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2En el primer capítulo, Christin subraya como la decisión según la regla de la mayoría es un elemento clave del razonamiento mediante
el que Bodin alumbrará el fundamental concepto de soberanía: «Ella restablece la unidad de la soberanía más allá de la diversidad de
opiniones» (p. 41). Al fin y al cabo, las elecciones debían contenerse en límites estrechos para evitar que el disenso desembocara en
división o sedición.
3El segundo capítulo examina como la decisión por mayoría fue inseparable de la formación de nuevos grupos surgidos a partir de los
siglos XII y XIII y de unas determinadas condiciones históricas, jurídicas y políticas, entre las que ocupan un lugar destacado la
contracción y estabilización de los colegios electorales (por ej., los colegios de electores imperiales o de cardenales, o los cabildos
catedralicios) y la doctrina de la persona ficta:
4Con estas premisas se examina la evolución de la práctica del voto en cofradías y universidades. Por lo que respecta a las cofradías,
Christin desvela las interpretaciones ideologizadas que ven en ellas el paradigma de las comunidades tradicionales en el sentido de
Tönnies.
5El tercer capítulo reviste un interés especial. Viene a confirmar con abundancia de datos y rigor interpretativo como el Derecho
canónico constituyó la matriz de los procedimientos electorales modernos y como la Iglesia de Roma fue el gran laboratorio de las
querellas y técnicas electorales. La Iglesia medieval fue uno de los primeros lugares en que se recuperó la decisión por mayoría según la
célebre fórmula romana: quod omnes tangit, ab omnibus approbari debet, y fue también la Iglesia la descubridora de la doctrina de la
personalidad jurídica. Realmente podríamos decir que los Estados europeos se crearon siguiendo el modelo de la Santa Sede y que el
romano pontífice fue el primer soberano. En este contexto, Christin lleva a cabo un apasionante estudio de los cónclaves para la
elección de los Pontífices, «un ejemplo único y casi ideal de competencia electoral perfectamente documentada» (p. 164). El autor
advierte que no sirve de nada denunciar esta competencia como juegos preparados manchados de mentiras y de trampas. Por otro
lado, y frente a la interpretación de Colomer y McLean en términos de elección racional, tampoco se puede sostener que el resultado
de los cónclaves sea algo mecánico.
6El exhaustivo repaso llevado a cabo por el autor de las limitaciones y problemas que condicionan las elecciones pontificias y actúan
sobre sus protagonistas —predominio del escrutinio sobre otras formas de elección sin que la inspiración desaparezca del todo,
necesidad de una mayoría de los dos tercios; combinación entre voto por boleta secreta (definitiva a partir de 1621), mayoría
cualificada y organización de los cardenales en facciones; derecho de veto concedido a las grandes monarquías— permite comprender
las estrategias desplegadas por los diferentes actores «sin tener que ceder a las ilusiones opuestas de lamentos por los desvíos
humanos de los cardenales o de celebración de la eficacia de un procedimiento perfectamente racional» (p. 180).
7El último capítulo tiene por objeto desmontar la tesis que ve en los parlamentos de los siglos XVI y XVII, en las dietas imperiales y en los
estados generales un antecedente de los parlamentos representativos modernos. El autor explica como el muy diferente significado y
alcance otorgado a la representación no permite establecer tal genealogía (p. 202).
8En definitiva, por el estudio de los diferentes casos que se examinan a lo largo de la obra y por el rigor y profundidad en el análisis de
los mismos, la obra que reseñamos reviste un indiscutible interés. Es una magnífica exposición de las prácticas electivas durante la Edad
Media y Moderna que huye de los presentismos y anacronismos en que, en ocasiones, incurren obras de este tenor. Olivier Christin no
cede a la tentación de hacer de estas elecciones las matrices de las prácticas democráticas que se impondrán en las revoluciones de
fines del siglo XVIII, ni a la ilusión de presentar una línea continua y progresiva desde el Antiguo Régimen hasta la política moderna. Pero
tampoco incurre en otro peligro igualmente nefasto para el historiador. El peligro de minusvalorar la importancia de esas prácticas,
ignorando su verdadero interés, y desvinculándolas por completo de la evolución de las ideas y las prácticas políticas. Desde esta óptica,
el principal interés del libro para los estudiosos e investigadores, (tanto historiadores, como juristas) reside en explicar el significado y
valor de esas prácticas electivas (en cofradías, ciudades, universidades, etc.) en el contexto de la época en que tuvieron lugar y como el
lugar teórico y práctico en el que se expresaron cuestiones decisivas para el Antiguo Régimen y que, en última instancia, guardan
relación con la cuestión capital de asegurar la legitimidad de las instituciones y del orden del que formaban parte.