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EN LA NUEVA GRANADA, ¿CÓMO PIROPEABAN LOS HOMBRES A LAS


MUJERES PARA CONQUISTARLAS?

GRUPO DE INVESTIGACIÓN
Grado 10

JUDITH BOLAÑO
SHERLEY DIAZGRANADOS
LUISA FREITE DÍAZ
LAURA POLO
DANIELA RAMOS
ÁNGELA RUEDA
JULIANA TOBÓN JARAMILLO
DAYANIS TORRES
HELDA VELÁSQUEZ CABRERA

DOCENTE ACOMPAÑANTE
SANDRA BENDEK CEVERICHE

IED ESCUELA NORMAL SUPERIOR MARIA AUXILIADORA


SANTA MARTA D.T.C.H.
2010

Responde a la pregunta 171: “En la Nueva Granada, ¿cómo piropeaban los hombres a
las mujeres para conquistarlas?” (Aníbal Badel Bocanegra Castro, Grado 6, El Copey,
Cesar).

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MÉTODOS DE CONQUISTA UTILIZADOS POR LOS HOMBRES PARA


ENAMORAR A LAS MUJERES EN LA ÉPOCA DE LA COLONIA

INTRODUCCIÓN

El trabajo del investigador histórico se parece a la imagen del grano de trigo que necesita
estar debajo de la tierra en silencio por mucho tiempo, antes de que sus brotes salgan a la
luz.
Hna. Grazia Loparco

Inspiradas en la reflexión anterior, iniciamos el siguiente texto que hemos preparado para
argumentar las respuestas a la pregunta que escogimos para participar: en la Nueva
Granada, ¿cómo piropeaban los hombres a las mujeres para conquistarlas? Este trabajo es el
resultado de la experiencia investigativa que vivimos, que nos permitió aprender que la
reflexión y la paciencia son elementos necesarios para construir respuestas en la vida.

Inicialmente, enumeramos los puntos que nos permitieron avanzar en el desarrollo de la


investigación: en primer lugar, consideramos las características de la sociedad colonial, en
especial el papel de la Iglesia y la Corona en el proceso de mestizaje; y analizamos las
relaciones entre las distintas etnias. Ahora bien, habiendo planteado este escenario de
estudio, hemos pensado en los piropos como uno de los elementos propios de las
interacciones en la vida cotidiana de la Colonia. Y así, después, establecer cómo hacen su
aparición los piropos tal y como los conocemos hoy día. Sabemos que “en el ámbito urbano
colonial se desarrollan estilos de vida propios de cada grupo social” (Rodríguez, 2007, p.
235), lo que nos lleva a pensar en algunas características de situaciones cotidianas propias
de cada uno de estos grupos, que hicieron posible que se crearan condiciones que, con el
paso del tiempo, permitirían cambios en la manera de conformar las familias.

Creemos que si partimos del análisis de situaciones cotidianas como las relaciones
interétnicas, los amores y desamores —que eran la fase inicial de lo que podría o no
consumarse en matrimonios, considerados éstos como una de las dos opciones de vida
deseables para las mujeres en la sociedad colonial, la otra era el convento— es posible
identificar a los piropos como método de conquista que emplearon los hombres para
enamorar a las mujeres.

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OBJETIVO

Identificar los métodos de conquista que utilizaban los hombres para enamorar a las
mujeres, durante la época de la Colonia.

PREGUNTA PROBLEMA.
EN LA NUEVA GRANADA, ¿CÓMO PIROPEABAN LOS HOMBRES A LAS
MUJERES PARA CONQUISTARLAS?

SUBPREGUNTAS

¿Cuáles eran las características de los piropos en la época de la Colonia?


¿Cómo han cambiado las formas de conquista hacia las mujeres?
HIPÓTESIS

Se trata de demostrar que en condiciones sociales restringidas, como las de la sociedad


colonial, los seres humanos fortalecen su imaginación y creatividad para utilizar los
piropos, aprovechando las pocas oportunidades que se les presentaban; y de qué manera
este método de conquista fue adquiriendo una fuerza especial para reconfigurar los cambios
en las relaciones de conquista entre los hombres y las mujeres hasta nuestros días.

SIGUIENDO LAS HUELLAS DE LOS PIROPOS

La Colonia es la época a la que hemos dedicado nuestro interés en esta investigación;


comprendida entre 1550 y 1810, cuando se inicia el proceso de independencia. Llamaremos

Sociedad colonial al conjunto de personas que habitaron las colonias. La


población latinoamericana durante la época colonial fue inicialmente el
resultado de la interacción de dos mundos: el indígena y el español.
Posteriormente se integró a ella la comunidad negra traída para el trabajo en los
ingenios azucareros, la explotación minera y los procesos artesanales. A los
hijos de los españoles nacidos en América se les llamó criollos. De la mezcla de
estos tres grandes grupos, surgieron otras denominaciones, como mestizos,
hijos de españoles e indios; castizos, hijos de españoles y mestizos; mulatos,
hijos de españoles y negros, y zambos, hijos de indios y negros. Es claro que la
raza durante el período colonial, dio lugar a la existencia de las jerarquías
sociales, es decir, el color de la piel influyó en la conformación de los grupos
sociales. Así, se dio mayor importancia a quienes eran de raza blanca, menores
privilegios a las personas indígenas y se esclavizó a la población negra (Bonett
& Ladino, 2002, p. 129).

