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CARTAS APÓCRIFAS

Por Sandra Leal Larrarte

El cuerpo sobre la cama se parecía al inicio de una pregunta. Sus ojos muertos no dejaban
de mirar aquellas manos casi cercenadas como si fueran un espectáculo asombroso. La
camisa roja de sangre se pegaba a su cuerpo, pero eran sus rodillas recogidas las que
daban la impresión de que la muerte la hubiera pillado mientras dormía. El equipo forense
destilaba profesionalismo, se movía alrededor de ella en la estrecha habitación tratando de
aprovechar la luz intermitente que proyectaba la lámpara.

--Qué fastidio –exclamó alguno de ellos-. Abran las ventanas.

Desde la ventana el detective Acero vio a la mujer del aseo que lloraba inconsolable, decidió
ir hasta el estudio.

A quien interese.

He partido por decisión propia. Si me lee es porque quizás usted es un policía o un paramédico
curioso. Si me lee es que vio mi cadáver insepulto sobre un lecho lleno de sangre y quiere saber qué
pasó. Ya que tuvo la paciencia de encontrar este papel pienso que ha superado el primer arranque
de negación, ha aceptado que es posible darse la muerte a sí mismo como un regalo y no como una
salida. La pregunta que se estará haciendo es porqué. Por qué decidí morir.

¿Debe existir una razón? La verdad es un cúmulo de cosas, de situaciones adversas, de gente
indeseable, inmadura e ingrata que ha entrado y salido de mi vida por muchos años. Es la sumatoria
de muchos malos ratos, de estupideces cometidas por mí y por otros, estupideces que no soporto.

Muero con las venas rasgadas luego de un día de trabajo, tan normal como todos los días de trabajo
de los últimos veinte años. Esta tarde, al salir de la oficina me despedí con un “hasta otro día”, como
siempre lo hice, porque sé que eventualmente los veré a todos del otro lado de la existencia. No le
dije nada a nadie, no hace falta, pocos notarán mi ausencia. Dejé todos los documentos listos, las
facturas pagas; cerré todos mis círculos.

No debo nada, no dejo nada, no quiero nada. Es más, no extrañaré nada. Me voy en paz.

Esta carta encontrada sobre el escritorio de la difunta, escrita a mano, nos invitaba a cerrar
el caso y clasificarlo como un suicidio. Otro más para esta ciudad donde todos quieren
morir. Los jóvenes por culpa de la desesperanza y los mayores porque ya no soportan vivir.
Sin embargo hubo algo que me inquietó, asumiendo que era diestra se cortó primero las
venas de la mano izquierda. Entonces, cómo o con qué fuerzas se cortó la otra mano si
prácticamente se cercenó la derecha que seguía adherida al brazo solo por unos
fragmentos de hueso. Revisé su computador, pero no hallé nada en esa primera inspección,
necesitaba la clave de su correo para ver sus mails. Escarbando en los cajones encontré
un cuaderno con páginas atiborradas con una letra diminuta de trazos erizados, la misma
letra de la carta. Las primeras hojas fueron reveladoras.

Mi muy querido señor Borges.

Primero que nada reciba un cordial saludo, espero que se encuentre bien donde quiera que esté a
donde quiera que lleguen estas letras. Le debo una disculpa luego de que seguramente escuchó las
palabras impropias conque me referí a usted y a sus escritos. Fue un momento de debilidad mía en
que la bajeza de mi carácter afloró sin recato alguno, no es cierto que yo crea que es usted un
“escritorcillo pobremente libresco”, la verdad creo que sus cuentos son geniales y esa genialidad es
producto de su inmensa sabiduría. Sin los libros que leyó y sin los autores que inventó el mundo
sería más pobre de espíritu, y más triste que un orfanato en el día de la madre. Yo también escribo,
y mis letras inéditas quedan sólo para usted, para su Libro de Arena, de páginas infinitas sin principio
ni fin.

No decía nada más. Tampoco tenía firma ni fecha como las otras, como la de su muerte.
La siguiente era más bien estremecedora. Escrita con tanta fuerza que los trazos casi
rompían el papel.

Señores Editorial Alcántara

A quien corresponda:

Es triste reconocer la ceguera que cae sobre el gremio editorial de nuestro tiempo. Dedicados al
dinero someten la cultura al cáncer intelectual. Cierran las fronteras de las letras a unas cuantas
historias aburridas, llenas de un intenso realismo que sólo repite lo mismo que la gente vive, y
reducen el mundo a malas palabras, prostitutas, narcotraficantes y políticos corruptos. No ofrecen
pensamientos alternativos, sueños místicos, ni fantasías heroicas que permitan suponer que hay
mejores formas de vivir.

Realmente es un error el que hayan despreciado mi libro, ni siquiera lo leyeron porque no tenía “el
aval de un crítico”. ¡Por supuesto que no tenía el aval de un crítico! ¡Ni siquiera el de mi madre! El
de nadie. Es muy simple, ¡soy una escritora inédita, nadie me conoce ni me ha leído nunca!

Sinceramente, son ustedes unos idiotas.

Esas palabras llenas de frustración eran un indicador de la situación interna que vivía la
mujer en cuestión. Las siguientes páginas estaban escritas sin seguir los renglones, con
letras apeñuscadas y a veces extendidas, parecían escritas con desasosiego como si
estuviera pasando por un trance. Incluso algunas estaban dirigidas a ella misma. No tengo
tiempo de seguir la lectura en orden, mejor abro páginas al azar.

