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La hechicera y el tiempo

 
Cuenta la leyenda, que hace millones de años atrás, el tiempo no estaba fragmentado
en años, meses, semanas, etc. Sino que simplemente transcurría sin ningún tipo de
ataduras. Todos vivan en esa época libre de horarios y sin el peso de los años, ya que
no existía el pasado ni el futuro, vivían el presente. 
 
Cierto día una hechicera frustrada, porque se sentía incapaz de controlar el paso de su
vida y la de los demás, hizo un trato con los habitantes de la tierra, propuso a
los h@mbres la magnífica e impactante magia de poder medir el tiempo, ella pretendía
con esto contabilizarlo para así sacar ganancias propias. 
 
Los hombres creyeron que la hechicera había enloquecido, ya que sería imposible poder
capturar el tiempo. Ella en cambio, insistía en ser capaz de tan incomprensible acto y les
propuso un acuerdo: si logrará encapsular el tiempo para que todos pudieran disponer
de él a su antojo, ellos tendrían que dedicarle un poco de éste para servirle de la manera
que fuera necesario. A los h@mbres les pareció fascinante poder controlar el tiempo y
muy justo ofrecerle una parte de él para “ayudarla”. 
 
Es así, que, en un gran pase mágico, hace aparecer un reloj, un calendario, el pasado y
el futuro en cada rinconcito de la tierra. Una vez que los habitantes comprendieron los
nuevos conceptos implementados por la hechicera, quedaron maravillados con su
bondad, pero ella en cambio no perdería “tiempo” en cobrar su parte del trato. 
 
Después de ese día los pobladores de la tierra se convirtieron en esclavos de su propio
tiempo y de la hechicera, quien se hizo fuerte y poderosa gracias a la colaboración de
todos los humanos. 
 Muchos años transcurrieron, hasta que un día, uno de los habitantes, le reclamó a la
hechicera reveer el trato, ella que ya estaba rodeada de oro, lujos y disponía de
los h@mbres a su antojo, aceptó darles una tregua, les propuso que en cada nuevo año
tendrían la posibilidad de recomenzar un nuevo tiempo, libres de la rutina, liberándose
de sus errores, siendo ellos amos de su tiempo y por ende de sus vidas, pero en
cambio, todo aquel que no pudiera liberarse estaría incumpliendo el trato y por
consiguiente tendría que seguir brindándole parte de su tiempo a ella. 
 
Desde entonces con cada año nuevo los h@mbres se reúnen con sus seres queridos
para juntos recordar esta leyenda, liberarse de las ataduras del tiempo, tratando de
escapar del pasado y del engañoso brillo del futuro incierto, ayudándose mutuamente a
pararse con fé y orgullo en el presente. 
 Hoy a casi 2014 años de esta leyenda los h@mbres siguen luchando para no
convertirse en esclavos de su tiempo. Con la certeza de poder resurgir con cada año
nuevo y tratar de ser mejores cada día. Amigos a liberarnos de nuestras ataduras,
dejemos el pasado atrás y recomencemos junto cada nuevo año, con este presente que
nos ha tocado vivir hoy. 
 
Autora: Gabriela Motta.
Milagro
 

Muchos años después, frente al pelotón que formaban sus compañeros de investigación y
en el acto donde sería condecorado, volvió a ver aquellos ojos. Y en el calor de la mañana
el aleteo de una mariposa amarilla como las que acompañaban a Mauricio Babilonia.
Presentía que aquellos ojos, ya devueltos a la normalidad, desde algún lugar lo
escrutaban. Tragó en seco. No quería mostrar turbación ante el público asistente e
introdujo las manos en los bolsillos de la bata. Docto, ¿usted cree que yo pueda verle la
cara algún día? Amaranta se llamaba esa paciente que él nunca pudo olvidar porque la
piel despedía un inquietante olor a albahaca y le recordaba a su abuela materna. A través
de la lluvia la vio llegar un día a la consulta, escoltada por dos muchachas escuálidas
como figuras recortadas de un viejo álbum. Experimentó un ligero temblor al escuchar que
lo nombraban y tuvo que dirigirse al centro de la tribuna para recibir un diploma y un ramo
de flores. Respiró de nuevo el olor a albahaca. Una de las flores tenía pétalos amarillos
que semejaban alas y sobresalía del resto con arrogancia. Desde allí Amaranta parecía
contemplarlo sobre el jardín agreste de un país lejano. Ojos-cielo. Ojos-luz. Siempre lo
voy a recordar, docto. Usted es un santo. La señora que colocaba en su pecho la medalla
le devolvió un rostro conocido, borroso por la lluvia y las cataratas de la infelicidad.
Entonces sintió en el pie la mordedura y se vio a la deriva, sin fuerzas, arrastrado por el
ocre remolino del río. Una abeja, atraída por el fulgor de las flores le había enterrado el
aguijón mientras él recordaba lecturas de adolescencia en el agridulce panal de la
historia. Docto, ¿le puedo ayudar en algo? La voz le llegó clara y precisa y sintió el
estremecimiento primigenio. Cuando volvió la cabeza ya era tarde. Amaranta se perdía en
el tumulto de personas, con una flor amarilla que aleteaba en su pelo blanco.

