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El relato al cual hago referencia tuvo lugar durante mi adolescencia, en zona rural de

Mistrato Risaralda. A principios del año 2.009, mientras cursaba mi último grado de
bachillerato. Un sábado por la mañana, mi amiga y compañera de clase Marcela Uchima
llego a mi casa, inicialmente a tomar notas de las clases anteriores a las cuales no pudo
asistir y también a realizarme una invitación a una fiesta que se llevaría a cabo ese mismo
sábado en horas de la noche en una finca muy cerca de Mistrato, fiesta a la cual fue invitada
por unos amigos del sector y en la que se encontrarían además de ellos, otro grupo de
amigos que desde hace un par de años no venían al Pueblo porque se encontraban
estudiando en la Ciudad de Pereira. Me tome un par de minutos para dar una respuesta
positiva, sabía de antemano que sería complicado solicitar el permiso en mi casa, y aunque
mi familia conocía estrechamente a muchas de las personas que asistirían a la fiesta el
temor seguía latente, por mi edad y por todas las precauciones que de una u otra forma mi
madre tenía conmigo no lo veía como algo fácil de conseguir, sin embargo Marcela logro
convencerme, bajo la premisa de responsabilidad intercedió por mi ante mi madre y logro
fácilmente algo que yo creía imposible.

Marcela y yo quedamos de vernos en su casa a las 6 PM, donde nos recogerían junto con
otras personas de su familia para dirigirnos a la finca. A esta cita llegue puntual, como
mujeres necesitábamos de un buen tiempo para alistarnos, maquillarnos, peinarnos y
vestirnos. Entre risas y charlas la hora de salida llego, Juan Felipe el primo de mi amiga
había llegado en su camioneta verde, la recuerdo porque era una camioneta muy grande y
tenía su quemacocos. Iniciamos el recorrido, no recuerdo muy bien la hora, avanzamos en
tiempo unos 20 minutos y luego nos parqueamos a recoger a otro invitado, Pablo, otro viejo
amigo, siempre bien vestido, traía sus zapatos blancos y un pantalón de pana, demasiado
formal para mi gusto, y también para Marcela quien no se silenció un comentario un poco
pasado, Pablo no presto atención y dejo muy claro que “así vestía si se le daba la gana”.

Salimos luego apurados hacia la fiesta, ya allí nos dividimos, Juan Felipe y Pablo por su
lado, Marcela y yo por el nuestro, y dos amigos más de Juan Felipe que venían en la
camioneta por otro. Allí nos encontramos con Diego, otro primo de Marcela, quien al
vernos, rápidamente nos ofreció una cerveza al tiempo que nos comentaba lo buena que
estaba la fiesta.
Marcela y yo éramos inseparables. Pasadas un par de horas en la fiesta conocimos a Juan y
a su hermano Gabriel, una pareja de jóvenes hermanos, quizá 3 o 4 años mayores que
nosotras y a los cuales no habíamos visto antes en el pueblo, y de los cuales estábamos
complacidas en conocerlos. La noche prosiguió con calma, pero llegadas las 11 PM Juan
Felipe se encontraba pasado de tragos y a lo lejos lanzaba insultos contra Juan y su
hermano Gabriel, refiriéndose también a que no deberían estar en la fiesta, que no eran
invitados y otras expresiones más salidas de tono. Juan y Gabriel lo ignoraron por un gran
tiempo, pero los insultos de Juan Felipe y su cada vez más notoria cercanía no solo
elevaban los ánimos de los asistentes a la fiesta, sino que también me estaban poniendo
muy nerviosa e inconforme con lo que estaba pasando. Finalmente las cosas dentro de la
fiesta se salieron de control, Juan Felipe se abalanzó contra el par de hermanos y
empezaron a salir de su boca un sin número de acusaciones, tildándolos de guerrilleros y
matones frente a todos los asistentes a lo cual respondieron negando estas afirmaciones y
golpeando en un par de ocasiones a Juan Felipe hasta que varios asistentes interfirieron y
mediaron la situación. Minutos después una patrulla de la policía llego a la fiesta, interrogo
a los hermanos, a un par de asistentes más y por ultimo a Juan Felipe quien aún se
encontraba muy alterado, razón por la cual los policías se dispusieron a escoltarlo y
escoltarnos hasta la casa, ya que Marcela y yo decidimos volver con el debido a su alto
estado de alicoramiento.

Luego de estar en casa de Marcela y Juan Felipe, nos disponíamos a dormir, ya que dentro
del arreglo de mi permiso de salida también estaba incluido pasar la noche fuera de mi casa.
Un fuerte golpe sonó en la puerta, el papá de Marcela salió rápidamente a revisar que
pasaba y allí estaba Juan y Gabriel, andaban en busca de Juan Felipe, pero esta vez estaban
acompañados de otras 3 personas más, fuertemente armadas y siempre atentos a las órdenes
de este par de hermanos. Uno de ellos, no recuerdo quien, ingreso a la casa, entro hasta el
cuarto donde nos disponíamos a dormir, en el cual también estaba Juan Felipe, tembloroso,
ya no por el efecto del alcohol, el temor se le notaba en sus ojos, este hombre que aunque
no se encontraba armado, inspiraba respeto y tal vez miedo. Le dio 24 horas para salir del
pueblo y no regresar, a cambio, su vida y nuestras vidas nos serian respetadas. Un silencio
lleno todos los rincones de la casa, luego dando marcha atrás los cinco hombres se
marcharon, perdiéndose en la oscuridad de un camino de herradura que se encontraba a un
par de metros de la casa.

Juan Felipe no tuvo más opción que acceder a esta petición, finalmente lo que gritaba la
noche anterior a oídos de todos en la fiesta era cierto, Juan y Gabriel hacían parte de la
Guerrilla de las FARC, y se encargaban en la zona de cuidar unas propiedades, del cobro de
extorsiones en pueblos aledaños, y de causar temor en los habitantes de los mismos.

De Juan Felipe poco volvimos a saber, desde esa fecha nunca más se volvió a ver por el
pueblo, su familia con el paso de los meses también fue dejando el pueblo, su padre fue el
último en salir, no dejaron razones, no dejaron notas, no llamaron a nadie del pueblo,
muchas de sus cosas fueron dejadas en esa casa. De mi amiga Marcela solo después de tres
años de haber salido del pueblo recibí noticias, se encontraba en Medellín trabajando desde
hacía más de un año, me entere que su padre murió y se madre vivía con una hermana en
Santa Fe de Antioquia, de su hermano no volvió a saber nada, también me conto que
tiempo después de los hechos, Juan y Gabriel habían amenazado a su padre y a su madre,
también debieron abandonar el pueblo y dejar tirada la casa y un pequeño paradero de
ganado que tenía su padre como propiedad. Su vida no volvió a ser la misma, me contaba
que el apoyo del gobierno ante esta situación era casi nulo, ya hacían parte de un gran
número de familias desplazadas, abandonados por el Estado y sin ninguna garantía para
volver a su antigua casa a reclamar lo que les pertenece. A la fecha no ha vuelto a saber de
ella, el recuerdo de esa noche y de esa madrugada nunca saldrán de mi cabeza.

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