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Por otra parte,

la civilización que los españoles implantaron en el nuevo mundo tuvo un


carácter acentuadamente urbano. […] La ciudad fue el lugar privilegiado donde
los diferentes grupos raciales, ocupacionales y sociales se encontraron,
influyeron unos sobre otros y se fundieron. Las procesiones públicas, en la que
cada uno ocupaba su lugar y vestía el traje que le correspondía a su rol, eran un
rasgo distintivo de la sociedad colonial. En la dinámica social urbana las élites
locales de comerciantes, hacendados y mineros entraban en contacto con
artesanos, mendigos y vagos. También los españoles se relacionaban y
confrontaban con indígenas, negros y castas. En las ciudades ningún grupo
podía pretender vivir aisladamente” (Rodríguez, 2007, pp. 234-235).

Sin embargo

[…] la sociedad colonial consideraba a la mujer como un ser frágil, indefenso y


falto de voluntad. Padres y hermanos velaban por su debilidad. Otro aspecto en
el que se le consideraba inferior, era en el control de su sexualidad. […] La
consideración de la mujer como un ser débil forjó un sentimiento de
responsabilidad y obligación de los hombres para con sus hembras. De hecho la
ley lo disponía así. Particularmente los padres de todas las condiciones
reconocían que esa era una de sus funciones, así cuando entablaban una
demanda contra los seductores de sus hijas, siempre se preocupaban por indicar
que ésta vivía recogida, “sugeta”, es decir bajo su dominio (Rodríguez, 1991, p.
54).

Pero además, “también se les consideraba malvadas e inclinadas al pecado desde nuestra
madre Eva, y por eso también era necesario vigilarlas” (Segura, 1995, p. 57) Por tanto, era
menester que la mujer asumiera una actitud de recogimiento en su casa: devota, hogareña, y
aislada de toda actividad pública. Esto se cumplió parcialmente entre las clases altas porque
en ausencia de sus maridos y en estado de viudez, las mujeres se ocupaban de la
administración de haciendas y otros bienes, lo que les permitían interactuar en otros
escenarios. En cambio, para las mujeres casadas, el temor de los matrimonios forzados
debió acompañarlas por el resto de sus vidas, sin más remedio que soportar una unión sin
amor.

Las jóvenes doncellas respondían más al ideal señalado; recluidas en la casa,


eran preparadas por las mujeres mayores para sus vidas de casadas, y en las
escasas salidas eran acompañadas por la inevitable chaperona, mestiza o
mulata. Las mujeres de las clases bajas seguirían con dificultad las
recomendaciones relacionadas con el recogimiento, pues por circunstancias
económicas, estaban obligadas a trabajar fuera del hogar. Tenían puestos en los
mercados y vendían casi todo, desde alimentos hasta trajes usados. Trabajaban
como criadas, nodrizas, costureras, […] ayudando de esta manera, al

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sostenimiento de ellas mismas y de su familia y estos servicios las convertían


en un elemento indispensable en la sociedad local. Estos oficios determinaban
que su presencia en las calles y plazas fueran un hecho cotidiano. Hacían parte
del paisaje urbano. En el campo recorrían los caminos en busca de leña o agua,
libertad que no en pocas ocasiones alimentaba la duda sobre su reputación
(Rodríguez, 2007, p. 241).

En las clases bajas las jóvenes gozaban de otro “privilegio” y era la posibilidad de elegir su
pareja porque no existían presiones de tipo económico, esto garantizaba además que estas
uniones fueran mucho más libres, lo que podría incluir que se dieran por amor.

De las circunstancias descritas anteriormente, se deduce que a pesar de las restricciones, la


mujer de las clases sencillas estuvo expuesta, debido a situaciones relacionadas con los
oficios que realizaba, a pasar momentos caminando, sola o en grupos, por las calles , por
avenidas, por los caminos y atendiendo en puestos de mercado. Esto hizo más probable el
hecho de ser objeto de piropos, coqueteos, miradas furtivas, comentarios referidos a la
belleza femenina, además de estar expuestas a propuestas que podrían considerarse
indecorosas, etc.

