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FLAMMARION Pluralidad de Mundos Habitados PDF
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LA PLURALIDAD
DE
MUNDOS HABITADOS
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4CAMILO FLAMMARION
LA PLURALIDAD
DE
MlJNDOS HABITADOS
A. LOPEZ LLA5ERA
DIGITALIZAÇÃO:
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Junho de 2012.
onstancia
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INTRODUCCION
Ba~tn obser\'ar <:on atención <'1 c:;tauo actual d(• los espíritu!:l
para eonoecr que <'1 hombre ha perdido la fl' y la seguridad de
los antif.,rtlos tiempos; que la nuestra es una í-po<>a de luchas .'
que la humanidad inquieta <'spera nna filosofía religiosa en la
eual pn<'da funclal' sus e ·peranzas. Ilubo un tit•mpo en que la hu-
maniUad pensadora C'staba satisfl•cha c:on una!> <·recncias que eol-
maban sus aspiracion~>s; hoy ya no r~ así: los Yirnto<> críticos que
acaban de sopla!' le han secado los labios, la han privado de las
fuentes Ú\'tlS de la fe, en las que de tiempo <'ll tiempo humedecía
c·sos labios sl'Clicnto~ y <'n las cuaks Sl' l'<'gcueraua en los días d<.'
dc:::falh.•(·imiento. Le han 4uitado sucl'siYamente todo lo que eous-
tituía su fnei'za y ::.1.1 sostén. ~ Qu~ le han tlado t•n c:ambio? El
yacío1 ¡ay!. rl \-acío lúgubre, insondable, donde se mueven en ld
sombra <'SOs St'res informes que engendró la c1uda; el vaeío drl
abismo, C'll donde la r azón misma pierde sn ponderada fuerza.
donde se sil'n!c atacada <k vhtigo y ca<', des\·anccida, <'11 brazo~
,]e} esc:eptic·ismo. ·
¡Obra el<• dc~h·nc<:ión! ¿Qué haríais Yosolros, f ilósofo::¡ moder-
nos ha<'c nn siglo! Rousseau, esnibienuo el Emilin, l's<>uchaba lo-;
prilllCl'OH c·ru.)idos de la próxima l'l'\·ohl<'ión ; D '.A lambert borraba
del dic:<·ionario la palabra cTcencia; Didcrot parodiaba la socie-
dad ('00 su amigo el ,'fobrino ele Ramcau; ,-ollaire (perdónese la
c>xpr<>sión) !:,olpeaba t>l hombro tk Jesús dúndole la despedida;
los abate::.-cardenales rimaban floridos madrigales paL·a sus que-
ridas; el rey se ocupaba en galanterías de alcoba. . . Esos eran
los que dirigían el mundo. "Después dl' nosotros, el diluYio"
decían. Y vino, en efecto, ese dihwio de sangre que sumergió el
mundo de nuestros padres; pero nosotros aún no hemos Yisto en
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ll CAMILO FLAMMARION
JO CAMILO FL1\MMARION
]~ CAMILO FLAMMARION
LIBRO PRIMERO
CAPITULO
1
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ESTUDIO HISTORICO
"Todo este unlwrso visible, decía Lucrccio hace dos mil. aiíos.
no es único en la Katuraleza y dchemos cl'ecr que hay en otras
regiones del espacio, otras tierras, otros seres y otros hombres".
Al comenzar con estas juiciosas palabras del antiguo poeta de la.
Naturaleza, consideraciones que sólo del)cn 1ener por base lo~
datos posi1ivos de la ciencia moderna, no es tanto nuestra inten-
ción apoyarnos en el testimonio de la antigüedad para establecer
nuestra doctrina, como resumir en un mismo epígrafe el asenti-
miento ele la mayor parte ele los filósofos sobre este particular.
Sin embargo, antes de demostrar por la enseñanza de la astro-
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i8 CAMILO FLAMMARION
20 CAMILO FLAMMARION
22 CAMILO FLA.MMARION
24 CAMILO FLAMMARION
más que uno con su gloria. :Muchos autores han supuesto que los
versos escritos por Jm·enal cuatro siglos después sobre la am-
bición dPl joven conquistador macedonio hacían alusión a las ideas
de Alejandro sobre la pluralidad de mundos: no hay tal, y este
gran satírico se contenta con decir que Alejandro se ahoga en los
l'strecho~ límites del mundo, cual si estuviese confinado en los
esco11os de Gyara o en la pequeña isla de Se rifa (20 ). Un gran
número de sectarios a~ la escuela epicúrea, entrf' los cuales ten-
dremos que citar pronto a Lucrf'cio, no solamente creyeron en la
pluralidad, sino en la infinidad de mtmdos; ésta, como hemo.o:;
visto, era la opinión del maesüo. Educados sobre las ruinas de
1a escuela. de Pyrrón, ingeniosamente escéptico, los discípulos de
Epicuro produjeron una reacción en las ideas, y, aun queriendo
permanecer positivistas, afirmaron la univcrsaUdad y la eterni-
dad de la Natnraleza. Su doctrina, que más tarde fué seguida por
Cicerón, lloracio y Virgilio, establecía en su física que las fuerzas
naturales inherentes a la esencia misma de la materia obran y
•·roan en cualquier punto del Universo en que los elementos se
hallan reunidos. EHta creencia fué también la de Zenón de Cicia,
el primer filósofo de la sensación (2 1 ), que reconocía la interven-
r·ión d<' un espíritu superior en el gohieruo de la Naturaleza, pero
•·nya opinión tal vez no difería t1e la de S})inosa, ese gran pro-
4·lamudor del Natura natw·an.~.
El más ardiente y el más celoso de todos los discípulos de
Epit'uro fué uno de los más fer•ientcs entusiastas de la plurali-
•lad, o, por mejor decir, de la infinidad de mundos y, obsel'-
vación digna de notarse, no mostrándole su sistema en las estre-
llas visibles más que simples cmauaciones del globo terrestre, le
fué preciso crear más allá de esos mundos, un nuevo universo
invisible a nuestras miradas, para colocar en él otras tierras y
otras estrellas. "Si las innumet·ables ondas cr<'adoras, dice Lu-
n·ccio, se agitan y conmueven bajo mil formas variadas al través
1lel oeéano del espacio infilúto, i no hubieran producido en su lu-
.-ha fecunda, más que el orbe de la Tierra y su bóveda celeste r
¡,Es c·reible que más allá de este mundo, tan vasta aglomeración
Je elementos esté condenada a un ocioso descanso! No, no; si
los principios generadores han dado nacimiento a masas de donde
tilllicroo <>l cielo, las ondas, la. Tierra y sus habitantes, preciso
··s convenir que en el resto del vacío, los elementos de la materia
han producido un sinnúmero de seres animados, de mares, de
(·ielos, de ti<'rras y sembrado el espacio de mundos semejante¡;¡
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26 CAMILO FL~L\L\RION
CAMILO FLAMMARION
CA:\-IILO FLAMMARIO~
LIBRO PRIMERO
CAPITULO
n
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CAMILO FLAMMARION
36 CAMILO FLAMM..\IUON
SS CAMILO FLAMMARION
poco. Pero por insignificante que sea nos paree<' aún demasiado
severo. ''Quería. ofreccr el fruto bajo ]a flor, dice A. Hous-
saye, la filosofía bajo la. imagen de las gracias, la vPrdad bajo
el ondulante velo de la mentira". Su libro no puede llegar a ser
clásico, a juicio de Voltaire, porque la filosofía es pura verdad y
la verdad no debe ocullal'se bajo falsos adornos. :Xo es con la ga-
lantería con la que se debe ir en busca df' mundos; la fantasía.
armada de tm compás, ft1en mejor eompañera de viaje: para
ésta, el horizonte se ensancharía ·a cada paso, mientras que para
la galantería, pot muy despejado que esté, se f'<>tl·ceba clc I"('-
pcnte. Así, se encuentra en los llfund.os de Fonten<'lle: Una gmnde
aglomeración de rnatef'i,as celestes a las que el Sol está, llSid.o. -
La atu·om es wta graci(t que l~~~ Nattlraleza nos da de balde. - De
toda la ce7este comitit·a no le ha, quedado a lct Tien·a más que 14
Ltmct, que tiene t1·azas de serle muy adicta, ete. Todo es mu;\r
lindo, pero sohre todo para colegiales ale~res, o para mujeres
que escuchan mirando los Jibnjos de sn ahanicn (3) ". Como ~-a.
hemos dicbo, <>l ear~o es demasiado scwro, sobre todo si se tiene
f'n cuenta, eomo debe haeerse, la épo<>a y el centro en qne vivió
Fontrnelle, así como el sistema erróneo que ahraz6 juntamente
eon sus amigos los cartesianos; no obstante, debemos añadir que
Fontenelle le ha dado rl mismo, lugar a este reproche. En efecto.
nuestro chistoso autor consideraba tan ligeramente el asunto de
su ropia tesis y pesaba tan poco su influencia sobre los racioci-
nios del espíritu humano que, en su mismo prólogo, se encuenh'an
frases como ésta: ''Parece que nada debiera interesarnos tanto
como sabm· si hay otros mundos habitaclos; pero, después de to-
do, ocúpf'se de ello quien quisiere. Los que tcngan pensamientos
qttc perdc1·, pueden perderlos en esta clase ele asuntos; pero no
todos están en estado de hacer este gasto inútil".
C'omo quiera que sea, y aun reconociendo que rl libro de que
hablnmos no está ya al nivel de la ciencia y ele la filosofia, no
es menos cierto que a Fontenelle es a quien <l<'hemos el haber
popularizado las ideas astronómicas, asi como el haber escrito el
primer libro de astronomía popular, y bajo este tínllo, nuestros
sinceros homenajes acompañarán a su memoria como 1m tributo
demasiado modesto de nuestro reconocirni<'nto.
Diez años después de la aparición del libro de FonteneJle,
el astrónomo IIuygens, casi septuagenario, escribió su Cosmotheo-
ros t n), ohra. póstuma que iué publicada por la ~oli<'itud de su
h('rmano. Es la obra más seria que se ha e.c:crito sobre la cuestión.
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CAMILO FL.\MMARION
42 CAMILO FLAMMARION
CAMILO FLAMMARION
46 CAMILO FLAMMARION
en E>l dl'signio c.¡u<' no<; hemos propuesto r lrs parecerá nna cosa
increíble que podamos medir la distancia de los astros, su mag-
nitud, etc. ~Qué responderles! Que otro sería su parecer, si se
hubics<'n dt•dicado a esas ciencias ;: a contemplar la disposición
f1e las obra.s que existen en la Naturaleza . Sabemos que 1.m nú-
mero <'Onsiderabl<' de personas no han podido aplicarse a ello, ya
por su poca dispoc;ición ~·a porque no han tenido ocasión de ha-
cerlo, ya, en fin, porque cualquiera otm causa las haya retraido.
N'o se lo n •¡n·ochamos <'D modo alg-uno; pero si piensan también
flUC deben rondenar·<>c los cuidados que aplicamos a estas inves-
tigaciones, apelaremos a jueces más instruí dos". Nosotros l'<'Pl'-
timos hoy ('Sas palahrns, dirigiéndonos indirectamente, pot in-
termedio de nuestros lectores, a los que sin razón hacen objec-
ciones a todo estudio que les parece nuevo. Hay algunos que oh-
jetan que éstas son cosas ocultas, cuyo secreto se ha reservado
Dios, ~· no nos lo ha querido dE>jar conocer: esta objeción cae y
dl'sapare('c por su propio peso ante la historia triunfante de las
c·iencias. Otros piensan también que nuestros af11ncs se dirigen
;\ inútiles investigaciones: a éstos les preguntaremos quién conoce
mejor la i mportuncia t·elath·a y <>1 valor real de su país, si el
que puede compararlo a otras naciones que visita y estudia, o
d que permanece adormecido en su pueblo natal y si vale más
'¡,·ir en la ignorancia <tue trataL· de saber qué es la Tirrra ~- qué
.omos nosotros mismos.
Ahora podremos abotdar directame11te una de las cuestiones
a la yez miis curiosas, más interesantes y más importantes de toda
la filosofía.; podremos explorarla bajo todas sus fases, a fin de
no quedar reducidos a probabilidades que nada tienen ele sólido.
'{ino poL· el contrario, adquirir de ella una convicción profunda;
podremos •axpouer las causas que la ponen en evidencia, y apo-
yar nuestras demo::;traciones, solamente cu los natos positivos de
)¡¡ ciencia; podremos, en iin, menospreciar esa antigua y preten-
ciosa Yauidad del espíritu humano, que hacía Yauamente brillar
.;obr(' nuestra fr('nles la diadema de la creación; prefiriendo pro-
t'undizat· nucstt·a nada para hacer resplandecer mejor la majestad
<1d 1.Inive1·so, a colocarnos orgullosamente, nosotros, miserables
pigmeos, erguidos anl" es(' gigante incomparable que se llama el
Pod(l' c1·cad01'.
Vamos, ]mes, en la parte astronómica que Yil a seguir, a
('onsiderat· succsiYamente el conjunto del sistema solar y de los
a~h·os que lo eomponen, las analogías y diferencias que los reúnen
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45 CAMILO FLAMMARION
o distinguen entre sí, las condiciones ele existencia que los cara().
terizau y el grado de habitabilidad de nuestro globo. Considera-
remos en seguida, bajo la relación de la extensión, las órbitaa
planetarias y sus posiciones en el espacio: la excesiva exigüidad
~le la Tierra nos mostrará que s6lo ofrece una muy pálida y muy
pobre floto en el tico jardín de la creación y que el universo fí-
sico no perdería más por su desaparición que Jo que ella misma
perdería por la de5aparici6n de un grano de arena o de una gota
de agua. De este doble punto de vista, la habitabilidad de loe
mundos y l<'l. pequeñez de la Tierra, surgirán conclusiones que
elevarán a C'ertidumbre filosófica la probabilidad de la Pluralidad
de Mundos, considerada hasta el presente como una sencilla po-
Ribilidad. Pasando del estado de vaga posibilidad al de probabili-
dad racional, y después al de certeza, la opinión de la vida
universal !le convertirá en doctrina y transfonnará radicalmente
para nosotros la concepción del Universo.
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50 CAMILO FLAMMARION
LIBRO SEGUNDO
CAPITULO
I
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WS MUNDOS PLANETARIOS
Si CAMILO FLAMMARION
pre ('rnu· de t>llos al globo solar. Este globo solar sería en tal
caso l1ahitable: rsta fné la opinión de los dos IIerschel, de Hum-
boldt y de Amgo y de Jos astrónomos de la primera mitad de
nuestro siglo. Pero determinaciones mu~' reci<'ntcs de la física ge-
neral par<'cen demostrar ho~' día que el globo solar cst[t todo H
t'n un estado de temperatura tan elevada que deb<' st'l' cntel'amente
líquido, y11 (l\l<' no gaseoso; que es su superfi<'ie la que vemos;
que esta superfi<'ic es luminosa, ardiente, m6Yil, ondulante como
la del mar, ag-itada pOI' olas formidable , por torbellinos y explo-
siones, t1c laS CUales llUCStl'as tempestades y llUCSÍI'OS \'O]canes te-
rrestres no pueden darnos más que una pequriía id<'a. El Sol.
según la expr<'sión ck Kepler, parece ser un imán gigantesco que
sostiene, por las solas leyes de una atracción recíproca, a todo~
los demás mundos del grupo que rige; una antorcha y un foco
pPrmancntc de dcch·icidad, que pone en mo,·imiento sobre lo:;
mundos a este agente imponderable qu<' ejecuta un gran papel
entre las fuerzas en acción en nuestro sist<'ma (2 ) .
