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LA PLURALIDAD

DE

MUNDOS HABITADOS
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4CAMILO FLAMMARION

LA PLURALIDAD
DE

MlJNDOS HABITADOS

TrtUfuclda de la vigésima qu(nta 1dlc/6n franctsa por

A. LOPEZ LLA5ERA

DIGITALIZAÇÃO:
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Junho de 2012.

onstancia
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS i

INTRODUCCION

Ba~tn obser\'ar <:on atención <'1 c:;tauo actual d(• los espíritu!:l
para eonoecr que <'1 hombre ha perdido la fl' y la seguridad de
los antif.,rtlos tiempos; que la nuestra es una í-po<>a de luchas .'
que la humanidad inquieta <'spera nna filosofía religiosa en la
eual pn<'da funclal' sus e ·peranzas. Ilubo un tit•mpo en que la hu-
maniUad pensadora C'staba satisfl•cha c:on una!> <·recncias que eol-
maban sus aspiracion~>s; hoy ya no r~ así: los Yirnto<> críticos que
acaban de sopla!' le han secado los labios, la han privado de las
fuentes Ú\'tlS de la fe, en las que de tiempo <'ll tiempo humedecía
c·sos labios sl'Clicnto~ y <'n las cuaks Sl' l'<'gcueraua en los días d<.'
dc:::falh.•(·imiento. Le han 4uitado sucl'siYamente todo lo que eous-
tituía su fnei'za y ::.1.1 sostén. ~ Qu~ le han tlado t•n c:ambio? El
yacío1 ¡ay!. rl \-acío lúgubre, insondable, donde se mueven en ld
sombra <'SOs St'res informes que engendró la c1uda; el vaeío drl
abismo, C'll donde la r azón misma pierde sn ponderada fuerza.
donde se sil'n!c atacada <k vhtigo y ca<', des\·anccida, <'11 brazo~
,]e} esc:eptic·ismo. ·
¡Obra el<• dc~h·nc<:ión! ¿Qué haríais Yosolros, f ilósofo::¡ moder-
nos ha<'c nn siglo! Rousseau, esnibienuo el Emilin, l's<>uchaba lo-;
prilllCl'OH c·ru.)idos de la próxima l'l'\·ohl<'ión ; D '.A lambert borraba
del dic:<·ionario la palabra cTcencia; Didcrot parodiaba la socie-
dad ('00 su amigo el ,'fobrino ele Ramcau; ,-ollaire (perdónese la
c>xpr<>sión) !:,olpeaba t>l hombro tk Jesús dúndole la despedida;
los abate::.-cardenales rimaban floridos madrigales paL·a sus que-
ridas; el rey se ocupaba en galanterías de alcoba. . . Esos eran
los que dirigían el mundo. "Después dl' nosotros, el diluYio"
decían. Y vino, en efecto, ese dihwio de sangre que sumergió el
mundo de nuestros padres; pero nosotros aún no hemos Yisto en
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ll CAMILO FLAMMARION

,.¡ cit•lo la pulomu quP ha de traer en su pico el ,·crclc ramo d«~


un muudo renaciente.
m pasado ha tnUI'l'ÍO; la filosofía del porvenir no ha nacido:
t':'JI{l cm nelln todavía r.n la laboriosa confusión del alumbramiento.
l•:t nlmn del ruuudo moderno está dividida ~· en perpetua contra-
«lic<'ión ronsigo misma. Reflexión graYc, ll\ ciencia, esa poderosa
d ¡, initlnd del día, que tiene en sus manos las riendas del progreso,
In c•icncia nunca ha sido tan poco filosófica, nunca ha estado tan
ai..,Judn como hoy día. Tenemos l1CLualmentc a la cabeza de las
t·icncius, hombres que niegan arbitrarlam('ntt> la existencia de Dios,
y que eliminan por sistema la primera de las verdades. Tenemos
ut.ros, cuya autoridad no es menor, que no admiten 11\ existen<'ia
d<'l nlmn, y que no conocen cosa alguna fu('rn del tra hn,io de las
1·ombinaciones químicas. Ved ahí una plryade que abiertamente
proclamtl la cuestión de la inmortal i<lad, romo una cuestión pueril,
huena, todo lo más, para entretctH't' a gC'ut<•s 1lesocupadas. Ved
otra que no percibe en todo el UniY<'rso míLs que dos elementos:
la f'ul'rza y la materia; los principio~ uniwrsales de lo wt·claflcro
:V il<' lo huC'no son para ella secretos impenel t ables. Bstc l'rprcscnta
IIU<'stras individualidades humanas como ott·ns tantas pequeñas
suolr<'ulus n<'rviosns del ser-humanidad; el otro IWS habla uc una
inmortalidad facultativa. Enh·etanto, tenemos doctore~ <·alólicos
que pE'rmanet~cn aislados en su statu, q¡w de hace cinco siglos. que
r,~ptHlian d~sdeñosamentc la. ciencia, y que nos a ·eguran formal
JUC'ntc c1uc IH fe cristiana nada tiene que trmer.
¿Qué había de resultar de estos diversos movimi<'nlos que
Nl t udos H<mtidos se agitan en la sociedad, y que d<'scle hace mcdi<J
Higlo <•oumucYen el mundo como una tonucntosa .fluctutlCÍímY Bl
ll' ultudo debía ser el que tenemos a la Yista: cada c•u~tl flota
hoy c·n la duda, esperando la calma que aún no llc~a; N11la «llal
husc:t u lo ldos una playa, un puerto, n dond e l)O(lcr dil'igi t· l:!\1
fafig1HIU lla \'C.
Por e· u, particularmente desde hace nlguuos niios, se notu nn
111m iruir.utu filos6fico sobre cuya naturalPzn nadie JHtP<Io • quh·n·
tat t'. Al¿.:unus c•ahezus privilegiad¡1s, ¡wohindns y fatigndn por
t filo ofi¡¡mr. negador, se }1an nl?:udo, IIPrws d(• ln11 nHparn<'illlu'JJ
1 le 111 tJlll' pcrmauet·ian sl'pult:ulas, ,\ t•l c•ulto «1 In icll'l\ t•ucuta
11 Jl\1 \11!1 y fi'I'\'Íl•utrs adoradotNi. Ims ngitMimu pnlftit•n , In!-!
v "'" IJdndts reulísliNt~ y Ju irulift•r<'lll'iu tlo In rnnyur purt11 tln
1 1 11abr1 !1 put· IRS cucstiont•s njt'llll n In 'ida mntcrlal, no hnn
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 9

adormecido al espíritu humano hasta el punto de impedirle pen-


<~ar de vrz en cuando eu su razón de &er y en su destino; sol-
dados dt>l pPnsamiento despiPrtan por doquier, a la llamada df'
algunas palabras lanzadas por bocas elocuentes, y ¡¡e retmen en
~!l·npos diversos, bajo el estandarte de la Idea moderna.
Es que el hombre, progresivo por naturaleza, no quiere per-
muneccr l'stacionario, mucho menos descender. Es que el progreso,
hacia rl cual le conducen sus tendencias íntimas, uo es una idea-
lidad pC'rdidn en un mundo metafísico inaccesible a las investi-
f{aciones humanas, sino una c.':!trella refulgente que al rae a su
foco central todos los pensamjcntos ansiosos de verdad y sedientos
de riencin.
Es que In humanidad no ha alcanzado aún la era luminosa a
(~ Ue aspira; que se necesitan siglos de preparación lenta y de pe-
noso<¡ trabajos para llegar al conocimiento de la verdad; que no
hay día sin aurora y que, si la época presente resplandece sobre
las que la han precedido, por los grandes descubrimientos que la
c>nracterizan, es porque tealmeute nos anuncia el día.
¡Gloria a esta rt>uovación del espíritu ! Que todos nuestros
esinerzos, que todas nuestras Yigilias sean para ella. O,ialá no sea
ya solamen te una oscilación inevitable del movimiento intelectual,
•ino que Anuncie al fin el advenimiento del hombre a la verdadera
-;cnda del progreso. Ojalá la Filosofía no se vea, de hoy en más,
l'elegada a un círculo de sectas y de sistemas, y pueda unirse al
fin a la Ciencia. su l1ermana: de su fecm1da unión espera la hu-
manidad su nueva fe y su futura grandeza.
Quizá, al leer cstns líneas, se preguntará. qué relación existe
entre la Pluralidad de Mundos y la filosofía religiosa; quizá sor-
prenderá Yernos entrar en materia con tanta gravedad en un asun-
to cuyo lado pintoresco y curioso hubiéramos podido ¡)resentar
antes de todo.
Y, Nl efecto, parece que importa muy poco a la filosofía
JlW .Júpiter esté enriquecido con una naturaleza fecunda y po-
hlaclo de seres racionales, y que todas esas estrellas que cento-
Jlrnn sobre nuestras cabezas durante la noche profunda sean el
'l'lll 1·o de otras tantas familias planetarias.
lJOS que nsí piensan -y sabemos que forman la mayoría, por
J decir la totalidad de los lectores-- deberán resolverse a cam-
Mnr· ele opinión y a creer que la Pluralidad de Mundos es una
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JO CAMILO FL1\MMARION

doctl'ina a In ,·pz científica, filosófiC'a y l'l'lig-iosa, <k la mayor


iruportaneia.
Para demostral' e~ta ,·crdud ~e J1a escrito este libro ~· al
mi~mo tiempo, si es posible, pa•·n hacerla feeunda.
P ara jnzga¡· 1·ectamcnte, es pl'l'l·isu considerar E'l todo y uo
la parle. Es cosa ya notada <¡\lC lns irlens ndoptnda!! sobre <>1 hom-
br<> ;.· sus destinos ('stán nHÜ'<·adas por unn ¡~:u·<·ial iflad terrestre
rlemasiado <'xr·lusiva. PíLginas admiri!blt>s Sl' hau l')<(•rito :m bajo
la imprt'sión eh· una univt'rsalidall d<' lnunanidach•H, de las euale"
no nos dan10s ctwnta. pero que sin <•mhargo nos rodean pot' toda~'
part{'S <'ll la inmensidad d el espacio. Los psie61o~os se han pregun-
tado :-i nnestra alma no podría ir un día a hahitur otros mundos.
y si entonces la vida eterna, d espojándose del t errible aspecto bajo
,.¡ eual ha si1lo hasta aquí rc¡Hcsentada, pudiera y por consiguien-
1<' debil:'ra :s1•r admitida desdo ahora en sns temas <le rstudio; Jos
11aturalistas han tratado d r aclarar el rni~mn de la rr<'aeión y
el misterio tk las eansas finales, elevándose> a <'SOs astJ•os le,ianos
qur p a r cr<•n ott·as tantas tierras c•oncr didas, eomo la nuestra, en
patrimonio a hmnanas naeion<'s; los cudosos -¿y quién no lo
N;?- han intrrrogoado el horizonte, tratando ocadivinar qué ra-
:~.ns vosibles d o ser es pueden haber fijado sus ti<'n das allá aniba:
lodos. sin rmbargo, d1tdahan siempl'P d<> la rralidad de la <>xis-
tc•neia en esos mundos y muy pronto caían <lt• nuevo en rl tenc-
hroso ahismo de las simples <·onjctmas.
I1a t><'rtcza f ilosófica de la Pluralidad de ~lundos no cxish•
t odaYía, porque no se ha establecido cstn wrdacl sobr<' t>l exom<'n
d e los hechos astronómicos que la demuestran; y se han \'Ísto
hasta en rstos últimos tirmpos, rscl'itores de nota encoger.•w ck
homhros impnneuwnte al oír hablar de las tierras del rielo, sin
que se haya podido replicarles con hechos .Y claYarlos ni pi<• d<·
sus ineptos razonamientos.
•\unquc esta cuestión parezca a uno~ el<> un grau nl<•JIJl('(' fj.
lc>sóric-o, p<'t' O rodeada dP misterios impen<'trables, aunr¡un uo Hl'll
pur·n ot r·os más que un <·apricho <'nrioso relacionado l'Otl In 'nni~
i11dagaC'iún de lo drsconocido, noso1ros la hemos <·ousicl('l'aclo sh•m·
p!'l' <·omo nna de las cuestiones fundarncntah•s cll' lu filuHe~fia y
•h•f>dc• ,.¡ día en qur, acosarlos por la profunda l'Oll\ ic•eión quc cxifl-
1i:r f'l t no. ;ot ¡·os <'011 a n terioridad a todo estudio ci('tJltfico, lwmos
flltc·t·ido profundizarla, discutirla, y prohur llc• ciar de ('!In 111111
•lc•ruo.<;t l'tt('i6n exterior, hemos visto CJU!', ll'jos rle ~t•r hutt•t•c:llihlt•
•• lns Íll\'cstigaciones del <'spíritu humnno, brillaba ant<' ~1 ron lu
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PLURALID.\D DE MUNDOS HABITADOS 11

más límpida elal'idad. En seguida se no · hizo ('vidente que rsta


doetrina ern la afirmación inmediata J(' la ciencia ustronómica;
qne ~ra la filoso:fía del l 'niycrso, que la dda ,\' la -.;•crdad res-
plande6an en C'lla y que la grand<>za dP la c·rcaeión y la majestad
de su Autor no brillaban en parte algUll<l C'On tanta lu7. como <.'11
<>sta lata in1erpretaci6n ele la obra di' la Xaturakza. Por esto.
t·eeouociendo en ella uno de los elementos del progl'eso intelec-
tual tk la hmnanillad, hemos aplicado nucstl·os des\·clos a su es-
1udio y nos hemos propuesto cstablccctla sobre argumentos sóli-
dos, contra los cuales los rceelos de la dndn o las armas de la
negació11 uo pucdC'n prevalecer.
Nos ha parecido que r•n un estudio ohjctivo llC c•sle género,
debíamos dejarnos conducir por C'l espíritu del método experi-
mental, fundándono<.; rn la obscl'\'ación y hemos puesto manos a
la obra. Todo el mundo trabaja en rl grande P<lificio; una wz
conO<'ido el plan cl<'l ru·quitec·to, al número ~· al \'Ígor de los op<'-
l'arios t<><'a el ad<>lantamiento y la con :trucción. A esto se debf'
que nos hayamos permitido, nosoh'os comp1rtan1<'nte desconocidos
en el mundo dr los pcnsad01•es, aportar también la modesta pie-
dra qur nos ha sido dado tceoget' en nuestro camino; no porque
nos consir1crf'mos en modo alguno necesarios entr(' los obreros, sino
ñnicmnente porque habiéndonos dedicado por· nurstr'a <'arrcl'a al
~":.tndio práctico de la Astronomía, tanto rn el ObsetTatorio de
Perí:>, eomo en la Comisión rlc Lon:;itudes, hemos podido disponer
dl' los <l<1tos y flocumentos necesarios l)ara dar una base sólida
a ltl doctrina de la Pluralidad de Mundos, po1· tanto tiempo l'e-
le~acla al dominio de las e11estioncs metafísicas y <·on,jeiurales.
Añadamos ahol'a, para justifica1· en seguida ante vosotros,
leetorc-.:. Ja razón de ser de nuestra publicación. que indcpcnclic.n-
tementc de la cuestión actnalidad que tiene por los trabajos rc-
<'i<·ntc~ del pensamjento humano, este capítn)l) a~ la filosofía na-
..ur~ 1 , s la pnrt<.' vi\·a, si Sl' permite la <'xprcsión, de la cieneia
a tronómica, la cual, a pesar de <ms magnificas descubrimientos,
.ía dr escasa utilidad para el progreso del espíl'itn humano
no q> supiese considerar desde su punto d<> vista filosófico, y
• en e::;te concepto debe concurrir, como los demús ramos do la
ncia. ct enseñarnos lo que somos. El espectáculo del Unin'rso
ior e·, en <>fecto, la gran UJlidad con la que debemos ponernos
rcl2eirín pat•a conocer el T'erdadero lugar que ocupamos en la
, y sin esta Cf>'PCcie de estudio comparativo, vivimos en
rlieic fle un mundo deseonocido, sin saber siquiera dónde
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]~ CAMILO FLAMMARION

rslamos ni quiénes somos, rclativaHH'IIh' al t•onjunto de las cosas


creadas. Sí, la astronomía debe ser, d<· huy 1'11 más, la brújula de
la filosofía, debe marchar ante ella <·omo un furo alumbrador, ilu-
minando las vías del mundo. Bustnntr• tiPiliJHl ha permanecido
C'l hombre aislado en su valle, ignornntt• ,), !lll prLsnc1o, dr su por-
venir, de su destino; bastante ticmpu Jll'l'lliUIIt•t•ifl ntlorrnrcido en
una vaga ilusión sobre su estado rrnl, <'11 1111n opini(m t'ahm e in-
s<·nsata de la creación inmensa. 1DNtpi.,t·ll' hoy ,¡,.
1'11 Pul orpeci-
mi.cnto secular, contemple la obl'll dt• 1>ío~ y r••••nun1.•·n Hll eH
plendor; preste oídos a la enscünmm dt> In Nnhll'nlt•za .v Htt imu
¡,"Ínario aislamiento dcsaparcz('a parn dl'jnr·l" Vl'l' <•ra In I'Xf!'nsióu
•le los ciclos las humanidades qut• llltn'l!llll ·' "'' Hlll't'd"n .. n los
lejanos espacios l
Vamos a fundm· aquí nuestra cloc·t l'iun soln·t· Hl'i;llllU'ltt os de
YUt'ios géneros, ]o que diYidirá la obm t'll 'nr·ios plmfm~ runclu-
mcntales. En un primer estudio, comenzaremos lllll'Sf l'llll l'onside-
raciones con In exposición histórica ele la dodriuu, de <londc Sí'
tlesprendorá que Jos hombt·os eminentes de todos los t icrnJ)OS, dt•
todos los países y do todas las creencias, fueron partidarios de
la Pluralidad de l\Iundos; esperamos que esto haríl inclinar la ha-
l:mza en fn,·or de nuestra tesis. En los estudios siguicnte'l, la
a.o¡tronomía y la fisiología vendrán a establecer, cada cual en lo
4uc le concierne, que los otros mundos planetarios son hahitalJI¡os
romo la Tierra y qne ésta no tiene ninguna. preeminencia man·adn
sobre ellos. El espectáculo del Universo nos hará conocer rn sP-
guida que el mundo que habitamos no es más que un átomo <'11
la import.atH•ia relativa de las innumerables creaciones dt·l <•spn-
cio; sahrcmos (sirviéndonos de un ej emplo vulgar) ()UI' la hor·-
miga de nuestros campos tendría infinitamente mayor f11nclnnu·n·
to en creer su hormi~ncro el único Jugar habitarlo dd glnho, fllll'
nosot ros cu considerar el espacio infinito como un innu•n9n tlP!!Íl'l'to
<•uyo solo oasis fuese nuestra Tierra, cu~ro único y etl'l'llll (•ont••tu·
piador fuese el hombre terrestre. La filosofía moral wrHir·{¡ por
último a animar con su Yital aliento estos nrgtrrrrPIIIo!l fllrttlndn!i
1'11 lu enseiíam~a de las ciencias y a cnsciíar·nos qu(• r·f•J¡wirtnc¡¡ 1'11-
lnznn n nuestra humanidad eou las humani<lnd!'s dt•l Pspn .. in. Jt:llu
1urulnrá lo qur ereemos poder llamnr la Relir¡iótl ¡¡or In t icncia.
Cstt• es el program~, tal vez demasiado ntsto, quP ¡wt· sí mis-
ntn se Ira tr·:tMclo unte nosotros cuando nos lwmo!l dt•jrulo dominar
lll!r utwstros est ndios predilertos. Ojalá lo huJ·m11oS comprendido
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADtOS 13

y tratado de una manera digna de asunto tan grande y tan mag-


nífico, y podamos servir en algo a los que, como 1:1osotros, buscan
el conocimiento de la verdad en el estudio de la Naturaleza.

c.urru> FLA MlURIÓN.


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LIBRO PRIMERO

CAPITULO

1
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ESTUDIO HISTORICO

Nccesse est coniiteare


Esse alios aliis Terrarum in partibus orbes
Et varias Hominum gentes ct srecla ferrarum.
LucRETtus

DESDE LA A¡..¡-TIGüED.AD HASTA LA EDAD MEDIA

La h istoria de la pluralidad de mundos empieza con la historia de la inteli-


gencia humana. - ¿Quién fué el primero que se elevó a esta creencia?
- Los Aryas. - Los Celtas Galos y los Druidas. - Opiniones de la
antigüedad histórica. - Egipcios. - Sectas griegas. - La Luna, según
Orfeo. - Escuela jónica; Anaxágoras. - Los pitagóricos; armonía del
mundo. - Xenóphanes y los Eleatas. - Los ciento ochenta y tres mun-
dos de Petronio de Himera. - Los platónicos. - La escuela de Epi curo;
Lucreeio. - Primeros siglos del cristianismo.

"Todo este unlwrso visible, decía Lucrccio hace dos mil. aiíos.
no es único en la Katuraleza y dchemos cl'ecr que hay en otras
regiones del espacio, otras tierras, otros seres y otros hombres".
Al comenzar con estas juiciosas palabras del antiguo poeta de la.
Naturaleza, consideraciones que sólo del)cn 1ener por base lo~
datos posi1ivos de la ciencia moderna, no es tanto nuestra inten-
ción apoyarnos en el testimonio de la antigüedad para establecer
nuestra doctrina, como resumir en un mismo epígrafe el asenti-
miento ele la mayor parte ele los filósofos sobre este particular.
Sin embargo, antes de demostrar por la enseñanza de la astro-
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i8 CAMILO FLAMMARION

uoHlh la habitabilidad real y manifiesta de los mundos plane-


tarios, creemos que no Rerá inútil trazat en algunas páginas la
hbtoria de la p!uralidad de mundos y mo-,trar con ello que los
lt<"rocs del saber y de lil. filosofía ~e han afiliado con entusiasmo
hajo la bandera que vamos a defender. Un fl'l.hio escritor ha dicho.
precisamente sobre el mismo asunto qnc nos ocupa, que no es una
gran recomendación para uua teoría <'Ualqniem, t>l tener su ori-
~l'n en l,t antigüedad, porque la opinión contraria po•lría ai!pirar
al m.i'>mo beneficio. No somos de este parecer; JlllC' si es cierto.
r.omo se verá, que nuestra do<'h·ina ha sido en<>eitada por casi la
totalidad de los más qrandes filósofos f'Onocidos. er; poco probable
que estos mismos filósofos no sabiendo lo que decían, hayan pre-
sentado el pro y el contra de las ideus que sus historiadores han
transmitido a la posteridad. Si algunos autores antiguos no s~
han elevado a esta intuición, son aquellos cuyo-. trnhajo. no han
tenido por oujeto el estudio del <'ielo. Tenemos 1)01' <'On<~iguiente
razón para esperar que reconociendo que, lt'jos dr. uo contar más
c¡uc con escasos campeones esparcidos en las edncle-;, esta causa
fm·o por defensores talentos eminentes en la historia de las cien-
cias; se comprenderá que semejante doctrina no es debida al
P.:3PÍ1'Ítu de sistema ni a opiniones efímeras de sectas y de par~
lidos, siuo que es innata en alma humana y que en todos tiempo'
y en todos los pueblos, 1'1 estudio de la Naturale1.a se ha desarro-
llado f'll la inteligencia humana. Entonces se podrá, sin temor de
pPrder el tiempo en una ocupación pueril, indigna de los traba-
jos del pensamiento, dedicarse a estos estudios grandiosos que pre-
sentarán al hombre con relación a la Naturaleza entera y darán
a conocer el verdadero lugar que ocupa en ol orden de las cosas
• Cl'l'adas. 'l'nl es el objeto primordial de nuestras con.sidera<'ioncs
;nbre In pluralidad de mundos.
Para conocer el origen de esta admirable doctrina, y para
bcr a qué mortal somos deudores de esta maravillo con pción
de la intcli~encia humana. bastará trasladamos con ~1 pensamiento
~ noch ., e~pléndidas en la que P} almn, la la • ~atura-
m di• pcn; ati ·a ~- ·ilenciosa. bajo la • u1a del
~-·-•••-·• n ct lo. En ella;;, mil a ... ro~ perdi le-
e· derraman sobre la T" ndad
nifi el \·er&d ro l ~ r "Cni-
a ·den mi d 1 u·lfil:uto
~ a
~br:!S n-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 19

tidos. Absortos en una vaga fantasía, contemplamos esas perlas


oontellcantes que tiemblan en el azul melancólico, seguimos a esas
Etitrellas pasajeras que surcan de cuando en cuando las etéreas
llanuras y alejándonos con ellas en la inmensidad, erramos de
mundo en mundo en lo infinito de los cielos. Pero la. admiración
que excita en nosotros la escena más conmovedora. del espectáculo
de la Naturaleza se transforma al punto en un sentimiento de
indefinible tristeza, porque nos consideramos extraños a esos
mlmdos dond.- reina una aparente soledad y que no pueden hacer
nacer en nosotros la impresión inmediata por la cual la vida nos
une a la Tierra. Ellos despiertan un pensamiento de lo infinito
que es una fuente de melancolía al mismo tiempo que origen de
purisimos goces: ciérnense allá arriba como moradas que aguar-
dan en silencio y cumplen lejos de nosotros el ciclo de su vid&
desconocido ; atraen nuestros pensamientos como lm abismo, pero
reservan la clave de su enigma indescifrable. Contempladores obs-
curos de un universo tan grande y tan misterioso, sentimos inte-
riormente la necesidad de poblar esos globos en apariencia olvi-
dados por la Vida y sobre sus playas, eternamente desiertas y
silenciosas, buRcamo.~ miradas que respondan a las nuestras. Así
un animoso navegante exploró largo tiempo en sueños los desiertos
del Océano, buscando la tierra que le había sido revelada, pene-
tt·ando con sus miradas de águila las tinieblas más dilatadas y
franqueando audazmente los límites del mundo conocido, para.
abordar al fin a las llanuras inmensas donde el Nuevo Mundo se
asentaba desde períodos seculares. Su sueño se realizó. Desprén-
dase el nuestro del misterio que lo envuelve todavía y sobre el
bajel aéreo del pensamiento, subiremos a los cielos en busca. de
otras tierras.
Esta creencia íntima que nos muestra en el Universo un vasto
ünperio en donde la vida se desarrolla bajo las formas más va-
riadas, en clondc miUares de naciones viven simultáneamente en
la inmensidad de los cielos, parece ser contemporánea del esta-
blecimiento de la inteligencia humana sobre la Tierra. Es debida
al primer pensador que, entregándose con la buena fe de un alma
aenciUa y estudiosa a la dulce contemplación de los cielos, me-
reció comprender este elocuente espectáculo. Todos los pueblos
7 especialmente los indios, los chinos y los árabes, han conser-
vado hasta nuestros días tradiciones teogónicas en las cuales se
reconocen, entre los dogmas antiguos, el de la pluralidad de ha-
bitaciones humanas en los mundos que centellean sobre nuestras
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20 CAMILO FLAMMARION

t:abezas y l'emonlándosc a las primeras páginas de los anales his-


tóricos de la humanidad, se eneucntril esta misma idea, ora reli-
giosa para la transmigración de las almas y su estado futuro, ora
simplemente astronómica para ln habitabilidad de los astros (l).
Los libros más antiguos que poscemo , los VeiWs, génesis an-
tiguo de los indios, profesan la doctrina de la pluralidad de mo-
radas dE.>l alma humat1il. cn los astros. sueedi<>nrlo a la encarnación
terrestre; !lcgún las propias E.>xpresiones de estos discursos que
el eco secular de los tiempos nos ha con!'CrYado <'On tanta difi-
aultad, el alma va al mundo a1 cual eorrespondcn sus obras. El
Sol, la Luna y otros astros desconocidos c'-tán preparados par&
la habitación y han dado el ser a formas YÍYas incomprensibles ( 2 ).
El código de Manú, los libros Zendns, los dogmas de Zoroastro.
<',onsidcran <'l Uni,,crso desde el mismo punto de vista ( 5 ). Pero
Pn <'Stas filosofías antiguas es difícil S('parar la parte física de
la metafísica y sólo debemos mencionarlas aquí eorno recuerdo.
Los Celtas Galos, nuestros antepasados, y en particular lo~
Edueno!'l, que ciertos arqueólogos de nuestra raza, tal vez dema-
siado patriotas, han considerado como el puehlo primitiyo del
globo (habitantes del Edén), celebraban en las invocaciones de
los drnidas a Tcutatés v en los cantos de los bardos a Delenos,
lo infüüto del espacio, ia eternidad del tiempo, la habitación de
ltl litlna y de otras regiones desconocidas, y la cmi~ración dr la ·
almas al Sol v desde allí a las moradas del Ci<>lo. Lo druidas,
que poseían ~onocimicntos astronómico~ más adeluntados ele ]o
que g<:'neralmrntc se supone, que bahían formado un calenililrio
c·x:u::to y conocían la oblicuidad de la eclíptica y la dura(•ión del
año, mucho tiempo antes qne los egipcios, cnyos eonocimientos
astronómicos pudieran muy bien ten<'r por ori¡rcu lll. e..IIlif!ración
de las colonia<; célticas; Jos druidas que edificaron parn el culto
ele In r.slronomía los edificios simbólicos c·uyo,; últim vesticios
cn<'O'Jtl'amos hoy en las llanuras do l'antae: los dru· d ... d<'C!imos.
<'Stabnn más adPlantados en las ciencias ü icas y naturales de lo
que gencralm<'n1 r ~e ere<' ( 4 ). El rstndio de la cosmo!!onía de los
d.rt!idas manifiesta cuando menos en ellos concepciones en armo-
nía cori aquéllas ele que Pitágoras se hizo después di!!no intérprete.
{;o:s pálidos vc>stigios que nos quedan de eRtas desapa~cidas ci-
Yilizacíones, excitan en nosotros un proftmdo pesar. Por desgra-
cia, y ('S una pérdida considerable para nuestra historia de Fran-
cia, uno de los puntos fundamentales de la constitución céltica
fué. corno refiere Julio César, no escribir ninguno de sus trabajos,
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 21

uiuguno de sus hechos nacionale ·, ningtmtt de sus rreoncias. Sobre


nuestra doctrina en particular, no podríamos dÍJ:!cernir sus ideas
rcligiosns rle sus ideas astronómicas; lo mismo sucede con los
demás pueblos cuya historia no ha llegado hasta nuestros tiempos
!in ser proftmdamente alteradu .
.t\sí, pata atenernos a la pluralidad de mundos, que es lo
único que aquí debemos considerar y a la antigüedad histórica
y clásica, :la únira también que podemos estudiar con alg(m fun-
tlamento di' rert<'za, notaremos desde luego que en el Egipto, cuna.
itl' la filosofía asiática, habían enseñado sus sabios esta antigua
doctrina. 'l'al vez los egipcios no la c::-.'tendían entonces más que
a lo~ siete 11lanetas principalC's y a la Luna, a la que llamaban
•ma tierra etérea. Como quiera que sea, es notorio que profeRaban
dPrididanmntl' <'Sta rt'eC'nria (6).
La ma;\'or purlc dC' las sectas griegas la ensoñaron, bien pú-
bli<-aruente a toJos sus discípulos sin distinción, bien en secreto
a los iniciados en filosofía. Si las poesías atribuídas a Orfco son
.suyas, puede St>t' considerado como el primero que haya enseñado
la pluralidad dr munuos. Está implícitamente comprendida en
los ver os 6rfiros, en los que se dice que cada estrella es un
mundo y particularmente en estas palabras conservadas por Pro-
río (ól) : ''Dios edificó una tierra inmensa que los inmortales Ha-
JUan Selene, y que los hombres llaman Luna, en la cual se levanta
~ran núm•ero de habitaciones, de montañas y 'Clc ciudades".
Los fiüósofos de la más antigua secta griega, 11. secta jónica,
euyo fundador Thales creía a las estrellas formadas de la misma
"1bstancia que la Tierra, pE-rpetuaron en su seno las ideas de la.
trtulirión egipcia importadas a Grecia. Anaximanclro y Anaxí-
mencs, sut~csorcs inmediatos del jefe de la escuela, enseñaron la
pluralidad. de mundos, doctrina que .fué más tarde difundida por
Empédoclt~s, Aristarco, TJeucipo y otros. Anaximandro afirmaba,
eoruo lo hicieron después Epieuro, Orígenes ·Y Descartes, que de
1iempo en tiempo los mundos eran clestruídos y se reproducían
pol' nuevas combiuacionC's de los mismos elemE'ntos. Fcrecides de
yro'i, Di6genes dt• Apolonia y h..rquelao de Milcto ( 7 ), se afilia-
I'On como los precedentes en el número de los adeptos a nuestra
4loetrina; creían, además, que una fuerza inteligente, inmaterial,
pn! iuía a la composición y ordenamiento de los cuerpos celestes.
'Ya dcsd•~ estos antiguos tiempos, decía nuestro infortunado Bai-
lb •~), la opinión de la pluralidad d<' mundos rué adoptada por
lodos los filóc;;ofos que tuvieron bMtante genio pnt'a comprender
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22 CAMILO FLA.MMARION

cuán grande y rliRna es del Autor ue la. Xaturaleul". Anaxá~OTAS


enseñó la habitabilidad de la Luna como artíc·ulo de fe filosófica.
adelantando que contenill. como nue.<:tro globo, a!n}as, montaña.
~- vallc•s ( 0 ). C'Plebrl' partid2.rio del mo'\"imit>nto de la Tierra, ~'>
de notar que su opinión <;nc:eitó a su alrerledor em-idiosos y fa-
nátieoH, .\' que, por haber afirmado qnf! el Sol t>ra. más grandl'
que el Peloponeso, fué perse~?uido y ~'tuYo a punto de ser con-
denado a muerte: preludiando tiSÍ la <·ondena dE' Galileo como
si l'calment<' la Verdad hubiese de estar en todos los tiempo" fa-
talmente obscul'ecida a los ojos de lo" hijoc;; de ln Tierra.
El primero entre los ~riegos que fué ca1ifi<'ado de filósofo.
Pitág<',ras, enseñaba. rn público la inmo·d lidacl ele In Tierra, y el
movimiento de Jos ac:;tros a su alrededor. mientras qu<' declaraba a
sus adcptoc:; prh·ill\giados sn creencia en <'l mo,-imiento de la Tit>-
na <'omo planeta y en la pluralidad dr m-undos. El ilustre autor
de la Lim celeste había sentado que todas las cosas en el mundo
están ordenadas según las le~·es que rigen a la música, preludian-
do de esta manera el Harmonice MmlCli de Kepler, las leyes em-
pírica8 y las potencias serinle.c; de las matemáticas. Su gran <'rror
es haber considerado la música <'Oll\<'ncionnl estudiada aquí abajo.
en Gr•~cia y en otras partes, como la r<'preseutaci6n de la. annonia
absoluta. Las combinaciones de su heptacordo suponen a los pla-
netas elementos completamente arbitrarios, particularmente en lo
que concierne a su sucesión diatónica. Mn<'has de sus determina-
ciones, sin cmbnrgo, resultan verdaderas: tal es la revolución dP
Satur:no, igual a treinta veces la de la Tierra; tal es también el
movimiento bienal de Marte. Los biógrafos del misterioso filósofo
de Crotona, que r ecordaba haber sido hijo de Mercurio; después
Euíorbo, en el sitio de Troya; después Hermótimo; Juego Pyrro.
pescador de Delos, no dicen si su doctrina de la metempsícosis se
aplica a la pluralidad de mundos. Después de Pitágoras. Hipponax
de Regio, Dcmócrito, lleráclito y Mctrodoro de Chío, los mM
ilustres de sus discípulos, propagaron desde Jo alto de la cAtedra.
la op:ini6u de su. maestro, que llegó a ser la de todos los pita-
góricc,s, y la de la mayor parte de los filó oios !!l'i~ (1°). Ül'ello
de Lu r·ania, Tjmeo de Locres y .Arehytns rle Tarento participaron
de la misma creencia. Philolao y _·icetas de Synumsa. que en-
señaron en la egcuela pitagórica el sistf'ma del mundo vuelto a
encontrar >f'inte siglos después por Copérnieo en 1 libro VII de
las CllC$tiones naturales de Séneca, defendieron nentemente
nu ·t¡ro cre('n<'ia {11 ) y su cmcesor Heráclides In desarrolló hasta
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 23

so~tener qu~ rada estrella es un pequeño universo teniendo como


·1 nuestro lma ticrr.l, una atmósfera y una inmensa. extensión
(11' substancia etérea.

Xenóphanes, flmdador de la escuela de Elea, enseñó la plu-


wlidad de mundos y especialmente la habitabilidad <le la Lu-
na (1 2 ). Este filósofo es tillO ue los más ilustres de su siglo; nunca
fué bastante encomiado por sus esfuerzos contra los que envile-
<>ían a Ja majt•stad divina c~on discursos en loe; cuales el antropo-
mor:fisroo tenía la mayor parte. ''El antropomorfismo es una ten-
dencia natural, hasta el punto que si los bn€'.yr.s quisieran crearse
un dios, lo coneE>birían bajo la forma de tm buey y los leones bajo
la formn de un 1c6n, romo los Etíopes imaginan divinidades negras
y los Tra<:ios dan a las snyas una fisonomía 111da y salvaje ('1 3 ) ''.
Xl'nóp}JanE>s rechazó estas analogías degradantes e indignas ue la
f'onrepción del Ser supremo. Parménides y Zenón de Elea si-
~uierou a Xcnóphancs, y como ~1, reconocieron la intervención
d~ un Espíritu ~mperior en las obras de la Naturaleza y se hi-
cieron partidarios de la creencia de la pluralidad de mundos (14 ).
llacia la misma (ipcca, eu que la escuela itálica y la de Elf'a
se l1abían fundado sobH• los restos de la escuela jónica casi ex-
tin!.,'l.lÍoa. Petronio de Ilimf'ra, en Sieiliil, escribía un libro en el
cual sostenía la existencia ele ciento ochenta y tres mundos habi-
tados. Si hemos ele creer a Plut~rco, esta opinión hacia siglos qnfl
había alcanzado hasta el mar de las Indias; un hombre milagroso
la C'nseilaba. Era éste un vc~ncrnble anciano que habia pnsado toda
su Yicla en la contemplación y en el estudio de} UniYerso, ~· que
.sca:Íln decía, después de halJ<'l' vivido en compañía de ninfas
y de genio!!, se encontraba al fin un solo <.lía del nño a orillas del
mar Eritreo, donJe los príncipes y los secretarios de los reyes
iban n escucharle y a con ultarle (1~). Clcombroto, uno de los in-
terlocutores del tratado de la Cesación de los OrácUlos, cuenta.
que se buscó por largo tiempo y con grandes gastos a este filó-
sofo bárbaro y que de H fué ele quien c;e aprendió que había,
no 1m mundo, ni una infinidad, sino 18~ (l 6 ). Est~ número, que
a primera vista par<>ce destihtído de sentiJo. provienr dr que este
fiMsofo consideraba d linivcrso como un triángulo cuyos lados
hubiesen sido formados por sesenta mundos, y en el cual cada
án!,rulo hubiese sido también seííalado por up. mundo. El área del
triángulo era el foco común de todas las cosa'3 y el asiento de la
Verdad.
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24 CAMILO FLAMMARION

Voh icndo a la antigüedad histórica, ~- antes de llegar al si-


glo en que dominó la escuela de Epieuro, mencionaremos en favor
dr nuestra eausa el nomln'e de Zelcueo y añadireros que la doe-
1l'ina esotérica de Platón f né la precursora dC' la nurstra. P ero
la crcrncia del ilust1·o discípulo d<' 86crates es un JlOCo mística,
(•oloca las tierras del c•ielo más alhí de>l unh·et·llo Yisihl<', no se
funda en la Ycrdaucra física del mundo, y aun S<' h• ha <'Onside-
rado <lm•aute mucho tiempo como restaurador d<'l siste>ma de la
inmO\ ilinad de la Tierra. Riccioli le imputa gravemente esta falta;
pero rsta acusación no parccr fundada, })Ol'QU<' se encuentran en
Pl siglo mi::nno d<' Sócrates demasiados filósofos que creían en la
inmovilidad dt' la Tierra. No es menos cierto que sC'lnejante auto-
ridaél arrastró al C'l'l'Ol' a los últimos partidarios del cirenaísmo
;. clcl el<•atis mo, r qnr puso <'n una falsa vía a los del platonismo
~- más tarde a los del peripatetismo, sectas ilus1res que contaron
c>n sn seno nombres talrs como F e<lón, Speusippo y Xenócrates
la primera, .Aristótele<;. Callippo, Aristóxeno la segunda, y más
tarde los sabiO!-~ qu<' se llamaron .ilrquímedes, Rippareo, Vilrubio,
Plinio, 1\lacl'Otio y Ptolomeo, que dió su n ombro 111 sistema. Y éste
<''l l'l lug<lr a propósito para hacer notar que, si Aristóteles hu-
hirs<' c·ono(•ido r l Ycrdadcro sistema del mundo, seguramente hu-
hiera defendido menos la incorruptibilidad de los <'ielos, única
razón, como él mismo di el' (l i ), que le impidie1·a admitit· otra¡.;
tierras ~· otr os cielo'l y que, no pudiendo C'n este caso poblar los
a. ti·of-l, rr·<'.VIÍ rlrb<'T' di r ini:r.arlos, p enetrado romo estaba de la idea,
·l ldmitida por· todos los que estudian la naturaleza, de que la
'J'icrt·a es un átomo demasiado insignificante para ser eonsidcra(ln
c·omo la única rxpt·csión de La Potencia creadora infinita.
JJa <'scuela de Epicuro cuscíió la pl"iu·alidacl de mundos ~· la.
11ldyor parte ele sus adeptos no comprendían solamrntL· los rH<'l'llOS
planetal'ios hajo <'l título de mundos habitables, Hitw qll<' tnmhién
rn la habitabilidad de una multitud de <'ucrpos <•Pit•stt•s llist•mi-
ttados c·n el espacio. g p icuro fundaba su <'l'<'Cill'itt t•n t>stl' nrgu-
JUento: yur RÍC'ndo infinitas las causas qne l11m pt·oclHI'iclo t•l 1111111-
<lo, inl"initos deben ser lo.-.; efectos de C'Stas causas ( 1H): tnl fu{• la
opinión g<'Heral ele los epicúreos. :Metrodoro rh• Lurnpfilu•o, l·ntre
otros, <'IH'ontmha quP set·ía tan absurdo no admitit· mils qU<' 1m
solo n•utHio rn 01 espacio infinito, romo <lrcir qllt' "" pucliC'ra.
r·t·Pc·<H' más que una sola. espiga de trigo <'11 Utl \lt.t~to (•ampo ( 111l) .
Anaxut'<'O decía lo mismo a .Alejandt·o <'l 0J'lltHh•, ndmiráudose
dr· qtw, Jltwslo qnc había tantos mnn<los, 110 hnhiPt'a nún o!'ltpado
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 23

más que uno con su gloria. :Muchos autores han supuesto que los
versos escritos por Jm·enal cuatro siglos después sobre la am-
bición dPl joven conquistador macedonio hacían alusión a las ideas
de Alejandro sobre la pluralidad de mundos: no hay tal, y este
gran satírico se contenta con decir que Alejandro se ahoga en los
l'strecho~ límites del mundo, cual si estuviese confinado en los
esco11os de Gyara o en la pequeña isla de Se rifa (20 ). Un gran
número de sectarios a~ la escuela epicúrea, entrf' los cuales ten-
dremos que citar pronto a Lucrf'cio, no solamente creyeron en la
pluralidad, sino en la infinidad de mtmdos; ésta, como hemo.o:;
visto, era la opinión del maesüo. Educados sobre las ruinas de
1a escuela. de Pyrrón, ingeniosamente escéptico, los discípulos de
Epicuro produjeron una reacción en las ideas, y, aun queriendo
permanecer positivistas, afirmaron la univcrsaUdad y la eterni-
dad de la Natnraleza. Su doctrina, que más tarde fué seguida por
Cicerón, lloracio y Virgilio, establecía en su física que las fuerzas
naturales inherentes a la esencia misma de la materia obran y
•·roan en cualquier punto del Universo en que los elementos se
hallan reunidos. EHta creencia fué también la de Zenón de Cicia,
el primer filósofo de la sensación (2 1 ), que reconocía la interven-
r·ión d<' un espíritu superior en el gohieruo de la Naturaleza, pero
•·nya opinión tal vez no difería t1e la de S})inosa, ese gran pro-
4·lamudor del Natura natw·an.~.
El más ardiente y el más celoso de todos los discípulos de
Epit'uro fué uno de los más fer•ientcs entusiastas de la plurali-
•lad, o, por mejor decir, de la infinidad de mundos y, obsel'-
vación digna de notarse, no mostrándole su sistema en las estre-
llas visibles más que simples cmauaciones del globo terrestre, le
fué preciso crear más allá de esos mundos, un nuevo universo
invisible a nuestras miradas, para colocar en él otras tierras y
otras estrellas. "Si las innumet·ables ondas cr<'adoras, dice Lu-
n·ccio, se agitan y conmueven bajo mil formas variadas al través
1lel oeéano del espacio infilúto, i no hubieran producido en su lu-
.-ha fecunda, más que el orbe de la Tierra y su bóveda celeste r
¡,Es c·reible que más allá de este mundo, tan vasta aglomeración
Je elementos esté condenada a un ocioso descanso! No, no; si
los principios generadores han dado nacimiento a masas de donde
tilllicroo <>l cielo, las ondas, la. Tierra y sus habitantes, preciso
··s convenir que en el resto del vacío, los elementos de la materia
han producido un sinnúmero de seres animados, de mares, de
(·ielos, de ti<'rras y sembrado el espacio de mundos semejante¡;¡
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26 CAMILO FL~L\L\RION

ni qu1' se balancea bajo nuestro-. pie'- • n las ondas aér<'as. Doquier


qul' la materia inmensa hnlle un c-:pacio para contenerla y no
cncu<>ntrl"' ningún obstáculo a su vuelo, }1ará. brotar la vida bajo
forma e¡ Ya riadas: ~- si la ('nuticlad de los elementos es tal, qne para
enumerarlos fuc·ran iw;ufiCÍC!lt }as C:UadPS reunidas ue todos los
sere.-;, :-· c;j la naturaleza lo" ha dot.'ldo ilc las facultades que ha
concedido a Joq principios ~euerndores U€' nuestro globo, los ele-
mentos. Pn las dC'mils l'\'gione · del ,. pa('io, han e parciclo seres.
mortall's ~- mnuuos (2 :!) , •.
Este pasaJe acl poema de Luc.recio, qtw t>stahlt>('e de mta.
man<•ra tan terminante su opinión sobre la pluralidad de mlm-
flos, recuerda el pasaje análogo de Anti-Ltu:recio, poema en el
cual el C'ardenal <1<.' Polignac so ha propuesto derribar por com-
pleto el edificio de su adversario. Emp<.'ro si es notable que d
poeta materialista enarbole tan francamente nut>stx:a bande1·a, no
lo e¡: menos que su espiritualista y sutil comentador, que le es
diame1 ralmcnte oput-sto en todo Pl curso de la obra, participe
en esto completamente de las ideas de su antagoniAtJt. "Todas las
estr<>llas, dice (28 ), son otros tantos soles f;<'mejantes al nuestro.
rodcadoc; como él de cuerpos opacos a lob cuales comurucan el
calor y Ja luz. Los planetas qne les acompañan son invisibles R
nuestra débil vista, y la distancia de estas estrellas nos impide
apr<>ciar la enormidad de su magnitud. Pero, si se considera que
los rayos de estos astros gozan de las mismas propiedades que
los clcl Sol, y que el Sol mismo, vis_to a una distancia igual, nos
aparecería tal corno vemos las estrellas, bpodemos creer que el
Sol y las estrellas obran düerenternentc, y que tantas maravillosae
antorchas brillan inútilmente~ La Divinidad no se limita a formar
1m solo ser de cada especie: derrama a la vez de sus inagotablea
tesoros una cosecha de seres igualE>s. Causas semejantes deben
produeir semejantes efectos".
Las palabras del cardenal no son más equívocas que las que
empleaba más tarde el matemático Laplace, para atestiguar su
adhesión a nuestra doctrina. Habremos de citar a este ilustN
geómetra : pero antes de llegar a nuestro siglo, réstanos toda;vía
])asar revista a nombres célebres en la historia de las ciencias.
Ko es a la época del Cl>'Plendor romano, en ttne toda ele>ación
interior del alma estaba hundida bajo los desbordamientos del
~ce ~nsual, a la que pediremos la continuación de esta larga
serie de adeptos a nuestra creencia; tampoco será durante los
si~los no menos críticos de la decadencia del gran imperio y de
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS n-


- 1

la destrucción de los pueblos, en donde tratemos de bnscar acá


y allá algtmas aspiraciones en nuestro favor·. Cuando más, podría-
mos probar que en los primeros tit>mpos del cristianismo algunos
e.'ipíritns independientt>s proclamnron altamente su opinión sobre
la materia. Plutru.·co escribía su tratado De Fracie in orbe Luna:,
y d~fendía >alientemente el estandartc de nuestra filosoüa, que
había sido el de sus predecesores los sabios de la Grecia anti<roa.
En <m libro De l<1s Principios, emitía Orígenes la opinión que
Dios crea y aniquila. sucesivamente un númcro indefinido de mun-
dos: ésta era la palingenesia estoica y tamlJién caldea, que ense-
ñaba quc un inmenso pcríodn astrológico traía consigo una ab-
90rcióu del Universo por el fuego divino; también los antiguos
pueblo!'l (fe la India admitían una reconstrucción periódica J.c la
obra de Brahma. Verdad es que Laetancio se reía de Xenóphanes,
que sostenía que la Luna estaba habitada, y que los hombres lu-
nares vivían en vastos y profundos valles. Sin embargo, las ob-
servaciones modernas manifiestan que e<;ta idea, por mu~ prema-
tura que parezca, 11<1 está enteramente destituída de fundamento.
¡mesto que la atmósfera de la Luna, si f'S que exi.~tc, no cubre
m68 que los Yalles del satélite, y no puede permitir más que en
esos lugares la existencia tal como nosotros la comprendemos. San
!renco creía que los Valentinianos, bajo los nombres misteriosos
de Bythos y de Eon<'s, enseñaban el sistema de Anaxirnandro
.110bre la infinidad de mundos (24 ). Otros obispos, como Fila.<>tro
de Brescja (2:i), sólo la han discutido para relegarla al número
de las herejías. San Anastasio, en su obra contra los paganos,
rleja por lo menos entrever algunos buenos sentimientos en favor
de esta i.dea ( 26 ). Desgraciadamente para el adelanto de las cien-
r·ias en general, y, digámoslo de una vez, para el de 1mestra doc-
trina en particular, el sistema enóneo de Aristóteles sobre la in-
oorruptibilidad de los cielos y la interpretación no menos errónea
de los libros sagrados sobre la inmoYilidad de la Tierra, cubrían
ya <'011 un espeso ~elo los ojos de todo hombre descoso de saber,
y se opusieron después con una funesta eficacia a la marcha ya
tan lenta de las conquistas del espíritu humano. La ciencia retro-
gradó: "No necesitamos ciencia ninguna después de Cristo, es-
cribía Tertuliano, ni de ninguna prueba después del Evangelio;
d que cree no desea más; la ignorancia es buena, en general, a
fin de que no se aprenda a conocer lo que es ineom·eniente".
Y este dicho de Tertuliano, llegó a ser la dinsa de un gran nú-
mero, fué acatado por muchos como una sentencia y desgracia-
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CAMILO FLAMMARION

damrnt~. puc-;to en práctica durantl.! :.ido y siglos. Se creyó po-


der determinar y designar los mistt>rios cuyo secreto se ha reser-
'"ado Dios y se proclamó que era una falta intentar la solución
<lE' <:'<;tos misterios. Se juzgó al hombre ba ·tantc instruído en la
<'iencia del mundo, y se le <'konscjó detcntrse. o diri~r sus pasos
hacia las regiones insondables, de ciertos vacío::~ mPtafísicos. Sí.
la ciencia retrogradó. De error en t·rror s llCl!ó a decir que el
qtH' crPía l'll los antípodas estaba en oposición fonual con la re-
' t>lación y manchado de herejía y diez siglos después, al pro-
nnnriar una S<"Ul<:'ncia demasiado memorable contra aquel sep-
1uagcnario para siempre célebre, cuyo gran crimen era haber ha-
llado en los C'Í(•los las pruebas del movimiento de ]a Tierra {27 ).
Pero pas<:'mos en silencio tales hechos. Recordaremos que hay en
la historia ue la humanidad períodos C'ríticos que caracterizan la
<lc•cadencia inteleetual y moral de los pueblos, que señalan la.
e aída de los imperios y anuncian la elaboración de nuevos desti-
nos humanos. La época de que hablamos fué uno de esos perío-
tl(ls: vió hundirse E'l coloso romano con un montón de arena; fa.-
,.Ol·eei6 el ad\·etümiento útil y oportuno de las grandes y verda-
<lcras ideas eristianas, y preparó de lejos los siglos actuales. Este
iué un tiempo <1<' parada, un período de letargo. durante el cual
(•) hombre d<'scansó para lanzarse cu seguida eou más brío haeia
lH ¡wrfccción a que aspira. ¡Felices, si, durante este útil descan-
so, aquello" mi!;mos cuya misión hubiera sido dar el ejemplo -y
pr<>parar el progreso, no hubieran abusado de su poder para
(·xtender las tinieblas con la misma mano cou que podían esparcir
la más pura ele las luces del cielo! La ciencia fué olvidada en
t•l Norte como en l'l Mediodía del Antiguo Mundo, en el Levante
(·omo en Poniente y los elementos de las ciencias fueron disper-
sa<los. En Oriente, la más rica biblioteca del mundo, donde se
<·onselTaban los {mieos archivos de los conocimientos humanos,
rué incendiada ('n el siglo séptimo de nuestra era, digno iruto
<1c las funestas re,·olneiones árabes; en Occidente, durante quince
si~los las aspiraciones más poderosas del pensamiento permanecie-
I'Oll estériles bajo el ciclo de plomo que las abogab11. Hay aquí,
c·omo hemos dicho, un tiempo de parada para la historia de nuestra
doctrina, lo mismo que para la historia general de la filosofía;
..,¡n intentar, pues, reanudar la cadena interrumpida de nuestros
autores, proseguiremos nuestro estudio eon los nombres ilustres
ck• los que despnés del renaeimiento de las letra: y de la:; ci<>ncias
l'lheñaron la habitabilidad de los astros.
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 2D

NOTAS DEL CAPITULO PRIMERO

( 1) Véase el Rig-Veda, el Mahabharata, el Ramayana y los Comtmlarios


d~ Colcbrookc, Weber, Obry, Burnouf, Barthélemy, Saint-H.ilairc, etcétera.
(2) Véase Herodoto, Histoires; Lanfuinais, La Religion des Hindous
selon les V Adas.
(3) Vendidad zade, Fargard, 19, etc.
(4) Véase a Henri Martín, Histoire de France, t. I, Juan Reinaud.
[>Esprit de la Caule.
(li) Bailly, Histoire de l'Astronomie ancienne. Véase también a Lepsius,
Das Todtenbuch der A'igipter; Bunsen, A'igipteus Stella in der Weltgeschichte,
Brugscb, Le Livre des Migrations.
(G) Comentarios sobre el Timeo.
(7) Stobeus, Eylogoe Philosophorum.
(8) Histoire de l'Astronomie ancienne, p. 200.
('!>) Plutarco, De Placitis Philosophorum, lib. II, cap. XXV.
(lO) Fabricius, Bibliotheca grmca, t. 1, cap. XX.
(11) Acilles Jatius, Isagoge ad Arati Phamomena, cap. 10.
(12) Diogenes Laertius, In Vita Xenophanis, Cícero, Acad. Qumst.,
lib. 14.
(13) Véase la obra Nourrisson, Progrés de la pensée humaine.
(H) Véase a Bonamy, Mémoire adressh a
l'Académie des descriptions
el Befles-Lett res, edic. en 12•, des Mémoires, t. XIII, 1741.
(1:;) Diogenes Laertius, In Vita Zenonis Eleatii.
(lO) l-Iist. referida por Plutarco, CEuvres morales: De Oraculorum d•-
f"lu; Barthélemy, Voyage du jeune Anacharis en Crece, cap. XXX; Ramée,
Théologie cosmogonique, cap. 1, etc.
(17) Aristóteles, De Ccelo, lib. II, cap. III.
(111) Lucrctius, De Natura Rerum, lib. II ; Plutarco, De placiti.r Philo.ro-
,horum, lib. 11, cap. 1; A. de Grandsagne, Systeme psychique de Epicure,
tl'aprcs les fragments retrouvés d'Herculanum. (París, Lefevrc, 1845), cap. IV.
(111) Lalarxle, Astronomie, t. 111, art. 3376.
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CA:\-IILO FLAMMARIO~

(20) Juvenal, Sátira X.


(:ZL) Fué el primero que anunció la célebre máxima de la escuela cmpí-
1 ica: Nada hay en el entendimiento que no haya pa.udo antes por los sentidos.
(22) Lucretius, De Natura Rerum, lib. II, v. 1051-1075
(23) Anti-Lucretius, lib. VIII ( 1745).
(24) Adversus Hrereses, lib. II.
(:liS) Haneses, 65, t. II.
(20) Contra gentes. "Nec enim quia unus est Creator, idcirco unw c.t
mundus; poterat enim Deus et allos mundos facere".
(27) Véase el Apéndice, nota A, La pluralidad de mundos ante el doe-
mn cristiano.
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LIBRO PRIMERO

CAPITULO

n
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DESDE fJA EDAD MEDIA HASTA NTJESTROS DIA~

Continuación de la historia de la pluralidad de mundos. - El Renacimiento.


- Cusa. - Bntno. - Montaignc. - Galileo. - Descartea. - KcpleT.
-Campanclla. - El discurso del consejero Pedro Borel sobre las Ti~rriJ4
habitadas. - El hombre de la Lvna de Godwin. - Cyrano de Bcrgerac
y su Historia d1l cielo. -Los mundos de Fontcnelle. -El Cosmoth~oros
de Huygens. - Siglo décímoctavo; Leibnitz. - Newton. - Wolff. -
Swedenborg. - Voltair~. - Lambert. - Bailly. - Kant. - HerscbeL
- Lalande. - Laplace, cte. - Conclusión deducida d~ la historia de
la doctrina.

lle aqni nomhreq céiebrP.s por más de uu título: Nicolás de


Cusa, el rnáR antiguo de nuestros partidarios en la Edad Media.
autor del tratado De Docta 1gn{)rantia.; el desgraciado Giordano
Bruno, que fuó quemado Yivo en R<Jma por sus ideas filosóficas.
y prjncipalmentc por la doct.ri11a emitida en su libro oobrc la
infinidad de mundos: De l'infinito Un·iverso e Mondi; Miguel de
lfontnigne, rnyo9 Essa.is son todavía. una mina de 1·iquezas pal'8
nuestros 1icmpos; Galileo, que, sin atreverse sin embArgo a dar
~>1 nombre de astro a la Tierra, f'ontraviniendo a la prohibi('ión
de la Inquisif·ión, osó pre¡nmtar públicamPntc en su Syste.ma cos-
micum (Dial. I ), "si hay 2obre los clemáq mundos seres como so-
hrc el nuestro"; Tycho-Brahe, astrónomo ilustre, si hubiera sido
meno~ tímido; Renato Dc9Cartes, ~ los Cartf.'siano¡; :Mreeslin, Ita.
'l'he.~ibus, :-.· su illlStrc tlisc:ípulo Kepler, que publicó su A.stroncmtia
l1uwri~ y sofió su Somn.ium aslronomicum ¡ Curdau, menos visio-
nario <h' lo que parece; 'l'omás Campam•lla, en :fin, qne en la
Ciudad el el Sol csc:r1h:i6: ''Los Solarianos creen que es una locura
afirmar qnr no h11y nada más allá de nuestro globo, porque no
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CAMILO FLAMMARION

podl'ía existir la nada, ni en el mundo dsiulc ni íucra. de él".


Dado d impulso, el moütn.iento se manifestó por todas partes.
Hallamos en una obra de filosofía teológica contemporánea del
cambio de las ideas religiosas admitidas acerca del movimiento
de la Ticrl'a, u u pasaje bastante cm·ioso cuya traducción es como
sigue: ".Jiá.s allá de est<' mundo, es decir, más allá del Cielo em-
píreo, 110 existe ningúu cuerpo; pero eu este espacio infinito (si
('e; permitido hablar así) donde nosotros estamos, Dios existe en
liU esencia y ha podirlo formar mundos infinitamente más perfec-
tos que el nuestro, como lo afirman varios teólogos (1 ) ". Digamos
no obst¡mt.c, como advertencia general, que la mayor parte de
los filósofos que acabamos de citar, así como el mayor número de
los de la típoca siguit>nte, si admiten la posibilidad de la existen-
ría de oil'os mundos más allá del nuestro, lo confiesan con timidez,
!entiendo comprometerse para con la Iglesia y con la Inquisición.
~- a la Ycrdad, se les perdona fácilmente dicho temor. No se atre-
Yen a afirrnal' las ,·erdadrs físicas. Es un paso que no podía darse
antes qu<' hubiese brillado la antorcha de las ciencias modernas.
El antor di' la Tror-ía de los TorbclJino.~, por ejemplo, cree que
haln·ía temeridad en proclamar la pluralidad de las tierras ha-
hitadas, tanto en nucsh·o torbellino, como en los torbellinos de
las e':ltrellas fijas; p<>ro añade en se~nida que, "siendo los pla-
urtas ruetpos opacos y sólidos, y de la misma naturaleza que
nuP,;tro ~loho, ha~· fundamento para suponer que están igual-
mPnte hauitaJos" (2 ).
En el siglo XVII, citemos dcsdP luego a David Fabr:icil1s,
el cual, entre paréntesis, pretendía haber visto con sus propios
o,jos habitantes en la Luna; Otto de Guotike, Pedro Gassendi.
Antonio Reita, en su curiosa teoastrolog-ía titulada: Oc1uus Enock
el Elicv; el obispo inglés Francisco God"dn en su viaje a la Luna
(7' he 1Jtan in tlte moon); John \Vilkim;, otro obispo inglés, en
~u t1h!curso sobre un .Yuet•o Jlun<lo Pl<rnelario; ~· nn gran nú-
nH'ro de pensadores, entre los qnc citaremos a Juan Locke. el
ilu•;tre autor del Ensayo sobre el enten.dimie1tfo hu.ma,w .
. La segunda mitad de este famoso s iglo decimos~ptimo, que
ihstraron los Descartes, los Gac:sendi, los Pascal, es la época más
1 :e· a ··n aspiraciones y eu escritos de todo género relativos a nues-
tra ll•JC1tina. Entusiasmados los filósofos y los sabios por los nue-
'"~' tl<>seubrimíentos hechos en óptica, por la invención del teles-
oopio y dPl anteojo astronómico, se entregan ron ardor a
la oh't'rYación dt• los astros ;· la mayor parte se sienten ius-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 35

tinti\·amente llen1dcs hacia las ideas de la habitabilidad de la.


Luna, del Sol y de los planetas. En Franeia, el consejero real
Pedro Borel. amigo de Gassen<li, de :Mersenne y probablemente
de C'.n·ano de Bergerac, escribe un cm·ioso tratado sobre la pln-
raliuad de mundos, examinada desde el punto de vista de la
ciencia de aquella época. Esta obra tiene por título: Nu81Jo dis-
flii'SO (jl~e aprueba la 1Jftu·a~idad d" ?lt'U?U]OS: que los Mt?'OS Son
ticn·as habitadas y liJ Tierra 1ma estreUa; que la Tierra está ftuwa
dc.l cent1·o del lllundo en el tercer cielo y gil'a delante de-l So7,
<JILe estcí fi.io: y of7·as cosas 11tuy w1·iosas. ¡Vaya 1m titulo l En
est<' libro se> encuentran "relaciones sobre la<J cosas que ha.y en
la Luna, según Galileo" e investigaciones sobre el "medio por
<>l cual podría descubrir¡.;o la 'Cl'dad pnra do la pluralidad de
mundos": este medio <>s la naYcgaoión aé1·ea y la observación
aerostática. En Tn~lul<'rra, Fram~iseo Godwin <'seribo su obra so-
bre la Luna, que fné traducida en 16,19 por Juan Beaudoin,
llajo el título: El hombre e,~ ln.. Luna, o Viaje hecho al 1mmdo
de la Ltma por Domingo Gonzúlez, aventurero espwñol. Luego
Tiene 1'1 ingenioso Cyrano de Bergerac, el maestro de todos los
t¡ue se han dedicado a esta clase de no>elas científicas. Publica
,.,u céll'hrc Viaje a la Ltma y después su Ilistoria de los Estrtilos
r Impcl'ios del Sol. Al propio tiempo las mismas ideas son pro-
(')amadas po1· el Padre Daniel, autor del Viaje al mttndo de Des-
cartes; por Guillermo Gilbert, en su libro De, llfagnete et magne-
iicis Corporib1ts; por el célebre astrónomo de Dantzig, Juan He-
velius, Pn su grande ~· notable obra. sobre la Selenografía; por el
111Í ·mo Milto11. que, en su vuelo mezclado de sombras y de luz,
uo ha podido presciudir de echar una mirada a !'sos mundos des-
l·unocidos, l'n los que otras parejas humanas habían debido, como
:.c¡uí aba,io, dc.c;anollarsc a la irradiación de la vida.
lTn I'Scritor d<' la misma época, que pasa a los ojos de mu-
l"hos por partidario de nuestra cloctri11a, es el P ..Anastasio Kir-
t·hcr. ~u libro 1nás afamado, aunque no sea el mejor de ellos, es
el riaje extátiro celeste (3 ), en el cual visita los dh·cr os pla-
Hetas, hnjo la dirección de un genio llamado Cosmiel. El autor
110 adopta el verdadero sistema del mundo, sino el que Tycho-
HJ·ahé halJía imaginado esenta años antes para salvar las apa-
l'Ít'ncias y conciliar la mecánica celeste con el tl'xto bíblico. La
imparcialidad nos obliga a decir que el autor del l'iaje extático
no t·s de los ntH'stros. y a insistir sobre este herho, porque la
mn~·or parte el(' los escritores que han hablado de él, no lo han
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36 CAMILO FLAMM..\IUON

comprendido. o han ht.blado de oída.". obre <'l testimonio de los


primeros que e equi\'ocaron. Véa..<;e. por ejemplo, lo que se lee
en una obra _c;emiliternr.ia y !remicientífica (4 ) que trata de di-
o

ve~a" cuc.c;tion~s rP.lativns a la astronomía:


"li<' tctúdo Ja. e 1riosida<l, dice el nutor, ele hojear t>ste libro
( t•l l 7 irc.j., c.rftíti'.co) creo poder decir ron Vf'rdado que el buen
Padrr ha visto coc;as del otro mundo."
En el globo de Saturno ve ancianos meltlr.e6licos, vestidos eon
traje~ lúgubres, caminando a paso de tortuga, y ~cudiendo fú-
nchrt•s untorchus. El hundimjento de sus ojos, Ja palidez de sn.e
rostros y lu austeridad de sus írenter:~, anuncian bastante que
son ministros de venganza y que Saturno está lleno de influen-
cias malignas.
"Kircher earece de expresiones pnrn transmitirnos la admi-
ración que Ir l'llm~aron los habitantes de Venus. Eran jóvenes de
una estatura y dP. una belleza encantadoras. Sns vestidos, trans-
parentrs como el cristal, se matizaban a los rayos del Son eon
los más brillantes y variados colores. Unal~ bailaban al son de 1irl18
y címbalos; otras embalsamaban el amhiPnte esparciendo a manos
llenas perftunes que se reproducían sin cesar en los canastillos
que llevaban."
Así habla el autor de las Cartas a Pubnyra, sobre la opinión
del P. Kireher, relativa a los JuLbitantes de los mundos. Otros
escritores, después de él, parecen participar dol mismo modo de
ver. Para no ritar más que un ejemplo, se lec en el Panorama d&
ws M1~ondos (obra por lo demás muy instructiva), página 354:
"Nuestro viajero (Kircher), tan pronto como pone el pie en el
globo de Saturno, ve ancianos melancólicos, vestidos con lúgubres
ropajes, andando a. paso de tortuga y blandiendo fúnebres an-
torchas. El hundimiento de sus ojos, la palidez de sus rostros.
y sus frentes austeras, anuncian que son ministros de vengall23,
y que este planeta está lleno de malignas influencias".
Se ve que estas palubras son textualmente las mismas que
lao:; anteriormente citadas; no son, sin embargo, la traducción del
libro de Kircher. Acudiendo, como en todo, a la obra original,
hemos encontrado que el P. Kircher se aparta enteramente de
la opinión no dogmática de la plur11lidad de mundos, y nunca
habla de habitantes. Lo mismo <:on respecto a Venu que a Sa- o

turno y a los demás planetas, no deja de dirigir a su guía ]a


súplica siguiente: '' ¡ Oh, Cosnúel mío! ¡ Ayúda.me, revélame, yo
te lo suplico, el misterio de estas 'apariciones!" Y Cosmiel res-
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SS CAMILO FLAMMARION

poco. Pero por insignificante que sea nos paree<' aún demasiado
severo. ''Quería. ofreccr el fruto bajo ]a flor, dice A. Hous-
saye, la filosofía bajo la. imagen de las gracias, la vPrdad bajo
el ondulante velo de la mentira". Su libro no puede llegar a ser
clásico, a juicio de Voltaire, porque la filosofía es pura verdad y
la verdad no debe ocullal'se bajo falsos adornos. :Xo es con la ga-
lantería con la que se debe ir en busca df' mundos; la fantasía.
armada de tm compás, ft1en mejor eompañera de viaje: para
ésta, el horizonte se ensancharía ·a cada paso, mientras que para
la galantería, pot muy despejado que esté, se f'<>tl·ceba clc I"('-
pcnte. Así, se encuentra en los llfund.os de Fonten<'lle: Una gmnde
aglomeración de rnatef'i,as celestes a las que el Sol está, llSid.o. -
La atu·om es wta graci(t que l~~~ Nattlraleza nos da de balde. - De
toda la ce7este comitit·a no le ha, quedado a lct Tien·a más que 14
Ltmct, que tiene t1·azas de serle muy adicta, ete. Todo es mu;\r
lindo, pero sohre todo para colegiales ale~res, o para mujeres
que escuchan mirando los Jibnjos de sn ahanicn (3) ". Como ~-a.
hemos dicbo, <>l ear~o es demasiado scwro, sobre todo si se tiene
f'n cuenta, eomo debe haeerse, la épo<>a y el centro en qne vivió
Fontrnelle, así como el sistema erróneo que ahraz6 juntamente
eon sus amigos los cartesianos; no obstante, debemos añadir que
Fontenelle le ha dado rl mismo, lugar a este reproche. En efecto.
nuestro chistoso autor consideraba tan ligeramente el asunto de
su ropia tesis y pesaba tan poco su influencia sobre los racioci-
nios del espíritu humano que, en su mismo prólogo, se encuenh'an
frases como ésta: ''Parece que nada debiera interesarnos tanto
como sabm· si hay otros mundos habitaclos; pero, después de to-
do, ocúpf'se de ello quien quisiere. Los que tcngan pensamientos
qttc perdc1·, pueden perderlos en esta clase ele asuntos; pero no
todos están en estado de hacer este gasto inútil".
C'omo quiera que sea, y aun reconociendo que rl libro de que
hablnmos no está ya al nivel de la ciencia y ele la filosofia, no
es menos cierto que a Fontenelle es a quien <l<'hemos el haber
popularizado las ideas astronómicas, asi como el haber escrito el
primer libro de astronomía popular, y bajo este tínllo, nuestros
sinceros homenajes acompañarán a su memoria como 1m tributo
demasiado modesto de nuestro reconocirni<'nto.
Diez años después de la aparición del libro de FonteneJle,
el astrónomo IIuygens, casi septuagenario, escribió su Cosmotheo-
ros t n), ohra. póstuma que iué publicada por la ~oli<'itud de su
h('rmano. Es la obra más seria que se ha e.c:crito sobre la cuestión.
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 39

Por una parte enseña la astronomía planetaria y muestra sa-


biamente en qué conilieiones deben hallarse los habitantes de cada
planeta en la supcrfici<' de sus mundos respectivos; por otra,
trata por medio <lf' ar~unwntos concisos ele establecer su teorfa
fundamental: r¡ue Jos hombres dE:' los planetas son semejantes a
nosoh·os, ya desde el 1JUU1.o de vista fisico, ya desde el inte1ec-
tual )7 moral ; tPoría sobre la eual nadtl. tenemos que decir ahora,
pero que discutiremos al examinar la Labitabilidad comparativa
de Jos diversos mundos y el estado biológico dcll10mbre terrestre.
lluygens es superior a Fontenelle como sabio y como filósofo.
E l autor dn TelZi.rttnet (1), más conocido por las burlas d~>
VoltaiJ•c que por sl. mismo, refiere que la obra de Huygens tué
bastante mal tec.ibida por sus contemporáneos, y que se la en-
contró muy jactanciosa y po<'o sólida. Nosotros tampoco tomare-
mos a este autor por lo sel:io. Su mirada filosófica nos par ece
que abarca las <·osas desde muy alto. En el capítulo de su obra
dedicado a la doctrina de la plnralidad de :Mundos, emite la idea
de que, si no tuviésemos la Lema, no tendríamos noción de Ja
plu.raHdad de Mundos, porque esta noción procede del cono<'i-
miento <!U<' tenemos de la Luna. Esta manera de ver es demasiado
limitada. La observación de los cuerpos celestes no ha creado la
doctl'iua; ésta existía con anterioridad, como concepción natural
de nuestra alma; los descubrimientos de los últimos tiempos sólo
la han desarrollado y confimado.
liemos llegado ya al siglo XVIIl. Aqni, como anteriormente
los filósofos, los naturalistas y los matemáticos más célehr<'S se
presentan en tt"OlJel ante nuestra doctrina.
Prime1·amcnte, <'1 111Repensador Bayle, que pertenece al siglo
anterior, el ilustre Leibnitz, Bernouilli, 'l'omás Burnet y Nohe-
mías Grew, autor de la Cosrnología; después Isaac Newton, en
su O¡Jtiw; William Whiston en su Theory of the Earth, y el
alemán Chl'istiern W olf, eu 1>'U Cosmología generalis; Guillermo
Derham, en su Astro J.'heology; Jorge Cheyne, en sus Principios
de Filosofía nal?tral; .Javier Eimmar, en su I conografía de la.-;
1tuevas obsen·aciones del Sol; el :famoso teósofo que llamaban
}.fanuel de Rwedeuborg y que escribió los Arcos celestes. Agre-
guémosle todos los espiritualistas que tuvieron el don de com-
prender su misteriosa palabra, desde los apóstoles de la Nueva.
J erusalem husta nuestros contemporáneos los de su escuela de
l:Dtramar. A los filósofos que preceden, añadamos: Voltaire, en
su tan conocida novela de Mic1·omegas y en sus Fragmentos fi,.
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CAMILO FL.\MMARION

l.flsñficos ( 11 ) ; Bufion, cu sus Epoca.~ de la Naturatcza: Condillae


c.n Rll L6giw; Dolormet, en su Gran Pcrtodo solar; ec:lrlos Bonnet,
en su E1Mayo analítico, y en su Co1ttcrn.pla.riún de la Naturaleza;
Lambert, en sus Cosmoloni.~tlw B1·i'-fl'; Ma11nontel, en los Inca.s;
Bailly, <'U su HistorW, de l.a .dsfronom~ antigua; I;avater, en
au E'isiognom.m~ia; Bernardino de Saint-Picrrc, en suf; Harmmtias
de la Natw·ale::.a; Diderot y los prineipall"s rt>élactores dr la En-
ciclo]JedüJ., a pesar del No se sabe nada de D'Alembrrt; Neeker.
eu f.IU Cm·so de Moral religiosa; Herder, en su Filosof{a ele la
1t·istorüt de la hurnanid.ad; Dupout de Nemours, en su Filosofía
del Universo; Ballanehe mismo en ciertos :fragmento!! de su Pa,..
l•ngenesia; Cousin.Despreanx, en HUS Lecciones de la Natut·a.lez¡¡;
José de Mastre, en sus Vc1ada.s de Sa-n Pctersb11rgo; :M:smuel
Kant, en su Allgemeine Naturgeschichte und Theorie de.~ Him-
mel.<t; los poetas filósoíos Goethe, Krause y Schelling; los astró-
nomog má.s ilustres; Bode, en sus Consideraciones sobre el Uni-
flcrso: Ferguson en su Astronomy explained u¡>on Newton's prin-
ciples; William Hersehel, en sus diYersas Memorias; Llande, en
aus cuatro obra:¡ de astronomía; Laplace, en su EJ'posici6n dél
Sistema del mundo; etc.; y, en fin, un cierto número de poetag
que, tales como el inglés Young, en sus célebres Noches; su imi-
tador Hervcy; Thompson, en lilS Estaciones; Saint.Lambert, su
émulo, ~' Fontancs en su Ensayo sobre la .1stronomfa, cantaron
la ~randeza del Universo y la magnifieenda de los mundos ha-
bitados.
Sin analizar las obras de nuestro siglo, tales como las de air
David Brewster y de Juan Reyaud que hablarían aún con mayor
elocuencia que las anteriores en :favor de nuestra causa, espera-
mos que esta gloriosa serie ele nombres para siempre célebres en
la historia do la ciencia y de la filosofía, desde la antigüedad
histórica más remota hasta nuestros días, no será en nuestras
manos un vano e inútil paladín, y nos permitiremos pensar que
si todos esos hombres ilustres no han creído rebajar su genio o
1u 'laber proclamando la pluralidad de mundos, nosotros, que no
tenemos por qné temer esa acusación, podremos también procla-
mar esta bella doctrina, y procurar desarrollarla y poner de ma-
nifi<>s1o toda su grandeza. Algunos filósofos promoYedores de nue-
V:i • filo~ofía., han solido olvidar los nombres de los que les habían
nntccedido en las mismas ideas, y aun algtma~ '\'et. han inten-
tado substituir sus propias personalidades a la doctrina que en-
señaban. En cuanto a nosotros, que uo yenimo!> a presentar un
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS

yo como pedc.~tal para nuestra causa, nuestro deber y nuestra.


fortuna juntamente, han consistido en inquirir qué pensadores
han emitido opiniones conformes a la nuestra y participado de
una creencia que nos es tan grata. Al hacer justicia a los que
nos l1an precedido. tenemos la satisfacción de mostrar cuán lejos
están Ja:s ideas que emitimos de ser singular<>s o sistemáticas, y
de podCJ: esperar que semejante apoyo, santificando nuestros es-
fuerzos, nos ayudará a popularizar esta doctrina, que es la fi-
losofía <lcl porvenir.
Los filósofos más profundos ele los pasados tiempos han par-
ticipado de esta noble creencia, y si algo nos ha sorprendido
estudiando su historia, es el olvido, es la insignificancia en que
ha caído, después de haber sido tan antigua y universalmente co-
nocida. Al considerar la indiferencia de diez o veinte siglos r~
pecto a una verdad que está colocada entre las bases fundamenta-
les de la teología y de la filosofía, nos parece ser éste uno de
los misterios más insondables del destino humano¡ y al mismo
tiempo nos parece también ser uno de nuest1·os primeros deberes
elevar esta verdad obscurecida sobre el nivel de nuestros conoci-
mientos actuales, hacerla resplandecer a la luz de la ciencia mo-
dm·na, y coronarla reina de nuestros pensamientos y de nuestras
más qUE•ri.das aspiracione.<l.
Sí, nuestra creencia está muy lejos de ser nueva : es vene-
rable p()r los años que la han madurado, es respetable por los
nombre~¡ de los que la han defendido. A las páginas precedentes,
que tra:~an el conjunto de su historia, nos permitiremos añadir
algunas opiniones escogidas, en diversas épocas, en los anales de
la filosofía¡ estas opiniones completarán nuestro estudio histórico.
VéarL':e en primer lugar las palabras que el muy sabio y muy v~
rí<1ico autor del Viaje del joven ..Anacarsis a G1·ecia introduce
en la conversación de su ávido cosmopolita: este relato expresa
lo que 13C pensaba sobre nuestra doctrina cuatro siglos antes de
nuestr·a era y quedará como una página admirable en favor de
L'l misma: "Callias, el hiero:fante, íntimo amigo de Euclides, me
dijo en seguida (es Anacarsi.s quien habla): El vulgo no ve al-
rededor del globo que habita, más que una bó,eda resplande-
ciente de luz durante el día, sembrada de estrellas durante la.
noche¡ éstos son los límites de su universo. El de algunos filó-
aoíos no los tiene ya, y ha crecido, casi en nuestros días, hllSta
el punt·o de ofuscar nuestra imaginación. Se supuso al principio
que la Jjuna estaba habitada; en seguida que los astros eran otros
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42 CAMILO FLAMMARION

tantos mundos; en fin. que el míml'ro dP estos mundos debía ser


infinito. puesto que ninguno dE> Pllos podía scn·ir de término y
de límite a los demás. De aquí, ¡qué prodigiosa carrera se ha
abierto de repente para el espíriht humano! Emplead la eter-
nidad misma para recorrerla, tomad las alas de la .Aurora, ·volad
al planeta ~atunw: en los cielos que se extienden por encima de
ese planeta, encontraréis sin rcsar nuevas esferas, nuevos globos.
mundos que Ht' acumulun unos sobre la materia. en el espacio.
rn el moYimiento, en otros; hallaréis el infinito en todas partes,
en el número de mundos y de astros que los embeJlec~'n, y al cabo
de millones de mios, apenas conoceréis al~unos puntos del vasto
imperio de la Katuraleza. ¡Oh!, ¡cómo lo ha ensanchado a nues-
tros ojos <'S1a teoría! Y si es verdad que nuestra alma se dilata
con nuestrn1; ideas y se asimila en cierto modo a los objetos que
comprende, ¡cuánto debe enorgullecerse el hombre de haber pe-
netrado estas profundidades inconcebibles!
-¡Enorgullecernos ! -exclamé yo, sorprendido. -¿Y de
qué!, respetable Callias. Mi espíritu queda oprimido al aspecto
ele esta grandeza sin límites, ante la cuAl todas las demás dcsa-
parec·en. Yos, yo, todos los hombres, no son ya a mis ojos más
que insectos sumergidos en un océano inmenso, en el que los
conquistadores no se distinguen sino porque agitan un poco más
que los otros las partículas de agua que los rodean.
''A estas palabrus el hierofante me miró; y después de una
brcYc meditación me dijo estrechándome la mano: -Hijo mío.
un insecto que Yislumbra el infinito participa de la grandeza
que os admita.
"Callias salió después de concluído su discurso y Euclides
me habló de los que admitían la pluralidad de mundos: Pitágoras
y los suyos. Lu<>go respecto a la Luna : -Según Xenóphanes
-dijo- los habitantes de la Luna lleYan sobre este astro la
misma Yida que nosotros sobre la Tierra. Según algunos discí-
pulos de Pitágorus, las plantas son allí más hermosas, los ani-
Jll:llcs Cjtünce veces mayores, los días quince veces más largos que
los nuestros. Y sin duda -repliqué yo- los hombres quince
Ycccs más inteligentes que sobre nuestro globo. Esta idea hala-
ga a mi imaginación. Como la Naturaleza es aún más rica por
las Yaricdades que por el número de las especies, yo distribuyo
a mi gusto en los diferentes planetas, pueblos que tienen uno, dos,
tr<>s, cuatro sentidos más que nosotros. Comparo en seguida sus
t;enios con los que la Grecia ha producido y os confieso que
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS

Homero y Pitágoras me dan lástima. -Demócrito -contestó Eu-


clidPs- ha librado su gloria de ese humillante paralelo. Persua-
dido, acaso de la excelenc·ia de nuestra especi<', ha decidido que
Jos hombres son iudividuaJmente los mismos en touas parte<; (9 )."
El antor continúa después chanceánuose algún tanto.
Por esta recapitulación de la :filosofía ateniense en el siglo
d<' Platón, se ve que los debates sobre la. pluralidad de mundos
han empc:>:ado desde muy antiguo, como lo hemos manifestado en
este estudio histórico. Desde esta. época lejana, no se han extin-
guido sino en apariencia, y la grande idea filosófica se ha abierto
paso varias veces en las obras del pensamiento humano. "Nos-
otros imponemos límites a Dios, escribía M:ontaigne en el siglo
XVI, sitiamos su poder con nuestros raciocinios, queremos suje-
tarlo a las débiles y vanas aparienci11s de nuestro entendimiento,
a El, que nos ha formado a nosotros y a nuestra inteligencia.
¡Cómo! bK os ha puesto Dios en las manos las llaves y los últimos
resortes de su poder 7 &Se ha obligado a no traspasar los limites
de nuestra ciencia 1 Supón, ¡oh, hombre!, que bayas podido ob-
servar aquí algunos rastros de sus defectos; ¡,piensas tú que El
haya empleado en e~o todo lo que ha podido y que se haya
servido de todos sus medios y de todas sns ideas en esta obra'
Tú no ves más que el orden y el gobierno de esta pequeña cueva
en donde estás alojado, y eso, si lo ves : su divinidad tiene una
jurisdicción infinita más allá de la misma, y <'-Sta parte no es
nada compa1·ada al todo.
"Y, verdaderamente, ~por qué Dios, siendo como es todopo-
deroso, había de haber r estringido sus fuerzas a ciertos límites?
¡,En favor de quién hubiera renunciado su privilegio~ Tu raz6n
no tiene rn ninguna otra cosa más verosimilitud ni fundamento
que los que tiene para persuadirte de la pluralidad de mundos.
Terranquc ct Solem, Lunam, mare, cretera qua: sunt,
Non esse unica, sed numero magis innumerali.
"Los talentos más famosos del tiempo pasado lo han creído.
y también algunos del nuestro, obligados por la apariencia de la
1·az6n humana; así como en esta habitación que vemos, no hay
nada solo y único, y todas las especies se hallan multiplicadas
en cierto número, así también parece no ser verosímil que Dios
haya hecho esta sola obra sin semeja02a y que la materia de esta
forma se haya agotado enteramente en este único individuo (l 0 )."
"Soy de opinión, escribía a fines del siglo pasado otro pen-
sador, fil6so1o célebre (11 ) ; soy de opinión, decía, que no hay ni
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CAMILO FLAMMARION

aun si(luicra necesidad de sostener que todos los planetas están


habitados, porque el negarlo fnera un absurdo a los ojos. de todos.
~ por lo meno,:. a los del mayor número. En el imperio de la
Naturaleza, los unmdos y los sistemas no son más que polvo de
1:10les relatin1menlc a la creación entera. Un planeta es mucho
menos con relación al Universo, que una isla respecto al globo
tcrt'estre. En medio de tantas esferas, no hay más parajes de-
siertos e inhabitados, que los que son impropios para sostener los
oor1:S racionaleR que forman el objeto de la Naturaleza. Nuestra
misma Tierra acaso ha existido mil o mucho mayor níunero de
años antes que su constitución le permitiera cubrirse de planta¡:,
de animales y de hombres."
"¿Es posible creer, añadía más tarde L. C. De'lpréaux. que
rl Ser infinitamente sabio, no haya adornado la bóveda celeste
eon tantos cuerpos de tan prodigiosa magnitud, sino para satis-
faceión de nuestros ojos, y para proporcional'IlOS una escena mag-
nüi<'a? ¿ IIabría creado esos soles innumerables únicamente a fin
de que los habitantes de nuestro pequeño globo pudiesen contem-
plar en el firmamento esos puntos luminosos, que en su mayor
parte nos son tan poco conocidos o enteramente insensibles~ No
podrá formarse semejante idea si se considera que hay en toda
ta. Naturaleza una admirable armonía entre las obras de Dios y
los fines que con ellas se propone y que, en todo cuanto hace,
tiene por objeto, no solamente su gloria. sino también la utili-
dad y la satisfacción de sus criaturas. &Habría, pues, creado as-
tl'OB que pueden lanzar sus rayos hasta la Tierra, sin haber pro-
du<:ido también mundos que pudiesen gozar de su benéfica in-
fluencia 1 No: esos millones de soles tienen cada cual, lo mismo
qno el nuestro, sus planetas particulares, y nosotros entrevemos
alrl'dedor nuestro Ullll multitud inconcebible de mundos que sir-
ven de morada a diferentes órdenes de criaturas y poblados, co-
mo llll<'Stra 'l'icrra, de habitantes que pueden admirar y celebrar
la J"nar.rni ficcncia de las obras de D íos ( 12 )."
V cd ahí lo que piensan filósofos de todas las e cuelas y de
todas las creencias : :Montaigne, el hombre sencillo · 'tle corazón
franco y de buena fe"; Kant, el padre de la filo,oiía alemana;
Co·Isin-Dcsp1·éaux, uno de los representantes de 1:1. filosofía cris-
liaua, cuyos corifeos iban a ser los de Bonalu y los de ~Iaistre.
Nuc~tro estudio histórico degeneraría en un relato de .fastidiosa
c:-.1cnsión si continuásemos citando así los num\!rosos datos que
en npoyo de nuestra tesis tenernos a la vista, y debemos dar
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 45

gracias al lrctor por haber tenido a bien seguirnos hastA aquí en


~"te trabajo. Tem<>mos haber presentado citas con sobrada pro-
fusión, cita!'J que las mc\s de las veces pasan por la vista como
los cl.iadros ele nnu larga galería, y que fatigan sin interesar y
¡.¡in i1r'>i rnir; pero deseábamos hacer preceder a nuestra doctrina
las autoridades precitadas. Sin embargo, se ha podido notar que
lo~ filósofos que hemos c:itado, a pesar de su número, son los
más SPrios, y que no hemos referido las mil ereaciones de mund011
imaginarios quo algunos poetas, novele1·os o visionarios, han in-
ventado <'n toda.<J épocaH. .A.riosto, por ejemplo, en su Orlando
furú>so, imaginó en la IJlma un V"alle, ~n donde después de nues-
tra ffil'Prtc podremos cnc:ontrar l11s ideas y las imágenes de todM
las ~(ir.;nx qu(' l'Xist<'n e:n la Tierra; Dante, en su epopeya de la
Ed:Hl Media, visita las almas que habitan las siete Esferas: es
<') último himno cantado en honor del predominio terrestre en el
sist«'ma de la creación; Marcelo Plllingenius describe muy formal-
mellte en RU Zodúu:a el mundo Arquetipo que supone existir en
tm lngar del ~pacio, así como Platón hahía colocado el teatro
de su República en la. misteriosa Atlántida; :Mercurio Trísmé-
gisto clistingue cuatro mundos: el Arquetipo, el Espiritual, el
Astr~tl y el Elemental; Agrippi!. ha descrito seis en GU Filosofio
octtlta, cte.; la imaginación de los metafísicos ha sido más fs-
cun(la que la de los poetas para multiplicar los mundos quiméri-
cos ( 13 ) . Debemos aquí poner fin a la historia ele la pluralidad
<le u.undos; la terminaremos coronándola con algunas palabras que
han ern:tido &obre el mismo asunto dos de los astrónomos más
ilnRtrcs, astrónomos que ciertamente no serán acusados de parcia-
lidad por las ideas místicas ni por las concepciones imaginarias.
"La nl'ción bienhechora del Sol, dice Laplace ( 14 ), hace germiuar
a los r.nimales y plantas que cubren la Tierra, y la analogía nos
inelinn a creer que produce idénticos efectos en los demás plane-
ta,q, porque no sería natural pensar 4ue la materia, cuya fecundi-
dad v('mos uesarrollarse uc tantos modos, quedase estéril eu un
planeta tnn grande como ,Júpiter que como el globo terrestre, tiene
sus días, bU!'J noches y .sus años y en Pl cual las observaciones
indican cambios que suponen fuerzas más activas ... El hombre,
formado para la temperatura de que goza sobre la Tierra, no pcr
dría. !';Cgún todas las t\pariencias, vivir en los demás planetas. Pe-
ro, &no <lehorá haber una infinidad de organizaciones relativas a
las diversas temperaturas de los globos y de los universos f Si la
sola diferencia de elementos y de climas origina tantas variedades
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46 CAMILO FLAMMARION

·n las prnrtucciones terrestres, ¡cuánto más deben diferenciarse


las de los l>lanetas r de los satélit~s!''
"¡, C"on qué objeto, exclama sir John IIcrschel, con qué ob-
jrto c1t,bcmos suponer q11e han sido creadas las estrellas, y que
cuerpos tan magníficos l1ayan sido c-.sparcidos en la inmensidad
(lcl Pspacio? Sin duda quP no será para iluminar nuestras noches,
objeto que llenaría mejor una segunda luna, aunque sólo tmiese
la milésima part<' del volumen de la que ya tenemos; ni para bri-
llar como un espectáculo falto de sentido ~' de realidad y extra-
Yiarnos e11 Yanas C'onjcturas. Es cierto que estos astros son útiles
al hombre eomo puntos permanentes, a los cuales puede relacio-
nat·lo todo con exactitud; pero sería prC:'ciso haber sacado bien
llOco iruto del C'studio de la astronomía para suponer que el
hombre fuese el solo objeto de las atenciones de su Creador y
110 Ycr, en <'1 vasto y admirable aparato que nos rodea, moradas
c1cstinaclas a otras mzas de seres vivientes (lii)."
Esta C'xposición hbtórica nos ha preparado para un concien-
7.\ldo examt>n dl' nuestra doctrina y nos ha dado esta enseñanza,
sobre la cual es coJn-eniente que nos detengamos: qne los hombres
cminentes dc todas las edades, estuvieron iniciados en las opera-
c>iou<>s de la Xaturaleza. quedaron profundamente penetrados de
su prodigio~a fecundidad, comprendiC'ron la dcmencia de los que
la circunscribían únic<lmente a nuestra {mica morada. Si la auto-
rielad dt•l testimonio y la conformidad do opiniones son la base
11<' la <'crtcza histórica, la doctrina que defendemos se apoya en
nn argumento indolablc que por mucho tiempo se ha considerado
~ufickntC' en física, en astronomía y en filosofía, y que hoy sirve
de hase to(lavía a la mayor parte de nuestros conocimientos. Pero
no ignoramos qnC' cuando se trata de doctrinas especulativas, lo
mismo qn<' <'11 las ciencias de observación, ni el gran número, ni
tampoco la autorirlad de las opiniones de los testimonios, son su-
ficiente garantía de la Ycrdad de estas doctrinas, y que es pre-
C'iso sabet· u<;ar ampliamente del examen de lt\ razón y rendirse
sólo a la evidencia o por lo menos a la certidumbre filosófica.
Por <'!'lto 11os contentaremos, para todos Jos hechos anteriormente
<·stablccidos. con la si€!uiente conclusión: El estudio de la Nat1t-
''"'":a engendra y afirma en el cspíril !L del hombr(l la idea de
7a pluralidad de mundos.
Iluyg<'ns decía hace más de ciento sesenta años: '·Los hom-
ln'<'~ que nunca han tenido noción alguna de la geometría ni de
]¡¡.., matemátiea..; rr<>erán que no hay más que Yanidad y ridiculez
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS

en E>l dl'signio c.¡u<' no<; hemos propuesto r lrs parecerá nna cosa
increíble que podamos medir la distancia de los astros, su mag-
nitud, etc. ~Qué responderles! Que otro sería su parecer, si se
hubics<'n dt•dicado a esas ciencias ;: a contemplar la disposición
f1e las obra.s que existen en la Naturaleza . Sabemos que 1.m nú-
mero <'Onsiderabl<' de personas no han podido aplicarse a ello, ya
por su poca dispoc;ición ~·a porque no han tenido ocasión de ha-
cerlo, ya, en fin, porque cualquiera otm causa las haya retraido.
N'o se lo n •¡n·ochamos <'D modo alg-uno; pero si piensan también
flUC deben rondenar·<>c los cuidados que aplicamos a estas inves-
tigaciones, apelaremos a jueces más instruí dos". Nosotros l'<'Pl'-
timos hoy ('Sas palahrns, dirigiéndonos indirectamente, pot in-
termedio de nuestros lectores, a los que sin razón hacen objec-
ciones a todo estudio que les parece nuevo. Hay algunos que oh-
jetan que éstas son cosas ocultas, cuyo secreto se ha reservado
Dios, ~· no nos lo ha querido dE>jar conocer: esta objeción cae y
dl'sapare('c por su propio peso ante la historia triunfante de las
c·iencias. Otros piensan también que nuestros af11ncs se dirigen
;\ inútiles investigaciones: a éstos les preguntaremos quién conoce
mejor la i mportuncia t·elath·a y <>1 valor real de su país, si el
que puede compararlo a otras naciones que visita y estudia, o
d que permanece adormecido en su pueblo natal y si vale más
'¡,·ir en la ignorancia <tue trataL· de saber qué es la Tirrra ~- qué
.omos nosotros mismos.
Ahora podremos abotdar directame11te una de las cuestiones
a la yez miis curiosas, más interesantes y más importantes de toda
la filosofía.; podremos explorarla bajo todas sus fases, a fin de
no quedar reducidos a probabilidades que nada tienen ele sólido.
'{ino poL· el contrario, adquirir de ella una convicción profunda;
podremos •axpouer las causas que la ponen en evidencia, y apo-
yar nuestras demo::;traciones, solamente cu los natos positivos de
)¡¡ ciencia; podremos, en iin, menospreciar esa antigua y preten-
ciosa Yauidad del espíritu humano, que hacía Yauamente brillar
.;obr(' nuestra fr('nles la diadema de la creación; prefiriendo pro-
t'undizat· nucstt·a nada para hacer resplandecer mejor la majestad
<1d 1.Inive1·so, a colocarnos orgullosamente, nosotros, miserables
pigmeos, erguidos anl" es(' gigante incomparable que se llama el
Pod(l' c1·cad01'.
Vamos, ]mes, en la parte astronómica que Yil a seguir, a
('onsiderat· succsiYamente el conjunto del sistema solar y de los
a~h·os que lo eomponen, las analogías y diferencias que los reúnen
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45 CAMILO FLAMMARION

o distinguen entre sí, las condiciones ele existencia que los cara().
terizau y el grado de habitabilidad de nuestro globo. Considera-
remos en seguida, bajo la relación de la extensión, las órbitaa
planetarias y sus posiciones en el espacio: la excesiva exigüidad
~le la Tierra nos mostrará que s6lo ofrece una muy pálida y muy
pobre floto en el tico jardín de la creación y que el universo fí-
sico no perdería más por su desaparición que Jo que ella misma
perdería por la de5aparici6n de un grano de arena o de una gota
de agua. De este doble punto de vista, la habitabilidad de loe
mundos y l<'l. pequeñez de la Tierra, surgirán conclusiones que
elevarán a C'ertidumbre filosófica la probabilidad de la Pluralidad
de Mundos, considerada hasta el presente como una sencilla po-
Ribilidad. Pasando del estado de vaga posibilidad al de probabili-
dad racional, y después al de certeza, la opinión de la vida
universal !le convertirá en doctrina y transfonnará radicalmente
para nosotros la concepción del Universo.
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PLURALIDAD DE MUl'-.'DOS 11.\DITADOS 49

NOTAS DEL CAPITULO SEGUNDO

(1) Christophori ClatJii Bambergensis in Sphwram ]oanis de Sacro Bosco


Com11untarius. Venecia, 1591, p. 72.
(2) Descartes, Théorie des Tourbillons. Véase también G. C. Lcgendre,
Traité de l'Opinion, lib. lV.
(3) ltiuerarium extaticum, quo Mundi opificium, id est ccelestis expansi,
siderumque tam errantium quam fixorum natura, 11irts, propietates, singulo~
rumque, compositio et structura, ab infimo Telluris globo, usque ad ultima
M1mdi confinia, no11a hypotesi e.'tponitur ad Veritatem. Roma, 1656.
(4) úttres a Palmyre sur l'Astronomie, p. 182.
(ó) Galerie du di.'t-huilieme siecle, premiére série.
(O) Cosmotheoros si11e de Terris ccelestibus earumque ornatu Conjecturoo
Hagre Comintum, 1698.
(7) Telliamet, Entretiens d'un Philosophe indien a¡¡ec un Missionnaire
fran~ais, par De Maillet, 1748.
(8) ¿Nuestro ingeniosísimo Voltaire habrá de ser tomado en serio en
esto más que en todo lo suyo? Mientras que en muchos pasajes de sus obras
proclama la pluralidad de mundos, en otros convierte esta creencia en chiste.
Véase, por ejemplo, lo que dice en su Ffsica: "No tenemos sobre esto otro
graldo de probabilidad que el de un hombre que tuviese pulgas, y dedujese
de ahí que todos los que ve pasar por la calle las tienen también; es muy
posible que, en efecto, estos transeúntes tengan pulgas, pero no está probado
que asi sea en realidad".
¡He ahí lo que se llama un argumento a lo Voltaire!
Esta especie de raciocinio recuerda la explicación de las conchas fósiles
sobre las montañas, dada por él mismo.
(Q) Barthélcmy, Voyage du jeunt Anacharsis en Grece, cap. XXX.
(lO) Essais de Michel de Montaigne, lib. 11, cap. XII.
(11) Emmanuel Kant, Allgemeine Naturgeschichte und Theorit des Him-
mels, part. 111.
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50 CAMILO FLAMMARION

(12) Luis Cousin-Despréaux, L es Le~ons de la Nature présentées a l'es-


prit a" ca:ur, lib. VIII. Considérations, 321 et 325.
(13) Véase nuestra obra: Los Mundos imaginarios ,. los Mundos reales,
2• parte.
(H) Expositio7~S du S,-stéme d" Monde, cap. VI.
( l:i) Sir John Herschel, Outlines cf Astronomy, capítulo XIII, § 592.-
Este ilustre astrónomo nos escribía, en 1863, con motivo de la presente obra:
"En un asunto de esta naturaleza, cada cual debe procurar por sí mismo
deducir las probabilidades a priori de la cuestión, y fundar sobre ellas su
opinión. Por mi parte, aunque no creo que la Luna esté habitada, me siento
muy inclinado hacia la opinión que habéis defendido: a creer que los pl.t-
nrtas, o por Jo menos algunos de ellos, están habitados".
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LIBRO SEGUNDO

CAPITULO

I
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WS MUNDOS PLANETARIOS

Un lazo misterioso une la naturaleza


celeste y la naturaleza terrestre.
DE HuMBOLDT

DE~<'RJP('JO . DEL 8ISTEl\IA SOL.AR (1)

Naturaleza y misión del Sol. - Gravitación universal. - Los mundos plane-


tarios. - Mercurio. - Elementos astronómicos ocle Venus. -La Tierra.
- El globo de Marte, y su semejanza con la Tierra. - Planetas teles-
cópicos. - El mundo de Júpiter. - Saturno ; sus anillos y sus satélite3.
-Urano y su acompañamiento. - Neptuno. - El conjunto del sistema.