También es preciso considerar que esta situación de las mujeres era reafirmada desde la
educación que en esa época era manejada por la familia, atendiendo los preceptos de la
Iglesia:

La educación de las mujeres fue bastante rígida, pues incluso hasta el comer se
les restringía. Se les enseñaba a mortificar los sentidos para combatir la
sensualidad, a comportarse como sordas, ciegas o mudas frente a la música que
no era eclesiástica, o frente a conversaciones no propias de su condición. El
discurso que daban las madres a las hijas indicaba que sólo con la obediencia y
el estricto seguimiento de los consejos podrían llegar a ser mujeres virtuosas,
aptas para el matrimonio. La educación comprendía lo que era preparación para
representar a la señora de su casa, esposa y madre, lo cual se denominaba
<<regir la casa>> caro que se le establece en el modelo oficial desde el canon de
la Iglesia y el Estado, el cual visualiza una mujer consciente del papel que le ha
sido asignado (Bermúdez, 2009, p. 46).

La Iglesia, por su parte, actuando de acuerdo a los fines políticos de la Corona, participaba
en la vida civil de las colonias y su accionar se ve plasmado en la vida colonial, pues su
influencia abarca desde el adoctrinamiento de los feligreses en el púlpito de las iglesias,
hasta el papel de confesora de cabecera y consejera de las decisiones de la vida social y
familiar de las personas. Intervenía en temas tan importantes como la escogencia de
pretendientes, personas con quienes se podrían relacionar los hijos e hijas, las
características de dichas relaciones, censura de la literatura y de las producciones a las que
podrían tener acceso los jóvenes y otros aspectos de la vida cultural en la Colonia. En lo
educativo, el dominio de la Iglesia podría considerarse absoluto: “[…] funda, rige y orienta

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los establecimientos educativos, decide acerca del método y del plan de estudios…Todos
los centros de enseñanza de la Nueva Granada, desde las escuelas de gramática hasta las
universidades, estuvieron a cargo de eclesiásticos entre quienes correspondió el monopolio
a dominicos y jesuitas” (Cristina, 1984, p. 511) Además, esto se complementó con unas
acciones que acompañaban la idea segregacionista de la Corona, que defendió a toda costa
las uniones entre blancos, viendo como una amenaza para sus intereses el proceso de
mestizaje, que avanzaba por muchas razones, así se considerara como una ofensa al Estado
y a la sociedad.

El matrimonio se “arreglaba” entre los padres de los futuros esposos. La joven debía
aceptar al futuro esposo que sus padres eligieran, de acuerdo a intereses económicos de su
familia, pero el hombre sí tenía libertad de escogencia. Otro aspecto a considerar en el
arreglo era la dote de la hija, representada en bienes materiales como dinero, casas, tierras,
ganados o esclavos, que podía variar de una familia a otra. Los mismos miembros de las
familias, adineradas sobre todo, asumían la vigilancia de las jóvenes a fin de no “adelantar
coqueteos”. Para el propósito de este proyecto, resulta significativo el hecho de que en la
literatura histórica consultada no aparezca la palabra ‘piropos’, no obstante, la expresión
‘adelantar coqueteos’ conlleva una connotación de conquista o seducción, aunque no se
describe el suceso ampliamente.

A pesar de estos arreglos, en las familias “el matrimonio colonial tenia solidez y,
normalmente, sólo la muerte separaba a los esposos. Aunque no es fácil discernir el tipo de
sentimientos que forjaban los matrimonios en el curso de los años, los testimonios
existentes sugieren que existía gratitud, compañerismo, afecto y, aun cierto amor; no amor
pasional o cortés, sí un amor filial” (Rodríguez, 2007, p. 240). Es necesario, además,
considerar en estas uniones acordadas por la familia, cuál sería el grado de frustración entre
las jóvenes que aspiraban a casarse, al no poderlo hacer con alguien de diferente clase y
raza, sintiéndose atraídas por ellos.

Las anteriores generalidades de la sociedad colonial podrían estar presentes en las distintas
etnias, aunque predominan entre las de las clases altas. Es preciso entonces, realizar un
breve análisis de cómo se vivieron las relaciones de sociabilización entre las otras clases
sociales. Esto, con el fin de descubrir las circunstancias que pudieron promover situaciones
con intenciones de conquista entre sus miembros, pues la idea de esta investigación es
identificar los métodos de conquista durante la colonia referidos al piropo como elemento
utilizado por el hombre para conquistar a las mujeres. Para esto es preciso hablar un poco
de las características del piropo y su aparición en la historia de las conquistas de los
hombres.