Su aC'ción sobre la Tierra y sobre los otros planrtas es d<' una
importancia !"ingnlar: le debomos hasta los principio· d<' nuestra
existencia. El yi('uto que sopla en nuestros campos, el río que
de ciendc rlc las llanuras al mar. el buque de hinchadas velas,
el trigo que germina, la lltrda que fecunda, el molino que trans-
forma. la espiga de los campos, el caballo que bota al sentir la
t>spuela, la pluma de escritor que reprodu<'c su pensami<>nto: al
Sol únicament<• rs al qné debemos remontarnos para obtener la
t>xplicación de todos los grand<'s fenómenos de la vida; él es el
agente, directo o indirecto, de todas las transformaciones vitalc.~
que se operan en Jos planetas; :m poder y sn gloria uos circundan
y nos penetran, J' sin ellos cesaría muy pronto de latir el co1·azón
helado de la Tierra.
El inmenso globo del Sol es casi tm mt?lón trescientlls 1nil
t•eccs (1.279.267) mayor que la Tierra. (F'ig. 1 ). llc aquí un
ejemplo bien conocido que dará una idea de esta. colosal magni-
tud: si suponemos a la Tiena colocada en el c<'ntro del Súl,
como un prqucíio hue:>o en medio de una fruta, la Luna ( distant"
de nosotros 96.000 leguas), quedaría también (·ompr~.:ndida dentrú
del encl'po solar, y, para ir desde el centro <ll• la Lunn a la su-
perficie del Rol, habria que recorrer toda da una lín •a ac má· ll\!
80.000 leguas. Este astro importante pesa por sí _ ]o 32-!.000 Ye-
ees más que Ja Tierra, 700 Yeccs más que todo ... los planetas y su-..
satélites reunidos. Su snpel'fici(' está suj ta \ imie:ntos for-
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56 CAMILO FLAMMARION
58 CAMILO FLAM.\!ARION
có~mico que debía formar el planeta: o tal vez son Jos fragmentos
llc un mundo que existía antiguamente en esta parte del sistema,
y que una revolución geológica interior habrá destrozado, espar-
cirndo sus restos en el espacio y dejando escapar sus gal>CS intc-
ríorrs, que habrán formado rastros cometarios.
)fás allá de la zona en que se mueven los planetas telescó-
picos, graYita el globo colosal de Júpiter, en una ó1·bita <listantc
del Sol unos 192 millones de leguas. A pesar ele la velocidad de
I'U rotación diurna, que se <'frctúa en menos de 10 horas y que
no le da, por conMiguiente, más que 5 horas de día real, su año
('S doc•¡> ,·cces más lar~o que rl nuestro, y sus habitantes no cuen-
tan mús <!UC ocl10 años rn el mismo tiempo en que nosotros con-
tamos nu siglo. Este mundo, que rxcede en 1.28-! veces a nuestro
globo núserable (Fig. ) , estÍt rodeado de una cubierta gaseosa
<·n la cual flotan constantemente espesas nubes que nos ocultan la
ronfignración geográfica l..le su superficie; se sabe, sin embargo,
qnc grande<:~ movimientos meteóricos se operan sobre este globo,
ya en 1.'1 Sl'no de su atmósfera, surcada de blancas nubes a cada
lado del ecuador, ya t>n sus regiones marítimas o sobre sus con-
tinente'\; obsérvase cspcrialmente que los vientos alisios har~'n
<'Orrrr brisas templadas en su regiones intertropicales. La cantida{l
de calor y de luz esparcida por el Sol en la superficie de J úpiter
<'S 27 veces menor que sobre la Tierra, en igual extensión; y esta
f'an1idad, que puede ser como más adelante veremo<;, tan grande
para los habitantes de Júpiter como es para nosotros la que recibe
la 'l'ü·rra, está distribuída en una proporción constante e invaria-
ble en cada grado de latitud, desde el ecuador a los polos. Este
mundo no está sujeto como el1mestro a las vicisitudes de las esta-
rioncs ui a las brusras alternativas ele la temperatura: una ete1·na
priman'ra lo enriquece con sus tesoros. Su diámetro ccuatorinl no
mide menos de :33.500 leguas; su volumen, igual a 310 veces la
musa t<'rresll'e, le da una densidad específica que, relativamente
a las ~randcs dimensiones del astl·o, no es mucho más fuerte que
la eh• la <'ncina; tlc modo que en igualdad de ,·olumen sería -1:
,·rces nwnos pesado que la 'l'ierra. Cuatro satélites ( 6 ) le dan una
luz permanente, que, unida a la de sus largos crepúsculos, pro-
porciona a este planeta uoches comparatiYamente muy cortas y
(·onstantem<'nt<' iluminadas.
El sistema de Saturno, a la distancia de 835 millones de le-
~nas del centro común de los orbes planetarios, arrastra, en una
¡·eyoJución de unos 30 años, a su globo majestuoso que sobrepuja
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60 CAMILO FLAMMARION
que nos sepura U<' aquel mundo. nos impidc distinguir nada en
su superficie.
En fin, el t1ltimo plane1a conocido d<'l sistema, cuyo dese:u- ·
hrimiento, que data de nuestros días, ha esparcido tan clara luz
:robrE- la eertitlumhrr rle los datos cientüicos modernos, y princi-
palmentl' sobre el noder de la analogía; el planeta qu<' ha retirado
<h' (·asi cuatrocientos millones de legua-; los confines del dominio
planetario, y que no cierra sino provisionalmente este inmenso
imperio, dcserihc. a la distancia de 1.000 millones de leguas del
centro drl sistema, una órbita cuya magnitud lineal excede d<.>
siete mil millones de leguas. ·En este prodigioso alejamiento
desde el cual el disco solar aparece 1.300 veces más pequeño quP
desde nurstra estación terre.stre, la misma fuerza de gravitación
dirif!e su revolución anual, su rotación diurna y los fenómenos
que se producen en sn superficie. El año de Neptuno es igual a
164 d<> los nuestros, l::ts estaciones duran más de 40 años cada
una : sn den~idad es casi la misma que la de la haya, su volumen
c•xecde en más de cien veces al de la esfera terrestre ( Fig. 11).
Este planeta está aeompañado de una luna que verifica su doble
moYimiento de traslación y rotación, simultáneos para cada sa~
télitc, en 5 días y 21 horas. a la distancia- de 100.000 lCoouas del
planeta.
Antes de terminar esta exposición del sistema planetario, se-
rá conveniNlte observar que, si nuestros medios de investigación
no hnn podido extenderse toda,-ía más que a la distancia de Nep-
tuno, es decir, a mil millon<>s de leguas del foco central, es in-
dudable que el imperio del Sol no se encierra en estos límites;
pnes mnchos cometac; describen órbitas más extensas, órbitas que
para recorrerlas se neecsitan mUlares de años. Muy probablemen-
t<>, en esas regiones al presente inaccesibles, circulan otros mundos
planPtarios de~conocidos, que llevan mucho n,{ts allá de Neptuno
los límitl'c;; del sistema planetario. Acaso sean en mayor número
que los qnc acabamos de hablar. La distancia que separa a nues-
tro Sol de la estrella más cercana cxced~> Pn cerea de ocho mil
veces a la distancia de Neptuno al Sol; bien se Ye que la arena
para las reYoluciones de los astros es espaciosa, y debemos pensar
que esta exttmsión no está vacía de mundos.
Resumiendo la descripción precedente, observaremos que to~
dos los planetas del sistema se enlazan entre sí por muy grandes
analo~ías, y que, si hay que establecer alguna distinción convcn-
<'Íonal para facilitar la discusión de nuestra teoría, habrán de
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62 CAMILO FLA~{~L\RION
(1) Antes de empe7ar este estudio, será conveniente dirigir una mirada
al cuadro de los Elementos del sistema. solar, colocado al fin de la obra. En
dicho cuadro se han reunido todos los datos astronómicos necesarios para el
estudio de los otros mundos, y para su comparación con el nuestro.
(2) Los t.studios hechos en estos últimos años sobre la constiLución físic.1
r química del Sol, se hallarán exput'stos detalladamente en nuestros Estudios
y Lecturas sobre la Ast ronomía.
(3) En septiembre de 1859.
( ( ) Sobre la constitución física de este planeta cercano, se podrán con-
iultar con ínter~ los trabajos de sir John Henchel. Beer y Maedler, De la
Rue, Secchi y Philipps ( d'Oxford ) . el lib. VI, cap. IV y V de nuestra obr:l
Las Tierras del Cielo.
(;;) Este es el número de los pequeños planetas descubiertos hasta 1862,
época de la publicación de la primera edición de esta obra: Cada a.ño se
aumenta con nuevos descubrimientos. En la nota B del Apéndice damos la
lista de los pequeños planetas conocidos a la fecha de esta última edición.
LIBRO SEGUNDO
CAPITULO
n
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68 CAMILO FLAMMARION
la imaginación üpenas puede formarse una idea <le las edades que
hnn transcurrido desde las primeras épocas de la Naturaleza. La
relación que existe entre la duración del día y el ealor del globo.
nos ha enseñado que, disminuyendo el volumen de la Tierra a
n\cdída que se enfría la masa, todo decrecimiento de temperatura
~orresponde a un acrecentamiento de la velocidad de rotación; y
resultando de las observaciones astronómicas, que, desde Hippar-
eo, esto rs, desde hace dos mil años, la duración del día no ha dis-
lilinuído en un centésimo de segundo, puede afirmarse que la tem-
peratura media del globo no ha variado en l/170 de grado en
<los mil ·años. Además, parece demostrado que la Tierra no se
l"n!da en una cantidad apreciable en el espacio de 1.280.000 años.
Por esto puede juzgarse desde cuánto tiempo está la Tierra so-
metida al régimen actual, régimen durante el cual, como llevamos
dieho, la influencia del calor central es casi insignificante en la
su perficic.
Las conclusion<'-S obtenidas por experiencias hechas en nues-
tl"U planeta, pueden aplicarse a los demás mundos de nuestro sis-
t.l'ma; inclinándonos todos a creer que estos mundos tienen igual
origen que el nuestro. La causa preponderante del calor en la
uperficie de los planetas corresponde a sus distancias respectivas
del astro del día.
Pero, sin dejar de dar a est.e aserto la importancia que aquí
lt• pertcneee, pr<>ciso es no perder de vista que nuestras determi-
nacion~ se aplirau implícitamente al globo terrestre, que, sin
pensarlo, sustitnímos a cada uno de los planetas estudiados. Po-
sible es que en ciertas tierras del espacio, el fuego central ejerza
todavía una acción poderosa sob1:e los fenómeno!:! orgánicos que
sr operan en la superficie, así como en ciertos planetas la crea-
ción puede estar al principio de su obra, y no haher aparecido
d hombre todavía. Para resolver este problema del calor en la
·mperficie do los mundos, necesitaríamos datos de que probable-
tnPnte careceremos todavía largo tiempo. Necesitaríamos, por ejem-
plo, conocer la diafanidad, la. densidad, la composición química
y las propiedades físicas de las atmósf('ras circundantes; porque
es sabido que producen el efecto do inmensas estufas, que más o
menos dejan penetrar los rayos solares para calentar a sus pla-
netas, y que d<>spués se oponen con más o menos eficacia a que
l'~tc calor se cseapo por la irradiación. Esa propiedad, convenien-
U'mente proporcionada a l!lS distancias, bal'ltaría para dar una
misma tempci·atura media a mundos diversamente distantes del
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iO CAMILO FLAMMARION
,_
~?
CAMILO FL.\MMARION
tilrs rontinC'nt<'s ..,. hosr¡tw::; ~omhríos Ycstir las montañas; a111, los
an imnles pueden h!lbc1' encontrarlo un asilo v condiciones <'le exis-
tl'uri~; allí, una humanidad pu<'d<> Yivi1· ~; flor<>rcr sin que nos
SC'a posihlP teurr iamú~ el menor inclirio Üt' rila. Pero aún driando
apart(' rc:ta hipótesi~. que f'S. lo ronfesamos, romplctanwntr con-
jetural. la inhahita~'iÓn nc·lual de nue<>tl'o satélite no proharía que
no ha~·a estado habitado en otro tiempo. La TJlllHI ha sufrido re-
voluc·ionrs ele las cuales sus innumerables volt•anrs extinP"nidos
(Fi'I. 1!3 ) ronS('I'van aún en la act\1alidad <'locucnlcs vestigios.
¡,Cuál no R1'ría cnt.onrrs la vitalidad dr C'St<' astro vecino 1 Y por
ot'l'a partr, :. es imposible la vi.da en las couoicioní'S actuales 7 Las
cli frrcncias esenciales que existen entre ese mundo y el nuestro
deben disuadirnos dP la pretensión <lr poder ju:r.gar su estado de
habitación: en la actualidad la cuestión no puede ser resuelta,
~· rl pro ~· el contra puüden ser igualmentr defendidos.
Al pt·oclamar la habitabilidad de la Luna y dP los satélitf's.
rstarnos muy lejos ele desconocer los bPneficios que estos astros
secundarios proporcionan a sus rcspectiYos planetas. Al contrario,
cll"cimo'J que la Luna rs ln utilísima compañc>ra dí' la Tierra: útil
relativamente a la mecánica celestC', para los movimientos del glo-
bo: útil ron relación a la vida astral del planC'ta, para u meteo-
J'oiogía todavía tan misteriosa : útil ron relación a su lu1hitación
Yiviente. por la iluminación de sus noehes y por influencias que
aún no se han podido apreciar sobre la economía de los seres
''cgctalc~ y animales. Decimos además que los beueficios que re-
cibimos de nuestro satélite no han sido reconocidos en su multi-
plicidad, ni apreciados en toda su extensión. Pero añadimos se-
~nidamentc que no parece se detienen ahí las miras de la Om-
nipotencia, y que sería lilla preten ·ión muy cercana al ridículo
afirmar que somos el único fin de ld. creación de la Luna, y que
este astro, sobre el cual se han distrihuído ciertas condiciones bio-
lóJ:{icas particulares, no hubiese tenido desde su formación otras
perspectivas delante de sí que una esterilidad permanl'ntc y una
muerte elrrna.
La cuestión de las causll.s finales, promovida por la habita-
l,ilidad de los sat6litcs, trae al terreno de la cuestión, la habita-
bilidad del Sol, de los cometas, de los astros que no parecen haber
bido creados para sí mismos, y sí con la mira de otros mundos.
El Sol, ese venero in11.gotable de luz y de vida que mantiene en
nuestros mundos tantas razas de seres organizados, ese eje central
cuya dominación asegura la estabilidad, la regularidad y la ar-
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?1 CAMILO FLAMMARION
76 CAMILO FLAMMARION
tro~ paisajes qur ~e despiertan, las ro,ada!> nubes y las glorias del
<·t'eOÍisculo sobrt" nue lrRs montañas, las creaciones fantátieas dP
mil <·olores que S(' sueedcn en torno nuestro, todas estas maravi-
lla:-; serían rkseonocidas a este mundo pri\·aclo de atmósfera; té-
tl"ico imperio qur rPcuerda las regiones silenciosas y solitarias del
Purgator·io en qm• Dante encontró los Espíritus de los Limbos.
Pero Yamo-; más aüelante. La atmósfera cuhre nuestro gloho
eomo una cstu fa que conserva el calor solar y el calor tel'restr<'.
~in atmósfera, <'1 calor como la luz del Kol serían r<'rha~ados a
loe:; l'Spacios crlcstes, y nUP~tro globo quedaría reducirlo todo ¡;]
a lo que son las elevadas alturas di' los Andes, ncl IIimalaya y
clr las eumhres alpestres, eu donde la atmósfera f.'nrarecida sólo
reina sohr<' un desierto de hielos Y de eterna muerte. Avancemos
todavía má!; eu la exposición de l~s pl'nosos resultados que acom-
pañan ineYitablt>mente a la falta <le atmúsfera, y en el estudio
de los beneficios el<' qne somos aquí deudores a la envoltura que
cubre la superfi<:ic d<'l globo. Es sahido que el agua constituye
el elemento principal de todos los líquidos en acción en la eco-
nomía tcrrestrr, y-a en los 'asos del animal, ya en el tejido df'
las plantas ; quP este elemento es, N\Si en el mismo grado que el
aire, indispen!lablt> a lao.J funciones de la Yida terrestre, y quE>
s in r l no podrían efectuarse las transformaciones orgánicus, ni
en el uno ni en el otro reino. Pues bien. la existencia de una
atmósfera misma, es una condición necesaria de la existencia del
ag-ua o de cualquier otro líquido en la superficie de un astro;
su ausencia implica por esto mismo la ausencia de aquellos H-
qnidos, nl'cesitanelo toda reunión acuosa paTa :formarse y mante-
nerse una prc<;ión atmosférica cualquiera. Todos los mundos que
es tu\ iesen drs¡n·ovistos de atmósfera, estarían al mismo tiempo
(lcsprovis1os de toda especie de líquidos, y claro es que si la.
