al no exigirse la renuncia en el artículo 23 b), ha de estimarse
que el interesado, aún siendo nacional derivativo, queda en libertad de utilizar fuera de
España su anterior ciudadanía todo el tiempo que desee sin incurrir en causa de pérdida
de la española y será considerado siempre como ciudadano español cuando se halle en
España. En los demás supuestos la determinación de su nacionalidad se hará sobre la
base de las consideraciones que estamos efectuando.
3.4. Las situaciones de doble nacionalidad no previstas en las leyes españolas.
En su sentido más usual estas situaciones son las que se derivan de la atribución
simultánea de dos nacionalidades a un mismo sujeto por dos Ordenamientos distintos.
Son realidades indeseadas y, en muchas ocasiones, inevitables. La transmisión ex iure
sanguinis de la nacionalidad en los países que reconocen la igualdad del padre y la
madre en la filiación conduce en los casos de muchos matrimonios mixtos a la
atribución de dos nacionalidades simultáneas al nacido. Frente a estos casos caben dos
tipos de actuaciones distintas; una de carácter preventivo y otra destinada a la resolución
del conflicto. En el artículo 17 del Código Civil encontramos dos claros supuestos de la
primera opción. El apartado c) de su primer numeral condiciona la aplicación del ius
soli a que al nacido no se le atribuya ninguna otra nacionalidad ex iure sanguinis. El
numeral segundo impide la atribución automática de la ciudadanía española, cuando las
causas que la determinan se conozcan después de los dieciocho años y lo sustituye por
un derecho de opción. De este modo el sistema se autolimita evitando adscribir su
ciudadanía a personas que ya tienen otra naturalización.
Cuando a través de la acción normativa no se ha evitado, o no ha podido evitarse
la plurinacionalidad, el sujeto goza efectivamente de una doble ciudadanía con todas sus
consecuencias. El conflicto que suscitan ambas naturalezas debe ser resuelto articulando
unas disposiciones que establezcan cual de ellas resulta operativa en el foro. El Sistema
español diferencia cuatro casos claros a los que adscribe una solución concreta:
a) Cuando una de las dos nacionalidades disfrutadas sea la española ésta
prevalecerá siempre frente a cualquier otra en sede de nuestro Sistema.
b) Cuando las dos nacionalidades sean extranjeras, resultará operativa en España
la coincidente con la residencia habitual del sujeto.
c)Si la residencia habitual del sujeto no coincidiese con ninguna de las
ciudadanías que posee, se estará a la última realizada en uno de los países de los
que es natural.
d) Cuando una de las ciudadanías fuese la de un país de la Unión Europea
prevalece en todo caso la nacionalidad de ese Estado miembro sobre cualquier
otra. El Derecho de fuente institucional deja libertad a los Estados para decidir
quienes son sus nacionales pero no deja, en cambio, términos hábiles para discutir
su efectividad por los demás miembros. La ciudadanía europea se prueba
mediante la documentación emitida por el Estado miembro del que se predica la
nacionalidad; y, sobre esta base, todos los demás vienen obligados a aceptar la
oponibilidad de su juego271.
Es de señalar, por último, que pueden suscitarse conflictos de nacionalidad
negativos, que generan problemas similares, aunque de signo inverso, a los que aquí
estamos analizando. Existen personas a las que, por el juego conjunto de dos
ordenamientos, no les es atribuida ninguna nacionalidad o incurren en causa de pérdida
sin haber adquirido otra. En estos casos, la regla de funcionamiento contenida en el
artículo 9 apartado 10 del Código Civil sustituye la conexión nacionalidad por la
residencia habitual, consagrando así a esta vinculación, como la conexión supletoria
general del sistema. Por otra parte, además, el reconocimiento de esta apatridia
determina en el Sistema jurídico español (como en otros muchos) un estatuto diferencial
con el que se protege a las personas que se encuentran en tales circunstancias.
CAPITULO VII
EL RÉGIMEN JURÍDICO DE LA INMIGRACIÓN
Y DE LA EXTRANJERÍA EN ESPAÑA.
La Ley Orgánica sobre derechos y libertades de los extranjeros en España y su
integración social dedica sus artículos 3 al 15 a establecer los términos generales del
disfrute de las libertades consagradas en el Título I de la Constitución.
I. LAS LIBERTADES DE NATURALEZA POLÍTICA.
1. El derecho de asociación.
El artículo 8 dispone que: “Todos los extranjeros tendrán el derecho de asociación,
conforme a las leyes que lo regulan para los españoles y que podrán ejercer cuando
obtengan autorización de estancia o residencia en España”. La Constitución, en su artículo
22, reconoce como una libertad pública fundamental la facultad de establecer vínculos
interpersonales estables con el fin de satisfacer unos objetivos libremente determinados,
creando al efecto una estructura organizativa que les permita operar jurídicamente 272. A
partir de esta definición podemos entender que el principal objetivo de la Constitución
estriba en dar cobertura jurídica a un deseo de sociabilidad duradero; o que su finalidad
básica consiste en apoyar aquellas iniciativas de la sociedad civil que se orientan a la
realización de un fin de interés general. Con base en una de estas dos ideas cardinales es
como deben concretarse los términos del goce del derecho asociativo para los extranjeros.
Si lo esencial del hecho de asociarse es la participación personal en un proyecto colectivo,
sólo deberán asociarse los que estén en condiciones de intervenir establemente en la vida de
la asociación; es decir, los que formen parte de una sociedad civil española lato sensu
entendida. La construcción de una norma a partir de esta idea es fácil; todos tienen derecho
a asociarse, pero para ejercerlo han de estar integrados en España. En consecuencia hubiera
271
Cfr. La Directriz del Consejo 73/148. Como expresa Iglesias Buhigues "...una cosa es la competencia
en la regulación de la adquisición y pérdida de la nacionalidad y otra distinta la competencia para
limitar los efectos de la nacionalidad ostentada en relación con el derecho comunitario, que sólo exige,
para su aplicación, el que se posea la nacionalidad de un Estado miembro, sin requisitos ni condiciones
añadidas".
272
Aguiar de Luque y Elvira Perales, en Alzaga Villamil “Comentarios a la Constitución española de
1978” Madrid 1997 págs. 608 y ss.; y Fernández Farreres “Asociación y Constitución” Madrid 1987
passim.-
debido excluirse la situación de mera estancia y limitar su goce a quienes sean residentes
temporales o permanentes. Si se considera que el centro de gravedad de la voluntad
asociativa no se halla tanto en la vinculación interpersonal de sus miembros como en la
satisfacción de los fines perseguidos, el legislador, en tal caso, debería decir “Los
extranjeros gozan en España del derecho de asociación en los términos previstos para los
españoles y podrán ejercerlo siempre que, de acuerdo con lo establecido en la presente
Ley, puedan cumplir con las obligaciones que tengan estatutariamente asignadas”.
En definitiva, lo que se quiere decir con la norma contenida en el artículo 8 de la
Ley es que se prohíben las asociaciones de inmigrantes irregulares. Lo cual nos parece hasta
cierto punto lógico. Lo que resulta muy criticable es la obsesión por atender al fenómeno de
la inmigración relegando la regulación de extranjería y dificultando la interpretación y
alcance del régimen de las asociaciones en Derecho internacional privado. Desde la
perspectiva de esta disciplina lo que interesa que se legisle de forma clara son cuestiones
tales como la validez del acta constitutiva de una asociación, cuando alguno de sus
asociados fuese extranjero residente en el extranjero; el determinar claramente si el precepto
se circunscribe al hecho fundacional o si abarca cualquier incorporación posterior a una
asociación ya constituida; o si se pueden reconocer asociaciones constituidas en el
extranjero para realizar fines de interés general en España. No creemos que el Sistema
quiera dar una respuesta negativa a estas interrogantes. Lo que ocurre es que, no se puede
confundir extranjería con inmigración y legislar en función exclusiva de ésta última.
Cuando se hace de este modo, en lugar de centrar el análisis en la extensión del núcleo del
derecho, se traslada la preocupación a cuales son los extranjeros que pueden disfrutarlo. En
este caso, como en muchos otros, se ha pensado que resulta inconveniente abrir el camino
asociativo a los extranjeros que se hallan en España en situación irregular y, para evitarlo, se
utiliza el criterio de la regularidad administrativa de la estancia, ofreciendo un resultado que
no gradúa los términos en los que los extranjeros gozan del derecho de asociación, sino que
se mueve entre dos puntos extremos: o lo disfrutan de idéntico modo al que corresponde a
los nacionales o no lo disfrutan en absoluto. Esta es una crítica genérica que se extiende a
gran parte del articulado de esta Ley Orgánica, con independencia de su constitucionalidad
técnica. Lo que el artículo 13.1 de la Norma Fundamental dispone -y así ha sido entendido
por su máximo intérprete en reiteradas sentencias- es que las leyes y los tratados pueden
operar entre el reconocimiento del mínimo inamovible del derecho fundamental consagrado
y el límite máximo que es el que gozan los nacionales. Esos dos puntos determinan el
terreno en el que debe moverse el legislador; sin embargo, en relación con los derechos de
reunión, manifestación, sindicación, y asociación lo que hace es dividir a los extranjeros en
dos categorías: los que poseen una autorización de estancia y residencia y lo que no la
poseen; los primeros podrán ejercer estas libertades en las mismas condiciones que los
españoles; los segundos no podrán ejercerlas en absoluto. Es lógico que se prohíba
promover en una asociación al quien se halle irregularmente en España; pero deja de ser
coherente el que se le exija hallarse regularmente en España para participar en una
asociación española.
Ante los daños sufridos en un monumento situado en nuestro país, parece razonable
que tanto los nacionales como los extranjeros, fuesen o no residentes, pudieran promover la
constitución de una asociación en España al objeto de allegar fondos destinados a la
restauración de la obra artística. No tiene sentido negar este derecho a un norteamericano
residente en Filadelfia por carecer de la oportuna autorización de estancia. Pero tampoco
sería sensato permitirle participar en una asociación en cuyos fines estatutarios no pudiese
participar por vivir fuera de España.
273
Existen aún otros recursos de inconstitucionalidad pendientes de resolución, en el momento de redactar
estas líneas. No obstante, el del Parlamento Navarro era el más extenso y las líneas argumentales de esta
sentencia permiten despejar las principales dudas sobre la constitucionalidad de algunos d los preceptos
de esta Ley Orgánica 4/2000.-
274
Por esa razón se declaró inconstitucional la obligación de solicitar la autorización previa que exigía la
Ley Orgánica 7/1985.
la construcción de la norma de extranjería. Por una parte habrá de buscarse una vinculación
objetiva entre el extranjero que pretende utilizar activamente esta libertad y la sociedad en
la que pretende colectivizar sus denuncias; y, por otra, habrá de tomarse en consideración la
posición del extranjero que pretende ejercitar pasivamente ese derecho, sumándose a la
iniciativa adoptada por ese sector de la sociedad civil. Y es que una cosa es convocar a una
reunión o a una manifestación y otra bien distinta es acudir a ellas. La legitimación exigida
para adoptar una u otra postura debe ser necesariamente distinta.
Esta distinción trae causa en el tercero de los rasgos definitorios propuestos (el de
constituir el cauce básico para la participación de la sociedad civil) y no es lo mismo tomar
parte activa en las iniciativas de la sociedad civil que sumarse a ellas. Visto de esta manera,
no puede negarse que el permiso de residencia puede ser utilizado como índice de inserción
estable del extranjero en la sociedad civil española. Sin embargo la distinción efectuada
obliga a matizar esta afirmación. Es lógico que para promover la convocatoria se exijan
unos índices de inserción en el colectivo que se quiere movilizar (aunque no necesariamente
el de la regularidad de la estancia), pero esta exigencia deja de ser lógica cuando se habla
simplemente de participar en ellas. De ahí que resulte necesario distinguir entre promotores
y asistentes. Si diferenciamos netamente ambas cosas y consideramos que la esencia del
ejercicio del derecho de reunión y de manifestación se concreta en su convocatoria,
entonces deberemos de admitir que el artículo 7 de la Ley Orgánica se adecua
perfectamente a lo establecido en la Constitución; aunque conferir esta libertad a quienes
posean una mera autorización de estancia va más lejos de lo que la Norma Fundamental y
lógica requieren.
Sin embargo, como en el caso anterior, la constitucionalidad textual del precepto no
le inmuniza frente a las graves críticas que se le pueden formular por sus omisiones:
a) La primera de ellas es que la interpretación vertida en estas páginas sólo constituye un
punto de vista doctrinal de alcance limitado. La seguridad jurídica exige que sea la
propia norma la que deje claro que su alcance no afecta a los extranjeros que se limitan
a participar en una reunión o manifestación275.
b) La segunda engarza con el hilo conductor de nuestras reflexiones. Lo que quiere
evitar el legislador es que se produzcan reuniones o manifestaciones de inmigrantes
irregulares reivindicando sus esperanzas de derechos. Pero para ello hubiese bastado
con dejar bien sentado que sólo “Podrán promover reuniones y manifestaciones, en los
términos previstos por la legislación española, los extranjeros que se hallen
regularmente en España”. Si las que son temidas son convocadas por españoles o
extranjeros que se encuentran regularmente en nuestro territorio, el intentar limitar su
alcance, vedando la participación de los extranjeros de presencia irregular, supondría
negar a estos últimos el acceso al instrumento más directo de expresión colectiva en una
democracia moderna. La realidad social muestra la inutilidad de la prohibición. El
carácter netamente represivo que envolvería una medida de esta naturaleza evidenciaría
claramente los recelos del poder político frente a determinados cauces de acción de la
sociedad civil. Por eso entendemos que su literalidad, al permitir interpretaciones
peligrosas, debe ser modificada.
c) Finalmente, la organización del derecho, en su párrafo segundo, nos parece
totalmente ociosa. Es suficiente el carácter de orden público que posee Ley Orgánica
reguladora del Derecho de Reunión para que no se precise subrayarlo en otra sede
275
Como veremos enseguida, en la Sentencia de seis de noviembre de 2006, este es un dato que el
Tribunal Constitucional tiene muy presente.-
Texto de la Ley Orgánica 4/2000 Texto de la Ley Orgánica 8/2000 Texto de la Ley Orgánica 14/2003
Artículo 29. 3 Artículo 31. 3 Artículo 31. 3
Igualmente podrán acceder a la situación La Administración podrá conceder el permiso La Administración podrá conceder una
de residencia temporal el extranjero que de residencia temporal a los extranjeros que autorización de residencia temporal por
acredite una estancia ininterrumpida de (...) acrediten una permanencia en territorio situación de arraigo, así como por razones
dos años en territorio español, figure español durante un período mínimo de cinco humanitarias, de colaboración con la
empadronado en un municipio en el años…. Justicia u otras circunstancias
momento en el que formule la petición…. excepcionales...
276
Así el artículo 5 extiende el derecho a circular libremente por el territorio nacional a quienes “se
hallen en España de acuerdo con lo establecido en el Titulo II de esta Ley”; el 7, el 8 y el 11 aluden a los
extranjeros que hubieren obtenido una “autorización de estancia o residencia” y el 10 a quienes “reúnan
los requisitos previstos en esta Ley Orgánica”.
277
Entendemos, en este contexto, que difícilmente una Corporación municipal podrá emitir informes de
quienes no posea el conocimiento solicitado; (tiempo de permanencia en el domicilio, medios de vida,
grado de conocimiento de las lenguas que se utilicen y un amplio elenco de índices de arraigo que sólo
pueden ser certificadas en relación con los “vecinos conocidos”).-
278
El legislador no ha entendido que estuviera desarrollando los términos del goce de un derecho o una
libertad fundamental. De haberlo considerado así, el juego combinado de los artículos 13. 1 y 81 del texto
constitucional español le hubiese obligado a utilizar tal expediente normativo.-
c) La creación de un mercado laboral suficiente, forma parte del diseño del espacio de
libertad que perfila la Constitución en su Título I. Por consiguiente, en virtud de su
artículo 13.1 , los extranjeros han de tener cabida en él. Por lo que habrá de concluirse
en que los extranjeros sólo podrán satisfacer su derecho trabajar en España, una vez
que hayan quedado satisfechas las necesidades de los nacionales en este mismo
sentido. El artículo 39 de la Ley Orgánica en estudio, al prever el establecimiento de
un contingente anual de puestos reservados a trabajadores extranjeros, teniendo en
cuenta la situación nacional de empleo, satisface la exigencia constitucional primaria.
d) Una vez que el extranjero deviene trabajador en España, en los términos
establecidos por la legislación en vigor, los artículos 13.1 y 14 vuelven a operar y el
extranjero se convierte en titular del derecho subjetivo al trabajo. Por consiguiente,
las condiciones en las que han de desarrollarse sus actividades laborales en nuestro
país, son las establecidas en el artículo 35 de la Constitución, en los términos que
establezcan las leyes y los tratados. Sin embargo, en esta Ley sólo se concretan
parcialmente los términos de este disfrute.
Estas son las premisas que no resultaba preciso recordar en el artículo 10 de la Ley
Orgánica; por lo tanto lo coherente hubiese sido establecer en él de forma precisa los
requisitos que debe cumplir un extranjero para poder ser considerado como “trabajador” en
España. Pues bien, un estudio de la Ley Orgánica y de su Reglamento nos llevan a
considerar que la noción de “trabajador inmigrante” resulta confusa si se trata de inferir con
base en las disposiciones que han de utilizarse para integrarlo279.
1.1. El concepto de trabajador extranjero.
El artículo 36 del texto analizado introduce una contradicción que indetermina la
calificación jurídica de la noción “trabajador extranjero”. Su primer numeral dispone que:
“Los extranjeros mayores de dieciséis años para ejercer cualquier actividad lucrativa,
laboral, o profesional, precisarán de la correspondiente autorización administrativa previa
para trabajar”. Parece claro que es el extranjero quién debe estar en posesión de tal
credencial; también parece poder entenderse, con base en el último inciso del citado artículo
38, que “a partir de la primera concesión, los permisos se concederán sin limitación
alguna de ámbito geográfico, sector o actividad”; es decir que, una vez renovada la primera
autorización, el extranjero entra en posesión de un título que le sitúa en el mercado laboral
en condiciones idénticas al resto de los trabajadores, durante todo el periodo de su vigencia.
Ahora bien, el numeral tercero de este mismo artículo establece que: “Para la contratación
de un extranjero el empleador deberá solicitar la autorización a que se refiere el apartado
1 del presente artículo”; y empiezan a surgir las dudas:
a) Hay que concretar si la “autorización de trabajo” constituye el acto administrativo
que habilita al extranjero para trabajar en España o supone la licencia que permite a
un empleador español contratar a un extranjero en España.
b) No parece lógico que puedan derivarse las mismas consecuencias para el
inmigrante si el permiso de referencia constituye una “autorización para contratar a
un extranjero” o una “autorización para trabajar en España”. Por lo tanto habrá que
determinarlas sobre esta base.
279
Sólo se da un concepto claro en el artículo 32 de la Ley Orgánica, cuando se establece que “ La
residencia permanente es la situación que autoriza a residir en España indefinidamente y a trabajar en
igualdad de condiciones que los españoles.” -
280
El procedimiento normal para trabajar en España se ajusta al siguiente itinerario: el empleador debe
solicitar la oportuna autorización de residencia y trabajo por cuenta ajena [Cfr. artículo 51 del
Reglamento]. Obtenido el permiso, el inmigrante, desde su país de origen, deberá solicitar el
correspondiente visado de residencia y trabajo [véase el artículo 52 del Reglamento] y una vez en su
poder, venir a España y comenzar a trabajar. El otro camino es el que abren las razones de arraigo,
humanitarias, de colaboración con la justicia u otras circunstancias excepcionales, tal como se diseña en
el artículo 31.3 de la Ley Orgánica, y esta vía conduce a la regularización conjunta de la residencia y la
prestación laboral. Cuando de lo que se trata es de pasar de una situación de residencia regular a una
situación de residencia y trabajo, el artículo 96 del Reglamento despeja cualquier duda: “Los extranjeros
que se encuentren en España durante, al menos, un año en situación de residencia legal, podrán acceder
a la situación de residencia y trabajo por cuenta ajena cuando el empleador, como sujeto legitimado,
presente la solicitud de autorización para residir y trabajar…”.-
apartado c) del artículo 7 del Estatuto de los Trabajadores, los extranjeros tendrán
capacidad para contratar la prestación de trabajo cuando hayan obtenido la autorización
administrativa a la que se refiere el apartado 1 del artículo 36 281. El empleador que deseare
contratar a un extranjero no autorizado, estará obligado a solicitar el preceptivo permiso al
Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales. La carencia de la correspondiente autorización
determinará la nulidad del contrato laboral, pero el extranjero podrá exigir por el trabajo que
ya hubiese prestado la remuneración correspondiente a un contrato válido, en los términos
establecidos en el artículo 9.2 del Estatuto de los Trabajadores282.
Puede argumentarse que el resultado práctico que se alcanza por una u otra vía es
idéntico; pero lo que no resulta igual es la calificación jurídica de la noción “trabajador
extranjero” a la que se llega por uno u otro camino. El hecho de afirmar que “la carencia de
la correspondiente autorización” (...) “no invalidará el contrato de trabajo”, quiere decir
que nuestro Sistema jurídico reconoce la existencia de una auténtica relación laboral
durante un determinado segmento temporal. Esto quiere decir que el permiso de trabajo se
configura como un elemento ajeno a la relación obligatoria; de tal forma que su obtención
perfecciona el contrato laboral suscrito en su carencia y su ausencia constituye causa para la
rescisión legal de una relación obligatoria válida. En definitiva, a la luz del Derecho vigente,
el concepto de trabajador extranjero no depende, en ningún caso, de la obtención de la
preceptiva autorización administrativa, sino de la pura realización por el inmigrante de la
prestación profesional de sus servicios. Hubiese sido mejor avanzar por el camino marcado
por la doctrina de las capacidades especiales. De esta forma se obtendrían tres ventajas: Se
dejaría bien sentado el hecho de que un extranjero no puede ser considerado como
trabajador en España sin haber obtenido la habilitación correspondiente. Se concretarían las
obligaciones del empresario dejando bien claro que el objeto punible es introducir en el
mercado laboral español a extranjeros que no han sido habilitados para acceder a él.
Finalmente se definiría de forma coherente y clara el concepto de trabajador inmigrante,
eliminando los problemas de coherencia que, por no hacerlo, manifiesta esta Ley. Al
analizar, a continuación, los derechos de sindicación y huelga tendremos ocasión de ponerlo
de relieve.
2. El derecho de los extranjeros a la huelga.
La huelga constituye una medida de presión y exteriorización de un conflicto que
aparece recogida como derecho fundamental en la Constitución y en un significativo
número de instrumentos internacionales que vinculan a nuestro país283. Esta situación
permite diseñar un panorama relativamente claro. Los titulares del derecho a la huelga son
281
El Estatuto de los Trabajadores había dejado preparada la vía en la letra c) de su artículo 7, cuando al
referirse a la capacidad dispone: “Podrán contratar la prestación de su trabajo: (... ...) Los extranjeros,
de acuerdo con lo dispuesto en la legislación específica sobre la materia”. Nada obstaba a que el
legislador dijera: Para contratar la prestación laboral, el extranjero deberá obtener una autorización
administrativa que le habilite para trabajar en España. Nada se oponía a ello, de este modo hubiese
quedado muy claro que la concesión de la autorización administrativa para trabajar constituye un acto
habilitante que incide directamente sobre una capacidad “especial” del extranjero y que no cabe la
posibilidad de formalizar un contrato válido cuando una de las partes está afectada por una causa de
incapacidad. Tampoco hubiese afectado al principio indubio pro operario; la nulidad de un contrato
laboral no enerva el derecho del prestatario a exigir la remuneración consiguiente a un trabajo válido
(artículo 9. 2 del Estatuto de los Trabajadores). La fórmula propuesta tampoco se opondría a cargar sobre
el empleador la responsabilidad derivada de la contratación de mano de obra irregular. La Ley puede
obligarles a comprobar que contratan trabajadores en regla y sancionar con dureza a quienes no lo hagan.-
282
283
Véanse especialmente los convenios de la Organización Internacional del Trabajo suscritos por España
en esta materia.-
los trabajadores; entendiendo por tales a todas aquellas personas que realizan una prestación
profesional de servicios por cuenta ajena, hallándose sometidas al régimen de contrato de
trabajo. Este sería el mínimo; el núcleo esencial que integraría a los titulares de este derecho
fundamental, al margen de cualesquiera otras consideraciones. El numeral dos del artículo
11 de la Ley Orgánica estudiada, al referirse a los extranjeros dispone que “De igual modo
cuando estén autorizados a trabajar, podrán ejercer el derecho de huelga.” El texto de la
Ley Orgánica resuelve la cuestión por la vía que parece más lógica: son trabajadores
extranjeros los no nacionales que “estén autorizados a trabajar”. Parece indiscutible que la
titularidad del derecho corresponde a los trabajadores y que lo que hace el legislador es
limitarse a decir quienes son. Su enunciado sería totalmente correcto, a condición de que se
interprete de acuerdo con lo concluido en el epígrafe anterior; es decir, si se considera que
están autorizados a trabajar en España los extranjeros que puedan suscribir un contrato de
trabajo válido; es decir, todos.
3. El derecho a la sindicación.
El artículo 11 de esta Ley Orgánica consagra los términos de su goce de acuerdo con
la siguiente fórmula: “Los extranjeros tendrán derecho a sindicarse libremente o a afiliarse a
una organización profesional, en las mismas condiciones que los trabajadores españoles,
que podrán ejercer cuando obtengan autorización de estancia o residencia en España”. Son
pues dos las limitaciones las que parecen introducirse a la libertad sindical en esta redacción:
no se contempla el derecho de los extranjeros a fundar sindicatos y su afiliación se condiciona
a la regularidad de su presencia en el territorio del Estado.
La libertad de sindicación no es sino el derecho de los trabajadores a asociarse de
forma estable para la defensa y promoción de unos intereses vinculados a su actividad laboral.
En cuanto instrumento de acción colectiva estable, dotado de personalidad jurídica propia,
manifiesta un acusado paralelismo con el derecho de asociación. En atención a sus fines,
necesariamente vertebrados en torno a temas estrechamente vinculados a la vida social y
económica de un país, la acción sindical se aproxima al derecho de participación política. De
ahí que el análisis de esta libertad deba encauzarse por un camino intermedio entre estas dos
consideraciones. Por esta razón, el establecer condiciones y limitaciones específicas para el
ejercicio de este derecho en su vertiente fundacional, resultaría del todo razonable, ya que el
reconocimiento de esta libertad supone la institucionalización de un cauce para la
participación colectiva de los no nacionales en los asuntos públicos. Por el contrario, la
afiliación del extranjero a un sindicato español se aproxima más a la vertiente asociativa del
derecho y coincide con el núcleo mínimo esencial de la libertad constitucional. La afiliación
en cambio, considerada como mecanismo para la defensa colectiva de los intereses ligados al
ámbito laboral, constituye un derecho esencial de quien se halla o pretende hallarse
incardinado en el mercado de trabajo. La vinculación escogida para concretar el goce de este
derecho a los extranjeros es la misma que se usa en el caso de las asociaciones. La versión
primigenia de la Ley Orgánica 4/2000 refería el derecho de sindicación a los trabajadores
extranjeros que se hallasen en España y no cabe duda de que tal redacción permitía una
interpretación más flexible del texto legal.
La precaución de exigir una estancia regular, como presupuesto del ejercicio global
del derecho de sindicación, constituye una restricción superflua y probablemente
contradictoria con los propios fines perseguidos por el legislador. Su obsesión por debilitar
los derechos de la inmigración irregular le lleva a traicionar sus objetivos. La sindicación de
los inmigrantes, sin exigirles ninguna condición especial, aproximaría a ese sector de la
“irregularidad” (que tanto parece preocupar) a unas estructuras organizativas capacitadas
para informarles de sus auténticos derechos y aptas para gestionar sus intereses de un modo
d) La del inmigrante que desee acceder a una enseñanza que le facilite su mejor
integración social en el país.
Veamos la respuesta del Sistema a cada una de estas situaciones.
1.1. La situación de los menores extranjeros frente a la enseñanza básica, obligatoria y
gratuita.
En lo que respecta a la primera, la Ley Orgánica 1/1996 de Protección jurídica del
menor dispone que: “Los menores extranjeros que se encuentren en España tienen derecho a
la educación” (artículo 10.3); así mismo reconoce que “Los menores tienen derecho a recibir
de las Administraciones públicas la asistencia adecuada para el efectivo ejercicio de sus
derechos” (artículo 10.1); y, finalmente, se consagra el derecho de los menores a “Solicitar
los recursos sociales disponibles de las Administraciones públicas” (artículo 10.2 d). Si se
compara esta regulación con la que se contiene en los dos primeros numerales del artículo 9
de la Ley Orgánica en estudio se comprueba que el panorama jurídico permanece invariado
porque era difícilmente modificable. Y es que si la Ley de protección del menor incluye en su
esfera de eficacia a todos los extranjeros que no hayan alcanzado la emancipación, está muy
claro que durante su minoridad los extranjeros gozan de los mismos derechos que los
españoles, sin que su situación administrativa influya para nada en el goce de los mismos. Por
esta razón, una simple remisión a la Ley de protección al menor hubiese sido más que
suficiente.
1.2. La situación del estudiante que tiene su centro de vida en el extranjero.
La segunda situación, es la que concuerda más con la expresión técnica de una Ley de
extranjería. Se trata de la del estudiante que tiene su centro de vida en el extranjero y cuya
venida a España tiene como “…fin único o principal el cursar o ampliar estudios…”. La
atracción hacia el país de estudiantes e investigadores no nacionales posee una función clave:
proyectar el esquema cultural y técnico del Estado al marco internacional y recibir
experiencias y conocimientos del exterior. El potenciar el acceso a España de los estudiantes
que no residen en nuestro país constituye un objetivo de esta Ley. Para ello asimila la
situación de estos extranjeros a la de estancia (para no generar derechos propios del residente)
y modula la duración de estas autorizaciones y sus prórrogas, para adaptarlas al tiempo de
duración de los estudios en los que se matriculen. El artículo 33 de la Ley Orgánica 14/2003 y
el Título VII de su Reglamento de aplicación (artículos 85 a 91) son los que regulan esta
variante de la realización en España de estudios de naturaleza no obligatoria.
1.3. La situación del extranjero menor de dieciocho años que desea completar o
proseguir su educación a niveles de enseñanzas oficiales no obligatorias
En cuanto al tercer aspecto, la redacción es parcial e inconcreta. La norma establece
que: “Los extranjeros residentes tendrán derecho a la educación de naturaleza no
obligatoria en las mismas condiciones que los españoles. En concreto, tendrán derecho a
acceder a los niveles de educación y enseñanza no previstos en el apartado anterior y a la
obtención de las titulaciones que correspondan en cada caso, y al acceso al sistema público
de becas y ayudas”. Topamos de nuevo con una ambigüedad en la utilización de los términos.
Es obvio que hablar de extranjeros residentes en el ámbito de la educación, resulta menos
excluyente que aludir a la regularidad de su presencia, pero el significado es el mismo. Lo que
se extiende al disfrute del extranjero “residente” no es sólo el derecho a formarse y obtener
una titulación en España284, sino la posibilidad de acceso al sistema público de becas y
284
Este es el núcleo esencial del derecho a la educación no gratuita y, como médula fundamental de la
libertad constitucionalmente consagrada, se extiende a todos los extranjeros por la vía del artículo 13.1 de
ayudas. No es lo mismo abrir la acción educativa del sistema español a los extranjeros,
generando a su favor un régimen de extranjería razonable, que extender los apoyos
económicos a la educación de todos los extranjeros, con independencia de su orientación
formativa y de las conexiones que manifiesten con España. Por lo tanto la correcta
hermenéutica de esta disposición obliga a escindirla en dos partes. La primera comprendería
todo lo referido al derecho a la educación no obligatoria y a la obtención de las titulaciones
correspondientes. La segunda regularía el acceso a las becas y ayudas a la formación. En el
primer contexto el término “residentes” debería ser entendido en su sentido amplio 285. Sin
embargo, en el caso de la asignación de becas y ayudas la cuestión es diferente. En aquellas
que se convoquen con carácter general, para cursar enseñanzas no obligatorias, la naturaleza
de la política que desarrolla la directriz constitucional permitiría graduar las preferencias a
la hora de su concesión, valorando, entre otros parámetros, el índice de arraigo del menor en
nuestro país.
El Tribunal Constitucional, en la referida sentencia de 6 de noviembre de 2007,
identifica el término “residente” con el de “residencia regular” y, consecuentemente, declara
la inconstitucionalidad del precepto, en la medida en la que el “...derecho de acceso a la
educación no obligatoria de los extranjeros menores de edad forma parte del contenido del
derecho a la educación, y su ejercicio puede someterse a los requisitos de mérito y
capacidad, pero no a otra circunstancia como la situación administrativa del menor.” Es
indudable que una hermenéutica estrictamente ligada a la literalidad de los artículos 30 bis,
31 y 32 de la Ley Orgánica 4/2000 permite realizar esta identificación conceptual entre
residencia y residencia regular y que de estimarlo así, la solución dada es, sin duda, la más
coherente. Sin embargo no creemos que ésta sea la línea interpretativa correcta por los
siguientes tres motivos:
a) Los derechos de los menores de dieciocho años deben ser interpretados a la luz de la Ley
Orgánica 1/1996 de protección jurídica del menor. Los artículos 1, 2, 3 y 11 del citado texto
legal286 permiten sustentar que es imposible que en nuestro Sistema jurídico tales derechos
puedan depender de cualquier circunstancia administrativa. Por lo tanto, el término “menor
residente” no puede ser asimilado al de “menor con autorización de residencia”, sino al de
menor que se “encuentre en España” (Cfr. Artículo 1 de la Ley Orgánica 1/1996 de 15 de
enero).
b) En segundo lugar, entendemos que una correcta técnica interpretativa permite diferenciar
donde el legislador lo hace. En el caso de la Ley Orgánica 4/2000 y en su Título I, se
realizan hasta cinco distinciones en relación con la posición del extranjero ante los derechos
y libertades que se consagran. Para los derechos más básicos (asistencia sanitaria, por
ejemplo) se utiliza la expresión “que se encuentren en España” (artículo 12); para las
libertades primarias (participación en la vida municipal, educación, vivienda y asistencia
social) se emplea la noción de “residentes” (artículos 6, 9.3, 13 y 14); para la libertad de
circulación la frase “que se hallen en España de acuerdo con lo establecido en el Título II
de esta Ley” (artículo 5); para los derecho laborales “que reúnan los requisitos previstos en
la Constitución.-.
285
El hecho de estar empadronado en un Ayuntamiento y solicitar plaza en un centro del entorno de su
residencia debería bastar para entender que el extranjero concurre a la plaza de estudio en las mismas
condiciones que los españoles, cuando se trata de acceder a la educación no obligatoria.-
286
El ámbito de protección se extiende a lo menores de dieciocho años “que se encuentren en España”
(artículo 1); los derechos de los menores no pueden discriminarse en razón de ninguna “circunstancia
personal, familiar o social” (artículo 3); “Las Administraciones públicas deberán tener en cuenta la
necesidades del menor al ejercer sus competencias, especialmente en materia de (... ...) educación”
(artículo 11).-
esta Ley” (artículo 10); y para el resto de los derechos de mayor contenido político se exige
que “obtengan autorización de estancia o residencia” (artículos 7, 8 y 11). Esta gradación
permite distinguir entre niveles de exigencia en la regularidad de la estancia.
c) Al identificar las cuatro últimas condiciones con una única situación administrativa, a la
que sólo puede accederse a través de las autorizaciones de estancia y residencia, se
restringen otros derechos si esta directriz exegética se extiende a las otras libertades
condicionadas a la “residencia”.
1.4. La del inmigrante que desee acceder a una enseñanza que le facilite su mejor
integración social en el país
La última situación que hemos retenido hace referencia a lo establecido en el
numeral cuarto del artículo noveno de esta Ley Orgánica, a cuyo tenor: “Los poderes
públicos promoverán que los extranjeros residentes que lo necesiten puedan recibir
una enseñanza para su mejor integración social, con reconocimiento y respeto a su
identidad cultural.” La única interpretación correcta del término “residencia” debe de
coincidir aquí con los términos de una presencia estable en términos fácticos. La
integración social que se propugna como objetivo en el propio título de la Ley y los
mecanismos de “regularización” basados en el arraigo, harían que cualquier otra lectura
se apartase de la propia finalidad detectable del precepto.
Pasando ahora a la vertiente docente del derecho a la educación, el último inciso
del artículo comentado incorpora una fórmula moderadamente insatisfactoria: “Los
extranjeros residentes podrán acceder al desempeño de actividades de carácter docente
o de investigación científica de acuerdo con lo establecido en las disposiciones
vigentes. Así mismo podrán crear y dirigir centros de acuerdo con lo establecido en las
disposiciones vigentes”. En una primera lectura podría deducirse que quienes gozan del
derecho son los extranjeros que se hallen en situación de residencia, eso quiere decir
que para el desempeño de esta actividad hay que cumplir unas condiciones muy
similares a las que se requieren para la realización de cualquier otra actividad
económica por cuenta propia o ajena. No es esta la intención del legislador como lo
demuestra el resultado final de la regulación de este aspecto. Al desarrollar esta libertad
el planteamiento de partida cambia. El artículo 41, exceptúa del preceptivo permiso de
trabajo a los profesores extranjeros invitados o contratados por universidades españolas, al
personal directivo y a los profesores de instituciones culturales y docentes públicas o
privadas extranjeras de acreditado prestigio, a los miembros de misiones científicas
extranjeras o a los técnicos o científicos extranjeros invitados o contratados por el
Estado, las Comunidades Autónomas o los Entes Locales. De las diez causas de
excepción del permiso de trabajo cuatro traen causa en la apertura de nuestra sociedad a
la ciencia, tecnología y docencia extranjeras.
Una alternativa satisfactoria hubiese consistido en integrar en el régimen
especial de residencia previsto en el artículo 33 de esta Ley a los docentes y a los
investigadores extranjeros. De esta forma se hubiesen podido refundir los apartados 3 y
5 del artículo 9 de la Ley Orgánica 4/2000 en una sola norma que dijese: “Todos los
extranjeros tendrán derecho a la educación de naturaleza no obligatoria en las mismas
condiciones que los españoles. Asimismo, podrán desempeñar actividades docentes e
investigadoras y crear y dirigir centros, en los términos establecidos en las
disposiciones vigentes para los españoles. Los extranjeros que no residan en España,
para gozar de este derecho habrán de obtener el permiso de residencia especial
previsto en el artículo 33 de esta Ley”. Por su parte, la regulación del acceso de los
287
Hay que reconocer que la práctica administrativa española está siendo razonablemente generosa en este
aspecto y la extensión de la cobertura sanitaria, en la mayor parte de nuestras Comunidades Autónomas, se otorga
a partir de lo que declara el propio interesado en su solicitud sin exigir mayores acreditaciones ni
empadronamientos formales.
Los extranjeros que se encuentren en territorio español 1. Los extranjeros que se encuentren en territorio
están obligados a disponer de la documentación que español tienen el derecho y la obligación de conservar la
acredite su identidad y el hecho de hallarse legalmente documentación que acredite su identidad, expedida por
en España, con arreglo a lo dispuesto en las normas las autoridades competentes del país de origen o de
vigentes. No podrán ser privados de esta documentación procedencia, así como la que acredite su situación en
salvo en los mismos supuestos previstos para el España.
Documento Nacional de Identidad.
Atendiendo a la literalidad del precepto de la Ley Orgánica son tres las “novedades”
que pueden detectarse en él: en primer lugar, la posesión de la documentación además de
constituir una obligación ahora constituye un derecho; en segundo lugar se concreta que los
documentos acreditativos de la identidad de un extranjero son los emitidos por las autoridades
del país de su origen o procedencia; y finalmente, se establece que no sólo pueden ser
privados de ellos en las mismas condiciones en las que los españoles pueden ser desprovistos
de su Documento Nacional de Identidad, sino también en los casos que se establecen en esta
Ley Orgánica.
Por lo que se refiere a la primera innovación introducida por esta disposición, es necesario
señalar que el problema que aparentemente se trata de resolver con la nueva dicción, es
precisamente el que se suscita en la práctica de un modo totalmente inverso. No es que nuestras
autoridades administrativas, a través de una práctica viciada, hayan venido desposeyendo al
extranjero de sus documentos de identidad; lo que ha venido ocurriendo ha sido lo contrario.
Algunos extranjeros han venido ocultando su documentación de origen a fin de evitar o retrasar la
devolución a sus países de procedencia o ciudadanía, o con otros fines similares. Por esta razón, si
el reiterar aquí un derecho que nadie discutía nos resulta extraño, nos parece más raro insistir en la
obligación de conservar la documentación sin articular unas medidas que la hagan efectivo. En el
catálogo de infracciones podría haberse tipificado el “hallarse en España sin la documentación a
la que se refiere el artículo 4 de la presente Ley”, pero no se ha hecho.
La segunda “novedad” viene dada con base en la referencia a las autoridades
extranjeras que emiten la documentación identificativa, cosa que resulta absolutamente
irrelevante a todas luces. Y, por último, la más importante sería la referida a las causas
de privación de la documentación. La Ley Orgánica 14/2003 sólo introduce una; se
encuentra en su artículo 61 y constituye una precaución cautelar que puede acordarse
durante la tramitación del expediente de expulsión. Dada la naturaleza orgánica de la
disposición que la incorpora, no hubiese precisado para su eficacia jurídica de mayor
cobertura legal que la que le depara el artículo en el que se contiene.
2. Sobre la notable equiparación de españoles y extranjeros a efectos fiscales.
Otra asombrosa disposición es la contenida en el primer numeral del artículo 15:
“Sin perjuicio de lo dispuesto en los acuerdos aplicables sobre doble imposición
internacional, los extranjeros estarán sujetos, con carácter general, a los mismos
impuestos que los españoles”. Nos sorprende particularmente el tenor de este artículo
porque constituye un auténtico desatino. No parece que en la legislación general en
legalidad, a los “fines que la justifican” y a los controles jurisdiccionales pertinentes. Así
pues, lo que vamos a estudiar aquí son las posibles condiciones legales que pueden
exigirse a los extranjeros para ser admitidos en el territorio nacional y cuales son las
garantías que recubren el acto por el que se procede a facilitar o impedir el acceso.
Los siguientes cuadros representan el camino trazado por la normativa en vigor
para el acceso, estancia, residencia, trabajo y residencia permanente de los extranjeros en
España. Quienes pretendan entrar en nuestro país deberá cumplir las siguientes seis
condiciones esenciales: 1º Acceder al territorio por un puesto habilitado al efecto. 2º No
estar afectado por una prohibición de entrada. 3º Poseer un pasaporte u otro documento
análogo. 4º Hallarse provistos del correspondiente visado. 5º Justificar medios
económicos suficientes para el periodo de estadía pretendido; y 6º Acreditar el objeto y
las condiciones de la estancia.
2. Tipos de visados.
El visado constituye el documento en el que se contiene la autorización para
acceder al territorio nacional y permanecer en España en las condiciones que en él se
establecen. Constituye la clave del sistema; la estancia y residencia regular en nuestro
país traen causa en esta autorización y es muy difícil normalizar la permanencia de un
extranjero en nuestro país, si el visado obtenido no concuerda con las pretensiones de su
titular. Uno de los puntos firmes en los que se polla el sistema articulado en esta Ley
Orgánica es el conocer de antemano los motivos del desplazamiento a España para
poder pronunciarse sobre la posibilidad de acceder o no a la pretensión del solicitante.
Por esta razón, cada uno de los tipos de visados recogido en el siguiente cuadro no sólo
incorporan una autorización de acceso al territorio, sino que fijan las condiciones en la
que se permite permanecer en España. Esta autorización, una vez otorgada, se petrifica
y no admite modificación ni transformación alguna. Se agota con la realización del
propósito y con el transcurso del tiempo que en él se detalla. Una vez extinguidos sus
efectos sólo cabe la solicitud de prórroga de estancia o la salida del país.
Principales tipos de visados
Tránsito Territorial
Aeroportuario *Individual
*Colectivo
Corta duración
Estancia
288 Múltiple
Colectivo para viajes en grupo
Visados para la búsqueda de empleo *Para determinados sectores de actividad
*Para hijos y nietos de españoles originarios
Estudios Personal
Familiar
Residencia Residencia inicial
Residencia y trabajo
288
La supresión convencional de este tipo de visados ha de interpretarse como la concesión genérica de
dicho documento a todos los nacionales de los países signatarios y ha de entenderse que este mecanismo
cumple una función idéntica a la que acabamos de describir. En cada tratado se especifican los tipos de
visitas que pueden efectuarse sin visado y el tiempo que se permite permanecer a los nacionales de cada
Estado parte en el territorio del otro. Tampoco será exigible el visado cuando el extranjero se encuentre
provisto de la tarjeta de identidad de extranjero o, excepcionalmente, de una autorización de regreso o cuando
concurran circunstancias excepcionales.-
Hijos de padres que hubiesen sido Ser hijo de emigrante de primera Los asientos del Registro Civil.
españoles originariamente. generación.
Hay que partir de la base de que toda regularización, individual o colectiva, por
vía ordinaria o extraordinaria, parte de una contradicción aparente; en términos de
Derecho no cabe decir que para residir legalmente en España es preciso cumplir con
Está claro que el legislador no ha querido que la mera presencia irregular -por si sola- deba
tener como consecuencia necesaria el abandono del territorio. De lo contrario se supone
que lo hubiera hecho. Parece congruente entender que lo único que pretende el sistema es
deshacerse de aquellos inmigrantes que, amén de las circunstancias irregulares que reúnan,
no resulten deseables para la integración en el medio y que, por el contrario, ha querido
proveer a los demás de instrumentos de integración. Por lo tanto el sujeto contemplado en el
artículo 31.3 de la Ley no se corresponde, en absoluto, con un extranjero que haya
conseguido burlar las previsiones legales españolas.
No obstante, hubiese sido más acertado establecer una disposición que desarrollase
de modo más claro y coherente esta directriz de política legislativa con una redacción que
dejase bien claro lo siguiente:
Aquellos extranjeros que hubiesen cometido una de las infracciones graves
contempladas en los apartados a) y b) del artículo 53 y que no hubiesen sido
sancionados con la expulsión del territorio nacional prevista en el artículo 57de la
Ley, podrán solicitar un permiso de residencia temporal si cumplen los demás
requisitos establecidos en el artículo 31. En estos casos no será exigible en visado.
En la denegación de las solicitudes de renovación de la autorización de residencia,
así como en el caso de no autorizarse ésta en los supuestos contemplados en el
artículo 31.3 de la Ley Orgánica, la resolución deberá establecer un plazo de tiempo
razonable para que el extranjero abandone voluntariamente el territorio nacional.
Agotado el plazo se procederá a la ejecución de la salida obligatoria.
Una disposición así propiciaría la integración social del extranjero dentro de un
marco de coherencia legislativo. Todos los resortes de regularización que se contienen en el
nuevo sistema sólo abren un camino de incertidumbre e invitan a la adopción de las
posturas que se quieren evitar.
6. Algunas conclusiones en torno al vigente régimen de extranjería.
La realidad a cuya ordenación debe orientarse una ley de extranjería reposa sobre
varios pilares que, a nuestro juicio, no se han tomado en cuenta en debida forma;
señalaremos, entre otros, los siguientes puntos que el legislador hubiese debido tener
presentes:
a) España es un país con una importante industria turística y constituye uno de los
destinos más solicitados.
b) España es un Estado que, al igual que Francia o el Reino Unido posee el legado
histórico de una comunidad de naciones vinculadas por una lengua, una cultura y un
pasado común.
c) España es un país integrado en una órbita económica globalizada con importantes
intereses en Latinoamérica y en otras partes del mundo.
d) España no sólo ha sido un país de emigración, sino que en la actualidad sigue
manteniendo un cupo importante de nacionales en el extranjero.
e) España es un país donde existe una oferta de trabajo en determinados sectores y
coyunturas que no se corresponde con la demanda nacional de empleo.
f) España es uno de los países de más fácil acceso geográfico para emigrar al primer
mundo.
289
Ni de los textos internacionales que incorpora su artículo 10.2 como claves interpretativas.
CAPITULO VIII
INTRODUCCIÓN AL DERECHO PROCESAL CIVIL
INTERNACIONAL.
I. OBJETO Y CONTENIDO DEL DERECHO PROCESAL CIVIL
INTERNACIONAL.
Las relaciones privadas internacionales se traducen en derechos e intereses
legítimos cuya protección jurisdiccional requiere de una ordenación específica. El
Derecho procesal civil internacional es el sector de esta disciplina que se integra por el
conjunto de normas y principios que regulan los procesos en los que se ventilan los
negocios civiles del tráfico jurídico externo.
A fin de ilustrar la necesidad de establecer un régimen propio para estos
procedimientos, vamos a recorrer un iter imaginario. Para ello situaremos la primera
fase de nuestra trayectoria en el momento en el que un determinado sujeto entiende que
concurren en él las circunstancias que exige un determinado Sistema jurídico para ser
titular de una determinada situación o relación jurídica y, consecuentemente, gozar de
los derechos inherentes a la misma. A partir de ahí pueden suceder dos cosas:
a) Que nadie discuta la existencia del derecho ni obste su ejercicio y que pueda
gozar de él pacíficamente.
b) Que alguien le impida o dificulte su disfrute o cuestione su titularidad.
La segunda posibilidad nos sitúa en los umbrales de la contienda procesal. Si el
interesado no puede solventar por otros medios lícitos los obstáculos que perturban el
goce de su derecho, puede comparecer ante un Juez para solicitarle amparo frente a
quienes empecen su disfrute. Surge aquí el primero de los problemas que plantea el
carácter heterogéneo del objeto de la litis. El demandante habrá de dirigirse a un Juez
que posea jurisdicción para pronunciarse sobre ese concreto asunto de carácter
internacional; tendrá que estar legitimado y poseer capacidad para sustentar la demanda
en el Sistema jurídico en el que litiga y tendrá que proveer de poderes bastantes a quienes
deban asumir su representación y defensa en juicio. El Ordenamiento habrá, pues, de
aplicar con toda propiedad el término “jurisdicción” a la potestad de la que disfruta cada
Estado para juzgar y hacer ejecutar lo juzgado. Una vez identificada esta acepción del
término, el siguiente paso estriba en concretar cómo se ordena su ejercicio en el Sistema
jurídico internacional. Al hacerlo, entramos en el ámbito de la delimitación de las
“competencias”; expresión con la que se alude a la amplitud y límites del ejercicio de
cada potestad soberana en los términos que establece el Derecho Internacional Público.
El tercer paso de este análisis consistirá, por consiguiente, en precisar la
existencia y, en su caso, el contenido de las normas que regulan esta “competencia” o
“jurisdicción” en el Derecho Internacional Público. Pues bien, cabe afirmar sin ambages
que no existen disposiciones internacionales de carácter general que atiendan a delimitar
este segmento de la soberanía estatal. No pueden identificarse normas consuetudinarias
que atribuyan competencia judicial internacional a uno u otro Estado en relación con el
derecho de familia, los contratos, la responsabilidad, la propiedad o las sucesiones, por
ejemplo. Tampoco pueden inducirse reglas a partir de actos unilaterales que se hayan
consagrado como criterios de delimitación internacionalmente aceptados como
verdaderas normas. En consecuencia, no pudiendo detectarse ningún precepto
internacional destinado a ordenar directamente la potestad estatal para juzgar asuntos
civiles, ha de concluirse que el Derecho Internacional Público defiere en el Estado la
facultad de delimitar el volumen de los negocios civiles que cada uno de Ellos desee
atribuir al conocimiento de sus autoridades judiciales o administrativas. Una vez
retenida esta afirmación inicial introduciremos en ella tres matices:
a) El poder de juzgar ha de realizarse dentro de los límites territoriales sometidos a la
soberanía del Estado. Su ejercicio extraterritorial sólo puede llevarse a cabo cuando se
halle expresamente consentido por el Estado afectado. [Principio de territorialidad].
b) Determinadas categorías de personas e instituciones, resultan inmunes a la jurisdicción
de un tercer Estado. [Inmunidades de jurisdicción y ejecución].
c) Todo Estado está obligado a respetar los derechos humanos que el orden internacional
consagra. El artículo 14 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, afirma
que todo individuo tiene derecho a ser oído, con las debidas garantías, por un tribunal
establecido por la ley, independiente e imparcial, para la determinación de los derechos y
obligaciones de carácter civil. [Prohibición de denegar justicia]290.
Constatada la ausencia de normas generales en Derecho Internacional, vamos a
cotejar los criterios con los que se opera en la práctica interestatal referida a este aspecto.
Estudiando la metodología utilizada en los convenios multilaterales y bilaterales en materia
de competencia judicial internacional en materia civil, se comprueba fácilmente que las
claves de su construcción no se cimientan sobre parámetros de delimitación
jurisdiccional291. Se parte de la idea de que la potestad de juzgar y hacer ejecutar lo
290
En este último supuesto hay que tener muy presente que el derecho a la tutela judicial efectiva se
consagra en el Derecho Internacional como una obligación de resultado. El derecho a un juicio justo se
consagra del mismo modo que el referido a ostentar una nacionalidad. Ni en uno ni en otro caso se dice
cuáles son los Estado que tiene que otorgar su ciudadanía a un individuo concreto ni cuáles son los
tribunales que están obligados a conocer de una determinada demanda.
291
Lo que se hace en los convenios es utilizar una serie de criterios capaces de expresar una vinculación
relevante entre el asunto de que se trate y el Tribunal que haya de conocerlo. Estas conexiones son en su
mayoría de naturaleza alternativa y pueden dar competencia simultánea a más de un juzgador nacional.
En algunos casos, sobre la base de la reciprocidad diplomática, los Estados se comprometen formalmente
a no entender de determinadas materias, cediendo en exclusiva el conocimiento de esas causas a la
jurisdicción de otro Estado parte. En otras ocasiones los países firmantes se obligan a reconocer las
sentencias emanadas de sus respectivas jurisdicciones, siempre que no se esté ventilando o se haya
ventilado ya un proceso idéntico en el foro. Como puede observarse ninguna de estas técnicas evoca en
294
El artículo 117.5 de la Constitución la restringe al “...ámbito estrictamente castrense y en los supuestos
de estado de sitio...”.
295
La unidad jurisdiccional se encuentra consagra en el artículo tercero de la Ley Orgánica del Poder
Judicial y en el artículo 117 de la Constitución.
296
El artículo 9. 6 dispone” La jurisdicción es improrrogable. Los órganos judiciales apreciarán de
oficio la falta de jurisdicción y resolverán sobre la misma con audiencia de las partes y del Ministerio
Fiscal. En todo caso, esta resolución será fundada y se efectuará indicando siempre el orden
jurisdiccional que resulte competente”.-
297
La distribución se efectúa en atención a criterios territoriales, objetivos o funcionales.-
298
El Estado que posee la plenitud jurisdiccional como atributo de su soberanía, confiere al Poder Judicial
el ejercicio de un segmento de esta facultad; el que se integra por los casos catalogados en los artículos
22,23,24 y 25 de la Ley Orgánica del Poder Judicial. Pero ese segmento de jurisdicción asumida puede
ser alterado bien sea modificando dichos preceptos, bien suscribiendo tratados internacionales, o bien a
través de la recepción de las normas de la Unión europea.
299
En España existió una jurisdicción especial para los asuntos de tráfico externo hasta el Decreto de
Unificación de Fueros de 1868. Desde entonces el tenor de esta norma se ha mantenido invariable,
pasando primero a la Ley de Enjuiciamiento Civil y después a la Ley Orgánica del Poder judicial.-
competencia, ya sea a través de lo dispuesto en esta Ley Orgánica 300, ya sea mediante lo
establecido en los tratados o en razón de las exigencias normativas de origen
institucional. En consecuencia, cuando el artículo 22 de la Ley Orgánica del Poder
Judicial dice que “En el orden civil, los Juzgados y Tribunales españoles serán
competentes...” y, a continuación, procede a enumerar los asuntos que pueden ser
juzgados en España, lo que hace es deferir el segmento de jurisdicción internacional
que le corresponde a este orden, en relación con los supuestos de tráfico externo que se
susciten en nuestro territorio.
De ahí que el legislador utilice el término competencia. Es cierto que los
artículos 22 y 25 emplean la fórmula “los Juzgados y Tribunales españoles serán
competentes”, pero no lo es menos que ambos se refieren previamente al “orden” civil y
al “orden” social al que atienden. También es significativo que en el contencioso-
administrativo se emplee la expresión “será competente, en todo caso la jurisdicción
española” y que en el penal se afirme directamente que “corresponderá a la
jurisdicción española”. Puede concluirse, pues, que el término competencia se utiliza
para referirse al tipo de asuntos que se atribuyen a un orden jurisdiccional concreto, con
el fin específico de conferirle jurisdicción para poder juzgarlos. En consecuencia cuando
hablamos de incompetencia estamos queriendo expresar la falta de jurisdicción del
orden civil para juzgar un asunto cuyo conocimiento no le viene atribuido por una ley o
por un tratado y que cuando hablemos de competencia judicial internacional en materia
civil nos estaremos refiriendo a lo mismo. En palabras de la Audiencia Provincial de
Sevilla, tomadas del Auto de 9 de junio de 1999: “La apelante insiste en que se le ha
inducido a confusión al referirse la providencia de archivo a la incompetencia del Juzgado y
en cambio decidirse en el auto, que ahora se recurre, la falta de jurisdicción. Del examen de
la referida providencia claramente se advierte que en ella se hace referencia a la falta de
jurisdicción pues no otra cosa puede entenderse de la frase “procédase al archivo de las
presentes actuaciones por no ser competentes los órganos Jurisdiccionales españoles”. La
utilización del término “competentes” es totalmente correcta al referirse a la Jurisdicción,
como claramente puede comprobarse en los artículos 3, 22 y 42 de la Ley Orgánica del
Poder Judicial en los que al referirse al contenido o materia propia de una Jurisdicción se
emplea el vocablo “competencia”. En resumen, los términos “competencia” y
“jurisdicción” expresan conceptos equivalentes en Derecho internacional privado
III. CRITERIOS PARA ATRIBUIR LA COMPETENCIA.
1. La articulación de las normas de competencia internacional en materia civil.
300
Los artículos 22, 23, 24 y 25 de la citada Ley Orgánica proceden a conferirles jurisdicción en el orden civil,
penal, contencioso-administrativo y social, respectivamente, cuando se den las condiciones que en ellos se
prescriben.-
Todos aquellos índices que expresen una vinculación entre el foro y las partes;
entre el foro y los elementos del asunto en que se funde la demanda; o entre el foro y las
previsibles consecuencias de la resolución judicial pueden ser utilizados como criterios
para determinar los límites de esta jurisdicción. No se trata de buscar conexiones que
justifiquen la asunción de una competencia que se configura en términos de plenitud. De
lo que se trata es de seleccionar los casos que de verdad interesa ventilar en el ámbito
jurisdiccional del Estado, descartando el conocimiento de aquellos otros cuya
tramitación y conclusión no tendría más sentido que sobrecargar el trabajo del Poder
Judicial sin que con ello se satisficiesen los objetivos reales de justicia y eficacia. En
definitiva se trata de retener cualquier factor capaz de manifestar una correlación entre
el negocio y el Tribunal, o de revelar un interés razonable del foro para conocer del
asunto.
Para realizar esta labor el legislador interno utiliza normalmente normas de
conflicto unilaterales de carácter parcial. Son disposiciones específicamente destinadas
a dotar de jurisdicción a los jueces y tribunales nacionales para que puedan conocer de
los negocios civiles que configuren las conexiones incorporadas en dichos preceptos, sin
hacer ningún tipo de remisión externa. Como es lógico el poder legislativo de un Estado
no puede dictar normas dirigidas a los órganos judiciales de otro poder soberano,
indicándoles de que deben o no deben conocer. Sólo a través de Tratados
internacionales o de normas de fuente institucional se puede recurrir a la técnica
multilateral, confiriendo competencia a los Tribunales del “Estado parte” o del “Estado
miembro de la Unión” en el que se realice el punto de conexión seleccionado.
La elección de la conexión puede responder o no a los mismos criterios que se
utilizan para determinar la ley aplicable en supuestos análogos, dado que las directrices
de política legislativa pueden ser muy distintas en uno y otro ámbito. Para seleccionar
estos índices, el legislador ha de tomar fundamentalmente en consideración los
siguientes aspectos:
a) Los de naturaleza específicamente procesal, velando por la salvaguardia de principios
tales como la mayor facilidad de defensa, las mejores condiciones para aprehender la
prueba, la celeridad y la economía del procedimiento o la sencillez de la eventual
ejecución.
b) Los que se vinculan con los intereses del medio social, económico y jurídico del país
en relación con el tipo de asuntos que vayan a regularse.
c) Las ventajas que depara una opción metodológica unitaria en la que se consiga hacer
coincidir forum y ius en la mayoría de los supuestos que se ventilen ante la jurisdicción
nacional301.
2. Una posible catalogación de los foros de competencia.
Al seleccionar y combinar las conexiones que estima más relevantes, el
legislador estructura un sistema en el que cada disposición cumple un papel distinto en
la ordenación de la competencia internacional. Para acometer sus propósitos el
legislador cuenta con una serie de fórmulas que le permiten articular una amplia
tipología de foros. El significado y los caracteres de algunos de ellos podría esbozarse
del siguiente modo:
301
Un sistema basado en la aplicación de la ley del foro en un foro bien seleccionado constituye la mejor
opción; siempre y cuando con ella resulte posible atender a los intereses de las partes, a los de la
jurisdicción y a la eficacia práctica de la decisión.-
302
Cfr. artículos 6.3 y 12.4 del Código Civil.-
303
Debe tenerse en cuenta que el artículo 23 del citado Reglamento 44/2001 considera también
competencia exclusiva la prórroga expresa de la competencia salvo pacto en contrario entre las partes.-
Sólo una vez descartada ésta podrán proceder a la aplicación de sus normas autónomas
en materia de competencia.