La idea de conquistar a las mujeres es muy remota. Para nuestro caso, lo quisimos ilustrar
con un ejemplo muy antiguo de la época prehispánica, encontrado en un escrito de Orlando
Restrepo, que permite inferir la concepción del hombre sobre de la mujer y la relación con
ella, en una escena de violencia hacia la mujer indígena donde “Michele de Cúneo, italiano

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que viaja con Colón, narra la forma como los españoles se apoderan de mujeres indígenas
en Guadalupe […] También hace una somera descripción de los sistemas de ‘Conquista’:

Como yo estaba en el batel, apresé a una caníbal hermosísima y el Señor


Almirante me la regaló. Yo la tenía en mi camarote y, como según su
costumbre estaba desnuda, me vinieron deseo de solazarme con ella. Cuando
quise poner en ejecución mi deseo con ella se opuso y me atacó de tal forma
con las uñas que no hubiera querido haber empezado. Pero así las cosas, para
contaros todo de una vez, tomé una soga y la azoté de tal manera que lanzó
gritos inauditos como no podríais creerlo. Finalmente nos pusimos de tal
forma de acuerdo que baste con deciros que realmente parecía entrenada en
una escuela de rameras (citado en Restrepo, 1995, p. 26)

Considerando lo que sucede en la escena descrita en el párrafo anterior, se deduce que


“para el hombre, la mujer primero fue una presa que se cazaba como un botín” de guerra,
“después la presa se torna premio y a partir de ese momento comienzan los juegos
cortesanos” (“Los piropos españoles, 2006). Aunque esta escena carece de piropos, tal y
como los conocemos hoy, si se ponen en consideración las apreciaciones de Joaquín
Latorre, citado por Natálie Venclovská, en su trabajo “Los piropos españoles”: “[…] con el
piropo desnudamos muchas veces una tensión interna muy fuerte o una represión
inconsciente, con lo cual quedamos un poco reflejados. En este sentido, el piropo es la
válvula de escape de la sexualidad reprimida en muchos de nosotros” (2006). Recordemos
que cuando los conquistadores llegaron a estas tierras permanecieron mucho tiempo sin sus
mujeres y que para ellos, la figura femenina debía encarnar la debilidad y la sumisión a la
que estaban acostumbrados en su lugar de origen. Por tanto, en su encuentro con las
indígenas, procedieron con el desenfreno descrito.

Para Natálie Venclovská

[…] el piropo es la parte inicial de la noviería […] puede ser algo más que una
frase ingeniosa. A menudo también es un gesto […]. Alabando rasgos o los
atributos de la mujer, el varón intenta traspasar las fronteras de la privacidad de
la mujer que pasa por la calle y en él está implícito el deseo de poseerla en ese
mismo instante. Aunque al final quede todo el esfuerzo en vano. […] Es
expresión de algo bello, de un sentimiento. A veces también puede ser
humorístico. El piropo es normalmente improvisado, ocasional, una costumbre
oral y popular. Es el primer paso que hace un hombre o una mujer para
demostrar que nos gusta. […] Pero para que el piropo sea considerado como tal
tiene que cumplir las siguientes características: tiene que ser público, bonito en
el fondo y en la forma, ingenioso, fragmentario y oportuno (2006).

En esta aclaración del significado del piropo, y tomando en consideración las condiciones
para que los jóvenes estuvieran en contacto para socializar, los hombres que se motivaban a

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conquistar a las mujeres necesitaban cierta dosis de creatividad, perseverancia e ingenio


para poder burlar la estricta vigilancia de la cual eran objeto las mujeres de la época. Quizá
esto debió hacerlo más interesante y altamente estimulante, sobretodo, porque era necesario
aprovechar eficientemente el poco tiempo del que podrían disponer para ver a la persona
deseada. Lo que equivale a decir que no siempre el piropo debió contar con la condición de
ser público, como lo sugiere la autora que tenemos citamos anteriormente, porque tal vez la
chaperona podría escucharlo o intuirlo en los gestos y coqueteos entre los pretendientes.

Ante la imposibilidad de verse con frecuencia, los pretendientes también tenían por
costumbre enviarle a las mujeres pequeños presentes con sus sirvientes con el fin de
hacerles saber de sus sentimientos. También mandaban recados asociados al presente
enviado para vencer la desconfianza de la pretendida. Esto sugiere, como lo expresa Pablo
Rodríguez “que a fines del siglo XVIII creció la independencia de los hijos y nació un tipo
de amor romántico” (Rodríguez, 1991, p. 24), debido a que los padres pudieron haber
perdido poder para la escogencia de parejas de sus hijos. Así que lo que comenzó a pasar
fue que los jóvenes que se comprometían en matrimonio lo hacían en secreto, y después,
cuando hubieran tomado la decisión de casarse se lo comunicaban a sus familias. Es
probable que hayamos oído hablar de esta costumbre a muchos de nuestros padres a
quienes les tocó tener ‘amores prohibidos’.