Yidtl hubiese aparecido en su superficie, no podr1a ser sino bajo
nna forma y en nn estado radicalmente incompatibles y sin el
menor punto de analogía con las manifestaciones de la vida sobre
la 'rierra.
Tales son las propiedades de la atmósfera terrestre. Pero en
,,sto como en lo precedente, nuestro munrlo no ha recibido el más
le, e favor; y no siendo tal Tez nuestra Luna, todo;; los mundos
en que han podido hacerse apreciaciones acerca de esta elase de
determinaciones se han hallado pro\·istos de atmósíera. En V c-
nus, los fenómenos crepusculares, las manchas nebulosas, revelan
su existencia; en ~Iarte, las nieblas se elevan ]Wr encima de los
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i8 CAMILO FLAMMARION
80 CAMILO FL,\:!\1}\~,\RIO~
82 CAMILO FLAMMARION
not~ aún considerar las densidades y las mas:ts de los cueros pla-
netarios, y estas últimas consideraciones se unirán a las anteriores
para confirmarnos en nuestra opinión de que la Tierra no ha re-
cibido privilegio alguno particular de la Naturaleza. Para que
se pueda formar una idea aproximativa bastante exacta de esas
densidades, las presentaremos comparándolas con las de subs-
tancias conocirlas. Así es que la densidad del Sol es un poco
superior a la de hulla, y qne la de Mercurio es un poco menor
que la del estaño. La densidad de Venus y d<' la Tierra es igual
~la del óxido rle hierro magnético; Marte iguala al rubí oriental;
.rúpiter es un poco más pesado que 1a madera de encina; Saturno
tiene el peso del abeto: flotaría en la superficie del agua como
una ligera bola de madera; Urano tiene el peso del lignito, y
Neptuno el de la haya. Si notamos ahora que tomando la den-
sidad de la Tierra como una unidad, la más endeble (la de Sa-
turno) será siete veces menor, y la más fuerte (la de Mercurio)
una tercera parte más considerable, reconoceremos que la densi-
dad del ¡1;loho terrestre no es ni la más baja, ni la media, ni la
más elevada.
El estudio de la interesante cuestión de los efectos de la
~ravedad en la superficie de los diferentes globos de nuestro sis-
tema nos muestra que sobre el Sol son 29 veces más intensos,
y sobre Marte una mitad más débiles que sobre la Tierra. Por
consiguiente, un cuerpo que r ecorre 4,90 metros en el primer se-
;undo de caída en la superficie terrestre, recorre 143,91 metros
en el Sol, y solamente 2,16 metros en la superficie de Marte. Es-
tos son los dos términos extremos de la intensidad de la pesadez
en la superficie de los planetas. En cuanto al peso comparado de
los cuerpos, sobre Mercurio este peso es un poco más elevado que
sobre la Tierra; sobr e Venus es un poco menor; sobre Júpiter
es casi tres veces mayor que aquí; sobre Saturno, Urano y Nep-
tuno, difiere poco de lo que es sobre la Tierra.
Admírase con frecuencia que los astrónomos puedan calcular
el peso de los cuerpos en la superficie de los otros mundos. Para
dar una idea del modo como se hace este cálculo, diremos que
este peso depende de la masa del globo y de sn ma.,onitud. La
atracción que ejerce un astro sobre los C\lerpos colocados en su
superficie (esta atracción es la que constituye el peso mismo de
los cuerpos) es tanto mayor cuanto el astro posee una masa ma-
yor, y en otros términos, cuanto más pesado es; pero esta atrac-
ción es tanto más débil cuanto más grueso es el astro; disminuye
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84 CAMILO FLAMMARION
s-aria cierta surntl de fuel"at corporal. Esta fuerza está, en los ani-
males, en armonía con su magnitud, su peso, su modo de acción
y la cantidad de movimiento que han de emplear en las funciones
ordinarias de lu vida; está además en relación con sus necesidades
posibles, y les guarda en cierto modo un suplemento de reserva
para cuando necesitan desplegar una mayor suma de actividad,
en la carrera, en el trabajo y en diversas operaciones. Esta misma
~uerza es igualmente necesaria a los vegetales, a fin de que pue-
rlan soportar su propio peso y resistir los choques exteriores a
que están expuestos por toda.'3 partes. Pues bien, esta fuerza cor-
poral, correlativa con la pesadez, depende en primer lugar do la
&tracción del globo. La l'elación que existe entre la fuerza y el
IJCSO de los animales y de los vegetales es, por consiguiente, el
rc:,¡u]t~do de una combinación inteligente entre la fuerza de los
~res organizados y la densidad del globo en que viven; la per-
. urbación má-, ligeru eu esta combinación, trastornaría el orden
N>inante e introduciría el desorden en donde reina la armonía. La
}ntcnsidad de la pesadez, que existe en diversos grados en los
planetas, indica, pues, una gran diversidad en los orgarúsmos de
los seres que los habitan, y pues que estos organismos se hallan
a&í Pn armonítl con esta intensidad debida a un estado de la ma-
teria, antcriot· a la organización, debemos de aquí deducir que la
Naturaleza no se ha visto demasiado embarazada para establecer
Nl los demás globos, seres cuya constitución esté igualmente en
armonía con esta misma intensidad en los mundos que habitan.
Allí donde la pesadez difiere en alto grado de la pesadez terres-
tre, los seres difieren en el mismo grado en su estado de energía,
influy.-ndo de uu modo notable los efectos de esta fuerza pode-
!'OSa sobre las leyes de la organización. Para citar por último un
ejemplo do ello, diremos que en nuestros continentes no podrían
t·xist.ir animales mucho mayores que el elefante, porque no acele-
rándose la acción de las fuerzas musculares en raz6n del aumento
de peso, los movimientos de masas tan enormes no se efectuarían
.:·a con la misma facilidad; mientras que en el SHlO de los mares,
r! p!'SO específico de los animales les permite nadar con agilidad
f'n el centro para el cual han nacido. Podremos extender este
pl'incipio a nuestra tesis, si consideramos la diversidad de centros
f•n que viven los seres en otros mundos: lo que la observación
demuestra en particular para la Tierra, la analogía lo hace ex-
tc·nsiYo a la generalidad de los mundos planetarios. Júzguese
df' lu \·arieduLl posible de seres por la soltl diferencia de grave-
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86 CAMILO FLAMMARION
88 CAMILO FLAMMARION
so CAMILO FLAM~fARIO~
UBRO TERCERO
CAPiruLO
1
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FISIOLOGIA DE WS SERFS
La vida en todo.
AlliSTÓTELES
94 C:AMILO FLAMMARION
a la fecundidad. de la Katuuleza.
Si desde los vertebrados mamíferos hasta los moluscos y ra-
d.iarios, se pasa revista a las diferentes especies de animales que
pu{'blan la Tierrll, se principiará a comprender cuán apropiados
son los seres, en su constitución íntima, a las regiones y a los
medios en que deben vivir. Si se pasa igualmente revista a las
eicn mil cspecirs de plantas que embellecen la superficie terres-
tre, se sabrá todavía mejor qué prodigiosa potencia de fecundidad
ha sido concrbida a cada átomo de materia. Quizá se nos haga
obsrnar que el mismo modo de creación ha presidido al estable-
cimiento de todos los seres de la Tierra; quizá S<' nos objetará
que C8ie número incalculable de seres diversos, no impide que
su organización general descanse en un mismo principio: el de
4:'.Star adaptado al centro vital que mantiene todas las produccio-
nes dr la Tierra. Lo reconocemos, pero afiadimos que cualquiera
otro centro vital licuaría las mismas funciones que el nuestro,
aun cuando estuviese compuesto de elementos heterogéneos sin
ni11guua rclaci6n con los elementos que constituyen nuestro aire
atmosférico; decimos que en cada munno todo ser está necesaria-
mente organizado conforme a su centro vital, cualquiera que sea
la naturaleza del mismo. Y no aventuramos aquí m1a proposición
gratuita; no hacemos más que sacar una conclusión lógica, que
resulte incontcstablcmente del estudio de la Naturaleza. La his-
toria misma de nuestro planeta habla elocuentemente en nuestro
.favor.
Pat·a tomar <le ella un ejemplo r elacionado con nuestro asun-
to, recordemos que durante las épocas primitivas del globo, en las
que el calor interior y la inestabilidad de la superficie terrestre
se oponían a la existencia de los vegetales y do los animales ac-
tuales, otra vida, proporcionada a esas primeras edades, se pro-
pagó bajo la acción de fuerzas prodigiosas. La atmósfera densa
y tumultuosa estaba sobrecargada de ácido carbónico que se des-
prendía del suelo primitivo y se elevaha incesantemente por enci-
ma de los YOlcanes inflamados; este ácido impedía a Jt1 anima-
lidad desarrollarse sobre la Tierra: fueron creadas las plantas,
que se alimentaron con los elementos existentes, y se encargaron
de absorberlos en provecho de la economía del globo. La tierra
firme no existía; las aguas se extendían en su absoluto dominio;
el oxígeno no se había desprendido todavía; fueron creados los
animales, que por su organización del todo acuática, se alimenta-
ron a pes11r de la escasez del oxígeno, y consumieron sus días en
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96 CAMILO FLAMMARION
romo aquéllos <.le una gran fuerza Yital, ~- más tarJe de lm; crus-
táceos, c-uyo cuerpo protegido por una cubierta extt'rior, o~>tcntaba
c>sa nue.-a prenda de la preYisión de la "Naturaleza que obra siem-
pre '>egún los lugares y según los tiempos. También datan dr
<'JÜOD<'C'>, en tma época más cer<:ana a nosotros, los animales cu-
biertos de escamas ~ de una envoltura coriácea l'l''li 'ten te; esos
saurios gigantescos, solos dueños entonces de la ereaci6n viviente;
<'sos pterocláetilos de alas membranosas, los más monstl•uosos entre>
los monstruos antediluvianos; esos mcgalosauros arorazados, cu-
yas formidables ¡nandíbulas podían sin trabajo rlar paso a un
animal d<'l tamaño de un l>m·y; esos iguanodos dr eien pies de
largo, <!U<:' piil'<'C<:' han sr1·vi<lo d<• tipo a los vampiros l<>gendarios,
y todos esos ext tañC\s colosos del reino animal, que dominaron dn-
rantr millares de años en las 1·egione¡; en qn<> <'l hombre había
1lt' apnrr<•t•r al~ún d\a. Recordemos ql.lC' clcsde la t•mul df>l mumlo
ten(•<;tre hasla la aparieióu clel último ser rreado, multitud de
t'sp<'ci<'s, tauto animale?s eomo .-cgetalcs, se? snccdiPron en la super-
firie dt'l globo, a medida que se tnmsfotmó el estado del suelo
.v dd eentro atmosférico, naciendo, desarrollándose y clesapare-
f•ienrlo en períoclos sceulare~. para llar lu~ar a otras especies qtw
reno\'aron sucE>sivameute la nú>ma escena. Rt>rordemos también
los ~randcs movimientos anímicos que tantas vece'> eambiaron la
faz 1lrl gloho clesclc sn antiguo 01·igen. Eutonces sabremos que el
podPr <:r<'arlor <'S infinito, y que no podemos racionalmente opo-
ncl' nin~ím obstáeulo a la manifestación de la vida, íntt•rin este
oh·;híc·ulo no <'81 (• <'11 t•ontradiceión forma 1 ron las l<'y<'s c¡tH' rig-en
1'l mnndo.
Aquí Sl' nos pudiera objetar qul', cl<:':cll• el momento en qtw
ponemos en .inl'g-o Ja potencia in finita de la ~aturalcza, nos se-
paramos tl<' la argumentación ci<>ntífi<:'a y no ptobamos ya nada.
::)e no'> podría decir, ron {'l doctor Whewt'll (1), que si e1•eemos
<'11 la habitaci6u de los planetas <'ll J'azón a (lU<> el pod<•r c·reador
ptt{'d<' haber quitado lodo obstáculo que la impida, podemos ereN·
i!.!ttalment<• qlw los cometa!>, los asteroides, las piE>dras meteórica ,
las u ubes, <•tC'., rstán habitados; pues, si lo ha querido, el Creador
ha poclitlo polJlar to<los <'stos objrtos. Este ta7.onami<:'nto !icría <:'!
indicio el<' una intcrpr<'tación <'no josa de nuestros argmnentos; di-
gamo¡; más. se1·ía una muestra de mala fe. Tollo hombre de buena.
f<· t·eeonoC'crá sin trabajo, así lo esperamos, que 1ratamos de coul-
p:rentler la ).:at male1.a en la sml<:illez tle !:in obra, y de reproducir
tiehll<'lltP sw; lt•<"cimH'S. C'uando tent•mos a la Yista muchos mnn-
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CAMILO FLAMMARION
·forme-; .'· <·sos hijos d1· la Loca de la casa, que c;e han llamado
EsfingPs, Grifos, Kabiros, Dáctilos, Lanúas, Elfo:¡, ~irrna , C:uo-
mo~, Ilipo<'entam·os, Arimaspes, Sátiros. Arpías, Vampiros, etc-.