Aclarado este punto y volviendo al Derecho de fuente autónoma, el primer
problema de aplicación que se suscita es determinar si el Juez español debe declinar su
competencia cuando se someta a su conocimiento una cuestión sujeta a la competencia
exclusiva de otra jurisdicción no comunitaria. Pues bien, ni en la Ley Orgánica del
Poder Judicial ni en ningún otro texto de nuestro Derecho de fuente autónoma se afirma
la incompetencia de nuestros Tribunales frente a supuestos incluidos en la competencia
exclusiva de una tercera jurisdicción, a no ser que medie un tratado internacional que así
lo disponga (artículo 36. 2. 2º de la Ley de Enjuiciamiento). A excepción de lo que
establecen las normas de fuente internacional e institucional, ha de considerarse que
todos los foros extranjeros son concurrentes con los de la jurisdicción española. Al
menos, el Sistema no da pié para sustentar otra postura. Por el contrario, la Ley de
Enjuiciamiento suministra tres razones de peso para entender que si un Juez se declarase
incompetente por esta causa lo haría sin una apoyatura legal sólida. La lectura del
artículo 36 de la Ley procesal nos permite extraer tres ideas claves para argumentar esta
conclusión: primero, que el legislador español se planteó el problema por cuanto se ha
referido específicamente a él; segundo, que habiéndolo considerado optó por limitar la
incompetencia a los supuestos establecidos en los convenios internacionales y tercero,
que una vez excluida la idea de una laguna sería muy difícil construir una línea
argumental que justificase la abstención frente a estos supuestos.
El segundo punto que interesa concretar radica en el alcance e interpretación de
estos foros de “competencia exclusiva” desde la perspectiva de su aplicación
extracomunitaria. Tomemos como ejemplo el foro relativo a la validez o nulidad de las
inscripciones practicadas en un Registro español. Pues bien, al hacerlo es preciso tener
muy clara la distinción entre la validez o nulidad de los títulos que soportan el asiento y
la validez o nulidad de la inscripción en sí misma. Desde esta perspectiva queda claro
que la competencia exclusiva establecida en el artículo 22.1 de la Ley Orgánica del
Poder Judicial sólo incluye a esta última. Esta diferencia puede apreciarse con claridad
al hilo del ejemplo que nos suministra el acceso al Registro Civil español de una
sentencia extranjera de nulidad referida a un matrimonio inscrito en España. Una vez
obtenido el exequátur, tal como exige el artículo 107 del Código Civil, podrá inscribirse
sin que se suscite ninguna dificultad. La razón estriba en que los pleitos matrimoniales
en materia de nulidad no se consideran competencia exclusiva de nuestros Tribunales y
en que la decisión no cuestiona en realidad la validez del asiento registral. El Juez de
origen no ha dicho que la inscripción fuese inválida; lo que ha dicho es que la relación a
la que se refiere el asiento es nula; y eso es algo bien diferente. El caso de este ejemplo
es el contemplado por el artículo 76 de la Ley del Registro Civil, donde se prevé su
inscripción al margen de la del matrimonio ya que ese asiento no se discute. El
problema al que hace referencia el artículo 22.1 de la Ley Orgánica es el previsto en el
artículo 92 de la Ley registral; concretamente el que se refiere a la rectificación de las
inscripciones, que dispone que sólo podrán llevarse a cabo a través de la sentencia firme
recaída en un juicio ordinario en el que el principal demandado es el Ministerio Fiscal
español. Así pues la rectificación de una inscripción en razón de su validez o nulidad en
sí misma es una cosa y la inscripción marginal de un nuevo título que transforma,
declara nula o contempla cualquier otra vicisitud de la relación inscrita es otra
radicalmente diferente.
304
De Winter Nationality or domicile Rec. des Cours.
305
Nótese la afinidad entre este tipo de domicilio y la sumisión.-
instituto”. Sobre la base de estas disposiciones y las contendidas en Real Decreto Legislativo
1564/1989, pueden establecerse cuatro principios:
a) La persona jurídica se halla domiciliada en España si en su escritura constitutiva figura
como sede un lugar situado en nuestro país.
b) En su defecto, habrá de identificarse donde posee el ente su establecimiento principal
y, de hallarse en territorio español, podrá considerársele domiciliado en España.
c) Alternativamente, el lugar donde se lleven a cabo las operaciones características de la
actividad del ente, desempeña a estos efectos las mismas funciones que el
establecimiento principal.
d) No cabe en nuestra legislación la disociación entre la nacionalidad y el domicilio de las
sociedades de no existir un Convenio que lo autorice.
El Reglamento 44/2001 resuelve el problema del domicilio de las personas jurídicas
entendiendo que se halla donde se encuentre su sede estatutaria, donde radique su
administración central o donde se sitúe el centro de su actividad principal.
8. Los foros especiales en el Derecho autónomo.
La ordenación de las competencias especiales se encuentra en los párrafos tercero,
cuarto y quinto del artículo 22 de la Ley Orgánica del Poder Judicial. Es difícil analizar cada
uno de ellos en desconexión con el estudio de la institución a la que sirven. Sólo en su contexto
específico pueden apreciarse los problemas que suscitan. Nos limitaremos aquí a establecer un
esquema que permita aprehender sus características más destacadas. En esta línea, pueden
establecerse los siguientes tres cuadros sinópticos. En materia de jurisdicción voluntaria:
Situación o relación jurídica a que se atiende Vinculación que ha de manifestar con España
Declaraciones de ausencia y fallecimiento Último domicilio en España del desaparecido.
Tutela y protección de incapaces Residencia habitual del menor o incapacitado.
Divorcio por mutuo acuerdo Nacionalidad española común.
Adopción Nacionalidad o residencia habitual del adoptante o del
adoptando.
Situación o relación jurídica a que se atiende Vinculación que ha de manifestar con España
Incapacitación Residencia habitual del incapaz.
Relaciones personales y patrimoniales entre Residencia habitual común.
cónyuges, nulidad, separación y divorcio.
Nacionalidad española del demandante cuando sea
residente habitual en España
h) Que el hecho del que derive la obligación se haya producido en nuestro territorio, en
materia de responsabilidad extracontractual;
i) La situación en España de una sucursal, agencia o establecimiento mercantil para los
pleitos relativos a su explotación.
Dos de los criterios más utilizados, el de la residencia habitual y el domicilio, ya
han sido analizados. Existen otros que no requieren de explicación alguna: la presencia
en España de una persona o de un bien mueble son datos de puro hecho, como también
los son el que un establecimiento mercantil se encuentre en España o que se haya hecho
publicidad de un producto en nuestro país. No obstante, para determinar la situación de
un bien mueble se utilizan ficciones jurídicas, (cuando se hallan en tránsito pueden
considerarse situados en el lugar de procedencia o de destino para algunos efectos), lo
que impide una definición clara de su sentido concreto cuando se estudia la conexión
empleada al margen de la institución en la que opera. Ocurre lo mismo con otras
vinculaciones tales como el nacimiento o el cumplimiento de una obligación contractual
o con el lugar donde haya acaecido el hecho que engendra la responsabilidad
extracontractual. La misma idea puede mantenerse en relación con la nacionalidad.
8.1. La relación entre los foros generales y los especiales.
Un sector doctrinal ha venido sosteniendo que los foros especiales se refieren a
procesos en los que el principio dispositivo quiebra. Se configuran como foros
indisponibles, sustraídos el juego de la sumisión, en razón del interés social que se
ventila en tales juicios306; pero esta interpretación no es correcta. La función de los foros
especiales se desprende claramente de la arquitectura del artículo 22 de la Ley Orgánica
del Poder Judicial. Dejando al margen el carácter prioritario y excluyente que se
atribuye a las competencias exclusivas de su numeral primero, la regla general básica es
la autonomía de la voluntad y, en ausencia de ésta, el domicilio del demandado. Sólo en
defecto de sumisión y en aquellas materias cuya naturaleza aconseje ir más allá del foro
del domicilio, el legislador ha extendido la jurisdicción a otros supuestos, estableciendo
para ello unas competencias ratione materiae que permitan ejercitar determinadas
acciones en España aunque el demandado no se halle domiciliado en nuestro país ni se
someta a los tribunales españoles. Para comprobar la verdad de este aserto bastará con
darse cuenta de que ninguno de los foros especiales se solapa con los generales ni sirve
de complemento a los exclusivos. El domicilio en los foros especiales se utiliza cuando
se quiere invertir la regla general para posibilitar que el demandante litigue ante su
propia jurisdicción (caso del consumidor) o cuando se refiere a sujetos que no son partes
de la contienda (domicilio del de cuius).
Los posibles equívocos que suscita la relación entre los foros generales y los
especiales se debe a que no se ha establecido una separación clara y suficiente entre las
competencias referidas a la jurisdicción contenciosa y las atinentes a la voluntaria.
Como explica Alcalá-Zamora, en la esfera de la jurisdicción voluntaria no existen
partes. Por lo tanto esta claro que en este ámbito no pueden jugar los foros generales.
No puede producirse un acuerdo para prorrogar la competencia entre partes que no
existen, ni puede identificarse el domicilio de un demandado que no lo es. Tomemos
como ejemplo la disolución del vínculo matrimonial. Nuestra legislación prevé dos
formas de divorcio: la contenciosa, prevista en los artículos 770 y concordantes de la
Ley de Enjuiciamiento Civil y la voluntaria del artículo 777 del mismo cuerpo legal 307.
En la primera hay un demandante y un demandado y, por lo tanto pueden someterse a la
306
Cortés Domínguez y González Granda
jurisdicción española por la vía del artículo 22 párrafo segundo de la Ley Orgánica del
Poder Judicial. Pero si optan por presentarla de común acuerdo o uno con el consentimiento
del otro, al no existir ni demanda, ni contienda, ni partes, sino solicitud, expediente y
promotores, no cabría la prórroga de competencia. Así pues, la norma contenida en el tercer
numeral del tan citado artículo 22 no restringe la sumisión en materia de divorcio a los
casos en los que ambos cónyuges sean españoles. Lo que dice este precepto es que cuando
ambos consortes sean españoles pueden utilizar el expediente del artículo 777 de la Ley
procesal aunque no residan en España. Son cosas distintas que versan sobre dos supuestos
diferentes. En conclusión no puede detectarse ningún solapamiento ni contradicción entre
los foros generales y los especiales que invite a considerar que los segundos desempeñan en
el sistema una función distinta a la que resulta consustancial a su propia denominación.
8.2. Competencia internacional y competencia territorial interna.
Una vez que los Tribunales españoles tienen competencia judicial internacional, en
virtud de lo dispuesto en el artículo 22 de la Ley Orgánica del Poder judicial, hay que
determinar cuál es el Juez o el Tribunal español concreto que resulta competente para
entender del asunto. La solución es sencilla; la competencia judicial internacional abre
las puertas a la aplicación de las normas internas que organizan el ejercicio de la
potestad jurisdiccional. La competencia en razón de la materia, cuantía o jerarquía del
órgano no suscita ningún problema de aplicación y se estará a lo que digan las leyes.
Donde sí se planteó algún problema fue en el ámbito de la competencia territorial. El
legislador olvidó establecer las coordenadas de correspondencia entre la competencia
internacional y la interna; y, aunque existiendo competencia judicial internacional, a
fortiori tenía que existir un Juez o Tribunal español que conociese del asunto, no por
ello resulta menos ilustrativo un error técnico que mantuvo una laguna de regulación
durante dieciséis años. La Ley de Enjuiciamiento Civil se ha preocupado de este
problema y en el numeral dos de su artículo 50 establece: Quienes no tuvieren domicilio
ni residencia en España podrán ser demandados en el lugar en que se encuentren
dentro del territorio nacional o en el de su última residencia en éste y, si tampoco
pudiera determinarse así la competencia, en el lugar del domicilio del actor. Con esta
disposición ha quedado colmado el vacío.
8.3. La adopción de medidas provisionales y cautelares.
El numeral quinto del artículo 22 de la Ley Orgánica cierra la ordenación de la
competencia internacional en el orden civil estableciendo que nuestros jueces y
Tribunales deben intervenir: Cuando se trate de adoptar medidas provisionales o de
aseguramiento respecto de personas o bienes que se hallen en territorio español y
deban cumplirse en España. Este foro responde a una lógica interna muy bien
articulada, aunque no siempre bien entendida. Por un lado, el requisito de la presencia
de los bienes o de las personas en el territorio, garantiza la eficacia de las medidas y se
adecua a la urgencia con la que, la mayor parte de las veces, deben de adoptarse. Por
otro lado, la exigencia de que deban cumplirse en España, asegura su efectividad y
racionalidad. Sin embargo, a pesar de su simplicidad aparente, este precepto no resulta
tan sencillo de interpretar como a primera vista pudiere parecer. Y es que el hecho de
que las personas o bienes se hallen en España constituye un requisito de aplicabilidad
de la norma, pero no es el punto de conexión escogido. La clave de la competencia
judicial viene fundada en el cumplimiento de la medida en España. Queremos poner un
307
Véanse las modificaciones introducidas por la Ley 15/2005 de 8 de julio (B.O.E. de 9 de julio de
2005).-
acento especial sobre este punto para dejar bien claro que la conexión no viene dada con
base en el forum presentiae, sino en el locus executionis. El precepto comentado se
divide en dos partes que hay que diferenciar claramente: La primera afirma que sólo se
pueden adoptar medidas precautorias con respecto a individuos o cosas que resulten
inmediatamente aprehensibles. Si no puede garantizarse la urgencia que es propia de
una actuación de este tipo, carece de interés acordarla. La segunda dice que la
competencia ha de asumirse en razón de la finalidad de la medida; es decir, no se trata
sólo de que pueda físicamente cumplirse, sino que su cumplimiento sirva para lograr el
auténtico objetivo que el Sistema haya asignado a la cautela solicitada.
Para entender bien el sentido de lo que estamos diciendo, hay que estudiar el
supuesto de hecho de esta disposición. Las medidas provisionales o de aseguramiento a las
que se refiere, pueden agotar sus efectos en sí mismas o, lo que es más frecuente, pueden
conectarse con un ulterior planteamiento contencioso. En el primer caso la finalidad de la
medida provisional estriba en dar protección inmediata a un bien jurídico amenazado. En el
segundo caso, la finalidad de la medida de aseguramiento radica en dotar de garantías al
pleito principal, evitando que el demandado pueda realizar actos que hagan inviable el
cumplimiento de la sentencia previsible. Las cautelas del primer tipo se cumplen desde el
mismo momento en el que se crea un status jurídico provisional que impida la prosecución
en los ataques de los que es objeto el bien jurídicamente protegido. Las medidas del
segundo modelo se cumplen cuando garantizan el buen fin de la demanda, asegurando la
realización del derecho reclamado para el caso de que prospere la acción que se va a
ejercitar o que ya se ha ejercitado. Llegamos así a la distinción de dos supuestos que deben
diferenciarse cuidadosamente:
a) Por un lado tenemos las medidas cautelares (o de protección) que se cumplen
en España cuando pueden adoptarse en España y realicen en sí mismas la
finalidad que tienen asignada.
b) Por otro lado tenemos las medidas provisionales (o de aseguramiento) que sólo
se cumplen en nuestro país cuando puedan garantizar: 1º.Que el resultado que se
espera obtener en el juicio (ya iniciado o por iniciar) va a poder realizarse en el
momento que deba ejecutarse la sentencia; y 2º. Que quedarán enervados cuantas
presiones y obstáculos pudiesen condicionar la preparación y desarrollo del pleito
que se va a iniciar o que se está ya sustanciando.
Supongamos el caso de una mujer extranjera que sufre malos tratos de su marido
en el curso de unas vacaciones en España. El supuesto requiere de una intervención
cautelar urgente que ponga fin de inmediato a ese estado de cosas. Para ello se
establecerá una situación jurídica provisional que, sin prejuzgar la solución futura,
asegure en el presente la protección integral de la mujer. El futuro de la relación
conyugal carece de relevancia en este estadío. Una vez satisfecho este objetivo, las
medidas definitivas con respecto al matrimonio serán adoptadas por el Juez que resulte
competente para entender del asunto y con base en la Ley que resulte aplicable.
En el segundo supuesto, la medida no puede contemplarse desconectada del
fenómeno jurídico global a cuya mejor solución atiende. No tendría sentido adoptar
medidas cautelares sobre determinados bienes de un hipotético deudor, si la
determinación de la existencia y alcance de la deuda no es competencia de nuestros
308
Ver el sistema de cooperación internacional que diseñan los artículos 276,277 y 278 de la Ley
Orgánica del Poder Judicial y el amplio espectro de convenios suscritos por España en relación con esta
materia.-
En materia de Consumo
Demandante consumidor Domicilio del demandado
Domicilio del consumidor
Consumidor demando Domicilio del consumidor
Cuando son posteriores al nacimiento del litigio.
Los acuerdos atributivos de competencia sólo Cuando permiten al consumidor formular demandas
prevalecerán sobre los foros especiales establecidos, en foros distintos a los establecidos en esta materia.
entre otros, en los siguientes supuestos:
Los Tribunales del domicilio o de la residencia
habitual común en el momento de la celebración
del contrato si la lex fori lo permitiese.
CAPITULO IX
EL CONTROL DE LA COMPETENCIA JUDICIAL CIVIL
INTERNACIONAL. EL RECONOCIMIENTO Y EJECUCIÓN DE
DECISIONES EXTRANJERAS.
I. El CONTROL DE LA COMPETENCIA JUDICIAL INTERNACIONAL EN EL
DERECHO DE FUENTE AUTÓNOMA E INSTITUCIONAL.
1. El Sistema español.
Desde 1985, la Ley Orgánica del Poder Judicial había dejado claro en su artículo
noveno que: “Los juzgados y tribunales ejercerán su jurisdicción exclusivamente en
aquellos casos que les venga atribuida por esta u otra Ley”. Sobre esta base, la ya citada
sentencia del Tribunal Supremo de 26 de octubre de 1999, desestimó el recurso de queja
presentado contra la resolución de 9 de junio de 1999 de la Audiencia Provincial de
Sevilla en términos clarísimos: “La apelante en su recurso confunde la competencia
territorial de los distintos Jueces dentro de España (...) con la delimitación de la materia civil
que corresponde a los Jueces y Tribunales españoles, que en lo referente a procesos
matrimoniales (...) ha sido (...) recogida en el artículo 22.3º de la Ley Orgánica del Poder
Judicial, sin que en ninguna de dichas normas se admita que corresponda a la jurisdicción
española la separación matrimonial de dos extranjeros cuando el demandado no tiene su
residencia en España”. La Ley 1/2000 de Enjuiciamiento Civil dio un paso más en la
dirección correcta. Los artículos 36, 38 y 39 se refieren al control de la competencia
judicial, tanto de oficio como a instancia de parte. El 63 y concordantes se consagran a
la tramitación de la declinatoria y, finalmente, el artículo 66 se dedica a los recursos. Sin
embargo, una vez reconocida la oportunidad de abordar la regulación de este
importantísimo aspecto, ha de señalarse que la solución que incorpora suscita, en alguno
de sus puntos, una inquietante perplejidad.
El artículo 36 de esta Ley comienza reiterando lo dispuesto en los artículos 9 y
21 de la Ley Orgánica del Poder Judicial. A partir de aquí se bifurca el camino previsto
para el control de la jurisdicción; la primera vía integra un número limitado de
supuestos de incompetencia que deben ser apreciados directamente por el Juez; la
segunda vía recoge los restantes casos y dota al demandado de los instrumentos
necesarios para denunciar la falta de competencia internacional del magistrado español.
El segundo numeral del artículo 36 retiene las tres circunstancias que determinan la
abstención ex officio iudicis:
a) Que el negocio o las partes se encuentren cubiertos por una inmunidad de jurisdicción
o de ejecución según las normas del Derecho Internacional.
b) Que el asunto sea objeto de una competencia exclusiva extranjera convencionalmente
reconocida.
c) La incomparecencia del demandado, citado en buena y debida forma, cuando la
competencia sólo pudiera fundarse en la sumisión tácita.
Se han retenido circunstancias objetivamente aprehensibles de forma directa por
el Juez. La invalidez de una sumisión expresa o la inexistencia de un domicilio en
España, por ejemplo, son cuestiones que requieren de la actividad de la parte contra la
que se dirige la demanda. Hasta aquí todo resulta procedente y razonable. Contra el auto
absteniéndose de conocer y sobreseyendo el proceso el demandante podrá interponer el
correspondiente recurso de apelación.
La denuncia de la falta de competencia internacional a instancia de parte se
encuentra específicamente contemplada en el artículo 39 de la ley procesal de la
siguiente manera: El demandado podrá denunciar mediante declinatoria la falta de
competencia internacional o la falta de jurisdicción por pertenecer el asunto a otro
orden jurisdiccional o por haberse sometido a arbitraje la controversia. El tenor de este
artículo requiere depurar su redacción para distinguir nítidamente en ella los tres
supuestos que incluye. El primero se refiere de forma clara, directa y precisa a la falta
de competencia judicial civil internacional; el segundo atiende a la falta de jurisdicción
del tribunal [que aquí debe entenderse referida a la idoneidad de cada uno de los
diversos ordenes jurisdiccionales españoles para conocer de las materias de su
especialidad]; y el tercero contempla la eventual exclusión de la vía jurisdiccional por el
sometimiento de las partes al arbitraje, en concordancia con lo previsto en la disposición
final octava de la Ley de Enjuiciamiento Civil 309. Pues bien, una vez que el demandado
apreciare la falta de competencia internacional a la que se refiere esta disposición,
deberá proponer la declinatoria ante el tribunal que estuviere conociendo del pleito o
ante el de su domicilio. En caso de residir en el extranjero se deberá estar a lo que
309
La cual introduce una modificación en el artículo 11 de la Ley 36/1988.-
establecen los artículos 278 de la Ley Orgánica del Poder Judicial, 177 de la de Ley de
Enjuiciamiento Civil en materia de cooperación judicial internacional o, en su caso, a lo
que dispusiese un convenio internacional que resultare de aplicación al supuesto. La
tramitación de la declinatoria suspende el procedimiento pero no impide la adopción de
las medidas cautelares y de aseguramiento que resultasen procedentes. Si el auto
estimase la incompetencia cabrá recurso de apelación; si no la apreciase se continuará
adelante con el procedimiento, pero concluido éste, podrá alegarse la falta de
competencia en la apelación contra la sentencia definitiva. Este es el esquema
simplificado que dibuja el iter del control de la competencia internacional a instancia de
parte.
Las causas concretas en las que puede apoyarse la declinatoria y fundar la
abstención del Juez se hallan fijadas en los artículos 63 y 65 de la Ley procesal. El
primero de estos artículos se refiere literalmente a la “... falta de jurisdicción del
tribunal ante el que se ha interpuesto la demanda, por corresponder el conocimiento de
ésta a tribunales extranjeros...”. El artículo 65 insiste en la idea, al disponer que “Si el
tribunal entendiese que carece de jurisdicción por corresponder el conocimiento del
asunto a los tribunales de otro Estado, lo declarará así mediante auto, absteniéndose
de conocer y sobreseyendo el proceso”. En consecuencia, la impresión que arroja su
primera lectura es que la competencia internacional no depende sólo de que el Sistema
jurídico español atribuya o no atribuya al Juez jurisdicción para conocer del asunto, sino
que se requiere (en su lugar o además) que exista una jurisdicción extranjera con
competencia para juzgar el asunto. Esto provoca una cierta perplejidad. La toma en
consideración de la competencia o incompetencia de otra jurisdicción sólo tiene sentido
en dos casos:
a) Cuando se trata de una competencia exclusiva extranjera, reconocida por Tratado o
norma institucional, cuestión que ya fue considerada y resuelta en el artículo 36.2.2º de la
Ley procesal310.
b) Cuando se trate de un supuesto de litispendencia internacional. Es decir, para prever la
posibilidad de declinar la jurisdicción a favor de otra extranjera que ya estuviere
conociendo de un asunto idéntico. Cuestión que sigue sin regularse.
Al margen de estas dos razones sólo podría existir una tercera finalidad; la de
reforzar la tutela judicial efectiva, indicando al demandante la jurisdicción extranjera
competente para pronunciarse sobre su pretensión. Ahora bien, esta posibilidad sólo
resulta técnicamente factible en los casos en los que la competencia judicial
internacional venga establecida por normas bilaterales. Es posible que el legislador, al
redactar estos preceptos, estuviese pensando únicamente en nuestro sistema
convencional o institucional. Es cierto que en el espacio judicial europeo podría operar
adecuadamente un sistema de esta naturaleza, como también funcionaría en el ámbito
coordinado por un tratado internacional311. Sin embargo, este razonamiento no explica el
310
Cuando se promulgó la Ley de Enjuiciamiento Civil, el Convenio era el instrumento jurídico...
modificaciones posteriores art.277 (¿)....
311
El Convenio suscrito entre el Reino de España y la República de El Salvador de 7 de noviembre de
2000 (B.O.E. de 25 de octubre de 2001). Supongamos que un español demanda ante la jurisdicción
española a un domiciliado en El Salvador por un incumplimiento contractual. El demandado podría
comparecer ante el Juez de nuestro país y estructurar su declinatoria sobre la base de los siguientes
argumentos: a) que su comparecencia tiene por objeto impugnar la competencia del tribunal al amparo del
primer numeral del artículo 5 del Tratado; b) que en cuanto persona física domiciliada en El Salvador no
puede ser demandado ante la jurisdicción española por cuanto el artículo 2 del citado texto lo impide,
salvo que concurriere alguna de las competencias que se establecen en los artículos siguientes; c) que, en
materia contractual y de acuerdo con lo establecido por el artículo 4 del Convenio, son competentes los
proceder del legislador, porque las disposiciones de carácter general han de orientar su
ámbito de aplicación precisamente hacia el conjunto de asuntos de tráfico externo que
no se hallan regulados por normas específicas de origen internacional o institucional.
Resulta un auténtico contrasentido que el legislador español haya construido un sistema
de alcance general que sólo resulta coherente cuando se aplica a lo que ya estaba
regulado en otros instrumentos jurídicos. Pero lo cierto es que con base en la dicción
literal de estos artículos parece que el demandado debe proponer la declinatoria
alegando que el conocimiento de la demanda corresponde a un tribunal extranjero.
Sin embargo, no parece posible que ésta sea la interpretación correcta. Si el
Juzgado o Tribunal que hubiese recibido la demanda, careciese de jurisdicción, nuestro
sistema procesal no habilita ningún cauce que le permita su ejercicio o prórroga. Los
párrafos uno y seis del artículo 9 de la Ley Orgánica del Poder Judicial no dejan espacio
a la duda.
tribunales del lugar en el que hubiere sido o debiere ser cumplida la obligación que sirviese de base a la
demanda, circunstancia que no concurre en el presente caso, por cuanto el lugar de cumplimiento del
contrato se sitúa en El Salvador; y d) que en virtud de lo antedicho corresponde el conocimiento de la
demanda a la jurisdicción de los Tribunales de la República de El Salvador, resultando incompetente la
española. Toda esta argumentación se ha realizado con base en normas españolas. El Juez, una vez
verificado el tenor de los artículos 2, 3, 4, 5 y 6 del Tratado (que forma parte del ordenamiento español)
habrá comprobado que carece de jurisdicción por corresponder el conocimiento del asunto a los
Tribunales de otro Estado (en este caso los salvadoreños) y así lo declarará mediante auto, absteniéndose
de conocer y sobreseyendo el proceso. La misma operación podría reproducirse con base en cualquier
otro Convenio de carácter bilateral o multilateral y, ciertamente, en relación con el Reglamento (CE)
44/2001.
312
(Fernández Rozas, Sánchez Lorenzo)
a) Deberá ser el demandante quien acredite que recurre a la jurisdicción española por esta
causa [obviamente el demandado no es quién promueve el pleito y no hay razones para
invertir la carga de esta prueba].
b) Será necesario que el objeto de la demanda configure una conexión mínima con
nuestra jurisdicción [de no existir, la tutela judicial no podría resultar efectiva].
c) Finalmente, el juzgador deberá atender a la situación del demandado para garantizar
que queden suficientemente asegurados sus derechos en el proceso.
Una vez estudiados los fundamentos de esta excepción, queda claro que la
redacción de esta cláusula no se compadece con los requisitos en los que ha de
cimentarse un forum necessitatis.
La segunda hipótesis nos llevaría a considerar la existencia de una perífrasis
normativa encubierta. Podría entenderse que cuando el legislador dice que el tribunal
español carece de jurisdicción por corresponder el conocimiento del asunto a los
tribunales de otro Estado, lo que quiere decir es que siempre que los tribunales
extranjeros carezcan de jurisdicción para conocer de un asunto, cobran competencia los
españoles. El problema radica en determinar si, en buena técnica, puede adscribirse
jurisdicción a través de este método. Nos decantamos netamente por una negación
radical de tal posibilidad. La argumentación vuelve a basarse en los cimientos que se
establecen en el numeral tercero del artículo 117 de la Constitución y el primer párrafo
del artículo 9 de la Ley Orgánica del Poder Judicial. En ellos se consagran términos que
como “expresa” y “exclusivamente”, exigen la existencia de una norma. Los preceptos
atributivos de competencia internacional componen un numerus clausus fuera del cual
no cabe el ejercicio de la jurisdicción. Por consiguiente, el Juez que entendiera de un
asunto por no haberle sido acreditada la competencia de un Tribunal extranjero estaría
ejerciendo una jurisdicción que no le viene conferida expresa y exclusivamente por el
Ordenamiento. Todas las actuaciones realizadas con base en esta prorrogatio fori
contra legem, serían nulas de pleno derecho, en virtud de lo establecido por el artículo
238 de la Ley Orgánica del Poder Judicial, y el Magistrado estará obligado a declarar la
nulidad de sus actuaciones en cuanto advierta, por él mismo o a instancia de parte, que
su jurisdicción no le viene atribuida ni por ley, ni por tratado ni por norma comunitaria
alguna, ateniéndose a lo preceptuado en el artículo 240.2 de la citada Ley Orgánica.
Descartadas las dos anteriores hipótesis y aplicando una adecuada hermenéutica,
la reflexión ha de centrarse en buscar la respuesta adecuada a una pregunta clave: cómo se
determina que el conocimiento de un determinado asunto corresponde a “los tribunales
de otro Estado”. Pues bien esta cuestión sólo puede responderse a través de tres rutas
lógicas:
a) La primera es de carácter directo. Cuando en el Sistema jurídico español exista una
norma que indique cuál es el tribunal extranjero que debe juzgar un determinado tipo de
negocios civiles, se podrá saber con certeza a quién corresponde el conocimiento del
asunto objeto de la demanda y, en tales circunstancias, el demandado habrá de hacerlo
constar en el escrito de declinatoria. Pero eso sólo ocurre cundo existe un Tratado
internacional, un Reglamento Comunitario o un pacto de sumisión.
b) La segunda es de carácter indirecto. Cuando no existan instrumentos que permitan
concretar la jurisdicción de un tribunal extranjero respecto de un supuesto no incluido
dentro del volumen de competencia de nuestros jueces y tribunales, habrá de entenderse
que el asunto corresponde a un órgano judicial extranjero indeterminado. En estos casos
la mera acreditación de la falta de competencia del Juez español resultará suficiente para
presumir que el conocimiento del caso corresponde a una jurisdicción extranjera aunque
su concreción quede indefinida.
c) La última es de índole específica y se refiere a los supuestos de litispendencia
internacional. Cuando el demandado alegue que un tribunal extranjero está conociendo
de un litigio entre las mismas partes y con la misma causa, solicitando en su base la
abstención del Juez español, estará utilizando la declinatoria como alternativa a una
excepción de litispendencia internacional inexistente en nuestro sistema autónomo.
En este último caso estaríamos ante una vía particularmente inadecuada, por
cuanto lo que en realidad se pide a través de la litispendencia es la suspensión del
segundo proceso hasta que el Tribual, primero en conocer, se declare competente. Si así
lo hace, el segundo deberá abstenerse “por pertenecer el conocimiento de ésta a
tribunales extranjeros”. En caso contrario deberá proseguir con el pleito.
En conclusión, entendemos que lo establecido en estas disposiciones debe
interpretarse en el último sentido indicado. Se declinará la competencia a favor de una
jurisdicción extranjera concreta cuando exista un instrumento que permita determinarla.
En los demás casos se presumirá que corresponde a una jurisdicción extranjera el
conocimiento de todo asunto para cuya sustanciación carezca de competencia la
española. Tal presunción, comienza a operar en cuanto quede probada la incompetencia
internacional de nuestros jueces y tribunales y sólo podría ser desvirtuada por el
demandante para fundamentar un foro de necesidad ante la ausencia de ninguna otra
jurisdicción competente.
313
Artículo 26: 1. Cuando una persona domiciliada en un Estado miembro fuere demandada ante un
tribunal de otro Estado miembro y no compareciere, dicho tribunal se declarará de oficio incompetente si
su competencia no estuviere fundada en las disposiciones del presente Reglamento. 2. Este Tribunal
estará obligado a suspender el procedimiento en tanto no se acreditare que el demandado ha podido
recibir el escrito de demanda o documento equivalente con tiempo suficiente para defenderse o que se ha
tomado toda diligencia a tal fin. 3. El artículo 19 del Reglamento (CE) nº 1348/2000 del Consejo de 29 de
marzo de 2000 relativo a la notificación y al traslado en los Estados miembros de documentos judiciales y
extrajudiciales en materia civil y mercantil será de aplicación en lugar de los dispuesto en el apartado 2 si
el escrito de demanda o documento equivalente hubiere de ser remitido de un Estado miembro a otro en
virtud de dicho Reglamento. 4. Cuando no sea de aplicación lo dispuesto en el Reglamento (CE) nº
1348/2000 será aplicable el artículo 15 del Convenio de La Haya de 15 de noviembre de 1965, relativo a
la notificación o traslado en el extranjero de documentos judiciales y extrajudiciales en materia civil o
comercial, si el escrito de demanda o documento equivalente hubiere de ser remitido en virtud de dicho
Convenio.
que sus resultados no alteren el equilibrio de sus planteamientos jurídicos. Los cinco
puntos sobre los que puede proyectarse el control responden a esta finalidad genérica;
pero no adquieren la misma importancia en cada uno de los tres escenarios en los que
puede jugar la ejecutoria foránea. No es igual utilizar la decisión extranjera como
prueba documental de unos hechos o conductas, que acreditar en su base un estado civil
o una relación de derecho, ni que pretender reproducir en el foro la fuerza procesal de la
sentencia. Por esta razón, para adentrarnos un poco más en los efectos que pueden surtir
las ejecutorias extranjeras en el foro, será necesario aproximarnos a la diferencia que
existe entre los conceptos reconocimiento y ejecución en el Derecho procesal civil
internacional.
Técnicamente, reconocimiento y ejecución son dos términos que se refieren a
dos vehículos de recepción de la sentencia extranjera muy distintos 314, pero lo cierto es
que no resulta tan fácil distinguirlos. Para que una sentencia extranjera despliegue en el
foro los efectos propios de un documento público, basta con que cumpla las exigencias
establecidas por el Sistema para reconocer ese carácter a los instrumentos otorgados por
fedatarios extranjeros. Para que una decisión foránea surta los efectos propios de una
sentencia, debe ser objeto de un expediente previo de verificación o aprobación al que
suele denominarse de ejecución o de exequátur. Sin embargo, esta terminología no debe
engañarnos. El exequátur no culmina necesariamente en la ejecución forzosa del fallo.
Este procedimiento se consuma con la conversión de la sentencia extranjera en
resolución jurisdiccional del foro; y eso es precisamente lo que permite al interesado
apremiar luego el cumplimiento de la parte dispositiva del fallo a través del sistema
general previsto en nuestra legislación procesal para la ejecución. Realizada esta
primera aclaración concretaremos nuestro vocabulario en relación con las sentencias
extranjeras de la siguiente manera:
a) Cuando hablemos de su “reconocimiento” nos estaremos refiriendo a la
admisibilidad de los efectos propios de cualquier documento emanado de un fedatario
público extranjero;
b) Cuando nos refiramos a su “ejecución” estaremos aludiendo a la aceptación de los
efectos propios de una sentencia; y
c) Cuando aludamos a su ejecución forzosa estaremos atendiendo a la acción ejecutiva
prevista en el artículo 517 de la Ley de Enjuiciamiento civil.
2. El reconocimiento de las sentencias extranjeras.
2.1. Los requisitos formales del reconocimiento en Derecho español.
Reconocer una sentencia extranjera equivale simplemente a aceptar su valor
como documento público. Por lo tanto, cuando se “reconoce” una decisión foránea ni
puede considerarse zanjada en el foro la contienda que dirime (cosa juzgada), ni puede
pretenderse el cumplimiento forzoso de su parte dispositiva (ejecución). En esta
dimensión posee la fuerza probatoria que le confiere el artículo 319 de la Ley de
Enjuiciamiento [si cumple los requisitos establecidos en el artículo 323 de dicho Texto]
y nada más; es decir, resultan documentos aptos para probar plenamente, a efectos
procesales, “el hecho, acto o estado de cosas que documenten”. Si además se
pretendiere probar en su base las situaciones o relaciones jurídicas que en ella se
314
El preámbulo de la nonata Ley de Cooperación Jurídica Internacional en Materia Civil, subrayaba
explícitamente la necesidad de dejar bien sentada esta diferencia. Su texto articulado no lo hacía con la
claridad anunciada
declaran o constituyen sería preciso dar un paso más, como tendremos ocasión de ver.
En ausencia de tratados y leyes especiales, las dos condiciones esenciales que establece
el citado artículo 323 son las siguientes: “1º Que en el otorgamiento o confección del
documento se hayan observado los requisitos que se exijan en el país donde se hayan
otorgado para que el documento haga prueba plena en juicio. 2º. Que el documento
tenga la legalización o apostilla y los demás elementos necesarios para su autenticidad
en España”. Antes de proceder al análisis de estos dos requisitos es preciso hacer dos
advertencias: a) que las normas retenidas se refieren a toda clase de documentos y no
específicamente a las sentencias extranjeras; y b) que lo que se regula en la Ley rituaria
es el valor procesal del documento. El tratamiento especial del reconocimiento debía
ubicarse en la inexistente Ley de Cooperación. De ahí que no se disponga de una
regulación ad hoc sobre este punto. En la medida en la que los preceptos de esta Ley
compendian y desarrollan lo establecido por el Sistema en relación con los documentos
públicos extranjeros, entendemos que, adoptando unas mínimas precauciones, sirven
tanto para determinar el régimen general al que se someten las sentencias al margen del
exequátur, como para concretar los efectos que pueden surtir dentro y fuera de juicio.
La primera condición establecida en el artículo 323 de la Ley procesal reitera la
regla locus regit actum con la que encabeza su regulación el artículo 11 del Código
Civil. Hubiese sido mucho más correcto consagrar el principio auctor regit actum en
una disposición referida exclusivamente a los documentos públicos. Pero en el caso de
las sentencias este defecto carece de relevancia. En la jurisdicción contenciosa la lex
loci actum y la lex auctor se identifican en la lex loci processus. Esta condición incluye
dos importantes requisitos:
a) Se exige una adecuación entre el acto y la ley aplicable a su conformación que
garantice que el instrumento posee en el país donde se haya otorgado un auténtico
carácter de documento público; [aplicado a la sentencias y en términos del todavía
vigente artículo 954 de la Ley de Enjuiciamiento de 1881: “Que la carta ejecutoria
reúna los requisitos necesarios en la nación en que se haya dictado para ser
considerada como auténtica...”].
b) Pero el artículo 323 va más lejos y exige que el documento pueda hacer plena prueba
en juicio en el país de su emisión. A nivel de una decisión judicial, esto significa que si la
sentencia extranjera, bien por el carácter del soporte documental en el que se contenga su
copia o bien por la naturaleza del juicio que en ella se decida, no resultase apta para hacer
plena prueba en un pleito seguido en el país donde fue dictada, tampoco podrá utilizarse
en España con ese fin. Se trata de buscar una equivalencia de efectos que resulta
fácilmente transponible a los demás ámbitos. La resolución extranjera debe cumplir las
condiciones que se exigen en el lugar de origen para que se pueda probar allí lo que se
pretende probar aquí. La sentencia extranjera, aunque sea auténtica, sólo puede utilizarse
en España para los mismos fines que tenga atribuidos en el Sistema jurídico donde fue
pronunciada.
La segunda condición que exige el citado artículo 323 se refiere a la legalización
del documento. Suelen ser los agentes diplomáticos o consulares quienes se encargan de
ella, aunque existen otros cauces de cooperación más ágiles y se dispone de un
entramado convencional que facilita ampliamente la tarea. Destaca sobre todo el
Convenio de La Haya de 5 de octubre de 1961 porque su éxito de ratificaciones le ha
dotado de una sobresaliente operatividad. Su mecánica es extremadamente sencilla y
consiste en sustituir la clásica legalización por la apostilla prevista en su artículo tercero.
Cada Estado Parte designa quienes son los funcionarios competentes para insertar esta
adición en los documentos que dimanen de sus diferentes magistraturas. Al hacerlo han
de ajustarse al modelo que figura en su anexo en el cual se certifica la autenticidad de la
firma, la calidad en la que el signatario actúa y, en su caso, la identidad del sello o
timbre que el documento lleve. España ratificó el Convenio en 1978315 y designó las
autoridades competentes para expedir la apostilla en el Real Decreto 2433/1978 316,
desarrollándolo a través de la Orden Ministerial publicada en el B.O.E. del día 19 de
enero de 1979. Ha de señalarse que en España son los Secretarios de Gobierno de las
Audiencias quienes poseen competencia respecto de los documentos que emanan de las
autoridades judiciales. El inciso final de su artículo 3, exime de toda formalidad a los
documentos emanados de Estados cuyos tratados, leyes o costumbres las hubieren
suprimido, aun cuando fueren Partes del Convenio. En el caso de nuestro país existe una
multitud de acuerdos que suprimen esta exigencia, por lo que habrá de prestarse
atención a cada caso concreto.
La tercera condición para el reconocimiento de un instrumento extranjero viene
establecida por el artículo 144 de la Ley de Enjuiciamiento. En él se exige la traducción
de todo documento no redactado en español, admitiéndose la privada. El sistema se
asienta sobre los siguientes pilares: en primer lugar se asimila el tratamiento del español
con el de las restantes lenguas oficiales de las Comunidades Autónomas. Por lo tanto,
la traducción de la sentencia extranjera podrá verterse al idioma vernáculo del Tribunal
o Autoridad frente al que se haga valer. En segundo lugar, se establece un plazo para la
impugnación que se fija en cinco días, en cuyo caso se ordenará una traducción oficial
del documento. Finalmente resuelve las costas de la traducción oficial cargándolas a
quién hubiese presentado el documento, salvo que la traducción oficial resultase
sustancialmente idéntica a la privada, en cuyo caso correría con los gastos quién la
solicitó.
2.2. El valor probatorio de la sentencia extranjera.
En referencia específica a los documentos foráneos, el último inciso del artículo
323 de la Ley de Enjuiciamiento dispone que: “Cuando los documentos extranjeros a
que se refieren los apartados anteriores de este artículo incorporen declaraciones de
voluntad, la existencia de éstas se tendrá por probada, pero su eficacia será la que
determinen las normas españolas y extranjeras aplicables en materia de capacidad,
objeto y forma de los negocios jurídicos”. Los hechos y las declaraciones de voluntad
constituyen acaeceres y comportamientos destinados a crear o establecer situaciones o
relaciones jurídicas. Por lo tanto, el artículo trascrito disecciona esos dos aspecto para
disponer que los acontecimientos y manifestaciones que consten en el documento se
tienen por ciertos por el mero de constar en él, del mismo modo que se reputan
verdaderos los que se consignan en sus equivalentes españoles. Sin embargo, los efectos
jurídicos que de ello puedan derivarse no tienen por qué coincidir con los adscritos por
el Sistema jurídico del país de origen, sino que serán aquellos que determinen las
normas extranjeras o españolas a las que remita nuestro sistema de Derecho
internacional privado. Si adaptamos esta explicación a este estadío del reconocimiento
de las resoluciones judiciales extranjeras, llegaríamos a la conclusión de que esta norma
nos obliga a separar, por una parte, el tratamiento de los hechos que constan probados
en la sentencia y, por otra, las situaciones y relaciones jurídicas que se declaran o
constituyen en el fallo; lo que es completamente lógico. En nuestro Ordenamiento los
315
B.O.E. de 25 de septiembre de 1978
316
B.O.E. de 17 de octubre de 1978
documentos públicos sólo hacen prueba plena del hecho, acto o estado de cosas que
motiva su otorgamiento; por lo tanto, esto es lo que se reconoce a la sentencia extranjera
en cuanto documento público. Pero es que, como hemos visto, la sentencia es algo más.
La sentencia-documento puede constituir también un vehículo hábil para
acreditar la existencia de la situación o relación jurídica que en ella se constituye o
declara. Si la norma de conflicto española dispone que la capacidad matrimonial se
determina con base en la ley nacional, la sentencia de divorcio dictada por los jueces del
Sistema jurídico de la nacionalidad del contrayente extranjero, conformaría un
instrumento idóneo para probar la aptitud nupcial de ese sujeto. Nada mejor que esa
decisión judicial para probar el contenido, alcance e interpretación del Derecho
reclamado. Sin embargo, si la ejecutoria procediese de un tercer país, y hubiese sido
dictada en aplicación de la ley del juez, el interesado estaría acreditando su capacidad
matrimonial con base en una Ley distinta a la reclamada por el foro. Este es el sentido
del último inciso del artículo 323 de la Ley de Enjuiciamiento, que no introduce ningún
control sobre la ley aplicada al fondo de la decisión, sino que se limita a recordar un
dato inherente al carácter meramente documental con el que se utiliza la sentencia. Para
que en nuestro Sistema la decisión pueda operar como tal, es preciso que pase por el
trámite de la ejecución.
Recapitulando lo expuesto pueden extraerse tres conclusiones:
a) En cuanto documento público en el que la autoridad judicial que lo emite declara
probados los hechos y comportamientos que en él se describen, la decisión extranjera
surte efectos automáticos desde el momento en el que se acredita que cumple los
requisitos formales establecidos en el artículo 323 de la Ley de Enjuiciamiento Civil o en
los Convenios y disposiciones a los que su primer numeral nos remite.
b) En lo que se refiere a su dimensión de documento público en el que se certifica la
existencia de una determinada relación o situación de derecho, los interesados podrán
acreditar su existencia en España utilizando la decisión como medio para probar que tales
relaciones o situaciones se han constituido con base en el Derecho reclamado por las
normas de conflicto del foro. Para precisar el alcance de esta segunda función, habrá de
estarse a las circunstancias concretas de cada caso. Así, una sentencia extranjera de
divorcio, puede ser objeto de anotación en el Registro Civil o puede acreditar el estado
civil de un extranjero en un expediente matrimonial tramitado en España, sin necesidad
de exequátur; sin embargo, no puede sustentar una inscripción registral, ni probar el
estado civil de un español.
c) Para que una sentencia extranjera surta en el foro los efectos propios de una decisión
firme, es necesario su previa transformación en decisión española, a través de los
expedientes establecidos en los convenios, en las normas de origen comunitario y en la
legislación procesal.
3. La ejecución de decisiones extranjeras en España.
El término “ejecución” se refiere al procedimiento que ha de seguirse para conferir
eficacia procesal a una sentencia extranjera. En palabras de Cortés Domínguez 317, el petitum
de la acción de reconocimiento estriba en solicitar que se confiera “eficacia procesal” a la
decisión foránea; lo que significa dotarla de los dos efectos más característicos de una
decisión judicial: el de cosa juzgada y el de título ejecutivo. El trámite de la ejecución implica
un proceso de transformación de la decisión extranjera en sentencia española. La nueva
317
Cortés Domínguez, V. “Derecho procesal civil internacional”, Madrid pág.
318
Provisionalmente en vigor a tenor de la disposición derogatoria única, 1. 3º de la Ley 1/2000.-
Incompetencia.
Resultado diferente Juez 1ª Instancia
R. Bulgaria* 23/5/ Sucesiones y quiebras. por la ley aplicada.
1993 Rebeldía.
Orden público.
Litispendencia
*Salvo en las materias no cubiertas por el Reglamento, éste sustituye a los Tratados señalados (CFr. Artículos 68, 69 y 66 del
Reglamento(CE) 44/2001)
Incompetencia.
Quiebras, Seguridad social. Competencia exclusiva Juez 1ª Instancia
Federación de 26/10 Energía nuclear. Laudos del Tribunal requerido.
Rusia 1990 arbitrales. Orden público.
Rebeldía y
Litispendencia.
Testamentos. Quiebra. Seguridad Incompetencia. Juez 1ª Instancia.
30/5 social. Medidas cautelares o Rebeldía.
Reino de provisionales.
Marruecos /1997 Orden Público.
(En materia de guarda, visita y
devolución de menores Vid. B.O.E. Litispendencia.
24/6/1997).
Fecha Materias excluidas Denegación Tramitación
Convenio
extranjera constituye un acto de cooperación internacional y que, como tal, queda sujeto
a una condición de correspondencia. Partiendo de esta base, la Ley 1/2000 debió
considerar que esta disposición se hallaba ya derogada por la Ley Orgánica 6/1985, al
quedar subsumida en la previsión general de su artículo 277 en materia de cooperación
internacional. Este precepto, al regular nuestra cooperación con las autoridades
judiciales extranjeras “para el desempeño de su función jurisdiccional”, condiciona la
actividad del órgano español a lo establecido en los convenios internacionales y, en su
defecto a la existencia de reciprocidad. Incorpora, pues, idéntico espíritu y finalidad que
los artículos 951 y 953 de la antigua Ley procesal y, en buena técnica jurídica, los
sustituye. Lo único que varía es que se ha simplificado el sistema: La determinación de
la existencia de la reciprocidad con el Estado requirente corresponderá al Gobierno a
través del Ministerio de Justicia. Antes de pronunciarse sobre el exequátur, el Juez
habrá de saber si existe o no reciprocidad con el país de origen de la decisión. La vía
más lógica y ágil para hacerlo es la que establece esta norma. De tratarse de una
decisión en cuyo país de origen no se reconozcan las sentencias españolas, y así le
conste por la vía del citado artículo 278, denegará el reconocimiento devolviendo la
carta ejecutoria al solicitante. Ello no obsta a que el Ministerio Fiscal (en defensa de la
legalidad) o que la parte contra la que se dirige la ejecución (en protección de sus
intereses) puedan acreditar ante la Sala la inexistencia de la reciprocidad presumida
respecto al país de origen de la decisión.
3.3. La reciprocidad positiva. Una posible relectura.
La primera lectura del artículo 952 de la Ley procesal civil nos sitúa ante una de
las raras muestras de normas recíprocas. Con leves diferencias de matiz, la doctrina
española ha partido de esta hipótesis inicial. El Tribunal español deberá evacuar el
reconocimiento de la sentencia extranjera comprobando que se cumplen en ella todas las
condiciones necesarias para que una sentencia española análoga hubiera podido ser
reconocida por la jurisdicción de la que proviene. El promotor del expediente de
reconocimiento deberá probar que en la nación de origen de la decisión extranjera, las
sentencias españolas obtienen el exequátur cuando cumplen las condiciones que se dan
en la que ahora se trata de reconocer. No negamos la corrección de esta lectura, pero sí
afirmamos que el artículo 952 de la Ley rituaria cumple primordialmente otra función
distinta y de mucho mayor transcendencia.
Para argumentar nuestro punto de vista recordemos la redacción del precepto:
“Si no hubiese tratados especiales con la nación en que se hayan pronunciado, tendrán
la misma fuerza que en ella se diere a las ejecutorias dictadas en España”. Tras una
lectura reposada de este texto, conviene llamar la atención sobre un aspecto
particularmente relevante; cuando hacen alusión a la “fuerza” de la sentencia, cada uno
de los artículos consagrados al exequátur adopta una redacción distinta: el 951 habla de
“la fuerza que establezcan los Tratados”; el 954 dice que “tendrán fuerza en España”; y el
953 que “no tendrán fuerza en España”. Sin embargo el artículo en análisis se refiere de
un modo específico a que “tendrán la misma fuerza”. Esta diferencia de expresión nos
resulta muy significativa. No todos los Ordenamientos utilizan los mismos criterios a la
hora de atribuir los efectos de cosa juzgada y carácter ejecutivo a sus sentencias, por lo
tanto es lógico que ninguna legislación quiera añadir con el reconocimiento más efectos
de los que tiene la decisión extranjera en el lugar donde fue dictada, ni permitir que las
sentencias extranjeras tengan más fuerza en el foro que las propias en su país de origen.
En estas coordenadas la interpretación más lógica de esta regla sería la siguiente: se
establecen dos únicos regímenes de exequátur, el convencional del artículo 951 y el
general del 954, y se introducen las siguientes salvedades: en relación con el régimen
convencional, habrá de estarse a lo que dispongan los “tratados especiales”. En lo
atinente al régimen general, se estructura un sistema que responde a la siguiente
arquitectura:
a) Las resoluciones extranjeras que realicen los requisitos establecidos en el artículo 954
tendrán en España la misma fuerza que sus homólogas españolas.
b) Sin embargo, esta regla sólo podrá aplicarse cuando se den los términos de una
correspondencia recíproca con la nación de origen de la ejecutoria y para ello se
introducen dos previsiones:
*No se concederá el exequátur a las ejecutorias procedentes de países que por
jurisprudencia no den cumplimiento a las nuestras.
**Si en el país de origen, las decisiones españolas se reconocen con unos efectos
distintos a los que poseen en nuestro país, se presume que ello se debe a que en el
lugar donde han sido reconocidas, esos son los efectos que corresponden a una
decisión de tal naturaleza. Por consiguiente, a la hora de reconocer en España una
resolución judicial de esa nación y de esas características se le atribuirán los mismos
efectos que allí se adscriban a las procedentes de España. De esta forma se habrá
conseguido que los presupuestos de la cooperación queden equilibrados.
Existe un auto de la Sala Primera del Tribunal Supremo de 15 de abril de 1972,
que podría utilizarse en apoyo de la tesis que aquí se sustenta. La reciprocidad positiva
se suscitaba en esta resolución como: “una cuestión de hecho objeto de prueba por la parte
que pide la ejecución y como ésta no ha probado en forma legal respecto a la fuerza que en
aquella nación se dé a la ejecutoria dictada en España, no procede acceder a lo solicitado”.
La primera parte concuerda con la esencia de la tesis que sustentamos; la segunda no.
Lo que dice el artículo 952 es que las sentencias firmes extranjeras (no sometidas al
régimen convencional) no pueden tener en España más fuerza que la que se diere en la
jurisdicción de origen a las dictadas en España. Hasta ahí acierta la resolución. Donde se
equivoca es en la conclusión; una cosa es que no puedan tener una fuerza distinta en
España y otra es que no puedan ser reconocidas. Sólo podría denegarse el exequátur si
en el país de origen nuestras decisiones careciesen de toda fuerza; pero eso es otra
cuestión distinta; la que contempla el artículo 953.
3.4. El régimen de condiciones.
El artículo 954 recoge cuatro requisitos cuya formulación, data de hace mas de siglo
y medio y se acomoda mal a la práctica contemporánea. No obstante los autos del
Tribunal Supremo (cuando le correspondía la competencia en materia de exequátur)
fueron realizando una gradual adaptación de su tenor a la realidad social del momento,
que salvó su operatividad. Realizaremos un somero análisis de cada uno de ellos al
objeto de poner de relieve esa acomodación a la práctica más actual.
El requisito relativo a la naturaleza personal de la acción que haya originado la
sentencia, ha de entenderse modificado por la Ley Orgánica del Poder Judicial. En
ningún caso podrá otorgarse el exequátur a una decisión extranjera que recaiga sobre un
asunto de la competencia exclusiva de nuestros Jueces y Tribunales, con independencia
de la naturaleza personal o real de la acción ejercitada. Aunque la propia naturaleza de
un foro de competencia exclusiva basta para fundamentar sobradamente esta
conclusión, no debe olvidarse que existe también una apoyatura concreta en el primer
numeral del apartado uno del artículo 278 de la Ley Orgánica 6/1985. Los juzgados y
rebeldía, que el demandado fue debidamente citado y con tiempo para organizar su
defensa.
e) Que el contenido de la ejecutoria no se oponga a la autoridad y homogeneidad del
Sistema jurídico del foro.
f) Que se acredite la autenticidad de la ejecutoria extranjera en su país de origen y reúna
los requisitos exigidos para que haga fe en España.
g) En ningún caso las sentencias extranjeras podrán tener distinta fuerza de la que
tuvieren en su país de origen las decisiones dictadas por nuestros Jueces y Tribunales en
supuestos de carácter equivalente.
La primera de las condiciones retenidas es la que aparece en el artículo 953 de la
Ley procesal. La segunda es fruto de la puesta en relación del primer numeral del
artículo 954 de la Ley de Enjuiciamiento con el primero del artículo 22 y del 278 de la
Ley Orgánica del Poder Judicial, referentes a las competencias exclusivas. La tercera
proviene de la praxis observada en algunos autos de exequátur en los que se controla
expresamente este extremo en relación con los asuntos matrimoniales319. La cuarta
procede de una puesta al día de la segunda condición establecida en el citado artículo
954, para alinear su contenido con las garantías que establece el artículo 24 de la
Constitución en lo relativo a la protección judicial de los derechos. Se trataría en última
instancia de una exigencia del orden público constitucional. La quinta es fruto también
de la evolución que ha experimentado el concepto de licitud de la obligación cuyo
cumplimiento se solicita. La existencia de una sentencia con el mismo objeto y entre las
mismas partes dictada por un Tribunal español o reconocida en España o la existencia
de un pleito idéntico que se estuviese sustanciando en nuestra jurisdicción, enervarían
las posibilidades del reconocimiento de una ejecutoria extranjera. El orden público o el
fraude a la Ley encontrarían también aquí la sede de un juego destinado a proteger la
autoridad y homogeneidad del Sistema. La sexta recoge las garantías formales de la
última condición exigida en el artículo 954 de la Ley de Enjuiciamiento y la séptima
incorpora la cautela prevista en el artículo 952 del mismo Cuerpo Legal, entendida tal
319
Tomemos como ejemplo el auto de 15 de febrero de 2000 y detengámonos en el numeral siete de sus
fundamentos de derecho: “No hay razón para considerar que la competencia judicial internacional de los
Tribunales de la República de El Salvador haya nacido de las partes en busca fraudulenta de un foro de
conveniencia (artículos 6º. 4 Código Civil y 11. 2 Ley Orgánica del Poder Judicial); el artículo 22. 2 y 3
L.O.P.J. no establece foros de competencia exclusiva, lo que sí hace el artículo 22. 1 de la misma Ley
Orgánica, pero sin que en el presente caso concurran ninguno de los foros determinantes de ellas a favor de
los tribunales españoles; por el contrario, hay conexiones que no pueden desconocerse, como es la
nacionalidad salvadoreña del esposo, su domicilio en la República del Salvador al tiempo de promoverse el
juicio de divorcio ante la jurisdicción salvadoreña y el lugar de celebración del matrimonio, razones éstas que
permiten considerar fundada la competencia de los Tribunales de origen, y, por ende, excluir el fraude en
cuanto a la ley aplicada al fondo del asunto, cuestión vinculada a la anterior”. No hay prácticamente variación
redaccional en los autos estudiados; únicamente cambian las conexiones que se toman en consideración a la
hora de entender razonable la competencia del Tribunal de origen y, como consecuencia de ello, la procedencia
de la Ley aplicada al fondo de la decisión. Como puede observarse el Tribunal Supremo, al no encontrar en el
artículo 954 de la Ley procesal mecanismos destinados a verificar la razonabilidad de la competencia asumida
por el Tribunal de origen ni para valorar la pertinencia de la aplicación de la Ley rectora del fondo, recurrió a
los artículos 6 del Código Civil (fraude de ley) y 11, 2 de la Ley Orgánica del Poder Judicial (fraude de ley o
procesal) para efectuar un auténtico control sobre la receptibilidad de la sentencia desde la perspectiva del
fondo. Si la competencia responde a unos criterios suficientemente razonables es índice de que las partes no
escogieron el Tribunal para forzar la aplicación de una Ley conveniente a sus intereses e inconveniente para
regir el asunto. Si no pueden apreciarse índices suficientes de vinculación entre el asunto y el foro podría
deducirse que la selección del Juez vino motivada por el deseo de utilizar su sistema de Derecho internacional
privado como norma de cobertura para eludir la correcta aplicación del “Derecho realmente conveniente” y
poder ampararse en la cobertura de un “Derecho particularmente deseable”. En este último caso podría
apreciarse fraude y se podría denegar en su base el cumplimiento de la decisión.
como la hemos expuesto. La utilización de este último precepto como posible norma
recíproca, susceptible de sustentar un régimen alternativo de exequátur, es
perfectamente defendible a partir de su tenor, aunque nos suscita numerosas dudas. En
cualquier caso, como su desuetudo resulta patente, no creemos que debamos ir más allá
de lo ya dicho.
III. EL SISTEMA DE RECONOCIMIENTO Y EJECUCIÓN EN EL
ESPACIO JUDICIAL EUROPEO.