En las clases sociales más bajas podrían presentarse casos de mayor permisividad para
encontrar el lugar apropiado para intercambiar afectos y caricias, debido a los oficios
desempeñados por las mujeres. Pero a pesar de estas posibilidades, sucedía que aunque los
pretendientes soñaran con consolidar su amor a través del matrimonio, tarde o temprano,
debían enfrentar los cuestionamientos que conllevan las diferencias de clases o etnias,
corriendo el riesgo de perder sus dotes o que se les impidiera el matrimonio. Si alguien de
las clases de un nivel inferior se atrevía a fijar los ojos en una joven de la élite blanca, sería
severamente castigado.

El hecho de tener este espacio de libertad o permisividad les permitía a estas jóvenes estar
transitando caminos debido a la lejanía de las viviendas campesinas, aunque también podría
ser utilizado con inteligencia y astucia por algunos hombres para conquistarlas.
Desafortunadamente, en muchos casos, mediante métodos violentos y arbitrarios, que han
continuado ocurriendo a lo largo de la historia y que sobreviven muchísimos años después
de la Colonia como se narra a continuación por Pablo Rodríguez:

…Gertrudis Jaramillo de 16 años contaba la forma como había ocurrido su


estupro: “que por tiempo de dos meses la estuvo solicitando aguardando a que
saliese de su casa pa hablarle y que un dia que yba de la casa de su padre pa la
roza le salió al camino Sebastián Urbano de Espinosa y le dijo que si no
concedía con su gusto le abria de dar puñaladas y que si consedía se casaria y
que aterrorisada y asegurada de la palabra que le dio de casamiento se entregó
al dicho Sebastián Urbano quien le quitó la virginidad en el dicho camino,
debaxo de un árbol de cañafistol, y que después continuó al verse con la

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susodicha gosándola a su boluntad de que a resultado el estar preñada […] que


con un mulato llamado Simón le enviaba recados llamandola para que saliese a
los montes a berse con el” (p. 69).

Otras conquistas se daban al interior de las mismas viviendas de las familias. A fuerza de
visitas, dichos caballeros, por razones del cargo que desempeñaban, iban tomando
confianza, se convertían en personas cercanas, con las que las jóvenes llegaban a
ilusionarse causando desagrado a sus padres cuando no compartían esas uniones y sentían
defraudada su confianza:

El joven Vallejo, oriundo de Quito, llegó a la villa de la Candelaria de Medellín


seis meses antes, donde obtuvo el cargo de receptor de Alcabalas. Desde que
llegó fue apreciado por la sociedad local y los Abad del Valle. Estos, en
particular, lo acogieron en su casa y lo trataron con intimidad. Sin embargo,
poco tiempo después, cuando don Antonio Abad advirtió que la amistad de
Joaquín por su hija María Josefa se tornaba en coqueteo, y que ésta le atendía
sus galanterías, la reprendió agriamente y le prohibió los encuentros.
(Rodríguez, 1990).

En el curso del proceso a que dio lugar la oposición del padre, Vallejo recordó su intimidad
con los Abad del Valle:

Visitaba esta casa diaria y nocturnamente viviendo en esta satisfacción, y más


cuando experimentaba que el mismo cariño se me dispensaba por la señora su
esposa, con quien por vía de una honesta diversión empleábamos la tertulia en
bailes del que llaman minué y el cantar canciones que también llaman boleros,
y a la señorita su hija según hago reminiscencia llegué a cortarle el pelo como
dicen al bolero y a apañarla para que pudiese asistir con la decencia
correspondiente a cierta fiesta pública que se presentaba en este lugar, como
tiempo de fiestas, no teniendo embarazo para hacer tal cual regalo así a una
como a otra señora con el objeto de contraer matrimonio con la niña
(Rodríguez, 1990).

En otros casos, por razones de proximidad debido a relaciones de trabajo también se ganaba
la confianza de las personas a su alrededor, y se daban las condiciones propicias para la
conquista amorosa: “Es más, por asuntos de trabajo, en algunas ocasiones los Piedrahita les
daban posada. Fue en ese ambiente en el que Lorenzo reparó en Isabel. Le mostró afición,
la festexo y enamoró y la dicha le correspondió” (Rodríguez, 1991, p. 44).

El proceso de mestizaje entre negros, indígenas y blancos fue intenso, a pesar de la


estratificación de los grupos sociales y de la legislación de la Corona para evitar la
convivencia de los negros con los indios y españoles. Había leyes que lo prohibían y por
eso, para su cumplimiento, se hacían divisiones de los grupos raciales cuando convivían en
un mismo contexto. Sin embargo, aun existiendo las diferencias, los seres humanos no

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logran escapar de ciertas “necesidades de orden natural” (Gallego, 2002, p. 10) Algo
similar ocurrió en el caso de las relaciones entre negros e indígenas porque “se cree que fue
la poca cantidad de mujeres negras en las zonas rurales, lo que llevaría a negros e indios a
participar de un intenso proceso de mestizaje cuya consecuencia inmediata fue el número
nada despreciable de zambos que poblaban esta provincia desde comienzos del siglo XVII”
(Solano citado en Gallego, p. 10). De todas formas, este proceso ocurre dadas unas
condiciones en las que se imponía la voluntad del amo porque las esclavas que trabajaban
en las casas eran forzadas sexualmente por ellos y si las relaciones eran entre esclavos,
también dependía de que el amo lo permitiera.