Todos rstos -:crcs QlH' c;imbolizan bajo diícTente. formas al gra11
Pan irn-isible, purdrn t·neontrarse entre las infinitas produccio-
nes dC' la :\"aturaleza. li:l principio capital, la gran ley que do-
mina t()(la manifc ·tación Yiviente, es que los seres están confOJ·-
ma<los t•ada cual según sn residencia, y q·ue a su alrededor todo
se t•m•nrntra t•n armonía con su organización, sus necesidades ,\·
:-;u g~ne¡·u de Yida. Si nos formamos una exacta id<'a del poder
dertivo de la \'"atlll'alrt.a, admitil·emos rorzosamrnte que los habi-
tant<'s 1lr los planeta<~ más lejanos del Sol no rceibrn menos hu
ni menos calo1', relativamente a su organización recíproca, qu<'
los de )J<•rcmio o de la 'I'iPrta. y que no podemos legí11mamPnl•'
upoyarno:-; l'n PI nlE'jamic•nto o eu la proximidad de los planetas
para clPducir dt• nhí su inhabitabilidad. DE'cimos también que lo:<
elC'mcntos inhrrt•tltt•s a la constitueión de tal o cual planeta no
pueden ser más contrario a su habitabilidad que lo son para
nosotros mismos aquéllos de que la Tierra está rcwstida. Así,
cmando se 11os opone qnc el agua estaría en estado (1l' ,·apor e11
c•iertos mu mlos .'· en t.lstado de hielo o de ni<' ve en otros; q tw
los minl'rales C'll unos e ·tarian en un estado de fnsión ~- en otro
en uu estado de dureza tal, que la agricultura :v las artes serían
imposibles, o mil otras obj eeione3 de i~rual género; tales razonP-;
uo pncd!'n t'CÍI'rirsl' mác; que a los elementos terr<•stres traJJspor-
lacios a t':sO'i astro·, lo que les quita hasta la sombra di' valor
l'Ícntí fi<·o. E u P rano o en Neptuno, los liquidos no pueden tener
la misma composición quí~niea que en la Tierra, puesto que> t 1
agua te>rl'estrr estaría en ellos en estac.lo de perpetua eongdaeión:
lo mismo sucedería con los sólidos y con los gases. Cada mundo
posee elementos de habitabilidacl propios. E s indudable que la
Naturaleza sabe ap10piar perfectamente la organización físirt~
de los seres orgánicos o inorgánicos, a los metlios entre los cnale ·
han d<' pasar sus días, así como a los principios \'itales propio~
<le los <·<'ntros en que deben pasar su existencia.
l'~sta enseííauza u<.> la :\aturalcza es nuií.ninH' <'11 Í>ste <'omo
Pn los demás puntos ,1e nuestra tesis. U na relat·ión t'!'>tr<'cha e iu-
disolnble reina entre la Tierra. .Y los seres que la habitan, entre
Jos Íl'nómenos físicos qn<' se efectúan en su superficie y la::; íun-
<'Íones de estos ·eres, desde los animales que emigran bajo la in-
uiea<>iún dr Stl instinto l)Cl'S0118l para hallarse Siempre en la'
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f:Oudiciotws seg(m las cuales han sido constituidos, l1asta los que
no pudiéndose trasladar, cambian de pelaje y se visten según las
f'.slaciones. La'> funciones de la existencia corresponden al estado
ele la Tierra; una ~ran solidaridad une los seres a C!.ia constitución
terrestre, a todo lo que depende de ella, y aun a esos períodos
insensibles de tiempo que parecen los más extraños a nuestra or·
<.ranización. Pnra citar un ejemplo entre mil, y de los menos apre-
<'iados. inclie.aremos el Reloj de la. Flora de Linneo; formado por
'1Ila seriP dr plantas que abren o cierran sus flores en ciertas
horas del día, tales como la Emerócala, que se abr<' a las cinco
de la mañann, la Caléndula del can~po, a las nueve, la Maravilla
oc nochP, a las cinco de la tarde, la Silena, a las once, etcétera,
fenómenos en conPlación íntima y directa con las alternativas
diurnas del movimiento en la 'l'ierra, pues se producen en cual-
quier lug-ar <'Scondido adonde se transporten esas flores, lejos de
las influencias de la luz y del calor. Estos son algunos de los
innumerables efectos de la concordia mutua que existe entre la
Tierra y su población, c·oncordancia que manifiesta q\1e l1an sido
i'ormalmcnt<' destinadas la una para la otra. La Naturaleza couoce
Pl secreto de todas las cosas, pone en acción las fuerzas más ín-
timas así como las más poderosas, hace a todas sus creaciones
~lidaria~. y constituye seres según los mundos y segím las eda-
des. sin que ni los nnos ni las otras puedan oponer obstáculo a
la manifestación de su poder. De ahí se sigue que la habitabilidad
de los planetas a que hemos pasado revista, es el complemento
necesario de sn existencia, y que, de todas las condiciones que
hemos enumerado, ninguna podría oponer obstáculo a la manifes-
tación de la vida en cada uno de esos mundos.
Nosotros vamos muy lejos todavía y extendemos nuestros
principios a. la. generalidad de los astros que iluminan los soles
acl e pacio. Los mara\'illosos trabajos del análisis espectral nos
han dado ya a conocer en los espectros luminosos de los planetas,
los mismos colores y las mismas rayas negras rle ahsorcion que
en el e peclro solar ~- esto nos induce a ver en los planetas subs-
tancias que se hallan igualmente en la constitución del Sol. Ya
sabemos que en el Sol existen el hierro, el sodio, el magnesio, el
cromo, el níquel, el cobre; mienh·as que este globo ·no contienP-
oro, plata, estaño, plomo, cadmio ni mercurio. En la actualidad
se pu('dc hacer la química del cielo, como se hace la química
de los cuerpos terrestres. y analizar la constitución de los astros
que pueblan el espacio. Las recientes investigaciones cuyo objeto
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• uitas, qtll.' es t-1 acaso ( ¡ t-'1 acR'-'O !) el qn!' los ha formado tal cual
'.on, y qu<'. pot· consi~;·ui1>nt!', presid<' a las 1ransformacioues de
la matf'ria ~- al establecimiento de los mundo'\' Los qu<' asi ra-
ciocinan, cualquiera que sea la <'Scuela particular a que pcrtcnez-
<'811, lle~·an f'l nombre gen(orico de mat!'rialistas ¡ pHO estos fil6-
'10fos del posil ivismo cstán lejos de ser contrarios a nuestra tesis: .
.'·a lo hcmos ,¡ ·to por Lucrecio, el disrípulo d<' Epicnro; 7" se
nueden resumir como sigue las opiniones de todos. Si <'S la c·om-
hinacióu ciega dr los principios de la vida la que ha fo1·mado la
uohlacifm U<' la Tiena, es indudable que estando esparcidos esos
nt ismos princ·ipio'l en todo l'l t.>spacio, desde las edades más re-
motas (pnes no hay creación), y desde los orígenes de las cosas
actual<'s, con los mismo. t·ayos de luz y de calor, con los mismos
c·lcnwntos primith·os de la materia, con los mismos cuerpos. só-
lido::., llqnidos o guc:¡eosos, con las mismas pot<.'ncias, con las mis-
mas causa~. en fin, que han intervenido en la formación de nues-
tro nnmclo; t•s indudable que esto'> mismos principios, no permn-
nN•icndo nunca inactivos, han engendrado, por medio de mil y
mil combinacionf>S, otros seres de todas formas, de todas dimen-
"ioncs, de todas proporciones, tan Yllriados como <'sas mismas com-
hinaciones ( 6 ).
Dien se Ye qtw el sistema de los materialistas es favorahlc>
H nuestra doc>trina; pero creemos que c>s únicamente por ser a
•'sta inherente la idea misma de las <·volnciones de la matf'ria: ~·
1:1 pesar del apoyo que puedan prestarnos esos filósofos, nuestro
rleher C'S no aliarnos a ellos, y no dejar ni un solo instante nues-
tra doctrina rntrc sus manos, porqu<' la autoridad de los que
no reconocen una inteligenria dil·ectriz en la organización del Uni-
''<'1'~0 nos parece incapaz de arrastrar a nadie en pos de sí.
No qul'remos entrar en una interminable discusión ttC<'rca de
lns JH'Uf'bas dC' la cxistcncia de Dios : no es éste el lugar de ha-
(•crlo; pero qtwremos expresar en breves palabras nuestro modo
de pensar.
Nosotros, a pesar ur
NUestro YPllCI'ado maestro Laplaee, quer
li<· palabra, calificaba a Dios de hipótesis inMil (1), a pesar de
lo~ sahios dis<·ípulos d<> las t•scuelas de Hegel, de Augusto Comte,
Littré y sus émulos, a pesar de la autoridad de nucstt·o~ contem-
noráneos, que fuera ocioso citar pero que nos son queridos por
más de un título. no titubeamos en proclamar en pri11cipio la exis-
lPncia de Dios, independientemente de todo dogma; y hasta di-
rcmos que indepcndicntemente de toda idea religiosa; las Fl'llC-
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lJas de esta existencia son para nosotros tan znwwro~as como lo<..
seres animados que pueblan la Tierra.
A pesar de nuestra incapacidad de conocerle -:-' de nurstra
debilidad ante El, nosotros creemos en el Ser supremo. ~ To le com-
prend<'mos, como el insecto no comprende al Sol; no sabemos ni
quién es El, ni cómo El es, ni de qué modo El obra, ni qué es
Su presencia y Su ubicuidad; no sabemos nada, absolutamente
nada de El ; digamos mejor: nada podemos saber; porque nosotros
somos la sombra y El es la luz, porque nosotros somos lo finito
y El es lo infinito. Su esplendor deslumbra nuestra drmasiado
débil retina; Su motlo de ser es inconoriMe para nuf'stro pobrt>
entendimiento; lns condiciones de Su realidad son i11accesibles a
nuestra comprensión limitada, hasta el punto que nos parece que
ninguna riencia puede elevamos hasta Sn conocimiento. Es cirrto,
según el crlebre .dicho de Bacon, que poca ciencia al<'ja de Dio<>
y mucha ciencia conduce a El; pero no es cierto qu<' una ciencia
u otra puedan hacernos conocer jamás Ja naturaleza del Ser in-
crc•aoo. En una palabra, El es lo Absoltdo y nosotros no somos,
no conocrmos ui podemos conocer miis que relatiL·os. ~os está
formalmente Yedt~do erearnos una imagen de Dios; es lma impo-
sibilidad inherente a nuestra propia naturalr:r.a. 1o. nada sa-
lx-mos de El; pero Le contemplamos en lo alto desde <'l fondo dl'
nuestro abismo y el solo pensamiento de Su ct<'rna cxif;tcncia nos
aterra y nos aniquila: pero Le Y('mos clara ~· distin1am<'nte hajn
todas las formas de los seres, escuchamos Su voz en todas las
armonías de la Naturaleza, y lllLCstra lógica exige 1t11a causa pn:.
-mem v una 1íltima causa 01 las obras creadas.
Vosotros no admitís causa primera, porque la nada anteri01·
a la creación os parece incomprensible, y de ahl deducís la eter-
nidad del mundo; no reconocéis última causa, porque la causa.
Jidad final permanece misteriosa y obscura, y conduce al hombre
a errores manifiestos. Pero, ~qué es lo que llamáis y qué es lo
que llamamos todos causa.s finales? ~Creéis de buenn Ít> que la<>
'crdadcras causas finales y el verdadero d<'stino de los l:lH'Cl-l, sean
Jo que nosotros concebimos en nuestro pequeño cerebro 1 ¿Creéis
de buena fe rg1e el plan general del inm<'nso Universo pueda ser
conocido por nosotros, pobres átomos Y ¿Persistís aún en C'Onfundir
el ordrn universal de los seres con vuestros sist<>mas de clasiíi-
ración f ¿No consideráis que el hombre y toda su historia, toda
su ciencia, todo su destino aquí, no es más que el jurgo efímero
de una libélula cerniéndose un instante sobre el océano sin lí-
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mitcs del espacio y oel tiempo, y que para juzg-ar las cosas en
su 01·den verdadero nos sería preciso conocer rl conjunto del
mundo~
i\o, la verdadera <'ll.Usalidad final no es la que el homhre ima-
gina; y si concepimos una conformidnd con su fin en toda crea-
c:ión, si queremos un destino de los seres rn la Naturaleza, es
porqtH' reconocemos lru; señales de un plan divino en la obra del
mundo. ! 'o<>otros estudiamos <'ll 1·cdedor nuestro formas de exis-
tencia qnc se encadenan y se suceden mutuamente; vemos COOl'·
dinacionrs que se corresponden unas a otras, reconocemos unn
solidaridad entre todos los seres desde el mineral hasta el hom-
bre, lo mismo que entre las diversas partes constitutivas de cada
individuo, hasta el punto de que, sin el principio de las causas
finales, las ciencias :fisiológicas no podrían dar un paso, ni de-
terminal· la función de un solo órgano. Si se quiere que ,este
estado de co<~as sea ohra de la materia, nosotros lo concederemos,
nfiadiendo al mismo tiempo que cualquiera otra creación llevaría
(y lleva en efecto), lo mismo que ésta, el sello de la solidaridad
nniYcrllal; pero veremos, encima. de esas fuerzas físicas que tan
inteligentemente han arreglado las cosas, la Inteligencia primera
que nnso C'l aeción esas fuerzas admirables.
Una rscnela :fiJosófica. del día nos opone qne la conformidad
al objeto ha sido creada únicamente por el espíritu reflexivo, que
admira de esa roan<'ra un milagro que él mismo ha obrado. S('
nos dice fJUl~ la Naturaleza es un conjunto de materiales y de
fncrzas cic>gas, cuyas variadas combinaciones producen individuos
y cspe<'ir~. pero c¡nc en manera alguna prueban la intervención de
Hnit infcligcncia. Se nos l'opite que Dios es una hipótesis inútil
de la que no se &tbe ya que- hacer; que toda concepción de inte-
Ligencia independiente del mundo material está vacía de sentido
y es absurda ; que 11 se deben abandonar esas vanas ideas de teo-
lo~ín a la sabidmía de los maestros de escuela, a quienes es per-
mitido continuar esos inocentes estudios en medio de los oyentes
infantiles que pueblan sus aulas" (1). ¡Y la sabia Escuela que
funda sus raciocinios Pn semejantes principios, no ve que falta
com pletamente a la lógica!
Decís y afirmáis que Jas fuerzas naturales inherentes a la
esencia misma de la materia aseguran la vida y la estabilidad
eternas del mundo; decís y afirmáis que esta potestad de mant.e-
ncr indefinidamente el estado actual, o de hacerle so Cri1· trans-
formaciones sucesivas, pertenece en propiedad a esas fuerzas na-
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por Dios según las leyes matemátie~s para su mayor gloria, ¡A. M.
D. G., y p:n·a. la glorificación de su poder por los ángeles o los
elegidos, los (micos llamados a contemplar esas maravillas 1 ¡ Ma-
ravillas de soledad y de muerte, en verdad ; cual si una danza de
globos de tierra en los vacíos infinitos pudiera ser la manifesta-
(·ión del poder divino, y servir mejor a su gloria que un con-
ricrto de criaturas i11teligentes! Pero semejante respuesta no ad-
mite un solo instante de discusión. Que nuestro planeta ha sido
ercado para ser habitado, es de una evidencia incontestada, no
solamente porque los seres que lo pueblan están ahí ante nuestros
o.Jos, sino también porque la cone.Kión que existe entre esos seres
y Jns regiones cn que viven trae como consecuencia inevitable que
Trt idea de habitaci6n se une inmediatamente a la idea de habita-
1Jilidad. Pn<'s bien; cst~ hecho es un argumento incontestable en
~::nvor nuestro: so pena de considerar al Poder creador como iló-
gico consigo mismo, como inconsecuente con su propio modo de
obrar, es preciso reconocer que la habitabilidad de los planetas
nwlama imperiosamente su habitación. ¿Con qué objeto hubieran
sido dotados de años, estaciones, meses y uías Y, y Apor qué no
habría de desarrollarse la vida en la superficie de esos mundos,
qne gozan como el nuestro de los beneficios de la Naturaleza y
que reciben como él los rayos fecundan tes del mismo sol? t. Para
qué esas nieves de Marte que se deniten en cada primavera y
hajan a regar sus campos f 'Para qué esas nubes de Júpiter que
t>spnrcen la sombra y la frescura en sus inmensas llanuras? ¿Parn
qu6 esa atmósfera de Venus que baüa sus valles y sus monta-
ñas ... V ¡Oh, mundos espléndidos que bogáis lejos de nosotros
('11 los cirlos !, ¿sería posible que la fría esterilidad fuese para
:-::iempre la inmutable sober ana de vuestros campos desolados 1
¡,:Sería po!lihlc que osta magnificencia, que parece ser vuestro pa-
trimonio, fuese coneed ida a regiones solitarias y desnudas, en
donde sólo las rocas hubieran de contemplarse etcrnarnente eu un
tétrico silencio? ¡Espectáculo horrendo en su inmensa inmutabi-
lidtld, y más incomprensible que si la Muerte furiosa, pasando
:-obre la 'l'icrra, de&truyese de un solo ~olpe la población viviente
que resplandero t'n su superficie, envolviendo de este modo en
11na misma l'Uina a todos los hijos de la Yidn, y dejando girar In
'l'irrra en el r'1paC'iO t'omo un cadáver en una eterna tumba!
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La facultad de ver la adquieren en poco tiempo, pero sus plumas (que vuel-
ven a salir negras excepto C'n la cabeza) tardan cerca de tres semanas e.
llegar a un estado que les permita volar. Arago, a quien se comunicó es~
hecho, dudaba al principio que los habitantes dt: este mundo subterráneo pu-
dieran quedar con vida; pero pudo comprobar por sí mismo, y todo el mundo
puede hacerlo fácilmente en la actualidad, que este lago contiene realmente
ánadcH vivos, sin plumas y ciegos. En estas mismas aguas subterráneas de h
Carniola es dondr se ha encontrado el proleus anguinus, que ha excitado en
tan alto grado la a tención de los naturalistas. Sobre este hecho particular,
véase a Arago, A.nnuaire dtt Bureau des longitudes, de Parls (1835). Sobre
la cuestión general, véase la erudita obra de Darwin: On the origin of speciu
by means of natural selection.