El Convenio de Bruselas de 27 de septiembre de 1968 nació como
consecuencia de un compromiso recogido en el artículo 220 del Tratado Constitutivo de
la Comunidad Económica Europea. En este precepto se garantizaba la futura
simplificación de las formalidades a las que estaba sometido el mutuo reconocimiento y
ejecución de las resoluciones judiciales entre los países miembros. Su primer cuarto de
siglo de vida le acreditó como un mecanismo de imprescindible utilidad. Fue adaptado
sucesivamente a las ulteriores adhesiones a la Comunidad y su demostrada
funcionalidad originó un nuevo Tratado que sería suscrito en Lugano el 16 de
septiembre de 1988. Con este instrumento se extendió la práctica comunitaria a los
países de la Asociación Europea de Libre Comercio. Hace relativamente pocos años, los
Estados partes del sistema de Bruselas consideraron conveniente efectuar una revisión
de su texto. Una vez perfeccionado su contenido, se entendió oportuno positivarlo a
través de una fuente distinta que permitiese una operatividad más directa, ahora que ya
era posible. Surgió así el Reglamento (CE) número 44/2001 del Consejo, que entró en
vigor el uno de marzo de 2002320. Para entender bien la estructura básica de estos textos
vamos a retener dos ideas:
a) Aunque su objetivo fundamental es garantizar la libre circulación de las sentencias en
el espacio judicial europeo, el centro de gravedad de toda la construcción se sitúa en torno
a la competencia judicial internacional. Cuando el tribunal ejerce su jurisdicción de
acuerdo con estas reglas, el reconocimiento y ejecución de sus decisiones en los demás
países de la Unión es prácticamente automático.
b) Todas las garantías y facilidades procesales que prevé el Reglamento se articulan en
provecho de las personas domiciliadas en un país miembro y no de los ciudadanos de los
Estados de la Comunidad, como se decía en el artículo 220 del Tratado de Roma de 25 de
marzo de 1957.
1. El ámbito de eficacia material del Reglamento 44/2001.
El Reglamento opera en relación con una serie de supuestos de carácter civil, laboral y
mercantil, advirtiendo que la naturaleza del órgano jurisdiccional que haya de juzgar el caso
no condiciona su calificación a efectos de la inclusión del supuesto en su esfera de aplicación
ratione substantiae. En términos generales, excluye de su ámbito de eficacia las materias
fiscales, aduaneras y administrativas; y, de forma específica, las cuestiones relativas al estado
y capacidad de las personas físicas, los regímenes matrimoniales, los testamentos y las
sucesiones. La quiebra, los convenios entre el quebrado y sus acreedores y los procedimientos
análogos quedan también exceptuados, así como la Seguridad Social y el arbitraje. A sensu
contrario, se aplica fundamentalmente a las obligaciones (tanto contractuales como
extracontractuales) a ciertos aspectos de la vida y actividad de las sociedades y a los derechos
reales. Sólo los alimentos constituyen un instituto potencialmente connotado con la vida
familiar que, a pesar de ello, queda dentro de su esfera de aplicación. En suma, la definición
320
En relación con Dinamarca Véase el Acuerdo entre la Comunidad Europea y el Reino de Dinamarca
del 19 de octubre de 2005 (DOUE de 16 de noviembre de 2005).-
321
Con la salvedad de lo dispuesto en el artículo 72 del Reglamento 44/2001.-
322
La sentencia pronunciada en otro Estado miembro, distinto al que las partes se sometieron, sólo se
considerará incluida en este régimen si los tribunales designados en el acuerdo de sumisión hubiesen
declinado su competencia.
existen supuestos en los que puede procederse a una ejecución provisional, aunque no se
hayan agotado los recursos ni las partes hayan renunciado a seguir atacando el fallo. La
razón a nivel de tráfico interno es clara. Se reconoce la carga que soporta el acreedor a
consecuencia de la deuda y se trata de no agravarla por razones de procedimiento,
siempre y cuando los derechos del deudor queden debidamente garantizados. A escala
de Derecho internacional privado el problema es el mismo y en el escenario de la
integración resulta posible solucionarlo utilizando mecanismos muy similares a los
empleados en la normativa interna. Puede admitirse la ejecución provisional, pueden
adoptarse medidas cautelares que garanticen la satisfacción de las partes en caso de
prosperar o fracasar el recurso o puede suspenderse el procedimiento de ejecución hasta
la firmeza de la resolución.
Aquí, como en los restantes campos del Derecho procesal europeo, el fiel de la
balanza se inclina hacia la protección del demandado. Por norma general debe
paralizarse la ejecución en tanto el afectado no haya agotado las vías ordinarias para su
defensa. Partiendo de este principio, sus consecuencias deben atemperarse para impedir
que el demandante acreedor deba soportar una lesión patrimonial durante más tiempo
del razonable. De ahí que se tomen en consideración dos factores: el plazo para la
presentación del recurso y la ponderación de la conveniencia de una ejecución
provisional en el caso concreto. En lo que se refiere al tiempo, de lo que se trata es de
impedir demoras torticeras en la ejecución de la sentencia; se pretende evitar que el
deudor juegue con los plazos para retrasar la satisfacción de lo debido. Para ello se
articulan las siguientes bases:
a) Si el recurso se encuentra ya presentado, la suspensión se prolongará hasta que se
conozca la nueva resolución. La plena confianza en el funcionamiento de las
jurisdicciones integradas en este espacio de coordinación lo justifica formalmente.
b) Si el recurso no se hubiera presentado aún y el condenado se hallase en plazo para
interponerlo, el sistema del Reglamento habilita los cauces necesarios para que el Juez
que conoce de la ejecución pueda fijar un aplazamiento razonable; es decir, un lapso de
tiempo antes de cuya expiración habrá de haberse sustanciado el recurso y antes de cuya
finalización habrá de haberse confirmado ante el Magistrado que conoce de la solicitud
de ejecución que, efectivamente, se ha interpuesto. De no confirmarse en tiempo, el Juez
proseguirá adelante y otorgará la ejecución si fuere procedente.
c) En todos estos casos el juzgador, a instancias del solicitante, podrá adoptar las medidas
previstas en los artículos 39 del Convenio de Lugano y 47 del Reglamento a efectos de
asegurar en términos reales la ejecución solicitada, a través de las medidas cautelares
oportunas.
Puede observarse como los problemas que suscita el reconocimiento de sentencias
que no han alcanzado firmeza, así como los que se derivan de su eventual ejecución,
quedan resueltos a través de un dispositivo muy similar al que se utiliza en el tráfico
interno. La resolución de un país miembro surte en otro país miembro los mismos
efectos que posee en su ámbito jurisdiccional propio. A partir de ahí este segundo
Estado irá reconociendo, progresivamente, los cambios que pueda experimentar el fallo
a través de los recursos ordinarios que promuevan las partes. La diferencia entre este
sistema y el previsto en nuestra Ley de Enjuiciamiento es sustancial. El Reglamento
contempla el procedimiento judicial desde una perspectiva dinámica que comienza con
la presentación de la demanda y culmina en la sentencia firme. Sobre esta base establece
un esquema de integración entre las jurisdicciones de los países miembros que permite
(con el auxilio de otros instrumentos) articular una zona judicial común. Se pretende
que, dentro de este espacio, cada actuación judicial conserve y reproduzca, en los demás
Estados parte, las consecuencias que posee en su propio ámbito jurisdiccional y de la
manera más fiel posible. Por el contrario, el Sistema autónomo español aborda la
resolución judicial extranjera desde una perspectiva estática. Se trata de cooperar con la
jurisdicción de origen, asumiendo la decisión como propia -ya sea en todo o en parte- en
un acto único. La diferencia es sustancial.
Queda por anotar la labor de integración efectuada por el Tribunal de Justicia de
la Comunidad en relación con la noción de “recurso ordinario”. Baste señalar que, con
base en su doctrina, el calificativo “ordinario” constituye una noción autónoma del
Convenio con la que se hace referencia a los recursos previstos con carácter normal en
la legislación del Estado de origen. Incluye a todos aquellos que puedan interponerse en
un plazo de tiempo fijo, computable a partir del pronunciamiento, y que se hallen
preestablecidos en el Ordenamiento. El que se denominen “recursos extraordinarios” o
se use una terminología similar no incide en su calificación a estos efectos. El término
“ordinario” debe entenderse en oposición a sus verdaderos antónimos; es decir, frente a
aquellos recursos que, sea cual sea la denominación que reciban, tengan un verdadero
carácter excepcional en el Sistema en el que hayan de plantearse.
exigir una traducción de la resolución, que venga certificada por una persona autorizada a
tal fin en uno de los Estados miembros.
c) De acuerdo con lo establecido en el artículo 40 del Reglamento, “Las modalidades de
presentación de la solicitud se determinarán con arreglo a la ley del Estado miembro en
el que se solicitare la ejecución”. En realidad para esta fase el Reglamento incorpora una
mecánica que resulta autosuficiente, sin que sea preciso ajustarse a ninguno de los cauces
específicos previstos en nuestra legislación procesal.
d) Efectivamente, la tarea del Juez en este primer hito se circunscribe a una mera
verificación formal. Recibida la copia auténtica de la resolución emitida por el órgano
jurisdiccional de un Estado miembro y, en su caso, la certificación conforme al
formulario normalizado, se limitará a comprobar únicamente si la decisión entra en la
esfera de aplicación del Reglamento y si cumple con los requisitos formales para su
presentación. Una vez controlado este extremo y ningún otro más, procederá a otorgar de
inmediato la “ejecución”, sin que la parte contra la que se la solicite pueda formular
observaciones en esta etapa del procedimiento, ni el Juez de Primera Instancia pueda
aplicar de oficio ninguna de las excepciones previstas para el reconocimiento.
e) La resolución sobre la solicitud de ejecución será comunicada de inmediato a las
partes, de acuerdo con lo previsto en la lex fori. Desde el momento en el que se produce
esta notificación las partes pueden recurrirla. El plazo para hacerlo se establece en un
mes, salvo que la parte contra la que se solicitare la ejecución estuviere domiciliada en un
Estado miembro distinto, en cuyo caso dispondrá de dos meses. Con los recursos se inicia
una nueva singladura de caracteres distintos; en ella podrán alegarse, ahora sí, los motivos
recogidos en los artículos 34 y 35 del Reglamento como causas impedientes del
reconocimiento de la decisión. Hasta este momento no ha habido contradicción pero, a
raíz de esta primera resolución los restantes pasos seguirán las normas que rigen el
procedimiento contradictorio. En España caben dos recursos; el primero ante la
Audiencia Provincial y el segundo, en casación, ante el Tribunal Supremo.
f) Agotados los recursos y habiéndose obtenido el exequátur, la sentencia extranjera se
iguala plenamente a las españolas y adquiere todos lo efectos propios de una decisión
nacional, incluido su carácter de título ejecutivo.
g) A partir de este momento el procedimiento se bifurca según nos hallemos ante un
supuesto de solicitud de reconocimiento o ante una petición de ejecución. En el primer
caso la tramitación termina aquí. El solicitante ha homologado la sentencia extranjera y
podrá servirse de ella como lo haría de una ejecutoria española. Puede suceder que el
condenado satisfaga voluntariamente lo previsto en la resolución, que las partes se
pongan de acuerdo en la forma de cumplirlo o que, en un momento posterior, resulte
necesario acudir a la vía ejecutiva ante las reticencias del deudor. Para ello el solicitante
deberá utilizar los cauces previstos en el artículo 548 y concordantes de la Ley de
Enjuiciamiento Civil para pedir la ejecución en su sentido estricto.
h) Si el peticionario hubiese solicitado la ejecución desde el inicio del expediente y esa
decisión fuese ejecutoria en el Estado de origen, el iter se prolongará y el procedimiento
culminará en ella. Esta última fase (la de la ejecución propiamente dicha) habrá de
ajustarse a las previsiones de la Ley de Enjuiciamiento Civil y la parte contra la que se
dirija podrá oponerse a ella esgrimiendo los mismos motivos que podrían argüirse frente
a la ejecución de una decisión española (por ejemplo, justificando documentalmente el
pago o cumplimiento de lo ordenado en la sentencia).
5. Las causas de oposición al reconocimiento.
Tras una lectura de los preceptos que establecen los límites al reconocimiento en
el sistema europeo, puede diseñarse un esquema de análisis basado en tres grandes
apartados:
a) El dedicado a las causas de denegación que tienen por objeto proteger los intereses
esenciales del Sistema jurídico del Estado requerido.
b) El consagrado a las que tienen por finalidad garantizar una tutela judicial efectiva en el
espacio europeo.
c) El destinado a salvaguardar el régimen de competencia judicial internacional
establecido en el Reglamento.
5.1. Causas de denegación que tienen por objeto proteger los intereses esenciales
del Sistema jurídico del Estado requerido.
La primera causa que se enmarca en este apartado es la que se configura con
base en el orden público. La referencia a esta excepción constituye una válvula de
seguridad que se ha ido transformando gradualmente en una cláusula de estilo en este
tipo de instrumentos jurídicos. Concebida con carácter residual, cumple la finalidad de
dejar previsto lo difícilmente previsible. Ésta es, a nuestro juicio, la razón que inspira la
introducción de la fórmula en el articulado del Reglamento (y en muchos convenios) y
ésta es una de las claves hermenéuticas que han de manejarse a la hora de aplicarla. Páginas
atrás describimos al orden público como un instrumento destinado a salvaguardar la
homogeneidad y coherencia del Sistema del foro y, aunque subrayamos las variaciones
del concepto en el ámbito convencional e institucional, ahora es preciso hacer mayor
hincapié en ello. Efectivamente, si partimos de que la regulación de los institutos a los
que atiende se enraíza en unos principios estructurales y generales comunes a los
Estados miembros; si nos movemos en un esquema presidido por el valor de la
“confianza recíproca en la justicia dentro de la Comunidad”; si tomamos en consideración
que a todos ellos agradan las garantías procesales de las que disfrutan las partes; y si
recordamos que todo este edificio se ha arraigado en los firmes cimientos de un
consenso consolidado a lo largo de más de treinta años, resulta complicado imaginar
qué es lo que se puede oponer al orden público de un Estado miembro al reconocer la
sentencia pronunciada por los jueces de otro Estado miembro. Y, sin embargo, al
coronar la arquitectura de su edificio el Reglamento finaliza con una precaución
general: todo Estado miembro está legitimado para impedir que surta efectos jurídicos
en el foro una decisión que, de ser reconocida, introduciría unos resultados de
regulación manifiestamente inconciliables con unas premisas que, en atención a las
precauciones tomadas, no resultan fáciles de precisar. Por lo tanto, para entender la
función de esta reserva es preciso fijarse detenidamente en su redacción e indagar cuál
es su verdadero sentido.
Normalmente el orden público es concebido como un patrón referencial. Se
integra por elementos “metapositivos” del Sistema que se concretan en torno a los
principios estructurales del Ordenamiento y a los generales de cada institución. Este
marco de pautas inmanentes a la propia ordenación jurídica conforma una plantilla de
mínimos en cada Sistema. Pues bien, el orden público del primer numeral del artículo
34 del Reglamento no admite esa definición, ni en razón del contexto en el que se
formula ni con base en la redacción con la que se positiva. De acuerdo con su tenor, no
pueden contrastarse a su luz ni las normas que fundamentan el fallo ni los preceptos en
sentido, nuestra opinión se alinea con la de quienes entienden que no es necesario que la
decisión del foro sea cronológicamente anterior a la que se pretende reconocer. Y es
que, sea anterior o posterior, la decisión del Estado miembro entra en contacto con el
Sistema jurídico del foro cuando ya está desplegando todos sus efectos procesales la
sentencia dictada por sus propios Jueces. Además, si la causa de la litis hubiese sido la
misma en los dos procesos, o las demandas que los iniciaron eran acumulables, las
partes dispusieron de los mecanismos necesarios para evitar que se produjesen las dos
decisiones en pugna y, pudiendo utilizarlos, no los utilizaron. Pretender hacer valer la
sentencia anterior de otro Estado miembro, porque ahora resulte conveniente a los
intereses de una de las partes, no debe recibir amparo jurídico en cuanto expresa una
clara intención de fraude a la propia normativa del Reglamento. Y, finalmente, si las
demandas no pudieron acumularse ni fundar la excepción de litispendencia porque el
objeto del pleito ventilado en el foro quedaba excluido del ámbito de eficacia del
instrumento comunitario, resulta lógico que los Estados miembros preserven la
homogeneidad de sus Sistemas, impidiendo el juego de sentencias que resulten, total o
parcialmente, incompatibles con las que fueron dictadas por su jurisdicción y fueron
evacuadas en pleno respeto a las materias reservadas a la competencia del Derecho
comunitario.
Sin embargo, cuando el Reglamento se refiere a sentencias contradictorias
pronunciadas en Estados miembros distintos, o en uno de ellos en relación con la de un
tercer país no comunitario “cuando esta última resolución reuniere las condiciones
necesarias para su reconocimiento en el Estado miembro requerido”, entonces se exige que
se refieran a litigios en los que se haya dado identidad de partes, objeto y causa y se
hayan resuelto con anterioridad. La razón es fácilmente entendible. Cuando la parte
que se resiste al reconocimiento de una resolución dictada en un Estado miembro aporte
la sentencia del tercer país como causa de oposición, la jurisdicción requerida se
encontrará ante dos decisiones que pueden devenir sentencias propias y que llegan al
conocimiento del Sistema en el mismo acto. Es muy importante comprender el dato
temporal. Aunque tanto la resolución pronunciada en un país miembro como la dictada
en un tercer Estado, llegan simultáneamente al conocimiento del Juez, hay que tener en
cuenta que el orden lógico de análisis será estudiar primero la que fue dictada en primer
lugar en aplicación del principio prius in tempore. Al hacerlo, el Magistrado deberá
comprobar si cumple los requisitos necesarios para obtener el exequátur y, si los
cumple, deberá reconocerla, porque sus normas convencionales o autónomas así se lo
exigen. Una vez reconocida, la resolución del tercer país pasa a convertirse en una
sentencia española y los efectos en ella declarados o constituidos gozan de la fuerza de
cosa juzgada en España. Culminada esta fase pasará al examen de la segunda decisión;
verificará si existe una identidad de partes, objeto y causa con la otra y, de ser así, habrá
de llegar a la conclusión de que la sentencia del país miembro se ha pronunciado sobre
algo que ya era cosa juzgada en el Estado requerido en el momento de tomarla en
consideración. En cuanto a la eventual colisión entre resoluciones dictadas en dos
Estados miembros distintos la solución es la misma y el apoyo lógico idéntico.
5.2. Causas que tienen por finalidad garantizar una tutela judicial efectiva en el
espacio europeo.
El tratamiento de la rebeldía fue desarrollado al tratar del control de la
competencia que se realiza ex officio iudicis, por ser en aquella sede donde el Convenio
de Lugano y el Reglamento ponen su mayor énfasis a la hora de consagrar el derecho
del demandado a una tutela judicial efectiva. En las condiciones que fueron descritas,
resulta lógico presumir que en todo procedimiento llevado a cabo bajo la cobertura de
miembros se hubieren comprometido antes de su entrada en vigor, en virtud del artículo 59 del
Convenio de Bruselas, a no reconocer una resolución dictada en otro Estado contratante del citado
Convenio contra un demandado que tuviere su domicilio o su residencia habitual en un tercer
Estado cuando, en el caso previsto en el artículo 4 del citado Convenio, la resolución sólo hubiere
podido fundamentarse en un criterio de competencia contemplado en el apartado 2 del artículo 3
de dicho Convenio.”
Respetando el sistema inicialmente establecido en el artículo 59 del Convenio de
Bruselas, el Reglamento consagra una cláusula de cierre. El sistema responde al siguiente
planteamiento: un Estado miembro ha podido concluir un tratado con un tercer país
comprometiéndose a no reconocer las decisiones dictadas en otro Estado miembro cuando
se diesen dos condiciones: primera, que el demandado fuese residente o domiciliado en ese
otro Estado parte no comunitario y, segunda, que el Tribunal del Estado miembro del que
procede la sentencia hubiese conocido del litigio al único amparo de alguna de las
competencias exorbitantes de su Sistema, acogiéndose a lo dispuesto en el artículo 4 del
Reglamento
El Reglamento incorpora un segundo paso; al referirse a los compromisos
asumidos antes de su entrada en vigor parece incorporar una prohibición general,
impidiendo a los Estados miembros suscribir tratados particulares que “protejan” a los
residentes o domiciliados en otros países frente al sistema de reconocimiento
establecido entre los países europeos. Quedan vivos los que se hallen en vigor y el tema
se desplaza hacia la Comunidad: “El Consejo y la Comisión prestarán especial atención a la
posibilidad de emprender negociaciones encaminadas a la celebración de acuerdos
internacionales que permitan aminorar, respecto de las personas domiciliadas en territorio de
terceros Estados, las consecuencias del Capítulo III del Reglamento por lo que se refiere a las
resoluciones dictadas conforme a determinados criterios de competencia nacionales”324.
Efectivamente, en los nuevos instrumentos se puede detectar una serie de pequeños
índices reveladores del avance de la Comunidad por un camino definido y este es uno
de ellos. La lógica que se viene decantando es clara; se trata de integrar en un espacio
unificado a todas las jurisdicciones de los Estados miembros, organizándolas en torno a
un eje central de carácter casi federativo. Interesa básicamente culminar esa integración
ad intra; respetando la cooperación judicial que cada Estado miembro pueda mantener
con los terceros países. Ahora bien, alcanzado el punto en el que esa integración se
consolida, el legislador europeo quiere seguir potenciando la dinámica de unión y
comienza a establecer las bases para el trazado de una coordinación jurisdiccional de
cara al exterior. Se trata de potenciar una dimensión ad extra o auténticamente
internacional del sistema comunitario, cuyo proceso ha comenzado ya. La meta es
conseguir un sistema unificado para la recepción de las sentencias de terceros países en
el espacio europeo y unos mecanismos de cooperación jurídica internacional en materia
civil, que resulten comunes para todos los Estados miembros en sus relaciones con los
demás. De ahí que a través de diversos instrumentos se recorte cada vez más, con base
en la lealtad comunitaria, la capacidad de cada unidad integrante para organizar su
sistema de cooperación con los Estados no miembros.
324
Cfr. La Declaración sobre los artículos 71 y 72 y sobre negociaciones en el marco de la Conferencia de
La Haya de Derecho Internacional Privado, referente a las competencias externas de la Comunidad en un
ámbito determinado. Tomado de la nota al artículo 71 del Reglamento, en la Legislación básica de
Derecho internacional privado, Edición preparada por Borrás Rodíguez, Bouza Vidal, González Campos
y Virgós Soriano. Madrid 2007 pág. 162.-
CAPITULO X
PERSONALIDAD JURÍDICA, CAPACIDAD JURÍDICA Y
CAPACIDAD DE OBRAR.
INTRODUCCIÓN.
La expresión externa de una intención personal o de una pretensión compartida,
efectuada por uno o más sujetos capaces, puede ser fuente de creación, modificación o
extinción de relaciones de derecho. Los Ordenamientos reconocen la potencialidad creativa de
la voluntad de los particulares para constituir relaciones jurídicas válidas a través de esas
manifestaciones. Para ello regulan el modo en el que pueden establecerse los vínculos,
ordenan el marco de su regulación y las confieren una protección concreta. El
matrimonio, el divorcio por mutuo consenso, la adopción, la emancipación por concesión
paterna, las donaciones, los testamentos o los contratos, entre otras, constituyen la
traducción legal de esas expresiones unilaterales o sinalagmáticas del consentimiento.
Al establecerlas es preciso observar los requisitos que determina el Sistema
competente como condiciones para reconocerlas y amparar su existencia. Cada
Ordenamiento articula un conjunto de disposiciones que delimitan el perímetro en el que
puede moverse esta libertad, diseñando el marco de exigencias que han de observarse
para crear verdaderas relaciones de derecho y prescribiendo el régimen concreto al que
quedan sometidas. Dentro de ese conjunto normativo, pueden distinguirse tres grandes
grupos:
a) El que se refiere a la aptitud de los protagonistas para poder configurarlas;
(personalidad jurídica, capacidad de obrar, capacidades especiales).
b) El que atiende al modo en el que ha de conformarse el negocio; (formalidades a las
que ha de ajustarse la manifestación externa de la voluntad para poder producir efectos
de modo identificable y eficaz).
c) El que afecta a la sustancia del asunto, ordenando el conjunto de condiciones
exigidas para poder establecer la relación de derecho, así como diseñando el esquema
de derechos y deberes que se derivan del establecimiento de cada situación o relación
concreta.
El primero comprende las normas que fijan las características personales que
han de reunir los sujetos para que sus manifestaciones puedan resultar jurídicamente
“Extranjería e inmigración en España”, Madrid 2006, págs. 24-27 resumiendo las tesis expuestas en mis
“Ensayos de teoría general del Derecho internacional privado”, Madrid 1997 (passim); he mantenido
que “a partir de la estatutaria holandesa, (la extranjería) representó un prius lógico del conflicto de leyes,
pero se configuraba como un sector que se diferenciaba técnicamente del Derecho internacional privado.
Su objeto y fundamentación eran distintos, pero era difícil abordar los problemas de tráfico externo sin
partir de las premisas que suministraban las normas relativas a la condición del extranjero en el foro” y
añadía “El derecho de extranjería servía para establecer, el conjunto de condiciones y cargas a los que
quedaba sometido un no ciudadano en el territorio del Estado, así como para determinar el conjunto de
derechos y libertades de que podía disfrutar, según su grado de arraigo. El Derecho internacional
privado, propio sensu, limitaba sus funciones a la determinación de los casos en los que se debía aplicar
una ley extranjera en el foro y a la concreción de los supuestos en los que la ley del foro debía aplicarse
extraterritorialmente”.-
330
Pérez Vera “Derecho internacional privado. Parte especial” Madrid 1980 pág. 137 y “Derecho
internacional privado” Vol. II , Madrid 1998 pág. 32, donde acertadamente entiende que “Atributo o
cualidad esencial e inmediata de la persona, la capacidad jurídica es, pues, una consecuencia ineludible
de la personalidad que pertenece a todo ser humano, en razón de su misma dignidad”.-
331
Instrumento de ratificación de España de 13 de abril de 1977; B.O.E. de 30 de abril de 1977.-
332
Nacionalidad, vida, integridad, intimidad, honor y, en general, todos los que son inherentes a su
cualidad de ser humano y que se hallan reconocidos en lo textos internacionales y en los Ordenamientos
nacionales
333
Así lo apunta Aguilar Benítez de Lugo en “Lecciones de Derecho civil internacional” Madrid 199 pág.
34; y Esplugues e Iglesias en “Derecho internacional privado” Valencia 2008 escriben en la página 257
“...los diversos criterios utilizados para su concreción –nacimiento, domicilio, residencia habitual- se
refieren directamente a la persona del nacido, sujeto respecto del que, precisamente, se está
cuestionando su condición misma de persona titular de derechos y obligaciones”.
334
Esplugues Mota e Iglesias Buhigues en loc.cit. en nota anterior, ibidem.
342
Sobre este aspecto véase Abarca Junco y Vargas Gómez-Urrutia “El artículo 17.1C) del Código Civil.
¿Mecanismo de lucha contra la apatridia o un “nuevo” modo de adquisición voluntaria de la nacionalidad
española?” en Revista electrónica de estudios internacionales, 2007 págs.1-26.-
343
Cfr. en especial sus artículos 18, 19, 20, 28, 32 y 33.-
344
La Constitución constituye el vértice del sistema jurídico y en Ella se encuentran las claves de
inspiración y los límites que han de observarse a la hora de construir todo el ordenamiento incluido su
sistema de Derecho internacional privado. Cfr. Espinar Vicente “Constitución, desarrollo normativo y
Derecho internacional privado” en REDI 1985 págs.
345
Cfr. Espinar Vicente “Derecho internacional privado” Madrid 2002 pág. 68.-
346
Cfr. Pérez Vera “Derecho internacional privado. Parte especial” Madrid 1980 pág. 139.-
347
Cfr. el capítulo 7 de este Tratado elemental...; y Espinar Vicente “Extranjería e inmigración en
España” Madrid 2006 págs. 53-100.-
348
El Convenio de 5 de septiembre de 1980 sobre la ley aplicable a los nombres y apellidos incluye la
misma norma de conflicto (B.O.E. de 19 de diciembre de 1989).-
349
Para matizar esta afirmación en el escenario de la integración Véase Sentencia del Tribunal de Justicia
de las Comunidades de 2 de octubre de 2002 y la Resolución de la Dirección General de los Registros de
23 de mayo de 2007. Sobre este aspecto véase Espulgues e Iglesias en “Derecho internacional privado...·
cit. págs. 267-268.-
350
Nótese que la opción por la inversión de los apellidos condiciona el orden al que habrá de ajustarse el
de los nacidos posteriormente con la misma filiación. Aunque al llegar a la mayor edad los interesados
pueden solicitar la alteración de esa distribución por un procedimiento sencillo. (Cfr. artículos 109 del
Código Civil, 55 de la Ley registral y 198 del Reglamento del Registro).-
351
El nombre del adoptado será estudiado en el epígrafe correspondiente a esta institución.-
352
B.O.E. de 18 de enero de 1977.-
353
B.O.E. de 10 de junio de 1988.-
354
En nuestro país los Encargados de los Registros Civiles.-
355
BB.OO.EE. de 21 y 22 de julio de 1994.-
356
La obligación se limita a la comunicación de este extremo a los registros de los Estados signatarios
(Alemania, Austria, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo, Países Bajos, Portugal y Turquía) y puede
subordinarse a la condición de que se refiera a un nacional del Estado destinatario.-
357
Cfr. Artículo 14 de la Constitución.-
358
Nótese que en este tópico existen especialidades de tratamiento en los Derechos forales.-
359
Cfr. el Convenio relativo a la constatación de ciertas defunciones, hecho en Atenas el 14 de
septiembre de 1966 (B.O.E. 22 de marzo de 1980).-
360
Consideramos que las declaraciones de ausencia constituyen, prima facie, resoluciones constitutivas de
un estado civil especial, aunque sería preciso matizar esta afirmación en un sentido paralelo al que
sigueAlbadalejo. Entendemos que el ausente legal posee un estatuto civil nuevo en el círculo jurídico del
que su desaparición le ha desvinculado, sin perjuicio de que pueda detentar un estado civil normal en el
medio socio-jurídico al que se halle vinculado de seguir vivo.-
361
Véase más adelante la sección dedicada a la jurisdicción voluntaria y, en general, Espinar Vicente
“Derecho procesal civil internacional” Madrid 1988 págs. 199 y ss.-
362
Subrayamos el dato que no medie contienda para descartar las conexiones retenidas en el numera
segundo del citado artículo 22 de la Ley Orgánica del Poder Judicial. Al no haber partes no puede existir
ni demandado ni sumisión. En el proceso contencioso hay litigio, partes, acción, demanda, jurisdicción,
juzgador y sentencia, en la jurisdicción voluntaria sus elementos correlativos serían: negocio,
participantes, pedimento, solicitud, atribución, funcionario judicial y resolución o acuerdo. Sobre esta
base resulta imposible la actuación de dichos foros. Cfr. Alcalá Zamora “Estudios de Teoría General e
Historia del Proceso” México 1974, en especial pág. 162.-
a) La ley rectora de las causas que pueden dar lugar a constituir legalmente la ausencia o
el fallecimiento de una persona.
b) La ley aplicable a la determinación de los efectos de esa declaración.
En nuestro Derecho interno y en lo que respecta a la primera cuestión, estas
dos transformaciones de la situación jurídica del individuo se producen con base en
la mera comprobación de si se dan o no las circunstancias objetivas que exigen los
artículos 183 del Código Civil (para la ausencia) y el 193 y 194 (para el
fallecimiento). Si se tiene en cuenta que tales causas se refieren exclusivamente al
lapso de tiempo transcurrido entre las últimas noticias del sujeto y la total ausencia
de ellas, se entenderá mejor la norma de competencia y su relación con la del
conflicto de leyes. Los jueces del lugar de la última estancia, al ser los más próximos
al suceso, resultan los más aptos para determinar los márgenes que diferencian una
desaparición accidental de una ausencia sin esperanzas de retorno a corto o medio
plazo. Entendida así la norma de competencia del artículo 22.3º de la Ley Orgánica
del Poder Judicial, se puede deducir en su base el precepto de atribución encubierto
en ella. Si la directriz de política legislativa que inspira la asunción de la jurisdicción
es la descrita, habrá de colegirse que, en pura lógica, la ley del foro es la más apta
para indicarnos si la duración de esa desaparición es suficiente como para concluir
que se trata de una ausencia o un fallecimiento en sentido jurídico estricto. Se
establece así una rígida correlación forum y ius y el expediente se tramitará
íntegramente con base en la ley española. La labor del Juez consistirá en examinar si
han acaecido realmente los hechos concretos que se toman en consideración en los
artículos 183, 193 y 194 del Código, porque ellos son los que toman en cuenta las
características de las desapariciones que se producen en nuestro medio socio-
jurídico. La comprobación de esas circunstancias sólo la puede realizar el Magistrado
a través de los cauces que ordenan su actividad. Por consiguiente, establecida la
competencia queda indicado el Derecho aplicable y la ley rectora del expediente, en
cuanta normativa que faculta al órgano interviniente para la adopción de cuantas
medidas de averiguación e investigación pueda considerar pertinentes.
Es cierto que podría haberse optado por la ley nacional del desaparecido y
reservar la jurisdicción española para las declaraciones que afectasen a nuestros
ciudadanos; solución que hubiese permitido agrupar este tópico en torno al eje global
del estatuto personal. Sin embargo la opción de dar competencia a las autoridades del
medio socio- jurídico del que se ha desvinculado el sujeto, constituye una alternativa
coherente que, tal vez, ofrezca mayores ventajas363.
4.2. Los efectos extraterritoriales de las resoluciones en materia de fallecimiento.
Como veremos en el epígrafe correspondiente a la jurisdicción voluntaria,
nosotros entendemos, siguiendo parcialmente a Alcalá-Zamora364, que los negocios
-y no juicios- que en estas actuaciones se ventilan no se resuelven a través de
sentencias sino de “resoluciones”; y que estas resoluciones constituyen documentos
con fuerza ejecutiva, cuyo juego es similar al de otros instrumentos notariales o
administrativos de análogo carácter, capaces de engendrar derechos a favor de
363
Esta tesis fue defendida en nuestro “Derecho procesal civil internacional” Madrid 1988 págs. 214-215
y matizada más adelante en la edición de 1993 pág. 225. Hoy en día, sin descartar radicalmente esta
hipótesis, entendemos acertada la regulación vigente.-
364
Cfr. Alcalá Zamora y Castillo “Orientaciones para una reforma del enjuiciamiento civil cubano” en
“Ensayos de Derecho procesal”, Buenos Aires 1.944 pág. 128.-
371
La emancipación por matrimonio será estudiada en el capítulo correspondiente a esta institución.-
372
En la sistemática del Código Civil el término emancipación engloba todas las vías de acceso a la
capacidad de obrar general; el artículo 314 dispone que tiene lugar “1º Por la mayor edad. 2º Por el
matrimonio del menor. 3º Por concesión de los que ejerzan la patria potestad. 4º Por concesión
judicial”.-
373
El artículo 286 del Código Civil somete a curatela al emancipado por fallecimiento de los padres o
causas que impidan el ejercicio de la patria potestad y al que hubiese obtenido el beneficio de la mayor
edad.
374
Cfr. en general Ávila Álvarez, P. “Estudios de Derecho Notarial” Valencia 1952 págs. 55 y ss.-
377
En la reforma llevada a cabo por la Ley 13/1983, desapareció la interdicción civil como pena
accesoria.
Capítulo II del Libro IV de la Ley Rituaria se ventilan por los cauces del juicio
verbal, segundo de los procesos ordinarios contemplados en esta Ley. Se trata de un
procedimiento típicamente contencioso en el que existen partes, por lo que podría
establecerse la jurisdicción internacional con base en la sumisión de ambas o en el
domicilio del presunto incapaz (auténtico demandado), tal y como preceptúa el
citado artículo 22.2º. Es verdad que el artículo 54.1 in fine de la Ley de
Enjuiciamiento dispone que “Tampoco será válida la sumisión expresa o tácita en
los asuntos que deban decidirse por el juicio verbal”. Una vez más, el problema que
suscita este inciso es el de calibrar si la indisponibilidad de un fuero a nivel interno
resulta o no proyectable sobre el tráfico privado internacional y, en esta caso
concreto, cuáles serían las bases para sustentar una u otra posición. Tal vez, la duda
inicial con la que se plantea el pleito permita anular el juego de la prorrogatio fori,
sin necesidad de responder a la pregunta clave378. Y es que la incertidumbre sobre las
facultades del sujeto para autogobernarse descartarían la propia posibilidad de
convenir una sumisión válida, ya fuese de forma expresa o tácita. En cambio la
exclusión del domicilio del demandado no está tan clara. Es cierto que domicilio y
residencia habitual pueden y suelen coincidir, pero desde luego no constituyen
términos sinónimos. Ahora bien, la concreción del término “domicilio” debe
realizarse en función de la naturaleza del caso al que deba aplicarse como conexión
y, en los supuesto relativos al estado civil de las personas, lo lógico es que su
determinación se corresponda con la definición contenida en el inciso primero del
artículo 40 del Código Civil, donde se asimila el domicilio a la “residencia habitual”.
La existencia en nuestro país de un domicilio electivo para el desarrollo de
determinadas actividades del presunto incapaz puede determinar la competencia de
nuestra jurisdicción, pero en este caso la intervención judicial se sustentaría más
correctamente sobre la base que ofrece el numeral quinto del citado artículo 22 de la
Ley Orgánica del Poder Judicial, referido a la adopción de las medidas cautelares que
pudieran estimarse necesarias. En efecto, si ese domicilio está fijado única y
exclusivamente para estipular el lugar donde se responde de una determinada
obligación, ha de entenderse que la jurisdicción que en su base se determina, sólo se
extiende al conocimiento de ese aspecto concreto de la actividad jurídica del sujeto.
Se trata de un domicilio sectorial y, como tal, sólo permite actuaciones en relación
con el negocio para el que se hubiese establecido. Por lo tanto el Juez sólo podrá
adoptar las medidas cautelares que las sospechas de incapacidad requiriesen, en lo
referente a ese aspecto específico.
Ahora bien, tales medidas provisionales sólo pueden adoptarse “respecto de
personas o bienes que se hallen en territorio español y deban cumplirse en España”
379
; por lo tanto, siempre procederá la intervención preventiva sobre los bienes del
presunto incapaz que se hallen en nuestro país, pero nada más. Únicamente resulta
posible actuar sobre la capacidad del sujeto, a través de medidas cautelares, cuando
éste se encuentre en España ya sea de manera estable o accidental. En el primer caso
se configuraría la situación de domicilio-residencia habitual que fundamentaría la
competencia internacional de nuestra jurisdicción para seguir todo el iter que lleva a
la constitución de la incapacidad; y, en el segundo, sólo procedería la actuación
cuando las enfermedades o deficiencias de carácter físico o psíquico exigiesen una
378
Cfr. nuestra posición contraria a su extrapolación en el capítulo VIII de este “Tratado Elemental...”
págs 348-349.-
379
Cfr. Capítulo VIII de este “Tratado elemental...” págs 363 y ss.-
380
Estamos de acuerdo con los profesores Fernández Rozas y Sánchez Lorenzo cuando escriben que “...el
sentido de esta norma no era, propiamente, designar la ley de la residencia habitual, sino declarar la
aplicabilidad de la ley española a dichas medidas haciendo coincidir forum y ius, con independencia de la
nacionalidad del incapaz y en razón de la propia urgencia de tales medidas. Cfr. Fernández Rozas y
Sánchez Lorenzo “Derecho internacional privado” Madrid 2004, pág. 312.-
381
Cfr. artículos 32 y 200 del Código Civil en su versión anterior. El catalogo incluía, locura, demencia o
imbecilidad, sordomudez, prodigalidad e interdicción civil.-
382
Véase Pérez Vera, E. “Derecho internacional privado...” cit. pág. 169.-
383
Aunque el artículo 9.1 y el 9.6 del Código Civil llevan al mismo resultado, no creemos que la
norma de conflicto aplicable sea la contendida en el párrafo sexto de dicho artículo noveno, pues
entendemos con Fernández Rozas y Sánchez Lorenzo que la incapacitación en sí misma no es una
medida de protección al incapaz, sino una decisión que declara un estado civil de la persona: el de
incapacidad. Cfr. Fernández Rozas y Sánchez Lorenzo en loc.cit. en nota 53 pág. 311.-
384
Así como el reconocimiento del guardador de hecho, cuestión a la que nos referiremos más adelante.-
385
De ahí que Grieder Machado en Aguilar Benítez de Lugo y otros “Lecciones de Derecho civil
internacional” op. cit. pág. 59, subraye la íntima correlación entre forum y ius que aprecia en la Sentencia
de la Audiencia Territorial de Barcelona de 14 de mayo de 1979.-
386
Escribía Fernández Rozas que “En lo que no cabe duda es que la ley nacional se admite para la
regulación de la representación del ausente, aunque con las limitaciones establecida en el Derecho
español que tengan carácter de leyes de policía” Cfr. González Campos “Derecho internacional privado.
Parte especial. Derecho Civil internacional” Madrid UAM, 1983 pág. 3.26. Véase también Fernández
Rozas y Sánchez Lorenzo “Derecho internacional privado” Madrid 2004 pág. 314.-
387
Cfr. el Comentario de Remiro Brotons al artículo 10.11 del Código Civil en Albadalejo “Comentarios
al Código Civil y compilaciones forales” Jaén 1979, págs. 374-378 y Fernández Rozas en “Comentarios
al Código Civil” Ministerio de Justicia, Madrid 1991 págs. 133 y ss.-
388
Para entender el alcance de esta afirmación basta con reflexionar sobre el segundo inciso del artículo
188 de Código Civil: “Si se presentase un tercero acreditando por documento fehaciente haber adquirido,
por compra u otro título, bienes del ausente, cesará la representación respecto de dichos bienes, que
quedarán a disposición de sus legítimos titulares”
389
Es cierto que una cosa es aceptar que las facultades del representante son las que le confiere “la ley
reguladora de la relación jurídica” y otra muy distinta es que nazcan de la “ley en cuya base se haya
constituido la relación jurídica”; pero creemos que la representación legal del ausente surge de la
“situación” jurídica constituida como ausencia; en definitiva el papel que se le atribuye es el de un
defensor- administrador más que el de un representante, hasta el punto de que el artículo 185 del Código
aproxima el régimen jurídico de la representación dativa al de la tutela, declarando aplicables los
preceptos que “...se adapten a su especial representación”.-
CAPITULO XI
FORMA DE LOS ACTOS Y ADMINISTRACIÓN PÚBLICA DEL
DERECHO PRIVADO
I. LAS FUNCIONES DE LA FORMA Y SU RÉGIMEN JURÍDICO EN
DERECHO INTERNACIONAL PRIVADO.
1. Concepto y funciones de la forma de los actos y negocios jurídicos.
La forma podría ser descrita como el protocolo externo al que ha de ajustarse el
proceder de los sujetos para dotar de validez y eficacia a las situaciones o relaciones
jurídicas que pretendan constituir. Sin embargo, esta primera descripción es incompleta
y no debe hacernos olvidar que su auténtico objetivo radica en dotar de garantías al
negocio. Por esa razón no debe identificarse exclusivamente con la fisonomía exterior
del acto ni tampoco con la envoltura que conforma su apariencia visible. La forma no
sólo constituye el vehículo del que dispone la voluntad interna para expresar hacia fuera
sus decisiones, sino que resulta el mecanismo apropiado para hacer aflorar el auténtico
contenido del acto o negocio, probar su existencia, garantizar las legítimas expectativas
de los terceros y, en su caso, controlar el cumplimiento de las condiciones de fondo. Por
consiguiente, las cuatro funciones esenciales que puede cumplir son las siguientes:
En primer lugar la de probar la existencia y contenido del negocio. Si Ticio
pregunta a Cayo: Spondes mihi centum dare? Y Cayo responde: Spondeo!, pocos
dudarían en afirmar que Cayo y Ticio han realizado un negocio jurídico y no cabe duda
de que llevarían razón. Pero en el caso de que la escena descrita hubiese tenido lugar sin
la presencia de ningún testigo y sin que los sujetos hubiesen realizado ninguna
formalidad que les permitiese probar la realidad de esa ceremonia, entonces podrían
suscitarse una serie de problemas. Transcurrido el tiempo, Cayo puede afirmar que la
conversación no tuvo lugar o que sólo se comprometió a entregar cincuenta. Si ambos
compareciesen ante un Juez para dirimir su controversia, el juzgador sólo dispondría de
la palabra de uno frente a la del otro. Esta es una de las razones por las que se exige
observar ciertas solemnidades en la constitución de determinados negocios. Desde esta
perspectiva, la forma constituye el continente en el que se halla explícito el tenor y
alcance exacto de lo manifestado por los sujetos. En realidad aquí la noción de forma se
identifica con la de prueba. Probablemente Cayo y Ticio dieran vida a una relación
obligatoria plenamente válida, pero no la dotaron de efectividad y, en consecuencia, su
falta de eficacia enervaría su carácter contractual, reduciéndola a la categoría de mero
pacto. Para impedir que esto ocurra los Ordenamientos prescriben la observancia de ciertos
comportamientos protocolarios en el actuar de los sujetos. En Derecho internacional
privado el problema se suscita en determinar a qué legislación deben ajustarse los
sujetos para dar cumplimiento a esta exigencia.
En segundo lugar, tiene la misión de servir de soporte a la prestación del
consentimiento. Resulta obvio que el consentimiento únicamente puede manifestarse a
través de las expresiones externas que lo representan. También resulta claro que se
El Sistema no requiere de ninguna forma Basta cualquier medio de prueba admitido en Derecho. (Testigos o
o solemnidad especial para dotarles de confesión, por ejemplo) para acreditar la existencia del acto, en caso de
validez o eficacia. que fuese necesario.
Incorporan las funciones de “También deberán hacerse constar por escrito, aunque sea privado,
acreditar el contenido de la los demás contratos en que la cuantía de las prestaciones de uno o de
Formas manifestación de voluntad y los dos contratantes exceda de 1.500 pesetas” [Artículo 1.280 del
la existencia delconsentimiento. Código Civil, último inciso]
ad
probationem
Se integran con los “Para su validez, las capitulaciones habrán de constar en escritura
requisitos sustanciales y pública” [Artículo 1.327 del Código Civil]
Formas determinan junto a ellos la
validez o invalidez del
ad acto o negocio.
validitatem
cumplimiento u omisión.
A la vista de estas consideraciones, resulta más fácil identificar los tres grandes
problemas que suscita la forma en Derecho internacional privado:
a) El de saber si existe una Ley vinculada a la sustancia de la situación o relación
jurídica que pretende constituirse, que exija imperativamente una determinada
forma como requisito sine que non para reconocer la validez del acto jurídico que
pretende otorgarse.
b) Una vez despejada la primera incógnita, la siguiente cuestión estriba en
determinar si puede instrumentalizarse la forma exigida; con base en una ley
distinta a la que rige el fondo del negocio.
c) Finalmente, en el caso de las formas rigurosamente constitutivas, se trata de
establecer el régimen al que quedan sometidos los actos de jurisdicción voluntaria
en Derecho internacional privado.
La norma que se ocupa de regular, con carácter general, estos aspectos se halla
contenida en el artículo 11 del Código Civil cuyo primer párrafo dispone que “Las
formas y solemnidades de los contratos, testamentos y demás actos jurídicos se regirán por
la ley del país en que se otorguen. No obstante, serán también válidos los celebrados con
las formas y solemnidades exigidas por la ley aplicable a su contenido, así como los
celebrados conforme a la ley personal del disponente o común de los otorgantes.
Igualmente serán válidos los actos y contratos relativos a bienes inmuebles otorgados con
arreglo a las formas y solemnidades del lugar en que éstos radiquen”. La redacción del
artículo 11, en su conjunto nos parece relativamente desordenada, repetitiva, imprecisa
y confusa, por las razones que se irán exponiendo a lo largo de este capítulo. Sin
embargo, a pesar de ello, entendemos que cumple adecuada y satisfactoriamente su
función una vez que se aplica a su lectura la hermenéutica apropiada.
3. La Ley aplicable a la forma de los actos jurídicos que requieren una
determinada solemnidad para su validez.
Como se ha podido constatar, lo más importante en materia de forma es evaluar si
el acto que se pretende otorgar (o que ya ha sido otorgado) está sometido a una
determinada solemnidad para resultar válido, si precisa de algún requisito especial para
su eficacia o si, por el contrario, se trata de un simple negocio de carácter informal. En
los dos primeros casos debe darse un paso más para concretar cuál es el tipo de
formalidad que ha de cumplirse o para saber cuál es el modelo de solemnidad al que
hubiese debido sujetarse el disponente para producir el resultado deseado. Para despejar
esta incógnita -en sede de nuestra disciplina- caben tres caminos:
a) Entender que las formas que corresponden a cada acto jurídico concreto son las
que determina la lex fori.
b) Considerar que son las que establece la ley reclamada por la norma de conflicto
del foro atinente a la forma.
c) Finalmente, pensar que fondo y forma no deben disociarse en el caso de que la
existencia del negocio dependa de la observancia de una determinada solemnidad
a la luz de la ley rectora de su contenido.
La identificación de la alternativa por la que se opta reviste un carácter
prioritario. En nuestro Sistema jurídico una de las soluciones se halla en el segundo
numeral del artículo 11 del Código Civil: “Si la ley reguladora del contenido de los
actos y contratos exigiere para su validez una determinada forma o solemnidad, será
siempre aplicada, incluso en el caso de otorgarse aquéllos en el extranjero”. Este es a
nuestro juicio el precepto clave. En él se desarrolla la tercera de las posibilidades
apuntadas de un modo parcial; y se opta por dar un tratamiento diferenciado a las
formas ad validitatem. Será la ley aplicable a la sustancia de la situación o relación
jurídica que se pretenda o se haya pretendido constituir la que habrá de aplicarse para
comprobar si el acto o negocio contemplado está sometido a algún tipo de solemnidad
específica para poder cobrar vida en Derecho. Por lo tanto constituye la piedra angular
de toda la regulación. Pero su redacción no es clara.
A nuestro modo de ver lo que quiere decir este inciso es lo siguiente: para que
resulten válidos en España los contratos, testamentos y demás actos jurídicos que se
constituyan o pretendan hacerse valer en nuestro país, es necesario que el disponente u
otorgantes ajusten su forma a las exigencias de la Ley aplicable al fondo del negocio –
es decir, la que determinen nuestras normas de conflicto-, aunque los requisitos o las
solemnidades observadas hubiesen satisfecho lo exigido por otra Ley distinta (incluida
la española). Esta condición no puede enervarse alegando que tales negocios se
constituyeron en un país extranjero cuyo Sistema estimaba suficiente la forma adoptada,
aún en el caso de que nuestro Ordenamiento también la considerase bastante o se
hubiese remitido a ellos a través de sus normas de conflicto. Analicemos paso a paso el
significado de la disposición y de la interpretación propuesta.
En primer lugar, entendemos que su supuesto de hecho se refiere a dos cosas
distintas. De un lado está regulando la forma de los actos de tráfico externo que se
otorguen en España y, de otro, se está refiriendo a las exigencias formales que han de
revestir los negocios celebrados en el extranjero para resultar válidos en nuestro
Sistema. En cuanto regulación de la forma, introduce una excepción en la norma general
de su primer párrafo que acaba convirtiéndose en la regla básica 390. Nuestro sistema de
Derecho internacional privado no permite obviar ninguna forma o solemnidad que la lex
substantiae del negocio haya establecido como condición sine qua non de validez. El
disponente o los otorgantes no pueden ampararse en la Ley española como lex loci
actum, lex auctor o lex personae, para evadir el cumplimiento de una formalidad
considerada esencial para el nacimiento de la situación o relación jurídica por la ley que
haya de regular su contenido (que será siempre la que determinen nuestras normas de
conflicto). En cuanto a su segunda dimensión destaca su coherencia. Si el requisito no
puede ser soslayado cuando el acto se otorga en España, tampoco podrá eludirse cuando
se otorgue en el extranjero. Ahora bien, al referirse a este punto, la norma cambia de
enfoque. Ya no está pensando en la constitución del negocio en España; ahora piensa en
el reconocimiento de un negocio constituido fuera de España y establece para ello una
pauta de control: si no es válido a la luz de la ley que regula su contenido, no puede
resultar válido en nuestro Sistema y, en consecuencia, no será reconocido. De ahí la
referencia:”...incluso en el caso de otorgarse aquéllos en el extranjero”.
Hemos señalado en cursiva las referencias a la validez, por cuanto es a lo que se
refiere estrictamente la disposición en análisis. En ella no se alude a los requisitos de
eficacia y no hay ninguna referencia a las formas ad probationem o ad solemnitatem. El
390
Cómo tendremos ocasión de ir viendo, lo que resulta fundamental en Derecho internacional privado, en
relación con la forma, es la determinación de su incidencia sobre el fondo. En todos los actos o negocios
cubiertos por la libertad formal que caracteriza los Sistema modernos, el problema de ley aplicable se
relativiza. Las formas que no tengan un carácter ad validitatem o ad substantiam pueden incidir sobre la
eficacia y alcance del negocio constituido, pero difícilmente sobre su existencia. Por lo tanto su interés
jurídico se minimiza-
numeral dos del artículo 11 del Código Civil concierne exclusivamente a las formas ad
validitatem, es decir, a las exigidas como una condición más para el perfeccionamiento
del negocio y, por lógica extensión, a las que hemos denominado ad substantiam dado
su carácter constitutivo391. En este sentido el desorden al que aludimos se relativiza. El
primer numeral del precepto estudiado se refiere a aquellas formas que puedan
distinguirse clara y netamente, tanto de la economía interna del negocio, como de su
publicidad; o dicho de otra manera, que no se conformen como parte integrante de su
sustancia, ni se agreguen a ella para ampliar sus efectos, como sería el caso de las
inscripciones registrales. Así pues, el numero dos de la disposición en análisis concreta el
alcance del supuesto de hecho de su numeral primero, estableciendo una norma de
conflicto específica para las formas de carácter sustancial.
Una vez determinado este extremo, el paso siguiente estriba en concretar cuándo
la forma afecta directamente la validez del acto y no a otro de sus efectos relevantes,
desde la perspectiva española como lex fori. En buena lógica ha de deducirse que sólo
resultan de obligada observancia aquellos requisitos formales que actúen directamente
sobre la existencia del negocio, pero no aquellos otros que se limiten a operar sobre su
efectividad. La exigencia por la ley rectora del fondo de una forma ad solemnitatem, que
sólo atañese a la eficacia del acto, permitiría otorgarlo en España o en el extranjero sin
cumplimentar ese requisito y sin que su inobservancia perturbase la validez formal de
dicho acto, a condición de que en su otorgamiento se hubiese respetado lo exigido por
cualesquiera de los Ordenamientos a los que remite el artículo 11.1 del Código. Para
que las obligaciones del negocio subyacente resulten plenamente exigibles en nuestro
Sistema jurídico bastará con que el acto sea válido a la luz de la lex substantiae y eficaz
al amparo de lo establecido en cualquiera de las leyes enumeradas en la disposición
citada.
Veamos el alcance de esta diferencia con base en la dimensión interna de nuestro
Sistema jurídico. El artículo 57, en relación con el 73 del Código Civil, establece que
los contrayentes han de prestar el consentimiento ante una autoridad pública y en
presencia de dos testigos mayores de edad, como requisito ineludible para que resulte
válida la relación matrimonial; “Es nulo, cualquiera que sea la forma de su
celebración: (...) 3º El que se contraiga sin la intervención del Juez, Alcalde o
funcionario ante el que deba celebrarse392, o sin la de los testigos” (artículo 73 del
Código). La ausencia de esta solemnidad enerva la validez del acto. Se trata de una
forma ad validitatem cuya omisión impide el nacimiento de la relación jurídica
matrimonial en el Ordenamiento español393. Si las partes prestan con posterioridad su
consentimiento ante un funcionario y dos testigos, no es que perfeccionen un
matrimonio que nunca ha existido; lo que están realizando es un acto jurídico ex novo
del que se derivan efectos ex nunc. En cambio, si observamos el funcionamiento de los
artículos, 1.254, 1.278, 1.279 y 1.280 del Código Civil, referentes a los contratos,
veremos cómo la cuestión de la forma incide de manera muy diferente. El último de los
391
Con ello no queremos decir que suplan la voluntad y se erijan en el único elemento del negocio en los
viejos términos del “forma dat esse rei”.-
392
Hay que matizar esta afirmación poniéndola en relación con lo establecido en el artículo 53 del
Código: “La validez del matrimonio no quedará afectada por la incompetencia o falta de nombramiento
legítimo del Juez, Alcalde o funcionario que lo autorice, siempre que al menos uno de los cónyuges
hubiese procedido de buena fe, y aquéllos ejercieran sus funciones públicamente”.-
393
Nótese que el artículo 78 establece que “El Juez no acordará la nulidad de un matrimonio por defecto
de forma, si al menos uno de los cónyuges lo contrajo de buena fe, salvo lo dispuesto en el numero 3 del
artículo 73”.-
que establezca el Ordenamiento jurídico del lugar en el que operen. Estas actuaciones
pueden consistir básicamente en adoptar por sí mismos una serie de precauciones
destinadas a probar la existencia y contenido del acto, o bien en el recurso a la
intervención de una autoridad pública que acredite la autenticidad de sus
manifestaciones de voluntad. Si se escoge la primera vía y se desborda el marco
establecido por el Sistema jurídico del lugar en que se opera, resulta lógico que se
despierten recelos sobre la auténtica intención del otorgante. En consecuencia se
establece una disposición que sitúa las coordenadas de la libertad formal en la ley del
lugar donde se realice el acto jurídico de que se trate, por ser ésta la que manifiesta una
mayor proximidad con el momento en el que se ejercita la libertad para conformar el
acto desencadenante de la situación o relación que se pretende configurar. Si se escoge
la segunda alternativa, será la ley que gobierne la actividad del fedatario local al que se
acuda la única que pueda aplicarse a la constitución del acto; Ordenamiento que, como
es lógico, coincidirá con la ley del lugar donde se otorgue, a no ser que se recurra a
funcionarios diplomáticos o consulares de otro país para protocolarizarlos. En
consecuencia la fórmula locus regit actum satisface razonablemente las necesidades de
regulación en la mayoría de los casos. El legislador español la adopta y el primer inciso
del artículo 11 establece una norma de atribución de construcción muy sencilla “Las
formas y solemnidades de los contratos, testamentos y demás actos jurídicos se regirán por
la ley del país en que se otorguen” 394.
Ahora bien, en Derecho internacional privado, la utilización de criterios
fundados en la “desformalización negocial” lo que hace es trasladar los verdaderos
problemas de regulación a una fase ulterior al otorgamiento del acto. Las cuestiones a
resolver se suscitan a partir del momento en el que el sujeto pretende que se le
reconozca en el foro la existencia, eficacia y validez del negocio jurídico realizado a
través de la forma utilizada en un país extranjero. Es entonces cuando hay que
determinar si el vehiculo formal empleado resultó bastante para generar los efectos que
ahora se reivindican. Llegados a este punto la fórmula clásica deja de resultar operativa.
No hay razón para considerar nulo el testamento ológrafo redactado por un español
residente en un país extranjero en el que se desconozca o proscriba esta forma.
Tampoco parece razonable desconfiar de la buena fe negocial de unas partes que, aún
contraviniendo las exigencias formales de la lex loci actum, se atuvieron estrictamente a
lo requerido por la lex substantiae del negocio jurídico. Del mismo modo parece
holgadamente suficiente la observancia de los requisitos formales establecidos por la
lex rei sitae cuando se trate de actos o contratos referidos a bienes inmuebles.
Consciente de ello, el legislador introduce un segundo inciso en el primer párrafo de
esta disposición para establecer que:” No obstante, serán también válidos los celebrados
con las formas y solemnidades exigidas por la ley aplicable a su contenido, así como los
celebrados conforme a la ley personal del disponente o común de los otorgantes.
Igualmente serán válidos los actos y contratos relativos a bienes inmuebles otorgados con
arreglo a las formas y solemnidades del lugar en que éstos radiquen”. Resulta fácil
interpretar que la expresión “No obstante, también serán válidos los (actos jurídicos)
celebrados...” se refiere a los que ya fueron otorgados conforme a las leyes que
alternativamente se enumeran en este primer párrafo. El adverbio “también” incluye en
la norma de reconocimiento la conexión locus regit actum que opera como único factor
de localización de la norma de atribución.(a la que se consagra de un modo
394
Nuestro Sistema rinde así un homenaje a las concepciones más clásicas sobre el tratamiento de la
forma en Derecho internacional privado desde las construcciones estatutarias, sin descuidar las últimas
aproximaciones legislativas y doctrinales en materia de forma en la segunda mitad del siglo XX.-
párrafo lo hace a la validez del acto constitutivo. Es decir, uno se refiere a las formas ad
validitatem o ad substantiam y el otro a las formas ad probationem o ad solemnitatem.
Partiendo de estos cimientos puede fundarse la siguiente construcción. El
segundo inciso del primer párrafo del artículo 11 del Código se refiere a las
“solemnidades exigidas”; mención que no aparece en el encabezamiento de la
disposición (“Las formas y solemnidades (...) se regirán por la ley del país en que se
otorguen”). En consecuencia creemos que la primera frase (la que formula la verdadera
norma de conflicto bilateral) se refiere a la ley que determina el vehículo formal que ha
de emplearse para que los actos jurídicos se otorguen válidamente. En otros términos es
la que determina el carácter formal o informal del negocio y el tipo de solemnidad a
utilizar. Cuando una ley exige unas condiciones de constitución concretas lo hace
porque adscribe a su cumplimiento una serie de efectos determinados. Ciertamente un
documento privado puede cumplimentar cabalmente las condiciones exigidas, pero su
otorgamiento ante fedatario público añade un componente de eficacia a la indiscutible
existencia de la situación o relación a la que se da vida. En última instancia, si las partes
quieren dotar a su acto o negocio jurídico del mejor recubrimiento formal a su alcance,
como forma ad utilitatem para garantizar su eficiencia, puede resultar aconsejable
observar formalidades no exigidas por la lex loci actum, y recurrir a las previstas en otra
ley sustancialmente vinculada al acto o negocio subyacente. Desde esta perspectiva de
análisis, lo que entendemos que dice esta norma, es que, el juego de la lex loci actum,
puede conjugarse con el de la ley personal del disponente o común de los otorgantes,
con el de la ley de la ley aplicable al fondo del negocio o con el del Ordenamiento del
lugar de situación del bien inmueble, cuando se quieran cumplimentar las formas ad
solemnitatem “exigidas” por esos Sistemas jurídicos para dotarles de una mayor
seguridad y de una mayor efectividad jurídica directa395. De ahí que pensemos que la
norma de reconocimiento tiene por finalidad declarar la validez de los actos otorgados a
la luz de otro Ordenamiento que exige para su eficacia un vehículo formal distinto a al
establecido en la lex loci actum; siempre y cuando ese Sistema jurídico sea uno de los
designados por las conexiones que incluye.