José Fernando Orpí Galí

Santiago, Cuba
Reconciliación
La partida era inminente. De nada serviría recordar buenos momentos. Sobre sus piernas,
él acariciaba con la yema de sus dedos esa boca; la boca que jamás volverá a tener y que
aun gritando palabras hirientes, era la única en quien podía confiar. Mientras recoge sus
pertenencias la observa. Quieta, de pie, contra la pared estaba ella, sin decir una palabra,
hierática, desnuda a pesar del clima. Con su vientre todavía cargado esperaba el
momento de parir, pero esa decisión le correspondía sólo a él que ya había sido padre
muchas veces y rezaba porque mujeres como ella dejaran de alumbrar. Estaba al tanto de
todas las noticias en las cadenas de radio colombianas; quería que los doctores de la
política se pusieran de acuerdo sobre la medicación necesaria. Con sus paisanos
comentaba, sin ocultar su agrado, sobre el momento de la separación y como no
extrañará sus andanzas por las lomas junto a ella, ni los baños que tomaron después de
una larga caminata, los ruidos en los cerros a media noche, ni el escapar de otras fieras
con ella sobre su espalda. Él sólo sueña con regresar a su esposa, sabe que lo espera y
que no se siente traicionada por otra de carnes más duras. Pero ha pasado mucho tiempo
y él ha estado ausente. No conoce su último hijo, no les dio el adiós a sus suegros, no ha
vuelto a arar sus tierras ni ha ensillado con cariño a su ya envejecido ¨mexicano¨. Hace
tiempo ya no es agradable sentir el canto de un gallo, porque ahora es una alerta, hace
tiempo comparten el cielo con palomas pájaros de otro material, desde que escapó con
ella ya no es capaz de sentir conexión con la naturaleza. ¿Es un castigo de dios? Se
pregunta a diario y maldice con rabia la alianza a la que se ha comprometido, pero un
hombre tiene que honrar su palabra aunque el arrepentimiento lo consuma.
Ahora llora. En la radio han dado la noticia.
¨Las hostilidades entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del
Pueblo y el Gobierno constitucional han llegado a su fin. Después de 50 años de lucha y
de resistir la acometida de 13 gobiernos consecutivos, el paramilitarismo y el empleo de la
más moderna tecnología militar norteamericana ,se ha firmado un tratado de paz
conducido por la senda del diálogo¨. Mientras recoge sus pertenencias la observa.
Aunque la imagen esta borrosa por las lágrimas, la conoce bien. Fueron muchos años
juntos, años, que él quisiera no haberlos vivido, años empuñando su cuello frío, su boca
dura, cargando con su peso en las espaldas, cuidando de ella sin sentir un gesto cariñoso
de vuelta. Llora porque mientras sus manos cierran el morral como símbolo de su última
atadura, en su mente, sus brazos están estrechando ya a su esposa, quien llora con él y
le dice: ¡Se acabó,… al fin acabó…no más guerra! Al entrar a la casa, que ahora le
parece más pequeña, su mente reconoce los olores que creía haber olvidado, se sienta
en su silla preferida y sus manos abrazan nuevamente la taza metálica que contiene el
agradable líquido humeante, bebe a sorbos y siente como sus venas se calientan con el
café mientras observa los labios de su esposa. Recuesta la silla, cierra sus ojos y un largo
suspiro de confort inunda la casa. De la chaqueta saca una fotografía, una evidencia
concreta de su andanza tomada en el campamento, en la que su cara desaliñada y
barbuda con ojos inexpresivos, desentona diametralmente con la manera en la que su
mano agarra con fuerza el cuello de una ametralladora.

 Alexis Martí Veranes Santiago de Cuba


Ejército del Sur

El panteón queda solo desde las diez de la noche. La puerta se cierra con candado. Los
muertos y sus historias quedan bajo el resguardo de la oscuridad. Nadie se atreve a
visitarlo.