(-S) En los periódicos ingleses del mes de septicn1bre de 1864, vemos
que después de leer nuestra obra, varios astrónomos, y particulannentc 1.os
señores Millcr y Iluggins, a quienes se deben brillantes descubrimientos en <:f
análisis espectral, se han d edicado con ayuda de aparatos perfeccionados a un
nuevo estudio de los espectros de los planetas. Nos complace sobremanera
que estos célebres profesores, cuyos trabajos datan de hace 30 años, aplique'l
su indisputable habilidad a estas interesantes soluciones. Véast' la nota D d.·!
Apénd!icc: El ar1álisis espectral, y la vida en los otros mundos.
( 1) Plutarco que no conocía la re.~piración por las branquias, se equi-
voca J'C'>pccto a este fenóm eno ; pero su argumen to no es por esto menos
justo t•n lo que se refiere a nut~;tra tesis.
(:>) De fncie in orbe Lunce, trad. Am)•ot.
('!) Véase pora Jos tiempos antiguos a los Jonios, los Eleatas. los Ato-
mistas, los Epicúreos, los Estoicos ... ; para los tiempos modernos, a Spinos-!,
que abrió el camino a la exégesis alemana contemporánea, y a todo 1'1 fil· ·-
sofism•l de allende el Rhin, que acaba de invadir a Francia.
('1) Después de la publicación de su grande obra sobre la Mecánica
celeste, Laplacc la presentó a Napoleón. Este, después de leerla, llámó al
astrónomo y le manifestó su sorpresa por no haber encontrado ni una sola
vez la palabra Dios l'n todo el curso de la obra. Señor, rrspondió Laplact·,
uo he tt·nido necesidad de esa hipótesis.
(U) Sólo de paso hemos podido tratar aqul esta gran cuestión de J.¡
!'xistcncia cientí1ica d e Dios. Esperamos haber demostrado, en nuestra ob;a
especial Dit>s en la naturale-za, la presencia y la acción eterna de la inteli-
gencia absoluta en el Universo. y haber sacado de la ciencia misma )a ba e
indisp<'nsblc a nuestra nurva filosofía.
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LIBRO TERCERO
CAP.m.JLO
JI
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LA VIDA
r!e la ' ·ida oculta <>n la-; ll11nuras y en los bosques del mar f "Allí,
dice el decano de la ciencia moderna e)' se siente con admiración
que el movimiento s la vida todo lo han invadido; en profundida-
des que superau a las <>adenas de montañas más altas, cada capa
de agua eo;tá auimnda por poliglÍ.stricos, por ciclidios y por ofridi-
nos. Allí pululan los animálculos fosforescentes, los mammaria
rlcl orden de los acalefos, los crustáceos, los prridinlos, las nerei-
das t1Un giran l'n círculo, cuyos innumerables enjambres son atraí-
dos a la !!Uperficie por circunstancias meteorológicas, y transfor-
man cada ola en una espuma luminosa. La abundancia de esoe
pequeños seres vivientrs, lu canLidad de materia animalizada que
l'esulta de su rápida descomposición es tal, que ol agua del mar se
eonvicrtc en un verdadero líquido nutritivo para animales mucho
mayores. Ciertamente, el mar no ofrece ningún :fenómeno más
digno de ocupar la imaginación, que esta profusión de formas ani-
maclas, que esta infinidad de t;eres microscópicos cuya organiza-
ción, por sPr df' un orden inferior, no e6 menos delicada y va-
dada''.
t Dónde encontrar entonces un límite a la fecundidad de la
~aturalozu.? ¿Cómo circunscribir su poder a nuestra pobre mo-
l'lulu, cuando sal>emos que 111 vida un:ive-rsal es su eterna divisa;
cuando hasta W\ rayo de sol para hacer pulular animálculos vi-
" icntcs en una gota de agua, y para hacer de ella todo un mundo;
«'Uilni!o sabemos que una sola diatomea puede, en el espacio de
, uatro dfa.s, producir más de 150 miL millones de individuos de
,;n especie? ¿Dónde hallar los confines del imperio de la. vida,
c•uaudo vemos que no solamente en la vida mineral, donde honni-
guean legiones de sel'CS; no solamente en la vida vegetal, donde
Jjasan animales sobre las hojas de las plantas como los ganados
en nuestras praderas; sino también en la vida animal considerada
PO sí misma, la Naturaleza. no satisfecha con esparcir las especies
pul' todns pat·tcs donde la materia existe, las acumula también
unas sobre otras, y formando una vida parásita que se desarro-
!lará sobre la plimcra, deposita todavía sobre ella nuevas semillas
y nue,·o:) gérmcn~'> llamados a perpetuar así múltiples existenciaa
:-;obre lll cxistcnrin misma, enseñándonos en esta forma lo quP
vjcrutn cu los mundos planetarios, puesto que es )a misma para
c-;o~ mandos que para el nuestro, y que aquí, antes que cansarse
dt> producir, propaga la e:dsteucia con dE'trimento df' la cxLc;tencia
misma 1
Y, mil•ntr·as !JUe dln ha Pserito sobre la Tierra 1ma página
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tan elocuente; mientras que nos manifiesta con tal evidencia que
la muerte está desterrada. de su imperio, y que sólo se complace
on difundir la vida por todas partes; mientras que, desde el alfa
l1asta. el omega de los tiempos, su ambición suprema se cifra en
derramar a torrentes los raudales de la existencia hasta los con-
fines dd mundo, ¡pudiera nadie ereerse con derecho a desoír esta
PJlScñan;m irrPíutable y a cerrar los ojos ante este grande e im-
ponente <•spcctácnlo 7, Ase atrevería alguien a pretender que las
t'egiones afortunadas de los mundos planetarios, que como nues-
tros campos tel'l·estres están sometidas a las mismas leyes, y como
••llos. bajo la mirada activa de la misma Providcn<'ia, no fu<'sen
más qur tristes e inútiles desiertos, incultas y estériles playas f,
¿que todns las maravillas de la creación estuviesen sepultadas en
f\Ste rincón ele la inmensidad que llaman la Tierra, y que la Na-
turaleza tan pródiga de existencias aquí abajo, hubiese sido en
todo otro lugar de una avaricia sin igual T ¡ llabría quien o¡,al'11
decir que todos los mundos n excepción de uno, que el Universo
entero, cu fin. no es más que tma aglomeración dP peñascos iner-
tes flotando en el espacio, recibiendo todos los ht'ncficios de Ja
existencia y concedidos en dote a la nada, colmados de todos los
dones de la fecundidacl y desechados por una 1 atura1cza ma-
drastra, dispue~tos pata la reRideneia de la vidn y destinado.
c1crmtmt'nte n la muerte! ¡Se atJ·cvería alguno a ppnsar que.
porque nosotros estamos aquí aglomerados sobre nuestro grano
de polvo, .'! porque nuestro!:> ojos son demasiado débiles para per-
cibir a los habitantes de lm~ otros mundos, es preciw que toda.
la <'reaci6n l:ié halle aquí acumulada; que tantas esferas magnífi-
c·a~ sin inmensas y profundas soledades, de donde ningún pen-
l>Rmicnto, ningi'm suspiro, ninguna aspiración del alma se eleva
hacia el Creador de los seres; que el Poder infinito, en nna pa-
labra, se ltaya agotado al revestir u nuestro pequeño globo de sn
ornato! ; .A h!, Lquién, pues, entre los que piensan, osaría aún
laD7.ar un insulto tan grosr.ro a la fll.Z refulgente clel Poder in-
finito que dió forma a los mundos t
En la sabia obra que publicó c11 contcstadón a las singu-
lares denegaciones dci teólogo Whewel, sir David BrPW1'ter eunte
a este propósito lilS juiciosas ideas siguientes (3 ) :
"Los espíritus estériles" o 1 ' almas viles", corno los llama
el poeta, que puedan verse inclinados a creer que la 'rierra et1
ol único c·uerpo habitatlo del Universo, no tendrán dificultad
t1lguna eu c'Onccbir que pudiera igualmente haber &ido privada
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CAMILO FLAMMARION
LIBRO TERCERO
CAPiroLO
m
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LA HABITABILIDAD DE LA TIERRA
CAMILO FLAMMARION
CAMILO FLAMMARION
LIBRO CUARTO
CAPITULO
(
I
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WSCIELOS
LOS CIELOS
Inmensidad de los cielos. - Cómo los siete mil millones de leguas de nues-
tro sistema planetario son una insignificante cantidad. - Sistemas este-
larias. - Distancia de las estrellas más cercanas. - Velocidad de la
luz; duración de su trayecto para lle«ar desde las estrellas hasta no.rotro..
- Las transformaciones de los astros; estrellas periódicas; estrellas que
han aparecido súbitamente. - Determinaciones sobre el número de los
astros. - Más allá del cielo visible. - Estrellas dobles. - Nebulo~a1;
la Vía láctea es una nebulosa de la que nosotros formamos parte; sus
diez y ocho millones de soles. - Creaciones de los espacios lejanos. -
Ultimas regiones exploradas por el telescopio. - Más allá. - ¡ El infinito!
CAMILO FLAl\fMARION
CAMILO FLAMMARION
1
( ) Véase el Apéndice, nota F, Cómo se deletmina la distancia de las
estrellas a Ca Titrra.
(2) Según las últimas medidas, que son precisas y definitivas.
(=l) Sobre las consecuencias físicas y metafísicas de la transmisión sttc ~
siva de la luz a través del espacio, véase nuestra obra Lumen.
(l) Este número es la progresión geon1étrica siguiente:
18 18 3+ + + + + +
18 3, 18 3.
18 + 3. + + + + +
18 3, 18 3,
18 + 3, + + + + +
18 3, 18 3,
18 + 3u + + + + +
18 3u ui 3.,
18 + 3.,. +
(;;) No hemos podido tratar esta materia sino muy por encima. Creernos
útil añadir, para inteligencia de los que se interesan en el conocimiento de
!os misterios del cielo, que hemos consagrado nuestro tratado de astronoffila
popular, titulado lAs Mara villas Celest11s, a la exposición metódica de los
hechos astronómicos y a la reproducción exacta, por medio del dibujo, de
los astros y de los objetos celestes tales como los muestran actualmente los
telescopios más poderosos.
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UBRO QUINTO
CAPITULO
1
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LA HUMANIDAD EN EL UNIVERSO
Entium varietas.
Totius unitas.
'l'odos los que han querido definir la naturaleza tle los ha.-
bitantcl:l de las tierras del cielo los han representado iguales a los
hombres de mH'st1-a Tierra, todos los que han intentado describir
naturalezas c.xtrafias a la nuestra. las han considerado romo la
reproducción itP la (JUC nos rodea en nuestra patria. El núsmo
lluygens, el astrónomo Ilny~ens, cuyos trabajos y descubrimien-
tos ilustraron el gl'an siglo al <.fUe se ha dado el nombre del mo-
narca d(' Versi!IJ('S, 4ll sabio Uuygens, decimos, se hu dejado él
tnmbién t>xtraviar en vanas conjeturas, ct·eyendo ycr en Jos otros
mundos c•rf'acionCJol idénticas a las <JUC existen en éste. Para él,
los Ycgetallls y los animales '' ereccn y se multiplican como t>n 1~
'ricn·a ". Para él, "los hombres que habitan los planetas tienen
el mismo espíritu y el mismo cuerpo que los que habitan la Tierra;
sus s<'ntidos !lon semejantes a los Hnestros, rn igual número y sir-
Yiondo para los mismos usos; los animales de los planetas son
'le igual l'Speeie, y hnsta de la misma talla que los animales de
uucf{tro mundo; los hombres tienen una estatura y una ·talla
semcjantf' n la nuestra, con objeto de poderse ocnpar en los
mismos tlabnjos; manos como las nuestras para poder construir
sus instrumPntos de matemáticas y sus objetos de industria; tie-
nen la misma disposición de cuerpo, pues nuestra organización f'S
la prPfnihlc; los vestidos les son igualmente nec<>sarios; C'l co-
mercio, la gucn-a, las ncc<'sidades diversas y las pasiones de los
hombrt!s se encuentran allí como aquí; los habitantes de los pla-
netas edific·nn sus moradas con una arquitectura análoga a. la
nuestra, cono<•Pn la marina, las L"eglas de la geometría, los teore-
mas dt• lns matemáticns, las loyeR de la m{u~ica, eulth·an las be-
llas arh•H, t•n una palabra, son la reproducción fiel del estado
<1<' Ja humanidad tel'l'<'stl·es".
Tal es, l'll rmmmen, la creencia de lluygens. Lo hemos dicho
en nuC's1ro estudio histórico, este astrónomo es uno de los más
sabios y uno de los autores más serios que hayan escrito sobre el
<1S1mto qu<' "\' E.'nimos tratando; hemos exprE'sarlo lo mucho que
npJ·ct•iamoH sus obras; Jlt'l'O a pesat· de toda nuestra admiración,
no f'stamos ~·a en los tiempos <>n que la palabra del mar,stro era
indiscutible, y nos prrmitircmo · manifestar que <'1 salJio f'SCJ•itor,
a nuestJ·o parecer, lu1 seguido Ja. p<'ndient\1 poi donde tan gran
núm<>ro habían ya resbalado, y se ha cquiYocatlo grandemente en
su expo~ición de la Tcot'Úl (h,[ Jlftmdo.
PnNI bien, y l'S importante advertirlo. esta falsa manera de
YCL" no rlrh<' impntal'sc a cada teórico en particular; es preciso
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CAMILO FLAMMARJON
todas lus reglas, límites mú.s allá de los cuales se hace iuaplicable;
ciertamente <'S preciosa para nuE>stra doctrina, pltCS le debemos ar-
gumentos rigurosos; pero no podría conducirnos ni conocimÍ1'nto
de los caracteres particulares inherentPs a cada uno ele los mun-
dos d<.'l <.'Spacio.
Ya hemos iu'cho Yer Nl esta misma obra, en el libro de la
Fisiología de lo.~ SP,·cs, la prodi~iosa variedad que se maulfi<'sta
en las produc<·iones de la Tirna; hemos "¡ ·to que todo ser nae~
armónicamente organizado, segi1n las condici01ws ele existencia
reunidas alrededor de su cuna, y que, aun después del nacimiento.
en el cnrso d<' la vida, la acción de lo!'l centros inflnye poclcrosa-
ment<' sobre el organismo y modifica lentament<' el estado pri-
mitivo ori{l"inario. Esta es la enseñanza de la Nat.uraleza terrestre
de la. 'l'ierrn. átomo infinitamente pequeño en la universalidad de
los mundos. Pues, si la Tierra es tan rica en su C'xigiiidad, si
la. \'ariedad de sus producciones es tal, que no existen dos hojas
semejantes, dos hombres idénticos, ¿cuál deiJc ser la opult>ncia.
de los 'astos ciclos y de sus mosaicos de estrellas? ¡ Cuál es el
númct·o de especies que una potencia tan maravillo~a ha multi-
plicado en todos los puntos del espacio ! ¡ Cnúl es <'Sa infinidad
de C':ist<>ncias que han germinado en los campos de la extensión
bajo el soplo fecundan te de la Fuerza de vida!