4.3. La regla locus regit actum y la regla auctor regit actum en los negocios civiles de
tráfico externo.
La ley rectora de la forma puede exigir la instrumentación de ciertos actos y
negocios en un soporte específico, supeditando su validez o eficacia a su correcta
observancia. Por ello, al reflexionar en sede de Derecho internacional privado nos
interesa retener dos tipos básicos de negocios formales, en atención a las exigencias
documentales requeridas: Los que pueden establecerse sin la intervención de una
autoridad pública y los que requieren imperativamente de su concurso. Los primeros se
integran por todos aquellos actos en cuya constitución el disponente u otorgantes deben
ajustarse a un procedimiento predeterminado, pero que puede ser llevado a cabo
directamente por ellos mismos. El Sistema puede requerir una forma escrita. Puede
395
La observancia o inobservancia de las formalidades prescritas ad solemnitatem afectan a la eficacia del
negocio, aunque no actúen sobre su validez. De ordinario son subsanables en cualquier momento ulterior
y, en todo caso, no afectan a la propia existencia del acto. Los defectos formales que no conciernan a la
sustancia del negocio, sólo determinan su inexigibilidad a través de los cauces jurídicos inmediatos
previstos para aquellos que si los cumplen.-
funcionario del registro civil y en funciones similares y ejercitar otras de carácter administrativo,
siempre que no se opongan a las leyes y reglamentos del Estado receptor.”
públicos foráneos no podrán tener en España más efectos de los que sean capaces de
producir en el país donde fueron otorgados.
A nuestro parecer este es el régimen formal de la regla auctor regit actum en
nuestro Sistema jurídico. Cosa distinta es la fuerza del instrumento en relación con su
contenido. El numeral tercero del citado articulo 323 deja bien claro este punto al
disponer que: “Cuando los documentos públicos extranjeros a que se refieren los
apartados anteriores de este artículo incorporen declaraciones de voluntad, la
existencia de éstas se tendrá por probada, pero su eficacia será la que determinen las
normas españolas o extranjeras aplicables en materia de capacidad, objeto y forma de
los negocios jurídicos”. En definitiva, lo que dice es que, en el terreno procesal, sólo se
reconocen los hechos y manifestaciones amparados por la fe pública del documento,
pero que las situaciones y relaciones constituidas en su base poseen una vida autónoma.
Su régimen se establecerá con base en las disposiciones sustantivas de la ley o de las
leyes que resulten de aplicación al negocio, incluidas las cuestiones de capacidad, así
como la eventual exigencia de una solemnidad especial que fuese reclamada por la ley
rectora de la sustancia del asunto. Este inciso puede tener un carácter orientativo para
calibrar el valor del documento extranjero respecto al negocio subyacente en otros
espacios jurídicos distintos; pero como iremos viendo en los capítulos sucesivos, al
igual que en materia de capacidad, la forma posee unas especialidades de regulación
propias en cada institución, lo que requiere un análisis especifico en sede de cada una de
ellas400.
Para finalizar esta sección quisiéramos subrayar que, en nuestra opinión,
creemos que el legislador hubiere debido consagrar la primacía jerárquica de la lex
substantiae, no sólo en cuanto a la validez del acto (cosa que hace) sino en lo relativo a
su eficacia formal. Entendemos con Frankenstein que la regla locus regit actum sólo
resulta válida si es reconocida por la ley que deba regir el acto en sí mismo. Por lo tanto,
lo único que garantiza en la práctica la eficacia y validez del negocio es la observancia
de los requisitos establecidos por la ley aplicable a su sustancia. Como escribirse Miaja
de la Muela, la regla locus puede prestar buenos servicios con carácter supletorio de la
del fondo del negocio. En este tópico, como en muchos otros, el principio del favor
negotii debe operar en la etapa del reconocimiento, pero tener un papel mucho más
matizado en la fase de constitución. Con todo, como claramente se desprende de estas
reflexiones, el sistema establecido es, como todos, susceptible de mejoras redaccionales,
reformas en su estructura y mayor claridad en su formulación, pero a pesar de ello
entendemos que cumple su función de forma satisfactoria.
5. La legalización del documento y el sistema del Convenio de La Haya.
Aclaradas de este modo las dudas que nos suscitaba la redacción del artículo 11
de nuestro Código Civil, concluiremos su análisis con una referencia al régimen
establecido en el Convenio de La Haya de 5 de octubre de 1961 que suprime la
exigencia de legalización de los documentos públicos extranjeros 401. Todo documento
judicial, administrativo o notarial, así como las certificaciones de los registros, quedan
eximidos de legalización cuando incorporan la apostilla prevista en su artículo 3.
400
El artículo 47 del Reglamento (CE) 44/2001 establece que los documentos públicos con fuerza
ejecutiva formalizados en un Estado miembro serán declarados ejecutorios, a instancia de parte, en otro
Estado miembro con arreglo al procedimiento que se prevé para la ejecución de las resoluciones
judiciales. Finalmente ha de reseñarse la creación de un título ejecutivo europeo para créditos no
impugnados por el Reglamento (CE) 805/2004 al que nos iremos refiriendo en páginas posteriores.-
401
B.O.E. de 25 de septiembre de 1978.-
402
En España véase el Real Decreto 2433/1978 y normativa concordante en BB.OO.EE. de 25 de
septiembre de 1978, 17 de octubre de 1978 y 20 de septiembre de 1984. En documentos judiciales: los
Secretario de Gobierno de los Tribunales Superiores de Justicia de las Comunidades Autónomas. En
documentos Notarias los Decanos de sus respectivos Colegios. En Documentos de la Administración el
Ministerio de Justicia.-
de una y otra-, creemos que en Derecho internacional privado es más útil emplear un
punto de partida diferente y analizar el funcionamiento de las normas, distinguiendo una
serie de tipologías sobre la base de cómo se producen sus respectivos juegos
reguladores y su incidencia en nuestra disciplina:
a) La primera categoría se integraría por las normas que desarrollan su función de
reglamentación de un modo directo. Cada vez que en un caso concreto se dan los
caracteres y condiciones previstas en una de éstas disposiciones, su consecuencia
jurídica actúa directamente sin precisar para nada de la intervención de ninguna
autoridad. Son preceptos que se caracterizan por realizarse de modo automático;
-cuando se cumplen dieciocho años, se alcanza la mayoría de edad sin que se
necesite ningún comportamiento activo del sujeto, ni la intervención de una
autoridad administrativa o judicial-. La actuación de un órgano jurisdiccional o de
otra naturaleza sólo se produce cuando se suscita una controversia sobre el ajuste
de los hechos a las previsiones de la norma.
b) El segundo tipo comprende el conjunto de preceptos cuya aplicación queda
condicionada al resultado final de un procedimiento contradictorio. El precepto
expresa la voluntad estatal frente a una determinada conducta, pero es preciso que
un juez analice técnicamente la relación de identidad entre el comportamiento real
concreto y la conducta abstracta tipificada en la norma. No existen cauces para su
aplicación directa por los particulares. Piénsese en la consecuencia jurídica
prevista en una norma penal y podrá comprobarse que sólo puede cumplirse
(realizarse) a través de una sentencia firme de condena403.
c) La tercera clase de preceptos engloba el tipo de disposiciones que utiliza el
Estado para satisfacer las pretensiones que el Ordenamiento le reconoce, en los
términos específicamente expresados en una norma. En una primera fase, el
órgano público actúa de forma directa y ejecutiva y realiza su derecho sin atender
al punto de vista del administrado. En una segunda etapa el particular podrá
recurrir al control jurisdiccional para comprobar la legalidad de la actuación
administrativa o la adecuación de lo actuado al auténtico tenor de la disposición
aplicada. La regulación fiscal suministra un claro ejemplo de esta tercera
tipología.
d) La última se configura con base en un grupo de disposiciones cuyo juego
normativo queda sujeto a una serie de pasos: el primero es el habitual en cualquier
precepto; deben haberse producido los hechos o comportamientos exigidos en el
supuesto de hecho de la norma para que pueda actuar su consecuencia jurídica; el
segundo es el específico de esta categoría; los sujetos deben de acreditar ante una
autoridad pública el cumplimiento de todas las condiciones previstas en el
precepto y, una vez fiscalizado este extremo, el órgano de control procederá, o
bien a dar su autorización para que las partes constituyan por si mismas la relación
jurídica pretendida, con arreglo a las formalidades establecidas (caso del
matrimonio), o bien producirá el acto constitutivo que origina la situación o
relación de derecho deseada por los particulares (ausencia o adopción, por
ejemplo).
403
Entiéndase bien que, en el campo del Derecho penal, la intervención del juez no es condición necesaria
para el nacimiento de la relación jurídica. Para lo que resulta imprescindible es para que pueda actuar la
consecuencia jurídica del precepto.
Como puede observarse, esta clasificación posee una gran importancia para
entender el funcionamiento del Derecho internacional privado en cada uno de esto
campos. La primera categoría de normas, en razón de sus características, permite la
puesta en común de instituciones pertenecientes a distintos ordenamientos, respetar en
el foro el régimen jurídico atribuido a una determinada situación o relación jurídica por
otro Derecho, o adaptar las respuestas de los distintos Sistemas conectados a los
caracteres del supuesto, atendiendo a consideraciones basadas en la nacionalidad,
domicilio o residencia de las partes, el lugar donde se producen los hechos, la
autonomía contractual o la proximidad del supuesto a una Ley, sin más límites que los
que determinan los principios de autoridad y homogeneidad del Ordenamiento del foro.
En el segundo y en el tercero la territorialidad de las leyes se acentúa hasta su
máximo punto de rigidez. Sólo la jurisdicción del Estado al que pertenezca la norma
puede controlar la actividad del ente público que la haya aplicado. Como es lógico, no
se puede fiscalizar la actividad de una administración extranjera sin infringir la
soberanía de otro país; y sólo compete a la magistratura nacional el calibrar la sanción
exacta que corresponde a las conductas reprobadas por su Sistema jurídico. Y es que las
disposiciones que las incorporan reflejan el modelo autónomo de convivencia que cada
sociedad estatalmente organizada diseña para si misma y tales principios resultan
irrenunciables. Al realizar estas funciones, el juez puede tomar en consideración o
incluso dar efecto al juego de normas y decisiones extranjeras. Es natural que se tengan
en cuenta las cantidades satisfechas a un fisco extranjero en el contexto del principio de
capacidad económica del contribuyente; es racional que se de relevancia al
cumplimiento de una condena impuesta en otro país por la misma conducta que ahora se
juzga, si se quiere respetar la proporcionalidad de la pena; pero reproducir en España el
auténtico juego regulador de las normas fiscales, procesales, penales o administrativas
de otro Sistema jurídico equivaldría a introducir elementos organizativos de la vida
pública de otro Estado en el foro, quebrando gravemente la coherencia jurídica que debe
caracterizar al Sistema.
El cuarto grupo es el que conforma el ámbito de la jurisdicción voluntaria. En
los supuestos más típicos de esta categoría, la actividad del órgano interviniente se
integra en la propia estructura de la disposición; es un presupuesto más que establece la
propia norma aplicable, como condición para que puedan producirse los efectos
previstos en ella. El concurso de la autoridad pública constituye un requisito
normativo404. Para declarar ausente a una persona se precisa que alguien legitimado lo
solicite, que haya transcurrido un año desde que se tuvieron las últimas noticias del
ausente y que un juez, tras adoptar las pertinentes medidas de averiguación e
investigación, dicte un auto declarando la ausencia legal. Las tres condiciones forman
parte del supuesto de hecho de la norma aplicable a esta modificación parcial de la
capacidad de obrar. Si no concurriere una de ellas no actúa el precepto y no se produce
la situación jurídica de ausencia legal (formas ad substantiam). Cuando se trata de
capitulaciones matrimoniales ocurre algo parecido; debe existir un consenso sobre lo
pactado, debe producirse entre personas que tengan capacidad para otorgarlo y ha de
404
De ahí que en trabajos anteriores hayamos sustentado la naturaleza legislativa de la jurisdicción
voluntaria (Cfr. Espinar Vicente, Derecho procesal civil internacional, Madrid 1988, en especial
págs.204-206). Entendíamos que la actuación del órgano completa, respecto de cada caso singular, la
labor legislativa, con base en la expresa delegación que el legislador le defiere en la propia norma. La
verificación de los requisitos sustanciales, la información sobre los efectos jurídicos derivados de las
manifestaciones de voluntad o la autorización del acto constituyen requisitos indeterminados que son
determinados por la autoridad interviniente. De ahí que sustentáramos esa naturaleza con más entusiasmo
del que ahora nos merece.-
405
Cfr., entre otras, las Resoluciones de la Dirección General de los Registros y del Notariado de 15 de
septiembre de 1999 y 19 de febrero de 2002.-
406
Concebida en términos similares a los defendidos por Alcalá-Zamora. Cfr. “Estudios de Teoría
General e Historia del Proceso” México 1974, en especial pág. 162.-
407
De ahí que, como veremos, el artículo 22.3º de la Ley Orgánica del Poder Judicial considere
competentes a los Tribunales españoles cuando los cónyuges tengan nacionalidad española y promuevan
su petición de divorcio de mutuo acuerdo.-
408
Supongamos que el Ordenamiento de la nacionalidad de unos extranjeros domiciliados en España
considerase que el incumplimiento de la promesa matrimonial genera derecho a obtener una
indemnización. Pues bien, el segundo párrafo del artículo 42 del Código Civil impediría el ejercicio de la
acción procesal, por cuanto dispone que “no se admitirá a trámite la demanda en que se pretenda su
cumplimiento”.-
409
B.O.E. de 19 de enero de 1.977.-
declarando la ausencia de una persona, puede probar en España que ese individuo ha
desaparecido del medio socio-jurídico del país donde se ha dictado, pero no demuestra en
absoluto que ese sujeto no se halle en España o en otro lugar. Por consiguiente, sus efectos
en nuestro país habrán de ajustarse al auténtico significado de su contenido. Por ejemplo,
podrá reconocerse la aptitud del representante nombrado para cumplir en el foro las
obligaciones contraídas por el ausente; pero no tendría sentido considerarlo desaparecido de
nuestro territorio a todos los efectos.
Una certificación registral, un acta de celebración del matrimonio o un documento
notarial de emancipación constituyen documentos públicos extranjeros que, en principio,
dan fe de lo que en ellos consta pero no determinan la “existencia universal” de la situación
o relación creada en el lugar de origen. El acta de celebración del matrimonio que dos
españoles hubiesen celebrado en el extranjero, requerirá para su inscripción en nuestro
Registro Civil de la tramitación de un expediente de verificación previo al asiento; a no ser
que antes hubiesen obtenido en España el correspondiente auto de autorización para
contraerlo; sin embargo, en el caso de que tal matrimonio no tuviese acceso al Registro, por
afectar a dos extranjeros y no haberse constituido en territorio español, bastaría con que el
acta cumpliese con las exigencias a las que han de justarse los documentos públicos
foráneos para probar suficiente y eficazmente la existencia de la relación conyugal en
España.
La habilitación para comparecer en juicio agota sus efectos en el pleito para el que
se confiere y, como es lógico, fuera de su esfera de actuación no puede tener más efectos
que los de probar que se obtuvo o que no se obtuvo. Por el contrario, una adopción
internacional establece una relación jurídica entre el adoptante y el adoptado que reclama,
por su propia naturaleza, los efectos propios del reconocimiento. Por estas razones hemos
venido manteniendo que es necesario abordar por separado el estudio del régimen de cada
uno de estos actos de jurisdicción voluntaria al ocuparnos de las distintas instituciones a las
que afectan. A nivel general sólo cabe señalar que las resoluciones de la jurisdicción
voluntaria no son sentencias ni pueden ser asimiladas a ellas en su tratamiento, sino
que son documentos públicos de carácter especial, que pueden incorporar
manifestaciones de voluntad, dar fe de los hechos y comportamientos que en ellas se
acreditan o certificar la existencia de determinados estados civiles o relaciones
jurídicas concretas. Desde esta perspectiva los tres requisitos básicos que pueden
exigirse para aceptar en el foro los efectos derivados de estas resoluciones, serían los
tres siguientes:
a) Que exista un acto de jurisdicción voluntaria equivalente, del que se deriven
efectos idénticos o muy similares a los que producen en el Sistema donde se
hayan constituido.
b) Que el instrumento cumpla con las exigencias formales requeridas en relación
con los documentos públicos extranjeros.
c) Que el Sistema del foro reconozca la competencia de la lex causae para
constituir el efecto derivado de la resolución que se pretende hacer valer. Se trata
de establecer si, a juicio de la lex fori, la situación o relación jurídica que se
postula pudo nacer al amparo de ese concreto Ordenamiento.
Todo lo antedicho puede resumirse operativamente, partiendo de la distinción entre
normas y decisiones413. Lo que realmente incorpora un acto de jurisdicción voluntaria
413
Mayer P. “La distinction entre règles et décisions en Droit international privé“ Paris 1.9 passim.-
CAPITULO XII
EL MATRIMONIO EN EL DERECHO INTERNACIONAL
PRIVADO ESPAÑOL.
I. PRINCIPIOS ESTRUCTURALES Y PRINCIPIOS GENERALES DEL
MODELO DE FAMILIA.
1. Las líneas básicas del modelo constitucional.
En la Constitución española se establecieron los principios que inspiran la
regulación de la institución familiar, así como los criterios hermenéuticos que presiden
la aplicación de sus normas. Su artículo 10, consagra la dignidad de la persona y el libre
desarrollo de la personalidad como fundamentos del orden político y la paz social, e
incorpora los textos internacionales sobre los Derechos humanos como claves para la
interpretación del Sistema. Por su parte, el artículo 14 sanciona un principio de igualdad
genérico, el 32 consagra el ius nubendi y una igualdad específica para la relación
conyugal; y el 39 enumera los principios rectores de la política familiar. Este conjunto
normativo, su desarrollo legal y la jurisprudencia del Tribunal Constitucional, han ido
decantando un modelo que responde a las siguientes líneas:
a) Sólo la falta de capacidad, tal y como se concrete legalmente, puede excepcionar el
derecho a casarse.
b) La regulación de las formas del matrimonio y la de los derechos y deberes de los
cónyuges, viene acotada por la consagración de un principio de igualdad propio del
instituto. La ley debe garantizar una situación equilibrada en la pareja, tanto en el
momento del acto constitutivo, como a lo largo de la relación jurídica y su
disolución414. Por lo tanto, cualquier norma o institución extranjera reclamada por un
precepto de atribución, si fuese susceptible de afectar a la dignidad, igualdad, o a la
libertad en el seno del matrimonio, carecería de encaje en nuestro Sistema jurídico
(orden público constitucional).
c) La alusión a la libertad, al libre desarrollo de la personalidad y a las causas de
suspensión y disolución del vínculo en el contexto constitucional en el que se
producen, traduce una concepción consensual de éste instituto en nuestro Derecho.
Por esta razón, cuando en una de las partes se extingue la voluntad de mantener viva
la relación, es muy difícil no considerar destruida la base jurídica en que se asienta el
414
Queremos subrayar que la igualdad jurídica que la Constitución asigna a los contrayentes en el primer
numeral del artículo 32, no es una mera reiteración de lo que ya había consagrado en el artículo 14, sino
un límite que se proyecta sobre el contenido de la relación, proscribiendo la asignación al matrimonio de
cualquier efecto que pudiese consagrar derechos o deberes diferentes para el marido o la mujer, incluso si
se adecuasen al principio de igualdad genérico.
415
Los asuntos de tráfico externo en esta materia pueden afectar a las relaciones entre españoles, entre
españoles y extranjeros y entre extranjeros de igual o distinta nacionalidad y todos ellos se encuentran
amparados por estos principios constitucionales en foro español, a tenor de lo dispuesto en el artículo 13.1
de la Constitución, tal como ha sido interpretado por el Tribunal Constitucional.-
416
Con el breve paréntesis de la ley de divorcio vigente durante la Segunda República.-
ser deudor o acreedor de alimentos o compartir la patria potestad de los hijos comunes,
incluso pueden pervivir derechos derivados del matrimonio extinto, como el ser
beneficiario de una pensión de viudedad en proporción al tiempo de convivencia. En
este contexto, alguno de los problemas que puedan suscitarse en el seno de matrimonios
poligámicos, podrían encontrar cauces de solución que resultarían inimaginables desde
otras perspectivas.
En lo referente al requisito de la heterosexualidad, resulta evidente que se ha
producido un giro copernicano. Durante varios años hemos venido reflexionando sobre
como encuadrar en el Sistema las demandas de los sectores transexuales y
homosexuales, pero una vez que ha entrado en vigor la Ley 13/2005 de 1 de julio carece
de sentido seguir haciéndolo; la nueva ordenación enerva cualquier duda sobre el acceso
al instituto con independencia de la orientación sexual, el sexo o las transformaciones
del sexo. Es cierto que aún no se ha resuelto el recurso de inconstitucionalidad
interpuesto contra este cambio legislativo, pero no encontramos ningún argumento de
peso en el que pudiera basarse su estimación. Es verdad, que en la Constitución no se
consagra de modo directo el derecho a contraer nupcias entre personas del mismo sexo;
pero este argumento carece de fuerza y rigor jurídico. Una cosa es que la Norma Base
consagre derechos, garantizando y amparando su ejercicio, y otra muy distinta es que el
Poder Legislativo no pueda consagrar otros nuevos. Si ninguna disposición fundamental
prohíbe o limita su establecimiento, nada le impide hacerlo. Tampoco resultarían
sólidos los argumentos basados en los juicios de intención del constituyente. Es muy
difícil concebir que en 1978 se quisiera prohibir estos matrimonios y no se hiciese; y,
aún aceptando que no se tomase en consideración la propia posibilidad de regular esta
cuestión y se pensara únicamente en términos de matrimonio heterosexual, el resultado
no variaría. Cualquier argumento fundado en estas ideas llevaría, en el peor de los
casos417, a la siguiente conclusión: las personas de distinto sexo tienen garantizado un
derecho fundamental al ius connubii, mientras que las personas homosexuales no lo
tienen; lo que significa que el legislador no puede privar a las primeras del matrimonio,
pero que puede extenderlo o no extenderlo a las segundas. En Derecho internacional
privado la reforma de 2005 suscita algunos problemas relativos a la aptitud nupcial de
los extranjeros que, como más adelante veremos, no han sido bien resueltos por la
Resolución-Circular de la Dirección General de los Registros y del Notariado de 29 de
julio de 2005.
Las exigencias exogámicas del matrimonio no han sido tocadas. Pasaremos,
pues, a analizar el vértice en el que se apoya toda la construcción del matrimonio en
nuestro Derecho. De acuerdo con nuestro Código Civil, “No hay matrimonio sin
consentimiento matrimonial” y “Es nulo cualquiera que sea la forma de su
celebración: (...) El matrimonio celebrado sin consentimiento matrimonial”. Ahora
bien, el consentimiento matrimonial no se entiende como la mera aquiescencia otorgada
por un contrayente con el fin de establecer una relación conyugal. En este ámbito
cobran especial relevancia los motivos que le impulsen a otorgarla. No basta con poseer
capacidad, no hallarse coaccionado y observar las formas previstas. Resulta
imprescindible que la voluntad del sujeto se acomode al objeto sobre el que se
manifiesta. Ha de consentirse en constituir un estado civil preciso que implica un deber
417
No es este el lugar adecuado para pronunciarse sobre el carácter fundamental u ordinario del derecho al
ius connubii entre personas del mismo sexo. Sin descartar que una interpretación acorde con la realidad
social, política y jurídica puede llevar, en buena técnica, a identificar una mutación constitucional
espontánea en el artículo 32, lo que queremos subrayar es que, incluso operando con criterios restrictivo,
ha de aceptarse la constitucionalidad de los preceptos comentados.-
418
Dice literalmente la exposición de motivos de la Ley 15/2005 (B.O.E. de 9 de julio) “De este modo, se
pretende reforzar el principio de libertad de los cónyuges en el matrimonio, pues tanto la continuación
de su convivencia como su vigencia dependen de la voluntad constante de ambos”.-
419
Obsérvese que se trata de un valor superior de nuestro Ordenamiento consagrado por el artículo 1.1 de
la Constitución.-
420
Fundamento del orden político y de la paz social, a tenor del artículo 10.1 de la Constitución.-
421
En relación con las primeras reacciones doctrinales frente a las reformas de la Ley de 7 de julio de
1981, Cfr. González Campos, J. D. en González Capos y otros, “Derecho internacional privado. Parte
especial”, Madrid 1995, págs. 289 y ss.; Del mismo autor vid. Comentarios a los Artículos 49 y 50 del
Código Civil, en “Comentarios al Código Civil”, Madrid, 1991, págs. 274-180; Carrión Olmos
“Comentario al artículo 49”, y Rubio “Comentario al artículo 50», en Lacruz Berdejo, “Matrimonio y
divorcio. Comentarios al nuevo Título IV del Libro rimero del Código Civil” Madrid 1982 págs. 155-185;
Espinar Vicente en “Comentarios a las Reformas del Derecho e Familia” Madrid 1984, págs. 205-213
Miaja de la Muela Derecho internacional privado, vol .II, Madrid, 1987, págs. 422-451 (revisión de
Iglesias Buhigues); y Abarca Junco, en Pérez Vera y otros, Derecho internacional privado, vol. II,
Madrid, 1990; págs. 93-110.-
422
Los artículos 52, 54 y 55 lo hacen de manera indirecta, al referirse al matrimonio en peligro de muerte,
al secreto y al que se realice por poderes.-
este Código”. Remitidos de este modo a la Ley del Registro Civil, encontramos en el
artículo 97 las reglas generales que ordenan los expedientes gubernativos, pero
descubrimos -en la sección segunda de su Título V- que todas las referencias al
matrimonio se ocupan exclusivamente del acto de celebración y de su correspondiente
inscripción. Ha de recurrirse al Reglamento para encontrar en los artículos 238 y
concordantes las disposiciones que rigen la tramitación de estos expedientes 423. Una vez
ubicada su regulación, queda claro que los artículos 49 a 52 del Código Civil se refieren
a la autoridad competente para el acto de celebración -en su dimensión de prestación del
formal del consentimiento- y no al órgano instructor del expediente previo 424. Aclarado
este punto, volvamos al citado artículo 238 del Reglamento. En él no se contiene una
norma específicamente orientada a la resolución del conflicto de autoridades en el plano
internacional; se trata de una disposición de carácter amplio que confiere esta
competencia al Juez o Cónsul Encargado del Registro Civil correspondiente al
domicilio de cualquiera de las partes. Así pues, la disposición en materia de
competencia de autoridades para ésta primera fase puede formularse del siguiente
modo: los Jueces Encargados de los Registros Civiles españoles pueden tramitar los
expedientes previos de los matrimonios que afecten a españoles o extranjeros siempre
que uno de ellos tenga su domicilio en España 425. Por su parte, los agentes diplomáticos
o consulares de nuestro país426 poseen dicha competencia cuando uno al menos de los
contrayentes sea español, esté domiciliado en su demarcación y siempre que sus
actuaciones “...no se opongan [a] las leyes y reglamentos del Estado receptor”427.
En relación con la competencia en materia de dispensa de impedimentos, está
claro que corresponde al Juez de Primera Instancia eximir del de edad al contrayente
mayor de catorce años y el de tercer grado a los colaterales; y que, por su parte,
incumbe al Ministro de Justicia condonar el que impide el matrimonio al declarado
culpable de ser autor o cómplice de la muerte dolosa del cónyuge anterior de cualquiera
de ellos. Los demás impedimentos no resultan dispensables. Parece obvio que las dos
primeras dispensas se evacuan a través de los cauces de la jurisdicción voluntaria 428 y
que, de acuerdo con el artículo 365 del Reglamento del Registro Civil, han de ser
423
Cuya interpretación y alcance requiere del constante recurso a las numerosas Instrucciones, Circulares
o Resoluciones de la Dirección General de los Registros y del Notariado que integran el sentido y ámbito
de aplicación de estas disposiciones.-
424
Obviamente los Alcaldes, los Capitanes de buques o los Comandantes de aeronaves carecen de
competencia para tramitarlos. Cfr. Instrucción de la DGRN de 26 de enero de 1995; “... de modo que las
Corporaciones locales carecen de competencia para la instrucción del expediente previo.”.-
425
La Resolución de 4 de marzo de 1998 del DGRN en su fundamento cuarto dispone: “...la prueba del
domicilio a los efectos de la autorización del matrimonio no ha de ser contemplada con criterios
demasiado rígidos que coartarían indebidamente el ius nubendi.”.-
426
Hay que matizar esta afirmación desde ahora, aclarando que nos referimos exclusivamente a la
competencia de los Cónsules para instruir el expediente e inscribir el matrimonio pero no para autorizarlo.
Cuando lo que se pide al Cónsul es la mera tramitación del expediente, carece de relevancia, a mi juicio,
el que la nacionalidad del otro cónyuge coincida con la del país donde realiza sus funciones. El Cónsul no
podrá constituir una relación jurídica de esta índole cuando afecte a un nacional del país de sede y su
normativa se oponga a ello, pero nada obsta a la tramitación de este tipo de expedientes, si se instruyen
para que las partes presten el consentimiento ante otra autoridad española o extranjera no afectada por esa
limitación.-
427
Cfr. Artículo 5 f) del Convenio de Viena de relaciones consulares de 24 de abril de 1963 (B.O.E. de 6
de marzo de 1970).-
428
El artículo 85.2º de la Ley Orgánica del Poder Judicial adscriben a los Jueces de Primera Instancia el
conocimiento de los actos de jurisdicción voluntaria previstos en la ley y el 86 del mismo cuerpo legal
pone los Registros Civiles a cargo de estos magistrados. Resulta todo coherente con lo establecido en el
segundo párrafo del artículo 48 del Código Civil y con lo dispuesto en el artículo 365 del Reglamento del
Registro Civil.-
instruidos por el Encargado del Registro del domicilio de cualquiera de los promotores;
lo que nos lleva directamente ante la misma autoridad encargada de la tramitación del
expediente previo al matrimonio. En consecuencia, cuando las autoridades españolas
resultasen competentes para aprobar la aptitud nupcial de un matrimonio de tráfico
externo, por razones de conexidad deberían asumir las relativas a la dispensa de
impedimentos. Pero como apuntamos al estudiar los actos de jurisdicción voluntaria, los
problemas de competencia en este ámbito no siempre se pueden resolver desde esta
perspectiva; y además, como enseguida veremos, no resulta el enfoque más adecuado.
No obstante, esta reflexión nos dará una base razonable para abordar su examen más
adelante.
De lo que si queremos dejar constancia desde ahora es que los expedientes de
dispensa han de entenderse como diferenciados y previos al que lleva al auto de
autorización o denegación de la celebración, toda vez que los artículos 240.3º y 241 del
Reglamento del Registro estipulan que en el escrito inicial los solicitantes han de
declarar que no existe impedimento para el matrimonio y, en su caso, aportar prueba de
la dispensa.
1.2. La tramitación del expediente.
En Derecho internacional privado las cuestiones más relevantes que pueden
suscitarse en la tramitación del expediente hacen referencia a la capacidad y aptitud
nupcial de los contrayentes, a la naturaleza del consentimiento, a la acreditación de la
dispensa de impedimentos si los hubiere y, eventualmente, a la expedición de un
certificado de capacidad nupcial para celebrar el matrimonio fuera de España.
El expediente se abre con un escrito dirigido al Juez o Cónsul competente, en el
que los solicitantes manifestarán su intención de celebrar matrimonio y harán constar
los datos relativos a sus respectivas identidades, su aptitud nupcial, los lugares donde
hubiesen residido los dos últimos años, así como cuál es el Juez o funcionario que
hubieren elegido para el acto de prestación del consentimiento. En los supuestos de
tráfico externo, el contrayente o contrayentes extranjeros habrán de acreditar que poseen
la capacidad matrimonial requerida por la ley rectora de su estado civil (artículo 9.1 de
Código Civil, en relación con los párrafos 9 y 10 de la citada disposición). Este extremo
se probará de ordinario a través de las certificaciones expedidas por las autoridades de
origen, que habrán de cumplir con las condiciones generales exigidas para los
documentos extranjeros. El Convenio relativo a la expedición de un certificado de
capacidad matrimonial, firmado en Munich el 5 de septiembre de 1980429, facilita
ampliamente estas diligencias. Como en otros tratados elaborados en el seno de la
Comisión Internacional del Estado Civil, su funcionalidad transciende su estricto ámbito
de eficacia normativa; y así, el modelo que incluye como anexo ha sido adoptado en
nuestro país para la expedición de todos los certificados de capacidad nupcial a los que se
refiere el artículo 252 del Reglamento del Registro Civil430.
Bosquejado el esquema de funcionamiento, resulta de vital importancia entender
que no basta con que el solicitante extranjero posea o no posea la idoneidad exigida en
su Ordenamiento personal para contraer nupcias. Se trata de un primer requisito de
carácter condicionante pero no exclusivo. Una vez determinada su aptitud o ineptitud
matrimonial con base en la Ley reclamada, se procederá a calibrar si esa suficiencia o
insuficiencia resulta causa bastante en nuestro Sistema para permitir o impedir la
429
B.O.E. de 16 de mayo de 1.988.-
430
Cfr. la Orden de 26 de mayo de 1988 (B.O.E. de 7 de junio).-
celebración del matrimonio. Piénsese, por ejemplo, que la ley nacional del sujeto permitiese
el matrimonio a partir de los trece años con consentimiento paterno, o supongamos que el
Derecho aplicable considerase que la heterosexualidad constituye una condición necesaria
para la celebración de un matrimonio válido.
El 27 de mayo de 1994, la Dirección General de los Registros y del Notariado
dictó una Resolución sobre un supuesto en el que se planteaba un problema relativo a la
edad. Un ciudadano español había contraído nupcias en Marruecos con una nacional de
aquel país que, a la sazón, contaba quince años. Posteriormente, los cónyuges
pretendieron inscribir su matrimonio en el Registro Civil español y se encontraron con
que, a juicio del Ministerio Fiscal, la prohibición de contraer nupcias a los menores de
edad no emancipados establecida por el artículo 46.1 del Código Civil constituía un
requisito de orden público. El Centro Directivo consideró que “La única posibilidad,
pues, de excluir la aplicación de la Ley extranjera sería la de estimar que es contraria
al orden público español (...), pero esta posibilidad ha de rechazarse de plano (...)
fundamentalmente porque no se observa en absoluto que permitir que una mujer de
quince años de edad pueda contraer matrimonio, sin dispensa judicial, pero con
consentimiento de su padre, sea incompatible con el orden público español. Así se
deduce de que la dispensa prevista para los españoles por el Código civil se justifica
porque el legislador parte de la base de que a partir de los catorce años de edad existe
capacidad natural para contraer matrimonio...”431.
Dicho de otra forma, el sistema español reconoce la existencia del ius connubii
desde que se han cumplido catorce años; pero también entiende que debe rodearse de
cautelas su ejercicio. Una vez que se ha alcanzado esa edad, puede obtenerse una
dispensa antes de celebrar el matrimonio (segundo inciso del artículo 48 del Código
Civil) o convalidarlo posteriormente al amparo de lo establecido en el tercer inciso del
artículo 48 del Código; y, aunque no se hubiese solicitado ninguna de las dos dispensas,
la relación puede consolidarse en los términos que establece el artículo 75 del Código
Civil. A la vista de todo ello se concluye que el derecho a contraer nupcias se produce a
partir de los catorce, pero que su ejercicio se rodea de medidas de protección hasta la
emancipación del menor. A sensu contrario puede deducirse que por debajo de los
catorce años no se reconoce el ius nubendi y que no sería posible aceptar el juego de
disposiciones extranjeras que rebajasen la edad núbil más allá de ese límite. Así pues,
puede afirmarse sin ambages que la capacidad nupcial se rige por la ley nacional del
contrayente, pero que sólo resultará de aplicación si la edad retenida resulta igual o
431
Entendemos de interés transcribir íntegramente este fundamento de la Resolución de 27 de mayo de
1994 por expresar la idea que vamos a mantener: “... este razonamiento parte de una base falsa como es
la de estimar aplicable a un extranjero normas que, conforme a nuestro sistema conflictual, son, en
principio, de aplicación exclusiva para los españoles. En efecto, no hay duda de que la capacidad para
contraer matrimonio forma parte del estatuto personal determinado por la ley nacional (cfr. art. 9.1
Cc.), ni de que, con arreglo a la legislación marroquí (cfr. art. 12.6 Cc.), la mujer puede contraer
matrimonio desde que tiene quince años cumplidos. La única posibilidad, pues, de excluir la aplicación
de la Ley extranjera sería la de estimar que es contraria al orden público españo1 (cfr. art. 12.3 Cc.),
pero esta posibilidad ha de rechazarse de plano, no sólo porque la excepción de orden público
internacional es obviamente de aplicación restrictiva, sino fundamentalmente porque no se observa en
absoluto que permitir que una mujer de quince años de edad pueda contraer matrimonio, sin dispensa
judicial, pero con consentimiento de su padre, sea incompatible con el orden público español. Así se
deduce de que la dispensa prevista para los españoles por el Código civil se justifica porque el legislador
parte de la base de que a partir de los catorce años de edad existe capacidad natural para contraer
matrimonio, y esta deducción viene apoyada también por la existencia de dispensas ulteriores al
matrimonio (cfr. art. 48. III Cc.) y por la posible convalidación ex lege del matrimonio de un menor (cfr.
art. 75 Cc.)”.
superior a la que la lex fori establece para reconocer el ius connubii del sujeto. Ésta sería
una conclusión razonable, que requeriría de alguna matización al contemplar el
problema desde la perspectiva inversa. No es lo mismo valorar la edad en el expediente
previo, que valorar la edad cuando se trata de reconocer un matrimonio celebrado en el
extranjero. En ambos supuestos los intereses a proteger son distintos; mientras que en el
primero se trata de juzgar la conveniencia de establecer la relación, en el segundo lo que
debe hacerse es calcular las consecuencias que pueden derivarse de admitir o no la
existencia de un estado civil del que las partes se hallan investidas a la luz de otro
Ordenamiento. En función de las características de cada supuesto singular, el principio
del favor matrimonii podría atemperar el juego de esta manifestación de orden público
propter normam internam432 y no resultaría imposible entender consolidado el
matrimonio válidamente contraído en el extranjero por impúberes, una vez que han
alcanzado la edad núbil y persisten en el consentimiento.
En relación con el requisito de la heterosexualidad el planteamiento sería similar.
Cuando el artículo 44 dispone en su segundo párrafo que “El matrimonio tendrá los
mismos requisitos y efectos cuando ambos contrayentes sean del mismo o de diferente sexo”,
está positivando una norma en la que se concreta cual es la posición actual del ordenamiento
español frente a los derechos de los homosexuales. Tal vez la raíz del planteamiento se sitúe
en el artículo 21 de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea 433, en
cuyo primer numeral “Se prohíbe toda discriminación, y en particular la ejercida por
razón de (... ...) orientación sexual”. El legislador español parece haber entendido que
negar el matrimonio a contrayentes del mismo sexo supondría excluirles, “por razón de
su orientación sexual”, de un ius nubendi que aparece consagrado en los textos
internacionales en materia de Derechos humanos. Desde su punto de vista, la
homosexualidad no sólo no resulta objeto de reproche jurídico alguno en el momento
actual, sino que constituye una alternativa ajustada al principio constitucional del libre
desarrollo de la personalidad. Por todo ello, no considera oportuno dar un tratamiento
diferenciado a las relaciones de convivencia afectiva entre personas del mismo sexo. El
principio de igualdad, una vez reconocido el derecho a cualquier opción sexual, exige
eliminar cualquier discriminación que pudiera existir a nivel jurídico por esta causa. Ser
homosexual o cambiar de sexo es un derecho que el Ordenamiento español reconoce. Es
verdad que no lo hace a nivel constitucional, pero no todos los derechos están en la
Constitución, ni tienen por qué estarlo. Es cierto que no pueden reconocerse derechos
que se opusiesen a lo establecido en Ella, pero puede ampliarse el catálogo siempre que
no se contrapongan a los principios consagrados en la Norma Fundamental. Y es lo que el
legislador ha hecho. A partir de ahí la igualdad entre los homosexuales y los
heterosexuales en todas las relaciones jurídicas se transforma en un principio general.
Cualquier discriminación en razón de la orientación sexual de un individuo no puede
tener encaje en una solución dada con base en el Ordenamiento español.
La Resolución-Circular de 29 de julio de 2005 de la Dirección General de los
Registros y del Notariado434, desarrolla en torno a este tópico un razonamiento, tal vez
432
Inspirándonos en la construcción de Szaszy, (Private Internacional Law in Socialist Countries, en
R.C.A.D.I. 1964/I págs 238 y ss.) entendemos que esta variante del orden público se produce cuando el
contenido sustancial de una norma coincide estrictamente con el del orden público en esa materia.
Cunado esto ocurre, tal disposición se muta en un precepto material imperativo que resulta directamente
aplicable a todas las situaciones o relaciones jurídicas vinculadas al Ordenamiento del foro. Cfr. Espinar
Vicente “Derecho internacional privado. Funciones y técnicas” Málaga 1983 págs.86-88.-
433
DOCEC de 18 de diciembre de 2000.-
434
B.O.E. de 8 de agosto de 2005.-
435
Instrumento de adhesión de 16 de diciembre de 1976 y publicación en el B.O.E. de 19 de enero de
1977.-
436
Artículo 1º. “Cuando el matrimonio de un súbdito de uno de los Estados contratantes fuere celebrado
en el territorio de otro de tales Estados y el súbdito residiere en él habitualmente, las autoridades
competentes del país de celebración podrán, en los casos y bajo las condiciones previstas por la ley
personal del futuro cónyuge, conceder a éste dispensa de los impedimentos matrimoniales establecidos
por tal Ley”.-
ratificación de este texto, puede sustentarse, con el profesor González Campos, que
nuestro Sistema no parte de una concepción férrea sobre la correlación forum y ius en
éste ámbito y que admite la noción de equivalencia de autoridades para estas
dispensas437. Está claro que dentro de la esfera de aplicación del Convenio esta división
se produce porque así lo establece su articulado, pero que fuera de ella no existen
mecanismos de extrapolación que resulten jurídicamente convincentes. Pero tampoco es
menos cierto que este dato pone de relieve una manera abierta de entender la
cooperación internacional en este plano que abre otras vías de exploración.
En la mayoría de los Sistemas jurídicos, los impedimentos matrimoniales
dispensables o se fundamentan en verificar la existencia de una serie de circunstancias
objetivas exigidas por la norma, o bien nos sitúan ante nociones cercanas a la de
“concepto jurídico indeterminado” o a la de “potestad discrecional”. En las primeras la
intervención de la autoridad se limita a certificar que han quedado acreditadas en el
expediente todas las exigencias que el precepto requiere para que pueda otorgarse la
dispensa. Las segundas se corresponderían con los impedimentos que pueden concederse
por justa causa o motivos graves; mientras que las terceras harían referencia a un tipo
de impedimentos que, como el de crimen, resultan potestativamente condonables por un
órgano administrativo438. Analicemos ahora por separado cada una de estas variantes
por cuanto plantean problemas diferentes en el ámbito del Derecho internacional
privado.
Un ejemplo de la primera categoría nos lo suministra el artículo 243 del Código
Civil peruano al disponer que “No se permite el matrimonio: ... De la viuda en tanto no
transcurran por lo menos trescientos días de la muerte de su marido, salvo que diere a
luz. Esta disposición es aplicable a la mujer divorciada o cuyo matrimonio hubiera sido
disuelto. Y más adelante añade, “El juez puede conceder dispensa del plazo de espera
cuando, atendidas las circunstancias, sea imposible que la mujer se halle embarazada
por obra de su marido...”. En este caso el Juez español no realizaría ninguna de las
funciones valorativas propias de otros actos de jurisdicción voluntaria. Cuando otorgue
la dispensa se limitará a certificar que la contrayente extranjera no está embarazada.
Cuando se pronuncia, lo que hace es subsumir una comprobación fáctica en el
presupuesto normativo de una disposición peruana que ha sido reclamada por un
precepto conflictual del foro relativo a la capacidad de la contrayente. Su intervención
tiene por objeto satisfacer el requisito de comprobación exigido por la Ley reclamada y
nada más. Su actuación viene determinada por los propios términos de la disposición
que resulta aplicable. El juego de la noción de equivalencia de autoridades puede
desarrollarse sin ningún tipo de cortapisas. El Juez español, dotado de competencia
general para dispensar este tipo de impedimentos, podrá aplicar el Derecho peruano
reclamado por el artículo noveno del Código Civil, a condición de que el expediente
matrimonial previo pueda tramitarse en España y la contrayente peruana resida
habitualmente en España.
Cuando la concesión se fundamenta en justa causa o motivos graves, la dispensa
de impedimentos plantea problemas muy diferentes. En materia de jurisdicción
voluntaria, hay veces que la función del órgano no consiste sólo en cotejar el
cumplimiento de unas condiciones claramente establecidas en un precepto, sino en
determinar un elemento de la propia disposición que no se halla formulado de manera
437
González Campos Derecho internacional privado. Parte especia;, Madrid, 1993, págs. 410-411.
438
Cfr. Fernández Rodríguez T. R., voz «Potestad discrecional» en Enciclopedia Jurídica Básica; Vol.
III; Madrid, 1995, págs. 4962-4965.
440
En relación con le artículo 48 del Código Civil, una aproximación a sus antecedentes legislativos y a la
doctrina científica pone de relieve, en palabras de la profesora Pérez de Castro (Cfr. El menor
emancipado, Madrid, 1988, págs. 110-112 y bibliografía allí citada) que al determinar qué debe
entenderse por causa justa, curiosamente todas las opiniones se centran en el mismo punto. “La duda se
traslada al interrogante de si el embarazo debe o no ser considerado como tal. La coincidencia es lógica,
porque se está atendiendo al hecho de que casi todos los matrimonios que se han contraído en edades
tan bajas obedecen a esta realidad del matrimonio remedio.” Más adelante, apoyándose en el Derecho
comparado, se inclina por soluciones similares a la italiana, donde a la gravedad de los motivos se une la
necesaria consideración del fundamento de las razones aducidas y de la madurez psico-física del
promotor. Hoy en día la evolución de nuestro Sistema en este aspecto es muy destacable.-
A pesar de ello sería conveniente explorar esta vía. A nuestro juicio, nada se
opone en nuestro Sistema jurídico a que los impedimentos establecidos por la ley
personal de un contrayente, que fuesen susceptibles de ser dispensados por autoridades
equivalentes a nuestros Jueces de Primera Instancia, pudiesen ser tramitados por los
cauces establecidos en nuestro Ordenamiento, siempre que concurriesen tres
condiciones básicas:
a) Que el peticionario de la dispensa tuviese fijada su residencia habitual en
nuestro país.
b) Que el matrimonio fuera a celebrarse en España.
c) Que ambos contrayentes residiesen en nuestro territorio y se propusiesen fijar
aquí su primer domicilio conyugal.
Todos estos vínculos con nuestro medio social y jurídico justificarían
holgadamente la identificación de un concepto jurídico indeterminado extranjero se
realizase a través de un esfuerzo cognoscitivo e interpretativo de la ley en su aplicación
a los hechos, aunque el Derecho referencial para hacerlo fuese la lex fori441.
Cuando el impedimento resulta dispensable a través del ejercicio de una potestad
discrecional, el planteamiento es muy diferente. Si estuviese establecido en nuestra
legislación, podrá siempre ser dispensado por la autoridad española competente, tanto a
los nacionales como a los extranjeros; y tanto si los hechos hubiesen acaecido en
nuestro territorio como si se hubiesen producido en el extranjero. Por el contrario, si el
impedimento estuviese fijado en una ley extranjera, nunca podría ser dispensado por
una autoridad española. Tomando como ejemplo el impedimento de crimen (único de
esta naturaleza en nuestro Derecho) pueden entenderse mejor los fundamentos en los
que se asienta esta idea. Resulta claro que el numeral tercero del artículo 47 del Código
Civil atiende básicamente a un comportamiento y no a un estado civil de la persona. No
se trata de algo que guarde una relación de similitud con la edad o la capacidad, ni con
nada que pueda regularse con base en una Ley nacional o extranjera. La cuestión se
reduce a saber si una persona ha sido condenada o no a causa de una conducta
específica. El impedimento incorpora un mecanismo destinado a la tutela de un bien
jurídicamente protegido. Se sanciona con la prohibición de celebrar matrimonio al autor
o cómplice de la muerte del cónyuge anterior para establecer un clima de disuasión.
Constituye una fórmula, tal vez, anacrónica, pero ese es su espíritu y finalidad. Desde
esta óptica, el carácter territorial del precepto se agudiza y, paralelamente, se diluyen los
elementos que pudiesen vincular este impedimento a la esencia de la aptitud nupcial o a
una naturaleza cuasi-penal.
Por su parte, al analizar el artículo 48 del Código Civil, hay que partir de que la
potestad discrecional de un órgano de la Administración sólo existe cuando la ley la
crea y en los términos en los que la crea. Su ejercicio constituye un paso más en la
concreción de la norma, distinto en esencia del que acabamos de ver en relación con el
impedimento de edad. Ya no se trata de un puro ejercicio cognoscitivo e interpretativo
de la ley en su aplicación a los hechos, sino de conferir al órgano un determinado
margen de decisión al que debe llegar a través de un proceso de estimación subjetiva.
En el ámbito de esta actividad no cabe la equivalencia de autoridades ni la toma en
441
Soy consciente de que en mi libro sobre “El matrimonio y las familias en el Sistema de Derecho
internacional privado español” Madrid 1.996, en especial págs. 130 y ss., mantuve una posición contraria
a la que ahora sustento.
442
Cfr. Carrón Olmos, «Comentario a artículo 48», en Matrimonio y divorcio. Comentarios al Título IV
de libro primero del Código Civil, Madrid 1982, págs. 142-143
443
Cfr. Salvador Coderch, «Comentario al artículo 48», en Comentarios a las reformas del Derecho de
familia, Madrid 1984, pág. 181, donde entiende que “Se ha buscado así un término medio entre el punto
de vista penalista, que haría depender la perduración del impedimento de la subsistencia o extinción de
la responsabilidad criminal y el irredentista de quienes preconizan la perpetuidad inderogable de la
sanción”.-
444
Si el adulterio no constituye delito en nuestro Sistema, resultaría incoherente permitir el juego de un
impedimento similar al que se establecía en el numeral séptimo del artículo 84 del Código Civil en su
redacción originaria, en el que se prohibía el matrimonio a los adúlteros que hubiesen sido condenados
por sentencia firme.
445
Por ejemplo, el numeral 2 del artículo 241 del Código Civil del Perú dispone que “No pueden contraer
matrimonio: (...) Los que adolecieren de enfermedad crónica, contagiosa y transmisible por herencia, o
de vicio que constituya peligro para la prole”.-
Nuestro Sistema jurídico concreta el objeto sobre el que debe versar el consenso en el
deseo de establecer una convivencia dual, orientada a la ayuda y socorro mutuo, vivida
en el contexto de un modelo familiar que incluye el cuidado y atención de las personas
dependientes de ambos cónyuges o de cada uno de ellos. La voluntad que se manifieste
al margen de esta finalidad no es suficiente para establecer un matrimonio válido. Este
es el punto de partida y el principio estructural que preside en nuestro Derecho la
regulación de este instituto.
Las corrientes migratorias hacia nuestro país han ido generando la práctica
fraudulenta de utilizar el matrimonio como un vehículo destinado a conseguir legalizar
estancias irregulares, facilitar la adquisición de la nacionalidad o la reagrupación de
familiares. Para ello, mediando precio, contraprestación o simple lenidad, un nacional
español (o un extranjero con residencia legal en nuestro país) ha de avenirse a contraer
nupcias con un ciudadano extranjero que se halla en otro país (o en el nuestro sin
permiso para establecerse en España). El consentimiento se presta en el bien entendido
de que ninguno de los contrayentes se propone desarrollar una convivencia de los
caracteres que acabamos de describir, sino que la establecen para poder utilizarla
formalmente como cobertura de esos otros objetivos, durante el tiempo que resulte
necesario y. una vez conseguido lo deseado, proceder a instar su nulidad o disolución.
Este es un problema que afecta a muchos países europeos 446y, desde los años noventa,
particularmente al nuestro.
Poniendo en relación los dos párrafos anteriores puede inferirse fácilmente que
la cuestión que preocupa en la Dirección General de los Registros y del Notariado,
desde antes de su Instrucción de 9 de enero de 1995 y hasta después de la de 31 de
enero de 2006, es la de saber como se puede controlar la existencia de un verdadero
consentimiento matrimonial en el expediente previo. El problema es real, pero las
directrices que suministra el Centro Directivo para paliarlo no nos parecen las más
adecuadas. En primer lugar consideramos un error grave partir de cualquier reflexión
relacionada con la “ley aplicable al consentimiento”, porque tal ley ni existe ni puede
existir. El albedrío que se manifiesta externamente o facultad para elegir entre varias
tendencias de la voluntad, es fruto de un proceso de decisión interno que no puede estar
sujeto a regulación legal por su propia naturaleza. La orientación del deseo no es
aprehensible en términos jurídicos. Lo que puede hacer el Derecho es adscribir
consecuencias a la opción escogida o considerarla intrascendente. En el primer caso,
enmarca la operatividad del consentimiento en el espacio que determinan tres puntos: la
capacidad necesaria para poder emitirlo, la forma en la que ha de ser manifestado y la
causa y el objeto a los que se dirige. En este caso lo que interesa es que la finalidad real
del deseo expresado se corresponda fielmente con los efectos del matrimonio; si
concuerda con ellos nace la relación; si no se corresponde no llega a nacer. En
definitiva, la Instrucción de 2006 no se aparta en sustancia de este planteamiento pero lo
vadea a través de unos problemas de ley aplicable poco adecuados y en exceso
complicados447; concretamente dice que: “...debe analizarse si el consentimiento es
válido o no lo es, con arreglo a la Ley estatal que regula, según las normas de conflicto
españolas, el consentimiento matrimonial. Aquí radica lo que para nosotros constituye
el desacierto técnico. Analicemos las razones que nos llevan a sustentar esta impresión.
446
Cfr. Resolución del Consejo de 4 de diciembre de 1997 (DOCE de 16 de diciembre de 1997.-
447
Dice textualmente que “Las normas de conflicto deben determinar separadamente: a) La Ley
aplicable a la capacidad matrimonial; b) La ley aplicable al consentimiento matrimonial; c) la Ley
aplicable a la forma de celebración del matrimonio. Pues bien, en el problema de los matrimonios de
complacencia,”.-
449
Dicho sea en justicia, la Instrucción-Circular no llega a caer nunca en una presunción iuris tantum de
simulación, ni llega a preterir el ius nubendi en ningún momento de su desarrollo.
450
“El hecho probado de que los contrayentes viven juntos en el momento presente o tienen un hijo
común es dato suficiente que acredita la existencia de “relaciones personales”
451
Ciertamente la prueba de esta relación epistolar por medios clásicos o telemáticos no es
inconstitucional en términos estrictos, pero casa mal con el espíritu del artículo 18.3 de la Norma
Fundamental: “Se garantiza el secreto de las comunicaciones y, en especial, de las postales, telegráficas
y telefónicas, salvo resolución judicial” y con el artículo 7 de la Ley Orgánica 1/1982, si bien es cierto
que no tienen carácter de intromisiones ilegítimas las acordadas “por la Autoridad competente de
acuerdo con la ley” (artículo 8). Pero tampoco encontramos una apoyatura clara en la ley para que el
Encargado del expediente las solicite.-
452
Cr. Artículo 73 4º del Código Civil y comentario de Gete-Alonso M.C en Comentarios a las reformas
del Derecho de Familia, Vol.I Madrid 19.84 págs. 364 y ss.-
453
En nuestra opinión, la Instrucción-Circular de 31 de enero de 2006 se sitúa al borde de esta ingerencia,
sin llegar a traspasarlo ni formal ni sustancialmente. No obstante estimamos conveniente la redacción de
una nueva Instrucción que se aleje de este filo.-
sacramentales, porque “...no puede darse contrato matrimonial válido sin que al propio
tiempo sea sacramento” (Canon 1055.2); por lo tanto, si el ministro religioso advierte
que los contrayentes no aceptan la cualidad sacramental de su unión, ha de concluir que
no pueden perfeccionar el contrato matrimonial.
El matrimonio civil, por el contrario, se configura como un simple acuerdo de
voluntades destinado a organizar una convivencia consensual en los términos exigidos
por el Ordenamiento. No posee ninguna característica que le asemeje al espíritu
sacramental propio del matrimonio canónico. Su naturaleza se acomoda a los rasgos de
una relación contractual atípica456. En el expediente sustanciado por el Encargado del
Registro no cabe entrar en la “conciencia” como experiencia moral o sentimiento
emotivo, sino en el “consentimiento” como manifestación de una predisposición a
obligarse en lo prescrito por el Derecho. Claro está que ello no enerva la posibilidad de
emitir manifestaciones falsas en el ámbito de lo que resulta jurídicamente relevante.
Cuando se finge consentir en el establecimiento de una relación jurídica por causa
distinta a la que le es propia; -por ejemplo, encubrir una donación en un contrato de
compraventa- se produce una simulación del consentimiento que constituye una causa
de nulidad radical en nuestro Ordenamiento. Pero, en la práctica normal, la simulación
constituye el fundamento para anular los negocios jurídicos celebrados con base en un
consentimiento fingido; y rara vez para evitar su constitución. Por eso, para ejercitar la
acción de nulidad se precisa que exista la previa apariencia de la relación jurídica
impugnada. En el juicio a que da lugar, las partes gozan de todas las garantías propias
de los procedimientos contenciosos para defender su posición; garantías que,
evidentemente, no son las mismas que las previstas para los expedientes que se suscitan
sin contienda. Por eso entendemos que el Ministerio Fiscal puede -y debe- instar la
nulidad en cualquier momento ulterior cuando la vida de la pareja evidencie la ausencia
de un consentimiento matrimonial propio sensu. En este contexto, la falta de
cohabitación, acreditada testificalmente o deducida de las declaraciones de las partes,
constituiría un claro exponente de la ausencia de un consentimiento matrimonial real y
determinaría una nulidad con efectos ex tunc.
En cambio, el control ex ante ha de realizarse de un modo distinto y no puede
consistir en la mera recopilación de unos indicios a partir de los cuales, la autoridad
interviniente pueda deducir en juicio subjetivo que, a pesar de lo que manifiestan los
contrayentes, su comportamiento futuro no va a adecuarse a la causa de la relación que
pretenden constituir. Con esto no queremos decir que no pueda controlarse el
consentimiento matrimonial en el expediente previo, ni que no sea necesario hacerlo; el
hecho de que quedase acreditada la existencia del pago de una cantidad para obtener el
consentimiento, debe conducir inexorablemente a la denegación de la autorización para
contraerlo457. Lo que queremos decir es que existen otras vías apropiadas para ejercer
los demás controles y que no sólo deben utilizarse para los matrimonios de tráfico
externo, sino para todos ellos.
Tampoco hay que perder de vista que el Ordenamiento prevé operativos
eficaces para evitar las disfunciones derivadas de la simulación en los matrimonios
mixtos. La sanción al fraude de Ley nos parece el camino más adecuado. Cuando los
456
Como enseguida veremos, a diferencia de los demás contratos su subsistencia no depende del acuerdo
inicial sino de la pervivencia actual de ese acuerdo, pudiendo disolverse por la voluntad unilateral de una
de las partes.-
457
La Instrucción-Circular de 31 de enero de 2006 es particularmente cuidosa en este punto dotándole un
tratamiento impecable, al tomar en consideración la existencia de costumbres extranjeras en torno al
matrimonio, donaciones con ocasión de éste o existencia de dote en el derecho aplicable.-.
458
Cfr. Artículo 6.4 del Código Civil.-
459
Como veremos más adelante entendemos por efectos extrínsecos aquellos que no pertenecen a la esfera
personal o patrimonial de la relación pero que el Ordenamiento jurídico los vincula a ella, tales como los
relativos a las pensiones, la tributación, la nacionalidad o la extranjería. Cfr. Espinar Vicente “ El
matrimonio y las familias en el Sistema español de Derecho internacional privado” Madrid 1996 págs
268 y ss.-
460
El artículo 22 del Código Civil exige que el peticionario se halle separado de hecho o de derecho del
cónyuge español o española,
461
No se entiende bien por qué un extranjero casado con un funcionario internacional o con un trabajador
español en el extranjero necesite fijar su residencia en España para poder solicitar nuestra ciudadanía si la
unidad familiar se ha consolidado y desea agruparse en torno a la nacionalidad española.
462
Durante el primer semestre de 2006 la Dirección General de los Registros y del Notariado evacuó 72
recursos interpuestos contra autos denegando la autorización del matrimonio pretendido por falta de
consentimiento. El 69,43% de las Resoluciones confirmaron la denegación. El dato resulta
verdaderamente preocupante.-
463
Ampliaremos esta conclusión al referirnos a la nulidad, separación y divorcio.-
464
Su artículo primero dispone que “No podrá contraerse legalmente matrimonio sin el pleno y libre
consentimiento de ambos contrayentes, expresado por éstos en persona, después de la debida publicidad
ante la autoridad competente para formalizar el matrimonio y testigos; de acuerdo con la ley”.-
465
Cfr. arts. 57, 73.3.°, 78 y concordantes del Código Civil.-
466
El canon 1108.2 del Codex iuris canonici dice que “Se entiende por asistente al matrimonio solamente
el que, estando presente, requiere la manifestación del consentimiento de los contrayentes y la recibe en
nombre de la Iglesia”; cambiando “Iglesia” por “Estado” la naturaleza del acto de prestación del
consentimiento es sensiblemente similar en el Derecho Civil.-
467
La autoridad a la que se remite el expediente para que celebre el matrimonio, «se limitará a autorizar
el matrimonio y a extender la inscripción en su Registro » (art. 250 RRC in fine).
