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Ética y educación

Conferencia de Joan-Carles Mèlich

Joan-Carles Mèlich, profesor de Filosofía y Antropología de la Educación en la

Universitat Autònoma de Barcelona y responsable del grupo de Educació en

valors, fue el encargado de cerrar las jornadas con su conferencia “L’ètica i

l’altre”. A diferencia de algunas de las afirmaciones de la pedagogía actual, la

ética, según el autor, no es un objetivo más a lograr en la acción educativa, sino

su elemento constitutivo. “Es lo que hace que la educación sea educación y no

adoctrinamiento”, argumentó.

Mèlich advirtió, primero de todo, que no hay que confundir ética y moral. Para

explicar el significado de ésta última, recurrió a una figura literaria: Antígona,

que a riesgo de su propia vida se rebela contra Creonte, rey de Tebas, y entierra

el cadáver de su hermano, considerado un traidor a su patria. “Para mi”,

aclaró, “la moral de la sociedad occidental está encarnada por Antígona. Una

moral necesaria para educar a los niños y jóvenes, porque es necesario tener

referentes para admirar y criticar”. Y destacó, como característica básica, que

siempre se inscribe en el ámbito público. “En cambio, la ética no es pública ni

privada, es íntima. Con esta idea, que es la primera vez que presento en

público”, confesó, “me refiero a que es una relación con otro, que tiene nombre

y apellido”.

Asimismo, la moral es un código o un marco normativo propio de una cultura

concreta en un momento dado de su historia: “La moral es la ley no escrita, la

ley de Zeus, como dice el texto de Antígona”, expuso Mèlich a modo de

ejemplo. “La ética, en cambio”, subrayó, “no tiene nada a ver con los códigos o

las normas. Es única e irrepetible y no actúa siguiendo un deber o principio

universal. Es la respuesta a la demanda o apelación que nos dirige el otro, es

una respuesta que siempre se da en una situación concreta, hic et nunc, que
nunca podemos establecer por adelantado”.

La decisión de Sophie

Mèlich fue categórico al concluir que “la ética es la transgresión de lo universal,

o dicho de otra manera, del deber”. Y para poner un ejemplo definitivo de que

la ética nunca puede coincidir con la moral, recurrió de nuevo a la literatura.

Esta vez con una lectura que dejó a todos los presentes en la sala casi sin habla:

La decisión de Sophie, la historia de una católica polaca que debe decidir a cuál de

sus dos hijos envía a la muerte segura de las cámaras de gas de Auschwitz. Un

ejemplo que no eligió al azar, puesto que Mèlich forma parte del proyecto La

Filosofía después del Holocausto, del Instituto de Filosofía del CSIC de Madrid,

y ha publicado, entre otras obras, Totalitarismo y fecundidad. La filosofía frente a

Auschwitz (1998), La ausencia del testimonio. Ética y pedagogía en los relatos del

Holocausto (2001) y La lliçó d’Auschwitz (2001).

No sin advertir de la dureza del libro, leyó uno de los pasajes más

desgarradores de la novela de ficción del estadounidense William Styron, que

popularizó en los años 80 la película protagonizada por Meryl Streep. El

momento en que Sophie tiene que decidir, obligada por el sadismo de un

médico nazi, si envía a la muerte al niño o la niña. Lógicamente, se niega, pero

ante el ultimátum del doctor -“elige de una vez, o mando a los dos”- se decide

por la niña y salva a Jan, el más débil. En medio de un llanto que le hace perder

el sentido y la noción de su propia existencia, ve alejarse a Eva, su preferida,

hacia la legión de los condenados. La niña será gaseada junto a miles de judíos

y después incinerada en los hornos crematorios.

¿Qué principio moral puede explicar esta fatal elección? Para Mèlich, está claro

que ninguno. “No hay ninguna moral que de respuesta a la decisión de Sophie,

no puede apelar a ningún principio moral”, sentenció, aún emocionado por la

tragedia de la historia. La ética sí que brinda una respuesta: “Es la de Sophie,


pero no es correcta ni incorrecta. Y es que no hay ética porque uno cumpla con

su deber sino por dar una respuesta a una situación, que depende de cada

persona”, aclaró. “Yo no sé que haría en un situación determinada, pero hay

que desconfiar de quienes ofrecen las soluciones correctas. Sophie no puede

apelar a ningún principio moral para encontrar la opción correcta. Y si alguien

pudiera decirle cual es, seria inmoral”, añadió.

La ética no es adoctrinar

A partir de esta premisa, ¿Es posible una educación ética? Es la pregunta del

millón a la que intentó contestar Mèlich y que enlazaba con algunos de los

temas tratados en los talleres de la jornada. La solución, destacó, puede hallarse

en la figura del testimonio: “Dar testimonio no tiene nada que ver con dar

ejemplo. Los educadores a menudo hacen referencia a la importancia de dar

ejemplo. Pero si lo pensamos un poco, vemos que siempre es ponerse a uno

mismo como modelo a imitar. Me da miedo, me parece un comportamiento

altivo y orgulloso y más propio del adoctrinamiento que de actitudes

educativas”.

El testimonio, según el filósofo catalán, hace referencia a tres puntos: la

experiencia, narración y apertura. “Es quien ha vivido una experiencia, como en

el caso de Sophie, y que es capaz de describirla. Porque la narración, como dice

Walter Benjamin, es la forma en la que se muestra la experiencia. Por ello, los

profesores deberían ser formados en el arte de narrar, si quieren convertirse en

testimonios vivos”, sugirió. “En tercer lugar”, añadió, “el testimonio narrativo

es una gramática abierta, que sirve de punto de partida y no de llegada. No es

un final de trayecto. Además, tiene que ser una narración abierta, simbólica,

para que sea sometida a la infinita reinterpretación y no a la repetición o

imitación. Para que no se convierta en dogma”.

La intuición del autor es que tal vez sea posible formar una sensibilidad ética en
la escuela desde el valor de lo testimonial: “El mundo del arte, la música y la

literatura tienen mucho que decir. Mientras que la pedagogía tecnológica habla

de competencias, planificación y programación; la pedagogía ética habla de

estilo, formación, azar, acontecimientos y tacto”. Una pedagogía que debe ser

sensible al sufrimiento y al dolor del otro. “En definitiva”, concluyó, “es la

respuesta sensible y compasiva a una presencia, que a veces aparece forma de

ausencia, que constituye las acciones y las relaciones humanas en acciones y

relaciones educativas”.

Mèlich terminó su conferencia con un aforismo de Elias Canetti, que resumía en

pocas palabras su razonamiento: “Aprender ha de continuar siendo una

aventura, si no es que has nacido muerto. Lo que aprendes en este momento

tiene que depender de encuentros casuales. Y ha de continuar así, de encuentro

en encuentro. Aprender en trasformación, con placer”.

Josep Guitart

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