Prro aun cn~tndo la observación tenestre no nos indujera a
rceouoccr 1ma varieilad infinita en las rique:tas d~ la Natm·aleza.
la rm~ón nos f•on<lnciría al mismo resultado, transportándonos a.
los orígenes, y mostrándonos en Ja diversidad de esos orig<'nes
una prueba irrecusable de su diversidad presente. Aun cuando
los elemrntos atómicos fuesen los mismos para dive1·sos astros;
aun cuando huhicse una unidad de substaueias para varios mun-
dos o aun para todos, no por esto existirían la homogeneidad y
la identidad en las <'ombinaciones que se operasen en cada mundo
en su primera edad, porque las circunstancias y las rondieiones
l'uerou diferentes para cada astro. .Aquí, el calor sblar dominó
sobre el calol' central planetario; más allá, éste íué C'l más po-
deroso. Aquí, la fuerzas plutonianas sobrepujaron a las fucrzas
neptunianas y se hicieron soberanas del mundo: ullá, la opt•ración
fué opne.'>la. En tal astro, combinacione::~ químicas permitieron ..
la deetl'icidad, a los gases, a los vapores, entl'ar en acción Sl-
multán<'a; en tal otro, esas combinaciones no pudieron producirse
o fueron reemplazadas por combates entre elementos de una na-
turaleza del todo diferente. Allí, tales influencias reinaron exel u ·
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CAMILO FLAMMARION
unno QUlNTO
CAPITULO
D
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,. 1,\ 'a t<'ndt•nrin manifiesta, le impele hacia el mal. Por otro lado,
' 1 solo conoc-imi•'nto de la naturaleza de Dios implica lo completo,
1 pcrfl'cto, lo bello, lo bueno.
j
CAMILO FLAMMARION
C.\MILO FL:\~1~1:\RION
CAMILO FLAMMARION
Cc\MILO FLAMMARION
( l) Para no citar más que un ejemplo entre mil de las obras que, en
gran número se apoyaron sobre el estado imperfecto del mundo para negar
la existencia de Dios, mencionaremos aquí la famosa obra de Holbach: Le
Bon Senr ou le Testament du curé Meslier. Véase un extracto del capítulo
e¡crito a propósito de nuestro asunto: "D esde la creación del hombre, las
naciones, bajo diversas formas, han sufrido sin cesar vicisitudes y calamidades
110ictivas; la HistoJ'ia nos muestra a la especie humana atormentada y desolada
<·n todos tiempos por tiranos, guerras, hambres, inundaciones, epidemias, etc.
¿Son propias tan largas pruebas para inspirarnos una gran confianza en l a~
mims ocultas d e la Divinidad?. . . ¿Tantos y tan constantes males nos dan
de ella una al ta idea ? ... Desde hace más de dos mil años. los espíritus rectos
esperan una solución racional de estas dificultades, y nuestros doctos dicen
que sólo serán resueltas en la vida futura". La negación de Dios, es el abismo
t·n que h an caído la mayor parte d e los que han creído poder juzgar al
Creador por d estado del solo mundo terrestre.
(21) H e aquí la ley que el economista inglés Malthus ha aplicado al
hombre, corno expresi6n de la vida terrestre : "Todo hombre que no posee
el medio de mantenerse, o cuyo trabajo no es necesario a la sociedad, está
de más en la Tierra. No hay asiento para él en el banquete de la vida: la
Naturalza le ordena marcbarsr, y no tard::t en ejecutar por sí m1sma es la
orden".
LIBRO QUINTO
CAPITULO
m
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LA liiJMANlD.AD COLECTIVA
CAMILO FLAMMARION
diera ser d<'strnída esta noche por un soplo mortal. sin que de
(·llo se apct·eihiernn <'11 lo$ demás mundos. ni nada se manifestara
c·n la marc·hn habitual del UniYerso.
Desde entonee'3 las Ti<>n·as que se balanc(.'nn en el CSJlacio las
lu•mos considerado como estaciones del ciclo ;.: como las r cqioncs
futuras de nuestra inmo1·talidad. Allí está la mansión celestial de
JIHwhas morada<~, ;\' allí, donde entrevemos el lugar a que han lle-
gado nuestros padres, reconocemos el que nosotros habitaremos
?.lgún dín. Toda creencia, para ser Yerdadera, d(.'!)e estar conforme
con los hechos <le la ~aturaleza. El espectáculo del mundo nos
f'nseiia que la inmoralidad de mañana es la de hoy y la de ayer.
que ltt eiel'ni<lad futttl'a 110 es otra que la eter1~idad ¡wcsente: ésta
<'" nneslta fe. Nuestro pnraü;o es lo Infinito de los mundos.
También J'econoeemos, con un placer infinito en el alma, cuán
grandr ec; el Dios de nuestra adoración, y cuán cle,·ado está sobre
las rreacioncs del espíritu humano. Desde lo alto de las cumbres
eternas, a donde nos ha conducido la contemplación de los cielos,
la vanidad de la Tierra ~- de las cosas terrestres se nos ha apa-
l't'cido en su estado real. Y los pueblos que se dC'giiellan por la
propiedad de un grano de poh·o, los hombres ambiciosos que se
arrastran po1· nn poco d e oro o un poco de gloria, las bellezas pn-
c;ajf'ras que cautivan 1me tros corazones y arrebatan nuestros días
hermosos, todo interés, todo afecto terrestre ha perdido su primer
prestigio para aparecernos en su grandeza relativa. :Mientras las
<·riat u ras Yenian de esta mnncra a tomar, a nuestros ojos, el rango
que a cada c·ual p<•rtenecc. el Creador, en medio de la profunda
majestatl, sr ha<'ía más grande a medida que se ensanchaban nues-
tras conrr¡wioncs. También creemos, bajo la inspiración de la ver-
rlacl, comprem1Pl' mejor el rsplendor divino no dcfenJiéndolo ni
rlánclole forma, adot•antlo solamente su eterna presencia, más bien
que rebajándolo a nuestras groseras concepciones, y pretendiendo
1 t'Pl'<'scntarlo bajo las miserables imágenes que nos son aeecsibles.
El destino moral de los seres nos ha aparecido de este modo
intimamcnt<' ligado al orden físico del mundo, porque el sistema
1lcl mundo físiro es como la base y la armazón del sistema del
mundo moral. Son dos órdenes de creaciones necesariamente so-
lidal'ias. Debemos ver a tonos los seres que componen el Universo
ligados entre sí por la ley ele unidad y solidaridad, tanto material
<'Omo espiritual, que es una de las primeras leyes de la Naturaleza.
Dl'l>emo!'l salJC'r que nada nos es extraño en el mtmdo, y que nos-
otros 110 somos e~-traños n ninguna criatura, porque un parentesco
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pn1·u buscal' en ellos los nombres y las ideas de los que han en-
s;;iiado nuestra doctrina, y hemos reconocido que los genios ilus-
tJ'<'il de todas la'i edades han sido sus apóstoles más o menos con-
vcucidos, más o menos elocuentes, según el grado de ciencia de
t1Ue podían disponrr en las diversas épocas en que aparecieron.
Hrmos en seguida observado en detalle y estudiado cada tmo de
los gru¡:>o~ plaJtCtarios que forman parte drl mundo a que la
'l'ierJ"a pertenece, mundos que hemos reconocido habitables como
t>l nuestro; luego, discutiendo los elementos especiales que carac-
h'l'Í7.an a cada uno de ellos, hemo~ visto que la. vida ha podido
aparecer allí como entre nosotros, en armonia <'On sus propias con-
diciones de existencia. Examinando ~n seguida el estado de la
vida, en la superficie de la Tierra, tanto en las edades antiguas
como en su período act11al, hemos comprobado que una diversidad
maravillosa distin¡n.w a cada uno de los seres según los centros en
dow.l1• han nacido y en donde deben vivir, y que estos seres están
-.icmpre en correla<:ión íntima con el estado o1·gánico del lngar en
4nc han recibido <'i sct·. ~~\xanzando más, analizando la fuerza de
vida y midiéndola en sus diversas manifestaciones sobro nuestro
nmndo, en los retiros más ocultos, y hasta en el dominio micros-
cópico de los infiuüamente pequeños, hemos reconocido que la f~
<'undiclad de la r-\ntutalc;r,a es infinita; que la mayor suma de vida
está siempre completa; y, que, en donde quiera que ::;e presenta
los clemrntos de esta vida universal, la vida aparece por sí misma
hajo toda~ las formas posibles. Buscando entonces si esta universal
difusión de la vida en la superficie de la Tierra no dependería
de una fecundidad excepcional de nuestro globo, hemos examinado
las condiciones de habitabilidad d(> este globo, y hemos visto que,
lejos de ser el nstro más favorablemente establecido para la apa-
rición y conservación de los seres vivientes, esté. por el contrario,
en una condición muy inferior, tanto en su régimen astronómico
como en su constitución geológica e!'!pecial; hemos visto que si
la vida ha uacido aquí, e, porque la Naturaleza engendra seres
doquiet' que haya lugar para recibirla, porque no ha creado sola-
mente para los mundos superiores, y que no se ha agotado poblan-
do esos munclos con uua multitud de criaturas.
De este modo la doctrina de la Pluralidad de Mundos se ha
establecido sucesivamente sobre todos los }Je<'hos que constituyen
el orden físico del mundo.
La contemplación gene1·al del cielo vino después a esclare-
eCI·nos acerca del rango ocupado por la Tierra en la creación s.i-
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m.o tiempo estremecer sus alas, han contemplado con amor las re-
giones superiores; porque a Jo infinito de sus aspiraciones, la
Pluralidad de Mundos ha abierto lo infinito del Universo. ¿Qué
más desean~ Se han afirmado en sus dulces y demasiado tímidas
NlperanzRS; se han saciado en sus más ardientes deseos; están
oolmadas <'11 sus votos más queridos. ¡Oh! :mm comprendido toda
la grande:r.a de la doctrina, y se sienten instintivamente unida.9
a ella.
¿Volveremos ahora a la obscuridad en que dormíamos ayer,
y nos dejaremos caer de nuevo en los abismos de la duda Y La
1uz brilla arriba: ¿cerraremos los ojos para no verla' Los astros
hablan, y su palabra elocuente llega hasta nosotros: ¿permanece-
remos sordos a su voz'? Seamos humildes para merecer compren-
der la enseñanza de la Naturaleza, pero seamos sinceros cuando
la hayamos comprendido. Reconozcamos quiénes somos, y procla-
mémoslo altamente. Si se han necesitado más de sesenta siglos pa-
r·a que las ciencias exactas hayan podido procuramos los elemen-
tos de nuestra certidumbre, iluminarnos sobre nuestro rango y
permitirnos llegar al conocimiento de nuestro destino; si ha sido
precisa esta larga y santa incubación de aiios para animar con el
soplo de vida nuestra brlla doctrina, y afirmar su verdadera gran-
deza; ¡oh!, guardémosla precisamente como una riqueza del al-
ma; consagrémosla al Dios de las estrellas, y cuando noches su-
blimes, cubriéndonos de magnificencias, encienden rn el Oriente
sus adiamanladas constelaciones y desplieguen <'n lo infinito del
cielo, sus misteriosos resplandores ... al través de la inmensidad
de los mundos, por entre los cielos estelíferos, bajo el planteado
velo de las ncbulo-;as lrjanas, en las profundidades inconmensn-
t•ables de lo In finito, y hasta más allá de las regiones descono-
cidas donde se descubre el esplendor eterno. . . ¡Saludemos, her-
mano<; míos, saludemos todos: son las humanidades hermanas nues-
t.t·as que pasan!
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A PE N DICE
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en Jos otros, y qne tampoco Ialten en las estrellas fijas, que ha'Jta
!lCau allí oc nnturale?.a tmpet'ior, en la misma proporción que Jos
otros astros sobrepujan a la Tierra en magnitud y en perfección.
De ahi surgirá.n dudas sobre el Génesis, que dice que la Tierra
ha sido hecha antes que los astros, y que estos últimos no han
sido crcadoc:¡ hasta el cuarto día, para iluminar a la Tierra y me-
dir los estaciones y Jos años. Como consecuencia, toda la tra.d~
ci6n clal V et·bo e1lwrnado y lá '!m·d.ad evangélica SG harán sos-
pecho.q<l-S.
"'Qué digo Y Lo mismo RUcederiÍ con toda la fe cristiana, que
supone y enseña que los astros han sido producidos por el Dios
creador, no para la habitación de otros hombres o de otras cria-
turas, sino solamente para iluminar y fecundar la Tierra con
su lm:. Ya ves cuán peligroso es que ('Stas cosas se esparzan entr&
el pi'tblico, particularmente por hombres que, por su autoridad,
parecen prestarles fe. No sin razón, pues, la Iglesta, tk.Yck los
til'?npos de Cop6t'1llico, se ha opuesto siempre a este error, y muy
recientemente aún, no algunos cardenales, como dices, sino el jef'
S'llpremo de la Ig16$ia por u~ clecreto pontificio lo ha cl>'1ttUnado
en Galileo, y muy santamente (sanctissim.e) ha prohibido ense-
ñarlo en adelante de viva voz o por escrito.''
Sí; nuestra filosofía de la Pluralidad de Mundos, que se
vislumbra desde la aurora copérnica, parecía inconciliable con el
dogma cristiano, ''hacía sospechosa la economía del Verbo encar-
nado", y ni una sola voz se ha levantado en su favor, sin que
inmediatamente haya sido amordazada como medida de precau-
ción. Nue.'.!tra doctrina, asentada desde haco tres siglos sobre el
granito de la ciencia, se ha consolidado, mientras que el juicio
de la corte de Roma se ha debilitado con la edad; los cristianos
pueden decir hoy lo que Fontenelle no se atrevía ai'm a sostener:
que los habitantt>s de los planetas son hombres; y ya no se in-
curre en herejía por el simple hecho de la creencia en el movi-
miento de la Tierra; tenemos amigos en el colegio romano que
observan los continentes de Marte y que creen en la Pluralidad
de Mundos.
Tit'mpo vendrá en que todos los espíritus instruidos e inde-
p endientes habrán sabido librarse de las preocupaciones que aún
pesan sobre nuestras cabezas, y confesarán, oon el acento de una
convicción inquebrantable, la doctrina de la Pluralidad de Mun-
dos; pero hoy se oponen todavía a ello grandes dificultades de
escuelas o de sectas. Estas son las preocupaciones que corresponde
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<le lo::~ c·uirlarlos del Creador. Tales leyrs, tal orden, tal hermosura,
implican ~qnrcntcmente que estos astros son objeto de algún no-
hlf" designio. - No hay nada de eso, responder~ el doctor, guar-
clémonos dr semejante idea. Tenemos en la. naturaleza terrestre
la prueba de lo contrario. Hay objetos que puedPn ser hermosos
~- formados según las leyes que r igt'n las moléculas sin servir
para ningún designio conocido. Veamos, por ejemplo, esas pie-
tiras triangulares, cuadradas, exágona~, esas magníficas formas
crishtlinus que revisten las gemns, los minerales, las piritas, los
diamantes, las <'Smoraldas, los topacios, y la multitud de piedras
preciosas en donde el ojo del cristalógrafo descubre una admi-
rable geometría. Veamos esas esprcies minerales que, como el
espato calizo, presentan centenares de iormas, todas de la mayor
t·e~ularidad, esos cristales de hielo, constituidos por las mismas
IPyrs de la agregación molecular, esas iormas incomparables que
lo'l viajeros han encontrado en las regiones árticas, esos magnífi-
c·os copos clr nieví'. Entonces sabremos que la bcllc1.a y la sime-
tt·ín de esos objetoc; en su propio fin, y que son el efecto necesario,
y ~in cons<'<'lH'ncias, de las leyes de la química y de la minera-
logía. ¿ Qné . crá si examinamos el mundo de los yegetnles, y si
ponPmos en <>videncia la galanura encantadora de las floresf
Obst>rvad los maticrs ele la ro ·a, del tulipán; reparad en el per-
fnml' dr la azucena, de la violeta; contemplad esa maravillosa
textura de las plantas, que lleva en sí el sello del Poder infinito
y cl<'cid para qué sir,·en esas bellezas incomparables, decid si su
t·ic¡ueY.a no rs por sí misma su propio fin, y si no son bfllas sim-
plemente porque le ha agradado al Creador que sean bellas. La
brllf'za ~- la rcgular·idad están necesariamente constituidas por
lnc; le,vc.s misml\9 dt~ la Naturaleza, sin servir por esto a ningún
fin. ~ Pa1·a qné sirven, exclama el autor· con un noble entusiasmo,
p:trn qné sin·cn esos C'Írculos espléndidos que decoran la cola del
paYo real, cíl'culos de los cuales cada tUlo sobrt>puja en belleza
a los anillos dr Ratumo! ¿Para qué el exquisito tí'jido de los
ohj<'tos mirroseópico.'\, más admirablemente regular que todos los
ohjd(IS dPRcubiertos 110r el telescopio? ¡ Para qué los suntuosos
{·nlores de los plÍ.jaros y de los insectos del tr6pico, que vivt'n y
mUI'N'II sin que el ojo humano los haya admirado nunca f 'Para
lfllt' sirvt>n los millones ele mariposas de di,•crsas especies, enri-
qlll-cidas con sus brillantes borda.do;; y su plumaje microscópico,
de· la'l cualPs no es pl'rcibida ni una por millón, o s6lo lo es por
el h<'Olar ,·agubuudo! 6Para qué sirven todas <>sas maravillas t
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rtl' Israrl han recibido orden llC reunirse en este día, en Pcnte-
C'Ostés y en In (i("sta de los Tabernáculos; cada séptimo año ha
sido pal1iculnrmcnte consagrado, y este número, repetido siete
w•ces ha sido la fi:.,'Ura del restablf'eiJniento de nuestro antiguo
patrimonio, y el año del jubileo ... " J<~n 1ma palabra, h e aquí
pam fJIIé sin•e el Sol y la Ltt1UJ.
