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Abriendo un mazapán llegué a una conclusión…

Cuando le dedicas tiempo y esfuerzo al hecho de destapar tu


mazapán sin romperlo, no lo haces por tí, lo haces por el mazapán,
pues perfectamente puedes consumir un mazapán hecho trisas sin
cambiarle el sabor. Y aun así nos esmeramos en sacar al mazapán
intacto de su envoltura.
Por eso creo que el mazapán es como las personas: invertimos
tiempo en ellas, no porque nos va a saber más rico, o porque si no lo
hacemos algo cambiará, si no porque les tenemos amor o afecto.
Una vez que el mazapán está intacto fuera de su envoltura, nos
sentimos orgullosos y hasta con pena de romperlo, pues el esfuerzo
que colocamos en él nos crea un vínculo, aunque el mazapán no
tenga el mismo vínculo con nosotros.
El mazapán no nos “recompensa” si nos esforzamos de más o si lo
“tratamos” con cuidado y aún así lo hacemos.
Justo como las acciones que emprendemos para ese amor platónico
que tenemos o el amigo que procuramos, nos esforzamos sin recibir
nada a cambio y aún así estamos felices.
Quizá el mazapán me mostró que hay amor en todos nosotros.

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