468
La expresión en persona no impide el matrimonio por poderes. Si bien es cierto que el artículo 55 del
Código exige la necesaria asistencia personal de uno de los contrayentes, esta norma no tiene carácter de
aplicación necesaria al tráfico externo. Como pusiera de relieve la Dirección General de los Registros y
del Notariado en su Resolución de 29 de mayo de 1993, las condiciones de prestación formal del
consentimiento se rigen por la lex loci celebrationis. En el caso de esta Resolución se trataba de un
matrimonio contraído en Uruguay en el que ambos contrayentes prestaron el consentimiento a través de
sendos apoderados. Para el Centro Directivo una vez que ha quedado acreditado que la ley del lugar de
celebración admite esa modalidad formal nada se opone al reconocimiento del matrimonio así celebrado.
469
Cfr. Artículos 53, 73.3 y 75 del Código Civil.-
470
Cfr. Artículos 10.2º de la Ley del Registro Civil y 50 y concordantes del Reglamento registral. Las reglas
básicas sobre el matrimonio consular podrían resumirse del siguiente modo: 1º. Los Cónsules españoles tienen
competencia para autorizar matrimonios entre españoles y entre españoles y extranjeros si al menos uno de ellos
apuntado, es que en las disposiciones del Código referidas a esta materia se mezclan
criterios competenciales referidos a las distintas fases sin distinguirlos bien. Los Jueces y
los Cónsules Encargados pueden tramitar el expediente previo, celebrar la boda e inscribir
el matrimonio; pero los agentes diplomáticos sólo pueden recibir el consentimiento si la
legislación del país de sede se lo permite. Los Alcaldes pueden celebrar la ceremonia pero
no pueden ni instruir el expediente ni inscribir el acta 471 y los Acuerdos con la Santa Sede
permiten a los párrocos tramitar el expediente, desposar a los contrayentes y emitir la
certificación eclesiástica con los datos exigidos para su inscripción en el Registro Civil 472;
sistema diferente al seguido con respecto a la Federación de Entidades Religiosas
Evangélicas en España, a la Federación de Comunidades Israelitas y a la Comisión Islámica
de España473.
En cualquier caso, todas las autoridades y los ministros religiosos citados tienen
competencia funcional para recibir el consentimiento y autorizar el matrimonio, con las
especificidades que han quedado apuntadas. Establecido esto, comienza a perfilarse una
norma de competencia territorial que coincide inicialmente con la establecida para la
instrucción del expediente. La idea es que el Juez o Cónsul Encargado del Registro del
lugar donde radique el domicilio de cualquiera de los contrayentes sea el que instruya,
despose e inscriba. Esta impresión se ratifica al leer el artículo 57 del Código, donde se
permite separar la competencia para instruir y celebrar del siguiente modo: “El
matrimonio deberá celebrarse ante el Juez, Alcalde o funcionario correspondiente al
domicilio de cualquiera de los contrayentes y dos testigos mayores de edad. La
prestación del consentimiento podrá también realizarse, por delegación del instructor
del expediente, bien a petición de los contrayentes o bien de oficio ante un Juez,
Alcalde o funcionario de otra población distinta”. Por consiguiente, las autoridades
españolas sólo resultarán competentes para celebrar el matrimonio en el caso en el que
uno de los contrayentes tenga su domicilio en España y el Instructor del expediente haya
delegado ese quehacer en otra autoridad con competencia funcional para hacerlo. Por lo
tanto, el consentimiento matrimonial en los supuestos de tráfico externo se puede
prestar de la manera que se representa en los siguientes cuadros:
Matrimonio entre Ante el Encargado del Registro Ante el Alcalde, Juez o Ante el Ministro Religioso
españoles y que haya instruido el expediente funcionario en el que delegue previsto en la Legislación
extranjeros a previo. el Instructor del expediente española, tras la instrucción del
celebrarse en previo (incluido el consular) expediente previo por el Juez
España (artículo .250 del Reglamento). Encargado.
estuviere domiciliado en su demarcación y si el Estado de recepción no les niega esta competencia. 2°. Los
Cónsules españoles no pueden constituir una relación matrimonial si uno de los contrayentes fuese nacional del
Estado de sede. 3°. Los Cónsules españoles no pueden autorizar matrimonios de extranjeros sean o no nacionales
del país de recepción o estén o no domiciliados en su demarcación. 4°. Los Cónsules extranjeros en España
podrán autorizar el matrimonio de extranjeros siempre que el país de envío les atribuya esa competencia y siempre
que no sea español uno de los contrayentes. 6º. No obstante, el incumplimiento de alguna de estas reglas no tiene
por qué afectar necesariamente la validez de un matrimonio contraído de buena fe, en el que concurran todos los
requisitos de fondo exigidos. Cfr. Espinar Vicente, “El matrimonio y las familias...”op. cit. págs. 106-107. Sobre
los antecedentes y la práctica de formación de estas pautas, véase González Campos, «La celebración del
matrimonio ante funcionarios consulares en España: Algunos casos de la práctica en el siglo XIX», en Estudios
de Derecho internacional. Homenaje al profesor Miaja de la Muela, Madrid, 1979, págs. 1083-1102.-
471
Cfr. La Instrucción de la Dirección General de los Registros y del Notariado de 26 de enero de 1995 sobre
autorización del matrimonio civil por los Alcaldes (BOE de 10 de febrero).-
472
Cfr. Artículo VI.1 del Acuerdo entre el Estado español y la Santa sede sobre asuntos jurídicos de 3 de enero de
1979 y protocolo final.-
473
Cfr. Ley 24/1992 (BOE de 12 de noviembre; Ley25/1992 (BOE de 12 de noviembre Ley 26/1992
(BOE de 12 de noviembre) y Orden de 21 de enero de 1993 por la que se aprueba el modelo de capacidad
matrimonial y de celebración de matrimonio religioso (BOE de 3 de febrero)
Ante el Encargado del Registro Ante el Cónsul del país de Ante el Ministro Religioso
que haya instruido el expediente cualquiera de los previsto en la ley personal de
Matrimonios de previo, cuando uno de los contrayentes, acreditado en cualquiera de ellos. (artículo 50
extranjeros en contrayentes se halle domiciliado España del Código Civil)
España en su circunscripción.
Una vez obtenida el acta de celebración, el matrimonio surte efectos entre las
partes. Este documento prueba la existencia de aquellas relaciones que, no teniendo
acceso al Registro español, fuese necesario acreditar en España, a efectos de otros
negocios o situaciones jurídicas. Para los que deban constar en él 479 se abre el tercero y
último hito del camino; el de su inscripción. En nuestro Ordenamiento este paso confiere
al matrimonio su plenitud negocial y su oponibilidad a terceros. En el supuesto general, la
inscripción constituye un corolario de la celebración. La autoridad interviniente finalizará
el acto declarando que los contrayentes “quedan unidos en matrimonio y extenderá la
inscripción o el acta correspondiente” (artículo 58 in fine del Código Civil)480. Este es el
proceso normal en el que culmina la constitución de la relación jurídica, con independencia de
la naturaleza interna o internacional del supuesto.
Cuando los hitos del proceso se fragmentan las vías de acceso al Registro Civil
se diversifican. Si el expediente matrimonial ha sido instruido por autoridad española,
obviamente todos los requisitos de fondo han sido verificados, controlados y
certificados en el auto de autorización correspondiente, lo que mantendrá su
operatividad con independencia de donde se haya producido acto de celebración. En
estos casos el acta constituye un documento cuya relevancia se limita a justificar que el
consentimiento ha sido emitido en el marco solemne exigido por la legislación aplicable
a ese acto. En caso contrario, el artículo 65 del Código Civil establece que el Juez o
funcionario encargado del Registro, antes de practicar la inscripción, deberá comprobar
si concurren los requisitos legales para la celebración del matrimonio. Al realizar esta
labor pueden suceder dos cosas: o bien que en el acta consten todos los datos necesarios
para acreditar que los contrayentes reunían las condiciones de aptitud exigidas por
nuestro sistema de Derecho internacional privado; o bien que en ella no figuren todos los
antecedentes necesarios para llegar a esa conclusión.
Previendo la primera posibilidad, el artículo 256 del Reglamento establece que
“...se inscribirán siempre que no haya dudas de la realidad del hecho y de su legalidad
conforme a la Ley española, los matrimonios que consten por cualquiera de los documentos
siguientes: (...) Certificación expedida por autoridad o funcionario del país de celebración.
(...) El título para practicar la inscripción será en todos estos casos, el documento
expresado y las declaraciones complementarias oportunas.” Parece que el espíritu del
Reglamento es favorable al reconocimiento cuasi-automático de estos matrimonios.
Como puede verse, lo que se exige es un documento auténtico en el que consten los
extremos sobre los que ha de proyectarse el control. Existiendo tal documento, siendo
suficiente o complementado, en su caso, mediante las informaciones adicionales
precisas se procederá a extender la inscripción del matrimonio sin más trámites. La
segunda contingencia se prevé en el artículo 257 del Reglamento del Registro; “En
cualquier otro supuesto, (es decir, cuando el acta extranjera no expresare
suficientemente las circunstancias que han de controlarse) el matrimonio sólo puede
inscribirse en virtud de expediente, en el que se acreditará debidamente la celebración
478
Puede apreciarse un estrecho paralelismo entre el resultado de la aplicación del artículo 11.1 a estos
supuestos y una bilateralización del artículo 50 del Código civil. -
479
El acceso del matrimonio al Registro viene condicionado por el artículo 15 de la Ley registral, a cuyo
tenor: «En el registro constarán los hechos inscribibles que afecten a los españoles y los acaecidos en
territorio español aunque afecten a extranjeros. En todo caso se inscribirán los hechos ocurridos fuera
de España, cuando las correspondientes inscripciones deban servir de base a inscripciones marginales
exigidas por el Derecho español».-
480
Cfr. El artículo 255 del Reglamento del Registro Civil “Si el matrimonio se ha celebrado en las
oficinas del propio Registro, como resultado del expediente previo, el acta del matrimonio será la propia
inscripción...”.-
481
Sobre legalización y reconocimiento de documentos extranjeros véase el capítulo anterior y recuérdese
el juego del Convenio de La Haya de 5 de octubre de 1961 y su instrumentación operativa a través del
Real Decreto de 2 de octubre de 1978 y de la Orden de 30 de diciembre de 1978. Cfr. también el
Convenio de Londres de 7 de julio de 1968 sobre documentos extendidos por agentes diplomáticos o
consulares (11 de septiembre de 1982).
482
La incidencia de los matrimonios simulados es también importante en este ámbito. En el primer
semestre de 2006 la Dirección General de los Registros y del Notariado evacuó 18 recursos contra la
denegación del certificado de capacidad nupcial para contraer nupcias en país extranjero. El 77,75% de
las resoluciones confirmaron la denegación por falta de consentimiento matrimonial.
483
En los supuestos en los que en el acta levantada por la autoridad del locus celebrationis constaren
todas las informaciones requeridas, no es que se obvie el expediente de comprobación, sino que han
quedado suficientemente acreditadas las condiciones requeridas. Cfr., entre otras, las Resoluciones de la
Dirección General de los Registros y del Notariado de 16-XII-92, 29-V-93 y 27-V-94. El panorama
actual es muy distinto, en el primer semestre de 2006 la Dirección General de los Registros y del Notariado
evacuó 117 recursos interpuestos contra sendas negativas a inscribir matrimonios celebrados en el extranjero
por falta de consentimiento matrimonial. El 77,77% de las Resoluciones confirmaron la denegación.
En el próximo capítulo vamos a ocuparnos de las crisis del matrimonio, una vez
que hayamos estudiado previamente los efectos personales y patrimoniales de la
relación conyugal. Resultaría poco oportuno analizar ahora las normas internas e
institucionales referidas a la competencia judicial internacional y al reconocimiento y
ejecución de las decisiones extranjeras en materia de nulidad, en la medida en la que son
las mismas que vamos a examinar detenidamente al referirnos a la separación y al
divorcio. En esta materia sólo varía la disposición conflictual. El artículo 107.1 del
Código Civil establece que “La nulidad del matrimonio y sus efectos se determinarán
de conformidad con la ley aplicable a su celebración”; fórmula cuya precisión
redaccional nos suscita ciertas dudas. Pero la verdadera razón para introducir aquí este
epígrafe responde sobre todo a motivos de sistemática. El punto de vista con el que ha de
abordarse la nulidad es muy distinto del que debe utilizarse para emprender el examen de
los conflictos conyugales. Se trata de distinguir entre lo que es atentar la constitución de
una relación de derecho sin conseguir establecerla y lo que supone el tratamiento de una
relación plenamente constituida que entra quiebra (suspensión o disolución de los
efectos del vínculo). La nulidad no implica fractura en el matrimonio, se limita a
expresar la ausencia de valor jurídico de una apariencia. Aunque se haya utilizado –y se
siga usando en la práctica- como un mecanismo alternativo a los supuestos de separación y
divorcio, su naturaleza y finalidad la distinguen claramente de esos dos otros supuestos.
Tampoco hay que confundir la nulidad con la inexistencia. Esta última se
caracteriza porque su aspecto exterior no permite confundirla con la configuración de
una relación real. Una convivencia more uxorio en la que sus integrantes proclamasen la
ausencia de todo vínculo jurídico entre ellos no generaría una imagen matrimonial, ni
para quienes la viven ni para los demás. La nulidad presupone siempre una similitud
con lo que es válido; y ello permite que la relación aparente pueda ser percibida como
algo real, tanto por los protagonistas que actúen de buena fe, como por los terceros.
Quien contrajo nupcias pensando que el otro contrayente se hallaba libre de vínculo
matrimonial, o quienes se casaron sin la intervención de los testigos por creer que no era
un requisito de validez, configuran una apariencia matrimonial que la declaración
judicial de nulidad destruye; y los efectos que de ello se derivan son muy diferentes a
los que produce la inexistencia484.
Sentadas estas premisas, se entiende con facilidad que un matrimonio de tráfico
externo es nulo cuando los contrayentes llegaron a celebrarlo infringiendo los requisitos
de fondo o de forma requeridos para su validez por las leyes reclamadas. Para ello no
resulta necesario positivar una norma de conflicto específica. Basta con estar a lo
dispuesto en los preceptos de atribución que rigen las condiciones para su constitución.
Se trata de desandar el camino que hemos trazado en las páginas precedentes. Si en el
proceso constitutivo de la relación conyugal se hubiese infringido lo dispuesto en alguna
de las disposiciones aplicables en materia de capacidad, consentimiento y forma, habrá
de estarse a las consecuencias que, sobre la validez del matrimonio, atribuya el
Ordenamiento competente a la inobservancia del requisito concreto que se haya
contravenido. El resultado de este proceso puede tener implicaciones muy distintas;
dependiendo de la transgresión, la nulidad puede ser absoluta, puede enervarse con el
paso del tiempo o puede entenderse que, a pesar de la irregularidad apreciada, el
484
Por ejemplo, los nacidos en el seno de una pareja de hecho tendrían la consideración de hijos no
matrimoniales, mientras que “La declaración de nulidad del matrimonio no invalidará los efectos ya
producidos respecto de los hijos...” (artículo 79 del Código Civil.-
CAPITULO XIII
LOS EFECTOS DEL MATRIMONIO Y LAS CRISIS DE LA
RELACIÓN EN EL DERECHO INTERNACIONAL PRIVADO
ESPAÑOL.
I. LOS EFECTOS PERSONALES DEL MATRIMONIO.
1. Consideraciones introductorias.
485
A mayor abundamiento hay que tener en cuenta que en lo referente a la apreciación de defectos
formales como base para la nulidad nuestro Sistema se muestra muy restrictivo. Sólo el celebrado sin la
intervención de la autoridad que ha de recibir el consentimiento y la de los testigos determina esta sanción
(artículos 73 y 78 del Código Civil); pero la competencia de los funcionarios autorizantes no se cuestiona,
cuando al menos uno de los cónyuges hubiera procedido de buena fe (cosa que se presume) y tales
autoridades ejercieran sus funciones públicamente (artículo 53 del Código). Si el Sistema parte de unas
premisas formales embebidas del favor validitatis, que adopta la redacción del artículo 78 del Código,
resulta obvio que el término celebración debe entenderse como constitución.-
486
Hay que tener en cuenta que en el Derecho español y en muchos otros Sistema jurídicos las
convivencias more uxorio generan efectos similares a los matrimoniales y que, como ha quedado
expuesto, la generación de hijos comunes, con o sin convivencia estable, crea relaciones familiares entre
los progenitores.-
487
Se trata de los efectos del matrimonio en su sentido estricto, tanto en lo que respecta a los derechos y
deberes conyugales a los que se refiere el artículo 32.2 de la Constitución, como a su incidencia frente a
terceros.-
488
El numeral segundo del artículo 39 de la Constitución establece como principio rector de la política
social y económica que “Los poderes públicos aseguran, asimismo, la protección integral de los hijos,
iguales éstos ante la ley con independencia de su filiación, y de las madres, cualquiera que sea su estado
civil. La ley posibilitará la investigación de la paternidad”.-
489
La norma constitucional referida al matrimonio consagra una plena igualdad jurídica que no puede
interpretarse como una mera reiteración del principio consagrado en el artículo 14 de la Norma Base; al
referirse específicamente a la posición de los cónyuges ante el matrimonio y durante la convivencia
conyugal, priva al legislador de la posibilidad de construir unos “efectos personales” que descompensen
la posición de cada parte de la relación frente a la otra. Este es el límite que impone la Constitución al
legislador y constituye la expresión del orden público constitucional en esta materia. Por el solo hecho de
casarse nadie puede representar a su marido o a su mujer en casos distintos de los que aquellos hubiesen
podido ser representados al margen de su condición de casados
490
La igualdad en derechos y deberes, el respetarse recíprocamente y el no poderse atribuir la
representación del otro si no le hubiere sido conferida, consideramos que son premisas generales y no
poder otorgar su elección ante la propia autoridad que tramita el expediente; de esta
forma, prestarían su consentimiento aceptando los términos establecidos por la Ley
rectora de su relación y su opción quedaría reflejada en el acta matrimonial.
Las otras dos conexiones reclaman la aplicación de “...la ley de la residencia
habitual común inmediatamente posterior a la celebración, y, a falta de dicha
residencia, por la del lugar de celebración del matrimonio”. Ambas llevan en sí un
germen de aleatoriedad, pues su concreción puede ser fruto de sucesos casuales. La
fuerza atractiva de la primera residencia habitual puede manifestarse de muy diferentes
maneras. Alcanza su grado máximo cuando el tiempo de su duración ha sido suficiente
como para generar en los sujetos una identificación entre su relación conyugal y las
concepciones jurídicas matrimoniales del entorno social en el que han ido consolidando
su unión; pero se convierte en una conexión fortuita cuando se hubiese establecido en
los primeros años de la convivencia a consecuencia de razones laborales, por ejemplo, y
los esposos hubieran regresado al lugar donde querían volver o arraigarse desde el
principio, en cuanto tuvieron ocasión de hacerlo. En este sentido, entendemos que la
residencia habitual común del matrimonio en el momento en el que haya de hacerse
valer algún efecto personal, resulta más idónea que la retenida por nuestro legislador.
Finalmente, en lo que respecta a la última de las vinculaciones retenidas, hay que
destacar que su riesgo de contingencia es menor. Si consideramos que el consentimiento se
presta sobre los efectos del matrimonio, tal y como éstos se configuran en la lex loci
celebrationis, que el diseño de la relación se confía al diseño de los cónyuges, a excepción
del núcleo conceptual duro que rija en la lex fori y que no tienen por qué servir de base para
suscitar la separación o el divorcio, no resulta desatinado remitirse a esa Ley. No obstante
seguimos entendiendo que la residencia habitual actual del matrimonio ofrece mayores
ventajas en este plano498. De todos modos, estas conclusiones provisionales deben
matizarse al analizar la verdadera operatividad del artículo 9.2 del Código Civil en el
plano de su actuación práctica. Ya hemos descartado su aplicación directa o indirecta a
los procesos de separación y divorcio. Su propio párrafo segundo lo subraya al remitir la
regulación de estas cuestiones a una norma de atribución independiente, contenida en el
artículo 107 de nuestro Primer Código. Nuestro Sistema matrimonial, por su parte,
enerva cualquier causa objetiva para la suspensión o disolución de los efectos vinculares
y apoya la construcción del divorcio sobre el pilar exclusivo de la pérdida de la affectio
maritalis. En consecuencia, en el tráfico externo y en relación con los efectos del
matrimonio, sólo pueden suscitarse los siguientes problemas de regulación:
a) Si la capacidad de una persona casada puede verse modificada por su estado
civil matrimonial en su obrar jurídico.
b) Si la contribución al levantamiento de las cargas familiares que realiza cada
cónyuge se ajusta a los parámetros legales.
c) Si la asistencia que se prestan concuerda con los límites del deber de mutua
ayuda y socorro o si los rebasa.
d) Cuál es el domicilio conyugal en el caso en el que los esposos discrepen de su
ubicación.
498
Más adelante veremos que esta residencia habitual común actual del matrimonio, a nivel de efectos
personales, se correspondería con la última residencia habitual común del matrimonio, utilizada como
conexión a efectos de separación y divorcio. El que no se mezclen los efectos del matrimonio con las
causas de su disolución en nuestro Sistema, no debe llevar a una desarticulación drástica entre ambas, ya
que, por su naturaleza, se relacionan íntimamente aunque no se haga depender una de otra de forma
directa.-
499
El artículo 1.322 del Código Civil hace referencia directa a los casos en los que la ley requiere el
consentimiento de los dos cónyuges para la realización de un acto de administración o disposición y el
156 del mismo cuerpo legal establece el modo del ejercicio conjunto de la patria potestad exigiendo el
acuerdo mutuo como regla general. De la primera de estas disposiciones se induce una cierta
modificación de la capacidad general de obrar que, como veremos al estudiar los efectos económicos,
resulta mucho más aparente que real.
bien sabido, los procesos civiles que se sigan en el territorio nacional se regirán
únicamente por las normas procesales españolas500 y, en esta materia, nuestra regulación
rituaria no resulta particularmente precisa. Dentro de los procesos especiales sobre
capacidad, filiación, matrimonio y menores, el Capítulo IV se dedica a la nulidad,
separación y divorcio, sin hacer ninguna mención específica al tema del que ahora nos
ocupamos; únicamente el artículo 770 de la Ley rituaria los incluye, de modo transversal,
al referirse, “además”, a otras demandas que puedan formularse al amparo del Título IV
del Libro I del Código Civil501. La determinación del domicilio conyugal y la solicitud
del auxilio económico necesario para la subsistencia del peticionario y de los hijos a su
cuidado, se ha venido conformando en nuestro Ordenamiento como una medida
provisional previa a la demanda de separación o divorcio; y su régimen jurídico se ha
orientado siempre a esta finalidad. Ello no descarta su posible requerimiento al margen de
la quiebra de la convivencia, pero por eso su regulación en este plano es muy deficiente.
Realizada esta salvedad, la vía establecida en el citado artículo 770 requiere que
la presentación de la demanda sea acompañada de una propuesta de convenio regulador.
Se trata de una oferta de compromiso, en la que uno de los cónyuges establece un
anteproyecto del acuerdo que considera apropiado a las circunstancias de su matrimonio,
solicitando su aprobación judicial. La misión del Juez frente a este documento es triple:
debe verificar su ajuste a Derecho y su acomodo al interés de la familia; debe intentar
concordar las voluntades para obtener un resultado aceptado por ambos y, finalmente,
llegado el caso, debe sustituir la voluntad de los esposos discrepantes estableciendo el
monto de la participación en el levantamiento de las cargas familiares o determinando el
lugar donde se entiende situado del domicilio conyugal. Las pautas que utilizará en su
labor serán las que le suministren la normativa extranjera aplicable, la proporcionalidad
de la contribución de cada cónyuge en atención a sus respectivos recursos económicos y,
fundamentalmente, el interés de la familia.
En definitiva, estos supuestos se suscitan y resuelven en términos próximos a los
que caracterizan a la jurisdicción voluntaria. La inexistencia de acuerdo, cuando no se
quiere romper la convivencia matrimonial, no equivale a contienda. En estos negocios
procesales no se discute la obligación de fijar un domicilio común, sino que se solicita del
Juez que precise su ubicación; tampoco se niega la contribución económica a la familia,
sino que se pide al magistrado que la concrete. En este contexto no hay demandante ni
demandado; no se pide que se adscriba la vivienda familiar, provisional o definitivamente,
a uno de los cónyuges en detrimento del otro, ni que se fije el monto de una pensión o de
unos alimentos a costa del patrimonio de uno de ellos; se trata de requerir al Juez para que
apruebe como domicilio conyugal la habitación que el solicitante estima como tal, o que,
en su caso, establezca su enclave en atención al interés familiar. Este procedimiento para
concretar in casu los efectos jurídicos de una relación matrimonial indiscutida, no resulta
contencioso y, por lo tanto, las normas de competencia judicial internacional basadas en la
sumisión de las partes o el domicilio del demandado no deben entrar en juego. La
jurisdicción española será competente para entender de estos supuestos cuando ambos
cónyuges tengan su residencia habitual en España en el momento de solicitar la actuación
500
A excepción de lo dispuesto en Tratado internacionales. Cfr. artículo 3º de la Ley de Enjuiciamiento
Civil.-
501
El artículo 770 de la Ley de Enjuiciamiento Civil dispone que: “Las demandas de separación y
divorcio, salvo las previstas en el artículo 777, las de nulidad del matrimonio y las demás que se formulen
al amparo del Título IV del Libro I del Código Civil, se sustanciarán por los trámites del juicio verbal,
conforme a lo establecido en el Capitulo I de este Título, y con sujeción, además a las siguientes reglas:
(...)”.-
judicial, cuando el solicitante sea español y resida en España o cuando ambos esposos
sean españoles.
2.3. Algunos problemas conexos a los efectos personales del matrimonio.
Pasando a un segundo tema relacionado con derechos y deberes conyugales, hay
que tener en cuenta que, mientras la mutua ayuda se concreta en el apoyo que deben
prestarse los integrantes del matrimonio en circunstancias normales y a lo largo de su
vida conyugal; el deber de socorro, en cambio, debe entenderse como la obligación de
paliar los problemas que pudiera sufrir el otro cónyuge, en situaciones extraordinarias y por
el tiempo que dure su estado de necesidad. Ambos deberes tiene unos límites y su
concreción varía mucho de un Sistema a otro. Así, en Francia, la Sentencia del Tribunal
de Casación de 18 de marzo de 1981 consideró que el autor de un accidente que dejó
inválido al marido, debía indemnizar a la mujer, habida cuenta de que la carga de
trabajo doméstico añadida por esta circunstancia, desbordaba la que nace del deber de
ayuda mutua establecido en el artículo 212 del Código Civil francés. En un sentido
similar, la sentencia de 30 de mayo de 1979 del mismo órgano jurisdiccional, había
declarado que cuando uno de los esposos colabora en la actividad profesional de su
cónyuge, sin obtener remuneración por el trabajo realizado, su actividad sobrepasa la
obligación de contribuir a las cargas del matrimonio y produce un empobrecimiento en
el que lo realiza que se corresponde con el correlativo enriquecimiento del cónyuge que
se beneficia de él; y que, por lo tanto, el que ha colaborado tiene derecho a obtener una
indemnización por sus servicios. Así pues un cónyuge puede reclamar a su esposo o a
un tercero el pago de las cantidades en las que valora unas prestaciones personales
realizadas en el seno de la sociedad marital o unos perjuicios sufridos en su ámbito, en
la medida en la que supongan o provoquen un comportamiento que exceda al exigido
por la Ley rectora de los efectos personales de su matrimonio.
En nuestro Ordenamiento jurídico difícilmente podrían suscitarse las cosas de
este modo. Una reclamación de responsabilidad civil, de gestión de negocios o de
enriquecimiento sin causa se encauzaría a través de las acciones propias de estos
institutos y al margen de la relación conyugal. La indemnización, en el caso del
accidente, tendría su fundamento en el perjuicio personal que sufre directamente el
demandante; por su parte, la reclamación de cantidades por servicios prestados se
ventilaría al margen de la relación matrimonial, a no ser que se suscitase al hilo de la
disolución de la sociedad económica conyugal y hubieran de computarse como
aportaciones al acervo común. Ello no obstante, cabe que el demandado, en los
supuestos de tráfico externo, se opusiese argumentando que la actividad que motiva la
demanda constituye una manifestación del deber de contribución al levantamiento de las
cargas familiares o al de socorro, según lo entiende la Ley aplicable a las relaciones
personales del matrimonio. El problema es complejo, ya que puede involucrar un
cúmulo de leyes aplicables que sería preciso adaptar; no obstante, no cabe duda de que
es susceptible de suscitarse en la práctica, tanto durante la vida de la relación
conyugal502, como sobre todo, al llegar la hora de su suspensión o extinción. Se trata,
como podemos comprobar, de una figura que se sitúa en una zona entre dos luces, pero
que permite apreciar la relevancia que, en determinados supuestos de tráfico externo,
puede alcanzar la traducción económica de los efectos personales.
502
Una reclamación de cantidades entre esposos puede tener como objeto un reparto de rentas que resulte
beneficioso a la sociedad conyugal a nivel impositivo. Téngase en cuenta que nos estamos refiriendo a
supuestos de tráfico externo cuya fiscalidad puede estar sometida a las previsiones de distintos Sistemas.
El supuesto también puede plantearse al cambiar el régimen económico matrimonial y procederse a la
liquidación del anterior-
Por último hay que tener en cuenta que el matrimonio produce otro tipo de
efectos distintos a los subsumibles en el artículo 9.2 del Código Civil Estos efectos
extrínsecos a la relación conyugal, en su sentido más propio, deben ser analizados en
cada una de las instituciones sobre las que repercuten, en la medida en el que la propia
noción de matrimonio varía en cada caso. Así, por ejemplo, el concepto cónyuge, a
efectos de reagrupación familiar de lo trabajadores migrantes, es distinto al concepto
cónyuge que se requiere para obtener una pensión de viudedad o para poder disfrutar de
ciertos beneficios fiscales en sucesiones, donaciones o en el impuesto sobre la renta. Cada
Ordenamiento jurídico establece unos efectos conexos a la relación matrimonial
derivados de los principios rectores de su política social. Se trata de adscribir beneficios
a este modelo familiar, lo que se suele llevar a cabo a través de normas de derecho
público, cuyo ámbito de eficacia territorial predomina sobre cualquier otra
consideración. En los supuestos en los que tales beneficios se adscriban a nivel de
derecho privado, habrá de estarse a las normas de conflicto aplicables a la institución en
la que se produce el efecto. Así por ejemplo, hay Sistemas jurídicos que llaman a
suceder al cónyuge supérstite, mientras otros no lo hacen, cuestión que se determinará
con base en la norma de atribución referida a las sucesiones.
II. LOS EFECTOS PATRIMONIALES DERIVADOS DE LA RELACIÓN
CONYUGAL.
1. Efectos económicos del matrimonio y régimen económico conyugal.
El matrimonio, como proyecto de vida en común, suscita con respecto a los
bienes y ganancias dos preocupaciones iniciales: cómo se organiza la titularidad y
administración del patrimonio y de las rentas que puedan generar el caudal y el trabajo
de ambos cónyuges durante su convivencia y cómo se reparte el coste económico que
conlleva la vida en común. Partiendo de esta base, entendemos por efectos económicos
del matrimonio la obligación de contribuir al levantamiento de las cargas que se derivan
de una relación de convivencia conyugal; es decir, la vertiente estrictamente pecuniaria
de los deberes de ayuda y socorro mutuo. Por su parte, el régimen económico hace
referencia a la composición, titularidad y administración del patrimonio actual y futuro
de los cónyuges. Como puede verse se trata de dos cosas distintas, aunque, en realidad,
se hallan estrechamente vinculadas.
En Derecho comparado existen dos grandes alternativas para diseñar la
organización del patrimonio conyugal503: las partes pueden poner en común todas las
ganancias que adquieran tras el matrimonio, o pueden conservar patrimonios separados.
Cada una de ellas puede matizarse aportando bienes privativos a la sociedad común o
estableciendo un sistema societario en el que el marido y la mujer pueden participar de las
ganancias del otro, conservando la administración separada. Normalmente, la elección
de una de estas alternativas se confía a libre estipulación de las partes. Se articulan
normativamente unos modelos tipo, que son susceptibles de aceptación o modificación,
y se adoptan unos límites imperativos destinados a proteger los intereses de la familia,
los de los herederos forzosos y los de los terceros. En ausencia del ejercicio de la
autonomía, cada sistema adscribe a los cónyuges las condiciones de uno u otro de estos
regímenes. Pero en el Derecho comparado no existe unanimidad en dos cosas muy
503
Gómez Campelo en su monografía sobre “Los regímenes matrimoniales en Europa y su armonización”
Madrid 2008; sintetiza en cuatro regímenes las principales variantes organizativas del patrimonio
conyugal en Derecho comparado (cfr. en especial págs. 91 y ss.) Nosotros las reducimos a dos por
entender que las otras –con peculiaridades diferenciales innegables- constituyen variables derivadas de
ambos troncos.-
504
Cfr. O’Callaghan “Compendio de Derecho Civil” Tomo IV Derecho de familia; Madrid 2001, pág.
120.-
505
Normalmente la referencia al régimen económico primario aluden a la organización del patrimonio
conyugal en defecto de pacto entre los esposos y se suele denominar secundario al que sustituye o modifica
a aquel. Nos hemos permitido, excepcionalmente, utilizar estas expresiones en otro sentido distinto al
empleado habitualmente por la doctrina civilista, debido a que desde la perspectiva del Derecho
internacional privado, nos permite desarrollar nuestro discurso con mayor facilidad. Así llamaremos
régimen económico primario a las cargas económicas que se derivan directa y principalmente de la
constitución de la sociedad conyugal, mientras que la organización del patrimonio de los esposos, como
consecuencia derivada, adscribimos la calificación de secundario.-
506
Dicha disposición preceptúa que: “En caso contrario, los gastos derivados de estos conceptos serán
sufragados por la sociedad de gananciales, pero darán lugar al reintegro en el momento de la
liquidación”.-
lugar, la acción del orden público en este plano se torna mucho más mitigada. En
definitiva, la idea rectora en nuestro Derecho es la de conferir autonomía a los esposos
para especificar los términos operativos de su sociedad económica. Es verdad que se
hace dentro de unos limites más estrechos que en otras obligaciones contractuales, pero
con un margen suficientemente amplio. Disponen, pues, de libertad para escoger
cualquiera de los regímenes legales previstos en los Ordenamientos a los que se remite
el artículo 9.3 y para diseñar al amparo de cualquiera de ellos un sistema libremente
pactado508.
El régimen legal supletorio correspondiente a los matrimonios de tráfico externo
es el que les viene atribuido por la Ley que resulta aplicable a sus efectos en virtud del
artículo 9.2 del Código Civil. Sólo una de las cuatro conexiones retenidas en este
precepto nos suscita alguna duda en este plano. Y es que la segunda, al permitir el juego
de la autonomía de la voluntad en la selección de la Ley aplicable, nos plantea una
incertidumbre sobre el carácter legal o pactado del régimen económico resultante de esa
professio iuris. En nuestra opinión, la manifestación formal de sumisión a una ley
constituye, en expresión de Pérez Vera, una “cláusula con funciones de localización
semejantes a las desempeñadas por la norma de conflicto y que, en consecuencia,
incorporaría indirectamente una reglamentación completa del régimen económico
aplicable en virtud de la voluntad de los esposos”509. La naturaleza de esta declaración
de voluntad, limitada a la designación del Derecho aplicable, difiere de la del acuerdo
por el que se pacta o sustituye el régimen económico. Una cosa es someterse a una Ley
y aceptar todos los efectos que en Ella se prevean en relación con el matrimonio que va
a contraerse y otra, bien distinta, es estipular consensualmente el modelo de régimen
económico al que se someten, sustituyendo al que normalmente hubiese correspondido o
diseñándolo contractualmente. En el primer caso, el legislador establece un marco
normativo en cuya base se permite a las partes seleccionar la norma de conflicto aplicable a
su relación. Los contrayentes eligen entre opciones predeterminadas. El inciso comentado
establece que los efectos del matrimonio se rigen, bien por la ley nacional de un
contrayente, bien por la ley nacional del otro; o bien por la de la residencia habitual de
uno de ellos o por la del otro. Se trata de cuatro conexiones alternativas que se
concretan in casu a través del testimonio de los interesados. El contenido del documento
tiene, pues, un carácter más testimonial que dispositivo; dicho en otras palabras, se trata
de una confesión de sumisión a un Derecho, realizada al amparo de un precepto español,
que convierte ese acto en un mecanismo idóneo para hacer operativa una de las
conexiones preestablecidas. Por lo tanto, las exigencias formales y sustanciales para la
validez de las profesiones iuris han de ser necesariamente distintas a las que se
requieren para los capítulos. Tal como las entendemos, no pueden ser otras que las
contenidas en el propio precepto que la instituye; es decir, su constancia en documento
auténtico y su otorgamiento antes de la boda. Huelga decir que la autenticidad de un
documento no se identifica con su carácter público; sin embargo, en este caso, la
relevancia que se da a la fecha de su otorgamiento nos inclina a pensar que, el
legislador, tenía en mente su autorización por fedatario público 510. Resulta indiscutible
que el documento privado, una vez acreditada su autenticidad, surte los efectos
508
Entendemos por regimen legal aquel que viene ordenado concreta y específicamente por la Ley que
resulta aplicable a los efectos del matrimonio, cuando las partes no introducen en él ni modificación ni
añadido alguno. Es pactado aquel en el que los contrayentes o cónyuges estipulan condiciones diferentes
a las previstas en la lex causae, sustituyendo sus normas dispositivas por cláusulas propias, o permutando
el que les correspondiese por defecto por otro de los que se hallen instituidos en esa u otra legislación
aplicable.
509
Cfr. Pérez Vera E. “Derecho internacional privado. Parte especial” Madrid 1.980 pág. 208.-
requeridos por el artículo 9.2 del Código, pero no resulta menos evidente que esta
norma hace una clara y cierta referencia al documento público, aunque sea de modo
indirecto, no siendo la primera vez que los términos “auténtico” y “público” se
confunden en nuestra legislación511.
4. El régimen económico del matrimonio. El régimen pactado.
El artículo 9.3 del Código Civil regula esa libertad consensual estableciendo una
autonomía conflictual limitada para enmarcar su ejercicio. Las partes pueden elegir
entre la ley que rija los efectos de su matrimonio, la nacional o la de la residencia habitual
de cualquiera de ellos en el momento del otorgamiento, como marco para el diseño de su
régimen económico. Una vez que los esposos se sitúan bajo la cobertura de uno de estos
Ordenamientos pueden estipularlo, modificarlo o sustituirlo hasta el límite permitido
por el Sistema jurídico seleccionado. Estipular significa concertar o convenir; es decir,
las partes pueden consensuar los términos de su relación en uso de su autonomía
contractual, siempre que al hacerlo no desborden el marco imperativo que establezca la
Ley aplicable. Modificar significa partir de un régimen preestablecido y reemplazar las
normas de carácter dispositivo por cláusulas pactadas entre ellos. Finalmente, la
sustitución implica la permuta de un régimen por otro más adecuado a la situación
vivida por los esposos en el momento de hacerlo.
4. 1. La capacidad para otorgar capitulaciones.
Como ya anotamos en el capítulo décimo, intentar reconducir a una sola
calificación y englobar en un solo precepto todas las cuestiones relativas a la capacidad
de obrar, resulta impensable en los actuales Sistemas jurídicos. Cada institución ha ido
decantando la exigencia de unos requisitos específicos para que la persona pueda operar
con efectividad jurídica en ese ámbito de regulación concreto. Dentro de estas
coordenadas, la norma contenida en el artículo 9.1 y concordantes del Código Civil se
limita a darnos una pauta general. La Ley personal ofrece una directriz indicativa que
habrá de matizarse en cada campo de actuación del sujeto. Lo que nos define es una
posición inespecífica de idoneidad frente al Derecho; es decir, si se es o no mayor de
edad, si se le considera emancipado y a qué efectos, o si se le ha declarado incapaz.
Hasta aquí el primer paso. A partir de ahí, se necesitará, precisar cuáles son las
condiciones concretas que debe reunir el sujeto para poder configurar válidamente la
relación de que se trate; y la respuesta a esta segunda fase puede venir dada por la
propia ley personal, por la lex fori o por el Ordenamiento aplicable al fondo del asunto.
En el tema de las capitulaciones los dos problemas básicos se refieren a la
determinación de la aptitud del menor y al problema de los incapacitados. Nuestro
Sistema entiende -y de ahí debe partir nuestra calificación- que “El menor no
emancipado que con arreglo a la Ley pueda casarse, podrá otorgar capitulaciones
matrimoniales, pero necesitará el concurso y consentimiento de sus padres o tutor,
510
El artículo 1218 del Código Civil establece que “Los documentos públicos hacen prueba, aun contra
tercero, del hecho que motiva su otorgamiento (en este caso, la selección de la Ley aplicable) y de la
fecha de éste (el haberse autorizado antes de la celebración del matrimonio)”. En contraposición el
artículo 1227 del mismo Cuerpo Legal dice que “La fecha de un documento privado no se contará
respecto de terceros sino desde el día en que hubiese sido incorporado o inscrito en un registro público,
desde la muerte de cualquiera de los que le firmaron, o desde el día en que se entregase a un funcionario
público por razón de su oficio”.-
511
Por ejemplo, el artículo 3 de la Ley hipotecaria se refiere a “...escritura pública, ejecutoria o
documento auténtico expedido por Autoridad judicial, por el Gobierno o sus Agentes, en la forma que
prescriban los reglamentos”
especial515; es decir, se configura más como una condición propia y extraordinaria del
negocio, que como un requisito de aptitud jurídica; ya que, a todas luces, al menor no
emancipado no se le reconoce una capacidad general de obrar516. Cuando se le autoriza a
capitular en esas condiciones, lo que se hace es excepcionar en ese ámbito su falta de
idoneidad para realizar actos jurídicos eficaces; pero, para poder hacerlo, se ha tenido
que partir, previamente, de reconocer su ausencia de capacidad de obrar en este
ámbito517. Ahora bien, si el modo de entender el ius conubii, lleva a permitir el
establecimiento de la relación antes de la edad en la que puede emanciparse un menor,
correlativamente, deben arbitrarse mecanismos que le permitan configurar su relación
conyugal sin más restricciones que las que vienen exigidas por la protección del menor y la
de un patrimonio cuya gestión y titularidad puede afectar a legítimos intereses de
terceros518.
4.2. La ley aplicable a los pactos matrimoniales.
A tenor, del artículo 9.3 del Código Civil los pactos o capitulaciones “serán
válidos cuando sean conformes” con las leyes que en él se enumeran. La redacción
resulta obscura, en la medida en la que el término “conforme” puede significar tanto
“cuando proceda en Derecho”, como “con arreglo a lo establecido en la Ley”. Un
análisis del “sentido propio de sus palabras” nos puede conducir a ambas
interpretaciones. Si partimos de la primera, el papel de la legislación reclamada se
limitaría a determinar si es posible capitular o no y hasta que límite; si entendemos que
significa lo segundo, la norma en estudio exigiría una conformidad entre la sustancia del
pacto y las previsiones del Ordenamiento designado.
En el primer caso bastaría con que el Derecho reclamado a través de cualquiera
de las cinco conexiones utilizadas, permitiese el acuerdo y, una vez comprobada su
aquiescencia, el fondo de los capítulos podría quedar sometido a la Ley rectora del
contenido de las obligaciones asumidas. La función de este artículo 9.3 se limitaría a
dar el plácet a las capitulaciones (lex validitatis)519 y su papel regulador sería similar al
que desempeña el primer numeral del artículo 11 del Código tal como expusimos en el
capítulo XI. Cuando se estipule o modifique el régimen matrimonial hay que ponerse al
abrigo de una de las cinco leyes designadas; cuando se trate de hacer valer en España
unas capitulaciones otorgadas en el extranjero, bastará con que resulten válidas a la luz
de uno cualquiera de esos cinco Ordenamientos. La regulación del fondo constituiría un
asunto distinto, no contemplado en este artículo. Refiriéndose a la versión de 1974 de
515
En un sentido muy similar se manifiesta Amores Conradi en González Campos y otros “Derecho
internacional privado. Parte especial” Madrid 1995 pág. 339.-
516
Sin perjuicio de que, como ya vimos en el Capítulo correspondiente, el Derecho reconozca a los
menores, a medida que su edad avanza, una cierta transcendencia a su comportamiento y a ciertas
manifestaciones de su voluntad, como elementos hábiles para establecer o consentir determinadas
relaciones jurídicas.-
517
Si se trata de pactar el régimen de separación o participación, en cambio, si se el reconoce aptitud
bastante. Cfr, nota anterior y artículo 1329 del Código Civil.-
518
Cuando se protege al consumidor en los contratos que suscribe, no sólo se vela por sus derechos, sino
que se atiende además a establecer unas condiciones seguras de mercado.-
519
Cfr. González Campos en “Derecho Internacional privado. Parte especial. Derecho civil internacional”
Madrid 1983 pág 7.24; “En segundo lugar debe subrayarse que las capitulaciones son una manifestación
de la autonomía negocial de los cónyuges, corolario de su libertad individual y de su plena igualdad
jurídica. Y ambos datos, en definitiva, conducen a estimar que el contenido de las capitulaciones
matrimoniales se regirá por la norma general sobre autonomía conflictual del artículo 10.5º C.c.; es
decir, por la ley a la que los cónyuges se han sometido expresamente, siempre que tenga alguna conexión
con el negocio”. -
que predetermina ese régimen. En caso contrario no se estaría eligiendo o modificando una
sociedad matrimonial prediseñada en Derecho, sino sustituyendo esa organización
económica por otra libremente pactada. Es precisamente en esta tercera alternativa donde
puede producirse la dicotomía entre el Derecho aplicable a la posibilidad de estipular el
modelo y la Ley rectora del contenido del pacto. Aquí si tendría sentido la diferenciación;
pues una cosa es que los contrayentes puedan o no diseñar a su libre arbitrio el régimen
económico de su relación y, otra muy diferente es saber si la ley que les confiere autonomía
contractual les dota también de autonomía conflictual para seleccionar el Derecho aplicable
al compromiso que suscriben. Si alguno de los Ordenamientos a los que nos remite el citado
artículo 9.3 permite estipular libremente un sistema de comunidad de bienes o de sociedad
civil, por ejemplo, no parece que existan obstáculos para que los contratos de tráfico
externo en los que se instrumentalicen estas fórmulas puedan quedar sometidos a la Ley
rectora de las obligaciones que se contraen por convenio.
Ahora bien, se trata de contratos “con ocasión del matrimonio” y nuestro Sistema
jurídico -al igual que la mayoría- diferencia su regulación en atención a las peculiaridades
de su causa. Así, el sistema de Derecho internacional privado comunitario excluye del
ámbito de aplicación de las normas de conflicto relativas a las obligaciones contractuales,
todas las cuestiones que deriven de relaciones de familia, regímenes matrimoniales y todas
aquellas otras a las que la legislación aplicable considere de efectos comparables a
aquellas523. En consecuencia, en nuestro Sistema, la validez de un régimen económico
autodiseñado por las partes, se valorará con base en las Leyes a las que nos remite el
artículo 9.3 del Código. Si cualquiera de esas leyes dispensa a los esposos o contrayentes
unos niveles de autonomía similares a los que les confiere nuestra legislación civil en su
artículo 1325, entonces se considerará que tales capitulaciones resultan eficaces. Una vez
concluida esta etapa, el análisis de la sustancia de los capítulos deberá hacerse a la luz de la
Ley a la que nos remite el artículo 10.5 del Código Civil; es decir, al abrigo del
Ordenamiento al “...que las partes se hayan sometido expresamente, siempre que tenga
alguna conexión con el negocio de que se trate; en su defecto, la ley nacional común a las
partes; a falta de ella, la de la residencia habitual común, y, en último término, la ley del
lugar de celebración del contrato.” Se trata de uno de los pocos espacios abiertos a la
operatividad de una norma cuyo juego ha sido enervado por los preceptos de origen
institucional, determinando su desuso e impidiendo que se mitigue su envejecimiento por
vía jurisprudencial. Ahora bien, en este ámbito puede representar bien su papel. El limitar la
posibilidad de elección a la preexistencia de un vínculo entre el Derecho seleccionado y el
negocio jurídico, aporta elementos positivos. Si el artículo 9.3 del mismo texto legal ha
identificado cinco conexiones en relación con las capitulaciones, resulta lógico suponer que
son las cinco Leyes a las que nos remite las que materializan, de forma más evidente, ese
requisito de proximidad con el negocio. La nacionalidad y la residencia habitual común
coinciden con las conexiones utilizadas para la localización de los efectos del matrimonio y
sólo el locus celebrationis, arraigado en concepciones ya obsoletas, desentona en la norma
comentada.
Desde esta perspectiva se entiende mucho mejor el juego del artículo 9.3 del
Código. Veámoslo a través de un nuevo ejemplo. El Código Civil peruano establece en su
artículo 295 que “Antes de la celebración del matrimonio, los futuros cónyuges podrán
optar libremente por el régimen de sociedad de gananciales o por el de separación de
patrimonios...” Por su parte, el artículo 296 prevé su mutabilidad al disponer que “Durante
523
La redacción del Reglamento Roma I (cfr. doc. PE-CONS 3691/07 de 31 de marzo de 2008), es, en
este sentido, más drástica que la del artículo 1 del Convenio de Roma de 19 de junio de 1.980 (Cfr.
BB.OO.EE. de 19 de julio y 9 de agosto de 1993).-
el matrimonio, los cónyuges pueden sustituir un régimen por otro...” Cuando dos peruanos
que contrajeron nupcias en Perú y que residen en aquel país deban acreditar en España cual
es su régimen económico, su determinación resulta sencilla. El artículo 9.3 nos lleva a la
legislación peruana en la que se prevé que si los esposos no pueden acreditar la elección del
régimen de separación en escritura pública, “...se presume que los interesados han optado
por el régimen de sociedad de gananciales”. Si tratasen de hacer valer un acuerdo
libremente pactado al amparo de una Ley no reclamada por el tan citado artículo 9.3, habría
que concluir que no es conforme con el Derecho peruano y que carece de validez, al menos
como capitulación matrimonial524. Si sustituimos los términos del ejemplo y localizamos el
supuesto en Francia, la cosa varía radicalmente. El artículo 1387 de su Código Civil permite
todo tipo de estipulaciones de una manera abierta y clara: la Ley sólo rige la sociedad
conyugal, en lo referente a los bienes, cuando los esposos no hayan pactado lo que
consideren oportuno525. Por consiguiente en España cualquier acuerdo conyugal sería
eficaz, por cuanto resulta conforme a la Ley a la que nos remite nuestra norma de conflicto.
Si se tratase de un matrimonio mixto y hubiesen sometido su convenio a un tercer
Ordenamiento, será este el que se aplique a las cuestiones relacionadas con el fondo del
contrato, de ser considerado competente por nuestra norma de conflicto en materia de
obligaciones. En este caso se aplicaría la Ley francesa para determinar la fuerza legal de
un negocio (lex validitatis) y el Derecho al que se hubiesen sometido las partes a la
regulación del fondo (lex substantiae).
Lo que no puede hacerse es fragmentar las estipulaciones para someter cada
aspecto a una Ley diferente (depeçage), ya que su coherencia interna y la seguridad del
tráfico exigen la consideración de los capítulos como un módulo coordinado sometido a
una regulación única526. Ello no impide que, al igual que ocurre con otras fórmulas
contractuales, las normas imperativas de terceros Ordenamientos conectados a la
relación, puedan desplegar su juego sobre la regulación del régimen económico pactado.
Las donaciones entre cónyuges, los contratos entre esposos o las promesas de mejora
pueden despertar el interés de normas de aplicación inmediata destinadas a evitar
manipulaciones sucesorias o a eludir o disfrazar obligaciones vinculadas con el régimen
primario.
4.3. La forma de las capitulaciones matrimoniales en Derecho internacional
privado.
En cuanto a la forma y publicidad de los capítulos puede inducirse un principio
general a partir de su tratamiento en nuestra legislación positiva. Como en la mayoría de
los Sistemas de nuestro entorno, el artículo 1327 del Código Civil exige como requisito
de validez la constancia de las capitulaciones en escritura pública. El 1332 del mismo
Cuerpo Legal ordena que la modificación de unas anteriores capitulaciones deberá
indicarse a través de una nota en la escritura que contenga la anterior estipulación. El
1333 preceptúa la transparencia registral de los pactos, capitulaciones y modificaciones
judiciales del régimen económico y la toma de razón en el Registro de la Propiedad de
aquello que pudiere afectar a bienes inmuebles. El artículo 77 de la Ley del Registro
524
Ténganse en cuenta las peculiaridades de la constitución del patrimonio familiar en la ordenación
peruana (artículos 488-501 de su Código Civil).-
525
El artículo 1387 del Código Civil francés dispone que “La loi ne règit l’association conjugale, quant
aux biens, qu’à defaut de conventions spèciales, que les époux peuvent faire comme ils le jugen à propos,
pourvu qu’elles ne soient pas contraríes aux bonnes moeurs ni aux dispositions qui suivent”.-
526
En este sentido véase Fernández Rozas & Sánchez Lorenzo “Derecho internacional privado” Madrid
2004 pág. 388.-
528
Ambos significa: ”El uno y el otro; los dos”; según nuestro Diccionario.-
529
Entendemos que existe un error de trascripción en el inciso final de esta frase; en ningún caso los
“motivos personales” pueden ser del Juez. Creemos que debe leerse “motivos procesales” o una alusión
mal formulada a las condiciones subjetivas en las que puede solicitarse la separación y el divorcio (llevar,
al menos, tres meses casados o existir una situación de riesgo).-
530
“Así, el ejercicio de su derecho a no continuar casado no puede hacerse depender de la demostración de la
concurrencia de causa alguna, pues la causa determinante no es más que el fin de esa voluntad expresada en
su solicitud...” (Cfr. Exposición de motivos en BOE de 9 de julio de 2005).-
531
En adelante nos referiremos al divorcio por cuanto entendemos que la separación constituye una institución
de carácter residual, como reconoce la propia exposición de motivos de la Ley 15/2005: “No obstante, de
conformidad con el artículo 32 de la Constitución, se mantiene la separación judicial como figura autónoma,
para aquellos casos en los que los cónyuges, por las razones que les asistan, decidan no optar por la
disolución de su matrimonio.” (cfr. BOE de 9 de julio de 2005.-
532
El artículo 90 del Código Civil deja muy clara esta idea cuando establece que “El convenio regulador a que
se refieren los artículos 81 y 86 de este Código deberá contener, al menos los siguientes extremos: (... ...) D)
la contribución a las cargas del matrimonio y alimentos, así como sus bases de actualización y garantías en su
caso.”
533
Por ejemplo, el derecho al cobro de pensiones en cuantía proporcional al periodo cotizado durante la
vigencia de la relación matrimonial.-
534
La expresión “responsabilidad parental” –aunque nos parece poco afortunada- viene definida con precisión
en el numeral siete del artículo segundo del Reglamento 2201 /2003, en los siguientes términos: “los derechos
y obligaciones conferidos a una persona física o jurídica en virtud de una resolución judicial, por ministerio
de la ley o por un acuerdo con efectos jurídicos, en relación con la persona o los bienes de un menor. El
término incluye, en particular los derechos de custodia y visita”.-
cuando ambos cónyuges posean residencia habitual en España al -en caso de demanda conjunta, la residencia habitual de uno de
tiempo de la demanda los cónyuges, o
o el demandante sea español y tenga su residencia habitual en - la residencia habitual del demandante si ha residido allí
España, durante al menos un año inmediatamente antes de la
presentación de la demanda, o
así como cuando ambos cónyuges tengan la nacionalidad
española, cualquiera que sea el lugar de su residencia, siempre -la residencia habitual del demandante en caso de que haya
que promuevan su petición de mutuo acuerdo o uno con el residido al menos los seis meses inmediatamente anteriores a la
consentimiento del otro. presentación de la demanda y de que sea nacional del Estado
miembro en cuestión o, en el caso del Reino Unido e Irlanda,
tenga allí su domicile;
b) de la nacionalidad de ambos cónyuges o, en el caso del Reino
Unido y de Irlanda, del domicile común 536.
535
Como en seguida argumentaremos, no creemos que este inciso del artículo 22 resulte de aplicación a
las causas matrimoniales. No obstante se incluye en el cuadro porque la exclusión de la autonomía de la
voluntad en la elección de foro no resulta evidente en la redacción del precepto y es preciso razonarla.-
536
Cfr. Los artículos 4 y 5 del Reglamento 2201/2003. El primero extiende la competencia para el
conocimiento de las demandas reconvencionales y el segundo considera que el órgano jurisdiccional que
hubiese dictado una resolución sobre separación judicial, será asimismo competente para la conversión de
dicha resolución en divorcio si la ley de dicho Estado miembro lo prevé.-
537
Las normas de competencia judicial internacional del derecho autónomo (artículo 22 de la L.O.P.J)
sólo resultan de aplicación, (...), cuando el cónyuge requerido carece de residencia habitual y de
nacionalidad de un Estado miembro (... ...) Por lo demás y siempre que el cónyuge requerido no sea
nacional ni resida en un Estado miembro, si la competencia no viene atribuida por los artículos 2 a 6 del
Reglamento, el órgano jurisdiccional nacional puede recurrir para determinar su competencia a otros
foros previstos en su sistema autónomo.” Fernández Rozas & Sánchez Lorenzo “Derecho internacional
privado” Madrid 2004 pág.368.-
538
Fernández Rozas & Sánchez Lorenzo en “Derecho internacional privado” Madrid 2004 págs. 368 y
369 utilizan expresiones como “...y, si se admite su juego, al foro de la sumisión expresa” o ”...en su
caso, el foro general de la sumisión”.-
539
Además, el artículo 6 del Reglamento hace exclusivos los foros contenidos en este artículo cuando uno de
los cónyuges tenga su residencia habitual en un Estado miembro o posea la nacionalidad de uno de ellos. En el
caso del Reino Unido e Irlanda la conexión ciudadanía muta, como es habitual, en la que expresan sus
respectivos conceptos de domicile. La legislación española, en cambio, no posee una norma similar. En el
tráfico interno, el artículo 54.1 in fine de la Ley de Enjuiciamiento Civil dispone que “Tampoco será válida la
sumisión expresa o tácita en los asuntos que deban decidirse por el juicio verbal”, procedimiento que es el que
corresponde a las demandas que se formulen al amparo del Título IV del Libro I del Código Civil. De forma
más específica, el último inciso del artículo 769 del mismo cuerpo legal establece que serán nulos los acuerdos
de las partes que se opongan a las competencias determinadas en los párrafos anteriores; pero en relación con el
tráfico externo nada se dice.-
540
Excluimos de nuestra reflexión los procesos de nulidad por cuanto sus presupuestos son diferentes.-
541
En el procedimiento previsto en el artículo 770 de la Ley de Enjuiciamiento (el contencioso) la contestación
a la demanda ha de referirse a la oposición del “demandado” a los términos del convenio regulador. Frente a la
solicitud de divorcio propio sensu sólo cabe la reconvención; y sólo resulta admisible para instar la nulidad
cuando se solicite la separación o el divorcio, para pedir el divorcio cuando se pretenda la nulidad o la
separación; o para solicitar “la adopción de medidas definitivas, que no hubieran sido solicitadas en la
demanda, y sobre las que el tribunal no deba pronunciarse de oficio”. Lo que queda claro en la ley procesal y
en la sustantiva es que la “otra parte” carece de instrumentos para oponerse a una ruptura eventualmente no
deseada.-
542
El considerando octavo del Reglamento 2201/2003 dice significativamente: “Por lo que se refiere a las
resoluciones judiciales relativas al divorcio, la separación matrimonial o la nulidad, el presente
Reglamento sólo debe aplicarse a la disolución del matrimonio, sin ocuparse de problemas tales como las
causas de divorcio, las consecuencias patrimoniales del matrimonio u otras posibles medidas accesorias.”
Se distinguen pues con claridad, estos dos planos.-
543
La exposición de motivos de la Ley 15/2005 no puede ser más clara a este punto: “Se pretende, así, que el
demandado no sólo conteste a las medidas solicitadas por el demandante, sino que también tenga la oportunidad
de proponer las que considere más convenientes, y que, en definitiva, el Juez pueda propiciar que los cónyuges
lleguen a un acuerdo respecto de todas o el mayor numero de ellas. De esta forma, las partes pueden pedir en
cualquier momento al Juez la suspensión de las actuaciones judiciales para acudir a la mediación familiar y
tratar de alcanzar una solución consensuada en los temas objeto del litigio.”
estándolo y que tiene derecho a cambiar su estado civil. Para ello solicita al Juez el
reconocimiento de esa facultad al amparo de una Ley que lo permita y propone el régimen
relacional posterior. A partir de ahí la otra parte -de no haberse constituido desde el inicio
como solicitante solidario- puede hacer tres cosas: allanarse al convenio propuesto; negociar
su contenido hasta que llegue a ser de su agrado u oponerse frontalmente a él. En este
último caso se suscita el contencioso propio sensu y nuestra legislación confiere
jurisdicción para dirimir la contienda al mismo Juez que resuelve el divorcio. En
consecuencia entendemos que en el inicio del expediente no hay “partes” en el sentido
procesal del término, sino un solicitante o dos solicitantes de mutuo acuerdo que piden al
Juez la constitución de un estado civil nuevo. Si la otra parte se allana o negocia el convenio
se convierte, a su vez, en “solicitante”. Sólo si se opone al convenio regulador se transforma
en “demandado”, pero para que ese mismo Juez pueda dirimir la contienda es preciso que
previamente haya sido competente para entender de la solicitud inicial. Por lo tanto, a
nuestro juicio, no cabe la sumisión en esta materia544.