El astro Psplendoroso i\c] día, fecundo manantial de luz y


dr calor qut' esparce a t.on·entes en la inmensidad del espacio, in-
<'<'santc renovador de la juventud y de la belleza de Jos planetas
c¡ue forman su co1·tc, Coco gi~antesco de la vida y dr la fecundi-
dad qur SE' desarrollan E'n su imperio, reside glorioso en el centro
d1• nncstro sic::trma pla1Icta1·io, y preside a las revoluciones celestes
dr los mundos qm• lo compollE'n. Su constitución física es un pro-
hirma qur aun no está resuelto de un modo definitivo, aunque
debatido dt'.sdt• Anaxirna11dro de l\Iilrto. discípulo de Thales. Los
trabajos de los astrónomos y de los físicos del siglo pasado y del
nuestro, tienden a mostrar en el astro solar, un globo obscu1·o
como los planetas, rodt>ado de dos atmósferas principales, de las
eualcs. la exterior daría origen a la luz y al calor, y la interior
(<·ndría a :su ta r·go t'Cfleja1· al exterior esta luz ~· este calor, y
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Si CAMILO FLAMMARION

pre ('rnu· de t>llos al globo solar. Este globo solar sería en tal
caso l1ahitable: rsta fné la opinión de los dos IIerschel, de Hum-
boldt y de Amgo y de Jos astrónomos de la primera mitad de
nuestro siglo. Pero determinaciones mu~' reci<'ntcs de la física ge-
neral par<'cen demostrar ho~' día que el globo solar cst[t todo H
t'n un estado de temperatura tan elevada que deb<' st'l' cntel'amente
líquido, y11 (l\l<' no gaseoso; que es su superfi<'ie la que vemos;
que esta superfi<'ic es luminosa, ardiente, m6Yil, ondulante como
la del mar, ag-itada pOI' olas formidable , por torbellinos y explo-
siones, t1c laS CUales llUCStl'as tempestades y llUCSÍI'OS \'O]canes te-
rrestres no pueden darnos más que una pequriía id<'a. El Sol.
según la expr<'sión ck Kepler, parece ser un imán gigantesco que
sostiene, por las solas leyes de una atracción recíproca, a todo~
los demás mundos del grupo que rige; una antorcha y un foco
pPrmancntc de dcch·icidad, que pone en mo,·imiento sobre lo:;
mundos a este agente imponderable qu<' ejecuta un gran papel
entre las fuerzas en acción en nuestro sist<'ma (2 ) .
Su aC'ción sobre la Tierra y sobre los otros planrtas es d<' una
importancia !"ingnlar: le debomos hasta los principio· d<' nuestra
existencia. El yi('uto que sopla en nuestros campos, el río que
de ciendc rlc las llanuras al mar. el buque de hinchadas velas,
el trigo que germina, la lltrda que fecunda, el molino que trans-
forma. la espiga de los campos, el caballo que bota al sentir la
t>spuela, la pluma de escritor que reprodu<'c su pensami<>nto: al
Sol únicament<• rs al qné debemos remontarnos para obtener la
t>xplicación de todos los grand<'s fenómenos de la vida; él es el
agente, directo o indirecto, de todas las transformaciones vitalc.~
que se operan en Jos planetas; :m poder y sn gloria uos circundan
y nos penetran, J' sin ellos cesaría muy pronto de latir el co1·azón
helado de la Tierra.
El inmenso globo del Sol es casi tm mt?lón trescientlls 1nil
t•eccs (1.279.267) mayor que la Tierra. (F'ig. 1 ). llc aquí un
ejemplo bien conocido que dará una idea de esta. colosal magni-
tud: si suponemos a la Tiena colocada en el c<'ntro del Súl,
como un prqucíio hue:>o en medio de una fruta, la Luna ( distant"
de nosotros 96.000 leguas), quedaría también (·ompr~.:ndida dentrú
del encl'po solar, y, para ir desde el centro <ll• la Lunn a la su-
perficie del Rol, habria que recorrer toda da una lín •a ac má· ll\!
80.000 leguas. Este astro importante pesa por sí _ ]o 32-!.000 Ye-
ees más que Ja Tierra, 700 Yeccs más que todo ... los planetas y su-..
satélites reunidos. Su snpel'fici(' está suj ta \ imie:ntos for-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 55

nünablt>'l, "'!-' presenta ordinariamente, en ciertas zonas especiales,


manchas relativamente obscuras que parecen ser aberturas inmen-
sas cuya extensión supera algtmas veces a la ue la Ticna. Yo
mismo he medido en el Sol manchas cuyo diámetro era diez Ye-
(·es mayor qut> el dt>l globo terre.'3tre (Fig. 2), "'!-' que, sin embargo,
en el cspario de algunos días se transformm·on enteramente.
El análisís espectral ha demostrado ftUP el globo solar está
l'Oneado de una atmósfera impregnada de los Yapores de los ma-
tel'iales constitutivos del astro del día, ''apores de Jos cuales do-
minan los del hierro, del titano, del etllcio, dc.>l magnesio, así como
1nrn hif'n e1 l1 idrógcno.
Este astro Pstá animado de un movimiettto d<' rotación (li'ig.
!l) qne verifica en veinticinco <1c nuestros oías altedcdor de sn
c>jr, movimiento de rotación muy diferente en sus efectos de lo<>
moYimientos planetarios, puesto que no produce en la superficie
ñel Sol la sucesión alternatiYa de los días y de las noches que
producr <'n la superficie de los planetas. "No . e puede determinar
por qué agente desconocido se engPnui·au iucesantcmrnt<' el calor
y la hu~ solares; podemos, si, decir qut>. a pesar de la enorme can-
tidad qne l'spar<'t' a su alrededor en el espacio, sea que esta ho-
g-uera se consuma, cosa que los estudios de ]¡¡_ astronomía estelaria
nos enseñarán probablemente algún día, sea que haya adquirido
un estado de Pstahilidad permanente llevando en sí misma las con-
diciones de tma duración indefiuida, sea en fin, y es lo más pro-
bable, que l'<'pare a cada instante las pérdidas acusadas por sn
pC'rpetna irradiación. la distancia que lo sepal'tl de nosotros es
tal. que a menos <1<' ocurrir cambios de> nna rapick¡r, excesh·a, no
podríamos apreciar drsde aquí niugm1a ilisminuri6n rn su disco.
Pot· rjemplo, si disminuyese diariamente de modo que su diámetl·o
se acortasr nn metro en ''einticuatro horas, seria necesaria, al ha-
hitante ele la 'riena, una obsen-ación de <:erca de diez mil aüos
para que ])ercihier·a una disminución sensible en su disco aparente.
l-)in rmhargo, <•stn gran rlistancia no obsta pam que recibamos de
f>l una ma¡;a cot1siderahl<' de calor. Si la c·antidad <¡ne el globn
terrestr<' recibe «>n nn solo aüo se reparÜPSI' uniformemente sob1·e
todos sus puntos, ~· únicamente sr empleara <'11 fundir el hielo,
Rería eapaz de fundir una capa de hielo que euYohiese a la Tierra.
t>llt<'ra, y ttwicsc un espesor d<' más de tJ·einta metros. Por este
r.i<'mplo puede csweebirsc cuánto calor lanza anualmente el astro
radiautt> sobre nnN;tro globo. Pero la cantidad del calor intercep-
tarlo pot· la Tierra ('s infinitamente pcqueiia, comparada al calor
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56 CAMILO FLAMMARION

total dcrramauo en el espacio ; aun a la distancia en q uc estamo~


del Sol, esto es, dos mil millones de veces mayor que aquél. La
intensidad real del calor solar raya en prodigio. Así, en la su-
perficie del astro, el calor emitido durante una sola hora podría
hacer hervir tr<'s mil millones de miriámetros cúbicos de agua a
la temperatura del hielo. El calor que esta formidable hoguera
produce en un año es igunl al que suministraría la combustión
de una capa de carbón de piedra de 27 kilómetros de espesor,
cubriendo enteramente al Sol. ( Y este astro, como ya hemos di-
<>ho, es casi un mil1ón, trescientas mil veces mayor que la Tierra.)
Una fueza misteriosa, a la que se ha dado <'l nombre dt•
Gt'a·uitación 1tnittM'sal, dirige ahcdcdor del astro central, todo el
~istcma solar: planetas, satélites asteroides, cometas, meteoros cós-
micos, cte. (Fi~. 4), abrazando bajo una misma dominación todos
los sprcs que el Sol alumbra. Esta misma fuerza es la que traza
a la Luna la órbita elíptica que este astro describe alrededor dP
nuestro ~tlobo, y que nnastra en su perpetua canera a Jos sa-
t~lites en to ·no dl· ~ts planeta<; respectivos; l'S la qnc hajo el
nomhre de Gravedad ac:egura los efímeros pasos del hombre y
rlel arado1· en la superfieir de la Tierra, la fuga dC'I pez en la~;
ondas y el \'ttclo del an' en las azu.les llanuras; es la que bajo
d nombre de Afinidad molecular. dirige los movimientos d<' los
átomos <·n las transformaciones invisibles del m nodo inorgánico:
y, procediendo uesde lo más pequeño hasta lo más grande, es
también In que, en las profundidades inconmensurables del espa-
<·io, prrside a las revoluciones lejanas de los sistemas estelarios.
Así es que en el seno de la Naturaleza, todos los fenómenos
~e ('JlCadcnan ba.jo el poderío de leyes universales; que la misma.
fucJ'7.a que periódicamente agita las aguas del espumoso ma1·, sur-
<·a de f lamígeros cometas las et~reas llanuras: que la misma f('-
rtmclidad que puebla una gola de> agua de milla1·es de infusorios
debe producit· y desarrollar en la inmensidad dc los <'ielos mi-
llares de naciones y de criaturas.
AlrC'dedor rld Sol gravitan los mundos planetar·ios. \'éasc
tal como se pt·esentan a la obserYación telescópica.
El pl inwr planeta qnC' S(' cncm•ntra dirigiÍ>ndose ucsdc el
r
1·entro del sistt•ma a la periferia, es ~lcrcurio. H<.'cientemeute (8
~l' h,r emitido la hipótesis de que un anillo dP a~teroidC!> debía
•·odeat· al Sol untes que la órbita d<' ~fcreurio, ('11 las regionen
t·ircum·eciuas dC'l astro dt>l día j pero la noYCUatl Ue l'Sta teoría
110 nos permit<' ai'i.rmal' cosa alguna relatiYamen1<' a P.sos pt>que-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 57

iloscu~rpos cuya importancia, por otra parte, es completamente


~ccundaria, desde el punto de vista de nuestras consideraciones.
Fuera tlc esta región central es donde se mueven los planetas,
t-n órbitas concéntricas y casi rirculares. Mercurio dista del Sol
14.300.000 leguas; su año dura cerea de 88 de nut'stros días (87 d.
23 h. li> m.); !'!U rotación diurna se efectúa en 2-1 h. 5 m. 28 R.
( Fig. '>). H echo digno de notarse: la duración del día. es a corta.
tlifercn<.:ia la misma en los cuatro primeros planetas del sistema:
Mercurio, Vl'ntlS, Tit•rra y Marte. El globo de Mercurio es mucho
más pcqut~ño que el globo terrestre. su diámetl'o no mide más
que 1.200 l0guas, mi<'ntras que el de la Til'rra mide 3.183; pero
-;u densidatd es cerca de una tercera parte más considerable. El
.'ol S<' preBenta :¡) habitante de Mercurio como un disco radiante,
siete ,·eccs: mayor que aparece a Jos habitantes de la Tierra, y
'·ariamlo e~n más o en menos de este tamaño medio, según las po-
-.irion<.'s snce"iYas del planeta en su curso; esta variación del disco
aparrnte d<'l "ol, mayor para Mercurio que para la Tierra, hn
podido dar a ronoccr a sus habitantes, mucho mf.s fácilment<'
•tnc a no~otro=-. una de las primeras lcyPS del sistema del mundo,
que los planeta~ de-;criben órbitas elípticas, uno de cuyos focos
ornpa el (·entt•o del Sol. Las observaeiones modernas han demos-
tt·ado qn" esP ~lobo t•stá rodeado de una atmósfN·a muy densa,
y que eHtá cubierto d<' cadenas de montañas mucho más elevadas
que las nu,cstras. La luz ~· calor que J'ecibe del Sol son siete veces
más i.nt<'n ·os que en la superficie terrestre.
La brillanl<' Venus, estrella precursora de la aut·ora y de la
1wche, plauPta el mús radiante y probablemente el más antigua-
mentE' ronocido de todo el sistema. rodea la órbita de Mercurio
l'Oil rl cír•culo que describe en 22-± d. 16 h. 41 m. alrededor del
11~tl·o cPnh'al. Est!Í. distantr de éste 26.760.000 leguas, y recibe d<>
.~1 dos ,·eccs nuís luz y más calor que la. Tierra. Sus días son de
:!:1 h. '1.7 m., es decir, 33 núnutos menos que los nuestros; sus
t•stacioncs son mucho más earacterizadas que las nuestTas y no du-
ran más que do<; me:ses cada una. Su extensión, su masa, su den-
~idad y el p«.>so de los cuerpos en su superficie, difieren poco de
1vs cl<'mentos análogos en el planeta que Ya a seguir. Este globo
!',tá eriza•'lv d,• esbeltas montañas, algunas de las cuales tienen
más de 40.000 metros de cle,'ación, y rodeada de una capa at-
mosférica igualment<' muy elevada, de una <>onstitución física se-
m<>jantl" a la di' nuestra cubierta aérea, y bastante apreciable
1lt>sdl' aqní pan~ qnl' cHstingamos sobrt- dicho mundo el alba y
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58 CAMILO FLAM.\!ARION

ht dc~linación del día. Yenus. lo mi<.1no que )!t•t'CUl'io, t>stá rasi


l'licmprr ••ubierto de nub<>s.
A la distancia de 37.000.000 de leguas del Sol ~e Pncuentrn
la Tierra, planeta análcgo al anterior bajo muchos concepto. .
del mismo tamaño. del mismo peso, rodeado como aqnr l de un
flúido atmosférico, ejecutando su moYimjento de rotación diurna
en 23 h. 5G m. 4 s., y recorriendo su rcYolución anual en 365 d.
5 h. 48 m. Este astro está acompañado de una luna o satélitt>
(Fig. 6) 1• que trrmina en 27 d. 12 h. 44 m. su doble movimiento
<le trm;lac·ión r de rotación, a la distancia media de 96.109 lt'guas;
]a snper rícic dl.' rstc satélite fué desgarrada por violentos eata-
rli~mos; los Yastos cráteres y los picos sin número de que er:.tá
c·ubiC'rto a<'tnalmentr, nos representan los últimos Yestigios de lac:
n'Yolucicm"s que lo han atormentado.
A unos 20 millones de leguas más lejos, circula el planrta.
:\farte (l~ig. 7), que presenta también evidentes caracteres dt> se-
mejanza con los preredcntes. Dista del astro Ct'ntral 56.350.600
leguas, completa su año en 686 d. 22 h. 18 m .. y u rotación düu--
na en 21 h. :37 m. 23 s. Las capils atmosféricas que rodean a este
planeta y al prt>cedente, las njeycs ( 4 ) que aparecen periódi<>a-
Jnt>ntc t>n sus polos y las nubes que se extienden de <.'ttanrlo en
cuando 1m sus superficies, la configuración geográfica bastante
s<>mejante de sus continentes y de sus llanuras marítimas, las va-
1'Íacioncs tlr <'stacioncs y de climas comunes a estos dos mundos,
nos haren creer 4ue estos dos planetas están habitados por seres
<·uyn organizadón físira debe ofrecer Yarios caracteres de analo-
gía, o que si uno de ellos fuese condenado a la nada y a la so-
Jedan, <'l otro que se halla en las mismas conclicion<.>s drbería
sufrir la misma suerte.
A la distancia de unos 100 millones de leguas ele! Sol. <'xish'
~u los espacios interplanetarios una zona con una anchura de 40
millones de leguas, que parece haber sido en otro tiempo teatro
de alguua gran catástrofe. En efecto, en esta región, en que lo<:
astrónomos rsperaban encontrar el planeta que las leyes llllÍYersa-
1es de la Xaturaleza colocaban entre Marte y .Júpiter, planct<'
anunciado desd<' mucho tiempo por Krpler, 'l'itins ~- otro , S<' han
encontrado ya 75 ( 6 ) fragmentos planrtario , ejt>cutanuo. inde-
p<>ndientemente nuos de otros, sus movimientos de traslación al-
rededor <11'1 centro común de todo el sistema. Admitiendo la má"
verosimi:l de las teorías cosmogónicas, estos asteroides son debidos
quizá a m1 desmenuzamiento en los tiempos primitiYos del anillo
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 59

có~mico que debía formar el planeta: o tal vez son Jos fragmentos
llc un mundo que existía antiguamente en esta parte del sistema,
y que una revolución geológica interior habrá destrozado, espar-
cirndo sus restos en el espacio y dejando escapar sus gal>CS intc-
ríorrs, que habrán formado rastros cometarios.
)fás allá de la zona en que se mueven los planetas telescó-
picos, graYita el globo colosal de Júpiter, en una ó1·bita <listantc
del Sol unos 192 millones de leguas. A pesar ele la velocidad de
I'U rotación diurna, que se <'frctúa en menos de 10 horas y que
no le da, por conMiguiente, más que 5 horas de día real, su año
('S doc•¡> ,·cces más lar~o que rl nuestro, y sus habitantes no cuen-
tan mús <!UC ocl10 años rn el mismo tiempo en que nosotros con-
tamos nu siglo. Este mundo, que rxcede en 1.28-! veces a nuestro
globo núserable (Fig. ) , estÍt rodeado de una cubierta gaseosa
<·n la cual flotan constantemente espesas nubes que nos ocultan la
ronfignración geográfica l..le su superficie; se sabe, sin embargo,
qnc grande<:~ movimientos meteóricos se operan sobre este globo,
ya en 1.'1 Sl'no de su atmósfera, surcada de blancas nubes a cada
lado del ecuador, ya t>n sus regiones marítimas o sobre sus con-
tinente'\; obsérvase cspcrialmente que los vientos alisios har~'n
<'Orrrr brisas templadas en su regiones intertropicales. La cantida{l
de calor y de luz esparcida por el Sol en la superficie de J úpiter
<'S 27 veces menor que sobre la Tierra, en igual extensión; y esta
f'an1idad, que puede ser como más adelante veremo<;, tan grande
para los habitantes de Júpiter como es para nosotros la que recibe
la 'l'ü·rra, está distribuída en una proporción constante e invaria-
ble en cada grado de latitud, desde el ecuador a los polos. Este
mundo no está sujeto como el1mestro a las vicisitudes de las esta-
rioncs ui a las brusras alternativas ele la temperatura: una ete1·na
priman'ra lo enriquece con sus tesoros. Su diámetro ccuatorinl no
mide menos de :33.500 leguas; su volumen, igual a 310 veces la
musa t<'rresll'e, le da una densidad específica que, relativamente
a las ~randcs dimensiones del astl·o, no es mucho más fuerte que
la eh• la <'ncina; tlc modo que en igualdad de ,·olumen sería -1:
,·rces nwnos pesado que la 'l'ierra. Cuatro satélites ( 6 ) le dan una
luz permanente, que, unida a la de sus largos crepúsculos, pro-
porciona a este planeta uoches comparatiYamente muy cortas y
(·onstantem<'nt<' iluminadas.
El sistema de Saturno, a la distancia de 835 millones de le-
~nas del centro común de los orbes planetarios, arrastra, en una
¡·eyoJución de unos 30 años, a su globo majestuoso que sobrepuja
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60 CAMILO FLAMMARION

al 'nue:::~tro rn 86-! veces, a sus anillos inmensos cuyo diámetro no


mide meno~ de 71.000 leguas, y a todo un mundo de satélites
(Fig. 9) que abraza en el espacio una extensión circular de más
Ul' 2.600 millares de millonrs de leguas cuadradas (1). Las esta-
c·ioncs de ~aturno están mejor caracterizadas que las de la Tierra,
y duJ•nn cada una 7 años y 4 meses; se ven durante sus largos
inviernos aparecer manchas blanquecinas en sus polos, como sobre
la 'Piri-ra y solm~ Marte. Su movimiento de rotación so verifica
<'On unü l':lpü1ez prodigiosa, pues la duración de su día, bastante
sC'nJC;jnntc a la tlC'l cJía de J úpitcr, no excede de 1O h. lG m. Esta
velocidad ha pt·oducido en sus polos una depresión considerablt•
(un décimo), lo mismo que en el planeta precedente (un decimo-
séptimo) : ohserYarión que uos da toda vía una nueva prueba dl'
la universalidad de las leves de la ~aturalcza. Las bandas alter-
nuth·amcnte brillantes y ;ombrías que aparecen en estos dos as-
t l'O", y que son un indicio cierto de las variaciones que se verifi-
<·an en sus atmósferas: la di,·ersidad que se nota entre las tintas
de hu; rc~iones polares :- las de las regiones ecuatorial<'s; la mag-
nifi<'rncia rll'l espectáculo de la creación en Saturno, donde los
juegos de la ~aturalcza por entre los mi tcriosos anillos deben
ser para sus habitantes dt> una e:,plcndidl'z sin igual, y en Jú-
piter, donde se reún(;'n las conrliciones más favorables a la exis-
tencia, nos dicen claramente cuán lejos e tá de limitarse el dominio
<],. la vida al prqueño mundo que nos ha dado el ser.
El planeta TTrano gira a la distancia de 710 millones de h\-
guas, en una ól'l)itn elíptica que reconc en 8~ años y 3 meses.
Hu di:ímctro mide 13.400 lt>guas; es 74 Yeces mayor que la Tierra
(Fig. 10), ~· achatado en sus polos, c·omo los precedentes; su
clcn~idad es un poco inferior a la del ladrillo; la luz y el calor
cttw recibe del Sol son !390 \·cccs menores qur en la superficit•
t~rrcstre. Estrt rodeado, como Júpiter, de un séquito de cuatro
satélites; sus distancias al planeta están compl'<'ndidas entre 49.000
.'· 150.000 lc~uas, y la duración de sus respcctovas reYoluciones
1•ntre do!! días y medio y trece días y medio (¿e). Estos satélites
prc-;l·lltan una singularidad de que no hay ejemplo en el sistema
solar, y es: la dr mow'se de Este a Oe-;te, mi<'ntras que lo~ de los
demás planetas se mne,·cll todos de Oeste a Este. E ta singulari-
tlad ha hecho pensar que el planeta mismo debe tener un movi-
miento de rotación rctrógado y girar de Oriente a Occidente; la
obsnvaeión telescópica no ha podido aún comprobar este hecho,
pncs la distancia considerable (setecientos millones de leguas),
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 61

que nos sepura U<' aquel mundo. nos impidc distinguir nada en
su superficie.
En fin, el t1ltimo plane1a conocido d<'l sistema, cuyo dese:u- ·
hrimiento, que data de nuestros días, ha esparcido tan clara luz
:robrE- la eertitlumhrr rle los datos cientüicos modernos, y princi-
palmentl' sobre el noder de la analogía; el planeta qu<' ha retirado
<h' (·asi cuatrocientos millones de legua-; los confines del dominio
planetario, y que no cierra sino provisionalmente este inmenso
imperio, dcserihc. a la distancia de 1.000 millones de leguas del
centro drl sistema, una órbita cuya magnitud lineal excede d<.>
siete mil millones de leguas. ·En este prodigioso alejamiento
desde el cual el disco solar aparece 1.300 veces más pequeño quP
desde nurstra estación terre.stre, la misma fuerza de gravitación
dirif!e su revolución anual, su rotación diurna y los fenómenos
que se producen en sn superficie. El año de Neptuno es igual a
164 d<> los nuestros, l::ts estaciones duran más de 40 años cada
una : sn den~idad es casi la misma que la de la haya, su volumen
c•xecde en más de cien veces al de la esfera terrestre ( Fig. 11).
Este planeta está aeompañado de una luna que verifica su doble
moYimiento de traslación y rotación, simultáneos para cada sa~
télitc, en 5 días y 21 horas. a la distancia- de 100.000 lCoouas del
planeta.
Antes de terminar esta exposición del sistema planetario, se-
rá conveniNlte observar que, si nuestros medios de investigación
no hnn podido extenderse toda,-ía más que a la distancia de Nep-
tuno, es decir, a mil millon<>s de leguas del foco central, es in-
dudable que el imperio del Sol no se encierra en estos límites;
pnes mnchos cometac; describen órbitas más extensas, órbitas que
para recorrerlas se neecsitan mUlares de años. Muy probablemen-
t<>, en esas regiones al presente inaccesibles, circulan otros mundos
planPtarios de~conocidos, que llevan mucho n,{ts allá de Neptuno
los límitl'c;; del sistema planetario. Acaso sean en mayor número
que los qnc acabamos de hablar. La distancia que separa a nues-
tro Sol de la estrella más cercana cxced~> Pn cerea de ocho mil
veces a la distancia de Neptuno al Sol; bien se Ye que la arena
para las reYoluciones de los astros es espaciosa, y debemos pensar
que esta exttmsión no está vacía de mundos.
Resumiendo la descripción precedente, observaremos que to~
dos los planetas del sistema se enlazan entre sí por muy grandes
analo~ías, y que, si hay que establecer alguna distinción convcn-
<'Íonal para facilitar la discusión de nuestra teoría, habrán de
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62 CAMILO FLA~{~L\RION

(liYidirse naturalmente en Jos grupos separados por la región de


lo<; asteroides. :.\fercurio, Venus, la Tierra y Marte formarán el
primer grupo, que será caracterizado por su proximidad al astro
luminoso, por la exigüidad de cad¿¡ uno de los cuatro planetas
que lo componen, por la breYedad de sus años, por la duración
P<luivalentc de sus días l'(>SpectiYos, "!-·, en fin, por tener elementos
geodl-sicos análogos, y el mismo rango en el mundo planetario.
('ada uno ele estos mundos tiene, pues, el mismo rango, igual his-
toria, igual figura y quizá idénticas condiciones de <.'xistencia y
<'1 mismo destino en el Universo. El segundo grupo, formado igual-
mente de cuatro planetas, se distinguirá por las dimensiones co-
losales ele las esferas que lo componen, pues Urano, la más pe-
queña ele estas esferas, es todavía más grande que los cuatro pla-
nPtaA precedentes reunidos; se distinguirá también por el número
ele satélites que acompañan a sus astros en su carrera, por la
lrntitud de sus revoluciones anuales y la brevedad de sus días,
y por la supremacía que les han dado sobre los demás mundos, su
importancia en los movimientos celestes y su imponente majestad
l'n aquellas regiones inmensas del universo solar.
Establecida esta división, y expuesto el conjunto del sistema,
~onviene ahora examinar y discutir las causas astronómicas de
habitabilidad o de inbabitabilidad de cada uno de los mundos
planetarios. Este será el objeto del siguiente estudio.
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PLURALIDAD DE :'v1UNDOS HABITADOS 63

NOTAS DEL CAPITULO PRIMERO

(1) Antes de empe7ar este estudio, será conveniente dirigir una mirada
al cuadro de los Elementos del sistema. solar, colocado al fin de la obra. En
dicho cuadro se han reunido todos los datos astronómicos necesarios para el
estudio de los otros mundos, y para su comparación con el nuestro.
(2) Los t.studios hechos en estos últimos años sobre la constiLución físic.1
r química del Sol, se hallarán exput'stos detalladamente en nuestros Estudios
y Lecturas sobre la Ast ronomía.
(3) En septiembre de 1859.
( ( ) Sobre la constitución física de este planeta cercano, se podrán con-
iultar con ínter~ los trabajos de sir John Henchel. Beer y Maedler, De la
Rue, Secchi y Philipps ( d'Oxford ) . el lib. VI, cap. IV y V de nuestra obr:l
Las Tierras del Cielo.
(;;) Este es el número de los pequeños planetas descubiertos hasta 1862,
época de la publicación de la primera edición de esta obra: Cada a.ño se
aumenta con nuevos descubrimientos. En la nota B del Apéndice damos la
lista de los pequeños planetas conocidos a la fecha de esta última edición.

(6) Satélites de Júpiter:


LEGUAS
Distancia del 1~ satélite al planeta 107.500
2• 170.500
3• " " 272.000 .
" " 478.500
4'
" " "
d. h. m. S.
Duración de la revolución del 1• satélite 1 18 27 33
., 2• 3 13 14 36
" s~ 7 3 42 33
" 4• 16 16 31 50
(7) "
Anillos
"
)' satélites de Saturno.
"
LEGUAS
Diámetro exterior del anillo exterior 71.000
Diámetro interior del anillo exterior .... . ... . 62.640
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flt CAMILO FLAMMARION

Diámetro exterior del anillo interior . . . . . . . . . . . 61.200


Diámetro interior del anillo interior . . . . . . . . . . . 47.340
Distancia de los anillos al planeta . . . . . . . . . . . . 9.314
Intervalo de los dos anillos .. . .... :. . . . . . . . . 720
Espesor ..... .. .•.. . ... ~ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50
Anchura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11.900
Duración de la rotación de los anillos De 5 h. 50 m. a 12 b. 5 •n.
LEGUAS
Distancia odel }9 satélite al planeta 51.750
, 2• 66.400
3• " " 82.200
" 4• ,, 105.300
," 5• ", 147.100
, 6• " 341.000
7• 412.500
" a• " 991.000
" " d. h. m. S.
Duración de la revolución del 1° satélite 1 22 37 23
2• 1 3 53 7
" , ", 3• " 1 22 18 26
4• " 2 17 41 9
," " s• 4 12 25 11
., " 6• ",. 15 22 41 25
7• 21 7 7 41
", a• 79 7 53 40
(ti) Satélites de Urano. "
LEGUAS
Distancia del 1• satélite al planeta 49.000
2• 69.000
" 3• " " 112.500
" 4• " ," 150.000
" " d. h. m. s.
Duración de la revolución del 1° satélite 2 12 29 21
2• 4 3 28 7
" " 3• " 8 16 56 26
", " 4• " 13 11 6 53
" "
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LIBRO SEGUNDO

CAPITULO

n
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ESTl.DIO COl\IPARATIVO DE I.JOS PT.JANETAS

Posición de la Tierra en el sistema. - Condiciones de habitabilidad de lo!


mundos. - Cantidad de calor y de luz sobre cada planeta. - Número
de satélites; su destino. - La habitabilidad de la Luna; del Sol; de ¡.,,
cometas. - Las atmósferas en la superficie de los mundos; propiedades
importantes; el aire y el agua. - Dimensiones, superficies y volúmenes;
la Tierra vista desde Júpiter; nuestro mundo comparado con el Sol. -
Densidad de los planetas. - Peso de los cuerpos en su superficie. - Peso
del Sol. - Conclusión odeducida del estudio de los mundos planetarios.

Al emprender el estudio comparativo de los planetas, el pri-


!lCl' punto que reclama nuestra atención es la posición ocupada
por la 'l'icrra en nuestro sistema. Pe1·o, hecha. la suposición, pu-
ramente gratuita, es cierto, de que conocemos el número total
de los planetas; concretando un instante nuestras conclusiones a
l·ste número determinado por la ciencia de hoy, y estableciendo
nuestras consideraciones sobre esta base y sobre las distancias res-
pectivas entre los -planetas y el astro radiante, notaríamos desde
luego que la 'rierra es el tercero entre nueve -contando los as-
teroides como uno solo-, y que, por consiguiente, no está carac-
tl'rizado ni por su proximidad, ni por su alejamiento, ni por una
posición media ; diríamos después que está casi ires veces más
distante que :i.\[ercurio, y 30 veces menos que Neptuno, y que
ampoco está situado en la mitad del radio adoptado del sistema
planetado, 11orquc este punto se halla entre la órbita de Saturno
:-· la <le vrano. De donde deduciremos que, desde este primer
punto de vista, la Tierra no se distingue de los demás planetas.
Pero no refhiéndosc esta consideración sino a datos muy proba-
blemente incompletos, no tiene otro fin que privar a nuestros ad-
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68 CAMILO FLAMMARION

Wl'SUJ'ios del argumento en que se apoyan cuando pretenden com-


batir ~~n nombre de la posición dc la Tierra en el sistema. la dO<~­
triua O~' la pluri\lidad de mundos, ~- su esca!la importancia des-
apareN• :mtl' las determinaciones siguientes:
C'on~iderando la cantidad de calor y de hlz qnt> los mundo<~
})lall<'tarios ¡·erilwn del Rol, f'abiendo qur la inten~idacl en cada
uno de ellos Yal'Ía. :· hallándose por ot l'a partC' en igualdad (1~
cir<>un!;tan~ias, tendremos qne, en razón inversa del cuadrado dE"
las di'ltancias, ~· tomando la 'l'iena por punto de <'Omparación,
twibl' :'\[er<'urio 7 veces más ht7. y más calo1· qnl' nuestro globo,
Vcnu~1 2 vece•" m:ís, :\furte la mitad menos, los planetas telescó-
picos 7 VI'('('') nwnos, .JúpitN· 27. HattlMlO no, nl'ano :l90 ~· 1\rp-
luno DOO.
Elstas distanrias respectivas lle los plmwtas al foco solar,
t•utrl' }a<¡ cuni1'S la de la Tierra no disfrnta privilegio alguno, dP-
terminan una disminución gradual en la tempt>ratura de sus ~u­
prrfirics, orsdf' ~[er<'Ul'ÍO hasta Keptuno; y estas distancias deben
tomarsr C'Omo bases fundamentales en nuestras investigacionrs so-
bre r:.ta temperatura. Desde los célebres traha,ios de Fourier,
sabemos con certe?.a que el calor interior del globo. <'Ualquiera que
sea sn alto grado dr intensidad, no tiene má01 qnf' una débil af'-
C'ión sobre el estado termométrico de la superfirie, relativamente
a la acción del Sol. La teoría matemática del calor ba hecho bl·i-
llante.s pto~·esos rtesde Buífon ( 1 ), y estos progr<'sos no permiten
ya en el día cr<'er que el fuego central tenga una influencia ex-
clusiva sobt'<' la temperatura de la corteza enfriada. La existencia
de una alta trmperatura en <'1 interior de la Tierra y dt> una
hoguera a nlirnte ha sido r<'conocida. por el acrt>centamiento coiJ~­
tantc del calor, partiendo desde la superíicie. rn cualquier lugal'
que SC <'Xpcrimeutc: tlcrecentamiento que DO podría existir Cll
manem alguna si únicamente el Sol obrase sobre E'l ~lobo. Una
ve7. demostrada la existencia de este calor interior. se ha podido
valuat· su influencia en la superficie midiendo el grado de fa-
<•ilida~,.l ron que las capas situadas iumeoiatamentc debajo permi-
ten S('r atrawsadas por este calor. Pues bien, toda" las observa-
(·ioue< recogidas r discutidas han demostrado que la influencia
del cnJo¡· centt·al es, al'tualmente, casi insignifi<·ilntf' ('11 la c;uprr-
ficie <le la Ti<'rra.
"E:n los tiempos prinútiYos, nuestro plaiwta s,• resentía aún
de su origen ígneo, y sn temperatura exterior no tenía compara-
t•ión •eon la que obscn-amos desde los til'mpos hi'-tóricos. Pero
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 69

la imaginación üpenas puede formarse una idea <le las edades que
hnn transcurrido desde las primeras épocas de la Naturaleza. La
relación que existe entre la duración del día y el ealor del globo.
nos ha enseñado que, disminuyendo el volumen de la Tierra a
n\cdída que se enfría la masa, todo decrecimiento de temperatura
~orresponde a un acrecentamiento de la velocidad de rotación; y
resultando de las observaciones astronómicas, que, desde Hippar-
eo, esto rs, desde hace dos mil años, la duración del día no ha dis-
lilinuído en un centésimo de segundo, puede afirmarse que la tem-
peratura media del globo no ha variado en l/170 de grado en
<los mil ·años. Además, parece demostrado que la Tierra no se
l"n!da en una cantidad apreciable en el espacio de 1.280.000 años.
Por esto puede juzgarse desde cuánto tiempo está la Tierra so-
metida al régimen actual, régimen durante el cual, como llevamos
dieho, la influencia del calor central es casi insignificante en la
su perficic.
Las conclusion<'-S obtenidas por experiencias hechas en nues-
tl"U planeta, pueden aplicarse a los demás mundos de nuestro sis-
t.l'ma; inclinándonos todos a creer que estos mundos tienen igual
origen que el nuestro. La causa preponderante del calor en la
uperficie de los planetas corresponde a sus distancias respectivas
del astro del día.
Pero, sin dejar de dar a est.e aserto la importancia que aquí
lt• pertcneee, pr<>ciso es no perder de vista que nuestras determi-
nacion~ se aplirau implícitamente al globo terrestre, que, sin
pensarlo, sustitnímos a cada uno de los planetas estudiados. Po-
sible es que en ciertas tierras del espacio, el fuego central ejerza
todavía una acción poderosa sob1:e los fenómeno!:! orgánicos que
sr operan en la superficie, así como en ciertos planetas la crea-
ción puede estar al principio de su obra, y no haher aparecido
d hombre todavía. Para resolver este problema del calor en la
·mperficie do los mundos, necesitaríamos datos de que probable-
tnPnte careceremos todavía largo tiempo. Necesitaríamos, por ejem-
plo, conocer la diafanidad, la. densidad, la composición química
y las propiedades físicas de las atmósf('ras circundantes; porque
es sabido que producen el efecto do inmensas estufas, que más o
menos dejan penetrar los rayos solares para calentar a sus pla-
netas, y que d<>spués se oponen con más o menos eficacia a que
l'~tc calor se cseapo por la irradiación. Esa propiedad, convenien-
U'mente proporcionada a l!lS distancias, bal'ltaría para dar una
misma tempci·atura media a mundos diversamente distantes del
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iO CAMILO FLAMMARION

Sol. Igualmente necesitaríamos conocer la naturaleza de los ma-


teriales que constituyen cada uno de los cuerpos planetarios, en
t•azón a que uo tienen todos la misma capacidad para el calor:
los accidentes del terreno y las circunstancias propias para hacc1·
variar notablemente el calórico absorbido o reflejado, el color
~oneral y las tintac:; locales de las diversas superficies, el grado
de sequedad o de humedad ordinario dPl terreno o la evaporación
más o menos frecuente de las masas líquidas, la altura de 1M
montañas, la higrometría y la hisotermia de los globos, su estado
eléctrico y ma!rnél ico y, en fin, el estado calorífico propio de cada
nua de las csíoras celestes ; necesitaríamos conocer también mil
causas influyentes, de las cuales no nos podemos formal' la me-
nor idea, juzgando de toda la creación por los fenómenos terres-
tres, únicos que 1•odemos observar, y hallándonos en la imposi-
bilidad de imagim•r causas, de las cuales no tenemos siquiera no-
ción aquí abajo. Bástcnos comprender que todas las objecione~
que derivan del alejamiento o de la proximidad del Sol, y que
parecen impedir la existencia de los se1·es vivientes, en ciertos
mundos, p01·quc se abrasarían, y en otros, porque se helarían,
no tienen valor alguno cuando se oponen al poder efectivo de la
Naturaleza (2 ); y que, por consiguiente, sea que esta omnipotente
Naturaleza produzca en esas regiones seres organizados por el
estado normal del planeta, sea que atenúe las circunstancias ex-
tremas que son generalmente desfavorables a las funciones de los
organismos vivientes, no queda menos probado que, desde este
nuevo punto do vista, la posición de la Tierra no la distingue on
modo alguno de los demás mundos planetarios.
Pasemos a otros puntos de semejanza. Considerando los saté-
lites como roloc.'\dos en el cielo, no sólo para iluminar la noche
sino para determinar el !lujo y reflujo del Océano y de la at-
mósfera, el movimiento de los meteoros y la product•ión de di-
Yersos fenómenos atmosféricos, notaremos que algunos planetae
po.;;crn hasta ocho, y que la Tierra está muy lejos de sor privile-
~iacla en este concepto. Aquí tenemos una observación importante
qnc dirigir a ciertos partidarios de las causas finales, que ad-
miran, y con razón, esos luminares, cuya dulce claridad reem-
plaza durante la noche a la brillante luz del día, pero que no
tienen razón en pretender que la Luna y sus ~télites no servi-
rían para nada si no prestasen algunos serdcios a sus planetas,
Y que ésta es una sola razón de ser. Les haremos simplemente
observar que su argumento puede, ventajosamente, -.oh·erse con-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABIT J\DOS 71

tra ellos mismos. En ef{'cto, lo habitantes de esos pequeños mun-


do<> tienen CÍNtamente Ull derecho más <'VÍUelltC Ue COnsiderarse
privilegiados y de sostE>ner que la Tierra y los demás planetas que
reflejan mucl1a más luz, ban sido formados expresamente para
iluminar '> llS noches tan largas; y este modo de ver es tanto más
fundado <>nanto que los planetas exceden en mucho a los saté-
lites <'11 e.:-.-tensi6n reflejantE>. Así es que la Tierra envía trece
veces más luz a la Luna que ésta le manda, y que, a pesar del
níuncro de satélites de Saturno, de Urano y de Júpiter, la dife-
rencia <'S t~davía más ma1·cada para estos mundos. De cualquier
modo, pues, qne se examine la cuestión, no solamente la Tierra.
Pstá menos favorecida que Jos grandes planetas, l'!ino que lo está
aun menos que los mismos satélites. Para destruir completamente
la oposición de que invocan en este S<'ntido la causalidad fina],
y que tan superficialmente la aplican a las grandes ohras de la
Naturaleza, notaremos eon A.rago, quE>, para satisfacer sus miras,
fuera preeiso que los planetas tuviesen tanws más satélites a su
servieio cuanto más lejanos están del Sol: lo cual no sucede; con
Laplace que, para una iluminación permanente de lll.S noches d~
nuestro mundo, hubie1·a sido preciso qne la Luna (Flg. 12), en
conRtante opo~ición, y a lUla distancia cuádruple de la a que
está, hubiese cumplido su re,olución en lUl año, en una órbita
que abrazase la de la Ticna y en el mismo plano: lo cual ni
<'S ni pnede ser; con .Augusto Comte, que para esto lo mejor hu-
hiera sido tener dos satélites dispuestos de tal modo que la sa-
lida de uno hubiese coincidido con el ocaso del otro, lo que su-
e<-dería si estos dos satélites hubiesen circulado en una misma ór-
hita. manteniéndose constantemente separados uno de oh·o en
180 grado. de longitud : lo cual tampoco sucede.
Para nosotros, la Luna tiene otro destino que el de girar so-
litariamente alrededor de nuesho globo. O está habitada, o lo
estará. Que el telescopio nos muestra en su hemisferio visible la
soledad y la esterilidad, es un hecho de obsenación, es cierto;
pero es un hecho que no nos autoriza a negar nada, así como nada.
nos permite afirmar de un modo definitivo, en el estado actual
de nuestros <'Onocimientos. Y aun cuando la ausencia de toda.
atmósfera y por consiguiente de todo liquido en la superficie de
dicho hemisferio estuviese sobradamente demostrada, esto no im-
plicaría tampoco la inhabitabilidad del satélite. Casi una mitad
de este f:atélite está para nosotros completamente oculta y nos
será eternamente desconocida; alli, los mares pueden separar fér-
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,_
~?
CAMILO FL.\MMARION

tilrs rontinC'nt<'s ..,. hosr¡tw::; ~omhríos Ycstir las montañas; a111, los
an imnles pueden h!lbc1' encontrarlo un asilo v condiciones <'le exis-
tl'uri~; allí, una humanidad pu<'d<> Yivi1· ~; flor<>rcr sin que nos
SC'a posihlP teurr iamú~ el menor inclirio Üt' rila. Pero aún driando
apart(' rc:ta hipótesi~. que f'S. lo ronfesamos, romplctanwntr con-
jetural. la inhahita~'iÓn nc·lual de nue<>tl'o satélite no proharía que
no ha~·a estado habitado en otro tiempo. La TJlllHI ha sufrido re-
voluc·ionrs ele las cuales sus innumerables volt•anrs extinP"nidos
(Fi'I. 1!3 ) ronS('I'van aún en la act\1alidad <'locucnlcs vestigios.
¡,Cuál no R1'ría cnt.onrrs la vitalidad dr C'St<' astro vecino 1 Y por
ot'l'a partr, :. es imposible la vi.da en las couoicioní'S actuales 7 Las
cli frrcncias esenciales que existen entre ese mundo y el nuestro
deben disuadirnos dP la pretensión <lr poder ju:r.gar su estado de
habitación: en la actualidad la cuestión no puede ser resuelta,
~· rl pro ~· el contra puüden ser igualmentr defendidos.
Al pt·oclamar la habitabilidad de la Luna y dP los satélitf's.
rstarnos muy lejos ele desconocer los bPneficios que estos astros
secundarios proporcionan a sus rcspectiYos planetas. Al contrario,
cll"cimo'J que la Luna rs ln utilísima compañc>ra dí' la Tierra: útil
relativamente a la mecánica celestC', para los movimientos del glo-
bo: útil ron relación a la vida astral del planC'ta, para u meteo-
J'oiogía todavía tan misteriosa : útil ron relación a su lu1hitación
Yiviente. por la iluminación de sus noehes y por influencias que
aún no se han podido apreciar sobre la economía de los seres
''cgctalc~ y animales. Decimos además que los beueficios que re-
cibimos de nuestro satélite no han sido reconocidos en su multi-
plicidad, ni apreciados en toda su extensión. Pero añadimos se-
~nidamentc que no parece se detienen ahí las miras de la Om-
nipotencia, y que sería lilla preten ·ión muy cercana al ridículo
afirmar que somos el único fin de ld. creación de la Luna, y que
este astro, sobre el cual se han distrihuído ciertas condiciones bio-
lóJ:{icas particulares, no hubiese tenido desde su formación otras
perspectivas delante de sí que una esterilidad permanl'ntc y una
muerte elrrna.
La cuestión de las causll.s finales, promovida por la habita-
l,ilidad de los sat6litcs, trae al terreno de la cuestión, la habita-
bilidad del Sol, de los cometas, de los astros que no parecen haber
bido creados para sí mismos, y sí con la mira de otros mundos.
El Sol, ese venero in11.gotable de luz y de vida que mantiene en
nuestros mundos tantas razas de seres organizados, ese eje central
cuya dominación asegura la estabilidad, la regularidad y la ar-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 7'3

mouía de lol'l movimiento<; planet.arios; el Sol, oecimos. tiene POJ'


fin priueinal 111 ftmción hien determinada <le sostcm•r el sistema
Hl los vacíos <le! espacio. Pero si se considera qne una gran mul-
tiplicidad de acciones se rfr.ctúan ordinariamente rn las obras de
la Xatnmlc:r,a, ~- onc esta potencia esencialmente activa, iiendr
con~lan1emcnt.(' a la mayor snmn de trabajo tÍtil, apro\·<'chando
las fncrzas más débiles Pn apariencia, en los lugar·c<J <'11 <londe-
lnenos se hubirra ¡:;oaprchado su presencia o la poqihiliuarl de ::m
acl'i6n. ~e admitit•á nuc a la indispensahle utilioad del Sol como
sost¿;n )' lumbrera oc los mundos, pudiera añadirse también la
utilioaél, aun más admirable por su h1jo, de ser morada de ele-
vadas inteligencias, ocup11ndo esa tiel'l'a radiante que no conoce
ni noches ni im'iemos, cuyo esplendor eclipsa todos los demás,
y qnP ec:;tá suspendida como una región magnífica, enriquecida
quizá con las producciones más opulentas de la N"aturaleza; las
obras rlc la creación concurren siempre al efecto más útil y al
fin más completo. Pero apresurémonos a decit· que E'Stas conje-
turas son puramente hipotéticas, acaso seductoras, P<'l'O muy in-
fPriore~ a las razones y a los hechos en que se apoya la doctrina
general de la pluralidad de mundos. Vano y sin sentido sería el
querer tratar científicamente la cuestión de los habitantes del
!ojol. El in~lés Knihgt, en un libro en que ha tratado de explicar
lotlos los fenómenos de la Naturaleza por la atracción y la re-
pnlsión; el doctol· Elliot, que fué absuelto en un proceso ante el
tribunal criminal, por haber sostenido que el Sol rstaba habitado
y habrr pol· esto pasado por loco; William Hcrschel, que vino
ocho años dcspurs a participar de estas ideas, que habían valido
a SH autor cJ título de loc9. (y costádolc la vida), y a proelanmr
la habitabilidad del astro solar; Bode, el Astrónomo alemán que
1•edaetó una memoria sobre ]a felicidad de los Solarianos; y mu-
clJOs astrónomos de nuestro siglo, en cuyo número cilaremos a
Humboldt y A1·ago, creyeron, es cierto, en esta l1abitabilidad, y
:\doptaron la teoría de la constitución física solar que parecía
permitir la habitación. Otros han sostenido no solamente que este
astl'o estaba habitado, sino también, a ejemplo de Bode, que era.
una inmensa motada de delicias y de longevidad, y que las vPn-
tajas biológicas más preciosas habían sido concedidas ül más im-
portaute de los mundos del sistema, al que domina a todos los
demás, que Jos gobiernos, y que con sus rayos bienhechores los
i.nunda de calor y de luz. No obstante, cualquiera que se entre-
gara a especulaciones arbitrarias sobre su género de habitación
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?1 CAMILO FLAMMARION

cae1·ía en error desde el primer paso. Ya lo hemos visto, los tra-


hajos más rl'cientes <le la astronomía física no nos autorizan a
creer, como hace veinte años, con ..Arago, que la habitación del Sol
pueda ser análoga a las habitaciones planetarias; ella es, bajo
todos conceptos, radicalmente distinta. Esto no es razón ptua sos-
tener que no haya allí ninguna clase de seres; lo es para creer
ttue los seres de que el Sol puede estar poblado, difieren esencial-
mente de nosotros en todos sus caracteres.
Enh·<' Jos cuerpos celestes cuyo destino no manifiesta ser el
de sos~cner la vida y la inteligencia, y cuyo estado cósmico parece
también radicalmente incompatible con los fenómenos de la exis-
tencia, mencionaremos esos astros cabelludos, de rostro flamígero;
en otros tiempos, causa de tei'l'or general, y, al presente, entrete-
nimiento de los curiosos. Los cometas, en efeeto, no podrían en-
contrar <'l lr1Nlor lugar en nuestras consideraciones sobre la plu-
l'alidad de mundos. Su origen, su naturaleza, sus funciones en la
economía del sistema, y su objeto final nos son desconocidos.
Huéspedes misteriosos del espacio, se les ve errar de un mundo
al otro, olvidar las distancias, desconocer los límites de los esta-
dos c<'lestcs, y franquear impetuosamente el espacio en su desca-
bellada carrera. Algunos han pasado cerca de nosotros y perma-
necen cautivos en las redes de la atracción solar; otros, cual gi-
gantescos queirópteros, extendiendo sus vigorosas alél.S, se han des-
w·endido de sus lazos y desaparecieron en las profundidades del
infinito. Sombras ligeras, vapores inmensos, creaciones móviles,
¡,qué son y por qué existen? Derham ha emitido la opinión, que
en atención a Jas variaciones incesantes de su tempcrl).tura, desde
<'1 calor tórrido hasta el frío glacial, que les dan una residencia
muy inhospitalaria, debían probablemente servir uc lugar de su-
plicio para los condenados ... Igualmente se les ban aplicado
otros sjstemns explicativos, más o menos ingeniosos ... Nosotros
uo s<'gniremos a esos atrevidos creadores en sus especulaciones
l1ipotétieas.
Considcr<'Inos ahora la cuestión de las atm6sfc>ras en la su-
}>Cl'Íícic de los planetas, las propiedades de esta cubierta en l-a
<•conomfa ele los seres, y su influencia en el sistema fít>ico de cada
tnumlo. En la Tierra, la atmósfera es una mczc·la 1·ompuesta de
79 partes ele ázoe y de 21 de oxígeno, y desde el pe;-., que respira
por· lus branquias, hasta el hombre, cuyo aparato pulmonar es el
111ás p¡•rfecto, a esta composición química, más o menos modifica-
clu, n \'Cccs, según las influencias locales, es a la que deben los
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS i5

animu!<>s la consclTación de su vida. Lo mismo sucede con los ve-


getales, que durante el día r<>spü·an de un modo inverso al nues-
tro, y por la noche de Ull modo semejante. El aire es, pues, <'1
alimento primero <' indispensable de la ,-ida. Todo ser yi\-iente
depende de la 11tmósfera, porque todo ser viviente lleva en sí un
aparato mecánico y químico de respiración, cou~:~u·uído según la
natmal<'za íntima de esta atmósfera. Además de las propiedades
relatiYas a la respiración indispensable para la vida del globo, el
11úido atmosférico tiene otra no menos notable. Si, para las fun-
ciones internas del cuerpo, el aparato pulmonar rstá organizado
de un modo propio para transformar incesantemente la sangre
venosa en sangre a1·terial, y renovar así continuamente los prin-
ripios de nuestra vida ; para las funciones externas, los sentidos,
y particularmente el del oído y el de la vista, están dispuestos
de modo que reciban y transmitan al cerebro las influencias ex-
teriores cnyo médium es la atmósfera. Por \111 lado, el mecanismo
de lo~ ó1·~anos vocales imprime en la atmósfera, esas vibraciones
que constituyen el sonido y que llevan la voz al mecanismo del
oíclo; por otro, el mecanismo del oído, de una susceptibilidad co-
rreléüiva, recibe esas vibraciones y es sn intérprete para con el
~ntido íntimo del pensamiento. Todo mundo desprovisto de at-
móst<'ra sería por esto mismo un mundo <le sordo-muelos, una mo-
rada de eterno silencio. Lo que acabamos de decir pam el sentido
andi1ivo tendrá apli('.aciones diferentes })ara el sentido de la ..ista.
Se sahe, en efecto, que la difusión de la luz es dehida a la masa
atmosférica, y quf', sin ésta, sólo fueran visibles los objetos ex-
puesto<; directamente a la luz solar; nada de sombra, nada de
medias luces; la claridad deslumbradora del Sol, o lu obscuridad
completa de la noche; nada de aurora nl crepúsculos, nada de
tranRicioues en los fenómenos de la luz, y, por tanto, nada de
hahitaeión posible más que el aire libre, y tollo nn nuevo género
do vida incompatible con el que aquí lJcvamos. No es esto todo.
Nada de atmósfe1·a, nada de nubes; una Jnz monótona y fasti-
diosa, uniformemente esparcida por el astro brillante, sin la me-
nor diversidud de apariencia en el ciclo. AQué decimos en el
cielo? Nada de ciclo tampoco. Ese límpido azul que encanta nues-
tt·a vista sería reemplazado por una inmensidad negra y lúgubre;
el globo del Sol, la Luna y las estrellas la recorrerían solos en
~>'U periódica carrera.
Los juegos espléndidos de la luz de la mañana y de la tarde
en nuestro cielo, los dorados resplandores de la aurora sobre nues-
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76 CAMILO FLAMMARION

tro~ paisajes qur ~e despiertan, las ro,ada!> nubes y las glorias del
<·t'eOÍisculo sobrt" nue lrRs montañas, las creaciones fantátieas dP
mil <·olores que S(' sueedcn en torno nuestro, todas estas maravi-
lla:-; serían rkseonocidas a este mundo pri\·aclo de atmósfera; té-
tl"ico imperio qur rPcuerda las regiones silenciosas y solitarias del
Purgator·io en qm• Dante encontró los Espíritus de los Limbos.
Pero Yamo-; más aüelante. La atmósfera cuhre nuestro gloho
eomo una cstu fa que conserva el calor solar y el calor tel'restr<'.
~in atmósfera, <'1 calor como la luz del Kol serían r<'rha~ados a
loe:; l'Spacios crlcstes, y nUP~tro globo quedaría reducirlo todo ¡;]
a lo que son las elevadas alturas di' los Andes, ncl IIimalaya y
clr las eumhres alpestres, eu donde la atmósfera f.'nrarecida sólo
reina sohr<' un desierto de hielos Y de eterna muerte. Avancemos
todavía má!; eu la exposición de l~s pl'nosos resultados que acom-
pañan ineYitablt>mente a la falta <le atmúsfera, y en el estudio
de los beneficios el<' qne somos aquí deudores a la envoltura que
cubre la superfi<:ic d<'l globo. Es sahido que el agua constituye
el elemento principal de todos los líquidos en acción en la eco-
nomía tcrrestrr, y-a en los 'asos del animal, ya en el tejido df'
las plantas ; quP este elemento es, N\Si en el mismo grado que el
aire, indispen!lablt> a lao.J funciones de la Yida terrestre, y quE>
s in r l no podrían efectuarse las transformaciones orgánicus, ni
en el uno ni en el otro reino. Pues bien. la existencia de una
atmósfera misma, es una condición necesaria de la existencia del
ag-ua o de cualquier otro líquido en la superficie de un astro;
su ausencia implica por esto mismo la ausencia de aquellos H-
qnidos, nl'cesitanelo toda reunión acuosa paTa :formarse y mante-
nerse una prc<;ión atmosférica cualquiera. Todos los mundos que
es tu\ iesen drs¡n·ovistos de atmósfera, estarían al mismo tiempo
(lcsprovis1os de toda especie de líquidos, y claro es que si la.
Yidtl hubiese aparecido en su superficie, no podr1a ser sino bajo
nna forma y en nn estado radicalmente incompatibles y sin el
menor punto de analogía con las manifestaciones de la vida sobre
la 'rierra.
Tales son las propiedades de la atmósfera terrestre. Pero en
,,sto como en lo precedente, nuestro munrlo no ha recibido el más
le, e favor; y no siendo tal Tez nuestra Luna, todo;; los mundos
en que han podido hacerse apreciaciones acerca de esta elase de
determinaciones se han hallado pro\·istos de atmósíera. En V c-
nus, los fenómenos crepusculares, las manchas nebulosas, revelan
su existencia; en ~Iarte, las nieblas se elevan ]Wr encima de los
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 77

llHtri'S y Yan en C'spesos nublados a refrescar los continentes; rn


.TúpitN' y rn Saturno, nubes análo~as corren a cada lado del
renador y surrau sus regiones con :fajas hrmantes. Desde aqui
pC'rcihimos, bajo los tastros de ...-apore que atraviesan sus at-
mósfrras, los \Tientos saludables y benéficos que soplan sobre aqn<'-
llos c-ampos lejanos: evaporaciones que se elevan en los aire>s y
que se condensan <'n las nubes; las nubes que se deshacen en llu-
via¡;; r<'frigcrante~ ~· qu<' llevan la fertilidan a sus rampiñas; c¡·ee-
mos Yet en sus mediterráneos v en sus eutrecortados océanos. lo
a
puntos de unión que enlazan los pueblos y que son el vehículo
del conH'rcio internacional; --;.T por todos los hechos qne se des-
prenden de <>stc C'stado d¡• cosas, cuyo conjunto ofrece tantas ana-
lob'Ías rou lo que pasa en la Tierra, ' 'emos allí como aquí, ua-
<-ioMs inteligentes drclicadas a toda la actividad de una civili-
ración l>l'<>gn'SÍYa.
ruando hablamos de la atrnósfera de los planetas o de sus
<'onjuntns acuows, no por e o se entiende qn<' hablamos de uire
o de ag11a idénticos al aire que respiramos y al agua de nuestras
fuentc!l. ::\ada nos prueba que los liquidos o lo ga. es planeta.riog
~:.can dr una composi<.'ión 4uínúca análoga a. la de lo ' líquidos y
gases tE>rr<•strcs. Por el contrario, somos de parecer que difieren
Pseneialmente, porque al tiempo de su formación se han haUado
1>n <·ondiciones del todo diferentes de laR que han presidido a la.
founat"i6n dC' las substancias terrestres. Es tanto más importante
insistir sobt·e C'sta man<'ra de ver, cuanto que ciertos autores mo-
dernm~, qu<' han escrito sobre la pluralidad de mundos, se han equi-
' oca do lastimosamrutc, imaginándos~>, sin advertirlo siquiera, que
1odo centro atmosférico tiene por expresión: 0,208 O+ 0,792 Az.,
)- toda cantidad de a~na por representación quúnica en equiva-
luntes no: lo que los ha conducido iuevitahlemente a las conclu-
siones más rl'l'óueas. Estamos aqtú habituados a los tres diferen-
tes estados de los cuC'rpos, determinados por la cantidad de calor
cxistC'lltP rn tomo nuestro, y creemos que los demás mundos es-
tán en condicionrs análogas a las que pcrtenecPn a la Tierra.
P ero profundizando la cuestión, llegamos a una opinión contra-
ria; y hallamos que la composición de los cuerpos difiere se¡run
los mundos, tanto a causa de ]a diferencia originaria de estos
mut1<los, <~omo a consecuencia de su estado calorüico actual. Este
<•stado ralorííico, por ejemplo, bastaría por sí solo, para reducir
a la mayor paL'te d~> Jos líquidos y aun de los gases terrestres al
estado sólido en Urano y en ~eptuuo, y para elevar al estado ga-
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i8 CAMILO FLAMMARION

seoso en :'lft•rcurio a un gran número de cuerpos que están en


t•stado líquido sobre la Tierra. ¡Cuán irracional sería, por tanto,
imaginar en los demás mundos agua, aire y otras substancias,
idénticos al agua, al aire y a las demás substancias del globo
tel'Te tre (3) [
La física, está. ahí. además, paril enseñarnos que los tres es-
tados bajo los cuales nos aparecen los cuerpos, el estado sólido,
1'1 líqui<lo y el gaseoso, no son rnás que transformaciones que
pueden sufrir todos los cuerpos, y que están determinados por
la naturalrza de los mismos cuerpos, pot el calor circundante y
por la presión atmosférica. Si se considera desde luego el fe-
nómeno de la fuS'i6n, esto es, el paso del estado sólido al líquido,
'le ve que 1'1 grado de temperahua en que se opera, dlfiere para
c·ada substancia; así es que el mercurio pasa del estado sólido al
líquido a los 39° bajo cero; el agua a 0°; el potasio a 55° sobrt>
1·rro; el uznfrc a 110°; el estaño a 228~o ; rl plomo a 335°; el
zinc a 500°; la plata a 20° del pirómetro, esto es, a 2020°; el
oro a 2900°. cte. En esto se -ve una dh"er idad tan grande cuanto
lo es la de la'> substancias y que quita toda dificultad relativa-
mente a los otros mundos. Si se considera rl fenómeno de la ebu-
11ici61~, esto cs. el paso del estado líquido al e¡;tado gaseoso, la
tliYersidad !:'S más notable aún, porqnc aquí no es solamente la
temperatura la qur obra, sino también el estado de la atmósfera.
JJos líquidos S(' evaporan cuando la fuerza elástica de su vapor
c's igual a la presión atmosférica; así el agua, que se evapora.
a J 00° bajo la presión ha·rométrica ordinaria (O m.), se evapora
mucho antes en las montañas, en donde la presión es menor : en
el l\lont Dlanc, por e,iem11lo, la temperatura. de la ebullición del
agua es a los 84°; bajo el recipiente de la máquina neumática,
rn (londc C'l aire está en una extrema rarefacción, el agua hierve
a la temperatura ordinaria, y viceversa, si la presión aumenta, se
retrasa la ebullición: no se verifica, pot' ejemplo, sino a los 121o,
<:uando la presión es igual a dos veces la presión atmosférica
ordiiUlria. l.Jo mismo sucede con los demás líquidos: el éte1· pasa
tlel estado líquido al estado gaseoso a los 35° solamente, porquC'
<'n <'Ste gt·ado de temperatura la fuerza elástica de su vapor es
ignal a la presión atmosférica; el alcohol a 9-! 0 , por igual razón;
<'1 mercurio a 360°, etcétera. Por otra parte, los gases se liquldan
hajo cicl'tas pt'<'sioucs; p01· ejemplo: 1'1 ácido sulfuroso se liqulda
ha.jo lá presión <le dos atmósferas, el hidrógeno sulfurado bajo
la de 17, rl ácido ca1•bónico bajo la de 36, etc. Aplicado a la di-
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PLURALIDAD DE :MUNDOS HABITADOS i9

\·ersidad di' naturalcnt de los mundos planetarios, el cuadro gc- ·


ueL·al de la física de los cuerpos terrestres a.c1·edita en su super-
ficie mt conjunto de transformaciones inorgánicail particulares,
apropiadas a la naturaleza especifica de cada mundo.
Añadnmos ahora, para completar la cuestión de las atmós-
feras, que aun cuando nos sea imposible apreciar la existencia
ll<' una atmósfera alrededor de un globo, no se podrá decir por
t'SO que no exista, y sí solamente que no está al ·alcance de nues-
tl'os medios de apreciación. Sobre la Luna, por ejemplo, las ex-
{)Cricucias de polarización no han indicado conjuntos acuosos en
su superficie, y las ohscrYaciones de ocul Lacioncs de estrella.~ "
de planetas no han revelado el vestigio más leve de atmósfera.
La cuestión, ;queda por esto resuelta uegatiYamento? De ningún
modo; pues, por un lado, el hemisferio que nos es pcrpetuamentc
im·isiblc nos es for7.osamcnte desconocido, y puede estar revestido
de Ulla capa atmosférica cuya existencia no podamos jamás com-
proh<lr, -:-· por otro, si se reflexiona en las cortas dimensiones dC'
uuestro satt:·litc y en su naturaleza. probable, se convendrá que
•UN1r estar pt'O\'i.-;to de una atmósfera cuya altura sea muy escasa
t·omparativamentc a la altura de la. nuestra, y que, no ocupando
mác; que sus valles y sus llanuras bajas, no alcanzará a la cumbre
dr· ~u-; gigantescas montañas.
Debemos examinar ahora las relaciones de las magnitudes y
... uperficies que caracterizan a los planetas entre sí (Fig. 16);
'ilc examen nos enseñará, como los precedentes, que la Tierra no
ha ~ido di'>tin~uida entre los demás cuerpos celestes, y que no es
ui la más pequeita en superficie, ni la mediana, ni la de mayor
•·xtcn'lión. El diámetro de l\Iarte es dos veces más pequeño que
,.1 de la Tierra, lo que da a aquel planeta una superficie cuatro
"r.ces menor que l11 del globo terrestre; Mercurio también es un
mm do inferior al nue¡;tro en extensi6n; pero superiores a la
Tiena hay muchos, incomparablemente más vastos; asi, mientras
•¡ut• PI diámetro medio de nuestro globo no mide 3.200 leguas (''),
f>l de Saturno mide 28.650 r el de Júpiter cerca de 36.000. La
'-Up{:ríicie clt> Saturno es ochenta veces más Yasta que la de lil
'riena, .r no mido menos de 25.200 millones de leguas cuadradas.
La superficie de ,Júpiter es todavía vez y media más grande y
,,, exticndt> sobre un espacio de 40.000 millones de leguas. Esta
c•omparaeión t'<.'<:Uf'rda una de las páginas más ingeniosas del libro
de J1'ontenellc, !'11 donde la marquesa le pregunta si los habitan-
t.·s de J ítpitcr han podido percibir la existencia de nuestro pe-
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80 CAMILO FL,\:!\1}\~,\RIO~

queilo {.!lobo. "Rabiando ingenuamrntc, ](' responde el filó!lofo.


temo que les <:omos desconocidos; seda preciso que viesen la Ti('-
l ra <:Í('n veces más pequeña que nosotros ''cmos su planeta; es
llcmac;iado !JOco, no la ven. He aquí. solamente, lo mejor que po-
demos pensar para nosotros. Habrá en ,Júpiter astrónomos que,
4lcspués de haber trabajado mucho para componel' excelentes an-
teojos, y dc~;pnés de haber elegido fa.s noches más hermosas para
obscrntr, habrán al fin de cubierto en los ciclos un pequeñísimo
planeta que nunca habían visto. En seguida el Diario de los Sa-
Mos ele <HJUCl país habla de él¡ el pueblo de Júpiter, o no oye
Nt'mc.iante cosa, o tiC rír de ella; los filósofos cuyas opiniones se
Y<-'n <'On ello dcstruídas se proponeu no cret>rlo; y sólo las gentes
mu~· razouables tienen a bien ponerlo en duda. Obsérvasc todavía,
n1élvesc a vrt· el pequeño planeta. se aseguran bien de que no es
1111a ilusión, ~· por (ütimo, gracias a todas las molestias que se
hau lomado los sabios, se sabe en Júpiter que nuestra Tierra
¡•xiste ... Pero nuestra Tiena no cs nosotros: no hay la menor
sospecha de que puede estar habitada, y l:li al~tmo llegara a ima-
!!inárselo, Dios sabe cuánto se burlarian dE' N en Júpiter (~) " .
.A1tn podría dec•irse más que Fontenellt>, y demostrar igual-
mente que no presintió tal como es la qifícil visibilidad de la
'l'ierra para los habitantes de Júpit<'l'. Hay aquí un pequeño pro-
hlcma 1le Trigonometría. Efectuando el cálculo hallamos que para
.r ítpitt>r la Tierra no se separa del Sol más que en una oscilación
ele 11 a 13 grados desde una cuadratura a la otra, apareciendo
entonces (al telescopio) como nos parece la Luna en su primero
y en !'in último cuarto; que sólo se muestra por consiguiente a
sns habitantes por la mañana antes de salir el Sol, y por la tarde
después <le puesto; y que no permanece nunca más que 22 de
nuestros minntos sobre su horizonte. Esta tan corta dmación de
la Yisihilidad dn la 'l'ierra es todavía más hreve para ellos, rela-
tivamE'nte a la duración de su día, porque estos 22 minutos no
forman apenas !l de los suyos. Por ronsiguiente, "las noch('S más
hermosa<>" no son las que los astrónomos jovianos pueden escogcr
pnra obsen·nr nuestra pequeña Tierra, sino los pocos minuto<~
<lurantt> los cuales puede ser visible al principio :r al fin ue los
crepiiscnlos, cada seis meS<'s, o en los momentos Pn que pasa rada
año como un pequeñísimo punto negro. invisible a la simple Yista.
por <lclantc del Sol.
Si <kspnl>s t1l' haber comparado nuestro gloho a Saturno y
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PLURALIDAD DE MU?\'DOS HABITADOS 81

a .Júpiter, lo eomparásemos eon el Sol, estableceríamos que el


diámetro de éste es igual a 356.000 leguas, y su superficie a 385
hilloncs 1:33 millones de leguas cuadradas; de tal manera que, si
juzgásemos por nuestro globo, cuya superficie de 318 millones
de leguas <'uadradas alimenta a cerca de mil cuatrocientos mi-
llones . de habitantes (~), el Sol, cuya extensión es 12.000 veces
mayor, podría tener una población de 16 billones de habitantes.
Pero es una conjetura tal vez sin aplicación posible. Refirámosla.
a los mundos planetarios de JúpHer y de Saturno, de que ha-
blábamos hace poco, y consignemos cuán superiores los hace su
importancia a nueFrtro pequeño globo. Si los habitantes de los
otros mundos son inclinados, como los de la Tierra, ·a. ver en el
Universo un edificio levantado en su obsequio, si creen también
ser el objeto de la gran creación, ¡cuánto más derecho tienen los
de esas esferas espléndidas a considerar a los cuerpos planetarios
como lanzados al espacio para enseñarles las leyes del mundo, y
hacerles admirar su armonía, a ellos, cuyos años se cuentan por
siglos y qne han recibido tantas muestras de distinción de la
Naturaleza!, ¡ ~uá.nto mayor :fundamento tendrían esos habitantes
priYilegiados, así en el orden moral como en el :físico, para con-
siderarse como monarcas del mundo, ellos, tan elevados sobre las
mezquinas criaturas humanas que balbucean en la superficie de
nuestro ~lobo! Así, p11es, la Tierra no ha recibido distinción al-
guna de la >Jaturalcza.
Las conc1uRionPs precedentes pueden a fo-rtiori extenderse
a las consideraciones que pudiéramos desarrollar con relación a
los volúmenes planetarios. Apenas podemos formarnos una idea
del mundo gigantesco de Saturno, cuando sabemos que 800 glo-
hos del tamaúo de la Tierra, reunidos en uno solo, no darían to-
davía un volumen igual al de este planeta, aun sin tener en cuenta
$US \'a<.;tos anillos y sus numerosos satélites. ¡Cómo, pues, abar-
{!ar en nuestras concepciones el de Júpiter que sobrepuja al nues-
tro en 1,234 veces! ¡Y el del Sol, que representa por sí solo
1.280.000 globos ten·eslresT ''Al aspecto de esas masas imponen-
tes, exclamaba Fontenelle, t cómo puede imaginarse que todos
e.'ios grandes <>uerpos hayan sido creados para no ser habitados,
que ésa SE'a su condición natural, y que exista una excepción en
favor tan sólo de la 'l'ierra? Créalo quien quiera; en cuanto a
mí, no puedo resolverme a ello. Muy extraño sería que la Tierra
estuviese tan habitada como lo está, y que los demás planetas
no lo estuviesen absolutamente. . . La vida está en todas partes;
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82 CAMILO FLAMMARION

~, aun cuanrlo la TJuua no fuese más que un cúmulo de rocas,


antes las haría roer por su.s habitantes que privarla de ellos".
Esta escena burlesca recuerda a Cyrauo de Bergerac, que,
l'll su libro nada menos que científico, hace muy ingenio amente
rcc::altar lo absurdo de las opiniones que nos son opuestas. Lo ci-
taríamos más de tmn vez si no temiéramos abusar del tiempo que
Pl lector haya tenido a bien dPstiuar a nuestras consideraciones;
Pl~ro respetamos ese tiempo, 7-' nos contentan'mos con el pasaje
si~uiente que cari\Cterb:a espceialmcnte su obra (1). "Sc1·ía tan
ridículo creer, dice, que el gran luminar del Sol ~irasc alrededor
dCI un punto del que nada le importa, como figurarse, cuando se
ve una alondra asada, que para cocerla. se ha hecho girar el fuego
a su alrededor. De otro modo, si concspoudiesc nl Sol cargar con
1"\8 tarea, parecería que la medicina necesitase del enfermo, que
el fuerte hubiese de sucumbh· bajo el débil, el grande servir al
pequeño, y que en lugar de costear un buque una provincia, la
provincia diese vueltas alrededor del buque ... La mayor parte de
los hombres se han dejado persuadir por sus sentidos; y girando
con la Tierra debajo del cielo, han creído que era el cielo que
giraba alrededor suyo. Añádase a E'sto E'l orgullo insoportable
rle los humanos, que creen que la ~aturaleza no se ha hecho más
que para. ellos. como si fuese verosímil que el Sol, un gran cuer-
po, cuatrocientas treinta y cuatro veces más vasto que la Tie-
t·t•a (8), !;Ólo hubiera sido encendido para madurar sus nísperos
y repollar sus coles. En cuan to a mí, muy lejos de consentir en
su insolencia. creo que los planetas que dan ''1Ieltas ·a lrededor del
Sol, son otros tantos mundos hahitados, y que las estrenas fijas
wn otros tantos soles que tienen planetas a su alrededor, esto
es, mundos que no vemos desde aquí a causa de su pequeñe:r., y
porqne !!U luz prestada no podría llegar hasta nosotros. ¿Cómo
imaginarse, ue bue11a fe, que esos globos tan espaciosos no son
más que grandes campos desiertos, y que el nuestro, porque acam-
pamos en él, haya sido formado para una docena de orgullosillosf
; Cómo! ; porque el Sol mida nuestros días y nuestros años, ¿se
ha ue decir por eso que no ha sido construído sino con el fin
de que no demos de cabeza contra los muros' No. Ese dios visible
alumbra al hombre, casi como la antorcha del rey alumbra al ga-
napán que pasa por la calle".
Esta última salida, digámoslo de paso, quizá se desvía algún
tanto de la verdad, pero con todo se acerca más a ella que la
idea opuesta que combate. Volvamos a nuestros planetas: fálta-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 83

not~ aún considerar las densidades y las mas:ts de los cueros pla-
netarios, y estas últimas consideraciones se unirán a las anteriores
para confirmarnos en nuestra opinión de que la Tierra no ha re-
cibido privilegio alguno particular de la Naturaleza. Para que
se pueda formar una idea aproximativa bastante exacta de esas
densidades, las presentaremos comparándolas con las de subs-
tancias conocirlas. Así es que la densidad del Sol es un poco
superior a la de hulla, y qne la de Mercurio es un poco menor
que la del estaño. La densidad de Venus y d<' la Tierra es igual
~la del óxido rle hierro magnético; Marte iguala al rubí oriental;
.rúpiter es un poco más pesado que 1a madera de encina; Saturno
tiene el peso del abeto: flotaría en la superficie del agua como
una ligera bola de madera; Urano tiene el peso del lignito, y
Neptuno el de la haya. Si notamos ahora que tomando la den-
sidad de la Tierra como una unidad, la más endeble (la de Sa-
turno) será siete veces menor, y la más fuerte (la de Mercurio)
una tercera parte más considerable, reconoceremos que la densi-
dad del ¡1;loho terrestre no es ni la más baja, ni la media, ni la
más elevada.
El estudio de la interesante cuestión de los efectos de la
~ravedad en la superficie de los diferentes globos de nuestro sis-
tema nos muestra que sobre el Sol son 29 veces más intensos,
y sobre Marte una mitad más débiles que sobre la Tierra. Por
consiguiente, un cuerpo que r ecorre 4,90 metros en el primer se-
;undo de caída en la superficie terrestre, recorre 143,91 metros
en el Sol, y solamente 2,16 metros en la superficie de Marte. Es-
tos son los dos términos extremos de la intensidad de la pesadez
en la superficie de los planetas. En cuanto al peso comparado de
los cuerpos, sobre Mercurio este peso es un poco más elevado que
sobre la Tierra; sobr e Venus es un poco menor; sobre Júpiter
es casi tres veces mayor que aquí; sobre Saturno, Urano y Nep-
tuno, difiere poco de lo que es sobre la Tierra.
Admírase con frecuencia que los astrónomos puedan calcular
el peso de los cuerpos en la superficie de los otros mundos. Para
dar una idea del modo como se hace este cálculo, diremos que
este peso depende de la masa del globo y de sn ma.,onitud. La
atracción que ejerce un astro sobre los C\lerpos colocados en su
superficie (esta atracción es la que constituye el peso mismo de
los cuerpos) es tanto mayor cuanto el astro posee una masa ma-
yor, y en otros términos, cuanto más pesado es; pero esta atrac-
ción es tanto más débil cuanto más grueso es el astro; disminuye
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84 CAMILO FLAMMARION

en razón in~rsa del cuadrado de la distancia de la superficie de}


globo a su centro. Si tomamos por ejemplo a Júpiter, diremos:
El volumen de Júpiter iguala a 1.234 veces el volumen de la
Tierra; si los materiales constitutivos de este globo fuesen aná-
logos en densidad a los materiales constitutivos de la Tierra, su
masa seria 1.234 veces más considerable que la de la Tierra, y la
atracción que ejerciera sobre un cuerpo coloe.ado a una distancia
de su centro igual al radio terrestre, sería 1.234 veces más po-
derosa que la ejercida por la Tierra sobre los cuerpos colocados
en la superficie.
Pero los cuerpos colocados en la superficie de Júpiter no es-
tán situados a una distancia igual al radio terrestre, y sí a una
distancia igual al radio de Júpiter, el cual es 11 veces mayor que
el primero. Por tanto, la atracción que Júpiter ejerce sobre un
cuerpo colocado en su super.fieie debe ser disminuída en pro-
porción del cuadrado de 11, o sea, de 121 a 1.
Si aplicamos este cálculo al peso medio de un hombre (70
kilos) transpOl'tado a la superficie de Júpiter, este peso estará
70 +1.234
teprescutado por la. fórmula , o sea, por 714 kilos.
121
Pero hemos supuesto en este cálculo que la masa de este astro
era la misma que la de la Tierra. No es así. Se ha descubierto
por medio de determinaciones fundadas sobre el movimiento de
sus satélites, que ese globo todo entero, a pesar de su enorme
magnitud, sólo pesa 310 veces más que la Tierra. Por esto es
evidente que en igualdad de volumen la materia de que se com-
pone Júpiter es más ligera que la materia de que se compone la
Tierra; está en proporción de 310 a 1.234, o f>ea, algo menos de
cuatro veces menos densa. En nuestro ejemplo, el peso hallado,
de 174 kilos, deberá, por tanto, ser reducido se{,rñn esa propor-
ción. lo que 1·educe a su vez a 174. Se ve que esto no es aún
el triple del peso ordinario de uu hombre en la superficie de la
Til'l'l'a, y que hay en nuestra misma morada mayor diferencia en-
tre nuestro peso y el de ciertos animales mamíferos del mismo
orden zoológico que nosotros.
IJa densidad de los mundos y la pesadez de los cuerpos en
su superficie son ciertamente elementos muy importantes entre
las a11alogías que relacionan a los diversos planetas con la Tierra.
Todos los seres organizados están constituídos conforme a esta
pesadez en relación con su género de vida¡ a todos les es nece-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 8~

s-aria cierta surntl de fuel"at corporal. Esta fuerza está, en los ani-
males, en armonía con su magnitud, su peso, su modo de acción
y la cantidad de movimiento que han de emplear en las funciones
ordinarias de lu vida; está además en relación con sus necesidades
posibles, y les guarda en cierto modo un suplemento de reserva
para cuando necesitan desplegar una mayor suma de actividad,
en la carrera, en el trabajo y en diversas operaciones. Esta misma
~uerza es igualmente necesaria a los vegetales, a fin de que pue-
rlan soportar su propio peso y resistir los choques exteriores a
que están expuestos por toda.'3 partes. Pues bien, esta fuerza cor-
poral, correlativa con la pesadez, depende en primer lugar do la
&tracción del globo. La l'elación que existe entre la fuerza y el
IJCSO de los animales y de los vegetales es, por consiguiente, el
rc:,¡u]t~do de una combinación inteligente entre la fuerza de los
~res organizados y la densidad del globo en que viven; la per-
. urbación má-, ligeru eu esta combinación, trastornaría el orden
N>inante e introduciría el desorden en donde reina la armonía. La
}ntcnsidad de la pesadez, que existe en diversos grados en los
planetas, indica, pues, una gran diversidad en los orgarúsmos de
los seres que los habitan, y pues que estos organismos se hallan
a&í Pn armonítl con esta intensidad debida a un estado de la ma-
teria, antcriot· a la organización, debemos de aquí deducir que la
Naturaleza no se ha visto demasiado embarazada para establecer
Nl los demás globos, seres cuya constitución esté igualmente en
armonía con esta misma intensidad en los mundos que habitan.
Allí donde la pesadez difiere en alto grado de la pesadez terres-
tre, los seres difieren en el mismo grado en su estado de energía,
influy.-ndo de uu modo notable los efectos de esta fuerza pode-
!'OSa sobre las leyes de la organización. Para citar por último un
ejemplo do ello, diremos que en nuestros continentes no podrían
t·xist.ir animales mucho mayores que el elefante, porque no acele-
rándose la acción de las fuerzas musculares en raz6n del aumento
de peso, los movimientos de masas tan enormes no se efectuarían
.:·a con la misma facilidad; mientras que en el SHlO de los mares,
r! p!'SO específico de los animales les permite nadar con agilidad
f'n el centro para el cual han nacido. Podremos extender este
pl'incipio a nuestra tesis, si consideramos la diversidad de centros
f•n que viven los seres en otros mundos: lo que la observación
demuestra en particular para la Tierra, la analogía lo hace ex-
tc·nsiYo a la generalidad de los mundos planetarios. Júzguese
df' lu \·arieduLl posible de seres por la soltl diferencia de grave-
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86 CAMILO FLAMMARION

dad que se observa de un momento a otro. Un kilogramo de ma-


terias tcnestres se vería. reducido a algunos gramos transportado
a los pequeños planetas, mientras que se elevaría a ccre,a de 30
kilogramos sobre el globo solar; un hombre terrestre de 70 ki-
logramos ~t'rin excer-:ivamente ligero sobre los primeros, en tanto
(1\,e pesaría más de 2.000 kilos sobre el Sol. "Podría verosímil-
mente caer desde un cuarto piso, en la superficie ele Palas, sin
ha.ct'rse más daño que saltando aquí desde una sil1a ; mientl·as que
la más pt'qnrña l'aída en el Sol, suponiendo que pudiera tenerse
en pie un solo instante, destrozaría su cuerpo rn mil pedazos, cual
si fuese molido en un mortero de bronce".
Por inúti1Ps que parezcan, estas últimas observaciones son
muy propiaR pata ilustrarnos sobro los inmunerilblcs efectos de
una misma fuerza natural, y para enseñarnos cuán lejos cst.!n
los que aparrren sobrP. la Tierra de ser los únicos que se efee-
túan en el Uui,·er.so. Para terminar estas consideraciones, diremos
una palabra sobre la magnitud de ciertas masas planetarias, y de-
duch·emos dP todo lo que antecede esta prop~iri6n, hecha evi-
rlentc por sí misrua: que ni el conjunto del sistema, ni cada uno
de los planetas en particular, han podido ser crearlos Pn obsequio
de los habitantes de nuestro pequeño mundo, al cual la Naturaleza
no ha concrdido el menor privilegio. R-ecordaremos también que,
a pesar de la debilidad de sus densidades respertivas, Saturno y
Júpiter pesan, r1 primero 92 veces, y <'1 scgunrlo 30 veces más
que el globo terrestre; que otros planetas superan igualmente
al nuestro tanto en peso como en volumen, y que, no obstante:
todas el>ns masas enormes reunidas no formarían aún la seteccn.té-
sima parte del peso del Sol. Así, cuando un geómetra ( 9 ), que-
riendo darnos por medio de un cálculo original nna idea de la
masa terr('<;tre. nos dice que se necesitarian 10 mil millones de
tiros de 10 mil millones de caballos cada uno para arrastrar el
globo de la 'fierra por 1m piso semejante al de nuPstras carretE'rM
ordinarias, aplicando este cálculo al Sol, hallamos que sería ne-
cesaria para efectuar su transporte, una :fuerza representada por
:'1.500 billones de tiros como los precedentes. Este astro es, sin
Pmhargo. d que los antiguos habían imaginado hacer arrastrar
por cuatro cahallos. Su peso real intrínseco <'Stá valuado en d06
qnintillou<'s de kilogramos, esto es:
2.000.000.000. 000.000.000.000.000.000. 000
; ~e nccesiwrían, pn<' ·, cerca ele tn~cienta.~ I'I'ÍIIfinwlro mil
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 87

Tiel'ras en el platillo Je una balanza para eqllilihror el peso sol<~


clel astro del día!
Deduzca el lector por sí mismo la conclusión que de las con-
sideraciones precedentes se desprende, pues no queremos al10ra.
otras pruebas de la verdad de nuestra doctrina que el t estimonio
de sn propio juicio. Si~a. la marcha filosófica dP la astronomía
moderna, y 1·econocerá qu<>, desde el moment<> en que. el mov.i-
micnto de la Tierra y el volumen del Sol fueron conocidos, los
astrónomos y los fil6sofos encontraron extraño que nn astro tan
magnífiro fuese empleado únicamente en iluminar y calentar a
un pequeño mundo imperceptible, sometido con otros muchos a
sn supremo dominio. "Lo absUl·do de semejante opinión fué aún
más patente cuando se descubrió qnc Venus es nn planeta d(•
iguales dimensiones que la Tierra, con montañas y llanuras, es-
taciones y años, d.ías y noches análogos a los nuestros. Esta ana-
logía se extendió a la conclusión siguiente, que, estos dos mundos
semejantes por su conformación, debían serlo también por su
papel en el Unive1:so: sj Venus estaba sin población, la Tierra
debía estarlo también ; y recíprocamente, poblada la Tierra, tam-
bién debería estarlo Venus. Pero cuando posteriormente se ob-
sel'Yaron los mtmdos gigantescos de Júpiter y de Saturno, ro-
deados de sus brillil.lltes comitivas, esto C'Ondujo inevitablemente
a rehusar se1·es yjvicntcs a los pequeños planetas anteriores, si
no se dotaba de ellos a estos últimos, y a dar, por Pl contrario.
a .Júpiter y a Saturno, hombres muy superiores a los de Venus
y do la Tierra. Y, en eiecto, ¿no es evidente que el absurdo, mil
vece" más extravagante de la inmovilidad de la Ticl'l'a, se ha
perpetuado en esa mal entendida causalidad final, cuya preten-
sión <'S coloca1· nuestro glollo a la Cf).beza de los cuerpos celestes ~
~No es evidente que este mundo está lanzado sin distinción algun~
en la aglomeración planetaria, y que no est{¡ mejor establecido
que los drmás para ser el asiento exclusivo de la vida y de la
inteligencia . .. ~ ¡ Cnán poco fundado es el sent imiento personal
que nos anima, cuando pensamos que el Uuivetso ha sido creado
para nosotros, pobres seres perdidos sobre un mundo, y que si
desapareciésemos de la. escena, este vasto l;nivPrso quedaría ob!!-
curecido como un eonjtmto de cuerpos inertes, privados de luz!
Si mañana no despertara ninguno de nosotros, si la noche, que
en pocas horas da la vuelta. al mundo, sellase para toda la eter-
njdad los ce1-ra.dos párpados de los seres vivientes, ¡,créese que
en delantr E'l Sol no ' To1vcria a derramar su luz y su calor y que
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88 CAMILO FLAMMARION

las :lnerzas de la ~aturaleza cesarían en u eterno movimiento!


No; esos mundos lejanos a que acabamos de pasar revista, prose-
guirían el ciclo de sus existencias, mecidos por la fut>rza perma-
nente de la gravitación y bañados en la aureola luminosa que el
astro del día engendra en torno de su brillante hoguera. La Tierra
que habitamos no es más que uno de los astros más pequeños agru-
pados alrededor de esta hoguera; y su grado de habitación no
tiene nada que la distinga entre sus compañeros. . . Lectores.
transporwos por un instante con el pensamiento a un lugar del
espacio desde donde se pueda abrazar el conjunto del sistema
solar, :v suponed que el planeta en qno hab6is recibido el ser os
sea de1reonocido. Convenceos bien de que, para dedicaros ·con li-
bertad al estudio presente, no debéis ya considerar la 'fierra como
vucstrn patria, ni preferirla a las demás moradas, y contemplad
después sin prevención ~' con ojos ultratcrrestrcs los mundos pla-
netarios que giran alrededor del foco de la vida. Si sospecháis
siquiera los fenómenos de la existencia, si imagináis que algunos
planetas están habitados, si se os dice que la vida ha escogido a
ciertoq mundos para depositar en ellos los gérmenes de sus pro-
<luccio!Ucs, ¡pensaréis de buena fe en poblar este globo ínfimo de
la Tierra, antes de haber establecido en los ml}.ndos superiores
la maravillas de la creaci6n viviente 1 O si formáis el p1·op6sito
de fijaros en un astro desde el cual se pueda abarcar el esplendor
de los cirlos, y sobre el cual se pueda gozal' de los beneficios de
11na. na1turalcza rica y fecunda, &escogeríais como morada esta Tie-
rra mHzquina. que se ve eclipsada por tantas esferas resplande-
cientes ... ? Por toda respuesta, lectores, y es la conclusión más
débil y menos discutible que pudiéramos deducir de las conside-
t•aciont~s precedentes, estableceremos que la Tierra no tiene pre~
Mn.inencia alguna marcada pa,ra ser el solo m.U1tdo habitado, y
que lo!S demás plam,eta.s tien&n 1¿na importa1tcifl, cuando menos
ig1wr a la ~uya en el destino gemeral del sistema del nmndo.
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 80

NOTAS DEL CAPITULO SEGUNDQ

( l ) Véase la nota C del Apéndice, sobre la Temperatura de los planetu.

(2) A fin de que no se dé una interpretación panteísta a la palabra


Naturaliza, que &e repetirá a menudo en estos estudios, diremos que: Consi-
deramos la Naturaleza, es decir, la universalidad d6 las cosas creadas y de
las leyes qliB las rigen, como la EXPRESIÓN DE LA VOLUNTAD DIVINA. (Véase
Dios en la Nat!lralua.)

(S) Desde que se public6 la primera edición de esta obra, el maravilloso


descubrimiento del análisis e,pectral ha demostrado claramente que en Marte
} Venus existe agua que es químicamente igual a la nuestra. Una diferencia
notable existe po1· el contrario entre el estado de los líquidos y de los gases
de Júpiter y de Saturno y el de las substancias terrestres. (Nota de la 25•
t-dici6n.)

( 1) El radio medio terrcatrc, el que cae hacia el centro de Francia, es


de 6.366.407 metrosj el diámetro medio del globo es por consiguiente de
12.732.814 metros, y su circunferencia de 4.000 miriámetros, o sea 10.000
leguas métricas. Puede hacerse aquí una conaideraci6n que no carece de
interés, con referencia a la relación entre las superficies de los planetas, y e1,
que un viaje de circunnavegación que en la Tierra se hace en 3 años, duraría,
suponiendo idénticas circunstancias, más de 9 años en Saturno, más de 11
en Júpiter. y más de un siglo en el Sol.

(~) Les Mondes, IV Soir.

{G) S<' a dicho de paso, como dato curioso de estadística: la población


del globo terrestre es actualmente de 1.4{)0 m.iUone5 de habitantes. Esta suma
3C renueva pcri6dicamente en razón de 90.720 nacimientos y muertes por día;
\o que da, con corta diferencia, un nacimiento y una muerte por segundo
(el número de nacimientos excede sin embargo, un poco, al de las defun-
ciones). Cada una de nuestras pulsaciones marca, pues, la muerte de Ull.a
criatura humana y el nacimiento de otra.
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so CAMILO FLAM~fARIO~

(7) Histoire des Etats ef Empires de la Lune et du Soleil.


(8) Cyrano escribió su Voyage dans la Lurte en 1649, y algunos años
después au Histoire des Etats du Sol•il. En aquella época, aun no se hab\3
podido, medir exactamente la paralaje del Sol, y las dimensiones verdader'ls
de este astro eran desconocidas.
(11) Francceur. Uranogrophie.
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UBRO TERCERO

CAPiruLO

1
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FISIOLOGIA DE WS SERFS
La vida en todo.
AlliSTÓTELES

LOS SERES SOBRE LA TIERRA

Atpecto general de la vida en la superficie de nuestro globo; la vida transfor-


ma aus manifestaciones, según los tiempos, los lugares y las circunstan-
cias: lo que fué durante los períodos antediluvianos; lo que es hoy. -
Diversidad maravillosa de los organismos vivientes. - Relación íntimll
de cada uno de ellos con los medios en que viven. - Los seres difieren
según la constitución de los mundos. - Análisis espectral y composición
química de los cuerpos celestes. - Si cabe trazar limites a la posibilidad
de la vida, y a la aparición de seres vivientes sobre un globo. - Medim,
elementos y poder de la Naturaleza. - Digresión sobre las causas finales.
el destino de los seres, la realidad de un plan divino y la existencia de
un Dios creador.

Astronómicamente hablando, la Tierra no ha recibido ningún


privilegio sobre los demás planetas. Pero, se nos dirá, las deter-
minaciones que preceden no se apoyan más que sobre datos cos-
mológicos que, aun siendo irrecusables, no bastan sin embargo
para darnos una convicción sólida de la habitabilidad de los mun-
dos. Habéis prescindido completamente hasta ahora de la cuestión
fisiológica, que hubiera debido entrar por mucho en la discusión
de vuestra tesis. Si todos los planetas son en apariencia tan pro-
pios como la Tierra para residencia de la vida, no puede por eso
decirse que lo sean en realidad ; y nada nos prueba que las con-
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94 C:AMILO FLAMMARION

dicion('S capaces de f<'cundar sobre un globo los gérmenes laten-


tes de la vida ~- de conservar en él la existencia, hayan sido con-
cedidas a los demás planetas como lo han sido a la Tierra. Al
contrario, el peRo considerable y la dnrer.a de los cuerpos por UlUI.
parte, la ligcrc:'za y la inadherencia de las moléculas por otra, un
calor tórrido y una lnr. deslumbradora en ciertos mundos, un frío
glacial y eternas tinieblas en otros, parecen oponerse con una
fuerza invisible a la manifestación de los fenómenos de la exis-
tencia.
El punto de vista fisiológico es ciertamente muy important"R,
y dcl1e1mos tratar de ól; y el primer hecho que debe llamarnos la
atcnci6n, es, como veremos muy pronto, que la vida es el fi-n
.~uprcmo de l(t exístlmcia de lcL materia, y que las fuerzas de la
Naturaleza tienden siempre y por todas partes a la formación,
sostenimiento y c.onservación de los seres organizados. Las ob-
jecionPs que pueden hacerse contra esta tendencia suprema, y que
parecen serias a prim<'ra vista, se t•efutan por sí mismas cuando
tratamos de profundizarlas. En efecto, no solamente no es pre-
ciso atormentar nuestro espíritu para reconocer su nulidad, y
para eomprender la posibilidad de existencias del todo incompa-
tibles con la vida terrestre, sino que nos basta echar una ojeada
RObre uuestra residencia para concebir planetas poblados muy di-
ferentemente, y hasta para cerciorarnos de que casi no es posible
que ninguno do ellos esté habitado por seres semejantes a los
que v·ivcn sobre la Tierra.
¡ <~ué infinita variedad, por ejemplo, entre los seres bullicio-
sos que revolotean en las planicies aéreas, y los que silenciosamen-
te se arrastran por la superficie de la tierra, o los que surcan
las móviles regiones del Océano! ¡Qué diversidad en su organiza-
ción, en sus funciones, en su género de vida, en su lenguaje!
¡Quién enumeraría los grados de esta escala de vida que ha co-
menzado en los zoófitos de los tiempos primitivos, y cuyo escalón
superior ocupa el hombre! Y en la humanidad misma, ¡qué di-
ferenc-ia de constitución, de caracteres, de costumbres, de hábitos,
de po1 encia física y moral, entre el Europeo, cuya voluntad trans-
forma los imperios y el Esquimal, inhábil para expresar sus pro-
pio pC'nsamiento 1 Aun cuando omitiésemos hacer comparecer aquí
la inagot8blc variedad de las especies vegetales, el solo espectáculo
que n•:>S ofrecen los cuadros tan varittdos de la vida zool6gica bas-
taría para convencernos ampliamente de la impotencia de los
obstác·ulos debidos a las condiciones biológicas, cuando se oponen
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 95

a la fecundidad. de la Katuuleza.
Si desde los vertebrados mamíferos hasta los moluscos y ra-
d.iarios, se pasa revista a las diferentes especies de animales que
pu{'blan la Tierrll, se principiará a comprender cuán apropiados
son los seres, en su constitución íntima, a las regiones y a los
medios en que deben vivir. Si se pasa igualmente revista a las
eicn mil cspecirs de plantas que embellecen la superficie terres-
tre, se sabrá todavía mejor qué prodigiosa potencia de fecundidad
ha sido concrbida a cada átomo de materia. Quizá se nos haga
obsrnar que el mismo modo de creación ha presidido al estable-
cimiento de todos los seres de la Tierra; quizá S<' nos objetará
que C8ie número incalculable de seres diversos, no impide que
su organización general descanse en un mismo principio: el de
4:'.Star adaptado al centro vital que mantiene todas las produccio-
nes dr la Tierra. Lo reconocemos, pero afiadimos que cualquiera
otro centro vital licuaría las mismas funciones que el nuestro,
aun cuando estuviese compuesto de elementos heterogéneos sin
ni11guua rclaci6n con los elementos que constituyen nuestro aire
atmosférico; decimos que en cada munno todo ser está necesaria-
mente organizado conforme a su centro vital, cualquiera que sea
la naturaleza del mismo. Y no aventuramos aquí m1a proposición
gratuita; no hacemos más que sacar una conclusión lógica, que
resulte incontcstablcmente del estudio de la Naturaleza. La his-
toria misma de nuestro planeta habla elocuentemente en nuestro
.favor.
Pat·a tomar <le ella un ejemplo r elacionado con nuestro asun-
to, recordemos que durante las épocas primitivas del globo, en las
que el calor interior y la inestabilidad de la superficie terrestre
se oponían a la existencia de los vegetales y do los animales ac-
tuales, otra vida, proporcionada a esas primeras edades, se pro-
pagó bajo la acción de fuerzas prodigiosas. La atmósfera densa
y tumultuosa estaba sobrecargada de ácido carbónico que se des-
prendía del suelo primitivo y se elevaha incesantemente por enci-
ma de los YOlcanes inflamados; este ácido impedía a Jt1 anima-
lidad desarrollarse sobre la Tierra: fueron creadas las plantas,
que se alimentaron con los elementos existentes, y se encargaron
de absorberlos en provecho de la economía del globo. La tierra
firme no existía; las aguas se extendían en su absoluto dominio;
el oxígeno no se había desprendido todavía; fueron creados los
animales, que por su organización del todo acuática, se alimenta-
ron a pes11r de la escasez del oxígeno, y consumieron sus días en
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96 CAMILO FLAMMARION

un agua saturada de azoe y de carbono, residencia mortal para


los animales superiores. Ni las revoluciones generales de un globo
reciente, cuyos polos no sufrían menos de 40 grados de calor; ni
los diluvios sucesivos, el hundimiento de las costas, el levantamien-
to de los valles, el desbordamiento de los mares; ni el rompimien-
to de la <:orteza apenas consolidada y el brotar de las substancias
volcánicas inflamadas; ni la heterogeneidad del centro circun-
dante, mezcla de gases deletéreos, opusieron obstáculo a las ma-
nücstacion<.>s <le la vida. La Naturaleza dominó con todo su poder
virtual a elementos que se hicieron perniciosos en tiempos más
cercanos en que el organismo fué modificado, y esparció en su
seno los g6rmenes de una fecundidad desconocida. Por un lado,
una vegetación poderosa, sicádeas que no median menos de 7
pies de diámetro, helechos arborescentes, cuyos vivientes vestigios
sólo consona el ecuador, se extendieron a lo lejos en las tierras
aún enteramente cenagosas, y prepararon, millones de años hace,
la atmósfera oxígena actual y la formación de las hullas. Por
otro lado, nacieron los primeros representantes del reino animal,
que encontramos en los sedimentos de la época primaria, y par-
ticularmente en la cal; esos seres filamentosos que sólo tienen del
animal el movimiento espontáneo; esos infusorios, que pueden so-
portar tllla temperatura de 70 a 80 grados; esos holoturias, esos
acalefos, esos cefalópodos, que abrieron tan modestamente el p~
ríodo dn la animalidad sobre la Tien·a, y todos esos animales mi-
croscópicos que construyeron, en medio de un calor elevadísimo,
montañas completamente formadas de sus despojos, animales tan
pequeños que se han podido colocar 3.000 en una extensión de 9
milímetros, y cuyo número es tan prodigioso que en un solo
gramo, Ehremberg y otros geólogos han contado 128.0001 Duran-
te esas edades, las combinaciones químicas que se efectuaban en el
vasto laboratorio de la Naturaleza pusieron en libertad la in-
mensa cantidad de azoe que constituye más de las tres cuartas
partes de nuestra atmósfera.
A esos seres, cuya sencillez orgánica estaba en armonía con
la novedad del globo, sucedieron los vegetales más ricos y más
elegantes que dan flores, y los animales más eleYados en la eco-
nomía viviente, cuya vitalidad era tan prodigiosa que sus razas
eran insensibles a las subver~dones del terreno, tan frecuentes en
esa época primitiva. De dicha edad data. la aparición de los ra-
diarios y de los pólipos, que divididos y desmenuzados en varios
trozos viven y se reproducen todavía; de los anélidos, dotados
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PLURALIDAD DE MU!\TDOS HABITADOS 97

romo aquéllos <.le una gran fuerza Yital, ~- más tarJe de lm; crus-
táceos, c-uyo cuerpo protegido por una cubierta extt'rior, o~>tcntaba
c>sa nue.-a prenda de la preYisión de la "Naturaleza que obra siem-
pre '>egún los lugares y según los tiempos. También datan dr
<'JÜOD<'C'>, en tma época más cer<:ana a nosotros, los animales cu-
biertos de escamas ~ de una envoltura coriácea l'l''li 'ten te; esos
saurios gigantescos, solos dueños entonces de la ereaci6n viviente;
<'sos pterocláetilos de alas membranosas, los más monstl•uosos entre>
los monstruos antediluvianos; esos mcgalosauros arorazados, cu-
yas formidables ¡nandíbulas podían sin trabajo rlar paso a un
animal d<'l tamaño de un l>m·y; esos iguanodos dr eien pies de
largo, <!U<:' piil'<'C<:' han sr1·vi<lo d<• tipo a los vampiros l<>gendarios,
y todos esos ext tañC\s colosos del reino animal, que dominaron dn-
rantr millares de años en las 1·egione¡; en qn<> <'l hombre había
1lt' apnrr<•t•r al~ún d\a. Recordemos ql.lC' clcsde la t•mul df>l mumlo
ten(•<;tre hasla la aparieióu clel último ser rreado, multitud de
t'sp<'ci<'s, tauto animale?s eomo .-cgetalcs, se? snccdiPron en la super-
firie dt'l globo, a medida que se tnmsfotmó el estado del suelo
.v dd eentro atmosférico, naciendo, desarrollándose y clesapare-
f•ienrlo en períoclos sceulare~. para llar lu~ar a otras especies qtw
reno\'aron sucE>sivameute la nú>ma escena. Rt>rordemos también
los ~randcs movimientos anímicos que tantas vece'> eambiaron la
faz 1lrl gloho clesclc sn antiguo 01·igen. Eutonces sabremos que el
podPr <:r<'arlor <'S infinito, y que no podemos racionalmente opo-
ncl' nin~ím obstáeulo a la manifestación de la vida, íntt•rin este
oh·;híc·ulo no <'81 (• <'11 t•ontradiceión forma 1 ron las l<'y<'s c¡tH' rig-en
1'l mnndo.
Aquí Sl' nos pudiera objetar qul', cl<:':cll• el momento en qtw
ponemos en .inl'g-o Ja potencia in finita de la ~aturalcza, nos se-
paramos tl<' la argumentación ci<>ntífi<:'a y no ptobamos ya nada.
::)e no'> podría decir, ron {'l doctor Whewt'll (1), que si e1•eemos
<'11 la habitaci6u de los planetas <'ll J'azón a (lU<> el pod<•r c·reador
ptt{'d<' haber quitado lodo obstáculo que la impida, podemos ereN·
i!.!ttalment<• qlw los cometa!>, los asteroides, las piE>dras meteórica ,
las u ubes, <•tC'., rstán habitados; pues, si lo ha querido, el Creador
ha poclitlo polJlar to<los <'stos objrtos. Este ta7.onami<:'nto !icría <:'!
indicio el<' una intcrpr<'tación <'no josa de nuestros argmnentos; di-
gamo¡; más. se1·ía una muestra de mala fe. Tollo hombre de buena.
f<· t·eeonoC'crá sin trabajo, así lo esperamos, que 1ratamos de coul-
p:rentler la ).:at male1.a en la sml<:illez tle !:in obra, y de reproducir
tiehll<'lltP sw; lt•<"cimH'S. C'uando tent•mos a la Yista muchos mnn-
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CAMILO FLAMMARION

clos ltabitahlcs, pcn:)amos que esta habitabilidad debe tener la ha-


hitación por complemento. Cuando algunos mundos nos parecen
inbabitabh·s, rxamiuaroos primero si esta apariencia es con toda
C'<'lteza la expresión de la realidad, y en este caso nos sentimos
incUnados a creer que esos mundos están efectiYamcnte deshabi-
tados. Pero antrs de prommciarnos rigurosamente en contra de
Ja habitación, queremos que el obstáculo que parece oponerse a
ln manifestación de la viña esté en contradicción formal con las
lPyes qu(' rigen el mundo. La Naturaleza es la que nosotros es-
tudiamos; la Naturaleza es la base de nuestras investigaciones,
así eomo C!:! nucstr11 tegla y nuestra brújula.
liemos trazado el cuadro de los tiempos prinúti,·os para hacer
1·csallar cl principio importante en que se apoya, a saber: que la
'ida cambia de forma según las fuerzas que la hacen aparecer,
pc:>rv no queda enteramente latente en los elementos de la materia.
~\pliquemos este principio a la generalidad de los astros, y se-
}lamos qut• los mundos están poblados, unos por especies que puc-
tlcn ofrecer alguna analogía con las que Yivcn en la Tierra, otros
por especies qur no podrían residir entre nosotros. Por lo demás,
<::;t¿ euadro del mundo primitiYo, a pesar de la importancia del
a11unto y d<· la aplicación inmediata que pueda hacerse de él, es
una prueba que no necesitábamos, por la ·a bundancia que tene-
mos de demo¡,tracionc:s semejantes, fáciles de dc:>ducir de los he-
<·hos coti<lianos que pasan en torno nuestro. Consideremos, en
efecto, la 'l'icrra actual, y reconozcamos que habla en nuestro fa-
vor con tanta elocuencia como la. Tierra de los primeros días.
Para decirlo eu dos palabras, las pruebas abundan por todas par-
te¡:; en las operacio11cs actuales ele la Naturaleza, y nos enseñan
por la dh·ersidad de las producciones terrestres, cuánta variedad
ha podido esparcirsr en los cielos: ora desde el punto de vista
ele Jos centros y de los principios vitale . cuando vt>mos innume-
L'..lblc.; ospc<.:ics de animales acuáticos compartiendo Ulll:l existen-
t:ia incompatil>lc con la de todas las demás producciones del globo
( C'1tvier). y vh ir anfibios, como los aligátores ~- las serpientes,
t·u una atmó~fera mort~l para el hombre y para lo<s animales su-
JJeriore<s (llumbolrlt): ora desde el punto de vista. de la luz, cuan-
clo Yemos a to~s cóndol'cs y a la:; águilas que residen en las altas
regiones uel aire r sobre nieves deslumbrantes, t<.'ncr, con la ayuda
lle un proct>dimi<.>n1o muy simple, fija la Yista ante el astro ra-
<liantc del día (Lenorman), y cic:rtas especies de peces gozar de
lo<> benefic•ios dl· la IU7. e) o suplir a su órgano que SP atrofia
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 99

en la rlcusa obscul'idad de las profundidades oceánicas, en donde


eternamente reinan tinieblas tales como nunca las presenta la
uoclH' más profunda en la superficie de la Tierra (Biot) ; ora,
en fin, deeul' el punto de vista del calor, do los climas, de la.
grandad, de la presión atmosférica, etc., cuando sabemos que cier-
tos \nfusorioc; no conocPn el frío ni Pl calor; que las mismas es-
l)ecies q ne dnn <'n la China y en el Japón se han encontrado en
f:l mar Báltico (J. Ross) ; que los dietomas que pululan en las
fuent<'s cálidas del Canadá se muestran tambifn en las regiones
polares; que los que vjvcu eu la superficie del mar han sido ha-
llados pot· medio de la sonda a una profundiJad de 1.800 pies,
t~n dondt• sufrían una presión d€' 60 atm(),<Jfcras (Zimmernrann) ;
de modo ttur rl p<'!'lo absoluto de los cuerpos, el frío y ol calor
nbsolut()s, la lu:t: y la.s tinieblas absolutas, no existen en parte
alguna Ol' lu c·rra<•i6n, clonde todo (>S 1·eloth·o, donde todo es ar-
monía.
Ahora hil'll: si lrtl l'~ la enseñanza que nos da aquí abajo la
Xaturaleza. si su inagotable fecundidad, contra la cual ninguna
resistencia ha podido ui podrá prevalecer, emplea. tanta variedad
en las producciones d<' la Tierra; ¡con cuánta más razón debemos
pensal' que ninQ;una cau...<:a puede eficazmente oponerse a la ma-
nifestación de la Yida en los planetas y en los satélites, cuyas
producciont>s ¡>nedt'n además variar hasta lo infinito! Decimos
flU!l <.'sfas nift•rentes producciones pueden y deben variar hasta lo
infinito, ·" estamos tan lejos de admitir que el habitante de Mer-
t:urio est{· ronformado como ('1 de Neptuno, cuanto estamos se-
t:uros 1lc la e>xistencia de una infinidad de orgunizaciones difi-
l'icndo, no solam('nte de un mundo a otro, sino también en cada
tmo dr los mu1tdos, ('ll sus dii'ere.ntes edades, climas y condiciones
hioló;.dcss. lJa d1Yetsidad que reina aquí entre Ja flora y la fauna
d1· l.ts diferentes eomarcas, según las latitudes, la climatología,
lt~- i~o\rrma. el estado atmosférico, la naturaleza del terreno, las
lül<'as isoquím<'nas y todas las demás circunstancias locales, es
para nosotros la in.diración de la diwrsidad inimaginable que
,\istinAnc la habitación de cada lmo de los mundos, en el orga-
i'lroo, rn lu forma y en el modo de <'xistencia . Y, bquién sabef
Las eonjetm·as que tient>n el campo abierto en nuestro as1mto,
P<'l'O no tienen rabida en este libro, pudieran muy bien armoni-
z.aJ~e con las creaciones fantástieas de los poetas y ele los pintores
i.¡n<' se han c·omplacido en poblar de seres extraiíos los tiempos des-
r·onoeidn;:. c;c•mlmmdo c•u ellos eon prof11sión, e~s emblemas dis-
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lOO CAMILO FLAMMARION

·forme-; .'· <·sos hijos d1· la Loca de la casa, que c;e han llamado
EsfingPs, Grifos, Kabiros, Dáctilos, Lanúas, Elfo:¡, ~irrna , C:uo-
mo~, Ilipo<'entam·os, Arimaspes, Sátiros. Arpías, Vampiros, etc-.
Todos rstos -:crcs QlH' c;imbolizan bajo diícTente. formas al gra11
Pan irn-isible, purdrn t·neontrarse entre las infinitas produccio-
nes dC' la :\"aturaleza. li:l principio capital, la gran ley que do-
mina t()(la manifc ·tación Yiviente, es que los seres están confOJ·-
ma<los t•ada cual según sn residencia, y q·ue a su alrededor todo
se t•m•nrntra t•n armonía con su organización, sus necesidades ,\·
:-;u g~ne¡·u de Yida. Si nos formamos una exacta id<'a del poder
dertivo de la \'"atlll'alrt.a, admitil·emos rorzosamrnte que los habi-
tant<'s 1lr los planeta<~ más lejanos del Sol no rceibrn menos hu
ni menos calo1', relativamente a su organización recíproca, qu<'
los de )J<•rcmio o de la 'I'iPrta. y que no podemos legí11mamPnl•'
upoyarno:-; l'n PI nlE'jamic•nto o eu la proximidad de los planetas
para clPducir dt• nhí su inhabitabilidad. DE'cimos también que lo:<
elC'mcntos inhrrt•tltt•s a la constitueión de tal o cual planeta no
pueden ser más contrario a su habitabilidad que lo son para
nosotros mismos aquéllos de que la Tierra está rcwstida. Así,
cmando se 11os opone qnc el agua estaría en estado (1l' ,·apor e11
c•iertos mu mlos .'· en t.lstado de hielo o de ni<' ve en otros; q tw
los minl'rales C'll unos e ·tarian en un estado de fnsión ~- en otro
en uu estado de dureza tal, que la agricultura :v las artes serían
imposibles, o mil otras obj eeione3 de i~rual género; tales razonP-;
uo pncd!'n t'CÍI'rirsl' mác; que a los elementos terr<•stres traJJspor-
lacios a t':sO'i astro·, lo que les quita hasta la sombra di' valor
l'Ícntí fi<·o. E u P rano o en Neptuno, los liquidos no pueden tener
la misma composición quí~niea que en la Tierra, puesto que> t 1
agua te>rl'estrr estaría en ellos en estac.lo de perpetua eongdaeión:
lo mismo sucedería con los sólidos y con los gases. Cada mundo
posee elementos de habitabilidacl propios. E s indudable que la
Naturaleza sabe ap10piar perfectamente la organización físirt~
de los seres orgánicos o inorgánicos, a los metlios entre los cnale ·
han d<' pasar sus días, así como a los principios \'itales propio~
<le los <·<'ntros en que deben pasar su existencia.
l'~sta enseííauza u<.> la :\aturalcza es nuií.ninH' <'11 Í>ste <'omo
Pn los demás puntos ,1e nuestra tesis. U na relat·ión t'!'>tr<'cha e iu-
disolnble reina entre la Tierra. .Y los seres que la habitan, entre
Jos Íl'nómenos físicos qn<' se efectúan en su superficie y la::; íun-
<'Íones de estos ·eres, desde los animales que emigran bajo la in-
uiea<>iún dr Stl instinto l)Cl'S0118l para hallarse Siempre en la'
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 101

f:Oudiciotws seg(m las cuales han sido constituidos, l1asta los que
no pudiéndose trasladar, cambian de pelaje y se visten según las
f'.slaciones. La'> funciones de la existencia corresponden al estado
ele la Tierra; una ~ran solidaridad une los seres a C!.ia constitución
terrestre, a todo lo que depende de ella, y aun a esos períodos
insensibles de tiempo que parecen los más extraños a nuestra or·
<.ranización. Pnra citar un ejemplo entre mil, y de los menos apre-
<'iados. inclie.aremos el Reloj de la. Flora de Linneo; formado por
'1Ila seriP dr plantas que abren o cierran sus flores en ciertas
horas del día, tales como la Emerócala, que se abr<' a las cinco
de la mañann, la Caléndula del can~po, a las nueve, la Maravilla
oc nochP, a las cinco de la tarde, la Silena, a las once, etcétera,
fenómenos en conPlación íntima y directa con las alternativas
diurnas del movimiento en la 'l'ierra, pues se producen en cual-
quier lug-ar <'Scondido adonde se transporten esas flores, lejos de
las influencias de la luz y del calor. Estos son algunos de los
innumerables efectos de la concordia mutua que existe entre la
Tierra y su población, c·oncordancia que manifiesta q\1e l1an sido
i'ormalmcnt<' destinadas la una para la otra. La Naturaleza couoce
Pl secreto de todas las cosas, pone en acción las fuerzas más ín-
timas así como las más poderosas, hace a todas sus creaciones
~lidaria~. y constituye seres según los mundos y segím las eda-
des. sin que ni los nnos ni las otras puedan oponer obstáculo a
la manifestación de su poder. De ahí se sigue que la habitabilidad
de los planetas a que hemos pasado revista, es el complemento
necesario de sn existencia, y que, de todas las condiciones que
hemos enumerado, ninguna podría oponer obstáculo a la manifes-
tación de la vida en cada uno de esos mundos.
Nosotros vamos muy lejos todavía y extendemos nuestros
principios a. la. generalidad de los astros que iluminan los soles
acl e pacio. Los mara\'illosos trabajos del análisis espectral nos
han dado ya a conocer en los espectros luminosos de los planetas,
los mismos colores y las mismas rayas negras rle ahsorcion que
en el e peclro solar ~- esto nos induce a ver en los planetas subs-
tancias que se hallan igualmente en la constitución del Sol. Ya
sabemos que en el Sol existen el hierro, el sodio, el magnesio, el
cromo, el níquel, el cobre; mienh·as que este globo ·no contienP-
oro, plata, estaño, plomo, cadmio ni mercurio. En la actualidad
se pu('dc hacer la química del cielo, como se hace la química
de los cuerpos terrestres. y analizar la constitución de los astros
que pueblan el espacio. Las recientes investigaciones cuyo objeto
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102 CA~ULO FLA~1MARION

ha sido el examen de Sirio, de Vega, de la Espiga de Virgo ...


y de las estrellas más hermosas del firmamento, han iniciado una
ciencia experimental, que conducirá. a los descubrimientos más
importantes, y nos ofrecen legítimamente la esperanza de conocer
pronto la naiurale7-n intima de algunos dt> esos astros inaccesi-
bles (3 ). Pero que los espectros estclarios nos mnc!!trt>n en las e~­
trella<> elementos análogos a los de que S(' componen nuestro Sol
y nuestros planetas, o bien nos indiquen una gran din~r idad
de substancias, no debemos por eso dejar de conservar la ronvi<'-
ción de que esos astros, o mejor dicho, los planetas que giran tl
su alrededor, posean elementos que den origen a seres orgilniza-
dos según su estado respectivo, y esto cualquiera que sea la di-
ferencia que separe su constitución de la nuestra. La única con-
sideración de prudencia que hay que guardar aquí, es quedarnos
entre los límites extremos; la Natmaleza, que tiene el infinito a
su alrededor y la eternidad por medida, puede tener ast1·os ex-
clusivamente creados para el servicio de algunos otros, así romo
también pt<cde tener mundos en vía de fotmación o do destrucción.
Esto es tanto como decir, que cierta¡; condiciones lJiológicas
que nos parecen incompatibles con las funciones de la C"-"istencia
sobre la •rierra, pueden en realidad ser faYorables a seres orga-
nizados de un modo desconocido. :Nosotros lle~omos hasta sostener
que la ausencia de atmósfera, por ejemplo, y por lo mismo, lé'
ausencia de líquidos en la superficie de ciertos mundos, no ím-
plica necesa1·iarnente la imposibilidad dP. la vida. En efecto, los
autores mojernos que sólo adnúten la pluralidad de mundos con
esta restricción, no juzgiln a la Naturaleza capaz de :formar seres
vivientes sobre otros modelos que los que ha establecido en la
Tierra. Porque nosotros no podamos viYir sin ese flúido g1·oscro
que rodea nuestro globo, &es ésta una razón para que ningún ser
puecla habitar esferas dcsproYistas del mismo 1 Y porqne el agua
sea nrcesaria a la alimentación de la vida terrcslt'<'. i debemos
tor;msamcnte inferir de ello que suceda Jo mismo en todos lo:-::
mtmdos 1 ¿No es el t>stado de la naturaleza fíf;ica (•1 que ha de-
terminado que la vida nazca de tal o cual moJo, re\'ista tal o
cual formd, y todos los seres no están ligados a e~1e estado por
la'l fuerzas que los t>ngendraron o que los so ·tienen! i Hubiera
extendjdo el Creador sobre nuestro gloho una atmósfera aérea.
compuesta tal cual lo está, si el hombre hubiera debido ser or-
ganizado diferentemente, o hubiera colocado aqní abajo al hom-
bre organizado tal cual es, si esta atmósfera no hubiese existido!
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PLURALIDAD DE MU1\DOS HABITADOS 103

¡Qué absmdo para los modernos restringir el poc1ür creador en


estos estrechos límites, dentro Je los c>uales la misma eoneiencitl
humana no S" eou:forma1•ía a circunscribirse pat·a siempre! ¡Qué
necedad pretender que, sin un cierto núntct·o de equivalentes d.-
oxígeno y de azoe, la omnipotente Naturaleza no podría rngcn-
(h'ar ni la vida animal, ni la vida vegetal, o por mejor decil',
nimnma clase de seres; pues, aunque la creación está dh·idida
en tres reinos sobre la Tierra, no es tma razón tampoco para
que 110 pueJa aparecer en otros mundoR bajo :formas incompatibles
con algunas de las formas terresh·es! En verdad, los antiguos hu-
hieran raciocinado mejor, y si interrogásemos a su último vás-
tago, que los refleja a todos en sus memorables escritos: '<Los
que pretenden, nos respondería, que los seres ~mimados de lo:{
otros nmndos tengan todas las cosas necesarias al nacimiento,
vida, alimentación 'f.. eonservación que tienen los de por acá, no
consideran la gran di\·ersidad y desigualdad que ltay en la Na-
turaleza, precisamente donde mayores variedades y diferencia.<~
se encuentran cutre unos y otros seres. .Así como si no pudiendo
accr<'arnos al mar, ni tocarlo, Yiéndolo solamente desde lejos, y
oyendo decir que su agua es amarga, salada y no bebible, que
su seno nutre grandes animales en gran número y en todas fot·-
mas, y que está todo lleno de grandes bestias que se sirven del
agua ni mfu¡ ni menos que nosotros lo hacemos del aire (•), cre-
yésemos que se nos contaban fábulas y cuentos extraños, inven-
tados y forjados al capricho . .Así parece que esü1mos dispuesto
a pensar de la Luna y de otros mundos, no creyendo qu<' hom-
bre alguno habite allí (6 ) ".
Trataremos la cuestión desde el punto de vi:,ta filosó.fico ge-
neral, en el libro V, sobre Lch HunwmMlad. en el Univc,rso, pero
añadamos aquí una obserYación particular que completará la~
anteriores. Hablemos un instante de nuestra Íbtnorancia forzosa
en esta pcqucúa isla del mundo donde el destino nos ha relegado,
y de la dificultad en que nos hallamos de profundizar los secreto::;
y el poder de la Naturaleza. Afirmemos que por una parte n o
conocemos todas las causas que han podido influir, y que in-
fluyen aún hoy, en las manifestaciones de la vida, en su conser-
vación y propagación en la superficie de la Tierra; y que, por
otra parte, estamos muy lejos todavía de conocer todos los prin-
cipios de existencia que propagan en los otros mundos criatui·as
muy descmejantes. Apenas hemos penetrado los que presiden a
las funciones habitual es de la vida; apenas hemos podido estudiar
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104 CAM ILO FLAMMARION

las l•!'opiPdudl'~ físicas dP lo~ Cf'lltroc;, hl arci6n ¿,. lH lm: y de


la elcdl·íddau. lo-; <'frclos uel calor y del magnetismo ... Existen
otros flU<' obran c·ouslantctnl'ntc a nuestra Yista ~- que 1odaYía
un se han podido <'studiar ni aun siquiera descnhrir. ¡Cuán vano
fuera, pot· t.mto. qncrrr oponrr a las rxi teneias planrtarias loR
principio-; superficiales ~- limitados de lo qnc llamamos nn<:>.c;tra
('ienria! ¡ (~ué c11usu pud ien1 lnchar ron rentaja rontra el poder
f't'ccth·o di' la Natul'alrza, y oponrr obstáculos a la t'xistrncia de-
los !'lerrs <'n todos r os globos magníficos qnc circulan t'n torno drl
luminar mdiantc ! ¡Qué extra~agancia ronsid<'rar el pequeño mun-
do l'll donck hemos rccihiao la vida r01110 rl único trrnplo o como
<'1 modelo de la a tu raleza!
Rccor·demos ahora en resumen lo que lleYamos dt>mostrado
hasta aquí, r elatiYamcute- a las condiciones astron6micas y fisio-
16gicas dr los mundos y establecc¡·c¡nos es1a triple conclusión, eYi-
flente desde <'1 punto dr Yista fisiológico, como desde' el ptmto d<'
Yista astronómico: lQ) La Tif>rra no tiene ni11gmw 1n·ceminencia
mal'cada soln·e los demás planetas: 2Q) La 1•ida nos ap(lrece como
fl fú~ R!l1)1'f11tO ele la e-xistencia de la ?1!/l.tnia; !1'~) Lo.'l demú.~
numdos presentan ltll destino anólogo al del glol>O que 1wbitamo.~.
Demostradas estas proposiciones, l'S tiÍ.cil deducir un coi·ola-
rio que será la última palabra de nuestra discusión. Toda la filo-
sofía al'ude aquí unánimemente afirmándonos que todas las cosas
ticncH su razón de ser en la Naturaleza, la ctllll nada hac·r rn
Yano, y dCl:idc Aristóteles hasta Bufton, ningún naturalista ha
pensado poner en duda esta verdad, que les ha parecido d<' una.
<'videncia axiomática. S i la Naturaleza ha sembrado el cspaeio di'
mundos habi ta.bles, no ha sido para hacer de ellos eternas sole-
r1ades; por confesión de todos los filósofos, no es posible sostener
una opinión contraria. Pero yendo al fondo del asunto, y sen-
tando rigurosamente la cuestión tal como es, se resume en el
C'tC'rno dilema discutido desde el origen de la filosofía: La rxis-
tcncia dC' las co~as, ¿tiene un ohjrto o no lo tiene? Yéase aquí
lo que ha~· que clrcidir entre no otros. Si no nos entendemos pre-
viament<' respl'<'to a csll' punto, la discusión se hace desde ahora
imposible, apo~·á1ulosc cada rual en principios y en argumentos
contrarios.
Pero antes dr c~tablccer nuestra comicción ac<'l'C·a de este
punto, Rupougamos por un instante que sea posihle qur el Uni-
verso no tpnga objeto: ¡,se seguirá de aquí que las condiciones res-
pecti\·as de los planetas deben considerarse como enteramente for-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS lOS