Durante el último año se ha escuchado el ruido de los cascos de los caballos de todo un
ejército que cruza el cementerio. La gente cree que es el diablo y sus huestes arrastrando
almas impías al infierno.

El doctor Carmona dice que el estruendo que surge del vientre del panteón se explica por
la actividad del volcán que hace que truene el subsuelo. El maestro Enríquez, que se trata
de las extracciones ilegales de la minera gringa que trabaja noche y día.

Aguijoneado por el miedo decidí buscar la verdad. Escapé de casa en la madrugada y me


aposté entre las ramas de un árbol que me permitía ver por encima de la barda del
camposanto.

Mi estado de vigilia comenzó a agrietarse. El sueño me acercó al mundo de los muertos.


A lo lejos escuche venir a los caballos con un trote que crecía y crecía en intensidad. Una
polvareda luminosa avanzaba entre las tumbas.

Entonces vi la verdad. Ni diablos ni calaveras. Era el general Emiliano Zapata; con los
ojos tristes, pero inyectados de furia; seguido de su ejército del sur. Todos montaban
caballos blancos, llevaban puestos sus trajes de charro negros con el sombrero
descansando en sus espaldas. Avanzaban a gran velocidad y cuando estaban a punto de
chocar con la pared se desvanecían.

Jorge Gutiérrez Martínez

México
Falsos positivos

La mañana abrió sus ojos a otro día de lucha. Recorrió la casa despacio deteniéndose de
manera inconsciente en cada en cada objeto, en las imperfecciones de las paredes, en
las grietas abiertas por el tiempo, en cada retrato que evocaba el pasado, acariciando
todo con la mirada, acariciando la memoria.

- Mire que este café le hubiera gustado, es un poquito amargo pero así le gustaba a usted
¿se acuerda?

Sus manos reconocieron las sabanas buscando esa silueta perdida. Un ritual repetido mil
veces para organizar la vida en torno a los recuerdos, sin llanto, sin palabras, sólo
precisando que el aliento de su hijo no se perdiera para siempre.

- Ayer encontraron a su amigo Gonzalo en la fosa del cementerio central, también lo


mataron por la espalda. La comadre Diana tuvo problemas con los militares, casi no se lo
dejan sacar. Cinco años atrás, cuando Antonio tomó su camino, en su mente había más
hambre que ilusión, era ese dolor que lo acompañaba desde niño: la pesadez, el
desaliento, eso que anima los sentidos acallando las ideas. La plaga de los condenados
de la tierra. Se fue a recoger café, buscando en esas lejanas montañas un poco de
dignidad. Ahora lo único que le quedaba a María era su sombra atrapada en los objetos,
restos de una vida cegada por una guerra que nunca decidió pelear.

- Hoy me toca terminar más tarde, mire que llegaron unas compañeras de lejos.

Ese día la plaza estaba llena, innumerables mujeres sostenían retratos de sus hijos
muertos. Parecían infinitos, pero no obstante cada una de ellas tenía una cifra exacta:
3.796. Civiles inocentes, llevados bajo engaños a zonas de combate, asesinados a sangre
fría y presentados como bajas enemigas, presentados como trofeos de guerra.

Todos eran pobres, a todos les habían prometido un trabajo, todos ejecutados y
declarados como guerrilleros. Ahora recorrían la plaza los jueves en la tarde, sus
imágenes recordaban al mundo que en una guerra sin sentido los absurdos pueden
multiplicarse en los cuerpos de aquellos que nunca sostuvieron un fusil.

- A mi hijo me lo mataron hace cinco años, le dispararon y le pusieron un arma en las


manos. Después cobraron la recompensa.

María le hablaba a un grupo de mujeres recién llegadas, sus rostros asustados mostraban
la extrañeza ante una ciudad que no les pertenecía. Ahora ella era fuerte, había aprendido
a serlo gritando la verdad todos los días. Las abrazó largamente con la ternura que viene
del intenso dolor. Todas eran una sola persona, las unía un pasado en común, la de ser
las madres de los falsos positivos.

 Álvaro Lozano Gutiérrez Bogotá, Colombia


Sangre y agua
 Al Hno. Camilo Alarcón, fsc.

Dicen que la sangre es más espesa que el agua, aunque, en esta ocasión la ley de los
fluidos fue violada.

El problema comenzó en la tarde mientras leía un grueso tomo de Nietzsche, Sartre o


algún europeo de formas raras tan lejano de nuestros simples apellidos. Al voltear la
página se percató de una gota de sangre huida de su nariz, luego vino otra, un chorro;
corrió al baño y, entre taza y papel higiénico, se desplomo inconsciente.