4. Competencia judicial y ley aplicable en el sistema autónomo español.
Por las razones que hemos venido exponiendo, nuestras normas de fuente interna
trataron de establecer un sistema unitario545, basado en la idea de la aplicación de la lex
fori in propio foro, con la excepción parcial de la ley de la nacionalidad común de los
cónyuges en el momento de presentar la demanda. Las reformas ulteriores del artículo
107 del Código Civil han tratado de seguir manteniendo esta directriz, adaptándola al
Reglamento comunitario. Observémoslo con la ayuda de las siguientes tablas:
Cuando hayan tenido en España su última residencia habitual común y Ley de su nacionalidad común si la tuvieren.
aún resida uno de ellos en nuestro país. Ley española como ley de la última residencia habitual común
de los esposos.
544
Por otra parte, si cupiese el juego de la autonomía de la voluntad en esta materia, se activaría un forum
shopping indeseado que enervaría el valor de nuestras decisiones en los países donde verdaderamente tendrían
que desplegar sus efectos las sentencias obtenidas.-
545
Sobre el establecimiento de este tipo de forum legis y sobre la opción por un método unitario véase
González Campos “Curso de Derecho internacional privado” Madrid U.A.M 1982 págs. 54-55.-
546
Cfr. J.D. Gonzáles Campos “Curso de Derecho internacional privado” Madrid U.A.M. pág. 233: “La
función negativa del orden público (...) consiste en excluir el derecho extranjero aplicable cuando éste es
considerado por el juez como contrario a un principio esencial del ordenamiento del foro”.-
547
En el convenio regulador que propone, reclama la custodia de los hijos comunes y la suspensión del
ejercicio de la patria potestad al cónyuge culpable, tal y como preceptúa el artículo 340 del citado Cuerpo
legal. Así mismo, al abrigo del artículo 352 del mismo Texto normativo, considera que el demandado
pierde el derecho a los gananciales provenientes de sus bienes y afirma que, probada su culpabilidad,
queda exento del pago de cualquier pensión alimenticia a tenor del artículo 350 del Código Civil de su
nación.
meses atrás y que, con posterioridad a ser informado de ello, siguió cohabitando more
uxorio con la parte demandada. En consecuencia estima que el motivo en que se
fundamenta la acción ha caducado y debe desestimarse la demanda.
A nuestro juicio, frente a estos datos el Juez debe suponer que su competencia,
unida a la existencia de una causa de divorcio reconocida por la ley personal común del
matrimonio, legitima al actor para solicitar la disolución del vínculo; pero al analizar los
motivos de la contestación a la demanda, tendrá que considerar que no puede aceptarlos
sin afectar un valor básico de la ordenación del matrimonio en nuestro Sistema. Si diese
la razón al demandado estaría dando cumplimiento a lo establecido en la lex causae,
pero al mismo tiempo estaría conculcando un principio esencial del Ordenamiento del
foro, ya que en su base no cabe obligar a nadie a mantener un vínculo matrimonial
indeseado. Este supuesto hipotético pone de relieve las dificultades que entraña el intentar
encajar este esquema de divorcio-sanción, tanto en los principios que emanan de los
artículos 81 y 86 de nuestra legislación sustantiva, como en los cauces procesales
previstos para la disolución vincular en el artículo 770 y concordantes de nuestra ley
rituaria. Por otra parte, al analizar el convenio regulador –propuesto con base en las
consecuencias que atribuye el Derecho peruano al divorcio sanción548- el Magistrado
habría de llegar a la conclusión de que, en principio, su aceptación resultaría
discriminatoria para el cónyuge requerido. En nuestro Sistema jurídico el adulterio o el
incumplimiento grave o reiterado de cualquier otro deber conyugal, no establecen una
“culpabilidad” en el infractor, ni genera en la otra parte el derecho a disolver la relación
conyugal; ésta facultad nace exclusivamente de la pérdida de la affectio maritalis. El
hecho de ser adultero no está considerado como una causa que impida el ejercicio de la
patria potestad o la custodia de los hijos, ni modifica la posición del que lo comete
frente a los bienes comunes del matrimonio. El adulterio no lleva aparejada una
desvaloración individual susceptible de sanciones jurídicas y no cabría acoger las
sanciones previstas en la lex causae para conductas que no resultan ilícitas en el foro. El
Juez se limitará a valorar el convenio sometido a su aprobación con base en la situación
económica de los cónyuges, el interés superior de los hijos menores y, en general, en las
circunstancias reales de esa familia, procurando establecer una situación equilibrada que
sustituya la que existía en el matrimonio que ahora se disuelve; lo que puede coincidir o
no coincidir con lo previsto en la lex causae.
Imaginemos ahora que ese mismo matrimonio solicitase el divorcio basándose
en la causa contemplada en el numeral 11 del artículo 333 del Código de su país, a cuyo
tenor es causa de separación y divorcio: “El mutuo disenso, después de transcurridos
dos años de la celebración del matrimonio”. Pues bien, la solicitud de ese divorcio-remedio
no podría apoyarse en el Derecho peruano. Los solicitantes, al ser residentes en España,
configurarían la situación prevista en el último inciso del artículo 107 del Código Civil y su
pretensión se resolvería con base en la Ley española. Lo mismo ocurriría, si el cónyuge
demandado del primer ejemplo, en lugar de oponerse al divorcio, se mostrase de acuerdo en
su obtención. A partir de ahí, los problemas de Derecho internacional privado que podrían
surgir a lo largo de la tramitación serían estrictamente marginales.
En conclusión entendemos que el juego real de una ley extranjera en los
expedientes de separación y divorcio, resulta muy limitado y fuertemente penetrado por
la dimensión positiva y negativa de nuestro orden público. Las concepciones esenciales
del foro se proyectaran siempre sobre el supuesto aunque, eso sí, con un grado de
incidencia variable. Cuanto mayor sea la concentración de las vinculaciones entre el
548
Vid. nota anterior.-
asunto y el foro su acción será más determinante; cuanto menores sean, la potencialidad
de la lex causae será más amplia, aunque siempre dentro del límite marcado por la
proyección de la dignidad, la igualdad, el interés superior de los menores y el libre
desarrollo de la personalidad de las partes. Lo esencial de la regulación de este instituto
a nivel de Derecho internacional privado se enraíza en los problemas relativos a la
competencia judicial internacional y al juego extraterritorial de las decisiones
extranjeras en la materia. En el expediente de suspensión o disolución del vínculo la ley
extranjera reclamada tiene una operatividad extremadamente limitada, puesto que
nuestro Ordenamiento no concibe la subordinación del derecho al divorcio a una causa
diferente de la voluntad unilateral o conjunta de las partes de la relación 549. Además, la
inexistencia de elementos de culpabilidad tenderá a enervar, aunque sea parcialmente,
su proyección sobre el convenio regulador.
Ahora bien, hay que tener en cuenta que el convenio regulador constituye un
elemento íntimamente ligado al negocio divorcial, pero que no resulta un elemento
esencial del instituto. Las parejas de hecho que se rompen o las relaciones creadas en
torno a un hijo común, con o sin convivencia more uxorio, plantean problemas similares
de pensiones, patria potestad, custodia y derechos de visita, sin que exista vínculo
previo entre las partes ni haya que disolverlo. La esencia del divorcio estriba en liberar a
los cónyuges de las obligaciones que la ley atribuye a la relación matrimonial y crear un
estado civil nuevo. El convenio regulador recoge precisamente los efectos que se
derivan de esa nueva relación jurídica. Una cosa es el divorcio, que, por constituir un
derecho subjetivo del cónyuge que lo desea, se perfila como un acto de jurisdicción
voluntaria; y otra cosa es la organización de esa nueva relación que constituye en la
sentencia. En este punto es donde pueden surgir problemas verdaderamente
contenciosos, dado que la otra parte afectada puede disentir de las medidas propuestas
por el solicitante y dispone de cauces procesales para oponerse. Realizada esta
disección, si atendemos al divorcio propio sensu, podremos apreciar que no hay partes,
sino solicitante y que no se ventila en un proceso contradictorio sino en un expediente.
Estamos, pues, en el ámbito de la jurisdicción voluntaria donde la separación entre el
forum y el ius es difícil y donde al no existir demandante y demandado no cabe
sumisión.
El divorcio, entendido en su otra dimensión, es decir, como trámite judicial en el
que se organizan los derechos y deberes ulteriores de la pareja, precisa de un enfoque
distinto. Nuestro Ordenamiento parte de una concepción consensual para el
establecimiento de ese régimen y articula una mecánica de tutela judicial destinada a
salvaguardar los intereses de los sujetos afectados por la ruptura del vínculo y,
especialmente, los derechos de los hijos menores. Resulta amplísima la autonomía que
se confiere a las partes para diseñar la relación resultante de su ruptura matrimonial,
549
Como hemos venido insistiendo, el derecho unilateral a suspender o finalizar los efectos de la relación
matrimonial no es discutible. El cónyuge que no solicite el divorcio puede ser considerado “demandado”
en relación con la organización económica y familiar que ha de seguir a una disolución matrimonial a la
que no puede oponerse. Esto es lo que nos llevó a cuestionarnos sobre la auténtica naturaleza del
procedimiento, ya que en él se advierten rasgos clarísimos de jurisdicción voluntaria, preñados, eso sí, de
potenciales elementos típicamente contenciosos; pero tales elementos se identifican con las consecuencias
de la ruptura y no con la ruptura en sí. Si quien ya no desea seguir vinculado a su cónyuge tiene derecho a
desvincularse, no tiene que demandar a nadie, sino solicitar del Juez que le reconozca esta prerrogativa en
una resolución que transforme su estado civil. Su solicitud no se dirige contra su consorte, sino
directamente al Juez. Donde se puede plantear el contencioso es en la organización del futuro al que da
lugar el ejercicio de ese derecho. Pero en lo esencial de la transformación del estado civil, como en todo
acto de jurisdicción voluntaria, el juego de la lex fori es prioritario.
550
Parecía dejar así al margen las decisiones emanadas de órganos de carácter administrativo o notarial
que resultan relativamente frecuentes en el derecho comparado. Piénsese, por ejemplo, en las
provenientes de los notarios cubanos. La práctica española fue adaptando la norma para dar cabida a las
distintas modalidades civiles y religiosas de separación y divorcio. Sobre este aspecto, véase Esplugues
en Espluges Mota & Iglesias Buhigues “Derecho internacional privado” Valencia 2008; págs.339-340.-
551
Véanse los convenios bilaterales suscritos por España y relacionados en el capítulo IX de esta obra, en
las tablas que aparecen en las páginas 345 y ss.-
que tengan fuerza directa en España, excepto cuando lo impida el orden público: Las
sentencias o resoluciones extranjeras que determinen o completen la capacidad para el
acto inscribible”. Por su parte, el 83 del mismo texto normativo se refiere a su vertiente
jurisdiccional y dispone que “No podrá practicarse inscripción en virtud de sentencia o
resolución extranjera que no tenga fuerza en España; si para tenerla requiere
exequátur, deber ser previamente obtenido”.
Establecida esta base, queda claro que, en principio y sin más condiciones que
las exigidas para los restantes documentos públicos, las sentencias extranjeras de
divorcio referidas a matrimonios de extranjeros no inscritos en nuestro Registro Civil,
sirven para probar en España el estado civil de quien desea hacer valer su condición de
divorciado552. Ahora bien, no debe olvidarse que las decisiones extranjeras pueden
operar en distintos planos y que debe matizarse su juego en función del objetivo que se
pretende obtener en su base. La capacidad nupcial de un extranjero que pretendiese
celebrar su matrimonio en España se predica siempre en relación con su Ley personal.
En consecuencia, la sentencia de divorcio puede servir para probar su libertad
matrimonial cuando haya sido expedida por las autoridades de ese Sistema jurídico o
haya sido reconocida en Él553. Sin embargo, habiendo obtenido tal decisión en un tercer
país, aún no constando su reconocimiento en el otro, puede ser utilizada para
documentar fehacientemente alguno de los extremos que en ella pudieran constar. La
dimensión jurisdiccional de la sentencia de divorcio extranjera se revela, en cambio,
únicamente a partir del exequátur. Pero sólo es necesario proveerla de esta naturaleza
cuando afecte a españoles o a hechos inscribibles en nuestro Registro Civil. Sin tal
trámite, el contenido de la ejecutoria podrá acceder a la historia registral del sujeto como
una mera nota marginal informativa, pero no surtirá la plenitud de los efectos propios de
una decisión judicial en esta materia.
El Sistema del Reglamento enerva todas estas dificultades. En principio toda
resolución dictada en un Estado miembro será reconocida en los demás Estados
miembros “sin necesidad de recurrir a procedimiento alguno” (artículo 21.1); no se
requerirá ningún trámite para la actualización del datos del Registro Civil cuando la
sentencia no sea ya susceptible de ningún recurso en el Estado en que hubiese sido
dictada (artículo 21.2). Finalmente, en virtud del numeral tercero del citado artículo 21
del Reglamento, las partes interesadas podrán solicitar que la jurisdicción española se
pronuncie sobre el reconocimiento o no reconocimiento de la resolución de que se trate.
Para ello se solicitará al Juzgado de primera Instancia del lugar de la residencia habitual
de la parte requerida que proceda a reconocer, a no reconocer o a declarar la
ejecutoriedad de dicha decisión554, adjuntando copia de la sentencia y un certificado del
órgano emisor conformado al formulario que establece el anexo I del Reglamento 555. A
552
Cfr., ad exemplum, la Resolución de la Dirección General de los Registros y del Notariado de 16 de
noviembre de 2000. En ella se deja caramente sentada la doctrina de este Centro Directivo en la materia:
“...porque esta exigencia de exequátur de la sentencia extranjera de divorcio ha de entenderse limitada a
sentencias extranjeras que afecten a ciudadanos españoles o a matrimonios previamente inscritos en el
Registro Civil español (...) Como señala el articulo 64.1º del Reglamento no es necesario que tengan
fuerza directa en España las sentencias extranjeras que determinen o completen la capacidad para el
acto inscribible”.-
553
Cfr. lo expuesto en torno al certificado de capacidad nupcial en el capítulo XII págs. 467 y ss.-
554
Si fuese preciso su reconocimiento como cuestión incidental, planteada ante un órgano judicial de un
Estado miembro, éste resultará competente para pronunciarse. Cfr. artículo 21.4 del Reglamento.-
555
En el caso de que hubiese sido dictada en rebeldía, cfr. el artículo 37.2, donde se establecen los
documentos que deben acreditar la oportuna notificación o la aceptación de la resolución por el
demandado.-
partir de ahí sólo puede denegarse la solicitud al amparo de los siguientes motivos: por
la manifiesta contrariedad de su contenido con el orden público español; por una
justificada rebeldía del demandado; por la existencia de una decisión anterior dictada en
el foro en un litigio entre las mismas partes; por la existencia de otra sentencia de esas
mismas características pronunciada en otro Estado miembro; o, finalmente, si existiese
una resolución judicial emitida con anterioridad en un tercer Estado, siempre que sea
susceptible de reconocimiento en España. Expresamente se prohíbe un control de la
competencia del órgano emisor, la revisión del fondo y ampararse en que se obtuvo el
divorcio por causas que no lo permitirían en el Estado miembro requerido. La persona
frente a la que se solicita el reconocimiento o la ejecución no dispone de cauces hábiles
para presentar alegaciones y el Juez deberá resolver “en breve plazo”. Contra la
resolución podrá recurrirse ante la Audiencia Provincial en el plazo de un mes, en un
procedimiento contradictorio y contra el pronunciamiento de Ésta cabe la casación556.
Estas reflexiones en torno a las resoluciones extranjeras en materia de separación
y divorcio son extensibles a las sentencias de nulidad matrimonial.
CAPITULO XIV
EL AMBITO FAMILIAR. LAS RELACIONES PATERNO-
FILIALES Y LOS ALIMENTOS.
I. LOS MODELOS DE FAMILIA EN EL SISTEMA ESPAÑOL.
1. De la concepción tradicional a la multiplicidad de paradigmas.
En nuestro entorno jurídico, el modelo clásico de familia se articulaba
exclusivamente en torno al matrimonio. Esta institución ejercía una fuerza centrífuga
sobre cualquier otro tipo de convivencia que se apartase de sus parámetros. La
construcción se articulaba en torno al papel dominante del cabeza de familia 557, el rol
556
Cfr. los artículos 33, 34 y 68 del Reglamento.-
557
La primera acepción de la palabra “familia” que recoge el Diccionario de Julio Casares define muy
bien este concepto arraigado en la historia: “Gente que vive en una casa bajo la autoridad del señor de
ella”.-
558
Hasta la derogación de las Leyes Fundamentales del Estado, el artículo 22 del Fuero de los Españoles
entendía que la familia era “anterior y superior a toda ley humana positiva”.-
559
Al mismo tiempo que se iban operando estos cambios a nivel de fuente de producción interna -y las
Comunidades Autónomas asumían protagonismo en la materia-, fueron introduciéndose en el Sistema una
serie de Convenios internacionales tales como: el Convenio de La Haya sobre competencia de
autoridades y ley aplicable en materia de protección de menores; el Convenio de La Haya sobre
desplazamiento ilícito de menores; el Convenio de Naciones Unidas sobre Derechos del niño y el
Convenio de La Haya relativo a la protección del niño y a la cooperación en materia de adopción
internacional que contribuyeron en gran manera a los cambios que se han producido en las concepciones
de la familia y en la ordenación de este sector.
560
El numeral cuarto del artículo 39 de la Constitución completa esta línea al establecer que “Los niños
gozarán de la protección prevista en los acuerdos internacionales que velan por sus derechos”.-
561
Para ser consecuentes con las tesis mantenidas entroncaremos el tratamiento de la “familia” siempre en
torno al concepto de “hijo no emancipado”.-
para establecer discriminaciones entre los hijos. La causa que origina la filiación puede
ser distinta y recibir una ordenación distinta; las relaciones paterno-filiales (entendidas
como el complejo de derechos y deberes que se establecen entre los padres y los hijos)
pueden ajustarse en atención a diversas consideraciones; pero el contenido de la filiación
(los derechos del hijo frente a los padres) han de ser siempre idénticos con independencia
del carácter con que se origine. Este es el límite del orden público español en los
supuestos de tráfico externo.
2. El carácter y contenido de la filiación.
El artículo 9.4 del Código Civil establece que “El carácter y contenido de la
filiación, incluida la adoptiva y las relaciones paterno-filiales se regirán por la ley
personal del hijo y si no pudiera determinarse ésta se estará a la de la residencia
habitual del hijo”. Su lectura nos suscita algunos problemas interpretativos, no difíciles
de resolver, pero que hubiese sido mejor obviarlos a través de una redacción más
sencilla. Cuando el legislador utiliza el término carácter de la filiación parece obvio que
se refiere a la condición matrimonial, extramatrimonial o adoptiva del hijo y que cuando
emplea la expresión contenido lo hace al estado filial que se deriva de tal situación. En
otros términos, admite la existencia de distintos tipos de filiación de los que se puedan
derivarse tratamientos jurídicos diferentes. Hasta aquí la distinción no choca frontalmente
con las concepciones de nuestro Sistema pero se aproxima a su límite. Si entendemos el
contenido como expresión del status filii y, más adelante la norma se refiere a las
relaciones paterno-filiales, hemos de convenir en que la fórmula no resulta afortunada.
Precisamente la discriminación del tratamiento de este instituto tiene su límite de orden
público en unos efectos primarios que coinciden con la esencia del “contenido”. Como
hemos visto, los hijos son iguales ante ley con independencia del “carácter familiar” que
les sea legalmente atribuido. Pues bien, desde la perspectiva de nuestro Ordenamiento, las
consecuencias esenciales que se derivan de la condición de hijo son: el derecho a los
apellidos, a recibir asistencia de todo orden564, a percibir alimentos y a ser llamados a la
sucesión. En este orden de ideas, entendemos que nuestra jurisdicción no podría negar
alimentos a un hijo565, ni excluirle de la sucesión de su padre o madre, aplicando normas
extranjeras que lo impidiesen en razón del carácter natural, ilegítimo o adulterino de la
filiación. En el ámbito de los apellidos la cuestión es más matizable. El nombre
constituye una cuestión estrechamente vinculada al estado civil en general y no debe
entenderse únicamente como un efecto inseparable de la filiación. Es bien sabido que,
en muchos Sistemas la mujer casada sigue el apellido de su marido y que las personas
carentes de un origen determinado reciben una denominación propia que resulta ajena al
nombre de unos padres que se desconocen566. Se trata de un derecho de la personalidad,
cuya regulación se entronca con la filiación o el matrimonio, pero cuya sede
563
Así por ejemplo, cuando la filiación haya sido judicialmente determinada contra la oposición del padre,
éste no podrá ejercer la patria potestad. Tampoco podrá heredar al hijo, ni ostentará ninguno de los
derechos que la ley reconoce a los progenitores. Sin embargo, siempre estará obligado a velar por él y a
prestarle alimentos.
564
El derecho a recibir asistencia de todo orden, consagrado en el artículo 39 de la Constitución y en el
110 del Código Civil posee un carácter principial que de ordinario se traduce en el derecho a los
alimentos.-
565
Incluyendo aquí el deber de velar por ellos, lato sensu entendido.-
566
Cfr. artículo 55 de la Ley del Registro Civil en donde se dispone que “ El encargado del Registro
impondrá un nombre y unos apellidos de uso corriente al nacido cuya filiación no peda determinarlos”.-
567
En el ámbito de la filiación nuestro Derecho suaviza la prohibición de desigualdad de trato en el
contenido de la filiación respecto al nombre, confiriendo al hijo un derecho a elegir, en determinados
casos, si desea ostentar o no el apellido de su progenitor.
568
Donde únicamente podría jugar este “carácter” sería en relación con la “adopción simple” y lo haría
de un modo indirecto y muy distinto. Nuestro Sistema no contempla ya este instituto y, por ende no lo
reconoce como una variedad de filiación sino como un acogimiento familiar.
569
En el párrafo siguiente veremos cómo las conexiones subsidiarias, en caso de plurinacionalidad,
indeterminación o ausencia, son distintas en una y otra norma de conflicto.-
hemos de tener en cuenta que al Registro sólo acceden los nacimientos que acaezcan
en España y aquellos otros en los que uno de los padres sea español, lo que simplifica en
cierta medida la cuestión y centra el análisis. Si el promotor de la inscripción, padre o
madre, es español ha de presumirse en virtud del artículo 17.1.a) del Código Civil que
también los es el nacido y que, por lo tanto, todas las cuestiones relativas a su filiación
quedan sujetas a la Ley española mientras no se destruya esta presunción 570. En los
demás casos pueden quedar abiertas ciertas incertidumbres pero la solución puede
buscarse en el propio artículo 17.1.c) del Código Civil, cuyo tenor acepta expresamente
los efectos en España de la atribución de ciudadanía realizada por la legislación de los
padres571. De este modo, mientras no resulten desvirtuadas las declaraciones de los
progenitores, le corresponderá al hijo la nacionalidad que les atribuya la Ley de éstos572.
Sólo en el supuesto de que confluyesen dos nacionalidades en el menor, se aplicaría la
conexión subsidiaria, pero siempre que una de ellas no fuese la española.
Al hacer esta salvedad queremos aclarar que, a nuestro juicio, la residencia
habitual que establece el artículo 9.4 como conexión especial subsidiaria, prima sobre el
régimen supletorio general de los párrafos 9 y 10 de la misma disposición. Ahora bien,
también creemos que no incurrimos en ninguna contradicción por considerar aplicable
a estos supuestos el segundo párrafo del numeral noveno. En nuestra opinión, el inciso
que dota a la nacionalidad española de un predominio sobre las otras no trata de dirimir
un conflicto de nacionalidades sino de enervarlo in radice. Al consagrar la primacía de
nuestra ciudadanía sobre cualquier otra, evita cualquier problema de determinación
porque deja claro que cuando nuestro Sistema jurídico reconoce la condición de
español, no admite que ninguna ciudadanía distinta pueda entrar en conflicto con ella.
Desde esta óptica el segundo inciso del citado artículo 9.9 no podría interferir en el
ámbito de eficacia material del 9.4 del mismo Código, siendo éste último el
exclusivamente aplicable a la resolución de las dudas derivadas de las demás situaciones
de doble nacionalidad, de indeterminación o de ausencia de ciudadanía573.
En segundo lugar, creemos que la residencia habitual del menor -y sobre todo del
recién nacido- ha de establecerse por mecanismos distintos a los de arraigo individual. El
nacido en España de padres cuyas legislaciones atribuyen simultáneamente al hijo sus
respectivas ciudadanías, tendría como residencia habitual el lugar de arraigo familiar de
sus progenitores y si ambos la tuviesen en lugares diferentes coincidirá con el de la
persona que lo tuviese a su cargo. A medida que el hijo vaya adquiriendo mayor
autonomía personal, la fuerza atractiva del entorno familiar cederá frente a su entorno
vital autónomo. En tercer lugar, hay que tener en cuenta que, en este plano -en el de la
inscripción registral-, cualquier problema vinculado a la carencia de nacionalidad del
nacido en España resulta difícil de concebir. Si los padres no le transmitiesen la suya se
les atribuirá la nuestra. En los supuestos de filiación desconocida, habrá de estarse a lo
establecido en el artículo 191 del Reglamento del Registro Civil y, dado que mientras
570
Desde la Resolución del DGRN de 4 de febrero de 1966, se viene estimando que:”...no es obstáculo
parea que el Encargado del Registro aprecie, no obstante, que hay indicios racionales para juzgar que al
nacido pudiera corresponder, iure sangunis, la nacionalidad española, a efectos de practicar la
inscripción...”.-
571
El artículo 17.1 c) incorpora una norma de reconocimiento cuando introduce el inciso “...si la
legislación de ninguno de ellos atribuye al hijo la nacionalidad”
572
Esta Ley será la que establezca el “carácter” de la filiación, el orden de los apellidos y el contenido
esencial de la relación, con los límites a los que nos hemos referido.-
573
Cfr. en un sentido muy similar Fernández Rozas & Sánchez Lorenzo “Derecho internacional privado”
Madrid 2004 pág.369.-
solicitante. El artículo 124 del Código provee de términos hábiles al reconocedor para
instar una aprobación judicial alternativa, por lo cauces de la jurisdicción voluntaria,
cuyo resultado puede ser objeto de apelación. El carácter, el contenido y los efectos de
una filiación así determinada se regirán por la ley personal del hijo con las matizaciones
reiteradas.
En los supuestos en los que el nacimiento no tuviese acceso al Registro Civil, la
filiación se acreditaría, normalmente, a través de las certificaciones de los
correspondientes Registros extranjeros. Los reconocimientos realizados en
capitulaciones matrimoniales o en otros documentos públicos, tendrían en España el
valor que pudiera adscribirse al instrumento que lo contuviese, teniendo en cuenta que
lo que se admite de tales documentos se concreta exclusivamente en lo que en ellos se
manifiesta, pero la eficacia de la declaración de paternidad y sus efectos quedarían
sometidos a las previsiones de la ley personal del hijo y a los principios claves de
nuestro Sistema en la materia. En tal sentido, difícilmente podría darse eficacia en
España para determinar la filiación a una simple afirmación de paternidad unilateral, sin
venir avalada por el consentimiento expreso o tácito del afectado, aprobación judicial o
sentencia. Ahora bien, tales declaraciones pueden ser consideradas plenamente válidas y
susceptibles de desplegar sus efectos cuando se produjese la aceptación del hijo, así
como en aquellos casos en los que, por suponer únicamente un beneficio para éste,
nuestro Ordenamiento tampoco requiriese de tales formalidades 582. Así pues, la idea del
consentimiento del hijo, directamente o representado por la madre o por quienes ejerciesen
las funciones de protección correspondientes, sería un límite clave del orden público
negativo en este concreto ámbito, siempre que se matice con base en todo lo antedicho 583.
Por otro lado, la posesión de estado filial, constituida en torno al nomen, tractatus y
reputatio, será especialmente protegida en nuestro Sistema, por cuanto es considerada
conveniente para el interés del menor 584 y constituiría el otro límite marcado por nuestro
orden público positivo.
3.2. Reclamación e impugnación contenciosa de la paternidad. La incidencia de la
Sentencia 273/2005 del Tribunal Constitucional sobre el orden público en esta
materia.
Esta es la sede adecuada para entender en toda su dimensión la incidencia del ya
citado fallo del Alto Tribunal sobre la posición del padre en el establecimiento de la
filiación. En efecto, en la fase de reconocimiento (como acto de jurisdicción voluntaria)
la oposición del interesado (realizada directamente o por medio de su representante
582
Se excluye de las fiscalizaciones establecidas las realizadas en testamento una vez que se ha producido la
muerte del declarante y se someten a aprobación o control todas las demás.
583
La Sentencia del Tribunal Constitucional de 27 de octubre de 2005 atempera esta concepción de base,
aunque lo hace de forma prudente y exclusivamente centrada en el planteamiento contencioso del asunto.
En el epígrafe siguiente analizaremos esta cuestión con más detenimiento.-
584
En su Sentencia de de 27 de octubre de 2005, el Tribunal Constitucional sintetiza muy bien el espíritu
que impregna la ordenación legal del reconocimiento en el siguiente párrafo: “Pues bien, a la hora de
plasmar el mandato constitucional de posibilitar la investigación de la paternidad, en el concreto
extremo de la determinación de la filiación, el legislador pretendió reflejar en la regulación introducida
en el Código civil por la Ley 11/1981 dos criterios encontrados: “De una parte, el de hacer posible el
descubrimiento de la verdad biológica para que siempre pueda hacerse efectivo el deber de los padres de
prestar asistencia de todo orden a sus hijos. Pero, de otro lado, se ha procurado impedir que a voluntad
de cualquier interesado puedan llevarse sin límites a los tribunales cuestiones que tan íntimamente
afectan a la persona. Y ello, principalmente, para dar estabilidad a las relaciones de estado en beneficio
del propio hijo, sobre todo, cuando ya vive en paz una determinada relación de parentesco”. E
intentando equilibrar estos dos criterios, se confería especial relevancia a la posesión de estado, “tanto
para facilitar las acciones coincidentes con ella como para impedir o dificultar las que la contradicen”
(exposición de motivos que acompañaba al proyecto de Ley de reforma del Código civil)”.-
legal) tiene una fuerza de la que carece en el ámbito contencioso. En el apartado anterior
vimos como la construcción se articulaba a través de una manifestación válida del
progenitor a la que se confería eficacia cuando no existiese oposición del hijo o
aprobación judicial. Y es que la finalidad básica del reconocimiento radica en el
establecimiento bona fides de una filiación que, por los avatares que fuesen, no pudo
quedar legalmente constituida a través de los cauces normales. En cambio, en este otro
epígrafe a lo que vamos a atender es a una determinación del hecho genético realizada
en términos estrictamente contradictorios. Aquí la voluntad de las partes (aceptada
prima facie como verdad formal) cede su protagonismo al reconocimiento de la realidad
biológica (impuesto como verdad sustantiva). Pero es que además constituye una vía de
determinación de la filiación que atiende al problema desde una óptica diferente.
Estamos en total acuerdo con Pérez Vera 585 cuando entiende que “...la tutela de los
intereses en orden a la determinación de una filiación no matrimonial queda articulada
en el sistema del Código civil fundamentalmente en torno a dos mecanismos de alcance
general: el reconocimiento y la reclamación judicial de la filiación. El primero mira
esencialmente a los derechos e intereses de los progenitores; la segunda, a los de los
hijos”. Obviamente los principios que hemos analizando siguen operando, pero lo hacen
de otra manera. Nuestro legislador quiso buscar el equilibrio entre los principios
enunciados páginas atrás, utilizando tres vías:
a) En primer lugar la que establecía una legitimación activa exclusivamente a favor
del hijo no matrimonial cuando faltase la posesión de estado. Con esta precaución
se trataba de evitar la interposición de un gran número de demandas indeseadas.
(Artículo 133 del Código Civil)
b) En segundo lugar, la que enerva parcialmente los efectos de la relación paterno-
filial cuando se hubiese declarado con la oposición del padre586.
c) Finalmente, la que exige acompañar la demanda con un principio de prueba
como requisito ineludible de admisibilidad. (Artículo 767 de la Ley de
Enjuiciamiento Civil).
Pues bien este esquema es el que ha quedado afectado parcialmente por la
sentencia estudiada, al reconocer la legitimación activa del padre en los pleitos de
reclamación. En esta decisión no se discute la constitucionalidad de la acción que se
otorga al hijo; lo que se declara inconstitucional es la omisión deliberada de una acción
que permita al progenitor reclamar su paternidad respecto a los hijos no matrimoniales. A
juicio del Tribunal, esto supone una injustificada exclusión del progenitor varón, del
derecho a una tutela judicial efectiva en relación con la investigación de la paternidad
posibilitada por el artículo 39.2 de la Norma fundamental del Estado. Entendida en sus
justos términos, lo que hace la sentencia es deferir en el legislador la tarea de regular el
ejercicio de la legitimación activa del padre y nada más 587. Corresponderá al órgano
585
Cfr. su voto particular a la sentencia del Tribunal Constitucional de 27 de octubre de 2005.-
586
Recuérdese que el artículo 111 del Código Civil excluye de la patria potestad “...y demás funciones
tuitivas y no ostentará derechos por ministerio de la Ley respecto del hijo o sus descendientes, o en sus
herencias, el progenitor: (...) Cuando la filiación haya sido judicialmente determinada contra su
oposición.”.-
587
Nuestra posición en este punto resulta divergente de la sentencia del Constitucional. Entendemos que
la protección de los intereses del menor se hallaba mejor salvaguardada sin dotar al progenitor no
matrimonial, carente de posesión de estado respecto al hijo, de legitimación activa en los pleitos de
reclamación. Lo que si entendemos es que el derecho del padre a establecer la filiación debe ser reforzado
en sede de reconocimiento. De hecho, la obsoleta regulación de la jurisdicción voluntaria genera muchos
problemas en este y otros muchos ámbitos. La disposición final decimoctava de la Ley de Enjuiciamiento
constitucional competente establecer las normas que ordenen el ejercicio de ese derecho.
Naturalmente, el legislador, al hacerlo, puede y debe intentar casar entre sí los intereses
en presencia, sin más límite que el que se deriva del derecho de los padres a solicitar
judicialmente el establecimiento de la verdad biológica. Así pues, las consecuencias de
una verdad biológica establecida contra la voluntad del hijo o la de su representante
legal, puede venir acompañada de fuertes restricciones en el contenido de la relación
paterno-filial así establecida. Por consiguiente, a nuestro juicio, lo que se traduce de esta
sentencia, en términos de orden público internacional, es únicamente el derecho de
cualquier padre varón a solicitar la tutela de nuestros Jueces y Tribunales para
investigar su paternidad cuando concurran dos circunstancias: en primer lugar, que
nuestra jurisdicción resulte competente para conocer del asunto y, en segundo lugar, que
pueda aportar un indicio razonable de prueba en el momento de presentar su demanda.
3.3. Competencia judicial y ley aplicable en la determinación contenciosa de la filiación.
Nuestro Sistema jurídico distingue dos supuestos: el relativo a la reclamación de
paternidad y el referente a la impugnación. Cuando nuestra jurisdicción resulte
internacionalmente competente en atención a lo establecido en el artículo 22 de la Ley
Orgánica del Poder Judicial588, ambos tienen su cauce procesal en la ordenación que
establecen los artículos 764 y concordantes de la Ley de Enjuiciamiento Civil.
Comencemos por el análisis de la competencia. El artículo 22.3 establece el foro de la
residencia habitual del hijo en el momento de presentación de la demanda y el foro de la
nacionalidad o residencia habitual del demandante. En el análisis de esta disposición
destacan dos tópicos en los que resulta preciso profundizar. El primero de ellos radica
en la mutación del sentido de esta norma a consecuencia de la ya citada sentencia del
Tribunal Constitucional 273/2005 de 27 de octubre. El segundo estriba en determinar
sus relaciones con los foros generales del domicilio y la sumisión.
Cuando se promulgó la Ley Orgánica del Poder Judicial en el año 1985 las
acciones en materia de reclamación de filiación podían ser ejercitadas de la siguiente
manera: en caso de solicitarse una declaración de filiación matrimonial tenían
legitimación activa el padre, la madre y el hijo. En caso de pretender transformar una
posesión de estado en auténtica filiación, tenía ius standi cualquier persona con interés
legítimo; y en el supuesto de filiación no matrimonial sin la correspondiente posesión de
estado, sólo correspondía la acción al hijo. En este contexto el foro de la nacionalidad o
de la residencia habitual del demandante tenía todo su sentido. El padre, la madre o las
personas con interés legítimo debían demandar en el foro de la residencia habitual del
hijo. Sólo podían hacerlo en España, aun cuando el demandado residiese fuera, si se
trataba de una reclamación o de una impugnación de filiación matrimonial o de la
conversión de la posesión de estado en una relación familiar legalmente plena. Dejando
al margen los supuestos de impugnación, a los que más adelante nos referiremos, todas
estas reclamaciones resultaban favorables al hijo. Las acciones se encaminaban a la
reconstrucción de la génesis familiar matrimonial o a formalizar in facie iuris una
situación de hecho. En los demás casos sólo el hijo podía ser el demandante y, el foro de
competencia creado a su favor, resultaba beneficioso para proteger sus intereses. Ahora
la cuestión es más dudosa. Resulta indudable que, sin preterir el derecho del padre al
esclarecimiento de la verdad biológica, el derecho a defenderse que corresponde a un
Civil, establecía un plazo de un año para remitir a las Cortes un proyecto en esta materia. Desde el año
2000 ha transcurrido ya demasiado tiempo para no considerar muy grave ésta y otras demoras.-
588
El articulo 1.3. del Reglamento (CE) 2201/2003 excluye expresamente de su ámbito de aplicación las
cuestiones relativas “a) a la determinación y a la impugnación de la filiación”.-
supuesto hijo no matrimonial, que nunca fue reputado descendiente del demandante, se
verá reducido si debe llevarlo a cabo ante la jurisdicción de un país en el que no reside.
Este dato debe ser tomado en consideración de forma muy especial, pues hace urgente
reformar el procedimiento establecido en la Ley de Enjuiciamiento Civil. Una
aproximación a los artículos 764 y siguientes de la Ley rituaria, pone de relieve que en
ellos se atiende fundamentalmente y de forma inequívoca, a las demandas interpuestas
por un hijo reclamante. Cuando una decisión del Alto intérprete de la Constitución no
declara nula la disposición impugnada, sino que se limita a estimar su inconstitucionalidad
por defecto, es preciso que el legislador actúe con diligencia y prontitud. La tardanza en
proceder genera graves disfunciones. Como ya hemos apuntado, el legislador dispone
de muchos mecanismos para ajustar el Sistema y proteger equilibradamente los
intereses de las partes. Si no lo hace, el derecho del padre a un ius standi activo en la
investigación de la paternidad, se proyectará sobre unas proposiciones jurídicas que eran
coherentes antes de la sentencia y que pierden su lógica a partir de ella.
En lo que respecta a la impugnación de una filiación legalmente determinada, la
norma de competencia judicial internacional debería ser más restrictiva y limitar la
jurisdicción a los supuestos en los que la filiación que pretenda contradecirse se hallare
inscrita en el Registro Civil español 589, o a los casos en los que el hijo tuviese fijada su
residencia habitual en nuestro país.
En este punto, como en tantos otros, vuelve a surgir el tópico de la relación entre
los foros generales y los especiales. Sin embargo en este ámbito sus relaciones
recíprocas no generan graves problemas. El foro del domicilio del demandado
constituye un criterio racional para los pleitos que se susciten en esta materia y no
encontramos argumentos sólidos que oponer al juego de la autonomía de la voluntad. Si
en una reclamación o impugnación contenciosa, las partes acuerdan someter sus
diferencias a nuestra jurisdicción, no parece que existan razones que se opongan a la
validez de su elección; como tampoco creemos que los haya si, tras estudiar la demanda,
se acepta la competencia y se entra directamente al fondo del asunto. En cuanto al
derecho aplicable es poco lo que se puede decir. Las acciones de reclamación e
impugnación persiguen la determinación de una verdad genética no sometida en nuestro
Derecho a presunciones legales. Su establecimiento se deduce a través de una
investigación de hechos sustentables sobre toda clase de pruebas, incluidas las
biológicas590, lo que deja un estrecho margen al juego de normas de extranjeras.
III. EL ESTABLECIMIENTO DE RELACIONES PATERNO-FILIALES A TRAVÉS
DE LA ADOPCIÓN.
1. Introducción al estudio de las adopciones internacionales.
A lo largo de la historia del Derecho, la adopción ha servido para dar
cumplimiento a tres finalidades básicas: la de convertir en heredero a la persona con la
que se mantuviese un vínculo afectivo especial; la de dotar de protección a menores
desvalidos y la de establecer un sucedáneo de la filiación por naturaleza. Hasta hace
relativamente poco tiempo cumplía las dos últimas funciones y se configuraba como un
negocio jurídico que partía de la oferta del adoptante y la aceptación del adoptando,
perfeccionándose a través de los expedientes propios de la administración pública del
Derecho privado. El Juez aprobaba la constitución, tras oír al Ministerio Fiscal,
589
En apoyo de una competencia a favor del foro de la inscripción del nacimiento véase el artículo 92 de
la Ley del Registro Civil.-
590
Cfr. Artículo 767 numerales 2,3 y 4 de la Ley de Enjuiciamiento Civil.-
comprobar que se ajustaba a Derecho y que era conveniente para el adoptado. Una vez
cumplido este trámite se otorgaba escritura “...expresando en ella las condiciones con
que se haya hecho...” y se inscribía en el Registro Civil correspondiente591. A partir de
las últimas décadas del siglo pasado, la concepción de la adopción experimentó un giro
copernicano. Ya no se trataba tanto de diseñar un mecanismo de protección, sino de
reconstruir jurídicamente la filiación por naturaleza. Se entendía que la guarda y el
acogimiento familiar constituían instituciones más apropiadas para cumplir esas
finalidades tuitivas y la relación adoptiva pasó a constituir una vía de acceso a un status
filii pleno. Por otra parte, el artículo 39.2 de la Constitución reforzaba, como hemos
tenido ocasión de ver, el papel de los poderes públicos en la protección integral de los
hijos, lo que reforzó notablemente la incidencia de los controles de la Administración
estatal sobre el prohijamiento. Todo ello determinó una drástica modificación de su
regulación jurídica. En la actualidad el consenso se limita al deseo de establecer la
relación, pero la voluntad particular no puede incidir nunca sobre su contenido en
derechos y deberes, ni sobre los vínculos que pudieran subsistir entre el adoptado y su
familia originaria ni, tampoco, sobre la propia posibilidad de establecerla. El deseo de
adoptante y adoptando debe venir completado y corroborado por una venia administrativa.
Para iniciar el expediente de adopción se necesita una propuesta previa de la entidad
pública a favor de los adoptantes que obtuvieran, o hubiesen obtenido ya, un certificado
de idoneidad para el ejercicio de la patria potestad, expedido por esa misma autoridad.
Una vez practicada la correspondiente inscripción, la adopción así constituida da paso a
una relación de filiación con efectos idénticos a las que se establecen a través de la
naturaleza592.
Por otro lado, la rápida la mudanza de los usos sociales y prejuicios arraigados
en nuestra sociedad, unida a un fuerte aumento de la renta nacional, fueron factores que
incidieron fuertemente sobre la realidad sobre la que opera esta institución. La
conjunción de ambos determinó un aumento de potenciales adoptantes y una radical
disminución en el número de posibles adoptandos. Esta situación convirtió a la adopción
internacional en la fuente principal de los prohijamientos realizados por los españoles y,
si bien es cierto que una de nuestras primeras normas de competencia judicial civil
internacional se refirió a esta materia en la reforma del Título Preliminar del Código
Civil de 1974, no es menos cierto que nuestro Derecho autónomo no ha conseguido
cuajar una regulación adecuada en las múltiples reformas llevadas a cabo desde los años
ochenta del siglo pasado. El 28 de diciembre de 2007 se aprobó la Ley 54 de ese año,
relativa a la Adopción internacional. En el tercer numeral de su exposición de motivos
declaraba que tenía “...por objeto una regulación sustantiva sistemática, coherente y
actualizada que permite dar respuesta al fenómeno de la adopción internacional en
España”. No ha transcurrido suficiente tiempo desde su promulgación para emitir un
juicio sobre su praxis; pero en lo que respecta a su técnica normativa y a su adecuación
591
Cfr. artículo 179 del Código Civil en relación con la Ley de 17 de octubre de 1941. El adoptado podía
añadir el apellido del adoptante al de su familia, tendía derecho a alimentos, aunque tenían preferencia los
hijos naturales reconocidos y el adoptado no era llamado a la sucesión sino por disposición testamentaria
o por compromiso asumido por el adoptante en la escritura de adopción.-
592
Sobre el juicio crítico que nos merece el tratamiento de la adopción en las sucesivas reformas llevadas
a cabo en las dos últimas décadas, ya hemos dejado constancia de él en numerosos trabajos publicados
con anterioridad. Nos remitiremos, por consiguiente, a lo expresado en Espinar Vicente “La adopción de
menores constituida en el extranjero y el reconocimiento de la patria potestad en España (algunas
reflexiones sobre la heterodoxa doctrina de la Dirección General de los Registros y del Notariado)
Actualidad Civil, 1997 págs. 757 y ss. Guzmán Peces en “La adopción internacional. Guía para
adoptantes, mediadores y juristas” Madrid 2007 passim, desarrolla algunos de los tópicos mantenidos y
contradice otros con argumentos convincentes.-
593
Cfr. algunas de las muy acertadas críticas que realiza Álvarez González en su trabajo “El proyecto de
ley sobre adopción internacional; una crítica para sobrevivir a su explicación docente” Actualidad Civil
2007, págs. 2597 y ss.; y confróntense con el minucioso análisis que realizan Calvo Caravaca y
Carrascosa González en su libro “La Ley 54/2007 de 28 de diciembre de 2007 sobre adopción
internacional (Reflexiones y comentarios )” Granada 2008 passim.-
594
En los actos de jurisdicción voluntaria puros el órgano interviniente se limita a comprobar si se dan las
condiciones exigidas en el Ordenamiento para constituir la situación o relación pretendida; cuando la
actividad de una autoridad pública se orienta a la concreción in casu de conceptos jurídico indeterminados,
al análisis de la conveniencia concreta de aprobar la constitución del negocio y a habilitar a los sujetos, el
procedimiento se tiñe de tintes administrativos qque, sin desnaturalizar su carácter de jurisdicción voluntaria,
acercan el proceso adoptivo a otras figuras administrativas. Cuando predomina este carácter administrativo
sobre el jurisdiccional se altera sustancialmente su tratamiento y en Derecho internacional privado se hace
mucho más evidente.-
595
Cfr. Calvo Caravaca y Carrascosa González “La Ley 54/2007 sobre adopción internacional (Reflexiones
y comentarios)” Granada 2008 págs.70-71.-
596
El artículo 149.1 de la Constitución no lo deja tan claro en sus apartados 6º, 8º y 18º, sin perjuicio de las
Comunidades Autónomas en las que existen derechos civiles, forales o especiales y, en todo caso, el
artículo 150. 3 de la Ley Fundamental invita a una reflexión sobre este punto. Establece el párrafo citado
que “El Estado podrá dictar leyes que establezcan los principios necesarios para armonizar las
disposiciones normativas de las Comunidades Autónomas, aún en el caso de materias atribuidas a la
competencia de éstas, cuando así lo exija el interés general....-
597
Probablemente el expediente administrativo no llegaría a culminarse porque la administración necesita
realizar unas actividades de investigación que difícilmente podrían llevarse a cabo si el adoptante o el
adoptando no fuesen españoles o no residiesen en España.-
598
Artículo 9. 2.1 a) del Decreto 5/2003 de 14 de enero.-
599
Obsérvese cómo en Andalucía un español residente en Caracas no podría tramitar un expediente de
adopción ante la Entidad competente, mientras que los Jueces tendrían competencia para constituir la
adopción en razón de su nacionalidad. Un matrimonio de Venezolanos residentes en Badajoz no podrían
aportar certificado literal de su inscripción de nacimiento en el Registro Civil y, sin embargo los Jueces
españoles tendrían competencia en razón de su residencia habitual. Dos argentinos residentes en Rosario
podrían iniciar sus trámites en la Comunidad de Madrid, pero en el supuesto de obtener la propuesta
correspondiente, no podrían constituir su adopción en España porque nuestros Jueces carecerían de
jurisdicción para hacerlo, a no ser que fuese español el adoptando.-
600
El enunciado del artículo 15 se refiere literalmente a la “Competencia judicial internacional para la
modificación, revisión, declaración de nulidad o conversión en adopción plena de una adopción en
supuestos internacionales”.-
601
En todo caso podría asimilarse a la extinción a la que se refiere el artículo 180 del Código Civil.
602
Desde la perspectiva de nuestro Ordenamiento, el único sentido plausible que puede darse al término
“modificación” en esta sede es el de la transformación de una adopción simple en una adopción plena.-
606
El primer inciso del numeral 4 del artículo 30 de esta Ley establece que “Las adopciones simples o
menos plenas constituidas por autoridad extranjera competente podrán ser transformadas en la
adopción regulada por el Derecho español cuando se den los requisitos previstos para ello.”
607
Cfr. Calvo Caravaca y Carrascosa González “La Ley 54/2007 sobre adopción internacional
(Reflexiones y comentarios)” Granada 2008, págs. 294 y ss.-
608
La expresión es utilizada por Álvarez González en “El proyecto de Ley sobre adopción internacional;
una crítica para sobrevivir a su explicación docente” Actualidad Civil 2007 pág. 2598 y es utilizada por
Calvo Caravaca y Carrascosa González, en “La Ley 54/2007 sobre adopción internacional (Reflexiones y
comentarios)” Granada 2008 pág.293.-
609
Esta misma tesis fue la que sustentamos en nuestro libro “El matrimonio y las familias en el sistema
español de Derecho internacional privado” Madrid 1996. En su página 370 escribíamos “Pues bien, en
esta fase de nuestro análisis, [la constitución de la adopción] entendemos que la respuesta ha de ser
categóricamente negativa. No cabe constituir en España una adopción que no tenga como resultado el
establecimiento de una relación paterno-filial de carácter pleno, tal como es concebida por nuestro
sistema. Los problemas podrán plantearse [y resolverse positivamente] en sede de reconocimiento de
adopciones constituidas en otros foros pero no en el momento contemplado.”
610
La única pega a esta última afirmación es que la conversión en plena de la adopción simple obvia un
requisito clave. El artículo 30.4 de la Ley 54/2007, establece en su segundo inciso que “Para instar el
correspondiente expediente judicial no será necesaria la propuesta previa de la Entidad Pública
competente.”.-
adoptiva, para acreditar su existencia con ocasión de un acto o negocio jurídico concreto
que se propongan realizar en España. Se trata del control de la validez al que se refiere
el artículo 27 de la Ley en estudio611. Así por ejemplo, cuando un adoptado extranjero,
con residencia habitual en España, se proponga reclamar alimentos a su padre adoptivo
extranjero, acreditará la relación paterno filial a través del documento constitutivo de la
adopción, que será tratado en juicio con arreglo a lo dispuesto en el artículo 323 de la
Ley de Enjuiciamiento Civil y su eficacia (323.3 de la Ley rituaria) se determinará en
aplicación del citado artículo 27 de la Ley 54/2007. Ahora bien, el hecho de que se haya
estimado en ese pleito la situación de prohijamiento, no significa que esa adopción haya
sido reconocida formalmente en España.
Para que el reconocimiento sea formal y la resolución extranjera pueda desplegar
todos sus efectos, como si tratase de un pronunciamiento emitido por nuestras
autoridades, es preciso utilizar los vehículos jurídicos que permiten esa asimilación
total. En esta materia el único cauce que conocemos es el de su inscripción registral. El
acto por el que, tras el oportuno expediente de comprobación, el Encargado del Registro
Civil autoriza la inscripción del nacimiento del menor y la marginal de adopción, es el
que convierte a la adopción realizada en el extranjero en una adopción española. Y
vuelven de nuevos a plantearse dudas hermenéuticas sobre cómo queda regulado este
aspecto en la nueva Ley. El artículo 29 establece que “Cuando la adopción
internacional se haya constituido en el extranjero y los adoptantes tengan su domicilio
en España podrán solicitar la inscripción de nacimiento del menor y la marginal de
adopción conforme a las normas contendidas en los artículos 12 y 16.3 de la Ley del
Registro Civil.” Nótese que el legislador del año 2007 ha obviado toda referencia al
artículo 15 de la Ley registral, precepto donde se establece la regla general de
competencia. Pues bien, tras la lectura de este último artículo ha de concluirse que el
negocio adoptivo celebrado entre extranjeros en el extranjero, ni afecta a españoles, ni
acaece en España ni su inscripción sirve de base a inscripciones marginales exigidas por
el Derecho español, aunque se hallen domiciliados en nuestro país. Sin embargo, nada
obsta el que una Ley complete a otra de su mismo rango y, desde tal perspectiva, nos
preocupa cómo debemos interpretar el inciso nuclear del artículo 29; Cuando (...)los
adoptantes tengan su domicilio en España podrán solicitar la inscripción de
nacimiento del menor y la marginal de adopción”. Centrémonos en las adopciones
formalizadas en el extranjero constituidas entre españoles, entre españoles y extranjeros
o entre extranjeros. Una vez más el texto permite dos lecturas, aunque en este caso
resultan más forzadas: Las adopciones realizadas en el extranjero tienen acceso al
Registro español:
a) cuando concurran las circunstancias establecidas en el artículo 15 de la Ley del
Registro Civil, así como cuando los adoptantes se hallen domiciliados en España;
b) Cuando se cumplan las condiciones del citado artículo 15 de la Ley registral,
podrán inscribirse las adopciones realizadas en el extranjero por adoptantes
domiciliados en España.
Analicemos los argumentos a favor de una u otra alternativa. En primer lugar, la
referencia al artículo 12 de la Ley del Registro desorienta un poco, por cuanto se refiere
a la inscripción consular. En efecto, los Cónsules españoles carecen de competencia
para inscribir en el Registro a su cargo la adopción realizada por adoptante extranjero,
611
“La autoridad pública española ante la que se suscite la cuestión de validez de una adopción constituía por
autoridad extranjera, (... ....) controlará, incidentalmente, la validez de dicha adopción en España con arreglo
a las normas contendidas en esta Ley”
615
Aquí el legislador se muestra particularmente coherente desarrollando los principios que establece la
Ley Orgánica 1/1996 de 15 de enero.-
616
Cfr. el artículo 21 de la Ley 54/2007 donde se aplica el mismo criterio.-
617
Se supone extranjero, ya que de no ser así la competencia se hubiese asumido en razón de la
nacionalidad española del adoptante.-
618
Cfr. Espinar Vicente “Extranjería e inmigración en España” Madrid 2006, págs. 139 y concordantes.-
619
Cuando facilite el reconocimiento de la adopción “en otros países conectados al supuesto” o cuando
así lo solicite el adoptante o el Ministerio Fiscal, (cfr. artículo 20 de la Ley 54/2007.-,
prestación del consentimiento de personas distintas a las que contempla la Lex fori y que
resulte conveniente recibirlos. Pero todo eso es precisamente lo que se contempla, por
vía excepcional, en los artículos 19 y 20 y en los apartados 2 y 3 del artículo 21 de la
Ley 54/2007.
El problema que, a nuestro juicio, se halla en la base de esta construcción
radica en la muy poco correcta distinción legislativa entre lo que es la “adopción en
cuanto negocio jurídico” y lo que es “la adopción como relación ya establecida”622.
Cuando se mezclan ambos conceptos el resultado se distorsiona y vuelve a planear aquí
la sombra de las adopciones simples o menos plenas. Probablemente, cuando se dispone
que la constitución de la adopción puede efectuarse al amparo de una ley extranjera,
“cuando el adoptando no tenga su residencia habitual en España, y además no haya
sido o no vaya a ser trasladado a España con la finalidad de establecer su residencia
habitual en España”, lo que ha se ha pretendido es permitir que un extranjero residente
en nuestra nación pueda adoptar en forma simple a un menor residente en un país donde
tales prohijamientos resultan posibles, habituales y beneficiosos para el adoptando. Pero
eso es confundir constitución con efectos. En foro español sólo se puede constituir una
adopción sin más calificativos; esto es, la prevista en nuestro Sistema jurídico y por lo
cauces que en Él se disponen. Una vez formalizado el negocio, los efectos del mismo no
se rigen necesariamente por el Ordenamiento en cuya base se haya constituido; en este
caso quedarán sometidos a la Ley nacional del hijo. Pues bien, si ésta le atribuye un
estado sustancialmente coincidente con el de la filiación, tal y como nosotros la
concebimos, calificaremos la relación como adopción plena y, en aplicación del artículo
9.4 del Código Civil, será objeto del tratamiento correspondiente. En caso de que no sea
así, habrá de buscarse en nuestro Derecho un instituto de características similares, en
este caso el “acogimiento familiar”, y se aplicará el artículo 9.6 del mismo Cuerpo legal
para reconocer los efectos de la adopción simple o menos plena como los propios de un
instituto atinente a las relaciones de protección del menor.
Naturalmente, la excelente intención del legislador no puede encontrar vías de
realización a través del cauce elegido. Lo que él quiere es que el contenido de la
adopción se adecue a lo establecido en el Sistema del entorno vital del menor. Para ello
toma en cuanta su arraigo y, desde el inicio, pretende establecer un nexo entre su centro
de vida y el régimen jurídico de la adopción. Pero para lograrlo debidamente hubiese
debido incorporar una norma de conflicto atinente a los efectos de la adopción y no a su
constitución. De ese modo, la adopción constituida en España hubiese producido,
-incluso en nuestro Sistema- los efectos que le viniesen atribuidos por la Ley del
adoptado.
4. El Convenio de La Haya relativo a la protección del niño y a la cooperación en
materia de adopción internacional.
Resulta muy difícil lograr determinadas metas a través de los instrumentos que
proporciona el Derecho internacional privado de fuente autónoma o estatal. El Convenio
de La Haya de 20 de mayo de 1993 623, establecido en un marco de integración,
suministra los mecanismos adecuados para conseguir esos fines a través de técnicas
622
Cfr. Pérez Vera “Derecho internacional privado. Parte especial” Madrid 1980, en especial págs. 237-
242
623
Sobre este Convenio Véase Borrás Rodríguez “La XVII Sesión de la Conferencia de La Haya de
Derecho internacional (10-29 de mayo de 1993)” R.E.D.I. 1993 págs. 647 y ss.; Verwilghen “Le
renouveau de l’adoption internationalesw” Relations familiares internacionales, Brusleas 1993, págs. 135
y ss.-
muy distintas a las clásicas. Sobre la base de una determinada manera de entender el
interés superior del menor, se establece un mecanismo de control administrativo para
las adopciones internacionales. Un menor no puede ser adoptado si no ha existido un
previo proceso de control en el que las autoridades del Estado de origen y las de destino
hayan comprobado y se hayan puesto de acuerdo en que tal adopción es conveniente
para ese concreto adoptando en relación con ese o esos concretos adoptantes y que la
relación jurídica que surja resulta estable en el medio plurinacional en el que pueda
desarrollarse la vida del menor. El articulado del Tratado se centra, sobre todo, en
especificar cuáles son los puntos clave sobre los que debe proyectarse la verificación. Se
trata de controles de hecho sobre extremos fácticamente aprehensibles. Cada Estado
designa una autoridad a este efecto y el conjunto de ellas opera en una suerte de espacio
integrado, donde todas las adopciones quedan sometidas a idénticas garantías y donde
todas ellas responden al esquema axiológico y a las concepciones comunes de los países
que han suscrito el Convenio. La adopción así tratada debe producir un efecto
globalizador; debe desarraigar al menor de su pasado para integrarlo en un futuro en el
que deberán darse las condiciones necesarias para que se sienta como si hubiese nacido
biológicamente en la familia de sus padres adoptivos. Todo lo demás queda excluido624.
En algunos trabajos anteriores hemos mantenido la idea de que estos objetivos
sólo pueden realizarse a través de normas de fuente internacional; y que, por lo tanto, si
se quieren excluir las adopciones claudicantes o las que no surtan una identidad de
efectos en todos los Estados a los que se vinculen en el momento de su constitución, la
mejor solución posible sería incorporar por referencia este Tratado a nuestro sistema de
Derecho internacional privado y reducir las posibilidades de adopción a los menores
provenientes de países con los que resultase posible establecer un mecanismo de
cooperación similar al previsto en el Convenio.
624
Cfr. Espinar Vicente “Ensayos sobre teoría general del Derecho internacional privado” Madrid 1997
págs. 109-110.-
625
Los artículos 8 y 9 del Reglamento 2201/2003 contemplan dos tipos de residencia habitual, aunque en
realidad, el precepto referido al “mantenimiento de la competencia del Estado miembro de la anterior
residencia habitual del menor” no hace sino concretar el concepto de la conexión. Efectivamente, lo que
establece el artículo 9 es lo siguiente: a determinados efectos, una nueva residencia habitual no se
consolida hasta que hayan transcurrido tres meses del cambio, a no ser que los titulares de la relación
parental acepten la nueva residencia habitual o hayan trasladado también la suya.-
626
Cfr. el artículo 1.2 del Reglamento 2201/2003.-
se adecue a sus necesidades y no pueda ser aprovechado para desestabilizar sus arraigos.