• uitas, qtll.' es t-1 acaso ( ¡ t-'1 acR'-'O !) el qn!' los ha formado tal cual
'.on, y qu<'. pot· consi~;·ui1>nt!', presid<' a las 1ransformacioues de
la matf'ria ~- al establecimiento de los mundo'\' Los qu<' asi ra-
ciocinan, cualquiera que sea la <'Scuela particular a que pcrtcnez-
<'811, lle~·an f'l nombre gen(orico de mat!'rialistas ¡ pHO estos fil6-
'10fos del posil ivismo cstán lejos de ser contrarios a nuestra tesis: .
.'·a lo hcmos ,¡ ·to por Lucrecio, el disrípulo d<' Epicnro; 7" se
nueden resumir como sigue las opiniones de todos. Si <'S la c·om-
hinacióu ciega dr los principios de la vida la que ha fo1·mado la
uohlacifm U<' la Tiena, es indudable que estando esparcidos esos
nt ismos princ·ipio'l en todo l'l t.>spacio, desde las edades más re-
motas (pnes no hay creación), y desde los orígenes de las cosas
actual<'s, con los mismo. t·ayos de luz y de calor, con los mismos
c·lcnwntos primith·os de la materia, con los mismos cuerpos. só-
lido::., llqnidos o guc:¡eosos, con las mismas pot<.'ncias, con las mis-
mas causa~. en fin, que han intervenido en la formación de nues-
tro nnmclo; t•s indudable que esto'> mismos principios, no permn-
nN•icndo nunca inactivos, han engendrado, por medio de mil y
mil combinacionf>S, otros seres de todas formas, de todas dimen-
"ioncs, de todas proporciones, tan Yllriados como <'sas mismas com-
hinaciones ( 6 ).
Dien se Ye qtw el sistema de los materialistas es favorahlc>
H nuestra doc>trina; pero creemos que c>s únicamente por ser a
•'sta inherente la idea misma de las <·volnciones de la matf'ria: ~·
1:1 pesar del apoyo que puedan prestarnos esos filósofos, nuestro
rleher C'S no aliarnos a ellos, y no dejar ni un solo instante nues-
tra doctrina rntrc sus manos, porqu<' la autoridad de los que
no reconocen una inteligenria dil·ectriz en la organización del Uni-
''<'1'~0 nos parece incapaz de arrastrar a nadie en pos de sí.
No qul'remos entrar en una interminable discusión ttC<'rca de
lns JH'Uf'bas dC' la cxistcncia de Dios : no es éste el lugar de ha-
(•crlo; pero qtwremos expresar en breves palabras nuestro modo
de pensar.
Nosotros, a pesar ur
NUestro YPllCI'ado maestro Laplaee, quer
li<· palabra, calificaba a Dios de hipótesis inMil (1), a pesar de
lo~ sahios dis<·ípulos d<> las t•scuelas de Hegel, de Augusto Comte,
Littré y sus émulos, a pesar de la autoridad de nucstt·o~ contem-
noráneos, que fuera ocioso citar pero que nos son queridos por
más de un título. no titubeamos en proclamar en pri11cipio la exis-
lPncia de Dios, independientemente de todo dogma; y hasta di-
rcmos que indepcndicntemente de toda idea religiosa; las Fl'llC-
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106 C.\MILO FLAMMARION

lJas de esta existencia son para nosotros tan znwwro~as como lo<..
seres animados que pueblan la Tierra.
A pesar de nuestra incapacidad de conocerle -:-' de nurstra
debilidad ante El, nosotros creemos en el Ser supremo. ~ To le com-
prend<'mos, como el insecto no comprende al Sol; no sabemos ni
quién es El, ni cómo El es, ni de qué modo El obra, ni qué es
Su presencia y Su ubicuidad; no sabemos nada, absolutamente
nada de El ; digamos mejor: nada podemos saber; porque nosotros
somos la sombra y El es la luz, porque nosotros somos lo finito
y El es lo infinito. Su esplendor deslumbra nuestra drmasiado
débil retina; Su motlo de ser es inconoriMe para nuf'stro pobrt>
entendimiento; lns condiciones de Su realidad son i11accesibles a
nuestra comprensión limitada, hasta el punto que nos parece que
ninguna riencia puede elevamos hasta Sn conocimiento. Es cirrto,
según el crlebre .dicho de Bacon, que poca ciencia al<'ja de Dio<>
y mucha ciencia conduce a El; pero no es cierto qu<' una ciencia
u otra puedan hacernos conocer jamás Ja naturaleza del Ser in-
crc•aoo. En una palabra, El es lo Absoltdo y nosotros no somos,
no conocrmos ui podemos conocer miis que relatiL·os. ~os está
formalmente Yedt~do erearnos una imagen de Dios; es lma impo-
sibilidad inherente a nuestra propia naturalr:r.a. 1o. nada sa-
lx-mos de El; pero Le contemplamos en lo alto desde <'l fondo dl'
nuestro abismo y el solo pensamiento de Su ct<'rna cxif;tcncia nos
aterra y nos aniquila: pero Le Y('mos clara ~· distin1am<'nte hajn
todas las formas de los seres, escuchamos Su voz en todas las
armonías de la Naturaleza, y lllLCstra lógica exige 1t11a causa pn:.
-mem v una 1íltima causa 01 las obras creadas.
Vosotros no admitís causa primera, porque la nada anteri01·
a la creación os parece incomprensible, y de ahl deducís la eter-
nidad del mundo; no reconocéis última causa, porque la causa.
Jidad final permanece misteriosa y obscura, y conduce al hombre
a errores manifiestos. Pero, ~qué es lo que llamáis y qué es lo
que llamamos todos causa.s finales? ~Creéis de buenn Ít> que la<>
'crdadcras causas finales y el verdadero d<'stino de los l:lH'Cl-l, sean
Jo que nosotros concebimos en nuestro pequeño cerebro 1 ¿Creéis
de buena fe rg1e el plan general del inm<'nso Universo pueda ser
conocido por nosotros, pobres átomos Y ¿Persistís aún en C'Onfundir
el ordrn universal de los seres con vuestros sist<>mas de clasiíi-
ración f ¿No consideráis que el hombre y toda su historia, toda
su ciencia, todo su destino aquí, no es más que el jurgo efímero
de una libélula cerniéndose un instante sobre el océano sin lí-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 107

mitcs del espacio y oel tiempo, y que para juzg-ar las cosas en
su 01·den verdadero nos sería preciso conocer rl conjunto del
mundo~
i\o, la verdadera <'ll.Usalidad final no es la que el homhre ima-
gina; y si concepimos una conformidnd con su fin en toda crea-
c:ión, si queremos un destino de los seres rn la Naturaleza, es
porqtH' reconocemos lru; señales de un plan divino en la obra del
mundo. ! 'o<>otros estudiamos <'ll 1·cdedor nuestro formas de exis-
tencia qnc se encadenan y se suceden mutuamente; vemos COOl'·
dinacionrs que se corresponden unas a otras, reconocemos unn
solidaridad entre todos los seres desde el mineral hasta el hom-
bre, lo mismo que entre las diversas partes constitutivas de cada
individuo, hasta el punto de que, sin el principio de las causas
finales, las ciencias :fisiológicas no podrían dar un paso, ni de-
terminal· la función de un solo órgano. Si se quiere que ,este
estado de co<~as sea ohra de la materia, nosotros lo concederemos,
nfiadiendo al mismo tiempo que cualquiera otra creación llevaría
(y lleva en efecto), lo mismo que ésta, el sello de la solidaridad
nniYcrllal; pero veremos, encima. de esas fuerzas físicas que tan
inteligentemente han arreglado las cosas, la Inteligencia primera
que nnso C'l aeción esas fuerzas admirables.
Una rscnela :fiJosófica. del día nos opone qne la conformidad
al objeto ha sido creada únicamente por el espíritu reflexivo, que
admira de esa roan<'ra un milagro que él mismo ha obrado. S('
nos dice fJUl~ la Naturaleza es un conjunto de materiales y de
fncrzas cic>gas, cuyas variadas combinaciones producen individuos
y cspe<'ir~. pero c¡nc en manera alguna prueban la intervención de
Hnit infcligcncia. Se nos l'opite que Dios es una hipótesis inútil
de la que no se &tbe ya que- hacer; que toda concepción de inte-
Ligencia independiente del mundo material está vacía de sentido
y es absurda ; que 11 se deben abandonar esas vanas ideas de teo-
lo~ín a la sabidmía de los maestros de escuela, a quienes es per-
mitido continuar esos inocentes estudios en medio de los oyentes
infantiles que pueblan sus aulas" (1). ¡Y la sabia Escuela que
funda sus raciocinios Pn semejantes principios, no ve que falta
com pletamente a la lógica!
Decís y afirmáis que Jas fuerzas naturales inherentes a la
esencia misma de la materia aseguran la vida y la estabilidad
eternas del mundo; decís y afirmáis que esta potestad de mant.e-
ncr indefinidamente el estado actual, o de hacerle so Cri1· trans-
formaciones sucesivas, pertenece en propiedad a esas fuerzas na-
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108 CAMlLO FLAMMARION

1nralr·s, ~· 4111' Pilas lít>ncn por sí 1nismas la 'irtud de pt'rpt'tuar


lu <'rNlrión utJi,·ct-saL ¿Por sí m ismas! ¡Ah!, ¿qué sabM<1 d(' eso !
rni rn tad 1n·oba.rnos, si podéis, que c;>sa virtud está en la t'sencin
misma de la matc•ria y no peJ'telU>Ct' a una potencia superior que,
~¡ quisit'ra, an ,!laría su acc ión primitiva ,\' todo lo d ejaría eat'r
<'n el raos. Proharlnos que esta materia, cuya dignidad tanto pxal-
táis, !•xíslP por sí misma, y ya que os coloráis en el terrPno cien-
tífico, no os tontenté>is con afirmar gratuitamente, demostrad. si
n-; ¡¡lace, las p1·oposiciones que sentáis con tanta seguricla~.
Pct·o mm cuando lo que afil·máis fuesr ricrto; aun cuando
l11'i leyes !!ll<' l'i~cn el mundo llPva•;cn en sí mismas las <·ondirio-
n t's <lr su eterna \'Ído ~- de su rterna estahilic1ad ¡ aun ruando la
intel'\'enrión ince<1antc drl Autor d e todas las cosas fuese super-
flua, y por eonsignicntr, no existiesr --cosa qu<' O'l POnccderíamos
Pll la apat·irncia, \HHl vez reconocido el prinripio rr<•ador-, ¡, qui'
pl'obariu c"iio. sino qu(' ese C'readoe, ruya existenria negáis tan
i!ó,!!icamt>nte, lw tenido bastante sabiduría y bastante poder a la
Ye:~. para no sujetarse se1·vilmente a pmH'r eternamentr la mano
<·n nna ohra f D cspurs de habN· der.cubierto la gran ley tlr la
graYit aeión oc los ast ros, t>l inmot'tal Newton emitió la opinión
d e qur el ~\ntor del l hliverso debía de tiempo en 1it>mpo vol ver
a montar la máquina de los cielos; nn siglo d t>spnés vino Laplact>
e~ demostrar qm• el sistema <lel mundo no !'S un reloj, y qu<' está
rn perpetuo movimiento hasta Ia ronsmnarión de los sig los; nos-
ot ros vemos a Dios más gra1tdc <'n Laplace que en Ncwton. El
sl'llo del Infinito e tá impreso un la Natural<'za; nos gusta rn-
ronocer la mano que lo estampó. Lu rreación proclama t an elara-
mrnt;c a m ~estros ojos la existencia de un Creador in finito. que
la nr.gación de csl a existencia nos parece el colmo de la inson.sa-
ll'Z y de la ceguedad. ¡ Negar a Dios porque ha sido infinitamente
¡o¡ahio e• inf initamente poderoso ! ¡No reconocer la acción divina,
porqur es sublime! ¡ Bemcl jttSsit semper pm·et! ¡En Y<>rclad. se-
ñores, que estái~ lúen atrasados los que os llamáis filósofos det
Porvenir ! ¡Preguntad a Séneca que vivía hace veinte sil!los; no
le costarít trabajo responderos !
[Cómo pretendéis sostent>r semcjantt• sistema T ~o a pulamos
a.quí n la conciencia universal y a la autoridad d el h•stimonio,
no son éstas tampoco sanciones suficientes para nnsolt·os; apela-
mos a vuc:stros principios más elementales, más indef¡•clihlcs de
l6gica; apelamos, simplemente, a vuestro sentido c•omún. ¡ C'6mo 1,
cnando in t<'ligencias tales como KoJ?lcr, Newton, Euler, baplace,
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS lC!l

J1agrangr. a pe-;at· de su g<'llio pocletoso que los e>lrní den C'odos


sobre la humanidad, sólo han log-rado (lllcontrnr una e.cprc.sió-n
de lus leyes qur rigen del Uni\·crso, dar una fónmda tl<.> las fu<.'r-
zas del ('osmos; cuando estos ilustres matemáticos hubieran sido
itH·apuccs de imaginl.lr por sí mismos una sola <.1<' esas leyes, de
•mearla de sus <'erebros de hombrE', no di' ponerla en acción. sil1o
simplenwntc de Últ'f'1lfarla, de darl<> una c•xislenria ab!!tl·arta y
cst~ril; ¡se pl'Ct<'n<lc• qne rstas lt'~·~·s no proclamen Ju int<·li~<'lltia
supe¡·iol' que creó y puso rn arcióu rsas potencia:. t·uyas l'6t·mulac;
apenas pucd<' tal'tarnudeur el homhl'<'! ¡ Pel'o Í'sta c•s, cm \'Pnlad.
tma [o¡·ma cle t·a<·ioC'inio inex11licablc !, y !-ii d<'sgrnciatlumeute no
tuviÍ':wmos junto a nosotros el <'jHmplo palpahl<', Llll'l'll inc:rcíhk
qnt• hnhirt·a qui<' H fijándose <'11 pruebas tan manifit•stas de una
inteli!~Pncia ordcnadorn. no recono<·iesc sobn• rsas lcyps admira-
hl<'s al ~C'I' supremo, quP las idccí y las impuso al 1rnivC'rso. ¡Sin-
'71llar I'H<·iodnio 1'1 tle no c·rrt•r <'11 Dios, a pesar dr la cvidcneia,
[l{)T<¡tH' no lo comprendris! Pero. ¡ qttP eomprentlrmos nosot ro-;
aquí l ~ SabC'mos siquiera lo tJUP t·s un (Liomo O(' ma\N·ia! ¿('o-
uoc·C'mo'l la Xaturnl<':ta drl p('nsamicnto 1 ; Po<i<·mo'l aualizur la
osrnci¡J dC' las fuerzas físi<·a~~ ¿Sabcmo.~ qnl- es la g¡·adtaC'ión: sn -
hcmoo; tnn sólo si existe <·omo substancin o si no C'S más quP PI
nombrP de una propi<'dad desconocida inherente a la materia ... f
~o C'Olllprendcmos nada C'n su <'Sencia, o (oasi nada; vosotros lu
t'<'I'OllOI'PÍs <·omo Itosotl·os. Pot· tnnto, ¡qué absurdo (nos ,·alt>mo'J
1ll' esn palabra insuficiente, porque queremos ser sic•mpre ~ahtll-
1<•<;) . qu(> nhstmlo c·ondrnnr a Dios a muerte, no qucr~·l'lo, lH'XIIt'
iJljuriosamrJttc> sn existencia. rn ra?.ón dt' que nosotros ( ¡~o~­
otJ·n" 1) no lf' c•ompr<'nrlemos (S) !
Dios t•xist<'. Y no ha c•reado sin ohjt'to las <'Sft•ras hnbitahlt•s.
A los 1n·urlms sa<'adas de la analogía, agr(lgamos las id(•as q ttc
nos int:.pira la ra~ón tlr st'l' del plan divino, y sentamos la ctws-
tión rn los término1-> signif'ntrs. 'f<'niendo un J'in la rrcación de
los phu.rtas, y habit'lHlo demostrado las ronsidm·acion<•s anteriot'l'~
4U<' la 'ril'l'l'll no 1i<>ne ninguna pr<>cmincncia mart•ada sobre ellos,
y qtw sc•¡·ía :1 h ·urdo ]))'Ctendm· que hubiesen sido c·rcados úni<·a-
mC'nte JIUhl ser obsrl'\'a<los de vez en cuando por alguno de nos-
ott·os; ¡ ('Óil!O puedr cumplirse este fin si no hay tm solo ser fJlH'
los ha hite• ni los c·ouozca ~ La única rrspursta a <'Sta c·uestión.
t'ucra U<' la afi1·matiYn en fm·or de nuestra doct l'ina, t's imaginar,
a ejemplo tle algnnos te6logos mal inspirauos, qtt<' el l:nivcrso si-
deral puede no ser más 11Uc una masa de materia izwrtc clispu<>sta
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110 PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS

por Dios según las leyes matemátie~s para su mayor gloria, ¡A. M.
D. G., y p:n·a. la glorificación de su poder por los ángeles o los
elegidos, los (micos llamados a contemplar esas maravillas 1 ¡ Ma-
ravillas de soledad y de muerte, en verdad ; cual si una danza de
globos de tierra en los vacíos infinitos pudiera ser la manifesta-
(·ión del poder divino, y servir mejor a su gloria que un con-
ricrto de criaturas i11teligentes! Pero semejante respuesta no ad-
mite un solo instante de discusión. Que nuestro planeta ha sido
ercado para ser habitado, es de una evidencia incontestada, no
solamente porque los seres que lo pueblan están ahí ante nuestros
o.Jos, sino también porque la cone.Kión que existe entre esos seres
y Jns regiones cn que viven trae como consecuencia inevitable que
Trt idea de habitaci6n se une inmediatamente a la idea de habita-
1Jilidad. Pn<'s bien; cst~ hecho es un argumento incontestable en
~::nvor nuestro: so pena de considerar al Poder creador como iló-
gico consigo mismo, como inconsecuente con su propio modo de
obrar, es preciso reconocer que la habitabilidad de los planetas
nwlama imperiosamente su habitación. ¿Con qué objeto hubieran
sido dotados de años, estaciones, meses y uías Y, y Apor qué no
habría de desarrollarse la vida en la superficie de esos mundos,
qne gozan como el nuestro de los beneficios de la Naturaleza y
que reciben como él los rayos fecundan tes del mismo sol? t. Para
qué esas nieves de Marte que se deniten en cada primavera y
hajan a regar sus campos f 'Para qué esas nubes de Júpiter que
t>spnrcen la sombra y la frescura en sus inmensas llanuras? ¿Parn
qu6 esa atmósfera de Venus que baüa sus valles y sus monta-
ñas ... V ¡Oh, mundos espléndidos que bogáis lejos de nosotros
('11 los cirlos !, ¿sería posible que la fría esterilidad fuese para
:-::iempre la inmutable sober ana de vuestros campos desolados 1
¡,:Sería po!lihlc que osta magnificencia, que parece ser vuestro pa-
trimonio, fuese coneed ida a regiones solitarias y desnudas, en
donde sólo las rocas hubieran de contemplarse etcrnarnente eu un
tétrico silencio? ¡Espectáculo horrendo en su inmensa inmutabi-
lidtld, y más incomprensible que si la Muerte furiosa, pasando
:-obre la 'l'icrra, de&truyese de un solo ~olpe la población viviente
que resplandero t'n su superficie, envolviendo de este modo en
11na misma l'Uina a todos los hijos de la Yidn, y dejando girar In
'l'irrra en el r'1paC'iO t'omo un cadáver en una eterna tumba!
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CAM ILO FLAMMARION lll

NOTAS DEL CAPlTUJ.O l,RIIUERO

(1) A Dialogue on /he plrua/ity of Worlds, being a Jupplemen/ to the


Essay 011 that sub jecl.
(2) El hombre mismo, con un ejercicio prolongado, puede hacer su vista
de tal modo sensible a la menor impresión luminosa, que llega a leer y a
escribir donde otro cualquiera se creería en la obscuridad más absoluta. Un
preso de la Bastilla hizo esta u·iste experiencia, referida por Valerius. Ence-
rrado durante cuarenta años en un calabozo subterráneo, en apariencia com-
pletamente privado de luz, llegó no solamente a escribir, sino tambi~n a leer.
Sin embargo, sus ojos se hicieron de tal modo impresionables que, cuando a!
fin obtuvo su gracia, solicitó como un favor, el permiso de volver a entrar
en la prisión, por'<¡ue le era imposible habituarse de nuevo a la luz del día.
Otro hecho, en relación directa cún nuestro texto, y que escogemos entre
rtúl. mostrará todavía mejor cuál es la influencia de los medios y qué modifi-
caciones pueden sufrir los órganos bajo esa influencia. Cerca de los grandes
lÍos de América , hay lagos subterráneos donde los rayos del Sol no han pe-
netrado nunca; en donde reina una obscuridad permanente y más profund-1
todavía que la del Oc~ano. Los peces que viven en aquella eterna noche no
sabrían qué hacer de su órgano visual ; pues bien, no existiendo nunca !o
inútil en las operaciones de la Naturaleza, estos peces han perdido comple-
tamente la vista; la suplen, para sus movimientos, con un sentido que pudie7a
llamarse interno, y donde entre los peces de su misma especie existen los ojos,
solamente se distingue, sobre la piel escamosa, un indicio oval empañado,
si la Naturaleza hubiera escrito alli: Aquí existen ojos en los que los necesitan.
como si la Naturaleza hubiera escrito allí : Aquí existen ojos en los que los
necesitan. Se podría objetar quizá que esos peces han estado siempre así, y
que a su nacimiento, y no al centro, debe atribuirse esta a trofia del órgano.
V~ase un h('cho que responderá sin comentarios. Todos los viajeros que bajan
¡>or el camino fluvial del Ródano, desde Ginebra a Lyon, han podido ver y
~·isitar la gruta de Baume, vasto lago subterráneo que, como los de América,
está en un estado de obscuridad permanente. Este lago estaba hace algunos
siglos desprovisto de especies vivientes. Se han transportado a ~1 peces saca-
dos del Ródano, y actualmente estas especies han perdido completamente la
vista. Sus congéne"rcs del Ródano son una demostración visible drl estado
primitivo de estos ciegos.
Otro ejemplo más, tan notable como el anterior, puede tomarse en la
halsa de agua subterránea de nivel variable, de Zirknitz, en la Carniola. Esta
balsa oculta, desborda en la ~poca de las lluvias y da paso a peces y a ánades
vh'Os. En el momento en que el flujolíquido los hace así brotar de las grietas
dd sue"lo, cstos ánades están completamente ciegos y enteramente desnudos.
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112 CAMILO FLA?\I?\1.\RIO~

La facultad de ver la adquieren en poco tiempo, pero sus plumas (que vuel-
ven a salir negras excepto C'n la cabeza) tardan cerca de tres semanas e.
llegar a un estado que les permita volar. Arago, a quien se comunicó es~
hecho, dudaba al principio que los habitantes dt: este mundo subterráneo pu-
dieran quedar con vida; pero pudo comprobar por sí mismo, y todo el mundo
puede hacerlo fácilmente en la actualidad, que este lago contiene realmente
ánadcH vivos, sin plumas y ciegos. En estas mismas aguas subterráneas de h
Carniola es dondr se ha encontrado el proleus anguinus, que ha excitado en
tan alto grado la a tención de los naturalistas. Sobre este hecho particular,
véase a Arago, A.nnuaire dtt Bureau des longitudes, de Parls (1835). Sobre
la cuestión general, véase la erudita obra de Darwin: On the origin of speciu
by means of natural selection.
(-S) En los periódicos ingleses del mes de septicn1bre de 1864, vemos
que después de leer nuestra obra, varios astrónomos, y particulannentc 1.os
señores Millcr y Iluggins, a quienes se deben brillantes descubrimientos en <:f
análisis espectral, se han d edicado con ayuda de aparatos perfeccionados a un
nuevo estudio de los espectros de los planetas. Nos complace sobremanera
que estos célebres profesores, cuyos trabajos datan de hace 30 años, aplique'l
su indisputable habilidad a estas interesantes soluciones. Véast' la nota D d.·!
Apénd!icc: El ar1álisis espectral, y la vida en los otros mundos.
( 1) Plutarco que no conocía la re.~piración por las branquias, se equi-
voca J'C'>pccto a este fenóm eno ; pero su argumen to no es por esto menos
justo t•n lo que se refiere a nut~;tra tesis.
(:>) De fncie in orbe Lunce, trad. Am)•ot.
('!) Véase pora Jos tiempos antiguos a los Jonios, los Eleatas. los Ato-
mistas, los Epicúreos, los Estoicos ... ; para los tiempos modernos, a Spinos-!,
que abrió el camino a la exégesis alemana contemporánea, y a todo 1'1 fil· ·-
sofism•l de allende el Rhin, que acaba de invadir a Francia.
('1) Después de la publicación de su grande obra sobre la Mecánica
celeste, Laplacc la presentó a Napoleón. Este, después de leerla, llámó al
astrónomo y le manifestó su sorpresa por no haber encontrado ni una sola
vez la palabra Dios l'n todo el curso de la obra. Señor, rrspondió Laplact·,
uo he tt·nido necesidad de esa hipótesis.
(U) Sólo de paso hemos podido tratar aqul esta gran cuestión de J.¡
!'xistcncia cientí1ica d e Dios. Esperamos haber demostrado, en nuestra ob;a
especial Dit>s en la naturale-za, la presencia y la acción eterna de la inteli-
gencia absoluta en el Universo. y haber sacado de la ciencia misma )a ba e
indisp<'nsblc a nuestra nurva filosofía.
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LIBRO TERCERO

CAP.m.JLO

JI
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LA VIDA

Lo infinito en la vida. - Visión microscópica y visión teleacópica. - Geo-


grafía de las plantas y de los animales; difusión univenal de la vida. -
La mayor suma de vida está siempre completa. - El mundo de los infi-
nitamente pequeños. - Su aspecto y su enseñanza; la fecundidad <le la
Naturaleza es infinita. - Cómo está superabundantemente probada por
el espectáculo de la Tierra, la pluralidad de mundos. - Lo que somos;
una doble infinida<l se extiende por encima y por debajo de nosotros.
- Ley de unidad y de solidaridad. - Via universal . - Elementos cons--
titutivos de hu substancias caídas del cielo; el análisis de Jos aeroliro.
completa las demostraciones y los raciocinios que preceden.

Las consideraciones que preceden establecen una doble cer-


udumbre, y serían más que suficientes para cuestiones ordinarias
y puramente humanas; pero la Naturaleza no ha querido dejar
a los hombres el cuidado de explicar la obra maestra de la crea-
ción. El Rey de los seres ha echado un velo misterioso sobre esta
prueba sublime de su omnipotencia, y se ha reservado el desco-
rrorlo por sí mismo, a fin de confundir el orgullo de los hombres
al mismo tiempo que ensanchara la esfera de su inteligencia.
Para llegar a este fin, antes de que la ciencia les descubriese las
maravillas de su fecundidad prodigiosa, la Naturaleza infundió
en el espíritu de los que la estudiaron la noción de la pluralidad
de mundos enseñándoles que una sola tierra habitada no conven-
dría ni a su dignidad, ni a su grandeza. Después ha dejado a
la ciencia el cuidado de desarrollar esta idea primitiva, permi-
tiendo al hombre penetrar en el santuario de su eterno poder.
Mientras que los antiguos, que podían ado1·ar la infinidad del
Creador y prosternarse ante su gloria contemplando la inmensi-
dad de la Tierra, la riqueza de su atavío y la variedad de sus
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Jt6 CAMILO FLAMMARION

produ<'ciones, comprendían sin embargo, cuán poco merecía sa-


tisfacer sus miras esta sola Tierra, y cuán inferiores a la majes-
tad dhrina son las maravillas que la engalanan; los modernos, a
consecuencia del progreso de las ciencias, no debían limitarse ll
'!ircunse~·ihir esta majestad suprema en un mundo en el que ell~
mismos empiezan a sentirse estrechos, en el cual, gracias a nue~
tros nuevos Pegasos, más rápidos que los del Olimpo, los yjajes
más largos se convierten en viajes de recreo; en donde el rayo
a.vallasado nos permite conv<'rsar en voz baja cou nuestros vecinos
Jos antípodas; en un mundo, en fin, que r evolvemos actualmente
en nuestras manos como un juguete. Entonces fué cuando, mien-
tras la Tierra perdia parte de su primitivo esplendor dejándose
conocer mejor y estrechando m~ y más su horizonte a nuestras
miradas, el mundo sideral desarrollaba en gigantescas proporcio-
nes su inmensurable extensión y se engrandecia a medida que co-
nocíamos mejor la exigüidad de nuestro globo. Entonces fué cuan-
do, mientras el microscopio nos enseñaha que la vida se desborda
por todas partes en nuestra morada y que la Tierra es demasiado
P.strecha para contenerla, el telescopio nos abría en los cielos nuc-
vw regiones en donde esta vida no está ya oprimida como aquí
~hajo; en donde se propaga en llanmas iértill"!.! y verdaderamente
clignas de la complacencia de la Natnralezll. Entonces fué cuando
Jos descubrimientos miuoscópicos vinieron a annnriarnos que el
poder creador no ha cuidado de que fuese conocida ni la más
pequ<'ña parte de Jos seres existentes, revelándonos que la vida
invisible está infinitamente mfls extendida en los continentes y
eu las aguas que la vida aparente, y que, en nuestro mismo mnnclo
la suma de los seres percibidos y susceptibles de ser estudiado~
<'On la ayuda de nuestros sentidos, no es comparablo a la de loe
seres que están fuera del alcance de nuestros medios de per-
cepción.
J1a geografía de las plantas y de los animuks nos enseña
In di fusión universal de la vida en la superficie del .globo; cada
zona nos abre un nuevo campo de riquezas, cada regi6n desarro-
lla a nucsh·a vista una nueva población de ser('s. Si nos eleva-
mos dc~de los valles m~ profundos hasta las cumbres de las mon-
tañas más 11ltas, las especies de vegetal<'s y de animales se su-
ceden, ddinidas y revestidas de caracteres especiales, según las
altura!'!, y Aubiendo hasta los últimos límites en donde las fun-
ciones de la vida pueden ejecutarse todavía. Si nos dirigimos des-
de el ecuador a los polos, se ve la esfera de la. vida extenderse y
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 117

cliversiíicarsc desde las formas gigantescas de los trópicos hasta


í'l mundo de los infinitllmente pequeños que habitan las latitndea
c•xtremas. ' 'Cerca de los polos, dice Ehrenberg, uno de nuestros
naturalistas mús laboriosos, allí donde los mayores organismos no
pudieran ya oxistir, reina todavía una vida infinitamente pe-
<¡ueña, casi invisible, pero incesante; las formas microscópicas
recogidas en los mares del polo austral, durante los viajes de
.ramc.'l R{)SS, ofrecen una riqueza enteramente particular de or-
ganizaciones quo eran desconocidas hasta entonces, y que muchas
Ycces son de una elegancia notable; en los residuos del deshielo
r¡u<' flotan en los 78 grados de latitud, se han encontrado má.~
d~ cincuentn especies de poligástricos silíceos y coscinodiscos cu-
.vos OYarios, todavía verdes, prueban que han vivido y luchado
con buen éxito contra los rigores de un frío llevado al extremo;
la oonda ha sacado en <'1 golfo del Erebo, desde los 403 hasta los
.:l26 metros de profundidad, seHenta y ocho especies de poligás-
t rico'1 silíceos y de fitolitas ".
Ni la diver..idad de los climas, ni lo 1largo de las distancias,
ni la altura, ni la profundidad pusieron obstáculo a la. difusión
ele los seres vivicnt<'S que han invadido las region~ más ocultas,
3rriha, abajo, en todas partes, cubriendo la Tierra con red de exis-
1••ncias. La economía del globo está dispuesta pa1·a ello. Las plan-
tas confían a los vientos sus ligeras semillas que van a renacer a.
distancias inmensas; los animales emigran en bandadas, o pe-
netran individuahn('nte en regiones que parecen impenetrables.
Y a lr, hemos hecho obseryar ( 1 ) , los lagos subterráneos, donde
1Ü1icamente parece pueden descender las aguas pluviales, alimen-
tan no oolam('nt(' los infusorios y animalculos, que nacen en to-
,las pcrrtcs, sino tmnbiéu grandes especies de peces y de aves
ar.<'uáticas, romo lo atestiguan los palmípedos de la Carniola. Las
'·avernas natut'alcs, ('11 apariencia completamente cerradas, da.n
ac<'cso a especit's vivientes, se multiplican allí y propagan una
vida subterránea especial. Los ventisqueros de los Alpes crían
>Odurclas. Las nieves p olares reciben chi01W?a araneo-ides. A 4.600
m~tms sobre el nivel del mar. los Andes tropicales están enrique-
,.idos de hermo os fanerógamos. La vida es variable' hasta lo infi-
nito, y se manifiesta dondequiera que estén reunidas las <'ondi-
c·ioncs de su existencia. Nuestras clasificaciones artificiales no
110n suficientes para comprender la extensión de las especies vi-
vientes. La vida .iuega con la substancia y la forma, y parece
,J,.._;¡afiar a tou:~s las imposibilidlld<'s. La luz, C' l calor, la electrici-
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116 CAMILO FLAMMARION

dad, le croan mil mundos, abren a su exten¡,¡ión mil caminos. E:


agua hirYiendo y el hielo no son un obstáculo insuperable. Los
vibriones desecados sobre tejados, expuestos al gran sol del ve-
rano y cubiertos de hielo en inYierno, renacen después de muchos
años d•• una muerte aparente, si las condiciones de su exh!teneia
"e encuentran momentáneamente realizadas sobre el punto im-
perceptible en que yacían. El átomo de polvo que se balancea en
un rayo del sol, y que un torlJellino arrebata pot los aires, es
todo um pcqueüo mundo poblado de una multitud de seres acti-
vo¡.¡, Ln. vida está en todas partes; desde el Nmado1· a los polos se
la encuentra diferente, transformada, de etapa en etapa. No hay
probablemente tm solo lugar del globo donde no haya }>enetrado
algún clín, y deteniéndonos simplemente en <•1 espectáculo aetWll
de Ja 'ricrra, y no comüdcrando más que la época determinad;.
('ll que observa.nws en la actualidad, época que representa un
segundo inaprcciablc> en la insondable dm·llción de las edades geo-
lógicas, vemos a esta maraYillosa íuer7.a de vida por todas partes
eu actiYidad, por todas partes en movimiento, por todas part~
en via de ('l'cación. Analicemos la sangre de los animales más
poqueños, y en ella hallaremos animálculos microscópicos; elevé-
monos en los aires, y en las nubes de polvo que a veces alteran
su transparencia, y encontraremos una infinidad de infusorios
poligástricos de cubiertas silíceas.
.A pesar dr las sabias y perseverantes investigaciones de los
fisiólogos c.le hoy día, el antiguo problema de la generaciót~ es-
pontán,ea no está aún resuelto. Pero si la heterogenia está todavía
en la cuna, los trabajos que la han hecho nacer y las discusiones
que ha provocado, no han dejado de eonh·ibuir notablemente a
ensanchnr el cumpo de nuestras concepciones sobre la esencia y
la propagación de la vida. Sabemos actualmente eu{m inmensa es
esta vida, euíin poderosa es la fuerza que la hace aparecer o qu\;
la propaga, culiu .fecundo es el seno de esta. hermosa Naturaleza,
siempre en la. fuerza de su virilidad sin edad, siempre en el &;-
plon<lor ele stt fuerza y de su juventud. Los mistc>rios íntimos da
la gene1aci6n se de.o,¡cubren, y nuestro siglo analil'.a los resortes
ocultos de la Yida embriogénica y :-:us modos ele fuucionnr, sogÚl•
los individuos, según los sexos, según las familias y según las
cspc>cics, y si uo los conocernos todavía, estamos en <>amino de ello,
y comprcndemo<> que hay en el embrión y cu el animálculo mi-
croscópico un infinito de vida, fuerza inicial que nace con e1
concurso de algunos elementos, y que se desarrolla siguiendo el
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS ll9

impulso de su propia esencia, secundada por las influencias em~


nadas del mundo exterior.
La fuerza de vida E's una propiedad inevitable que pertenece
a la materia organizada; por eso, los elementos simplf'.a de la ma-
teria, o las m6nade.s, pasan del mundo inorgánico al mundo orgá-
nico, de modo qne toda materia es susceptible de ser organizada
y sirve, en efecto, sucesivamente, a la composición de los divel'SOIS
organismos, y la fuerza de vida es inherente a la substancia mis-
ma del mundo. Segñn la idea de Leibnitz, las cosa están orde-
nadas de tal manera (1ne la mayor suma de vida está siemp~
complctn, y que, en cualquier iustante dado, el máximum df'
existencias individuales está realizado. Darwin ha establecido, por
la demostración de la ley de l\faltlms tomada en su simple ex-
presión, Q\U', de.c;cle Jos tiempos más remotos de nuestros lejanos
orígC'nes, las especies vivientes se han sucedido por derecho de
conquista, combatiendo en la inmensa batalla de la vida, según
la suma de su fuerza vital recíproca, triunfando de las especies
f'mpobrecidas y mhs débilC's, y estableciendo sobre la Tierra una
dominación que fué siempre Jn más completa posible. Por con-
~;er\·ar su puesto al sol y prolongar su vida específica, los seres
se hicieron entre sí - y continúan haciéndose-- una concurrencia,
una guerra universal, de donde resulta Ja clcccwn nat1tt·al d<> las
razas ~' de los individuos mt>jor adaptados a las circtmst.ancias dr
tiempo y de lugar; el campo sembrado por la Naturaleza <'Stá
así constantemente cw·itJnecido con sus producciones más bellas:
la copa de la ' ·ida t'stá siempre llena, digamos mejor, rebosa ·icm-
pre, pues Jos seres más perfectos aventajan continuamente a los
,.¡eres menos pPl·íectos. Sin embargo, éstos no desaparecen aun~ si
no son despiadadamente suplantados, si las condiciones variable~~
del globo no se oponen u su supervi rcucia, y si pueden encontral'
un último refugio en una emigración le,ios de sus vencedores;
cm este ítltimo caso, aumentan todavía. ln suma de viiln C'n el lug:n·
<lo)](h• puedr ser aumentada.
Tal es C') espéctáculo ofrecido por nuestro mundo dt>sue mi-
llon<>s de años, durantr esos siglos de siglos en que las especie~!
ac suceden con una ma,ie!rtnosa lentitud¡ tnl r., d espectá<:ulo
que nos oCt·rcE' l10y touavía este mundo cuyo ctcmo patrimonio
forman la fertilidad y ]¡¡ abundancia. En oflos tiempos, nuestros
padre!\ tomaban al arculor por tipo de lo infinitamente pequeño
y por el Jírnilc inferior de la vida animal; nl arador, ese ácaro
rlf'l tamaño dt• un ~rano ele arena, qut> se alimenta de las subs-
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120 CAMlLO FLAMMARION

tancia:; corrompidas. Pero desde entonces ol microscopio ha ve-


nido a abrirnos las puertas de la vida oculta; hemos entrado,
y hacemos actualmente largos e interesantes viajes en países de
un milímetro cuadrado. Leuwenoohck ha hecho ver que mil millo-
nes de infusorios descubiertos en el agua común por la visión mi-
eroscópicn, no for-man una masa tan voluminosa como la de un
gl'ano de arena o un arador. Ehrcnberg ha sentado que la vida es-
tá en la naturalo1.a con tal profusión, que sobre los infusorios de
4ue acabamos de hablar viven como parásitos, infusorios más pc-
t¡ueíios, y que estos mismos pequeños iuíusorios sirven u la vez de
moradn n infusorios más pequeños aún. Yo mism<> be quedado ad-
mirado poniendo una pcqueba gota do agua sobre Wl pedazo de
<>ristal oblicuo al foco de un microscopio solar, que daba a esta go-
tita un diámetro aparente do 12 pies, al ver aparecer una pobla-
t•ión inmensa de animálculos de todos tamaños, población tan com-
pacta a veces, qut· en toda esa extensión de 12 pies, hubiera sido
imposible poner la punta de una aguja sobre un lugar desocupado.
Esos efímeros nacen para alguno~ minutos¡ nuestras lloras les se-
rian siglos¡ lo infinitamente pequeño de su volumen tiene sus ele-
m€' u tos correlativos en lo infinitamente reducido de sus Í1lllcionc.9
vitales y de los diversos fenómenos de su existencia. En ese mundo
uoc•·o, hay un infinito, o por lo menos un indefinido, que no pue-
deu compr,•nder nuestras inteligeucias en su mayor poder de con-
rcpci6n ¡ sin embargo, esto no es más que el umbral dE>l universo
microscópico. Avanzanuo más, observamos en una pulgada cúbica
de trípoli 40.000 millones de galiodelas fósiles. . . Más adelante
aún, de.~cubrimos en igual volumen de substancia análoga, hasta
188.000 millones de cara.pachos fcrruginosos fósiles.
Si se encuentran, pues, en algunos granos de poh•o despojos
•le seres qno han cumplido allí su existencia, <'U muyor número
que ha habido ni quizás habrá hombre..,; oobrc la Tierra, ,qué di-
•-cmos de esas capas inmensas de terreno cretáceo que se t>xtienden
•• lo largo d€' las costas del Océano, con un espesor de muchos
miles de pies, y cada gramo del cual encierra millones de iorami-
nífcros T • Qué dire?mos de esos pólipos de ramifieuciones inmen-
sas¡ de? esos pólipos cien vecE>s eentenario.q, que forman islas en-
teras del grandl' Océano; de esa:; miríadas de animales y vegetales
micmscópicos que, por sí solos, han construido montañas, y que
han ejereido una acción más eficaz en la C.'itructura do la 'l'ierra
que esas moles monstruosas de ballenas y elefantca, e¡ue esos enor-
taf's troncos de higueras ~- ~e haobabs' AQué diremos sobre todo
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PLURALIDAD D.E MUNDOS HABITADOS 121

r!e la ' ·ida oculta <>n la-; ll11nuras y en los bosques del mar f "Allí,
dice el decano de la ciencia moderna e)' se siente con admiración
que el movimiento s la vida todo lo han invadido; en profundida-
des que superau a las <>adenas de montañas más altas, cada capa
de agua eo;tá auimnda por poliglÍ.stricos, por ciclidios y por ofridi-
nos. Allí pululan los animálculos fosforescentes, los mammaria
rlcl orden de los acalefos, los crustáceos, los prridinlos, las nerei-
das t1Un giran l'n círculo, cuyos innumerables enjambres son atraí-
dos a la !!Uperficie por circunstancias meteorológicas, y transfor-
man cada ola en una espuma luminosa. La abundancia de esoe
pequeños seres vivientrs, lu canLidad de materia animalizada que
l'esulta de su rápida descomposición es tal, que ol agua del mar se
eonvicrtc en un verdadero líquido nutritivo para animales mucho
mayores. Ciertamente, el mar no ofrece ningún :fenómeno más
digno de ocupar la imaginación, que esta profusión de formas ani-
maclas, que esta infinidad de t;eres microscópicos cuya organiza-
ción, por sPr df' un orden inferior, no e6 menos delicada y va-
dada''.
t Dónde encontrar entonces un límite a la fecundidad de la
~aturalozu.? ¿Cómo circunscribir su poder a nuestra pobre mo-
l'lulu, cuando sal>emos que 111 vida un:ive-rsal es su eterna divisa;
cuando hasta W\ rayo de sol para hacer pulular animálculos vi-
" icntcs en una gota de agua, y para hacer de ella todo un mundo;
«'Uilni!o sabemos que una sola diatomea puede, en el espacio de
, uatro dfa.s, producir más de 150 miL millones de individuos de
,;n especie? ¿Dónde hallar los confines del imperio de la. vida,
c•uaudo vemos que no solamente en la vida mineral, donde honni-
guean legiones de sel'CS; no solamente en la vida vegetal, donde
Jjasan animales sobre las hojas de las plantas como los ganados
en nuestras praderas; sino también en la vida animal considerada
PO sí misma, la Naturaleza. no satisfecha con esparcir las especies
pul' todns pat·tcs donde la materia existe, las acumula también
unas sobre otras, y formando una vida parásita que se desarro-
!lará sobre la plimcra, deposita todavía sobre ella nuevas semillas
y nue,·o:) gérmcn~'> llamados a perpetuar así múltiples existenciaa
:-;obre lll cxistcnrin misma, enseñándonos en esta forma lo quP
vjcrutn cu los mundos planetarios, puesto que es )a misma para
c-;o~ mandos que para el nuestro, y que aquí, antes que cansarse
dt> producir, propaga la e:dsteucia con dE'trimento df' la cxLc;tencia
misma 1
Y, mil•ntr·as !JUe dln ha Pserito sobre la Tierra 1ma página
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122 CAMILO FLAMMARION

tan elocuente; mientras que nos manifiesta con tal evidencia que
la muerte está desterrada. de su imperio, y que sólo se complace
on difundir la vida por todas partes; mientras que, desde el alfa
l1asta. el omega de los tiempos, su ambición suprema se cifra en
derramar a torrentes los raudales de la existencia hasta los con-
fines dd mundo, ¡pudiera nadie ereerse con derecho a desoír esta
PJlScñan;m irrPíutable y a cerrar los ojos ante este grande e im-
ponente <•spcctácnlo 7, Ase atrevería alguien a pretender que las
t'egiones afortunadas de los mundos planetarios, que como nues-
tros campos tel'l·estres están sometidas a las mismas leyes, y como
••llos. bajo la mirada activa de la misma Providcn<'ia, no fu<'sen
más qur tristes e inútiles desiertos, incultas y estériles playas f,
¿que todns las maravillas de la creación estuviesen sepultadas en
f\Ste rincón ele la inmensidad que llaman la Tierra, y que la Na-
turaleza tan pródiga de existencias aquí abajo, hubiese sido en
todo otro lugar de una avaricia sin igual T ¡ llabría quien o¡,al'11
decir que todos los mundos n excepción de uno, que el Universo
entero, cu fin. no es más que tma aglomeración dP peñascos iner-
tes flotando en el espacio, recibiendo todos los ht'ncficios de Ja
existencia y concedidos en dote a la nada, colmados de todos los
dones de la fecundidacl y desechados por una 1 atura1cza ma-
drastra, dispue~tos pata la reRideneia de la vidn y destinado.
c1crmtmt'nte n la muerte! ¡Se atJ·cvería alguno a ppnsar que.
porque nosotros estamos aquí aglomerados sobre nuestro grano
de polvo, .'! porque nuestro!:> ojos son demasiado débiles para per-
cibir a los habitantes de lm~ otros mundos, es preciw que toda.
la <'reaci6n l:ié halle aquí acumulada; que tantas esferas magnífi-
c·a~ sin inmensas y profundas soledades, de donde ningún pen-
l>Rmicnto, ningi'm suspiro, ninguna aspiración del alma se eleva
hacia el Creador de los seres; que el Poder infinito, en nna pa-
labra, se ltaya agotado al revestir u nuestro pequeño globo de sn
ornato! ; .A h!, Lquién, pues, entre los que piensan, osaría aún
laD7.ar un insulto tan grosr.ro a la fll.Z refulgente clel Poder in-
finito que dió forma a los mundos t
En la sabia obra que publicó c11 contcstadón a las singu-
lares denegaciones dci teólogo Whewel, sir David BrPW1'ter eunte
a este propósito lilS juiciosas ideas siguientes (3 ) :
"Los espíritus estériles" o 1 ' almas viles", corno los llama
el poeta, que puedan verse inclinados a creer que la 'rierra et1
ol único c·uerpo habitatlo del Universo, no tendrán dificultad
t1lguna eu c'Onccbir que pudiera igualmente haber &ido privada
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 123

dl' habitantes. Y más aún: si los tales espíritus están instruídos


en las deducciones geológicas, deben admitir que estuvo sin ha-
bitantes durante innumerables años; y entonces llegamos a esta
eonsccul'ncia insostenible: que durante innumerables años no ha
habiño ninguna criatura inteligente en los Yastos Estados del
'P~~Cy universal, y que antes de la formación de las capas proto-
zoicas, no hubo ninguna planta ni animal ninguno en lu infini-
dad del espacio! Durante este largo período de muerte tUli,·<'rsal
en el cual la Naturaleza misma estaba adormecida, el Sol con sus
herrno~os compañeros, los planetas con sus fieles sat6litc'l, las
estrc11as eu sus sistemas binarios, y el mismo sistema solar, cum-
plían sus mo>imientos diurnos, anuales y seculares, inadvertidos,
desconocidos y siu llenar el menor designio concebible ! Antor-
ehas que nada alumbraban, hogueras que nada calentaban, aguas
que mHl't refrescaban, nubes que a nada daban soJllbra, brisas
~oplando la nada, y todo en la Naturaleza, montes y valles, t ierras
::; lllarcs, todo existiendo y sin servir para nada! En nuestra
9pinión, semejante condición de la Tierra, del sistema solar .v
del universo sideral, fuera igual a la de nuestro globo, si todos
los buqnes de comercio y de guerra atravesasen los mares con
los camarotes vacíos y las bodegas sin cargamento; si todos loR
convoyes de los caminos de hierro estuviesen en plena actividad
orin pasajeros y sin m<'rra ncías; si todas nuestras máquinas con·
nnunseu aspirando aire y rechinando sus dientes de hierro sin
trnuajo alguno que ejecutar! Una casa sin moradores, una ciudad
siu habitantes, representan a nuestra mente la misma idea que
un pltuwta sin vida y que un universo sin población. Seda igual-
mente difícil presumir por qué la casa se edificó, por qué se
fuud6 la ciudad, o po1· qué el planeta fué formado, y creado C'l
IJnh·C'rso. La dificultad sería de por sí grande, si los planetas
fueRen in fonnes masas d~ materia en equilibrio en el éter, inani-
ruatlus y sin movimiento, romo la tumba; pero es mucho más
grande a(m, cuando en ellos vemos esferas enriquecidas con la
belleza inorgánica y en plena actividad física; esferas que veri-
fican sus moYimientos propios con una precisión tan notahlr, que
ni su>~ oía;; ni sus años faltan jamás en un segundo en ccntrnarP.s
de siglos. La idea de conc(•bir un globo de materia, sea un mundo
gigantesco dormido t•n el espacio o un rico planeta equipado conw
el mtcstt·o, la. idea, decimos, de concebit· un mundo cumpliendo
pe1 tcctamenle la tarea que le ha sido s<'ñalada, sin habitación
en su superficie o sin <'St<ir en un estado dP preparaciún pnra
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12-t CAMILO FLAMMARION

l't(libirla, no!i pareeo una. de esas ideas qne no pueden admitil'S"


sino por rntendimiontos mal instruídos y mal ordenados, por
C'.Bpíritus sin ío y sin esperanza. Pero eoncebir ademM todo UJl
universo de muudos en semejante esl~do, es a nuestro parecer,
f!l indicio de una inteligencia muertll. al sentimiento y bajo la
influencia de ese orgullo intelectual dP que habla el poeta: "Pre-
glmtadlc por qué brillan los cuerpo'! celestes; por qué ha sido
l'ormacln la Tirrra. -Para mí, responde e] orgtlllo: muéYese el
mar pura transportarme; el Sol salo para alumbrarme; l:l Tierra
M mi <>scabcl, y mi dosel el ciclo." Pero nos hemos equivocado
al pensar qnc el Universo estaba muerto. En el principio aun
no hnhíu. nacido esta hella crisálida terrestre, <le donde debía salir
la mariposa de la vida; al mandato divino aparecieron las for-
tnti.~ protozoie~s; más tal'de, la primera planta, el molusco elemen-
tal, rl pez, mns elevado, el cuadrúpedo, más noble aún, aparccieroD
'lUCCsivnmentc: en fin, el nombre, imagen del Creador y obra de
'!U mnno, fué iuve.sti<lo de la soberania dol globo. La Tierra fd,
puns, creada para el hombre, la materia para la vida; y doquiera
que vramos otra tierra, estamos obligados a convenir en que fué,
1·omo la nuestra, creada para la rareza intelectual e inmortal. ••
La única objeción que pudiera hacerse a estas ideas tan
bellas, en sn aplicación al estado actual del mundo. fuera decir
que hubo un tiempo en que efectivamente nadn. existió, y eu e!
•·ual el Ser supremo reinó solo en su gloria eu medio de vacíoa
infinitos - y no rs en verdad Mt·. Brewster quien negaría el
acto de la creación divina-; pero, &ol Universo no ha comenzado
rl mismo tiempo que la causa. Y ¿El Ser lHJ. podido permanecer
un solo inHtantc inactivo 9 Nosotros dobemos remontamos con el
pcnruuniento a un 1Jrincipw oosi et(¡t·n.o (a pesar de que esta ex·
presi6n SNt falsa en filosofía), podemos sostener que en la época
remota en qur la Tiert•ft no hAbía salido todavía de sus mautill88,
h\8 estrdlns, cuyn lt!7i emplea millones de años para llegar hasta
nosotros, brillaban, ya <•n medio de sus sisU>mas; y no aventura-
• Jnoo; en <'flto una proposición gratuita, pues nosotros vemos ac·
tualmenl<' esas cHtrellns, no tales eualos son, sino tales como eran
miUone<; dc años hn (•) ; podemos sostener igualmente que un
Universo sidE'ral existía mucho tiempo antNI del narimiento de
nuc.'llro mundo, desplegando sus bellezas y resplandeciendo en lot
vado~ <'iclos, cn csa 6poca sin nomhrt>, cn que los gérmenes mis-
mo-~ de nurstras existencias dormían latent<>.s en el caos infecun-
(lo. Dnrantc la.c¡ rdant>s remotas en que la Tierra rodaba. ser sin
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 125

-.ida, eslera de vapores, mundo informe e inacabado, nosotros


OBtábamos bien distantes de esta existencia de la que nos mostra-
mos hoy tan ufanos y creemos tan necesaria. Ni nuestra raza, ni
Jos animales, ni las plantas habían nacido: la vida no tenía ni el
'llás modcl>to representante. ¡Para quién, pues, brillaban enton-
ces esas e.'itrollas que matizan el espacio Y 'Sobre qué cabezas des-
cendían sns rayos f &Qué ojos las contemplaban f Entonces no
óramoo más que naccderos! Nos sorprende pcru¡ar que hubo un
tiempo en que la Tierra estaba vacía, en que ni aun siquiera
existía esta Tierra. 1Meditemos, sin embargo, sobre esto; nada.
perderá en ello nuestra razón 1 Tal fué, eu verdad, hace cierto
número de siglos, el estado del mundo en que hoy nos hallamos.
Pretender, ante este espectáculo, que nuestra humanidad ha sido,
es y será. siempre la única familia inteligente de la creación, sería
tratar de sostener una proposición insostenible, sería no solamente
mostrar falta de juicio e ignorancia, sino también caer puerilmen-
to en el ridículo y en el absurdo.
Las condiciones sugeridas por lo infinito en la vida, aquí
abajo, se unen, como acabamos de ver, a todas las que resultdn
de los estudios cosmológicos, para fundar sólida e inalterable-
mente Jn doctrina de la pluralidad de mtmdos. Nosotros somos
bien pequt~ños en la <>scena de la creación, tenemos el infinito
debajo <le nosotros en la economía viviente, así como tenemos el
infinito encima de nosotros en los cielos. .Ahora bien; si la Na-
tural<'za no se l1a cuidado de que conocirsemos la parte más
pequeña de los seres existentes sobre la Tierra, si ha querido
probarnos así que más allá de las criaturas que se muestran a
nuestros sentidos hay multitud de otras que no ha pensado si-
quiera en l1accrnos conocer, y esto en nuestra propia morada,
¡con cuAnta mayor razón debemos extender esta intención supre-
ma a las maravillas que obr11 en regiones que nos están vedadas
por su antagonismo y su distancia 1 ¡Con cuánta mayor razón,
debemos cstur seguros de que ella no sólo no nos ha dado los
medios de saber de qué manera obra en esas lejanas habitaciones,
aino que además no quiere tampoco enseñarnos hasta qué profun-
didad esparce en el espacio millares de mundos habitables, esferas
resplandeciente.'! que ha diseminado en las praderas azuladas del
ciclo, con la misma profusión y la misma facilidad con que ha
e6parcido la hierba que verdea en las praderas de la Tierra!
Así como la Naturaleza nos enseña que lo mismo que aquí
abajo hay infinidad de criaturas inferiores al hombre, de las
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t26 CAMILO FLAMM.\RION

éualcs hasta ignoramos la existencia, In inmensid11d de los cieloa


está también poblada de una infinidad de mundos y de una infi-
nidad de SCI'('S que pueden sc1· muy superiores a nuestro mundo
y a nosotros mismos. "Los que vean claramente estas verdades,
dice Pascal (15 ), podrán examinar la grandeza y el poder de la
Naturalc7.a en esta doble infinidad que nos rodea por todas par-
tc.<J, y aprender, por esta consideración maravillosa, a conocerse
a sí mismos, contemplándose, como colocados entre un infinito
y una nada de extensión, entre un infillito y una nada de nú-
meros, cnti'C un infinito y una nada de movimientos, entre un
infinito y nna nada de tiempos. Con lo cual puede uno aprender
a estimarse en s\1 justo valor, y a formar reflexiones que valen
más que todo el resto de la misma geometría.''
¡Y la gran ley de m~id.ad y de SQlidaridad que ha presidido
a la tran'lformaciún de los mundos y que rige todas las opera-
ciones de la Naturaleza 1 ¡Esta ley de unidad, que da a cada
especie de mineral figuras geométricas similares, as} como a cada
uno de los mundos las mismas formas y los mismos movimientos;
que agrupa en el espacio un sistema de mundos alrededor de la
paternidad del Sol, como en el senQ de la materia condensa un
conjunto de moléculas simples alrededor de su centro de afinidad;
que ha eonstrtúdo el sistema arterial, el sistema óseo del hombre
y de los animales, sobre el mismo modelo que las hojas de las
plantas, laa ramificaciones de los árboles, y hasta como las diver-
sas corrientes de agua de los arroyos, de los riachuelos y de los
rios r ¡Esta ley de solidaridad que hace que cada uno de los
seres concurra a la armonía general, que nada esi6 aislado en la
economía universal, y que las excepciones, entre los seres, sean
monstruos en el orden natural ! ¿Hay necesidad de extendernos
oobre esta ley primordial, para demostrar que la Naturaleza no
ha podido establecer un sistema de mundos en el que 1.mo de lOll
miembros fuera una excepción de la regla general, y quo por con-
siguiente, la Tierra no estaría habitada si fuera el orden de las
cosas que los planetas estuviesen destinados a una <>terna soledad Y
La vida ' 'egetal funciona como la vida animal; en el espolón del
gallináceo, bajo el casco del solípedo, hallamos los cinco dedos
del cuadrúpedo y del bimano; el cuerpo humano eu su primer
período embriogénico, pasa por todos los grados de la animalidad,
y esas .fases rápidas que se verifican silenciosamente en el seno
materno, son tal vl'lz un indicio de la genesia del hombre. sobre
la Tierra ... Luego, desde el instante en que nada está. aislado en
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 127

este globo, que la ley de unidad se halle. en él aplicada con pro-


lusión, en todo y por todas partes, es inadmisible que haya un
mundo aislado en el Universo y que nuestro globo formando ex-
cepción rntre los demás, estó, sólo él, revestido de las maravillas
de la creación viviente. Es forzoso optar entre estos dos términos:
o admitir que la Tierra es una excepción, un accidente en el
orden general, o que es un miembro del sistema universal en
armonia con los demás; es preciso, o considerarnos fuera de la
gran Cl'eación, como esas monstruosidades que no caben en el
sistema de los tipos naturales, o ver en nuestro mundo Ult eslabón
de la inmensa serie; en el primer caso, se proclama la muerte
gobrc la vida, la nada sobre el ser; en el segundo, se interpretan
iiclmente las lcccionc.'i de la Nahtralcza, y ¡¡e refiere la vida a la
mut·tc. Fuera inútil insistir, y no haremos a nuestros lectores el
agl'avio de creer que haya uno solo entre ellos cuya elección no
esté ya hecha.
Véansc, pues, todas las ciencias reunidas para demostrar la
verdad de nuestra tesis. A estas demostraciones perentorias e irre-
cusahles que han establecido la certidumbre 'en todas las inteli-
gencias conocedoras de las enseñanzas de la Naturaleza, añadire-
mos para terminar, una prueba directa más manifiesta todavía.
Presentat·emos aquí, con mano victoriosa, esos fragmentos de
mundos planetarios que se han extraviado en los caminos del
cielo, esos aerolitos, que pasando cerca de nuestro globo, han sido
&traídos por él y cayeron en su superficie. Estos son los únicos
objeto!:! que nos ponen en relación directa con la naturaleza de
los astros lejanos; son preciosos para nosotros; la composición
química de algunos de ellos nos procuran pruebas irrecusables de
la existencia de la vida en la superficie de los mundos de donde
provienen.
El análisis descubre generalmente en ellos el hierro, el ní-
quel, el cobalto, el manganeso, el cobre, el azufre, etc., casi el
tercio de las substancias elementales existentes en nuestro globo;
la acción do los óxidos hace distinguir en su substancia tres prin-
cipios o tres combinaciones cuyos fenómenos físicos y quimicos
tienen sus análogos en combinaciones terrestres; éstos son: la ka-
macita, metal gris claro que cristaliza en barras; la tenita, que
se presenta en hojas muy delgadas; la plesita, llamada asi porque
llena los huecos que dejan las otras dos substancias. Estos metales
atacados por el ácido presentan un aspecto análogo al trazado in-
V<'rso de los grabadores cuando tienen que representar líneas de
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CAMILO FLAMMARION

sombl'll sobre planchas de acero; se ven aparecer simultáneamente


muchos sistemas de líneas para.lP.las que se cruzan, y que unas y
otras son visibles según la manera como la luz ilumina la super-
ficie atacada. Ninguna de estas diversas substlmcias que se en-
<'ucntran en los aerolitos, había hablado en favor de la eJdstencia
de la vida antes que se hallara en e11os carbono: este último caso
ac ha prl'sentado, pero solamente en cuatro aerolitos. Es cierta-
mente un botín bien modesto, sobre todo si se considera la in-
ml'nsa cantidad de piedras caídas del cielo sobre la Tierra, desde
las edades más remotas en que las hordas antiguas de la América
habían recogido bastantes para fabricar con ellos instrumentos de
caza, cuchillos y otros utensilios usuales. Pero la rareza del hecho
no lo hace menos precioso. La presencia del carb1tro de hierro
(grafito) ha sido, en efecto, reconocida por M. Reichenbach en
sus bellas y perseverantes investigaciones sobre la química de es-
tas muestras de otros globos. Estos fragmentos contienen no sola-
mente metales y metaloides ordinarios, sino también carbono, esto
es, un cuerpo simple cuyo origen podemos siempre referir al
origen. en condicion(.'s normales, de seres organizados. Nada hay,
<'..n efecto, más interesante que encontrar en el fondo del crisol en
que ~e ha tratado el híeno meteórico, cierto residuo cristalizado
do naturaleza orgánica. Es un miRterioso envjado que ha salvado
espantosas distancias para traernos esos restos de una naturaleza
desconocida. Algunos físicos habían emitido la opinión de que la
presencia del grafito sobre el hierro meteórico podría provenir de
ona modificación sufrida por eso~ frngmentos u! atra,·esar nues-
tra atmósfera o después de su caída; esta opinión ha sido refu-
tada demostrando que la densidad de ese grafito es de 3.56 mien-
tras que la del grafito terrestre no es más que de 2.50, lo que hace
inadmisible toda hipótesi'.! ele modificación. Además, se han en-
contrado pedazos de carbono sumergidos en la masa misma del
hierro meteórico.
Los aerolitos que han tenido el privilegio de ofrecernos estos
datos, son: el que cayó en Alais (Gard), el 15 de marzo de 1806;
un segundo, caido en el Cabo de Buena Esperanza el 13 de octu-
bre de 1838; el tercero, caído en Kaba. (Hungría) el 15 de abril
de 1857, y un cuarto, caído el 14 de mayo de 1864 en el Sur de
Francia, en Orgucil (Tarn y Garone). Este contenía agua y tur-
ba. Pues bien ; la turba se forma por la descomposición de vege-
tales en el agua. El aerolito de Orgneil proviene por lo tanto de
un globo en que existe agua y ciertas substancias análogas a la
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS uo


vegetación terrestre. 'No es nn hecho concluyente en fa-ror de
nuestra tesis el poder tener a la vista. de estos vestigios irrecusa-
bles <le una. vida extraterresti·e? Añadamos que el aerolito caído
recientemente (23 de julio de 1872) en Lancé (Loir et Cher),
contenía cloruro de sodio, es decir, sal idéntica a la fJUe conoce-
mos en la Tierra ( 8 ).
Ya en 1830, a propósito clt• una materia orgánica vegetal.
encontrada sobre las hojas del J ardín botánico de Siena, annliza-
da y considerada generalmente como de origen meteórico, se había
hecho observar ( 7 ), que se encuentra en los aerolitos oxígeno, car-
bono e hidróg-eno, como también agua combinada en estado de
hidrato de óxido de hierro, CtlSi la únicn. forma bt1jo la cual Cl'i
posible que llegara hasta nosoüos; y se había visto en ello la
prueba de que hay fncra de nuestro globo, elementos quúnicos
de un reino ve_gctal análogo al nuestro. Anotemos cuidadosamente
estos datos. Pero por cHto no nos asociemos al enor de cierto"
naturalistas, que siguiP.ndo a Plinio, han emitido la opinión do
que las llm.jas de semillas, de granos, de flores, de pequeños ani-
malitos y de insectos desconocidos en la localidad en donde caían,
pudieron provenir de oh·os mundos. Desde que se ha podidt>
medir la iurrza del viento y apreciar a qué enormes distancias
pueden transportar las nubes más densas, se ha encontrado una
explicación más sencilla. Importa no confundir las substancias
terrestre!:~, acarrradas por la atmósfera, con las substancias de
origen cósmico. Para citur algunos ejemplos de esta rlase dt•
fenómenos, mentionarf'ruog la llul'ia roja caída d 16 y 17 de
noviembre tic 1856 en el Sudeste de Francia: era 1ma. inmensa
masa de materia terrosa, tomada por el viento de América, en la
Guynna, y de la cual nna parte (del peso de 720.000 kilogramos)
había venido a caer en Francia. No se pasa ahora año sin qua los
meteorologistas señalen esta clase uc
lluvias de tierra roja, lla-
madll.'3 en otro tiempo lluvias de sang1·e. :Mencionaremos t~mbién
el manA <·aído t'n Ziavel clnrante el mismo año, y recordarem01>,
Pn fin, los numerosos ejemplos de Jluvias de langostas, de insectos,
de sapos, de ranas, etc., que oe tiempo en tiempo ,·ienen a caer
sobre comarcas desdichadas. a devastAdas v algunas veces a traer
g~rmenes de enfermedades. Pero de todas' esas lluvias extraordi-
narias, aun en los cnsos en que no se hu podido l'econocer su
origen, no hay ni m1a sola que baya suministrado pruebas incon-
testables a :favor de un origeu e.:..:traterrest re. "'l'cnemoq, por lo
ilcm!í.s. dt>masincla }mena opinión de los otro::; mundo'l. para atri-
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130 CAMILO FLAMMARION

buirloo la producción de tan viles animales, decía un cronista a


propósito de una lluvia de sapos; y aun cuando fuesen de ellos
favorecidos, como nuestro planeta, tenemos demasiada confianza
en su buen gusto, para creer que quisieran enviámoslos como
muestra de su zoología.''
Volviendo a los aerolitos y su verdadera composición, pen-
samos que deben satisfacer los resultados referidos anteriormente,
si ao considera que esas piedras meteóricas, siendo fragmentos de
mundos extinguidos, o residuos volcánicos, o, en fin, corpúsculos
cósmicos flotantes en el espacio desde su origen, sería casi impo-
sible poder reconocer en ellos vestigios directos de la vegetación
o do la. animalidad. Con mayor razón los restos mismos de seres
vivientes s6lo pudieran presentarse cu ellos en casos excesiva-
mente raros, por no decir jamás; tanto menos, cuanto que el
corto número de aerolitos recogidos y analizados, y la pequeñez
ordinaria de sus dimensiones, añaden todavía un nuevo obstáculo
a lA presencia de substancias orgánicas en su seno. Habremos de
conformarnos con saber que hay en ellos elementos íntimamente
ligados a las funciones ordinarias de la vida; y si las demostra-
cionc.~ y argumentos que han precedido, no hubiesen todavía
arraigado la certidumbre en algunas inteligencias, nos permitire-
mos esperar que este último hecho se agregará a los anteriores
para darles mayor peso aún, para confirmarlos y para colocar
la piedra que corona el monumento, cuyos cimientos acabamos de
eentar.
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 131

NOTAS DEL CAPITULO SEGUNDO

( 1) Libro III , 1, pág. 43. Nota.


(2) De Humboldt, Cosmos, t. l.
(S) More worlds t han Ont, the creed of tlt11 philosoph~r, etc., cap. Xll.
(") Véase nuestro Libro IV, Los Citlos.
(G) Pascal, P11nsles.
(6) Para el est udio de los aerolitos y sus análi.ais, véanse nuestros Eslu-
llio; sobrt la A st ronomla, t . V.
(7) Bullttin dt la Sociéti glologiqtu dt Franc1, t. XI, página 145.
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LIBRO TERCERO

CAPiroLO

m
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LA HABITABILIDAD DE LA TIERRA

Condición astron6mica de la Tierra. - Las estaciones en nuutro mundo y m


Jos demás planetaJ; su influencia sobre la economia del globo y sobre loa
organismos vivientes. - Valor y oscilaciones de la oblicuidad de la
eclíptica. - De la excentricidad de la~ órbitas planetariaJ. - Sobre la
suposición de Ulla primavera perpetua, de una superioridad en el estado
primitivo de la Tierra y de un mejoramiento para las edadu futuras.
- Condición inferior de nuestro mundo; antagonismo de la Naturale:;u\;
discordancia entre el estado flsico del mundo y laJ conveniencias d<::J
hombre; dificultades de la vida humana. - Constitución fluídka inte-
rior; delgadez de la cubierta sólida sobre que habitamos; au estado de
inestabilidad, sus movimientos parciales y laJ revoluciones del globo. -
Mundos superiores. - Comparación y conclusión.

Terminaremos nuestros estudios fisiológicos con algunas con-


sideraciones deuucidas de la habitabilidad intrínseca. de nuestro
globo.
No solamente la Naturaleza ha depositado en nuestro espíritu
la idea de la pluralidad de mundos; no solamente nos confirma
en esta idea, enseñándonos que la Tierra no está favorecida entro
los demás planetas que ha construído habitables como el nuestro,
y que, además, está en su esencia el propagar la vida en todas
partes, y en sus leyes el no establecer ningún privilegio arbitra-
rio; sino que también ha querido colmar nuestra certidumbre y
destruir así uno tras otro todos los argumentos de nuestros anta-
gonistas, demostrándonos ahora, aun para la existencia. humana,
que la 'l'ierra no es el mejor de los mundos posibles.
Decimos: aun para la e..xlsteneia humana, porque suponiendo
que nuestro tipo general de organización esté reproducido en otros
mundos, reconoceremos que para este tipo mismo hay mundos
preferibles al nuestro. No creemos por esto que esta existencia
deba tomarse por base absoluta de una comparación general: lejos
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136 CAMILO FLAMMARION

de eso; poro lo hacemos aquí para dar un punto de partida a


nuestras consideraciones y para contestar así al argumento de
los que, -fundándose en nuestra organización, pretenden que nues-
tra Tierra e-.'i el mejor de los mundos. En realidad, la naturaleza
1\e los habitantes de la Tierra 110 es el modelo sobre el cual están
formadas las humt>nidadcs extrañas, y fuera, como veremos ( 1 ),
incnrrir en un gran error tomar a nucs1ro mundo como tipo abso-
luto en la jerarquía de los astros. Los homb1·es desconocidos
nacidos en esa.'i diversas patrias difieren de nosotros en su orga-
nización físí<'a, en su t>stado intclectulll y moral. rn las nmoione.a
de su vida individual v en su histo1·ia. En el estrecho círculo de
observación a que esta~nos circunscriptos, fuera locura pretender
detcrminm· el modo d~ organización de los seres según el grado
de semejan?.& ue su mundo con el nuestro. Es, pues, importante
precisar bien aquí, que nuestras consideraciones deben tomarse
en su valor genérico, y no desviarse en aplicaciones particulares.
Recordaremos, desde luego, un hecho biológico de la mayor
importancia: y es, que la muy frecuente repetición de los actos
de la vida y la demasiada disparidad de los períodos que atra-
viesan esta vida son las causas más activas del agotamiento de
las fuerzas vitales; de modo que cuanta mayor dura~ióu y seme-
janza tienen la.'i estaciones y los años, más condiciones favorables
encuentran los organismos vivientes para la prolongación de su
oxistencia. Esto es evidentemente iJ1vcrso en los astros cuyos pe-
ríodos se suceden con frecuencia. Por lo tanto decimos que, desde
este nuevo punto de vista, la Tierra no goza de las mismas ven-
tAjas que ciertos planetas, y que está lejos do ser el mundo más
favorablemente constituído para la existencia humana.
Se sabe que la incliniJción do los ejes de rotación de las
(!Bfcras celestes sobre el plano do sus órbitas respectivas es la
cau!1a astronómica do la diferencia de las estaciones, de los climas
7 de los días. Si ol eje de rotación estuviese perpendicular a este
plano, no extendiéndose la zona tórrida más allá del ecuador, y
estando la zona glacial circunseripta a los polos, los efectos del
aalor y de la Juz disminuirían insensiblemente desde el círculo
ecuatorial basta los círculos polares, lo cual daría un clima tem-
plado y habitable, a todas las regiones del astro. Una misma esta-
ción reinaría perpetuamente sobre toda la superficie del globo, y
una temperatura especial y permanente correspondería a cad&
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 137

latitud. So puede juzgar por esto do la fertilidad de un planeta


ftworecidu de tal suerte, de la .facilidad con que las producciones
más ricas del globo se desarrollarían en su superficie, y de la
influencia favorable do semejante residencia en la doble '\'ida
maú>t-ial e intelectual de los hombres. En fin, una repartición
siempr<' ig-ual entre la. duración del día y de la noche, acabaría
de dotar a este mundo de las . ventajas más preciosas para la pl'Os-
peridad, el bienestar y la longevidad de sus habitantes. La poesía
de esa eterna primavera nos transporta a la edad do oro de la
mitología antigu¿¡., al paraíso terrenal do la Biblia. . . Pero nos
ea preciso descender de esas regiones afortunadas para considerar
tíniea y simplemente las ventajas reales relativas a la habitabili-
dad presente de los mundos.
Si el eje de rotación estuviese tendido sobre el plano de la
órbita y coincidiese con él, se ve de igual modo que la zona tem-
plada, que en Ja posición precedente, se extendía sobro la super-
ficie entera del planeta, desaparece completamente en el caso ac-
tual. El Sol pasaría sucesivamente por el cenit de todos los puntos
del globo, al cual daría las estaciones más disparatadas y los días
más desiguales, y esparciría alternativamente en cada hemisferio
una luz continua y tinieblas permanentes, un calor tórrido y un
frío glacial. Cada país, en el transcurso del año, estaría expuesto
a su vez a esas altcrnati\as intolerables, y sólo concedería en
wcrtc a sus habitantes las condiciones más perniciosas para el
progreso y aun para la estabilidad de una civilización primitiva.
Estas son las dos posiciones extremas del eje de rotación de
un planeta, entre las cuales caben una multitud de intermedias.
Si fijamos la vista sobre la posición de la Tierra en el plano de
au órbita (Fig. 17), notaremos que está lejos do girar perpendicu-
larmente, si.uo que al contrario está muy oblicuamente inclinada
10brc este plano. Su eje de rotación está, en éfecto, inclinado en
más de 23 grados sobre la perpendicular al plano en el cual se
mueve alrededor del Sol, lo que da a nuestro globo tres zonas
bien distintas y caracterizadas por climas espedales: la zona
t6rrida, las zonas templadas y las zonas glaciales. Estas diversas
l'egiones están lejos de ser igualmente habitables: por un lado los
fuegos del ecuador se manifiestan poco propicios al mantenimien-
to y larga duración de la existencia, cuyos resortes, incesante-
mente fatigados por un calor insoportable, se gastan en muy poco
tiempo; por otro, el rigor de los climas polares es incompatible
con las funciones de la vida humana y con las necesidades de la.
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138 CAMILO FLAMMARION

organízac10n, tanto animal como vegetal.


La oblicuidad del ecuador terrestre sobre la eclíptica, que
resulta ue la incHnación del eje de rotación, ejerce una in fluen-
cia fundamental sobre las condiciones de existencia de los seres
vivientes, y por consiguiente sobre las condiciones de nuestra es-
pecie misma, a pesar de nuestra naturaleza más personal, inde-
pendiente y más activa; e.'lta in:Onencia se da a conocer bajo un
doble aspecto : en las vicisitudes de las estaciones y en la diver-
sidad de los climas. De modo que un cambio notable en esta
oblicuidad, una aproximación del e,jc hacia la perpendicular, dis-
minuiría en otro tanto la diversidad de las estaciones y la oe los
climas, e indicaría, para la economía general de los mundos en
que se encontrara realizada, condiciones de habitabilidad preferi-
bles a las que posee el nuestro. Esto es lo que eJ..'Í.ste en realidad
sobre otros planetas, en los que la oblicuidad es menor que la de
la Tierra, y es lo que hace maní fiesta la inferioridad de nuestro
estado astronómico. ''Sin dejar de resignarse a una disposición
que no puede modificar, la humanidad -escribía un filósofo, que
hoy sería más estimado de lo que es, si no hubiese querido serlo
demasiado durante su vida, y sobre todo al fin de sus días (l)-
no puede, sin embargo, reconocer a Ja Tierra la perfección abs~
luta que naturalmente exige el optimismo teológico; puesto que
pueden fácilmente imaginarse mejores dic;posiciones, y aun s~
hallan establecidas en otras partes. Vanamente intentaría la filo-
sofía antigua eludir esta e\idente dificultad, alegando la preten-
dida solidaridad de nuestra vertladera oblicuidad de la eclíptica
con la economía general de nuestro sistema solar; una sana apre-
ciación directa, confirmada especialmente por la mecánica celeste1
demuestra con claridad que este elemento constituye p&ra cada
planeta un dato esencialmente independiente de todos los demás,
y con mayor razón, de la disposición efectiva del mundo. . . Res-
pecto a los clima<;, aun más que con relación a las estaciones,
ninguna inteligencia clara puede hoy dia negar que si los esfuer-
zos materiales de la humanidad combinados pudiesen alguna vez
permitirnos enderezar el eje de rotación de nuestro globo sobre el
plano cie su órbita, las disposiciones existentes serían realmente
muy mejoradas, con tal que este perfeccionamiento fuese, por
otra parte, operado con toda la prudencia conveniente, puesto
que la Tierra acabaría de este modo por hacerse más habitable.
Reconociendo que nuestra acción, siempre más limitada que nues-
tra concepción, no podría llevar a efecto tal operación mecániea,
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 139

importa, :>in cmbstrgo, que nuestra resignación a los inconvenien-


tes que no podemos evitar, no degenere en una admiración es-
túpida de las imperfecciones más evidentes."
Palabras juiciosas seguramente, pero a las cuales es preciso
no dar demasiada importancia en sn aplicación exclusiva a la
Tierra, porque hay aquí 11na cuestión fundamental de fisiología
que C'Yiuninar y resolver. Desde luego dejaremos a un lado esa
idea novelesca del enderezamient{) de la oblicuidad de la eclíp-
tica; todo hC'mbre científico la desechará a priori. como una utopía
de marcn mayor, y no creemos que el mismo Comte la haya to-
mado nunca por lo serio; nuestros esfuerzos para modificar la
posiC'i6n de la Tierra, equivaldrían a los que producirían las hor-
migas queriendo hacer girar la c1ípula del Panteón.
No tenemos, pues, para qué hablar aquí de la realización de
una hipótesis irrealizable; pero debemos examinar cuál es la in-
fluencia de la oblicuidad de la eclíptica sobre el estado de la
vida en la superficie de cada mundo.
El único ejemplo que podemos tomar rs el de la Tierra, único
globo cuyo estado de vida nos es conocido. Pues bien; en nuestro
mundo. lal'l ítmciones df' la vida están íntimamente ligadas a su
condiéión astronómica. La naturaleza vegetal, que sirve de base
a la alimentación ele los animales y del hombre, se renueva según
el cnrso de las <'Uatro estaciones. A continuación del invierno,
que l'Cpresenta un período de sueño, sueño aparente, durante el
cual se cumple un gran trabajo de elaboración oculta, la prima-
vera ve el rcnadmiento de los seres :>' limita su juventud; el
verano hace suceder los fnltos a las flores; el otoño los madura
y permite su recolección. Esta es la vida de los grandes vegetales,
que sin parecer ellos mismos, vt.>n caer sus hojas y desaparecer
todo su adorno antes del invierno, para revestirse en la estación
primaveral do un vellón nuevo semejante al anterior. La vida de
las plantas máR pequeña.c; está todavía mlls Últimamente sometida
H Jos movimientos de las estaciones, y sufre más completamente
su influencia; el trigo, por ejemplo, que alimenta a más de la
<'ttarta parte del género humano, el mijo, el maíz y otras g¡·amí-
neas que alimentan al Mediodía de la Europa, a la India, y a
las reg-iones tropicales; el arroz, el durra y otras substancias ali-
menticias, son otras tantas plantas llamadas anuales por los bo-
tánico~, porque drben al invierno la facultad, preciosísima para
nosott'OH, uc morir para renacer en la primavera. Sin el invierno,
ni el trigo ni los demás cereales darían espigas, ni reproducirían
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140 .CAMILO FLAMMARIO~

laq iítilea COSQcbas a las cuales debemos una parte de nuestrll


mbsistcncia; este hecho está fuera de discusión, y tenemos de
I"Ilo el ejemplo en la diversidad de alimentación, cuya sucesión
tiC observa desdo nuestras latitudes hasta. el ecuador. Mas no es
únicamente al invierno al que debemos nuestras espigas de oro
del mes de julio y nuestras mieses opulentas, es también a lll
~tación opuesta, al verano, que ofrece una distancia correlativa
Ptttrc su temperatura media y la de la primavera. El trigo re-
quiere para madurar 2.000 grados de calor acumulados a la larga;
ltL vid todavía más; la cebada 1.200 solamente. Po1· consiguiente,
la sola tcrnpera1ura de nuestros equinoccios no sería suficiente
para dar sazón a nuestros cereales. Nuestras p lantas han nacido
para nuestro globo y para la condición en que se halla, y todo
no.~ demuestra, según un dicho del doctor Hwfer, que "todos loe
f\Uerpos dr Ja Naturaleza deben sus propiedades a las condicionC8
ordinarias en que se halla colocado el globo que habitamos". La-
Y.os indisolubles unen los seres terrestres a la Tierra, y es incon-
testable que una transformación cualquiera en la intensidad re-
• l&tiva de las estaciones, produciría una transformación inmediata
t10. los fenómenos de la vida del globo. Esta vida, cuya relación
con nuestra condición astronómica es tal, que todos los seres, ani-
males y vegetales, llevan en sí el instinto de prever las variacio-
nes inevitables de la temperatura y de obrar de conformidad con
«'6ta previsión, de vivir aceleradamente toda su vida durante los
últimos días buenos o de prepararse a la muerte pasajera que
ha de traer su próxima renovación ; esta vida terrestre, decimos,
está circnnscripta entre ciertos limites que muy probablemente no
podría tl·aspnsar; oscila alrededor de una posición media, en la
que están reunidos los elementos en toda su plenitud; se aleja
hasta ciertas distancias, pero parece al mismo tiempo quedar
siempre sujeta a las condiciones inherentes a nuestro globo. Pucs
bion, aunque podamos decir que si, por un fenómeno cósmico cual-
quiera (lo que no puede suceder en el orden actual), la oblicuidad
de nuestra eclíptica fuese disminuída, y si una ley lenta y pro-
gresiva, como todas las leyes de la Naturaleza, aproximase gra-
dualmente nuestro eje de rotación a la perpendicular, nucstrru~
estaciones seria11 por esto mejor armonizadas, nuestros climas
mejor definidos y más constantes, y nuestros días menos dcsi¡,'lla-
les; no podemos sin embargo afirmar que las condiciones de la.
vida te1-nstre, así transformada, fuesen preferibles para nosotros
a las que existen actualmente: esto fuera una suposición un poco
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 141

arbitraria, y, sin duda, contraria, la realidad, en razón a que la.


vida terrestre ha nacido en la superficie de nuestro globo, en
correlación estrecha con la condición de este mismo globo. Pero
se puede, sin contradicción, afinnar que alU dondo las co-x4icw.
'M8 s~ p?"eferibles, la vida 1uJ, aparecido e11. u1~ estado supeT"Wr,
oorrclativo con esas mismas condiciones; y que en donde el régi-
men astronómico constituye un grado de habitabilidad superiot·
al de la Tierra, las fuerzas de la Yida se han desarrollado en
poder y en energía y han dQ.do nacimiento a seres conformado~
para vivir en med1o de un esplendor constante, así como nosotros
lo c~:~tmnos para vivir en medio de nna indigencia irregular. ·
Las estncionr.s, cuyas consecuencias biológicas para nuestros
t~limas hemos bosquejado en pocos 1•asgos, deben ser consideradas,
sin qne sea necesario extendernos sobre este particular, como
afectas a los dos hemis.ferios de nuestro globo: a nuestro hemis-
ferio, que tomamos por término de comparación, y nl hemisferio
opuesto. St• sabe 4ue se suceden inversamente en el uno y en e1J
otro; que el polo boreal y el polo austral se presento.n alternati-
vamE>ntc al Sol en el intervalo de un aijo, y que, mientras nos-
otros tenemos aquí primavera, verano, otoño <' invierno, los babi-
tantr~ rle las latitudes diametralmente opuestas tienen otoño.
invierno, primavera y verano. El moyjmiento de las estaciones,
indicado para un lngar determinado, debe por consiguiente ser
implícitamente aplicado a todos los puntos del globo, no olvidan-
do, sin embargo, tener en <'nenta la diferencia de latitudes, puef;
este movimiento, inapreciable en el ecuador, está tanto más carac-
terizado cuanto más se aleja 1mo hacia los polos.
Tales son las consecuencias primeras de la oblicuidad de la
oclíptica, <'Onsecuencias fatales y absolutas por más quo haya11
rscrito ricrtos teóricos equivocados. .Al contrario de los que éspt~­
l'fill un:1 r t>novación del globo en el porvenir, muchos han sentado,
sobre todo entre los antigt1os, que la Tierra giraba C'D otros tiem-
J>Ol' pcrpl'ndicularment.c al plano de sn 6rhita; que en la époe11
de la primera aparición del hombre sobre la Tierra, una prim.a-
Yera pcrpctna embellecía y enriquecía nuestro globo, y que en la
pro!lecución de las edades, esta Tiena, se inclinó poco a poco
hasta su posición actual. Este es un brillante desvarío, muy propio
parn unirlo a las delicias de la edad de oro, 110 magnífico marco
que guarnece maravilJosamente las seductoras epopeyas bajo la~
<•ualcs lum qucl'ido lo:: poetas presentar la misteriosa cuna de nueR-
tra raza. El epicúreo 0-.idio, en el libro I de las Metamor{o51N,
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142 CAMILO FLAMMA.RION

y el pohre l\Iilton, en el cauto IX del PMaíso ptWdido, se han


e>.:tendido con complacencia sobre este antiguo privilegio, y SE'
han avenido mejor sobre este heeho, de lo que a primera vista
podía esperarse de cada uno de ellos ; otros poetas han cantado,
o por mejor decir, llorado, como éstos, sobre la decadencia ima-
ginaria de nuestro mundo; y hay filósofos que han sostenido,
Riguiendo a Ana.xágoras y a Enópides do Chío, que la esfera,
primitiva mente derecha, se había inclinado por sí misma, con
posterioridad al nacimiento de los seres animados.
IIoy clía puede afirmarse que todas estas teorías no tienen
hmdamcnlo alguno; los grandes trabajos de Euler, de Lagrange
y de Laplncc, han establecido que la variación del eje terrestre
está eircunscdpta en ciertos límites, y lJ.UO la oblicuidad de la
eclíptica oscila apenas algunos grados de cada lado de uua posi-
ción media. Mientras que la mutación del eje terrestre depende
úniemnente de la influencia del Sol y de la Luna sobre el apla-
namiento polar de nuestro globo, el estado de la oblicuidad de la
eclíptica resulta del movimiento de todas las órbitas planetarias.
Esta oblicuidad disminuye actualmente cerca de medio segundo
en cada año. E l 1o de enero de este año (1862) era de 23° 27'
15", 90; será .;1 1'1 de enero de 1863, de 23° 27 ' 15", 43; el l 9
de enero de 1864, de 23° 27 ' 14 11 , 97, etc. Ilacc un siglo, en
1762, era de 23° 28' 2", 66 ; dentro de un siglo, en 1962, será
(le 23° 26' 29 '', 11, et<>. Pero esta disminución (que es constante
y que puede calcularse para una serie de muchos siglos) está muy
lejos de ser in variable para mayor espacio de tiempo; es una serie
decreciente, y llega rá una época en la que será completamente
anulada, y la oblicuidad volverá a tomar un movimiento inverso
para crecer gradualmente basta un cierto límite. Si la oblicuidad
disminuye al presente, es como consecuencia de la distribución
actual de las órbitas planetarias: dentro de algunos millares de
años, t-sLa distribucióiJ habrá variado de tal manera que resultará
un aumento en sentido conttario. Por consiguiente, este elemento
ash·onómico es, como todos los demás, relativamente col;lStante,
y sobre ningún hecho científico pudiera apoyarse para sentar qul'
en una época anterior las condiciones de habitabilidad de la Tierra
hayan sido superiores a lo que hoy son, así como tampoco se
puede esperar en el porvenir un mejoramiento de nuestras con-
di<'ioncs física~ tlc existencia.
T.Ja teoría que acabamos de e.xponer sohre la marcha y el va-
lot· de las estaciones considera estl' f<'nómeno desde su punto de
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 143

vi 'ta más importan te : como una de las consecuencias de oblicui-


dad de la eclíptica. Pero para completarla más, debemos añadir
que esta especie de estaciones no son las únicas a que están so-
metidos la 'ricrra y los planetas; hay otras, menos apreciable!<
nara nosotros, pero reales, sin embargo; éqtas son las que resultan
de la excrnf r·icidad de las órbitas planetarias. Se sabe que los
planrtas no se mueven en el espacio siguiendo circunferencias
regulares, sino siguiendo elipses, uno de cuyos focos ocupa el Sol,
y que. por cow;ecueneia de este movimiento, están tan pronto mM
lejanos, tan pronto más próximos al astro solar. La distancia que
los separa de este astro varía de un día a otro, de,sde su máxi-
mum, que se verifica en el atelio, hasta su mínimum, que se
efectúa en el prrih<'lio. Así es que la Tierra estíl cerca de 1.260.000
leguas más próxima al Sol en el perihelio (solsticio de invierno
para nuestro hemisferio) que en el afelio (solsticio de verano):
se da el nombre de excentricidad a la mitad de la diferencia que
exisw entre Jaq distancias de un globo al Sol en estos dos }')untos
c•xtremos.
Eslas cstaeioucs que dependen, como se ve, de la distancia
variable de los planetas al Sol, son poco apreciables para la
'I'iell'a, porque su exeentricidad es muy corta (es de 0.01679), y
porque las estaciones que dependen de la inclinación de su eje
soH muy caracterizadas; pero tienen un valor bastante pronun-
fÜa<lo sobre los planetas cuya órbita es muy prolongada, y se
1:1.ptoxima a Jns largas elipses cometarias. Aparte de los pequeños
planetas situados entre Marte y Júpiter, algunos de los cuales
manifiestan una excentricidad considerable, pero que no merecen
gran importancia en la teoría que nos ocupa. Mercurio es el mun-
do sohre el cual están más caracterizadas esta clase de estaciones.
Su <'xccn tricidad es trece veces mayor que la de la 'fierra, de
donde rcsulta que la di<;tancia del astro al Sol varía, del peri-
helio al afelio, casi en la relación de 4 a 7. La luz y el calor
solat·es son por esto dos veces más intensos en el perihelio que
f'D el afelio; es como si nos figuráramos en cierta época del año
un segundo Sol que viniese a colocarse en el cielo junto a nuestro
!::iol hahitual. En Júpiter no existen nuestras estaciones ordina-
t•ias y lus PStaciones rlrpendientes de la cxcE'ntricidad son pre-
ponderantes.
La excentricidad ele la órbita terrestre va actualmente dis-
minuyendo, como la oblicuidad de la eclíptica; y esta disminu-
ción es dr nna lentitud extremada : no varía más que en 0.00043
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CAMILO FLAMMARION

por siglo. Está además eireunscripta entre muy estrechos límites


Poisson, en la Oomtaissanco des tcmps para 1836; Arago en su~
.Votices scienti{tqucs, y otros ge6metras, han establecido que la
influencia de las \·ariaciones sooulares de la cantidad de calol'
solar recibido por nuestro globo sobro su temperatura media, está
limitada a un movimiento casi insensible. Como llevamos dicho,
la condición astronómica de la Tie'l'ra <'S relativamente estable y
pennanentc, a lo menos para millares de siglos.
Volviendo a la teoría de las estaciones ordinarias en el punt()
PU que la hcmo~ dejado, estamos en el caso de hacer notar la
diversidad que exit~te entre los otros mundos y la Tierra, diver-
sidad qur da n cllda uno de ellos elementos especiales, y cuyo
~xamen e,<; de gran importancia en la cuestión do su fisiología
general. Empezando por los planetas cuya condición difiere má."
de la nuestra, mencionaremos a Urano, Mercurio y Venus, quP
tienen estaciones y climas excesivos¡ luego a Saturno y Mart€,
cuyus .t'Staciones son con corta diferencia análogas a las nuestras:
.Júpiter es un mundo aparte, privilegiado sobre todos los demás:
goza de una sola e igual estación durante su largo período anual ¡
el día y la. noche son en todas partes de igual duración; clima.~
constantes, afectos a cada latitud, declinan en matices armonioSO@
desde el ecuador a los polos. Si aplicásemos nuesh·as considera-
ciones a la fisiología de los satélit<'s, añadiríamos que nuestra
TJuna está Altamente fa\·orecida, pues sn eje de rotación sólo está
inclinado !.'11 2°; el verano y el invierno se confunden allá arriba
en una ~>ola estación, uniforme y permanente, igual a la duración
del afio (veintinueve días), y no hay allí más transiciones que
las del día y de la noche que duran cada cual un medio año
lunar, esto es, cerca de quince dias. Añadiremos también que
desde el punto de vista de la lentitnd de los períodos qne se
uividcn la Yida, los habitantes de los anillos de Saturno (si ee
que cxíst en) están tal vez más :favorecidos que los Selenitas, pulll'
cuentan años de un solo día y de una sola noche, años iguales a
treinta de los nuestros. P<'ro las conseeucncias de estas condici~
nes y las hipótesis que se pueden establecer sobre estos element.ol'
desconocidos, se separan demasiado de los límites <le la eicncifl
para que debamos ocuparnos aquí de eHos.
Decíamos, pues, que el más favorecido de todos los planetas
bajo la r<'lación del x·égimen astronómico que examinamos aquí,
así como bajo la mayor parte de los que hemos examinado ante-
riormente, es el gigantesco y magnífico Júpiter, cnyas estacionC8,
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 14~

graduadas en matices insensibles, tienen t~mbién la ventaja de


durar doce veces mús que las nuestl·as. Allí está el tipo r~lizado
del mundo que las aspiraciones humanas han imaginado más allá
de los tiempos, en el pasado o en el porvenir; allí está el mundo
superior <:uya distante perfección jamás alcanzará la Tierra. Ese
gigante planetario parece colocado en los cielos corno un reto a
los débiles habitantes de la Tierra, o mejor dicho, como un símbo-
lo de esperanza que debe al<>ntarlos en sus esfuerzos de ciencia y
de virtud, haciéndoles entrever los cuadros pomposos de una larga
y fértil existencia. A 61 m;, en verdad, al que deben aplicarse estas
palabras de Brcwster: ''En un planeta más magnífico que el nues-
tro, se pregunta el célebre físico (~), tno puede existir un tipo de
inteligencias, de las cuales la más débil sería todavía superior a
la de Newton? Sus habitantes, ¿no se servirán de telescopios más
penetrantes o de microscopios más poderosos que los nuestros 7 6No
tendrán procedimientos de inducción más sutiles, medios de aná-
lisis más fecundos y combinaciones más profundas! ,No se habrá
resucl to allí el problema de los b·es cuerpos, explicado el enigma
del éter luminífero, y contenido la fuerza trascendente del espíritu
en las definiciones, Jos axiomas y los teoremas de la geomch·ía J
¿Gozan acaso sus hombres de un elevado poderío de razón que
los conduce a una apreciación más sana y a un conocimiento más
perfecto de los designios y de las obras de Diosf Pero, cuales-
quiera que sean SllS ocupaciones intelectuales, ¿quién dudará que
ellos estudian y desenvuelven las leyes de la materia, que están
en acción a su alrededor, encima, debajo, y entre ellos, en los
ciclos?"
Aw1que ignorásemos si Júpiter está actualmente en la.'l condi-
ciones de habitación intelectual, o si gracias a la temperatura
elevada que parece haber conservado hasta nuestra época, ew halla
toda>ía en el estado en que se encontraba la Tierra al principio
de los períodos geológico~; sin embargo, como no hay ni pasado
ni porvenir para la Naturaleza, pues en ella el presente es eterno,
la época es relativamente indiferente, y ese mundo es o será. en
todos casos muy superior al qne nosotros habitamos.
En cuanto a nosotros, que estamos sujetos a la bola terrestre
con cadenas que no nos es dado romper, vemos extinguirse sucesi-
vamente nuestros días, con el tiempo rápido que los consume, con
los caprichosos períodos que los dividen, con esas estaciones dis-
paratadas cuyo antagonismo se perpetúa en la desigualdad con-
tinua del día y de la noche y en la inconstancia de la tempera-
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14-fi CAMILO FLAMMARION

tura. ¡ Cuáu lejos e tá la condición de la 'riel'l·a de 111 de ese


mundo que consideramos desde el primer mom<'nto, en donde los
díus suceden a los días, los años a los años, siguiendo períodos
iguales y constantes!, mundo al que se acerca en el más alto
grado al espléndido .Júpiter, mundo que existe ciertamente entrt"
la nwltitud de planetas que circulan alrededor d<> los soleR, del
<'..Spacio, mlmdo en donde, al abrigo de las transiciones de calor
y de frío, de sequedad y humedad, y de las variaciones incesantes
del equilibrio de la temperatura, las funciones de la economía
viviente se cumplen sin alteración, y, lejos de oponerse a las ope-
ra(>ioues del pensamiento, se han eri~ido en protcetor<'S de la in-
t~ligencin r
¡Lejos de nosotros la idea de terminar este estudio con Ja-
mcntacione:~ sobre nuestra pobre condición humana! Pero no será
inútil, sin embargo, hacer constar aquí, por hechos irrecusables,
que la Tierra es~ lejos de ser el mejor de los mundos posibles.
Por todas partes la Naturaleza lucha contra el hombre, en lugar
de 'lecundarlc en sus miras: es muv a m<'nudo uu adversario a.
quien debemos dominar con toda 1~ extensión de nuestro poder
y sobre el cual debemos extender nuestro imperio. "Nuestro ré-
gimeu, dice un filósofo contemporánoo en una obra que todos
debieran conocer e~)' nuestro régimen puede traducirse por este
solo hecho: que nos hl'mos visto obligados a dejar el aire libre
del campo para refugiarnos en lugares más agradables. La Na-
turaleza terrestre no nos da más que una muy mala hospitalidad;
no tan sólo no nos muestra belleza alguna que no esté en alguna
parte echada a perder por alguna fealdad, sino que sin atender a
nuestras necesidades, después de haben~e complacido caprichosa-
mente en acariciarnos un instante, se lanza a excesos de clima
que no podemos soportar sin dolor, y nos obliga a guarecernos de
sus injurias, sin dejar de utilizar sus beneficios. Esto lo conse-
guimos, gracias al poder de nuestra industria, en el interior de
casas bien acondicionadas. En ellas nos formamos un mundo apar-
te, sujeto a nuestras leyes, tan independiente del exterior como lo
e.x1gen nuestras conveniencias, y en el cual, desafiando las in-
temperies, disfrutamos a nuestro gusto días apacibles . . . Sin em-
bargo, toda nuestra industria, no sabría evitar que, si queremos
gozal' de toda la extensión de territorio que nos está concedida,
no tengamos que resolvernos a sufrir, a placer de la Naturaleza,
el frío y el calor. Es una de las fatalidades de nuestra residencia
actual, y no es probable que nuestro poder sea jamás capaz de
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 147

extenderse lo bastante para modificarla completamente. La cons-


titución fundamental de la Tierra no nos deja más alternativa
que escoger entre dos esclavitudes: la esclavitud de las estaciones
o la esclavitud de la habitación".
Abarquemos, si es posible, bajo una sola mirada, la población
humana que cubre la Tierra, y confirmemos que este globo dista
mucho de estar a la conveniencia del Hombre, y que la esterili-
dad de s1i planeta, fuerza a ese rey de la Tierra, a emplear la
mayor parte de su tiempo en la adquisición de los medios de
subsistencia. Las plantas de que se alimenta han de ser sembradas,
cultivadas y preparadas; los animales de que se sirve para sus
numerosas necesidades, han da ser abrigados por él contra la in-
temperie de las estaciones; le es preciso edificar sus viviendas,
preparar sus alimentos, dedicarles asiduos cuidados y convertirse
él mismo en su esclavo. Solo en medio de la Naturaleza, el Hom-
bre no recibe de ella el menor concurso directo; utiliza lo mejor
posible las f11crzas ciegas, y si halla con qué vivir sobre la Tierra,
•~'i por un trabajo continuo y no en virtud de las buenas dispo-
.sicioncs de la Naturaleza. Vemos a esta misma Naturaleza terrestre
devorar cada año millares de hombres que van a buscar el aliento
del progreso al otro lado de los mares, sacuilir y destruir en un
abrir y cerrar de ojos las ciudades en donde han establecido cen-
tros de civilización, abrasar las producciones de la tierra con un
calor tórrido o inundarlas con torrentes de lluvia y el desborda-
miento de los ríos, o sembrar la muerte sobre vastas comarcas.
desencadenando sobre ellas las más espantosas tempestades ( 5 ).
Contemplemos a esas multitudes jadeantes y encorvadas hacia
la tierra, quebrantadas por un trabajo muchas veces estéril, y
cuya inteligencia está cerrada por la implacable necesidad a las
bellas y nobles aspiraciones del pensamiento 1 Paseemos nuestras
investigadoras miradas por la superficie del globo terrestre: por
todas partes el mismo espectáculo desconsolador. Y si cncontra.
mos aquí o allí palacios donde brilla el lujo, interroguemos a ese
lujo para conocer a qué precio ha sido acumulado; analicemos, si
es posible, las fatigas que ha costado ... y en los palacios mismos
en donde resplandece su suntuosidad; penetren nuestras miradas
esos artesonados de oro, y también allí hallaremos ojos bañados
en llanto! Entonces sabremos que la inteligencia humana de vas-
tos pensamientos, no ha establecido su reinado aquí abajo, donde
todo obedece a las exigencias de la materia; afirmaremos que la
inmensa mayoría do los hombres se afana para proporcionar a
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CAMILO FLAMMARION

un número muy eorto las comodidades de la vida, quedando ella


misma en un triste infortunio; y reconoceremos ln inferior·idad
manifiesta del mtmdo en que estamos !
Si las precedentes reflexiones no fuesen suficientes, conside-
remos que además de esta enemistad de la Naturaleza exterior.
hay otra más temible todavía, que se nos mnnifiesta por las fuer-
zas intf"> riores que rigen a este mundo. La constitución geológica
del globo terrestre no tiene tampoco nada. de consolador para nos-
otros, y aunque los grandes íen6menos de la Naturaleza se efec-
túan ordinariamente con gradaci6n y lentitud. atmque las !'evolu-
ciones más importantes del globo parecen haberse efectuado con
calma y periódicamente, a1ú está la Ilistoria para enseñarnos que
con demasiada frecuencia funestos cataclismos ban venido a es-
parcir la confusión en la escena del mundo. Nuestros campos,
nuestras ciudades y nuestras habitaciones descansan sobre un océa-
no do materias incandescent('s, que de un siglo a otro, pueden hnn-
dirse y tragar a todo un pueblo en sus abrasadoraS! profundi-
dades. Las observacione:s termológicas y metalúrgicas sobr«' ~'
crecimiento progresi"o de la temperatura, a medida que se des-
ciende hacia el centro de la Tierra, y los hechos gcognósticos
que universalmente se han comprobado en los dos hemisferios,
han confinnndo que la C'Orte?.a sólitla del globo no ti<•ne más que•
diez leguas de espesor {6 ). Semejante l1echo, dice Arago, ex-pliM
las reacciones incesantes ejercidas contra la!i partes débiles ele 1&
cubierta sólida de nuestro planeta por las materias flúidas inte-
riores. A una decena de leguas por debajo ele la superficie que
habitamos, las substancias conocidas como de mayor l'esistencia
a la fusibllidad están en fusión; y sabemos qllC debajo se ex-
tienden regiones perpetuamente atormentadas por las reacciones
centrales, que está. cubierta constantemente en agitación por la
activiclad incesante de las fuerzas subterráneas, hasta el punto
que revoluciones interiores producen a menudo en la superficie
teni!Jies temblores de tien-a, y que tma fluctuación poderosa po-
dría, en un momento dado, levantar el seno de los mares, e in-
clinando sus aguas sobre nuestras comarcas, tragarnos, al mismo
tiempo que pusiera. en seco sus lechos transformados en continen-
te.~. Una revolución geológica pudiera. también r¡uebrantar cual-
quier día, en mil fragmentos, esta frágil corteza sobre la que nos
consideramos en seguridad, y dispersar sus restos en el espacio.
Esta.c; consideraciones son muy propias para atenuar en nosotros
el sentimiento de seguridad sobre que descansamos con tanta con~
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PLUR..<\LIDAD DE MUNDOS HABITADOS

ia.nza y sólo tenemos una razón en favor nuestro: la de la lenti-


tad de 'lo~ movimicnt~s geológicos. Pero, aunque quisiésemos pen-
sar que estos fenómenos no suceden sino a largos intervalos, ante
Jos cuales la duración de nuestra vida es completamente insigni-
ficant<>, esto no impide, sin embargo, que sucedan en realidad y
permanezcan como eternos enemigos de nuestro progreso y de
nu~tra feli<>ülacl. Ahora, después de tales reflexiones, 'podrá pre-
ttJmlcrs<> todavía que f'Hte globo sea, ni aún para el hombre, el
mejor d<> los mundos posibl<>s, y que un gran número de otros
cuerpos cclestt>s no puedan serlo infinitamente superiores, y reu-
nir mejor que ál las condiciones favorables al desarrollo y a la
Jat·ga duración de la existencia humana? Lejos de colocarse sobre
loR d<>más astros, se admirará que la vida haya establecido en él
una rcside11ria, y sr confesará. que si está también poblado, es
porque la Natnralcza es prodigiosamente fecunda, y engendra se-
t~ allí mismo donclc el hombre no se hubiera atrevido nunca a.
nonccbirlos. St> comprenderá que no ha poblado la Tierra, sino
porqnc está en su es(>ncia producir la virla en t~das partes donde
fmy ntateria para recibirla, ~· lejos de pensar que ha apurado su
fuente inagotable multiplicando de tal suerte los seres en su su-
perfici<', se encontrará, en la dh·ersidad y en la infinidad de sus
producciones, una prueba elocuente de que no se ha agotado de-
•·orando a los demás mm1dos Mn una multitud innumerable de
c•rintnrn-;, puesto que aun ha podido producirlas aquí abajo.
Así, pues, no solamente la posición astronómica de la Tierra
en la ch·hita que recorre, sino también las disposiciones normales
ite sn natuJ·aleza y su constitución geológica y climatológica, noe
pt·urha n que ella está lejos do ser el mundo más :favorablemente
1 stablceido pura el t'ntretonimienro de la existencia. Las diferen-
•·iao.; de <'dades, de posiciones, de ma as, de dettsidades, de magni-
tudeH, de centros, de condiciones biológicas, cte., colocan a un
númcJ'O de ott·os mundos en un grado de habitabilidad superior
al de la Tierra en el inmenw anfiteatro de la creación sideral.
a
'\fuestro estudio sobre los cielos va a conducirnos ese panorama
'ipléndido. 1\luudos superiore~, residencias magníficas de altas
'ntcligeneias, constelan la extensión ine"'J)lorada do los lejanos
• 'Pa<'ios. En esos mundos es donde Ja humanidad vive tranquila
v gloriosa, protegida por un cielo puro y bienhechor, en medio
de uua temperatura constantemente en armonía con las funciones
del organismo y gozando en paz de las disposiciones benévolaa
de l1l Naturalt•za. Una primavera eterna, quizá más diversificada
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HiO C.\MILO FLAMMARlON

por encantos siempre nuevos que nuestras más desiguales esta-


ciones, decora a <'SOS mundos afortunados, en donde el hombre está
libre de toda ocupación puramente material, exento de esas ne-
cesidades groseras inherentes a nuestra organización terrestre;
en donde, en vez de mendigar su sustento a los restos de otros
sere.11, está dotado de órganos que lo aspiran insensiblemente en
el medio vital ; en uonde, en lugar de estudiar con trabajo la
ciencia del mundo, sentidos más delicados y un entendimiento
más perfecto le revelan las maravillas de la creación y sus leyes
universales. Allí, los lazos dorados del amor reúnen a todos los
miembros de la humanidad como una inmensa familia: el hermano
no es oselaYo del hermano, y ni las rivalidades sangrientas de la
gloria guerrera, ni lns discordias de la envidia alteran su eterna
paz; ¡y quién sabe Hi el veneno de la muerte no circula ya en
las venas de <'Sas humanidades de arriba, y nuestra muerte he-
lada no es para ellos más que la partida de un alma hacia fa-
milias queridas! Allí, el género humano ha llegado al eampo de
]a Verdad; religión, ciencia y filosofía se dan la mano; Dios no
estA ya tan distante: se Ie adora sin encerrarse bajo un cielo
de piedra; la Naturaleza es el templo, y el llombre es el sa-
<'.crdote. Allí, en fin, el hombre contempla sin velo el panorama
soberbio de los cielos infinitos, sigue con su vista penetrante las
peregrinaciones de los mundos, y conversa por medio de faculta-
des maravillosas con los habitantes de las esferas vecinas.
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 1111

NOTAS DEl. CAPITUI.O TEftC~RO

( 1) Libro V , 1: Los habitantes de los otros mundos.


(2) Augusto Comte, Troilé philosophique d' Aslronomil' populaire, 1'
parte, cap. II y 111.
(3) Mort Worlds than One, cap. IV.
(4) M. Jean Reynaud, Terre et Ciel, phílosophi1 religí1use, p. 55 y !S9.
(G) ¡Cuántos ejemplos podriamos citar sobre las condiciones tan inhos-
pitalarias de la Naturaleza terrestre! Para no citar más que uno, recordarr-
mos que el ciclón que ha asolado a Bengala en el mes de septiembre de
1876, ha destruido en dos horas doscientos quince mil seres humaDos. Y eao
rmbargo, tate no es mál que un detalle de la Meteorologla terrestre.
(41) Véase el Apéndice, nota E, Sobr1 la constituci6n interior d6l glob9
t1rrestre.
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LIBRO CUARTO

CAPITULO

(
I
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WSCIELOS

Por la dignidad de su objeto y por


la perfección de sus teorías, la As-
tronomía es el monumento más ad-
mirable de la inteligencia humana.
LAPLACE

LOS CIELOS

Inmensidad de los cielos. - Cómo los siete mil millones de leguas de nues-
tro sistema planetario son una insignificante cantidad. - Sistemas este-
larias. - Distancia de las estrellas más cercanas. - Velocidad de la
luz; duración de su trayecto para lle«ar desde las estrellas hasta no.rotro..
- Las transformaciones de los astros; estrellas periódicas; estrellas que
han aparecido súbitamente. - Determinaciones sobre el número de los
astros. - Más allá del cielo visible. - Estrellas dobles. - Nebulo~a1;
la Vía láctea es una nebulosa de la que nosotros formamos parte; sus
diez y ocho millones de soles. - Creaciones de los espacios lejanos. -
Ultimas regiones exploradas por el telescopio. - Más allá. - ¡ El infinito!