Mamá lo encontró por la noche después del trabajo; aun tenía vida, recostándolo en el
sofá grande de la sala intento con todos los remedios aprendidos de la abuela, ungüento
con sábila en la frente, alcanfor entre las narices, una palmada en la cintura, nada le
detenía la hemorragia; desesperada llamó a papá, con él llegaron las vecinas cercanas a
la finca, ellas probaron a su vez cantidad de brebajes, rezos, súplicas. “Mijo, ¿Por qué no
lo llevamos al hospital?” mamá se había olvidado del paro armado, el pueblo estaba
rodeado de guerrilla. En ese punto papá no aguantó más y gruño contra este maldito
pueblo perdido del mundo, deseó haber vendido cuando le ofrecieron esos tres milloncitos
los de la petrolera, “es que hoy en día el que se queda en el campo es un pendejo o un
dejado” dicho esto se encerró en el cuarto hasta el otro día.

Hacía las nueve fue el turno de las vecinas más lejanas, vinieron camándula en mano, a
rezar junto al moribundo que estaba ya pálido; de nada sirvió, expiró unas horas más
tarde, se fue dejándole su último beso a mamá, las viejitas pasaron llorando a dejarle un
recuerdo en la frente, con lágrimas en los ojos, y sin ya otro remedio, alrededor de muerto
entonaron su cortejo “Oh Sangre y Agua que brotaron del Corazón de Jesús, como
manantial de Misericordia para nosotros…” pasada la medianoche dejaron la casa, se
apagaron las luces.

El último rumor lo escuché en la plaza:

- Se murió

- ¿Quién?

- El hijo de América.

- Si quiera, estará con Dios.

Prefiero pensar que está con Dios, su muerte no sería de todo en vano, total la familia
dejó el campo, se fue a la ciudad por evitar otra muerte.

 Camilo Andrés Pérez Delgado

Colombia
Gracias a los tiempos de color rojo intenso
Cuando apenas dejaba de ser un niño, Víctor caminaba una mañana por una calle de la
Habana, pero se escabulló a mirar por una ventana, y su sed de curiosidad le hizo ver
algo nuevo para él. Las rendijas de la ventana mostraban un grupo de hombres bebiendo
y mirando una película; una película de chicas, que para su saber estaban baliando o
jugando unas sobre otras.

Aquel acto le llevó a experimentar un sentir extraño, pero placentero al ver aquellos
cuerpos desnudos. Fue entonces que vio tallado sobre la piel de una de aquellas
muchachas, una enorme paloma sin alas, ni color, que cubría todo su pecho. Ella de
cabellos negros, piel criolla y ojos tristes, danzaba a la par de las demás, aunque la
expresión de su rostro la hacían notar ausente.

Aquella mañana el jovencito Víctor llegó a su casa con muchas preguntas; sin embargo,
siempre tuvo clavada una duda que le acompaño por años y jamás borraría de sus ojos
aquel acto. ¿Por qué la joven tenía tatuado esa paloma sin alas, ni color?

Años después, ya hecho todo un hombre, Víctor llegó a la patria de Bolívar en misión
solidaria como médico cirujano. En una de las tardes mientras relazaba su labor en un
hospital de Barcelona, le ayudo a recuperar la visión a una paciente. Víctor al ver su
rostro, su pelo, y sus ojos, fue invadido por el silencio, para su sorpresa se encontraba
con la chica de la paloma; de la cual supo posteriormente que era una activista por los
derechos de la mujer y una gran artista plástica.

Ella al terminar el tratamiento, le regaló una obra de arte de su creación.

–Cuide mucho este cuadro médico, fue mi primera obra y tiene un valor incalculable – le
dijo la mujer – Ahí estoy yo dándole gracias a mi comandante y a esta revolución que
como a muchos, me ha dado la oportunidad de volver a vivir.- Lo besó y se fue sin decir
adiós.

Cuando llego a la casa, Víctor continua con su rutina y en la noche antes de dormir, quitó
los papeles que protegían al cuadro. Al ver la obra, la cuelga en el centro de la casa,
como alguien que tiene un templo que adorar. Las lágrimas rodaron hacia su risa,
borrando aquella duda que le acompaño por años. Ante sus ojos, la obra eternizaba una
mujer rompiendo las cadenas que atan la América Latina, en su pecho desnudo estaba
grabada una enorme paloma con sus monumentales alas abiertas, mostrando su color
rojo intenso al mundo.