En el escenario de la integración, el principal instrumento para satisfacer estas
pretensiones se halla en el Reglamento (CE) 2201/2003 al que venimos haciendo
referencia. En él se crea un espacio común para el desarrollo de estas finalidades con
exclusión de las cuestiones relativas a las obligaciones de alimentos, por estar ya
cubiertas por el Reglamento (CE) 44/2001 relativo a la competencia judicial, el
reconocimiento y la ejecución de resoluciones judiciales en materia civil y mercantil. En
el de la coordinación de soluciones se encuentra el Convenio de La Haya de 25 de
octubre de 1980627, que constituye la pieza clave para garantizar que los derechos de
custodia y visita, vigentes en uno de los Estados Contratantes, sean respetados en los
demás Estados Contratantes. Además, el artículo 11 del Reglamento (CE) 2201/2003 lo
convierte en eje de ese sector de su regulación adaptando sus fórmulas al ámbito de
integración en el que opera. El éxito de ratificaciones de este Tratado lo ha convertido
en un instrumento particularmente eficaz en el amplio marco que diseñan los escenarios
de la “integración” y “coordinación” en el panorama internacional. Al margen de esto,
nuestro país tiene suscritos otros importantes Convenios en la materia, de entre los que
cabría destacar el de Nueva York de 20 de junio de 1956 sobre obtención de alimentos
en el extranjero y el de la Haya de 2 de octubre de 1973 sobre el reconocimiento y
ejecución de resoluciones relativas a las obligaciones alimentarias, así como el
Convenio Europeo de 20 de mayo de 1980 relativo al reconocimiento y ejecución de
decisiones en materia de custodia de menores, así como al restablecimiento de dicha
custodia
El tercer paso se produce cuando la quiebra de la relación familiar no se produce
bilateralmente entre los padres, sino entre ellos y sus hijos. Estas situaciones pueden
originarse por el inadecuado o imposible ejercicio de la patria potestad y, según la
gravedad de las consecuencias que se deriven de tales circunstancias, será calificada
como de riesgo o de desamparo. La primera se produce cuando los poderes públicos
detectan hechos coyunturales que pueden resultar perjudiciales para el desarrollo
personal o social del menor. Establecidas en el artículo 17 de la Ley de Protección
Jurídica del Menor, las medidas destinadas a promover los factores tutelares, tanto
personales como familiares, y al seguimiento de la evolución del problema, resultan
aplicables a cualquier menor extranjero que se halle en España en virtud del primer
artículo de la Ley 1/1996.
El desamparo, por su parte, constituye el grado máximo en la escala con la que
puede apreciarse una situación susceptible de afectar el normal desarrollo de un menor.
El artículo 172 del Código Civil la define de la siguiente manera “Se considera como
situación de desamparo la que se produce de hecho a causa del incumplimiento, o del
imposible o inadecuado ejercicio de los deberes de protección establecidos por las
leyes para la guarda de menores, cuando éstos queden privados de la necesaria
asistencia moral material”. Detectada la situación (que siempre se calificará ex lege
fori) se adoptarán la medidas urgentes de protección que correspondan, se pondrá en
conocimiento del Ministerio Fiscal los hechos que determinen la actuación y la entidad
publica competente asumirá, en su caso, la tutela del menor; y, a partir de allí se
desarrollará un proceso de reinserción familiar del que el acogimiento en el seno de una
627
Cfr. la disposición final decimonovena de la Ley Orgánica 1/1996 de Protección Jurídica del Menor
que modifica los artículos 1901 a 1909 de la Ley de Enjuiciamiento Civil para adaptarlos al
procedimiento de restitución de menores
nueva estructura familiar constituye el instituto clave del sistema 628. Todas estas
medidas, en su fase inicial, deben entenderse incluidas en la calificación de
“provisionales o urgentes de protección” o “de carácter protector y educativo respecto
de menores o incapaces abandonados que se hallen en territorio Español” a las que se
refieren el primer párrafo y el último inciso del artículo 9.6 del Código Civil. Ahora
bien, la situación de “abandono” no ha sido recogida en la Ley 1/1996; se trata de una
variedad del desamparo que implica un desconocimiento de los datos que permiten
determinar una filiación o una guarda de hecho concreta en la que puedan apreciarse las
disfunciones que generan el riesgo y el desamparo 629. Se encuentra una referencia
indirecta a ella en el artículo 17 1.d) que atribuye la nacionalidad española a los
menores cuya filiación se desconozca y cuyo primer lugar acreditado de estancia sea
nuestro territorio. También existe una referencia indirecta en el Reglamento de
Extranjería (Real Decreto 2393/2004) que, sin definir el problema como abandono,
establece una regulación especial para aquellos extranjeros que, sin haber alcanzado la
mayoría de edad, se hallen en nuestro país sin poseer una documentación que acredite
su origen, pero cuya edad impida presumir que España sea su “primer lugar conocido de
estancia”. El artículo 92 de dicho texto rompe, parcialmente, con la línea que se había
diseñado en el artículo 13 del Real Decreto 155/1996, de 2 de febrero de 1996, aunque,
curiosamente, es la que se halla explícitamente consagrada en el artículo 35.4 de la Ley
Orgánica 4/2000. Una comparación entre ambas regulaciones permite ponerlo claramente
de relieve:
Extractos del artículo 13 R.D 155/1996 Extractos del artículo 92 del R.D. 2393/2004
1. Cuando se trate de menores en situación de desamparo 1. En los supuestos en que las Fuerzas y Cuerpos de
en los términos establecidos en la legislación civil, éstos Seguridad del Estado tengan conocimiento de, o
serán encomendados a los servicios de protección de localicen en España a un extranjero indocumentado
menores de la Comunidad Autónoma correspondiente, cuya minoría de edad no pueda ser establecida con
poniéndolo en conocimiento, asimismo, del Ministerio seguridad, informará a los servicios de protección de
Fiscal. En ningún caso estos menores podrán ser objeto de menores para que, en su caso, le presten la atención
las medidas de expulsión previstas en el artículo 26.1 de inmediata que precise ... .
la Ley Orgánica 7/1985 y en este Reglamento.
2. Determinada la edad, si se tratase de un menor, el
Ministerio Fiscal lo pondrá a disposición de los
servicios competentes de protección de menores.
b) En los demás supuestos, los órganos públicos 4. La Administración General del Estado, conforme al
competentes colaborarán con los servicios de protección principio de reagrupación familiar del menor, después
de menores para la reagrupación familiar del menor en su de haber oído al menor, y previo informe de los
país de origen o aquel donde se encontrasen sus servicios de protección de menores, resolverá lo que
familiares. Asimismo, se podrá repatriar al menor cuando proceda sobre su repatriación a su país de origen, o a
los servicios competentes de protección de menores de su aquel donde se encontrasen sus familiares, o, en su
país de origen se hiciesen responsables del mismo. En defecto, sobre su permanencia en España. De acuerdo
todo caso, las autoridades españolas velarán porque el con el interés superior del menor, la
retorno del menor no pueda suponer peligro para su repatriación... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
integridad, o su persecución o la de sus familiares.
2. A instancia del órgano que ejerza la tutela, se le 5. Transcurridos nueve meses desde que el menor
otorgará un permiso de residencia, cuyos efectos se haya sido puesto a disposición de los servicios
retrotraerán al momento en que el menor hubiere sido competentes de protección de menores, de acuerdo
628
Cuando existan personas que “por sus relaciones con el menor o por otras circunstancias, puedan
asumir la tutela con beneficio para éste (art. 239, segundo párrafo del Código Civil), se procederá a
nombrar tutor conforme a las reglas ordinarias, lo que significa que para su delación y constitución se
estará a lo establecido en el artículo 9.6 del Código Civil.
629
Nótese que en la definición de desamparo nuestro legislador ha evitado incorporar juicios de valor sobre
la conducta de los padres o guardadores. Se atiende exclusivamente a presupuesto de hecho. Incluso pueden
ser los propios padres o tutores quienes, ante su imposibilidad material por causas económicas, físicas o
morales, soliciten la adopción de este tipo de medidas. Cfr. Espinar Vicente “El matrimonio y las familias
en Derecho internacional privado” Madrid 1996 págs. 248 y ss.-
puesto a disposición de los servicios competentes de con el apartado 2, y una vez intentada la repatriación
protección de menores de la Comunidad Autónoma con su familia o al país de origen, si ésta no hubiese
correspondiente. Si el menor careciere de documentación y sido posible se procederá a otorgarles la autorización
por cualquier causa no pueda ser documentado por las de residencia a la que se refiere el artículo 35.4 de la
autoridades de ningún país, se le documentará de acuerdo Ley Orgánica 4/2000 de 11 de enero*.En todo caso, el
con lo previsto en el artículo 63 de este Reglamento. hecho de no contar con autorización de residencia no
supondrá obstáculo para el acceso del menor a
aquellas actividades o programas de educación o
formación que, a criterio de la entidad de protección
de menores competente, redunden en su beneficio.
El hecho de que se haya autorizado la residencia no
será impedimento para la repatriación del menor,
cuando posteriormente pueda realizarse conforme a lo
previsto en este artículo.
En el caso de menores tutelados por la entidad de
protección de menores competente que alcancen la
mayoría de edad sin haber obtenido la citada
autorización de residencia y hayan participado
adecuadamente en las acciones formativas y
actividades programadas por dicha entidad para
favorecer su integración social, ésta podrá recomendar
la concesión de una autorización temporal de
residencia por circunstancias excepcionales, a la que
se hará extensivo lo dispuesto en el artículo 40.j) de la
Ley Orgánica 4/2000 de 11 de enero.
* Artículo 35.4 de la L.O 4/2000: ”Se considerará regular a todos los efectos la residencia de los menores que
sean tutelados por una Administración pública. A instancias del organismo que ejerza la tutela y una vez que haya
quedado acreditada la imposibilidad de retorno con su familia o al país de origen, se le otorgará una autorización
de residencia, cuyos efectos se retrotraerán al momento en que el menor hubiese sido puesto a disposición de los
servicios de protección de menores”
630
Hasta aquí se trata de medidas de protección, provisionales o urgentes, que se rigen por la ley de la
residencia habitual (normalmente la española), a tenor del artículo 9.6 del Código Civil. Resulta claro que
frente a una situación anómala se trata de preservar la competencia de la lex fon para equiparar a los
menores nacionales con los extranjeros a efectos de unificarlos en la recepción de las medidas tuitivas
diseñadas por el Estado.-
631
Es decir, “Velar por ellos, tenerlos en su compañía, alimentarlos, educarlos y procurarles una
formación integral» (arts. 154 y 173.1 del Código Civil). El compromiso tendrá que formalizarse por
escrito, con el consentimiento de la entidad pública, tenga o no la tutela, del menor (art. 173.2 del Código
Civil).-
632
La adopción se puede constituir mediante la propuesta previa de la entidad publica o sin necesidad de
ella, si el menor se encontrase acogido legalmente por el adoptante durante más de un año o hubiese
ejercido la tutela durante ese tiempo. Entonces el iter se agota y cristaliza su culminación en una relación
paterno filial plena que atribuye la nacionalidad española al sujeto, extingue los vínculos entre el
adoptado y su familia anterior y consolida una relación que, como hemos visto, no se diferencie en nada
de las que se producen por naturaleza.-
CAPITULO XV
LOS DERECHOS REALES. RÉGIMEN Y MODOS DE
ADQUISICIÓN.
I. DERECHOS REALES Y DERECHO INTERNACIONAL PRIVADO.
1. Introducción.
El estudio de los derechos reales en sede de nuestra disciplina no resulta una
tarea fácil. Es cierto que, en materia de inmuebles, la inmensa mayoría de los
Ordenamientos utilizan técnicas que tienen por objeto hacer coincidir tribunal
competente y Ley aplicable en el marco del Sistema jurídico donde radica el bien.
Como es lógico, el empleo de este método unitario minimiza las consecuencias de la
presencia de un elemento extranjero y encauza la mayor parte de la reglamentación del
supuesto por los itinerarios jurídicos previstos para los asuntos homogéneos. Sin
embargo, no resulta menos cierto que la diversidad de los objetos sobre los que se
proyecta el dominio y su íntima vinculación con otros institutos jurídicos a los que se
conecta de consuno, hacen que su tratamiento adquiera una particular relevancia en el
ámbito del Derecho internacional privado.
En principio y a los efectos de nuestra exposición, puede considerarse como
“bien” cualquier elemento mueble o inmueble, material o inmaterial, con el que los sujetos
de derecho puedan establecer vínculos jurídicamente aprehensibles. Los predios y las
casas pueden tener propietarios; las ideas pueden pertenecer a quienes las conciben, las
invenciones y diseños son susceptibles de titularidad y lo mismo ocurre con respecto a
los animales o a la creación e interpretación artística. Son pues muy variados y de muy
distinta naturaleza los elementos que conforman el objeto sobre el que se proyecta la
relación jurídica que establecen los hombres con las cosas 633. Pero también es muy
diverso el carácter de las vinculaciones que resultan posibles. La propiedad, la posesión,
el usufructo, el aprovechamiento por turnos de bienes inmuebles de uso turístico, la reserva
de dominio y los demás derechos reales contemplados en la legislación, (que según algunas
opiniones no constituyen un numerus clausus), son variedades de los lazos que pueden
llegar a establecerse con las cosas. También resulta peculiar el modo de adquisición del
derecho. En las concepciones clásicas sólo la ususcapio y la traditio constituyen los
vehículos aptos para su transmisión; lo que equivale a afirmar que la entrega de la cosa o su
tenencia de buena fe como algo propio, son las únicas fórmulas hábiles de acceso a este
tipo de relación. Por su parte, las acciones que garantizan su disfrute parten de la idea de
que los derechos reales operan erga omnes; lo que significa que nadie debe ser molestado
por nadie en el ejercicio de su derecho y que, mientras no se desvirtúe la legitimidad del
título, no caben más interferencias externas que las que se deriven de la función social del
bien y de las que traigan causa en el interés público 634. Por consiguiente, las acciones reales
tienen por objeto proteger la plenitud de la relación entre el sujeto y la cosa de las
intrusiones de terceros que carezcan de legitimidad para hacerlo. El propietario de un predio
puede pedir el lanzamiento de quien se lo haya ocupado sin justo título para ello; el
arrendador puede solicitar el desahucio del arrendatario, si éste no puede justificar el pago
de las rentas, ya que es lo que le acredita como legitimo poseedor del inmueble alquilado 635.
El ocupante o el arrendatario pueden intentar justificar su conducta alegando que obedece a
un intento de compensar ciertos créditos generados a su favor por el propietario; pero de
nada les valdrán tales argumentos en esta sede. Ello no empece que puedan ejercitar las
acciones de carácter personal que les asistan; pero el arrendatario no podrá evitar el
desahucio ni el ocupante el lanzamiento oponiendo unos motivos que, a su vez, pueden
recibir la plenitud de amparo en otros pleitos.
Estas ideas conforman un esquema elemental que nos permite abordar el
régimen de estas instituciones en nuestra disciplina y deslindar tres aspectos
fundamentales para su análisis:
a) Los medios eficaces para la adquisición o transmisión del derecho real de que
se trate (ocupación, donaciones, sucesiones, contratos o prescripción).
b) El contenido del derecho real o conjunto de derechos y obligaciones que
establece el Ordenamiento entre el objeto del derecho y su titular.
c) Los mecanismos articulados para la protección del derecho real frente a la
conducta de terceros.
En la primera parte de este capítulo vamos a ocuparnos del estudio de los dos
últimos tópicos y en la segunda abordaremos, ad exemplum, el tratamiento de las
sucesiones y las donaciones como sendos medios de adquisición de la propiedad, de la
633
En esta primera parte del capítulo nos vamos a referir al régimen uti singuli como expresión del
estatuto real propio sensu, sin considerar la eventual pertenencia de la cosa a una eventual masa
patrimonial (uti universi). Sobre la diferencia entre estatuto real y patrimonial, véase Virgós Soriano en
González Campos y otros “Derecho internacional privado. Parte especial” Madrid 1995 pág.242.-
634
Cfr. artículo 33 de la constitución Española.-
635
Más adelante desarrollaremos esta idea. La doctrina científica y legal viene deparando a los
arrendamientos de inmuebles un tratamiento muy cercano al de los derechos reales. En última instancia,
el contrato de alquiler transfiere la posesión del bien y los recibos justificativos del pago de la renta
vienen a representar el justo título que fundamenta dicha posesión.-
régimen previsto para cada uno de ellos en el Derecho internacional privado español637.
Un tratamiento exhaustivo de todos los tópicos distinguibles excedería ampliamente los
límites asignados a esta obra; por lo tanto, encauzaremos nuestras reflexiones generales
a través de algunos aspectos de la regulación que reciben los derechos reales sobre los
bienes muebles e inmuebles y los que se constituyen en garantía de determinadas
operaciones del tráfico jurídico externo.
2. La competencia judicial internacional y la ley aplicable en materia de derechos
reales sobre bienes inmuebles.
Tanto el artículo 22.1º de la Ley Orgánica del Poder Judicial 638, como el 22.1 del
Reglamento (CE) 44/2001, consideran que la competencia exclusiva en materia de
derechos reales y arrendamientos de inmuebles corresponde a los juzgados y tribunales
del país donde estos radiquen. Por su parte el artículo 10.1 del Código Civil establece
que “La posesión, la propiedad y los demás derechos sobre bienes inmuebles, así como
su publicidad, se regirán por la ley del lugar donde se hallen.” 639. La conjunción de
estos preceptos se traduce, por consiguiente, en que toda disputa relativa a un derecho
real constituido sobre un bien raíz situado en España, deberá dirimirse ante los jueces
españoles en aplicación del Derecho español. La extranjería de cualquier elemento
componente de la relación, no es índice que permita dar un tratamiento diferente a estas
cuestiones. La heterogeneidad que pudiera apreciarse en el supuesto queda de inmediato
enervada por los intereses que impregnan su regulación; y toda demanda se cursará por
los cauces previstos por el Sistema de radicación del bien. El núcleo clásico de los
problemas atinentes al Derecho internacional privado (competencia judicial y Derecho
aplicable) queda resuelto. Además, dado el carácter exclusivo que se adscribe a la
jurisdicción, las sentencias extranjeras que se pronunciaren sobre alguno de estos
extremos carecerían de todo valor en el foro y nunca podrían reconocerse ni ejecutarse
aunque tuviesen su origen en escenarios de alta integración. Parece que lo que se
desprende de esta técnica de reglamentación puede reducirse a una fórmula bien
sencilla: todo lo referente a un derecho real sobre un bien inmueble no puede recibir un
tratamiento diferencial al previsto con carácter general. Sólo cuestiones marginales
(como, por ejemplo el valor en el foro del documento extranjero en el que se contenga
el título de dominio) podría determinar la aplicación de las técnicas propias de esta
disciplina. En este tópico el carácter internacional de la relación ve como su relevancia
decae frente a los intereses que proyecta el Estado sobre un sector sensiblemente
vinculado a las políticas económicas básicas de un país640.
637
Cfr. Fernández Rozas & Sánchez Lorenzo “Derecho internacional privado” Madrid 2004 pág. 523 “El
régimen de los derechos reales en Derecho internacional privado depende en buena medida de la
naturaleza de los bienes. No en vano parece preferible una referencia al Derecho de bienes, más que a
los derechos reales que recaen sobre ellos.”.-
638
Sobre la inoperatividad práctica de este inciso del artículo 22.1º de la Ley Orgánica del Poder Judicial,
en razón de que su ámbito de eficacia ha quedado absorbido por el del artículo 22 del Reglamento
44/2001, Véase Fernández Rozas & Sánchez Lorenzo en loc.cit. en nota anterior págs. 528-529.-
639
En el cuadro donde se relacionaban los principales Convenios suscritos por España, pudo observarse
cómo se respeta este tipo de competencia exclusiva en el tenor de cada uno de ellos. Podría considerarse,
con Elisa Pérez Vera, que nuestro país, junto a muchos otros, parece reconocer en esta regla la traducción
de un precepto internacional que vincula a los legisladores nacionales a la hora de construir las normas
referidas a esta materia.-
640
Ciertamente esta construcción hunde sus raíces en las concepciones primitivas que identificaban el
derecho real sobre un inmueble con un derecho sobre el territorio del Estado. Hoy en día, a pesar de su
carácter obsoleto, este sentimiento se proyecta por inercia sobre las construcciones actuales. Sin embargo,
el juego de esta competencia exclusiva a favor del lugar de situación del bien, unida a la aplicación de la
lex sitae, encuentra apoyos en otras concepciones doctrinales que vinculan su idoneidad a la facilidad de
ejecución de la sentencia, a la sencillez en la práctica de las pruebas, o al principio de proximidad en la
Sin embargo, esto no resuelve todos los puntos que se hace necesario tratar en
esta sede, ya que, ante todo, se hace necesario concretar qué negocios procesales
vinculados a los inmuebles se hallan sometidos a la competencia exclusiva de nuestros
juzgados y tribunales. En lo que respecta a esta cuestión, ya manifestamos en el capítulo
correspondiente al Derecho procesal civil internacional que la distinción fundamental
entre las acciones reales y las personales no servía por sí sola para aclarar este punto; y
concluíamos en que debían entenderse cubiertas por tal competencia exclusiva todas las
pretensiones que tuviesen por fin directo discutir el título en el que se apoyase un
determinado sujeto para ejercer el derecho real en causa, o que tuviesen por finalidad
determinar el haz de facultades reconocidas al propietario, poseedor o usufructuario del
bien. Consecuentemente, dejábamos al margen todos aquellos pleitos que, aun
vinculados a un derecho real, tuviesen un objeto distinto al de controvertir su disfrute641.
Los arrendamientos pueden servirnos como banco de pruebas para constatar esta
tesis. Cuando el arrendador transmite al arrendatario la posesión del bien inmueble
alquilado, lo hace a través de un acuerdo por el que ambos se obligan en el
cumplimiento de unas condiciones específicas. Enfocado de esta manera, el
arrendamiento ha de considerarse como una típica obligación contractual que debería
quedar sometida al régimen de los demás contratos, tanto a nivel de competencia
judicial internacional como de Ley aplicable. Esto no significa que se pierda de vista el
que determinadas variantes del incumplimiento contractual pueden atañer directamente
a la esencia del derecho real de propiedad del arrendador (el impago de las rentas) o del
derecho de real de posesión del arrendatario (la intrusión en el uso de la vivienda por
parte del arrendador o de terceros). En estos casos el objeto de la contienda no es el
contrato en sí ni su cumplimiento, sino el goce del derecho real en sí mismo. En nuestro
Ordenamiento el impago de las rentas tiene dos posibles sedes de discusión; el juicio de
desahucio y el declarativo correspondiente. El mecanismo del primero es muy simple; o
bien el arrendatario paga al ser requerido o bien prueba el haberlo hecho en su
momento, o es desposeído del uso de la finca sin darle otros términos hábiles para
oponerse a ello. De ahí que antes hayamos apuntado que la satisfacción del precio del
alquiler parece configurarse como el título posesorio del arrendatario. Una vez restituida
la posesión a su propietario, queda expedito el camino para discutir cualesquiera
diferencias que pudieran existir entre las partes sobre el debido cumplimiento de la
relación obligatoria subyacente, a través de las acciones personales que pudieran
ejercitarse. Esta sencilla construcción nos permitiría establecer un sistema claro y
sencillo para distinguir los derechos reales de los institutos jurídicos en los que pudieran
traer causa y someter cada cosa a su régimen propio. Todo lo que conlleve una
contienda sobre el disfrute del bien se halla sometido al régimen de los derechos reales;
lo demás no.
Sin embargo, el Reglamento 44/2001, tal como ha sido interpretado por el
Tribunal de Justicia, no nos permite sustentar esta tesis en toda su extensión. Es verdad
que puede calificarse de “restrictiva” la interpretación realizada por la citada Corte en lo
selección de las conexiones, sin que se de relevancia en ellas a la noción de soberanía territorial. Nosotros
entendemos que en materia de propiedad urbana, explotación agrícola y arrendamiento de inmuebles para
vivienda habitual, la vinculación forum-ius concretada en el lugar de situación del bien constituye un
instrumento idóneo al servicio de la política económica y social del Estado del foro.
641
En el capítulo octavo hemos dicho que: “Cuando las consecuencias del pleito puedan afectar el
disfrute o las condiciones del goce de un derecho real estaremos ante una competencia exclusiva
cualquiera que sea la naturaleza formal de la acción que sustente el petitum. Cuando la demanda no
discuta directamente el goce del derecho real no estaremos, en cambio, ante el tipo de competencia que
se define en este artículo”. Cfr. pág.298.-
que se refiere a los derechos reales inmobiliarios propio sensu. Allí su jurisprudencia
distingue con nitidez entre el derecho real en sí mismo y la validez y alcance de los
derechos derivados directamente del negocio jurídico en el que traiga causa, ciñendo el
juego de la competencia exclusiva al primer aspecto. Pero, por otra parte, no resulta
menos cierto que esta circunspección deja de operar cuando se trata de arrendamientos
de inmuebles, en cuyo caso toda acción, sea de carácter personal o real, referida
manifiestamente al alquiler, se considera incursa en el ámbito de la competencia
exclusiva del citado artículo 22.1 del Reglamento. Pero existen excepciones. Y no sólo
la derivada del tenor del segundo inciso de la norma comentada, sino también de las que
se han ido decantando a través de la hermenéutica realizada por el Tribunal de Justicia en
relación con el uso de inmuebles en régimen de aprovechamiento por turnos, con los
alquileres turísticos o con determinados contratos de arrendamientos de negocios642.
Analicemos las bases de coherencia de esta construcción. A nuestro juicio, la
primera clave para entenderla se halla en la citada salvedad del artículo 22.1 del
Reglamento: “No obstante, en materia de contratos de arrendamiento de bienes
celebrados para uso particular durante un plazo máximo de seis meses consecutivos,
serán igualmente competentes los tribunales del Estado miembro donde estuviere
domiciliado el demandado, siempre que el arrendatario fuese una persona física y que
propietario y arrendatario estuvieren domiciliados en el mismo Estado miembro”.
Leyendo con atención los dos párrafos de la disposición comentada, se obtiene la
impresión de que en el primero de ellos se contempla un supuesto general referido a los
alquileres realizados por personas físicas o jurídicas que se propongan asentarse
establemente en el inmueble por periodos superiores a seis meses. Es decir, se está
pensando en alquileres en los que el objetivo del arrendatario estriba en establecer una
de sus viviendas, sedes de negocios o explotaciones. La excepción del segundo párrafo
viene en apoyo de esta suposición al excluir los alquileres de menor duración, realizados
por arrendatarios físicos a propietarios domiciliados en su mismo país. Aquí el
Reglamento se ocupa de una cuestión cuya esencia se diferencia bastante de la anterior.
Se trata de alquileres realizados por personas físicas cuyo fin es pasar una corta estadía
en el inmueble, ya sea con fines de descanso, turismo, estudio o cualesquiera otros que
pudieran ser considerados como de uso particular. En ambos casos existe el contrato y
la posesión; pero mientras que en los primeros la protección del derecho real de
propiedad del dueño y el de posesión del inquilino se convierten en los centros de
gravedad de la relación; en los segundos, en cambio, la obligación contractual cobra un
mayor peso específico y la relevancia que cobran los derechos personales de los
contratantes, sin que ello suponga desplazar el sustrato real, aconsejan la consagración
del domicilio del demandado como foro alternativo, en las circunstancias descritas.
La evolución del Derecho, tanto en nuestro país como en los Sistemas de su
entorno, se orienta hacia la consideración de los arrendamientos como un derecho real.
El contrato y la posesión a la que da lugar convergen en un punto de interés principal: el
de determinar cuales son las facultades del arrendador-propietario sobre el bien
alquilado y cuales son los derechos de arrendatario-poseedor sobre el inmueble que el
contrato ha puesto bajo su dominio. El contrato, en definitiva, no viene a ser sino la
expresión de las condiciones del disfrute del inmueble en el marco que establecen las
leyes sobre arrendamientos; las cláusulas que tengan por objeto otra finalidad distinta
conformarían una pieza separada de naturaleza netamente obligacional. En consecuencia,
642
Cfr. sobre este aspecto Esplugues Mota & Iglesias Buhigues “Derecho internacional privado”
Valencia 2008; págs. 484-489 y, en particular, la jurisprudencia del TJCCE allí citada.-
todo lo relativo a los derechos de las partes sobre el bien es materia de la competencia
exclusiva de la jurisdicción del Estado donde radique el inmueble, incluyéndose, por
ejemplo, las acciones por daños y perjuicios que pudiesen asistir al propietario a
consecuencias de los daños causados por el arrendatario en la finca alquilada 643. Todo lo
demás quedaría fuera del ámbito material de aplicación del citado artículo 22.1 del
Reglamento 44/2001. Cuando la posesión sea manifiestamente eventual (por la brevedad
del tiempo de ocupación del bien, porque las condiciones de uso del inmueble se articulan
contractualmente entre varios copropietarios, pactando entre ellos los periodos de
aprovechamiento individual del inmueble, o por otras razones de similar carácter),
entonces pierde fuerza la calificación real de la relación jurídica y cobra protagonismo
el carácter contractual del supuesto.
A nuestro juicio esta es la clave básica para la interpretación del régimen de los
inmuebles en Derecho internacional privado. La propiedad y los derechos de uso se
asientan sobre dos pilares: el negocio jurídico en el que traen causa y el derecho real que
configuran. Cuando la contienda se centre en la esencia del segundo, su resolución
habrá de confiarse necesariamente a los tribunales españoles cuando el bien se halle en
nuestro país, y será resuelta de acuerdo a lo previsto en las leyes españolas. Cuando lo
que se discuta pertenezca a la esencia del primer pilar, se calificará de ese modo al
supuesto y se aplicarán las normas de competencia judicial internacional que le
correspondan y se ventilará con base en el Ordenamiento al que nos remita nuestro
sistema de Derecho internacional privado.
3. La competencia judicial internacional y la ley aplicable en materia de derechos
reales sobre bienes muebles.
Ni los textos de origen institucional ni los de fuente internacional contemplan
foros especiales para los pleitos que pudieran suscitarse en relación con los derechos
reales constituidos sobre bienes muebles. Parecen considerar que la autonomía de la
voluntad y el domicilio del demandado cubren satisfactoriamente sus objetivos en este
plano sin que sea necesario positivar normas específicas para estos supuestos. Pero la
Ley Orgánica del Poder Judicial si contempla este tópico y lo hace de una manera
particularmente adecuada. En el numeral cinco de su artículo 22 confiere competencia a
nuestra jurisdicción en materia de medidas provisionales o de aseguramiento respecto
de bienes que se hallen en territorio español y deban cumplirse en España; y en su
numeral tercero se ocupa de las acciones relativas a bienes muebles, condicionando la
intervención de nuestros jueces a que “...se encuentren en territorio español al tiempo
de la demanda.”
La solución española resulta sensiblemente más satisfactoria. El forum rei sitae,
como alternativa a la sumisión y al domicilio, abre una serie de posibilidades de gran
utilidad en el comercio internacional. En los supuestos en los que el asunto no entrase
en el ámbito de aplicación del Reglamento 44/2001, la Ley Orgánica permite una
simplificación drástica. Hallándose en España el bien, el demandante puede pedir las
medidas de aseguramiento pertinentes, suscitar el pleito y proceder a la ejecución de la
decisión en un único entorno jurisdiccional, cuya vinculación con el asunto resulta
netamente suficiente. Puede argüirse que el Reglamento 44/2001 arbitra los cauces
643
Cfr. la Sentencia del TJCCE de 27 de enero de 2000. En definitiva, los daños causados por el
poseedor-arrendatario al bien constituyen abusos de sus facultades posesorias, lo que se traduce
directamente en un detrimento del valor del bien y, en consecuencia, en un ataque al derecho de
propiedad del arrendador. De ahí que sea lógico la inclusión de estas acciones en la competencia
exclusiva.-
644
Cfr. Fernández Rozas & Sánchez Lorenzo “Derecho internacional privado” Madrid 2004; págs. 530-
531.-
645
En este epígrafe estamos utilizando como banco de pruebas los bienes muebles intra comercium que
son el objeto habitual de las transacciones de tráfico externo. Cuando el bien es adjetivado en su
tratamiento jurídico, el régimen puede variar sustancialmente, como se advirtió en su momento. Así por
ejemplo, en materia de bienes “culturales” habrá de estarse a las previsiones de la Ley 36/1994 de 23 de
diciembre que traspuso la Directiva 93/7/CE del Consejo de 15 de mayo y así sucesivamente.-
646
Por vía de ejemplo es de reseñar que en algunos Sistemas el título se concreta en un acuerdo de
transferencia, en otros en el momento de perfeccionarse el contrato y en el nuestro en la traditio.-
este ejemplo, cabe preguntarse si, en sede de nuestro Ordenamiento, el problema del
adquirente sería considerado como un incumplimiento contractual o como una pura
reivindicación del derecho real nacido en Italia. La mayoría de la doctrina española
sostendría que el adquirente puede reivindicar el bien a través del ejercicio de una
acción de naturaleza real647.La argumentación de esta respuesta se basaría en entender
que la ley de lugar de situación debe identificarse con la del lugar en el que se hallaba la
cosa en el momento de constituirse el derecho; que la lex rei sitae actual reconocerá la
existencia de tal derecho hasta el límite de su coherencia 648, pero que será la que rija su
contenido y efectos a partir del momento en el que el bien entre en contacto con ella y
así sucesivamente.
Sin lugar a dudas, esta interpretación resulta convincente; pero su transposición
práctica nos resulte dudosa. No debe perderse de vista la importancia “menor” que se ha
venido atribuyendo a los muebles a lo largo de la historia del Derecho. El viejo
principio mobilia sequuntur personam reflejaba el carácter accesorio que se atribuía a
este tipo de bienes, considerados como apéndices de su poseedor o propietario. Hoy en
día esa idea ha ido perdiendo fuerza y ha mutado radicalmente. Pero, si D’Argentre
pensaba que debía incluirse el tratamiento de estas cuestiones en el estatuto personal por
la vis atractiva que ejerce el sujeto sobre la cosa, en la actualidad esa fuerza de atracción
puede apreciarse en las relaciones que se producen entre el contrato y el bien 649. En
definitiva la traditio, como instituto independiente situado entre el título de adquisición
y la producción del derecho real, se diluye cada vez más y restringe su funcionalidad a
dotar de seguridad y transparencia al mercado. Para cumplir adecuadamente esta
finalidad, cuando la cosa cambia de lugar, resulta preciso que el tenedor adapte su
posición de dominio a lo previsto en la ley que rige en ese nuevo ámbito. Por ejemplo,
elevar a escritura pública un contrato privado, -aunque fuese suficiente el privado a la
luz de la anterior lex rei sitae, si es exigido ahora por la nueva ley rectora-, o proceder a
su inscripción en el registro que pudiera preverse en relación con determinados derechos
reales sobre bienes muebles. Esto no quiere decir que el traslado de la cosa afecte
necesariamente la relación entre el sujeto y el bien. La condición de propietario,
poseedor o usufructuario trae causa en el título debidamente otorgado (normalmente un
contrato) pero la cualidad del tenedor deberá ajustarse a las previsiones legales del
entorno en el que pretende hacerse valer; y su contenido, alcance y oponibilidad serán
los que les atribuya el Ordenamiento del lugar en el que, en ese momento, se halle el
bien.
4. Las garantías reales en Derecho internacional privado.
4.1. Nociones introductorias.
El objeto de este apartado se centra en la utilización de la propiedad de un bien
647
Véase, inter alia, Pérez Vera “Derecho internacional privado. Parte especial” Madrid 1980 págs. 315-
316; Virgós Soriano en González Campos y otros “Derecho internacional privado. Parte especial”
Madrid 1995 en especial págs. 263-264; Espulgues Mota e Iglesias Buhigues “Derecho internacional
privado” Valencia 2008 pág. 494; Cano Bazaga en Aguilar Benítez de Lugo y otros “Lecciones de
Derecho Civil internacional” Madrid 1996 pág. 314 y la más matizada posición de Fernández Rozas y
Sánchez Lorenzo en “Derecho internacional privado” Madrid 2004 págs. 536 y ss.-
648
Fernández Rozas y Sánchez Lorenzo en loc.cit. en nota anterior pág. 542, utilizan, a título de ejemplo,
determinadas fórmulas de derechos reales de garantía utilizadas en Alemania y en el Reino Unido, para
poner de relieve la existencia de esos límites.-
649
O entre la usucapión, la herencia o la donación y el bien o entre éste y cualquier otro modo de
adquisición del derecho real. Nos referimos a los contratos por ser éstos los que habitualmente integran
los títulos a los que nos referimos.-
se restringen las facultades del propietario del bien. Cada supuesto requiere de un
estudio diferenciado y, por esta razón, limitaremos el objeto de este epígrafe a la reserva
del dominio de la cosa por parte del acreedor y en las figuras que le son más o menos
afines o puedan servir de contraste para su análisis. Y es que entendemos con Sánchez
Lorenzo que “La cláusula de reserva de dominio simple constituye el paradigma de la
utilización de la propiedad con fines de garantía”.
La utilización de la propiedad, como garantía del cumplimiento de las
obligaciones, ha sufrido una evolución derivada de las nuevas necesidades del tráfico
económico. Así en nuestro Derecho han ido abriéndose camino figuras que, como la
hipoteca mobiliaria o la prenda sin desplazamiento, posibilitan la afectación de un bien
a la garantía de una deuda, sin que su propietario se vea privado de su disfrute
económico ni, por consiguiente, de la posibilidad de seguir generando las rentas que le
permiten hacer frente a la deuda y a los objetivos de su actividad 650. Sin embargo, desde
la perspectiva del acreedor no siempre estas figuras satisfacen sus esperanzas ni aseguran
plenamente la satisfacción de su crédito, en la medida en que la interdicción de apropiarse
de las cosas dadas en prenda o hipoteca del artículo 1859 del Código Civil (prohibición
del pacto comisorio), unida a la graduación del estado que ocuparía su pretensión de
cobro en casos de crisis del deudor, no permiten que, con carácter general, resulten
suficientes tales cautelas. Por esta razón, los operadores económicos buscan el
aseguramiento de sus transacciones en el disfrute del derecho real más puro: la propiedad,
amparada por una garantía registral651. En el ordenamiento español actual la reserva de
dominio constituye una modalidad admitida por el sistema. Se trata de una cláusula que,
de pactarse, debe constar obligatoriamente en los contratos de ventas a plazos e inscribirse
en el Registro mercantil, a tenor de lo dispuesto por la Ley 28/1998 de 13 de julio y
normativa concordante652.
4.2. La cláusula de reserva de dominio.
En Derecho internacional privado la primera operación que ha de realizarse
estriba en establecer la calificación que corresponde al supuesto que se aborda. Pues
bien, para aproximarse a la naturaleza y consecuencias de esta cláusula en nuestro
Sistema jurídico, existen dos textos que aportan las bases para su inteligencia; de un
lado, la Ley 28/1998 de Venta a Plazos de Bienes Muebles y de otro, la Ley 3/2004
sobre medidas de lucha contra la morosidad en las operaciones comerciales653. Una de
las novedades que introduce la primera de esta disposiciones, respecto a la que sustituye
(Ley 50/1965), radica en la supresión del desembolso inicial como condición necesaria
para perfeccionar el contrato654; en consecuencia, su perfeccionamiento se produce
650
Cfr. sobre este aspecto Bercovitz & Valladares “Manual de introducción al Derecho” Madrid
1994 pág. 232.-
651
Estos objetivos se pueden cumplir, o bien conservando la propiedad de la cosa vendida hasta la
satisfacción del crédito con el que se haya adquirido (reserva de dominio); o bien adquiriendo la
propiedad de otro bien del deudor para conservarlo mientras no se cumpla íntegramente la obligación
crediticia y retransmitírsela una vez satisfecha aquella (venta en garantía) o instrumentar en un contrato
de arrendamiento la financiación de la adquisición del bien, para concatenarlo con una opción de compra,
una vez satisfecha la parte principal del pago (leasing).
652
B.O.E. de 14 de julio de 1998. EL artículo de esta Ley excluye de su ámbito de eficacia material “ 1.
Las compraventas a plazos de bienes muebles que, con o sin ulterior transformación o manipulación, se
destinen a la reventa al público y los préstamos cuya finalidad sea financiar tales operaciones”.-
653
Cfr. B.O.E. de 30 de diciembre de 2004.-
654
Su exposición de motivos deja muy claro este punto, cuando advierte que “…las modificaciones de
mayor relevancia se centran en mantener el ámbito de aplicación de la Ley anterior y precisar que sólo los
contratos que tengan por objeto bienes muebles identificables accederán al Registro previsto en la Ley y
cuando “…una de las partes entrega a la otra una cosa mueble corporal y ésta se obliga
a pagar por ella un precio cierto de forma total o parcialmente aplazada…”655. Ahora
bien, cuando se incorpora una cláusula de reserva de dominio, nosotros entendemos que
la entrega de la cosa por parte del vendedor no constituye la traditio que convierte al
adquirente en propietario del bien. Si comparamos esta reserva con “La prohibición de
enajenar o de realizar cualquier otro acto de disposición en tanto no se haya pagado la
totalidad del precio o reembolsado el préstamo…” podremos apreciar cómo esta
estipulación se diferencia claramente de la condición estudiada. Aquí si existe una
auténtica transferencia de propiedad, a la que se le han mermado alguna de las
facultades características del derecho real de pleno dominio. Pero en la que nos ocupa
no. El artículo 10 de la Ley 3/2004 deja claro que “Entre las medidas de conservación
de su derecho, el vendedor o el tercero que haya financiado la operación podrá retener
la documentación acreditativa de la titularidad de los bienes sobre los que se haya
pactado la reserva de dominio.” Pues bien, si el vendedor conserva la propiedad de la
cosa, el problema consiste en determinar que es lo que en realidad se transmite al
comprador en el momento en el que se perfecciona el contrato.
A nuestro parecer, la cláusula de reserva de dominio escinde el contrato que la
incorpora en dos obligaciones conexas diferenciables. Existe una primera transacción
que culmina cuando el vendedor entrega la cosa al comprador y éste asume el
compromiso del pago en los términos pactados. En esta operación el vendedor retiene la
propiedad (la nuda propiedad) y el comprador accede mediante una primera traditio a la
posesión del bien. El segundo contrato incorpora una obligación distinta nacida de la
esencia de la cláusula de reserva de dominio; si el comprador satisface el precio en el
tiempo y condiciones acordadas, el vendedor, en contrapartida, se compromete a
transferirle la plena propiedad del bien (la nuda propiedad que retiene hasta entonces).
El pago y la cancelación de la inscripción registral en la que consta la reserva
constituyen la segunda traditio en la que el comprador adquiere la propiedad absoluta
del bien adquirido. Sin embargo, la doctrina científica española mayoritaria sostiene que
la cláusula de reserva de dominio implica una "condición suspensiva de la transferencia
de propiedad "656; mientras que una corriente minoritaria, encabezada por Bercovitz
Rodríguez-Cano, desarrolla una hábil construcción fundada en las afinidades que
muestra este tipo de relación con el "derecho de prenda” 657. Por su parte, en su
excelente trabajo sobre las garantías reales en el Derecho internacional, el profesor
Sánchez Lorenzo parece inclinarse por una línea jurisprudencial que apunta hacia la
consideración de la reserva de dominio como "…garantía y no como un negocio que
implicase una auténtica conservación de la propiedad”658; desde esta perspectiva, se
caracterizaría por establecer un conjunto de privilegios frente a terceros a favor del
vendedor.
659
En todo caso queremos subrayar que la cláusula de reserva de dominio tiene su origen en un intento
encaminado a asegurar los créditos más allá de lo que son capaces de hacerlo las garantías reales más
típicas. En el momento en el que no se reconociese el pleno mantenimiento de la nuda propiedad, la
fórmula perdería gran parte de su interés para el acreedor frente a la prenda sin desplazamiento o la
hipoteca mobiliaria, por ejemplo. -
660
El vendedor retiene la nuda propiedad y el comprador adquiere un derecho real similar al de usufructo
en la medida en la que el adquirente, una vez perfeccionada la venta, goza de las acciones que se
confieren al usufructuario para garantizarle plenamente el disfrute del bien.-
mismos o de sus productos o rentas en el instante en que conste en autos, por certificación del
Registrador, que dichos bienes constan inscritos en favor de persona distinta de aquella contra la cual se
decretó el embargo o se sigue el procedimiento, a no ser que se hubiere dirigido contra ella la acción en
concepto de heredera del que aparece como dueño en el Registro. Al acreedor ejecutante le quedará
reservada su acción para perseguir en el mismo juicio otros bienes del deudor y para ventilar en el juicio
correspondiente el derecho que creyere asistirle en cuanto a los bienes respecto de los cuales se
suspende el procedimiento”.
En este segundo epígrafe vamos a centrar nuestras reflexiones en torno a dos de estos
expedientes; las donaciones y las sucesiones mortis causae. En consecuencia, no se trata
ya de analizar derechos reales sino de abordar los negocios jurídicos en cuya base es
constituyen aquéllos.
Existen motivos sólidos para abordar aquí su tratamiento. En nuestra opinión
concurren razones de sistemática estrechamente ligadas a posiciones conceptuales que
así lo aconsejan. Al hacerlo, queremos resaltar la diferencia entre las donaciones y los
contratos y la independencia de las sucesiones con respecto al derecho de familia. Es
cierto que entre los actos de munificencia y las obligaciones contraídas por convenio
existen afinidades innegables y que en su regulación se producen constantes remisiones
a un régimen obligacional que considera la liberalidad del bienhechor como causa
contractual. También es cierto que resulta difícil entender el régimen sucesorio sin
conocer a fondo el estatuto familiar, sobre todo en nuestro Derecho común, donde la
libertad de testar se halla fuertemente condicionada por los derechos de la estructura
familiar. Sin embargo, donaciones y testamentos si pueden constituir un bloque
homogéneo. Unas y otros parten de una manifestación unilateral de la voluntad dotada
de eficacia jurídica. Evidentemente, la aceptación del bien donado o de la herencia
perfecciona el negocio, pero la conformidad del donatario o la del heredero no establece
una relación consensual en un sentido bilateral puro, ya que es evidente que ni en las
donaciones ni en la sucesión se produce el acuerdo de voluntades que caracteriza al
sinalagma convencional. Por otro lado, la capacidad de disposición de los bienes, tanto
en la sucesión testamentaria como en la donación queda limitada por un conjunto de
normas tuitivas que, en ambos casos atienden principalmente a salvaguardar los
derechos de los causahabientes del donante o del testador. Estas dos diferencias van a
marcar su régimen en Derecho internacional privado, pero esto no debe hacernos
olvidar que, como enseguida veremos, existen donaciones con causa onerosa o
remunerativa y fórmulas contractuales testamentarias que obligan a matizar mucho la
concepción de partida.
2. Las donaciones.
El régimen de las donaciones en el Derecho internacional privado español varía
en función de la calificación que pueda recibir el concreto acto de liberalidad de que se
trate. Desde la perspectiva de nuestro Sistema jurídico resulta factible distinguir cuatro
grupos que pueden quedar sometidos a un eventual tratamiento diferencial:
a) Aquellas cuya causa se conecta a instituciones del derecho de familia;
b) Aquellas otras que por producir efectos a la muerte del donante, se vinculan al
régimen sucesorio;
c) Las que tiene una causa onerosa o remunerativa.
d) Y, finalmente, las que son fruto exclusivo de la mera liberalidad del donante.
Los dos primeros grupos quedarían excluidos del ámbito de eficacia material del
los Reglamentos (CE) 44/2001 y 593/2008; la tercera entraría en la esfera de aplicación
de ambos textos de fuente institucional y la cuarta constituiría la manifestación más
pura del instituto. En lo que se refiere a la contemplada bajo la letra a), es necesario
especificar que nos referimos a las que se enlazan con un instituto de derecho familiar,
pero no entendemos que puedan incluirse en este apartado todas aquellas otras en las
que el donante y el donatario mantengan lazos de parentesco; este mero hecho no
impide en modo alguno que la donación pueda calificarse como negocio autónomo y
adscribirse a cualquiera de las otras categorías 668. La segunda, por su parte, es la que
viene definida por el artículo 620 del Código Civil; y la tercera y cuarta se diferencian
por la naturaleza jurídica del propio acto de disposición. Cuando la donación tiene un
sustrato remunerador, la diferencia de su carácter con el de las restantes obligaciones
convencionales es tan nimia que el propio Código Civil defiere su regulación a las
reglas de los contratos, -a las onerosas en todo y a las remuneratorias en lo que no
exceda del valor del gravamen impuesto-. Ciertamente en todos estos casos existe un
entrecruce de voluntades del que se derivan prestaciones recíprocas aunque se imponga
al donatario “un gravamen inferior al valor de lo donado”. Cuando así sucede, la
aceptación en forma de la donación, perfecciona una obligación sinalagmática a la que
se adhiere el donatario y a la que se ha agregado un acto de liberalidad por parte del
donante. Por último, cuando no existe otra causa obligacional que la munificencia de
una de las partes y la disposición de la otra a aceptar el objeto donado, estaremos ante
un supuesto en el que su especificidad causal ha determinado, en la mayoría de los
Ordenamientos de nuestro entorno, un tratamiento diferencial al de las restantes
obligaciones669.
2.1. Donaciones excluidas del régimen general. Competencia judicial y Ley
aplicable.
En consecuencia, las donaciones relacionadas con instituciones familiares o
sucesorias, quedan fuera del ámbito de eficacia de las normas de origen institucional,
mientras que las otras dos restantes caen de lleno dentro de la ordenación prevista para
las obligaciones contractuales en los citados Reglamentos, tanto en lo referente a la
competencia judicial internacional entre los Estados miembros, como en lo relativo a la
Ley aplicable, incluso cuando la Ley designada no fuese la de uno de dichos Estados.
Sobre la base de estas ideas introductorias hay que deducir que la competencia
judicial y la ley aplicable a las donaciones correspondientes al primero de los grupos ha
de establecerse en relación con el correspondiente instituto familiar al que se vincule 670.
En definitiva, debe procederse a un depeçage del supuesto para incardinar cada
elemento en su norma correspondiente y aplicar el artículo 10.7 a todos aquellos
extremos no cubiertos por ellas. Por lo que se refiere al segundo grupo, la coincidencia
de la conexión retenida en los artículos 9.8 y 10.7 del Código Civil (Ley nacional del de
cuius y ley nacional del donante) enervan problemas prácticos al remitirse ambos al
mismo Ordenamiento. Ahora bien, en este caso, hay que dejar muy claro que el objeto
de regulación es de carácter netamente sucesorio. La calificación ex lege fori, a la que
nos obliga el artículo 12.1 del Código Civil como premisa para determinar cuál es la
norma de atribución pertinente, habrá de realizarse con base en lo establecido en el
artículo 620 del mismo Cuerpo Legal que, como hemos visto, considera que tales
donaciones “participan de la naturaleza de las disposiciones de última voluntad”. Por
lo tanto, los problemas de jurisdicción competente y Ley aplicable habrán de resolverse
en aplicación de los preceptos de Derecho internacional privado atinentes a la sucesión
mortis causae.
668
El artículo 1323 del Código Civil deja bien claro, por ejemplo, que “Los cónyuges podrán transmitirse
por cualquier título bienes y derechos y celebrar entre sí toda clase de contratos”.-
669
Es difícil negar el carácter contractual de las donaciones puras por cuanto el artículo 1274 del Código
Civil incluye entre las causas del contrato “la mera liberalidad del bienhechor”. No obstante, eso no
impide entender que se trata de un tipo específico de obligación sometido a un marco regulador
diferencial al de los contratos, cuando la beneficencia sea su única causa.-
670
Cfr. Fernández Rozas y Sánchez Lorenzo “Derecho internacional privado” Madrid 2004pág. 493.-
671
Más adelante manifestaremos con claridad nuestra resistencia a considerar las donaciones puras como
contratos. Véase en Albadalejo “Cometarios al Código Civil y Compilaciones forales” T. VIII vol.2º
Madrid 1986 pág. 7 donde refiriéndose al origen de la definición de donaciones contenida en el artículo
618 del Código Civil y a la utilización del término “acto” alude a la influencia directa de Napoleón sobre
el Código al no poder entender que fuese contrato un acto que obliga a una sola de las partes. Nuestra
posición no se aleja demasiado de la de Bonaparte, aunque entendamos la argumentación dada por la
mayoría de la doctrina civilista. Vid. sobre estos aspectos O’Callagham Muñoz “Compendio de Derecho
Civil” T.II, vol.2º Madrid 2005 págs.427 y ss.-
672
Cfr. la sentencia del T.S. de 6 de abril de 1999.-
674
Si se tratase de un planteamiento inverso el segundo párrafo del artículo 10 del Reglamento sería de
gran utilidad, El donatario que no quisiese aceptar la donación siempre podría remitirse a la Ley de su
residencia habitual para acreditar que de su comportamiento no se deduce ninguna aceptación: “ Sin
embargo, para establecer que no ha dado su consentimiento, cualquiera de las partes podrá referirse a
la ley del país en que tenga su residencia habitual si de las circunstancias resulta que no sería razonable
determinar el efecto del comportamiento de tal parte según la ley prevista en el apartado 1”.-
675
Siguiendo a Jiménez Blanco, Fernández Rozas y Sánchez Lorenzo proponen la siguiente técnica; “La
solución más apropiada (….) parece ser la aplicación por la vía del artículo 8 del Convenio de Roma, de
la ley rectora de la donación si ésta fuera válida. Una vez determinada dicha ley puede establecerse la
aceptación del donatario como una condición necesaria, en cuyo caso se aplicará el propio Convenio y
la ley hipotética que determinará su validez, de conformidad con el artículo 8. Si dicha ley mantiene la
eficacia de la donación por la simple voluntad del donante, se excluye una calificación contractual y la
aplicación del propio Convenio de Roma, procediéndose a determinar la ley aplicable de conformidad
con el artículo 10.7.º del C.c.” Cfr. “Derecho internacional privado” Cfr. Fernández Rozas y Sánchez
Lorenzo “Derecho internacional privado” Madrid 2004 pág.492.-
cumplir esta finalidad, cada Sistema jurídico estructura un sector normativo destinado a
establecer los cauces para proceder a ésta sustitución. También resulta evidente que esta
ordenación constituirá una variable dependiente de las condiciones económicas, sociales
y políticas del entorno en el que el caudal relicto o su extinto titular se hallasen
ubicados. Por esta razón, en determinados medios se aceptan fórmulas contractuales o
mancomunadas, mientras que en otros se proscriben; en unos se pone el énfasis en la
sustitución del causante y en otros en la masa patrimonial; en unos prima una absoluta
libertad de testar y en otros se vincula el conjunto de bienes dejados por el causante a un
hipotético patrimonio familiar, estableciendo unos herederos forzosos como
consecuencia de tal concepción. Se trata pues de un instituto sometido en el Derecho
comparado a regulaciones muy diferentes. Dentro de nuestro país, un estudio
comparativo entre los distintos Derechos forales y el común, basta para ponerlo de
relieve. Por otra parte, en muchos Sistemas -y desde luego en el nuestro- se trata de una
materia íntimamente conectada a una pluralidad de instituciones (matrimonio, filiación,
propiedad, donaciones o contratos, por ejemplo). Todas estas razones hacen que su
tratamiento en Derecho internacional privado resulte particularmente complejo. En las
páginas que siguen vamos a pergeñar una reflexión global en torno a su regulación sin
pretender abarcar todos los problemas que se suscitan, tanto desde un punto de vista
teórico-doctrinal, como desde el de su aplicación práctica.
En el Ordenamiento español las sucesiones se caracterizan por una serie de datos
que pueden resumirse de la siguiente manera:
a) La supremacía del elemento personal sobre el real.
b) La consideración de la masa patrimonial del causante como un conjunto de
bienes considerados in universum.
c) La incidencia de las instituciones del derecho de familia, complicada ahora por
las nuevas construcciones que las inspiran.
d) El encuadre de la autonomía de la voluntad testamentaria en el marco de unas
condiciones predeterminadas.
e) La convivencia del Derecho común con otros forales o especiales que parten de
concepciones sucesorias diferentes.
f) La consideración del testamento como acto solemne.
g) El reducido juego de los correctivos funcionales (reenvío u orden público) en
esta materia.
Sobre la base de estos rasgos trazaremos las líneas de la regulación de las
sucesiones en nuestro Sistema de Derecho internacional privado.
3.1. La declaración de herederos en la sucesión intestada.
Vamos a partir de un supuesto sencillo conformado por extranjero muerto en
España que no ha organizado su sucesión a través de un testamento. Sobre la base de
este primer dato no se nos plantea aún ningún problema relacionado con la competencia
judicial internacional, sino con el conflicto de autoridades. Los ascendientes,
descendiente y cónyuge del fallecido podrán acudir a un Notario español, para obtener
la declaración de herederos, a condición de que el difunto hubiese tenido su último
domicilio en España. El fedatario comprobará a través de testigos y de la prueba
documental pertinente el parentesco alegado y, tras comprobar la posición legitimaria a
676
El primer inciso del último párrafo del artículo 209 bis del Reglamento Notarial, modificadas por el
Real Decreto 45/2007 de 19 de enero establece: “Por acta de notoriedad podrán legitimarse hechos y
situaciones de todo orden, cuya justificación, sin oposición de parte interesada, pueda realizarse por
medio de cualquier otro procedimiento no litigioso. La declaración que ponga fin al acta de notoriedad
será firme y eficaz, por sí sola, e inscribible donde corresponda, sin ningún trámite o aprobación
posterior.”.-
677
Las reglas 5ª y 6ª del artículo 209 bis del Reglamento Notarial, modificadas por el Real Decreto
45/2007 de 19 de enero establecen: “5ª En el acta habrá de constar necesariamente, al menos, la
declaración de dos testigos que aseveren que de ciencia propia o por notoriedad les constan los hechos
positivos y negativos cuya declaración de notoriedad se pretende. Dichos testigos podrán ser, en su caso,
parientes del fallecido, sea por consanguinidad o afinidad, cuando no tengan interés directo en la
declaración. Se practicarán, también, las pruebas propuestas por el requirente así como las que se
estimen oportunas, en especial las dirigidas a acreditar la nacionalidad y vecindad civil y, en su caso, la
ley extranjera aplicable.
6ª Ultimadas las anteriores diligencias, y transcurrido el plazo previsto en la regla 3ª, hará constar el
notario su juicio de conjunto sobre si quedan acreditados por notoriedad los hechos en que se funda la
declaración de herederos.
En caso afirmativo declarará qué parientes del causante son los herederos "abintestato", siempre que
todos ellos sean de aquellos en que la declaración corresponde al notario. En la declaración se
expresarán las circunstancias de identidad de cada uno y los derechos que por Ley le corresponden en la
herencia."
norma de conflicto contenida en el aparatado octavo del artículo 9 del Código Civil.
Competencia y Ley aplicable seguirán operando en el juicio donde se ventilen los
derechos hereditarios no reconocidos en la declaración.
3.2. La sucesión testada.
En relación con esta vía de transmisión patrimonial mortis causae, es preciso
distinguir dos momentos para su análisis: el de las precauciones que deben observarse
en la realización del acto y el de la operatividad de sus disposiciones tras el
fallecimiento. El testador ha de tener presente cuales son las leyes que van a determinar
la validez del acto que otorga y las incidencias que, sobre sus disposiciones, pueden
tener los cambios de circunstancias que se produzcan entre el momento de su
otorgamiento y el de su fallecimiento. En tal sentido, en los supuestos de tráfico
externo, resulta importante contar con un buen asesoramiento para que la voluntad del
disponente pueda llegar a corresponderse lo más fielmente posible con el resultado final
678
Es evidente que toda persona, por el mero hecho de serlo -incluido el nasciturus en las condiciones que
se expusieron- es término subjetivo de relaciones de derecho, por lo que puede ser titular de un
patrimonio que legar aunque carezca de idoneidad para producir con carácter ordinario actos jurídicos
eficaces.-
679
Cfr. Este Convenio en el B.O.E. de 17 de agosto de 1988.-
articulado680, sustituyen las previsiones del artículo 11 del Código Civil y asimilan los
problemas de edad a las cuestiones de forma.
La capacidad para ser heredero también constituye un falso problema, puesto
que las causas que impiden la sucesión no se ligan con las cuestiones de capacidad en
nuestro Sistema jurídico. El artículo 745 del Código Civil se refiere de un lado, a la falta
de personalidad jurídica de las criaturas abortivas y, de otro, a una cuestión de orden
público interno relativo a las asociaciones o corporaciones no permitidas por la ley. Las
restantes incapacidades para suceder hacen referencia, o bien a la posición de influencia
coyuntural del heredero sobre el testador (sacerdotes, Notarios, testigos o tutores), o
bien a la indignidad de la persona que ha de recibir los bienes. En consecuencia, será la
ley aplicable al fondo del testamento la que determine quienes pueden y quienes no
pueden suceder; y, eventualmente, la acción del orden público del foro podrá apartar de
la herencia a quienes hubiesen protagonizado comportamientos que sean considerados
como causas de exclusión particularmente graves en la lex fori.
Cuestión común a la sucesión testada e intestada es el de la determinación de la
premoriencia o conmoriencia entre personas fallecidas en un orden temporal
difícilmente determinable. Existen tres vehículos técnicos para resolver el problema. El
primero consiste en aislar el problema de la extinción de la personalidad para dar a la
cuestión un tratamiento autónomo, lo que nos llevaría al artículo 9.1 del Código Civil y
a la consecuente aplicación de las presunciones que se prevean en la ley personal de los
fallecidos. El segundo estriba en vincular la solución a la relación jurídica cuya
constitución dependa del orden en el que se haya producido la muerte; en este caso
habría de estarse a la ley rectora de la sucesión. La tercera radica en dar una calificación
procesal a la cuestión y considerar el problema como un puro hecho sometido a los
medios de prueba establecidos en la lex fori. La primera conlleva un grave
inconveniente; si los sujetos poseen distintas nacionalidades, la conexión del artículo
9.1 del Código Civil puede concitar el concurso de distintas leyes con soluciones
distintas. La segunda nos conduce a la ley nacional del causante lo que origina
problemas similares a los que suscita la solución anterior. Si se trata de determinar
quien sucede a quien y ambos tienen distintas ciudadanías, sólo si ambas coinciden en la
solución habremos resuelto la duda. Esta es la postura mayoritariamente asumida por la
doctrina española, matizada en algunos casos por la aceptación del juego de la lex fori,
cuando la ley o leyes aplicables no pudieran resolver la incógnita681.