¡LA VIDA UNIVERSAL! lle aquí lo que la Naturaleza nos en-


seña por medio de esa voz íntima y poderosa a la vez que habla
en todos los lugares del mundo; de esa voz que atraviesa los es-
pacios y se hace oír en los cielos a los habitantes de todas las
tierras que se ciernen en los mismos; de esa voz que se dirige
al alma y que todos los hombres creados pueden comprender. Ile
aquí lo que anunciaba en otros tiempos a nuestros sabios, a nues-
tros poetas y a nuestros íil6sofos cuyo genio se había elevado
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156 CAMILO FLAMMARION

hasta ella por su solo poder1o. He aquí lo que viene a dcmostrat


hoy día por medio de los descubrimientos modernos de la ciencia,
que después de uua lucha de quince siglos, ha logrado al fin pe-
netrar sus primeros secretos. A pesar de la impericia de su in-
f~tprcte, ha hablado de nna manera bastante elocuente para atraer-
oo los espíritus y los <'Orazoncs; pero la convicción que trata de
~>stablecer en nosotros debe ser profunda e indeleble, y por tanto
no quiere abandonar aún el cuadro que ha desarrollado a nuestra
vista. Actualmente queda admitido, así lo esperamos por lo menos,
que la pluralidad de mundos no puede asegurar que ta~ o C1ta1
munrlo rlcterminado esté al p1·esente necesariamente habitado: es
preciso cuando menos admitir, en tesis general, que la habitación
NI el estado uorrual de los mundos. Pero hay una consideración
más general que las quo pteceden, que ha de venir ahora a coro-
narlus y confirmarlas. El mic1·oscopio nos ha revelado que el Po-
der creador ha esparcido la vida por todas partes sobre la Tierra,
y que por debajo del mundo visible hay seres de la m!Í.S extrema
pequC'iíez; el telescoz:rio nos va a enseñar que es imposible a nues-
tro espíritu abarcar toda la extensión de este Poder, y que, según
el dicho de PasC'al, por más que llevemos tmeatras cone<'pciones
m~ allá clr los e.'3pacios imaginables, no C'llgl'ndraremos más que
átomos a costa de ln realidad. He aqtú, en efecto, el cuadro más
ma~nífico que puedan admirar nuestro~ ojos, el espectáculo más
imponente del que sea dado al hombre ser testigo: ¡el de la TN-
VEN lDAD DE LOS CIELOS!
Primeramente, nuestro sistema planetario tul como lo hemos
presentado, esto es, terminando en la órbita do Neptuno, que,
sin <'mhargo, no midt' menos de siete mil millones de lehruas de
<'irounferencia, no reduce a estos estrechos límites el imperio in-
menso dol Sol. Además de que otros planetas desconocidos, más
lejanos que Neptuno, pueden circular más allá de la órbita de
l>stc, ilmumerables cometas, sometidos igualmente a la. atracción
oolnr, surcan en todos sentidos las llanuras etéreas y vuelven en
época!'! (lC'~crminadas a beber a la fuente solar, fuente abundante
de luz y de rleetricidad. Nada tenemos que añadir aquí sobre 1a
nnturalcza de los cometas, como no sea decir QUe son aglomera-
cionc.q de vapores de una extrema tenuidad, y que penetran en
los ciclos u las mayores profundidades; tampoco tenemos nada
t¡ur tlccir de su número, sino que es inmrnso, scgúu todas las
probabilidades, y que se eleva a centenas de millares. Mas para
tl..!J' una idea de la extensión del dominio del Sol por la magnitud
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 157

de ]a órbita de algunos cometas, recordaremos que el gran cometa


de 1811 (F'ig. 18) emplea 3.000 años en cumplir su revolución,
y que el d~a 1680 (Fig. 19) no termina su inmensa revolución
sino después de una. carrera ininterrumpida de 88 siglos; que el
primero de estos astros se aleja a trece mil seiscientos cincuenta.
millones de leguas (13.650.000.000), y el segundo a más de treinta
y dos mil ulillones (32.000.000.000) !
Cualquiera que sea esta e.xtensión,. cualquiera que sea la in-
mensidad dt·•l dominio solar, las dimensiones precedentes, que nos
parecen prodigiosas, pueden, sin embargo, compararse apenas, tan
exiguas son, a las dimensiones que se consideran en los estudios
de la astrontoroía estelaria. Los n úrneros u~.ualcs de la astronomía
planetaria desaparecen junto a los números usados en ésta. Aqui,
y cuando CJSto es poaiblc todavía, no se cuenta ya por leguas o
por millone;s de leguas : se toma por unidad el radio medio de la
órbita terre!:ltre, igunl, como es sabido, a treinta y siete millones
de leguas (1).
t)i nncs:tro sistema solar es un tipo general en el orden ura-
nográfico, lo que es muy probable, esos vastos y brillantes soles
&on otros tantos centros de magníficos sistemas, algunos de loa
cuales son :semejantes al nuestro¡ otros pueden serle inferiores
y un ~ran l'I.Úmero le son superiores en extensión y riqueza pla-
netaria. Si ~:emejant e disposición de mundos alrededor de un astro
iluminador no se ve reproducida cerca de todos los soles del
espacio, debemos estar persuadidos, sin embargo, de que éstos
(I()D otras tantas hogueras de una vida activa, manifestada en mun-
dos dl•sconocidos, otros tantos centros de creaciones extrañas a
las que nosot.ros conocemos, poro grandes, admirables, sublimes,
como todo lo que germina en los surcos abiertos por la roano de
ia N aturale:~a.
Hermo~1o fuera abrazar bajo la mirada sin límites de nuestra
alma esa inmensidad prodigiosa en donde centellean las creaciones
del éter¡ hürrnoso fuera dar el último golpe al pequeño firma-
mento cristalino de los antiguos, y despojándonos para siempre
de la a.úeja ilusión que nos enseñaba a las estrellas girando a
igual dista.n.cia alrededor nuestro, atravesar con el pensamiento
los espacios sin cesar r enovados, donde se suceden los mundos
cstelarios. Vamos a tentar este viaje.
Para es1to, necesitamos primero considerar nuestro sistema
planetario eomo una pequeña flota de embarcaciones, bogando
aislada en medio de un vacío inmenso: nuestro Sol, ta.m.bién es-
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1~8 CAMILO FLAMMARION

trella, cerniéndo ·e entre las estrellas hermanas suyas, atravesando


eamo ellas los espacios sin fin, dirigiéndose actualmente hacia la
c>.onstclación de Hércules, arrastrando consigo a los planetas, agru-
pados a su alrededor como en torno de un protector, sin el cual
e:terínn en ln noche de la muerte; y saber que las estrellas seme-
jantes que, innumerables, pueblan el espacio, distan inmensamente
unas de otras. La estrella más cercana a nuestro sistema está dis-
tante más de 8.000 veces el radio de este sistema, 'radio igual a
1.100.000.000 de leguas. Tomando por tmidad el radio de la ór-
bita terrestre esta distancia es igual a 226.400 veces este radio,
o sea, 8.376.800.000.000 de leguas.
Esta es la distancia de la cstrc!Ja más inmediata, cúfa del
C1J11tiau1·o (l), de la única que cc;tá algo cereana a nuestro sistema.
Enh·e las que signen, y cuya distancia es conocida, se hallan la
61fl. del Cúne (Fig. 20), que estít a 403.600 veces la distancia de
la Tierra al Sol, ya mencionada; Sirin, que está alejada de 897.600
C'.Sta <listanria; Vega, que brilla a 52 billones 830 mil millones de
leguas de aquí; la Est1·ella polar (Fig. 21), a 117 billones 600 mil
millones de leguas; CapcU.a, a 170 billones 392 mil millones dt>
leguas; es el número compuesto por las quince cifras siguientes:
170.392.000.000.000
Estas son las estrellas más cercana.~, las que se encuentran
en C'l mismo lugar del espacio que nosotros. En cuanto a la to-
talidad de las otras, a los millones de millones que pueblan el
espacio, nos es matemáticamente imposible tomar ninguna base
para medir sus distancias, siendo la más grande de que podemos
disponer, el diámetro de la órbita terrestre, infinitamente pe-
queña comparada con esas distancias.
'l'l'atarcmos, no obstante, de dar una idea de esas distancias
suce<livas, tomando como medida Ja velocidad de la lnz. Diremos
para esto que la luz, que recorre setenta y cinco mt1 leguas por
~B{}U?tdo (2), no c·mplea menos de 3 años y 6 meses para llegar
a. nosotros de::~dc nuestra vecina la estrella alfa de la ronstelacíón
del Centauro; que corre 14 años para venirnos desde Sirio, y 21
años para llegarnos desde Vega; qne el rayo luminoso enviado
por la Polar no nos llega sino 50 años después de su emisión, y
que el que envía la Cabra marcha durante 72 años antes de al-
t'anzarnos ¡ que más allá de estos astros cercanos la dnraei6n del
trayecto es cada vrz mayor; que para las últimas estrellas Yisibles
con el telescopio de tres metros, ese trayecto no pudiera efec-
tuarse en menos de 1.000 años, y pa1·a las últimas visibles con
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PLUR..-\LIDAD DE MUNDOS HABITADOS 159

el de seis metros, en menos de 2.700 años; diremos, en fin, que


hay estrellas cuya luz no nos llega sino después de 5.000, 10.000,
100.000 años, sicmprf' avanzando incesantemente con una rapidez
dt> 75 mil leguas por cada segundo.
Tales números empiezan a desplega1· a nuestroR ojos los pa-
noramas inmensos del infinito, y a ilustrarnos sohrc la iníima
condición de la 'rierra, esta NADA visible que nos había deslum-
brado tanto con su importancia personaL Nos dicC'n al mismo tiem-
po que la historia del universo astral se desarrolla, gigantesca,
sin que nosotros conozcamos su primera palabra, perdidos como
estamos en nuestra estación aislada. Los rayos luminosos que nos
llegan de las estrellas nos cuentan la historia antigua de un mundo
infinito de creaciones cuya historia prt'.scnte es desconocida a esta
pohrt> Tierra ( 3 ). Supongamos, por ejemplo, que el magnífico Si-
rio (Fig. 22), se extinga hoy mismo por una catástrofe cualquie-
ra; emplt'ando la luz 14 años en llegar desde ese astro hasta nos-
otros, lo veríamos aún durante 14 años en ese mismo punto del
cielo de donde, en realidad, hubiera desaparecido desde largo tiem-
po. Si las estrellas fuesen aniquiladas hoy, seguirían brillando, sin
embargo, sobre nuestras cabezas durante muchos años, muchos si-
glos, muchos millarC's de años; y es posible que estrellas cuya
marcha y cuya naturaleza nos esforzamos en estudiar actualmen-
te, no existan en realidad desde el principio del mundo (¡del mun-
do tPrrcstre !) No; no conocemos más que la historia pasada del
Universo; nuestras relaciones con esos astros resplandecientes que
centellean en el éter, se reducen a algunos rayos que de los más
ce1·canos se ha conseguido medir¡ todo lo demás nos lo oculta la
distancia. Las transformaciones perpetuas de la creación se efec-
túan sin que nos sea posible estudiarlas ni conocerlas; nacen, vi-
ven y mueren mundos; se encienden y se extinguen soles; crecen
y marchan humanidades hacia sus diversos destinos; la obra de
Dio~ se cumple: &y nosotros? Nosotros somos arrastrados como
los demás en el abismo eterno sin saber nada.
Hay estrellas cuyo brillo disminuye; 276 años antes de nues--
tra era, Erat6stcnes decía hablando de las estrellas de la conste-
lación del Escorpión: ''Están presididas por la más hermosa de
todas, la estrella brillante de la garraboreal"; pues ahora la
garraboreal no domina ya por el brillo a los asterismos de su
alrededor. lliparco decía 120 años antes de J. C.: "IJa estrella
de la mano de Aries es notablemente hermosa"; hoy es de cuarta
magnitud. Flamsteed señaló en la constelación de la Hidra dos
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J()Q CAMILO FLAMMARION

('Strcllns de cuarta magnitud que W. Herschel encontró de octava


en el siglo siguiente. La comparación de los catálogos antiguos.
con los modernos, nos muestra varios ejemplos análogos. El juris-
consulto astrónomo Bayer señaló a alfa dt>l Dragón, de segunda
magnitud; no es actualmente sino de tercera. - Ilay estrellas
coloreadas cuya luz ha sufrido cambios de coloración. Tal es Sirio,
que obras ele la antigüedad citan como presentando un color rojo
muy pronunciado, y que actualmente es del blanco más puro. -
Hay estrellas que se han extinguido y de las cuales no se en-
cuentra ya rastro alguno allí donde se observaban en otro tiempo.
Juan Domingo Cassíni, el primer djrector de nuestro Observa-
tario, anunciaba al fin del siglo decimoséptimo, que la estrella
eitada en <'1 católogo de Bayer encima de s de la Osa menor
había d('saparecido. La novena y la décima de Tauro han desapa-
recido igualmente. Desde el 10 de octubre de 1781 hasta el 25
de marzo de 1782 el célebre astl·ónomo de Slough presenció los
últimos días de la 55~ de Hércules, qu<> decayó del rojo al pálido.
y se extinguió completamente.
IIay estrellas cuya intensidad luminosa aumenta. Tales son:
Ja 311) del Dragón, cuyo aerccent.amiento desde la séptima a la
euarta ma~nitud han comprobado las observaciones; la 34• del
J.Jince, que ha subido desde la séptima a la quinta, y la 38° dt>
Per~co, que se ha elevado desde la se."ta a la cuarta.
llay estrellas cuyo brillo cambia periódicamente, y que pasan
con regularidad desde un máximo hasta un minimo de intensidad
siguiendo sn ciclo constante. Tales son, para los períodos largos:
la estrella misteriosa ;e de la Ballena, euya periodicidad, muy irre-
gular, varía desde la segunda magnitud hasta la desaparición
completa; .1: del cuello del Cisne, cuya pcrioricidad es de trece
me.')(\~ y medio, y qne varía desde la quinta basta la onccna mag-
Jútud; la 30~ <le la H,idra de llevelio, que en el espacio de qui-
llicntos día~;, "'l'aría desde la cuarta magnitud hasta la dcsapari-
eión. Tales son también, para los períodos cortos: 8 de Ccfco, cu-
ya perioclici<hd es de cinco días y ocho horas, y la variación desde
la tercera a la quinta magnitud; f3 de la Lira, cuya periodicidad
es de sci~ clías y nueve horas, y la variación igualmente desde la
tercera a la quinta; A. de Antinoo, que varía en siete días y cua-
tro horas desde la cuarta a la quinta magnitud.
IIa:r estrellas que han aparecido súbitamente, han brillado
con el resplandor más intenso, y han desaparecido para no vol-
ver. 'rales son las estrellas nuevas que se iluminaron bajo el em-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS J 61

perador .ddrim1o y hajo el emperador Honorio, ('ll d lS<'~undo y


en el cuarto siglo; la estrella inmensa observada en t>l siglo cuarto
por Albumazar t•n el Escm·pió11, y la qm• apareció en el décimo,
hajo el emperador Ot6n I. 'fa1 rs la memorable estrella de 1572
{Fig. 23), (lUc cnl'iqucció durante diez y sü·tc mcsrs la <:onstcla-
ción de Casiopea, sobrepujando en brillantrz n Sirio, Vega ~
,Júpiter; fe11ómcno que fué rl asombro ele los astrónomos y el
1<>rror de los i~orautes. En los primero· oías el(' su aparición
podía distinguirse <>n m.itacl del tlía; su b1·illo se debilitó gradual-
m en le dt• nws en m<>s, pasando por todas las magn itmks l1asta la
<!omplctn dNutpariciún. Diremos de paso, que pocos acontccimkn-
tos histórit•os hHn hecho tanto ruido ('Omo cst.e misterioso cm ío
<lrl r·il'ln. Esto fué el 11 t1c novirml>re de 1572, pocos lllCSC'S tles-
pués <1<• la matanza t1e 13an Bartolomé; el malrstar general, la
snprt·st ición popular. el mic>clo a los ronwtns, rl temor al .fin del
nnmdo. anuul'ia<lo desde murho tiempo antes por lo!i astrólogoc;,
formaban un ex<'elentc aparato para Mc>mr.iantc apndeicín . .Ásí, se
anunció en s('guida qnr la mlcYn <><Jtrclla era la misma que llabía
guütdo los ~Ia~os a Brlrn, y que su 'enirla presagiaba la vut•lta
ilel Uomhrr-Dios a la Tirrra y el juicio final. Por In centésima
vez quizil, l'stn clase dr pronósticos fuerou l'<'<"olloC'idos <'Omo ab-
snrdos; rsto no p1 iYó a los astrólogos <lr alea mar gran <'réditcl
clocc afio,; drs¡mrs, c·uando anunciaron nuc,·amcntc rl fin del mun-
do para p] aiio 158H; Pstas prctli<'<'iones t'Onscn·aron cu Pl fondo
la mh;ma Ülflm•ncia SOUl'C' ]as masas popnlarcs hasta 11\l<'Stro si-
glo, y ¿por <1né no clP<:irlo ~-. ¡,no p1·ot1njeron bnshllltc l>icn 1011.
pcqueíio t•l'cdo JJlllY 1·ccientementc, en o<>asión cl<•l cometa imagi-
nario ckl l:l ,¡1' junio uc 1857 f ¡.Ah!, ¡ In. historia tlr nucstm hu-
mani<lad rs la h istol'ia tk sns <lchilldad<>s! P<>J·o \·oh·amos n nnr'l·
tro ustmlo.
E11tl'l' las t·sln·llas qnt• han aparcl'ido súbitallll'llt<' ~· dPsnpr. -
l'C<·ido para no \ ohcr, nwncionurcmoH también la de 160!, c1uu.
el 10 <le odnhl'r de aqurl afio. sobre]mjaha 01 S\l l'<'':iplandcckulc'
hlaucnra ni brillo de las 1·strdlus más r<Hliantes, y al <lr :\!arte.
de .Júpitrr .v de Saturno. dt• quicnPs se hallaha rt•rctma; en rl
mes dt• ab1 il de lGO:i, hahíu dcset'ndido a la t<•recra magnitud. r
en marzo dt• l 606, hauía llPgatlo a srr <:utcrauwntc inYi ·ihlc. Ci·
temos, Nl fin. la famosa Pstrclla del Zorro, (!llt' apareció ignu1-
mcntc en 1604, y ftlll' oÍrl'ció el singular f<•nómcno de clebilital's1~
.Y reanimarse muchas \'CCes antes de t•xtin~uirsc c·mnplclamente.
..Apariciones un(tlogas se han manifestallo <'11 184R, Hl66 ~· 1876.
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162 CAMILO FLAMMARION

.Acabamos de trazar sumariamente la. historia de algunas de


las transformaciones ocurridas en el universo visible, y que se
han observado desde aquí; se comprendo que esta historia no es
más que el indicio de lo I}UC pasa diariamente en la univcrs.'llidad
de lo:~ ciclo<:, pero es suficiente para destruir en nuestro ánimo la
antigua idea de la aparento inmo,·ilidad de un ciclo solitario. La
costumbre que forzosamente tenemos de no contemplar los mun-
dos del espacio sino durante las tinieblas de nuestras noches, el
silenc·io y la soledad que nos rodean en este adormecimiento de
la Naturaleza y <'Stc sueño de los sere!l, nos producen una falsa
impresión del espectáculo que se extiende más allá de la Tierra,
y ::~omoa inclinados a considerar el cielo estrellado como partici-
pando dd estado de cosas que nos rodea. Esta es una ilusión de-
hidn a nuestros sentidos, pero que interesa desvanecer por medio
ciel raciocinio. Teniendo todo planeta un hemisferio obscuro y
otro iluminado, puesto que sólo un lado del globo puede recibir
a la vez !os rayos Fiolares, t>l día y la noche se suceden constan-
temente parn todos sus puntos, y siguiendo el movimiento de
rotación del planeta, y por consiguiente la noche no es más que
un fenómeno espacial al cnal es completamente extraño el resto
del Univer.so. I1a ob.<:curidad, In soledad, el silencio, pertenecen ex-
clusivamente al lugar en que nos encontramos y no pasan más
allá. Es un arcidentc terrestre, que no extiende su sombra sobre
~~ Univcr:;o. El cielo inmenso, poblado de astros sin número, no
AS ror esto una región de inmovilidad y de muerte. Su inercia
ba uesaparrcido con la escuela de los peripatéticot~; su mutabili-
dad incesante está proclamada por las observaciones de nuestra
~~. .
'l'odo marcha, todo se transforma; todo rrsplandece de vida
y actividad. Visto desde lejos, abarcado por la mirada investiga-
dora del fil6sofo, que hace abstracción del tiempo y del espacio,
el Universo es un conjunto gigantesco do sistcma:s estelarias, en
el que los soles radiantes, los planetas espléndidos, los rometas
Uamígeros y todas las creaciones etéreas se cruzan, se buscan, se
~uccdcn incc~tcmentc, arrastrados por un moviulil'nto perpetuo
(·n las diversas vías por donde los conducen las leyes divinas. Allí
habita la vida, uo la muerte; la actividad, no el reposo; la luz,
no las tinil•blas; la armonía, no el silencio; las transformaciones
8uc•csívas de la-. co'laS existentM, no la inmovilidad y la inercia.
Allí, allí sobre todo, es menester mirar para conocer la realidad
d!' la crcad6n vi\ iE.'Utt>, y no 1'1 grano de arena. en que estamos
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 163

~4uí abajo confinados.


ITcmos referido 'lru; distancias de las estrellas más cercanas;
(~nas han dcjat1o a nuestras concepciones el campo libre para ele-
"·arse en el s<•no de las vastas regiones del cielo. Preguntemos
llhora a ese cielo espléndido el número de astros que lo pueblan,
que lo pueblan como hormigas un hormiguero, permaneciendo no
obstante alejarlos unos de otros por distancias equivalentes a las
4U<' anteriormente hemos mencionado.
Recordemos desde luego que para facilitar la indicación del
brillo de las <'~trellas, han sido claRificados por orden de magni-
tudc<~, sogtíu <'S<' mismo brillo. Se sabe que esta denominación de
magnitud no se aplica a las dimensiones de las estrellas, que nos
~n dcsconoci<lns, sino sólo a s11 brillo aparente y que (en tcsic;
general ) las e<;1rc•llru> quo nos parecen más pequeñas deben ser
<~nsidcradas nomo ln" más lejanas. Pues bien, cuéntasc en ambos
hemisferios 18 cstr<.'llas de primera magnitud, 60 de segunda,
cerca de 200 d~ tercera. Se ve que la progresión es rápida. La
cuarta magnilntl romprt>ndc 500 estrellas, la quinta, 1.400, la
sexta, 4.000. Aquí termina el número de las estrellas visibles a
simple vista, P<'t'O la progresión continúa en la misma proporción
más allá de este límite y aumenta del mismo modo a medida que
considl'rnnto~ magnitudes más pequeñas. Se concebirá más fácil-
mente este aumento si se reflexiona que pareciéndonos las estre-
llas, como llc,·amos dicho, tanto más pequeñas cuanto más distan-
tes c~tán de la Tierra, el círculo o la zona que ocupan relativa-
mente n ella ahraza tanto mayor espacio cuanto más se aleja de
nosotros. l\1úx allá de la sexta, todavía se cuentan otras diez mag-
tJitudcs de cstr(•llns visibles solamente con el telescopio. Para dar
una idea del aumento numérico de estas estrellas, diremos que
la octava magnitud contiene 40.000; la novena, 120.000, y la
décima, ~60.000. La progresión continúa ... Arago contaba, de
la décimotcrcor[t magni1ud, 9.566.000; 28.697.000 de la décimo-
<~uarta, y cvaluadu Nl 43 millonc.~ ( 4 ) el número total de estrellas
tle todas magnifudes visibles hasta la décimocuarta. Para Jas diez
y sci.c; magnitud<'s, puedr calcularse numéricamente la cifra en
75 millmtt'.'l dP e>strl'llas Yisihles, qu<> tal V<.'Z S<' elevau a cien n¡.i.
llm~es.
Este es l'l número dt> astros visible.<;, esto C."l, de los que se
encuentran ba.'itnnte próximos a la~ regiones del espacio que ocu-
pamos, para que sus rayos puedan llegar hasta nosotros. l\Us allá,
<·l núuH'ro continúa c·rE><'iendo, Pn las regiones de lo invisible.
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16<(. CAMILO FLAMMARION

.A ntc este cuadro, y relacionando las distancias I'('CÍprocas d,


las estrE>llas disPminadas en el espacio, S<' comprenderá fácilmE>nt.~
que la luz de cierus estrellas emplee 1.000, 10.000, 100.000 años
pa1·n llc~ar hasta nosotros, recúl'l'Íendo, sin Pmbargo, 75.000 h'-
~uns por seg·undo.
Perlas espléndida~> rngarzadns en la inmensa y móvil joya
de lf! graYitación, las estrellas, hijns de una mismn. naci6n, her-
manas de una misma familia, se eierncn en los espacios, bajo 1~
laz,,s ele l'Sil l<'y uni''Cl'sal. Aquí se las ''~' aglomeradas por miria-
nas y smi~)C'tt<lidas Pn el espacio como un archipi6lago de islas
l1otnntes; más allá reunidas en sistemas sidcralC's, elevarse o des-
<·<>ndcr .itmlas alrcdrdor de un centro invisihle. Un gt·an mímero
ele CRtrellas -sobrr. unas cuarenta apt·o.ximndamcntc- que n. la
simpl<> "ista u en el ('ampo de un anteojo ordinario parecen Sl!ll-
<·ill<:<;, ~·e han hallado do{Jl.¿s cuanuo se ha dirigido sobre ellas el
ojo I>cnctrantc de los telescopios de Ilerschcl (Fig. 24), de Strm~
y t1<> l01·d Rossc; y allí donde sólo se pcrcibia. 1m astro :fijo en
loo ch•los, sr estudia actualmente tm sistema de dos soles girando
julitos alrededor <1<' nn centro <'Omún de gravrdad. Igualmente
St' han obscn·ado estrellas múltiples, cll' triples y de cuádrupl~
~:~istemas de mundos (Fig. 25). Estos sistemas están movidos co-
mo el nne::¡tro por In fuC'rza de atracción, y carla uno uc los solc,
I(Uc los componen puede ser considerado como rentro de nu grup\)
de planetas cuyas condiriones de habitabilidad deben ser muy di-
ferentes de las nuestras, en ateuci6n 11. la coexistencia de dos o
mÍis focos caloríiicos ;.· lumino¡,¡os, y a las combinaciones val'iadaR
rlt~ sus movimientos en el espacio. Las revoluciones de estos sole,;
alrcdeclot• de su c<>ntro comítn de gravedad sr cumplt>n en ti<>mpo-.
rnuy <livN·sos, según los sist<.'mas: al poso qul' t•l d1' t de Der-
I'Hl<>s gil'a <'11 :H años y seis meses, y tal otro, como el dC' ). dt•
Virgo, C'll 173 aiios, hay algunos corno el de € !lt> la Xave, que
l'mpbm mÍI)l de 1.500 años en recort<'t' sn órbitu. Esos grupo~
binario¡; son, para lo'> mundos c<'rcanos a ellos qnc pueden oh-
HCl'\'ar sus movimientos, gigant~scos cuadrantes <'stclarios mar-
eanrlo t•n <.'l <>iclo períodos s~:culares antt> los cual('s l<R~ años dt~
la 1ongt·vidad humana pasarían inadvertidos. ¡ Qul- .soberbio pa
nOJ'IWla se abre ante no.;otros cuando contemplamos esos l<.',janos
soles. fuentes maravillo.sas de un nuevo mundo de rol ores! Tierra~
iluminadas por clos sole'> diYcrsamen1c coloreados, tmo de los cua-
loo resplandece como un inmenso rubí luminoso, y d otro como
una límpida l'~mcralda ~ ~aturulezas d<.'sconoci(lus l'll flondc la
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 165

púrpura lo rcvi~:~te todo, <'n donde el ?.afiro y el oro se combinan


.l!egún la posición de un segundo o de un tercer sol azul o ama-
rillo. Días anaranjados, días verdes; noches iluminadas por lunAA
t>..oloreadas, espejos fieles de soles múltiples, aspectos extraños,
que ninguna concepción de origen terrestre podría hacer aparecer
en nuestro espíritu. ¡Quién puede dudar que los elementos des-
eonoeidos con que la Naturaleza ha decorado esos astros lejanos;
r1ue las condiciones de existencia que caracterizan sus planetas
rcPpectivos, que el modo de acción de las fuerzas cósmicas, la
combinación del cnlor y rle la luz de mucl10s soles; que la suec-
~íón misteriosa de días qui?.á sin noches, y de estaciones indeci-
s;as; que la presencia de varios focos eléctricos, la combinación de
eolorr~; nuevos y clesronocidos, y la asociación de tantas acciones
simultáneas, no desarrollen en la superficie de esos mundos una
vasta y maf!nífi<'a escala de vida, tipos inimaginables para nos-
otros que no conocemos más que un punto aislado del Universo f
¿Quién es capaz de p<'nsar, sobre todo, que la armonía de esas
r>sferas (JUC, en regiones ignoradas, ·vibran como las mtestras bajo
el soplo divino del gran Ordenador, haya sido desarrollada sin
causa y sin objeto en loa desiertos del Yacio', y ¿ qllién osará sos-
tener r¡ue esos inmensos soles han sido creados tan sólo para girar
('tern:uncnte uno alrededor de otro f
Digamos ahora que la mayor parte de lns estrellas que ve-
mo~ en el Citlo, y particularmente las que pertenecen a la Vú'
láctea o que se encuentran en las re;gione.':l cercanas, forman un
mismo conjunto, un mismo grupo, d<.'signaclo en astronomía este-
laria bajo el nombre de ?tebulosa. Nuestro Sol -y por consiguien-
te la Tierra con los demás planetas-- pertenece también a esta
enorme aglomeración de astros semejantes a él, aglomeración cu-
yas capas ecuatoriales se proyectan en nuestro cielo bajo la forma
de un vasto cerco luminoso rodeando la esfera estrellada; está
sihtado ha<.'ia el medio de esta capa de estrellas, no lejos de la.
re~ión dond1• sr bifurca en dos ramas (Fig. 26) ; así es que ocupa
una pal1<' central en la Vía láctea. Sí se quiere saber cuántos
soles hay en ese solo plano ecuatorial hacia el medio del cual nos
encontrnmo!i, diremos que aform¡do esta porción del cielo ron la
l!l)'ltda de su ,trnn telescopio. William IIerschcl veía pa.'lar en el
corto intervalo tlc un <'ttarto de hora, y en un <'ampo de quince
minutos de diámetro (la cuarta parte de la superficie aparente
del Sol), el número prodigioso de 116.000 estrellas; y que apli-
cando sus cálculos a la totalidad de la Vía láctea, no halló en
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CAMILO FLAl\fMARION

ella menos de diez y ocho millones ck soles. Este es el número


que se ha contado en h1 capa ecuatorial de la nebulosa, de la cual
nuestro Sol no es más que una unidad bien insignificante, y en
la qnc nuestra Tierra y todos los planetas están invisiblemente
perdidos. En cuanto a la forma y a la extensi6n de esta nebulosa,
se la considera como una acumulaei6n de estrellas, lcnticnlar, apla-
nada, y aislada por todas part('s, largl). ele más de cinco mil tJeces
la distancia de la. e.~trella más cercana·, esto es, más de 40 mil
billones de leguas.
Esta región estelífera, más rica en soles que las minas de la
Tierra en pedazos de hulla o de hierro, nos parece ser una vasta
y opulenta nebulosa¡ esta inmensa aglomeración de c~trcllas, la
creemos la riqueza más bella de la creación, por no decir la crP.a-
ción entera¡ y, sh embargo, este juicio no es tampoco, en esta
ocasión, m{u; que el resultado de la costumbre que tenemos de
r eferirlo todo a los mezquinos tamaños de nuestro pequeño mundo.
Es 6sta una ilusión que es preciso desvanecer, reconociendo que
esta nebulosa, lejos de ser sola en el Universo, no es más que la
humilde compañera de multitud de otras no menos espléndidas
que constelan, tanto o más brillantemente quizá, las regiones
etéreas. Hay en el ciclo un gran n(unero de vías lácteas, seme-
jantes a la nuestra, alejadas a tales distancia~ que se hacen im-
perceptibles a la simple vista (Fig. 27). Si se preguntara a qué
distancia de aqtú hubiera. de ser trasladada la nuestra, para ofre-
cernos el aspecto de 1ma nebulosa ordinaria (subtendiendo un án-
guJo ele 10'), responderíamos cou Arago que fuera menester ale-
jarla a una distancia igual a 334 veces su longit.nd. Pues bien,
esta longitud (mencionada anteriormente) es t.a.l, que la luz no
emplea mrnos dP 1!1.000 años en r ecorrerla. A la distancia de
334 veces esta dimensión, nuestra nebulosa se vería desde la Tie-
rra hajo un ángulo de diez minutos, y la luz emplearía en llegar
a no'lotros 33-1 veces 15.000 años, o 5.010.000 años (algo más de
cinco ntiUoncs de a.ofios). Tal es, probablementr, la distancia de
muc·has aglomeraciones de estrcJlas que estudiamos <>n el campo
de nuestros telescopios.
El rspacio eatá sembrado de nebulosas tan distantes de la
nuestra (J!,j~· 28), a pesar de la extensión incomparable que ocupa
cada una, que la luz de los soles que las componen no puede llegar
hasta nosotros sino después de millones de años de marcha ince-
sante de 75.000 leguas por segundo, y que los instrumentos más
perfeccionados no nos muestran sino bajo la forma de resplando-
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f-LURJ\LIDAD DE MUl\"DOS HABITADOS liJi

res blanquccinoR pcrdid08 en el :fondo de este espacio insonda-


ble ( 11 ).
Cuando se piensa en el número de las estrellas, en las dis-
tancias que separan las unas de las otras, en la extensión de lM
nebulosas y en su nlejanrlento reciproco; cuando se trata de ve1
con claridad en esta inmensidad sin nombre; cuando más allá
ele loe; mundos se encuentran sin cesar otros mundos, y, mM
allá de <'~;tos, se n~regan nuevas creaciones sin fin, a las prece-
dentes; cuando ante nosotros, átomos, se ve entreabrirse el infi-
nito ... , ~:~e siente estremecerse el alma en lo íntimo del ser, y se
pregunta uno a sí mismo, con tma curiosidad ingenua y temerosa,
qué es este Universo que se engrandece a medida que nuestras
concepciones se <'nsanc.han y que, ann cuando apurásemos toda
la S<'rie <1<• los números para expresar su grandC?.a, se encontraría
todavía iníinitamentc aupcrior, y absorbería nuestras aproxima.-
eiones todas, como el Océano hace con un grano de arena que
cae en él y se pierde en sus aguas.
En nuestro espíritu es donde están los límites ; el espacio no
los eonsiente. Y cuando, habiéndonos conducido nuestras investi-
gaciones a Jos últimos límites de las apreciaciones posibles, cree-
mos conocer el eonjunto de las cosas, este conjunto es mayor aún,
mayor siempre, tan inacoetrible a las concepciones de nuestra al-
ma, como el mundo sideral fué liD tiempo inaccesible a la obser-
vación de nuestra vista.
Las últimas nebulosas que puerle alcanzar el ojo penetrante
del telescopio, y que están desvanecidas, páliJas y difundidas, en
una dh;tancin inconmensurable, descansan en los límites extremms
de las r<'giones visitadas por nuestra vista, y parecen circunscri-
bir en estos confines la~ celestes maravillas (Fig. 29). Pero allí
donde se clctieno nuestra vista, aunque ayudada por los recursos
más poderosos de la óptica, la creación sigue desarrollándose ma-
jestuosa y fecunda, y allí donde desfallece el vuelo de nuestras
fatigadas concepciones, la Naturaleza inmutable y universal, des-
pliega siempre su magnificencia y su ornato.
Todo alrededor de la Tierra más alJá del espacio, en donde
NC han perdido las miradas asombradas de Jos mortales, n1 otro
lado de los cielos, el mismo espacio se renueva, renovándose siem-
pre ¡ al espacio sucede el espacio ; a la extensión sucede la exten-
sión; el Poder creador desarrolla allí como aquí el torbellino
incompreusible de la vida, e incesantemente al través de las re-
giones sin límites, sin elevación y sin profundidad, del Universo,
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CAMILO FLAMMARION

~ ~uccucu los solrs y los mundos. . . Exti~ndasc nuestro yuelo


hasta lo infinito ... l\Iás allá de los límites más l{'janos que nues-
tra imaginarión, avanzando sin cesar, pueda señalar a esta ~atu­
rakzn inconrebihlementc productiYa, la misma extensión y la
misma Xatnralo•za <'xistcn siempre sin fin alguno posihl<', y en-
••ontramo.; ha'>tl\ lo infinito, si no nna renovución de mundos
llenos d<> riqueza y de vida, por lo menos un espacio sin límites
¡•n dondt• esa flores dt•l ciclo pueden abrirse y clesarroJlnrsc: es
c•l impc1·io il<>l mismo Dios, al cual no podríamos hallar fin, aun
<·uando viviésrmoo; una eternidad para llevar nu<>.'ll ras jnvestiga-
cionc'l mÍls allá do toda expresión imaginable .. . !
Lcrtor, df~t<'t1<zúmonos, y expresemos aqní íntnramente la .
idPa q uo nos formamos de la 'I'icrra. ¡Ah!, si nuosLra vista fuese
'!Obrado }>CnP.trante para descubrir, allí donile no distinguimos más
ctue puntos hrillantes sobrP el fondo azul del cielo. los soles res-
plandreientes que gravitan en el espacio .v Joq mundos habitados
que Jo:,~ siguen en sus carreras, si no'3 fuese dado abrazar bajo
una mirada !,;encral esas miríadas de sistemas solidarios y si,
avamando con la r~>lcridad de la luz, atraYcsás<>mO'I durante siglos
de siglo~ C'>" número ilimitado de soles y de esferas, sin encontrar
jamás nin g ún término a e!'la inmensidad prodigiosa en donde la
N'aturalt>;r.a hi;r.o germinar los mundos y los seres; volviendo atrás
la vista, mas no sahirndo ya en qué punto del infinito t>ncontrar
a este grano el<' polvo que llaman la T·i P-rra, no'3 detendríamos fas-
<'inndo;; y .-onfuudidos por semejante es~cctáculo, y uniendo
nuestra \'Ol. al concierto de la Naturaleza universal, diríamos en
el fonilo ele nuestra alma: ¡Dios todopoderoso!, ¡cuán insensatos
fuimos a l crer>r que nad<1. había más allá ele la. 'rierra, y que nues-
tra pobre morada gozaba sola el privilegio de t•eflejar tu gran-
<lczn y tu poderío 1 '
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PLURALIDAD DE ).fUNDOS HABITADOS 169

NOTAS DEL CAPITULO PRUIEUO

1
( ) Véase el Apéndice, nota F, Cómo se deletmina la distancia de las
estrellas a Ca Titrra.
(2) Según las últimas medidas, que son precisas y definitivas.
(=l) Sobre las consecuencias físicas y metafísicas de la transmisión sttc ~­
siva de la luz a través del espacio, véase nuestra obra Lumen.
(l) Este número es la progresión geon1étrica siguiente:
18 18 3+ + + + + +
18 3, 18 3.
18 + 3. + + + + +
18 3, 18 3,
18 + 3, + + + + +
18 3, 18 3,
18 + 3u + + + + +
18 3u ui 3.,
18 + 3.,. +
(;;) No hemos podido tratar esta materia sino muy por encima. Creernos
útil añadir, para inteligencia de los que se interesan en el conocimiento de
!os misterios del cielo, que hemos consagrado nuestro tratado de astronoffila
popular, titulado lAs Mara villas Celest11s, a la exposición metódica de los
hechos astronómicos y a la reproducción exacta, por medio del dibujo, de
los astros y de los objetos celestes tales como los muestran actualmente los
telescopios más poderosos.
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UBRO QUINTO

CAPITULO

1
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LA HUMANIDAD EN EL UNIVERSO

Entium varietas.
Totius unitas.

LOR ITABJ'l'ANTEH DE LOS O'rROH :.'IHT~DOR

Opiniones diversas sobre los hombres de los planetas. - Novelas científica~.


- Los habitantes de la Luna. - Astros subterránl"os circulando en t"l
intt"rior de la Tierra. - Lt"y jerárquica de Kant y de Bode sobre las
humanidades. - Lo que se piensa de Saturno. - Estatura de los habi-
tantes de Júpiter. según Wolff. - Cosmogonía de Fourier. - Singula-
rid:ld de la analogía pasional. - Aspecto de los planetas para sus habi-
tantes. - Descripción de Venus por Bernardino de Saint-Picrre. - Viaje
dr- Swedenborg a las tienas del mundo astral. - Conjeturas de Huygem
sobre los hombres di' los planetas. - Dificultad de la cuestión. - Err:>t·
gt"Mral. - El antropomorfismo es una grave ilusión; todo es relativo.
- Lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño. - Nada ele
absoluto e-n la física. - Dh·crsidad infinita de los .mundos y de Jos st·rcs.

,\1 Psp<'<·tAculo g1·antlio¡;o del univctso siu<'ral ~· d<' sus Cl'<'a-


ciones sin número, 'an a seguir ahora consideraciones meno.~
graYrs, qnc c·orrespondcu más bien a los asuntos de estudio ordi-
narios que· u las operaeiours trascendrntalcs dr la uranografia.
Estas lWI'\ irán de transic:ión natural entre la parte científica qm•
prrce<lr, y la partP filosófica qur debr t~>rminar nn<>stra obra, al
mi:;;mo tiempo que permitirán al PSpíritu desc•ansar el<' su estado
contemplnti\'o, y le prepararán para admitil· las con<.'lusione~
morales dP nuestra doctrina.
Jiablarcmos aquí de cuanto se ha dicho en todos los estilo~,
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li4 CAMILO FLAMMARION

y d<' cuanto más racional puede dt>cirsc sobre la naturaleza, eJ


género de 0).'istencia y las facultades de los habitantes de los
otros mundos. Desde hace mucho tiempo los hombres de los pla-
netas son otros tantos puntos de interrogación arrogantemente
presE-ntados ante el espíl'ltu del filósofo y del pensador; desde
hace mucho tiempo inquietan a nuestras almas investigadoras, sin
dejarnos encontrar la clave dé su misteriosa existencia; por lo
demás, la cuestión tan enigmática como es, y precisamente por
esto, ha att·aíJo el interés o la curiosidad de un gran número;
nuestro deber es, pues, tratarla aquí, y si no la resolvemos com-
pletamente (¡lejos de eso 1), quizá nuestras palabras servirán
c•uando menos para poner en guardia a los entendimientos de-
masiado fáciles, contra soluciones prematuras.
La ardiente curiosidad qne despierta en nuestra alma la
investigación de las cosas ocultas, y esa especie de vaga simpatía
11Ue se excita en nosotros cuando nucslro pensamiento se trans-
porta a las otras tierras del espacio, se '\•crían, en efecto, magnífi-
camente c01·onadas si nos fuese dado entrar en rela<'ión ('On los
habitantes de esas esferas desconocidas. Si se tuviesen siquiera
algunas probabilidades para esperar que con la ayuda de los per-
feccionamientos de la óptica, se pudiera llegar albrún día a ver
de Cf'rca esos campos poblados de otros seres, esas ciudades cons-
truídas por otras manos, esas moradas abrigando otros hombree
que los de nuestro grupo terrestre; fuera una recompensa muy
preciosa para los trabajos do los observadores y para los esfuerzos
de los filósofos. Pero, en el estado actual de nuestros conocimien-
tos, sería vano y pueril lisonjearse con semejante esperanza para
nuestros tiempos; y nuestra posteridad deberá considerarse mv.y
dichosa si los progresos de la ciencia le dan algún día el privi-
legio de 1evuntar el velo tenebroso de las distancias.
De cuanto se ha escrito sobre los medios posibles de comuni-
car físicamente con los otros mundos; de todo lo que se ha ima-
~rinado en astronomía especulativa sobre la naturaleza de 108
l1abitantcs dol espacio; de todo lo que se ha creado relativamente
a las humanidades planetarias, no hay una sola palabra de serio
ni de científico. Y esto se comprende sin trabajo. Cuando no se
tiene ninguna base sólida sobre la cual se puedan apoyar las con-
jeturas; cuando para las excursiones caprichosas de la imagina-
<'ión, no se posee más que el tetTeno movedizo de lo posible o aun
de lo verosímil, sólo se pueden construir palacios encantados que
(•1 dento S<' llen1 con la misma facilidad <'On que se edifican. Pero,
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PLUR".LIDAD DE MUNDOS HABITADOS 175

afortunadamente, los autores de esta clase de teorías las aprecian


ordinariamente en su just~ valor, y no las presentan bajo otro
título que el de novelas, que sólo tienen de científico la i<lea pri-
mitiva sobre que han sido urdidas.
&ce unos ,·cinte años, que .Arago, en el curso de astronomía
que daba en el Ohsrrvatorio, contaba una singttlar proposición de
un gcómrtra alemán para entrar en correspondencia con los ha-
bitantes de la Luna. El plan de este geómetra, consistía, como se
recordará, en enviar a las inmensas estepas de la Siberia una
comisión científica encargada de disponer sobre el terreno, for-
mando figu ras geométrica.s determinadas, cierto número de espe-
jos metálicos reflectores rccibien<lo la luz del Sol, y en proyectar
la imagen del astro luminoso sobre el disco lunar. Por poco inte-
ligentes que sean los Selenitas, decía, comprenderán sin trabajo
que estas figuras geométficas regulares no pueden ser efecto de
la casualidad, sino (tue deben SC'r producidas por los habitantes
de la Tierra. Dado este primer paso, muy probablemente busca-
rían ellos mcdioc; de convencerse de la existencia de esos habitan-
tes. contestanuo a C'stas figura::;, que se variarían, y que podrían
servir como nu lenguaje metafórieo o ideográfico. De esta ma-
tlcra S<! establecería entre los dos astros una comunicación, por
cuyo medio se conve~aría sobre tod8.!1 las cosas.
Fuera dr esta idea singular )' de algunas ligeras veleidades,
completamentr perdonables, de navegación aérea, no se han in-
ventado otros medios físicos de conversar con los hombres de los
otros mundos. gs mHl ~ran fortuna para la historia de las pe-
queñas utopías.
Pero, en cambio, ¡ qné de conjeturas se han fraguado acerca
de la población de los astros, y cuántos seres se han creado en
sueños sobre las tierras de nuestro grupo solar, desde C'l ilustre
Kant, que, <>omo veremos, construyó todo Wl sistema sobre un
principio arbitl'ario, hasta el pobre Hennequin, el triste comenta-
dor de Fomicr; dcsdP el extático Ilervás y Panduro hasta el
autor de La nueva Jc>rusa.Lem! Los unos completamente seducidos
toda \iu por los encantamientos de la mitología antigua o por los
a.rcanos de In astrología judiciaria; los otros absorto,¡ en una idea
íija, <> e-ncerrados en un círculo de sistemas; otros, también arras-
trados por tlcwaríos sin fundamento y sin solide?:. Que se trace
una nov<>ltl lnnar sobre una idea íilosófica, como lo hizo en otro
tielUpo Cyrnno de Bergcrac, o que se emplee una fieci6n de este
género par~:~· ahogar por una causa justa y útil, como se ha hecho
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li6 CAMILO FLAMMARION

algunas veces, puede ser una obra interesante, y en ciertas oca-


siones de gran valor y de lm alcancl' l'Om;iderablc; pero constntir
un armazón de teorías imaginarias sohrc un sueño vano, no ~
permitido má, que a los Asmodcos o a las Schcbcrrzadas. Est.tl
clm;e di' l'Oncepciones, sin embargo, suelen alf,{unas veces ser eu-
l'iosas, ~- hallta cierto punto interesantes ( 1 ).
Hay idcns científicas, en cuyo número se <>ncuentra. la de la
plUl'alidad ele mundos, que ofrecen un lado pintoresco más acce.-
sil,lc q\H los otros a la imaginación, pe1·o desde que uno se dejt.
arrastrar 11 lo ll1ara.villoso por esa inclina<·ión que nos lleva a. to-
dos ltn<'ia l11s vagas rPgiones de lo desconocido, da el primer paso
l'n los dc-spriiaderos del error. Citaremos algunas de estas teoría&
imaginarias construídas sobre ideas científi<'nS; ~>llas abril'án la
historia con,jctural de las aserciones más o menos ntreviclas que
Mn han c•mitido sobre los hombrrs plan<>tarios. Véase en prÍJnl'l'
lugar un c>pisodio de los viajes de Alejandro ele• Ilumboldt.
Este• ilustre autor refiere en su Cosmos (tomo I), <.¡UI.' l~
dc•terminael<>nes geogu6sticas de Liesbe sobre la Psfera terrestre,
1¡UC suponía podía ser hueca, indujeron a eoneep<•iunes fantástica~t
a hombres extraños a las ciencias. No -:olfuol·nte SI' lle¡t6 a admitir
la idea de Licsbc como la expresión de la realidad, si110 tambiéu
a poblar de scrt's diver'iOs esta esÍ<'J'a lmP('a, ~- lo qu<' es todavía
más, a hacer C'ircnlur <'n p]Ja dos nst1·os iluminadores: Plutón y
Proserpina -¡ nomhr<'s muy apropiados a las circunstancias!-.
Hasta se había indicado que en el R2'' de latitud se encontrabn
11na ahc·¡·!urn de comunieaeió11, que podía servir u. los habitantes
de la superficie para bajar. No solamente esto; llumboldt y su
(•olcga ~ir Humphl'Y Davy fueron <'On insistencia y públicamente
\n\'itados por el capitán S,vmmrs a emprender esta expedición y
a vioitar lns cntraiias de la Tiena ... ! Estas ideas son algo pa-
t·ccidas a nctuéllas con (!UC amedrcntnban nuestra niúC'z, ::;ohl'e el
pozo d,.l diablo, ubN·tura situada en las profun<.lidade<: dt' un
t·ráter apagado, por la cual podía penetrarse en los infiernos.
Esto rec·ucrda la ingeniosa Pxplica<·ión del moYimicnto do l11
Tierra dada por el monje de que habla Cyr:mo. ~cgún C'sta teorífl
lru¡ llamas de los voltv.ucs uo serían más ({Ul' rl fuego cld infierno.
r~apíindose por log rt>spiraderos practicados al través de la cor-
teza terJ't'Stl'<'. El centro de la Tierra sería la hoguera. De modo
que· trntan1lo los condenados de alejarse lo más posible de esu
lugar de tormento, y aun de escaparse de él, se agolpan en tropel
bajo ln snpt'rficic de la Ti<.'rra, o por mejor de<'ir, se afianzan c.
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PLURALIDAD DE ~fUNDOS HABITADOS !77

la corteza sólida que .fomtu esta superficie. De ese mouo, !*'me-


juntes u lns ardillas, que imprimen un movimiento de rotación a
sn jaula modble, trepando sin ce!!ar en su interior, los réprobos
ven al globo huir eternamente bajo sns esfuerzos ... Es segura-
mente cliííeil consr.rvar In r-:cri<'da<l ante scmr.jante explicación del
JnoYimicuto de la Ti(>rra.
A estas creaciones novel<'scas pudiera agregarse al Elixir del
Di<lblo, a('l fan1Ít,..ti<·o Hoffruann, cu<'nto mnravilloso ('U el cual el
narrador expouc las peripecia~:~ de un viaje subterráneo al centro
de la Tierra. El viajero cae cierto día desde el fondo de un pre-
cipicio a nn abismo, cuyo abi-;mo ('S el interior del globo terrestre.
Continuando su Ntída, llega al planeta Nazar, mundo que ocupa
el centro <le <'Sas regiones interiores y habitado solamente por
.Al'bole~. It<>fierc muy extensamente los trajes, las costumbres y el
estado social de los Cedros majestuosos, de las Encinas ambicio-
sas, ele lo9 <'legantes MirtoR ... ; &"U destierro al primer satélite <le
esta tierra inferior, Martinia, habitado por monos; luego su itine-
rario sobre los otros trC's satélite : Harmónica, poblado de instru-
mentos músicos vivos; M(>zendor, gobernado por el elefante X; y
Kama, donde viven hombres bastante semejantes a nosotros, etcé-
tera, etcétCI·a.
:i\Iás diií('il es el callar que el hablar sobre este <'npítulo ina-
gotable, y pudiera sin ti-abajo tenerse a un auditorio en suspenso
durante muchos días consecutivos, siempre que Cl:!ta clase de his-
torias pu<lie en excitar la curiosiuad constantemente renovada de
los oyente!!. Con este motivo recordamos la aventura del famoso
aeronauta lluu~ Pfnal, que según refiero Edgardo Poe, hizo un
Jargo e inluresante viaje a la~ r egiones lunares. Con ayuda <le
un globo que reunía la ligereza a la solidez, y de un condensador
para no carecer de aire respirnh1e desde aquí hasta. allí, ascendió
en 10 días desde Hottcrdam a la Luna; escribió con mucha exac-
titud to<la!l las fases <le su travesía, los fenómenos meteorológicos
que tuvo ocasión (muy rara) de obserYar a su paso, el aspecto
auccs;vo de Ja 'l'icrra a diferentes alturas, y finalmente su gran
sorprc•1a al llegar entre los Selenitas liliputienses, y observando
i!ttS costumb1 •s singulnr1•s. Cosa de que puede uno cerciorarse por
el documento qu~ un 113bitante de la Luna presentó el 30 de íc-
brero del afio de gracia 1830 al burgomaestre Mynhcer Supcrbus
Van Undcrunk, pre.<;idcnte del colegio nacional de los Rottcr<la-
mcscs ...
¿Qnién no recuerda todavia el 1-ui<lo que hizo un pequeño
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178 CAMILO FLAMMARION

folleto en los últimos meses de 1835, que se había fit·mado frau-


dulentamente con ~1 nombre ue Fferschel, hijo {2 ), y en el cual se
contaban con muchísima torpeza las inepcias científicas más gro-
seras acerca de la Luna~ Según este opñsculo, traducido del pe-
riódico New York AnteT'ican, sin ,John Rcrschel, que había sido
em-iado en comisión al cabo de Duena Esperanza para hacer
estudios astronómicos, habr!a obserYado en la Luna los espectácu-
los más fantásticos, espectáculos tales, según las propias expre-
siones del autor anónimo, que la prosa más hábil no podría
describir con exactitud y que la ünaginación llevada en alas de
la poesía apenas podría encontrar alegorías asaz brilJantes para
pintados! En medio de Jos parajrs más pintorescos, se veían
sombrías cavernas de hipopótamos elevarse sobre lo alto de in-
mensos precipicios como murallas en el cielo, y selvas aéreas
apareciendo suspendidas en el espacio. BrHJantcs anfiteatros pre-
sentaban mil rubíes al Sol, cascadas plateadas, encajes de oro
virgM~ ornahan de ricas franjas las verdes montañas. Carneros
con cuernos de marfil pacían en los llanos, corzos blancos venían
a beber a los torrentes, ánades (caMrd.'l) (sic) nadaban en los
lago~. Mejor aún que todo esto: los hombres de la Luna eran
grandes seres alados de nuestra estatura, y cuyas alas eran mem-
brano~as a manera de las de los murciéla~os: estos hombres pá-
jaros revoloteaban por grupos de colina en colina, etcétera, etcé-
tera. ¡Todas estas maraviUas habían sido vistas a 80 metros de
distancia! Esta mistificación hizo bastanle ruido para que Arago
se viesP obligado a rcrhazarla en nombre del Instituto, en la se-
sión del 2 de noviembre de 1835. Pero ella llevaba en sí misma el
sello d<• su ol'igcn; rntrc otras impoHibilidades, el autor no había
tenido presente que todos los objetos, animados o no, que se nos
presentasen en la J;una, serían vistos en proyección, como los que
obsrrvamos dehajo de nosotros clcsdt> lo alto de una torre elevada
o desde un globo 1
A ¡wsar del interés del asunto, no proseguiremos la historia
de la noYela científi('a. Estas digresiones se separan demasiado,
en wrdad, rlel espíritu de esta obra; sin embargo, ¿se extrañará
si decimos qtH' de todo cuanto se ha imaginado sobre los habi-
tantes de los planetas, no bay nada más serio en el fondo quo
los cnt•ntos inv·~rosímiles que preceden Y Se ju1.gará de ello por
la exposición de las mismas teorías.
Empc?.nrcmos por uno de los pl'imeros filósofos, por uno de
nuestros pensadores más profundos.
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 179

El padre de la filosofía alemana, :Manuel Kant, establece, en


su Histm-üi. general de la Naturauza, que la perfección física y
moral de los hombres de los planetas se aumenta en razón de la
distancia de los mundos al Sol. Esta ley está corroborada por
otra que dista mucho de ser aceptable. La materia, dice, de que
están formados los habitantes de los diversos planetas, animales
y vegetales, debe ser de una naturaleza tanto más ligera y más
rntil, y sus tipos de encarnación ofrecer ventajas tanto más con-
sidcrableu, cuanto mayor es la distancia que separa del Sol a esos
habitantes.
Según esta teoría, los habitantes de los planetas inferiores,
ele Mercurio y de Venus, son demasiado materiales para ser racio-
nales, y sus facultades intelectuales no están aún bastante des-
arrollada!~ para que tengan la responsabilidad de sus actos; los
habitantes de la Tierra y de Marte están en un estado intermedio
entro la imperfección y la perfección, en perpetua lucha con la
Materia, que tieude a los instintos inferiores, y el Esp:íritu, que
tiende al bien: estado tanto más verosímil, cuanto que estos dos
planetas, análogos en sus condiciones astronómicas, ocupan el
mismo rango en una región medio del grupo solar; los habitantes
de los planetas lejanos, desde Júpiter hasta los límites del siste-
ma que el ilustre filósofo, anticipándose a los· descubrimientos
futuros, <•oloca más allá de "'Grano, gozan de un estado de perfcc.-
oión y do felicidad superior y pueden aplicárseles los siguientes
verso.s de Ilallcr :
De los Espíritus glorificados
tal vez los astros son la rnomda
que como en eUos la virtud impera
ds ?luestm Tierra está desterrada.
Respecto a los habitantes de Júpiter, Kant hace observar
quo las condiciones de existencia de que cst.c planeta está reves-
tido serían incompatibll'.s con el estado de los habitantes de la
'ricrra. ''En lo concerniente a la duración del día, dice, el espacio
de diez horas que Jo <'Onstituye sería apenas suficiente para nues-
tro reposo y nuestro sueño. l Cuándo encoutrariamos sobre este
globo el tiempo necrsario para dedicarnos a nuestros negocios,
para vestirnos y alimentarnos r ¿Qué sería de un individuo cuyos
trabajos exigen ser proseguidos sin intenupción durante cierto
tiempo? ~rodos sus esfuerzos serían impotPntcs para alcanza1· un
resultado útil. Después de haber trabajado dw·antc cinco horas,
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JGO CAMILO PLAMMARION

se vería de repente interrumpido por una noche de igual dura-


ción. Si Júpiter, por el contrario, está habitado por seres mb
pt>rfectos, reuniendo a una organización más exquisita, mayor
BOltura y actividad en el ejercicio de la ·vida, será lícito presumic
que sus cineo horas les aprovechan tanto y aun más que doce
l1oras de día a nuestra humilde raza terrestre.'
Este modo de considerar la correladón que existe en ,Júpiter
entre las rondiciones fisiológicas de ('SC numdo y la naturaleza
de sus habilantcR es, según se ve, muy lógico, y es el úníeo que
puede adoptar todo hombre que sea buen observador. Mas no
sucede lo mismo con la doctrina general de Kant, doctrina de
la cual han participado varios filósofos, con algunas variantes
l'li.stemáticas. Entre los astT6nomos, el cél<'bre Bode ha emitido la
mi~ma oph1i6n en sus Cm~<;ideraciones sobre. la disposición del
Uni11erso. Se~1ín sn principio, la materia de que están .formados
los seres dotados de razón, Jos animales y las plantas, sería tanto
más ligera, más fina y sutil; sus partes Pstarían tanto mejor co-
ordinadas entre si; en una palabra, la cubierta corpórea se.rír.
tanto más apropiada al servicio del alma, cuanto más lcianu
estuviese <'l planeta del astro central. Con~idcrando en este caso
Pl conjunto del Universo como un vasto F;ic;tema compuesto de
sistemas mútiples, Dodc ve desde el centro a las extremidades
una inmensa escala de perfección en las criaturas organizadas y
en los scr('s dotildos de razón. Las criaturas colocadas en la parte
infN'ior de la <'Scala. difieren poco de la materia bruta; las que
están <'D el es('alón más elevado, se acercan a los seres que ocupan
el último rango en el orden sublime de las puras inteligencias.
Esta <•onc!'pciún del conjunto de la creación es más seduc-
tora q ur fnnrlada: el principio sobre que descansa, está lc.ios de
estnr probarlo, pues no hay ningún het•ho de obscrvaci6n que
indique semejante gradación en los mundos, segt'm sus respecti-
vas (listaneias al Sol ; y aun se inclinaría uno a cre<'r que el rigor
de lus eon<lirioncs eA.'ircmas, como el frío, la obscuridad, etc., esta-
blec~>l'Ía una gradación opuesta; pero sobre ('sto no hay ningtma
base fundamental. llay ciertamente un plan y una uniclad en la
Nntnrr lP.v.a; pero hemos vi!lto en nue!ltrns dit;cnsioncs sobre laa
eaw.:as finales, que est-e plan y esta unidad no son los que conci-
lJcn los hombres, y que la obra de la Naturaleza se cumple mu-
chas vcres por vías ocultas, que nos sPrán qui?:á siempre deseo-
. nocidas. Por otra parte, la doctrina que acallamos de resumir no
está !Jasada sobre ningún hecho de observación y no está acorde
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 18 1

en manera algunn con los datos astronómicos que tenemos sobre


rada planeta¡ rs puramente imaginaria. Naturaleza es una pala-
bra que debe expresar, al es})iritu filosófico, la acción p<'rmanen-
tr de la fur.r7.a crcatriz, o, h ablando con más exactitud, la acción
permanente dE> las voliciones divinas ; pero la Naturaleza no es
un pcqnciío se1· que .obra se,rrún las reglas abstractas concebidas
por el hombre, y que se somete en sus creaciones a esas leyes
arbitnn·ias, parriales, y a menudo caprichosas, que de vez en
cuando nos figuramos descubrir en ella. Sucede ordinariamente
lo contmrio ¡ y sobre todo en el ejemplo que nos ocupa, no parece
habe r l'eguido ninguna regla de este género para esparcir sus
rlones sobre los mundos planetarios, y desde :1fcrcurio hasta Nep-
tuno no huy otr a gradación conocida que la que l'esulta necesaria-
mcn1c de sus r cspPctivas distancias del Sol. En cuanto a las
maguitudes, a las drnsidades, a las diversas condiciones astronó-
micas, al número de satélites, etcétera, nuestras consideraciones
del libro U han demostrado que no existe ninguna ley de pro-
porciona lidad. Del espectáculo de nuestro sistema, no so podría,
pues, razonablemente inferir tma gradación regular en el orden
físico, moral e intelectual de las razas planetarias, ni apoyarse en
ninguna autoridad científica, para. sostener que desde el centro
del sistema a la periferia, haya decrecimiento o progresión en las
fncultades J cl hombre.
Si se juzga por lo que pasa a nuestro alrededo1· sobre la
Tierra, las ciencias fisiológicas, por el contrario, nos enseñan
(salvo al~unas excepciones de que hablaremos) que los mundos
~u!lc<'pt ibl cs del estado más avanzado de civilización, () por mejor
decir, flUC los mundos habitados por un tipo de seres superiores,
f ísica y m01·almentc, son aquéllos que reunen las condiciones de
existencia más fa,•otables al sostenimiento abundante de la vida,
y que son propios para facilitar a sus habitantes la más dulce y
más larga car1·era. Júp iter sería en este caso, muy superior a
Ura11o y a Neptuno, en oposición a las ideas del filósofo Kamigs-
berg. Pero este modo de ver debe también guardar importantes
1·esen·ns. Si es 11osible que el estado nativo de la Naturaleza vi-
vient<' esté Pn armonía con el gtado de superioridad a qne ella.
pertenccP, ~' que en esos mundos el trabajo lísico no sea ya una
condición necesaria al desarroUo de las facultades del alma, no
por eso hay autoridad para deducir que los mundos más favore-
cidos desde <>l punto de vista del bienestar y ue la tranquilidad
de las rriatura<>. sean n<'cesariament~ los más elevados moral e
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182 CAMILO FLAMMARION

inteleclunlmrnte. Ninguna afirmación es aquí posible, y toda in


dueción en esta senda debe ser prudentemente diri::,rida. Y en
todo caso, el resultado de nuestra observación y de nuestro racio-
cinio no poclría extenderse de un modo absoluto tl la nnh·ersali-
dad de los mundos, porque su valor se atenúa considerablementr
desde el momPnto cm que no tomamos ya n la existencia hnmanu
tCL·restrl' como punto de comparación; y como en realidad lrut
humanidadc<; planetarias se diferencian de la nuestra en su na-
turaleza. intima, en su modo de existencia, en sus funciones vita-
lc~ y en todo lo que constituye su mant'ra de ser, se ve que toda
afirmación con relación a ellas pPca neCPsariamcntc por su base.
Se ha caído <'ll el enor, ya que no <'n el ridículo, siempre
que se ha querido ·lcterminar la natmalezn do los habitantes de
los otros mundos. I.os unos, como Col'DClio .Agrippa y los geomán
ticos. conducidos sólo por la fantasía y arrastrados por los ca-
prichos de una imaginación desenfrenada, crearon en la superficie
de los planctss hombres cuya existencia estaba calcada sobre ln
metamorfosis ele la antigua mitología, como si hubiese algún
punto de contacto entre las operaciones de la Naturaleza y los
desconciertos del espíl'itn humano. Otros, a ejemplo del alemán
Wolff, aplicaron a los habitantes de nuestro globo las condiciones
respectivas de los planetas, e imaginaron que sus habitantes no
eran más qne hombres terrestres, modificados en su constitución
orgánica: esto es también hablar en contra ele la e11señanza de 18
Natnra)('za, que crea sin dificultad seres nuevos, según los tiem-
pos, los lugares y las circunstancias. Otros todavia, como lo hizo
recientemente el doctor Whewell, ven sobre la Tierra, a pesar de
la inferioridad evidente de é!>1a, las mejores condiciones de exis-
tencia, y no pueden resolver~:~e a poblar los otros mundos sino de
c.'riaturas no inteligentes, producciones ('Xtrava~antes e inútiles,
imaginadas en virtud de Jos mismos principios, comparando laa
condiciones ('Jl que viven los seres sobre la Tierra a ltu~ condi-
ciones de los planetas a los cuales se transportnMen esos ~;eres.
Se creería uno verdaderamento bajo la influE'twia de un
t:meño cuando se entrega a la lectura de las especulaciones
antiguas do ('Sf.e género, sobre Jos planetas que tenían la dcsgrn
cía dt' gozar de Ullli mala reputnción en los 1malcs de Ja astrolo-
gía judiciaria. Saturno, sobre todo, el pobre Saturno, no se ha
levantarlo jamás de su caída mitológica, desclc t•l día nefasto e:n
que fué destronado por SU ulgno hijO Júpiter j tiene HÍempre en
la mano su desastrosa guadaña, es siempre tan viE'jo, si no mM,
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 183

y conserva fatalmente .su iúnE>bre empleo de ministro de las ven-


ganzas ( 8 ).
Se recordará lo que de él decía el P. Kirc.ber en el siglo de
Galileo; desde aquel tiempo le han hecho alternativamente un
infierno, un presidio, una mansión de horror, un muladar inha-
bitable, o, por contraste, un paraíso, una región espléndida, una
tierra sagrada, coronada de una blanca aureola. ¿Proviene el pri-
mero de estos opuestos juicios de la t>nojosa opi.Júón de la anti-
güedad y de la Edad Media haéia el viejo Saturno f No lo sabe-
mos; pero <'l extático lGrchcr y sns émulos no son los únicos que
han usado un lenguaje tan desfavorable, y otros autores muy su-
periot·cs a éstox t>n cienc·ia y en filosofía, han emitido opiniones
análogas.
Citarcmm; particularmente la descripción que hace Víctor
llugo de este mismo mundo. Bajo Jas siguientes estrofas, ¡no
deberemos ver más que el juego de una imaginación creadora que
toma por entrctcnimiPnto ''alguna rosa mejor qu<' las pirámi-
rles"! •
cSaturne, sphere énonnc, astre aux aspects funebre1l
Bagne du ciel! Pri10n dont le soupirail luit!
Monde en proie a la brume, aux sou!fles, aux t~n~bres!
Enfer bit d'hiver et de nuit!
Son atmosphere flotte en zones tortueuscs;
deux anneaux Ilamboyants, tournant avec fureur,
font, dans son cicl d'airain, deux arches mo~Utrueu"K"~
d'ou tombc une ~temelle et profonde terreur.
Ainsi qu'une araign~e au centre de sa toile,
il ticnt sept lunes d'or qu'il lie a ses easieux;
pour lui, notrc solcil, qui n'cst plus qu'une étoilc.
se perd, sinistre, au fond des cicux.
Les nutres univers l'entrevoyant dans l'ombrc,
se sont épouvantú• de ce globe hideux;
trcmblants, ils l'ont pcuplé de chimeres saos nombrr.
rn le voyant errer, formidable, a u tour d'eux.:. ( 4 )
No se podría decidir dr pru·te de quién está la vP.rdad, entrE'
lo<; que con~;id<'ran a Sntnrno como un mundo árido e inhospita-
lario, y los que Vf'n en rl una morada de venturas y de prospe-
ridades; hny, sin embargo, poderosas razonC:" para señalarle un
puesto superior al de la Tierra.
Xo u<:>jaremos este astro extraordinario sin referir la opinión
de un discípulo ele Fourier, que se ha dedicado a especulaciones
1málogas sobrl' la mayor pa11e de los mundos planetarios. Sus
ideas, <•s<·titM bajo In forma de unn carta, a una hermana, me-
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184 CAMILO FLAMMARION

tieron algún ruido en aquel tiempo, elogiadas como fueron por


(ll Almanaque falansteriano ( 5 ). Ellas in<li<'an, por lo demás, en
lo que tienen de positivo, la apariencia real del universo de Sa-
tumo para sus habitante~.
"Los anillos proporciona t·on u u otoño fresco a las zonas ecua-
toriales del planeta. Este otoño es l.Ula e11tación <'n que el tiem1JO
r-st6 rul.riPrfo, n saber: en el medio del día para los países que
<'.St{m e"rcu <le nno de los bord<.'s de la sombra; por la tarde y
por la n:afuma para los que están hacia el borde opuesto de la
sombra, y todo el día para los restantes; pero esto no es la noche,
y la gran densidad do la atmósfera nc; suficiente para conservar
(lll t>stas 1·cgiones una temperatura suave. Además, ]a sombra de
Jos anillos debe modificar profundamente el sistema de Jos vicn-
t.Oil ali~-;ios del planeta, haciendo descender, desde esta latitud, de
le$ regiones altas a las más bajas, las columnas de aire calentado
1•n 1a :-mna que a la sazón tiene el Sol a plomo. En cuanto a los
anillos, los hahitantrs del anillo interior deben gozar de un sin-
gular espectáculo cuando se roloq nen en la parte de su residencia
que mira a1 planeta : ven a éste como un inmenso globo inmóvil
1·n d cenit, octtpando el ciclo hasta cerca de un tercio de la dis-
tancia angular cntr<.' el cenit y el plano horizontal; al mismo
tiempo, el horizonte real del múllo drbo ofrecHles, hacia el Sur
y hlteia el Norte, notables dcpresion('S. y por el contrario, hacia el
ERte y el 01'Ste, deben Yer a sn anillo elevarse como dos montañas
qur nm a perderse detrás dcl globo dt>l planeta. Marchando hacia
lo plano del anillo, Yen esas doR montañas lejanas inclinarse hacia
~~1 Sur o hacia el Norlc, hasta que dcs11.pareccn bajo el plano
horizontal, que cntone<.'s oculta la mitad del disro del planeta."
"Se podrían imaginar correspondencias telegráficas entre los
habitantes de los anillos ~· Jos del planeta, de lo que resultaría
una utilidad considerable. Pero, por temor de que se nos acuse
de fantásticos, nos limitaremos a mencionar un servicio especial
•tuc los anillos de Saturno han debido presentar a los habitantes
<1"1 planeta: y es haberlos enseñado desde muy pronto la redondez
•lr su globo. En efecto, los que tienen actualmente la cstaci6n de
vorano ven todos los días la Aombra del planeta sohrc el plano
(lel anillo. Es lo mismo, s<.'ñora, añade el cosmósofo, que si que-
réis ver sin trabajo rómo están arreglados vuostroc:; rabcllos detrás
de la cabcJ:u: podéis colocaros cnsi de perfil entrr una luz y la
pared, •ohrc la cual veréis con el rabillo de1 ojo la silueta de
'ucstru (•ube.1.a.. 'osotro..;, habitantes de la '1'ierra, también pode-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 185

mos, como los de Saturno, ver la sombra de nuestro globo, y re-


conocer, sin más traha,io, que la 'f1orra es redonda; pero lo que
los Snturnianos ven todas las tardea y todas las mañanas, nos-
otros lo n~mos solnmcnte en lo~ eclipsffi de Luna."
Alguno~ filósofos no se han contentado con determinar desde
aquí el C:ipcct.áculo de la Naturaleza para los habitantes ele los
otro:; mundos -esa deterroi11acíón puede hasta cierto punto estar
basada sobre datos científicos-, sino que también han intentado
hallar el modo de existencia, el grado de civilización, y hasta la
estatura de esos hombres desconocidos. Al principio del siglo pa-
sado, Christian Wolff dió, pulgada más o m enos, la estatura de
los habitantes de Júpiter. Si so tiene curiosidad de conocer el
método que ha seguido para llegar a este resultado, helo aqui:
"En óptica se cnscfia, dice, que la retina del ojo es dilatada
por una luz débil y contraída por una luz intensa. Siendo la ln2
del Sol mucho menos fuerte para los habitantes de Júpiter que
pura nosotro!'l por razón de su mayor distancia de ese asiro, re-
sulta que sus hombres tienen la reiina mucho más ancha y más
,liJatada que la nuestra. Pero es notorio que la retina está cons-
tantemente en proporción con el globo del ojo, y el ojo con el
resto del cuerpo, ele suerte que cuanto más desarrollada está la
r~t ina en un animal, más grande es su ojo y mayor es igualmente
su cuerpo. Para determinar la estatura de los habitantes de Jú-
piter, e:; preciso considerar que la distancia de éste al Sol, es a
la distancia d<' la Tierra. a éste último, como veintisfis es a cinco.
y que po1· consiguiente, la luz del Sol respecto a Júpiter, es a la
misma luz rcsprcto a la Tierra, en razón doble de cinco a veinti-
Réis. Por otl'a parte, la experiencia nos enseña que In. dilatación
de la retina es siempre más que proporcional al aumento de
intl'Hsidad de la luz: no siendo así, un cuerpo colocado a una
gran distaucia aparecería tan claramente limitado como otro co-
locado más c01·cn. El diámetro de la retina de los habitantes de
,Júpit<'e está, por consip;uiente, al diámetro do la nuestra, en pro-
porción mayor que cinco a veintiséis. Supongámoslo de diez a
veintiséis, o dt> cinco a trece. Siendo la estatura ordinaria de los
habitantrs (le la Tierra. de unos cinco pies, cuatro pulgadas, se
.aca rn <·onclusión que la estatttra comtín. de los habitantes di!
Jtí¡>iter drbc SPr de catorce tJies, dos tercios. Esta estatura, añade
cgndidamcntc el inventor, era poco más o menos la de Og, rey
dP Bazán, cuya eama, según refiere Moisés, trnía nuevo codos de
largo y <'natro de ancho.
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186 CAMILO FLAMMARION

¿ Qup diría hoy Wolff si se le invitase a aplicar sus principio&


d planeta Neptuno, que recibe twve.cientas vccP.s men{)S Juz quP
nosotro~ 1 Esta teoría singular no tiene, por otra. parte, ningún
fundamcnt.o fisiológico; sin hablar del error de Wolff que atri-
buye a la retina misma su contracción y su dilatación aparentes,
mientrns que esos movimientos corresponden en realidad al tabi-
que diafragmíttico de la membrana coroidcs, al iris, es iácil obser-
var, en contra de su hipótesis, que la pupilo. está lejos de ser
s iempre }•ropordonal al tamaño de la órbita, y ésta al resto del
cuerpo. R~cuérdese que Biot, en ~;u curso de física en la Sorbona.
rorcría n menudo que en su viaje a la. isla. de Formentera con
.Arago, c•n 1808, PncontJ·6 con la sonda, a uu kilómetro de profun-
<1idad en el mar, rayas cuyos ojos eran de tamaño monstruoso y
<lt•smcsurndo ; estos ojos estaban protegidos por dos huesos de
grnn dureza. Con la ayuda de estos órganos, las rayas en cues-
tión, ''ivían en el fondo del mar, y hallaban sus condiciones de
existencia, a pesar de la densa noche del Océano; pero su tamaño
no había suírido ninguna modificación. Alrededor nuestro, ade- .
más, las cosas pasan de distinto modo que en la teoría. del filósofo
alemán. ~abemos que el buho tiene el ojo más grande que el
hombre; el topo más pequeño que la abeja; que la ballena y el
elefante tienen ojos muy pequeño~, relativamente a 8U tamaño.
etcétera.
'!'odas estas teorías, como se ve, pecan por su base. A pesar
dC'I ceo que han tenido, y del gran número de sus adeptos, 188
mús rel"icntcs del célebre Fourier degraciadamente parece pueden
ser asimiladas a las anteriores. Para. él, las especies viviente&
(humann, animales o vegetales) que habitan lo!! diferentes globo~
son el resnltado de la fecundación de los planetas; pues, al decir
del filósofo, los planetas, seres animados y apasionados, son an-
dróginos y se .fecuudan mutuamente por medio de cordones aro-
males qne salen de sus polos magnéticos. Los productos de esas
fccuudacioncs son los primeros padres de c.ada humanidad según
los munclos, así como las primeras parejas de cada especie, tanto
animal como vegetal. Poseyendo cada planeta un alma, cualida-
des y pasionl's do un carácter e pecial, sígncse que la población
de cada llDO de ellos está en relación con su <'arácter. El hombre
está lejos de ser superior al mundo que habita; al contrario, e)
alma de eso mundo que domina a la del hombre, es la que esta-
blece un lazo entre él y el Creador, la que obra por su propia
voluntad ronduciendo su humanidad por las vías que ella ha
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 187

elegido. Y los mundos forman de esta manera una jerarquía ce-


lestial, según los grupos o t~?~iversos, de que son miembros, y esta
jerarquía forma lo que el mismo Fourier llama los biniversos, los
triniversos, los c1¿atrimversos, los quintiniversos, etcétera. Los pla-
ne1as Yiven y mueren como los demás seres; al fallecimiento de
.n uestro planeta su alma arrastrará a todas las almas humanas y
las Ueval'á. consigo para volver a empezar una nueva carrera sobr('
otro nuevo mundo, sobre un rometa, por ejemplo, que se>·á im-
platt.aclo y concentra<lo (términos falansterianos). El hombre, cua-
lesquif'ra que !lean su genio y su grandeza, no puede progresa.1·
individnalmentc, sino siguiendo la marcha de la humanidad a
que pertenece; no puede elevarse y habitar otras tierras sino des-
pués de la muerte Je s~1 planeta ... Fourier va más lejos en sus
esp~cuJnciones; Yaga a menudo en un mundo puramente ima€,ri-
nario. Lo más triste es que sus discípulos no han temido ir más
•llá cu <>stas comarcas extraviadas. Los hay que pretenden hoy
que la humanidad de Saturno está muy adelantada y que tenemos
de ello una pnteba en la aut·eola 1·espla?t.deciente que brilla alr~­
dedor de ese astro, y que nuestro mismo globo tomará una corona
aem('jante, en 11eñal de regocijo, cuando 'su hnmanidnd haya alcan-
zado su pe1•íodo de annonía !
Se ve cuánto se ba dejado extraviar Fourier por una falsa
analogía, extendiendo al reino del espíritu las leyes del reino
material. ¿Quién nos dice que no haya dos órdenes de creaciones
oompletamcnte distintas. dos mundos radicalmente separados en
su base? Sn doctrh1a, admirable en lo que se refiere a la solida-
ridad humana, se ha des,'Viado como la de M. Pierre Lcrrou_x, que
limita a la Tierra las eJ~.'-istencias sucesivas del alma. Por un lado
han sido demasiado at.revidos, avanzando tanto en lo arbitrario,
on lo conjetural, tomando la utopía por el progrr,so; demasiado
Umidos, porque la solidaridad humana terrestre es sólo una parte
de la verdad. Cualesquiera que seamos sobre la Tierra, en cual-
qui('l' grullo de la escala en que estemos colocados, la humanidad
a que pertenecemos no es más que un eslabón en la inmensa
cadena; el mundo que habitamos no es más que una estación del
archipiélago infinito, y todos marchamos, rn la solidaridad uni-
versal, hacia una perfección infinita.
Tampoco podríamos admitir Jas ideas que nn desecndient('
de Fourier ( 6 ) ha emitido sobre el origen de los sf'res planetarios.
La analogía es un excelente método para proceder de lo conocido
a lo desconocido; pero la analogía pa.'3ional no nos parece rencr
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188 CAMILO FLAMMARION

toda la importancia que este autor le atribuye. Sin duda alguna,


la le~· qut J•ige al munrlo, la atracción, pudiera apellidarse el
Amor de Jo~ cuerpos, así como la ley que rige a las almas pu-
IHCJ·n llamarse la Atracción de las almas; ~in duda algtma, el
grado rle activüla1l ele toda criatura está constituído por la Pa-
~ión. y en rigor pudiera hacer~e extensiva esta expresión al reino
inorgánico y dc!'ir que la .D.finidad molecular es también amor,
pasión. Pcl'o no rs en rstc sentido metafórico como los partidarios
de Psta teoría entienden la palabra pasión: para ellos no hay mnDr-
do inorgánico, touo está animado de un espíritu individual, todo
piensa, torlo cstí~ apasionado, desde el grano de arena hasta el
Sol. V cd ahí C'n dónde nos parece que est á el error: confesamos
qm· la hipótesis del guijarro pensativo no nos conmueve mucho
~· profesamos la doctrina opuesta, sin dar importancia a estas
palahras del autor en cuestión : ''En las oficinas de la Comisión
de Longitudes no hay la costumbre ele juzgar a los astros por sm
lrutos; la pasión e¡ el principio del movimiento pivotal de la
mec.'ínirn celeste, y los que la han suprimido son vándalos que
nadn han comprendido do la ciencia.'' El mismo teórico ha sen-
tado los aforismos siguientes, en su tratado de ciencia pasional;
si 11os extendernos algo en este asunto es porque estas alegaciones
sin~ulnres no están sostenidas por uno solo, sino por una escuela
Pnt.cra:
"fJa sup1·cma felicidad de los as1 ros, como la de todos los
se1·es animados. es producir y manifestar su potencia creatriz; y
sin esta nect'sidad imperiosa de Cl'ear y de amar, los mundos con-
cluirían.
"Los planetas, que son seres superiores al hombre, son an-
llróginos, esto es, tienen la .facultad de crear por simple fusi6n
d(• sus propios aromas. Tioncn grandes deberes que cumplir, como
<"iudadanos de• un torrn.llino primero, como madres de familia
dtiipué~.
"Cada creación astral se resum<" en uu tipo, en un ser pivo-
tal. Este st'r pivotal es el hombre para el planeta Tierra .
"Por lo tanto, para saberlo totlo, nos basta estudiar al hom-
hrf·. ' '
Véanse algunas iueas menos compl'CilSiblcs aún sobre la pro-
~·~dencia de lo'S seres. Según la teoría de Fourier, la fecundación
11<' los gérmenes contenidos en el seno de cada planeta se verifica
por una comunicación de aromas t>on los otros planetas, por me-
tlio rlE' los f'ordones aromales, de q11c c.adn nstro está provisto.
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 189

Así, si se pregunln el título aroma! de un ~;cr cualquiera, por


ejemplo, del caballo, I'eSJ?onden que es un ser fiero, aristocrático,
apasionado por lo::~ combates y la caza; que se descubre en e.stos
rasgos el emblema del hidalgo, y del ambicioso sediento de gloria
)' d•> ]JOnOr<'.S, que debe SC'l' <•Jasificado pOr autoridad entre las
producciones del t<'clado de Ratunzo. ''El cnballo emana de los
más puros aromas del planeta cardinal de Ambición, de ese globo
orgulloso que man·ha acompañado de un séquito dt> siete satélites,
y que se posa en el ciclo como un retrato de Van Dyck; de Sa-
turno, cuyo carácter márcial se adivinaría por sólo su arrogante
apostura y por el color ambicioso de la doblo banda con que gusta
eeñir sus costados. Todo es resplandeciente, brillante, estrepitoso
y chillón en este ~tro que gusta de aparato como el caba1lo de
sangre." Se ve qnc las opiniones difieren acerca del planeta
Satumo. ·
Baturno es (según el mismo sistema) el planeta cardinal de
Ambición; perfuma de tulipán y de azucena, según dicen. Júpiter
es el planeta <'ardinal de Familismo, menos rico en aroma que
la Tierra; perfuma de junquillo y de narciso. Marte es un pre-
sidio horrible: es incalculable lo que se le debe en tipos odiosos,
horrorosos y repugnantts. Urano es el planeta cardinal de Amor;
era el rccrptáculo natural ele flores azules, pero la Tierra tenía
teorías moral<'s contra el ..Amor, y por castigo, Urano ha dado
propiedade-s farmacéuticas a las !lores azules de la Tierra, en
lugat· de perfumes de amor. En cuanto a Neptuno, perfuma
de. . . cabo de escuadra: es el planeta originario del tabaco, ''de
ese na1cótico Pmhruteccdor que os hace respirar por la boca y
eomcr por ltt nariz," etcétera.
n~ ahí lo qnc dice un fourierista. Otro, que ha. muerto en
coudiciou<>_<J muy tristes (1), ha emitido ideas semejantes en un
capítulo de a.<Jtronomía pasional, redactado a propósito del alma
de la Ti<>na. Se comprende que este hombre haya podido escribir
de tul modo; pero ~e pregunta uno, cómo ()scritorcs de cierto
Yalor :filosófico han podido participar de opiniones semejantes a.
las que acabamos de referir.
Por fortuna se ha escrito poco sobre este capítulo. En el
campo de las simples conjeturas, los especuladores más audaces
se detienen ordinariamente en cierto punto, admirados ellos mis-
mos de hallarse allí y de no ver a su alrededor más que el vacío
y la soledad; pocos son los que se encierran ciegamente en su
aistcma, para no percibir nada más allá, y ver siempre a ese
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190 CAMILO FLAMMARION

sistema ante sí romo nna realidad efectiva; pero esos último~


son tE'mihlE'R, y su ním1ero, relativamente reducido, no es tan
rorto <'Omo se <'rN'. Desde un punto de vista mPnos alrE'''ido y que
siqui<>t·a se fnncla sobre lma apariPncia de observación, al~no~>
<'scritores de fama se han complacido en examinar los otros mun-
dos, con relación al nuestro, y en buscar, según el aspecto que
nos pr<'sentan, Ja apariencia que deben ofrecer a sus habitantes.
Vamos a Yer qu<' <'Stos autores, como los prcccrlentes, l'!C separan
tamhién de la verdad. Los primeros ban ido demasiado lejos en
lo arbitrario, y se han empeñado en sistE'mas insostenibles; los
segundo~¡ se han quedado demasiado cer<'a de la Tierra; y cuando
creían ver otros mundos, no han visto sino la Tiena misma, va-
gamente reflejada en el espejo de au pensamiento.
Una de las dcs<'ripciones más poéticas que tE'nemos en este
género c:s Ja del planeta Venus, que el autor de Pablo y Vi1·giwica
nos ha dado en sus Armonías de la Naturaleza. Será el primer
ejemplo de la ~crdad de lo que acabamos de sentar.
"Venus, dice Bernardino de Saint-Pierre, debe estar sem-
brado d«> islas, cada una de las cuales tienen picos cinco o seis
veces más elevados que el de Tenerife. Las cascadas brillantes Que
se desprenden de ellos riegan sus laderas cubiel1as de verdura
y vkncn a refrescarlas. Sus mares deben ofrecer el más magnífico
y el má~¡ delicioso de los espectáculos. Suponed los ventisqueros
de la Suiza, con sus lagos, sus praderas y sus pinos, en mediQ
de los mares del Sur; juntad en sus laderas las colinas de las
orillas del Loira coronadas de vides y de toda clase de árboles
Crutal<>s; añadirl en sus bases las riberas de las Molucas plantadas
<le bosqu.cciUos en donde están suspendidas las bananas, la nuez
moscada, los clavillos, cuyos aromas suaves son transportados por
los vientos; los colibrí<>s, las tórtolas y los brillantes pájaros de
Java, cuyos can1os y dulces arrullos son repetidos por los ecos.
Fig·uraos sus playas S'Ombreadas por cocoteros, sembradas de na-
<•aradas conchas y de ámbar gris; las madréporas del Océano
Tudico, los corales del :Mediterráneo, creciendo, en 'llll perpetuo
verano, n la altm·a de los árboles más grandes, en el seno de los
mares que los bañan, elevándose sobre las olas por medio de re-
flujos ae ·veinticinco días, y easando sus colores d·· grana y púr-
pura c:on el verdor de las palmeras; y, en fin, corrientes de aguas
cristalinas que rcflc,jan esas montañas, esos bosquc·s, esas nvccillas,
y van y vienen de isla en isla por :flujos de doce días y reflujos
de doce noches: y s6lo tendréis así una ligera idea de los paisajes
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PLURALIDAD DE MUNDOS H~ITADOS 191

lie Vonus. Elevándose el Sol en el solsticio, por encima de su eua-


dor, en más de 71 grados, el polo que ilumina debe gozar de una
temperatura ba.c:~tante más grata que la de nuestras más dulces
pl'imaveras. Aunque las largas noches de este planeta no estén
iluminadas por lunas, Mercurio, por su brillantez y su proximi-
dad, y la Tierra, por su magnitud, le hacen las veces de dos
tunas. Sus habitantes, de una estatura semejante a la nuestra,
pues habitan un planeta del mismo diámetro, pero bajo una zona
celeste más afortunada, deben dedicar todo su tiempo a los amo-
res ( ! ) . Los tul os haciendo pacer sus rebaños en las cumbres de
los montes, llevan vida de pastores; los otros, en las playas de
sus islas fecundas, se entregan a la danza, a los festines, se re-
gocijan con canciones, o se disputan premios nadando, como los
afortunudos insulares de Taití. .. "
Deseamos de todo corazón que los habitantes de Venus lleven
una vida tan alegre como la representa Bernardino de Saint-
Pi<'rre; pero hay lugar a creer que no es así, y sin llegar hasta la
opinión de> Fontenelle, que pretendía que si Venus nos parece tan
kermoso de lejos, es po1•que es muy horrible de cerca, haremos
observar que las condiciones astronómicas de este planeta no son
tan favorables como lo supone nuestro poético narrador. Si sucede
que en verano uno de los dos hemisferios de este mundo está
más calentado que el otro por rayos solares más directos, por la
misma razc>n el otro es más trío y ofrece a sus habitantes una
temporatur·a poco agradable. Se ha podido notar, por otra parte,
t¡uc una mano científica tendría bastante que retocar en el cua-
dro que precede para acercarlo un poco a lo qno pudiera ser la
t•calictad; pero ln observación más importante que hay que hacer,
por ser la más general, es considerar lo muy terrestre de esta
descripción, y por consiguiente lo distante que está de lo que
debiera ser todo ensayo de estudios planetarios. Lo decíamos hace
poco: es el cargo general que hay que dirigir a todos los que
han tratado la cuestión de los 1\ombres de los planetas. El que
ac hubiera podido esperar ver más distante de las ideas terres-
tres, E'l místico Swedcnborg, no está exento de c>sta tacha. Abra-
mos a la ventura su libro sobre las tierras del cielo, y leamos.
Sobre u.na primera tierra en el nt.undo astml. ''Vi allí mu-
chos prados, y bosques con árboles cubiertos de hojas; luego
ovrjas cubi<'rtas de lana. Vi después algunos habitante!! que eran
de haja coudirión, vestidos a corta diferencia como los <'ampcsinos
on Eutopa. Vi también un hombre con su mujer; ésta me pareei6
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192 CAMILO P.LA.\fMARION

u e buena estatma r rle un exterior decente; el hombre igualmen-


{,e; pero me sorprendió ver que éste andaba con un aire de gran-
deza y ron un paso casi arrogante, mientras que la mujer, por el
eontrario, tenía un aire humilde; me dijeron los ángeles que tal
es la costumbre de esta tierra, y que los hombres que son así son
amados, porque a pesar de ello son buenos. También me dijeron
que no les era permitido tener varias esposas, porque es contra
las leyes. La mujer que yo vi tenía delante del pecho una ancha
Ycstidura detrás de la cual podía ocultarse; estaba hecha de modo
que podía pasar por ella sus brazos, serYirse do ellos y andar de
esa. numera; podía también servir de vestido al hombre ... " Si-
gnen otros Jetalles.
En Wl/l. c1tarta tie1·ra del 11Ltmdo <Mtrcil, hay hombres vestidos
y homb1·<·s no vestidos. "Un día que un espíritu que había sido
prelado y predicador en nuestra TiC'rra, estaba entre los hombres
vestidos, apareció una mnj~;r de una figura extremadamente her-
mosu, n'slida con un traj~ sencillo; su tfuúr.a colgaba deet.>nte-
lllcntt• ¡JOr dctrlis, y sus hraz<Xs estahán cubiertos; tenía un peinado
muy honito en forma de guirnalua de flores. IIahiendo visto aquel
~pídtu a la joven, le gustó muchísimo, le habló y le cogió la
mano; mas como t>Ua se percató de que era un espíritu, y que
no era de su tit>t-r~, se alejó de él. En seguida se le presentaron,
por la derecha, varias otras mujeres, que l1acían pacer ovejas y
corderos, que conducían entonces a un abrevadero, al cual el agua
ora llentcla de un lago por medio de una zanja; estaban igual-
mente vestidas, y lle"''aban en 1a mano un cayado (sic) con el cual
dirigíau a las ovejas y a los corderos. Vi también la cara a las
mujer<':>: eran redondas y bonitas. Los rostros de los hombres
eran ele <·olor carne orilinario, como en nuestra Tierrra; pero con
la difNeneia de quo la parte inferior de su cara, en el lugar de
la hn dm, cm negra, y que la nariz era mhs bien de color de nieve
que de rolor de carne ... ", etc.
Sin disgmrtar a los señores swcdenborgianos, paréccnos que
aquí poc lo menos las visiones de su ilustre apóstol son puramente
subjetivas y completamente imaginarias; que cuando más, sólo
hay en <'llas un símbolo, y que los seres que ha trazado no han
existi<lo nunca sino en su cerebro, interiormente iluminado por
su ardiente fe. Es improbable, en el más alto grado, que nuestro
UlWldo terrestre esté idénticamente reproducido en uno o en va--
rios mundos del espacio. Se ha visto ya, y se verá por lo que
sigue, cuáles son las condiciones que se oponen a ello.
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 193

'l'odos los que han querido definir la naturaleza tle los ha.-
bitantcl:l de las tierras del cielo los han representado iguales a los
hombres de mH'st1-a Tierra, todos los que han intentado describir
naturalezas c.xtrafias a la nuestra. las han considerado romo la
reproducción itP la (JUC nos rodea en nuestra patria. El núsmo
lluygens, el astrónomo Ilny~ens, cuyos trabajos y descubrimien-
tos ilustraron el gl'an siglo al <.fUe se ha dado el nombre del mo-
narca d(' Versi!IJ('S, 4ll sabio Uuygens, decimos, se hu dejado él
tnmbién t>xtraviar en vanas conjeturas, ct·eyendo ycr en Jos otros
mundos c•rf'acionCJol idénticas a las <JUC existen en éste. Para él,
los Ycgetallls y los animales '' ereccn y se multiplican como t>n 1~
'ricn·a ". Para él, "los hombres que habitan los planetas tienen
el mismo espíritu y el mismo cuerpo que los que habitan la Tierra;
sus s<'ntidos !lon semejantes a los Hnestros, rn igual número y sir-
Yiondo para los mismos usos; los animales de los planetas son
'le igual l'Speeie, y hnsta de la misma talla que los animales de
uucf{tro mundo; los hombres tienen una estatura y una ·talla
semcjantf' n la nuestra, con objeto de poderse ocnpar en los
mismos tlabnjos; manos como las nuestras para poder construir
sus instrumPntos de matemáticas y sus objetos de industria; tie-
nen la misma disposición de cuerpo, pues nuestra organización f'S
la prPfnihlc; los vestidos les son igualmente nec<>sarios; C'l co-
mercio, la gucn-a, las ncc<'sidades diversas y las pasiones de los
hombrt!s se encuentran allí como aquí; los habitantes de los pla-
netas edific·nn sus moradas con una arquitectura análoga a. la
nuestra, cono<•Pn la marina, las L"eglas de la geometría, los teore-
mas dt• lns matemáticns, las loyeR de la m{u~ica, eulth·an las be-
llas arh•H, t•n una palabra, son la reproducción fiel del estado
<1<' Ja humanidad tel'l'<'stl·es".
Tal es, l'll rmmmen, la creencia de lluygens. Lo hemos dicho
en nuC's1ro estudio histórico, este astrónomo es uno de los más
sabios y uno de los autores más serios que hayan escrito sobre el
<1S1mto qu<' "\' E.'nimos tratando; hemos exprE'sarlo lo mucho que
npJ·ct•iamoH sus obras; Jlt'l'O a pesat· de toda nuestra admiración,
no f'stamos ~·a en los tiempos <>n que la palabra del mar,stro era
indiscutible, y nos prrmitircmo · manifestar que <'1 salJio f'SCJ•itor,
a nuestJ·o parecer, lu1 seguido Ja. p<'ndient\1 poi donde tan gran
núm<>ro habían ya resbalado, y se ha cquiYocatlo grandemente en
su expo~ición de la Tcot'Úl (h,[ Jlftmdo.
PnNI bien, y l'S importante advertirlo. esta falsa manera de
YCL" no rlrh<' impntal'sc a cada teórico en particular; es preciso
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19l CAMILO FLAMMARION

F~abcr, por el contrario, que depende de un estado gencrnl de-


nuestra alma, que fatalmente lo relaciona todo a sí propia, y
que la visión íntima de nuestro espíritu se opera de tal modo,
que no sabríamos interpretar diversamente el espectáculo del mun-
do exterior, ni emitir otras ideas, sin un gran esfuerzo de nues-
tra Yoluntad propia sobre nuestro modo habitual d<' considera¡•
las obras de la Naturaleza.
X cnóphanes tenía razón: el antropomorfismo es inherente
a nuestra constitución mental, e inadvertidamente, todo lo crea-
mos a nuestra imagen y semejanza. Dios mismo, el Sm: infinito
que el Areópago había declarado inc(mncible, no aparece a lo~
ojos de nuestra alma sino al trav~s del pl'isma engaííoso de nues-
tr·a personalidad humana.
Los V cdus enseñaban que en el origen de las cosas, el gran
Espíritu preguntó a las almas que acababa de crear qué cuerpo
prt'fe.rían, y que esas almas, después de haber pasado revista a
todos los seres. adoptaron el cuerpo humano, como reflejando la
más bella de las formas. El libro de los Vedas es el más antiguo
de los libros de cosmogonía religiosa; desde esa remota antigüe-
ñnd, la opinióu no ha eambiado sobre la superioridad del cuerpo
hnma'no.
Los hombres más humildes no eludan que ellos son la obra
maest!'a de la creación, los reyes del Univct'SO; y cuando el es-
píritu religioc;o, sondando la distancia que nos separa del Altísimo,
colocó sobre las gradas de esta distancia una jerarquía de seres
!luperiores, ángeles o santos, no pudo hallar forma más bella y
más digna de esas inteligencias, que nuestra forma humana divi-
nir.a.da. Todo lo hemos humanizado, y no hay ni aun siquiera.
entre los objetos exteriores más extraños, por ejemplo, el SoJ
y la Luna, alguno quP no haya sufl'itlo la influencia de esta pre-
disposición general, y no haya sido representarlo bajo una figura
humana.
Sin embargo, el resultado dr nuestros estudios, d conjunto
dP nuestros conocimientos, no confirman este juicio, que no tiene
má fundamento que la ilusión dc nuestros sentidos y esa p<>-
qucña dosis de nmidad qne cada cual trae al venir al mundo. Al
t·ontl'al·io, se puede sentar como principio que, para juzgar sana-
mente de la naturalc:m de las cosas. importa ante todo no tomar-
nos ya como punto de comparación, y uo considerar los objetos
t•n el valor relativo que les pel'tenece respecto a nosotros, sino
tratar de conocerlos PU su valor absoluto. Este es un pl'incipio
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 195

c·uya importancia es preciso apreciar, y que debe aplicarse parti-


eularmentt• <>n lo· <'<~tudios de las clase de los que aquí consi-
rt<'ramos.
Los nHÍ'i sabios, pues, entre todos los que estudiaron esta cues-
tión misteriosa ele la habitación de los globos celestes, fueron lo::;
que, n ejemplo de Lambcrt en sus eruditas Cartas cosmológicas,
reconocirron la imposibilidad en que estamos de emitir conjeturas
plausibles sobre los habitantes de los otros mundos, y que, dóciles
a la.q elecciones de la Nnturalc:~.a, comprendieron que la fuer7.a
,·ivi ficanu• Nlya influcnria hizo germinar las generaciones espon-
táneas en el origen de los seres, obra en todas partes según los
<•irmcnto¡¡ variudos inherentes a cada uno de los mundos.
Se puede afirmar que todo hombre, cualquiera que sea, que
preten da seriamente definir la humanidad de otra tierra, eurac-
te1·izar sus concliriones oc existencia, dar a conocer su estado fí-
l'lico, intelectual o moral, explicar su natlualeza y su modo de ser;
:-r }HlPde asegurar, deeimo.<~, que todo bombrr que tenga semejan-
tes prctcru~ionrs inruna en el error más vano. Tanto como pro-
<:lamtl!nos, con la ccr·te7.a de una convicción firmísima, la verdad
1le la pluJ'alidad de mundos, otro tanto desechamos el título de
c·olonit.adot-eq de planetas. Y sostenemos que, en el estado actual
rle nuestros conocimientos, <>S imposible encontrar la solución del
problema ( 8 ).
Nuestro !")ludio fisiológico ba demostrado cuáu t'n correlación
t·st.án las producciones de la Naturaleza nqní abajo, con el estado
nt' la Tierra; euú.n en armonía están )os div~rsos seres que ha-
hitan C'.ltc mundo con los centros en qut:' viven, y no han faltado
ejemplos pat·a establecer la incontest.able verdad de esta propo-
ttici6u. Estr srría rl lugar de añadir que las producciones de esta
misma naturalC'7.a pucdrn variar y varían siguiendo los grados
rlc• una esenia inconmensurable. EmJ?czando por los detalles más
pequeños de nuestra organización, no hay uno que no tenga su
razón de ser y su utilidad en la economía· viviente: y hasta los
apéndires que nos parecen más insignificantes, todo tiene su ob-
jeto en el organismo indiYidual. Cambiad un elemento en la física
lrrrestrc, eercenad uua fuerza c·n su mecánica, haced sufrir a
uurstro mundo una modificMióu cualquirra en su naturaleza ín-
tima, y observad lo que resultará: una vez modificadas las con-
c\iciones de habitabilidad, la habitación actual cederá el puesto
a otra. Atenuad suresivamente la intensidad de la luz solar hasta
hacerla igual. pot· !'jemplo, a lo que es en la superfieie de Urano
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196 CAMILO FLAMMARION

o de Neptuno. y sucesi\'amente nuestros ojos perclm·lm la facultad


de ver sin deslumbtrunicnto los objetos situados en nuestra a<>tua!
iluminación. ..<\.u mentad, por el contrario, esta intensidad, y no
veremos más claro que en nuestro pleno día. Haced que el so-
nido no se propague ya en el aire, y nuestras generaciones fu-
turas no poseerán más que sordomudos, hablando con el lenguaje
ele los signos. Somos carnívoros y hervíboros a la yez; imaginad
una 1ransfonnación lenta y progresiva en nuestro régimen ali-
mrntirio, y una transfomJaci6n correlativa se opet•ará en nuestro
mecanismo orgánico.
El mundo marrha por oscilaciones, :r sus elementos varían
entre doo; límitrs extremos alrededor de una po.<;ici6n media. Es
la ley dc·l ser; ~:~e In reconoce en todo, desde la revolución del polo
tctl'<'Rtl'e alrc>dedor de} polo de la eclíptica en 25.765 años, hasta
los pcdodos diurno<~ y horarios de la aguja imantada. Si la vida
t•n cada gloho depende de la suma de los elementos especiales
de eada mundo, varía como ese mundo, entre estos límites extre-
mo'l, más allá de los cuales se extinguiría, y entl'E' los cuales sufre
modificaciones grarluales. Si la vida es inherrnte a la. esencia
misma de la materia, es susceptible de una diversidad todavía
mayot· qur en el easo precedente; puesto que aparece inevitable-
mente, cualesquiera que sean las eondi<'iones accidentales que su-
.ran ciertos mundos o ciertas regiones de los munclos. Sea como
quiera, las modificaciones causadas en las condiciones de exist.en-
<·ia obran en <•1 organismo de los individuos y en la generación
de las C'SpC<·ics. El raciocinio que hacíamos hace poco, relativa-
mente a esa!> modificaciones y a su influencia sobre nosoh·os mi~­
mos, puede extenderse y aplicarse a todos nuestros miembros, a
todas las partes intornas y externas de nuestro cuerpo; se puede
asegmar que estos órganos existen 1ales o cuales, <'ntrt> nosotros,
porque llenan tales o cuales objetos, e inferir de ahí que son di-
ferentes m los mundos en donde no pueden veJ•ifict~l'Se las misma-;
funciones, r también que no existen donde no tienen objeto que
llenat·. Este es el motlo de proceder de la Naturaleza, tanto aquí
c:.omo en toila<J partCl>; éste es el modo con que obraría si la:1
condiciones tcrrc>strrs llegasen SI sufrir una alteración que no
rucsc bastant<' dolcnta para destrlúr la habitación de la Tierra ;
éste es el que ha seguido en otros tiempos pam la sucesión de la~
especies en la .super·ficie UC nuestro globo durante .SUS períodos
primitiYos; y muy probablemente es el que signe rn la actualida<l
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 197

para el sostenimiento de la vida sobre la Tierra y sobre los otros


mundos.
Para ¡•azonar sobre la creación en la superficie de los pla-
netas, y para emitir algunas opiniones sobre las formas que la
Yida puede re,·e~:~tir alli, sería preciso, cuando menos, tene1• un
principio absoluto por base. Con la ayuda de este principio ab-
~luto, se podría, dentro de ciertos límites, comparar y deducir.
Pero, &qué poseemos de absoluto en toda. la extensión de nuestros
conocimientos? Digamos mejor: ¿qué hay de absoluto en la fí-
sica' ¡Nada! El Universo tiene por dimensiones el espacio: &Y
qué es el espacio Y Lo inde-finido; o, más bien, para evitar todo
~ofisma, el espacio es un infinito. Pues bien, en término absoluto,
no hay menos espacio desde aquí a Roma, que desde aquí a
Sirio, pues la distancia desde aquí a Sirio no es una parte ma-
yor del infinito que la distancia desde aquí a Roma; si, tomando
la Tierra como punto de partida, marchamos durante cien mil
años con la velocidad de la luz, hacia un punto cualquiera del
ciclo, llegados a ese término, no habríamos, en realidad, avanzado
un solo paso en el espacio. . . Bajo otro aspecto, bajo el del tiem-
po, consideraremos la extensión absoluta de la sucesión de las
cosas : esta extensión en la dm·ación eterna. Luego, cien mil mi-
llones de siglos, y un segundo, son dos términos equivalentes en
Ja. duración eterna. Lo absoluto no existe en la física, todo es
relativo. Si por un fenómeno cualquiera, la Tierra toda entera,
oon su población, se redujese progresivamente al tamaño de una
bola de b11lar; si todos los elementos que caracterizan a los cuer-
poR, el peso, la densidad, la fuerza orgánica, el movimiento, la
intensidad de la luz y de los colores, el calórico, etc., se atenuasen
en la misma proporción; si el sistema del mundo sufriese una
modificación proporcionada a esta disminución del globo terres-
tre, en una palabra, si todos los objetos que n1.10stros sentidos
perciben siguiesen esta disminución guardando entre sí las mismas
relaciones, nos sería imposible .Percatarnos de esta inmensa trans-
formación. Este sería un mundo de Liliputienses; las altas ca-
denas del llímalaya y nuestras montañas alpestres quedarían rc-
tlucidas al volumen ele granos de arena ; miCstros bosques, nues-
tras casas, nuestras habitaciones serían más pequeños que todo
lo que al presente conocemos, y nosotros, estaríamos por la esta-
tura en el rango de los animales que llamamos microscópicos; la
Tierra rntcra cabría en la mano de un hombre de nuestra dimen-
aión actual; todas las cosas estarían transformadas; y en definí-
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198 CAMILO FLAMMARION

tiva, n<J.da 1wb1"la cambwdo para nosotros; nue¡¡tra estatura sería


siempre de seis pies (siemlo siempre nuC'stro metro la diez mi-
llonr~ima parte drl cuarto del meridiano terrestre); nuestras ciu-
dades y nuestros campos, nuestros puertos y nuestros buques ha-
hrían C'OO!':<>rvai!o las mismas rPlaciones; los objeto~ se presenta-
rían a nuestra vista bajo el mismo ángulo que se presentan ac-
tualmente, y por tanto, permaneciendo siempre i~ual toda rela-
ción, la metamorfosis pasaría inadwrtida, por miíc; maraYillol'ln
que fue1·a.
Si estas ideas pm·<>cen atrPvidas, rP~poucleremos fiUC por uu
lado son de una verda<l matemática, y por otro gozan de una nc•
toriedad mny antigua en filosofía. No sería ra:ronabl<>, a nuest:rt•
parecer, afirmar que sean la expresión de rcalidacles cxic;tentes
en alguna parte dd espacio : no es probabl<> que la Naturaleza
haya eugendrado esos átomos de mundos; pero algunas veces es
Otil presentar ej<>mplos exagerados para combatir opiniones sus-
tancialmente <'rróneas. Varios cscl'itorcs, y de> los de más nom-
bradía, no satisfechos con formular simplementr estas ideas, laq
lmn considerado, además, como representando un estado de cosa·
reinante en la creación. Citaremos aqu.í a Juan J3rrnonilli y &
Leibnitz; véase lo que el primero escribía al segundo en nna di-
sertación sobre lo infinitamente pequeño y lo infinitamente gran-
de en la vida.
"Im a•~inad que un p<'quei'ío grano de pimienta, <>n el cual :-....
perciben, por medio del microscopio millonrs de animálculos. ten-
ga sus part<>s proporcionales en todo a las partes de nuestro mun-
do, esto es, ~:~u Sol, sus estrellas fijas, sus planetas con sus l'lnté-
lites, sn Tierra, con sus montañas, sns campos, sus bosques, sus
l'Ocas, sus ríos, sus lagos, sus mares y sus diversos animales;
,erC'éis qnc los habitantes de este pequeño grano de pimienta, esoo
pipericola.~, que percibirían todos los objetos bajo el mismo Ñng-ulo
de Yisión, ,v, por consiguiente, de la misma dimensión que no~otro~
vemos los nuestros, no podrían pensar que fu<>ra. de su grano no
exi·.te nada, c·on el mismo derecho que nosotros pensamos que
nuestro m un <lo encierra todas las cosas? Porque, ¡,qué razón, o
qué experiencia tendrían que les persuadíos<' de lo contrario, y
que hiciese conocer a esos pequeños animales que existe otro mun-
do incomparableolcnte más grande que el suyo, con habitantes in-
comparablemente mayores que ellos Y Porque yo creo que pueden
existir en la Naturaleza animales que sean en volumen tan su-
periores a nosotros y a nuestros animales o1·dinarios, como nos-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 199

otros :r nuestro~ animales somos superiores a. los animálculos mi-


cJ·oscópicos. Todavía digo rnál:i, y es: que pueden existir animales
incomparahlcmeute mayores que éstos; y pongo tantos grados al
:-mbir como he hallado al bajar, pues no veo por qué nosotros y
nnedros animales hubiéramos de <·onstituir el grado más eleva-
do". "Por mi parte, le contesta Lcibnitz, no dudo en sostener
que hay en el Universo animales que son en volumen tan supc-
l'iOI·c::; a los nuestros cuanto los nuestros están por encima de lo~
animálculos que no se perciben sin la ayuda del microscopio,
porque la. Naturaleza no conoce ti'rmino. Recíprocamente, puede,
y aun (l<>he ~;nc<'der, que haya en los pequeños granos de polvo,
t>n los átomos más pequeños, mundos que no sean inferiores al
nuestro en helleza ni en variedad" e~).
E::1tas aserciones parecerán singulares; el positivismo de nues-
tro si~lo nos ha puesto en guardia contra ellas. Pocos filósofos las
admi1 en hoy; sin embargo, en principio, son científicamente ad-
misibles, po¡·qne las deducciones que las determinan descansan
solm.' hechos incontestables de micrografía y de análisis.
Digamos m{l;s, confesemos todo Jo que hay, y no temamOl:l
sentar como principio la relatividad esencial de las cosas. ,Por
e¡u{> no decirlo f La ciencia humana toda entera, desde el alfa
hasta el omega de nuestros conocimientos, no es otra cosa que el
cst1ulio ele las estaciones. Ni un solo punto de absoluto en el edi-
fic·io de nuestras ciencias, por maravilloso que parezca. El espíritu
humano ttnta de conocer las relaciones; ec:o es a todo cuanto pue-
de atr<'verse; l.'ada una de sus concepciones se encuentra en el
punto mNlio de una línea cuyos extremos se pierden en lo infi-
nítnnlt'ntc ~randc y en lo infinitamente pequeño; toda ciencia re-
Ridc <'ll la mC'dida de lo infinito; y de la comparación de las
cosas á una unidad arbitraria tomada por base, resulta el valor
de nuC'stros conocimientos. La física del Universo, bajo la corre-
lación de las fuerzas, que sin cesar transfonnan t.u acción a tra-
vés de la suhstancia, no podría proporcionarnos un elemento en
reposo que pudiésemos tomar por punto do partida absoluto, en
nue~tras investigaciones sobre la Naturaleza.
Cuanto hcmos dicho respecto al volumen relativo de los cuer-
pos, debemos decirlo de su pPso, de la intensidad de la luz y del
calor, de los diversos fenómenos del mundo, de la duración de los
seres y de todos los elementos que constituyen el Universo. Sobre
Neptuno, suponiendo que la duración media de la vida del hom-
bre cuente el mismo número de años neptunianos que cuenta de
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200 CAMILO FLAMMARION

11.fios terre:.tre, la duración m('din de nuestra vida, un ntno tcn-


(\t'Ía aún nodriza (!'li hay allí nodrizas) a la edad de cuatrocientos
noventa años; r si las costumbres fuesen rclnth·amente las mm-
mas que aquí, un joven se casaría ordinariamente a su~ lres mil
uoyecientos cincuenta años.
Si se cree que las cosas no pasan prolJablementc dl• es<' modo
Pn Neptuno, a causa de la distancia de este planrta a nuestro
pequeño Sol, que uo le envía suficientemenl<' el calor y la luz
~eueradores, no insistiremos; pero rogaremos al lector que su-
ponga con nosotros por un instante que exista en el espacio uu
sol mil veces superior al nuestro y un sistema solat• dispuesto
como el nuestro, pero treinta YeCC'S más vasto; que imagine al
miRmo tiempo, que un mundo, situado a la distancia en que Nep-
1.nno se encuentra de nuestro Sol y dotado de igual movimiento
anual, reciba el mismo calor y la misma luz que nuestra Tierra
t--ecibe del Sol ~· quC' en ese mundo las co~as pasen rclatwamente
como aquí; lo que decíamos hace poco de Neptuno le será apli- ·
cable y encontrará cabida en el orden normal.
Tan poderosa es la fuerza, la materia tan dócil, que la di-
ferencia en la intensidad, en la relación y en la combinación de
las fuerzas en acción sobre los diferentes mtmdos no ha dejado
de establecer una diversidad no menos grande en el estado orgá-
nico de los seres. Cuando existe el convencinúento de que este
estado no es otro que el resultante de todas las fuerzas que han
ocurrido a la manifestación de la vida, se admite sin dificultad
que es posible un infinito de estadO:i divesos. Si tomamos por
ejemplo un astro en particular, sea Júpiter, los elementos de este
globo, la brevedad de sus días y de sus noches, la rapidez de su
movinúento, la intensidad de su peso, el grado de luz y de calor
que recibe dt'l i::lol, el concUI'SO, en fin, de todas las condiciones
cn que está colocado este mundo, esta reunión de elementos tan
esencialmente distintos de los elementos terrestres, ha constituído
en su superficie un orden de existencias incompatible con el or-
den a que pertenecemos sobre la Tierra. Desde el primer eslabón
de la cadena de Jos serE>s, la acción de la NaturalC'za se diferenció
en su acción en los primeros días de nuestro globo. Los vegetales,
los animales, los 1-cinos orgánicos, lo mismo que la materia in-
animada, están wmctidos a la mecánica y a Ja física de los
globos, las cuales rigen soberanamente las funciones y determinan
eou imperio la disposición de los órganos. Todo modo de vida está.
organizado por ellas, y de ellas recibe el ser su forma y su ley
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 201

de existencia. Así, pues, los habitantes de ,Júpiter, como los de


todos los mundos, difieren de nosotros.
El número y el grado virtual de nuestros sentidos, ¿acaso
110 dependen también del mundo a que pertenecemos f El órgano
de la vista, Ano está constituído según la intensidad de la luz ;
f'l u!'l oído según las ondulaciones del sonido en el centro at-
mosférico; el del olfato y el del gusto según los principios olfa-
tivos y el modo de cotlSen·aeión del sistema corporal f 6~ro resulta
c1c ahí que estos órganos, por medio de los cualE"s estamos en co-
municación con r.l mundo exterior, derivan del estado de ese
mismo mundo Y
Lo que caracteriza la física de cada uno do los mundos, es,
pues, una gran variedad, una gran diversidad de naturalcY.a, sea
cu sn astronomía, sea en su cosmogonía y en sus consecuencias,
ooa en su geología, sea, en :fin, en todos los elementos especiales
que los distinguen.
Siu salir de los rigurosos lúnites trazados por la euseiianza
do la Naturaleza, debe pensarse que en general los habitantes de
los otros muntlos difieren esencialmente y en todo de los habitan-
tE' de la Tierra y esta concepción amplia e indefinida <'stará.
más cerca de la verdad que todo sistema estrechamente edificado
sobre conjeturas. 'Quién nos dirá la naturaleza de esos planetas
iluminado· por varios soles, cada uno de los cuales tiene su bri-
llo, su color, &'11 intensidad, sn magnitud y sns movimientos pro-
pios Y ~ Qnifin nos dirá los caracteres de esos mundos obscuros al-
rededor de los cuales centellean mundos luminosos de diferentes
intensidades, mundos que representan así en ciertos puntos del
esvacio nna imagen d<>l falso sistoma que se había ideado anti-
guament(' pRra la Tierra 7 gQuién nos hará. conocer la climatología
y la biología de esos astros variables, que resplandecen y palide-
cen sucesivamente, y las de esas estrellas que se iluminan y se
apagan alternativamente; en qué condiciones de habitabilidad se
encuentran los planetas que les pertenecen f &Y la nranología de
esa inmensa multitud de creaciones astrales de las cuales ni aun
&:iquicra hemos podido adivinar todavía la existencia, porque nues-
tra vista sólo puede percibir las regiones luminosas más cercanas
& nuestra Tierra f
Bien temerario, por tanto, sería el que pretendiese asignar
un término a las operaciones de la Naturaleza, y muy engaüado
estaría el que creyese ver en el cielo la imagen de la Tierra 1
La analogía, ese método seguro y fectmdo, tiene sus límites como
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CAMILO FLAMMARJON

todas lus reglas, límites mú.s allá de los cuales se hace iuaplicable;
ciertamente <'S preciosa para nuE>stra doctrina, pltCS le debemos ar-
gumentos rigurosos; pero no podría conducirnos ni conocimÍ1'nto
de los caracteres particulares inherentPs a cada uno ele los mun-
dos d<.'l <.'Spacio.
Ya hemos iu'cho Yer Nl esta misma obra, en el libro de la
Fisiología de lo.~ SP,·cs, la prodi~iosa variedad que se maulfi<'sta
en las produc<·iones de la Tirna; hemos "¡ ·to que todo ser nae~
armónicamente organizado, segi1n las condici01ws ele existencia
reunidas alrededor de su cuna, y que, aun después del nacimiento.
en el cnrso d<' la vida, la acción de lo!'l centros inflnye poclcrosa-
ment<' sobre el organismo y modifica lentament<' el estado pri-
mitivo ori{l"inario. Esta es la enseñanza de la Nat.uraleza terrestre
de la. 'l'ierrn. átomo infinitamente pequeño en la universalidad de
los mundos. Pues, si la Tierra es tan rica en su C'xigiiidad, si
la. \'ariedad de sus producciones es tal, que no existen dos hojas
semejantes, dos hombres idénticos, ¿cuál deiJc ser la opult>ncia.
de los 'astos ciclos y de sus mosaicos de estrellas? ¡ Cuál es el
númct·o de especies que una potencia tan maravillo~a ha multi-
plicado en todos los puntos del espacio ! ¡ Cnúl es <'Sa infinidad
de C':ist<>ncias que han germinado en los campos de la extensión
bajo el soplo fecundan te de la Fuerza de vida!
Prro aun cn~tndo la observación tenestre no nos indujera a
rceouoccr 1ma varieilad infinita en las rique:tas d~ la Natm·aleza.
la rm~ón nos f•on<lnciría al mismo resultado, transportándonos a.
los orígenes, y mostrándonos en Ja diversidad de esos orig<'nes
una prueba irrecusable de su diversidad presente. Aun cuando
los elemrntos atómicos fuesen los mismos para dive1·sos astros;
aun cuando huhicse una unidad de substaueias para varios mun-
dos o aun para todos, no por esto existirían la homogeneidad y
la identidad en las <'ombinaciones que se operasen en cada mundo
en su primera edad, porque las circunstancias y las rondieiones
l'uerou diferentes para cada astro. .Aquí, el calor sblar dominó
sobre el calol' central planetario; más allá, éste íué C'l más po-
deroso. Aquí, la fuerzas plutonianas sobrepujaron a las fucrzas
neptunianas y se hicieron soberanas del mundo: ullá, la opt•ración
fué opne.'>la. En tal astro, combinacione::~ químicas permitieron ..
la deetl'icidad, a los gases, a los vapores, entl'ar en acción Sl-
multán<'a; en tal otro, esas combinaciones no pudieron producirse
o fueron reemplazadas por combates entre elementos de una na-
turaleza del todo diferente. Allí, tales influencias reinaron exel u ·
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 203

sivamentc; aquí, fueron equilibradas; más allá, anuladas. Aquí,


d oxígeno y el azoe formaron con su mezcla una cuhicrta atmos-
férica inmensa que pudo extenderse sohre la superficie entera del
~lobo y cubrirlo; nacieron seres organizados para vidt· ha.io esta
c-,apa permnncn1c. Mli~ allá. 1') ca rhono dominó, revestido de> pro-
piedndr~ h~tero~éneas; en otra parte. la atm6srcra fné nna r.om-
bi1wción de ga~rs dh·ersos, en lngar di' ser una mezcla; Jos líqui-
dos acuo~os fueron 1m currpo simnle, en vez de ser uno compnes-
lo, y toda In cr<>ación, desde el mineral inerte hasta la inteli~cn­
cia, apareció bajo una ío1·ma y según un modo en armonía con
el <>stado del mundo.
lJna última dificul~'l<l oetiene quiz!Í. todavía lns eoncepcioncs
de nur~tro espíritu: la de concebir tm tipo humano diferente del
nuestro. P ero C'sta dificultad depende únicamente, como ya hemor.
dicho. de la costumbre fatal que tenemos de no poder observar
más qur Jos Hcrcs <le nuestro mlmdo; y si tenemos cierta repu~­
nnneia c•u admith· la e:•dstencia de otros tipos, hay que atribuirla
a nuec;tro modo de ver, limitado ~· puramente tcnestre. Empero,
si ron"ideramos que la organizae:ió11 humana os sobre la Tierra la
suma <le organizaciones animales que se elevan hasta ella siguien-
do Jo¡.; gmdos di' In zoología terrestrrs, admitiremos del mismo mo-
.to que, c•n lo<J mundos cnyo estado fisiológiro difiere eseucial-
mC'nfc del nncslro, y en dondP. la animalidad ha debido ser cous-
truí(la solH"l' una forma diferente, el tipo hummJO, que (1eho re-
lrurni!· allí romo aqní las formas de las razas inferiores, difiere en
el 111i~rno grado ele nn<>stro organismo terrestrr. Sería sa<'ar muy
poco fL·nto flc·l estudio de la Xaturaleza, no qncrcr comprender
quP rstn obra nccrsnriamcntc según los agente~:~ y las fuerzas que
están <1 :;u disposiri6u, y crcf'l' obstinadamente, contra el conjunto
de los testimonios m{ts positivos, que ha seguido nna reglu abstrac-
ta y al"bitraria para la crf>ación de las formns físicas. Sostener
qur ha fum.lido a todos los hombres y a todos los mundos en un
mismo molde, es discurrir contra su modo de ohrar en todas las
cosns y (•ontra las leyes mismas que ella se ha impuesto para el
gobierno de su imperio. Debemos añadir, no obstante, Qlle siendo
toda negación una afirmación en contra, fuera contradictorio a
nuestros propios principios el negar absolutamente la posibilidad
de il,dividualidades Jnunanas semejantes a la nuestra, en otras
tierra.'>; a pesar de las anteriores razones, es menester no perder
de Yi::>ta que siendo el plan divino profundamente misterioso para
nosotros, no podemos prudentemente fundarnos sólo en la ensc-
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CAMILO FLAMMARION

ñan:r.a de la }laturaleza aquí abajo para emitir una aserci6n ab-


soluta. Dios puede haber querido que la substancia del alma fuCS{'
''1!a y universalmente la misma; que fuese la fuerza agregatr~
y la :forma substancial de todos los cuerpos; que la humanidad
pensadora revistiese un solo tipo, y lutber ordenado las cosas de
tal modo, que este tipo existiese en todas partes, más o menos ID().
dificado, ~c~ún los mundos. Pero, Yolvamos a repetirlo, esta idea
M puramente hipotética ~' no tiene :fundamento alguno en la cicn-
<'Í& positiva.
He aquí, pues, las conclusiones más prudentes y más riguro-
sas que podemos deducir del espectáculo d<>l mundo, ~· con las que
podemos resumir nuestro estudio:
I
Las fuerzas diversas que estuvieron en acción en el origen
dt· las cosas dieron nacimiento en los mundos a una gran diversi-
dati de seres, ya en los reinos inorgánicos, ya en los orgánicos.
II
Los SCl'('S animados fueron constituídos desde el prinCipio,
<:on an cglo a formas y a organismo, en correlaci6u con el estado
Jüliol6gico de cada una de las esferas habitadas.
III
Los hombres de los otros mundos difieren de nosotros, tanto
en .su organización íntima como en su tipo físico exterior.
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 205

NOTAS DEL CAPITULO PnJMERO

(1) La dlescripción de estas novelas, más numerosas y más variadas de


lo que pudier-a creerse, se encontrará en nuestro obra Los Mundos ima¡:i-
narios y los .Mundos realu.
(2) Este folleto tenía por título: Découvertes da11s la Lunr, faites a u
Cap de Bonrt<! Espérance, par Herschel fils as/ronome anglais. No se había-¡
avergonzado siquiera en atribuir este apócrifo a un antiguo astrónomo del
Observntorio de París. Su verdadero autor parece ser un americano, llamad'l
l.ocke.
(3) Por dar un tjemplo de las opiniones extraordinarias que los antiguos
.1Str6logos fonnaban sobre los planetas, citaremos, a prop6aito de Saturno,
algunos cxtrac:tos de Jjbros de alquimia y de filosofia oculta. Leyendo hoy
esas grotescas elucubraciones, se pregunta uno si esta clase de escritores no
han tenido intención de burlarse del lector. Es el no1t plus ultra de lo absur-
do. Véanse algunas muestras.
El autor de Trait6 des jugements des th6mn ginJsia.ques enúte la idea
de que "Saturno es lento en sus efectos, torpe, pesado, y pulverulento, muy
dañoso en todos sus aspectos y consideraciones. Preside a los ancianos, a los
padres, a los abuelos y bisabuelos, a los labradores y mendigos, a Jos usureros
y falsificadores de metale$, tintoreros, a los alfareros y a los que ti1nen pensa-
~~ntor profundos. Ocasiona prisiones, largas enfermedades y enemigos ocul-
tos. Hace a lo1S hombn•s de color negro y azafranado, los ojos fijos en tieru,
flacos, enervados, con ojos pequeños y poca barba, túnidos, taciturnos, SU•
persticiosos, fr audulcntos, avaroc, tristes, laboriosos, pobres, despreciados,
d.cdichados, melancólicos, envidiosos, obstinados, solitarios, etcétera, etcétera.
Entre los miembros se le atribuyen la oreja d11recha, el brazo, la vejiga, b~
huesos y los di.entcs. . . La última cualidad de Satuwo, es la hipocres!a, esto
es, esa cualidad gazmoñern que hace aparentar exteriormente mucha religión,
pero que no conserva nada en lo interior".
"Saturno, dice Meyssonier (Astrotogi11 veritablc), lunar rn parte y ade-
más terrestre, simpatizando poderosamente con Mercurio, se insinúa fácil-
mente por sus influencias en los Jugares donde se deleita (') espíritu anim~l
y mercurial ( ¿ comprendéis?). mezclando lo que hay alH más terrestre y ~a­
lado con lo seroso, que componen los tártaros, la melancolía, la bilis negr.t,
de la que habla tan frecuentemente la escuela de Hipócrates y de Galeno,
Por lo que las influencias de Saturno con Venus y el Sol, son peligrosas a
los mclancólicc•s: esto puede servir de mucho a la medicina".
"Si Satumo, dice el conde de Boulainvilliers (Aslrologie judiciare), que
la divina Providencia ha ah•jado tanto de la Tierra, estuviese tan cerca de
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206 CAMILO FLAMMARION

é¡ta como la Luna, la Tierra (¡atención!) sería demasiado fría y demasiado


seca, los animales vivirían poco, y los hombres serían tan maliciosos, que O()
podrían sufrine unos a otros ... Tenemos una prueba de esta verdad por el
ejemplo de los primeros siglos, en los cuales no alimentándose los hombres
más que de hierbas, que es un alimento terrestre y saturniano, se encontrar01l
tan inclinados al mal, que Dios se vió obligado a ahogarlos a todos ; y que-
ritndoles regenerar en la persona de Noé y de sus descendientes, les permitió
comer la carne de los animales, cuyo alimento es jovial, es decir, contrario
a Saturno".
" De todos los lugares, dice el famoso Cotnelio Agrippa, los que son
fttidos, tenebrosos, subterráneos, tristes y f uncstos, como los cementerios, las
hogueras, las casa abandonadas, las ruinas antiguas, los lugares obscuros y
horribles, los antros solitarios, las cavernas, los pozos. . . corresponden a Sa-
turno, y además las piscinas, los estanques, los pantanos )' demás de este
género".
Etcttcra, etcétera. Los que sean aficionados a esa clase de relaciones geo-
mánticas, selenománticas, cronománticas, cosmománticas y dcm.U, podrán
consultar Les Curiosités des Sciences oecultes, en donde el bibliófilo Jacob
ha resumido los diversos elementos de esas ciencias ocultas, felizmente des-
aparecidas.
(4) ¡Saturno, esfera enorme, astro de fúnebres aspectos! ¡Presidio dd
ciclo! ¡Prisión cuya claraboya brilla! ¡Mundo entregado a la niebla, a !?s
,·ientos, a las tinieblas! ¡Infierno compuesto de invierno y de noche!
Su atmósfera flota en zonas tortuosas; ~os anillos flamígeros, girando
con furor, form an, en su cielo de bronce, dos arcos monstruosos de donde
se desprende un eterno y profundo terror.
Lo mismo que una araña en el centro de su tela, tiene siete lunas de oro
que sujeta a sus ejes; para él, nuestro sol, que no es más que una estrella,
S(' pierde, siniestro, en el fondo de los cielos.