Reiniel Eduardo Pool Rodríguez

Sancti Spiritus, Cuba


Nuevos tiempos
Dos lágrimas corrieron por sus mejillas. Se agachó y limpió el polvo acumulado durante
casi dos años sobre aquel pedazo frío de mármol que servía de única identificación. Podía
leerse: “María Azucena Infante Travieso” (junio 24 de 1987 – febrero 29 de 2012)

Se levantó y miró en dirección Norte. Cerró los puños y pidió a Dios perdón para quienes
no lo merecían.

Volvió a bajar la vista. Dijo una breve oración y se limpió las lágrimas, tan amargas como
el dolor que le embargaba.

Un pequeño de cinco años llegó corriendo a su lado.

-Abuelo, ¿y mamá? Me dijiste que la veríamos.

-Aquí está, en su nueva casa –dijo el anciano en un susurro.

Tomó al niño en sus brazos. Volvió a agacharse y colocó la flor que este traía entre sus
manitos.

-Hija mía, ahora ya no emigramos al Norte. Gracias a la nueva América que construimos
para todos no tendremos que dejar nuestra tierra por una ajena, o por quienes nos
desdeñan y persiguen y ultrajan y explotan…. ¡Al fin, por Dios, podemos llamarnos
americanos, sin temores o malas interpretaciones! ¡Ojalá estuvieras aquí!

Bajó al pequeño, se puso de pie y lo tomó de la mano. Dieron la espalda al sepulcro y


partieron, para jamás regresar.

Eduardo Pérez Otaño

Pinar del Río, Cuba


La Realidad de un sueño
Una mañana de mayo, cuando muchos árboles se llenan de flores y el sol resplandece en
el alba, un niño llamado Chefi, despierta y se da cuenta que no está con sus padres, ni
con su familia - ¿Dónde está papá y mamá?- se preguntó. Se sentía tan solo y fue
entonces cuando se decidió a caminar por aquel hermoso lugar y descubrir todo a su
paso, todo lo que ve es ajeno a su vista, pero agradable. Extrañado se pregunta -¿Por
qué estoy aquí?- y al instante una voz de tono dulce embargó su corazón y le dijo:

- Chefi, ¿Quieres saber qué anhela realmente tu corazón?

Sorprendido se pregunta - ¿Por qué estoy aquí? ¡No se quién me habla! ¡Muéstrate!
¿Dónde estoy?

Sigue caminando y al rato se encuentra con el mar, deseoso de sentir el fresco aire del
mar y ver su color verde y azul, abre sus brazos, respira profundo, sopla la brisa suave en
su piel, detenidamente observa las aguas; agua de siempre, agua con vida, aguas
extendidas, aguas dormidas.

El niño Chefi sigue sin entender y una vez más la voz le dice:

- Ahora no es necesario que entiendas nada, sino que comprendas que debes de crecer y
seguir adelante, caminando sin mirar atrás

Siendo obediente a la voz, se desplaza por toda la orilla del mar, las olas bañan sus pies
una y otra vez, de pronto comienza a correr largo tramo de la playa, se detiene y se da
cuenta que se encuentra en el mismo lugar donde dormía, de pronto despierta y
comprende que estaba profundamente dormido y todo era un gran sueño.

Chefi se había quedado acostado en un parquecito de la escuela. Camino a su casa, las


flores que se desprenden de los árboles le caen a cada paso que da como si fuera nieve
del cielo, flores hermosas, rosadas y blancas.

Muy contento con el sueño que había tenido exclama:

¡Voy para mi casa que esta en mi pueblo, que esta en mi tiempo!

¡Voy para mi casa que ya he aprendido a mirar el cielo!

Juan HASTY GONZÁLEZ

Cuba
El recuerdo o la esperanza
Despertó asustada buscando, más que con sus manos, con su alma el cuerpo de
Fernandito, le había costado dormirlo por la tos.

La puerta se había abierto con el viento, cómo le pegaba la soledad cuando se


despertaba en la madrugada creyendo que había vuelto…

No pudo volver a conciliar el sueño, prendió una vela a la virgen de los ángeles y se sentó
en la hamaca a meditar con profunda tristeza: la vida, más bien las circunstancias, le
habían arrebatado la paz. Es que apenas habían pasado diez meses y no sabía si
resignarse al recuerdo o mantener la esperanza.

Conoció a Ricardo siendo apenas una chiquilla, pero desde la primera vez que lo miró a
los ojos se sintió mujer, fue en una fiesta patronal donde los presentaron, él era de
aspecto maduro para su edad, moreno, de cejas pronunciadas y sus brazos dejaban notar
el sin fin de laderas que había volcado con la pala, Dulce lo flechó con su sonrisa y con
sus ojos que no necesitaban de palabras.