Por nuestra parte, creemos que el artículo 33 del Código Civil (aunque
indudablemente se trata de una norma de Derecho interno, no positivada para su
transposición a los supuestos heterogéneos 682) nos permite sustentar en su base una
calificación procesal del problema, construida a partir de las concepciones de la lex fori,
tal y como prescribe el artículo 12.1 del Código Civil. Así pues, lo que nos interesa
retener de la citada disposición es su primer inciso, donde se enfoca el supuesto como
una cuestión de hecho sometida a prueba. Sólo cuando no es posible acreditar el hecho,
680
Téngase en cuenta que el artículo 6º dota al Convenio de un carácter universal: “El Convenio se
aplicará aunque la nacionalidad de los interesados o la ley aplicable en virtud de los artículos
precedentes no sean las de un Estado contratante”.-
681
Vid. Pérez Vera en “Derecho internacional privado. Parte especial” Madrid 1980 págs 138 y 259;
Aguilar Benítez de Lugo “Lecciones de Derecho Civil internacional” Madrid 2006 págs. 33 y ss.
Espulgues Mota e Iglesias Buhigues “Derecho internacional privado” Valencia 2008 pág. 405;
Fernández Rozas y Sánchez Lorenzo “Derecho internacional privado” Madrid 2004 pág. 431.-
682
Cfr. Calvo Caravaca en González Campos y otros “Derecho internacional privado. Parte especial”
Madrid 1995 pág. 409
687
Cfr. artículos 834 y concordantes del Código Civil.-
688
Cfr. el análisis de este caso en Carrillo Salcedo “Derecho internacional privado. Introducción a sus
problemas fundamentales” Madrid 1971 págs.19 y ss.-
689
En este sentido Carrillo Salcedo “Derecho internacional privado” U.N.E.D., Madrid 1976 Unidad
didáctica 6, pág.27 decía “…quizá hubiera sido preferible tomar en consideración el domicilio efectivo
del causante como punto de conexión, en lugar de la nacionalidad, así como la ley del lugar de situación
de los bienes respecto de los bienes inmuebles”. Pérez Vera en “Derecho internacional privado. Parte
especial” Madrid 1980 pág. 252, subraya esta idea añadiendo: “Y es que resulta ilusorio pensar que las
exigencias de coordinación y adaptación entre los ordenamientos presentes en una concreta sucesión
internacional, puedan obviarse mediante la consagración de una conexión única; en realidad, con ella lo
único que se logra es abandonar a la jurisprudencia una labor que debía haberse intentado articular por
el legislador”.-
690
Cfr. el Convenio de 6 de marzo de 1919, cuyo artículo 16, por ejemplo, dispone que “Si una sucesión
de un español en Grecia o de un griego en España diese lugar a un abintestato, se dispondrá de los
bienes inmuebles que formen parte de esta sucesión, según las leyes del Estado en cuyo territorio estén
situados los inmuebles, y en cuanto a los bienes muebles se dispondrá de ellos según las leyes del Estado
nacional del difunto”.-
691
En un sentido muy similar se pronuncian Fernández Rozas y Sánchez Lorenzo en “Derecho
internacional privado” Madrid 2004 págs. 423-424.-
comentado destaca la precaución que parece presidir la redacción de la primera: “si bien
las legítimas se ajustarán, en su caso, a esta última (a la ley sucesoria)”. Disponer “en
su caso” equivale a afirmar “si fuese procedente” y, el hacerlo en el contexto de la
sucesión testada, resulta revelador. Si el testador otorgó su acto de disposición al
amparo de una ley personal que le permitía obviar las legítimas, nada se opone a la
validez de los términos expresados en el testamento; únicamente si al cambiar de
ciudadanía se colocó bajo la cobertura de una Ley que no permitía eludirlas, habrán de
ser tomadas en cuenta. Ahora bien, si ese Ordenamiento no las contemplase o no las
considerase como un límite a la facultad de disposición, el testamento redactado
conforme a la primitiva ley personal conservaría en España todo su valor. De lo que
cabe deducir claramente que el derecho a una parte de la sucesión por este concepto no
puede traducirse en una cuestión de orden público internacional. Sin embargo, en la
segunda alusión desaparece la precaución señalada y su redacción refuerza el papel de
las legítimas en la sucesión, al afirmar categóricamente: que deben quedar “a salvo
siempre las legítimas de los descendientes”. En otros términos, la ley aplicable a los
efectos del matrimonio no puede aminorar a favor del cónyuge los derechos que
correspondiesen a quienes la ley aplicable a la sucesión considerase herederos forzosos.
Pero aquí se establece una matización curiosa que se aparta de las concepciones de
nuestro Derecho sustantivo. La legítima que se protege en Derecho internacional
privado es sólo la de los hijos, no la de los ascendientes cuando no aquellos no
existieren.
Finalmente en este brevísimo excurso por el tratamiento de las sucesiones en
Derecho internacional privado, es necesario señalar como en torno a este instituto, la
sentencia de la Sala Primera del Tribunal Supremo de 15 de noviembre de 1996 ha ido
abriendo unas nuevas vías en la aplicación del sistema conflictual español, buscando
resultados de justicia y racionalidad y limitando la aplicación de los correctivos
funcionales tradicionales, como el reenvío o el orden público, a la ordenación de estas
materias. La idea que se recoge al decir que “... si el derecho americano se apoya en
una gran libertad de testar, y no reconoce las legítimas de los hijos, en nada
armonizaría la coexistencia de los derechos respectivos la aplicación por esta Sala del
derecho español a la sucesión del causante de este litigio...” es suficientemente clara a
la hora de expresar la tendencia jurisprudencial a una nueva interpretación del sistema
de Derecho internacional privado, más acorde con las exigencias de la realidad actual y
más en línea con la evolución que experimenta en la jurisprudencia comparada más
reciente.
CAPITULO XVI
LAS OBLIGACIONES CONTRACTUALES Y LA
REPONSABILIADAD EXTRACONTRACTUAL EN EL TRÁFICO
JURÍDICO EXTERNO
I. INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DE LAS OBLIGACIONES
CONTRACTUALES.
Dos o más sujetos de derecho pueden ponerse de acuerdo para dotarse de una
potestad recíproca que les permitirá exigirse el cumplimiento de los comportamientos
acordados o la entrega de las cosas prometidas. El convenio por el que conciertan este
haz de facultades bilaterales o multilaterales constituye un contrato; y las obligaciones
que de ellos nacen, tienen fuerza de ley entre las partes, a condición de enmarcarse en
los requisitos que el Ordenamiento requiere para considerarlos eficaces. De esta
primera aproximación quisiéramos retener dos elementos esenciales; por una parte, el de
la consagración de la autonomía individual como fuente para la creación de derechos y
deberes jurídicos y, por otra, el cuadro de condiciones que establece cada Sistema para
adscribir al pacto ese especial vigor legal que le caracteriza. Entre éstas exigencias se
hallan las siguientes:
a) Que los disponentes posean la capacidad necesaria para obligarse en el tipo
específico de obligación contractual de que se trate.
b) Que la forma utilizada para manifestar su consenso sea la prevista o exigida
para el negocio considerado.
c) Que las partes hayan consentido en los términos que constan en su acuerdo.
d) Que lo convenido se proyecte sobre un objeto cierto que pueda ser considerado
materia contractual.
e) Que exista causa para la obligación que establezcan.
Cumpliéndose estas condiciones, los sujetos de derecho pueden “legislar” el
contenido de sus relaciones recíprocas. Los pactos y estipulaciones que establezcan les
obligan como pudieran hacerlo cualesquiera otras disposiciones del Derecho. Ésta es, en
síntesis, la esencia conceptual de la noción contrato. En los Sistemas actuales, la
“autonomía contractual”, entendida como una prerrogativa que permite determinar
voluntariamente el conjunto de derechos y obligaciones que asume una persona con
respecto a otra u otras y viceversa, constituye la sustancia de este instituto y se erige en
una de las claves de su regulación, tanto en el tráfico homogéneo como en el
internacional. Ahora bien, como es lógico, el respeto a la idoneidad de las personas para
establecer el régimen de sus relaciones de alteridad, posee tres límites; el que establece
la defensa de los intereses colectivos, el que determina la salvaguardia de los derechos
de los terceros eventualmente afectados y el que se orienta a proteger a una de las partes
cuando su posición en la relación obligatoria pudiera considerarse más débil que la del
otro contratante.
La diversidad de objetos sobre los que puede recaer el consentimiento hace que
este marco de encuadre sea distinto para cada modalidad. Los intereses que pueden
verse afectados por un contrato laboral no son los mismos que los que pueden derivarse
de la compraventa de un ciclomotor, ni de los que resultan de una ejecución de obras o
de los de un acuerdo suscrito entre un autor y su editor para la publicación o difusión de
su obra. Atendiendo a las características de estas variantes, los Ordenamientos suelen
estructurar la regulación de estas obligaciones partiendo de un marco imperativo general
(por ejemplo, estableciendo qué cosas son susceptibles del comercio y cuales no), para
ir procediendo a sucesivas concreciones en las que se tipifican las principales variantes
y se procede a fijar los límites que la libertad particular no puede desbordar, así como el
régimen general que corresponde a cada una de ellas en todo lo que las partes no
hubiesen normado en uso de su autonomía contractual.
Siguiendo este esquema, la problemática que suscita la regulación jurídica de las
obligaciones contractuales en Derecho internacional privado, se concretaría en torno a
las siguientes cinco preguntas:
a) ¿Cuál es el Ordenamiento jurídico que faculta a las partes para establecer un
contrato?
b) ¿Cuál es la Ley que fija las condiciones que han de cumplirse para que pueda
nacer un contrato eficaz?
c) ¿Cuál es la Ley o Leyes que determinan los límites imperativos en los ha de
moverse esa libertad para establecer pactos vinculantes?
d) ¿Qué Derecho debe aplicarse para regular la obligación en todo aquello que no
hubiesen previsto las partes en el clausulado de su contrato?
e) ¿Qué Sistemas tienen competencia para proteger los intereses individuales o
colectivos que pudieran verse afectados por estos contratos?
La primera pregunta resulta clave para entender algo que hoy suele darse por
sentado. En los comienzos de la reflexión teórica sobre los conflictos de leyes, la idea
heredada del Derecho Romano-Bizantino acerca de que “nudum pactum obligationem
non parit”, exigía que los contratantes estuviesen bajo la cobertura de un Derecho para
que sus estipulaciones superasen la condición del mero pacto. Era cada Ordenamiento
local el que transformaba el acuerdo de voluntades en un contrato jurídicamente eficaz.
La simple voluntad de las partes no era considerada suficiente para dotar de tal fuerza al
consenso de los particulares. Las primeras reflexiones estatutarias indagaban si un
súbdito de Bolonia podía contratar en Módena y, tras negarlo, porque statuta non ligat
nisi subditos, se llegaba finalmente a la conclusión de que, a través de una ficción, podía
considerarse que el boloñés era “subditus ratione contractus”692 y que, por lo tanto,
podía obligarse al amparo de la Ley de Módena y bajo las concretas condiciones
establecidas en su Derecho. La inercia de esta concepción -sumada a otras razones-
puede verse reflejada en el numeral cinco del artículo 10 de nuestro Código Civil, que
consagra, como conexión supletoria, la ley del lugar de celebración del contrato693.
692
Véase sobre estos aspectos González Campos “Les liens entre la compétence judiciaire et la
competénce législative en Droit internacional privé” R.C.A.D.I. 1976/IV págs. 256-257; Espinar Vicente
“Ensayos sobre teoría general del Derecho internacional privado” Madrid 1997 págs. 26-28.-
693
Es de anotar, desde ahora, que el ámbito de eficacia del artículo 10.5 del Código Civil ha quedado
drásticamente restringido por las normas de origen institucional que estudiaremos en este capítulo.
694
Seleccionando propedéuticamente la lex causae, los contratantes podrán conocer a su luz, entre otras
cosas, cómo se aquilatará la existencia de su consentimiento y la licitud de su causa; sabrán cuáles son las
normas dispositivas que pueden derogar a través de sus propias reglas, qué tipo de disposiciones se
permiten agregar y cuales no pueden orillarse a través de su autonomía, cuales son las consecuencia de su
incumplimiento o de la determinación de su nulidad.
artículo 1.254 del Código Civil, “El contrato existe desde que una o varias personas
consienten en obligarse, respecto de otra u otras, a dar alguna cosa o prestar algún
servicio”. Aunque no contiene una definición de lo que es un contrato, lo que si dice
claramente es que nace desde el momento en el que los sujetos han prestado la
aquiescencia a su contenido. Cosa distinta, como más adelante veremos, es que la
obligación a la que pueda dar lugar vaya a ser reconocida y amparada. Lo que queremos
subrayar aquí es que, en cierto modo, el contrato se conforma en la frontera del
Derecho, puesto que su fundamento último no se halla en la Ley sino en la voluntad de
quienes lo suscriben. En sede del Derecho internacional privado, este razonamiento
produce de inmediato una inferencia basada en la propia lógica interna del instituto; si
las partes pueden dar vida al contrato sin normas de cobertura, nada impide que, al
concluirlo, lo sometan a la Ley que ellos elijan. Esa Ley regirá la obligación resultante e
incluso podrá establecer la nulidad del acuerdo, pero no constituye su fuente originaria.
Partiendo de esta premisa, nada más natural que, en las situaciones de tráfico externo, la
autonomía contractual se vea prorrogada en una autonomía conflictual amplia. Las
partes contratan lo que estiman oportuno y someten la vida del contrato a la Ley rectora
que tengan por conveniente. Si se ajustaron a sus requisitos, el contrato generará las
obligaciones que en él se determinen695. Si, en última instancia, es considerado nulo, no
producirá la obligación deseada pero rara vez se reputará inexistente y quedará sometido
al régimen previsto para esta eventualidad en la ley aplicable. Ello no debe llevarnos a
entender que esa precedencia abstracta de la relación contractual impida la apreciación de
los índices que la conectan, desde su origen, con uno o varios Ordenamientos, ni que una
vez constituida, la obligación resultante se vincule naturalmente -y posiblemente de forma
particularmente estrecha- con otra u otras Leyes. Lo que pretende ponerse de relieve es
que la sumisión de las partes a un Sistema jurídico dado constituye el vehículo de
conexión más acorde con la naturaleza del instituto, cuando lo observamos desde este
prisma.
Si cambiamos nuestro enfoque y asumimos una perspectiva externa, el panorama
cambia sustancialmente. Hasta ahora hemos tomado en consideración una relación
libremente diseñada por los particulares a la medida de sus intereses y reconocida y
amparada por el Derecho como fuente susceptible de crear obligaciones entre las partes.
A partir de aquí vamos a fijarnos en las posibles repercusiones del contrato más allá del
círculo de personas que lo han suscrito. Se trata de enmarcarlo en el cuadro de unos
intereses públicos, de naturaleza social o económica, que pueden verse afectados por el
cumplimiento de los compromisos asumidos. Supongamos que un español vende un
cuadro de su propiedad a un extranjero. Frente a esta transacción caben dos
aproximaciones; la estrictamente privada y la que determina la toma en consideración
de los intereses públicos. Desde la primera poco hay que decir; si el extranjero quería la
pintura y al español le satisfacía el precio pactado, la operación resultaba plenamente
satisfactoria para ambos. En una concepción liberal del Derecho el trato resulta
impecable. Desde la segunda, en cambio, las cosas se ven de un modo distinto.
Imaginemos que el lienzo lleva la firma del Greco. En este caso, resulta indudable que
su salida del territorio nacional empobrecería el patrimonio artístico del país. Si se parte
de una concepción social del Derecho, la transacción resultaría claramente perjudicial
para los intereses de la comunidad estatal. Habría que sopesar, pues, cuál debe ser el
695
Para entender mejor este planteamiento, nótese que se trata de poner en relación los artículos 1089 con
el 1254 y 1091 del Código Civil. El primero incluye a los contratos como fuente de las obligaciones, el
segundo describe a éstos y el tercero atribuye fuerza de ley entre las partes a la obligación nacida del
contrato.-
conflicto.
c) Que un precepto de atribución independiente la llame a la regulación en
concurso con la ley aplicable.
d) Que la lex formalis fori no requiera su aplicación, pero que una o varias
prestaciones del contrato no puedan realizarse rehuyendo su observancia, ya sea
total o parcialmente.
e) Que no se produzca ninguna de las circunstancias descritas, pero que puedan
derivarse de tales normas una serie de consecuencias, directas o indirectas, bien
sobre las partes o bien sobre el contrato.
En consecuencia, al establecer el régimen jurídico de las obligaciones
contractuales en el tráfico externo hay que tener en cuenta que todos estos datos dibujan
un paisaje en el que la figura central quedaría representada por la libertad que poseen las
personas para obligarse a dar o hacer algo lícito en las condiciones que ellas mismas
estipulen. En rededor suyo se extendería un panorama plurilegislativo que debe ser
considerado en su conjunto. Todas las unidades jurídicas que puedan verse atañidas por
el negocio, manifiestan un claro propósito de aplicar a ese contrato la batería de
disposiciones que defienden sus intereses públicos frente a la libre actividad de los
particulares. Dejando al margen, aunque no olvidadas, las pequeñas transacciones que
apenas afectan la vida colectiva, la idea que tratamos de reflejar es la de un mercado
afectado por la actividad negocial privada, que se halla integrado por varios
Ordenamientos jurídicos, con capacidad real para imponer sus mecanismos de defensa
frente a este tipo de operaciones. En definitiva, esta composición resulta muy fácil de
entender por cuanto la autonomía de la voluntad, a nivel de tráfico homogéneo, se
desenvuelve en un terreno similar; el trabajador y el empleador tienen derechos y
obligaciones que no pueden derogar a través del contrato laboral que suscriben. Cuando
las prestaciones desbordan la frontera jurídica, el marco se amplía y en él se acumulan las
disposiciones de los demás Ordenamientos en presencia.
En estas coordenadas, la remisión a una sola ley aplicable no resuelve los
problemas que suscita la complejidad de este tráfico; por eso la conexión “ley a la que
se sometan las partes” o cualquier otra vinculación supletoria que se estableciese, no
serían capaces, por si solas, de aportar una solución idónea. Para lograrla es necesario
tomar en cuenta todas las disposiciones imperativas en las que se establecen los
mecanismos de defensa del segmento del mercado internacional en el que se
desenvuelve la vida del negocio. Pero además es necesario dotar a esta regulación de los
elementos de certeza, seguridad y previsibilidad que requiere este tráfico. Los
mecanismos técnicos que permiten llevar a cabo esta labor son fundamentalmente tres: la
especialización, la fragmentación y la flexibilización.
La especialización supone desagregar del tipo general “obligaciones
contractuales” algunas de las variantes que incluye para conferir a cada una el régimen
singular que mejor se adapte a sus peculiaridades. Así, por ejemplo, puede
individualizarse el tratamiento del contrato laboral, el de las operaciones de consumo, la
compraventa de mercancías, los seguros, los vinculados al derecho de familia o a las
sucesiones, hasta completar un amplio catálogo elaborado en función del contenido de
los acuerdos. Fragmentar significa descomponer el modelo para aislar sus componentes
y disponer una reglamentación autónoma para cada uno de ellos. Siguiendo esta línea
resulta posible reclamar la aplicación de un Sistema jurídico distinto para cada una de
las prestaciones esenciales del contrato, separar los tópicos de capacidad y forma o
696
Reglamento (CE) 593/2008 del Parlamento Europeo y del Consejo de 17 de junio de 2008 sobre la ley
aplicable a las obligaciones contractuales (Roma I); en adelante Roma I.-
697
Téngase muy presente el Convenio de Lugano y véanse las tablas sobre convenios bilaterales suscritos
por nuestro país en materia de competencia judicial internacional y reconocimiento y ejecución de
sentencias extranjeras, incorporadas al Capítulo IX.-
698
El Convenio de Lugano incluye la misma norma de competencia especial que el Reglamento 4/2004.
En cuanto a la red de tratados sucritos con España, la mayoría de los que contienen una norma de
competencia judicial en esta materia siguen los criterios que vamos a analizar a continuación.-
699
Véase por todos Virgós Soriano “Lugar de celebración y de ejecución en la contratación
internacional”, Madrid 1989 págs. 105 y ss.-
700
Cfr. artículos 28 y 29 del Reglamento 593/2008.-
701
Téngase en cuenta a este respecto lo establecido en el artículo 24 del Reglamento 593/2008.-
702
Sobre la internacionalización fraudulenta del contrato, véase Batiffol “Contrats et conventions” en
Encyclopédie Dalloz, T.I Paris 1968 números 5-11.-
703
El ámbito de libertad contractual en nuestro Sistema es amplio y se corresponde con los criterios
seguidos por el Reglamento 593/2008. En su consideración decimotercera se afirma sin ambages que “ El
presente Reglamento no impide a las partes incorporar por referencia a su contrato un Derecho no
estatal o un convenio internacional”; esta forma de entender la autonomía contractual, común a los
Sistemas que integran el espacio jurídico europeo avalan la viabilidad de la tesis apuntada.-
704
Concretamente: los contratos vinculados al derecho de familia, incluidos los alimentos; las
obligaciones derivadas de las capitulaciones matrimoniales; las relativas a la letra de cambio, cheques y
pagarés; los convenios de arbitraje y elección de foro; los contratos societarios, la posibilidad para un
intermediario de obligar a la persona que dice representar, la constitución de los trusts y determinados
contratos de seguros. Se exceptúan, además, las cuestiones relativas al estado civil, a la capacidad y a la carga
de la prueba, sin perjuicio de lo que más adelante se establecerá para matizar su exclusión. -
705
Para comprender la importancia que tenía el sometimiento a un Derecho estatal para el nacimiento del
contrato como obligación puede bastarnos con el ejemplo que nos suministra el caso Orión. Dos
compañías de seguros, habían acordado someter todas las diferencias que pudieran surgir de su contrato a
un tribunal arbitral para que decidiese ex aequo et bono. En 1962, el Juez Megaw, al conocer del asunto
declararía que, de admitir esa cláusula, tendría que concluir en que las partes no habían tenido intención
de realizar un “pacto con efecto legal”; es decir un contrato. Cfr. Espinar Vicente “La regulación jurídica
de los contratos de contenido económico” Madrid 1979 pág. 119.-
706
Por su parte, el Restatement of the law of the conflict of laws (second) (recopilado por el American
Law Institute) preveía la no aplicación de la ley designada por las partes, no sólo en el caso de ausencia de
vinculación real entre el ordenamiento escogido y el aspecto de la relación contractual sometido a ella,
sino también cuando la vocación manifestada por otra ley fuese superior a la del derecho escogido por
ellas.-
707
Véase Van Hecke “Ius cogens and the Law of International Trade” en Essays on the law of
international trade, La Haya 1976, págs. 7 y ss.-
708
Lagarde “Le principe de proximité dans le Droit International privé” R.C.A.D.I. 1986/I passim.-
709
Cfr. Espinar Vicente “Ensayos sobre Teoría General del Derecho internacional privado” Madrid 1997
págs. 87-92 y bibliografía allí citada.-
710
En cinco de estos supuestos se utiliza un concepto de residencia habitual que aparece claramente
definido en el artículo 19 del Reglamento 593/2008, en otro la ley del lugar de situación del inmueble, en
el séptimo el lugar donde tenga lugar la subasta. Omitimos el análisis del apartado h) por referirse a
instrumentos financieros de múltiples terceros.-
referentes a los inmuebles y sus arrendamientos o a las ventas en subastas han sido
dotados de unas conexiones que descargan, en gran parte, esa labor de identificar el
vínculo estrecho con el que se cargaba al intérprete jurídico en el Convenio de Roma en
todos los casos. Por otro lado, se ha suprimido la posibilidad de aplicar con carácter
excepcional una ley distinta a una parte del contrato, cuando ésta presentase una
vinculación más estrecha con otro Ordenamiento que no sea el aplicable al resto de la
obligación. En definitiva, el texto del Reglamento simplifica en gran medida el régimen
del Convenio, adaptándolo mejor a las necesidades de seguridad y agilidad del tráfico
internacional en este campo.
5. El juego de las normas imperativas.
Una vez que se ha provisto a las partes de los instrumentos que permiten la
defensa de sus intereses privados, el Reglamento no pierde de vista que el contrato
internacional constituye un hecho social inserto en la vida de las comunidades a las que
se vincula711. A partir de ahí, comienza a tejerse el entramado destinado a la defensa de
los intereses colectivos. Para hacerlo, se traza un camino convergente, invirtiendo los
términos de la atención. Si en los dos primeros numerales del artículo 3, el punto de
mira enfocaba a los contratantes, los dos segundos y su artículo 9 atienden al juego de
los mecanismos de protección de los Ordenamientos estatales afectados por la
obligación, así como los del Derecho comunitario en su conjunto. El planteamiento es
muy similar al que se mantuvo en el ámbito anglosajón en los años cincuenta y sesenta
del pasado siglo. Se toma en cuenta la vocación de aplicación de las normas que tutelan
los intereses colectivos de los países cuya Ley no resulta de aplicación y se establecen
términos hábiles para que puedan satisfacer sus objetivos de política legislativa. Para
ello se emplea una técnica compleja que intentaremos ir esquematizando.
Lo primero que destaca en la arquitectura del Reglamento es que ambos
artículos, el 3 y el 9 del Reglamento, contienen sendas referencias a las normas no
dispositivas y que en ambos se las define. En el primero de ellos se entienden como
“disposiciones de la ley de ese otro país que no pueden excluirse mediante acuerdo” y
en la segunda, se las denomina “normas de policía” y se las caracteriza como preceptos
que salvaguardan los intereses públicos de un país y que exigen “su aplicación a toda
situación comprendida dentro de su ámbito de aplicación, cualquiera que sea la ley
aplicable al contrato”. La primera se formula con un carácter amplio, pues incluye todo
el conjunto normativo que las partes no pueden derogar por convenio, mientras que la
segunda se refiere específicamente a las normas imperativas de Derecho internacional
privado tal y como quedaron descritas en los capítulos dedicados a la teoría general. Por
otra parte, cada una de estas dos disposiciones está pensada para un supuesto
radicalmente distinto, planteado en un momento diferente. La contenida en el artículo 3
dispone que el acto de elección de la ley aplicable no puede evitar la aplicación de las
normas que establecen el marco al que ha de justarse el contrato en el lugar al que se
vinculan todos los componentes de la relación en ese instante. Cuando la totalidad de
los elementos que conciernen a la obligación consensuada se localizan en un país
determinado, las partes no pueden eludir esas disposiciones “internas” por el simple
hecho de someter su regulación a una Ley distinta. Dicho de otra forma, la autonomía
conflictual no constituye un vehículo con el que se pueda esquivar la aplicación de las
normas no dispositivas que rigen el contrato en el Estado donde se arraiga la relación
jurídica que se pretende someter a un Derecho distinto. Nótese bien que no se prohíbe la
711
Véase Batiffol “Subjectivisme et objectivisme dans le Droit international privé des contrats.” en Choix
d’articles rassemblés par ses amis, Paris 1976, pág.262.-
elección; las partes son libres de hacerla y nada obsta a que resulte válida en uso de su
autonomía contractual; lo que se hace es impedir el ejercicio de la libertad conflictual
cuando se trata de un supuesto interno, y para ello se subraya la necesaria aplicación de
las normas que no pueden derogarse por convenio en el país que se relaciona de manera
esencial con el negocio.
La regulación que establece el artículo 9 atiende a un período posterior de la
vida de la obligación; concretamente al momento en el que se llevan a cabo las
prestaciones comprometidas o surge un desacuerdo. Atendiendo a esta otra fase, la
norma establece que las partes no pueden ampararse en la lex causae para evadir la
aplicación de este otro tipo de precepto en dos supuestos: si pertenecen a la lex fori, han
de prevalecer sobre cualquier otra consideración. Si correspondan a la Ley del lugar
donde ha de cumplirse la prestación, se darán efecto siempre que en Ella se considere
ilegal la modalidad de ejecución pactada. En otros términos, las disposiciones de policía
del país en el que deba ejecutarse alguna de las prestaciones no pueden eludirse
alegando simplemente que el Ordenamiento aplicable al contrato no establece las
limitaciones con las que ahora se encuentran las partes de la relación y que dificultan o
hacen imposible cumplir con lo acordado, al menos en los términos pactados.
Recapitulando lo expuesto tendríamos en primer lugar el grupo de disposiciones
que no se pueden derogar por convenio en la Ley del lugar donde se localizan todos los
elementos concernientes al contrato. La lectura del precepto nos suscita una leve duda
sobre su alcance. En una primera lectura queda meridianamente claro que de lo que se
trata es de evitar internacionalizaciones artificiales. Si, con excepción del la cláusula de
sumisión a un Derecho extranjero, todos los demás elementos pertinentes de la situación
están localizados en el momento de la elección, en un país distinto de aquel cuya ley se
elige, parece lógico concluir en que no estamos hablando de un contrato internacional.
Como hemos apuntado, la elección de la Ley extranjera se realizaría por la vía de la
autonomía contractual o material y no a través de la autonomía conflictual. No
estaríamos hablando entonces de normas imperativas de Derecho internacional privado,
sino de toda la ordenación contractual interna que no cabe derogar por convenio 712. Una
segunda lectura nos llevaría a preguntarnos si cabe o no cabe el juego de este precepto
en relación con un supuesto de contrato internacional auténtico; es decir, si el cambio de
ley aplicable previsto en el artículo 3.2 estaría también sujeto a este requisito. De ser así,
la primera lex causae petrificaría el marco de lo que no se puede derogar por convenio y
la segunda elección se limitaría a ordenar la parte dispositiva del contrato. El hecho de
que el artículo 1.1 del Reglamento ciña su operatividad a las situaciones que impliquen
un conflicto de leyes es lo que provoca esta tenue duda. Si ya estaban excluidas las
obligaciones de tráfico interno, poco sentido tiene volver a referirse a ellas para
manifestar expresamente lo que tácitamente resultaba obvio. Sin embargo, la redacción
de la norma no permite sustentar tal conjetura. La expresión “todos los demás elementos
pertinentes de la situación” hace referencia a los componentes sustanciales del contrato
y si todos ellos se concentran en el entorno de un único Sistema jurídico, es imposible
que se produzca un conflicto de leyes. Por lo tanto el artículo 3.3 no resulta de
aplicación al tráfico externo y debe considerarse como una precaución auxiliar que
refuerza lo dispuesto en el citado artículo 1.1.
No ocurre así con su numeral cuarto, aunque su etiología sea similar. Se trata de
conseguir, a nivel del espacio europeo, un resultado idéntico al que la norma anterior
712
Cfr. Fernández Rozas & Sánchez Lorenzo “Derecho internacional privado” Madrid 2004; págs.457-
458.-
713
Cfr. Jitta “La méthode du Droit international privé” La Haya 1890 págs. 200-215.-
a) No se habla de “aplicar” este tipo de normas, sino de que se les puede dar
efecto.
b) Las disposiciones que han de tomarse en consideración son aquellas que
“hagan la ejecución del contrato ilegal”.
c) Para decidir si se debe no debe darse efecto a esta tipología de preceptos ha de
tenerse en cuenta “su naturaleza y su objeto, así como las consecuencias que se
derivarían de su aplicación o inaplicación”.
Se trata de una solución de compromiso con la que se pretende, por una parte, no
desnaturalizar el contrato y, por otra, no ignorar que las normas de policía del lugar de
ejecución pueden hacer ilícito el cumplimiento de una o varias de las obligaciones que
de él se derivan. De ahí la compleja y minuciosa redacción que ofrece el numeral
tercero del artículo 9 del citado Reglamento. Intentemos concretar por separado cada
uno de los elementos que han de tenerse en cuenta para decidir si se debe o no dar
efecto a estas disposiciones imperativas. El que haya de tomarse en cuenta su naturaleza
supone que la determinación de su carácter de norma de policía tiene que hacerse
atendiendo a los criterios que suministra para ello el artículo 9.1. No basta con que en la
Ley a la que pertenezcan gocen de una consideración imperativa; es preciso que
tipifique la descripción del Reglamento. Por su parte, tomar en consideración su objeto
significa que la finalidad perseguida por la norma tiene que desarrollar una directriz de
política legislativa similar a la existente en la lex fori o, al menos, asumible en ella714;
dato que, como enseguida veremos, ha de tenerse muy en cuenta para entender el modus
operandi de esta norma. Por último, el tenor literal del inciso que impone valorar “las
consecuencias que se derivarían de su aplicación o de su inaplicación”, significa que el
juzgador ha de verificar si la ejecución de la obligación afectada por la norma
imperativa del país donde ha de cumplirse, resulta posible de realizarse o no y, en caso
afirmativo, si las consecuencias que se derivarían de satisfacer la prestación en esas
condiciones, serían susceptibles de afectar la relación obligacional en su conjunto hasta
el punto de desnaturalizar su esencia. Reunidos los datos que le permitan llegar a una u
otra conclusión, el juzgador decidirá si, ese “También podrá darse efecto…” que
encabeza la disposición, debe traducirse en una satisfacción total o parcial de los
objetivos de esa norma de policía o, por el contrario deben ser ignorados.
Las dos únicos problema que podría suscitarnos su redacción, entendida en los
términos que acaban de exponerse, serían los siguientes: el de saber hasta que punto
puede eludirse la aplicación de unas disposiciones imperativas que, según el propio
artículo 9.3, hacen “la ejecución del contrato ilegal”; y el de determinar qué ley debe
regir las “consecuencias que se derivarían de su aplicación”. La primera cuestión no
nos parece difícil de resolver; esa ilicitud de la obligación a la que se refiere el
Reglamento, no depende únicamente de lo que considere la norma de policía de ese
tercer país. Se trata, indudablemente, de un requisito indispensable, pero no constituye
la condición final eficiente. Para que la ejecución de la obligación pueda considerarse
ilícita es preciso que la lex loci executionis así lo estime, pero resulta imprescindible que
la lex fori y la lex causae también puedan considerarlo sin afectar su propia coherencia.
De ahí que se exija tener en cuento el objeto de la disposición. Si la ilicitud trae causa
714
Hace treinta y ocho años Batiffol afirmaría que “…Or, il faut seulement lui permettre (al juez)
d’appliquer la loi du lieu d’exécution lorsque la disposition de police étrangère, sans être identique à
celle de la loi du contrat, est prise dans un domaine où la loi du juge saisi connaît elle-même des
dispositions de police, celles-ci seraient-elles différentes” Cfr. Annuaire de l’Institut de Droit
International 1971, Vol. II pág. 330.-
en una medida tuitiva, cuya finalidad resulta asumible por el Ordenamiento que
organiza la regulación del contrato, estaremos moviéndonos en el “escenario de la
cooperación” y podrán buscarse soluciones que coordinen las previsiones de la lex fori y
de la lex causae y con las de esas leyes de policía 715. En caso contario nos situaríamos
en ese “escenario de la confrontación” que describimos en el Capítulo II de esta obra y
resultará irrelevante para el foro las consecuencias que tal Sistema haga derivar de la
observancia o inobservancia del precepto.
Una vez valoradas las consecuencias de su aplicación o inaplicación y habiendo
optado por dar efecto a la norma imperativa de ese Ordenamiento, el artículo 12 del
Reglamento confiere a la lex causae un ámbito de eficacia que cubre satisfactoriamente
el régimen aplicable a una eventual nulidad. Y es que, si se estimase que la ejecución
del contrato es ilegal, habrá de concluirse en buena lógica que la causa de la obligación
es ilícita. Pero si de tal “ilegalidad” no se desprendiese la posible “ilicitud” apuntada, el
numeral 2 del citado artículo 12 incluye una disposición ad hoc redactada en estos
términos: “En lo que se refiere a las modalidades del cumplimiento y a las medidas que
se deben tomar en caso de cumplimiento defectuoso, se tendrá en cuenta la ley del país
donde tenga lugar el cumplimiento”716.
En trabajos anteriores hemos distinguido entre lo que es “aplicar” “tomar en
consideración” y “dar efecto” a la norma extranjera reclamada por el precepto de
atribución del foro717. Pues bien, en el artículo comentado se utilizan los tres términos.
Recordemos que, desde nuestro punto de vista la aplicación de un precepto extranjero
supone la reproducción de su juego regulador del modo más similar posible al que posee
en su Sistema de origen. Tomar en consideración consistiría en tener en cuenta lo
dispuesto en un precepto extranjero, de modo parcial y como elemento auxiliar de la
regulación que se aplica718. Dar efecto consistiría en no defraudar la finalidad normativa
de una disposición extranjera. Por lo tanto, cuando se utiliza esta última expresión no se
está ordenando que se aplique la disposición foránea, aunque pueda llegar a hacerse; lo
que se pretende es que los preceptos que atienden la defensa de los intereses públicos en
el lugar donde haya de ejecutarse una determinada prestación contractual, no queden
orilladas por la simple sumisión de las partes a un Ordenamiento distinto.
La mecánica del Convenio de Roma es diferente. Su artículo 7 se refiere a las
“disposiciones imperativas de la ley de otro país con el que la situación presente un
vínculo estrecho”. Por una parte, hay que considerar que esta redacción es susceptible de
715
hemos de reiterar que “dar efecto” no es “aplicar” y que se puede satisfacer el objetivo de la
disposición de policía sin tener que aceptar necesariamente la ilicitud que adscribe a la ejecución del
sector del contrato afectado por su juego regulador.
716
Téngase además en cuenta que al margen de las conexiones generales ( foro del domicilio del
demandado y foro de la sumisión), la norma contenida en el artículo 5 del Reglamento 44/2001 utiliza el
lugar donde hubiera sido o debiere ser cumplida la obligación para establecer la competencia judicial
especial en esta materia.-
717
Cfr. Espinar Vicente “La regulación jurídica de los contratos internacionales de contenido
económico” Madrid 1979 págs. 110 y ss.-
718
Así por ejemplo, “aplicar” consistiría en considerar que un extranjero es capaz de realizar un
determinado negocio porque ha cumplido los 16 años, si fuese esa la edad en la que el Derecho reclamado
por nuestra norma de conflicto le considera capaz. “Tomar en consideración” estribaría en comprobar
que la conducta que aquí se juzga también se reputaba delictiva en el país donde se llevó a cabo y, sólo en
el caso en que así fuese, se procedería contra el presunto delincuente. “Dar efecto”, en cambio, consiste
en satisfacer los objetivos de una norma extranjera sin aplicar en el foro la totalidad de su juego
regulador.
ampliar considerablemente el elenco de normas en presencia ya que, junto a las del país
donde deban ejecutarse las obligaciones derivadas del contrato, pueden converger las
pertenecientes a otros Sistemas que manifiesten una conexión de esa índole. Por otra parte,
la descripción del tipo normativo es muy diferente. Cuando en el artículo 3 del Tratado se
refiere a las normas que no pueden derogarse por contrato; es decir, las no dispositivas,
añade el inciso “denominadas en adelante disposiciones imperativas”; en consecuencia,
podría suponerse que los preceptos a los que se refiere el artículo séptimo pertenecen a
esa clase de normas. No obstante, al exigirse que resulten aplicables cualquiera que sea
la ley rectora de la obligación, se está haciendo una referencia explícita a las normas
imperativas de Derecho internacional privado de ese tercer Ordenamiento, excluyendo
el juego de las demás719.
6. Capacidad, forma y normas de funcionamiento en el Reglamento Roma I.
La seguridad y agilidad del tráfico contractual han sido tomadas en
consideración para establecer un favor capacitatis en el artículo 13 del Reglamento,
incorporando en él una fórmula que ya existía en el 11 del Convenio. Aunque la
determinación de la aptitud del sujeto siga confiada a las normas del Derecho
internacional privado de la lex fori, se entiende que debe protegerse la buena fe
contractual de la parte que ignoraba la incapacidad de su co-contratante por ignorancia
no imputable a su negligencia negocial. Para ello parte de un supuesto restrictivo, los
sujetos deben hallarse en el momento de la celebración del contrato en un mismo país y,
si a luz de la Ley de dicho Estado, no pudiera deducirse la incapacidad de uno de los
sujetos, éste último no podrá alegar su inaptitud para el negocio apoyándose las
disposiciones de otro Ordenamiento jurídico. La fórmula utilizada evoca la contenida en
el artículo 10.8 del Código Civil y se inspira en el conocido principio del interés
nacional, que ahora se extrapola, en aras de la protección de ese concepto de “mercado
internacional afectado”.
En lo referente a la forma lo primero que debe señalarse es su incidencia sobre el
artículo 11 del Código Civil, por cuanto deja de ser aplicable en materia contractual. La
conexión principal retenida conduce a la aplicación de la lex substantiae y se conjuga,
de forma alternativa con la de locus celebrationis y, en el caso de los contratos
concluidos a distancia, ambas vinculaciones operan en conjunción disyuntiva con la
residencia habitual de cualesquiera de las partes o de sus representantes. En materia de
inmuebles se remite a lex situs siempre que esta exija una forma ad validitatem y,
únicamente a nivel de consumo se consagra como vinculación exclusiva el lugar de la
residencia habitual del consumidor. Como puede verse, no altera sustancialmente el
espíritu de nuestra disposición conflictual, aunque sí supone un cambio en lo que
respecta a la toma en consideración de la ley personal de las partes. En efecto, en los
contratos entre ausentes se utiliza la vinculación residencia habitual, en lugar de la
nacionalidad, y no se exige que sea la común de los otorgantes. Finalmente el
Reglamento, al igual que el Tratado, excluye el reenvío y utiliza para el orden público la
forma restrictiva que la expresión “manifiestamente incompatible” pretende expresar.
719
En este sentido véase Fernández Rozas & Sánchez Lorenzo “Derecho internacional privado” Madrid
2004, págs. 466 y ss.; y Esplugues Mota & Iglesias Buhigues “Derecho internacional privado” Valencia
2008 págs 382 y ss.-
722
Sobre la evolución del instituto en nuestra disciplina, véase Parra Aranguren “Las obligaciones
extracontractuales en Derecho internacional privado” Revista de la Facultad de Derecho, Universidad
Católica Andrés Bello, Caracas 1975 págs. 15 y ss.-
723
Morris “The proper law of a tort” Harvard Law Review abril 1950 págs.881 y ss.- Binder “Zur
Auflockerung des Deliktsstatus” Rabels Z 1955 págs 458 y ss.; Reese Discussion of major areas og
choice of law” R.C.A.D.I. 1964/I págs. 311 y ss.; en la doctrina española véase el artículo de Angulo
Rodríguez “La responsabilidad civil por daños extracontractuales (Torts) en el Derecho internacional
privado inglés” Anuario Derecho Civil 1975, en especial págs. 375 y ss.-
724
En las que se puso de relieve que no tenía gran sentido aplicar la ley del lugar donde se produjo el
accidente de circulación, cuando se trataba de determinar una relación de responsabilidad que afectaba a
dos sujetos, que tenían un arraigo común en un lugar distinto al que se produjo el daño.-
725
Khan-Freund “Delictual liability and the conflict of laws” R.C.A.D.I. 1968/II págs. 5 y ss.-
una variada gama de conductas y que, agrupar todas ellas en una sola rúbrica, no
era un método apropiado para encontrar una localización idónea. Se pensaba, con
razón, que poco tenía que ver un accidente de tráfico con un enriquecimiento sin
causa o con un vertido de hidrocarburos.
d) Como corolario de la anterior postura, se entendía que la solución más
satisfactoria, podría consistir en la combinación de la lex loci damni con otros
índices, de forma que no se aplicase mecánicamente la Ley del daño, sino sólo
cuando se combinase con otras conexiones seleccionadas en atención al tipo de
obligación no contractual que se regulase726.
Esta última propuesta cuajaría en la década de los años setenta en ciertos textos
positivos. Es la técnica que utilizan los Convenios de La Haya sobre la Ley aplicable en
materia de accidentes de circulación por carretera y sobre la ley aplicable a la
responsabilidad derivada de los productos727. En el Derecho internacional privado
español, reformado en aquella época, se escogió como vinculación: el “lugar donde
hubiese ocurrido el hecho del que deriven”, lo que, a nuestro modo de ver, hubiese
permitido una aplicación flexible, en línea con las teorías de la proper law of the tort. Y es
que, con esta redacción, el suceso del que nace la responsabilidad podía concretarse, bien
en la actuación de quien provoca el daño, bien en el acaecer que ocasiona el perjuicio, o
bien en las consecuencias que ha de padecer la victima. Por lo tanto, la conexión podía
entenderse referida, según la naturaleza del caso, al lugar donde se realizan las actividades
en las que trae causa la lesión; al sitio donde tiene lugar el suceso, o al medio social en el
que se sufren los resultados de la lesión física o patrimonial infringida. De una u otra
forma, a partir de la década de los años cincuenta del pasado siglo, se buscaba un sistema
que fuese capaz de adaptarse a los caracteres del supuesto, teniendo en cuenta los
intereses de cada parte y la de los medios afectados. Sobre estas bases podría diseñarse un
esquema que nos ayudará a entender cuáles son las conexiones más significativas y cuáles
son las razones en las que se basa su selección:
Conexiones básicas
Lugar donde el causante del daño tiene su residencia Lugar donde acaece el hecho Centro de vida del damnificado si es
habitual cuando coincide con el sitio donde se llevan a lesivo cuando no se donde ha de sufrir las consecuencias de la
cabo las actividades de las que se deriva, directa o corresponde con el centro de lesión física o patrimonial de la que ha
indirecta, el daño. vida de ninguno de los sujetos. sido objeto.
Posible combinación de las vinculaciones relevantes.
La residencia habitual del actor y el locus damni coinciden El lugar de la residencia habitual de la
victima es otro
La residencia habitual del actor no coincide ni con el El locus damni y el lugar de la residencia habitual de la víctima coinciden.
locus damni ni con la residencia del dañado.
La residencia habitual del actor y la víctima coinciden.
El locus damni puede situarse el entorno de uno u otro o no coincidir con ninguno.
726
Una visión general de estos cuatro puntos puede verse en Bourel “Les conflits de Lois en Matière
d’Obligations Extracontractuelles” Paris 1961, págs. 39 y ss.-
727
Cfr.las tesis sustentadas por Garau Juaneda en “La responsabilidad por accidentes de circulación en
Derecho internacional privado: estudio metodológico” Madrid 1975 (Memoria doctoral inédita) y
Espinar Vicente “El convenio de La Haya sobre la Ley aplicable a la responsabilidad por daños
derivados de los productos” Madrid 1976 (Memoria doctoral inédita); y, del mismo autor “El Convenio
de La Haya sobre la responsabilidad por daños derivados de los productos” en Semanario de Comercio
Exterior, nº 0 págs. 1 y ss.-
medidas adecuadas para hacerlas llegar a esas plazas en condiciones óptimas. Lo que le
será imposible prever son los efectos que puedan derivarse de la comercialización de
ese producto cuando es un tercero el que lo reexporta hacía un tercer Estado con el que
nuestro protagonista no mantiene relaciones comerciales directas. En esas circunstancias,
difícilmente podrá adaptar la mercancía a las especificaciones de calidad exigida por la
legislación de ese sector del mercado, ni podrá responsabilizarse de las condiciones de
conservación, manipulación o distribución de sus artículos. Se trata de un segmento
heterogéneo en relación con el medio en el que actúa con conciencia de operar en él.
Por lo tanto, nuestro comerciante requerirá de unas medidas tutelares que le pongan al
abrigo de unas consecuencias que le resultan absolutamente imprevisibles y que se
derivan, además, de una operación en la que no se halla involucrado. Tenemos, pues, un
elemento más que habrá de tomarse en consideración a la hora de establecer el régimen
jurídico internacional de las obligaciones no contractuales.
2. Introducción al estudio del Reglamento 864/2007 de 11 de julio.
El 11 de enero de 2009 comenzará a aplicarse el Reglamento “Roma II” relativo a
la ley aplicable a las obligaciones extracontractuales. Su artículo tercero confiere un
carácter universal a la aplicación de sus normas, por lo que el precepto contenido en el
párrafo nueve del artículo 10 del Código Civil, verá restringido su ámbito de eficacia a
las materias que quedan excluidas de la esfera del Reglamento en virtud de lo dispuesto
en el numeral dos de su primer artículo 728. Parte de un concepto de responsabilidad
extracontractual, que se reconoce autónomo729 y organiza su construcción en torno a
cinco pilares básicos:
a) Una norma general que consagra el locus damni en su estado más puro,
atemperando el principio con una excepción (residencia habitual común) y una
cláusula de escape inspirada en el principio de proximidad.
b) Una disposición alternativa que da entrada al juego de la autonomía conflictual en
esta materia.
c) Cinco normas especiales para los supuestos de responsabilidad extracontractual
relativos a la derivada de los daños causados por los productos, de la competencia
desleal, de los daños medioambientales; de las infracciones a los derechos de
propiedad intelectual y de los daños causados por una acción de conflicto colectivo.
d) Tres preceptos dedicados al enriquecimiento injusto, a la gestión de negocios y a la
culpa in contrahendo, respectivamente,
e) Y, finalmente, un último pilar en el que se asienta un conjunto de normas de
funcionamiento especificas.
Tras el análisis realizado en el epígrafe anterior, resulta fácil entender la
mecánica del Reglamento. Como puede verse, se parte de una de las ideas centrales que
retuvimos entonces. El locus damni, en su acepción más pura y directa, se presenta, en
728
Las derivadas de los actos realizados ex iure imperii, de la relaciones de familia o parafamilares, de los
regímenes económicos matrimoniales, de los testamentos y sucesiones, de las letras de cambio, cheques y
pagarés; las relativas al derecho de sociedades, las que se deriven de los trusts creados de manera
voluntaria; y las que traigan causa en los derechos de la personalidad.-
729
El Reglamento resulta claro en este punto al considerar que: “El concepto de obligación
extracontractual varía de un Estado miembro a otro. Por ello, a efectos del presente Reglamento, la
noción de obligación extracontractual deberá entenderse como un concepto autónomo. Las normas de
conflicto de leyes contenidas en el presente Reglamento deben aplicarse también a las obligaciones
contractuales basadas en la responsabilidad objetiva.”
no se entiende bien que es lo que se puede derogar o no por consenso. Sin embargo,
esta precaución si tiene cabida tanto en los cuasi contratos, como en los supuestos que
se produzcan con base en una relación preexistente entre las partes, como por ejemplo
un contrato. El hecho de que, en materia de competencia desleal y de actos que
restrinjan la libre competencia, se excluya la sumisión, confirma esta impresión inicial,
junto a las precauciones que en esta materia se toman en relación con los daños
medioambientales o respecto a las infracciones de los derechos de propiedad intelectual.
En todos los demás casos, el acuerdo ha de ser posterior y, por lo tanto,
constituye una opción alternativa a un locus damni que, lógicamente, ha quedado
identificado con anterioridad al acto de sumisión.
4. El locus damni y sus matizaciones.
La manera de formularse la conexión en el artículo cuatro del Reglamento, evita
cualquier problema interpretativo. El hecho objetivo que determina la existencia del
perjuicio físico, patrimonial o moral es lo único a considerar. Ni los actos encaminados
a producirlo, ni las consecuencias que origina, resultan elementos que puedan ser
tomados en cuenta. El contenido de la relación es fácilmente determinable, lo establece
la Ley de ese país, cuyo ámbito de aplicación se extiende al amplio elenco de cuestiones
que se enumeran en el artículo 15 del Reglamento, y cuyas previsiones se extienden a
las presunciones legales y al reparto en la carga de la prueba que se hallen establecidas
en dicho Sistema. Queda excluido el reenvío y el orden público del foro sólo podrá
evitar la aplicación de aquellas disposiciones que resulten manifiestamente incompatibles
con los principios que ampara. Sólo las leyes imperativas de la lex fori podrán
conjugarse con el régimen que establece la lex causae.
5. La responsabilidad derivada de los productos en el Convenio de La Haya de
1973 y en el Reglamento 864/2007. Reflexiones ad exemplum.
5.1. El diseño del Convenio de La Haya.
El Convenio de la Conferencia de la Haya asentaba su mecánica conflictual
sobre dos pilares: el que suministraba el clásico locus damni y el que proporcionaba el
emergente criterio de la residencia habitual del perjudicado. Ambas guías actuaban
como ejes principales sobre los que se proyectaban otras líneas de conexión secundaria.
La localización la determinaba el punto de intersección entre uno de esos dos perfiles
cardinales y alguno de los vectores accesorios. Se pretendía evitar así la selección de un
escenario jurídico casual o poco vinculado con la relación jurídica que se producía entre
el presunto responsable y el dañado a través del producto. Aún no corrían con fuerza los
vientos flexibles del principio de proximidad y se operaba con base en una
determinación por coordenadas susceptible de proporcionar una guía predecible y
segura sobre cuál iba a ser el Ordenamiento aplicable, pero adaptada a las circunstancias
de cada caso concreto. Para lograr este propósito, la arquitectura del Convenio se
establecía con base en dos gráficos ideales en los que, por un parte, se diseccionaba el
posible iter de la relación y, por otra se trataba de adecuar el funcionamiento de la
conexión clásica a las distintas causas y maneras en las que podía producirse una lesión
física o patrimonial a causa de un producto.
El primero de estos esquemas establecía el momento inicial de ese camino en el
lugar donde se hubiese fabricado u originado el artículo causante del daño y se situaba
el límite final del recorrido en el lugar donde repercutiesen las consecuencias nocivas de
su utilización. Entre ambos se retenían otros cuatro ámbitos: el lugar de
comercialización de la mercancía, el lugar donde se hubiese adquirido, el lugar donde se
utilizase y el lugar donde la victima hubiese sufrido el primer efecto nocivo. Se trataba,
como puede verse, de diseccionar los distintos espacios distinguibles en la noción de
“mercado afectado”. Este recorrido permitía determinar seis lugares relevantes a efectos
de localizar un Derecho seriamente vinculado a la “verdadera” relación entre el
responsable y la víctima a nivel extracontractual.
El lugar donde se sitúa el establecimiento principal del fabricante, productor,
proveedor, almacenista o reparador de la mercancía, apunta, en definitiva, al medio
donde se producen las causas en las que va a fundamentarse la relación obligatoria
nacida del daño. Es lógico que sea la Ley que allí rige la que establezca los parámetros
para determinar los requisitos y alcance de la responsabilidad de unas personas que han
de ajustar su actividad a las previsiones normativas del lugar donde la desarrollan. Pero
como conexión única no satisface. El mercado es más amplio y quienes realizan estas
operaciones deben de tener en cuenta las características de los lugares donde
comercializan sus productos y velar para que cumplan las condiciones que eviten las
situaciones de riesgo allí donde son ofrecidas. Desde esta perspectiva surgen dos
conexiones articuladas en un cúmulo rigurosamente acumulativo:
a) El lugar en que se encuentra el establecimiento principal de la persona a quien
se imputa la responsabilidad, si el daño se ha producido en ese territorio; y
b) el lugar donde se ha adquirido el producto por la persona directamente
perjudicada, cuando el daño hubiese acaecido en ese lugar.
La residencia habitual de la víctima constituye el otro extremo. El perjudicado
ha podido hacerse allí del producto extranjero lesivo, lo que significa que el articulo
estaba disponible en ese segmento de mercado internacional y si es así, lo lógico es que
el responsable haga frente a sus deberes, en los términos requeridos por aquel Sistema
jurídico, cuando el daño se haya producido dentro de su ámbito de ordenación. Si el
daño se produjese en otro lugar pero ambas partes residieran en un mismo entorno,
resulta obvio que el oferente y el adquirente realizaron su operación en un contexto
habitual común y que lo lógico es que sea la Ley que lo rige la que determine las
condiciones y extensión de la relación obligatoria. Se estructuran así otras dos
conexiones elaboradas con la misma técnica que las anteriores:
a) El lugar donde el perjudicado tenga su residencia habitual si coincide con el
sitio donde hubiese adquirido el producto.
b) El lugar donde el perjudicado tenga su residencia habitual si coincide con el del
establecimiento principal de la persona cuya responsabilidad se invoca.
En el caso de que el perjudicado hubiese adquirido la mercancía en el extranjero
en un lugar en el que ni el responsable ni el perjudicado residiesen y el daño se hubiese
producido en el entorno habitual de la víctima, o si no se dan ninguno de los supuestos
descritos, el Convenio abandona el modelo seguido, opta por la protección de la víctima
como parte a la que se supone más débil, e introduce dos reglas tuitivas para el
consumidor:
a) La primera sigue las pautas del cúmulo rigurosamente acumulativo y combina
la residencia habitual de la victima con el locus damni.
b) En la segunda se opta por una alternatividad confiada a la elección del
reclamante: “...será aplicable el derecho interno del Estado en donde se halle el
establecimiento principal de la persona a quien se le imputa la responsabilidad, a
Como puede verse, a pesar de que el artículo 4 consagra como conexión básica
“el lugar donde se produce el daño” y le despoja de cualquier connotación referida a las
causas y efectos de la lesión, el Reglamento enerva la pauta general para tratar la
responsabilidad derivada de los productos de una manera abiertamente ligada a la
noción de mercado afectado. El ámbito de comercialización del producto se convierte
en el centro de gravedad sobre el que reposa la construcción, reemplazando el puesto
que ocupaba el lugar del daño. Ahora bien, una vez que se conjuga con otros índices
similares a los utilizados por el Convenio, en última instancia, el resultado expresa un
criterio de regulación muy similar al producido por la Conferencia de La Haya en 1973.
A pesar de ello, el Reglamento introduce cuatro novedades destacables con
respecto al Convenio; tres de ellas resultan positivas y una criticable. En primer lugar,
se deja claro que la conexión principal es la del entorno habitual de las partes,
descartando así internacionalizaciones artificiales. En segundo lugar, se jerarquiza el
listado de conexiones anteponiendo el juego de la ley del perjudicado con la única
condición de que ese entorno forme parte de la red de mercado de la persona cuya
responsabilidad se invoca. La tercera es la aceptación de la autonomía conflictual en
este plano, adoptada con las precauciones de protección de la parte débil y sancionando
posibles fraudes a los Ordenamientos efectivamente vinculados a la relación en causa.
La última de ellas, la que nos suscita unas ciertas reticencias, se refiere a la
introducción de un principio de proximidad mediocremente expresado: Si del conjunto
de circunstancias se desprende que el hecho dañoso presenta vínculos manifiestamente más
estrechos con otro país distinto a los indicados en el apartado 1, se aplicará la ley de ese
otro país. Un vínculo manifiestamente más estrecho con otro país podría estar basado en una
relación preexistente entre las partes, como por ejemplo un contrato, que esté estrechamente
vinculado con el hecho dañoso en cuestión. Entiendo que su redacción plantea más
problemas de los que resuelve, en la medida en la que el ejemplo que incorpora no nos
parece particularmente afortunado; y es que, al resultar excesivamente ceñido a un
determinado modelo supuestos, dificulta la toma en consideración de otros. Es cierto
que contrato y responsabilidad por daños pueden enlazarse y que, en el comercio
internacional, tal concatenación no resulta inusual. Tales casos afectan fundamentalmente a
partes que desarrollan actividades comerciales en un mismo medio730 y también, aunque
en menor medida, al usuario final del producto defectuoso. Los integrantes de este
segundo grupo, aunque no suele hallarse ligados previamente por vínculos consensuales
con el responsable del defecto, (piénsese en una acción directa contra el fabricante), si
han podido establecerlos, por ejemplo, a través de un contrato de reparación o de
compraventa suscritos con la persona cuya responsabilidad invocan. Pues bien, si
consideramos que estas operaciones pueden establecer este tipo de vínculos, nos parece
que la construcción de la disposición nos lleva al siguiente resultado: aun cuando no se
trate de responsabilidad convencional, si la causa del daño se manifestase íntimamente
ligada a una relación contractual previa que estuviese localizada en un determinado
país, se aplicará la Ley de ese otro país. Y parece lógico añadir: siempre que dicha
mercancía pueda vincularse, directa o indirectamente, con el objeto de dicha relación
obligatoria. Entendemos que, aunque existan relaciones contractuales preexistentes entre
las mismas partes, de tratarse de contratos desvinculados por completo de la relación que
se analiza no parece que exprese una proximidad cierta con el asunto que se ventila.
Pero, normalmente, en clave de responsabilidad por daños, el hecho lesivo suele
manifestar unos vínculos marcadamente más estrechos con el medio socio-jurídico donde
repercuten sus consecuencias o con aquel otro en el que se generan sus causas, que con el
lugar que determina la existencia de un contrato que, por definición, se desvincula del
ámbito extracontractual. En esa medida, consideramos que, sin cerrar la puerta a una
aplicación flexible, la redacción del precepto facilita su restricción en la práctica al tipo
de asuntos a los que acabamos de aludir en los párrafos precedentes. Lagarde exponía su
principio de proximidad como un correctivo funcional con el se trataba de atemperar el
730
Nótese que este primer grupo tiene la posibilidad de prever la Ley aplicable a la responsabilidad
extracontractual derivada de sus relaciones recíprocas, efectuando la sumisión previa a la que se refiere el
artículo 14.1.b) del Reglamento. De no haberlo hecho con anterioridad y de no hacerlo con posterioridad
al daño, no parece que la aplicación de esta Ley mejore la posición de ninguna de las partes en relación
con las que resultaría aplicable en virtud de las demás conexiones. Parece poder deducirse, en
consecuencia, que esta cláusula pretende unificar en torno a un mismo Ordenamiento el régimen de la
responsabilidad contractual y extracontractual que pudiese nacer de una relación global preexistente entre
profesionales del comercio internacional.-