Los otros universos, entreviéndolo en la sombra, se han asustado de ese


globo horroroso; y, temblorosos, lo han poblado de innumerables quimeras,
al verlo errar, formidable, a su alrededor.
(.-¡) Véase la interesante obra de Henri Lecouturier, Pa11oramn dn
Mondes.
(~) M. Tousenel.
(1) Víctor Hennequin.
(8) El estado de nuestros conoc•mtentos ha progresado inmensa e ines-
peradamente desdr la primera edición de esta obra ( 1862). gracias al análisis
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PLURALIDAD DE ~IUNDOS HABITADOS 207

C'!ipeCtraJ de los planetas )' al perfeccionamiento de los instrumentos de Óptica


por una parte, y por otra, merced a las conquistas realizadas en la química
orgánica y en la fisiología general. Nuestra obra LM Tierras del Cielo, tiene
precisamente por objeto estudiar las condiciones de existencia de Jos habi-
tantes de los otros mundos, y si bien nos guardamos de suponer las formas
de esos sc:-res. a lo menos buscamos ya las adaptaciones orgánicas que parecen
más probables.
(11)Commtrcium philosophicum f. Bernouillii el G. Leibnitzii, Lau-
,.lnrL, 1745.
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unno QUlNTO

CAPITULO

D
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INFERIORIDAD DEL H.ABITANTE DE LA 'riERRA

La Pluralidad de Mundos es una doctrina justa en el orden moral, y nece-


saria en el orden filosófico. - La idea de Dios y el estado de la Tierra.
- Optimismo y pesimismo.- La Tierra es un mundo inferior; no puede
ser única. - Jerarquía armónica de los mundos. - Estado incompleto
e inferior del nuestro. - Materialidad de nuestro organismo; su influen-
cia. - Habitación de la Tierra reducida a su valor positivo. - Cuestiones
fundamentales de lo Bello, de lo Verdadero y de lo Bueno; sus carac-
teres absolutos. - Principios universales, aplicables a todos los Mundos.
- A.'tiomas de la metafísica y de la moral. - Los principios absolutos
y universale. constituyen la unidad moral del mundo y enlazan todas
las inteligencias a la inteligencia supremá.

Los estudios que acabamos de hacer en el capítulo precedente


han tenido por objeto la naturaleza corporal y el estadó físico
de los habitantes de los otros mundos; ellos l1an hecho pasar su-
eesivamcntc bajo nuestra vista las opiniones más o menos funda-
das que se han emitido sobre el género de habitación do los pla-
netas; han demostrado que todos los sistemas presentados para la
rolonización do los astros no tienen nada de sólido, y que todas
las teorías que se pudieran imaginar no descansarían tampoco
más que sobre suposiciones arbitrarias. El examen comparativo
de la habitación de los mundos ha establecido que una gran diver-
&idad de naturaleza reina entre los hombres de los planetas. Vol-
vamos a entrar ahora en el dominio de la filosofía, y prosigamos
nuestros estudios poe el lado de la ontología; reconoceremos que
la diversidad que reina en el Universo físico, desde los hombres
de los mundos inferiores hasta los seres más elevados entre los
habitantes de las esferas superiores, hallará una diversidad eo-
rrela1 iva en el valor intelectual y en la elevación moral de las
razas humanas; y si el conocimiento de esta verdad no r esulta
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212 CAMILO FLAMMARION

tan evidente como nuestras conclusiones anteriores, del rstudio


demostrativo del Universo exterior, resuJtnrá de Yetdades íilosó-
ficas tan reales y tan positi>as como las precedentes.
La Pluralidad de Mundos es una doctrina verdadera, pu&.
los genios ilustres de todas las euades, y, más aún, las grande~::
voces de la Naturaleza la han enseñado y proclamado. Es una
doctrina admirable, porque el soplo de vida que se esparce sobre
el Universo, transforma su aparente soledad y puebla Jos espacios
con los esplrndorcs de la existencia. AJ1ora vamos a saber qué es
lma doctrina justa en el orden moral, y necesaria en el orden :fí-
JORó Fico; porque a su luz se disipa1·án las tinir.blas que envuelven
aún nuestra vida en el tiempo más allá del tiempo, y los misterio<~
de nuestro destino se harán menos impenetrables.
Comencemos la discusión sin exordio y sin envolver la ima-
ginación del lector en la miel de las precauciones oratorias.
El argumento que habremos de presentar y de discutir aquí,
se resumo en esta comparación: El estado (le la humanidad te-
,·restte colocndo frente a frente ante la ideo, de Dios. ¿Qué es el
mundo terrestre y qué es Dios' Tal es la rucstión, difícil sin
duda, pero necesaria, cuya solución es de una importancia ca-
pital. Hay aquí dos términos que, no por ser incomparables, de-
ben de,jar de ponerse frente a frente; son dos grandes interro-
gaciones que nunca satisfarán sofismas ni 1·espuestas evasivas, y
que exigen una conciliación rigurosa; son, en fin, dos entidades
reales e jrrecusables, la. una finita, y la otra infinita, que existen
simultáncamrnte y, por consiguiente, deben mutuamente satis-
facerse.
No entraremos aquí en discusiones metafísicas sobre la exis-
tencia de Dios¡ no cmprende1·emos investigaciones sin resultado,
ni pr·egun tarcmos si la eliminación de Dios seria nn m6todo útil
para nuestros estudios. Ya no es esta la cuestión; hemos sentado
en principio esta existencia suprema; la tenemos por indiscutible,
y lógicamente debemos considerarla en adelante como uno de loo
puutos ab~·olutos y necesarios que forman la base misma do nnes-
tra tesis.
IIe aquí, pues, la proposición que hay que resolver. Por un
lado, el estado del mundo terrestre es incompleto; su humanidad
está llena de limitaciones, de debilidades, de miserias; el hombre
es un ser inferior, pues, a sus instintos groseros, ¡•ew1e pasiones
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 21J

,. 1,\ 'a t<'ndt•nrin manifiesta, le impele hacia el mal. Por otro lado,
' 1 solo conoc-imi•'nto de la naturaleza de Dios implica lo completo,
1 pcrfl'cto, lo bello, lo bueno.
j

H e aquí dos términos contrarios frente a frente. El análisis


•. ¡ <'"!tlldo d "l mundo terrestre nos hace pesimistas, mientras que
"' contemplación clcl ideal nos hace optimistas. Trátase de acor-
rlar estn disommcia de la Tierra con la armonía necesariamente
l"'t·fecta do la obra divina.
Todo homhrE' es pesimista antC' C'l estado del mundo. El lobo
di•vora eternamente al tímido cordero; la fuerza brutal prevalece
~.Jhre la debilidad oprimida¡ las pasiones ambiciosas dominan a
~~ unos, la per\·e1sidad emponzoña a los otros. Como en tiempos
,¡., B1·n to, lo'i hom hres virtuosos son contados. Todo hombre es op-
1 'mista ante la id N\ de Dios: Cuando nuestros pensamientos se
, ·levan a la noción <kl Ser Supremo, descubren en ese tipo desco-
uocido el E'.~plcnclor de la verdad, la revelación del poder, la san-
c·ión de la justicia, y un inefable sPntimicnto de ternura que se
desprende de lo alto como una irradiación del Padre universal;
·' ~sta irradiación del Sol eterno, habla a nuestras almas, ense-
r ñndole~ qne ht obra diviua es bella en su conjunto y perfecta
f n au fin.
Estnc¡ dos ideas, o mejor dicho, estos dos hechos -la imper-
··ceión clcl mundo tcn-estrc y la perfección de Dios-, se han
"-lnlbalido mutuamente desde los orígenes de la filosofía. Desde
Kalí y Al'irnancs hasta Satanás, e~ta oposición ha dado lugar a
,. iswmas explicativos de todos géneros. Unas veces la idea de la
,,.rfección de Dios dominó a la perfección del hombre, y tapó los
c•.ios a sus parlidurios, que no vieron el estado real de la humaní-
olud sobre la Ticnu ; otras dominó la segunda a la primera y arras-
l ró a sus parlidarios no solament<' a falsas ideas sobre la natu-
, eler.a de ls Divinidad, sino también a la negación del Ser Su-
ttrt>mo (l). Est:• oposición manifiesta, que nadie ha pensado ja-
rliis poner ou duda, trataron de ('Xplicarla a sti vez las filosoñas
.' las religiones; sucesivamente, sabias escuelas, sectas estudiosas,
•·•n¡mdores profundos ahondaron fríamente el ·abismo, aplicándo-
. ' por medio d<! un se,·cro análisis a darse cuenta de la paradoja;
_J~ero, los ltomht'C<; pasaron con sus creencias o sus teorías, las
t bras más atre\"idas dt:>l pensamiento humano se borraron en el
1·urso progr(>¡;i\·o de los ~:~iglO'i, y la insuperable dificultad ha que-
dado, punto do intct-ro~aci6n que ninguna mano ha podido borrar
t.· l gran liiH·l, d<' lo Ct·Pación.
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CAMILO FLAMMARION

Si hemos presentado aquí esta cuestión tan misteriosa, no es


con la ilusoria pretensión de dar la solución tan deseada, que el
mundo busca en vano desde hace siglos. Por ferviente que sea
nuestl'o U<'Seo, la mod!'stia nos parece mejor y nos es más nece-
sada :aquí que en cualquier otra parte; ('lla es el único derecho
y el prime1· deber del rl~bil. Pero queremos formular resuelta-
mente esta c·ucstión; queremos mostrar que ('.Se estado, cuya c.x-
plicaci ón se J'eclama, es! á probado y confirmado en nombre de
la conriencin universal; queremos recordar que las filosofías y
las religiones han estado acordes en reconocerle, y que desde el
Plted6n de Platón basta nuestros días, las trihllS reunidas de la
Jmnumidad enh'ra han adol'ado a un mismo tiempo la prrfección
divina y romprC'ntlido la inferioridad de nuestra gorau familia .
Hecho e!:lto, qucrrmos ver en seguida si no se podría conocer la
1·az(1n dt· cstr eo:tado de cosas preguntándose}(' a la misma Natu-
raleza, a esa inmensa Naturaleza, que, en los campos del espacio,
orden(i "rl rjtSrcito de los ciclos" con la misma m:mo que sacó
c•n otro tiempo la Tirrra rstérH del seno del ahismo para trans-
formm·la en un cuerno de abundancia.
Intert·ognemos, pues, a la Naturalt>.:a misma.
La Naturaleza nos enseña que todo lo ha construído siguien-
do lcyl's sc1·iales; que su obra no es un plan de cr(.'aciones co-
eternas o :;alidas de la nada en un mismo instante y en el mismo
estado de perfC'cción, sino que es una sucesión de seres más o
menos adelantaclos, según su edad y según su misión; nos enseña
que la m·monía no está constituída por dcrta cnntida<l de notas
unísonas, ~:;in o por sonidos desiguales tomados de la serie de escalat.
ascendentes, y que los números, esas sucesiones divinas de la an-
tigua Cosmogona, han sido aplicados con profusión por el su-
premo aritm6ti<'o; nos muestra en el conjunto de los seres vi-
vientes nna gradación insensible desde lo mÍts hajo hasta lo mát.
alto do la escala, y su método está tan ineontestablementP. reco-
nocido, que uno de los axiomas más invulnerables de historia na-
tural es el que expresa esta gran ley de ]as transiciones: Natura
non f(J cit saltwn; nos prueba, en fin, que Ja grandeza y ]a her-
mosura. del sistema general resultan de que el Orden no ha sido
nunca turbado por un azar de caprichos irregulares, qne este or-
den t·ci ua rn el desarrollo sucesivo de las cosas, y que domina
como soberano la serie \miversal de los seres.
Antt> <•sta enseiianr.a unánime, ¡,no será permitido tomar el
l1ilo de inducción, y pl'oeedcr, con una mesura prudente y mo-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 215

flt·sta, de lo conocitlo a lo desconocido T 6No será permitido in-


lrr¡lretar esta palabra tan elocuente de la Naturaleza y tomar de
t~lla los elementos dr solución que encierra?
Coloquémonos, pues, en frente de la universalidad de los
Jutmdos. 6Quién nos dice que esos mundos y sns humanidades no
forman ru su conjunto una Serie, una Unidad jerárquica, desde
tos mmHlos en qu~> la suma de las condiciones íelic<'l:l de habita-
!Jilidnu es la más ywqucña hasta nque1las en donde la Naturaleza
c•ntera btilla ru el apogeo de su esplendor y de su gloria f ¿Quién
nos dice que Jet gran lmmauidnd colectiva no está formada pol'
una .~erie tle no interrum1rida.~ hm11anidades individ1utles, senlad(ls
NI tOllos los gra.dos de la escaJa de le' pe1jeccí6n,
DC'sde ('] punto de vista de la ciencia, ésta es lUla dedueción
q U<' -;e desprende naturalment<> el el c.\lpcctá.cnlo del mundo; desde
,.¡ punto de Yista. de la razón, no se podría negar que este modo
(le conqidcrar el sistema gene1•al del Universo no sea preferible
al que se ronformasc con ver en la Cr<'ación una aglomeración
ronfusa de globo"l poblados de S<'l'eH diversoc;, sin armonía, sin
1midad y sin ~randcza.
Digamos más. El t¡ue '•ea un caos en ln obra divina o en
una parte c11alquiera de esa obra, se acerca a la negación de la.
Tnteligcm·ia ordenadora; mientras que el que Ye una nnidait •m
las Cl'<'Ueioucs de la 'l'if'rl·a, romprende la Naturaleza, expresión
de la voluntad divina. En verdad que, si, cerrando los ojos sobre
,.¡ estado del mundo, SI' quiere sostener que la Creación no e,;
uun; si se permite ¡¡entar qnc los individuos no pertenecen a gÁ-
ncros, estos géneros a csper.ies, catas especies a ówlene~;, y así pm-
g t·esiYamente a un orden general; si se piensa por el rontrario y
a pesar de todo, que Jos sei"cS son entidades ah;ladas; y que no hay
ley universal; Ja lógica m·rastra inedtahlemente a admitir eomo
ronsec•uenrin : Que todas las ideas dr orden, de plan, de unidad.
sólo exisl<'n (•u nosotros; qne la ciencia humana, en lugar de apli-
c·ai'Sc> a la interpJ·Ptación de la realidad, no es más que \Ula ilusión
rc•gnlarizada; en otros t~rminos: Que el mundo y la Naturaleza
c·nrcccn cll• orden y de raz6n, r que sólo hay l'azón y orden en
<'1 entendimiento hnmnuo.
Pero, si por t>l contrario, romo todo nos indltce a creerlo, el
orden preside al cosmos dr las inteligencias y al cosmos de los
(·uerpos; si el mundo Ílltrlcc1 u al y el mundo físico fonnan una
unidad absoluta; si <'1 conjunto de las humanidadf's siderales, for-
man una s<'rie pro~resi,·a dt> seres pensadores, desde las inteli-
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216 CAMILO FLAMMARION

~encías mter10rcs, salidas apenas de los pañales de la materia,


hasta las divinas potestades que pueden contemplar a Dios en su
~loria y comprender sus obras más sulJlimcs. todo se explica y
todo ~e annoniza; la humanidad terrestre encuentra su puesto en
los gr:ados infcrior<'s de esta vasta jerarquía, y queda establecida
la unidad del plan divino. Esta teoría tiene tal vez el inconve-
niente de ser nueva y ele herir algunas ideas antiguas inveteradas
t~n nurstras almas y generalmente admitidas; pero de seguro no
.·q digna de nuestras concepciones teológicas más elevadas, y e~
fl igna de la mnje!!tad de la Naturaleza. Tiene muchas razones en
f'll f:w or; no tiene contra sí ningún argumento prrcn torio de cien-
eia ni de filosoffa.
La ciencia del reino material habla altamente en su favor.
Todo marcha por gradación en el mundo del ser; la unidad ad-
mirable que establee(' una solidaridad universal desdo el último
:1l primero de los organismos terrcstrl's, tlcsdc el molusco al hom-
bre, es una ley primordial, aplicada a todo y en todas partes.
La máquina del mundo marcha po1· el fnncionamiento de una
multitud de ruedas que se Bamau y se responden unas a otras;
k> (jll<' hace que eso funcionamiento sea. guiado por la Solidaridad,
o, si se quier<', por la Necesidad. Alterado el orden del órgano
más P·~qucño, turbaría la armonía general, y si alguna mano gi-
¡.:antesca tentase detener el Sol en su carrera, en mitad de los
espacios. no solamente el sistema de este a ·tro, Tierra y planetas.
'IE'ría profundamente· <'onmovido en la~o~ condieion,.s fuudamcntulc"
de sn vida -y en cierto!> casos de -truído por este sólo hecho-,
.flno que también loq sistemas siderales do que nuestro Sol no es
más que un miombro, o sobre lo~ cuale.<J se ejerce su influencia
atractiva recibirían un golpe desastroso, quo turbaría la tranqui-
lidad imponente de los movimientos cclcstrs. La cadencia de las
c-,strC'Jlits, vislumbrada por Pitágoras, !uf determinada por New-
ton: p'ero Ncwton, como Pitágoras, se in<'lin6 ant<' ella sintiendo
¡ 1 pc~o de la universal solidaridad de las cosas.
Si al prl·seutc preguntamos a la ciencia del rt>ino int<'lectnal
qut! es lo que piensa de nuestra teoría, tenclr<>mos tamhién su asen-
t imien1o. Ella nos enseñaría los dl'stinos de llll<'strus almas más
allii dt!l tiempo entre IM el:lferru; radiantes del ciclo; nos diria
f'n dóntlc dormían estas almas antes ckl nacimiento de nuestros
touerpOi~, y aea~ nos enseñaría cómo, bajo rste sueño aparente, se
t tabora.ba nuestra terrestre exist<'ncia; ella nos descubriría, en fin,
lfl la suct:si6n jN{lrqui<'a de los mundos, la avenida que conduce
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 217

n las regiom.•s de lu .el'cnidad y de la. tierra prometida.


Entrevista en rsta luz, nucstt·a morada terrestre queda des-
('ojada dt' esa cstrniía bruma que nos impedía hasta ahora reco-
rmerr c;u pnesto en el seno de la obra divina, la vemos claramente
. eomprt•ntlcmo~ sn misión; estando lojos (•l ~ol de la perfección,
1 ~ ul('" olJsNtra que oh·as; es un lugar de trabajo al cual se viene
JWr,h•t• un poeo de la ignorancia original y a elevarse un poco
haoiu t>l C'onocimicnto; y, ~·icndo 1.-l trabajo la 1cy de la vida, es
fH'Cc·iMo que, <'11 este Unh·orso eu donde la actividad es la función
•lo los l!ercM, se nazcu on estado de sencillez y de iAuorancia, es
ptccil>o que ,m mundos poco adelantados se rmpiece por las obras
1·lomrntal1•S; que a mundos má::¡ elevados se llegue con una suma
1le collo<•imiento::¡ adquiridos, y, en fin, es preciso que la ventura
'l l[IIC todos aspiramos, sea el premio de nuestro trabajo y el
•'t·u lo de nuestm actividad. Si hay "varias hahit~ciones en la casa
ol11 Hucc;tro paclr<•", no son otros tantos lechos de descanso, sino
rP.<{idt•ncias donck las facultades d<!l alma. se rjercitan en toda su
:wti,·idad "!-' con una energía cada vez más desarrollada; son regio-
a .. ~ C'nya opnl('ncia se acrecienta por grados, y donde se aprende
a r·onoecr mejor la naturaleza do las cosas, a comprender mejor
1 Dio-; en ~n poder, a adorarlo con más pC'rfrceión C'n su gloria
:: t•n su rsplcndor.
; Cómo se hubiol'o podido comprender a Dios y a su obra
p(•rtnaucdcndo encerrados en este ha.jo mundo V''En el fondo de
l t ~otnhda cavemo en que nos hallamos -decía Platón-, la luz
nus <·s dl'c;conocida y la YcrdtHl inaccesible; HOmoc; como dogo~
d•~ llacúnicn to ha'!>lando del Sol. la ignorancia es nuestro patri-
monio, J nue!$1 ros juicios acerco dt' la Divinirlad son incompletos
v lit~ no ele errores". l'la.tón dceín la nrdad. TJn manifestnción nb-
-..olutn de Dios, cu~'O estudio podda conducirnos a la ve1·dad, es
• 1 conjunto del mundo, rs el coro universal de los seres: pero,
~,],t'i' la 'l'icl'l'll. sólo conocemos individualidades aisladas, cuya re-
1ciún con el Todo no~ es desconocida, y nuestro aislamiento, cau-
·'1 d1• 11\lt'Stt'a ignorancia, ('S el primer principio de todas las pa-
r udojas y de todns las dificultades que han tml1ado la filosofía .
•Tn7.gaJ· dt.> la creación universul por la 'l'ierra, es querer jw.-
~Ul' de un l'oro tic Palcstrina por una fuga o por algunas notas
t ·rnpudtls ni azar de la onda musical; es querer juzgar de un
•·Uutho dt! Uafacl lJOr una tiuta en el pie de una Fm-narina.; es
qtwrt'l" juz~ar do la DiL1ina Ornnedia de DantC' por un gl'upo de
uno fle los Círculos dt"l Infi('rno . . . Repitámoslo, la analogía tiene
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218 CAMILO FLAMMARION

sus límites como los demás métodos, y ai sobre un fragmento de


quijada la anatomía comparada pucc1e reconstruir un esqueleto
<'ntr.ro, es porque tiene en sus manos un órgano cm·acterístico y
de una importancia capital; pero ningún paisajista tratará de
adivinar la extensión y la riquPza de una pradern por In inspec-
ción de mr tallo de hierba.
Un i{nlornntc a qukn se presentase una tragedia ele Sófocles
o d<' ('ornrille, y que ohscrYando líneas de desigual lon~itud en
nna págiM, letras mayúsculas aquí, minúsculas allí, nombres in-
terlineado!{, y toda la irregularidad de una página de versos, cen-
surarrt a Sótocl<'s o a Corneille pot• no haberla escrito con más
limpieza y ¡•cgularidad; este ignorantP no sería más necio que
no~otroH cunndo nos dejamos arrastra-r hacia el pesimismo por el
!'Rpectárulo incxplirado de la Tierra. Si hay apariencia de irre·
gularidad, r.s porqn<' nosotros no tenemos a nuestro alcance más
qu<' un fragmento aislado. Desde el punto de vista del conjunto,
c>ste frag-mento ocuparía su puesto y se le Yería como una part~>
inherente aJa unidad general.
No conociendo de la inmensa Natural~"zn más que este tcnur
átomo ~obre el que llevamos una existencia pa!!aje-ra, hemos qne-
rido juzgar la obra divina bajo s11 noble aspecto del espacio y
clel tiempo, por este punto imperc<'ptiblc en que <'Stamos, seme-
.iantes en r.sto al que quisiese juzgar de un vasto jardín por una
de h-1s fi¡.,"l.ll"as parciales que constituyen el plan general, y cuya
disposición irregular, cuando se la mira aisladamente, concurre,
sin embargo, u la simetría del todo. En su conjunto y eu su ob--
jeto, la Creación es divina; ante la grandeza y la unidad de su
plan, lns pequeñas irregularidades aparentes se hallan plenamente
justi.fieadaH'. Es preciso saber comprender que Ia Tierra con su
población en conjunto, es más tlUO 1m individtw, que su humani-
dad no <.>s más que un niño que vacila y teme; y penetrados de
esta verdad ya no nos creeremos con derecho a juzgar la obra
inmortal por nosotros y por lo qne 11os rodea. Ya lo l1abía dicho
Ooetl1e: "I1a Naturaleza -escribía-, es un libro que contiene
revelaciones procligiq u.~, inmensas, pero, cuyas hojas están dispel·-
f'as en .Júpit('l', Urano y los demás planetas". Después de haber
hecho el análisis de laH cosas, importa hacer la síntesis, y elevar&>
a la cumbr!' desde la cual se descubre la unidad y la armonía.
Pel'o acaso se objetará que esta hipótesis no explica todavía
la presencia del mal entre los hombres, y que no da la razón de
los defectos de nuestra naturaleza.: pues, si el mal existe sobre la
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 219

Tit•r¡·a, aun cuando el Universo fuese infinito en extensión ~· t>n


pcrfecrión más allá ele nuestro mundo, no por eso dejaría <lf'
c!xistir aquí e!;tf' mal, y no seria menos ineoneiHablt> ron Ja noción
tl<'l Re1· Supremo.
Para resolver esta dificultad - la única que se puede ima-
giuar rontraria a nuestra teoría-, es prt>eiso primero dr'lenga-
ñarse dr una ideu falsa que se forma generalmt>nte sobre las rrra-
cionN1 divinas. Se ha dicho y rc>petido que nada impcrfcrto pnt>-
de salir d <' las manos de Dios, y, se prPtcnde, contra el f'Onjnnto
clt• Jos testimonios de la rirneia y de la :filosofía, que la perfec-
(•i6n rs el atrihnto ncrcsurio i!c todo cuanto engendra la fuerza
c•roatriz. Re })J'efÍ!•J•e sostener esta proposición ('nteramente grn-
1nitn, a riesgo de hacer decaer, 110 se sabe cómo, a los seres de
!ill grandeza primitiva. antes que admitir qut> en la Naturaleza
1 xisle la lry del 1n·ogrt>so; y no nna ley ficticia de decaden!'ia.

J)p ahí resulta nna contradicción insupe\'ablr entre esos dogmas


.v la ckncia. La antigua academia de los griegos, Ja gran escuela
tlc Aristótrles, han el}uivoeado el camino por habrr sentado ro-
mo principio la incorruptibilidad del mundo: scm('jan1r ejemplo
n pcsm· de sn autoridad respetable de veinte siglos, no ha serYido
para nada a los m('tafísi<'os de que hablamos. Hoy sur ede lo mi'l-
mo: ? cuando la astl'onomía, la mecánica, la fisiología, la mcdi-
t!ina, muestran claramente que la p~rfección 01-iginaria no es la
'''Y dP. la .Xaturaleza sino que es la perfectibilidad progresiva:
,·uando J emurstran un t•stado de imperfeceión manifiesta, y tam-
hil'n 11na .fuer za de tra nsformación perpetua en la constitución'
dl' los c·ucrpos y en <'1 organismo de los seres, se insiste en sos-
I.I'UI'l' qne todo es prrfecto; y eso es sostener impllcitament<' qu1•
todo es estacionario y nt>e;ar el movimiento, cuando todo marcha
y ~~, elrva siguiendo el oleaje ascendente de las cosas. Importa,
puPs. deset'har esta ide:L falsa; es lm prisma. engañoso quo nos
alueina y qne nos presenta la sombra y la desviación allí donde
nuestro<; ojos buscan la luz y la verdad.
Fna wz rcconoeitlo este error y desrchado <le nuestra ma-
nera de ver, rrfle...,.ionarcmos que toda <'l'ia tu ra es eo,;encialmente
Jinifa, llena tlc limitaeion<>s y defecto~; que 1<>jos dr tener la cien-
f•ia infusa, (•stá <'ll un estado de proñmda ignorancia; que no
~ desarro1la sino por la experiencia, y que en sus pl'imeros días
Hl SU!>Ct•ptiblc de t•rrar 1:1 cada paso. Ante este estado de cosas,
Apodríamos admirarnos de que caiga algunas Ycces para levan-
tllrH<' en seguida, aprendiendo así a conocerse mejor Y Lo que nos
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220 CAMILO FLAMMARION

admiraría mucho múo;, eería en l:lU C'Stal1o el<' sencillez y <lclJiJidatl


primitiv~, ( sta inexperta criatura marcharse a grandes pasos le-
jo. de la cnnn en qnc nació. Lo mara,;noso sería que la perfee-.
<'i6n fuese su patrimonio, y que el don sublime de la santidad
le rtl<'se conrcdido, sin haberlo merecido, y en el momento mismo
t•n que va a perderlo inconsideradamente, no pudiendo apreciar
su inestimable Yalor.
Hay en matemát iras una teoría llamada tcod4 dB los limites.
Estu teoríu enseña y demuestra que ha~· ciertas dimensiones haciA
JaN euales se puede avanzar incesantem<'nlc sin llegar nunca a
C'llnH; puéclcst•las aproximar indefinidamente hasta en cantidad
tlada, pero nleanzarlas, jamás. E l que habiéndose iniciado en la
:'-ft~turalcza dr. los tllfmeros, tratase dr. proba1· esta teoría, proíun-
(lizar su sentido íntimo, y aplicarla al conjunto del mundo, vería
de repente nb:arse ante si un anfiteatro gigantesco, cuyas gradas
no tf'nrlrían fin. EstC' anfiteatro sería la jerarquía de los mundos;
(•1 Umitc rle abajo o el origen so perdería en el fondo de las
gradaR inferiores; el lfmite de arriba, o la perfección absoluta
c;oríu igualmente inaccesible; entre estos dos límites se elevarían
Jos s<>rC's en sn marcha infinita. El hombre que se hubiera entre-
gado a esta contcmplaci6n, decimos, podría formarse una idea
aproximada de la incomprensible infinidad de la Creación.
Colocad ahora la Tierra en las gradas inferiores de este in-
IJWn~o anfiteatro, y ved si nuestras debilidades, nuestras miseriat~
y nuestros d<>fN:tos no quedan explicados antr Dios y ante su
obru.
Llegaremos a esta misma concopeión rlo ht jerarquía de los
1mmdos, si exam inamos los caracteres distintivos dol que habita-
mos. Por l'ualquier lado que consideremos a la Natu raleza, n ucs-
1ra doctrina moral se fundará sobre nuestra teoría física.; porque
Ja Pluralidad dt• Mundos es un principio verdadero, y todo prin-
c.:ipio ·n'l'dadero d<>hc cncontrars(', sea en aplicación evidente, sea
en estado lat<>nt<', en todos los modos dt· ser <l<' la ~ran verdad
cl1• la Nntm·ale7.n.
Si ln 'J'i<'ITa fuese el único nnmdo habitado en lo pasado, ell
lv JH'N!Cnte -:.· <'11 lo porvenir; si fuese la sola Naturaleza, la única
n''lidencia de la vida, la sola manifestación de )a Potencia crea-
dora, sería un hecho incomparable con el esplendor eterno el
haJx>¡· formado, como obra única, un mundo inferior, miserable e
imp<'rfccto. Por consiguiente, el que cree en la existencia de un
,.,oln mtmclo e· inevitablemente arrastrado a esta conclusión mons-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 221

tn10sa; que las di,Tiuas hipótesis, eternamente inactivas ha~ta el


clía de Jn creación h·rrcstrl', no se han manifestado más que para
la r.rcnci6n de una sombra, y que toda la efusión de su poder
infinito no ha llado otro resultado que la producción de un grano
1Jc poh·o :111imado.
Bi la Tierra fuese el único mundo habitado, sería un mundo
t•ompleto pot· sí mismo, cuya unidad sería manifiesta, y que, según
ht observación de Descartl•s, colmaría nuestras concepciones, y no
tes permitiría busear fuera de él el alimento a nuestras aspira-
eionrs y la existencia de un estado superior al nuestro. Todos
:sabemos que, cualquiera que sea la perfectibilidad posible de nucs.-
h·a raza y cualquiera que sea el grado de civilización que poda-
mos alcanzar, no llcgan•mos nunca a transrormar las condieiones
vitales de nuestro globo; no lograremos jamás sustituír a nuestra
nrtumleza, una naturaleza. menos grosera y una organización
más sutil; jamAs llegaremos a librarnos de las cadenas que nos
1o1.1jctan fuertemente a la. materia. Es cierto que la humanidad 11c
on~r¡mdt>ce, las nm:vas generaciones traen siempre consigo un nue-
vo poder clo entu~'iasmo, una nueva fuerza de aeci6n, y nosotros
suludamos con amor a la juventud, que acaba de nacer, cuya mi-
ai6n c·s pr¡•panu la amora del siglo vigésimo. Pero por más fer-
vientes qnc sMn nuestras aspiraciones, por muy gratas que sean
nnrst1·as Nlpcranzas, la historia de esta. misma humanidad nos en-
~l'iía, que para los puoblos, lo mismo que para los individuos, hay
juventud, virilidad y decadencia; y desgraciadamente sabemos
que', en una época inuetcrminada, esta cspléndiila capital del mun-
lio donclr hrillamos hoy rn toda la actividad de nuestro trabajo,
t'Stf' mmtuario de la$ cieneias en donde se elaboran las conquistas
del genio, este campo de la libertad donde el hombre aprende
n conocer sus dcrccbo'i, y a ejercer su poder individual en pro-
\ ed1o de todo~, sabemos quo algún día todC>s estos esplendores
dc!l:lpnrcccrím ; que el Sena lloroso deslizará sus murmurantes
~Rlllls en la soledad, a la sombra de los saucrs y entro silenciosas
praderas; y que el viajero, informado dt> nuestra historia pasada,
podrá solamente rccOllOCcr aquí y allí fragmentos de edificios,
nlcv{mdose sobre el snelo como lmesos descarnados, algunos capi-
telc.q de columnas rotas, últimos vestigios de maraYillas desapare-
('idas. La ci\'ilización habrá elegido una nueva patria, y E'n la pro-
íonclidad de su sueño Francia oirá a lo lejos los ruidos del mundo
·'T los tumultos de las tempestades humanas, recordando los lejanos
11iu.s de su gloria y quizá los de su molicie y de su lujo nfemi-
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C.\MILO FL:\~1~1:\RION

lllltlo, causa de su decadencia y de su muerte.


Esta rs la historia de Babilonia, la de los jardines suspendi-
do!:>; d<> Te has, la de las siete murallas; de Ecbatana, tumba de
Alejandro; de Xínivc, donde Job profetizaba; de Cartago, rival
de Romn ; noma, centro del mundo hace dos mil años, lumbrera
(le la C'ri!itianidad bajo León X, hoy asentada tristemente a ori-
llas del 'fíbrr, que desde largo tiempo ha arrastrado al abismo lo."
antiguos trofeos dC> una era gloriosa.
Sí, lo mismo que cada individuo, la humanidad ti<;ne ante
HÍ los límites de 'lU pe1·fectibilidad, límites lejanos, así lo cspe-
r·amos, pero, límitrs que no podrá traspasar y que, cuando sean
alcanzado~, marcarán el primer período de la decadencia. Si nues-
1ras fa<'nltades y nuestras fuerzas sobre la Tierra parecen ili-
mitadas, nos suc(~de lo mismo con los elementos de nuestra per-
rectihilidad; estos están circunscriptos; cuando la combustión se
ha acabudo, la extinción de la llama está cercana.
La historia de la Tierra depende sin contradicción de sus
c·ondiciones ele habitabilidad. La Naturaleza inanimada es ante-
t•ior a la Naturaleza animada, y ésta está sometida a la influen-
dn de la primera. Por tanto, no será inútil exaurinar ahora cuál
f'S la ley de vida que preside a la existencia de los habitantes de
nuestro g lobo, ley de la cual depende la perpetuidad de los seres
,.n la superficie de la Tierra.
Con:fesémoslo en seguida, la ley de vida es la ley cl6 m.uerte.
DC' todos los animales que pueblan la Tierra, no hay uno sólo
QUe no viva a E>xpensas de otros seres vivientes, animales o ve-
getales; y desde las acotiledóneas o criplógamas, las últimas y
más elementales entre las plantas, hasta el bimano, el más ele-
vado en la escala animal, viven para alimentar la vida.
Las plantas, esos seres de existencia tan misteriosa todavía,
c•n los que la obsen ación ansiosa de Goethe creía conocer un alma,
las plantas viven para ser comidas. Los animales que se alimentan
de plantas, sirven a su vez de alimento u aquellos, <•ura C'xisteneia
no es sino una continua carnicería; éstos a ott·os, y así sucesiva-
mente. Los seres animados no pueden vivir aquí, sino hajo la
condición de devorarse entre sí. La severa l<'y malthnsiana es vE'r-
dadera en su principio, aunque exagerada: es la expresión de los
hechos que pasan a nuestro alrededor ( 2 ). JJa ley de muerte es la
ley de todos los seres que ,;ven sobre la 'l'ien·a. Es nuestra pro-
pia ley. 13i nos fuese posible juntar un día hacia el fin de nuestra
vida, el montón colosal de los seres que han servido para alimcn-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 223

.arnos, cada uno de nosotros se quedaría espantado de sn núme-


ro: y lo que decimos de nosotros, todo ser animado, herbívoro o
carnívoro, puede referirlo así, en un grado más o menos grande:
la ley de la vida es la ley de la muerte.
¡Ved aquí el I.'Stado de la Tierra, !'Stado incontestable, que
nadie pensará poner en duda, y al cual estamos de tal modo
habituados, qne nadie piensa en él !
Esta ley de muerte ti~ne además, un triste complemento en
nuestra especie, complemento no fatal, así lo esperamos. Los
hombres, '}He !'stán ya a la cabeza del combate perpetuo que los
~eres vivientes se lihran sobre la Tierra, han llevado todavía al
extremo esta ley desastrosa volviéndola contra sí mismos; y desde
el origen de las sociedades en medio de las civili7:aciones más
avanzadas lo mismo que en el seno de la barbarie, la guerra,
inicua e insensata, ha ganado las riendas de las naciones huma-
nas. - 1Lo creeréis, oh, pacíficas poblaciones del espacio 1 ¡El
hombre ha llegado aquí a tal aberración, que ha hecho una diosa
de esta guerra, y la adora! Sí, los habitantes de la 'I.'ierra con-
templan con veneración a ese hambriento Moloch y por un con-
venio mutuo, conceden la palma de los honores y la diadema de
la gloria a los más crueles entre ellos, a aquellos cuya habilidad
es mayor en la matanza! ¡He ahí nuestro mundo! 1Gloria al
que amontona cadáveres en las llanuras enrojecidas! ¡ Gloria al
ttue colma de ellos los fosos! ¡ Gloria a aquel cuyo ardor frené-
tico recluta mayor número de tigres alrededor de su sangrienta
bandera, y hace marchar hordas de verdugos a trav6s de las na-
ciones desgarradas!
Este estado de cosas que nos domina, y que desde hace mu-
dw tiempo se ha hecho necesario porque ha sido consagrado por
nuestras instituciones políticas, que tiene su origen en la razón
del más fuerte; este estado de cosas es inherente a nuestra espe-
,•ie, cuyas necesidades materiales son imperiosas. Las primeras
tribus salvajes que el historiador encuentra a la cabeza de todas
las naciones sólo subsistieron, como los animales, por el derecho
de elección natural, esto es, por la conquista de los elementos de
11u existencia . .Antes de saber hablar, antes de haber imaginado
ningún arte, y aún de haber pensado, esas hordas tuvieron que
hacer la guerra contra los animales y contra los hombres, desde
el instante en que les fué preciso asegurarse la propiedad de un
territorio¡ esta guerra, tan pronto ofensiva como defensiva, cuyo
~ólo ob,jcto era por entonces adquirir para los combatientes los
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CAMILO FLAMMARION

medios de una vida aseguracla, fundó los primeros clerechos y lo


primeros poderes. Las tribus crecieron, cambiaron de territorio,
inquictndas por los azotes de la Naturaleza o atraídas por el in-
centivo de 1ma vida más próspera; se sucedieron, establecieron
la. patria y la nacionalidad, y, lejos de olvidar con las necesida-
oes primitiYSS la guena que había nacido de ellas, nutrieron
todas, a ese monstruo devorador que con la edad debía }Jaccr&P
todavía rnús r~rande y más terribl<.'. Desde hace mucho tiempo,
las nacioncs, llegailas a su madurez, han hecho la guenn po1·
orgullo y pol' amhición; -nuestras necesidades J)l·imitivas cstái'l
Ra.tisfechas ¡ pero nuest1·a antigua ha1·barie ha <1u(>dado envenena-
da por los refinamientog de una eiencin odiosa. Así es qne los
vicios de nuestra humanidad tienen sn origen on la ol'ganización
misma de uuestro mundo; la natural<'za humana efltá solidaria.-
mente ligada a la naturalcaza terrestre; si ésta fuese superior a
Jo que es actualmente, la primera tendría igual SU})('l'ioridad. :!\o
dudamos en achacar a esta ley de muerte que gobierna nuestro
mundo, ]a cau'la primera del vicio socia! de que hablamos. Si
esta }Py terrible no existiese, ]a humanidad hubiera permanecido
desde el J1rimcr <lía en el seno de la tranquilidad y de la dicha.
La mayor parte de los males que nos afli~f'n hallarían su
camm ¡n·imitiva en el estado de inferioridad de nnl'stro mtmdo ;
yendo al fondo de la cuestión, :se reconoce que nuestros vicios
pnrticulare<J nsí como nul'stros vicios soeiale.s, no tendrían nin-
~una razón de ser sobre una tierra que no los provocara. Si la
px·opicdad, a lo menos transitoria, de los elementos de nuestra
existencia no nos fuese necesaria; si nuestro planeta alimentase
a sus hijos sin imponerle condiciones tan rigurosas, sin obligar-
los a tantos sacrificios, nadie hubiera pensado jamás en anebatar
objetos gratuitos, el 1·obo no hubiera nacido; y C'On el robo, el
a~esin11to, la mentira y los vicios que tienen su origen en la
codicia, no hubieran aparecido sobre la Tierra.
Siendo todo solitario en la Naturaleza, nuestro régimen, ma-
terial por una parte, no podía ser cspirit11al por otra : y mien-
traa que los apetitos groseros dominaban nuestro <.'ncrpo, todas
las pasiones de nuestra alma debían fatalmente resentirse de ello.
Por lo tanto, si las aspiraciones más nobles de nuestra inteligen-
cia no pueden tener un libre vuelo sometidas como están a la
influencia de la cubierta terre.strc que pesa sobre nosotros uesdc
nuestro nacimiento, todo nuestro ser se encuentra absorbido, y
a nuestro estado originario (estado íntimamente modelado sobre
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITAqOS 225

la constitución Iísi(·a del globo) es al que <l<'b<>mos !'<'montarnos


para hallar el origen de nuestras necesidades, de nuestros deseos
y de nuestras pasiones primitivas. En nu~stro estado natural
pudiera hallarse un principio original hasta los vicios producidos
por la civilización misma. Recapitulando la suma de las diversas
pasiones humanas, desde el fuego dominador del amor físico has-
ta los bi<>los de la avaricia valetudinaria, st' pod r·ía encontrar sin
trabajo el germen <'U las necesidades inl1crPntcs a nuestra orga-
nización tet·rcstre.
Volvamos a la l<'y fundamental de nuestra cxi1>tencia y de
la dP todos los seres que viven sobre la Tierra, a esa ley quo
exige que memligtH'mos nuestro sustento a los despojos de otros
seres, ~'. que 110 podamos vivir sino a condición de dcstruír 1~
plan11l'i y mat:u· los animales. ¿Se creerá que esta ley es necesa-
ria, y que está en t'l orden absoluto que no se puede ''ivir sin
víctimas ! ¿Se pensará que en todos los mundos el hombre estft
obligado a matat• y a <levorar para sostener l>'U f'Xistí'ncia 1 S<'me-
jante opinión nos par<'c<'ría completamente cquit·ocada.
Por un lado, ¡S<'ría un fenómeno tan f'xtraordinario «JUC
ciertos cuerpos estnvi<'sen constituídos de tal manera que su
or~ani~mo íntimo llevase en sí las condiciones ele una lnrgn exis-
tencia~
Po1· otro, ¡,sería nna suposición tan extraña. imagina1· atmó.s-
iera¡¡ alimenticias, atmósferas compuestas de elementos nutl·itivos
que ~;e asimilaran a <'tterpos organizados dr un modo en eont•la-
ción eon el estado ek <•sta!> mismas atmósf<'I'U:-i!
Cuando tlllo si' representa el estado O<' la humanidad en
tah's mundos, t' n donde <'1 hombre cstnries<' dispensado de todns
esas m•<'csidad<'s grosPl'as que son inh<'r<>ut<•s a nuestra orga.niza-
eión tC'rrC'stre. y oponen tantos obstáe11los a lo~ trabajos de nuc!>-
tras inteligenC'ias, cuando m1o se transporta a esos mnn<los a for-
tunados en los euah•s el hombl'c lle\'nría una vida más nohh' y
más exquisita, donck l11':1 inteli~encias ohrarian c•on todo su pocl«'l'
d(• aeción, c·on toda 1m Jihcrtad, y c>n seguida ~e clt'ju ('aer ~lo
llllC\'O sobr<' mu•stro pobn• planeta t'n el que Kt' dan los eombatcs
de la \·ir1a ·contra In muerte, se comprt'ntk c¡ul> nito grado de
superioridad hubicrnn recibido esos mundos l'<'lat iYament<' al
nnt•stru y c·unntlo los s!'rrs que los habitan sl'rían snpPrion•s a
los hijos de la Tierra.
<11·ac·ias a la organización d<' nuestro aparato pulmonar, nncs.-
t ra sangT«' st• rcnue,·n irrC'esantcmrHtc '!>' siu que 110s a¡w1·cibamo'
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226 CAMILO FLAMMARION

de l'llo; no tPnrmo~> necesidad de hacer comidas de oxigeno para


mant-ener la jdrntitlad de la composición química de nuestra
sangre, que una circulación prrpetua dcvueh·c de las extremida-
'ks al <'Ol'ar.ón; la atmósi'Pra es por tanto aquí mismo un elemento
d!' llHe>c:tra suhsistrne.ia, una parte do la nutrición de nucsh·o
Sli'ltema rorporal, ¡no pudiera ser qnc !'n mundos inferiores, la
rt•Rpiraci6n di firt'(' dt' la nuestra y haga precisa una especie de
l'linwnta<'ión Jll'l'iódica? Recíproeamentc, 6110 pudiera ser· que en
mnn<los superiot·cc: <'!>ta rrspiración modificada y completada, sea
su firi(•ntc para alimentar todo el aparato humano?
'''lJa l<'Y dr mnerte -decía Epíctl.'Lo- es la ley rlc la
11atm·aler.a ma.teJ•inl ,- st'cunda!'ia; no sur.ode lo mismo en la na-
t·nmlc•za primordial ~térra." Antes de Epíeteto, esta concepción
había sido c•xpr<'sncla por el poeta do la Il!Íada. Celebrando la
"igilant<' ternura de> V0nus pot su hijo Eneas, Homero, había
hahlado rn e>stos términos: "l:n Yapor etéreo corre por el seno
rle Jo~: diosl''l afortunados; no se nntJ·cn ele los frutos de la tierra;
ni hchcn vino para saciar su sed (1)." s~mt>jsm!Rs ideas hall
~ido c·on Út'eurn('ia <·xprrsadas después aplicándolas a los seres
'1l1<' lns rc• li~!iom•s y las mitologías imaginaron en las moradas
paradísiaras: r'las ideas no r<'prcsrll tan solamente las creaciones
i lusol'ia · <l<' lH Fábula, sino un estado de cosas existente en las
1•sferas supl'l'iorr~.;, estado en armonía con el elevado destino de
los Hl'l'l's qur nosotros contemplamos dt>sd<' el fondo de mw~tro
<>rrpú.;rulo. ~- en los cnal<'s creemos rnconh·a ¡· el tipo ideal de
Hllt"'t 1·a pt·ri'Petibilidad.
, 'í, la mat<.'l·üd idad de nuesil'o mundo, ha influído en la
c·onstituritíJt física <k sus habitantes, nucstm<:~ i<'nd<'ncias instin-
tiras han sufrido su influjo, nuestros apetitos llcYan impresos
<·sa tc•squrclad, ~· los srntimicutoFJ mismos de nucstl'l:~ alma en-
<•tu·nada no han podido librarse do ciJa. Así, pues, uo es sola-
mc·ntc <'11 nuestt·o apal'ato nutriliYo donde rcconoc·cmos las mues-
tra" clt• la inferioeirlad de nnrstJ'O mundo; no es tan s6lo en
nnrc:t¡·o apamto respiratorio, siuo CJHC' estanclo todos los órg·anos
de lJU~·~tJ·o <·ttel'po solidariamrntr unidos rntl'e sí, 11i una sola dt>
nuest nts fnn<'ionrs de>ja de rstar marcada con <'l sello inequí,·oco
1ll' mw;t¡·o rstado dr inferioridad. )iuestro organismo, material
po1· tUl Indo. no potlía srr ct{·rro por otro; la armonía subsiste
hasta c•n las c•t·raciones inferiores; nosotros somos indígenas, y
!(IdO n uest J'O srr manifiesta en toclas sus pal'tt's el carácter local
c1e nnestl'a coma re a ('4 ).
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 227

En los mundos cu dondr las hméYolas disposiciones de la


Xaturalcza han prepamdo un Ycrdadcro t1·ono a la inteligencia
llllmana, y rn donde el hombre no ti<'nc nna soberanía ficticia
t'mno aqui, ~ino qur reina en toda la extensióu del dominio que
<:orrcspondc al C'spíritu, en esos mundos una era de paz y d e
vt'ntura marca las edades de la humani<lao. Las formas engañosas
c·on qnc se l'('\'Ü;t<· f'l Yicio no han aparecido; ~con qu& objeto so
Jac; tomaría, y para qué serviría:n? Los elementos d e la perfidia
~- rle la scduceión tampoco han .nacido allí, porque ]a cizaña no
rl"Cet? sin gcrm<•n. Bn esos mundos la humanidad ha llegado a su
Jlf'l"íodo dr Yrrdad. porque allí las pasiones humanas tirnclrn al
Birn.
Y, en cferto, todo mundo en donde la lmmanida<1 ha !le-
:.; a do al <'ÍC'lo d<> su Yiri lidad dcb1~ ofrecer est<' carárt<'r distintivo
ú mdameulal: que <'11 í-l <'l pleno ejcrciC'io dr la Ubertad conduce
al Bien. Entr1• los J'aHgos de trna humanidad viril, la libertad
dl'.splcgacla C'n toila. su plenitud debe ser mta fuerza poderosa
1¡t1C tiende U Ja prrfrcción ¡ rsta CS la prenda de superioridad
dP un mundo. Allí, todas las pasiones, todos Jos deseos, todos los
[~pelitos del homhr<' tienden al tipo ideal qur nosotros imagina-
hlOS como modr>lo y como fin pa·r¿¡. la naturalc.r.a humana.
¡Cuánto fa)ta ¡nua que nuestr·o mundo ofr·ezca srmejantc
<·urácter! La lib<'l'lad, todos la qnieren, todos la d esean; ninguno
to-., digno ele <>lla. La liberta(\ pe:u·a nosotros, es la licencia, es la
..;ueicdad de instintos prrversos; E'S la destrucción del orden -:.' de
la seguridad. Y no hablamos aquí en particular <le los ciuda-
danos de l"ntneia, sino ele los de la Europt\ entera r de todas las
J"az:¡¡,; civ iliza<las: todo rl mundo es liberal cu teoría, naclic lo es
t•n In práetira. ¡ l.;a libertad 1 ¿en quó <'aos no se precipitará nues-
tro pobt·e mundo si, sin mirami·cnto a las leyes convencionales
qur la sociedad S<' ha visto obligada a imponerse, ni a nuestra
1·oncienéia íntima, qur puede retenernos más o menos en el borde
clt:l a bismo, I.'St<" mundo se d eja a L'l'astrs.u· a la sat isfacrión brutal
dr sus deseos~ Con muy pocas cxcep<'ionrs, todos los hombres
rlt· la Tierra son más o menos partidaeios uc
esa filosofía perso-
lHtl que St' ha llamado ''filosofía de la sensación''. De todas las
"~cuelas, ninguna <·uenta tantos discípulos, .v ésta reprrsrnta la
<·xpr csión d<' la'.i tendencias, con frecurncia negadas, peto domi-
uantcs, dr la mayoría de Jos ho.Ulbrcs. Esta filosofía , pam deehlo
(•u dos palabras, parte de este hecho: la sensación agradable o
penosa; hnscar la pr·imcra, eYitar la segunda. Ella rccue1·da al
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228 C.\UILO FLAMMARION

hombre que su primer instinto es amar al placer, cualquiera que


sea: placer físico, placer intelectual o placc1· moral; ella le en-
seña que la buena comprensión de la vida consiste en buscar la.
mayor suma de placer posible, repartida en cierta duración de
t iempo, esto es la felicidad, y que la sabiduría mejor entendida
es aquella que uos hace alcanza1· este fin, aún a costa de renun-
cias pasajenls y de prudentes sacrificios. En este sistema, la l('-
liriclad personal es el fin de la Yidn, y el interrs el único móYil
d<' todas las aecion<'s.
Y ¡no c:s és1a la cxpr<'sión del modo de pensar de la mayo-
ría de Jos homb1·cs, y no sería la de todos, si se rompiesen los
freno::; que nos sujetan a una moral más austera, si se nos con-
vidase n nsal' plenamente de la libertad deseada 1 Y se lo pre-
~~untamos a aquellos mismos que proclaman verbalmente los dog-
mas de lma filosofía más elevada, esta manera de ver ¿no esta
<'11 C'l fondo de sus pensamientos y no es el aguijón que los impele
inecsantemeutc hacia la tan amada diosa de la For1una? Si se
oyer:~, o se pudiera oír, a todos los hombres, Epit:nro sc;ría el dios
de la Tierra.
Pero la filosofía de la !'CTisaeión, moral o la del interés, es un
sistrma filosófico de los m&s falsos que, como lo ha demostrado
muy bieu 1\f. Cousin, confunde la libertad con <'1 deseo y de esa
manera destruye la libertad; que no hace distinción fundamental
cutre lo hueno y lo malo; que no revela ni la obligación ni t>J
mérito ni !'l dPmhito: que puede fácnmenle - muy fácilmente-.
pasarse sin Dios; y qtl<', en última consecnent'ill hace inútile.~ loe:
¡wincipios superiores de la metafísica, de la C'Stétlca y de la
moral.
'l'oma<l u la humanidad en globo, tal c•s la S<'nda !'ll la que
se precipit~n·ía "i le abrieseis las p11ertas dP la libertad tal como
la comprencl<', 1an lejos está de tender J1acia la perfee(•ión ideal.
Esta es también la Yía que sigue sccrctamcnt<• la mayoría de los
hombr<'s (~· s<'ría a su juicio una torpeza <'l 110 s('guir esta Yía:
po¡·quc Ir pilrec.-2 prC'f<>rible tomar el muuuo t!'rrestre tal como
t>S, ~· amoldar a él su modo de viYir, a ronswnÍI's<' en Yanos es-
fuerzos pau1 reformarlo). ¡Y es este mundo el que SE> había
pretendido que formaba por sí ::,olo la obra divina! ¡Y es ésta
la Jnummidarl que se hahía supuesto completa por sí misma, única
abrip;ada bnjo d ala de Dios, ~- destinada al gohiemo del Uni-
Ycrso!
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 22~

Así, es que, desde cualquier punto de vista que se considere


la cuestión del hombre, se r econocen las pruebas irrecusables de
la inferioridad de nuestro mundo y se siente la exist<:ncia de una
rsupcriol'idad extra-terrestre; todas las enseñanzas de la filosofía
y de la moral se reunen para dar de ello testimonio. ¿Se emitirá
ahora la idea de que tmestra humanidad se eleva y se perfecciona
t-Jin cesar, y que vendrá un día en que el hombre llegado al apo-
~eo de su grandeza, pasará en paz días felices y llenos de gloria f
Pero, aún imaginando que toda la perfectibilidad de que nuestra
raza es susceptible se realizará algún día; concediendo que con
la ayuda de la ciencia y de la industria llegase el hombre a do-
minar completamente la materia, a hacer por medio de máquinas
todo el trabajo tísico que se ve todavía obligado a ejecutar actual-
mente con sus propias manos, y a establecer, en cuanto posible
r>ea, eJ reinado del espíritu sobre la Tierra; viendo más allá del
porvenir lejano una era de gloria tan superior a la presente
cuanto ésta es superior al estado salvaje ; aún así no podríamos
cambiar las condiciones ftmdamentales de la existencia de nuestra
especie, condiciones íntimamente ligadas a nuestra morada terres-
tre, y no podríamos lograr que esta morada terrestre dejase de
llevar constantemente en sí misma el sello indeleble de su infe-
r ioridad.
Otros optimistas, menos entendidos, sostendrán quizá que la
creación terrestre no está terminada por el solo hecho de la pre-
acncia de una raza intelectual, y que, cualquier día, el poder
creado¡· que produjo al primer hombre en la cuna de la humani-
dad podrá dar a luz una nueva raza de seres superiores, un nuevo
orden de seres inteli gentes tan elevados sobre 11osotros como nos-
otros lo estamos sobre el mono, que vendrá a tornar posesión de
la 'l'ierra y a dominar a los seres que hoy la habitan, lo que,
t•ntre paréntesis, fuera mnv poco apetecible para nosotros. Estas
nuevas cl'iatmas pudieran uo estar sometidas a las condiciones
CJUe nos ligan a la matcri:·; su organización más etérea ofrecería
algunas analogías con la • los habitantes de esos mundos supe-
l·iore · de que hablamos 1lcsdc su llegada aqní ahajo, domina-
rían por su nattu alcza a los los seres sometidos a las Yicisitmles
de los elementos mat cr·: s. La esencia, la naturaleza de sus
facultades morales seríaJ m inacccsilJlcs a nuestra comprensión
l'omo la luz lo es a la tk ·ego, el sonido a la del sot·do. A pesar
d r que de esta opinión 1 'lll participado algunos escritores res-
petalJlcs, parece ser del 0 gtatuita, pues, por uua parte nues-
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230 CAMILO FLAMMARION

tro g~n~ro h11n1ano d~>nnwstra tomat· posesión <lE' la Ticna comtl


sobcx·ano, y por otra, si surgiese al~ím día un nuevo ~rado en
la jerarquía de Jos seres tcrrcslrl's, es<> grado se manifestaría
inmediatam<'ntc sobre no otros, porque la ~atutal<>za no salta dt>
una a otra crcaci6n ; no hay la~mas en la gradación natural df"
los ser<'S. LurJlo e<>ta segunda rnza de hombres, sufriría tambi:.11
íorzr.•samcntc las condiciones de habitabilidad del globo; formaría
part<' de la 7.oolo~ía de la TiN-ra, como las pre<>edentcs; su orga-
nismo estaría li~ado como los demás al oq~unismo fundamental
de ht animalidad; y aunque se imaginase una serie de nueva.s
razaH humanas cada Yez más superiores, la última y la más per-
fecta sería todavía una raza t<>rrestre, y narla podrá. hacer qut'
la Tierra no sea s.iempre la Ticn-a.
;mliminando, pues, esta suposición novelesca de 1ma nueYa
hunumidad, quedamos con la nuestra, reducida a. su verdadero
carác:ter. Pues, bien. no solamente no llegaremo: jamás a esa era
idenl de paz y de dichosa tranquilidad que nos complacemos eu
contemplar en nucstros ensueños, sino que, si las condiciont>s de
tal existencia se nos ofrecieran, el m<>,ior partido para nosotro~
fuera rehusárselas, porque semejante camhio no nos sería Yen-
tajoso. Es pr<>~iso que la ley del trabajo rstP t>n ''igor sobre la
Tierra; sin ella, la inacti\"idad del ocio, lejos de favorecer nuc.s-
tt·o desarrollo, nos haría decaer y perdernos. Las almas superio-
res, que viven de la vida intelt>ctual, son las únicas que pueden
sin peligro ahstencrso de los trahajos rorporal<>s; en cuanto a
nosot.t·os, hombr·cs de la Tierra, sabemos, pur la triste experiencia
de loH que habitan nuestros climas más afol'tunados, que el tra-
bajo ('S la condi<>ióu de nuest1•o desarrollo y de nuestra prospe-
ridad; y qnc, si las fuerzas d<> nuestra alma no se viesen íísiea-
m<>nt<! obligarlas a estar sin rcsar en a<>ción, se entorpecerían y
permnuce<>l'Ían estérile:;.
Lra idea fundamental quE> dt'bc resultar de la'> consideracio-
nes a:ntcriore:; sobre el orden moral de lac; humanidades del es-
pacio, debe, pues, representarnos, en el conjunto de los mundos,
m1a gradación de cl'inturas inteligentes supcrior<'s a nosotros, así
<:omo 1mn ~radneión de seres orgánicos, igualmente superiores a
no~otros . .Así como aquí abajo, t>n nnesra mode. ta morada, todos
Jos seres están afrrtados en su constitución íntima de Wla tenden-
cia, natvral hacia la lu.z, desde las plantas que nacen en el fondo
de la~; caYida<les de las rocas, hasta el niño en la cuna, que se
vuelvE! hacia la claridad, igualmente, en toda la Creación, lo"
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 231

SCl'C" r~;tán en af:<'elJ~ión haría nn drstino S\lpcrior. En la unh·cr-


salidarl de los mundos las lnunanidatles no se estacionan en el
mismo grado de clr\'ación; ascienden, establcrcn una diver~idad
infinitn en los ciclo'>, y todas tirncn su puesto mareado en la
1.midad clcl plan divino qnr <'1 Eterno se propuso al principio
del mundo.
Debt'mos ahora completar las autel'iorPs reflexiones, con 1.ma
ojeada !.obre la naturaleza dt' las ideas qur los habitantes de los
otroll mundos pm'den y deben tener, con l'clación a las tres cues-
tiones fundamentales de la filosofía: lo Brllo, lo Verdadero y 7o
Bueno; al miamo tiempo aprenderemos, por medio ele este eshl-
dio, a apreciar, <'n cuanto posible sea, esta'> <'Uestioucs <'n su valor
absoluto.
Si la forma q11c revisten transitoriamentr las inteligencias
encarnadas en cada uno de los mundos, puede variar según el
estado natural ue esos mundos, no sucede lo mismo con el sen-
ti<lo moral íntimo, que da a cada conciencia humana su carácter
de criatura responsable. El revestimiC>nto exterior oc los scre ,
el aspecto físico dt'l Uni\·erso, están sometidos a la¡; fuerzas de
la mat<'ria, cuyas manifestaciones nada tienen de ab'ioluto, sólo
tienen una existencia contingente, y sufren todas las vicisitudes
a que está sometida la materia misma. La unidad física del mun-
rlo ptwde existir en medio de las transformaciones perpetuas de
los cuerpos, y la vniación incesante de los elementos materiales
no impide al Cosmos fo¡·mar un coHjunto a la vez único y suce-
sivo. Pe1·o para qne la unidad moral de la Creación subsista, es
prcci,;o que tndm; las inteligencias estén unidas a la inteligencia
suprema por lazos indisolubles.
.Así, pues, nosotros, podemos llegar a conocer que estos lazos
están formados por los principios fundamentales do la estética,
de la metafhJica y de la moral, y rtnc todas las almas humanas
del espacio deben tener sobre estos principios, nociones suficientes
para elcvat·se a la verdad, nociones más o menos claras o más o
menos confusas según el gt·ado de adelanto de estas almas y de
los mundos que habitan. Para cJlo, examinaremos en sí mi¡¡ma~
las ideas de lo Bcl1o, de lo V crdadero y de lo Bueno, qnc e.: ústen
en nosotros, y trataremos de distinguir lo bello físico de lo bello
ideal, y de comprender a éste en su r ealidad.
Comencemos por notar desde luego que, l:ii Ja idea de lo
bello es la más relativa de las tres ideas fundamentales de que
hablamos, porque se enlaza en ciertos puntos a la apariencia de
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232 CAMILO FLAMMARION

los se res que nada tiene de absoluto, podremos hallar en nosotros,


(>in embargo, algunos principios irreductibles que forman los ca-
racteres de lo absoluto y de lo universal. Vt•amos primE-ramente
como la idea de lo bello, en cuanto se refiere a los objetos exte-
r iores, t>s relativa.
Tomemos, como anteriormente, a la naturaleza 1crrestrc por
cjcmplo y por base de nuestros razonamientos. Una excursión
<'tnológoica de algunos instantes, bastará. para enseñarnos qué di-
feren<!ia srpara las diversas apreciaciont>s de lo bello en cada
pueblo d<'l mundo, y para sentar que estas apreciaciones consti-
tuyen una r elath·idad y no un absoluto. Tenemos a nuestra vista
el tipo de la brllcza ~riega, la Circasiana en el esplendor de su
(lracia, y de su perfección, sea la Venus de Dresdcn o la del
Capitolio, pongamos en frente el tipo oc la belleza china, esa
mujer de pc.><;ada gordura, de pies ridículamente contrahechos;
ngreguc.>tnos a este grupo la Venus hotentote, que todo el mundo
ha podido v<>r en P arís, esa criatura horrible y repugnante de
Ja que· apartamos la dsta con disgusto, y juzguemos el intervalo
enorme que separa la apreciación de la belleza en las tres razas;
blanca, mongólica y africana. Lo mismo sueedr en todos los de-
falles del gusto. L os jeques de las tribus de Africa considl'ran
bonito el tatua rse la piel, cubrirse de plumas y de conchas, col-
{.{arse ani llos en las narices, cortarse la t>xtrcmidad superior de
las orejas, etc. Los habitantes de Taití sr aplastan la nariz y se
t iñen de rojo los cabellos. Para que unu joven sea presentable
cutre los "botocas" rlc América, es preciso t!UC se rompa los
incisivos <le la mandíbula s uperior. Todavía sucede más entre
los negros quP habitan hacia las fuentes del Nilo : toda mu,i er
pam ~IN' hermosa debe tener tal obesidad, que no puede andar
s ino a g:atas. Muchos inrlígrnas de la India prolongan sn boca en
forma de pieo y se introducen clavos de madera en el labio infe-
rior. l.~ os "en ilanescs" vuclYen sus dientes negros mascando betel,
los die:utc!'! blancos les inspiran disgusto; lo mismo les sucede a
los "javanrscs ", que no quieren tcnc¡· clic11tcs "blancos como
Jos pe1·ros ", etcétera. La lista sm·ía lar"&, si quisiéramos pasar
revista a todo'> los caprichos del gusto, 1¡ne, scgÍin los pueblos y
l>('glín las crladcs, han constituído sucesivamente la moda dr la
belleza. rlcl día.
A<•ahamos de pronunciar una palabra que caracteriza sufi-
cicnlcmentc el 'alor capricl10so dP cirrtns aprt•ciacioncs sobre lo
bello. gn cfcct.o, nada es tan inestable como la moda, y nada cst{J.
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 233

sometido a tantas eventualidades, a tantas variaciones. Y si se


ereyese ver, en los ejemplos que anteceden, el indicio de gustos
iniciales, no formados todavía, y que no pueden tomarse como
verdaderos juicios, porque corresponden a pueblos menos adelan-
tados que nosotros, presentaremos aquí nuestras propias aprecia-
c,iones que constituyen la moda de cada año, y preguntaremos si
es posible imaginar alguna cosa más variable, más incierta que
<!Sta moda. Es el caso de decir con Pascal : ''Verdad aquende los
Pirineos, error allende." Aquéllo de que toda la nación era en-
tusiasta hace diez años, se encuentra lwy día ridículo, y volverá
algún día a la escena a gozar de su primitiva nombradía. Lo
que los alemanes admiran, pasa. por detestable más acá del Rhin.
Y la forma, el color, el carácter, todo cumhía de una latitud a
otra.
::;in duda no hay que tomar como ejemplos de lo bello Jos
ttue se nos ofrecen por las razas inferiores y primitivas; y me-
nos deberemos todavía buscar en Jnan Jacobo la idea natural de
lo bello en el estado salvaje; debemos reconocer, al contrario, que
t•ste género de apreciaciones son tanto más exactas, más verda-
deras, cuanto más adelantados están los pueblos en la cultura
de las cosas del espíritu, y que nuestra estética es realmente
mús digna de <>ste nombre que la de las groseras tribus africanas.
Pc·ro prccisamPnte es esta gradación la que pone en evidencia la
relntividad de esta estética convencional, puesto que es susceptible
ele un perfeccionamiento, y que se perfecciona efectivamente, a
llledida que nuestro ideal está más depurado¡ y debemos admitir
tanto mejor esta relatividad, en cuanto sería poco lógico detener-
nos en nuestra b('lleza como representando el tipo superior y el
límite de la belleza física, y que debemos concebir entre los órde-
nes superior('s al nuestro otras imágenes de la belleza¡ más ele-
\' adas que la nuestra.
Muy pronto demostraremos que todos nuestros juicios sobre
lo bello no pueden acercarse a la verdad sino en cuanto nos
acercamos nosotros mismo::~ a la noción de lo bello ideal absoluto,
y que la belleza física no tiene más caracteres absolutos que los
que puede tomar la belleza cspiritua1. Expresemos ante todo, pol'
un ejemplo <'n r<'lación directa con nuestro asunto, cómo esa be-
lleza fisica t'S escnrialmente relatiYa.
El al'te cuyo objeto nos está más íntimamente ligado, es el
ele la estatuaria, que tiene por objeto la l'<'prescntaC'ión dr mwstro
propio sel'. Tomemos, pues, a este arte como ejemplo, ~r mejor
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2"4 CAMILO FLAMMARION

todnda, t'lijamos sus obras maestras. Véase, a un lado el' Apolo


de Bclvcclf'r<', l'n frente de la \"enus de Médicis; dos composicio-
nes consideradas justamente, <'Omo los tipos de lo hello en el arte.
Contemplemos estas dos estatuas humanas. En la primera res-
plandl'<'<' la jm eutud inmortal de un dios; esa frente <'S el asiento
1lc un pt'n~amit•nto; ef'a actitud <'Stá llena. tll' majestad y de gJ·au-
deza; ese rucrpo está animado de un espíritu celeste que circula
clulcemcnte pot· él. El dios tiene la tranquila convicción de su
poder; sn flecha mortal ha atravesado a la serpiente Pitón: pe-
nct•·ado del plae<'l' de su Yictoria, su mirada augusta parece ha-
heda oh·idado ya, y perderse a lo lejos en lo infinito. Pero, ¡qué
admirable es C'sta Venus, aún junto al hermoso cuerpo de Apolo!
¡Qué gracia en su semblante, qué armonía, qué suavidad en sus
oudulosos contornos! Un reflejo divino la ilumina; parece que,
c.omo en tiempo de Pigmalión, las rosas van a eolorear esas car-
nes, la sonrisa a brotar en esos labio!'!, y el esh·!'mccimiento de
la vida a correr hajo las formas <'ncantadoras.
Entre todas las obras de art<', las dos que acabamos de exa-
minar son las que nos parecen ofrecer en el más alto grado los
caracter<>s de la belleza absoluta. Un juicio imparcial, sin em-
bargo, nos ilustrará mejor sobre este género de belleza y nos
('nscñará que, como toda belleza física, ésta es puramente relati\'a.
Ella representa el tipo de la belleza sobre la Tierra. Esta-
mos conformes. Pero, todo lo que es absoluto es por lo mismo
inmutable y nniversal: aYancemos un poco más, y examinemos
si C!'lte Apolo y esta Venus podrían vivir en otros mundos. Sabe-
mos, desde hace mucho tiempo, qul' nuestro modo de existencia.
mrtá íntimamente ligado a nuestra morada, y que no pudiera ser
trasplantado a otras regiones del espacio sin sufrir enormes mo-
di Ciracioncs orgánicas. Si a esos dos seres encantadores para el
clima templado de Atenas o de R-oma les sería tan penoso vivir
bajo el ardiente s.ol del .A..frica central o sobre los hielos de la
8iberin, y perderían en esas regiones toda su gracia y t.oda su
hermosur·a, ¿con cuánta mayor razón había de series imposible
«oportar la'> condiciones extrañas que habían de sufrir, transpor-
tados a otras residencias 1 Hechos para vivir sohre la Tierra, su
organización física está establecida en relación con el estado de
nuestro mundo; y esto es precisamente Jo que constituye su belle-
za; pero, ¿qué sería de ellos en el calor tórrido de Mercurio, que
los abrumaría instantáneamente, y en el frío de Urano, que he-
laría la sangre en sus venas f ¡ Cómo obraría el mecanismo de sus
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 235

· pulmonrs en una atmósCrl'a cien veces más densa que la nuestl·a


o en ·un centro <'Ít'n vecrs más enrarecido f Luego, alterados lo'!
pulmonrc;, nuestra caja torácica \aría, y con ella la forma de
nur!itro ctwrpo. ¿Para qué servirían sus dientes, su aparato de
nntrición y todos los órganos que sirven para nuestra alimenta-
f•ión diaria, allí donde ~e fncsc puramente herbívoro o solamente
carnívoro, donde no se fursc ni lo uno ni lo otro, y en donde
las funciones vitales no oírerieran ningún carácter común con
las uucstt·us1? Pero variado el aparato digestivo, el resto de nues-
tro cuerpo 'cambia al mismo ti<>mpo. Nuestros ojos están construi-
dos para distinguir los objetos cercanos, con los cuales estamos
en relación perpetua ; ¿para qué senirían esos dos ojos donde
nuestro trabajo no ejerciera ya sobre esta clase de objetos, donde
hubiéramos de viajar por las llanuras aéreas o bajo las olas de
nn océ~no f Iguales objeciones pueden dirigirse con relación a
todos lo., Ól"ganos que <'onstituyen nuestro cuerpo. &Qué se res-
pondería si suscitásemos además el enigma de los sentidos, que
ponen a nuestra alma en relación con el mundo mcteriorT Aquí
tenemos cinco sentidos que bastan a nuestras necesidades de per-
cepción, y que, compJ<>tándose unos con otros, forman la unidad
c1e nuestra sensación. Otros seres tienen tan sólo cuatro sentidos,
otros no tie·ncu más que tres, dos o están totalmente desprovistos
de e11os; <'stos sere~ no carecen, sin embargo, de un sistema de
sensat>ión eompleto por sí mismo, p<'ro, muy inferior al nuestro,
pues, sólo les puede proporcionar una parte de las percepciones
que nos son accesibles. Pero es posible que 1'n sexto sentidc, del
cual no nos podemos formar la menor idea, dé a otros seres una
nueva superioridad sobre nosotros, un sexto sentido que los pon-
dría en comunicación íntima con ciertas propiedades de la Natu-
raleza que nos son desconocidas. En lo físico como en lo moral,
pues, no ten\!mos motivo alguno para creer que la gradación ter-
mine en nosotros, todo nos imita a pensar lo contrario. Cuántas
conte.r;taciones podemos dar a las preguntas que tienen por objeto
nnestrn. naturaleza física, establecen unánimamente que la belleza
de la Tierra. no es la belleza de los otros mnudos. En cada uno
de ellos hay un A polo y una Venus típicos; pero la belleza de
esos seres no la comprenderíamos nosotros, como la nuestra sería
incomprensible para ellos.
La bellt~za física es, pues, esencialmente relativa. Esto no
quiere decir que uo exista; hay un abismo entre no existir y exis-
tir relativamente, pero esto quiere decir, que no debemos dete-
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236 CAMILO FLAMMARION

uernos 11nte t-811\ bcllt'za como ante Jo absoluto, pues, se puede


~-ticmpre supon~'r a.l!!nna hcllc?.a más perfet·ta: entre ella .v la bc-
lle:r.a absoluta hay la misma diferencia que entre lo finito y lo
itlfinito.
La helJeza ahsoluta, es la belleza espiritual, la belleza inte-
lectual, la belleza moral; como quiera que se la llame, está en
<•l fondo de nuestra!'~ conciencias como principio de la iclea de lo
hcllo, como el idral a que se aproximan mús o menos las hcllrns
finitas que pcreiben nuestros sentidos. E ste ideal es la mrdida
y la r~la de todos nuer;tros juicios sobre las bellezas particulares;
:r si establecemos Rrados en esas diversas bellezas, es porque los
comparamos aún inadvertidamcn1c, las bt-llezas de que esa misma
eomparación nos hace jueces.
E ste principio irreductible existe en nosotros con su earácter
absoluto y nada puede impedir que exista. Más o m<>nos velado
por nuestra inferioridad, más o menos vic;ible bajo nuestra edu-
l"ación moral, juzga, aún cuando nosotros quisitSramos imponerle
silencio, y juz~a no solamente d el Yalor de nuestras ideas, sino
también del valor de las de todos los hombres. Y cuando un
hecho moral, somPtido a nuestro juicio íntimo, ha sido declarado
eomo bello en sí mismo, lo t en emos por bello, aún cuando· otros
hombres afirmasen que les es indiferente.
Tomaremos un ejemplo en los hechos del orden moral, ('omo
hemos tomado uno en las obras del orden físico.
Dm·HJIIc un epi odio de la vergonzosa guerra que Rusia hacía
('ll 1862 a Polonia, tuvo lugar un hecho que demuestra un valor
'IObrehumauo. JJas hordas 1·usas habían pasado a sangre y fuego
algunas pol.ll'PS aldeas en los alrededores de Varsovia; los habi-
l.antcs qne c·l acero d el soldado habían podido alcanza •· habían
¡;ido muertos af roznwntc, las mujeres atrancadas de sus casas y
entregadas a iunohlcs ultrajes, los uiños abandonados expirantcs
t•utre las n it'ves. El l'esto de la población que había podido li-
brarse había lmído, los ''cosacos'' los p ersiguieron. Estos llegaron
muy pronto a un río, al otro lado del cual vieron a los polacos
que seguían huyendo; pero. no conociendo el vado por donde se
pudi<.>ra atraV('Sa r, buscaron en los campos a algún aldeano ocu-
pado c.'ll trai.Ja,jar Ja tierra. Intimaron al primero que se encontt•6
les im1icasc el vado so pena de morir sin r emedio. E ste h•s ase-
guró que no era del país y no conocía el río. Ellos emplearon
las amenazas, y unieron la acción a la palabra; insistió el polaco
<:n su afirmación. Entonces apurados le mandaron, bajo pena de
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 237

muerte inmediata, que se arrojara al agua y buscara el \'ado paM


indicárselo. El polaco se echó a nado y buscó el vado. Rendido
de cansancio, encontró al fin el lugar por donde podía atravesa!'
el río haciendo pie. Entonces fin¡;,rió grandes es flwrzos, como si
el agua fuese allí más profunda, se hundió poco a poco debajo
de la superficie, y se ahogó para salYaJ· a sus he11nauo•;.
lie aquí uua acción que declaramos bella en sí misma. Estr
juicio absoluto, lo formamos f'll Yirtud del principio qn1• l'~si<l<'
en nosotros; y cualquiera que venga a decimos que esta aeción
no le conmueve, tl•ndrcmos su palabra por mentirosa o por h·a.<;-
tomado su sentido moral. Si raciocinamos de t'sta snerft', es pol'-
quc es ta acción of1·cce tUl géncoro de hcllcza que se rnlnza a nues-
tro idrnl de belleza absolutn. De igual manera r·nciocinamos p ara
t.o<los los géneros <le belleza que tocan a la belleza intelectual,
uicn sea VieentP de Pau1. socorriendo a los niños, o R égulo, col-
mado de honores en Roma y volviendo a morir a l'artago; bien
sea, la última palabra de l::lócrates bebiendo la c·irnta o la dl'l
C1lvino Cristo en la C'rnz; bien sea Ncwton pesa1Hlo los mundo<;,
o Platón t'ont<'mplando la Venus Urania .
La belleza física, Ja belleza sensible e¡¡, pues, rrlativa. mirn-
rras que la b<'lleza ideal es absoluta; ésta es el fundamento, 1'1
princ¡pio tle la otra. '!'odas las belle7~s que <'Onstitn~·rn lo bello
PXt<.'rior no nos satisfacen; uo so11 más que el indicio de una belleza!
:·mpc rior- qur es la bcllc:r.a ideal. Y dE> este ideal es tanto más
aparrntc en el fondo de mwstra alma, se muestra tanto más dP-
pura<l(l, tan más completo, cuanto más elevados estauws <'ll la
csf1·1·a do la inteligen<•ía; parece le\ antarsc y r etroceder a mcdi<la
que nosotr·os mismos nos rlevamos: pa1·ticipa de lo infinito, por-
que no ticnr sn t{·rmino sino en Dios mismo, Jn·ilH·ipio de Jos
prinr.i¡)ios.
'!'oda~ las almas hummtas creadas, habitan la 'L'iona u otra<;
mansionl's, l'Stíi n unitlas po1· estos mismos principios int>Cluctiblrs
de bcllr7.a ideal; porque estos. 1>rinripios pose<>n srmpiil•t·namenl<'
los e:n·ar·trrl'S dt• lo almolnto ~' de lo nnh·<'rsal. Bi lo hrllo en lo.,
objeto difier•• srgím los llltllHlos, no snccd<' lo mismo con lo bclJo
en Pl t'spídtu del hombre; esto es una norión ueccsarinnt<•nte uni-
wrsal. Cono;titnyc, según \'Cl'f'mos, jun1amentc con los principio!'.
de lo vrJ·dadcro y de lo Jmeno ahsolutos, el lazo moral que una
a la 1nh>lig~>ncia primith·a a toda· las inteligencias crcaJa~S. Bn
todas las tierras habitadas del cspaeio, como en la nnestra, las
almac¡ ¡mcdcn decir con Platóu rstas inspiradas palabras(~):
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238 CAMILO FLAMMARION

"Bcll<'za eterna, no en~endrada e imperecedera, tan exenta


ile d<>cadcneia como d<> acrecentamiento, que no es bella en una
parte y fea en otra; bella solamente t'n tal tiempo, en tal lugar,
en tal rrlación; bella para éstos, fea para aquéllos, belleza que
no t icnc :forma S<'nsible, ni cara, ni manos, ni nada corporal; que
uo es tampO<'O tal pensamiento o tal ciencia particular, que no
l'<'Sidc en ningún ser que difiera de sí mismo, como un animal, o
la Tierra, o el cielo, que es absolutamente idéntica e invariable
poJ· sí misma, de la <mal participan todas las demlt.s bellezas, de
n10ilo, sin embargo, que el nacimiento o la destrucción de éstas
uo le ocasionan ni disminución ni aumento, ni el más leYc cam-
bio. Parn llegar n ti, belleza perfecta, es preciso empezar por las
lwllczas de aqní abajo, y con los ojos fijos rn tu StTJ.11'0ma belleza.
elevarse sin cesar, pasando, por decil'lo así, por todos los grados
ck la escala, hasta que de conocimiento en conocimiento, se llegue
al <>onocimiento por excelencia, qu<' no tiene más objeto que lo
lwllo mismo, y que se acaha por conocerlo tal cual es en sí ...
¡Cuál no S<'ría el destino de un mortal a quien fuese dado con-
templat· lo bPllo sin mezcla, en su pureza y en su sencillez, no
~·a rcvestiJo d<' carnes y de colores humanos, todos esos vanoe
adornos condenados a perecer: sino en su imp<.'l'N'<.'d<'J'O y eterno
esplendor.
Si hay, en lo helio, principios absolutos que forman el fondo
~· el tipo espiritual de la belleza, del mismo modo y con mayor
razón deberemos encontrar esos mismo principios absolutos en la
idea de lo Vordadet·o .vele lo Btte?w; porque aquí :rn no hay nada
ne matrrial, to<'lo C's esencialmente moral y <>orr<'sponde al reino
rl<>l espíritu. Lo que es verdadero, t'S verdadero; lo que es bueno.
<'S bueno; en (') yaJor absoluto de la palabra, y si la historia d~
Jos pueblos pa1·ece manifestar en los unos verdades no J't'conoci-
clas en los otros y debilitar de este modo C'l prin<'ipio de las ver-
dades absolutas, este hecho debe servir únicamente para ilustrar-
nos sobre la existencia de esas V<'rdades, para enseñarnos a dis-
1ingnirlas dr ciertas ideas relatiyas, y a no tomar inconsiderada-
mente como absoluto lo que no ofrece sus carach•res indeslruc-
1ihlcs.
Las Ycrdades universales oÍl'ec<'n esh' <'lnácter distintivo, ;v
<'~ que existen nec<'sariamente, indopcndicntement~ de 11osotros,
.'· que no pnedrn sufrir alteración alguna. Son mdomáticas e im-
perecederas. X ucst ra razón las percilw, m8s no las inYcnta ; las
t'ncnentra, pero uo las forma: y si todos los hombres no puedca
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 23!)

apreciar sn valor ('11 un mismo grado, porque todos los hombres


no el>tím igualmente clc\'ados en el orden moral e intelectual, por
lo mrnos su noción es accesible a toda conciencia humana, porque
esta noción Jebe SN' la regla de nuestra conducta anterior.
l~stos principios universales rstán al ft·entc de todas las
ciencias, ~ sin su indiscutible autoridad, ninguna ciencia pudiera
estahlecPrsr. 1\ la cabeza de las matemáticas tcnrmos nuestros
HXÍOJntl'l, l1UCStras primeras nefinieÍOilCS que forman la base ori·
ginal de nuestra. ciencia, más allá de la cual no podemos elevar-
nos, pot·qur en ella subsiste la confirmación inalienable de unes.
tros teoremas.
En todos los países del mu11do, dos y clos son cuatro, el cua-
drado de cuatro es dieciséis, y ocho es la raíz cuadrada de sesenta
;"~. cuatl'o. Los radios del círculo son iguales en cualquic1· lugar
qnc sea; nsí como la esfera tiene en todas partes por medida
"/3 '71' R a. Xada puede hacrr que un triángulo rectángulo la
suma de Jo.,; do'l iíngulo~ agudos no sea igual al ángulo recto, o
que cada lado del ángulo recto no sea igual a la hipotenusa mnl-
tipli<'ada J)Ol' <'1 seno del ángulo opuesto, <'lcétcrn.
A la rabcza de la lógica, esa matemática del raciocinio, 1l•-
1Iemos nuestros pl'incipios absolutos, a los cnales referimos los
diversos puntos de nu('stro discurso; principios con autoridad, y
llegamos a la \·crdad buscada. 'fodo efecto prorlama una causa;
causa cuando menos iguaL al efecto producido; toda acción nc-
eesila una fuerza y toda fuerza no puede aplicarse sino sobre un
punto resistente. :-rada puede hacer que el continente sea supe-
rior al c•onteui<lo. No hay acto sin agrnt<', ni <•alitlaa sin suhstan-
<'ia, ctc6tcra.
A la cabeza de la moral tf'lwmos también nuestros pl'inci-
pios absolutos e· .ind.iscntibles, en virtud de Jos cuales juzgamo¡;
las acciOll('S, y hasta los pensamientos, y apr<.'ciamos su valo1·.
Ellos so u la hase de 11 ues tras leyes individual es y de algunas de
nuestras leyes socialP-s: son la rrgla de nuestra conducta íntima ;
se extiend<'n a todos los seres morales, sin d istinción de mundos,
de espacio o (le licmpo. La idea de lo justo y rlt• lo iujusto está
f•n C'l fondo de nurstr·as conciencias. La fe jmada obliga, :> cual-
ctuicra que haga traición a sus juramentos comete una falta. El
hombre enviclioso y celoso de su hermano es criminal; el que
consagra su vida al aliYio del infortunio, es \'Íl1.uoso, l'tcétcru.
Estas son \·aricdadcs absolutas ,. univcrsulcs.
No ha~· c1uc confundir estas 'verdades universa¡es <'OH lns ver-
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240 CAMILO FLAI\fMARIO~

dades solamente gnterale.s, qu<', a pe!-:ar de su extensión alguna-;


veces ilimitada, no son, sin embargo, nbsolutas. Por ejemplo,
cuando decimos que el año depende del movimiento de la Tierra.
c1mneiamos una verdad general, que puede set· extensiva a un
gran número de astros, pero que no puede serlo a otros astros
sometidos n un sistema diferente del nuestro. En una Tierra, }JOt'
l~jemplo, que rstnviesc relativamente inmóvil en el centro de un
~rupo de soles, el año no existiría; habría una astronomía y una
física t>n todo diferentes de las de aquí; y, sin embargo, no po-
dJ·ía ha be¡· otro~ principios matemáticos ni otros principios, de
lógira para s us habitantes, etcétc1·a. JJas ,-erdades generales puc>-
deu sernos sugeridas por los sentidos, por la obscr\'ación exterior;
~· por esta razón la escuela empírica no quiere distinguidas do
las univcr:<nlrs. TJaS vcrdadrs absolutas, que no (lep('nden ni tlel
mundo, ni de nosotros, son concebidas por nuestra razón; ésta las
a lcan¿a, las descubre con ayuda df' los principios universales do
que está provista; ella no las constituye. Por esto decimos que,
en todas las humanidades, estas Y('l'tlades absoluta~, son, como
t•tltre nosotros, la base originaria de los trabajos de la inteligencia.
Reconozramos, pues, en definith·n: primero, que nuestro es-
píritu percibr la verdad absoluta, pero, no la constituy('; segundo,
que Jos seres rxteriorcs participan de la vrrdad absoluta, má~
no la explican ; tercero, que la verdad no existe abstraetamente
t•n sí misma .v no c~·iste más que en Dios, principio de los prin-
t•ipios. El Ser Snprrmo ha unido a sí todas las inteligencias por
medio de c~tl' lazo: el (1estino de todos 7os SCI'es dotados de razón,
t>s, cle-uar.\'C ((/. conocimiento ele las vercutcles abso7uflts, y estos sc-
l'e~ poseen en sí los elementos y lns nociones uetrsa rial'l para dt>s-
mTollarse y llegal' a rste conocimiento.
Cuando <lecimos que los princiJ)ios mliversallos flc la YCJ'tlatl
l'stAn drpositatlos por Dios mismo en nuestra ulnw, y que for-
man la hac;o dl' nuestras rieneias, no queremos dl•<·ir qne s1•an
c·onocidos por todos en un mismo grado, y <lUC en todas partes
sP hayan elevado sobre ellos los t•dificios que nosotros ht>mos ck-
\'Rdo cn la Ticrra. JJejos dc eso importa por el C'ontrario, cstahl<'-
<·t'r que los ronocimitmtos humanos e tán más o menos adelanta-
dos, más o menos rxtrndidos, según estamos nosotros mismos más
o menos <'l<wados l'll el 01·den mental. De los mismos prín<•ipios
sc pucclcn 1lrduc:ir consecuencias muy dif<•rentcs, au nque Yrrda-
deras, y también consecuencias erróneas. Si, por Pjf'mplo, sohrc
los princ•ipios axiomáticos de la nnmcraC'ión y <lf' Ja geometría
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PLURALIDAD DE MUNDOS H \l3ITADOS 241

hemos establecido suCC'!livamenfl• nuestras proposiciones de arit-


mética, de ~cometría, rlr ftlgt•hra, de trigonometría, ile análisis y
de matcmátiC'aS trasccndrntalcs, <lesdr los primeros t<'oremas de
Enclide~, hastn el cálculo diferencial e integral de que nos han
legado Descart<'s, IJeibnitz, Fcrmat, Lagrange, etcétera; no quier4>
esto decir, que todos los mundos del espacio, en (loncle se cultivan
las matemáticas, se baya elevado el mismo conjunto. Nada nos
prueba que los mt•dios de cálculo conocidos por nosotros sean lm;
únicos que pn<'dan emplearse, y que la vía seguida por nosotros
sea la única que pueda abrirse al genio del hombre. Si por 1m
lado es cierto que Pascal y otros investigadores aislados han en-
contrado por sí mismos, iguales propiedades geométricas q1w
Euclides y otros habían encontrado ya, es igualmente posible qnc
en otros mundos tengan idénticamente las mic;mas matemáticas
que no~ot.ros. Pero también puede ser que en ciertos mundos Sf
hayan dctrnido en las ecuaciones de primer grado, quizá. Népel'
no haya tenido émulos; y las íccundas progresiones logarítmicas
sean des<'onocidas a laboriosos calculadores; por el contrario,
puede ser que en ciertos mundos el análisis infinitesimal sea de
la incumbencia de escolares de corta edad, y se hayan elevado alli
a conceprionC'c; de las cuales no pudiéramos nosotros formarnos
la menor idea. Nada impide tampoco que hayan construído otro
cnc¡·po de matemáticas sobre las mismas p1·oposicioncs fmldamen-
tales que no~otros; que se hayan encontrado fecundos ciertos
principios que creemos estériles; que se hayan deducido de ellos
proposiciones nuevas, y que se empleen, para la solución de los
mismos problrmas (o de otros), métodos completamente diíeren-
tes de los que estím en uso entre nosotros. - ¿No tenemos nos-
otros mismos diversos métodos para resolver las mismas cuestio-
nes? Es ptcciso saber, por una parte, que toda inteligencia es
limitada, si la ronsideramos en un momento dado, y que, S<'gún
su capacidad, se halla como en el centro de una esfera más o
menos extensa, fuera de la cual ya no ve nada; y por otra, que
cada cual tiene sus aptitudes y su facultad de invención propia,
de modo que sobTe los mismos principios universales, puedea
haberse elevado una inmensa variedad de ciencias.
IIeclla esta restricción, restablezcamos el punto reconocido
anteriormente: que los principios absolutos de las verdades eter-
nas están en la conciencia de toda alma responsable; que son
la luz que ilumina a todo hombre que viene al mundo, y que cons-
tituyen, juntamente con los de lo Bello y de lo Bueno, la tmidad
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242 CAMILO FLAMMARION

n10ral dP la <'rC'aC'ión. .Al terminat• coronaremos uucstt·as aser-


ciones con las palabras de Bossu<'t en su Tratado del conocim:ien-
lo de Dio$ .11 de si mismo, como hemos coronado nuestras a~<'rcio­
ne;; sobre lo RC"llo <'On las palabras tomadas tl<'l Rl.l'YI(fl/ Btc de
Platón.
JJa.."! ,·rrdadcs <'L<'mas f!UC reprcsC'ntau nuestras ideas son el
verdadero obj<'to de las ciencias. - Si busC'o C'n dónde y en qué
objeto subsisten eternas e inmutables, me wo ouli~a<lo a confesar
lln srr en el cual la ' 'crdad está ctcmatnenf r subsistente, y en
que c;icmprt• S<' la encu<'ntre; y <'ste sér debe ser la verdad mL'>tnR
y debe SC'r la verdad toda, y de él <'S de quirn deriva la ,·<'rdad
<'n todo lo que hay y se oye fuera de i'l. Es, pues, rn M, de una
<•ierta manera que me es incomprensible, es en rl, di~o, en quien
veo esns verdades eternas; y vrrlas, es voh·ermr hacia Aquél que
es jnmutablemente todo verdad, y recibir sus luces. Este objeto
eterno, es Dios, eternamente subsistente, eternamente verdadero,
<'ternamente la ,·crdad misma. En «:>ste etc:>rno es en donde sub-
sisten eternas verdades. Allí es taml>ién donde yo las \'eo, y donde
todos los hombres las ven como yo.
''¿De dónde le viene a mi espíritu es la impresión tan pura
de la verdad? ~De dónde le vienen esas reglas inmutables que
dirigen el raciocinio, que forman las costumbres, por las cuales
descubre las proporciones secretas de las figuras y de los movi-
mientos? t De dónde le Yienen, en una palabra, esas verdades
eternas que tanto he considerado' ¿Son los triángulos ~' los cua-
drados y los círculos que yo trazo groseramente sobre el papel
los que irnprimPn en mi espíritu sus proporciones y sus relacio-
nes? O biNt, ¿hay otras, cuya perfecta exactitud haga este efec-
to ... f ¿Ilay en alguna parte, en el mundo o fuera del mundo,
trifLugulos o círculos subsistcntrs en esta perfecta regularidad,
desde dondt• ósta pudiera imprimirse en mi espíritu? Y reglas
del raciociuio y de las costumbres, t,subsisten 1amhién en alguna
parte, desde donde me comunican su inmutable verdad! O, ¿no es
más bien qnP Aquél ha esparcido por todas pa1·tcs la medida, la
proporci6n, la verdad mic;ma. imprime en mi c:>spiritu la idea
cx:acta . .. f Lo cierto es que Dios es la ra~ón primitiva de todo
lo que hay y <.le todo cuanto se oye en el Universo; que es la ver-
dad original, y que todo es verdadero con relación a su idea
eterna, qur, buscando la verdad, lo buscamos, y que hallándola,.
lo hallamos.''
Lo que hemos dicho sobre las ideas uni\·ersales de lo bello
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 2<l3

~· de Io verdadero, que son comunes a la razón de todas las


inteligencias creadas, debe aplicarse con mayor motivo a las ideas
absolutas de lo bueno que están en el fondo de la conciencia
humana. La idea de lo bueno está por lo dcmáR íntimamente
ligada a la idea de lo verdadero, porque lo bueno absoluto no es
otra cosa que la -verdad moral absoluta. Lo que vamos a decir, es
pot' consignicntc, el corolario indispensable de lo que precede, y
~erá todavía más fácil demostrar que hay en la base de la moral
principios absolutos e indefectibles, lo mismo que en la base de
Ja psicología, de la lógica y de la metafísi.·a .
.Aquí, como anteriormente, establcceremC1s que la filosofía no
ütventa, sino que comprueba y desm;ibe lo que existe. El hombre
no puede crear, formar una verdad moral, como tampoco puede
inventar una verdad del orden metafísico; todo lo que le es dado
l1aeer, es elevarse al conocimiento de una verdad existente, dcs-
c·ubrirla y ponerla en actividad según su modo de razonar.
Por esto, opinamos. con la gran mayoría de los filósofos, que
los principios universales de la moral pueden ser establecidos se-
gún el asentimiento general del género humano; que el papel y
d método de la filosofía se limitan aquí a recoger lo que la hu-
manidad cree y piensa, a ser su intérprete fiel, y a e.xpresar en
t·ucrpos de doctrina las ideas que todo hombre en el fondo de su
c·onciencia considera como pertcnecientf'.s a lo bueno. Y en esto
el sentido común es nuestro juez. En todas las edades, en todos
los pueblos, el hombre ha distinguido lo justo oc lo injusto; en
todas partf's el hombre ha eompi'endido la noción del deber, de
la virtud, la de la abnegación y del sacrificio; en todas partes,
~>n t'l estudio do las lenguas, expresión del pensamiento, en la vida
exterior do las familias y de los pueblos, en la condencia privada
de cada uno de nosotros, en todas partes encontramos juicios ab-
IIOlutos de estimac>ión o de desprecio sobre el valor moral de Jas
¡¡cciones, juicios dcct·ctados en el tribunal de nuestra alma, que
ósta ha .formulado con autoridad y conocimient<> de causa, y cuya
naturaleza ninguna autoridad podría cambiar.
En la moral como en la lógica y en la estética, todos los hom-
bres no son igualmente capaces de conocer y ap1·eciar en· su valor
integro todos los principios que constituyen la bondad; esta fa-
('ultad de emitir juicios siempre exactos, de tener en el fondo de
1111 conciencia la noción clara y precisa de lo bueno y de lo malo,
""!" de ser, por consiguiente, responsable, esta facultad es más o
menos completa en nosotros, según estamos nosotros mismos más
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244 CAMILO FLAMMARION

o mt>nos cle,-a<los t>n el or1lcn moral. Por t:mto, importa no c-on-


fundir los prinripios ele Ja moral y de la reli~ión naturales con
idcaq sacadas d<'l estado de la Naturaleza, y 110 buscar. como S•"
ha hecho, }oq axiomas oc lo bueno y la sanción de 11ucstros jui-
<'ÍOS <'11 el cstndo salvaje dE> los primeros homhre>s o cmmdo meno>;
en el <lP los homhrcs infl'riorcs. Así como nosotros no hemos bus-
cado la idra ele lo helio y de lo verdadero entre esog serC's qu<>
no tirncn dr humano más que el nombre, y C]U<' sr hallan en Pl
PScalafón infe1·ior de nnest1·o reino, uniendo éste, en cierto modo
al reino animal, tampoco les pediremos el verdadero códiczo de
la moral. T;ejo'l de cs0, esta. consideración pondrá más en evid<>ncia
nurstra doc•1 rina sobre el orden jerárquico de las inteligencias.
y da1·á una idcn dr rsta jrrarquía universal dr las almas, más n
menos elevarlas <>n la noción y en la práctica de lo bueno.
Para ronoccr los Yerdaderos principios de la moral, es pre-
ciso busral'los en la conciencia del ser humano llegado a su pleni-
tud de vida anterior a su estado de actividad libre y completa.
y no en un pretendido estado de naturaleza o en la humanidad
Pn mantillas; es preciso interrogar al l1ombre a quien el estudio
<le sí mismo y el aprendizaje de la vida han ilustrado, y no al
l10mhre rnnwlto todavía en las mantillas del primer sueño. Nues-
tra conciencia uniYcrsal nos dicta sus leyes, que son las de la
moral absoluta. Nos enseña que los principios que buscamos, y en
cuya virtud juzgamos el m~rito o del demérito, no residen en la
doctrina de la Hensación, en la preconizada por Epicuro, ni en la
moral fundada sobre el interés, las cuales conducen al d<>spotismo
y a la decadencia. También nos enseña que la moral del scnti-
nliento opuesta a la moral del <>goísmo, no es suficiente; que la
moral fundada sobre el interés d<'l mayor número es incompleta;
que la qne se funda en la sola voluntad de Dios o en la espe-
ran za ele las penas y de las recompensas futuras es igualmente
d<'fCC' tuosa. El auálisis de los hechos psico16gicos que <'Xperimenta-
mos cuando somos llamados a juzgar Jas acciones de los demás
y las nuestras pt·opias, este análisis nos muestra que el juicio de
lo bueno y de lo malo descansa en la constitución misma de la
naturnler.a. humana, como el juicio de lo bello y el juicio de lo
v<'l'dadero, y que, lo mismo que estos dos juicios, <'1 primero tiene
por carácter el sencillo, primitivo e indescomponible.
Como todas las demás ciencias, la moral tiene sus axiomas,
y estos axioman se llaman en todas las lenguaq verdades morale.s;
a.'riomns y verdades que no se doblegan a ningún capricho, que
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS

Iullan <'H <'1 fundo de llll<'stra alma, que la sumen en el remordi-


miento y <'1 tel'l'OI'; o que derraman en ciJa la calma y la sere-
nhlad; que nos condenan o nos absuelven ; que nos juzgan, en
fin, en Hucstr·o ,·erdadero valor.
Estos prinripios constituyen la verdadc,ra moral, pertenecen
:t todas las humanidades del espacio y enlazan en la misma uní-
ciad a todas las al mas responsables (u).
Estos plincipios, como los de lo bello y de lo verdadero, no
~on t'ntidades JHH'ameJlte abstractas e inexistentes; no son cr ea-
('ÍÓn imaginaria de nuestras concepciones; estos principios existen,
ab~olutos, irrevocables, en el Ser p1·imero que los constituye. De
ln noción de lo bello, del conocim iC'nto do lo verdadero, nos hemos
remontado a una tmidad que es la belleza absoluta y la verdad
11bsolnta; rll'vfmo•1os igualmente de la noción de lo bueno a la.
unidad que es el bien absoluto. Unicl<ul suprema que resume en
~í la j)('t·fceta b<.'llrza, la perfecta verdad, y el ver<ladero bien.
~er iu finito al <.'ual están unidas todas las almas de todos los mun-
dos por lo,s principio-; nnh·crsales que hemos analizado. Ser su-
,premo que ocupa la cima ele la perfección, o mejor dicho, que eF
la perf<'ceión misma, y hacia el cual el destino de toda alma hu·
muna <'s rleYarsc sin cesar.
Y dc~dl• el fondo d<'l corazón, toilo ser pensador que se eleva
a la contemplación del Etemo puede invocarlo con amor , y de-
.iíinclo!;t' llc\'ar l)Ol' una santa inspiración, decirle en nombre de
;odos sus l11•rmanos del espacio: "Voluntad sublime y viviente
que nin~ún nombre puede expresar, que ninguna idea puede abra-
:mr. yo puedo, sin embargo, elevar a. ti mi corazón, porque tú y
.'·o no (•stamos sc•parados. Dentro dr mí se hace oír 1n voz en ti,
lo iucompr<'nsible, mi propia naturaleza y el mundo entero se me
hacen inteligibles; cada enigma de mi existencia queda resuelto,
r una pcrf<'cta armonía reina en mi alma. Tít creaste en mí la
<·oncil'ncia <1<' mi deber, In de mi destino en la s<'ric de los seres
rac·ionales; ¡,cómo ! ; yo lo ignoro; pero, 6 necesito saberlo f Lo
lflll' yo sé ~ qtH' tít ronoces mis pen11amicntos y aceptas mis in-
te neione'>, :· la contcmplal"ión el<' 1m; relaciones con mi naturaleza
finita hasta parn trauqnilizarnw :· para hacerme dichoso. Por mí
Ja~ismu no Pé <'n l'etlliclacl lo que debo hacer, no obstant<', obraré
scncill:nnente, S(•reuam(•nte y sin artificio, porque es tu voz la
que manda, y la fuerza con que cumplo mi debe1· es la tuya propia.
Xo teng-o ningúu temor de los sucesos d" <.'ste mundo, porque este
llnmdo r•s (•! t n,,·o. 'I'odo acontec·imi<.'nto forma pa1-te de tu plan;
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Cc\MILO FLAMMARION

Jo qur en rse plan e:; positivamente bueno, o rs sohunl'nte medio


de evitar el mal, lo ignoro; pero sé que en tu Universo todo
tcrminat•á biru ~· en esta fe me mant<'ngo firme. &Qué importa
r¡ue yo no c·onotca lo que es simple semilla, flor o ft·uto perfecto~
La iínica cosa que ''erdadcramentE> me importa es el prog1·e..~o dr
la ¡·az611 y de la 11WmUdad entre los seres mcimuucs. ¡Ah!, ¡bajo
qué 3SlWCto tan gJ01·ioso S<' me aparrcr e} rniverso CUilndo mi
corazón está C<'l"l'IHlo a. todo deseo terrrstrc! Las masas inertes ;.·
cmbara:r.O"M q1w sólo sirven para llenar r l espacio, se <'lrsYanecf'u,
J en su lu~m· nn eterno oleaje de vida, de fuerza y de acción Sé
despren<"le d<' la ~ran íurnte de Yida primordial, clr tn Yidn. ¡Oh.
Tú, la eterna Hnidnd 1'' ( 7 ).
Rr¡;umamos JHH'strn filosofía en nna. última shlt<'sis:
Hay principios abHolutos de justicia y de V<'l'dad que resiurn
rn Dios wherano C'r<'ador. Estos prinripios son los que constitu-
yen la unidcul ttt~ral del mundo; ellos son los que enlazan armó-
nicamcn1l' todos los espíritus al Espít·itu Supremo. En los mun-
dos donclr son Pstimados y reinan cxclnsivamenll', la humanidad
ha rrcort·i<io laboriosamente la inmensa s<>rie de prn<>bas; se h&
emancipado de todas las influencias d<> la mah•l'ia, se ha acer-
c•ado a la ftltilua pt>rfección y respland('<.'<' en el S<'llO de la aureola
dh·ina. Allí brilla una Naturaleza enteramente bella, una vida sin
sombra, un pueblo sin tacha; allí reposa el <>spíritu de Dios, en-
Yoh ·ieudo a todos los seres, como la pura lUl': que emana del cielo
oriental. En los mw1dos menos elevados, <>sos principios de justi-
ria y do ''erdad no reinan aún como sob<'ranos, no son compl·en-
clidos en toda su grande?.a ni practicados en toda su extensión; no
$i0ll la única brújula que consultan los hombres en su ascl'nsi6u
hacia la felicidad a que aspiran. A medida que se deS<'icndc en
la j erarq·uía de los mundos, se reconoce que estos principios están
c•ada vez más v<>lados por el predominio de la materia, y en lo-s
mundo<; inferiores, en donde la humanidad apenas ha a\anzado
algunos pasos en la senda de la perfección, las tendencias primi-
tints de 1a animalidarl dominan y se oponen al r1<'saiTollo de lo<~
f'fcctos d1' l alma. Es más en grande, el t'spectáculo que se mani-
fiesta cu pequeño t'll nuestra propia morada. El rspíritu se ele,·a
tanto máH cuanto más se desprenda del dominio de las cosas cot-
poralcs al mismo tiempo que se instruye en la noei6n de la wr-
dad y de la moral. Esta noción que toda conciencia humana lleva
<'n sí, es .apenas sensible en el alma primitiva, donde está confu-
samcnte mer.clada a los instintos groseros; más ta1·de se hace e,·i-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 247

clente, se d<>'ipr(•ndl' y sirn• dr hilo <:onductor al hombre que S('


perfecciona. Dt• pste modo es el lar.o nnh·ersal que nne a Dios
todas las humanidades dt•l ('Spacio.
El mm1do de la 'rierra está. situado entre los rangos inferio-
res ele esta especie de jerarquía moral. Considerándolo en este
lugar, d<'jmnoli que la obra divina se manifieste en toda su gran-
deza. Ya no reniega el pesimista del nombre del primero de los
serr'l, porque sabe qut' cada cosa tiene su puesto marcado en el
orden de <>r<'adón y qnc la Naturaleza es una inmensa ascensión
de los scrt•·s hacia Dios. El Uni,.erso está completo por sí mismo;
la naturaleza int<'ligcntc está íntimament<' ligada a la naturaleza
física; ambas hC completan mutuamente; aisladas, su existencia se-
ria estéril ; rNmidas, son la expresión \·iva del Pt'nsamiento di-
''ino. Para el que cree en la Pluralidad de Mundos, el orden de
lns int<'llg<>n<•ias se engrandece Jo mismo que <'1 orden ile los seres
corporales; la vida universal anima al uno y al otro, y la obra
de Dios, infinita rn sus desan-ollos sucesivos, aparece a los ojos
del alma f•omo la más grandioM, eomo la más ht'llu <1<' las imá-
genes qu<' :uos st'a dado concebir.
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248 CAMILO FLAMMARION

NOTAS DEL CAPITULO SEGUNDO

( l) Para no citar más que un ejemplo entre mil de las obras que, en
gran número se apoyaron sobre el estado imperfecto del mundo para negar
la existencia de Dios, mencionaremos aquí la famosa obra de Holbach: Le
Bon Senr ou le Testament du curé Meslier. Véase un extracto del capítulo
e¡crito a propósito de nuestro asunto: "D esde la creación del hombre, las
naciones, bajo diversas formas, han sufrido sin cesar vicisitudes y calamidades
110ictivas; la HistoJ'ia nos muestra a la especie humana atormentada y desolada
<·n todos tiempos por tiranos, guerras, hambres, inundaciones, epidemias, etc.
¿Son propias tan largas pruebas para inspirarnos una gran confianza en l a~
mims ocultas d e la Divinidad?. . . ¿Tantos y tan constantes males nos dan
de ella una al ta idea ? ... Desde hace más de dos mil años. los espíritus rectos
esperan una solución racional de estas dificultades, y nuestros doctos dicen
que sólo serán resueltas en la vida futura". La negación de Dios, es el abismo
t·n que h an caído la mayor parte d e los que han creído poder juzgar al
Creador por d estado del solo mundo terrestre.
(21) H e aquí la ley que el economista inglés Malthus ha aplicado al
hombre, corno expresi6n de la vida terrestre : "Todo hombre que no posee
el medio de mantenerse, o cuyo trabajo no es necesario a la sociedad, está
de más en la Tierra. No hay asiento para él en el banquete de la vida: la
Naturalza le ordena marcbarsr, y no tard::t en ejecutar por sí m1sma es la
orden".