Una última cita para hacer apreciar bien todo el valor de
csaR sahias ob1•as (6).
11
Tlizo también, l(ls 1'.5t;·e1lct.S''. Comentario: "Sólo correspon-
de a Dios hablar con esta indiferencia. Et stcllas: Dice en un
solo vocablo lo que no le ha costado más que una sola palabra .. .
La l'xpresión clt> la Escritum es, sin embargo, rm¿y exacta, no
l!Olaml'ntc porque, según los sentidos, l'l Sol y la J.Juna son los
dos mayorC's huninarrs del firmamr11to, sino porque, según sn
situación rC'sperto de la Tierra, y según el mono con que la
iluminan, es riel'to que tonas las estrellas juntas ha<*lt menos
efN·'o".
El ](•ttor podrá tener JH'<'seutc, como torolario tlc Jo que pre-
cede, el signiC'nte curioso cálculo, extracto Jcl comentario sobre el
primer clía : ''El primer día de la Creación fué ciertamente nn
domingo (puesto que el séptimo iué un sábado); y, siendo el
más ccrMno al equinoccio de otoño, y tcuicndo en encnta la an-
ticipación de los días equinocciales, deberá fijarsC' el primer dia
del m1mclo en el dominf!O día 23 de octubre del añc O".
La oht·a de que acabamos de citar algunos fragmentos, tiene
ya cict·ta f('(·ha; pl.'ro véase algo nuevo, que data del 16 de abril
de 1863 ; l(ls que, sorprl'ndidos por semejantes raciocinios, no se
atreven a darles crédito, podr(m cuHical'SC con lo que sigue:
En una con:ucrsación ci entífiw de mister J. Chantrel, re-
dactor eientífko del periódico Le Monde, se l1an emitido, con
efeC'to, ideas ig-ualmente singulares sobre el asunto que nos ocupa.
Esta conv('rsación, digámoslo como recuerdo, se escribió a propó-
sito del abate Moigno. Este era, como es sabido, redactor en jefe
del p<.'riódico Le Cosmos. "Diversas dificultades -dice el cro-
nista- , ocasionaron una separación qne había llegado a ser ne-
cesaria, y d subio abate fundó una nueva revista que tituló Lo~
Mundos". Sobre esto el cronista se permite una "sutileza" con
motit·o del cambio de título, gue no cree ser la traducción exacta
de In palabra Cosmos; encuentl'a, además, que los mundos no pue-
d en S<'rvir de bandm·a al periódico de un ortodoxo austero, y
que un abate no podrla, sin degenerar, hablar de mundos, y mu-
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DE LOS PLANE'rA.S
CAMILO FLAMM:\RION
OTROS MUNDOS
GLOBO TERRESTRE
Uaunras cld f'alahozo y sobre las orillas del río Apure, uno de
los couflu<'ntcs ch•l Orinoco, esto es, sobre una extensión de mil
trescientos miriárn<'tros cuadrados se oyó una espantosa detona-
ción en <'1 momento en que un torrente de lava salía del volcán
San ViC'cnte, situado en las Antillas, a una distancia de ciento
veiutc mil'iúmetros. Es, por lo que se refiere a la distancia, como
si una erupción del Vesubio se dejase oír en el Norte de Francia.
Los estragos de los terremotos pueden extenderse a millares
de leguas. En los Alpes, sobre las costas de Suecia, en las Antillas,
eu el Canadá, En Thuringia, y hasta en las marismas del litoral
del Báltico, se sintió la sacudida del telTemoto que destruyó a
Lisboa el 1'~ de noviembre de 1755. Ríos distantes fueron desvia-
dos de sus corrientes; las fuentes te:rmales de Toplitz. se agotaron
primero, luC'go volvieron a brotar teñidas por ocres ferruginosos e
inundaron la ciudad. En Cádiz, las aguas del mar se elevaron a
\""eint<' metros sobre su nivel ordinario; en las pequeñas .Antillru~
en donde 111 marca apenas es de sesenta a setenta y cinco centí-
metros, las olas, nr~gras como la tint.<1, subieron a una altnra de
mÍl~ de siete metros. Se ha calculado que los sacudimientos se
hicieron sentir, en este día infausto, sobre una extensión de terri-
~orio cuatro veces mayor que el de Europa. Ninguna fuerza des-
trnctiva, siu exceptuar nuestras invenciones más mortíferas, es
·~ap~z de hacer perecer tantos hombres a la vez en un espacio de
tiempo tan corto: en algunos minutos; o tal vez. en algunos se-
gun•los, _s, .se1~ia mil homlJres perecieron en Sicilia, el año 1693;
r.r~·inta o <•uarf'ntn mil <'tl el terremoto de Riobaroba, en 1797;
~tuizú cin<'u veces más en el .Asia Menor y en Siria, l)ajo '!'iberio
y bajo Jnstino el Anciano, hacia los años 19 y 526.
Si ~e pudiesen tener noticias del estado diario de toda la
,mperfi~ie terrestre, probablemente nos convenceríamos muy pron-
to de que esta superficie está siempre agitada por sacudimientos,
en algunos puntos, y que está incesantemente sometida a la re-
ac<·ión de Z.a masa i11terior. Cuando se considera la frecuencia y
In universalidad de este fenómeno, provocado sin duda por la
:<a tctnpcratura y por el estado de fusión de las capas inferiores,
~ compt·üllclc que sea independiente de la naturalezn del snelo Pn
tlUc :se uwnifiCI>ta ... No se limita a levantar sobre su antiguo
uivel put"'t's Puteros, ocasiona también erupciones de agua caliente,
de \apon·.s acuosos, <le mofetas tan dañosas a los ganados que
pastan sobre los Andes, de cienos, de humos negros, y hasta de
llamas. Durante el gran terremoto que destruyó a Lisboa, se vie-
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DJ.~ GENER.A'fiONE
CAMILO FLAMMARION
EXTRAerOS FILOSOFICOS
PARA LA
mSTORIA DE LA PLURALIDAD DE MUNDOS
PLUTARCO
Opiniones de algunos antiguos sobre la Luna (1)
CAMILO FLAMMARION
dable, y hacen al tiempo que media entre los dos extremos muy
semPjatltc a nues1ta primavera. Por otra parte, el Sol nos envía
sus ¡·ayos al traYés de un aire e.<~peso; y su calor nutrido por esos
vapore.<~, adquiere bastante más fuerza, a1 paso que la Luna, don-
de el airo es sutil i transparente, no encontrando los rayos nin-
gún t'llCrpo que le sirva de foco y de alimento, se dividen y dis-
prl's:Jn. Entre nosotros, las lluvias son las que alimentan a lo.<J
Arboles y a los frutos: ¡>Pro en otras parte~ romo entre vosotrOI'I
en 'J'ehns y en Siena, 110 os el agua de la lluvia la qno provrr
a RU alimento, es la dr Ja tierra misma, que penetrada siemprr
de humedad, f<wtmclada además por los vientos y el rocío, no cede
en icrtilidad al surlo lllf'jor regado; tan grasa y fecunda es na-
turalmrntc. En nuestlas comarcas, las misma.'i cspe<>ies de {u·holes
que han sufrido un invierno riguro ·o, producen en abundancia
muy burnos frutos: pero <>n Africa, y en1 re vosotros, rn Egipto,
los árboles pa•lcc<'n mud10 por el frío. f.Ja Gedros.ia y la 'l'roglo-
dítida, ~:tuada~ a orillas del Océano, son atac>adw; de Psterilidnd
y no producc>n árbole.q a cansa de la sequedad del terreno. Pero
d mar adyacente alim«>nt.a hasta en el fondo de sus aguas plantas
de un tamaño extraordinario, que llaman a una-; oli'\"o~. a otras
laurel, y a otras, en fin, cabellos de Isis. La planta llamada ana
campserota, después dP arrancada de la tierra y colgada, se con-
serva cuanto so quiere, y da aún hojas nuevas. Entre las sPmi-
llas, las hay, como la ccntlmrea, que sembradas t•n una tierra
grasa y regadas a menudo, pierden sus propiedades naturales,
porque quieren la sequedad, y un terreno árido les conserva toda
m1 virtud. H uy otras, como la mayor parte de las plnut~s de Ara-
hin, que no pu<'Clen Roportnr ni aún el rocío y que se marchitan
y mueren en cuanto "e mojan. &Qué extraño, pues, que crezcan
rm la Luna raíces, semillas y plantas qne no nece.~iten ni de in-
viemo ni ele lluvias, y a ]ru.; cuales un aire seco, como el del ve-
rano, sea el único <>ouvenicnte f
Y, Apor qné no J1a do ser vProsímil que haya en la Luna
vientos tibios y sua\'c~, y que el movimiento mismo de su revo-
lución t"Xt·itc hálitos trrnplados, rocíos y Yapores ligeros que se
extiendan por todas parte.-; y sean suficientes a la alimentaci6n
de las planht9T ¿La tem¡)('ra1ura de este planeta no es más bien
blanda y húmcdn, qnc seca y ardiente Y De allí no nos viene nin-
gún efecto de sequedad sino muchos de humedad, y si es permi-
t.ido habla1· así de blandura fecundante, tales como el c1·eeimiento
<1~ las plantas, e] ablandamiento de las carnes, la alteración de
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l0t1 vinos, IO'i pastos fáciles. Yo no voy, sin embargo, hasta atri-
lmír, con los estoicos, el flujo y el reflujo del Océano a la hu-
m~>dad que cae de la Luna.
Hay hombres que Yiveu sin alimento sólido : les basta el sim-
ple olor de los manjares. Epiménides lo probaba con su ejemplo,
y hacía ,·cr que la Naturaleza sostiene a un animal con muy poco
alimento, y que bastaba el ~rueso de una aceituna para su nutri-
ción. Pues, los habitantes de la Luna, si los tiene, deben ser de
una constitución li~era y fáciles de nutrir con los alimentos más
simples. . . Como la Luna no se parece en nada a la Tierra, nos
cuesta trabajo creer que esté habitada. Por mi parte, pienso que
<rut> habitantes están aún más sorprendidos que nosotros, cuando
perciben a la Tierra, que les parece como la escoria y el cieno
riel Universo, al través de tantas nubes, de vapores y de nieblas
que la convierten en una mansión lóbrega y baja, y la hacen
inmóvil. Se resisten a creer que semejante lugar pueda producir
y alimentar animales que tengan movimiento, respiración y calor.
Creen cie1tamente que la Tierra es uua mansión horrorosa; no
eludan que el infierno y el Tártaro están colocados en nuestro
globo, ~' que la Luna, igualmente distante de los cielos y de los
in fi<>ruos, sea la verdadera Tierra.
De cual(!nicr modo que sea, pueden existir en la Luna cier-
to'l habitantes; y los que pretenden que es indispensable que esoe
~res tengan necesidad de todo lo que necesitamos nosotros, no
han fijado jamás su atención en las variedades que la Naturaleza
noo ofrece, y que l1acen que los animales difieran aún más entre
sí que lo que t>llos mismos se diferencian de las substancias ina-
nimadas.
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CYRANO DE BERGERAC
DE LA SEPULTURA
jUICIO RELATIVO
ALA
PLURALIDAD DE MUNDOS
(ALUSIÓN INGENIOSA AL PROCESO DB OALILBO)
puesto <'n libcrtacJ, ;.- que la pena de ser ahogado sería conmutada
por lma rctrartación afrentosa (porque. no la hay lumrosa en
aquel país), <>n cn~-a retractación habría de desdecirme pública-
mrnte, ele haber sostenido que la Luna es un mundo, a cansa del
escándalo que la novedad de esta opinión hubiese podido causar
en el alma de los ignorantes.
''Pronunciada es la sentencia, se me saca del palacio; se me
vi~ te, 110r ignominia, muy suntuosamente¡ se me conduce a una
tribuna hecha sobre un magnífico carro, y arrastrado por cuatro
prí1wipcs que habían atado al yugo, y, véase lo que me obligaron
a prommciar en ]as plazas de la ciudad:
''Pueblo, yo d<'claro que esta Luna no es una Luna, sino un
mundo; ~' que aquel mundo no <'S un muuclo, sino una Luna.
Esto es lo que el Consejo juzga conYcnicnte que creais."
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FONTE~ELLE
ITUYGEXS
Carta a su bennano
VOLTAIRE
CAMILO FLAMMAlUON
más que nunct~ que no debe juzgarse de nada por su tamaiío apa.-
n •nte. ¡Oh, Dio , que hah~is com·cdido nna inh•ligcneia a subs-
tancias que pnrccrn tan clc!:.'Preciablcs! !;o infinitamente pequeño
os cuesta t<111to como lo infinitamente grande; )" si es posible que
t·xistan seres más pequeños que éstos, pueden tener todavía nn
<'spíritu superior al de esos soberbios animales que he visto en
C'l r·ielo, cuyo sólo pie cubriría este globo al que yo he descen-
dido."
SWEDE~ORG
DE LA TIERRA DE MERCURIO
11
Varios <'Spíritus se presentaron a mí, y desde el cit~lo
•••
¡;e mr: di.io que eran <le la tierra más cercana al Sol, planeta que
entre nofiotros es llamado Mercurio; y desde que llegaron, busea-
mn en mi memoria las cosas que yo conocía: lo que los espíritua
pueden hacct· muy hábillllente, porque cuando se acercan al hom-
bre, ven en ~n memoria todo lo que hay; mientras busaban di-
versas co~as, y entre ellas las ciudados y los lugares en donde yo
había estado, noté que no trataban de conbcer los templos, los
palacio~. las casas, las calles, sino solamente los sucesos que se
habían verificado en esos lugares, luego lo concerniente al gobier-
no, cnráctrr y costumbres de los habitantes y otras cosas parecidat~
porque talcl:l cosas son adherentes a los lugares en la memoria del
homhre; y por eso cuando se recu<'rdan los lugares, se recuerdan
t.ambi~n Jn-; cosas. Yo estaba admirado de que esos espíritus fuesen
IISÍ; por consiguiente les p"rc,"'Unté por qué descuidaban las magni-
ficcncin<J de los lugares e inquirían solamente las causas y loe
hechos que habían pasado en ello:,~; respondieron que no tenían
ningún placer en considerar ohjetos materiales, corporales y te-
rrestres, s ino qne les gustaba solamente considerar las cosas rea-
les. Pot· ahi se coníirm6 que los espíritus de esta Tierra represen-
tan en el "muy grande hombre" la memoria de las cosas, abstrae>
ci6n hecha de lo que es material y terrestre.
Se me h11 dicho que tal es la vida de los habitantes en dicha
'ricrra, esto es, que no prestan atención alguna a los objetos te-
rre-stre'! ~· corporales, &ino que se ocupan de los estatutos, de 1a:t
lcy<'s y do los gohiemos de las naciones que hay en ella, y tam-
bién de la.'l cosas que conci<'I'llNl al eido, las cuall's son innume-
rables. 'ricnen aYcrsión al lenguaje de lns palabras, porque es
material ; por eso, con ellos, cuando no había espíritu'! interme-
dios, ~;iílo he podido comunicm·me por una <>specie de pcru~amiento
Activo.
