Cuenta Platón, el gran filósofo griego, creador del idealismo, que en
las terribles horas previas a la ejecución de su maestro Sócrates,
injustamente condenado a morir ingiriendo té de cicuta, todos sus alumnos lamentaban la suerte que corría el amado preceptor, menos el condenado. Uno de los discípulos, en medio de llantos y lamentaciones se quejó diciendo que lo más injusto y detestable era que a su maestro lo condenaron siendo inocente. El maestro visiblemente molesto le preguntó: ¿tú preferiríais verme morir culpable?
Esta anécdota habla de la reciedumbre moral de un hombre, que no
sólo fue sabio, sino con una integridad a toda prueba. Un maestro que decía no era sólo retórica, pues cuando tuvo que defender sus principios, aún a riesgo de perder la vida como definitivamente la perdió, se mantuvo firme y sereno, sabedor de tener la razón y la verdad. Es notable la forma consciente en que este pedagogo asumió que valía la pena morir defendiendo sus convicciones, delante de sus alumnos.