(3) !liada, Canto V. versos 341, 432.

(l) V éase la nota G del Apéndice: de Genera/ion t.


( ~ ) Le Banquet ; discurso de Diotimo.
(B) Mr. Rcnan, cuyo vago panteísmo no deja de cuando en cuando de
esparcir ciertas luces. ha coincidido con nosotros sobre este punto. Refiriendo
el encuentro de J esús con la Samaritana y estas palabras del Maestro: "Ya
r.o se adorará ni sobre esta montaña ni en Jerusalem, sino que los verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad". - "Aquel día -di-
ce-, J esús fundó el culto puro, sin fecha, sin patria, el que participarán
todas las almas elevad as hasta el fin de los tiempos. Su religión, en aquel día,
no fué solamente la buena religión de la humanidad, fué la religión absoluta;
y si otros planetas tienen habitantes dotados de razón y '<le moralidad, su
religión no puede ser diferente de la que J esús ha proclamado cerca del
pozo de J acob".

(!'} Fichte, D e~t ination dt l'homm e.


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LIBRO QUINTO

CAPITULO

m
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LA liiJMANlD.AD COLECTIVA

Las humanidades de los ou·os Mundos y la humanidad de la Tierra forman


una sola humanidad. - El hombre es el ciudadano del cielo. - La fa-
milia humana SI' extiende, más allá de nuestro globo, rn las tierras ce-
lestes. -- Parentesco universal. - Pluralidad de Mundos y pluralidad
de rxistcncias. - La eternidad futura no es otra cosa que la eternidad
actual. -- Regiones de la inmortalidad. - Ultimas consideraciones sobre
In doctrina ocle la Pluralidad de Mundos.

Hemos estudin(]o el lTnivcrso bajo su doble asp<>cto: bajo ~n


a~Peto físi<'o. en la !lt'l!ncleza de los objetos y en la armonía el<>
las IE'?<'S que los rigE'n: bajo su aspecto moral rn la vida intE'lN•-
tna l de los seres qu<' lo ha hitan.
Los mundos han rrc·orrido bajo nuestras miradas el cielo de
sus imucnsns l'CYolucionPs; se han presentado a nosotros en sn
C'Stado real, con los elementos que constituyen S\1 in<lividualidacl,
C'On las riquezas ,-ariaclas que los distingu<'n. En su ~uperficie h<'-
mos rN•onocido la <>xistPuria ele bumanidad<'s <k di fer!'ntcs órclrnps
sc~ím el zmp1do a que P<'l·tenee<'n.

Y, rn este dohl<' cuadro, la Yicla nos ha pmwido c·ircular pot'


todas part~;, tol'be1lil1o invisible, animando a c•acla átomo d(' ma-
trria. El rspaeio infinito qnr se extiende sobre J1U('stl·ns eahczns
ya no está 'l'acío, ~il<'ncioso, desierto para nosotros, ya no nos C''!
indiferent<'. Es la arena donde se libran los pa<>í.ficos combates d<'
la eterna Vida; <'S <'1 rampo donde germinan las <'spigns de Ol'O,
dond(' S<' ubt·cu las flor<'s brillantes de esta vidu sin fin. cn.va f<'-
<mnda fut'rza tiPne algo de infinito, de eterno, como sn Autor.
Xw'stro espít·it n se ha <'ngrandecido a m<'dida qu<' s<' ha dPs-
arrollado la esfera de nuestras investigaciones; ~· mwst1·os pensa-
mientos, desprendiendo sus alas de los lazos que los sujetaban a.
la terrestre mot·ada, ha11 volado hacia el cielo, en donde se han
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CAMILO FLAMMARION

enriquecido con nuevos conocimientos, resultado de las conquistas


<le su ardiente vurlo. Nuestro corazón mismo, no ha permanecido
cxtrafio a c.'3tas investigaciones, y más do una vez la sublimidad
del espectúculo de la Naturaleza lo ha hecho palpitar conmovién-
tlolo útilmente.
Sin embargo, nuestro espíritu y nuestro corazón no están aún
s·t tisfechos.
El gran trabajo a que acabamos ele dedicarnos nos ha ins-
truido en la ciencia del mundo; nos ha iluminado acerca del valor
t·c·al do nuestra Tierra y de sus habitantes; nos ha aislado como
ott·os tantos seres insignificantes, perdidos en la universalidad do
los mundos ; u os ha manifestado nuestra miseria y nuestra infe-
rioridad. Está bien. Pero la obra sería incompleta si so detuviese
aquí.
:Nosott·os no queremos quedar aislados del resto del mundo;
no qneremoR cstal' fríamente sentados en medio del vacío, y con-
~idrl'arnos como extraños, en esta inmensa ciudad de la Creación.
Nuestros dererhos de• riudadanos está inscriptos en el fondo de
nuestras almas y cu nuestras frentes do hombros; no podemos ni
queremos sustraernos a su ,·oz. Log·ítimas aspiraciones se mani-
fiestan en nosotros: queremos sentir los lazos desconocidos que nos
unen a la Yida universal de las almas. Esta es In plegaria invo-
cadora que se eleva desde el fondo de nuestro ser hacia el ciclo
de las estrellas.
¡Sí; nos hab6is aparecido con ntcstra vestidura espléndida,
Mtros mag-níficos que resplandecéis en el éter 1 liemos ascendido
J1asta las regiones lejanas que recorréis en los ciclos ; hemos se-
guido las líneas sinuosas do vuestras vastas órbitaR; hemos obser-
Yado las transformaciones que las leyes do la luz y del calor operan
en vuestra superficie; hemos asistido a los cuadros que la sabia
mano de la Naturaleza hace aparceer sobre vuesh·os campos al
rayar el día, a la puesta del astro rey, o durante vuestras noches
estrelladas. liemos visto esas cosas; hemos comprendido cuán poco
digna es nuestra morada de ser comparada a las vuestras; hemos
juzgado mejor el intcnalo que nos separa de vosotros, astros su-
blimes 1 Hemos conocido mejor la distancia que aleja nuestra hu-
manidad primitim de las gloriosas humanidades de las cuales sois
la residencia ...
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 25'3

Pero, ¿nos sois tan rxtrañas corno pensamos, ¡oh!, humanida-


des lc,janas que srguís con nosotros tos Yariados caminos del ciclo 1
¡,No recorréis un rielo de destinos semejante al que nosotros re-
corremos aquí al)ajo; no sois arastradas hacía el mismo término;
no c·aminamos juntos al mismo :fin? Responded, ¡oh, poblaciones
dcscouocidas! ¿Sabéis si no existen otros lazos de relación entrP
n osotros más que rsos ra_voq luminosos que se envían mutuamen-
te nuestras moradas 1 ASab~is si la solariclad de la Creación no
se extil'nd<' a caila uno ele nosotros, átomos pensadores, y si no
deberemos cneontramos al¡!ún día y reconocernos f ¡,H-abéis averi-
guado si nnestros primeros padres fue1·on hermanos antes de bajar
a cada una de nuestras patrias, y establecer en ellas la cuna de
otras tantas familias humanas f Decidnos, ¿hacia qué punto so-
mos n evados todos, planetas y soles; qué lugar de descanso bus-
camos nl través de los espacios, y cuál es esa última morada en
donde deberemos reunirnos?
¡ Ol1. no 1 ¡No nos sois extraiías, blancas estrellas que cente-
lleáis duleemcntc durante la noche p1·ofunda! Toda alma que se
ha absorbido en vuestra contemplación no ha pod ido librarse del
sentimiento de simpatía que se desprrnde de vtwstra míLgica mi-
rada. A hora, sobre todo. que se han hecho más visibles las regio-
nes de la inmortalidad, desde la aurora sagrada en que la mano
de Urania, separó el velo que las ocultaban; ahora que el cielo
se nos ha aparecido en su grandeza y en su verdad; nos hemos
hecho granilrs rompiendo el estrecho círculo de los dogmas anti-
guos, y nuestra vista sr ha aumentado repentinamente, abrazando
la extrnsión del Universo. Os habéis acercado n nosotros, ¡oh,
rubicundas hijas del cielo! Habéis derramado sobre nuestras fren-
tes la inspiración que las musas de otros tiempos no pueden ya
com1mieamoR! Nos habéis inundado de luz, y ht)mos comprendido
vuestra sublime enseñanza.
¡Oh, noehc majestuosa!, ¡cuánto mayor se ha hecho tu es-
plendor ante nuestros ojos desde que hemos vislumbrado la vida
bajo tu muerte aparente! ¡ Cuán deliciosas se han hecho tus ar-
monías ! ¡Cómo se ha transfigurado tu espectáculo ante nuestras
almas! ¡Antes me complacía yo en contemplaros en el silencio
de Ja media nocll<', de Pléyades lejanas, cuya difusa claridad nos
arrebata tan lc,ios de la Tierra !, complacíame en ver descansar
sobrr msotras el rnjambre de mis pensamientos, porque sois una
estación brillante del infinito de los ciclos 1 Pero, hoy que veo en
vuestro múltiple crntelleo otros tantos centros do están reunidas
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254 CAMILO FLAMMARIO~

l'atnilias humP.nlls; ho)· que en <'SC tranquilo resplandor cr<•o rc-


c·onor«'r las miradas éle hermanos desconocidos, la mirada quizií
ele los sf'rr~ aprrriados que tanto amé, y Ql1<' la mu«'rte incxora-
hlt> J1a arrchatarlo lejos de mí, di' ('SC Ser, sobrf' todo. QlW YOlÓ
(·on la sonriS~a Nl los labios para no dejarm«' adivinar sus sufri-
mientos, y que ahora rstá aHí, meditando acaso tambi~n en algún
mmto obsfuro <lr una tit'rra desconocida, recordando con tristc7.ll
in,.xplirabl~ lJUestt·os interrumpidos amor•"!, y buscando romo yo.
mirndas perdidas <'11 el cielo. . . ¡Oh! ¡Ahora os amo. Pléyades
refulgentes; os amo. E-neantadoras cst rcllas; os amo romo E-l pcre-
~rino ama los lngarrs de su p('regrin~wión, romo ama el nllat·
rlond<' tienden sus Yotos, ~, sobre el ena l d«'positar{t algún día e>l
hN!O de sns aspiraciones más queridas!
Todo es grancle ahora, todo es divino para noc;otros. La Na-
tumleza no es solamente el trono C'xtcdol' d<' la magnificencia
divina, <'S tambi~n b expresión visible> del podet· infinito, la ima-
gen de la grand01.a supt·ema. En otro tic>mpo consiéleráhamos la
Til'rra que 1tabitamos romo sola en la Naturaleza y pensáhamos
que>, siendo la íinit'a C).1H'<'Sión de la Yoluntad cr<'ac1ora, era el sólo
ohjeto de la complact'ncia y del amor de su ~\utor. Nuestras creen-
<>iM reli~osas estaban fundadas sobre este sistema egoísta y mez-
quino. Creíamos <'tltonc~?s a. nuestra humanidad bastante impor-
tante, en su Yalor absoluto, para ser el fin de una <'l'eación quE'
rlependía por completo clr nuestros destinos; para nosotros el prin-
ripio ele la Tierra t'ra <'1 prinC'ipio del mundo; así eomo el fiu
rl«> la Tierra nos representaba la consumación de todas las <'Osa~.
IJa historia de nuestra humanidad era la hi~toria de Dios mismo;
tal era el fnndam<'nto de nuestra fe. Cuando nurstras miradas
proruraban sondear las regiones de nucst1·a inmortalidad futura,
asistíamos nl fin d<•l mundo y la última hora en qnt' <'1 1tltimo
hombre deberá desaparecer de la Ti0rra caduca y helada, nos pa-
l'<•c·cría marcar al mismo tiempo la extinción del Univt'rso actual
~· una revolución ~encral en la Obra divina . .Ahora <'sas falsas
itlt•us se han alejado de nuestros espíritus mejor instruíclos: cono-
rrmos mejor nu0stro rstado real. SabPmo'l qu~ la TiPrra no es más
qu<' un astro ohscm·o, y que su habitant<' t•s tnn sólo un miembro
de la inmc>nsa familia que puebla la Cr<'aci6n cnt<'ra. Sabemos
que astros resplandecientes se extinguen solitarios un día u otro,
y que el mundo 110 varía por un acontecimiento ta11 iusi¡xnifi<'antc
c·omo la muerte de un sol, y con mavor raz6u por la muerte de un
pequeño planeta como el nuestro. !\Tucstra humanidad entera pu-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 255

diera ser d<'strnída esta noche por un soplo mortal. sin que de
(·llo se apct·eihiernn <'11 lo$ demás mundos. ni nada se manifestara
c·n la marc·hn habitual del UniYerso.
Desde entonee'3 las Ti<>n·as que se balanc(.'nn en el CSJlacio las
lu•mos considerado como estaciones del ciclo ;.: como las r cqioncs
futuras de nuestra inmo1·talidad. Allí está la mansión celestial de
JIHwhas morada<~, ;\' allí, donde entrevemos el lugar a que han lle-
gado nuestros padres, reconocemos el que nosotros habitaremos
?.lgún dín. Toda creencia, para ser Yerdadera, d(.'!)e estar conforme
con los hechos <le la ~aturaleza. El espectáculo del mundo nos
f'nseiia que la inmoralidad de mañana es la de hoy y la de ayer.
que ltt eiel'ni<lad futttl'a 110 es otra que la eter1~idad ¡wcsente: ésta
<'" nneslta fe. Nuestro pnraü;o es lo Infinito de los mundos.
También J'econoeemos, con un placer infinito en el alma, cuán
grandr ec; el Dios de nuestra adoración, y cuán cle,·ado está sobre
las rreacioncs del espíritu humano. Desde lo alto de las cumbres
eternas, a donde nos ha conducido la contemplación de los cielos,
la vanidad de la Tierra ~- de las cosas terrestres se nos ha apa-
l't'cido en su estado real. Y los pueblos que se dC'giiellan por la
propiedad de un grano de poh·o, los hombres ambiciosos que se
arrastran po1· nn poco d e oro o un poco de gloria, las bellezas pn-
c;ajf'ras que cautivan 1me tros corazones y arrebatan nuestros días
hermosos, todo interés, todo afecto terrestre ha perdido su primer
prestigio para aparecernos en su grandeza relativa. :Mientras las
<·riat u ras Yenian de esta mnncra a tomar, a nuestros ojos, el rango
que a cada c·ual p<•rtenecc. el Creador, en medio de la profunda
majestatl, sr ha<'ía más grande a medida que se ensanchaban nues-
tras conrr¡wioncs. También creemos, bajo la inspiración de la ver-
rlacl, comprem1Pl' mejor el rsplendor divino no dcfenJiéndolo ni
rlánclole forma, adot•antlo solamente su eterna presencia, más bien
que rebajándolo a nuestras groseras concepciones, y pretendiendo
1 t'Pl'<'scntarlo bajo las miserables imágenes que nos son aeecsibles.
El destino moral de los seres nos ha aparecido de este modo
intimamcnt<' ligado al orden físico del mundo, porque el sistema
1lcl mundo físiro es como la base y la armazón del sistema del
mundo moral. Son dos órdenes de creaciones necesariamente so-
lidal'ias. Debemos ver a tonos los seres que componen el Universo
ligados entre sí por la ley ele unidad y solidaridad, tanto material
<'Omo espiritual, que es una de las primeras leyes de la Naturaleza.
Dl'l>emo!'l salJC'r que nada nos es extraño en el mtmdo, y que nos-
otros 110 somos e~-traños n ninguna criatura, porque un parentesco
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256 CAMILO FLAMMARION

universal nos l'<'Úne a todos. Ya no es solamenfc la atracción física


de los mundos la que constituye su unidad; no son ya solamente
esos rayos de luz, de calor, de magnetismo, los que reúnen a todos
los glohos del espacio en una sola red, no son ya solamente los
principios universales de la >erdad los que establecen lazos indi-
solubles <'U t re las humanidades Pstelarias; es una ley más grande
que las pr<'cedcntes, es la ley divina de la familia. Todos somos
henmmos: la Yerdadera patria de los hombres es el Universo infi-
nito, al cual todas las lenguas, por un convenio maravilloso, han
dado el nombre de cielo : ciclo físico y cielo espiritual. No diga-
mos con Voltaire que el habitante del sistema de Sirio se ríe del
gusani1lo de Saturno, como éste se ríe a su vez del animálculo
de la 'rierra. No digamos con Diderot: ''Qué importa el mejor de
los mundos si no pertenezco a él". Hagamos justicia al plan de
la Naturaloza, reconozcamos el lugar en que estamos: que la in-
mensa solidariuad que reúne a todos los mundos, imprima on nos-
otros el sello de su grandeza.
Es muy cierto que el espectáculo de la noche se ha transfi-
gurado ante nuestras almas desde que no reconocemos en esa in-
mensidad sin limites el teatro futuro de nuestra inmortalidad.
Ese cielo que admiramos, ese verdadero cielo, 110 nos cuenta sola-
mente la ~loria de Dios, n06 muestra al mismo tiempo la obra di-
vina cjerutándose en nuestra presencia. La antorcha de la Astro-
nomía ilmnina esas regiones misteriosas, que estaban expuestas a
scrnos para siempre desconocidas, a pesar de los esfuerzos de
otras ciencias menos poderosas; nuestras aspiraciones, cortadas en
flor por Ja muerte, proclamaban altamente nuestra imnortalidad,
sin dc.'lcubrirnos el campo donde debia desplegarse; hoy ese cam-
po nos es conocido; al infinito de nuestras aspiraciones la Astro-
nomía da el infinito del U11iverso, y podemos desde hoy contem-
plar el ciclo en donclc nos esperan nuestros destinos.
He ahí la Human4dad colectiva. Los ser es desconocidos que
habitan todos esos mundos del espacio, son homhres, participando
de Wl destino semejante al nuestro. Y esos hombres no nos son
extraños: los hemos conocido o debemos conocerlos alg1ín día.
Son de nuestra inmensa familia humana; pert<>necen a mtestm
hmnanidad. ¡Oh, magos de la eterna verdad, apóstoles del sacri-
ficio, padr<>s de la sabiduría, tú, Sócrates, que bebiste la cicuta,
tú, oh, Platón, su discípulo; vosotros, Fidias y Praxíteles, escul-
tores de la belleza; vosotros, discípulos del Evangelio, Juan, Pa-
blo, Agustín; vosotros, apóstoles de la ciencia, Galileo, Képler~
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 237

~ewton, DE>scart(''>. Pnsc·al; \'OSOh'O\ Rafncl, :\Iurillo y Miguel


An~el, cuyns concep('ion('S serán sirmpl'c nuestros modelos; y YOS-
otros, rantores dirinos, Hesíodo, Dante, ..\[ilton, CervantE>s, Ra-
c·inc; Prrgolcse, Mozart, Beethoven! t EstaTéis ahora inmóviles en
un paraíso imaginario; habréis cambiado de naturaleza: no se1·éis
ya Jos homhres que hPmos conocido y admirado,~' tlormirris ahora,
v<>rdad('J·as momias, eternamente reclinadas en vuestras tumba.'!
de piedra 1 ~o; la inmortalidad no srría más que una sombra sin
In actiYiclad. ,\' lo mismo nos <la1·ía la tumba, que el Nirvana so-
fiado por Jos hudistas. Es la Yida Pierna lo que qn<>rcmos, no la
nmcrtr ctema. La Yida ctNna la habéis conquistado, almas ilus-
ttC'fi, no por los ll'ahajos de una sola existencia. sino por los de
YaJ·ias viflas, rm1 t inuándosc una a otra; la habéis conquistado, 110
como nn <·ampo O<' reposo al que se va a dormir después de Ji
hatalla, sino <'omo una ti<>n-a prometida en la que hahéis entrado
y en donde te r·n1ináis aehtalmente las obras de una existencia glo-
riosa . .Ahot·n desplegáis esas facultadrs bl'iJ!antcs de las cuales la
'Pierra no ha eonocido más qne el get·mcn, y que reclamaron para
fl'uctificar otros soles más fecundos que el nuestro; dais curso a
las aspiraciones sublimes que apena se habían adh·inado sobJ'<'
esta Tiena, clondc ningún objeto era verdaderamente digno d<'
atraPrlas, donde nin~uua fuerza era capaz de sosfenet·las; prose-
guís, en fin, en la arti,·idad incesante de vuestro cspírit11 el ob-
jeto más qucr·iclo a cada nno de vosotros. Ahí es donde estáis, ahí,
c•n N;e cit>lo sereno t¡lll' nos domina, en medio de esos lumh1arc'l
inaltcl'ables que constl'lan el éter. Nosotros os contemplamos desdf'
aquí en rsas mot·adas h•janas, y vislumbramos ron placer qnc rsos
mundos silc•wiol:lOH no son exh'años como lo pensábamos en otro
timnpo. Más fpfices QlH' nosotros. que nos 1'Cll10S todavía rnec•ido~
por las olns dr la inceJ·lidnmbre, habris alzado los vrlos del Uni-
verso: arnsv percibís desde ahí aniba nuef>tl'o prqncño Sol. y <1i1'·
tinguís la pcqnriia mancha qul' ~e llama la Ticna -:.· que reeono-
eéis como \'IWstra antigua morada. Quil'.á'l ponéi~ Pn acción la~
l'ut>rzas dd ¡wnsamicnto ~, ('OnorÉ'is sus lc•yes, y tal vez escuchái!!
descle vHestra residr1wia la pl<'g-al'ia admirath·a d<' los qlle os vt'-
ncran!
Como qnicra <[lll' ~<<'a. y a peo:;ar d<• la oh~c·nriducl quc aún nos
1·odea <'lllllH1o intelJtumo-; visita1· t'll e ·píritu <''>C mundo misterioso,
deb<'mos, <·orno cli:-;eípnlos fic•lcs dl' la filol':ofía natmal, esforzarnos
en compi·r.ndeJ· l'n .s11 s<'ncmez y rn !>'U ~randeza la enseñanza
siemprl' unániml' tlc In ~atmnlc>1.a. Plmalidacl d(' 1\fun<.Ios. pln-
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258 CAMILO FLAMMARION

ralidarl de exio;tencias; he aquí dos términos qu<' se completan y


~, arlaran mutuamente. Podríamos ahora inwstigar si el segundo
no es tan racional, tan admisible, y hasta tan seductor como el
primero; pero demostrando esto hemos llegado al fin de esta obra.
Al lt>etor eorrcspondc int<'rrogar a su conciencia con la sinceridad
de lns investigaciones de uucna fe; a él incumbe libertar su alma
de toda traba que pudiera oponerse aún a la manifestación in-
t<•!rra ck su 1ib<'rtad ¡ a ~l toca confiarse al vuelo instintivo de
f'<;ta nlma. que S<' encaminará por sí misma hacia las regiones lu-
mino.;as ele la Yerdad.
La do(•trina de la Pluralidad de Mundos nos ha conducido
n las puertas de una <'reoncia religiosa fundada sobre el verdadero
sistr.ma d<'l mundo; la misión de este libro no es lanzarse a la.
arena u discutir los elementos de rsta creencia; nos detendremos,
pues, aquí, felices y satisfechos de haber llegado hasta el domi-
nio religioso, y hahcr abierto sus puertas. La Astronomía tiene
t>n la mallo las llaves de este dominio; ella ha sentado los cimien-
to d<' la filosofía del porvenir; nosotros lo reconocemos con en-
tn<.;iasmo, y agmdrcemos a la Cieneia del Universo el habernos
eoudncido hnsta allí. Pero no corresponde a esta Cirncia edificar
ln'l ciudades de la metafísica; filósofos hay ya, que se han irn-
puc'lto el cumplimiento de esta tArea, otros, vendrán muy pronto,
que continuarán la olmt y rlisiparán las últimas tinieblas que
pesan todaviu sobrr las ,·er<ladera eicncias de la teología y de la
psirología
Pero no pod<>mos dispensarnos de expresar aquí cuán dulce
es rl ver el {Tn ÍY<'t~o tal como nosotros le vemos actualmente, en
Sll helle7.3 real, 011 SU gr·andcza, en Sll oujeto ~· en SU destino, }as
nubes que lo obsc11 r·ccían se han disipado, nuestros ojos han sido
purificados de las causas qne hacían nncstra visión confusa, y
c-ontemplamos en su clat·idad natm·al la obra sublime de la Crea-
c·i.'ín. Esta r·c,·clación de la ciencia llt•Ya cu sí los raracteres de
la 'erdacl. Colma lns aspiraciones innatas rle nuestra alma, y sa-
tisfarP los afectos de nuestro col'az6n; es t'Stt' nn pridlegio que
pcrtt'Jll'Cf' ímicamrnt<' a la vrnlad. Una vez <'ottcchida esta idea
tl<· la Crc~1ei6n, 11a1la pnedr apartat•nos de ella, nada puede arre-
bat:nle llll(·sln1 simpatía, qu<' ha conquistado desdr el primer ins-
tante; :,l'ntimo'l qu<' t>lla in.flure en nuestros destinos supremos,
en nuc·stro-; má · car~ intereses, en todas la'i funciones de nuestro
~rt·; sentimo'l rn !'lla la le;\· sagrada que nos domina a todos, no
(·vn Wlll tlomiuarión niolcst•t a la cual deseáramos sustraernos,
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 259

sino con una domiuaci6n bienhechora que asegura nuestra liber-


tad; nueYo privilegio que tampoco pudiera pertenecer más que
a la wrdad sola. Por esta ley, los atributos inviolables de la Di-
Yinidad qurdau garantizados al núsmo tiempo que los intereses
rlr los sert'S crl'ados; y el :Mundo, obra divina, resplandece bajo
!ooll doble a'>pecto rn toda su grandeza.
Si, llti('Stra doctrina además de contener en sí todos los ca-
•·at•terrs de la ,·erdacl natural, nos cautiva por su belleza, está
llena de unción, llena de enajenamientos. Cuando la contempla-
roo~, .v uos dejamos penetrar por las ideas quf' inspira, gustamos
esa felicidad qur derrama siempre en nosotro-¡ la contemplación,
de la Naturaleza, y sentimos instintivamente vn ella el elemento
de la vida de nuestra alma. Es una doctrina santa, que da a
toda ctiatura su rango verdadero y que al mismo tiempo enno-
Llec<' a todos los SPres ante nuestra fe. Es una doctrina inefable
que transfigura el U11in'rso y que da a nuestro espíritu un nuevo
sentido por el cual se pone en comunicación con todos los hijos
de la 'aturale:r.a. Es verdaderamente la expresión más beUa y
mlis grandiosa do la obra divina. No es un sistema elevado por
la mano do los hombres, ni una teoría imaginada por la fantasía
rapticho~í\ do nuestros espíritus, no ha sido inventada por los
filósofos, ni soiía<la por los visionarios, no ha sido hecha, sino
kallada ¡ porque es una verdad preexistente a nosotros. Es la
Palabra que cae del cielo estrellado durante la noche obscura, y
ctuc toda alma bil'n dispuesta puede recibir y comprender.
Hl'mos escogido para comenzar esta obra, la escena que con-
,·cnía mc·jor a la naturaleza de nuestro astmto: nos hemos trans-
pol'tudu c•on el p ensamiento a esas noches espléndidas en que rei-
ntm, una paz pt·ofuuda, una calma inalterable. En medio de este
espectáculo, nos ha parecido qne un sentimiento indefinible de
melancolía ocu¡)aba el fondo de nuestra alma po1·que nos creíamos
l'Xtraños a este lTniverso magnífico, que nos atraia C\Omo un abis-
mo, sin ~atisfaeer nuestra sed de conocer. Al terminar estas con-
~idorac ioncs, dejemos que nuestro espíritu vuelva a la soledad
que ama, a la contemplación do los cielos.
Ahora nuestros ojos alcanzan más lejos, comparan con má.s
C'xactit ud, y apn'cian mejor la extensión qne nos rodea; nuestro
t pítitu mC'jor iluminado ~- más francamente accesible a las im-
presionc·s del mundo exterior, juzga los objetos celestes en su Yer-
dadcl'a grandeza. Ahora sabemos en donde estamos, conocemos el
valor 1·eal de mH'stra patt-ia, hemos Yisitado las naciones circun-
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26(J CAMILO FLAMMARION

vecinas, .v hemo'i <lit·igido nuesh·as miradas a las rE>giones lejanas


que se> Hnredon en <•l <'Spaeio. La observación y el estudio de la
extcnsión nos ha instruído sobre nuestJ·o doble estado, espiritual
y mat<•rial. N"uestrn ci<'ncia y nuestra filosofía empaparlas en una
vida rmeva s1~ han reuo,·ado y sc han basado sobre la verdad de-
Jrlll<>lnrda, que SI'I'ÍI d<• hoy en más la piedra angular d<'l e:dificio dt'
nuestras rrcencias. Por tanto, no es ya un S<'ntimiento de triste1.a
<>1 que nos produce la contemplación del cielo, sino un sentimiento
de fpliridad íntima, cuyas huellas quedarán grabadas con un per-
flulH' de espCJ·am:n. Nos reconocemos como la gran familia de los
nstr·os ¡ sabemos que esos mundos lejanos no nos son extraños, y
qur la soledad apar·cnte que los enYuelvc no es mlis que una ilu-
si6n causada por );l distancia, <'01110 sucede con nuestras ciudadrs
más laboriosas y más activas, t·uya suntuosidad y estrépito se rlcs-
,·ancrrn y desaparecen a lo lejos. Sabemos que acercándonos a
ellos cncontrarínmos la vida en el esplendor de su fuerza y de
su acti\'iclad, "Y qtw, c•omo la Tierra, son los tallerrs del trabajo
humano, las es<•uclas tlonde el alma engrandeciénrlosc viene pro-
gresi,·amcnte a instr·uírsc ~· dr.sarrolJarqe, asimilán<losr uno tras
otro Jos conocimientos a que tienden sus aspirarionrs, y acercán-
dosr así cada ve?. m!\s al término de su destino. El conocimiento
del Universo ha hc(•ho desaparecer las incertidumbres que por
muchísimo tiempo nos cmrolvieron en sus sombras¡ ha fijado nues-
tra filosofía. La eonecpción de la Unidad de Mundos a que nos
hemos elevado, uos permite, en fin, sentir los lazos misterio.,os
que wtrn nuestra colonia a las demás colonias del celeste archi-
piélago; P.s a la vc7. la base de nuestras creencias religiosas, la
brií.juln inclicado1·a de los puntos cardinales, la lumhrcra por don-
de entrcvemos d campo etérro al cual habrá de trnnsporhll'llOS
en lo porvenir, ol ardiente yuelo de nuestras almas.
Ilc aquí levantado nuestro edificio, cuando menos <'n su con-
junto. Exeyi nwm1111.1 ntiL?n Ctil'e pe,-cmtius, decía Iloracio, cuyo
edifiroio, más opnlPnto qnc el nm•stro estaba ('<mstruíclo de már-
mol ~· decorado de ptcciosos mosaicos. No es con idéntico p cnsa-
miPuto que damos la última mano a nuestro trabajo¡ no tenemos
ning(m dcrceho a la fiereza con que se revrstía el poeta epicúreo,
y nuPstra rnusa no Ps la suya. Prro convit>ne, sin embargo, antes
ele rPnnr el libro, ,·olvcr a examinar sumarianwntc y en conjunto
Jos <•lt•m(lntos fuuduiiH'lltules que han ser\'ido para la edificación
de nw•stra obra.
Jlt>mos registr·ado primero los archiYos dt' lH histol'ia Jmma11a
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 261

pn1·u buscal' en ellos los nombres y las ideas de los que han en-
s;;iiado nuestra doctrina, y hemos reconocido que los genios ilus-
tJ'<'il de todas la'i edades han sido sus apóstoles más o menos con-
vcucidos, más o menos elocuentes, según el grado de ciencia de
t1Ue podían disponrr en las diversas épocas en que aparecieron.
Hrmos en seguida observado en detalle y estudiado cada tmo de
los gru¡:>o~ plaJtCtarios que forman parte drl mundo a que la
'l'ierJ"a pertenece, mundos que hemos reconocido habitables como
t>l nuestro; luego, discutiendo los elementos especiales que carac-
h'l'Í7.an a cada uno de ellos, hemo~ visto que la. vida ha podido
aparecer allí como entre nosotros, en armonia <'On sus propias con-
diciones de existencia. Examinando ~n seguida el estado de la
vida, en la superficie de la Tierra, tanto en las edades antiguas
como en su período act11al, hemos comprobado que una diversidad
maravillosa distin¡n.w a cada uno de los seres según los centros en
dow.l1• han nacido y en donde deben vivir, y que estos seres están
-.icmpre en correla<:ión íntima con el estado o1·gánico del lngar en
4nc han recibido <'i sct·. ~~\xanzando más, analizando la fuerza de
vida y midiéndola en sus diversas manifestaciones sobro nuestro
nmndo, en los retiros más ocultos, y hasta en el dominio micros-
cópico de los infiuüamente pequeños, hemos reconocido que la f~
<'undiclad de la r-\ntutalc;r,a es infinita; que la mayor suma de vida
está siempre completa; y, que, en donde quiera que ::;e presenta
los clemrntos de esta vida universal, la vida aparece por sí misma
hajo toda~ las formas posibles. Buscando entonces si esta universal
difusión de la vida en la superficie de la Tierra no dependería
de una fecundidad excepcional de nuestro globo, hemos examinado
las condiciones de habitabilidad d(> este globo, y hemos visto que,
lejos de ser el nstro más favorablemente establecido para la apa-
rición y conservación de los seres vivientes, esté. por el contrario,
en una condición muy inferior, tanto en su régimen astronómico
como en su constitución geológica e!'!pecial; hemos visto que si
la vida ha uacido aquí, e, porque la Naturaleza engendra seres
doquiet' que haya lugar para recibirla, porque no ha creado sola-
mente para los mundos superiores, y que no se ha agotado poblan-
do esos munclos con uua multitud de criaturas.
De este modo la doctrina de la Pluralidad de Mundos se ha
establecido sucesivamente sobre todos los }Je<'hos que constituyen
el orden físico del mundo.
La contemplación gene1·al del cielo vino después a esclare-
eCI·nos acerca del rango ocupado por la Tierra en la creación s.i-
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262 CAMILO FLAMMARION

deral, ~· a establecer que el globo que habitamos rstá invisible-


mente pet·dido c>ntre las miríadas de astros que se suceden en la
inmensidad. E sta contemplación del cielo, prc¡;¡rnt6 a la Tierra.
átomo, ante lo infinito de los mundos.
!)(' ]a habitabilidad pasando a la hahitnci6n , hemo~ inquirido
cuáles puc>dc>n ser la naturaleza íísica. y c>l estado moral de los
hombrC's de los planetas. El resultado general ha sido que una
gran diversidad distingue a las humanidades planetarias, tanto
en la cOJnstiluci6n física de los cuerpos como en el grado de ele-
vación de las almas. Pero hemos reconocido quc> la unidad espi-
ritual del mundo es tan verdadera y tan ne<'t>saria romo su unidad
física; q·u<' C'!-lta unidad espiritual está constituida pm· los grandes
principios absolutos de lo Bello, de lo V rrdadero y de lo Bueno.
que c>nla:r.an todas las inteligencias a la Inteligencia suprema, que
el conjunto de los mundos forma una jerarquía progresiva, y que
la Tierra está colocada rn uno de los rangos inferiorf's de este
vasto conjunto.
Tal es, en 1-iU exposición sumnria, la demostración que hemo'i
hecho de la <loct~ina general de la Pluralidad de Mundos.
Ahora bieu, después de las observaciones, las pruebas, los
ejemplos, los hC'chos de todas clases, de todos géneros que succ-
sivamentr hemos hecho comparecer ante nosotros para discutirlos.
analizarlos y aplicarlos a la demostración de nuestra doctrina;
después de todos los elementos que hemos reunido; después de
t{)dos los argumento<.J que hemos invocado, contra los cuales nin-
g-una objicci6n sm·ia ha podido prevalecer; después de esta sín-
tesis, en fin, cuyo Yalor, así lo esperamos, ha dado por resultado
llevar la convicción moral al ánimo del lector, algunos espíritus
malhadados, como se c>ncnentran todavía en algunas sectas, o esos
hombrC'!-l r~·l('épticos y realistas que no quieren o no pueden ver
co.;;¡.¡ alguna más allá de sn estúpida personalidad, qnil'liE'ra buscar
un último re fugio en una razón que no lo es, diciéndonos que,
a pr~r de la imposibilidad incontestable de lo que hemos sentado,
¡nad(L prueba que esto sea en realidad! -- Si se tuviese el valor
dr buscar aquí como refugio semejante razón, nosotros presenta-
ríamo~ c>sta objeción en otros términos, y la traduciríamos así:
).1el·ced a los descubrimientos de la Astronomía, conocemos la
grandeza comparath·a del Universo y la exigüidad de la Tierra,
la inmPn:::idau del espacio, la pluralidad de mundos habitados,
las distancias de los astros y su número inconmensurable, las
leyes que lo rigen, las fuerzas que los sostienen y que los animan;
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PLURALIDAD DE MUNDOS HA1HTADOS 263

hemo~ "ist() al HnivcrHo astral desplegar sus magnificencias. y


lo infinito de los cielos se he entreabierto ante nu<>stras miradas.
Mediante estas consideraciones sublimes todo se ha ennoblecido,
todo se ha <liviniza<lo; Dios mismo nos ha parecido más grande,
más podero. o. más majestuoso todavia, y hemos percibido toda la
belle1n, toda la \crdad de este espectftculo. P<>ro, he aquí una
idea en la eual no habiamos pensado aún: si todo ese espléndido
Uuiv<>r~;o, a pesal' de sus millones y millones de muudos, no íucsc
más que un univ<>rso de aparato ... una perspectiva inútil de fa-
Jaces aparirneias ...
¡Un universo de apar:tto! Es tlecir - perd6ncs<.>nos la cxprP-
si6n-, ¡una inmensa linterna mágica ! ¡Una fantasmagoría hecha
de sombra<¡ y apariencias! l•'antasmagoría, ¡ay!, rmbriagadora y
fascinadora, <'Olocada delant.e de nuestras almas para inducil'las
al error. - Encantadoras imágenes que el Ser supremo se di-
vierte en hacer daiD'.ar delante de nuestros embobados ojos, como
en esos pequeños teatros al aire libre hacen representar a P<'I'SO-
najcs de cartón para entretener a los niños que se ríen .. .
He aquí el último refugio de los que no quisieran la Plura~
lidad de :Mundos.
Que, el que se crea bastante grande para colocarse en frente
d e la Obra divina y sostener esta monstruosa interpretación, y
sea bastante vil para arrojar semejante sacrilegio a la faz del Ser
supremo, se levante y acepte la responsabilidad de su acto. Pero
el que ha comprendido la vertlad de la Creación y ha admirado
su grande7a, inclínese ante ella, y proclame con nosotros la doc-
trina de In Pluralidad de Mundos. Esta verdad nos ha precipi-
tado en una profunda humillación y nos ha cubierto de obscuri-
dad, a nosotros, que nos creíamos tan grandes en la escena del
mundo; nuestro fastuoso pedestal se ha disipado como en un sue-
ño, y nos consideramos bien peqneíios y bien miserablemente per-
didos en el torbellino de las cosas. Pero si la doctrina de la Plu-
ralidad de Mundos, con una mano ha juzgado nuestra presunción
ridicula y nos ha abierto los ojos sobre nuestras tinieblas, ha sido
para elevarnos magníficamente con la otra, librando a nuestras
almas de los groseros lazos que las sujetaban a la. Tierra. Y, he
aquí que la irradiación de las regiones inmortales ilumina a estas
almas hasta ahora tan llenas de inquietudes; he aquí que van a
alzar su vuelo hacia esferas queridas. Han reconocido su inferio-
ridad actual en el Orden general; pero han vislumbrado la gran-
deza de su destino. Se han visto bien bajas; pero sintiendo al mis-
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264 CAMILO FLAMMARION

m.o tiempo estremecer sus alas, han contemplado con amor las re-
giones superiores; porque a Jo infinito de sus aspiraciones, la
Pluralidad de Mundos ha abierto lo infinito del Universo. ¿Qué
más desean~ Se han afirmado en sus dulces y demasiado tímidas
NlperanzRS; se han saciado en sus más ardientes deseos; están
oolmadas <'11 sus votos más queridos. ¡Oh! :mm comprendido toda
la grande:r.a de la doctrina, y se sienten instintivamente unida.9
a ella.
¿Volveremos ahora a la obscuridad en que dormíamos ayer,
y nos dejaremos caer de nuevo en los abismos de la duda Y La
1uz brilla arriba: ¿cerraremos los ojos para no verla' Los astros
hablan, y su palabra elocuente llega hasta nosotros: ¿permanece-
remos sordos a su voz'? Seamos humildes para merecer compren-
der la enseñanza de la Naturaleza, pero seamos sinceros cuando
la hayamos comprendido. Reconozcamos quiénes somos, y procla-
mémoslo altamente. Si se han necesitado más de sesenta siglos pa-
r·a que las ciencias exactas hayan podido procuramos los elemen-
tos de nuestra certidumbre, iluminarnos sobre nuestro rango y
permitirnos llegar al conocimiento de nuestro destino; si ha sido
precisa esta larga y santa incubación de aiios para animar con el
soplo de vida nuestra brlla doctrina, y afirmar su verdadera gran-
deza; ¡oh!, guardémosla precisamente como una riqueza del al-
ma; consagrémosla al Dios de las estrellas, y cuando noches su-
blimes, cubriéndonos de magnificencias, encienden rn el Oriente
sus adiamanladas constelaciones y desplieguen <'n lo infinito del
cielo, sus misteriosos resplandores ... al través de la inmensidad
de los mundos, por entre los cielos estelíferos, bajo el planteado
velo de las ncbulo-;as lrjanas, en las profundidades inconmensn-
t•ables de lo In finito, y hasta más allá de las regiones descono-
cidas donde se descubre el esplendor eterno. . . ¡Saludemos, her-
mano<; míos, saludemos todos: son las humanidades hermanas nues-
t.t·as que pasan!
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A PE N DICE
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LA PLURALIDAD DE :MUNDOS ANTE EL


DOGMA CRISTIANO

Siendo la doctrina de la Pluralidad de Mundos una obra fi-


losófica, t'dificada en <:>1 terreno de la ciencia e independiente de
toda forma r<'ligiosa, hemos pensado que era conveniente y al mis-
mo tiempo necesario, considerarla como una cuestión puramente
científica, y no pro,ocar el torbellino de discusiones teológicas
que se levanta tan luego como se entra en la lid de los dogmati-
zadores. También se ha podido notar que en todo el curso de la
obra, no solamente nos hemos abstenido de toda discusión, sino
de toda alusión al misterio cristiano. No nos hemos hecho eco de
los pensadores admirados que preguntaban al Hombre-Dios la
razón de su advenimiento a nuestro pequeño planeta; ni hemos
creído deber discutir, en nombre de la ciencia física, el privilegio
inaudito con que habría placido al Eterno favorecer a la Tierra;
hemos querido dejar a Jos corazones de los creyentes la doctrina
que los consuela, como a las almas dichosas la paz que las sostiene
y las vivifica.
Pero la primera edición de esta obra, a pesar de la rapidez
con que ha desaparecido, nos ha mostrado que ciertos espiritus
habían considerado nuestro acto de prudencia como una laguna
que debía 11cnarse. Desde el campo de los incrédulos, como desde
el de los cristianos, se nos ha hecho comprender que era nuestro
deber expresar nuestra manera de pensar en este punto.
No nos parece que nuestro propio modo de pensar sobre se-
mejante asunto, tenga en sí la suficiente autoridad para deter-
minar y fijar la opinión de los demás. Por esta razón y por otras
varias, conviene que conservemos en esto nuestra independencia.
Nuestro deber, pues, es exponer imparcialmente el estado de la
cuestión, presentarla bajo sus diversos aspectos, con los elementos
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268 CAMILO FLAMMARION

e¡ ue la constituyen y los juicios que se han formado acerca de


rila, y luego dejur a cada cual el cuidado de decidir por sí mismo.
IIe aquí la consideración, no lo ocultamos, que forma a un
liPmpo el argumento de los filósofos anticristianos y la dificultad
ele los creyentes: No siendo la Tierra que habitamos más que un
átomo insignificante en la univ<'rsalidad de los mundos, ¿en qué
!;C fundaría c1 privilegio con qu<' se la favorece de haber sido el

objeto especia l de la bondad divina, de haber recibido en su ha-


bitación al Eterno 1nism.o, que no se habría desdeñado <le bajar a
f'ncarnarsc en un grano de polvo terrcstt·e T ¡Favor infinito, para
algunas orgullosas tribus humanas, qu.e ni lo mer<'cen, ni lo com-
pl'Cndenl
Tal es la expresión de la gran dificultad¡ tal es la intet·roga-
f'ión formidable que se le,·auta en las almas creyentos e incrédulas,
<·uando se han iluRirado sohre la grandeza del Universo y sobre la
insignificancia de nuestro planeta¡ dificultad que se ha intentado
evitar con subterfugios, que se ha querido eludir con sofismas cap-
(·iosos; que otros, más amigos de la verdad, han tratado de ex-
pli<'ar ante el tribunal de los hechos científicos. Examinaremos
cHto'i diYcrsos ar¡;,JUmentos, no cortaremos el nudo, como hizo Ale-
jandro en otro tiempo, lo que es mal modo de terminar las cosas;
procuraremos desatar los hilos inextricables que se enredan mu-
tuamente¡ y <'.stablerida la exposición, jw.gando cada uno con co-
nocimiento ele causa, podrá fijarse en la solución que satisfaga a
x11 "spíritu y a su corazón.
Acabamos de presentar el argumento fundamental que cons-
1ituyc la dHirultad del misterio cristiano ante la enseñanza de la
<:iencia. A est,e argwnento se agrega otro que deriva, no del mis-
terio cristiano, sino do la doctrina cosmogónica contenida en los
JJibros sagrados o enseñada por la tradiri6n y fundada sobre
<·llos. Este nuevo argumento se puede expresar romo sigue: "La
Joctrina religiosa de los Libros sagrados enseña la unidad de la
Tierra, de la humanidad adámica, de la familia redimida por la
divina sangre¡ nos muestra la Tierra como el único lugar de
pwebas para las almas, el ciclo como el lugar de las recompensas
a donde van las almas a. recibir, para la eternidad, el puesto
reservado a sus virtudes. Dogmas, en contradicción, cuando menos
aparente, con la doctrina de la Pluralidad de mundos". Tal es
la expresión de la segunda dificultad que encuentra nuestra doc-
1rina en el campo de los cristianos.
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PLURALIDAD DE MUNDOS HADITADOS 269

Remos distinguido estos dos órdenes de discusiones, a .fin de


pl'Ocurar In mayor claridad posible en este asunto tan delicado,
y que muc·hos espíritus consideran también como muy grave; la
distinción que establecemos aquí no existe en realidad de un modo
absoluto, porque estos dos puntos de vista se unen y se confunden
en la unidad religiosa; pero muchas veces es necesario dividir los
objetos para que nuestro espíritu pueda concebirlos sin trabajo y
ostucliarlos separadamente. Examinaremos, pues, estas dificulta-
des la uua después de la otra. Comencemos por la primera.
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LA ENOARNAOION DE DIOS SOBRE IJA TIERRA

El sacrificio del Calvario podía ser comprendido en su ma-


jestuosa sencillez cuando los espíritus humanos no conocían más
que una Tierra y un cielo. El hombre, ería tura que Dios hizo a
su imagen, peca y cae desde los primeros días de su existencia;
Dios, lleno de una compasiva bondad, baja en persona para re-
habilitarlo. He aquí una creencia mny dulce y muy consoladoi'a
para el hombre, que puede presentarse sin demasiados misterios,
y que los espíritus más sencillos pueden aceptar y comprender.
Pero .''R no es así desde que la revelación astronómica hace perder
a la Tierra y al hombre todo su prestigio al mismo tiempo que
clcYa a Dios a una altura inaccesible. Esta Tierra privilegiada,
# 4ué digo?, esta Tierra 1ínica estaba antes rodeada de una aureola
resplandeciente; pero he ahí que un día se han abierto nuestros
ojos, hemos mirado do frente a esta Tierra circundada de gloria,
y de súbito, se ha dü;ipado su brillante aureola, el palacio de los
hombres ha perdido su riqueza aparente, se ha hundido en la obs-
curidad, e inmediatamente una multitud de otras tierras han apa-
recido detrás de él, ocupando espacios sin fin. Desde entonces
cambió el aspecto del mundo y con él creencias qllc hasta entonces
nos habían parecido sólidamente fundadas.
Desde la época de Copérnico y de Galileo, se comprendieron
cu toda su graYedad las dificultades que el nuevo sistema del
m11ndo iba a suscitar contra el dogma del Verbo encarnado; y
por más qnc hayan dicho ciertos comentadores, no hay que ver
solamente un asunto ele celos o de jesuitismo en el memorable
proceso de Oalilr.o. ~o es la 11ersona del Íl\lstre Toscano la que
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272 CAMILO FLAMMARION

se trnín presente, sino los wincipios que defendía. Repítcse desde


harr oc-lwnta rulos, con 11Iallet-du-Pan, que Galileo no fué perse-
guido como buen astrónomo, sino como mal teólogo, y por haber
<~lHlri<lo ponn el sentido de las Escrituras en armonía con el
nnevo ~i~t<'ma d!.'l mundo; esta es ·u na afirmación demasiado ab-
ROlutn y C)lH' ha tenido sobrado buen éxito. No, no atribuyamo~
rstr g1·an ncontcdmicnto a los rencores de Maffei Barberini (Ur-
lmno VIJT) que, por otra parte, tenía muy buena opinión de su
anti¡:rtto amigo; ni a su orgullo ajado con el papel de Simplicio
que parcc•ían hacerle representar los célebres Diálogos¡ ni a la
ron~;pil'llcicín tlc los tres frailes, Caccini, Grassi y Firenznola, co-
misarios dr la Inquisición; hay, es cierto, algo de todo eso c>n
l'str nsunto hastante complicado, pero hay algo más: hay una 1'8·
zón máf; g-nwe, a la altura de la causa debatida. Esta razón graw,
PSta t•azón oculta, esta razón inexorable, es la que hizo poner a
Ba<'6n, Coprrniro ~· Desrartcs en el J nclire; es la qtw hizo des-
terrar n Campanella . .v que hizo qncmar vivo a Giordano Bruno
en el rampo de Flo¡·a, t-n Roma, por la "herejía de la nueva
ricncin del mundo". Esta raz6n es la que hahía hecho eneucelar
111 jec:;uíta Fabri, porque en un discurso sohre la e:onstitnrión dt>l
mundo, hnbia dicho qn<>: "Una vez demostrado el moYimil'llfo de
la 'ricrra, la J ~l<>sia debería desde entonces interpreta!' en un sen-
f ido figurudo los pasajes de la Escritura que son contrarios a
~~ ". Esta raz6n es la que rooY1a a Cíámpoli a evitar la condPna
de Galileo. rscribiéndole (febrero de 1615) : 41 Sed nmy reservado
rn vuestras palabras, porque donde simplemente establecéis al·
g'Una srmrjanza entre el globo terrestre y el lunar, otro aumenta
~· dico r¡n<' supon~is hay hombres habitando la Luna, y estc> otro
rmpieza a discutir <>ómo pueden haber dcse<'ndido ele .Adán o
salido clcl arca de Noé, con otras muchas extravagancias <>n la~
rnalNt jamás habéis pensado". Esta razón es la que el año mismo
de la nm<'rtc de Galileo, animaba al R. P. Le Cazrc, l'Cctor iJE'l
Colrgio (le Dijón, ruando trataba de des,•iar a Gasscndi de la
Cl'C<'Hcia ~n el movinúento de la Tierra y en In pluralidad (le
muuf!os, con la carta que signe:
"Piensa menos -uicl'- , l'll lo quc> acaso tí1 mismo crees que
en lo que pensará la mayot· parte dP los demás, que, arrastrados
po1· tu ••utol'idad o por tus razones se persuadirán de que el globo
tcrrestrr '!<' mueve entre los planetas. Estos deducirán en seguida
que. si la 'fierra es, sin duda alguna, nno de los planetas, así
como t-lla tiene sus habitantes, ea de creer que existan también
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PLURAL1DAD DE MUNDOS HABITADOS 273

en Jos otros, y qne tampoco Ialten en las estrellas fijas, que ha'Jta
!lCau allí oc nnturale?.a tmpet'ior, en la misma proporción que Jos
otros astros sobrepujan a la Tierra en magnitud y en perfección.
De ahi surgirá.n dudas sobre el Génesis, que dice que la Tierra
ha sido hecha antes que los astros, y que estos últimos no han
sido crcadoc:¡ hasta el cuarto día, para iluminar a la Tierra y me-
dir los estaciones y Jos años. Como consecuencia, toda la tra.d~
ci6n clal V et·bo e1lwrnado y lá '!m·d.ad evangélica SG harán sos-
pecho.q<l-S.
"'Qué digo Y Lo mismo RUcederiÍ con toda la fe cristiana, que
supone y enseña que los astros han sido producidos por el Dios
creador, no para la habitación de otros hombres o de otras cria-
turas, sino solamente para iluminar y fecundar la Tierra con
su lm:. Ya ves cuán peligroso es que ('Stas cosas se esparzan entr&
el pi'tblico, particularmente por hombres que, por su autoridad,
parecen prestarles fe. No sin razón, pues, la Iglesta, tk.Yck los
til'?npos de Cop6t'1llico, se ha opuesto siempre a este error, y muy
recientemente aún, no algunos cardenales, como dices, sino el jef'
S'llpremo de la Ig16$ia por u~ clecreto pontificio lo ha cl>'1ttUnado
en Galileo, y muy santamente (sanctissim.e) ha prohibido ense-
ñarlo en adelante de viva voz o por escrito.''
Sí; nuestra filosofía de la Pluralidad de Mundos, que se
vislumbra desde la aurora copérnica, parecía inconciliable con el
dogma cristiano, ''hacía sospechosa la economía del Verbo encar-
nado", y ni una sola voz se ha levantado en su favor, sin que
inmediatamente haya sido amordazada como medida de precau-
ción. Nue.'.!tra doctrina, asentada desde haco tres siglos sobre el
granito de la ciencia, se ha consolidado, mientras que el juicio
de la corte de Roma se ha debilitado con la edad; los cristianos
pueden decir hoy lo que Fontenelle no se atrevía ai'm a sostener:
que los habitantt>s de los planetas son hombres; y ya no se in-
curre en herejía por el simple hecho de la creencia en el movi-
miento de la Tierra; tenemos amigos en el colegio romano que
observan los continentes de Marte y que creen en la Pluralidad
de Mundos.
Tit'mpo vendrá en que todos los espíritus instruidos e inde-
p endientes habrán sabido librarse de las preocupaciones que aún
pesan sobre nuestras cabezas, y confesarán, oon el acento de una
convicción inquebrantable, la doctrina de la Pluralidad de Mun-
dos; pero hoy se oponen todavía a ello grandes dificultades de
escuelas o de sectas. Estas son las preocupaciones que corresponde
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274 CAMILO FLAMMARION

a la filosofía dt•svanccer. Es preciso librar de ellas a las almas


<'mbotaoas. Y ya no es ésta una misión tan ruda ni penosa como
en los ·iglos pasados, por cuanto el pro~rcso intelectual ha c'lpar-
rido por todas partes su birnh<>chora lu7.. En el aslulto que no
o<.>upa, en particular, los argumentos que so oponen en nombre
de ln Cr, .n l no están rodeados de la misma autoridad; la razón
los disrutc· ~' los compara.
T1a dificultad del mist<>rio cristillllo se ha expresado en primer
lét·mino como sigue: Si se admite la pluralidad ele tierras habi-
tadas y de humanidades, es preciso admitir: o que estas humani-
dades han permanecido fieles a la ley de Dios, y no han nece-
sitado de lA venida del R~dentor, o que han pecado como la
nuestra y han debido ser redimidas. En el primer caso, Psas hu-
manidados impecables, puras y desprendidas de la materia, están
por este mismo hecho, según el dogma, eximidas de la ley del tra-
bajo, y por consiguiente, su desarrollo parece imposible; estos
seres se manifiestan sin objeto de perfeccionamiento, sin fuerza
de actividad. "Además, se ha añadido, no hay virtudes posibles
1m semejante paraíso; en la morada do la felicidad y de la paz
la idea de la misericordia no puede tener aplicación, ni aún si-
q uiet·a mentarsc; la justicia sólo puede comprenderse donde exis-
te lo injusto y la \'Crdad donde está la mentira; los atributos
morales del Ser supremo no pueden ser comprendidos sino donde
<>xistc lo deshonesto y lo falso; su poder, su sabiduría y su bon-
dad no ptwdcn representar sino en un mundo material, gobernado
por las leyrs de la materia, en el cual el hombre, en su naturaleza
físi(·a, esté sometido a su acción y a su inter\'Cnci6n ". Y, así,
la primt'ra parte del precitado dilema ha parecido inaceptable.
En el segundo caso, si esas humanidades han pc<.>ado <.>omo la
nuestra, y han t!'nido que ser 1·edimidas, el prestigioso privilegio
de la Redención pierde su graudcza, porque se encuentra repetido
en millones de millones de tierras semejantes a la nuestt·a, cae
en la ley común, forma parte del orden general, su esplendor sin
segundo, queda eclipsado, y con él el brillo diz•ino de que estaba
rodeado.
Entonces han aparecido Yarias proposieiont's explicativas
teniendo unos y otras por objeto allanar la dificultad, y satisfa.
cer a la vez la rl:lZ6n científica )' a la fe religiosa. Estas propo-
siciones son cuatro.
En la primera, la más controYcrtida y la que ha parecido
menos accptabie, se supone qae en virtud de la facultad especial
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 275

or rbicuidad divina, inhcrc·ntc a la rsencia misma dr Dios, el


Yrrbo se ha encal'!1ado al mismo tiempo en cada uno de los mun-
do., prPvarlcadorc:s. Ln naturaleza, el modo y la duración de esta
<·nc·arnación RCncral habrían sido fijados previam<'nle en los de-
c..iguios eternos. El 'risto habría nacido, ~:;ufrido y muerto a u1~
mismo tie11~po en todas las tit>rras perdonadas por el Ser ofen-
dido y convidadas al banquete divino. Esta hipótesis parece haber
e.uscit1:1do c1iíicultaues insuperables, y cuenta muy es<'nsos parti-
darios. Poi' esta ra1.ón no nos f'xlcndcremos más Ja1·gamentr sobre
e• !la.
En la srgunda explicación, el Hijo de Dios se habría también
f·llcarnado en todos los mundos pe<'-adores, como se hn encarnado
en la Tierra, prro por un acto mnltiple y no en el mismo instante.
Habría redimido una tras otra a las humanidades culpables, visi-
tH.ndolas snr<'~iYamentc•. La primera hipótesis asemeja a Dios a
un príncip<' que por real decreto, en el día de liU misericordia,
tia a la wz lih<'rlad a toJos loo prisioneros a quienes concede sn
~raria, con la diferencia, que no teniendo los príuripcs el don
rlt' ubicuidad. sólo pueden lu:u;cr ejecutar simultánramentc l.iUS
decretos; la segunda, representa a Dios visitando sucesivamente
la.s prisiones de su Estado y poniendo en libertad a los afortu-
nados a qnil>ncs ha ll<'~ado el turno. Se puede discutir lar(!O
tiempo esta doble cuestión, sin lograr salir nunca de la más com-
pleJa inc<>rtidmnbt·c. Esto no ha impedido que gentes formales
(p<'t'o probabll·mcnte desocupadas) hayan trabajado largn y pe-
nosamrntt• t•n la solución de estos misterios.
Una Ü' l'<'<'ra trorín, !mpone que la Tierra es rl único mundo
c·n donde la humanidad haya, por su d~·sobediencia, incurrido en
las desgracill!l del Señor, y trata de e.xplicar cómo el carácter de
!a l\Iaj<'stad tlivinu no queda obscurecido por la s uposición de que
Dios sr luna dignado rescatar a esta familia culpable. Vamos a
f'xpon!'r c•omo ha sido sostenida esta opinión por su defensor el
eminente tPólogo Chalmers.
La pritwipul objeción del incrédulo consiste en la considera-
l'ión del rango ocupado por la Tierra en el seno de la inmensidad
d~ los mundos, por la cual se hace inverosímil qu<' Dios haya
t·nvüulo a su hijo etemo a morir por los habitantes de una pro-
vincia insignificante; siendo esta misión un don drmasiado gran-
de para la Tierra, don que verosímilmente no le lmbiera sido con-
cedido; Chulmcrs se ha encargado de ('Outestar n esta objeción (1).
Escuchémosle:
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276 CAMILO FLAMMARION

"Supongamos --dice-- que entre las innumerables miríadaB


de mundos, uno de ellos St>a visitado por una epidemia moral que
se extendiera sohre toda su población y la arrasnra bajo la sen-
tencia de una loy ruyas aplicaciones fuesen inflC'xibles e inmu-
tables. ~No '!l'ría una tacha en la persona de Dios si por un neto
de justa indiJTDación, barriese rsta ofensa lejos dd Universo qne
ha contaminado T ANo debiera sorprendernos tampoco si enh·e la
multitud de Jos demás mundos que hala~an el oído drl Altísimo
eon el hhnno de sus plegarias, con el incienso de la pura adorar
ei6n que se eleva hacia su trono, dejase pcrcrm· solitariamente
al extraviado mundo en la culpabilidad dr su rebelión T Pero,
decidmo, ¡oh! decidme: t no sería un acto de la más exquisita
ternura en el carácter de Dios, si procuraba atraerse a sí a esos
hijos que el error ha seducido? Y, por poco numerosos que sean
eua11do se comparen con la multitud de sus adoradores, ¿no con-
vendría a su compasión infinita enviarles mensajeros de paz para
llamarlos y recibirlos bien, antes que perder el solo mundo que
se ha apartado del buen camino 7 Y si la justicia reclama sacri-
ficio tan grande, ¿ decidme si no sería un acto sublime de la Bon-
dad divina permitir a su propio hijo sufrir la carga de la expia-
ción, a fin de poder mirar nuevamente a este mundo con rom-
placencia, y tender la mano del perdón a todas sus familias f''
AJ'lÍ contesta el doctor Chalmers a los advel'Sarios de la reli-
gión cristiana que oponen la insignificancia ele la Tierra al don
supremo de la Redención divina; respuesta digna del asunto a
que se aplica, que nosotros apreciamos sohre todas las qnc se han
dado a la misma objeción, pero que nos parece más a propósito
para s.'ltisfacer las dificultades que surgieran entre los espíritus
cristinnos, qne para convencer a los incrédulos de la realidad del
Sacrificio divino. El estilo apasionado del autor tiene una pode-
rosa Reducción; nuestra traducción está muy lejos dr igualar 1m
dulzura.
JJa cuarta proposición conciliadora tiene por objeto demos-
trar que la Encarnación divina, aún teniendo por teatro a la
Tien·a, puede haber extendido su poder redentor a todos los
munrlos culpables. Como esta proposición ha sido emitida por sir
Da \'id Btewstcr, el ilustre físico en contestación a la obra teoló-
gica del doctor Whewell contra la Pluralidad de Mundos, será
lógico exponer las aserciones originales enseñadas en dicha obra
antes de dar a conocer la respuesta del sabio físico.
Declaramos desde luego que el Rev. Whewell, hallando im-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 277

pu~ible comiliar la rloctrilUl d<' la Pluralidad de Mundos con el


misterio cristiano creyó no teuía más que desnatlmilizar la ense-
ñnm:a <lr Ja Astronomía., y edificar un sistema a su manera para
comoclidad de su tesis. En vez de razonar con arreglo a la verdad
demo')tradn y armonizar sus apreciaciones y sus juicios con los
hecho" y lns tl!'rlucrionl's lógicas que de ello se desprenden, lo
t•ua l lmhit•ru sido modesto y com·eniente, extendió una niebla so-
bre rl PniYrrso <' iluminó a la Tiena con una claridad artificial
dc:;t inada a t>ngnñar la vista, absolutamente como se hubiera hecho
t l'C"R siglos ha. Presentemos ahora en compendio ese sistema por
1'1 cunl algunos se han dejado convPnccr y que puede ser consi-
dCl'IHlo no solamr?Jt r. como la expwición de, l.as mayores dificul--
tade,q t rol6uüxzs (JW' se Jw:n su.scitado contnJ. la Pl1tralidacl d4
!tlundos sino ta1nbién como la síntesis de todas la-s teorías wn
qtlP los te6lor¡os ad1•ersari.os han cr~Jído, cree·n y c1·eerán ¡)oder
am1Jfu·m· a wt dogma rxclusivo.
'fomando pot· tesis los discursos de Chalmrrs, cuya tendencia
conciliadora colllba.te, empieza por declarar que encuentra extra.-
vagantc y abmrdo en el más alto grado, el creer a un mismo
tiempo en las verdades de la religión natural y revelada y en
una multiplicidad de mundos. Chalmers tenía por objeto contes-
tar· a las objeciones de los adversarios del cristianismo que creen
en la Pluralidad de Mundos; Whewell se propone manifestar a
los rrist ianos que 110 deben ni pueden admitir nuestra doctrina,
:-. para esto trata de hacerles creer qur la Pluralidad de l\1undos
no rs más qur tm mito. "Cuando se nos dice que Dios ha provisto
.v prOVl'C' con~tant('rnrnte a la existencia y a la felicidad de todos
Jo~ seres que pueblan la Tierra -dice ( 2 ) - , podemos por un es-
fuerzo de pen.samiento y de reflexión, creer que rs así. Cuando
S<' nos dice que ha impuesto una ley moral al hombre, huésped
inlPli~entr de la 'l'ierra, y que lo rige con nn gobierno moral,
podrmos ll r~a1· a la convicción de que as'í !'S. Cuando en seguida
sr nos piclc qur erramos que, habiendo el hombre infringido esa
l•'Y. ha sido necesaria la interwnción del Gobernador del Universo
r11na n•mcdint· l''lta tranRgresión y hacer evidente la ley ante el
hontlJl'r, podcmo!l también --cuando sabrmos que la raza humana
oenpa la cúHpidt• de la obl'a material de Dios, de la cual es el
¡·ot·ouamiento, que es el objrto del resto de la Cr0ación y el teatro
c.~t·ogido para las divina9 mauif0staciones-, podemos concebir
t·-;ta \'l'rclud ,v hallarnos satisfechos con ella. Pero si se nos dice
que• rstr mnn1lo no es má-; que un individuo t'ntrt> innumerables
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278 CAMILO FLAMMARION

munclos qu<' todo'> 'lon como él obra de Dios; todos como él la


rcsidPJH:ia dr la ,-ida: todos la morada de criaturas int<'ligente~.
dotadas dr \'Oiuntad. sometidas a una ley, capaces ele ohedienri.'l
y desolwdiencia, romo nosotros; desue entonrf'S se haY~> extrava-
gante<' inadmisible pcn.!"at· que 1mestro mundo haya sido el teatro
de la <·ompla(•cncia y dr la bondad dt> Dios, y lo qn<' <'.S más aún,
t'l objeto dt> su int~rposición ~special, de sus romunicaciones y de
su Yisitn personaL Esto fuera escoger 1mo entre los millones de
glohor; qn<' est»u diseminados t'll el rlominio inrnt'nso del espacio,
y RupotlN' qu<> <'Se mundo huhier·a sido tratado d<' un modo espe-
éial y <'XC<'prional, sin que tcna;amos míÍS prt'smwiones ('U favm.·
de scmPjant<' id<'a. ttne el orgullo de residir nosotros t'n él. C'on-
fes6moslo, si la l'"ligión llO'l l'xige admitir que un rincón del
Uniwrso haya sido ~:;ingulari zado de tal modo -;.• que sea la <'X-
<'<'pci6n dl' la'> l'<:'glas generales qm' rigrn las otras partes rll'l
TJni\<'r<;o, no-; <lirigc una petición que no purde menos de S<'l'
clese<'hada po1· los qu<' ec;tudian y admiran las leyes de la Natu-
raleza. ¿ Pndit•ra sc>r la Tierra c>l centro del unh-erso moral y re-
li~io!>o c·uando no tiene la menor distinc>ión en el un Í\'erso físico 1
¿~o es tan absurdo sostener s<>mejante -aserto romo fuera hoy
fiostener la antigua hipótesis de Ptolomco que roloraha la Tierr&
en el <>entro de los moYiroicntos celestes __ . 1' '
¡.Ah 1 El dortor Whewell no es hábil y 1ll'firncle mal su re-
ligión.
''En lu~ar d<' c·onsidcrar estas objeciones como emitidas por
los adversat"ios dr la religión -niíadc t>l autor-, las considera-
mos como dificultades quE' nacen en t>l espíritu de los cristianos
cuando contemplan la grand<'za del Unh·crso y lu multitud dr>
mundoc:;_ 'rien<'n una profunda V<'nrración hacia la idea de Dios;
sou dichosos sabienrlo que están bajo la dC'pcndencia p<'rpelua de
su poder ~, ck sn bondad ; están dcsPosos de r<.'conoc<'t' la obra
d<> su provid<'nciu; rt•ciben la moral, como sil'nrlo su propia l<'y.
eon humildad ~· sumisión; consid<:'ran sus fa Itas contra esta 1l'y
romo un pcca(lo eontra t!l; y son dichoc;os al ~ab<'r que tirnen
1m modo de l'<'conciliación cuando se han apartado de l;l; y que
t>stc Dioc; está crrca dt> ellos. Per·o cuando la ci<'JH'ia viene a pre-
sentarlrs una larga fila de gn1pos, una multitud, miríadas de
mundo·, que Y<'mos dcsdr aquí, la perturbación y la trist<>za se
apotlPran Jc ~u alma. Pensaban que Dios 0staba cerca de ellos;
pero tlurantc t'l <'studio astronómico, Dios se aleja a cada paso
y ~r hunde nHís y mús <'11 los ri<>los. ~n lllH'\'Il rono<'imi<>nto rle
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 279

la Tierrn los ha romnovido quizá, pero la piedad de su alma no


ha ganado nacln l'l1 ,.Jlo. Porque si Vem1s y :\!arte tienen también
su'i llabitantl"l, si Satmuo y .Júpiter, globos tan grandes en com-
paración de la Tkrra, tienen una población proporcional, 6 no
T>Odrá el homhrc ser cll'Srntendido y olvidado 1 ¿Es digno de ser
mirado por <'1 ('rc.>aaor de semejante t nh·erso 1 I1as almas más
piadosas, • no podrán, no d1•he1·án yolver a la exclamación del
~almistn: "¡,Qué> es el homhrc•, Señor. para qu<' tñ te acuerdes
tlc 61?" Y N>Üt e:xclam:wión, ¡no será SC(..•uido, hajo el nueYo
:-tspN·to del mundo, por una (lt>hilitación en la cref'ncia de qur
Dios ~P actll'rcla de noso!ros~
1 1
¿ Qur stw<'<lel'ii si continuamos elevándonos en c>l conocimien-
to dl'l 11niYrrso! :\Jny pronto el sistema solnr todo entero no s('rá
mlis tpw nn ¡mnto, la Tit>rra irá desapareciendo cada vez más y
llr~uní rl rnonwuto en que se verá complctamrnte aniquilada.
I J!r~aclos nhí. ; r6mo poclrá C'] hombrr cspera t· C!SC cuidado esp<'-
(·ial. privilt•!da<lo, JU'OYidc.>tH:ial r Pf'I"'ODal que la religión nos da
n ronocer! Extin!:{uida rsta creeueia, ¿no SC' sient.e el hombrr
•le-;clc enfom'cs lleno ele eonfusión, des~rnciado, desolado y aban-
donatlo ! ' 1
Tal <'s la rloc·uencia del ReY. WhewPJl en la cxposieión de
Jos hechos astronómicos que conmurvf'n ei cdifil'io rí'li¡:rioso. Esta
clocurm·ia rs dc>snstro~a, habla <'tf'rnamente en favor d<' nuestra
clott rina, y <'S <'1 peor sct'\'Í<'io que podía prestar a sn r~m sa. Vea-
Juos ahora c·ómo allana t•sas graves dificnltades.
Rrg-Íln lmC'st ro docto negador, no hay más que llll solo pla-
tl<'ht 1]11<' st•a susc·cptible de haber recibido el don de la hahitaeión,
no hay mú-; qm• nn !:!olo planeta que esté E'll las condiciones rl'-
qurridlls pam sC't' la t·e.,iclnn<'ia de la Yida y de la inteligencia, y
1•ste planeta . .. lo adidnáis sin traba.io. <'S la 'ricn·a que habita-
mos. Sin chula sc podrá preguntar al RrY. 'Vhewell en qué razón
se apoyn rse asct·to qne parece complctmn<·ntc gratuito; podrÁ
prrgnntáJ~t'h' <·núl<•s son esas eondicion<''> rrquericlas que perh'-
n<'cen a nucstro globo t·on exelusión dr todos los demás ; el sabio
doctor sr Ycrá rn el fondo mu;\· a}mrado para podernos eontestar.
Pero como las o firma<'iones, las eousitlcrac·iOJws. los razonumiento~
<'apcioso · lll) IP fHitan, tomará la 'l'ierra <·omo pnnto de comparn-
<>ión ah;:oJuta; ~- 'hallanclo qtw los d<'má!i mmHlos no están en con-
diC'ion<''l idf.ntic·us, dcclneirA dl' ahí nn1y st>ncillamentc que cl'o,
otros mnmlos son inhabitabll's. Dt>sdc el punto d<' vista clrl calor
y eh' la lnx sularc", (·onsi<lPm PI gl'atlo inlH'rí'nlC' a nnrstt·a l'PSÍ-
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280 CAMILO FLAMMARION

dencia, y declara sin más forma de proceso que Mercurio es


clmasiado cálido para admitir seres vivientes, Urano y Neptuno,
dem:uliado fríos y dcma~iado oscuros. Desde el punto de vista
rlP la densidad, siendo Saturno mucho menoN denso que la 'l'ierra,
lo <'fl demasiado poco para abrigar seres sólidos. Desde el punto
ele vi:~ta de la~ causas finales, veremos en seguida su singular
manera de dar cncnta de ella. Pero oigamos más bien el autor
mismo. cu su razonamicmto formal, en su ejemplo fundamental.
'l"l'utanclo la causa de los planetas y del más importante entre
<•llos: "Júpiter --dice-, no pesa sino trcscirntas treinta y tres
vece:-~ más que la Tierra, lo que, rn razóu de sn volumen, le da
Hila densidlHl que no es m.ás que la cuarta parte de la Tierra; es
por consig-uiente menot· que la do las rocas que forman la corteza
terrestre ..~· apenas mayor que la del agua. Es casi cierto que la
(l<'nsidad de .Júpiter no es mayor de lo que sería si su globo entero
l')otnviesc compuesto de agua, sobre todo si se atiende a la com-
J>l'C.''Ii6n que las partrs interiores sufdrán bajo el pe!:IO de las
p¡trtes Mtperiorc!l. No l'S, pues, una conjetura enteramente arbi-
t rnria ol decir que Júpiter no es más que una esfera tle agua.
''En el aspcrto de Júpiter hay algo que confirma esta apre-
t•iaci6u -añade d antor-. Este astro no Cli exactamente esférico,
sino un poco achatauo como tma naranja; esta forma es la que
t·evi!;tO todu masa flúida arrastrada. en un movimiento d«' rota-
ción sobr<' su rje. El achatamiento de Júpiter es bastante mú
pronunciado que el de la Tierra, pue.r;, su diámetro ecuatorial es
!lll diámetro polar <'Cimo catorce es a trece. Tenemos, pues, ahí una
confir;rnaeión de que este globo está compuesto de algún flúido
de una dt•nsidad equivalente a la del agua. Adctná'l de este he-
cho, el aspecto de Júpiter nos presenta unas fajas de nubes, som-
brías o iluminadas, CJ.lH' concn paralelamente a liU ecuador, y
que cnmhian 1le lugar y de forma de tiempo en tiempo, lo cual
lw hedw pcmsur a casi todos los a~t1·6nomos que Júpiter estaba
J·odt'ado de nubes cuya dirección está det.<.'nninada por corrientes
U11llogas a nnc.~tros vientos alisio<;. Esta es una prueba evidente
de q1w hn.r muchn ag-u11 sobre .Júpiter, y una conformación de
lllH'strJt tonjct u ra d<' qne este ¿¡qt ro todo cntrro no es más que
una mn'{a de a~ua.
''Por otra }mrtc, un hombre seria dos vecr'i y medio zruís
pt"<udo en J úpit<'r que en la Tic na; quedaría por tanto abru-
mado por· su propio· peso. Scmt•jante aumento de gravedad es
it compatible ron la constitnciiín de los grandes cuerpos anima-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 281

dos¡ unn p<'quciia criatura, un insecto, podría correr afu1 cuando


fuese tres ''cces más pesado, pero un elefante no podría trotar
con dos clcfant<'s encima."
Si, ant<' to1la." estas condieiones pertcn<'cientes a ,Júpiter, su
densidad, ~u ron~tituci6n fluírlica, su di!>iancia del Sol, cinco
veces mayor que la de la Tict·ra; si, nnte este estado de cosas, se
prcg-untu qué t•spccies de seres vivientes pueden haber aparecido en
su superficie, el doctor Whcwcll contestará que no pueden sel'
sino ma.sas cartilagi?lOSas y glutinosas, probablcmcnto de escasas
dimensiones aunque no obstante pueden vh•ir grandes monstruos
en un centro acuático. "Yo no sé -aíiade gravemeute--, si los
partidarios de la Pluralidad de Mundos se contentarán con esta
clase de srrcs, pero les precisa escoger entre esta creación o nada.
Porque, considerando que Júpiter no parece ser más que una
masa de agua, tal vez con un núcleo de ceniza en su centro y una
cubierta de nubrs n su alrededor, está uno tentado a no conce-
derle vida alguna.''
Aeaso algún pen~;ador, admirado de semejante solución, se
arri<'sgue a preguntar a nuestro ingenioso teólogo para qu6 si1-ve
el número de satélites que fué dado a Júpiter, y qué piensa de
eie ma~nífico séquito de cuatro Lunas que rnriquece el cielo de
t>Ste vnsto planeta. El teólogo responderá que las lunas de J úpi-
tcr pueden perfectamente no servir para nada, y que además,
nue':ltra pobre I.Jtma no tuvo otras funciones durante el largo
perío1lo en que nuestro globo estuvo cubierto de agua y poblado
de monstruos saurianos y de peces cartilaginosos semejantes a los
habitante'! de Júpiter.
Así 1azona el Re,·. WheweU, y las consideraciones a que
.r úpilcr ha servirlo do base son aplicadas con variantes, según el
mundo a los demás planetas del sistema. Saturno, o no tiene ha-
bitantes o son criatu1·as acuosas, gelatinosas, dema.':liado apáticas
además, para parecer vivientes, flotando en sus mares helados,
!'nvueltns eternamente en el sudario de sus húmedos cielos ...
¡ Pohn's habitantes de Saturno 1 Pero no los compadezcamos, por-
que el doctor Whewcll nos asegura que no tienen conocimiento
de su tri~>te estado, y que si tienen ojos (lo cual duda mucho)
uo pueden ver ni al Sol, ni a eso ejército de satélites, ni a <>sos
anillos rc'lplandccientes, que sólo ae ofrt>cen en espectáculo al
afoJ'tunatlo hubitantt! de la. Tierra.
rJOS demás planetas son tratados de tlU modo parecido. En
cuanto o lns estrellas, en lugar de ser soles, como nosotros cree-
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282 CAMILO FLAMMARION

moc;, ~>on. rn su mayor partr, aglom<>t·nciones de materia lmniuo'la


di fusa; y con mayor moti,·o, sucede lo mismo con las nebulosas.
:'\o nos dctendrrmos en rPfutacionrs; sería pre<'iso ''olver a em-
¡wzar nn<'slro libro para contestar a todos los argumentos gratui-
to<; ron que> Pl nntor apuntala sus frases. Cuando uno se ve redu-
c·itlo a srmejru1tcs suposicionc>s para sostener un sist~ma, muy
malo rc;tá d pohre sistema.
~iu e>mhargo, no podemos rt'sistir al desro de ediJ'icar al lN•-
tor sohrc !'1 modo con que rl autor trata nuestras creencins más
CJIH'rida¡:;, a nnrst t'as c1·rcncias sobre la grander.a d<' Dios y sobl'P
c1 r<>plrndor ele su obra.
ll<' aquí en pocas palabras e>l resum<'n de su capitulo sobrr
rl plan dh·ino. (The Argument fi'O?It Design.).
El autor nos aconseja desde Juego qu<' no confie>mo!'l en la
omnipotE>ncia de la Naturale7.a, ni asegur<'mos que ha podido rs-
tablc'rc·r, rn otros mundos ~· ron otros rlrmentos, s<>rcs vh·icntcs
<'onstituídos dr dif<.•J·<'nlc modo qu<' aquí lo están. Si, por ejem-
plo, rlrrimos que>, a pPsar de la O<'hilidad de su de>nsidad compa-
J·ath·a. Satumo puede sin embarg-o ser un globo sólido, sirviendo
de lngnr fijo para la r<>sidrneia de erintnras activas. SC' nos obje-
tará qtw Satnl'l1o no t'S más qur una esfera de Yaporcs, ~- si po-
nrmos en él habitantes. obramos a la manera el<> los poetas, de
Virgilio, dr Tasc;o, ele 1\Iilton, de Klopstock, sin otras bases m4s
st•rias ... y qtw la misma ra1.6n tenemos para llenar de seres los
<'spa('ÍO'\ intt>rplan<'tarios, las colas de los <'Ometas, ctcét<>ra.
'"Pal Y<'r. hoya personas qne, aún no pudi<'ndo r<>sistir a la
fnp¡·za el<> mwst ro<; argumento~ - añade el antor (¡qu é modes-
tia!)-. no los admitiri'tn sino con disgusto, y habiendo creído
hasta ahora hnbitaoofl Jos plmwtas, SC' ''<'ríin con P<'Sar despojados
clc> Psta <'l't'<'ncia, porque lc>s parecerá qne nosotros adlicmnos la
( '¡·c¡wi6n divina. Quizá esos seutimi<'ntos sc>t•án mayores ailn, si
t i<>ncn que errt•r ahora quP pocas estrellas, por no dE'cir ning1ma.
son el <'<'lltro d<' sistemas habitados. Le>s pare<'t'l'á que rl campo
d<> la obra de Dios ha disminuído, ~- que su ]¡{'ne,•olencia y su
gobierno sr aplican de hoy Pn más a un ohjPto lll<'U(Ilino: porque
en Yez d(• ¡;pr PI ~riíor ~- rl gobE>mante de unn infinidad de mun-
clos, rceibiPndo la adoraci6n de las inteligendas que poblaban eso
millones d<> <>sfrrn<;, ya no rs más que ('] autor ele un pt'qucño
mundo iu1perfc.>cto. Xo negamo<; que haya grandrs y penosas di-
i'icultades pura <>l hombre qul' <'l'('f' en la Pluralidad ele 1\Inndos,
d!"lpl'<'llclt't'st• dt' t•sta C'l'C'<'lH'in; no negamos que <>ste rambio le
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PLURALIDAD DE MU.NDOS HABITADOS 283

cau~cn pPrtnrhación y aún repugnancia; pero, una ve?. dado el


paso (una vez t1·a~acla la píldora), la religión está satisfecha."
El doctor Whcwrll espera, pnes, que el lector r<'eibirá con candor
y pacic•ncia los al'f~nmentos siguientes:
"Y, ademá¡:;, no C'S tan tC'pugnantP cr<'er qne la mayor parte
del l'niY<'rso <'Stá YD.<'ÍO de criatnras, cuando !<tth<'tuos, por la ~eo­
logía, ({\1<' la Tierra S<' l1a hallado en ese estado durante millone~
clC' años. El hombre 110 Pstá sohre la Tierra, sino por ci<'rto pc>-
ríodo limitado; antes de su aparición, este globo no estaba habi-
tado más que por b1·utos. peces, saurios, aY<'S, animales privados
todos ele facul1adrs int<'lcrtualcs. No tenemos más que familari-
~amos c·on esta consid<'rac>ión, ~· bien pronto los otros planetas c:;c
noc; apa recerán bajo rl mismo aspecto. Es preciso resignal'l1os: y
adrm{u;. no rs la primcrn t•rsignación dc> este g6ncro que se nos
r.xigt'. Hn ott·o tirmpo se c·rPÍH que PI Ord<'nador lmh·ersal dirigía
las esferas por mC'dio dr sus ítngclcs; cada uno estaba destinado
a la <lirc<'c•ión dr una esfrra. La proporción, el número, las di-
mensionrs de <'SRS C'sfrrns constituían al mismo ti~'mpo una armo-
nía no pC'I'eibida por nuestros sentidos. Ll<'gó el día en que estas
<•rernciac; debieron d<'s\·anrccrsc. Fueron rcempla~adas por la h i-
pótC'sis dP la PlnralidfH1 tlr )fundos j dejemos ho~- rsta como h<'-
mos «lC'jado la otra."
Si los que han est abl<'eido alg-una doctrina espiritualista so-
brr E'l Psplcndor Yisiblc de los cielos no están conformes con <'Ste
modo dC' ¡n·ocedcr, no clel)('n SE'r tomados por lo serio en esto; 110
p111chan más que un hecho: "la natural<'za religiosa del hombre
~' In necesidad ilwt>ncihlc clr elevar su alma hacia la idea de Dios
que S<' manifiesta ('n todas partes rlel UniYerso. Y el Universo no
Nn·ect' flp grandeza porqnl' se le prive de habitantes : los objetos
más grandC's de> la ~atmal<•za están desprovistos ele vida. Esas
montañas alpestres que se t' l('\·an en las region<'S de las nieYes
perprtuas; ~' esas nubes esjlléudidas de mil matices, ~' <'SC océano
tnmnlhtoso ron sus tnontaüas de olas, y la aurora boreal eon su<t
mistNioc:;o pilat·e., <lr fuego, todos estos objetos inanimados son
Nublim('~ y rlcnm <'1 alma hacia el Creador. Lo mismo sucede <'011
las <''!tt·C'Jias; lo mismo ron <>1 hermoso Júpitet·, con Saturno el de
los anillos mi~tcriosos.
P(•ro, a<:aso, S<' objetará todaYía que los <"Uerpos celestes que
manifiestan en su simetría, en sus formas, <'ll sus movimientos,
C'n sus t' l(•mentos armónicos, la prueba evidente de la mano didna
qne loil J1a formado, tleh<'n ser por lo mismo el objeto especial
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284 CAMILO FLAMMARION

<le lo::~ c·uirlarlos del Creador. Tales leyrs, tal orden, tal hermosura,
implican ~qnrcntcmente que estos astros son objeto de algún no-
hlf" designio. - No hay nada de eso, responder~ el doctor, guar-
clémonos dr semejante idea. Tenemos en la. naturaleza terrestre
la prueba de lo contrario. Hay objetos que puedPn ser hermosos
~- formados según las leyes que r igt'n las moléculas sin servir
para ningún designio conocido. Veamos, por ejemplo, esas pie-
tiras triangulares, cuadradas, exágona~, esas magníficas formas
crishtlinus que revisten las gemns, los minerales, las piritas, los
diamantes, las <'Smoraldas, los topacios, y la multitud de piedras
preciosas en donde el ojo del cristalógrafo descubre una admi-
rable geometría. Veamos esas esprcies minerales que, como el
espato calizo, presentan centenares de iormas, todas de la mayor
t·e~ularidad, esos cristales de hielo, constituidos por las mismas
IPyrs de la agregación molecular, esas iormas incomparables que
lo'l viajeros han encontrado en las regiones árticas, esos magnífi-
c·os copos clr nieví'. Entonces sabremos que la bcllc1.a y la sime-
tt·ín de esos objetoc; en su propio fin, y que son el efecto necesario,
y ~in cons<'<'lH'ncias, de las leyes de la química y de la minera-
logía. ¿ Qné . crá si examinamos el mundo de los yegetnles, y si
ponPmos en <>videncia la galanura encantadora de las floresf
Obst>rvad los maticrs ele la ro ·a, del tulipán; reparad en el per-
fnml' dr la azucena, de la violeta; contemplad esa maravillosa
textura de las plantas, que lleva en sí el sello del Poder infinito
y cl<'cid para qué sir,·en esas bellezas incomparables, decid si su
t·ic¡ueY.a no rs por sí misma su propio fin, y si no son bfllas sim-
plemente porque le ha agradado al Creador que sean bellas. La
brllf'za ~- la rcgular·idad están necesariamente constituidas por
lnc; le,vc.s misml\9 dt~ la Naturaleza, sin servir por esto a ningún
fin. ~ Pa1·a qné sirven, exclama el autor· con un noble entusiasmo,
p:trn qné sin·cn esos C'Írculos espléndidos que decoran la cola del
paYo real, cíl'culos de los cuales cada tUlo sobrt>puja en belleza
a los anillos dr Ratumo! ¿Para qué el exquisito tí'jido de los
ohj<'tos mirroseópico.'\, más admirablemente regular que todos los
ohjd(IS dPRcubiertos 110r el telescopio? ¡ Para qué los suntuosos
{·nlores de los plÍ.jaros y de los insectos del tr6pico, que vivt'n y
mUI'N'II sin que el ojo humano los haya admirado nunca f 'Para
lfllt' sirvt>n los millones ele mariposas de di,•crsas especies, enri-
qlll-cidas con sus brillantes borda.do;; y su plumaje microscópico,
de· la'l cualPs no es pl'rcibida ni una por millón, o s6lo lo es por
el h<'Olar ,·agubuudo! 6Para qué sirven todas <>sas maravillas t
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 285

- Xo tirnrn otro fin qnr 1>robnr cuán cierto es que la belle1.a y


la. re~ularidad ton lo~ 1·n:;gos caracte1·ísticos de la obra de la
Creación.
"Pnc:>sto qnr es así - añade el antor triunfante--, cuale.c¡-
quif'rn I'}UC sf'l\n la brlJ('za y la armonía de lo)j objetos que el
telescopio nos descubre>, ni Júpite-r rodeado de sus lunas, ni Sa-
turno f'n medio de S11S 11nillos, ni las más regulares de las estre-
llas dobles, las aglomera<'iones de estrellas y las n<'hnlosas, pueden
ser <'Onsiderados como campos de la vida, como teatros del pen-
sami<>nto. Son, como las designa el poeta, las piedra.s p1·eciosas
del manto de la. noche, las flores de los campos celestes. No se
poch·ía encontrar la menor razón sólida para p('rmitirse sentar
que esos astros sean la residencia de la vida y de la inteligencia."
Escuchemos la peroración de su discurso: 11 No atenuamos
-dice-, la grande?.& del hombre, creado, ni la majestad de su
Autor. No sería exacto sostener que lo que nos parece amenguar
o engrandecer a Dios lo baga en realidad, porque los designes do
Dios no son los nuestros. El orden y la annon'ía están tan bien
e.stahlrcidos en nuestro solo mundo como en una multitud. Y
cuando nos hemos fami1iarizado con la idea de un solo mundo,
esta idea nos afecta más íntimamente, nos gusta más, porque
mu('stra al Señor más cerea de nosotros. La majestad divina, no
reside en los planetas, ni en las estrellas, que no son, después de
todo, más qne ro('as inertes o masas vaporosas. Al contrario, el
mundo material es inferior al mundo del espíritu; el mundo es-
pirtual es el más noble y el más digno de los cuidados especiales
del Creador; vale más que millones de millones de astros, aún
cuando éstos fuesen habitados por animales mil veces más nu-
merosos que los que han producido la Tierra. Si se considera, en
fin, el destino del hombre en sn vida futura, si se tienen presen-
tes las verdades de la religión revelada; y si uno coloca ante sí
el dollma de la verdad eterna, la conjetura de la Pluralidad de
}.{nndoc¡ se disuelve y cae en ruinas."
¡ Qnl' trabajo, gran Dios! ¡Qué fatiga, qué pena para servir
ten mal a su causa 1 ¡Qué gasto ·inútil de argumentos especiosos,
de sofismas más o menos hábilmente presentados, y, en resumen,
quó profunda brecha abierta en las antiguas murallas de la ciu-
dadela sagrada 1
Si hemos prestado a la anterior teoría más atención de lo
qne parece merecer a los ojos del astrónomo, es porque representa,
no el sistema de nn hombre solo, sino el sistema obligado de todos
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286 CAMILO FLAMMARION

loH tc6lo~os qllr prrtcnclen sujetar la Xaturalr1.a a su ol>edirnria:


¡ Th NJ.qo{i<l' h11milis ancilht! Sí; ved ahí a qué recursos están rc-
duridos los qur, encontrando inconciliablrs la gran filosofía de
la • ·aturaleza y su mezquina interpretación religiosa, quieren
hacer doblegar la primera bajo la mano descarnada dr la se-
gnnda. : Yrd ahí l.'n qné abismo se pirr·rlen aquéllos, cuyos ojos,
<'rnados a la bellen del mundo extl.'rior, están constantl'mente
vuelto•s hacia el intrrior de sí mismo-;, hacia la oscuridad, hacia
rl ya~1ÍO, hacia C'l silenrio. Tal<>s sist<>mas no nrc<>sit:m <>om<mta-
r·ios, a.rgumrntos talrs no necesitan re futación; no pueden llegar,
-:.· mr·nos aún !<educir, al alma iluminada por la verdad; se des-
t ruycn por RÍ mismos, como esos montones de arena que el ca-
pricho de los YiC'ntos lrvanta en un día clt> borrasca; y su ruina
PS al mismo tit?mpo funesta a la doctrina quC' ¡wrtcndia n con-
solidar y drfcnd<>r.
E,n Jugar dr mostrar así y di' poner C'n evidencia todas las
difcnltadrs qnc se levantan entre el dogma y la ciencia, sería más
prndc.nte, a nuestro par('err, sobre todo cuando esas dificultades
parrrc·n insolublC's, no provocar combates entre esos dos cuerpos,
<·uro .-~tado lógico sería marchar unidos rn busca dr la verdad,
lrjos <le rstar en antagonismo. La discusión, es sin duda buena,
~irmpre buena; pC'ro como de ordinario se emplea en beneficio
del más fuerte, rs por lo mrnos imprudente por parle del más
cl~hil ol provoearla aún desde lejos. Esto es lo que había perfec-
tamente comprl.'ndido la corte de Roma desde el año del Señor
16:l:J, .v no creemos que un libro de Ja Natnraleza del que acaba-
mos clr examinar sea jamás rccomC'ndado ni aprobado por los
p1·íncipes dP Ja ciudad eterna.
Así como preferimos las opiniones de Chalmers a las singu-
l:n·ida(1es drl doctor Whcwell, del mismo modo preferimos a ellas
In teología más científica que sir David Brcwster les di6 por
('OilfC'slaci6n.
''Es tan injurioso -dice (::)-, para los intC'rrses de la re-
ligión como degradante para los de la ciencia, ver a los parti-
darios de una y otra colocarse en un estado de mutuo antagonismo.
l ' na simple deducción o una hipótesis drbc siempre ceder el paso
a una verdad revelada: pero una yerdad científica debe ser sos-
tenida, aím cuando pareciese contradictoria a las doctrinas más
queridas d0 la religión. Discutiendo libremente el asunto de la
Pluralidad de :M:tmdos, no advertiremos colisión alguna entre la
razón y la rc,·elación. Tímidos y mal informados cristianos, han
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 287

rehusado, en div<'I'Sas épo(•as, aceptar ciertos resultados cientüicos


que, en lngnr rte estar <'n oposición con la re, son sus mejores
auxiliares; SB(·ando partido de este dc~?acierto, varios escritores
f'Scéptico!'l han desplegado entonces los dl'scubrimif'ntos y las de-
tlucciont>s de la astrononúa rn contra de las doctrinas fundamen-
tall's di' la Escritura. Esta incon\'eniente eontl'Oversia, que <'n
otr·o tiempo S<' excitó eonlra el movimiento de la Tiena y la
t>stabilidad del Sol, y más recientemente contra las doctrinas y
las teorías de la geología, concluye naturahncntt! <'11 favor de la
c•iencia. Las verclades del orden físico tienen nn origen tan divino
(•omo las verdades del orden religioso. En tiempo de Galileo triun-
faron sobre el casuísmo y el podl'r secular de la Iglesia, y en
uucst1·os dítVI las incontestables verdades de la. vicla Dntediluviana
han alcanzado las mismas Yictorias sobre los errores d<' una teo-
logía especnlati,·a y de tma falsa interpretación de In palabra
rlc Dios. La ciencia ha sido siempre y debe siempre ser la ayuda
de la religión. La grandeza de sus verdades puede ser superior a
nuestra vacilante razón; mas los que estiman y toman por apoyo
wrdades ig1.1almente sublimes, pero, ciertamente más incompren-
c;ibles, deben ver en las maravillas del mundo material la mejor
<lt•fensa y la mejor exp1ica<'ión de los misterios de su fe."
Llegando a la gran dificultad de la encarnación del Verbo,
..:ir David Brewstct· principia por establecer que, según todas la<;
probabilidades un gran número de humanidades han sido some-
tida::; ('Omo la nuestra a la influencia del mal. Al contrario, pues,
ele la hipótesis del americano Chalmers, que, en la suposición de
un solo mundo prevaricador, muestra cuánta es la ternura del
Padre C'terno para con esta familia, cuando prefiere el sacrificio
ele su hijo a la p érdida de sus criatut·as, mist01· David Brewstcr
trata de explicar la rt>dención posible de todas las humanidades
C'ulpalJles. Y, v{,ac:c su proposición:
"Cuando a l principio de nuestra era, se verificó en J el'Usa-
ll-n t>l gran sacrificio, fué por la crucifixión de un hombre, de
un ángel o de un dios. Si nuestra fe fuese la de los arrianos y
la de los soc·inianos, la dificultad religiosa escéptica, queda resuel-
ta: un homht·e o un {mgel puede igualmente ser enviado para la
redención d(' los habitantes de los demás planetas. Pero si cree-
mos con la Iglesia cristiana, que el Hijo de Dios fué necesario
para la expiación del pecado, la dificultad se presenta bajo su
más formidable aspecto.
''Cuando murió nuestro Salvador, la influencia de su muerte
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288 CAMILO YLAMMARION

se hi;;o extensiva hacia atrás, en lo pasado, a millones de hom-


bt·rs que mmca habían oído su nombre, y hacia adelante, en el
porvenir, a millones que no lo hahían de oír jamás. Aunque s6lo
hrillac;l' l'n la Ciudnd santa, la Redención se extendió a las tierras
má~> lejanas y a toda raza viviente así del antiguo como del nuevo
mundo. La di~ancia, en el tiempo o en el espacio, no atenuó su
saludable virtud. Fué una fuerza ''incomprensible para las inte-
ligencias crc•adas", que la clistanC'ia no modificó. Todopoderosa.
para el ladrón en In cruz, Pn contacto con la :fuente divina con-
scn-ó el mi'lmo poder en la s11ccsi6n de las edade!i, lo mismo para
el indio i el piel-roja del Occidente, que para el árahc salvaje de
Orientr. Por un poder de misericordia que no comprendemos, el
Padre C'ole~tial t>xtcndió hasta ellos su saludable poder. Pues bien:
emanando Ul'l planeta medio del sistema, quizá por necesitarlo
mayormellt<', J por q1Lé este poder no había de extenderse a los
d6 las raza.~ planetario.s del pa.sado, llegado el día de su reden-
ción, :r a la.s del porv8ni1·, cuando se haya cumplido la medida
de los tiempos f
Para haC'er compr·ender mejor su argumento, el autor supone
que nuestro gloho, al principio de la era cristiana, se hubiese
clh-idido en dos partes, como parece haber he<'ho el cometa de
Biela en J846, y t¡ue sns dos mitades, el antiguo y el nuevo
mundo, hubiesen viajado, bien como una estrella doble, bien in-
depcudirntcmente la una de la otra. En esta hipótesis, los dos
fragm<'utos, ¡no hubieran pnrtidpado del beneficio de la Cruzf
Rl antit,•uo y el nuevo mundo, ¿no habrían alcanzado el mismo
favorf El penitente de la.s orillas del Misisipi, no habría recibido
la mic;ma grn<·ia que el perí'grino de las márgenes del Jordán 1
Si, pues, los rayo11 del Sol de justicia, lle"t"ando sobre sus alas la
salvación, huhieran atravesado el ,·acío que hubiese separado en-
tonces el nmndo americano y cl mundo europeo, así divididos,
Atodo¡.¡ los planetas -mundos creados por ese mismo Dios. forma-
dos de los mismos elementos materiales, bañados en la aureola
del mismo sol-, no han podido ignalmente participar del mismo
presente del cielo f
He aqní una teoría que nos parece de naturaleza propia para
satisíaarr a los cristianos más afectos a su dogma, y que puede
allanar a sus .ojos las dificultades con más facilidad que el ex-
oontrico sistema del doctor Whewell. Esta teotia es también pre-
ferible, a nuestro parecer, a la que presenta un número de en-
carnaciones divinas igual al número de mundos pecadores, y que
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 289

lta<'r dcscendt•r al Cristo-Dios en ott·as tantas hnmanidad('S cuan-


tos .Adanes dt•sotll'dirntPs hn habido. En t>sta última opinión, la
liajestad didnn ~ la ~ahiduría ctf'rna son tratadas con dema-
siada familiaridad.
En <·nanto al al'gnnH·nto que se apoya e11 la pohrP7.a, en la
rxigiiiclnd. rn la insi~niíit·ancia de la Tierra, para sentar que
nuf'stnt ¡·c·sidencia pit•nlf' sn primitivo ,·alor ante el Dios (lPI cie-
lo, <·nando las dcducciOJH'S astronómieas han proclamado la doc-
trina clf' la Pluraliclacl tl<• :\fumlos, st' ha <.'ontcstaclo, eon t•az6n,
fJIH' I'Stf' aq~umrnto Nll't'<'<' <k YaloJ· y de la mi'ts lf've autoridad.
('omo rst(' asnnto rs ajt•no a las uiscnsiones <logmáticas, damos
nbier·tamrnt<' mwstm opinión sobre rste particular. A nu(lsh·o
pat'N'rr·. rs trm•r una nori6n falsa e incompleta de la Ornnipo-
1cnc·in, imaginar t>n ella w·adaciones de más o de mcno'l. Lo
Infinito. nnda tiene 1l1~ c·omún con la~ Claqnezas de lo finito. ~
C'ada \'1'7. qur at ribuímos a Dios, nu!'stro modo de })ensar, le atri-
huímos implicitamE>nt«• la e; t'líi<JU<'zas dl' nnest ra naturaleza. Si u
duda se lleC'rsitu un ¡.:randr PSÍnE'rzo para rlevarnos a la idea
(le• un gran poder in finito, ele nna in finita ternura, pero es pre-
<'iso hai'Pl' rstr I'SÍncrzo o abstenernos de hablar ele Dioc;. Que
loe; qur ~;r n·n inclinados a prestar a Dios Huestras ideas sobre
las granclc•zas rl'lath·as, sohre lo mt>nor o lo mayor, c;ohrr Jo fácil
y lo di fíc·il, soht·<' lo largo o lo hr·rY<', considc>r('ll rl grano de
trigo c¡uf' gc•rmina bajo la ti<'rrn, y digan si no es tan graudt>
Dios E>n la gcrminac·ión <le este grano de 1rigo, como rn la direc-
<'ÍÓn c1r un ~fundo. <'onsider<>n la Pneina salicnclo tlr la h<'llot~.
la azHcena r<·,;st icn<lo ~u blancura, la curruca dando <·011 rl pico
la comida a liUS pcquf'iiurlos, el ojo del hombre contemplando t>l
mundo C'Xtf'rior y transmitiendo ul alma el espectáculo de J¡¡
¡laturall'zn y digan ~; la fuerza que sostiPn<' y anima todas las
cosas no rs infinita rn la bellota que germina como en el alma
quf' pf'rcihc. Estudien la Natnraleza y <lif.(an si lr es más rlific·i1
a Dios cncrnclr•· nn sol que rntrC'abrir una rosa. No; esta ~runrlr~
y uni,·f'rsnl ;\a111l'alczn se> bmla de las fuerzas más formidable~,
y para <'rra•· maravillas 1<' basta una sonri~. )liro•l esas nuhe-.
ele la tarde r·U,\':1 Jllll1lÍU'<'H frm1ja I'<'<'Ol'la rl A7.Ul cl<'l cil'lo: ¿ qné
ha sido prwiso ]mra l'<'llllir· allí en un alwir y <.'l' l'l'Hl' de ojoc; y
ron tal profusión los <'OIOl'<'S miís t·icos, los a<·ciclentes más variado<~,
los mati<•1•s más armonimm~! ¡ <inr s<• ha lll'ccsita<lo para llcnm·
C'SOS follajt•s el<• t·a,\'US c•rt'ptt.s<'nlarf's ~- haC'<'l' surgir nn cspl~ndide
Jtot·izonl<'! J <-lu(.. pnrn clc•n·amnr t•sos pc•J'Úlmcs 1'11 la templada
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290 CAMILO FLAMMARION

atmósfera f ¿Qué, para calmar eso mar borrascoso y darle la sere-


nidad del cielo 1 ¡,Qué Jc ha sido preciso al Ser universal para
desplegar los esplendores de una aurora boreal o pa1·a extender
una nebulosa en los desiertos del vacío 1 Le ha sido preciso me-
nos que a nosotros para nuestl·os trabajos más sencillos; le ha
bastado querer.
Sin razón ninguna, se presentaría, pues, a la Tierra como
indigna de la atención divjna, a causa de la innumerable multi-
tu<.l de mundos que vagan en el seno del espacio; la universal e
idéntica presencia de Dios envuelYc a la Creación como el Océa-
uo a una esponja, ella la penetra, la llena; es la misma en todas
partes, y su caráctrr de infinidad le está. ínviolablemente nnido.
r~a providencia del gorrión es infinita como la providencia de
la Vía láctea, ni mcnos cuidadosa, ni menos sabia, ni menos po-
'lerosa, infinila. en uua palabra, cu el único sentido inherente a
P~te carácter.
Importaba insistir sobre este punto, a fin de alejar de cier-
tos espíritus la falsa idc.>a que nuestros estudios mal int<>rpretados
hubierau podido dc·ja¡· en ellos sobre este sublimo atributo de la
Persona divina.
Acabamos de ver cuáks son las explicaciones que se han
c·mitído para conciliar la doctrina de la encarnación de Dios sobre
Ja Tierra, con la doctrina de la Pluralidad de Mundos. Este ert.
ol prinw1· punto U<' esta nota. Pasemos ahora al segundo.
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 291

NOTAS DEl, CAPITULO PRIMERO

(1) Astronomical Discourses. On the Christian Revelation viewed in Co~


n.ection with the modern Astronomy, Discoursc 3.th: On the Extent of th'
Jiuine Condncenslon.
(2) On the Plurality of Worlds, an Essay, London, 1835. (Obra anóni-
ma; pero el nombre de M. Whewell nunca ha sido un misterio para nadie).
(3) Mo re Worlds than On1, the Creed of th1 Philosophtr and op1
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C"0SMOGONJ A DE LOS LIBROS SANTOS