Maduraron las caricias y la moral se desbarató un día dejando a Dulce embarazada. Unos
meses atrás la noticia hubiera sido una bomba pero, para asombro de ambos, nadie le
prestó mayor importancia.

Por esos días habían llegado unos extranjeros gordinflones a negociar con la gente del
pueblo, ofrecían cambiar fincas por casas y empleos en la ciudad, empleos de mierda,
pero muchos se la creyeron, abandonando cultivos, trabajo digno y monte por un poco de
suerte. Ricardo le insistió a su padre que se quedaran, se enojaron, su madre tuvo que
intervenir para que aquello no terminara en golpes, pero nada pudo hacer para que el
cerrado de su esposo cayera en cuenta. La pareja de viejos se fue con un montón de
familias que se creían pobres a convertirse en pobres de verdad.

El problema en el pueblo surgió meses después, cuando el monocultivo de los


gordinflones empezó a afectar a los que se quedaron. Los comerciantes prefirieron los
precios bajos de éstos, dejando al resto comiéndose sus papas o trabajando para los
misters por salarios de limosna.

Ricardo empezó un alboroto, tomó primero la opinión del sacerdote, quien le aseguró que
organizarse para defender a su gente no era ningún pecado. Se reunió con los vecinos
dispuestos a reclamar. Poco duró la iniciativa, rapidito llegaron amenazas anónimas de
acabar con quienes buscaran derechos. La mayoría dejó de asistir a los encuentros que
se convirtieron en furtivos. La mañana de la desaparición Dulce le besó la frente y
mientras lo persignaba le dijo con ternura: “Ricardo, hoy cumple un año Fernandito, llegue
temprano pa’ que comamos juntos”. Qué iba a saber él que no volvería, le asintió mientras
le apretaba la sonrisa con un beso.

 Susana Benavides Alpízar


Del otro lado
“Tomó sus cosas y miró el reloj, se dirigió al lugar donde se sentía seguro,
probablemente porque siempre había estado ahí para él: su cuarto.

Se despidió de sus paredes que tantos recuerdos habían guardado: sus sueños, sus
ideas, sus sentimientos y ahora sus nostalgias, éstas estaban plasmadas con grafitis
multicolores, con figuras y formas que solo él podía ver, que solo él podía leer, que solo él
podría comprender. También se despidió de las ventanas, que por las soleadas tardes
tapizaban su solitario rostro con las más variadas armonías y que por las mañanas le
anunciaban la hora de levantarse; de su cama y de su almohada, amigas íntimas, quienes
conocían sus secretos y fantasías de amores encontrados y olvidados en la memoria.

Y antes de marcharse, le dirigió una oración al crucifijo, luego lo besó, recordó que él era
quien lo había acompañado toda su vida y que la soledad era necesaria algunas veces
(no siempre) para encontrarse con su propio corazón, lo volvió a mirar y entonces lo tomó
y lo echó en su bolsa.

Salió, cerro la puerta y tiró el fósforo. No miró hacia atrás, siguió caminando mientras
sentía arder su espalda… brotaron algunas lágrimas que fueron arrancadas por el viento
que soplaba como todos los diciembres. La plateada luna iba alumbrando las callejuelas
llenas de sombras que cobraban vida y hacían revivir las aventuras de recuerdos
infantiles y de las juventudes mutiladas…De un momento a otro se detuvo, su mirada se
había nublado y de nuevo una estampida de viento volvió a secar el rostro
apesadumbrado de tristeza por su partida necesaria… necesaria para trabajar, necesaria
para vivir, necesaria para ser feliz, necesaria para transformarse, necesaria para
experimentar la libertad, necesaria para vivir en paz, necesaria para encontrar compañía,
necesaria para el pan y el techo digno…

Al final de la calle se encontró con quien le ayudaría a transformar su vida del otro lado.
Como pudo se subió al camión y se encontró con otros ojos iguales a los suyos, con otros
rostros iguales al suyo: forzados, afligidos y asustados por dejar aquel lugar que tanto
querían, que tanto esperaban que cambiara para no marcharse.

Era demasiado tarde ¡eso lo habían esperado desde hace mucho!