Yo deseaba saber de qué rostro y de qué cuC'rpo son 10ft
hombres de la tierra de .Mercurio, y si son parecidos a los hom-
bres du nne. ·ha Tiena; cntoncc>s se ofreció a mi vista una mujer
del todo SC'mejante a las que hay en la Tierra; su cara era her-
mosa, pt>ro algo más pequeña que la de las mujeres de la Tierra;
era tambi~n más delgada de cuerpo, pero de igual estatura, tenía
la cahcza envuelta en una tela colocada sin arte. Presentóse tam-
bién un hombre, bastante más delgado de cuerpo que los de nuc~-
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rúetcr opuesto; los ha~· dulces y humanos, y los hay que son
c·ruclcs y cao;;i sah·ajes (en esto no difieren mucho de los habi-
tantes de la 'l'icrra). Los qne son dulces y humanos se encuentran
del otro lado dC' Yenns, los que son eruelas y casi salvajes, al
la<lo de acá (').
t i Algunos de los cspíl'itus que apar<'cen al otro lado del pla-
CARLOS BONNET
DE GINEBRA
Contemplación de la Naturalesa
LAMBERT
lo tanto, <'l plan ele un mundo bien ordenado exigía una combi-
nación r<'gttlar de estas dos cosas.
Todo <'Ste espacio está ocupado por órbitas y por globos que
las r<'con-en. Esto debe rntenderse no sólo del sistema solar, sino
oe todos sin excepción. Cada estrella fija gobierna un mtmdo tan
poblado como el nuestro, a proporción de su capacidad y eso<>
munrlos son en tan gran número como lo permite la capacidad
dcl Uniwrso t>ntero que los contiene. ¡Qué hermoso, qué magnífico
<'spcetácnlo c1 de esta máquina inmensa que so mueve y mantiene
sus movimi<>ntos variados hasta el infinito por la ley más sencilla.
por el sólo principio de la gravitación! Esta es la obra maestra
de la inteligencia creadora y el objeto eterno de la admiración
<le los hombres y de los ángeles.
Nosotros queremos que todoslosplanetasesLén habitados; pero
¡,son todos habitablcsY Los cometas parecen formar una excepción
que seguram<>nte destruiría la regla porque, a juzgar solamente
por los qt1c conserva la memoria, esos astros son en mucho mayor
número, en el sistema solar, que los planetas.
¿Cómo COllccbir que seres vivientes puedan subsistir en un
domicilio que J)EISa por las últimas extremidades de frío y de
<'alort
Indudablemente es preciso que sean de un temperamento
mucho más vigoroso y de una constitución muy diferente de la.
nuestra. Pero, ¿qué necesidad hay de que todos los seres vivien-
1P!i sean hechos como nosotrosT No es infinitamente más Yerosimil
que haya en cada ~lobo una variedad de organización y de com-
plexión relativa a las nece.<Jidades de los pueblos que los habitan,
correspondiendo a dos lugares de su morada y a los cambios de
temperatura que les es preciso sufrirT ¿No ha desaparecido ya
Ja peeocupación que dnrante largo tiempo había hecho considerar
la zona t6nidn y la zona glacial como inhabitables Y &No hay
acaso miÍs que hombres sob1·e la misma Tierra? Y si no hubiéra-
mos visto jamíts peces y aves, no tendríamos i~ual fundamento
para considerar las aguas y los aires como uespoblados ~ ¿Esta-
mos bien seguros de que el fuego no tenga sus habitantes invisi-
bles cuyos cuerpos sean h<'chos r1e asbesto, o de alguna otra
substancia impenetrable a las llamas f Digamos que la naturaleza
de los seres que pueblan los cometas nos es desconocida, pero no
neguemos su existencia, y aún menos su posibilidad.
Yo gusto de figurarme esos globos viajcl'os poblados de astró-
nomos que cr,1án alli expresamente para contemplar la Naturaleza
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liUMPIIRY DAVY
VIAJE A SATURNO
HABITANTES DE LOS PLANETAS
"Tenía ante mis ojos una superficie infinitamente variada
ofreciendo alguna semejanza con un inmenso vestisquero. Este
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) YOtT~G
J . LA NOCHE
~
\ ¡ Cutln grande es Dios 1 ¡Cuán poderoso el Ser que lanza la
z a través <'le las masac; opacas dc todos estos globos; que ha.
jido el conjunto brillant<' de la Naturaleza y snsp!'ndido !'1 Uni-
rso como un riro diamante en la base de •m trono! Drjad cacr
u peso dt> lo alto de una rstrella fija, ~cnúntos sigloc;; pasarían
a tes de qur Urga ·e a la Tierra? &En dónde empieza, pues, en
d nde concluye cc;te vasto edificio! &Dónde se lrvnntan los últi-
n os muros qnt>, dominando sobre el abismo de la nada, encierran
<' su recinto la morada de los seres 9 &En qué punto del <'Spacio
R ha detenido el Creador, ha terminado las líneas de su plano
• depucsto sn balanza 1
~
El 'Pnin~rso que Yeo, ¿es su única obra, o bien, lejos de mi
ista ha fecundado ron un soplo el seno d<>l espacio! &Habrá.
acado tambi(.n del caos una infinidad de otros mundos, y se ha-
rá colorado en modio de una imMnsidad de esos diversos sis-
emas, <'Omo un sol c!'ntral que los penetra a todos con sus rayos
tv los ''e flotnt· a su alrededor como átomos en los t1orrentes de su
luz, y volver a caer en la noche del caos si detiene sus brillantes
juegos 1 El deseo de llegar al último término de lo13 seres sc des-
pierta en mi alma; quiero eleYarme de esfera en <'sfcra y recorrer
la radiante <'scala que la noche me presenta. Si desciende hasta el
hombre será para que ~1 suba. No vacilo más; me: entrego a la
imaginación. Arrebatado sobre sus alas de fuego, me lanzo de la
Tierra como desde mi barrera. ¡Oh ! ¡Cómo veo alejarse su globo
y decrecer a mi Yista 1 ¡Con qué rapidez me siento subir! He
pasado el astro de la noche; toco el velo azul de los cielos. Ya
pasé, penetro en los lejanos espacios. Ilasta aquí alcanza el ojo
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límitC's del ser¡ <·ree aumentar de este modo la gloria del C'1·cador.
La cxpe1 iencia viene también en apoyo de mi conjetura. Des-
de lo infinitamente pcqu<'fio hasta lo infinitamente grande', Jos
dos términos de la Creación sP <'oncspondeu y se equilibran mu-
tuamelÍte; el pensamiento no debe temer descender demasiado
l1acia la extrema pequeñez, ni elevarse demasiado hacia la extrema
grandeza. El error está siempre t>n el ddceto ~· nunca en el ex-
ceso. ¿ Qu~ efecto pudiera aparecer demasiado grande cuando se
piensa en la causa! ¡Admirable Arquitecto!, mi alma ¡H1ede des-
cender o elevarse a su voluntad en la innwnsidad de tu vida. sin
separarse nunca tlel eentro.
Yo soy es tu nombre. 'roda e:xislC'ncia te P<'I1C'nccc. La Crea-
~>ión no os aún más que una nada; no es más que nn \'el o flotando
ante ti, como ante un astro la atmósfera ligera.
Sabios de la 'fierra, obscrvadorC's d<' la Naturaleza, genios su-
periores que voláis sobre las h11ellas de Newton, ¿habéis d<?S<'U-
bict·to a .Aquél que ve la cumbre de la Creación hundida en las
profundidades de un abismo! ¡Habéis encontrado el orbe del
grau Ser, del Sol uniYersal qu<' atrae a sí a todos los seres? 61la-
béis reconocido los satélites que le rodean, las estrellas de la ma-
ñana que asisten a su despertamiento y forma su corte 'l ~o es la
ciencia; la religión es la que me conducirá hasta él; el amor hu-
milde penetra donde la soberbia raz6n no puede alcanzar. . . Cada
uno de estos astros es un templo donde Dios recibe el homenaje
que le es debido. lle visto humt>ar sus altares; he visto el incienso
elevarse hacia su trono; he oído resonar las esferas con los con-
ciertos de su alabanza. Nada hay profano en el Universo. La
Naturaleza cntcr·a es un lugar consagrado.
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11 Hebo. 11,42 14. 32 Pomona. : 2,r.G Q~ld110hmldt. 1961
2,lltl ~beeqruac. .
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1t Pe rUmo pe. 2,(~ 111. • . 3'1 Fldea. ~.M LuthPt·· . . . 1>6.'1
12 Vlutorla . :>,!l:l ll!nd . . . :I!J Leda . . ll, le !Cbacl!rnne. . 1~
18 E¡rPrta .. 9,"6 n_, O!Up~~: •. . 3lo l.mUcia. • 2.'11 k Id. . . .
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14 Irene. . . 2.te Hlnd . . . . 41) Arruo o ia. . 2.28 ,u oldtehmidt . 18:111
1 ~ E\momla. . 2~ De G~5¡»rie. 41 Otttr.o. . 2.~ Id l!lr>6
111 Poi'JU!s .. z.~ 1<!. . 42 Isi,.. :t.4' l'~on .. . . l!lbtl
11 Tettw. . . . 3,41 Luther..
1~ M~lpó mcne .. 2.~ lllud
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19 F rtuna. . 2.~ Id . . ~f> ~:ng:enh1. 11. ~3 ¡ (4 . . . ,~,.
2o Ma••a Ha .. 2.·~· De Üllt~Ml• .. ~u ~.~ u... .. ll.~ Pogsoe . • . líl-'>7
2 1 Lu.•eel&. 2.4~ GoltiHebrolrlt.. 11 Aoclao. 2,tl/l Luchot· . . • \.11~1
22 Callopo. lllnd . •9 Uoris. 3,11 Goldschmldt . l3!>1
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~• Teml•·. • 3.1.::1 De Uaspa r ls.. 6 VIrsiniB. . ~ b5 ~·erqctiOtl·.
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Descutridores
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59 Calipso . .
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2,1l2 Lm ber . . . IS.':tl 116 S!ronl<. . 2 .77
---:-
Pettrt. . 1971
54 Aleja ndra. 2,11 G oide.!ilmidt . 1~ 111 J..omla. . 2,1!9 Borclly. 1811
M Pandor a. . 2 ~6 Scarle. . . • Ul.\8 liS Pelillo. . 2 ~:J Lu:her. . 1812
5ll Melet<l . • . 2,&1 Go!dscbm.ldl . 18:>9 119 Altea. . 2;1;s Waaton. 111'i\l
1809 1211 Lacbesia. . 3,12 .Eiorelly . 181'2
~1 Mneotoainn. S,lS Luther . .
5o Concordia.. 2.~0 Id • • 1860 121 Hcrmlo n~>. 3 . 4~Waaton. IS'l2
59 Ollmpl&. 2.1 1 Chacorno.c. . IPeQ 1?-2 Gerd11. . . . 3 '.!2P ~rel'11 . . 18'72
GO Eeo. . . 2,39 Jo<"ergnaon. . . 18011 123 Br lloeqnilda . 2:•011 Id. 110'12
61 Oinac.. 2,\lil .Gol<bebmldt • 1860 1'24 Aleeetee. . . 2,63 Id. . . IS'n
6~ Er&t~ . . 2.1:1 1fúo'Ster.. . . 1~ 125 Llberatrlx. 3,113 Pr. Henry. . 1812
63 Ansonla. . . ~.•" Da Oaoparls.. 1~1 126 Valleda. 2,4-1 Paol H•llTY· ., 11112
64 Angelir.n.. . 2,66 Tem~l . . . . 11'61 IZ7 J oanaa.. 3,32 Pr. Beory. • 1812
& Mnxlmlllann . ~.~s 1 Id . . . . 1001 128 Neme•ls. . 2 .1~ Wat.Aon. 18i2
1-o• ~ ~ Amigvno.. 2,11'1 Peten. • 18~3
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111 Panopea.• 2.~1 G u ida~hmidt . 1!!61 I:JJ Q¡ rcnc. . . 3; ·6 1 Id. . lh13
'll Nlobe.• 2,16 Luther. . 1361 13~¡sorroolna. . 2,ú1 , l .uther.. llr.3
11 li'e:onla. ~.e1 ;PeteriJ. . !Sin 1:1.~ Hertll. . . 2,4:! Peleo-.. . 1'1'14
"'SCHc!t. .• 18tl'l 13:! Austo·it< . . 2,3<1 Pai!SA. • 11?14
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11 Frigga.. . . ·2.61 Petera. . 186>1 l¡O Sh.-a .. • . . -.!,11 Id. • . 1874
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,\nlllo, . l ,tiOt 6 8,711 ea.1e+ 177 .~68
1." ""télite. 3.483 40,021 87,802 IH,7S.
2.' o¡¡aJd lt.. •• .1.201 a8,4~1 1!3.064 1~7.02-8
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4." '-111<'1 ~·~ .. l,WZ 10.523 38,2G2 íti,S2á
:. • ~:trelatr . ~2 1 4,016 IO.í80 47,558
-
CUADRO DEL PRINCIPIO,
Ll.l!1 F!N Y DE U DURACJON Of: LA F.XlSTENCl., llE 1,\ :\AT UH.\ L~:Z.-1. ORtJ.\:\lZ.ADA
EN t AOA PLANF.TA SEGIJN llt:I'I'O'-=
6.• ukllte de J
-5, 101 ~7.!1.)11 t2.38ll o
La Lnna. 7.800 i2.514 e~.624 o
~&rte. U.tll!l 11(),928 :,S,GU 11
·'-' ~atflit e d•• ;,. l b .:i!¡~ · 70.~2(1 ~7.1 20 1.008
4.• sat.llile de 1¡:. :!J,;3u U8.GOG 7~.QIUI 2:1.874
)lerrurio. 1 2G,tL\i 1 117.>~) 1111.712 112.933
JJ< T ierm ~.083 11~. 1 ~ I S2, 1~1 tl3.2\t1
~." s.•t<'hh• •le 1¡: . a7.Gí2 t ~6.o:.s 11tl.tl611 8 1,820
~.'l!lll o: lite de :, . . ~0.37J 167 .!128 127.«155 115,006
. l .V &&l•·líte do :¡¡: . ~2.0:!1 174 , 7 ~,¡ Ja2,703 99.0:.2
\'enus . . .' . H .llc>7 228.5l0 18~.4 78 1 ~3.70tl
Anillo t1t 1t. 5C.S:l<l tii.~tltt 1:!1.1 i2 lfrl,í30
ll." a:Mllte de 1t . 5 9.~ ~1 247.~01 11-i.'JI~ 172,5Gil
Satu rnn 112.0011 202,0~0 1 \1'.1.11~ 1!17.1&1
S.• ~<:~1él11e '!¡; • r.~.4 M 271.0!lll 2C\O.ij(l2 1116.:!G6
1." ut~llte de '!¡; ;,¡,72~ 3 11 .Q73 237.2l0 ~37. HJ
J upller 11~,623 4S3.121 2nu~s 1
1 1
-
ELEMENTOS PRINCIPALES DEL SISTEMA SOLAR
i'l,.i.iiiiAiüOñ.-U PLl11U.LID.AD DE lllJII'OO& UABI'I'ADOa
~fert'ltriO ~ . .. · o.d~; l4 uJ() 'tvt• t i,!Sih '1100 oou 0.1411 t:96 oou oou 11,1150 60 000,()()11
\'cuus ~ • . .. ll .~t3 ·>d i60 •100 •U15-4 u 1100000 II.H~ ~ \tf>1110 0011 H,l\018 1 ~ooooou
lA ·r;c.... ~ ,
.. . U Mili S'/ Ci()() IIIJC\ l.O!MI 12 ;~ZKU 1.000 r, •lll3 U 2 HIO 1 080 603 240
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