'l'odos los tE.'ólogos reconocerán E.'sta antigua y solemnE' fi¡~ura,


f!UC les rE'COI'dará el capítulo: D e Ente-loco-rnobile de la Pa1·.<:
Ph11·~ic1.1 de sus trawdos SPcularcs, y qne los trasladará a la Edad
ME'dia, su época gloriosa. En efecto, extraemos esta figura de
una célebre obra impresa en el año 1591, siglo de Copérnico;
•·eprcscnta el sistema de Ptolomeo cristianizado romo esos mapas
mudos qu~;> se bautizan con nombres conYencionales. En el centro
del mundo reina la Tiara, residencia del hornbr<', tratro de sus
pruebas, habitación de su vida temporal. Debajo de la superficie
tenestrc rstlin los Jugares inferiores c1ondf' puNle en trevPrse al
antiguo Tártaro, conocido al presente bajo el nombre de "Infier-
no". l\Iús allá (le la Tierra, elerándosc hacia <'l rielo, se encuentra
primero la esfera de los elementos, en donde el fuego sucede al
aire; después las esl'eras de la Jmna, df' Mercurio, de Venus, que
»ucrsiYamcnte visi1ó Dante el Viernes Santo d('] año 1300; luego
,.¡ Sol, Ma1·tt', J úpitrr ~- Satnrno, s~ptimo y último planeta. :Más
arriba ~e JH'l'rihe el firmamento (fil·rnus, sólido) . en donde están
.suspcnclidns las ('Strellas fijas ( 1 ) ; despurs el maraYilln~o noveno
ci(']o; luego el primer m6Yi1 cristalino; ;.·. <'11 fin, !'] E m pirro, o
momdo ele los bienovcnt1tra.clos.
T<~sl<' sistema rstá cxplíeitam<'ntc enseñado en lns obras 1eo-
16gieas que, <~omo la Summa de Santo Tomás ele Aquino, trataron
108 diferente~ asuntos relacionados con el dogma cristiano; está
implícitamente rcconociJo por los Libros sant~s que, sin ocuparse
~ccialmcnte de cosmogonía o de astronomía, sufrieron, no obs-
tante, la influencia de las ideas admitidas en la época en que
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294 CAMILO FLAMMARION

fueron escritos. Sea, pues, que el sistema de Ptolomeo se encuen-


tre expuesto y defendido en esas obras, sea r¡ue se pase en silen-
cio, el hecho fundamental sobre qué importa insistir aquí, es qu"
ese sh;tcma está en el fondo de la teología antigua y de la Edad
Media.
Acabarnos ele decir que, en lo conccrnic>nt-c a la cosmogonía,
los Libros santos había sufn'do la influencia de las ideas admi-
tidas en la época en que fueron escritos. Este es, en efecto, el
fondo de nuestro pensamiento. No siendo la misión do esos libros
enseñar la física o la astronomía, no entraron jamás rn el campo
de las d iscusioncs científicas, 110 era éste Sll ob;jcto, pero sufrieron
las opiniones y admitieron las teorías enseñadas en su tiempo.
En la época en que el cristianismo echó sus primeros ci-
mientos, durante los siglos de lucha.<J que sucedieron al apostolado
Pvangélico y basta el establecimiento definith·o por los concilio.'>
de las ver<lades fundamentales de la íe cristiana, el sistema de
Ptolomeo fué el que representó el sistema del mundo. No se tenía
noción alguna del espacio ni del tiempo. Se bahía creído medir la
altura del cit>lo diciendo con Hesíodo que un yunque cayendo del
cielo juvertiría nueve días y nueve noches en llegar a la Tierra,
y otro tanto en llrgar a los infiernos. Se encontraba muy extraño
que un :fi]ósofo se atreviera a pretender que el Sol Iuese m~
grande que el Peloponeso. No se conocía más que la Tierra, y de
ella, sólo las regiones habitadas; el resto, desconocido, se perdía
en la vaguedad. y en la obscuridad de los ensuefios. La Tierra
no podía estar aislada en el espacio; ¿sobre qué cimientos hu-
biera d<'scansado T No se podía habitar sino encima: lo de debajo
de la 'l'ierra, nadie Jo había visto. y si algnicn hablaba de 1011
'antípodas, se encogían t1e hombros, admirándose ele que un hom-
bre fncse bastante tonto para creer que pucliesen vivir seres con
la eabeza abajo y los pies arriba. J.JaS estrellas eran pequeñas
chiapas sujctru¡ n la bóveda celeste; el Sol y la Luna eran dos
antorchas para el scn·icio de la Tierra. J-'a Tie1·ra no era un
planeta, un mundo; era el Mundo.
Si algún cometa cabelludo aparecía en el cielo, era signo pre-
cursot· ele un gran acontecimiento. Un eclipse no era un hecho na-
tural; era también un signo para el hombre. "Durante el rei-
nado de Hunerico, rey de los vándalos -dice Gregorio, de
Tours- el Sol se obscureció hasta el punto que apenas se veía
Ja tercera parte de su disco. La causa de ello fué -creo yo-
tantos c1·ímenes y la, efu.sión de la, sangre inocente". Esta frase
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS

de Gr<'gorio de Tours, puedt' ap1iC'at'Se con variantt~s a la inter-


pretación de todos los fenómenos de la Naturale;m que se apar-
taban de su mareha. ordinaria: todo se refiero al hombre. La~
ideas admitidas sohrc el sistema del mundo dominaron a los cris-
tiano'! cou1o a los bárbaros. Nadie hubiera podido entonces SH'i·
traersr a su influPncia.
Así es que, no so necesita 1.m examen minucioso para demos-
trar qnr el sistema físico del mundo, adoptado al principio de la
era cristiana v durante la lucha de los concilios ha servido de
armal'.ón al etlif icio de la metafísiC'a religiosa; la observación de
este sistema y su coropara<'ión con rl conjunto del dogma cristiano
tanto <'n lo qur C'Oncierne a la vida presente como a la vida
futura, mu<'stran claramente que ]a antigua opinión cosmogónica.
estaba arrni~ada en el fondo de las inteligencias que asistieron
a los concilios, sirviendo necesariamente de base y de punto de
apoyo al edificio de las ideas.
Siendo esto a~;í, cstablecióse desue los primeros tiempos una
eorrelación <'ntrc la enseñanza doctrinaria y la física del mundo.
No hay tanta distancia como se supone entre la física y la meta-
física; en la esfera misma de lo ideal, el hombre no es entera-
mente independiente; Jos principios arraigados en el fondo de su
alma sirven, inconscientemente, de fundam<'nto no sólo a sus con-
cepciones habituales, si que también a las tlue parecen serlo más
extrañas. Por otro lado, no pudiendo construirse ningún edificio,
en el vacío, el edificio mismo de la fe, exigió una piedra funda-
mental, y vccl aquí por qué la fe cristiana <'Stá en plena armonía
con el antiguo Mistcma del mundo.
De aquí el que haya fundamento para argüir a los defen-
sores de esta fe sourc lo que piensan respecto a la solidez de su
edificio, dl'spués del tcrriblP. golpe que derribó su armazón hace
tre.c: siglos ; llay .fundamento para preguntarles si, en virtud de
la solidaridad que existe entre el sistema. del mundo físico y el
sistema del mundo moral, sn símbolo no ha sentido algunos de los
golpes dados al primero de esos sistemas.
APuede la creencia cristiana, sin admitir algun4 nwwa inter-
pretación, alguna modificación sistemática, conciliarse sin esfuerzo
con el nueYo sistema de los mundos? 'J.'al fué, tal es la gran
cuestión.
De dos maneras se ha contestado a ella. Por una parte, con
la negativa, declarando terminantemente que, comprendida lite-
ralmente tal como lo ha sido hasta el presente, la doctrina reli-
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296 CAMILO FLAMMARION

gio.~n 110 se avk•nc con la enseñanza dC' la nueva ciencia astro-


nómica. Esta contC'staci6n establece Ulll\. escisión entre la ciencia
.v In Iglesia. La S('gunda ha sido en favor de la afinnativa; pero
par·a llegar a una perfecta conciliación, ha consentido visihlc-
mC'ntt• en algunas modificaciones de gradación, en algunas nuevas
interpr·f'tarioncs; no se ha mantenido obstinadamente en el scvm-o
Nmt pO.'t.\ltnz.~¡ no ha ronserYado el etC't'no statu quo d<' lo in-
mntnhlc.
E'!tas son lns dos fases de la cuestión. Dl•sarrollémoslas, a
fin do ofrecer al lector los elementos necesarios J)llra permitirle
juzgar el hecho en cuestión y fijar sus opiniones.
Escuchemos prim<>ro la intcrpr<'tnci6n cicntífico-dogmfttica de
sir David Brcwstcr, el sabio socio de nuestro Instituto. Su gran
sRber no le impide ser profundamente adicto al dogma, como ya
M ha dsto: qnÍN'(' defender lo uno y lo otro. Al contrario de
lo~.; '18lJios frnnces<>~. los sabios ingleses estiman má~ sus dogmas
religiosos que mw:;tros doctores en derecho canónico.
11
Cuando nuestros conocimientos sohre el espacio no se ex:-
l('nclian mús allá del Ü<'éano -dice--, sólo podía colocarse la.
mot·ada de los hi<>naYcnturados en el ciclo empíreo. Em·uclta en
uua sombz·u ,-aga, la ,-ida futura parecía un sueño a la razón del
ct'btiano, aunque fu('se una realidad para su fe; en vano se pre-
guntaha ruál sct·ía esa vida futura en sus relaciones materiales;
c.on cuáles rrL,PÍones del espacio debía cumplirse; qué dones inte-
Jectnalr-; y espit-itnales le cabrían en suerte. PE'Iro, cuando la cien-
c·ia le hubo cns<'ño<lo la historja pasada en nuestra Tier1•a, su
fot·ma, su \'OluntRd y sns movimi entos; cuando la astronomía hu-
ho oiN'l'l·ado t>l si::~tcma sola1·, medido Jos planetas, proclamando
QlH' la 'l'icrra es una rsft•ra mezquina, que no ocupa ningún lugar
clistinguiclo entre sus giganL<'scas eompañcras, y <'uando el teles-
c·opio hubo establecido ntl<'\'OS sistemas de mundos mucho más
:tlltí dr lo<; Jímil~s del nuestro, Ja Yida futma del sabio tomó asien-
to C'lltrt• rsos mundos, <'11 un <'~pacio sin límites así como en una
dut·nci6n siu fin, sohrc las alas del águila, la imaginación del cris-
tiano se eleYó hasta r1 cenit y siguió sn vuelo 1Hlsta el horizonte
del l'Spacio :;;in a lranzat· jamás nn térmil1o que se alejaba inccsatl-
temcntr; y en la iníiniclad de mundos, en <>l seno de una vida in-
finita, descubrió los campos de la vida futura.
''Las mira e; del cristiano -añade el autor-. concuerdan con
llls Yerdadcs de la astronomía, sosteniendo la Pluralidad de 1tiun-
dos, estamos afortunadamente en una posición mils ventajosa que
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 297

fll teólogo, cuyas investigaciones sobre la hi.c;toria primitiva de la


1'ict'ra se encontraron, en apariencia, en. oposición con la cn.sc-
iínor.a de la E~critura. No hay una sola expresión, tanto en el
Antiguo como en el Nuevo Testamento, que sea incompatible con
t>Sta gran verdad: hay otros mundos, además del nuestro, que son
l'l a<:iPnto de la vida y de la inteligencia. Al contt·ar1o, muchos
pasa,jcs dP la Escritura son fa,·orables a esta doctrina, y alguno..~
hasta serían, a nuestro parecer, inexplicables, si no fuese admitida
eomo verdadera. El magnífico texto ( 2 ), por ejemplo, en el cual
E-1 !<nlmista inspirado manifiesta su sorpresa, porque el que form6
los ciclos ~· estableció la Luna y las estrellas en el orden armo-
niow dP. los mundos, atendiera a un ser tan insignifíeante como
rl hombre, es, scgún nuestro parecer, un argumento decisivo en
favm· de la Phn:alidad de mundos. El poeta hebreo, no hubiera
podido manifestar semejante sorpresa si no hubiese visto en las
ostrcllas más que puntos brillantes sin importancia, a manera de
<:sos fuegos fatuos que re,•olotean en los lugares pantanosos; no
puede clndars!' que la inspiración le revelara la magnitud de las
distancias -;-.' el destino de las esferas brillantes que fijaron su
att>ncióu. Cuando le 1uerou conocidas estas ...-erdades, la Creación
~ dividió para él <'U dos partes, separadas por el contraste más
,., id ente; pot· una parte, el hombre en su insignificancia relativa;
por otra los cielos, la Luna y las estrellas en su grandeza ab-
.,oluta. Aqurl a quiNl Dios hizo algo menos grande que los ánge-
Jt>s. ar¡uél a quien coronó gloriosa y magníficamente y para cuya
r~ckución envió a su IIijo único a sufrir :r morir, no puede haber
11ido considerado por el Salmista como un sujl'to insignificante;
ant<' su alt.a estimación por el hombre, es preciso que su idea
vobre el velar di' los astros haya sido superior a otra cualquiera.
¿Cómo hubiera podido ser para él tan grande esta idea sobre los
astros si no huhi<'sc conocido las verdades astronómicas Y El hom-
l>rc creado a imag;Pn de Dios hubiera sido una criatura más noble
que chispas centelleando en el espacio o que el luminar de la
noche. Si, pues, se pregunta bajo qu~ impresión ha escrito el
~almista, si eonside1·aba a los mundos como globos siu vida, o
como l't'siclenein de seres raciona les e inmort~les, la respuesta no
.;crá difícil: hny r¡ne optar por la última opinión. Y, en ofecto,
.,.¡ David hnbie1le considerado los mundos como h1habitados, no
·4' puede en mauera alguna oxplieat' la sorpresa que manifiesta
po1· la atención de Dios hácia el hombre, porque esta sorpresa
no ptHlicra ser motivada por el heeho de que innumerables ma-
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298 CAMILO FLAMMARION

MS de materia existan en el Universo y ejecuten all:í lejos revo-


lucirnl(ls solitarias; al contrario, su admiración hubiera tenido
por objeto, no la debilidad, sino Ja grandeza de aquél que, sólo,
hubiera podido contl'mplar los ciclos y para cuyo uso hubieran
sido e1·eados tantos cuerpos magníficos. Pero si por el contrario,
c>l poeta ha considerado a los mundos siderales como otras tantas
residencias de vida, como otros tantos globos cuya preparación
l1a exigido millones de años, y que están hoy enriquecidos de
nue\·as formas de existencia, de nuevas manifestaciones del pen-
samiento, entonces podemo9 comprender por qué se admira del
euidado de Dios hacia tma criatura relativamente tan insignifi-
cante como el hombre".
Pttstmdo luego a las interpretaciones mistcr David Brcwstcr
pesa cll valor y el sentido de la palabra cielos tal como está em-
pleada en la Biblia: ''Esta palabra -die<>-, se presenta como
independiente de la Luna y de las estrellas, como indicando una.
ereaci<íon material, una ob1·a de las manos de Dios, y no un es-
pacio vacío que se supusiera habitado por seres puramente es-
pirítna les. Los autores del Testamento expresan por la palabra
"ciclo" una creación material separada de la Tierra; y se en-
cuentran pasajes que parecen indicar claramente que esta crea-
ción C!'l la re<~idencia de la vida. Cuando Isaías habla de los cielos
extcnd·idos como una tienda. para habitar, cuando Job nos dice
que Dios, qu~ extendió los cielos, hizo a Arturo, Orión, las Plé-
yadas l'l los 1lposentos del Mediodía; cuando .Amós habla del que
edific6 sus pi-sos ert ws ciclos (casa de val'ias viviendas), las ex-
presiontes que emplean, indican claramente que los cuerpos celes-
tes soi11 r<>sidencias de la vida. En el mismo libro del Génesis,
se dice que Dios con<'luyó el cielo y la Tierra, y todos sus ejér-
citos. Nehemías declara que Dios hizo el cielo, el cielo de los
cielos l~ todo StL ejército, la Tierra y todas las cosas que con-
tiene, y que el ejécito de los cielos le adora. E l SalmiRta habla
de todo el cjé?·cito de los cielos, com.o creado por el soplo ema-
nado de la boca de Dios, lo mismo que para el nacimiento de
Adán, Isaías nos ofrece un pasaje notable en el cual los habitan~
tes de la 'l'icrra y de los cielos están descritos separadamente :
''Yo soy el que ha hecho la Tierra y el que ha creado al hombre
para habitarla ; mis manos han extendido los cielos, y yo soy
quien ha dado todas las órdenes a la milicia de los astros". A.
estas a'lusiones pueden añadirse las siguientes, tomadas también
de Isaías: u Para esto, el Señor ha formado la Tierra y le ha
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 299

dado el ser y ha creado los cielos; él no la ha c,·eado en vano,


sinn que la. ha formado a fin el~ que fuese habita-da!'. ¿No es ésta
nna dcclaraci6n formal del inspirado profeta, que la Tierra lm-
biera sido creada en vano si no hubiese sido habitable y habi-
tada? ¡,No se deberá declucir de esto que, no pudiendo suponer
que el Creador haya creado en vano los mundos de nuestro sis-
t.ema y los del Universo !>ideral, debe admitirse que los ha creado
para ser habitados?
El mismo espíritu de interpretación encuentra en el Nuevo
1'estamento, pasajes que no solamente están en pel'fccta armonía
con la doctrina de la Pluralidad de 1\Iundos, sino que además
no se podrían explicar sin ella. Cuando el apóstol San Juan anun-
cia que los mundos :fueron creados por la palabra de Dios, cuan-
Jo ~an Pablo cnscfia que los munclos son una creación del Sal-
vadOJ·, el heredero de todas las cosas, no es de suponer que se
trate de globos de materia inerte, sin población presente o futura.
La Escritura enseña que el Salvador ha creado todas las cosaa,
y que Dios se ha propuesto recibirlo todo en Jesucristo, tanto lo
qttc está m el cielo como lo que está en la Tierra. Las creaciones
indícndu.s por estas palabras: todas las cosas, son las creaciones
del ciclo y las que están encima de los ciE'los, de las cuales habla
San Pablo cuando dice: "Aquél qtte ha dc.9cendido es el mismo
qur ha subido po1· encima de todos los cielos, a fin de llenar
t01las las cosas". En otra parto hahla el apóstol del misterio ocul-
to <'n Dios que ha rreado todas las cosas por Jesucristo, misterio
qnc él ha recibido la gracia de anunciar, a fin de que los prin-
ripado~ y las potestades que están en los cielos conozcan por la
Tglrr;in la snhiuuría de Dios diversificada en sus rfect.os. Cuando
el Señor habla del redil cuya puerta es él ; de la oveja que le
sigue ~- qne conoce su voz, y por la que da su vida, añade : ''Ten-
go aclcmás otras ovejas que no son de este aprisco; es preciso
f!l1C tan>hién las guíe, escucharán mi voz y no habrá más que
uu rehaño y 1m pastor''.
Puede notarse que el sistema de r edención colectiva defen-
dido por David Brewster, se diseña visiblemente en estos
textos escogidos, y que la interpretación se matiza un poco con
la opinión personal del autor: Jo que sucede a menudo entre los
protestantes. Para que no se acuse de parcialidad o de una elec-
ción puramente cientíñca, interrogamos ahora al elocuente orador
que hace algunos años se ha hecho el intérprete de la ciencia
religiosa, aJ que desde lo alto del púlpito de Nuestra Señora,
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300 CAMILO FLAM~JARION

sr ha impllr!>to la difícil misión de hacer comparecer gloriosa-


mente los dogmas antiguos ante el tribunal de la ciencia contem-
podmra ~' lwrel'los luminosos ante t-1 sol del siglo diecinueve. El
R P . Félix figura también en Pl nñmt>ro de los conciliadores.
En un11. conferencia sobre el Génesi~ y las ciencias modenl.aS,
c•l prcdic·ador, enunciando la objeción científica que se ha opuesto
;d clog~na rri'itiano, hare hablar como sigue a los qnr pt·escntan
rsta objeción.
"T~a narración ur
i\Ioisé~ hcwc de la Tierra el centro de
toda la Orearión: y el dogma CRtólico también la considera como
r l t<>atro l'<'St'rvnclo para los grandes designios d e Dios. En ella,
Dio¡;¡ se hn rnearnado, solamente este polvo terrestre fuó tocado
POI' los divin o.c; pic•s .\' regado c·on la sangre reparadora. Y, según
la cnseñam:a ratóliea, únicamente la Tierra contiene la inteli-
gt'llcia y la vida: sólo en ella Dios ha dejado caer seres inteli-
¡r¡•ntrs y libres, c•apnces de df'nu· hasta 61 el himno univt>rsal qut-
c·anta la ('l'('aciólL Ahora bit>n; ¿sería racional circunscribir a
l'<"te punto c·l teatl'o de la vida y las manifestaciones de la gloria.
tlr Dios? p o pnrcccn los astroo hechos ('Xprcsamente para sen•ir
di' c:;ostr.n a scrrs viY ien tes Y ¿No es también más digno de la idea
qnr clehc·mos tener eh•! Creador, pensar que por todas partes oxis-
tt"n A('rt's capaces rle conocerlo y rle puhlicar su gloria, que des-
pojar al Universo d(l todos los scrPs inteligentes, reduciéndolo a
una profundH- soledad, en donde no sr hallasen más que los de-
~ic•t·tos del espacio y las espantosas masas de una materia inani-
mada? Por otra parte, 'por qné pste planeta que, ante la inmen-
sidud de los <'Í<>los, es como una gota de agua en el Océano, y
c·omo nn átomo <'ll medio dE' los soles, por qué este pequeño planeta
sel'ía el único <'11 la crc•ación, honrado <·on la presencia de la vida f
~-. ¡,cómo Lhlmitil' que Dios haya confiado en este imperceptible
t'Íll<'Ón del Univcr:-.o a los úni('OS testigos inteligentes uc
su sabi-
«ltu·íl\ y de su porlrd 1o, no; téngalo por dicho el r•ristianismo;
la c·iencia moderna no admitirá ya e8t.a hipótesis oc la troría
Pt·istiana. No renunciará ya a sus conquistas . .Al cristianismo co-
n r <;pondr Y<'r y decidir si quiere romper con la ciencia, o marchar
1·on ella por las nuevas sendas que se abren cada Llía al través
ele los ciclos.
"Parec·c 11 primera vista qur esta ob,jcci6n habría de des-
eoncertarnns. ~ada cie eso, sin embargo, y yo pudiera con una
sola palabra satisfacer a todos los sabios que hicieran de esta
objeción de la ciencia moderna una razón perentoria contra el
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITAD OS 30 1

crio;tiani~;mo. Pudiera d('cir]cs: ¿Queréis absolutamente dC'scnbrir


habitantes C'n la l1tma; queréis encontrar en las estrellas y en
los solrs, hermanos en inteligencia y en libertad; y, como dicen
eiC'rtos genios que aspiran a la visión intuitiva, de todos lo"'
mundos, queréis saludar desde lejos, al través de los espacios, so-
cicdndNI y civilizaciones astronómicas! Sea. !:)i no tenéis otras
razones para separaros de nosotros, nada se opone a qot• os trrt-
dumos lo mano ~· a qne nos tendáis la vuestra. Poned en los mun-
dos s;deralc'3 t~mtas so<"iedades como queráis, bajo la forma y en
PI gr11clo tle temperatura material y moral que os plazca imagi-
nat·; c•l dogma ratólico Ps Pll esto de una tolerancia tal que os
va u sorpl·C'ucler; solnnlPnte se os pide que no hagáis de esta~
g<'ll<'l'ttC'ÍOn<'S sidt>rah·s una post('ridad ele Adán ni nna post<'riducl
clC' ( 'risto.
"CierlamC'ntr, sobre esta grandiosa hipótC'sis, (·ientíficamen-
tP . .v <lesdl' ¡>l punto de vista dt> la demostración rigurosa, ltay
mnd10 qUt' decir, y , sobre todo, mucho que desear. Durante largo
tiempo todavia, para demostrar que el Sol, la Luna y las estrellas
~stil'nen la intt>ligcncia y la vida como nuestro planeta, bus-
eáis un axioma, un punto de partida de donde pueda salir ton
el hrillo th' la <'ddencia nna conclusión rigurosa ( 3 ). Supon('d
qu(' DioR quiso hacer de un átomo el centro de la Creacióu,
~qni~n, pues, cutre vosotros, decidme, osaría tachar la sabiduría
tlivina, y, C'll nombre de la ciencia, convencer de absurdo a Dios f
Y, en e<;c caso, ¡fueran tan absolutamente absurdo suponer que
Dios hnbil'St> <·onccdido a )a Tierra, a pesar de lo infinitamente
pequeño de Sil importancia material, t\11 privilegio exc<'pcional eu
la ('t·l'aeic3n Y Concedido que Dios ha escogido a la Tierra, pat·a
ponür ('Jl ella E'l pi" y cl('sanollar por completo el misterio de
la enNtrnal'ión ~· lle la l'1•tlención, ~ quién no ve que la Tierra por
esta \'OC'adón de pl'et'C't'<'ncia adquiere en la universalidad de las
eosas una 1lignidad c¡ue la (']m·a mil Yeccs más qne el privilegio
de la masa .v de IR cxt('nsión material, y que una gota de la
~anp;t·r didna la ha('<' méls grande que todos Jos soles y todas la~
estrdlas jnntas i
''Pt>l'O, en fin, ¿se quiere absolutamente que los planetas, ]o,'l
iiolcR, las t'Strellas 1engan sus habitantes, capaces como nosotros
rlc c·onorer, uc amar ;.· de glorificar al Creador! Yo, me aptt!-
·uro a proclamarlo, el dogma no lo rechaza; no niega, ni afirma
nada sobre esta lihre lúpót.esis. La economía general del eristia-
n.ismo concierne a la 'l'iE'rra, nada más que a In Tierra; abraza
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302 CAMILO FLAMMARION

a la humunirlad, nada más que a la humanidad; a la humanidad


descen<lit·nh dC' Adán y redimida por Cristo. !l'uera de esta gran
E'popeya del cristianismo tocante a la humanidad adámica, Ade-
hf.n admitirse en los globos celestes natul'alezas inteligentes que
tnugan alguna analogía con la nuestra f José de 1\faistre, cuya
~mstera ortodoxia no es 1m misterio para nadie, se inclinaba a
f•reerlo; penc;;adores del catolicismo piensan como él; e importa
muy poco lo que yo mismo pienso para que os manifieste sobre
<'.'ltc punto mis preferencias personales. Pero en lo que concierne
al dogma cat61íeo, del cual esta palabra quiere ser siempre un in-
1érprete fiel, no solamente no expet-intcntn. ningút~ inconveniente
ante esta gt·an hip6tesis, no temo decirlo, sino que encue?t'tra un
recurso para contestaros a vosotros mismos y un arma más para
defenderse contra vuestros propios proyectos.
"Hay uua cosa que es para muchas inteligencias una piedra.
de escándalo que las detiene en el camino, y un arma de la que
s~' hace uso para atacarnos mejor; es el número relativamente pe-
quPño de los justo.c; y de los elegidos que alcanzan su fin. ¿Cómo
Dios, que e~ todo bondad, ha podido crear a In humanidad, te-
niendo ante su infalible vista la caída de la mayoría, sino de
la universalidatl? Señores, yo no discuto por el momento el va-
lor intrínseco de esta dificultad, pero me pregunto ante la hi-
pótesis posible de la pluralidad y de la habitación de los mlm-
clo!'!, ante las pcrspP<'tiva!'l inconmensurables quP abre ante nos-
otros, a qu6 se redu<'c este escándalo tan retumbante del pequeño
Húmero oc los elegidos y del gran número de los condenados. Si,
<·omo se pretende, todos los tmmdos tienen su población de seres
ir11elig-entes proporciom1da a su imporhmcia material, y si, como
nos está privado de suponer, todos estos seres, habiendo pcrma-
n<'cido fieles a la ley de su vida, dehPu alcanzar el objeto de su
existencia, 'a
qné se reduce eut.onces la defecció11 de la hmnani-
dad culpable en c1 plan general de la Providencia, sino a un des-
acuerdo apt•nas perceptible en el conc·ict·to unhersal f"
Si esta última consideración satisface al Rcv. P. Félix, está
muy lejos de satisfacer a nuestra razón, y, menos todavía, a
nu<'stro coraxóu . No vemos en ella más r1ue un pobrísimo y sin-
•·m lar consuelo para los infelices condenados. 'Tal vez responda n
la dificultad presentada por Voltaire en su estadística. de los
¡·ondcnados y ele los elegidos; pero, probablemente no ha sido
<-stc el fin con que se ha emitido, y en todo caso no detiene la
Yihración de la cuerda disonante. Ciertamente, un desconcierto
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PLUR.o\LIDAD DE MUNDOS HABITADOS 303

on la armonía eterna uo es admisible por la razón de que produce


menos efecto en el conjunto. Pero no nos alejemos de nuesh·o
~unto.
Acallamos de ver por las páginas que anteceden cómo se ha
conciliado la enooñanza del dogma con la enseñanza de la ciencia,
y cómo se puede continuar siendo buen cristiano y hasta buen
l!atólico, crt•yendo en la Pluralidad de Mundos. Este es el par-
~ido de los conciliadores, el más fuerte y el mejor, según nosotros,
d partido de los que ya habían modificado la interpretación del
milagro de Josué, de los seis Mas del Gér~esis, de la 1·esurrecciún.
tic la c<Lme, tres puntos de muy diversa importancia, pero que
al principio se avenían muy poco con la revelación de las cien-
das. Antes de pasar al campo de los teólogos inflexibles que se
encierran en un stat1¿ quo cada vez menos sostenible, invitamos
al lector a comparar los sentimientos del P. Le Cazre, citados al
principio de e.sta nota, con los del P. Félix. Es curioso ver que
!os temor<'s del uno c::on diametralmente opuestos a las seguridades
.lel otro. Como el P. Le Cazre y el P. Félix son el primero y el
,¡Jt imo de los jesu1tas que han tratado este asunto, hemos creído
li~uo de interés confrontar aquí sus opiniones sobre el particular.
ITt:mos dicho que el partido dP. los que se aferran a la letra
st: reduce cada vex m:'i.<;, porque se ha notado que la letra mata,
Itlieutras que el espíritu vivifica. No daremos por consiguiente a
~te partido mayor importancia que la que tiene en realidad, ni
tomaremos en cuenta las mil puerilidades que se han propalado
o10 pretexto de comentar literalmente la enseñanza bíblica. He
1\Cl ní solamente una muestra curiosa del raciocinio de esos pro-
fundos doctores; ha sido escogido en el inmenso arsenal de eo-
mNltarios teológicog que ingenios visiblemente desocupados se en-
t.¡·rtuvieron en añadir al Génesis. Tomamos el cuarto día de ln.
t 't·eación, por ser el que se refiere directamente a nuestl·o asunto.
'l'exto: "Sean hechas lumbreras en el finnamento del ciclo".
Cllmrn1nrio: '·La luz existía ya ---dice el autot· (4 ) - ; la SUCl' ·
wióu de los días y de las noches estaba regttlarizada; la Tierra
:·a fértil; todo lo que debía producir estaha formado; c.~taba
· oronado de flores y cargado de frutos; cada planta y cada árbol
10 tenía ::~úlo la perfección pr~ente, sino también todo lo que era
U<'l'Csario para perpetuarlos y multiplicarlos. ¿Para qué servirá,
¡me~, en adelante cl Sol, desde que lo que atribuímos a su virtucl
&;Uí ya hecho! ¿Qué viene a hacer al ntundo 1{) que e.s más an-
''{1110 y que se h4 p~.~sado sin él hasta M(}ra'"
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30~ CAMJLO FLAMMARION

El autor no lo sabe, aparentemente, porque ni siquiera l'Cs-


pondc a c.;u pl'opia pregunta. Solamente aventura esta explicación:
"Dioc; Pl'l \cía -dice-- hasta qu~ punto se obscurectt:ía la razón
<lrl hombrr, ~ pensaba con acierto que en lugar de elevarse hasta
Pl, :-r nE>trndria rn rl Sol". Quiso, pues, que por la historia misma
dr lu Grración (¡ rdC'ritla por :.\toisés !), la familia de .1dán y lue-
~o la de Noé, no miraSC'n al Sol sino como un advenedizo en t>l
munclo, mrno<; necrsario que cualquiera de los efectos que S<' lP.
ntt·ihnyNl. "Semcjnnte instrucción -añac:le t>l cándido narra-
dor--, no ha n •tcnido, sin embm·go, a ningún pu<'blo en el debPr
ni aíín s iquiet·a al pueblo jndio que adoró al Sol bajo el nomht·Q
de Baal ".
"A fin de que se !:epare,~ el día y la noche". r.omental'io:
'' Ri todo-; los días fuesen i~uales y no hubiC'se más que una e~
taci6n rn el año, el curso del Sol nos ntan.i{eslmía imperfecta-
mcnfl' l<r sabid.11ría ac
Dio.~ y su cuidado en f!Ob<'rnar al Uni-
YCr:;o; prro no siendo ningún día, propiamente hablando, i~ual
al c¡nc Ir ha prrrE>diclo, ni al que le signe, es nec<'sariamente pr<'-
rt<;o que todos los días el Sol corte el horizonte a su salida y a
s11 oenso <'11 pnntos diferentes, y que, según la t>xpresi6n de la
1<~~-.critma, <'1 día llevt> al día que le siga un nueYo orden. y que
la nochl' marque tambi(Sn a la nocho siguiente en qué tiempo
rll'h<' comrm:ar ~- te1minar, y que la Naturaleza en suspensión
apt·enda a cada momr nto <le Aqu~l que la gobierna, lo que debe
hacer, ,\· hasta dónde debe ir, etc., etc.''
"Qu.c siruan de Sl'hialrs para nwrcar los tiempos, las rsta-
cifHWs(o las re1miones solemnes )". Comentario: "No es única-
mrntc para iluminar In Tiena, por lo qne Dios ha colocado al
Sol y a la rmna en el firmamento, sino para regularizar las ocu-
pacionrs del hombre, marcarle el día para el trabajo y la noche
para l'l desc·anso, darle una medida para ('ada mes, por la nl~>l­
ta de la Luna, cnseñal'le a fijar el número de sus años por la
rrvolnción del Sol, que empieza su curso cada año en el mismo
punto donde t>mpczó el antrrior, enseñarle a qué trabajo debe
destinar catln estación, y adrmlis, para emplearlos en el servicio
de la rt>li¡.{ión ". "Pero no han tenido mucho tiempo este empleo,
porque nosotros hemos pecado desde el principio. Aquella reli-
gión pl"imi tiva t<'nia sus días priYilegiados: el último de cada
st'mana, el primero de cada mes, han sido más santos; el mes t>ll
que la Lm1a dt> Pascuas ha decidido de todas las demás solem-
nidades, ha sitlo honrado como el mAs célebre; todas las tribu!
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 305

rtl' Israrl han recibido orden llC reunirse en este día, en Pcnte-
C'Ostés y en In (i("sta de los Tabernáculos; cada séptimo año ha
sido pal1iculnrmcnte consagrado, y este número, repetido siete
w•ces ha sido la fi:.,'Ura del restablf'eiJniento de nuestro antiguo
patrimonio, y el año del jubileo ... " J<~n 1ma palabra, h e aquí
pam fJIIé sin•e el Sol y la Ltt1UJ.
Una última cita para hacer apreciar bien todo el valor de
csaR sahias ob1•as (6).
11
Tlizo también, l(ls 1'.5t;·e1lct.S''. Comentario: "Sólo correspon-
de a Dios hablar con esta indiferencia. Et stcllas: Dice en un
solo vocablo lo que no le ha costado más que una sola palabra .. .
La l'xpresión clt> la Escritum es, sin embargo, rm¿y exacta, no
l!Olaml'ntc porque, según los sentidos, l'l Sol y la J.Juna son los
dos mayorC's huninarrs del firmamr11to, sino porque, según sn
situación rC'sperto de la Tierra, y según el mono con que la
iluminan, es riel'to que tonas las estrellas juntas ha<*lt menos
efN·'o".
El ](•ttor podrá tener JH'<'seutc, como torolario tlc Jo que pre-
cede, el signiC'nte curioso cálculo, extracto Jcl comentario sobre el
primer clía : ''El primer día de la Creación fué ciertamente nn
domingo (puesto que el séptimo iué un sábado); y, siendo el
más ccrMno al equinoccio de otoño, y tcuicndo en encnta la an-
ticipación de los días equinocciales, deberá fijarsC' el primer dia
del m1mclo en el dominf!O día 23 de octubre del añc O".
La oht·a de que acabamos de citar algunos fragmentos, tiene
ya cict·ta f('(·ha; pl.'ro véase algo nuevo, que data del 16 de abril
de 1863 ; l(ls que, sorprl'ndidos por semejantes raciocinios, no se
atreven a darles crédito, podr(m cuHical'SC con lo que sigue:
En una con:ucrsación ci entífiw de mister J. Chantrel, re-
dactor eientífko del periódico Le Monde, se l1an emitido, con
efeC'to, ideas ig-ualmente singulares sobre el asunto que nos ocupa.
Esta conv('rsación, digámoslo como recuerdo, se escribió a propó-
sito del abate Moigno. Este era, como es sabido, redactor en jefe
del p<.'riódico Le Cosmos. "Diversas dificultades -dice el cro-
nista- , ocasionaron una separación qne había llegado a ser ne-
cesaria, y d subio abate fundó una nueva revista que tituló Lo~
Mundos". Sobre esto el cronista se permite una "sutileza" con
motit·o del cambio de título, gue no cree ser la traducción exacta
de In palabra Cosmos; encuentl'a, además, que los mundos no pue-
d en S<'rvir de bandm·a al periódico de un ortodoxo austero, y
que un abate no podrla, sin degenerar, hablar de mundos, y mu-
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306 CAMILO FLAMMARION

<·ho mtmos admitir la utop{~, de la Pluralidad de l\lundos.


''Todo buen C'ristiano --dice- merece, quo una sola alma
,·al~ más que millones de soles materiales que brillan sobre nues-
tras cnhc:>.as; no núde la importancia de los soles o de los pl~ ·
nPta!'! por su magnitud o por su peso; recottoce que, siendo todo
C'J'cado para <'1 hombre en el mundo material, y el hombre para
Dios, no <'S 11CC<'sario imaginar lmmanidadcs para cada astro;
or·ce sobre todo que la Tierra, teatro de las manifestaciones mlls
sublimes de mos, que la Tierra, cuya substancia ha contribuído
a formar el cuerpo de la santa Virgen y Ja substancia de la.
divina humanidad de Jesucristo, que la. Tierra es ciertmnente el
a.st·ro má.~ importil'nie clel mundo mat erial. .A la luz de la reve-
lación, el buen cristiano se explica esta división tan perfecta-
mente cicntf{úxt de Moisés, que hace crear el Cielc y la Tie1-ra
a un mismo tiempo, poniendo a!'lí el cielo a un lado y la Tien-a
al otro. como do.~ gr-andes creaciones casi igtw.Tcs (¡Casi!) Se
<•xplica por quú el escritor inspirado atribuye má$ importancia
a la Tierra quC' a todo el resto del mundo físico; por qué da
tielalles sobre la creación del Sol y de la Luna, servidores de la
Tierra, mientras que S<' contenta con designar la creación de to-
clos los dcmfls astros con dos palabras: et stcll<J.S. Sabemos el por
quG del Sol, el por qué de la JJtma, el por qué de la Tierra:
en cuanto al resto, la Sa~n·ada Escritura nos dice también su
objeto: CaJ.i C71111"t'ant glm·inm Dei. 'Es necesario por esto que
haya otras humanidades que la de Adán Y fEs necesario que la
'l'ierru. sea el centro dE'l universo material ? De ninguna manrra.
Y nosotros nos inrlinaríamos a creer que nuestro sistema solar
~t- halla míis hien en In circunferencia que en el centro, si es
q•rdad, eomo ob8crvan los astrónomos, que nuestro Sol gira al-
J'Cdedor de otra estrella más central, que gira quizá alrededor de
otra, y así consecutivamente, de modo que todas giran alrededor
de eso punto que Dios ha querido sea el centro de la creación
material, y m el cual manifi<'stan principalmente su poder y su
glo1·ia '' C6l
¡Esto acaba do escribir~o;e <'n 1863!
No diremos más; el asunto no es bastante serio, y temeríamos
ofender a nuestros lectores con estas conn~rsaciones infantiles.
Es verdaderamente una -suerte para nuestra. doctrina que
nuestro mundo no sea el Sol o Júpiter, porque, de seguro, si hay
en esos astros espléndidos razonadores tales como los precedentes,
tendrán por lo menos alguna buena raz6n que invocar en fav01
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS


.. 307

• nyo; y Ri aún aquí m.ismo logran conseguir partidarios, &qué


o<'I"Ía en tm mundo cuyo e>tado astronómico autorizaS<' sus sin-
gulares aserciones!
¡,Cómo se osa escribir todavía que las esl rellas hayan sido
,.rcadas para satisfacción de nue¡,-tra vista y para inspirarnos
buenos sentimientos, cuando !;e conoce la importancia de esos
i\.Stros, y c·uando se sahl' que nosotros no vemos su millonésima
partcY Podríase admitir con Ikntle:· (7) que el alma de un hom-
hre '"irtuoso volc más que el Sol y todas las estrellas del mundo,
y c¡ue, por csta razón, las estrcl1as pudieran no tcncr otro fin que
··1 de servil~ al hombre, si estm·iesc probado que le sirven todas,
,.omo la EBtrella polar sirvió a la navegación, y como la Luna
,¡ir\'C a las marcas ele la noche. Pero como los dieciocho millones
•lC' cxtrellas df'l la Vía láct('a, los sesenta millones que existen mc-
llllrcs de la s<'xta magnitud hasta el término de la visión teles-
•-tipica, el uútncro dt>seonocido de las que no hem()/j visto, ni ve-
remo,; jamtis, las nebulosas lejanal.l, etc., ele., no nos prestan el
ruá" pt>qucfio seni<.-io, el argumento cae por sí mismo. Véase adE'-
nits una SE'llCilla reflexión que quizá no está fuera ele su lugat·.
, t~a noche no ha sido ht>eha. para dormirf •No E'S el período en
'llll' la l\aturaleza itwita al hombre a cerrar los párpados f Si
·n el Pensamiento ctrrno las estrellas se hubieran creado única-
mente para. ser vista·s, es probable que esta flagrante paradoja
no cxi:~tiría.. ::>i ahora se hace observar que dan, a los que con-
trmplan la no<·he, una alta idt>a del Autor de la Naturaleza, qul'
uos inclina:u a su veneración, que elevan m1cstros pensamientos
hacia la ora.eión: está bien. Pero, esos l'xcelentes sentimientos pue-
•lcn nacer en uosotros aún cuaudo creemos las estrellas habitadas,
y mucho más elevados aún, cuando admiramos en esas estrellas
11tros tantoc;. centros de mundos, otras tantas lumhreras desde don-
111' irradia ·el esplendor eterno.
Tales son las oviniones quE' la teología, la cscolástica y la
apología cristiana han emitido sobre la doctrina de la Pluralidad
de Mundos. Hemos querido eompareecr a esta doctrina ante el
mistl'l'Ío cristiano, y presentar las razones que se han alegado de
11n11. y otra parte, a fin de que se pudiese aprrciar su valor rc.s-
Jl<'Ctivo,· y fundar los juicios propios sobre una apreciación im-
purc·ial. Puestos en C\'Ídencia todos los puntos, los espíritus dc-
«'o~os de uma hipótesis satic;factoria han podido escoger y resol-
vcr eadn. uno según sus simpatías.
No podemos, sin embargo, dispersarnos de detil', para con-
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308 CAMlLO FLAMMARION

cluir, que todas estas Jiscusion<>.s metafísica,:¡ nos parecen super-


fluas y <'Stériles; no son útiles ni a la gloria de la Astronomía.
ni a la autoridad de la R~ligión. Discutir sobre la forma de la
Encarnación divina en los planetas, sobre la acción del Verbo
de Dio'i fuera de la Tierra, sobre la creencia cosmogónica per-
sonal de loo }1rofctas, de los apóstoles y de los Padres de la Igle-
sia, cte., ('.'l discutir en el vacío. Todo lo que puede resultar de
estas discusiones se limitará siempre a hipótesiB, a lo arbitrario,
a lo conjetural, y no habrá servido más que para debilitar en las
mentes disputadoras el estado glorioso de la Majestad divina.
¿Para r¡ué tomarse tanto trabajo f T.JOS quH juzgan el miBterio
cristiano indiscutible - y lo es en efecto-, los que tributan al
dogma nna fp absoluta, no pueden ni aum<>ntar ni fortalecer es-
ta fe ah:oluta. Su modo de obrar ha cansado asombro. TPnóis
la pala.bra tle Dios, se les ha dicho, la vpneráis y la adorái<>;
4 cómo, pues, os atreYéis a hacerla descender a la arena rientífica Y
t Cómo osais romparar a la ciencia de Dios nuestro escaso y pobre
saber 1 ¡Cómo!, el Ser infinito se ha dignado Ycnir en person~
a revelaros la verdad; y osais discutir ante él, pesar sus leyes
impPHctrables, comparar audazmente el polYo de nuestro hor-
miguero al atrio rlr sn templo! La fe no admite semejantes pre-
tensiones: o es absoluta o 110 existe. Cesad, pues, de ser ilógicos
con vosotros mismos; puesto que sabéis con certeza que poseéis
la Yerdud, conscrvadla íntegra; si hay contradicción entre ella :r
nuestra pobre ciencia humana, dejad s11bsistir la contradicción,
pero no somcta.is irrespetuosamente vuestra verdad a las exigen-
cias de c.'ita ciencia humana, por más déhil que sea, abre de vez
en cuando una ln·ccha desastrosa en vuestro edificio, ese hecho
debe srr pnra Yosotros señal inequ1Yoca de qne ese edificio no
es eterno.
F.l verdadero ~entimiento religioso no está ahí. romo tam-
poro Pstft la verdad <le la ciencia, ni la autoridad de la filosofía.
Nosotros preferimos a esas estériles discusione.c; las siguientes pa-
labra!'!, citadas tanto por el corazón como por el espíritu, y cu-
ya eloruente sencillez cautiva el alma bajo el i!ohle atractivo cien-
tífico :r religioso.
'• Ctwndo \·cáis a toda esta :flota de nnmdos bogando de con-
cierto( n), y a nne.<stra Ticn·a, flotando tambil'n como un buque
alrededor de esa isla de luz que es nuestro Sol ; cuando veáis loa
extraños decrecimientos de luz, de calor y de movimiento, para
los mundos l<'janos del centro; luego, la increíble excentricidad
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 309

,. la espc·rie de lorura rle lo.f; cometas que parecen resistirse a


Ja ley que, sin emhal'go, los dominan lo mismo que a los mundos
habitables; y, rlcspués, su pasmosa movilidad de formas, sus fu-
¡·iosas combustiones, tan pronto con el frío ; cuando veáis toda
f' ....a geomct.ría <'n acción, toda esta física viviente, todo este ma-
ravilloso nu•canismo de la Naturaleza, siempre sostenido por la
presrncia de Dios, y magníficamente regulado por su sabiduría,
t,ajo l e~· es que son su imagen; cuando veáis en el cielo de la vida
·" la muerte: un mundo despedazado, cuyos despojos ruedan ce1•ca
dt> noROíros, el cielo llevando en su viaje del tiempo a sus cadá-
Tt'rcs consigo, como la Tierra lleva los suyos, cuando veáis des-
aparl'cN· ciltrollus, mientras que otras nacen y crecen; cuando per-
r~báis esas n ebldosas, sean grupos de soles o grupos de átomos,
M>an unas soles, otra<¡ átomos, polvo de átomo o polvo de sol
-¡qué importa~-. cuando veáis grupos de la misma raza, pero
Jr diferentes ('dadcs, llegados a nuestra vista a diversos grados
dt.> formación, que nos permiten ver la marcha del desarrollo,
t'omo v.cmos en un bosque de encinas el desarrollo del árbol en
todas sus edaucs: luego, cuando Yeáis en todos los mundos esas
alternativas dt> noche y de día, esas vicisitudes de estaciones en
armonía con la Yida de la Naturaleza, y, dü·é también, con la
vida de nuestros p('nsamientos y de nuestras almas: vicisitudes,
altt•r·nu.tivas, en todas partes inevitables, excepto en ese mundo
r"ntral, donde r eina un eterno verano, un eterno mediodía ... ;
r•ntonccs, si en vuestra astronomía. no cabe ni poesía, ni filosofía,
~ti rcligióu, ni moral, n-i espe1'a?tzas, ?Vi conjetura-s de la vi<k. eter-
na y del estado 1)ermanente del mundo futuro; si no creéis en
t~.ita profecía de Ran Pedro: "Habrá nuevos ciclos y una nueva
'l'icrr·a"; ni en este oráculo de Cristo: uNo habrá más que un
stllo aprisco " -si, en frente de esos caracteres grandiosos- , ni
tit~ esos rasgos fundammtalcs de la obra visible de Dios; miráis
iin \' Ct' y sin eomprcnder, sin sospechar la pooibilioad del sentido;
'·ntoncc~, ¡oh!, entonces, ¡os compadezco!''
Il(' aquí palabras verdad('ramcnte cristianas y sabias a la
vr.r. rcligiosns y filosóficas; la idea amplia y grandiosa que las
in)lpiró es muy superior a la que dict6 las discusiones a que he-
mos pasado rc,,ista; sel'Ía de desear que fuesen el lenguaje uni-
versal. 'ferminarernos cstr ('studio con las siguientes palabras de
Oalii E'o.
Algunos rlí<:~s ante$ t1e su partida para Roma, en enero de
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310 CAMILO FLAMMARION

1633, E>l ilustl'c septuagenario, a la sazón en Florencia, cscribia


a Elías Diodati, jurisconsulto y abogado en el Parlamento de
París:
'' ... Si pregunto al teólogo: ¿De quién son obra el Sol, la
Luna y la Tierra, su situación y sus movimi<>ntost, creo que me
respondern : Ron obras de Dios. Si le pregunto en seguida de quf.
inspiración proviene la Sagrada Escritura, me contestará: De la
inspiración del Espíritu Santo, esto es, de Dios mismo. De ahí
110 sign<> que el mundo es la obra; y la Sagrada Escritura la pG-
labra de Dios. Si le presento esta otra cuestión: ¡,El Espíritu
Santo emplea alguna vez palabras que sean en la apariencia con-
trarias a la v<>l'dacl, porque están en armonía <'On la torpeza y
llOn pt·oporriouadw. a la intcligclJCia \'ulgar clrl hajo pueblo? Me
responderá ciertalllente, de acuerdo con los Padres de la Igle-
Ria, que no se encuentra otra cosa en la Sagrada Escritura; que
rs su estilo propio, y que en más de cien pasajes el simple sen-
tido literal daña, no digo herejías, sino blasíemins, porque el mis-
mo Dios está repres<.'ntado como capaz de cólera, de arrepenti-
miento, de olvido y de negligencia, et<'. Voy a pr<'guntarle, si
Dio.~, por poner su obra al alcance de la muchedumbre necia y
Rin entendimiento, ha modificado alguna vez su Creación; si la
Naturaleza, servidora de Dios, pero indócil al hombre y que nin-
guno de sus esfuerzos puede cambiar, no ha conservado siempre
la misma marclta y no sigue constantemente el mismo curso; estoy
convencido que me contestará que la Luna ha sido siempre una
esfera, si hicn el pueblo, durante mucho tiempo, la ha tenido por
1.m disco blanco; en resumen, eonfesar4 que la Naturaleza jamás
ha variado nada por complacernos, jamás se ha entretenido en
modifi<'nr sus obras conforme al deseo, a la opinión y a la CTE>-
<lulidad de los lmmanos. Si es así, ¡p&r qué, pues, querie-ndo co-
nocer aJ ?wundo y s-tt.s partes constiftttivas, preferirem,os para al·re-
glal' nuestt·o e:ramen, ct la obra de Dios, la palabra de Dwst ¿La
obra rs menos perfecta. y menos noble que la pfllabra f Suponed
que se llegue a establc<'er que hay herejía eu decir que la Tierra
~ira; suponed que más tarde las observaciones, la crítica, el con-
junto de lo~ hechos viniesen a confirmar como irrefragable el
modmicnto de la Tierra, ¡,no se habría grandemente comprome-
tido a la Iglesia Y Consentid, por el contrario, en 110 señalar sino
.t segundo lugar a lct ¡>olabra, cada yez qne la obra parezca re-
ohar.arla, no causáis por esto ningún perjuicio a la Escritura.
Hace muchos aiíos, al principio de la gra11 l'ruzada contra Co-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 3 11

pél'nico, 1·edacté una memoria, bastante detallada, dedicada a


Cristina ele Lorena, en la cual, apoyándome e..n la autoridad de
la mayor parte de los PadrNl de la Iglesia, traté de demostrar
qne había un gran abuso en hacer intervenir tan frecuentemente
f'n las cuestiones científicas y de observación la autoridad de la
~agrada Escritma. Yo pedía que se abstuviesen en adelante de
emplear tales armas en las discusiones de este g~nero. Tan pronto
como me halle menos aco!-!ado de inquietudes, os remitiré una. co-
pia de este Psct·i lo; p<>l'o cHtoy (lll vísperas de ir a R()ma por or-
tll"n del Santo Ofieio qnr ucaba de suspendc1· la venta ele mi
diálogo, t>te."
"Por quts, pues, queriendo <:m1ocer el mundo y sus partes
t·on':lccutivas hahrPmos de preferir para aneglar nuestro exametl,
a la obra misma de Dios la palabra de Dios1 No asignemos sino
PI st'gundo lugar a la palabra."
Detengámonos en esta frase de Galileo. Si no nos propusié-
ramos conRcr\'ar aquí una independencia completa, presentaría-
mos esta frase como la eonclmlión más racional para los que n os
han invitado a escribir <>stn nota, y que atribuyen importan<•ia
n la cu estión debatida.

1
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SOBH.E EL CALOR EN LA SUPERFICIE

DE LOS PLANE'rA.S

El ralor en la superficie de los planetas puede depender de


dos causas principales: puede tener su origen: Primero, en el
ioco calorífico del planeta mismo : segundo, en la irradiación del
Rol. Examinar·emo~ una después de otra estas dos causas indc-
pendientrs.
llifil'iéndo'3(' la primera al origen cosmogónico adoptado por
lo,; planetas, haremos un resumen de los diferentes sistemas pro-
-mestos para e:tplic~:u· este origen, y las <'OnS('cuencias que se han
dt·clncido sobre la cuestión de que se trata.
Buruct es el primer autor moderno que ha imaginado un sis-
tema cosmogónico. Su obra apareció en 1681 bajo el título de Tel-.
l¡¡ris, Them-ia sacra, título que pone desde luego en evidencia la
intcndón fol·Jna.l del autor de no proponer nada que pueda estar
Pn contradicción con In enseñanza bíblica. Su teoría es neptu-
niana: al agua es a la que atribuye los cambios sucesivos, sobre-
vr nidos en la superficie del globo. La tierra era al principio una
ma~a flúida, un caos de materias diversas, que los materiales más
}Jesa clos dt'sccmlieron al centro para formar el núcleo sólido. El
agua, más ligem , cm·olvió a este núcleo, y fué envuelta a su vez
l>O r la atmósfera. Sin embargo, sohrenadaron materias grasas ~
lns partícula · terrosas suspendidas en la atmósfera cubrieron esas
materias grasas: ésta fué la primera tierra cultivada por los hom-
bt·c~ antf's del rliluYio, tierra ligera, fértil, tersa como un espejo.
Pero <'l ealor del Sol la secó poco a poco, y al cabo de quince
o diecis\>is siglos la resquebrajó de tal modo, que esta corteza
cay6 en ahismo tlc las aguas que se rncontra ban debajo. Esta fué
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314 CAMILO FLAMMARION

la rans.'t del diluvio. Nuestros actualt>s coutinentes son los restos


de la eortcza te1·restre que no han llegado a. hundirse¡ las dt>9-
igualdad.::s de las montañas fueron producidas por este gigantes-
('0 socavamiento. Según esta hip6t('sis, el Sol es el único origen
llt•l C'alor de los planetas.
Este sif'tC'ma tuvo una celC'bridad de algunos años; adquirí(,
varios partidarios y diversos comentadores. Iloy día está comple-
lttmentc oh·idado. El autor había tenido que pasar en silencio un
hecho de alta importancia, que empezaba a revelarse y que debe
~t>r comriderado como el primer paso de la geología moderna¡ el
lJeclJo do la existencia de restos .fósiles en las capas terrestres.
No solamente Bn111et, sino la mayor parte de los sabios de aqtH'-
Ila época encontraban muy difícil explicar esta <'.Xistcncia y per-
wauccer conformes con el Génesis; por eso, en lugar de ver en
dlot~ Jos ve.<¡t igios de una vida desaparecida, imaginaron que ciel'-
1a ftterza pl<ísticll había dado formas orgánicas a jugos petrosos,
o tarn !Mn que piedras inertes habian tomado, be,jo la influencio
de los r·uerpos celestes, la configuración que presentaban: expU-
<·acionPs con las (·uales Voltaire se divirtió bastante, sin dejar ~
participar de ellas. Pero gracias a los trabajos perseverantes d(>
li'racastor, de Bernardo Palissy, de Stenon, no se pudo prescindil'
<le reconoccr en esta<; pretendidas piedras figuradas las reliqui~
auténticas de lo"l siglos antediluvianos.
En la misma época los inglPses Woodward y Whiston amon-
lonaban milagros sobre milagros para exponer un sistema de crea-
ción a la vez científico y dogmático. El primero supone que en
la épocu del diluvio hizo Dios que todos los cuerpos terrestres
l'ursP.n rrducidos a polvo, y convertidos en pasta blanca por lae
}\guas del diluvio¡ los cuerpos marinos habían penetrado fácil-
lll cntc en csta pasta. El segundo supone que la Tierra fué en
()tro ticmpo un cometa, en el que la confusión de los elemento~
formaba un Yasto y tenebroso abismo. Desde (11 día siguiente d,
la Crendón , el famoso Fiat lux, la tierra se hizo esférica, SP
cl,..pnró y permitió a los rn yos solares iluminarla. El diluvio fuf
producirlo por un com eta, cuya cola acuosa envolvió a la Tierra
durante C'Uarenta día'>. -Como se ve, los ronwtns eran mny útil
al autor-. Para explicar c6mo las capas llenas de fósiles, cn-
hiert.ns de a'Na otra'i veces, se encontraban en seco hoy día, Whi~:~­
ton admitió un cambio en la oblicuidad de la eclíptica, a conse-
rucncia d<'l rual los mares habrían abandonado sus antiguos 1<'-
chos; prro habiendo demostrado Newton la imposibilidad de esb.
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 315

hipótesis, el autor clu por doble causa a la evaporación de las


aguas el calor solur y 1'1 calor central del globo. En su sistetn11,
habiendo sido la Tierra en un principio un cometa, había adqui-
rido un alto grado dC' calor en el perihelio, como sucedió al co-
meta de 1680, que pasó tan cerca del Sol, que dió lugaJ' a. su-
ponerle nn calor dos mil veces más elevado que el del hierro al
rojo, calor que exigiría cincuenta mil años para extinguirse. I1a
tr.m¡1rratura interior del globo tcrr<>strc conser\·aria toda' ía -<•'-
gún rstc sistema, una gran intensidad 00 ln superficie.
T1<>ilmitz, a su vez, t'Scribió su Protogea. Veía en los planet.as
otros tnntos pcrtueií.os soles, en otro tiempo inOamados como rl
mwstt·o, y C'n la actunlillad apagaaos desde la época en que su-;
olcmentos de combustión se consumieron. Las fuerzas plutonia-
na¡; son la.~ qu<> dominaron en las r evoluciones del globo; al fuego
hay que atrilmir 1os nron1.ecimientos que en los sistemas que pre-
ceden se hnu atrihuído al agua. Cuando la superficie terrestre
lmbo alcanzado cierto grado de enfriamiento, el vapor de la at-
mósfera se condensó en parte y formó los mares y las diversas
aglomernciones de agua que bañan actualmente el globo terrestre.
Otro nutor, TelHmcd (de 'Maillet, anagrama tllansparente).
emitió el prirn<'ro la iclea bastante singular de que nuestros ante-
pasarlos habían siuo pe<'t>S, troría que sabios geólogos ele nuestros
días tratan de poner de nueYo en vigor. Supuso que nuestro globo
estaba en sn orig<>n enteramente rodeado de agua y que, bajo la
influencia de los rayos solares, esta agua se evaporó progresiva -
mente hasta el punto rn que están hoy nuestros mares. Según M.
los planeitls no pertenecen por origen a nuestro Sol, vun de un
sol, a ot1·o; ya que a la extinción del sol a que p ertenecen, v~fllt
r•n el espacio ltnsta t·ncontrar uno nuevo, ya que este nuevo :<ol
pasa a través de nuesh-o torhellino y los arrebata. La Tierra
entre otros perteneció antes a un sol que, durante los últimos
tiempo!i de su extinción, p<>rmitió a Ja<g aguas acumularse sobre
<lBa, hasta el punto de pl'oducir el diluvio bíblico; desde esa época
data la aparieión de nuestro Sol actnal, que alargó el año más d<'
cuutro ~·rces de su vnlol' primitivo (así se encuentra explicada
la longevidad de los primrros hombre~), y que por su calor po-
tente comenzó la e\·aporar·ión de las aguas y las redujo al punto
en que están hoy día. En este sistema el calor en la superficie
de Jo~ planet~ sufre perpetuas irregularidades, no está. sometido
a ninguna ley constante. - También puede relegarse esta teorla
al I'ango dr las fábula~.
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CAMILO FLAMM:\RION

En ~"""ida vino Buffon, r se ch,dicó con ardor y más cui-


dndo QtH' todos los precedentes a la determinación de la cantidad
1lr c·alor qnr los planetas manifiestan en su superficie; cantidad
tle calor qnr él quiso seguir en sus disminuciones desde el origen
clr los mundos hasta nuestros días, y, más que esto aún, hasta el
riu de Jos mundos. Como se Ye el asunto no carecía ni de gran-
dr?..a, ni de interl-s. El célebre autor de la Ht'.storia Natural, con-
liidt•rando que los planetas· tienen todos una dirección común de
Occi<lentc a Or·iente ~· que la inclinación de sus órbitas es muy
rscasa, dedujo que todo el sistema planetado debía tener el mis-
mo origen, rl mismo impulso primitivo y que este origen así co-
rno este impulso debían provenir del "'ol. Puede verse aquí el
principio de la hipótesis cosmogónica emitida más tarde por La-
place. Pcl'o Buffon uo se contt'nt6 con buscar 1.'1 origen del estado
astJ"onómico actual, quiso también buscar el por qué, y no halló
otr·o modo de cqplicación que imaginar un cometa cayendo obli-
c•uumente sobre el Sol y haciendo saltar, como otras tanta!l salpi-
¡•nduras, a los planeUis que circulan a. su alrededor.
Sábese en la actualidad que la masa de un cometa sería in.ti-
uitamcnte débil para que su caída sobre el Sol pudiese ocasionar
~mcjante rctolución; si un cometa llegara a cruzar la Tierra en
su curso, es probahilísimo que este choque pasase desapercibido
para nosotros.
Hahirndo pues S('parado el cometa en cuestión la 650° parte
1l<' la masa rlcl Sol, ésta se escapó como un torrente líquido y
formó los planetas. I1as partes más ligeras se alejaron más det
<·uerpo solar; Saturno, último planeta e.onocido en tiempos de
Hufi"on, es un ejemplo de ello; luego, siguieron en el orden de
<ll'nsir1adcs: .Júpiter, Marte, la Tierra, Venus y Mercurio. La
f'xpct·iencia demuestra además que cstas partes sólo han podido
f'M~apar girando sohrt• sí misma y siguiendo uua dil'ecci6n oblícua,
t'll la qur la fuerza ccntrifuga combinada con Ia fuerza centrípeta
ror·tna la órhitu de cada planeta. En cuanto a los satélites, la
uhlicuiclad del golpe ha podido ser tal -dice Buffon-, que se
habrían sf'parado del cuerpo del planeta principal pequeñas par-
11's de materia, que habrán conservado las mismas direcciones que
c•l planeta milsmo ; estas partes se habrán unido, según sus densi-
duJcs, a difcrenll's distancias del planeta por la fuerza de su
111 rucci6n mutua, y al mismo tiempo habrán seguido nccesaria-
mr·nte al planeta c>u su curso alrededor del Sol, girando ellas
mbmns aln·dPdor drl planeta: tal es el origPn de los satélites.
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS :J17

Esf<' c•s el prime•!' t'TI~a~ e> de cosmogonía científica.


I1as inv<'"'li~acion<>s de Bnfíon sobre el enfriamiento de lll
'J'ierra y de los ch•mús planetas han sino expuestas por él mismo
cm do'! rnC'rnoi'Ía'l que nu ocuparían menos de doscientas páginas.
Hactlmos cll' ellas ~racia a nuestros lectores. Resumir<>mos sola-
alCllll' C'sll' trabajo en los sig1.úentes cuadros que comprenden los
iltinw' rr~ultados ele las ,liscusionl's hipotHicas del autor.
R.:sultn, pues, de la teoría genc•ral de Bufíon:
19 Que la Naturaleza, organizada, tal como nosotros la co-
nocemos, no habría nacido todavía en Júpiter, cuyo calor fuera
demasiado grandr aúu en la actualidad para poder tocar su
supt•J·ficie, y que hasta dentro de 40.791 años 110 podrían subsistir
en él los set"('s 'ivientes, Jos cuales durarían en él 367.498 años.
2<> Que la • 1atm•n1eza, vivient-e, tal como la conocemos, se
habría extinguido t'll el quinto satélite de Saturno desde hace
!7.274 11ños, en Mlll·te O.esde 14.506 y en la Lnna desde 2.3.18
años.
39 Que la N'aturaleza estaría. próxima a cxtil1guirse en el
euarto satélite do ~aturno, puesto que no faltan más que 1.693
aiíos para llegar al punto extremo del calor mínimo necesario al
mantt.>nimiento de los seres organizados¡ el enarto sat61ítc de Jú-
piter <'Staría casi en el mismo ca.'So.
4° Que sobre el plan<>ta 1\fercmio, -;obre· la Tierra (que tie-
ne todavía 39.291 afios de Yitla) sobre el tercero, segundo y pri-
lll<'ro satélites de Saturno, sobre el segundo y primero de Júpi-
ter, la Naturale:>:n viviente estaría actualmente en plena existen-
oia. o frccienclo el t'.'3pcctácnlo do movimiento y actividad que nos
prr>scn1.a In naturaleza tPrrcstre.
I1os sistemas precedentes, cuya lista cierra el de Buffon,
{'.'lt:ín fl.mdados todos ellos en principios demasiado exclusivos y
muy poco científicos. En la época en que sus autores los publi-
caron, <'1 progreso general de las ciencias no estaba bastante ade-
lantado para que se pudie.'3e, sin salir de la ciencia experimental
y teóriea, sentar conjeturas sobre estas cuestiones rodeadas de
tantos misterios; así la crítica científica no ha reeonoeido en ellos
ninguna solución satisfactoria y ha debido rechazar esos diversos
errores. La famosa teoría de Buffon, lo mismo que las anteriores,
no es ya más que una curiosidad histórica.
Está, hoy día, demostrado que el calo1· en la. superficie de
la Tierra y de los demás planetas no tiene solamente su origen
en la hoguera calorífica del planeta, sino también, y sobre todo,
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318 CAMILO FLAMMARlON

<•n la irradiación del Sol, influida po1· la altura, la densidad y


la composición qnímica de la atmósfera.
A ,J. B. Fourier se debe el haber restablecido desde su base
la teoría matemática del calor, el haberla discutido en sus diver-
))OS elementos, haberle aplicado el análisis matemático y haberla
t>slablcc·ido sobre una. base sólida. que le dió la mayor autoridnd,
<'ientífica. Véase, S<'gÍln el mismo Fouriet·, el conjunto de los
grandes resultados que ha conseguido: al propio tiempo es el
c·onjunto de nuestros conocimientos actuales sobre esta materia.
Nuestro sistema solar está colocado en uua región del Uni-
Vt'l'SO en la c·ual todos los puntos tienen 1ma temperatura común
~· constante, determinada por los rayos de luz y de calor que en-
vían todos los astros circundantes. Esta temperatura fría plane-
taria es poco infrdot· a la de las regiones polar<'S del gloho
1<'rrestre.
La Tierra no tendría más que esta misma temperatura del
e ido, si dos eausas no concurriesen a calentarla: una es la acción
continua de los rayos solares que penetran toda su masa y man-
tirnen en la superfieie la diferencia de climas; la otra, es el
ealor interior que poseía cuando los cul'rpos planetarios fueron
formados, y del cual 11na parte solamente &e ha disipado al través
tlr Ja superficie.
'frataremos primero de la influencia de los rayos solares.
Las alternativas de la prrsencia y de la ausencia del Sol,
habrán, desde el origm de las cosas, determinado variaciones
diurnas y ánuas, semejantes a las que observamos actualmente.
Cua lquicr detalle sobre este asunto fuera superfluo; todo el mun-
tlo comprende, en efecto, como la ~;uperficie calentada por la
presencia del Sol sobre el horizonte rlebc enfriarse cada noche
después dP la puesta de este astro. La causa de las variaciones
anuales es también evidente. En nuestros climas, ('Stando el Sol,
lluraute el verano, más tiempo cada día sobre el horizonte, y lan-
zando mús directamente sus rayos sobre nuestras cabezas, debe
resultar de esta doble causa un calentamiento más considerable
que en el invierno, tiempo en el cual el Sol, a pesar de su mayor
proximidad a la Tirn-a, produce sobre ella menor efecto. Esos
efectos periódicos sólo se notan en la superficie, y basta penetrar
algunos pies de bajo de <>Jla pata V<'rlo sensiblemente modifi-
cados.
En virtud de una ley general de la Naturaleza, las capas
rolocaclas inmediatamente debajo de la superíicie1 le roban una
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 319

narte del calor que le comunica el Sol; y el mismo efecto se pro-


rluce sucesivamente hasta una profundidad que depende esencial-
mente del tiempo que lta transcurrido desde la época en que la
causa del calor ha principiado a obrar. Pero esas capas inferio-
res ya no pueden estar sometidas a las mismas variaciones de
tcmpcr·atura que la superficie. A una cierta profundidad las va-
riaciones diurnas no se dejarán ya sentir. La temperatura no
·awá allí nunca. ni tan cálida como durante el dla, ni tan fría
<'omo la noche, sino que tendrá un grado intermedio. Un termó-
metro colocado en esta profundidad no variará en el espacio de
veinticuatro horas y mar·cará constantemente durante una es-
t-ación, un grado ruedio de temperatura. Más abajo todavía en
las capas en que la transmisión del calor solar no pueda operarse
.iino después de un tiempo bastante considerable para que la al-
teruatiYa de las estaciones ya no se haga sentir, se tendrá. una
tf'mperatura fija que será la media entre la de las estaciones,
esto es, exactamente la que se obtendrá tomando el calor medio
•le todas las temperaturas observadas a cada instante en la su-
perficie, durante un gran número de años.
Una vez Pstablecida esta temperatura fija de los parajes pro-
iun<los para cada punto de la Tierra a cierta distancia de la
·mperficic, sucede que a consecuencia de las leyes de la irradia-
l·ión, se propaga siempre igual para cada punto hasta las
mayores profundidades, de modo que el resultado :final de la
influencia solar, en un tiempo suficientemcnto prolongado, no
puede dejar de ser el establecimiento de una temperatura fija
para cada lugar de la Tierra, prolongándose siempre la misma,
•lesdc el punto en que las variaciones periódicas dejan de ser
,¡ensibles hasta el centro de la Tierra .
. En el estado final de que acabamos de hablar, todo el calor
que penetra pm· las regiones ecuatoriales está exactamente com-
pensado vor el que se desp1·cnde al través de las regiones pola-
res; de manera que la 'fierra devuelve a los espacios celestes todo
t•l calor que recibc del Sol.
De lo qtt(;' acabamos de decir deducimos que si la Tierra
hubiera estado expuesta durante un tiempo muy considerable a
la sola arción de los rayos del Sol, se observaría, en toda la pro-
func:Jidad de la capa superficial que nos es accesible, 'lUla tempe-
ratura, Yariable con la latitud, que no cambiaría sensiblemente
cuando se profundizase siguiendo una línea vertical. El calor
podría rlccreeer, a medida que se descendiese más, si el calenta-
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1

:120 CAMILO FLAMMARJON

mi<>uto no hnhirsc llegado a sn término, pero en ning(m caso


aumentaría c·on la profundidad.
fJO'i <>fcr.tos debidos al ealor solar serán modificados por ls.
capa atmo~fl>riea qnc cubl'e la superficie de la Tierra y por las
<l~uas que Ja Lañan. Los grandes moYimientos de estos .flúidoe
hacen el calor má<; mtifo1·me; por otra parte, la presencia del
airf' aumenta la temperatura. ofreciendo un libre paso al calor
luminoso, y oponiéndose a Ja salida del que la Tierra exhala en
d espacio.
Pasr.ndo a la segunda causa de la temperatura del globo,
reconoceremos el aumento gradual del calor terrestre a medida
que se penetra a mayores proflmdidades. Este hecho resulta uná-
nimemente (como se verá en la nota siguiente), de las observa-
ciones mnltiplieadas que se han llevado a cabo y discutido sobre
<'1 calor int•·rior del globo terrestre. La teoría más racional es
l'Cf<>rir su causa a la e.."ist~>ncia de una hoguera ardiente situada
en el interior del globo.
La t1'0ría de Fourier demuestra rigurosamente que esta ho-
~ttern <'P.Iorífica central tiene una influencia insignificante sobre
la t<'mpcratura de la superficie. Para obtener este resultado no-
1ablc, era preciso: primero, tener la medida exacta de la eleva-
cil)n de la temperatura en las capas situadas inmediatamente de-
b,ajo del suelo; segundo, conocer el grado de facilidad con que el
calor puede penctra1·, cada una de las &1lbstancias que las com-
ponen. Se concibe, en efecto, que no pudiendo la hoguera central
influir sobre la superficie terrestre, sino por el intermedio de las
capas que se encuentran debajo de ésta, se podrá fácilmente de-
tcJ·minar esta influencia si son conocidos los dos datos preceden-
tes. Por medio de estas investigaciones se ha llegado a admitir,
(]no el excrso de calor comunicado a la superficie de la hoguera
interna no el! más que un treintaidos avo de grado, valor insigni-
ficante.
Las observaciones geodésicas han, por lo dem{IS, incontesta-
blcmcnte establecido por su parte, el origen ígneo de nuestro
esfcroíd<> planetario, así oomo las ohs<>rvaciones termométricas
dl•mucstran que la distribución actual del calor en la cubierta
terrestre es la misma que sería si el globo, primitivamente muy
caliente, se hubiese enfriado después progresivamente hasta el
estado en quo lo vemos ahora. Pero, como acabamos de indicar,
ese fuego central no tiene más que una influencia insensible en
la superficie del globo.
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PLURAUDAD DE MUNDOS HABITADOS 321

Esta 1eorín matl'mf~ticn del calor se aplica a los demás pla-


netas lo miqmo qtH' a la Tierra, toda vez qne todos los mundos
de nuestro sist<'mn tienen el mismo ori~n y se t>ncnentran en
la misma condic>i6n relativa.
Sin rmhstrgo, se incurriña en error si se les aplicase sin
restricción las conclusiones absolutas que anteceden. Sin dejar
de admitir que en grneral, para ellos lo mi'ltno que para nosotros,
el fuego interior sólo tiene una influencia inapreciable sobre la
xuperfic>ie; :-· que el cnlm· dE> ésta <lepenue casi exclusivamente
de sns respectivas distancias del Sol, no hay <1ne perder de vista,
que pudiendo ser la coordinaci6n molecular de los materiales de
(!UC se C'Ompm1Pn los dE'más plan<'tns de otra naturaleza que la
de los muterinks terrestres, pudiera suceder que el calor central
atr1wc.sándolos míis fácilmente se hiciese sentir en la superficie de
un modo nprtH•iablc, ptn1icnlarmente en los mundos lejanos, en
los cualc.s el eulor sohu· cs tan débil. Deben aJcmás hacerse inter-
vtmir las diversas causas que hemos mencionado <>n nuestro texto.
J' particularmente las con~ideraci011es fundadas sobre la endósmo-
!>i~ y sobr(' el pofler absorbente de las atmósferas. Pero, en resu-
men, el punto fundamental que hay que sentar. es que la tem-
peratura ele las cuerpos planl'tarios clcpc11d~ Pn t>dmer lttgar d.e
la di.stcmcia que los st¡>(tra <ltl Sol.
liemos visto que Huffon suponía 74.832 aiíos de edad a la
'l'ierra y que este espn<'io de tiempo le había bastado para pasar
desde t>l calor de f11sión primitivo hasta la temperatura. actual.
Pero está demostrarlo que en este intervalo apenas se enf1iaría un
grado. FouriPr ha establecido que en raz6n de su volumen una
vez elevada la 'l'iPrrn a una temperatura cualquiera y sume1·gidu
en un centro má~ frío que ella, en el espacio de un millón dos-
cientos ochenta mil aííos no se enfriaría más de lo que lo haría
en 1m segu.n<lo un globo de t.Ul pie de diámetro, .formado de mll-
terias semc>janlrs y colocado <>n las mhlmas condiciones: es decir
que en esta inm<>nsa duración, su tcmpcratura no habría vadado
de un modo aprrcia.hlP. Bnffon, como sns predecesores, no tenía
la noción del tiempo¡ t'ra prcriso que los d~cubrimientos de la
astronomía <>stelaria y dP la g<'Ología Yinieran n iniciar nl hom -
bre en los misterio!> de c::;o · nñm<>ros innomina<los.
Importa tcnninar t>stn nota con la expo8ici6n de las invc~­
tigacioncs <¡UP. se han lu·cho sobn• el calor de los espacios inter-
planetarios, culur que influye poderosamente sobre el de los glo-
bos, pue~'to que u c~l es n qtrien reclaman e.<:os globos. por !.'U
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322 CAMILO FLAMMARION

rnutua irradiación, el equilibrio de la temperatura.


Para llegar al conocimiento del calor propio de los espacios,
es preciso e.:'<aminar con FoUl'ier cuál sería el estado termométrico
de la mW'Ja terrestre si no recibiese más calor que el del Sol y
para hacer más fácil este examen, se puede suponer previamtnte
que se ha suprimido la atmósfera. Pues bien ¡ si no existiese nin-
gWla causa propia para dar a los espacios planetarios una tem-
peratUl'a común y constante, es decir, si el globo terrestre y los
cuerpos que forman el sistema solar estuviesen colocados en un
recinto privado de todo calor, se observarían fenómenos entera-
mente contrarios a los que conocemos¡ las regiones polares sufri-
rian un frío inmenso, y el decrecimiento de las temperaturas,
desde el ecuador hasta los polos, sería incomparablemente más
rápido y más extenso.
En esta hipótesis del frío absoluto del espacio, si es posible
ronccbirlo, todos los efectos del calor, tal como los observamos
en la superlicie del globo, serian debidos a la presencia del Sol ;
las menores variaciones en la distancia de este astro a la Tierra
oca.~ionaría cambios considerables en las temperaturas¡ la inter-
mltC'ncia de los días y de las noches producirian efectos súbitos y
totalmente diferentes de los que observamos. La superficie de los
1!ucrpos se vería expuesta de repente, al principio do la noche, a
un frío in finitaruente intenso; los cuerpos animados y los vegeta-
les no resistirían a una acción tan fuerte y tan pronta, que se
reproduciJ·ía en sentido contrario a la &~llida del astro radiante.
El calor del Sol conservado en el interior de la masa terres-
tre no podría suplir a la temperatura exterior del espacio y no
impcdiríu. ninguno de los efectos que acabamos de de¡¡eribir; por-
que por Ja teoria y por las observaciones, conocemos con certeza.
que el efecto de este calor central se ha hecho desde hace mucho
tiempo insensible en la uperficie, aunque puede ser muy gt'ande
n nna profundidad media.
De ~tas últimas observacionc~ y principalmente del examen
nwtcmático de la cuestión, deducimos que existe una causa física
sierupl'c present(', que modera las temperaturas en la superficie
del globo terrestre, y da a este planeta un calor fundamental in-
dependiE-nte de In acción del Sol y del ealor propio que su masa
infPrior ha conservado. Esta temperatura fija que la Tierra l'tl-
cihc así del espacio, difiere poco de la que ae mediría en los
polos terrestres; es necesariamente menor quo la temperatura que
t>t)rre~pondc a la'i regiones mác; irías.
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 323

Después do haber r(lconoeiclo la existencia de esta tempera-


tura fundamental del espacio, sin la cual los efectos del calo:r
observado en la Rupcrficie del globo serían inexplicables, añadi-
mos que rl origeu ele este hecho es, por decirlo así, evidente. Es
debido a la irrlldiacióu de todos los cuerpos del Universo cuya
luz y calor pueden llegar hasta nosotros; los astros que distin-
«Uimos a la simple vista, la multitud innumerable de astros tele.s-
oopicos o de los cuerpos oscuros que llenan el Univreso, las at-
mósferas qne circundan a esos cuerpos luminosos, la materia
ilifus1~ diseminada cu diversas partes del espacio, concurren a
formar esos rayos que penctl·an por todas partes en las regiones
planelal'ias. No se puede concebir que exista semejante sistema
de cuel1)0S luminosos o calentados, sin admitir que un punto cual-
quiera del espacio qnc los contenga adquiera una temperatura
Jetcrminada. El inmenso número de cuerpos celestes compensa
las desigualdadc:~ de sus temperaturas y hace sensiblemente uni-
forme la irradiación.
Esta temperatlua del espacio no es la misma en las diferen-
tet; regiones del Universo; pero no varía en aquéllas en que gra-
-ritan los cuerpos planetarios, porque las dimensiones de este
~~pacio son incomparablemente más pequeñas que las distancias
que los separan de los cuerpos irradiantes. .Así en todos los pun-
tos de su órbita encuentran los planetas la misma temperatura,
que elltá más o menos aumentada para cada uno de ellos por
tA impresión de los rayos del Sol.
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BT1 ANA[JTSIS ESPECTRAL Y LA VIDA EN LOS

OTROS MUNDOS

Fourier admitía que esta temperatura acaso no es inferior


11 cuarenta grados bajo rero. Según esta teoría los planetas más
lejanos, Urano y Neptuno, manifestarían en su superficie una
temperatura pot· lo menos igual a ese grado, y, probablemente
muy superior. Sea como quiera, la cantidad media del calor ne-
cesario al sostenimiento de la vida en esas frías regiones, será
siempre igual a ln medida del calor propio de esas mismas
regiones.
La astronomía matemática ha dejado hace algunos años, a la
AStronomía física el puesto legítimo que le es debido. No es sola-
mente por los artificios del cálculo, por ingeniosos quo sean, que
el espíritu humano se eleva al conocimiento del cielo. No hay
duda que uno de los maravillosos triunfos de la ciencia moderna,
ha sido sujetar los movimientos de la Tierra y de los demás astros
a reglas numéricas tan exactamente determinadas, que desde el
fondo de su gabinete de trabajo, el astrónomo p·uede describir la
ruta seguida aeLualmente por tal astro situado a millares de mi-
llones de leguas de distancia, y predecir tal eclipse, tal pasajo
íuturo. Pero la astronomía física no tiene menos derechos a la
conquista del cielo. Deseamos saber cuáles son estos mundos, pe-
sados por el cálculo; queremos dejar viajar a nuestro pensamiento
hasta ellos, e imaginarnos qué :formas ha podido revestir la Na-
turaleza obrando en su superficie en virtud de inagotable fecun-
didad; queremos en fin, descorrer el velo y hacer desaparecer el
desierto aparente que rodea a las estrellas silenciosas, para sentir
sobre estos mWldos lejanos el oleaje de la vida palpitante con los
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326 CAMILO FLAMMARlON

latidos de nuestros corazones terrestres a través de la inmensidad


de los c·ielos.
Los últimos progresos tle la astronomía física han tenido por
objeto interesante la aplicación del análisis espectral de la luz al
e.<rtudio de la atm6sfera de l~s ¡JltJ.netas. Debe añadírselos el aná-
lisis r ecirntc de algunos aerolitos que nos han traído muestras de
la naturaleza de otros mundos.
Complácenos poder confirmar aquí Jos resultados de rstas
invel';tigaciones. En la época en que publicábamos la primera
edición de esta obra, estábamos lejos de esperar los dcscugrimicn-
tos que, en al~os años, iban a proporcionar nuevos y preciosos
elementos C'n favor de nuestra tesis. El curioso problema de la
cxic¡tencia de la vida en la superficie de Jos otros mundos, cuya
80luci6n no se presentaba desde luego sino como la consecuencia
filosófica de la exi!'ltencia misma de estos mundos, es al presente>
un a.'lunto de estudios directos.
lloy está. incontestable y rigurosamente probado que cada
planeta de nuestro sistema solar se halla rodeado de una atmó.<J-
fcra. Desde hace bastante tiempo, lo había indicado la observación
respecto a Júpiter y Sat-urno, cuyos globos inmensos no se pre-
sentnn nunca en el tc1est'opio sino surcados de bandas nebulosu
paral('las al cenador de esos planetas, y dibujando para nosotro~
7.onas tropicnles aná.logas a aquellas en que nuestros navegante!
encuenh'an lluvias perpetuas y nubes sin cesar renacient<'s. Ya
se l1abía observado en Venus el alba y la declinación del día, los
fenómenos crepusculares, es decir, la disminución lenta de la luz
sobre los meridianos del ocaso del Sol en la superficie de este
p1anc1a.En un paso de Mercurio por el Sol, se había observado
en torno del planeta negro, una aureola acusadora de la atmós-
fera. En fin, sobre nuestro vecino, el mundo de Marte, las nicvc.~~
d el polo qnc se derriten en la primavera, sus océanos entrecor-
t ando las tierras, autorizaban a admitir la presencia de una
~tmósfera más o menos húmeda, y la de la presión atmosférica
asegurando la permanencia del elemento líquido.
Aplicando el análisis espectra l al examen <le los planetas,
eierto número de astrónomos han podido no solamente confirmar
con certidumbre la existencia de las atmósferas planetarias, si,
que también investigar cuál es la composición química de esa-1
atmósferas, y llegar, como va a verse, a curiosas determinaciones.
En el Observatorio de Roma, el P. Sccchi se ha entregado
especial y sucesivamente al examen de la luz de los planeta!
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 32?

Venus, Marte, ,J(,pitcr y Saturno. Nuestros lectores saben que


recibiendo al trnvl-¡¡ de \Ul prisma el rayo luminoso salido de una
Uama, ele un metal o de un cuerpo cualquiera en ignición, y exa-
minando ef'tH rayo, con el espectroscopio, se encuentra en este
rayo. prolon'-":a(lo lmjo la forma de una cinta pequeña, una serie
de línE'as transvc!'sales cuyo número y disposición indican la
naturalPza <¡nímica de la llama o del cuerpo en combustión. .As1
es como se han determinado los cuerpos constitutivos del Sol, en
ignición ('D su superficie.
Al atrave:sar una atmósfera, la luz de un cuerpo cualquiera
(del Sol, por ejemplo) , es modificada por los elementos gaseosos
que mdsten en esta atmósfera. Los elementos constitutivos de esta
atmósfera ah~orbcn más o menos el rayo luminoso, que, al llegar
bajo Pl cspcrtroscopio analizador, aparece entrecortado por algu-
tlas rnyn!; ncgraH cuyo número y disposición indican la naturaleza
química de la atmósfera atravesada por la luz analizada.
De esta manera la luz del Sol recibida en la superficie de la
Tierra, en el fondo de nuestro océano aéreo, del cual somos los
}>ecrs inferiores, lleva en su ima~en prismática las rayas atmos--
féricnH, debidas a la presencia del aire atravesado por esta luz.
Tomada en las alturas de Ja atmósfera, en un globo o sobre una
montaña elevada, esta luz no presenta ya las rayas atmosféricas
sino bajo una intensidad muy débil.
No brillando los planetas por sí mismos, sino reflejando la
luz del Sol, "On como espejos celestes en los cuales el ojo del
habitante de la Tierra puede descubrir la misma luz solar. Así,
dcs(lc qno el N;pcctroscopio fué dirigido sobre la Luna y los pla-
·netas de nuestro sistema inmediatamente se encontró el espectro
solar incomparnblemente más pálido, pero análogo al qne obser-
vamos, recihicnclo directamente, durante el día la luz del Sol en
un 'prisma.
IDxaminando la luz de las estrellas, no se encuentra este es-
pectro. Cada estrella es un sol diferente del nuestro, y cuya na-
turaleza íntima, tamaño, peso e intensidad luminosa o eléctrica,
difieren del que nos alumbra.
La primera impresión resultante de la vista del espectro de
la Luna y de los planetas, fué, pues, que reflejaban sencilla y
exactamente la luz del Sol. Pero, examinando el hecho más da
cerca, se notó al momento que esta reflexión no era absolutamente
pash·a para los mundos planetarios, y que hay una diferencia sen-
sible entre su espectro y el de la Luna.
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328 CAMILO FLAMMAR.ION

Nuestr() RatéJitc, cuya blanca claridad durante la noehe si-


lenciosa es tan querida d~ los poetas, nuestra IIebe, de argentino
re.:;;plandor, no es más que el espejo exacto, la ima~en fiel de
Febo, el antiguo y esplendoroso dios del día. So han examina&
con el mayor cuidado con ayuda del espectroscopio, las diversas
regiones d<> ln superficie de la Luna, alumbrada por el Sol. La
~·antidad di' luz enviada por estas partes varía en int<'nsidnd, pero
no <1P diferencia en lo más mínimo de la luz directa del Sol, ya
hajo la relación do la intensidad relativa de las rayas dcl espec-
tro, ya por la aparición y desaparición de algunas myas. El
re•mltado del análi~is espectral de la luz rcfll'jada por la Luna
ha sido completamente negativo con relación a la existencia de
una atmósfera en la superficie de nuestro satélite. Estas conclu-
siones son debidas n las observaciones de los señores Miller, Hug-
gius y .JanRSen.
No sucede lo mismo rt>specto a los planetas. Atravesando sus
ll tmósferas dos vecE>S; primero llegando del Sol a su superficie:
segundo, partiendo de su superficie para irradiar hacia la Tierra,
11\ luz está modificada en su naturaleza .íntima por estas atmós-
feras. El Padre Secchi ha podido sacar las siguientes conclusio-
nr~ de sus invcsli~acionNI particulares: ''Numerosas observaciones
acompañadas de dibujos multiplicadoR y corrcspondif'ntes a dife--
rentes nocheR, han demostrado que en la luz reflejada por estos
AAtros c-:ocisten no solamente las rayas propias a la luz solar di-
recta, sino que algunas de estas rayas están enormemente refor-
zndas y dilatadas en bandas por sus atmó~:~fcras, obrando de la
mb;ma manera que lo hace sobre el espectro solar la atmósfera
terr(•stc. En una palabra, los espectros de estos planetas son de
la rni.snu' especir q1te rl t:spectm (ltmosférico terrestre, con la di-
Íf'rencia, sin embargo, de quf' cierto~:~ rayos son mfts absorbidos
por ciertas atmósferas planPtarias que por las nuestras.''
La obRt>:vvación llega a ser sobre todo muy concluyente si se
eJige un momento en qul~ 1~ Luna esté casi a la altura de los
planetas que se quieren examinar. Dirigiendo entonces alternati-
vamente el prisma hasta la Luna y hacia los planetas, se ve la
diferencia enorme de los espectros, porque el de nu!'stro satélite
no tiene sino Jas rayas solares muy finas, y por el contrario, se
ven en los planetas, bandas anchas en los sitios indicados. De las
oomparaciones efectuadas se ha deducido r1ue Jos planetas tienen
atmósferas análogas a la que em-uelve a nuestro globo errante.
Entonces se ha procurado examinar atentamente las princi-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 329

pales rayas de ahsorcit'>n. El resultado inesperado al princtplO,


pero del cunl su ha dado cuenta fácilmente a consecuencia de las
eomparaciones tPrrestrcs, es que la principal modificación del
espectro solar por laq atmósferas de los planetas es debida nl
oopor de a.gua esparcido en. dichas atm&sfe1·a.s.
Así es que el análisis espectral nos demuestra que M1f a{JWl
tm los1)lant~to.s. Ya se había reconocido en las pi!'dras caídas del
cielo. hidrato de óxido de hierro, la única forma casi hajo la cual
pueda el agua atravesar el espacio y llPgar hasta nosotros. Ya
por otra parte, observando las nieves del planeta Marte y sus
mares, se podía deducir que sin duda el agna existe allí como
aquí. Pero no podía afirmarse que fuese exactamente el mismo
líquido químico: RO. Ahora ya sabemos que estos mundos leja-
nos llev8n en su superficie un aire análogo al nuestro, cargado
de estas mismas zonas de vapor de agua que fm·man nuestros
nubes y nuestras lluvias.
Estos planeta!i son hijos del Sol como • 1'1erra: tienen la
misma unidad de origen, pertenecen a la miSma. unidad de plan,
v gravitan en la mism11 unidad fecunda de las fuerzas solares.
Sostenido por esta.<J observaciones, apoyado en los hechos, nuestro
pensamiento puede ahora coronar la certeza lógica de la Plurali-
dad de Mundo~, por una certeza más elevada todavía, por la que
9e .funda por la ohsen;ación directa. Ya no es permitida la duda
ante testimonios tan tangibles, que nuestra más audaz imagina-
ción no hubiera jamás esperado, hace solamente di<'z ai3.os, y que
llQCI han propor<'ionado por este maravilloso método nuevo del
análisis espectral, para el cual ya no hay pequeñez, ni distancia.
El tniHmo un:ílisis ha demostrado que la atmósfera de Júpi-
ter y la de Saturno difieren en ciertos detalles de las ele los
demás planetnl!. ConticnPn también vapor de agua, pero poseen
además ciertos c:>lmnentos qne no existen sobre la Tierra.
Urano, ese lejano planeta, que rueda en los desiertos del
f6pacio dieeinu!'ve veces más lejos del Sol que nosotros, es decir
a la distancia media de setecientas cincuenta millones de leguas
de aqní (732 a 770), estú envuelto en una atmósfera más original
que las anterior<>s, dado que la luz de dicho planeta no o.frece
Rcmejanza ninguna con la del espectro solar.
Si el análisis espectral demuestra la existencia del agua en
los planetas Venus, Marte, Júpiter y Saturno, el examen químico
de la materia carbonosa encontrada en ciertos aerolitos ha demos-
trado rccit•ntemente a Berthelot, el sabio promovedor
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330 CAMILO FLAMMARION

de la quími<'a orgánica (véanse los Comp1es rendm de la Aca-


demia de Ciencias). que el origen más probable, por no decir
cierto, de dicha materia carbonosa pertenece a nn reino orgánico
de i¡:mnl principio químico que el reino vegetal terrestre.
Gran satisfacción nos causa ver que estas nuevas investiga-
ciones vienen a corroborar la teoría de la existencia de la vida
en los demás globos del espacio. Y creemos interesante, presentar
a nuec;tros lectores esta importante explicación:
'' Cicrto'l meteoros -nota, desde luego, el experimentador-
encierran una materia carbonosa, cuya existencia y origen susci-
tan un prohlcma de los más interesantes. Esta materia contiene
carbono, hidrógeno y oxígeno y puede referirse a compuestos
úlmicos, últimos residuos de la destrucción de las substancias
orgánicas. Seria sin duda importantísimo poderse remontar desde
dicho rrsiduo a las Sllbstaneias generatrices del mismo. Si la cues-
tión así planteada supera a los recursos de nuestra ciencia pre-
sente, he prnsado, sin embargo, que podía darse un primer paso
en esta \'Ía remontando. si no a los mismos generadores, cuando
menos a principios que derivan de ellos por reacciones regn1arcs.
En Pfccto, he descrito un "método universal de hidrogenacióu ",
mediante el cual todo compuesto orgánico, definido, puede trans-
formar'!C en carburos de hidrógeno correspondientes. Este método
es apJirahle también a las materias carbonosas, tales como el car-
bón de IPña y de hulla, a los cuales cambia en carburos análogos
a Jos de Jos petról<'os.
"Tie aplicado el mismo método a la materia carbonosa de la
mctcorita de Orgiieil. lle reducido en efecto, aunque más traba-
josamente qne con la hulla, una proporción notable de carburos
+
form6nicos C 2 n H 2 n 2 ; comparables a los aceites de petróleo.
"IIubirra desrado vivamente poder estudiar estos carburos
con más detención; pero la porción de materia de que disponía
era demas!ado pequeña para permitirme otra cosa que <'omprobar
la formación y los caracteres generales de diversos carburos, los
unos gaseosos. los otros líquidos.
"Sea como quiera -añade el autor al terminar-, esta for-
mación marca una nueva analogía entre la substancia carbonosa
de las mcteoritas y las materias carbonosas de origen orgánico,
que encuentran en la superficie del globo."
Indudablemente serían más agradables todavía recibir ras-
tros directos de la via celeste; pedazos de seres vegetales o ani-
males, alguna flor o alguna vértebra caídas de una tierra lejana;
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 331

pero a pesar díJl mínwro anual de aerolitos que se recogen y se


estudian tan pocos, que sin contradicción sería el más singular de
los aca~os tener tan huena fortuna. Mientras esperamos, pues,
Of!las prnehns 11irertas, rt>gistremos con cuidado estos llechos quí-
micos. Filos sirven mrjor f!UC cualquiera otra hipótesis para en-
sancliar nuestra.'> miras <' ilustrar nuestros juicios.
lineo muy pocos aíios todavía, ningún astrónomo osaha tomar
on serio la idcn ele la Pluralidad de Mundos, y rra yo el único
en sostent>rla oficialmente. lloy el mismo An·uario de la Comisi6n
de hmgiiude3, tan refiervado, sin embargo, la acepta como una
cuestión a la orden del día. En el Anuario para 1869, monsicur
Delaunay, presidente en ejercicio de la Academia de Ciencias,
resunH' la opinión de la ciencia en estos términos: "El examen
de las condiciones en que se encuentran los otros planetas y de
las cir<·nnst:meias c¡uc presentan sus superficies, muestra que
estos planetas puei!en estar habitados lo mismo qne la Tierra."
Y más adelante, hablando de los mundos que gravitan sin ningu-
na duda en torno de las estrellas, soles del espacio: "Es mt¿y
natural y de admitir -añade--. que dichos planetas pueden estar
habitarlos lo mismo qne los que forman parte de nuestro sistema. ''
Esta convicción es muy natura~ hoy para los que se han
entt·egado libremente al estudio de la astronomía. ¿Qué progreso
no confirma esta confesión de la ciencia Y Esto no impide a los
teólogos reírse todavía de nuestra doctrina. Sí, la ciencia pro-
gr<'sa y, con ella, la filosofía de la ~aturaler.a. lloy el mismo
ohscJ•vatorio de Roma proclama la insignificancia del planeta
terrc~tre y dn nuestra humanidad, y nuestro ilustre corresponsal
el Padre Sccchi participa en gran mancl'a de nuestras conviccio-
nes. Así sucede bajo Pio IX, a pesar de la Encíclica. . . En el
slf~lo pasado no se atrevían a pensar solamente en este corona-
miento de la Astronomía . . . ¡En el siglo décimoséptimo, Giordano
Bruno era quemado vivo en Roma por haber enseñado ln Plura-
lidad ele Mundos. y Galileo condenado a la misma herejía!
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SOBRlij LA CONSTl'J'UCION INTERIOR DEL

GLOBO TERRESTRE

Rn nuestroo climas tt>mplados se acostumbra confiar tra.n-


tJUilamcnto en la solidez de la Tierra, y no pensat· en las causaR de
inestabilidad que desde los tiempos más remotos han sembrado la
consternación sobre tantas nacion<'s desgraciadas. La. afirmación
uúsma de nn teórico no atenúa nuestra confianza y necesitamos
testigos oculares y dignos de crédito para debilitar <'n nuestro
8.nimo esa certidumbre de la eterna estabilidad del globo. Nuestro
deber será, pues, presentar al lector las aserciones, completamente
expm·imentales, por decirlo así, de nuestro inolvidable contempo-
ráneo el sabio cosmopolita qne escribió el Cosmos: estas observa-
ciones permitirán al lector formarse una irlea racional sobrE> la
movilidad del estado interior del globo.
''Una sola causa -dice Humboldt ( 1 ) - , el aumento gradual
del calor terrestre desde la superficie hasta el centro, puede ex-
plicarnos a la vez Jos terremotos, el levantamiento sucesivo de lo.q
continentes y de las ~t<lenas ue montañas, las erupciones vol<'áni-
cas, y la formación de las rocas y de los minerales."
Terremotos. - Los tcnemotos se manifiestan por osc1Ül.cW-
~ verticales, horizontales o circulares, que se repiten a cortos
intervalos. J,;a.'! dos primeras especies de sacudidas son muchas
veces simultáneas; ('ste es por lo menos el resultado de las nu-
merosas obscrvaciont~s de este género que me ha sido dado veri-
ficar en la ticna y en el mar, en las dos partes del mundo. La
acción vertical, de abajo arriha hu. producido en Riobamba, en
1797, el efecto de la explosión de una mina; los cadáveres de
un gran número de habitantes fueron lanzados al otro lado del
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334 CAMILO FLAMMARION

arroyo dn TJican hasta sobre la Culea, colina cuya altura es eh


algunos ce u tenm·es de metros. Ordinariamente la sacudida se
propaga en línea recta u ondulada, a razón de cuatro o cinco
miriámetros por minuto; algunas veces se extiende a manera de
las olas, y se forman círculos do conmoción, en los cuales se pro·
pagan las sacudidas desde el centro a la circunferencia, pero dis-
minuyendo en jntensidad, como en los líquidos.
Las sacudidas circulares son las más peligrosas Cuando el
gran terremoto de Riobamba, en la provincia de Quito, el 4 de
febrero de 1797, se encontraron paredes vueltas sin arruinarse,
calles de úrbolt>s ant('S rectas, que se habían hecho curvas, campos
cubiertos de divcrsa.q producciones que 1·esbalaron unos sobre
otros; estos singulares efectos se habían producido ya en la Ca-
labria, el 5 de febrero y el 28 de marzo de 1783. Estos terrenos
que resbalan, y esas porciones de tierras cultivadas que se sobre-
pouen, experimentan un movimiento general de traslación, una
especie de penetración de las capas superficiales; evidentemente
f'l terreno movedizo se ha puesto en movimiento como un líquido,
y las corrientes se han dirigido primero de arriba abajo, luego
horizontalmente y en fin, de abajo a arriba. Cuando yo levan-
taha el plano de las ruinas de Riobamba, me enseñaron el sitio
dondr, entre los escombros de 1ma casa se habían encontrado to-
dos los muebles de otra habitación; fné pr·rciso que la Audienci4
fallara los pleitos que surgieron con motivo de la propiedad de
objetos que l1abínn sido transportados a muchos centenares de
metros.
I;a intensidad de los ruidos sordos que acompañan casi siem-
pt•c n Jos terremotos no crece en la misma proporción que la
violrncia de los sacudimientos. Me he asegurado, por el estudio
atcn1o de las diversas fases del terremoto de Riobamba, que la
g1·au sacudida no fué precedida por ruido alguno. La formidable
detonación que sr oyó debajo del sueolo de Quito y de !barra se
pt·odujo ilicciocho o veinte minutos después de la catástrofe. Un
<•uarto ile hora de9pués del célebre terremoto que destruyó a Li-
ma, se oyó en Tt·ujillo un trueno subterráneo, pero sin advertir
~ncudimicnto. La naturaleza del ruido varía mucho: rueda, ruge,
rt·sucna como un fragor de cadenas que se entrechocan; es seco
como un trueno ct>rcano, o bien retumba con e:~truendo como si
lJlaf;as de ohsidiana o de rocas vitrificadas se quebrasen en las
ca"crnas suht~rríineas. Esos ruidos pueden oírse a una distancia
I'IJorme del punto en que se ha producido. En Caracas, en las
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PLUR.\LIDAD DE MUNDOS HABITADOS 335

Uaunras cld f'alahozo y sobre las orillas del río Apure, uno de
los couflu<'ntcs ch•l Orinoco, esto es, sobre una extensión de mil
trescientos miriárn<'tros cuadrados se oyó una espantosa detona-
ción en <'1 momento en que un torrente de lava salía del volcán
San ViC'cnte, situado en las Antillas, a una distancia de ciento
veiutc mil'iúmetros. Es, por lo que se refiere a la distancia, como
si una erupción del Vesubio se dejase oír en el Norte de Francia.
Los estragos de los terremotos pueden extenderse a millares
de leguas. En los Alpes, sobre las costas de Suecia, en las Antillas,
eu el Canadá, En Thuringia, y hasta en las marismas del litoral
del Báltico, se sintió la sacudida del telTemoto que destruyó a
Lisboa el 1'~ de noviembre de 1755. Ríos distantes fueron desvia-
dos de sus corrientes; las fuentes te:rmales de Toplitz. se agotaron
primero, luC'go volvieron a brotar teñidas por ocres ferruginosos e
inundaron la ciudad. En Cádiz, las aguas del mar se elevaron a
\""eint<' metros sobre su nivel ordinario; en las pequeñas .Antillru~
en donde 111 marca apenas es de sesenta a setenta y cinco centí-
metros, las olas, nr~gras como la tint.<1, subieron a una altnra de
mÍl~ de siete metros. Se ha calculado que los sacudimientos se
hicieron sentir, en este día infausto, sobre una extensión de terri-
~orio cuatro veces mayor que el de Europa. Ninguna fuerza des-
trnctiva, siu exceptuar nuestras invenciones más mortíferas, es
·~ap~z de hacer perecer tantos hombres a la vez en un espacio de
tiempo tan corto: en algunos minutos; o tal vez. en algunos se-
gun•los, _s, .se1~ia mil homlJres perecieron en Sicilia, el año 1693;
r.r~·inta o <•uarf'ntn mil <'tl el terremoto de Riobaroba, en 1797;
~tuizú cin<'u veces más en el .Asia Menor y en Siria, l)ajo '!'iberio
y bajo Jnstino el Anciano, hacia los años 19 y 526.
Si ~e pudiesen tener noticias del estado diario de toda la
,mperfi~ie terrestre, probablemente nos convenceríamos muy pron-
to de que esta superficie está siempre agitada por sacudimientos,
en algunos puntos, y que está incesantemente sometida a la re-
ac<·ión de Z.a masa i11terior. Cuando se considera la frecuencia y
In universalidad de este fenómeno, provocado sin duda por la
:&lta tctnpcratura y por el estado de fusión de las capas inferiores,
~ compt·üllclc que sea independiente de la naturalezn del snelo Pn
tlUc :se uwnifiCI>ta ... No se limita a levantar sobre su antiguo
uivel put"'t's Puteros, ocasiona también erupciones de agua caliente,
de \apon·.s acuosos, <le mofetas tan dañosas a los ganados que
pastan sobre los Andes, de cienos, de humos negros, y hasta de
llamas. Durante el gran terremoto que destruyó a Lisboa, se vie-
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336 CAMILO FLAMMARION

ron llflnllls y una. columna de humo ~alir, cerca de la ciudad, de


t~na ~rit'tn r<'cientemcnte formada en la peña de Avidras; cuanto
más intensas se hacian ]as detonaciones subterráneas, más se cspe-
llaba ('Ste humo. Una gran cantidad de gas ácido carbónico qut>
!!alió clf' las grietas durante el terremoto de Nueva Granada, en
r·l valle de Ma~dalena, asfixió a una multitud de Sf'rpientes, ratlVI
y otroc¡ animnl<>s qne habitan en las ravernas.
Es rvidcnte que la hoguera en donde nacen y se desarrollan
f'.Stll~ furrzaR dC'strurtinu~ está situada debajo de la corteza terres-
tr·e ... llny que atribuir a la reacción de los vapores sometidos a.
una presión enorme en el interior de In Tierra, todos los sacndi-
mienfos que agitan su superficie, desde las explosiones más for-
midables hfll!ta las más débiles sacudidas. Los volcanes nctivoM
clchc>n ser considerados como válvulas de seguridad para las co-
marcas rrrranns. Si la abertura del Yolc.án se tapa; si la comu-
nicación del interior con la atmósfera se encuentra interrumpida.
Jas comarcas Ycrinas están amenazadas de próximos sacudimien-
to'!. (Se puede presumir Jo que sucedería si todas esas válvula,
voleániC'as se encontraran algún día cerradas.)
Auh•s de arnhar de tratar de C'Ste gran fC'n6mo'no debo 1\e-
ñalar el origen de la profunda impresión del efE>cto enteramente
particular qne causa en nosotros el primer terremoto, aím cuando
no ven~a acompaiíado de ningún rúido subterráneo. Esta impre-
sión no pro\"i('ne, a mi parecer, de que las imágenes de las catM-
trofes C'Uyo l'C'Cuerdo ha conservado la historia, se ofrecen enton-
C't~~ e>n trop('} a nuestra imaginación. J.Jo que nos aterroriza, es
que perdemo~ completamente la confianza en la estabilidad del
•molo. Drsdc nuestra infancia estamos habituados al contraste de
In movilidad del ng-na con la inmovilidad de la tierra. Todos los
testimonios do nuestros sentidos habían fortalecido nuestra con-
fianza. Tiembla el suelo; basta este momento para destruir ]a
experiencia de toda la vida. Es Wl poder desconocido que St
manifie'lta de rcpeutc; la calma de la Naturaleza no era más que
una iln<Uón y nos sentimos lanzados 'iolentamC'ntc en un cao:o
de fuerzas destructoras. Entonces, cada ruido, cada soplo de aire
e~cita la atención; sP desconfía particularmente del suelo sob~
que se poilan los pies. Los animales experimentan la misma an-
f..~stia; los cocodrilos deJ Orinoro, de ordinnrio tan mudos como
nue.'ltroq pequeños lagartos, huyen rlel lecho conmovido del río.
y corren rugiendo hacia el bosque. Un terremoto se presenta al
hombre eomo un peligro indefinible, pero por todas partes am~-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 337

nazador. SP puNl(• huir dt• un vo1<>3n, se puede evitar un torrentn


de lava; pero cuando la tierra tiembla, ¿a d6nde Jmir f Por todas
partes se (•rre caminar sohre un foco de destrncción. Felizm<'nte
los resortf·~ de nue-.tra alma no pueden permanecer así tirante~;
por mnrho tiempo y los que habitan un país en el que los sacu-
dimientos Sfln poco sensibles y se suee<lcn con frecuencia, conclu-
yen por experimentar apenal:l un débil ~ntimiento de temor.
'l'crmin:trE'mos estas consideraciones del ilustre decano de la
ciencin mod<>rna con una. rápida ojeada sobre la constitución in-
terior del gloho tenestre.
Un ll<>cho universalmente confirmado por los geólogos, es el
aumCllto drl calor a medida que se penetra dehajo de la superficie
de la Ti<'l'l'n, aumento proporcional a un grado por cada t reinta
y 1r('S metros. De ahí se sigue que a una profundidad bastante
pequeña ( <1<' 40 a 50 kilómetros), comparativamente al radio del
globo, todas las substancias deben hallarse en fusión. y esta es,
como acabamos de ver, la única explicación posible de la agita-
ción perpetua de la corteza tcrre!rtrc, de las erupciones volcánicas,
y de la mayor parte de los fenómenos geológicos. Las fuentes
termales se explican de la misma manera por ese estado calorífico
del globo. 'rodas 1a.c; aguas que se hallan a una profundidad de
cuatro kilómetros han adquirido el grado ue ebullición.
Relativamente a la constitución general del globo, parece
incurstionablcmcnte adquirido para la ciencia, que toda la masa
intcriot· l1a conservado la flúidcz ígnea de la Tierra primitiva y
que una película, apenas i¡,rnal a la centésima parte del radio,
forma por sí sola la corteza sólida, habitada por los vegetales,
los onimalcs y los hombres. Esta esfera inmensa de material en
fm;ión forma, pnes, la casi totalidad del globo: con ella todos los
hrchos gC'ognósticos son explicables; sin ella, la historia de la
'l'il?l'ra es ilegihle. Cuando se efectúa una revolución importante
en el seno de esta masa girante, la corteza terrestre se levanta en
ciertos puntos, se ucprimc en otras regiones ba,jo la acción de las
fucr:r.as plutonianas interiores, y el lecho de los antiguos mares
queda seco: et1toocc.,; las generaciones se extinguen para hacer
lugar n otms más avanzadas en la escala de la vida; y la super-
ficie de la 'rien·a reviste un traje más rico y más espléndido.
Un día tal vez - o mejor, probablemente-, nuestra raza, herida
en las condiciones mismas de su existencia, caerá bajo una de
estas rc,•olucioncs fatales; y el cuarto reino, el reino hominal,
intelectual, será marcado por el advenimiento de nuevas genera-
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338 CAMILO FLAMMARION

oiones máa avan1.adas en la escala del progreso; y no~tros, dor-


miremos, restos fósiles de un mtmdo desaparecido, hasta que las
excavaeion<'s de los geólogos futuros vengan a desenterrar nues-
tros pa trificadoc; esqueletos, y (6 por qué no decirlo f) colocarnos
jnntos. n ti y a mí, lector, en un anfiteatro de paleontología,
rlonde quedaremos bien asombrados de volvernos a encontrar tan
<iistant•as de la época presente.
Pero no nos detengamos en esta idea pintorcscamente lúgn-
ht•c de la suerte posible de la raza humana sobre la Tierra. Pro-
clamemos sobre ella esta verdad más cierta : que las grandes ca-
tft.<ltrofes del mtmdo no se manifiestan sino a intervalos prodigio-
wment~~ lejanos; que si se cuentan por millones los años que han
»eparadlo los trastornos del globo en los tiempos antediluvianos,
probablemente no hace diez mil años que se produjo sobre la
Tierra el último diluvio, y desde aquí al próximo habrá tal vez
tantos 1M{¡los futuros como años pasados. El tiempo no es sensible
aíno pa.ra nosotros, cuya efímera vida no hace más que pasar
desde Ell nacimiento a la muerte; el tiempo no es nada para el
eterno JPoder que di6 el impulso primero a los soles de los lejanos
espaei01:1.
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COMO SE DETERMINA LA DISTANCIA DE LAS ES-


TRELIJAS .A IJA 'l'IERRA, O CALCtUJO DE P .ARAL.AJE
Snpongámonos atravesando una gran llanura rodeada de !r-
boles. A eonscrucncin de nuestra marcha, los lnbolcs cambiarán
11111 posición respectiva relativamente a nosotros. A medida que
avanzamos, lo!! que están de frente parece que se separaran unos
fle otros, los de los costados que caminan hacia atrás, los de detrás
·tue se estrechan cada vez más. Este movimiento aparente de los
árboles, inmóviles en realidad, proviene sólo de nuestra marcha;
los más cercanos pasan delante de los más lejanos, llevados por un
rnoYimiento opuesto nl nuestro, los más lejanos permanecen inm6-
•iles. Si, llegados a cierta distancia de nuestro punto de partida
Yolvemos a él para repetir el mismo movimiento, se reproducirá
igual fenómeno en la traslación aparente de los árboles. Este h&-
llho vulgar, que todo el mundo ha podido observar, nos ayudará
a comprender cómo se puede calcular la distancia de ciertas es-
tl'f'llas, y por qué no puede determinarse la de muchas otras.
En virtud del movimiento elíptico anual de la Tierra sobre
w órbita alrededor del Sol, las estre1Jas más cercanas a nosotros
obran como los árboles de que acabamos de hablar: tienen un ca-
mino de posición aparente en el ciclo. Describen cierta elipse so-
bre la esfera celest~. l\Iientras que las lejanas permanecen inmó-
'riles, las más próximas sufren un movimiento tanto mayor cuanto
más cerca están de nosotros. Esto sentado, veamos por qué mé-
todo se llega a determinar la distancia de las estrellas a la Tierra..
Rcpresentémonos la órbita terrestre por la curva circular si-
guiente:
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340 CAMILO FLAMMAIUON

Sea S el Sol, situado en el centro, sea TST · el diámetro de


la órbita terrestre; sean T la posición de la Tierra en cierta época
del año, T' su posición seis meses después, y, por consiguiente,
a la extremidad del mismo rliá.metro; sea, en :fin, E la estrella
cuya distancia se quieTe medir.
Imaginaremos que el observador en T mide primero el án-
gulo STE, luego, llegado a T', mide en seguida el ángulo ST'E.
Es sabirlo que en todo triángulo la suma de los tres ángulos es
igual a dos rectos, esto es, a 180°. Por lo tanto, si se suman 108
dos ángulos medidos, S'rE y ST 'E, y si se resta esta suma de
180°, so tendrá el valor de T'ET, tercer ángulo del triángulo.
El valor de este ángulo será conocido tan exactamente como si
uno se huuiese podido trasladar a la estrella E y medirlo direc·
tamente.
JJa mitad de este ángulo, o sea, el ángulo SET, es el ángulo
bajo el cual se ve, desde la estrella, el radio de la órbita terrestre.
Ese ángulo se llama paralaje, anual de la estrella E.
Hacicudo siempre observaciones correspondientes a los pun-
tos diametnllmente opuestos de la órbita terrestre podrá obte-
nerse, en el cur~o del año, un gran número ele medidas de la pa-
ralaje anual de la estn~lla E. En nuestro ejemplo hemos supuesto
que la línea ES es perpendicular a la línea TT', y que, por con-
siguiente, ln estrella está situada en el polo de la eclíptica. E)
mé1odo es el mismo para los demás casos aunque al~o menos sen-
cillo, y nuestro ejemplo hasta para hacer comprendct· la natura-
le-za de esta clase de determinaciones.
IJa pal'ala,ic anual de una estrella es, pues, el ángulo bajo el
cu-al, colocados en la estrella, veríamos de frente e~ radio de la
ó1·llifa tc¡·rc.~tre. Este ángulo es más o menos grande según la es-
trolla <.'l>tá más o menos cercana. •
V <.'amos ahora cómo se procede en la práctica para determi-
uar la paralaje.
Recordemos Jo que llevamos dicho sobre el movimiento ap~
rente de las estrellas causado por la traslación anual de la Tierra
alrededor del Sol. La curva descripta por la estrella sobre la es
fera celeste es una pequeña elip~>e, semejante a la que describe la
Tierra t>n su órbita, cuando la estrella observada se encuentra en
el polo de la eclíptica. En todas las posiciones comprendidas entre
este polo y la eclíptica misma, se observa que esas elipses, cuyo
eje mayor es siempre el mismo, se estrechan cada vez más y que
para las estrellas situadas en el plano de la eclíptica, se convier-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS !141

ten en líneas rectas igualc.<J al eje mayor.