Entre más se alejaba, más se aferraba el corazón a su tierra, quiso por un momento
arrojarse al suelo pero miró hacia la colina y vio como su choza se desvanecía lentamente
por el fuego, así también su esperanza… Mientras del otro lado las noticias anunciaban:
“los jefes de estado se reunirán para plantear medidas ante el tema migratorio”…. “han
construido un muro en la frontera…”, “la nueva ley migratoria vigente traerá…”, “la
mayoría de inmigrantes se desplazan por…hay que tomar medidas fuertes ante el tema
migratorio…” Él solamente pensaba al escuchar los voceros… “¿qué saben ellos?... esos
los del otro lado.”

 Marianela Valverde Costa Rica


En la plaza
Gabriela y Ana salieron de la fábrica, luego de un duro día de faena, en la calle se
encontraron con un paro de transporte público, por lo que de momento no era posible
regresar a sus casas. Mientras se resolvía la situación decidieron al igual que mucha
gente sentarse en una pequeña plaza cercana.

A diferencia de Gabriela, a Ana no le importaba mucho su trabajo, por eso no entendía o


tomaba muy en serio las constantes quejas de su amiga, que no dejaba de preguntarse
¿Por qué? Había tenido que aceptar aquel empleo que no quería, que no se parecía a
ella, que tanto le ahogaba la dignidad o la felicidad, si es que realmente esta palabra
formaba parte de la realidad y no era más que algún invento esperanzador e imposible. La
vida era una gran paradoja para Gabriela; hacer lo que no queríamos por necesidad, por
llevar dinero a casa. La vida para ella, se reducía tristemente a canjear dinero por su
tranquilidad, sus energías, su alma, a depositar sus verdaderos deseos en el cajón de lo
inalcanzable, porque no había recursos, ni buenos contactos con gente bien colocada, ni
oportunidades, ni nada diferente a su necesidad siempre urgente de dinero.

Ana no entendía a Gabriela, por eso, sin siquiera proponérselo, cada vez que su amiga
comenzaba a expresar sus ideas o su malestar, ella desviaba su atención hacia otra cosa,
por eso, en la plaza, tan concurrida por el paro de transporte, prefirió ver a su alrededor,
reír en silencio de la gente que se vestía extraño o admirar a algún sujeto con buen porte.
Miraba a los hombres que hurgaban la basura en busca de latas que echaban en un gran
saco, a las señoras con bolsas de víveres, a los borrachitos, a las prostitutas... en estas
últimas reparó un buen rato:

- “Mira esas mujeres – le dijo a Gabriela señalando discretamente con un mohín de labios
– se les nota que son de la mala vida, tu sabes, que venden su cuerpo, seguro andan
buscando quien les contrate sus servicios. Seguro encontrarán a alguien pronto ahora que
nadie tiene como irse a su casa”

- ¿De qué te horrorizas? Al menos yo, creo que soy igual, tengo años vendiendo hasta mi
alma...”

Ana no comprendió a su amiga, luego de pensar por pocos instantes cómo era eso de
que su Gabriela había practicado la prostitución, se fijó en el sensual guiño de ojo que le
hacía un caballero que pasaba, sonrió y le contestó, aún disfrutando la emoción del
silencioso piropo que acaba de recibir: “Tu si que dices cosas raras”.

Carmen Noelia Rodríguez

Caracas, Venezuela
Ese inolvidable cafecito
Un día en el Instituto nos invitaron -a los que quisiéramos acudir-, a pintar una pobre
construcción que hacía de colegio y que era el centro de un poblado de chozas, cuyo
nombre no puedo acordarme, en una zona muy marginal, muy pobre y muy apartada de
nuestras urbanizaciones, aunque, no muy distante.

Voluntariamente, acudió todo el curso, acompañado de nuestros hermanos guías, los


promotores de la iniciativa solidaria.

Fue un sábado muy temprano, cuando montados en nuestras dos cafeteras de


autobuses; todos tan contentos, armados con nuestras respectivas brochas, para pintar
de alegría y de esperanza, los rostros de aquella desconocida gente.

Cuando llegamos, vimos como unas veinte chozas al rededor de una pobre construcción
de cemento que hacía de colegio y, escuchamos la soledad escondida, excluida, perdida.

Nos pusimos manos a la obra: unos arriba, otros abajo; unos dentro, otros fuera. Como
éramos como ochenta pintores de brocha grande, la obra duró tan solo unas tres o cuatro
horas.

Pero, antes de terminar, nos llamaron para que descansáramos, y salimos para fuera y
vimos una humilde señora que nos invitaba a tomar café. La señora, con toda la
amabilidad, dulzura, y agradecimiento, nos fue sirviendo en unas tacitas de lata que
íbamos pasando a otros después de consumirlo.