Esta actitud de imposición de los amos sobre la conformación de las parejas entre negros da
cuenta de la poca importancia que se le dio a la libre expresión de sus sentimientos, sus
gustos y por ende, formas de cortejo espontáneas, sencillas y propias de su cultura.
Desconociendo códigos basados en una riqueza gestual, desprovista de las elegancias a las
que se acostumbraban en la élite española.

Aun cuando en el ambiente laboral las restricciones para sociabilizar estaban limitadas
había ocasiones festivas donde se perdían estos límites como lo narra Yoer Castaño Pareja:

En el juego y las actividades festivas que se llevaban a cabo en diferentes


parajes del espacio neogranadino las castas se mezclaban, y la rígida
jerarquización y diferenciación entre los miembros de esta sociedad, que se
concebía en términos del organicismo, se diluía. Blancos y negros asistían por
igual a las comedias que se celebraban en la plaza de la población, a las faenas
taurinas, competían entre sí en las carreras de caballos los días de San Juan y de
San Pedro, o se sentaban a la mesa como iguales para jugar naipes, cacho
primero, cantarilla, boliche y maiznegro. (Castaño, 2005, p. 115)

Pablo Rodríguez describe una situación similar, que permite apreciar otras posibilidades
para la conquista, y hace su aparición una expresión que consideramos un piropo dadas sus
características

Bailes, fandangos, serenatas o la taberna eran los lugares propicios para el


cortezo o la confesión de una pasión. En la taberna de Salvadora Cano, Jesusa
Gonzales y Juan Ortiz estuvieron tomándose unos aguardientes, luego que
Jesusa marchó a su casa, manifestó a los parroquianos “que quería a esa negra
más que a su vida, que esa mujer lo tenía loco” (1991, p. 84).

El ámbito social también es el espacio de las confidencias, casi de amistad entre la esclava
y su ama, un espacio de situación vital para el enamoramiento porque se hizo necesario
valerse de terceros para tener información del enamorado. En esto, la lealtad de las esclavas
y esclavos les permitía hacer favores, a veces al extremo del sacrificio, como llevar recados
y correspondencia para sus amas.

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Así, en espacios como los anteriormente descritos, movidos por esa necesidad natural y
espontánea del ser humano de comunicarse y comunicar sus sentimientos, emergen formas
muy naturales de expresión. Muchos escritores por ejemplo, encuentran en la naturaleza
una fuente de inspiración para la literatura por su sencillez; toman la vida y la vuelven
lenguaje. Así mismo ocurre con los piropos: allí donde va encontrando su espacio no sólo
físico, sino también literario, él hace su aparición. De tal forma que, producto de la lectura
de algunos textos literarios como El Alférez Real y Leyendas históricas, hemos considerado
ilustrar, a manera de modelo, algunos piropos tomados de algunas escenas descritas en
ambos textos que corresponden a representaciones de la vida colonial y años posteriores a
ella. Estos piropos habían sido conservadas desde las costumbres y la tradición oral, y los
autores los inmortalizaron en sus páginas.

El Alférez Real es una novela que se ocupa de narrar detalles de las situaciones de
enamoramiento de dos jóvenes de clases sociales distintas. En ella se encuentran frases y
expresiones que son utilizadas para declarar el amor o describen y exaltan las cualidades de
la persona amada de manera respetuosa, poética y con cierto grado de estoicismo. Como
por ejemplo en la declaración de Daniel a Inés

[…] me conformo con amarla en silencio, con seguirla con mis ojos, aunque
jamás deba alcanzarla como la maravilla sigue al sol […] no se enfade porque
yo la considere el norte de mis pensamientos, el encanto de mi vida, la luz de
mi alma, ¡Oh, la amo tanto! ¿Quiere usted que viva? ¡Déjeme que la ame!
¿Quiere usted que no la ame? ¡Déjeme que muera! […] ¿es verdad que usted, la
más hermosa de las mujeres se ha dignado volver sus ojos hacia mí? (Palacios,
1886, p. 93).

Es de considerar que los piropos en esta novela no aparecen como una frase que se repita
indiscriminadamente en distintas situaciones, sino que quien los emite, actúa dependiendo
de su grado de educación y de manera original, oportuna y discreta. Como le ocurre a
Daniel con Inés cuando va a elogiar sus palabras, aprovecha y se expresa de igual forma de
su boca: “¡Bien haya la linda boca que tales cosas me dice!” (p. 105). O cuando el mismo
Daniel, quien pretendía en silencio a la niña Inés, reconoce de ella: “Es lo que yo digo, una
joven como esa está llamada a ser la felicidad del hidalgo español más noble y más
encopetado” (p. 73).