Señor Antonio Cabrales

Mi muy querido señor. Aprovecho este medio para explicarle algunos detalles de nuestro acuerdo
que usted parece no haber entendido. En primer lugar, su relación conmigo, la cual por supuesto es
meramente espiritual no le da permiso de acecharme en cada esquina y tirar las cosas del estudio o
de mi sala. Usted ha espantado a la señora Luz y que conste que sólo ella es la que sabe dónde están
guardadas las bombillas nuevas en esta casa. Bombillas con las cuales usted se comunica. No bien
aprendí ese antiguo código morse entendí sus necesidades, pero no todo el mundo tiene una mente
abierta como yo. Le dije claramente que no hiciera eso cuando estuvieran otras personas acá.
Accedí a contar su historia para darle vida, pero eso no le da derecho de aislarme de los demás tan
sólo para que me concentre en usted. Ahora, puesto que ya sé que tiene la fuerza para mover cosas,
este será nuestra nueva manera de comunicarnos. Tome el lápiz y escriba cuando se le antoje.

Cordialmente

Adriana

La primera carta firmada. Sé que la dueña de la casa era Adriana Velásquez, las fotos del
rellano de la escalera confirmaban que era la occisa. Pero el contenido definitivamente es
confuso, ¿alguien la acosaba? O ¿se comunicaba secretamente con alguien a quien le pide
discreción? Miremos… una misiva que se dirige a sí misma, ¡qué extraño!

Querida Adriana

Ay nena, lamento tanto los desastres que causamos anoche. La velada fue una bella idea, pero se
nos salió de las manos. Ya sabes, hombres y trago no forman una buena mezcla. Tienes que
entender, estábamos tan contentos porque en el último capítulo que escribiste nos otorgaste el
sentido de la diversión… “sentados alrededor de una mesa en una sórdida cantina, el grupo de
rebeldes escuchaba la música vulgar y agreste de la plebe, sintiendo en su interior una sonrisa…”. Y
luego colocaste esa botella de vino y esos vasos en tu mesa, fue la perfecta invitación para que
demostráramos lo que habíamos aprendido.

Lo lamento mucho, no va a volver a pasar.

Raquel Santamaría.
Es la misma letra. Claramente esta mujer alucinaba, esperemos un momento, unas páginas
después hay otra similar con la misma firma, pero hecha con una letra abigarrada, pegada
en sus terminales, la caligrafía de alguien desesperado o que escribe con extrema rapidez
sin poner cuidado.

¡Adriana!

Mi querida amiga, te ruego que te cuides. Antonio está imposible, cree que nos has traicionado. Ha
sido en vano que todos le expliquemos tus razones o las razones de los editorialistas. Dice que no
has hecho lo suficiente. Cree que si no permanecemos en la realidad aún es porque nadie ha leído
sobre nosotros, le dijimos que bastaba con que hubieras escrito nuestras historias, que ya casi
éramos sólidos. Fíjate, ya podemos sostener cubiertos y copas, incluso saborear el vino. Pero él sigue
en su obsesión. Ya sabes cómo es de violento, ten cuidado.

Abrazos

Raquel Santamaría

Ahí finalizaron, cesó de escribir como si de repente se cubriera de silencio. Aparentemente


ella se dijo todo lo que se tenía que decir. Su imaginación era extraña, apocalíptica, casi
paranoide, pero no explicaba nada. Debía investigar más.

La luz del estudio titila, ¿estará dañada? 1..2.2..2.. y otra vez uno. Se prende y se apaga a
intervalos. Estaré loco, pero llevado por la lectura de las cartas creo que esos centelleos
muestran un patrón primero rápido y luego, tres veces, con lapsos largos. Eso no ocurre al
azar. Si es una clave, debe provenir de alguien.

—¿Hay alguien? —les preguntaré, ellos deben saber algo—. ¿Ustedes están moviendo el
interruptor?

Nada. Los forenses han salido, estoy solo. Mejor busco más pistas. En otro cajón un
manuscrito bastante grueso: “La dimensión alterna”.

—Qué es eso.

Una silueta se deslizó por las paredes del estudio. Mis sentidos están alerta, debo sacar el
arma, puede ser el asesino.

—¡Policía! Quién va –exclamo, pero nada se mueve. Quien sea ha desaparecido.

Camino por toda la casa. Cuando regreso a la sala nuevamente aparece la silueta, es de
un hombre que camina despacio y sale de nuevo. Mi garganta se seca. Si, estoy nervioso,
pero ¡maldita sea si se lo dejo saber! Solo yo sé que una pequeña gota de sudor baja por
mi cuello.
—¡Déjese ver, quien va!

La silueta se da media vuelta y me enfrenta, ya no es una oscuridad vulgar, es una sombra


con ojos. Unos ojos que brillan como si su dueño estuviera loco, o poseído.
Involuntariamente paso saliva, mi arma tiembla entre mis manos, a pesar de eso la encaro.

—Quién es, deténgase ahí donde está.

Se desprende de la pared como si se tratara de papel pegante y salta sobre mí. ¿Cómo
pelear contra lo que no tiene cuerpo? Mis manos lo traspasan, mis puños no le dan a nada,
pero aquel espanto o lo que sea me sacude desde dentro.

“Quizás la forense acepte que es posible cortarse las venas con la fuerza que ella lo hizo y
no haya más misterio aquí que la contagiosa locura de una mujer”. Pensó el sujeto que
ahora domina mi cuerpo.

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