Nunca olvidaré ese olor y ese sabor de café, pues quedó grabado en mi memoria olfativa
y gustativa para siempre. Nunca me han brindado un café tan rico como el que nos
ofrecieron en ese día solidario.

Fue un café dado con todo el amor del mundo. Me supo a humanidad, me supo a gloria.

Fue mi mejor café, el café más rico del mundo.

Juan Carlos Vázquez Castro

La Coruña, España
Armonía

He consultado el oráculo del tiempo, y me hablo de demonios históricos, de sudores mal


pagos con salarios de sales transpiradas. He consultado al brujo de los mares y él me
hablo de mareas repetidas, de atardeceres en la bruma de la confusión. Me hablo también
de agua y sal, que lavarán la memoria. He consultado a los dioses de la creación, ellos
están sentados en su cómodo confín, reposando los sueños de la armonía. Ellos, me
hablaron de soles que brillan en la soledad, de estrellas que ya no relucen, de arenas
errantes, de caminos... Si, me hablaron de caminos, pero ninguna  respuesta.

Por último, consulte a la sabia de los sabios y ella... Ella solo seco sus lagrimas con mi
pañuelo de preguntas, luego lo escurrió. No fue agua lo que caía del ajeado lienzo... Lo
que caía, eran gotas de esperanza.

Yo, no conforme con la respuesta me sumergí a nadar en el lienzo, y me ahogué.

Nadie me escuchó pedir auxilio.

Santiago Andrés

General Pico, La Pampa, Argentina

 
Eso sí
Mención honorífica del «Concurso de Cuento Corto Latinoamericano» convocado
por la Agenda Latinoamericana'2004, otorgado y publicado en la Agenda
Latinoamericana'2005

El Cholito se muere. El Cholito se va. La enfermedad lo atraviesa de lado a lado. Cinco


años tiene. Cinco escasos años y la vida ya lo quiere dejar. Ahora no sufre. Ahora no.
Está medio dormido, eso sí. Es por la medicación que le dan los doctores para sacarle el
dolor. Junto a la cama del Cholito están los padres derramando lágrimas que se abrazan y
corren juntas. El Cholito tiene la panza hinchada y le cuesta respirar. Cuando el Cholito
empezó con el dolor en la pierna les dijeron que no era nada. Varios médicos lo miraron.
Lo miraron un poco por encima, eso sí. Pero qué puede uno hacer, si los hospitales están
sin recursos y el papá del Cholito perdió la seguridad social cuando se quedó sin trabajo.
Lo llevaron a un médico privado, que sólo lo atendió cuando reunieron el dinero para
pagar la consulta por adelantado. El médico privado tampoco lo examinó demasiado.
Diagnosticó “dolores del crecimiento”, eso sí. Todo crecimiento va acompañado de dolor,
todos menos justamente el que aludía el facultativo. El crecimiento de los huesos no
duele. Pero qué puede saber un padre que apenas completó tres años de la enseñanza
primaria. Qué le puede exigir a un médico que pasó por una universidad y salió de ella
más miope y egoísta que cuando entró. Nada, sólo agacha la cabeza y acepta. Aunque el
Cholo se haya seguido quejando, sin poder dormir a la noche, eso sí. El tiempo fue
pasando y el dolor en aumento, acompañado por hinchazón en la rodilla. Artritis, les
dijeron. El “güesero” del pueblo le quiso acomodar la rodilla, pero se le fracturó el fémur
en el intento. Entonces llegó el momento de viajar a la gran ciudad. El Cholito en un grito
con cada cimbronazo del autobús. El viaje largo. La llegada a Buenos Aires, con su
multitud anónima hirviendo en la Terminal de Ómnibus. Finalmente llevaron al Cholo al
Hospital grande. Los médicos estaban serios, mirando placas radiográficas de la rodilla y
del tórax. Le practicaron una biopsia. Después vino un médico a hablarles de la
enfermedad, que era maligna y se había desparramado por los pulmones. No respondió al
tratamiento de quimioterapia y el Cholo empeoró. La pierna se hinchó como un zapallo.

Cholo, Cholito, no te morís solamente de cáncer, también te morís de analfabetismo, de


miseria, de desnutrición, de marginalidad. Te morís de injusticia. Te morís de deuda
externa. Te morís de anonimato. Te morís de tan pequeño. Te morís aplastado en las vías
del desarrollo. Te morís de intereses ajenos. Te morís de extremo sur. Te morís, eso sí.

Pedro Alberto Zubizarreta

Buenos Aires, Argentina

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