Ahor.!l bien; siendo la paralaje anual de una estrella, como
hemos dicho, el ángulo subtendido a la estrella por la mitad del
eje mayor dr In órbita terrestre, se ve que esta paralaje es, al
mismo tiempo, prt>eisamente igual al ángulo subtendido a 1a Tie-
rra por ]a rnitud del eje mayor de ]a elipse descrita por la estrella.
Es por tanto evidente que del conocimiento del movimiento
anual de una <>strella, se podrá deducir inmediatamente el de la
t,aralaje.
A Besscl, astrónomo de Konigsberg, se deben las primeras
investigaciones y las primeras determinaciones relativas a la pa-
ralaje de :las estrellas.
Habiendo notado este astrónomo que una estrella de la cons-
tdación d·~l CiNne, la 61~, estaba animada de un movimiento pro-
pio, supuso qu<' debía ser unn de las menos lejanas -eomo en el
t•jemplo de los úrboles que hemos citado-. Trató, pues, de reco-
nocer cuúl es la extensión del movimiento peri6dico que experi-
menta n colll:leeueneia dd de la Tierra, y para esto la comparó,
en di\·ersas épocas del año, a dos estrellas cercanas, no animadas
dP movimientos propios, y, por consiguiente, hundidas lejos de
t>lla eu log cielos. Las observaciones numerosas y extremadamente
exactas a que se dedicó este hombre laborioso, le permitieron de-
t.crmiuar de un lllodo incontestable el movimiento anual y perió-
dico de la 61• del Cisne, debido a la traslación de la Tierra al-
t'M<'dor d t!l Sol. Durante seis meses del año esta estrella. se acer-
Mba coust,antcmcnte a una de las dos con que él la comparaba;
rlurante los ¡;ris opucstps se aproximaba a la otra. El r<'.sultado
de esta<; comparaciones fué que p] ángulo subtendido por el semi-
eje mayor de la elipse <'S igual a O'', 35. Estas ohscrvarion<'.s fue-
run hcehas1 en 1838.
Acabamos de decir que el semi-eje mayor medía 0", 35. Pncs
IJicn; pam que la longítud opare11te de ·wna Unca t·ecta c1wlquiera,
t•i.o;ta de ft·cnte, se Nduzca a O'·, 35, es preciso que. esta U.nca esté
o. una clistancia del ojo, 1gual a 595,435 veces stt umgil1ui. No
:-.;endo olra COlW la paralaje anual de la 61~ del Cisne, que el
1amaño aparente t.lcJ semi-eje mayor, o a muy poca diíei·cncia, del
radio de la órhita terrestre viRto vor un observador colocado en
dieha estt·•~Ua, e!! eonsiguiento que la distancia d e esta estrella
"..:1 igual a 595,4:lG veces el radio de la órbita terrestre. Medidas
·nAs r ecientes han modificado algo esta cifra.
Se han podido medir algunas otras paralaje'!;: las de las ea-
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~42 CAMILO PLAMMARION

trellas cuyo movimiento es apreciable. Decimos a1.gunas porque


t'Ste movimiento es tan escaso, en otros términos, las estrellas es-
tán tan lejanas, que el radio de la órbita terrestre es infinita-
mente pequeño comparado con sus distancia'l, y que las dos líneM
TE y T'l<~ son casi paralelas. Para dar una idea de la exigüidad
ne c:;tc moviruil'nt.o, inferior a 1", diremos qnc los hilos de pla-
tino que atravicMn nl earopo del anteojo y sirven para íi,iar la
posición de las estrellas, hilos mil veces más finos que Jos de la.t
telaraiins, euhrcn la por<:ión entera de la esfera eelesre en donde
se dcctlÍa el movimiento anual dr esas estrellas. Por esto no pne-
ocn emplearse los instrumentos ordinarios en esta clase de de-
terminaciones.
l~nLJ•e cSJts alg u rta.~ estrellas cuyo movimiento aparente se b&
podido medir, citaremos especialmente In estrella alfa del Cent.au-
ro, quo se ha encontrado ser la más cercana. Su paralaje es igual
u O'', 92. Es la distanria más coda de toclas: c,q igual a 224.700
vcce.'J t•l radio de la órbita terrestre, porque para que una linea
recta c·nalquiera se reduzca a 0", 92, cs preci-;o que (•stn linea
f'St6 distnntc 224.700 veces su longitud.
Para expresar estas distancias en leguas basia, evidentcmen-
w, multipli(•.arla..~ por el valor del radio de la órbita terrestre,
igual, Nl números redondos, a 37.000.000 de lcguas. Nada hay,
pue!i, más Ulcil que formar el siguiente cuadro, que representa
los nombres de las principales estrellas cuya paralaje ha sido
calculada, el Yalor di! cada paralaje, la distancia que resulta. en
.radios de la ót•bita terrestre, y, en fin, 1a distancia. en leguas.
De ,-eintiuna C'.st•·ellas cuya distancia so ha determinado, a dife-
rentes grados de aproximación, las siguientes son las que merecen
más confiam;a y quo pueden ser consideradas, ('n los límites en
que se E'neucntrnn, como rigurosamente exactas .
.... - -=--==
Dl!UUOlA 4 LA flERUA
Dlllooes
ele
ltxau

• del ~ntauro (P!Wu44)- • • - o~oa ~4.700 11.316.000


et• clél C1Jno. • • • • • • o Cil -104,000 l4.9Rl,OOO
fl d~ Cenburo. • • • • , • 030 <lltl.~ U.SII2,(M
• del Can rnn~·or (Sfriu). . • • o 19 1.806.000 311.M6,000
s do la !.Ira (Vtga). , • • - • () 18 l.I.W,OOO -lUO::,ooo
• do 1/1 Oca lllA)"(Ir. • , , • o 183 1.550,000 58.3114,200
s del Boyero (...trllu-o). • , o 127 1.1124,000 ftl-112,000
s do la OSII monor (Pow). • • o <roo 2.7U,OOO 100.8-li,OOO
t s do\ Cnc!lero (la CI:WrtJ),, • o ~16 ·1.4K-l.OOO tíO.SP2,000
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DJ.~ GENER.A'fiONE

1ntcr in¡;trumenta corporis humani, non dicito quien <>a qute


effic·innt ut gcnus ipsum servari possit, per maxima ha beantm· .
.Aiiiq cuim instrumcntis, scilieet rcc;pirationis ct nutricatns, per
fjUit' vita frnimnr, illa si acljmLxcris. tun~ human~e constitutionifl
po~ucJ'Í!'! fuudnmrntnm, c>ui intinw ndjumenta secundaria ad-
hll"rent.
Si ÍOJ-te mutulio qmcdam in respirationcs ct nutriratns ins-
trumcntis inessct, inde ronscqueretur in ipso toto. Ente nostro
eorrclath·a mutatio; ita etiam, si ea de procrea! ione constructio
quam a ~atura, nt liberi gignantur, accepimus, jam non pcrma-
ncl'cl enclem, C)ttantmn corporis constitutio et conformatio immu-
tancla~ forrnt, :forent onmibus evidenter apparet.
IIrec mutatio íieri potestf', ct ca quam mente concipio n<:c
lepot·cl nec lcnorinío cal'ct; cni vcl quredam inest prD.!.c;tantia q11a
allii ol'bcs orbem nost.rum lon¡ze ~11perarent.
Verf'(JUidem nliqnantispcr oblivisccndum lretitiam •~t volup-
tatcm prr quas habillima ~atura ecrtam fccit gcncris huma.ni
stabilitatl'm; roouumvero generationes nttl'ntione plarida vidt'm-
dum cts. Ex hoc ampliuR appnrf't qnam hurnilcm tencmns loC'uro:
c,;ciliC'rt ruhori nobis ('Ssc quod efficimns ut alii cadem ,·ita nostra
frunntur. ~i naturales eorporis artus procl'('ationi ndh:crcntc.Q
alimn a Ka1ura modum llC'<'episscnte, :;i nobilis.c;imrt' sorclissimi~
non misccrcutur, pulc:hf t· <:t gloriosus nostl'r cs~ct amor, ilc N
ipsa vir prohu!l non t n1hescerct .• 'onnc hunc matcrialem nctum
vclnti optiwnm l'jusdcm Naturrc fredus sccum ICpUtal'<'t' ne partu
ncm dicitnr: c¡nid si dolorc.., ejus hic arcessercntur!
Itaque muhorurn, animarmn, quas purlssimo scnsu aC'cen~
existimamu~, urnorc¡.t panli!>'}Jer mente concipio; nono nutt>m p]a.
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CAMILO FLAMMARION

tonicum, sed eum divinum quo Seraphim ipsi afficerentur. Licet


hoc discrimen quod de procreatione existit ídem retineam dis-
tinctione mel legem (et legem sexuum): non heminem terranum,
sed animas carne abjecta liberatas atque in excellentioribus uni-
vcrsis B.gcntes, hllB naturas quasi spirituales inspicio.
Iguarus stun quam eis formam aut corporis barmoniam Na-
tura dedit, sed, meo consilio, ha:! antem dure animm sibi invicem
suavissima prrebent oscula. qure testentur amorem. Tune, quid
obstat cur idem oscu~wrn q1Wd a nobis tantwn vetuti. signum exis-
timatu,r·, ex tempore {iat ipsum factu:m' Etenim, si tales homines
nobis prmstent, nihil est in illis nisi maxime eximium, et Natura
ad optima corporis consilia de generationc ipsos aptavit.
Hanc existitnationem spero ad memoriam non rrvocare HomunculWll
Wagnerii. Fausti in officina.
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EXTRAerOS FILOSOFICOS
PARA LA
mSTORIA DE LA PLURALIDAD DE MUNDOS

PLUTARCO
Opiniones de algunos antiguos sobre la Luna (1)

"Yo quisiera -di.io Theon- oue la conversación recayese


wbrc la opinión que da habitantes en la T;una. Desearía saber,
no rr<>cisamente si Mtá habitada, Ri no, si es posible que lo esté.
Si es imposihlr que haya en ella habitantes, no puede sostenerse
rnzonnhlemente que la Luna sea una tierra; de otra manera hu-
biera sido creada en vano y sin motivo, puesto que no produciría
nin~ún fruto, y ninguna raza de hombres encontraría en ella un
lugar sólido para nacer y subsistir, fines para los cuales, creemos
con Platon, que ha sido forma.Ja la Tierra qu<' habitamos; Dios
la ha hecho para que sea la nodriza del g6nero humano, para
producir el día y la noche y mantener fielmente su duración. Ya
~héis que se dicen sobre esta materia muchas cosas serias y mu-
chas tonterías. Preténde.c:;e que los que habitan debajo de la Luna
tienen, como otros tantos Tántalos, a este planeta suspendido
~1Im.' su eahr:r.n; y qne los que habitan encima, estún allí sujetos
l'Omo otros Jxiones y son arrebatados con ella en la revolución
uás rápida. La I;uua tiene varios movimientos; se le distinguen
aes. que le han hecho dar el nombre de Trivia; se mueve <>n el
ro1líaco en longitud, en latitud y en profundidad.
"No hay, pues, que admirarse si la violencia de estos movi-
mientos hizo caer una v<>z de
la Luna un león en el Peloponeso (2 ).
Lo q1.1e más bi('n debiera ~orprendernos es no ver todos los días
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CAMILO FLAMMARION

ll ntillnrrs rle hombres y animales, violentamente sacudidos, caer


~':thezl' ahajo. Pol'que sería ridículo disputar sobre su habitaci6n
t>n In Imm1, si no nudiesen nacer, ni subsistir sobre dicho planeta.
Ri los egipcios :r los trogloditas. que tienen al Sol perpendicular
~ohrt' "i un solo d1a, en los solsticios, y lo ven en seguirla nlejnrsc,
r>st;ín rasi ahrnsados por la seqnedall del aire que respiran, ¿c6mo
los habitantes de la Luna habían de poder sufrir todos los años
loa calores d(> doce veranos, cuando el Sol, en cada plenilunio,
t•nycsc a plomo sobre su cabeza f En cuanto a los vientos, a la~
uubc~ y a las lluvias, sin los cuales los frutos de la Tien·a no
pncil<'n nacer ni conserYarse, ¿es posible suponerlos en un planeta
nn donrlc el aire es tan violento y tan caliente, pu!.'sto que aún
Hqní abajo ~>n los mont<'s más altos no se experimentan inviern~
!lSperos y dguroso!'l f (3). Como el aire rs allí pnro y tranquilo
vor ra1.ón de su liflCr+'7.a, está exento de la condensación que suf.n-
cl mt~>stro durantr el invierno . .A. menos que sn diga que, como
Miner,·a daba a Aquiles néctar y ambrosía, ese alimento ordi-
Jlario de los dioses, aquel héroe no tomaba alimrnto alguno, rleJ
n'i ·mo modo la Luna, que se llama y que verdaderamente es
M.inerva, nutre a sus habitantes haciendo crecer para ellos, dia-
riamente, la ambrosía, ese alimento ordinario de los diosr.s, según
PhercC'ides. En cuanto a esa raíz indiana que queman, según Me-
gMthcnrs, ci<:>rtos pueblos de la India, que no teniendo boca, por
cuya raz6n son llamados ostoman, ni comen, ni beben, y no hacen
más qne respirar el olor de e<Jta planta, ¿ c6mo crece esa ra1z P.n
In Ltma, que nunca se ve regana por ninguna lluvia Y"
Cuando 'rheon hubo concluído, tomé yo la palabra. De todo
t•uunto RC ha dicho, nada prueba que la I.Juua no puede ser habi-
ladH. Su revolución dulce y tranquila ha<'e ligero y constante el
aire que la rodea y le da. una agradable temperatura, <le mod9
que no habría que temer la caída de los que ]a habital·nn, a me-
nos qn.- no raycra ella mistna. La variedad y las aberrnciones dl'
<m tnoYirn icnto no proceden desigualdad o desorden; los astróno-
mos demuestran, por <>l contrario, que son efecto de un orden ;\'
un <'nrso admirable.CJ.
En cuanto al exc>csivo y <:ontinuo calor que el Sol le hiciera
cxperim<'ntar, d<'jaréis de temerle, si ponéis primeramente a ]a.,
rlore colljuncione.s del Ycr:mo, las doce oposiciones, lncgo la eon-
finuidad d1• estos cambios, que, no dejando a las afecciones ex-
tremas un largo espacio de tiempo, y quit.."i.ndolcs lo que tienen
de demasiado violento, las reducen a Ulla temperattll'a muy agra-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS ~47

dable, y hacen al tiempo que media entre los dos extremos muy
semPjatltc a nues1ta primavera. Por otra parte, el Sol nos envía
sus ¡·ayos al traYés de un aire e.<~peso; y su calor nutrido por esos
vapore.<~, adquiere bastante más fuerza, a1 paso que la Luna, don-
de el airo es sutil i transparente, no encontrando los rayos nin-
gún t'llCrpo que le sirva de foco y de alimento, se dividen y dis-
prl's:Jn. Entre nosotros, las lluvias son las que alimentan a lo.<J
Arboles y a los frutos: ¡>Pro en otras parte~ romo entre vosotrOI'I
en 'J'ehns y en Siena, 110 os el agua de la lluvia la qno provrr
a RU alimento, es la dr Ja tierra misma, que penetrada siemprr
de humedad, f<wtmclada además por los vientos y el rocío, no cede
en icrtilidad al surlo lllf'jor regado; tan grasa y fecunda es na-
turalmrntc. En nuestlas comarcas, las misma.'i cspe<>ies de {u·holes
que han sufrido un invierno riguro ·o, producen en abundancia
muy burnos frutos: pero <>n Africa, y en1 re vosotros, rn Egipto,
los árboles pa•lcc<'n mud10 por el frío. f.Ja Gedros.ia y la 'l'roglo-
dítida, ~:tuada~ a orillas del Océano, son atac>adw; de Psterilidnd
y no producc>n árbole.q a cansa de la sequedad del terreno. Pero
d mar adyacente alim«>nt.a hasta en el fondo de sus aguas plantas
de un tamaño extraordinario, que llaman a una-; oli'\"o~. a otras
laurel, y a otras, en fin, cabellos de Isis. La planta llamada ana
campserota, después dP arrancada de la tierra y colgada, se con-
serva cuanto so quiere, y da aún hojas nuevas. Entre las sPmi-
llas, las hay, como la ccntlmrea, que sembradas t•n una tierra
grasa y regadas a menudo, pierden sus propiedades naturales,
porque quieren la sequedad, y un terreno árido les conserva toda
m1 virtud. H uy otras, como la mayor parte de las plnut~s de Ara-
hin, que no pu<'Clen Roportnr ni aún el rocío y que se marchitan
y mueren en cuanto "e mojan. &Qué extraño, pues, que crezcan
rm la Luna raíces, semillas y plantas qne no nece.~iten ni de in-
viemo ni ele lluvias, y a ]ru.; cuales un aire seco, como el del ve-
rano, sea el único <>ouvenicnte f
Y, Apor qné no J1a do ser vProsímil que haya en la Luna
vientos tibios y sua\'c~, y que el movimiento mismo de su revo-
lución t"Xt·itc hálitos trrnplados, rocíos y Yapores ligeros que se
extiendan por todas parte.-; y sean suficientes a la alimentaci6n
de las planht9T ¿La tem¡)('ra1ura de este planeta no es más bien
blanda y húmcdn, qnc seca y ardiente Y De allí no nos viene nin-
gún efecto de sequedad sino muchos de humedad, y si es permi-
t.ido habla1· así de blandura fecundante, tales como el c1·eeimiento
<1~ las plantas, e] ablandamiento de las carnes, la alteración de
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JtR CAMILO FLAMMARION

l0t1 vinos, IO'i pastos fáciles. Yo no voy, sin embargo, hasta atri-
lmír, con los estoicos, el flujo y el reflujo del Océano a la hu-
m~>dad que cae de la Luna.
Hay hombres que Yiveu sin alimento sólido : les basta el sim-
ple olor de los manjares. Epiménides lo probaba con su ejemplo,
y hacía ,·cr que la Naturaleza sostiene a un animal con muy poco
alimento, y que bastaba el ~rueso de una aceituna para su nutri-
ción. Pues, los habitantes de la Luna, si los tiene, deben ser de
una constitución li~era y fáciles de nutrir con los alimentos más
simples. . . Como la Luna no se parece en nada a la Tierra, nos
cuesta trabajo creer que esté habitada. Por mi parte, pienso que
<rut> habitantes están aún más sorprendidos que nosotros, cuando
perciben a la Tierra, que les parece como la escoria y el cieno
riel Universo, al través de tantas nubes, de vapores y de nieblas
que la convierten en una mansión lóbrega y baja, y la hacen
inmóvil. Se resisten a creer que semejante lugar pueda producir
y alimentar animales que tengan movimiento, respiración y calor.
Creen cie1tamente que la Tierra es uua mansión horrorosa; no
eludan que el infierno y el Tártaro están colocados en nuestro
globo, ~' que la Luna, igualmente distante de los cielos y de los
in fi<>ruos, sea la verdadera Tierra.
De cual(!nicr modo que sea, pueden existir en la Luna cier-
to'l habitantes; y los que pretenden que es indispensable que esoe
~res tengan necesidad de todo lo que necesitamos nosotros, no
han fijado jamás su atención en las variedades que la Naturaleza
noo ofrece, y que l1acen que los animales difieran aún más entre
sí que lo que t>llos mismos se diferencian de las substancias ina-
nimadas.
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CYRANO DE BERGERAC

DE UNA LENGUA UNIVERSAL


POR UN HABITANTE DE LOS PEQUE~OS PLANETAS
QUE GIRAN ALREDEDOR DBL SOL.

''.Al cabo de algún tiempo de camino, lleg'Tlé a un barranco


itnntie encontré un hombrecillo completamente desnudo, que, sen-
Lnclo cn una piedra, estaha descansando. No recuerdo si le hablé
yo primero, o si fué él, el que me interrogó; pero tengo muy
pr<"·wnte, como si lo escuchara todavía, que me ha bl6 durante tres
l.urns largas, en una lengua que estoy cierto no haber oído nunca
y r¡uc no tiene la relaci6n más pequeíía con ninguna de las de
Mil' mundo, y que, sin embargo, comprendí más pronto y más
1111dh~iblemente que la de mi nodriza. Luego que me hube en-
lt ra<lo de una cosa tan admirable, me explicó que en las ciencias
hay una ve1·dad, fuera de la cual siempre se dista de lo fácil;
fJIII' <~nanto más un idioma se aleja d<> esa verdad, es tanto más
mfNior a la concepción y de más difícil inteligencia. "Y hasta
f'ft sn música --continuó- nunca se encuentra esa verdad, sin
'l"~' el alma súbitamente conmovida deje de correr hacia ella cie-
f~lllt<'ntc. Nosotros no la vemos, pero sentirnos que la Naturaleza
In ,.e; y sin poder comprender el cómo, quedamos absortos, no
d~jo de arrebatarnos, sin que sepamos notar en dónde está ...
J'flr (·.so, si la conocieseis podríais tratar y comunicar todos vues-
t rus pcn<:amientos a las bestias y ellas a vosotros todos los suyos,
JIOrque ese es el lenguaje propio de la Naturaleza, con el cual
1<' ha<·e entender de todos los animales.
"No os admire, pues, la facilidad con que entendéis el sen-
tido tlc una lengua que nunca sonó en vuestros oídos. Cuando yo
hnhlo, vuestra alma encuentra en cada una de mis palabras esa
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350 CAMILO PLAM!v1A1UON

verdad que busca a tientas; y, aunque su razón no lo entiende,


lleva en sí Naturaleza, que no podría dejar de comprenderla."
EL LENGUAJE
DE LOS HADITANTI!.S DI!. LA LUNA

Cuenta Cyrano que en su viaje a la Luna :fué cogido por


Uf' charlatán y enseñado al público como una bestia extraña. El
entretenía sus ocios conversando con un demonio que iba a visi-
tarle a su jaula. El siguiente relato es posterior a nna. de esa.s
C'J>nversaciones.
''Hacía algtín tiempo que hablábamo8, cuando mi charlatán
conodó que la concurrencia empezaba a cansarse de mi jerga, quo
no cntrndía, y tomaha por un gruñido inarticulndo. Volvió con
má~ ahinco a tiral' de la cuerda a qne me tenía sujeto, para
hncermc !;altar, basta que los espectadores, hartos de reír y a~e­
gurar quC' yo tenía casi tanta inteligencia como las bestias de
su país, ~;;e retiraron cada. cual a su casa.
''Yo dulcificaba la dureza ue los malos tratamientos de mi
amo con las visitas que me hacía mi oficioso demonio; pues, para
entretC'nerme con los que ~enían a verme, además de que rne
tetúan por un animal de los mejor clasificados en la categoría
de los brutos, ni yo sabía su lengua, ni ellos entendían la mía:
juzgad así qué diversión; porque habéis de saber que dos id.iomM
tan s6lo son •u,sados e1t aqtte~ paf.s: uno sirve a los grandes y otro
CJUI' es peculiar del pueblo.
''El de los grandes no es más que una diferencia de tonos
inarticulados, muy semejantes a nuestra músir-a, enando no se
unen las palabras al sonido, y ciertamente es una invención a
la vez mny útil y muy agradable; porque cuando están cansados
de hablar, o cunndo desdeñan prostituir su gargan1a para este
uso, toman un laúd u otro instnunento del cual se sirven tan
bien como de la voz para comunicarse sus pensamientos; de modo
que algunas veces se encontrarán en compañía quince o veinte
que discutirán un punto de teología, o las dificultades de un pro-
CE'.SO, por medio del concierto más armonioso con que se pueda
regalar el oído.
"El segundo, que está en uso entre el pueblo, se ejecuta por
la agitación de los miembros, pero no como acaso se presume, pues
ciertas partes del cuerpo significan un discurso entero. La agi-
tación, por ejemplo, de un dedo, de una mano, de una. oreja, de
un labio, de un brazo, de un ojo, de una mejilla, formarán, cada
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 3~1

cual en ¡1nrticular, una oración o un período, con todos sus miem-


bros. Otras sirven sólo para designar palabras, c.omo una arruga
(>n la frente, los diversos estremecimientos de los músculos, el vol-
ver las manos, los sacudimientos de pies, las contorsiones de br~
:r.os; de modo que cuando hablan, con la costumbre que tienen
de ir desnudos, sus miembros, habituados a gesticular sus con-
oopciones, se mueven con tal viveza que no parece un hombre
que habla, sino un cuerpo que tiembla."

DE LA SEPULTURA

''.Al ver que llevaban un n.taúd forrado de negro, preguntk


a un espectador qué significaba aquel convoy, semejante a las
pompas fúnebres de mi país. Respondi6me que aquel malvado
-nombrado en el pueblo con un capirotazo sobre la rodilla de-
recha-, convicto de envidia y de ingratitud, había muerto el día
anterior, y que el Parlamento lo había condenado, hacia más de
veinte años, a morir en su cama, y a ser enterrado después de
su muerte. Yo me eché a reír de esta contestación, y preguntán-
dome el por qué, le contesté: -Me admiráis, diciéndome que lo
que es un signo de bendición en nuestro mundo, como la larga
nda, una muerte tranquila, una sepultura honrosa, sirve en éste
de caRtigo ejemplar.
"-¡Cómo! ¿Juzgáis que la sepultura es una cosa estimable f
-me replicó aquel hombre-. Y en conciencia, &podéis concebir
algo más espantoso que un cadáver llevado por los gusanos de
que rebosa, a merced de los sapos que le mascan los carrillos, en
fin, la peste rovestida del cuerpo de un hombre f 1Gran Dios 1
La sola idea <le tener, aunque muerto, la. cara envuelta en un
paño y sobre la boca una palada de tierra, me hace respirar con
trabajo. Ese miserable que veis llevar, además de la infamia de
ser arrojado n una fosa, ha sido condenado a ser acompañado
por ciento cincuenta amigos suyos, con orden a éstos, en pena de
haber amado a un envidioso e ingrato, de concurrir a sus fune-
rales con semblante triste; si los jueces no se hubieran apiadado,
imputando en parte sus crímenes a su escaso entendimiento, hu-
bieran ordenado el llanto. :F'uera de los criminales, aquí se quema
a todo el mundo; esta es una costumbre muy decente y racional;
pues, nosotro'i creemos que, habiendo separado el fuego lo puro
de lo impuro su calor se reúne por simpatía. a ese calor natural
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352 CAMILO FLAMMARION

qne constituyó el alma, y le presta fuerzas para elevarse eonstan-


temcnto, subiendo hasta algún astro, mansión do ciertos pueblos
más inmateriales que nosotros y más intelectuales, porque su tem-
peranwnto debe <:orresponder y participar de la pureza del globo
que habitan."

jUICIO RELATIVO
ALA
PLURALIDAD DE MUNDOS
(ALUSIÓN INGENIOSA AL PROCESO DB OALILBO)

"En presencia. ele un gran número de cortesanos fui interro-


gado sobre algunos p1mtos de física, y mis respuestas, a lo que
creo, gustaron a uno de ellos, porque el que presidía me expuso
muy extensamente sus opiniones acerca de la estructura del mun-
do; me parecieron ingeniosas, y si no hubiera pasado a su origen
que sostenía ser eterno, hubiera encontrado su filosofía bastante
mús racional que la nuestra. Pero tan pronto como le oí sostener
un delirio tan contrario a lo que la fe nos enseña, rompí con él,
y esto proYoeó su risa; lo que me obligó a decirle que, puesto que
lo tomalJa así, volvía a creer que su mundo no era más que una
Luna. "-Pero -me contestaron todos--, 'no véis en él tierra,
ríos y mares; qué sería, pues, todo esto f" "-No importa -re-
pliqu6- ; .Aristót<>les asegura que no es más que la Luna, y si
vosotros hubiérais dicho lo contrario en las clases donde yo he
hecho mis estudios, os hubie1an silbado". llubo con esto una gran
explosión de risa. No hay que preguntar si fué de su ignorancia;
pero, sin embargo, se me condujo de nuevo a mi jaula.
''Pero otros sabios más intolerantes que los primeros, noti-
ciosos de que yo había osado decir que 11.1. Luna de donde yo pro-
cedía era un mundo, y que :su mundo no era más que una Luna,
creyeron que esto les proporcionaba un pretexto muy justo para
hacerme condenar al agua, que es el modo <le exterminar a los
impíos . .Al efecto, fueron en corporación a presentar sus quejas
al rey, que les prometió justicia, y ordenó que yo volviese al
banquillo de los acusados.
Cuando trataba de defender mi causa, me hallé absuelto por
una aventura que os va a sorprender. Un hombre, que había te-
nido gran dificultad en atravesar el gentío, fué a echarse a los
pies del rey, y ~>e arrastró largo tiempo de espaldas en su pre-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 353

scncia. Este modo ele obrar no me sorprendió, porque sabía que


era la postma que tomaban cuando querían hablar en público. Yo
me tragu6 buenamente mi arenga; véase la qne el otro nos pro-
nunció:
"-Juslos, escncbaclme. No podréis condenar a este hombre,
mono o papagayo, por haber dicho que la Luna es un mundo del
cual él procede; porque si e>s hombre, aun cuando no hubiese
venido de la Luna, siendo todo hombre libre, &no será libre tam-
bién él para imaginar cuanto le plazca T ¡Qué ... ! Podéis obli-
garle a t<mc1' vuestras visiones f Le forzaréis, es cierto, a decir
que la Luna no es un mundo, pero él, sin embargo, no lo creerá;
porque, para cre<'l' alguna cosa, es preciso que se presenten a su
imaginación ciertas posibilidades mayores para el "sí" que para
el "no"; n menos qne le suministréis esa verosimilitud, o que
venga por sí misma a ofrecerse a sn rsphitu, él os dirá que cree,
pero no por eso creerá !
"&Tendré que probaros ahora que no debe ser condenado si
le colocáis en la categoría de las bestias T Porque, suponiendo que
~{'a animal sin razón, 'le tendríais vosotros mismos al acusarle de
haber pecado contra ella f Ha dicho que lá Luna es un mundo;
pero las bestias sólo obran por instinto do la. Naturaleza; por con-·
siguiente, la Naturaleza y no él es quien lo dice. Creer que esta
sabia Natnrale?.a, que ha hecho el Mundo y la Luna, no sepa
ella misma lo que es, y que vosotros, que no tenéis más conoci-
mientos que el que ella os ha dado, lo hayáis de saber con cer·
te?.a, fuera muy l'Íclículo. Pero, aun cuando la pasi6n oa hiciese
renunciar a vuestros principios, y supieseis que la Naturaleza no
guiaba a las bcalias, avergonzaos, cuando menos, de las inquietu·
des que os ocaHionan los caprichos de 1ma bestia. En verdad, se-
ñores, ¡:;i encontraseis un hombre de edad madura, que atcndie¡;e
a Ja policía do un hormiguero, ya para dar un bofetón n la hoJ-
mi~a que hubiera hecho caer a su compañera, ya para. pl'ender
a la qn<' huhic•sc robado un grano de trigo de su vecina, ¡no Jo
consideraríais insensato por ocuparse de cosas indignas de él?
¿Cómo, pue.q, v<'ncrahle asamblea, defendf'téis el interé~ que atri-
buis a los <'apl'ichos de este pequefio animal f J u~tos, he dicho.
'"fan pronto como bullo aeabado, una cspech de música de
aplauso~ rc!'onó en toon la sala ; y despnó'i que todas las opi-
niones ~e h11hicron debati~lo tul largo c>uarto de horn. el rey sen·
tmwió:
"Que <m adclur.tc st'tía 1·eputado como hombTt>, y como tAl
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354 CAMILO FLAMMAR.ION

puesto <'n libcrtacJ, ;.- que la pena de ser ahogado sería conmutada
por lma rctrartación afrentosa (porque. no la hay lumrosa en
aquel país), <>n cn~-a retractación habría de desdecirme pública-
mrnte, ele haber sostenido que la Luna es un mundo, a cansa del
escándalo que la novedad de esta opinión hubiese podido causar
en el alma de los ignorantes.
''Pronunciada es la sentencia, se me saca del palacio; se me
vi~ te, 110r ignominia, muy suntuosamente¡ se me conduce a una
tribuna hecha sobre un magnífico carro, y arrastrado por cuatro
prí1wipcs que habían atado al yugo, y, véase lo que me obligaron
a prommciar en ]as plazas de la ciudad:
''Pueblo, yo d<'claro que esta Luna no es una Luna, sino un
mundo; ~' que aquel mundo no <'S un muuclo, sino una Luna.
Esto es lo que el Consejo juzga conYcnicnte que creais."
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FONTE~ELLE

Conversaciones sobre la Pluralidad de Mundos


(VELADA SUPLEMENTARIA)

"IIacía mucho tiempo que la marquesa ele G. y yo hablá-


hamos de mundos y basta empezábamos a ol\'idar que hubiésemos
!tablado de ellos alguna vez, cuando fuí un día a su casa, y entré
precisamente en el momento en que salían de ella dos hombres de
talento, y bastante conocidos en el mundo.
"-Ya Yeis -me dijo tan pronto como me vió-, qué visita
acabo de recibir; os confesaré que me ha dejado con algún recelo
dt> qnc podéis haberme maleado el entendimiento.
"Sería muy lisonjero -le respondí-, haber tenido tanto
}>Oclcr sobre vos: creo que pudiera cmprenderse nada más difícil.
"-'J'emo, sin cmbargo, que lo haya conseguido -replicó
ella-. 1 o sé cómo, la conYersación eon esos dos lwmbres que
ac·abau de salir, l'C<.'ayó sobre los mundos; quién sabe si habrán
abordado este nsnnto maliciosamente. Yo no de.ié de decirles en
seguida que todos los planetas están habitados. 1Jno do ellos me
la posiblo ingrnuiclacl, le sostuve lo que creía; él lo ha tomado
contesta que e¡:;taba bien persuadido que ~'O no lo creía; con toda
c·rco que le hacía tan porfiado en pensar que yo no tenía esas
opiniones, es que me aprecia demasiado para imaginar que sea
rapaz de opinión tan cxtrM·agante. En cuanto al otro que no me
aprecia tanto, me ha crrído bajo mi palabra. ¡,Por qué me habéis
imbuído una co~a que las personas que me estiman no pueden
creer que ~·o sostenga formalmente?
"-Pero señora -le contesté-, ¿por qnG Ja sostenéis seria-
mente con gente que estoy seguro no tomarían parle en ninguna
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356 CAMILO FLAMMARION

eonversaci6n que fuese un poco grave Y¡Es lícito comprometer asf


a los habitante.s de los planeta<~ t Contentémonos con ser unOt'l
cuantos escogidos los que creemos eso, y no divulguemos nuestroe
mistcl'ios entre el pueblo.
''¡ C6mo 1, -{)xclamó-; ¿llamáis pueblo a los dos que aca-
ban de salir de aquí f
"Tienen mucho talento -repliqué yo-, pero nunca racio-
cinan. r..os qne discnrren, que son gente brusca, los llamarán pue-
blo, sin dificultad. Por otra parte, estas gentes se vengan po-
nienito rn ridículo a los que raciocinan; y me parece que es una
cosa m ny bien arreglada el que cada especie desprecie aquello de
qno N.trrco. Si fueS<' posible, convendría avenirse con t<>do el mun-
do; hubiera sido prt>ferible chancearse sobre los habitantes de 1~
planetas, con esos dos hombres que acabáis de ver, puesto que
saben chancearse, más bien que discutir con ellos, puesto que no
saben hacerlo: Vos hubierais conservado su aprecio, y los plane-
tM no huhiPran perdido por ello ni uno s6lo de sus habitantes.
"¡ ITacer traición a la verdad 1 -dijo la mat·quesa-. Vos
no tPnéis conciencia.
"-Os confieso -le repose>-, que no soy muy ('Closo lX>I esas
vordadrs, y que las sacrifico gustoso a las menores conveniencia.'
sociales (1). Comprendo, por ejemplo, de qué depende y de qn~
dependerá siempre que la creencia en los habitantes de los pla~
neta'i no se tenga por tan veros:ímil como es. Los planetas se pre-
sentan siempre a la vista como cuerpos que despiden luz, y no
como campos y praderas. Fácilmente creeríamos que praderas y
ea.mpos !'Stuviesen habitados; pero cuerpos luminosos, no hay me--
dio. Bien puede venir la ra?.6n a decirnos que hay en los planetas
c>,ampos y praderas; la raz6n llega. demasiado tarde, el primer
golpe de vista l1a hecho su efecto en nosotros antes que ella: no
queremos escucl1arla. Los planetas ya no son má.9 qne C\1Crpos lu-
minosos; y luego, ¿ c6mo serian sus habitantes? Fuera preciso que
nuestra imaginación nos representara en segnicla sns figuras, lo
que no purde l1acrr ¡ lo más sencillo es creer que no los hay. ~ Qni-
eierais que por establecer a los habitantes de los planetas, cuyos
int~rest>s mt• to<'tm do muy lejos, fuese a acometer a esas temibles
potcnc>iaq que se llaman s"ntidos e imaginación f Muebo valor se
necesitaría pata empresa semejante; no es fácil pl'l'b'Uadir a los
hombrl'.s que pongan su razón en lugar de su vista. Encuentro al-
gunas veces gente bastante razonable para consentir eu creer, des-
pués de núl pruebas, que los planetas son tierra~. pero no lo creen
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 357

~mo lo creerían si uo los hubiesen visto bajo diferente apA.l·ien-


cüt; recuerdan siempre la primt>ra idea que formaron y no la de-
"('Chan fácilmente. Esas gentes son las que, creyendo nuestra opi-
nión, aparentan, sin embargo, hacerle gracia y :favorecerla sólo
por cierto placer qnc les causa su singularidad.
''¡Y qué! -interrumpió ella-, ¡no es eso s1úiciente para
una opiJ1ión que no es más que verosímil 7
''-Quedaríais bien sorprendida -repliqué yo-, si os dijese
qae la palabra verosimilitud ('S muy moclesta. &Es solamente ve-
rosímil que haya t>xistido Alejandro! Vos lo tenéis por bien cier-
to; y, ¿!!Obre qué fundáis esa certidum brc Y En que tenéis todas
la.<¡ prucbac; que poclí-is de~;ear sobre semejantes materias, y que
no presenta el más leve motivo de duda que suspenda y detenga
vuootro ánimo : pue!'{, pol' lo demás, jamás habéis visto a Ale,jan-
·lro, ni tenéis rlemo!!tración matemática de que haya debido existir.
"Pero, !CJUé diríais si los habitantes de los planetas estuvie-
:w.n con corta diferencia en el mismo caso f No se os podrían en-
~ñar; y no podéis exi~ir que se os demuestren como se haría
ron un punto matrmático, pero todas las pruebas que se pueden
desear en cosa..<¡ de esta naturaleza, las tenéis; la completa seme-
janza de los planetnc¡ con la Tierra, que está habitada, la impo-
.Ubiliiiad de ima~inar ningún otro uso para el cual hubiesen sido
formados, la fecundidad y la magnificencia de la Naturaleza,
dertas atenciones qnc parece haber tenido para las necesiclades de
sus habitantt-.s, como el haber dado lunas a los planetas di~tantes
del Sol; y lo que es todavía más importante, todo está en su favor
y nada en contra, y no podéis imaginar el menor motivo de duda,
aino volvéis a. tomar los ojos y el espíritu del pueblo. En fin,
~n el !ntpnt'~to d(• que existan, no podrían maniícsün·se por mfls
indicios, ni 1wr scfiales más sensibles; y después de esto, a vos
toca ver si los queréis tratar como cosas puramente verosímilos.
" -Pero, t no q11eréis -replicó--, que eso me parezca tan
('icrto como que Alcjaudro ha existido 1
''-No, u o del todo -respondí-; pues, atmquc tengamos
tantas pruebas sobre los habitantes de los planetas cuantas po-
drmo~ tPnm· en la situación en que estamos, el gran número de
estas pl'U<•Las no <'N, sin embargo, muy grande.
" - Voy a 1·enuuciar a los habitantes de los planetas -inte-
1Ttltnpió <>lla-, porque ya no sé dónde colocarlos en mi espíritu:
no son completamente cie1·tos, son más que verosímiles; esto me
confunde demasiado.
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358 CAMILO FLAMMARION

"-¡.Ah!, señora -repliqué-, no os desaniméis. Los relojes


más comunes y más toscos señalan las horas; sólo los que están
fabricados con más arte señalan los minutos. Del mismo modo, los
1alcntos ordinarios sienten bien la diferencia de una simple vc-
l'Osimilitud a una completa certidumbre; pero s6lo los espíritus
perspicaces per<'ibcn el mús o el menos de certeza o de verosimi-
litud, y señalan, por decirlo así, los minutos por su sentimiento.
Colocad a los habitantes de los planetas en un grado inferior a
.Alejandro, pero superior a no sé cuántos puntos de historia que
no están completamente probados; creo que ahí estarán en su
lugar.
''-Me gusta el orden -dijo ella- y vos me complacéis
arreglando mis ideas.''
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ITUYGEXS

Carta a su bennano

(Que sir\·e de introducción al Cosnwtheo1·os)

u No es posible, mi que1·ido hermano, que los que son del pa-


recer de Oopérnico, y creen Yerdaderamente que la Tierra que
habitamos está en el número de los planetas que giran alrededor
dcr Sol y que reciben de él toda su luz, no crean también que
todos esos globos están habitados, culth·ados ;.· adornados como
el nuestro: fácilmente se adherirán a nuestras conjeturas, llaman
su atención sobre los nucYos descubrimientos que se han hecho
en el cielo desde el tiempo de Copérnico sobre los astr.os que
acompañan a ,Júpiter y a Saturno, sobre las montañas y los cam-
pos descubiertos en la Luna, y sobre muchas otras <'Osas por las
cuales se han adquirido no solamente nueyas pruebas de la ver-
dad del mlcYo sistema, sino también nuevos puntos de semejanza
Y analogía entre Ja Tierra y los demás planetas. Esio me recuerda.
conversacion<'s qnc hemos tenido los dos sob1·c este asnnio, cuando
considerábamos juntos con poderosos anteojos la situación y el
movimiento <le los astros; lo que no hemos podido hacer desde
hace muchos años, a cansa de tus ocupaciones y de tus ausencias.
En aquel tiempo <>reíamos firmemente no poder t"sperar jamás
adquirir n ingún conocimiento de las obras de Ja Naturaleza en
esas regiones celestes, y que, por consiguiente, seeía inúiil bus-
carlos; a d•ecir verdad, tanto en los filósofos antiguos como entre
los modernos, no he encontrado a ninguno que haya tratado de
hacer un descubrimiento de esta naturaleza. Si desde el origen
de la astronomía, cuando se conoció que la Tierra era redonda,
circundada de aire por todas partes, hubo quien se atrevió a ase-
gurar que había sobre los astros otros mundos además del nuestro
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360 CAMILO FLAMMARION

en tan gran número que no se podrían encontrar; si los que han


venido después, como el cardenal de Cusa, Bruno y Kepler, han
~tado que los planetas estaban habitados, no parece, sin em-
bargo, que ni los Hnos ni los otros hayan buscado nada más allá,
ni hayan llevado más lejos sW> descubrimientos, ni aun el nuevo
Aut.or francé~ de las conversaciones sohrc la Pluralioad de Mun-
dos (Font<•nclle). Algunos se han contentado con divulgar eicrtas
fábula.'i relativas a los pueblos de la Luna, en las runles no hay
más verosimilitud que en las de Luciano; en el número de estas.
pongo las ftd>ulas de Kepler, que ha querido aliviar su espíritu
publicando su usueño Astronómico". En cuanto a mí, que no
me considero ntús ilustrado que esos grandes hombres, sino sola-
mente más dichoso por l1aber venido después, habiéndome dedi-
cado desde algún tiempo a meditar sobre esta materia con más
cuidado qne lo había hecho hasta aquí, me ha parecido que la
Providencia no nos había cerrado todos los caminos que pueden
conducir a la invE'qtigación de lo que pasa en lugares tan lejanos
de éste.
"Espero que leerás con gusto esta obra, teniendo tanta afi-
ción como tienes a la astronomía. Yo te coufieso que he tenido
mul'ho placer en escribirla y que comprendo hoy (como ya me ha
mcedido otras veces) la verdad de lo que dice Arquitas: u si al-
guno hubiese subido al cielo y hubiese considerado atentamente
la inmensidad del Universo y la belleza de los astros, la admira~
ci6n que experimentaría por tantas maravillas le sería desagrada-
ble ~i uo encontraba a quién referirlas". Pero quiera Dios quo
no pueda referir a todo el mundo estas producciones del ingenio,
y, exceptuándote a. ti, me fuere dado escoger lectores a mi gusto
que no fuesen completamente ignorantes e.n astronomía y en bue-
un filosofía, y en los cuales tuviese bastante confianza para creer
q_ue diesen fácilmente su aprobación a estos ensayos, y que esta
obra no necesitara de protección para hacerse escuchar su no-
vedad.''
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VOLTAIRE

Si.temaa verosimU. - MJcromegu

••Puesto quo Brahma, Zoroastro, Pitágoras, Thales, tantos


griegos y tantos franceses y alemanes han hecho cada cual su
1istcma, ¿por qué no habremos de hacerlo también YTodos tienen
el derecho de buscar la clave del enigma. ·
lle aqui el enigma; es preciso confesar que es difícil.
Hay millares de globos luminosos en el espacio y de ellos,
con la ayuda de los telescopios, conocemos cuando menos doce mil.
contando los dos mil que se han descubierto en Orión. Los anti-
guos no conocían más que mil veintidós. Cada uno de estos soles,
colocados a distancias extraordinarias, tienen a su alrededor mun-
dos que iluminan, que giran en torno de su esfera, que gravitan
~bre él, y sobre los cuales gravita.
Entre todos esos globos innumerables, entre todos estos mun-
dos que giran en el espacio, sometidos a las mismas leyes, go-
zando de la misma luz, giralliOS nosotros en un rincón del Uni-
verso alrededor de nuestro Sol.
La materia de que se compone nuestro globo, así como todoa
sus habitantes es tal, que contiene muchos más poros, vacíos e
intersticios que materia sólida. Nuestro mundo y nosotros no so-
mos mús que cribas, una especie de enrejados.
Nuestra Tierra y nuestros mares, girando perpetuamente de
Occidente a Oriente, dejan escapar sin interrupción una porción
de partículas acuosas, terrestres, metálicas y vegetales que cubren
el globo día y noche a la altura de algunas millas, y que forman
los vientos, las lluvias, los rayos, los truenos, las tempestades o
los días ~eren os; según se hallan dispuestas esas exhalaciones, se-
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~62 CAMILO FLAMMARTON'

gún su electricidad, su atracción o su elasticidad tienen más o


tncnos fuerza.
A traY~S de este velo continuo, tan pronto más grueso, tan
pronto más delgado, nuestro Sol nos lama un océano de luz. La
relación constante tle nuestros ojos con la luz es tal, que vemos
siempre a nuestro cúmulo ele vapores sobre nuestras cabezas en
b6veda rebajada; que cada animal está siempre en el centro de
:-;u horir.onte; que con tiempo sereno, distinguimos, durante la no-
che, una parte de las estrellas y que creemos estar siempre en
medio de <'Sa bóveda rebajada, y ocupar el centro de la Natura-
leza. Por este mecanismo de los ojos vemos al Sol y a los demás
astro¡.¡ en donde no están, y mirando un arco iris, estamos siem-
pre en el centro de ese semicírculo, cualquiera que sea el lugar
<'n que nos coloquemos.
A consl'cucncia de los errores perpetuos y ñccesarios del sen-
tido de la vista vemos, en las noches claras, las estreUas, distantes
unas de otras tantos millones de g1·ados, que nos parecen puntos
rle oro incrustados sobre un fondo azul a algunos metros de dis-
1aucia entre sí y a esas estrel1M colocadas en las profundidades
de un espacio inmenso, los planetas, a los cometas, al vacío pro-
cligio¡;o en que giran, y, a nuestra atmósfera, que circunda como
la pclu<lilla redondeada de una hierba que se llama "diente de
león", a todo esto llamamos cielo; y hemos dicho: "Esta obra
asornhrosa se ha hecho únicamente para nosotros, y nosotros he-
mos sido hechos para ella".
La anti~iicdad creyó que todos los globos danzaban a la re-
donda alredrdor del nuestro, para complacernos; que el Sol salía
por la mañana para corrc1· como un gigante en su camino, y que
iba por la tarde a acostarse en el mar. No se dejó de colocar un
dios en ese Sol y en cada planeta que parece recorrer alrededor
del nuestro; y Sócrates fué jurídicamente envenenado por haber
dudado de que esos planetas fuesen dioses.
Todos los filósofos han pasado su vida contemplando esa bó-
veda azul, esos puntos de oro, esos planetas, esos cometas, esos
soles, esas estrellas innumerables; y todos se han preguntado:
''¿Para qué sirve todo esto 1 lEs eterno este gran edificio T &Se
ha construído por sí mismo 1 ¿Es un arquitecto quien lo ha fa-
bricado f 'Quién es ese arquitecto' ¿Con qué fin ha hecho esta
obra f &Qué puede resultarle . .. '" Cada cual ha hecho su nove-
la; y lo peor es que algunos novelistas han perseguido a sangre )r
fuego a los que querían .hacer novelas diferentes de las suyas.
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PLURALIDAD DE MUNDOS llABIT:\DOS 363

Otros curio¡;os ~<' l1an a1rnido a lo qu~ pasa en nuestro P<'·


quefio globo tenáqnro. Han querido adivinar por qué los carneroq
<'qtán cubiertos clt' lana; por qu¡S las varas no tienen más ele una
fila de dientes, y por qué los hombrC's no tien<'n garras. Los unos
l1an dicho que en otros tiempos los hombres fueron peces; los
otros que habían tenido lt)S <los se.xos. y un par de alas. Algunos
hay qne noB han asegurado que todos Jos montrs habían siclo
mares duran t<' nna innume1•ablc S<>rie de siglos. llan visto e\'ÍU('}l-
temente que la piedra caliza era un compuesto de eouchas, y que
la tiena era de vidrio. Esto se ha llamado la físiea experimental.
l1os más pru1dentes han sido los que han cultiYado la tierra, sin
<·uidarse de Eli era de vidrio o ue arcilla, y l1an sembrado sin saber
:-~i t>sta S<'milla tenía que morir para producir espigas; y desgra-
f'iadamente, ha sncC'dido que esos hombres, siempre preocupado
('n alimentarse y alimentar a los demás, han sido subyugados por
los quc, sin lbab<'r sf·mhrado nada, han venido a arrebatarles su-;
(·oscchas, a degollar n la mitad de los cultivadores y a sumir a la
otra mitad en una !;ervidumbrc más o menos cruel. Esta servi-
clumbrc cmbsiste actt1almente en la mayor parte de la Tierra,
r>ubierta por los hi,jos de los raptores ~· 11or los hijos de los tn-a-
¡.;alJados. Unos y otros son igualmente desgraciados, ~' tan des~ra­
<'iados, que hay pocos que más de una wz no hayan deseado la
muertc. Sin embargo, entrt> tantos seres racionales que mal<licPn
la Yida, no hay apenas míís que el uno por ciPnto, eu cada aíío,
ruando meno-s en nuestros climas, que se arranque esta vida, de-
testada muchas veces con razón y amada por instinto. Casi todos
los hombres ¡gimen; algunos jóvenes atolondrados cantan sus pre-
tendidos pla·ccres, y los lloran en su vejez.
Pregúnt:ase por qué Jos demás animales, cuya multitud excede
infinitamente a la de nuestra especie, sufren todavía más que
nosotros, son devorarlos por nosotros y nos d¡•,·oran. ¿Por qué
hay tantos venenos en tantos frutos nutritivos? ¡Por qué esta
'l'ierra es de un cabo al otro una escena de matanza? Causa es-
panto el mall físico y el mal moral que nos asedian por todas
partes; algunas veces se habla de ello en la mesa; se piensa tam-
bién bastante seriamente en el gabinete de estudio; se procura
encontrar alguna razón a este caos de sufrimientos, Cll el cual
está diseminado un corto número de diversiones; se lee todo lo
que han escrito los que han tenido fama de sabios; el caos au-
menta con eBta lectura. No se encuentran más que charlatanes
que sobre sm1 tablados os venden recetas contra el mal de piedra
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CAMILO FLAMMAlUON

la gota, la rahia; mueren ellos mismos de esas enfermedades ineu-


rabJes que pretendían sanar, y son reemplazados de edad en edad,
por nuevos c•harlatanes, envenenadores del género humano, y en-
venenados elloq mismos por sus drogas. Tal es nuestro pequeño
globo. Iquoramos lo que pasa en los demás.''
Extracto de Micromegas. -''¡Qué destre?:a maravillosa no
necesitó nuCRtro filó'!ofo de Sirio para percibir los átomos (los
hombres) de qne acaho de hahlar! Cuando Leuwenhock y Ha~
oocker vieron los primeros, o creyeron ver, la simiente de que es-
tamos formados, no hicieron, ni con mucho, un descubrimiento
tan pasmoso. ¡Qué placer no experimentó Micromegas al ver re-
bullir liC111ellas pequeñas máquinas, examinando todos sus movi-
mientos, sig11iéndolos en todas sus operaciones 1 ¡Qué grito de
admiración ! ¡Con cuánta alegría puso uno de sus micro~copios
<'n manos dn su compañero de '\'inje! "Los veo --decían ambos
n la par-- : ¿ nQ véis como llevan sus car~as, cómo se encorvan
cómo se ll'vantan Y" .Al hablar asi, sus manos temblaban por el
placer de ver objetos tan nucYos, y por el temor de perderlos.
El Paturniano, pasando de un extremo de desconfianza a un excc.<Jo
de credulidad, creyó percibir que trabajaban para la propagación.
''¡Ah 1 --decía- he sorprendido a la. Naturale?.a obrando.'' Pero
~e cquivoeahn por las apariencias, como sucede con demasiada
frf~ucncia, sirviéndose o no del microscopio.
!1-Iicromegas, mucho mejor observador que su enano (el Sa-
turniano), vió claramente que los átomos se hablaban y se lo
hizo observar a su compañero, el cual, avergonzado por haberse
equivocado sobre el artículo de la generación, no quiso creer que
semejantes especies pudieran comunicarse sus ideas. Tenía el don
de lenguas lo mismo que el Siriano, no oía hablar a los ~tomO!
y suponían que no hnblaban; además, ¿cómo tendrían los órga-
nos de Ja voz seres tlm imperceptibles, y qué tendrían que decirse t
Para J1ablar es preciso pensar, o cosa parecida; mas si pensaban,
tendrían por consiguiente lo equivalente a un alma; atribuir lo
equivalente de un alma a semejante especie, le parecía absurdo.
"Pero, ¿no creíais ver ahora mismo que se hacían el amorf -dijo
el Siriano-, ¿pensáis acaso que se pueda haeer el amor sin pr<>-
ferir una sola palabra o por lo menos sin hacerse entender f ¿Su-
ponéis por otra parte que sea más difícil producir un argumento
que un niño?." "Por mi parte una y otra cosa me parecen gran-
des misterios; ya no me atrevo a creer ni a negar --dijo el en~
U()- ya no tengo opinión; es preciso tratar de examinar es~
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS \6S

inBootos, yn argumentaremos después.''


"Muy bien dicho" -replicó Micromegas y en seguida sae6
un par de tijetas con las que se <'Ort6 ]a.q uñas, y con una recor-
tadura de la del pulgar, se hizo en un momento una bocina, como
nn gran embudo, cuyo tubo se introdujo en el oído. La boca del
m1bu<lo abarcaba al naYío y a toda tripulncil)n: El sonido mft.cl
débil c>ntraba en las fibras circulares de la uña; de modo que,
gracias :t sru industria, el filósofo ile allá arriba oyó perfecta-
mente el zumbido de nuestros insectos de acá abajo. En poco
tiempo logr'ó distinguir las palabras y entender por fin el frnncés.
El enano hizo otro tanto aunque con más dificultad. La admi-
ración de los via,jcros se aumental)a a cada instante. Oían a las
mitas hablando (•on bnstanlü buen sentido; este capricho de la
Natun1leza les parecía inP.xplicable. Como podiiis figuraros el ena·
no y su compañero ardían de impaciencia por trabar conversa-
ción con lo11 átomos; el enano temía que sn voz de trueno, y mb
aún la de MicromPgas cnsm·deciese a las mitaq sin sPr entendida.
Era pre<>iso disminuir su fuerza. Se metieron en la boca. una es-
pecie de p<'qncños mondadi<'ntes, cuya punta, muy afilada, iba a
para1· cerca del buque. El Siriano tenía al enano sohr<' sns rodi-
llas y rl navío con sn tripulación sobre la uña; hablaba bajo,
inclinnudo la caheza. Al fin. después de todas estas prccaucionrs.
y mu<>has otra.'l, empe1.6 aHí su discurso:
11
Insec•1lo."' invi~ibles que la omnipotente mano del Creador
.se ha complacido en hacer germinar en el abismo de lo infinita-
mente pequeño. yo le doy gracias por haberse dignado descubrir-
me sc<~retos que parecían impenetrables. Tal vez no se dignarán
en mi corto~ bajar la vista hasta vosotros, p¡>ro, yo no desprecio
a nadie, y os ofrez<'o mi protección.''
Si hubo alguna vez alguien verdaderamente asombrado, fup.
ron sin dur'la los que oyeron rstas palabras. No podían a(tivinar
de dónde ¡;:Jlían. }JI eapelllin d<>l buque recitó las oracion<'.S de
los exorciarnos, los marineros juraron, y los íilósofos de la tri-
pularión hi·~icron mil suposiciones; pero por más que hicieron
nunca p1111ic•mn ar1h inar quién les bahlaba. El emano de Saturno
que tenía In voz mác; dulec que 1licromegas, les dijo en pocas
palabras con quién '~"t<llw.n tratando. Cont61es el viaje a. Saturno
h.'S puso al corricutt' de Jo que era Micromegas, y después de
haberlos <'Ontplarido por ser tau pequeños, les prrguntó si habían
118tado siempre en ese mllierable estarlo tan próximo al anonada-
miento, qué hacían en \ln globo que parecía propio tan sólo para
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366 CAMILO FLAMMARION

bnllenns. ..,¡ eran dichosos, si se multiplicalJau, si tenían alma, y


otras cien preguntas de esta naturaleza.

rn hablador uc la reunión más atrevido que los otros y ofen-


dido de que se dudara de su alma, observó al interlocutor con
unns pínula¡:; asestadas sobre un cuadrante, hizo dos pausas, y a.
la tercel'a habló de esta manera: ''Porque tenéis mil toesas desde
los pies hasta la cabeza, creéis, pues, que sois un ... '' ' 1 ¡Mil toe-
RilS! --exclamó el enano-. ¡Justo ciclo!, Acómo puede saber mi
rstutnra! ¡:\1il toesas! ¡No se equivoca en una pulgada! ¡Cómo!,
cst<' átomo me ha medido. ¡Sin duda es geómetra y conoce mi
rstatnra : y yo. que sólo lo veo al través de un microscopio, toda-
Yía no conozco la suya ! '' 11 Sí, señor, os he medido -dijo el
físic•o-, y tamhirn mediré a Yuestro compañero.'' La proposición
fné aceptada. u excelencia se tendió a lo largo; porque si se hu-
hic•sc puesto en ph•, su cabeza hubiera sobresalido demasiado por
c•rH·ima de las nuhes. Nuestros filósofos le clavaron un gran árbol
<'H un lugar que el doctor Swift nombraría, pero, que yo, me
gnar<la r·¡t d<' Jlamm·lo por 1:.'11 nombre, a causa de mi gran respeto
JIOI' las damas. . . Luego por medio de una serie de triángulos
l'nl¡v:aclo~, comprobaron que Jo que· \'CÍa <'ra en efecto un jo\·cn
de cien mil !)Ícs.

li;ntoncc~.; .Micro megas prommció estas palabras : 'Ahot·a veo


1

más que nunct~ que no debe juzgarse de nada por su tamaiío apa.-
n •nte. ¡Oh, Dio , que hah~is com·cdido nna inh•ligcneia a subs-
tancias que pnrccrn tan clc!:.'Preciablcs! !;o infinitamente pequeño
os cuesta t<111to como lo infinitamente grande; )" si es posible que
t·xistan seres más pequeños que éstos, pueden tener todavía nn
<'spíritu superior al de esos soberbios animales que he visto en
C'l r·ielo, cuyo sólo pie cubriría este globo al que yo he descen-
dido."

l'no dr los fil6sofo: le contestó que ]>Oc1ía c·reer <'on toda


<·<'rtcza (]U e en c'frcto hay seres int eligen t l'S mueho más pequeños
que• <'1 hombre. Le contó, no sólo todo lo que Yirgilio ha dicho de
fabuloso sobre las ahl'jas, sino lo que :::lwammerdamm ha dcscu-
hil'rto y Jo que neanmur ha disecado. !;e dijo por fin que hay
:mimales que Ron para las ab<'jas lo que las abejas son para el
hombre, lo qn<' l'l ~iriano mismo era para esos animales tan vastos
d!! que hablaba ;.· lo que esos grandes animales son para otras
suhstancias ante las cuales sólo parecen átomos.
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SWEDE~ORG

De las tierras de nuestro mundo solnr llamadas planet as;


de sus habitantes y de sus espíritus

''Que ha~' mue has tierras y hombres en ella~ y, por consi-


guiente' espíritlts y ángeles, es <·osa bien sabida eu la otra vida;
porque allí a cualquiera que lo desea, por amor a la verdad, y
"iguiendo la coslwnbre, le es permitido hablar con los espíri-
tus ( 1 ), de las otras tierras, y por consiguiente conYcnccrse de la
Pluralidad de ~Iundos, y cerciorarse de que el género humano no
proviene solamPnte de una 'fierra, sino de innumerables tierras;
~- además, de qué carácter son y qué Yida lleYan los habitantes, y
cuál es sn culto di\ino.
Yo he hablado algunas ycces sobre este asunto con espíritus
f1c nuestra Tierra, y se me ha dicho que el hombre goza de un
huen entendimiento. puede saber, por las muchas cosas que conoce
(¡He hay dh·ersns tierrns y que están habitadas por hombres ...
Ha~· espíritus cuya única ocupación es adquirir eonocimientos
porc1ue ellos ~ólos hacPn sus delicias; por consiguiente es permiti-
clo a estos cspí1·itus ir por todas partes, ~· tmubién pasar desde
rl mundo t'le rste ::iol a los demás mundos, y recoger por ello
muchos c·onocimirntos, me han dicho que hay tierras habitadas
por ombr(•s, no solamente en este mundo solar, sino también fm·-
ra de él en el e:iclo astra~ y en número inmenso. Estos espíritus
~o u del planeta de il!ercurio.''
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368 CAMILO FLAMMARION

DE LA TIERRA DE MERCURIO
11
Varios <'Spíritus se presentaron a mí, y desde el cit~lo
•••

¡;e mr: di.io que eran <le la tierra más cercana al Sol, planeta que
entre nofiotros es llamado Mercurio; y desde que llegaron, busea-
mn en mi memoria las cosas que yo conocía: lo que los espíritua
pueden hacct· muy hábillllente, porque cuando se acercan al hom-
bre, ven en ~n memoria todo lo que hay; mientras busaban di-
versas co~as, y entre ellas las ciudados y los lugares en donde yo
había estado, noté que no trataban de conbcer los templos, los
palacio~. las casas, las calles, sino solamente los sucesos que se
habían verificado en esos lugares, luego lo concerniente al gobier-
no, cnráctrr y costumbres de los habitantes y otras cosas parecidat~
porque talcl:l cosas son adherentes a los lugares en la memoria del
homhre; y por eso cuando se recu<'rdan los lugares, se recuerdan
t.ambi~n Jn-; cosas. Yo estaba admirado de que esos espíritus fuesen
IISÍ; por consiguiente les p"rc,"'Unté por qué descuidaban las magni-
ficcncin<J de los lugares e inquirían solamente las causas y loe
hechos que habían pasado en ello:,~; respondieron que no tenían
ningún placer en considerar ohjetos materiales, corporales y te-
rrestres, s ino qne les gustaba solamente considerar las cosas rea-
les. Pot· ahi se coníirm6 que los espíritus de esta Tierra represen-
tan en el "muy grande hombre" la memoria de las cosas, abstrae>
ci6n hecha de lo que es material y terrestre.
Se me h11 dicho que tal es la vida de los habitantes en dicha
'ricrra, esto es, que no prestan atención alguna a los objetos te-
rre-stre'! ~· corporales, &ino que se ocupan de los estatutos, de 1a:t
lcy<'s y do los gohiemos de las naciones que hay en ella, y tam-
bién de la.'l cosas que conci<'I'llNl al eido, las cuall's son innume-
rables. 'ricnen aYcrsión al lenguaje de lns palabras, porque es
material ; por eso, con ellos, cuando no había espíritu'! interme-
dios, ~;iílo he podido comunicm·me por una <>specie de pcru~amiento
Activo.
Yo deseaba saber de qué rostro y de qué cuC'rpo son 10ft
hombres de la tierra de .Mercurio, y si son parecidos a los hom-
bres du nne. ·ha Tiena; cntoncc>s se ofreció a mi vista una mujer
del todo SC'mejante a las que hay en la Tierra; su cara era her-
mosa, pt>ro algo más pequeña que la de las mujeres de la Tierra;
era tambi~n más delgada de cuerpo, pero de igual estatura, tenía
la cahcza envuelta en una tela colocada sin arte. Presentóse tam-
bién un hombre, bastante más delgado de cuerpo que los de nuc~-
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 369

tra Tierra; estaba vestido con un traje azul oscuro, adaptándose


ajustado al cuerpo sin pliegues ni vuelo por ningún lado: se me
dijo que tales eran los hombres de aquella tierra en cuanto a la
forma y al vestido del cuerpo. En seguida se presentaron diverso!~
bueyes y vacas, que en verdad se diferenciaban poco de las de
nuestra Tierra, prro que eran más pequeños; y se asemejaban en
cierto modo a una especie de ciervos ... "
Si nos h'llbiéramo~ propuesto comentar aqui a Swedenborg,
manifestaríamos la gran admiración que siempre nos ha causado
la lectura de las reJaeiones sobre los habitantes de los planetas.
La lectura de las obras escritas sobre nuestro asunto haría creer.
en verdad, que a los ojos de sus autores laTierra es el tipo del
mundo y el l1ombre de la 'rierra, el tipo de los habitantes de
los cielo!l. Sin embargo, es mucho más probable c.tue siendo esen-
cialmente diferente la naturaleza de lo~ mundos, esencialmente
diferentes el estado de los centros y ]as condiciones de existencia
y esencialmente distintas las fuerzas que presidieron a la creación
do los seres y las substancias que entraron en su coustituci6n
recíproca, nuestro modo de existencias no pueda de ninguna ma-
nera ser considerado, como aplicable a los otros globos. Los que
han escrito sobre este asunto se han dejado dominar por las ideas
tcnestrcs y han incurrido en un grave error.
Eu cuanto a los trajes, casacas, jubones y d\~más, de los ha-
bitantes de los planetas, su descripción incita frecuentemente a
los burlones a preguntar a los autores de estas relaciones si no
hay en los mundos algunas fábricas de paños o de sederías aná-
logas a las de Sedán, Tarrasa y Lyón. Sobre este asunto una
obra an6nima muy curiosa responde como sigue:
"En Mercurio, la Naturaleza proporciona gratis las vestidu-
ras, y el emperador las distribuye. Los almacenes están siempre
ahiertos, y cada cual puede ir a escoger, presentando una orden
del intendente que desempeña e,se cargo. Los que desean tener
mñs de lo dispuesto por la tarifa ordinaria, necesitan una orden
del emperador. que difícilmente se les concuúe. Esto uo impide
que se vean en Mercurio los {,'1.tardarropas más magníficos y más
variados del Universo. La manufactura de las telas comprende
toda la extensión de un gran lago situado en los jardines del
empcradol': este vasto jardín está siempre lleno de un licor que
los filósofo~ llaman Mercurio-elemento. De esta substancia están
compue!.ias ]as telas fabricadas por las salamandras.
"Las orillas del lago donde se ven todas estas obras maestras
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370 CAMILO FLAMMARION

t>r;táu rodeadas a cierta distancia de los soberbios almacenes (como


c~l Palais-Royal), en los cuales Jas salamandras rem1cn y conser-
van su traba.jo, que distribuyen ~ratis a elección de los que
clrsean, sirmpr<' que prcsentrn. una orden del emperador, o la
contm eii¡1 del intendente. En estos almacenes, además de las
tela· ¡;e encuc·utran todos los objetos que son propios para el ata-
vío de los homhres y de las mujeres.
"Este purhlo in¡:!enioso ~r delicado no se encanta más que
con las industriosas mezclas de la Naturaleza con las produccio-
nes del arte; así es que toda la magnificencia do sus tclas, con-
~iste en la Iinma, en el brillo de los colores y en la variedad de
Ruc; dibujos. En esta última parto especialmente sobresalen las
Rnlamaudra-;: en sus obras representan uo sólo flores, frutas
Mercurio ~- E'n los otros planetas, componen pequeños cuadros
t>nigmáticos, de modo que algunas veces se verán en wn mismo
vestido lac:; aYenturas anecdóticas de cinco o seis planetas, pinta-
dos como las miniaturas de nuestras más hermosas tabaqueras ( 2 )
Pero d<>jemos a nuestro novelesco autor y voh·amos a Swe-
clcuhorg.
DE LA TIERRA DE VENUS
t i En el planeta Venus, hay dos especies ele hombres, de ca-

rúetcr opuesto; los ha~· dulces y humanos, y los hay que son
c·ruclcs y cao;;i sah·ajes (en esto no difieren mucho de los habi-
tantes de la 'l'icrra). Los qne son dulces y humanos se encuentran
del otro lado dC' Yenns, los que son eruelas y casi salvajes, al
la<lo de acá (').
t i Algunos de los cspíl'itus que apar<'cen al otro lado del pla-

n<'! a, ~· que son dulces ~· humanos, vinieron hacia mí y se presen-


taron a mí vista por encima de mi cahcza. Me entretuve <'On ellos
Robre cliYeJ·sos asuntos. Entre otras cosas me dijeron que cuando
C'-;taban en C'l mundo habían reconocido, y <'On mayor razón reco-
no<.'ían ahora, a Nuestro Señor por su único Dios; decían que
Jo habían ,.¡ to en la 'l'ierra, y contaban también cómo lo habían
visto. Estos espíritus en el "niuy grande hombre" (el Universo)
representan la memoria de las cosas materiales, que concuerda con
la memoria de las inmateriales, la cual representan los espírihlS
de Mercurio se a,·ienen nuw bien con los de Venus. De manera
que, cuando estaban juntos, sentían, por la influencia que de
esto provenía, un cambio notable y una gran lucidez en mi e&
rcbro.
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 371

"Xo he tmtauo t·on los <'Spíritus de los habitantes del otro


lado que son crueles y casi salvajes, pero se me ha referido por
los áng<'l~ su carácter, y de dónde les Yiene esa naturaleza tan
feroz¡ y es porque allí <'nccentran mucho placer <'n las rapiñas
y el mayor gusto en comer lo que han hurtado. . . Se me dijo
también que estos habitantes, en su mayor parte, son gigantes, y
que los hombres de nn<'stra Tierra no llegarían más que a su
ombligo; y, también que son estúpidos, que no se inquietan de lo
que <'S <'l ciclo, ni ele lo que es la vida eterna, sino que se ocupan
sólo de lo que conciern<' a su tierra .r a sus ganados."
No extractaremos más, porque segurament<•, sería enojoso pa-
ra gran número de lectores. Por todo comentario, diremos que en
.física, Swedcnborg 110 sale de la 'fierra; que en metafísica, no se
aparta del cl"istianismo'; y que, si alguna yez se escapa de la es-
fera humana, es cagi siPmprc para vagar alrededor de espacios
ima,ginarios donde no puede seguirle ninguna razón. Es segura-
mente difícil concebir cómo ha tenido tantos aueplos.
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CARLOS BONNET
DE GINEBRA

Contemplación de la Naturalesa

El Uwiverso. - Cuando la noche sombría extiende su velo


ilobre las 11anuras azuladas, el firmamento dcsplega a nuestra. vis-
ta su grandeza. T;os puntos centelleantes de que está sembrado son
ws soles que el Todopoderoso ha suspendido en el espacio para.
iluminar y calentar a los mundos que circulan a su alrededor.
Los cielos narran la gloria del Creador, y la e..:<tensión da a.
eonocer la obra de sus manos. El genio sublime que c.xpresaba
eon tanta noblc?:a, ignoraba, sin embargo, que los astros que con-
templaba fuC'.scn soles (1). Se adelantaba a los tiempos y entonaba
f'l primer himno majestuoso de los siglos futmos, más ilustrados,
debían cantar de:;;pués de él en alabanza del Señor de los Mundos.
El conjunto <le esos grandes cuerpos se divide en diferentes
Aistema.'l, cuyo número excf.lde quizá al de los de arena que el
mar arroja a la playa.
Cada sistema tiene, pues. en su centro o en su foco una
estrella o un sol. que hrilla con una luz propia, y a cuyo alre-
dedor circulan <lifcrf.lntes órdenes de globos opacos, que reflejan
•lOn más o mc1ws brillo. la lnz que reciben dC' él y que nos los
hace visibles.
JJa astronomía moderna <'S la que debía enseñar a los hom-
bre.'! que las estr<'Uas son ¡·calmente innwnerables, y que conste-
laciones en las cuales Ja antigüedad sólo veía un corto número,
•.:ontiencn ruillarc~. El ciclo de los Thales y de los Hiparcos era
bien pobre en comparaeión clel que nos ban revelado los HuygeWI,
los Cassiui y los IIalley.
¡Mortal orgulloso e i~norante !, levanta ahora los ojos al cielo
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37+ CAMILO FLAMMARION

y respóndeme . .Aunque se suprimiesen algunos de esos luminares


qne penden de la bóveda cstrrllada, tus noches &serían por eso
más oscuras? No digas, pues: las estrellas se han hecho para mí
para mí brilla <>1 firmamento con ese esplendor majes! uoso. ¡In-
~ensato! tú no íuist.c el principal objeto de las liberalidades del
Creador, cuando formaba a Sirio y distribuía las esferas.
Ltas rslrellas, como otros tantos soles, iluminan otros mundos
que sn prodigioso alejamiento nos oculta, y qu<>, como el nuestro.
ti<>neJJt sus producciones y sus habitantes. La imaginación sucumbe
bnjo (!1 peso de la Crea<>ión. Bnsca a la Tierra y no la distingues
ya: S<~ pierdo en este inmenso cúmnlo de cuerpos celestes, como
un grano Jo polvo en una alta montaña.
Atrios resplandecientes de la gloria c<'lcstial; moradas eter-
nas d'e los cspírit\ts bienaventurados, Santo de Jos santos de la
creaci6n, trono augusto de aquel que f'B,i pudiera un pequeño
gusano describiros!
División rtcnerrtl de los seres.- Los espíf"it11., puro.~, substan-
cias iumntf'rialcs e inteli¡:rcnt<'S; los cuerpos, substancias extensas
~, sólidas; los seres mixtos, fol'Jnados por la unión de una substan-
c·ia inmaterial y de una substancia corporal, son tres clases gene-
rales que vemos o que concebimos en el Univ<>rso.
Si no existen dos hojas, dos insectos, dos hombres semejantes
¡, qué suceclcrá con dos planetas, dos torbellinos planetarios, dos
sistemas solares 7 Cada globo tiene su economía particular, sus
leyes, Bus producciones.
Quizá haya mundos tan imperfectos, relativamente al nue&-
tro, que sólo tengan seres de la primera o de la segunda clase.
Otros mundos, )101' e.l rontrario, pueden ser tan perfectos que
no haya en ellos más que seres conespondientes a las clases supe-
riores. En estos últimos mundos, las rocas están organizadas, las
plantas sienten, Jos animales raciocinan, los hombres son ángeles.
¿Cuál será, pues, la excelencia ele Ja Jerusalén cclcste donde
el ángel es el menor de los seres inteligentes~
AHí, por todas partes, resplandecen los ángeles, los areánge-
1ies, los serafines, los tronos, los querubines, las virtndes, los
prin<'ipados, las domiuac>iones. las potcsta<l<'s. En ('1 rcntt·o de esas
~ugusta'l esferas brilla el Sol de justicia, el Oricnt(' de las alturas,
de quit'n todos los dcmiis astros reciben su luz y su esplendor.
Ilabitantrs de la Tierra, que habéis rc<:ibido razón suficiente
para pcrsuadü·os de la existencia de esos mundos, ¡,no pisaréit
nunca esos lugares? El Ser infinitamente bueno que os los mues-
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PLURALIDAD DE MUI\'DOS HABITADOS 375

tra dcst1e lejos, i os r<·husarú si<'mpre su entrada? ~o¡ llamados


un día a ocupar un lugar entre las jerarquías celestiales, volaréis,
como ellas, de planeta en planeta; caminaréis eternamente de per-
fección en perfección. Todo lo que ha sido negado a nuestra per-
fección terrenal, lo ohten<héis bajo esta anticipación de gloria;
conoceréis como habéis sido conocidos.
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LAMBERT

Sistema del mundo; población del Universo

Si estamos bien convencidos de que todo está hecho con de-


dignio y que el mundo es la expresión de los atributos de Dios,
fácilmente ereeremos fJUe todos los globos están habitados, y quE'
todo el espacio del Universo está tan lleno de globos como puede
e:-.tarlo. No podemos resolvernos a dejar vacíos y lagunas en una
obra tan pe1·fecta; en todos los lugares donde hay puntos de vista,
oolocaremos observatorios y observadores.
¿No vemos ya en la Tierra que todo está lleno de vida y de
movimiento, y a la Naturaleza por todas partes ocupada en fe-
eundar, organizar y animar la materia 1 En un ¡p·ano <le
arena, en una gota de agua percibimos mundos y habitantes y
eso que nuestros mejores microscopios no nos muestran más que
la~ belh'r.ns y los elefantes de esos mundos, estando muy lejos de
poder alcanzar hasta los insectos. Y, ,se quisiera que todos CSOK
vastos cuerpos que nadan con nosotros alrededor del Sol y que
de úl r·cciben lo mismo que nosotros, la luz y el calor vital, esto-
vieran vacíos y despoblados 1 No conozco opinió11 más falta dA
raz6n ni más indig11a de un ser que piensa.
Si los euerpos celestes estuviesen inmóviles y siempre fijos
en su mismo sitio, indutlablemente habrá sitio para mayor núme-
ro del que ha;r . l't>ro su movimiento era ncce ·ario al ~ostcnimiento
al orden ~· a la perfección del sistema; para reunirlos en un todo
~ra nccPsari•:> e'>!l gravitación recíproca en virtud d e la cual obran
y resisten Jos unos sobre los otros. Era. pues, preciso procurarles
carnpo <'n el t.:unl puc:licran todos acabar y renovar tranquilamente
.au curva.
El uwv'itnieuto se efectúa en el tiempo .r en d espacio; por
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378 CAMILO FLAMMARION

lo tanto, <'l plan ele un mundo bien ordenado exigía una combi-
nación r<'gttlar de estas dos cosas.
Todo <'Ste espacio está ocupado por órbitas y por globos que
las r<'con-en. Esto debe rntenderse no sólo del sistema solar, sino
oe todos sin excepción. Cada estrella fija gobierna un mtmdo tan
poblado como el nuestro, a proporción de su capacidad y eso<>
munrlos son en tan gran número como lo permite la capacidad
dcl Uniwrso t>ntero que los contiene. ¡Qué hermoso, qué magnífico
<'spcetácnlo c1 de esta máquina inmensa que so mueve y mantiene
sus movimi<>ntos variados hasta el infinito por la ley más sencilla.
por el sólo principio de la gravitación! Esta es la obra maestra
de la inteligencia creadora y el objeto eterno de la admiración
<le los hombres y de los ángeles.
Nosotros queremos que todoslosplanetasesLén habitados; pero
¡,son todos habitablcsY Los cometas parecen formar una excepción
que seguram<>nte destruiría la regla porque, a juzgar solamente
por los qt1c conserva la memoria, esos astros son en mucho mayor
número, en el sistema solar, que los planetas.
¿Cómo COllccbir que seres vivientes puedan subsistir en un
domicilio que J)EISa por las últimas extremidades de frío y de
<'alort
Indudablemente es preciso que sean de un temperamento
mucho más vigoroso y de una constitución muy diferente de la.
nuestra. Pero, ¿qué necesidad hay de que todos los seres vivien-
1P!i sean hechos como nosotrosT No es infinitamente más Yerosimil
que haya en cada ~lobo una variedad de organización y de com-
plexión relativa a las nece.<Jidades de los pueblos que los habitan,
correspondiendo a dos lugares de su morada y a los cambios de
temperatura que les es preciso sufrirT ¿No ha desaparecido ya
Ja peeocupación que dnrante largo tiempo había hecho considerar
la zona t6nidn y la zona glacial como inhabitables Y &No hay
acaso miÍs que hombres sob1·e la misma Tierra? Y si no hubiéra-
mos visto jamíts peces y aves, no tendríamos i~ual fundamento
para considerar las aguas y los aires como uespoblados ~ ¿Esta-
mos bien seguros de que el fuego no tenga sus habitantes invisi-
bles cuyos cuerpos sean h<'chos r1e asbesto, o de alguna otra
substancia impenetrable a las llamas f Digamos que la naturaleza
de los seres que pueblan los cometas nos es desconocida, pero no
neguemos su existencia, y aún menos su posibilidad.
Yo gusto de figurarme esos globos viajcl'os poblados de astró-
nomos que cr,1án alli expresamente para contemplar la Naturaleza
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 379

en grande. como nosotros la contemplamos en pequeño. Su obscr-


vatoL·io móvil, bo~ando de un sol al otro, los hace pasar sucesiva-
mente por todos los ptmtos de vista, y los pone en situación de
verlo todo, de determinar la posición y el movimiento de todos
esos astroS! de medir Jas órbitas de planetas y de cometas que
ruedan a su alrededor, de saber como las leyes particulares se
resuelY<'n en las leyes generales; de conocer, en una palabra, los
detalles y el conjunto.
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liUMPIIRY DAVY

Los últimos días de un filósofo

Sir Humphry Davy, presidente de la Sociedad 'Real de Lon-


dres, miembro del Instituto, cte., escribió en 1827 una ohra admi-
rable aunque desconocida en Francia: The las Df11js of a Philo--
UJpher. "Los últimos días de un filósofo" ( 1 ). Hace dos años,
residiendo en la isla de Jersey, cayó en mis manos esta obra, en
apariencia por el mayor de los azares. Llam6me profundamente
la atención as.í por la originalidad de sn forma cuanto por la
profundidad de los asuntos de que trata. Por lo cual, muy admi-
rado de verla casi desconocida en nuestro país, me he creído en
el deber de traducirla y de publicarla en Francia.
La Pluralidad de Mundos forma la materia de una de esas
conversaciones filosóficas. El autor, solitario en medio de las rui-
nas del Coliseum en Roma, es transportado por un espíritu a las
esferas crlest<'s, y examina los planetas habitados. Ten emos un
verdadero placer en copiar de esta conversación el fragmento si-
guiente que manifiesta las opiniones personales del gran químico
r espeC'to a la doctrina de la Pluralirlad de Mundos habitados. Que
no se olvide: estas páginas se escribieron antes de 1830.
El autor transportado en espíritu hacia el globo de Saturno,
describe, en los términos siguientes, el espectáculo desplegado ante
su vista.

VIAJE A SATURNO
HABITANTES DE LOS PLANETAS
"Tenía ante mis ojos una superficie infinitamente variada
ofreciendo alguna semejanza con un inmenso vestisquero. Este
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382 CAMILO FLAMMARION

campo C'staba cubierto de masas en forma de columna. que pare-


cían ser de vidrio, ~, a las cuales estaban suspendidas ciertas
formas rPdondas de varios tamaños, que hubiera tomado por otras
tantas írtttas, si no hubiesen sido transparentes. Ríos de un color
de rosa suave--:-· de dC'slnmhrante púrpura sallan de montículos en
aparicnria análogas al hielo, cuyo matiz <.'ra t1e un azul viYo, y
ruían en hondonadas <.'11 donde se formaban lagos del mismo color.
Dirigiendo mis miradas hacia el cielo, vi en la atmósfera nnbes
azules resplamlccientrs romo el zafiro, suspendidas en r l ,·acío y
reflr.iatlClo la luz del Sol ; este astro ofrecía a mis ojos 1.111 aspecto
nuevo. )' parrcía mucho más pequeño que desdt• la Tierra, como
~¡ hubicsC' <.'stado w lado por una niebla azulada.
En el cspac.io desplegado delante de mí, ·vi en moYilniento
!o;Pl'<''l gigant<'scos de nna forma indcscl'iptible; parecían provistos
rlf' nn sistema de loc·omoción análogo al clel caballo marino, pero
noté con gran sor¡n·eRa que S\lS moYirnicntos se efectuaban con
la ayuda de seis membranas extremadamente delgadas, de las
cuales se servían como si huhiesen sido alas. Sus colores eran
lwllos y Yaríados, las tintas dominantes eran el azul y el rosa.
TJa parto anterior ae Stl cuerpo estaba prOYÍSUl de liD gran mí-
DH'I'O de tnbos arrollarlos movibles, cuya forma recordaba entre
1odos los objetos terrestres, la de trompas de elefante, no quedé
poco admirado, y aún diré drsagradablemente sorprendido por el
carácter raro de los ór¡.ranos de eatos seres extraños; y 'aÚn tuve
m¡ miedo insólito cuanrlo noté que uno de ellos ascendía y cUrigía
su Yuelo l1acia esas nubes opacas de que acabo de hablar.
"Sé las •·e flexioues que te agitan -me dijo el genio que me
había c011ducido a aqu<'lla playa-. Te .falta analogía y careces
rln los C'lC'mentos del saber vara comprender esta escena . .Al pre-
sente te hallas m f'l C'aso en que se encontraría una mosca si
sn ojo múltiple se viese de repente metamorfos<:'ndo en un ojo
semejante al de un hombre, y eres completamente incapaz de
poner lo q ne YCS en ?"elación con tus conocimientos normales an-
IPriores. Pues bien; estos seres, que C'stán delante de ti, y que te
parecen casi tan imperfectos como los zo6.fitos de vuestros mares
polares, a los cuales se asemejan un poco en su organizaci6n apa-
rente, son los habitantes de Saturno. Viven en la atm6sfera. Su
gt·ado de sensibilidad y de felicidad intelC'ctual, supera en mucho
al de los habitant<'s de la Tierra. Están dotados ele sentidos nu-
merosos, de medios de perfección cuya acción no podrías tú com-
prender. Su esfera de visión es mucho más extensa que la tuya
.
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 383

y sus órganos dt>l IIH'I<> incomparablemente más delicados y más


perfeccionado~. Inútil es que intente yo explicarte su organiza-
ción, evidentemente 110 podrías concebirla y en cuanto a sus oou-
pacione.~ intl'lt>ctualc~J, voy a procurar darte algunas ideas de ellas
''Han sujetado, modificado y aplicado las .fuerzas físicas de
la Naturaleza, de una manera análoga a la que caracteriza la
obra inuustrial del hombre terrestre, pero gozando de potencias
superiores, han obtenido resultados igualmente superiores. Te-
niendo su atmósfera mucha más intensidad que la vuestra, y sien-
rlo menor la graYcdad t>specífica de su planetn que la vuestra, han
podido determinar la!'l leyes correspondientes al sistema solar con
mucha más precisión que la que os sea posible emJ)lear rn este
('Onocimicnto; y cualquiera de estos seres podría anunciarte cu~­
lcs son en este momento la posición y el asperto de vuestra luna
eon tal precisión, que te convencerías de que la ve, mientras que
~u conocimiento no sería, sin embargo, más que el resultado del
cálculo.
"Sus causas de placer son de la más alta naturaleza intelec-
tual; con el magnífico espectáculo de sus anillos y de las lunas
fJUC gravitan a sn alrededor, gracias a las combinaciones varia-
rlas, necesarias para comprender y predecir las relaciones de estos
maravillosos fenómenos, sus espíritus están en una actividad in-
<'esante, y es1a actividad es una fuente perpetua de goces. Vuestro
('Onocimiento oel sistema solar se limita a Urano, y las leyes de
este planeta tt·azan Jos límites de vuestros resultados matemáticos.
Pero estos seres han penetrado los misterios planetarios de otro
sistema, y aún discuten sobre los fen6menos presentados por los
otros soles. Los cometas, sobre los cuales vuestra historia astro-
nómica es tan impcr.fec1a, les han llegado a ser muy familiares; y
sus posiciones están mareadas en sus efemérides con la misma
exactitud que las de Júpiter y Venus lo están en las vuestras.
La paralaje de Jas estrellas fijas más cercanas están tan rigurosa-
mente medida por ellos como la de su propio sol, y poseen una
historia detallada de los cambios que han tenido lugar en el ciclo
los cuales son causados por leyes que sería inútil que procurara
enseúarte. Están familiarizados con las revoluciones y el curso
de los cometas; conocen el sistema de esas formaciones meteóricas
de piedras que no ha mucho han causado en vuestra Tierra un
asombro 1an profundo; en fin, han notado los cambios graduales
que se verifican en las n ebulosas durante sus transformaciones
en sistemas, de manera que puedan predecir sus futuras modifi-
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384 CAMILO FLAMMARION

caciones. Sus anales astronómicos no se parecf"n a los vuestros,


que no remontan más que a veinte siglos, a los tiempos de Hipar-
eo; los suyos abrazan un período cien veces más largo, y su
historia civil durante todo este tiempo es tan exacta como su his-
toria aqtronómica. Como no puedo hacer a tu entendimiento la
descripción de los órganos de estos seres maravillosos, no puedo
tampoco darte a conocer sus modos de existencia; pero como ellos
buscan la dicha en las obras intelectuales, puedes deduch· de ello
que estos modos de existencia ofrecen la más asombrosa analogía
con Jo que en vuestra 'l'iena se llamaría la mayor perfección.
''Otro punto no menos importante es que no tienen guerras.
y que no ambicionan sino la grandeza intelectual, no sienten nin-
guna de vuestras pasiones, si no es un gran sentimiento de emu-
laci6n 4"'0 el amor de la ~loria. Si pudiese mostrarte las diversas
partes do la superficie de este planeta, apreciarías los resultados
maravillosos del poder de que están dotadas estas altas intelip;en-
cias, y la manera admirable con que han sabino aplicar y modi-
ficar la materia.
"Esas columnas, que parecen salir de un ventisquero inte-
rior, son obras de arte, y en su interior se <'jrcutan trabajos que
tienPn por objeto la formación y el arreglo ele los alimentos. Esos
flúidos de colores brillantes son los efectos de esas operaciones,
análo~as a las que en la Tierra se hacen en vuPstros laboratorios,
o mejor dicho, en vuestros aparatos culinarios, porque todo esto
tiene por objeto su sistema de alimentación. No se mantienen.
como vosotros de alimentos groseros, sino de flúidos.
''E!las be>llas nubes zafírea.c;, hacia las cual<>s viste, hace al-
gunos minutos, dirigir sn vuelo a uno de estos seres, son también
obras de arte¡ podría denominárseles carros aéreos en Jos cuales
los habitantes se hacen transportar por entre las rq,riones dife-
rentes de su atmósfera, a fin de disponer allí de cantidades de
temperatura y de luz mejor adaptadas a sus investigaciones cien-
tíficas, o las más convenientes para las ventajas de su vida física.
''Podría ahora transportarte a otros planetas y enseñarte en
cada nno seres particulares, que ofrecen ciertas analogías entre
sí, pero que se diferencian esencialmente en sus facultades carac-
terísticas.
"En Júpiter, verías criaturas análogas a las que acabas de
observar en Saturno, pero provistas de medios de locomoción muy
diferentes. En Jos mundos de Iúarte y Venus encontrarías razas
de formas más aproximadas a las que pertenecen a la Tierra·
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS 385

pero en cada partl' fld sit>icmu planetario existe un carácter es-


pecial a todas las uahtralezas intelectuales; es el sentido de la
vista, la ffl<'nltnd orgánira de re<'ihir las impresiones de la luz.
No dejarías di' pet·cihir que todas las disposi<•iotws y los movi-
mientos de los c·uerpoll planetarios, de sus sat~lites, y de sus at-
mósfems tienden a e&1t! resultado. Las almas, en su transmi¡p:ación
de un sistema a otro, progresanllo siempre ltaeia el saber y el po-
der, consrnan al menos este <'aráctcr invariable, y su vida inte-
lectual está en conexión permanente con la obra de la luz.
"El grande Universo está por todas partes ocupado por la
vida; pero el modo dr manifestación c1e esta vida está infinita-
mE>nte diYm·sifil'aclo, y I'S preciso que las :formas posibles, infi-
nitas en número, revis1an a las nahu·alezas espirituales antes de
la <.'onsmnaeión de todas las cosas.
''El cometa que lmyl' al h'a"és de los cielos, con su rastro
luminoso, se ha presentado ya a tus miradas; pues bien, estos
nnmdos singulares son también la mol'ada de seres ·vivientes qne
sacan los elementos y las all:'grias c1e su existencia de la diversi-
dad de circunstancias a que están expues1os; atra,·esando, por
deeirlo así, el espacio infinito, están de continuo encantados por
la Yista de mundos y de sistemas nuevos. Imagina, si puedes, la
t>.sfera inconmensurable de sus conocimientos. Si lo deseas, puedo
dal'te el bosqnl:'jo de un mlmdo eometario."
Ancbatado <le nuevo 'POI' un movimiento rápido, pasé con la
mayor celeridail a travPs de un espacio luminoso, vi a Júpiter y
a sus satélites, a Saturno y sus anillos; el Sol llegó cerca de mi.
no ya velado por una niebla azul, sino en todo el brilo de un des-
lumbran te t>sp]cndor. Ji~nvuelto en una esfera misteriosa y en lUla
ASpecie de luz rojiv.a, nebulosa, semejante a la que primero me
había rodeado en el Coliseo, vi en torno mío mo,·erse globos que
parecían compuestos de llamas y de colores diferentes.
En algunos de estos globos distinguí figuras que pareeían
l'ostros humanos; pero el parecido estaba de tal manera de na-
turalizado y l:'ra tan terrible, que me c:sforcé en separar de ellos
mis miradas.
"Al presente te l'ncucntras -me dijo el genio-- en un ~is­
tema cometatio, esos f{lobos de luz que te 1·odean son formas ma-
teriales. semejantes a las yne una de las creencias religiosas de la
'l'ierra ha <'Oncedido a los serafines; esos sc1"<.'s v h·l:'n en un ele-
mento qnc 1c <kstruiría; se comunican entre sí por manifrstacio-
nes que reducirían a crnizas Yucstros c\lCrpos orgnnizados; actual-
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386 CAMILO FLAMMARION

mento están on la plenitud de su goce, porqtw Yan a entrar en


Ja atmósfera flarnígera del Sol. Estos seres, tan grandes, tan glo-
rioso.'!, dotados de funciones que te son incomprensibles, ¡lertene-
f'icron eu otro ti<'mpo a la Tierra; sus naturalezas espirituales se
han elentdo por los grados diferentes de la Yida planetaria, se han
clespojado de su poh·o, ~ no han guardado consig-o sino su po-
tcn<>ia intelectual.
"M<' preguntas en espíritu si tienen algún conocimiento o
recuerdo de sus trasmigraciones? Cuéntamc tus propios recuer-
dos on el s<:'no dl• Lu madt·c, .v tr daré la J'espnesta ...
Sábelo, pues. es la ley de la sabidw·ía supt·cma que ningún
<'spíritn lloYt' u otro estado de existencia otros hábitos o cualidn-
cles mrntnk'l que las que están en relación con su nucYa situa-
c·ión; <'l saber relatiYo a la Tirrra no sería ya útil a rstos seres
glorificados, como no lo sería su pol\'o terrestre organizado, que
<'ll una lt>mpcJ·attua semejante sería reducido a su último átonio;
<'n la misma tierra, la mariposa no ll<>va consigo, en el aire, los
órganos o loe; apetitos de la oruga rastrera de que ha salido. Sin
t' mbargo, ha;'\· un sentimiento, una pasión, que la mónade o esen-
cia c~piritual c·onser\'a siempre consigo en todos los t>stados de 'f!U
C'Xistencia, y que entre estos seres Yenturosos y elevados se a'U-
m<>ntn perpetuamente todavía. Es el amor del saber esa facultad
intclcctnal, que llega a ser en t•fccto, en su último y más perfecto
desarrollo, <>1 amor d<> la sabiduría infinita y la unión con Dios.
Ella es la gran condición del progreso del alma en sus transmi-
~naciones en la vida eterna."
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) YOtT~G

J . LA NOCHE

~
\ ¡ Cutln grande es Dios 1 ¡Cuán poderoso el Ser que lanza la
z a través <'le las masac; opacas dc todos estos globos; que ha.
jido el conjunto brillant<' de la Naturaleza y snsp!'ndido !'1 Uni-
rso como un riro diamante en la base de •m trono! Drjad cacr
u peso dt> lo alto de una rstrella fija, ~cnúntos sigloc;; pasarían
a tes de qur Urga ·e a la Tierra? &En dónde empieza, pues, en
d nde concluye cc;te vasto edificio! &Dónde se lrvnntan los últi-
n os muros qnt>, dominando sobre el abismo de la nada, encierran
<' su recinto la morada de los seres 9 &En qué punto del <'Spacio
R ha detenido el Creador, ha terminado las líneas de su plano
• depucsto sn balanza 1

~
El 'Pnin~rso que Yeo, ¿es su única obra, o bien, lejos de mi
ista ha fecundado ron un soplo el seno d<>l espacio! &Habrá.
acado tambi(.n del caos una infinidad de otros mundos, y se ha-
rá colorado en modio de una imMnsidad de esos diversos sis-
emas, <'Omo un sol c!'ntral que los penetra a todos con sus rayos
tv los ''e flotnt· a su alrededor como átomos en los t1orrentes de su
luz, y volver a caer en la noche del caos si detiene sus brillantes
juegos 1 El deseo de llegar al último término de lo13 seres sc des-
pierta en mi alma; quiero eleYarme de esfera en <'sfcra y recorrer
la radiante <'scala que la noche me presenta. Si desciende hasta el
hombre será para que ~1 suba. No vacilo más; me: entrego a la
imaginación. Arrebatado sobre sus alas de fuego, me lanzo de la
Tierra como desde mi barrera. ¡Oh ! ¡Cómo veo alejarse su globo
y decrecer a mi Yista 1 ¡Con qué rapidez me siento subir! He
pasado el astro de la noche; toco el velo azul de los cielos. Ya
pasé, penetro en los lejanos espacios. Ilasta aquí alcanza el ojo
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388 CAMILO FLAMMARION

inteligente dc·l astrónomo: rste rs el límite de su \Í!!ta ayudada


}'Or maravilloso tubo. En cada planeta que encuentro en mi ca-
lnino, me drtcngo, le pregunto por .Aquél que hace brillar y girar
su orbr. Desde el Yasto anillo de Saturno, donde millare~ de tic-
na~ como la nuestra se pcrilcrian, me clevo y sigo audazmente
el ntelo a trcYido del cometa. Llego con él en medio de esos soles
"obcranos qne Lrillan con una luz independiente, almas de los
mundos, por las cuales todo vive y 1·espira. AQu~ \eo aquí? '(Jn
f'Spacio sin límites sembrado de fuentes inflamadas; de globos más
'\'astos que rl nuestro, girando en círculos más ele\·ados. .Avanct
mos más allá; mi carrera ha comenzado apenas. JiJsto sin du?a
no es más que el pórtico del palacio del Eterno. . . ¡ Qur errorf
mío 1 El Eterno c>stá mucho más alto; sigo subiendo. ¡Cuanto m s
a 1'nnzo hacia él, más se aleja de mí 1
¡En clónde estoy? 6Dónde está la Tierra V Sol, ¡dónde -
tá" 1 ¡Qué <'sh·echo <'S <'l círculo donde viajas 1 Aqtú estoy sobre la
Nltnbre de la Naturale7.a. Mis miradas dominan su recinto. ¡ Cu~r-
1os míllares de ci<>los y de numdos veo rodar bajo mis pies, co o
~ranos brillantes! Llegado tan lejos y a regiones tan nuevas p ra
mí, l cómo pndit>ra no tener curiosidad por sahcr quiénes son
ltahitantes de esto'> e·limas tan diferentes de la Tierra' .Jamás n -
gún mortal abordó vh·o aquí.
¡Oh !, vosotros colocados lejos de mi m<>zquina morada a u4a
distancia que los rayos más rápidos de mi sol no podrían atr•-
'liesar en un siglo. vagando voy lejos de mi patria. Busco nuev$
maravillas a la admiración del hombre. ACuál es el nombre d'
t.sta comarca del dominio del Seiíor a quit>n todo obedece 1 Habir
tan tes or la mansión d<' la felicidad, ¿sois mortales o dioses? 6 Sois
una colonia venida de Jos riel os 1 Cualquiera que sea vuestra nal-
tmale.?:a, debéis vivir otra vida, hablar otro lenguaje, tener idea;
tuuy difer<'ntes de las del hombre. ¡Qué variedad en las obras de
nuestro Ureador ... 1 Pero, ¿de qué naturale7.a son vuestros pen-
samientos~ i La t·a;~:cín está aquí sobre Ull trono, reina soberanl!r
mente sobre los sentidos, o se sublevan estos contra ella Y Cuando
se apaga su antorcha, ¡,tenéis otra sc,.aulu1a cuya luz os guíe!
Vuestros felices rrinos, ~gozan aún de su edad de oro t Vuestros
primeros padres, ~han conservado su inocencia? ¿Os es fácil y
uatural Ja virtud f lEs esta vuestra última morada Y Si la cam-
biáis, ¿sois ttásladados viYos u os precisa morir Y ¡,De qué espe-
t'ÍC es vuestra muerte! ¡,Conocéis el dolor y la enfermedad; co-
nocéis la horrible guerra 1 En el instante en que os hablo, una
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PLURALIDAD DE MUNDOS HABITADOS !!89

guerra fatal despedft?.ll a lu Afligirla Enropa : así llamamos un


pequeño riuc6n Jel Uui n~rso, donde se agitan l'eyes insensatos.
En el munrlo <'ll que h<' nacido, no se espera que venga la muerte
a consecuencia de los años; la intemperancia acelera la obra
de la vej<'z. La muerte ha creído que era demasiado lenta para
ilestruírno:;, ha depuesto su cát•cel, ha suspendido su guadaña y
f!ncomenda<lo a los reyes mantener en lugar suyo una continua
carnicería de la especie humana. La. ambición de éstos le sirYe
mejor que su cu<'hilla. t. Creeréis que se han visto alganos que han
hecho degollar a su rebaño después do haberlo despojado, y que
1Jehían en un banquete la sangre de muchos millares de súbditos?
¡Oh!, vosotros, hahitantes de esos mundos Je,janos, responded-
me: los que os 01wian a morir, ¿están scntado¡S sobre t1•onos? En-
tre YOsotros, el furor de la destrnc<'i6n crea dioses 7 Los couql.ús-
tadorcs, ¡, encuentJ•an ahí la gl0ria por den·ama t' la sangr<• de los
hombres? Pero, tal vez estáis exentos de la muerto ~· <lrl dolor;
tal YPZ un éter pnro y sutil compone vuestro ser privilegiado. Li-
bres de la pt'~antc7. y de la corrupción, os eleváis sin duda, os cer-
uéü: ft voluntad en el espacio. ¡ Cuán difer ente es vuestra suerte
ck la de nuf'stra humanidad 1 Esclavos desgraciados de un limo
Yil y grosero que mata al alma, somos un todo compuesto de dos
partes que no pueden conciliarse y se hacen una eterna guerra.
Pero Yosotros no tenéis ninguna idea del hombre ni de la Tierra
(éste es el nomhre ele un hospital que encierra a los locos del
T"niYerso). La 1·azón misma ('S allí insensata, y muchas Yeces hace
(·l papel de locura. ¿Qué extraño os debe parecer este relato' ¿No
habéis oído hablar de la existencia de este género humano 7 El
<'arro inflamado de Enoeh y de E lías, ~no han pasado cerca de
estos lugares~ El ángel de las tinieblas, al caer de los ciclos, &no
ha manchado la 1mreza rle vuestro éterf, ¿no ha eclipsado po1•
algunos instantes vuestro globo con el paso de su inmensa sombra 1
Si me C'qni\'oco multiplicando los uniYersos, mi error es su-
blime. Se apo?a en lUla verdad, tiene por base la idea de la gran-
rlC'za de Dios. Y, ¿quién me demostrará que es un error 7 'Quién
osará s<>ñalar límites a la Omnipotencia' ¿Puede el hombre ima-
ginar algo más allá. de lo que Dios puede hacer ? Un mundo no
le cuesta de crear más que un átomo. Diga ¡sean¡ y nacerán mi-
11ares de mundos. Frío censor, no condenes mi entusiasmo. Déja-
me estas ideas que me engrandecen y me inflaman. Mi imagina-
ción no puede hundit'Se sin un sentimiento de horror en el mundo
~ desierto imperio de la nada; desea aniquilarlo, extendiendo loa
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390 CAMILO FLAMMARION

límitC's del ser¡ <·ree aumentar de este modo la gloria del C'1·cador.
La cxpe1 iencia viene también en apoyo de mi conjetura. Des-
de lo infinitamente pcqu<'fio hasta lo infinitamente grande', Jos
dos términos de la Creación sP <'oncspondeu y se equilibran mu-
tuamelÍte; el pensamiento no debe temer descender demasiado
l1acia la extrema pequeñez, ni elevarse demasiado hacia la extrema
grandeza. El error está siempre t>n el ddceto ~· nunca en el ex-
ceso. ¿ Qu~ efecto pudiera aparecer demasiado grande cuando se
piensa en la causa! ¡Admirable Arquitecto!, mi alma ¡H1ede des-
cender o elevarse a su voluntad en la innwnsidad de tu vida. sin
separarse nunca tlel eentro.
Yo soy es tu nombre. 'roda e:xislC'ncia te P<'I1C'nccc. La Crea-
~>ión no os aún más que una nada; no es más que nn \'el o flotando
ante ti, como ante un astro la atmósfera ligera.
Sabios de la 'fierra, obscrvadorC's d<' la Naturaleza, genios su-
periores que voláis sobre las h11ellas de Newton, ¿habéis d<?S<'U-
bict·to a .Aquél que ve la cumbre de la Creación hundida en las
profundidades de un abismo! ¡Habéis encontrado el orbe del
grau Ser, del Sol uniYersal qu<' atrae a sí a todos los seres? 61la-
béis reconocido los satélites que le rodean, las estrellas de la ma-
ñana que asisten a su despertamiento y forma su corte 'l ~o es la
ciencia; la religión es la que me conducirá hasta él; el amor hu-
milde penetra donde la soberbia raz6n no puede alcanzar. . . Cada
uno de estos astros es un templo donde Dios recibe el homenaje
que le es debido. lle visto humt>ar sus altares; he visto el incienso
elevarse hacia su trono; he oído resonar las esferas con los con-
ciertos de su alabanza. Nada hay profano en el Universo. La
Naturaleza cntcr·a es un lugar consagrado.

FIN DEL APENDICE


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NOT AS DEL CAPITU LO SEGUNDO

( 1) Los antiguos no conocían la imposibilidad mecánica para las estre-


llas de girar c·n veinticuatro horas alrededor de la Tierra. No solamente la
Tierra es, en mecánica celeste, un punto insignificante. enteramente incapaz
de ser centro de semejantes movimientos; no solamente las estrellas, aisladas
y distantes unas de otras, a todas las profundidades del cielo, no hubieran
podido ser arrastradas rn una misma carrera; sino que la velocidad con que
estos grandes cuerpos, aun los más cercanos, hubieran debido ser arrebata-
dos. excede a toda cantidad imaginable. Para que Sirio, por ejemplo, girase
alrededor de l.a Tierra en veinticuatro horas le sería preciso recorrer ¡ tres
millones de leguas por ugundo!
(2~ "Gua ndo veo los cielos, obra de vuestras manos, la Luna y las
estrellas que f onnastéis, exclamo: ¿Qué es el hombre para que os acordéis
de él. y el hijo dd hombre para que lo visitéis?" (Salmo V III, versículos
3 )' 4 ).
(:1) Rcco1rdcmos que estas dudas sobre nuestra doctrina no son perso-
nales del orador. Están también en la mayoría de los ánimos. Léese en la
obra: Vie fu/tiTe de M . Th. Henri Martín: "La ciencia no ha suministrado
hasta el presente en pro o en contra de esta suposición (de la Pluralidad de
Mundos), ningún dato, no diré cierto, pero, ni tan siquiera probable". No
nos toca a nosotros decir si estas dudas eran fundad as hasta a hora y si
nuestro trabajo tiene el poder de disiparlas.
(4) Explicación literal de I'Ouverage des Six jorm , por el abate Renart,
doctor. etc.
(") Estas extravagancias no deben imputarse a una aberración del autor,
~ino a los teólogos en genrral. El mismo Santo Tomás srñala a los astros
t·ste pobre destino. Véase: Los Mundos imaginarios )' los }.fundos reales, 2•
parte, capítulo IV.
(G) Periódico L e M onde del 16 de abril de 1863.
(7 ) On the O rigin and Frame of the W orld, del doctor 8cntle} , pro-
feso r del Colce(lo de la Trinidad, Cambridge.
(S) A. Gl'atry. Le.r Sourcts, capítulo I X.
de los Perro.> de caza. - 3. Acumt1lación de TuriCOII.
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392 CAMILO FLAMMARION

(1) Cosmos. tomo primero, página 227.


(l) De facie in orbe Lunm, Ed. R icard.
(2¡) Es innecesario decir que esta supuesto caída <le! León de Nemea
no necesita refutación. Lo mismo sucede con la fábula de Jos pueblos de la
India, llamados "Mtomos", que cita luego Plutarco.
(3) La e..xperiencia desmiente este aserto. Los hilos que cubren todo ~1
aiio las montañas más altas, demuestran el rigor de los inviernos que allí v·.
experimentan. - No nos detendremos en refutar los errores cienti.ficos ele
que está lleno este tratado; damos este extracto tan sólo desde el punto d4f
vista histórico.
(l) Sentimos decir de vez en cuando que se notan en Fontenelle pro-
posiciones reprensibles como ésta, que deslucen su narración y debilitan su
autoridad,
(1) Swedenborg llama espíritus de cada Tierra a las almas de los qu•
la han habitado. Estas almas se quedan en las regiones cercanas de su tierra,
porque son de un mismo carácter que los que la habitan, les prestan servi-
cios, etc. Por medio de estos espíritus, dice Swedenborg, que le fué conocida
la habitación de los otros mundos.
(2) Relation du monde de Mercure, Ginebra 1750.
(1) ¡Las opiniones difieren! Véase la discusión de Mis ter Brewster.
(J ) Edición Maucci.
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Fig. J. - Dimeruiones comjntrados del Sol y de /11 T'ierrll.


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Fi::. 2.- ú"na mm1cha del Sol.

...... .. _.... _
,

················---
.......................

Fit:. 3. - R otuci6n del Sol.

1- -- - - - - - - - - - - - - - -- - - - - - - - -- - -1
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Fig. 4.- Sistema solar.


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Fi:!. 5.- Fasn de Mncurio.

Fif!. 6. - Dinltn riones comparfldn , dr In Tierra 1· dt la Luna.

1-------- ---
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Fig. 7.- Aspecto de M arte.

Fi~ . 8. - Júpiter J' la T ierra


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Fig. 9. - Satumo y sus satélites.

Fig. 10.- Urano }' la Tierra.


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Fie.. 11.- Neptuno y la Tierra.

Fig. 12.- Ltma. Aspecto del plenilunio.


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Fig. 13. -Paisaje lunar.


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Fig. U . - Com eta de 1577.


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Fig. 15. - Cabe;:a del cometa de 1861.


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Fig. 16. - M agnitudes comparadas de los planetas.


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- - --- - - - - - - -

Fic . 18. - Comrla de 1811.


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Fig. 19. - Cometa re 1680.


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,_ ---------- ------~-----

Fi~. 21.- - O w mnyor, Osn mtnor, E.,trella polar, Casiopea.

Fi¡;_. 22. - Ori6n. - A/debarf/71. - Sirio.


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Fie. 23. - La e;trl'ila nuez.•tt de 1572.


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FiJ!. 24. - Telescopio de Herschel.


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·- -------------------------------------·----------------

Fig. 25.- Estrella septuple de Ori6n.


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"

Fie. 26. - Corte dt la J' la Láctea.


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Fi~. 27. - Nebulosa del Toro.


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Fig. 28 - NebuloJas dobles y múltiples.


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Fig. 29. - l. Nebulosa d e la Virgen . - 2. Nebul osa


de lo& perro• de caza • 3. At'umulaci6n d e T unean
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ll

COSMOGO:-\IA DE LOS UBROS SAKTOS


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CUADRO DE LOS PEQUEÑOS PL.\NBTAS

SITUADOS !NTRI MARTE Y JUPI1'Ea

i 1 l ' !
; No~rnrn:s : Deacub:idores ! NOMBRES Deacubri~am
e ; 1 ¡
i ó ¿ ~
~-1----- - - - -J----JJ--·1- - - - 1 - 1 - - - - 1 - - 1 1
1 Cérea. 2,11 Pl~uy 27 Eu•orre. ~.36 Hinrt • 11!63
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ESTUDIO DEL TIEMPO DEL ENFRIAMIENTO DE LOS PLANETAS Y DE LOS


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INDICE DE MATERIAS

Introdutci6n 7

LlBRO PRUIERO
KSTUDIO lliSTORlCO

I - Desde la antigi.iedad hasta la Edad Me-


dia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • • . . . . . . 17
II D esde la Edad Media hasta Nuestros
días. . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
LIBRO SEGUNDO
1.05 M UNDOS PLANETARIOS

I - Descripción del sistema solar . . . . . . . . . . 53


II - Estudio comparativo de los planetas . • . . 67
LIBRO TERCERO
F I SIOLOGIA DE LOS SERES

I - Los seres sobre la Tierra . . . . . . . . . . . . • • 93


II - La vida • • • • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115
III - La Habitabilidad de la Tierra . . . . . . . . . 135
LIBRO CUARTO
LOS CIELOS

I - Los cielos .. . . • • • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155


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U BRO Qt!INTO
1, \ 111 ,\IANIDAD EN EL UNIVERSO

1 Loll haLiLantes de los otros mundos 173


U Inferioridad del habitante d e la Tierra.. 211
Ill - La humanidad colectiva . . . . . . . . . . . . . . 251

APENI.>ICE

La pluralidad de mundos an te el dogma


cristiano. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 267
I - La encarnación d e Dios sobre la Tierra. 27l
11 - Cosmogonía de los Libros Santos . . . . . . . 293
Sobre el calor en la superficie de los p la netas. . 313
El análisis espectral y la v ida en los otros
tnundos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 325
Sobre la constitución interior del globo terres tre 333
Como se detennina la distancia de las estrellas
11 la Tierra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . :l:~9
Dt Omeratione . ... . ........... . . · . . . . . . . . . . :lH
l•:, tnwloll filo~Mic·w¡ pnrn la his toria de la plu-
ralidad de mundo~
Plutarco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . :liS
Cyrano de Ber~¡·nu: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . :149
Fontenclle . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . :l55
Ifuygcos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . :~59
Voltaire . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . :~6 1
Swed euborg . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 367
Carlos Bonnel. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ;37;3
Lambert '' istema del Mundo" . . . . . . . . . . . . . . . . . ~7 7
Humphry Dav~, "Los últimos días de un filó-
sofo" . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1181
Young, "La noche".......... .... .................. 387
llustracioncs... .. . ............ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1193
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eSTE L.IBRO SE TERMINO DE


IMPRIMIR EN LOS TALLKRES
ORAFICOS DE E DITORIAL
CONSTANCIA CANGALLO
2287. BUENOS AIRES. EN LA
SE:QUNCA QUINCENA DEL
ME& DE .JU,..IO DE 1eeo.

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