Las fiestas también fueron los espacios en los que se podían expresar elogios y piropos a las
jóvenes hermosas, aun cuando no pertenecieran a la misma clase social:

Estos jóvenes, sin embargo hicieron su deber a su modo, con el valor que les
comunicaba el vino del refresco. Doña Inés escuchó pacientemente sus floreos
de mal gusto, sus elogios hiperbólicos y sus comparaciones exageradas. Al
tiempo que pasaba por allí Don Manuel conversando con Don José Micolta,
decía uno a Doña Inés: ¡Qué linda está usted! ¡Tan parecida a mi Señora de las
Mercedes! (p. 159).

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En Leyendas Históricas, el escritor samario Luis Capella, escribe leyendas cuyos


protagonistas son personajes históricos y de esas leyendas hemos tomado unas expresiones
que consideramos dentro de la línea de piropos de la época.

Este autor, en la leyenda “El brujo”, narra la historia de un español, que para escaparse de
la muerte a manos de los indios, como medida desesperada, le dice a una indígena del
grupo esta expresión: “Sálveme usted, hermosa india” (1884, p. 76). Finalmente, consigue
su propósito y se casa con la india.

También descubrimos cómo una frase lisonjera expresada por un general, lo compromete
en una declaración de amor involuntaria. En la “Serrana de Anco”, como se titula la
leyenda que a continuación se menciona, al ser solicitado en voz alta por una joven serrana,
él contesta: “Soy yo, hermosa joven” (p. 138). Luego, cuando la misma joven le entrega el
regalo que le llevaba, vuelve a repetir en agradecimiento: “Gracias, hermosa joven”.
(Capella, 1884,p. 138). Esto lo tomó la joven como una declaración de amor porque según
las costumbres y creencias de su comunidad, a la repetición de una frase lisonjera se le
consideraba declaración amorosa.

En la leyenda “El Coronel Cuervo”, Luis Capella narra la historia que da cuenta de la
efectividad de algunos métodos de conquista sobre otros: “¡No hay para qué decirlo: este
artículo literario pudo más en la señorita a quien Cuervo galanteaba, que el Juan de Día con
que la había obsequiado para su ramillete!” (p. 160).

Los versos también se pueden convertir en declaraciones de amor, como explica


Magdalena, la protagonista de esta leyenda, que vive un romance y lo cuenta a través de sus
cartas. En una escena romántica que involucra las cartas que componen la leyenda “El
Coronel Rondón”, Magdalena y este personaje se encuentran en el jardín y mientras ella se
saca el anillo para mostrárselo, él le recita enamorado unos versos: “Sólo el anillo no
quiero,/ Quiero el anillo y la mano” (p. 209).

En la leyenda, “La Viuda del Teniente Tecla”, se representa una declaración amorosa a
manera de un diálogo picante, que incluye una cancioncilla de negativa de la pretendida
como respuesta a la declaración. El pretendiente insiste, y medio desesperado le dice:
“Usted tiene que casarse con alguno, porque las bonitas no nacen para vestir santos, […]”
(p. 279).“Señorita, voy a hacer un viaje muy largo. Ruegue usted por mí, que Dios oye a
sus ángeles” (p. 95), fue la frase de despedida entre Fabina y Montegranario, un joven que
parte al Perú en el ejército libertador, referida en la leyenda “El Peñón de Caro”.

Estas expresiones tienen la intención de halagar a la persona y aunque poseen cierta dosis
de picardía, también la espontaneidad, el respeto, la inocencia y la creatividad son
elementos que los caracterizan. Quizá, las mismas restricciones en el comportamiento
público y social, posibilitaron que el galanteo y la formación de amistades se hiciera bajo
ciertas circunstancias en las que resultaba determinante la observación de valores como el

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respeto y la obediencia. Las buenas costumbres, como dirían los abuelos, influyeron en
estos actos. No obstante, con el pasar de los años, aparecieron nuevas formas de
comportamiento social, promovidos por los cambios que se empezaron a dar a finales de la
época de la Colonia .

Por tanto, es bueno considerar que tuvo que existir una razón para que a pesar de las
condiciones dadas en la sociedad colonial, brotaran, con mayor amplitud, las relaciones de
conquista entre los jóvenes, como afirma Pablo Rodríguez

Fue en el siglo XVIII cuando se volvieron costumbre las reuniones juveniles


después de la misa dominical, en las fiestas de toros y mascaradas. Era en esas
ocasiones cuando la picardía juvenil surgía en forma de piropos, y cuando los
más lanzados hacían sus cortejos y declaraciones. Muchas promesas de
matrimonio, con intercambio de sortijas o pañuelos incluido, ocurrían antes de
informar a los padres. No obstante, fue a finales de ese siglo cuando empezaron
a manifestarse los rasgos de una juventud moderna (Rodríguez, 2000).

