porque su sistema de funcionamiento implica la respuesta rápida, las recompensas inmediatas y la interactividad. El uso, en principio, es positivo, siempre que no se desinterés por otros temas e dejen de lado el resto de las actividades incluso los cambios de conducta propias de una vida normal (estudiar o (por ejemplo, la irritabilidad), así trabajar, hacer deporte, practicar las como el sedentarismo o las aficiones, salir con los amigos o relacionarse con la familia). Otra cosa es cuando el abuso alteraciones del sueño. de las redes sociales provoca alejamiento de la vida real, induce ansiedad, afecta a la autoestima y hace perder capacidad de autocontrol.
Las motivaciones de las personas para tener
cuenta en Twitter, Facebook o Instagram son múltiples: ser visibles ante los demás, reafirmar la identidad ante el grupo, estar conectadas a los amigos o intercambiar fotos, vídeos o música. A su vez, el WhatsApp puede facilitar el enganche porque es gratuito y a menudo no se desconecta por hábito (al mirar la hora, ya se sabe si una persona tiene avisos e incluso la entradilla de los mensajes) y porque permite controlar a los demás (si han leído el mensaje, si están en línea, a qué hora ha sido su última conexión). Pero una cosa es el mal uso de las redes y otra la adicción. El término de adicción a las redes sociales es controvertido porque no figura como tal (de momento) en las clasificaciones psiquiátricas. Sin embargo, más allá del mal uso, se puede hablar de adicción cuando su utilización supone una pérdida de control, una absorción a nivel mental y una alteración grave en el funcionamiento diario de la persona afectada. El adicto disfruta de los beneficios de la gratificación inmediata, pero no repara en las posibles consecuencias negativas a largo plazo. Por ello, el abuso de las redes sociales puede facilitar el aislamiento, el bajo rendimiento, el