Esto es interesante, porque el piropo y las formas de conquista actuales, aunque conservan
similitudes en el acto de conquistar o elogiar, han variado en el contenido de respeto y en el
aspecto poético, presente en los piropos a los que nos hemos referido en los libros
analizados. El uso de piropos es muy común en nuestros días. . Quienes tienen un toque de
gracia, los utilizan con frecuencia para hacer reír a las personas que los escuchan, otros, los
expresan con sarcasmo y marcada grosería. Además, no son exclusivos de los hombres,
pues pueden provenir también de las mujeres para elogiar a los hombres, puesto que la
mujer ya no es un ser pasivo y sin derechos como en la Colonia. Ahora ella es protagonista
en la historia: no se queda callada, no se conforma, toma también la iniciativa.

El piropo ha ido transformándose y sus usos también. Los contextos ya no son los mismos
de antes, ahora los encuentros de los jóvenes ya no son exclusivos de espacios físicos, sino
virtuales y a través de redes sociales. Por tal motivo, puede suceder que piropear con
elegancia o con mucho romanticismo no esté bien visto por los jóvenes actuales. Sin
embargo, ha surgido el piropo moderno que, aunque conserva su creatividad, se ha vuelto
más indiscreto y subido de tono. Ante lo cual, algunas mujeres se han pronunciado, pues no
quieren ser tomadas como objeto sexual. Otras, en cambio, lo permiten y festejan,
aprovechando la ocasión y respondiendo el piropo con la misma picardía.

Como contribución a este trabajo, y continuando su recorrido histórico hasta el presente, en


la ‘Semana de los piropos’, programada por el grupo de investigación, algunas jóvenes de
la institución participaron y estos fueron sus aportes en relación con los piropos que se usan
para conquistar en la actualidad. Otros, son producto de la indagación en libros y en
Internet, así como de la colaboración de sus familiares:

Quisiera ser florecita, para estar en tu jardín y verte todos los días cerquita de
mí.

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Qué haces aquí tan temprano, ¿no sabes que las estrellas siempre salen por la
noche?

El poema más sencillo, del poeta más sincero, sólo tiene dos palabras: te quiero.
Si el agua del mar se juntara con la de los ríos, así quisiera yo, que tus labios se
juntaran con los míos.
Si amarte fuera un pecado, entonces que me lleve el diablo.
Adiós linda flor en capullo, voltea y mira lo que puede ser tuyo.
Adiós corazón de pepino, soy chiquito pero me empino.
De lejos te quiero mucho, de cerca con más razón, y si un día no te veo se me
parte el corazón.
Adiós flor de alhelí, sabes que mi amor es para ti.
Si el amor con llanto se comprara, yo lloraría para que tú me amaras.
Adiós doncella, así de arregladita pareces una estrella.
Adiós corazón de limón, me dijiste que no y se me rompió el corazón.
Si yo fuera pajarito a tus hombros diera el vuelo y picaría tu boquita, lástima
que no puedo.
Qué bonita mata de rosas extendida por la playa, que bonitos ojos negros,
lástima que yo me vaya.
Por aquí abajito venga saltando de piedra en piedra, la boca de aquella niña me
sabe a mazorca tierna.
Cuando paso por tu casa saco pan y voy comiendo, para que no digan que de
verte me mantengo,
Un pintor pinto una rosa, un pintor pintó un clavel, pero artistas son tus padres
que hicieron tan bella mujer.
Cuando la noche tiende su manto y el firmamento viste de azul, no hay lucero
que brille tanto, como esos ojos que tienes tú.
Tú eres la flor yo soy el capullo y mi corazón algún día será tuyo.
Si así como caminas cocinas, me como hasta el cucayo.
¡Ay, qué curvas y yo sin frenos!
En el cielo hay huelga, todos los angelitos se vinieron.
Quisiera ser baldosa para que me pise esa diosa.
Si amarte es un pecado, nunca más tendré perdón.
Adiós suegra, vaya con Dios, que yo voy con su hija.
Si así estas de verde, ¿cómo serás de madura?
¡Y todavía dicen que no hay ángeles en la tierra!
Mujer de cuello esbelto, con tu sonrisa y tu piel morena, ilumina mi camino
como noble sirena.
Adiós corazón de melón, nos vemos en el callejón.

Tal vez el piropo como método de conquista siga evolucionando en nuestra sociedad, a
medida que cambian las condiciones socioculturales, económicas, políticas e históricas en
nuestros días. Corresponde a las nuevas generaciones el reto de mantener, con su
imaginación y creatividad, la magia para establecer sus conquistas amorosas.

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BIBLIOGRAFÍA

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