Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
PERVERSAS
rodolfo santana
P IE Z A S PERVER SA S
I. la horda
III. el animador
fu nd arte
RO D O LFO SA N TA N A
PIEZA S P E R V E R SA S
P IE Z A S PERVERSAS
I. la horda
la empresa perdona un
II. momento de locura
III. el animador
FU N D A RTE
RODOLFO SANTANA
PIEZAS PE R V ER SA S
P E R SO N A JES:
Bernardo
Alejandra
Paulina
Enrique
Los hombres de la horda
Es un refugio.
Gruesas vigas de hormigón sostienen el
techo.
Pequeñas ventanas con mirillas. Un teles
copio en una de ellas.
Una puerta de acero.
Muebles funcionales.
Dos puertas que conectan a recintos in
teriores.
Hay cierto descuido en el refugio. Se no
ta que las personas que viven en él no es
tán habituadas a cuidarse a sí mismas.
Bernardo está sobre una escalera con un
rifle en la mano. Apunta frente a él.
Alejandra toma notas recostada en uno
de los muebles.
ESCENA I
9
te a un prostíbulo. (Pausa corta) Mira al
cielo. Implora perdón por sus flaquezas,
como si Dios fuera dietista. Pulsa la puer
ta de la heladería . . . (Pausa corta) ¡Pam!
¡Pam! . . ¡Cae! ¡C ae!. . .la gente lo mira
con curiosidad. Con esa deliciosa indife
rencia de los civilizados . .Un chorrillo de
sangre le brota por la nariz. ¡Hermosísi
mo! Semeja a las estatuas de Trevi. (Mi
ra a Alejandra) ¿Y bien?
Alejandra —Llevas dieciocho ¿No te cansas?
Bernardo —cTe ocurre a ti cuando te maquillas?
Alejandra —El colorete es distinto al asesinato
10
1 mujer casada, dueña de un lamentable ro-
, manticismo. Les disparaste repetidas ve
ces hasta dejarlos sorprendidos y difun-
! tos sobre el banco del parque,
i Bernardo —No me negarás que fue un buen co
mienzo.
: Alejandra —Se congrega público alrededor de la pa
reja. N otas a una mujer acompañada de un
niño precioso que observa los cadáveres
tom ando coca-cola.
Bernardo — ¡Perversa! ¿Cóm o puede permitir que
un niño vea esos espectáculos?
to Alejandra —Abres un agujero en la frente del niño
para que no soporte más a una madre
o tan desnaturalizada,
i- Bernardo —La gente mira con terror a todos lados.
. Grita y huye. ¡Soy Jehová sobre el mon-
y te Sinaí! ¡R ayos y truenos en mi mano!
i-
11
en miles de planetas y les permites vivir.
Llegas al centro del cosmos, a la oscura
nova donde se expandió todo lo que fue
y será y cantas en lo alto del campanario.
Te duele el peso de la muerte y, de pron
to, sientes la tentación de arrojarte al va
cío. Regresan de nuevo tus miedos, las
paranoias de oficinista en una factoría de
embutidos. Sientes el disgusto de la piel,
el rechazo a tus piernas delgadas y feas,
el odio a la nariz deformada por los gra
nos. Tomas el rifle y comienzas a dispa
rar.. .
Bernardo — ¡Pam! ¡Pam! ¡Pam!
Alejandra —Cuatro: un agente de policía que corre
al parque en busca de un ascenso, asesi
nos fácilmente capturables, el respeto de
sus compañeros y los halagos de su mu
jer, una chica esforzada que estudia pia
no a pesar de carecer del pulgar y el ín
dice en la mano izquierda. Quinto: un
joven que se oculta tras un árbol, sin no
tar que lo hace en dirección equivocada
pues te presenta la espalda como un
blanco inmejorable. Le riegas los sesos
sobre la corteza del pino añoso. (Pausa
corta) ¿Pino añoso?
Bernardo —El árbol era un pino grande. Añoso de
años. Es un giro que se encuentra fuera
de tu capacidad de lenguaje.
Alejandra —¿Lo crees?
Bernardo —Seguro.
Alejandra —Te equivocas en eso como en muchas
otras cosas.
Bernardo —Bueno, no defiendas más tus deficien
cias y continúa.
(Pausa corta)
Alejandra —Eres feo, Bernardo. No sabes lo feo que
eres.
Bernardo — ¡El que sigue! No seas tan quisquillosa.
Lo peor de ti es que respondes con em o
ciones al sentido del humor.
Alejandra —(Lee) Sexto: un antiguo compañero de
colegio. Próspero comerciante en ferre
tería y negocios sucios de baja monta.
Una o dos veces se encontró contigo en
la calle y disfrutaba horrores restregán
dote su dinero y posición, hasta hacerte
sentir como un t r a p o .. . Un balazo, al la
do del diamante colgado en la corbata.
Bernardo —¿Un solo balazo?
Alejandra —Te pareció excelente despacharlo de
esa manera.
Bernardó —¿A semejante hijo de puta? ¡No puede
ser!
Alejandra anota
Alejandra —¿Es todo?
Bernardo —Efectúa un breve repaso de los que fal
tan.
Alejandra —Una monja. Sor Consolación de los Pe
chos Pecaminosos.
Bernardo —¿Pechos Pecaminosos? Elemental. Escri
be . . . (Piensa) Sor Consolación a secas.
Tiene más personalidad.
Alejandra —( Tacha y luego sigue leyendo) Dos niños.
Un vendedor de helados. Tres viejas gor
das. . . Te dedicas a eliminar mirones que
asoman la nariz por las ventanas, tras los
árboles y autos. Todos tienen sus histo
I rias. ¿Las leo?
Bernardo - N o .
Alejandra —(Lee) Ha transcurrido media hora y la
policía acordona la zona alrededor del
campanario. Matas otro policía . . .Todos
te odian. El odio asciende y te ríes de
tus piernas flacas y la nariz llena de gra
nos. ¡Es tan bello ser tomado en cuenta!
Mañana el mundo mencionará tu nom
bre. Verán tu foto y buscarán descubrir
tras los ojos ambiguos y llorosos, la fuer
za que te elevó al campanario y te hizo
profeta, Dios, poseedor de todos los ho
rrores. . . Extraño. Nadie te verá feo. Las
chicas que te despreciaron dirán que dur
mieron contigo; que las poseías como un
demonio . . . . El hombre gordo. Descrip
ción . . .
14
Bernardo —¿Qué opinas?
Alejandra —Me resulta imbécil y de mal gusto, como
la m ayoría de las cosas que haces.
Bernardo ríe.
Bernardo —Nunca entenderás.
Alejandra —Crees que eres una personalidad fuerte,
que usa al mundo como le da la gana y,
la verdad, eres elemental, chato y débil.
Bernardo —Llevas años acostándote conmigo. Eso
es lo que te hace creer que no reservo
sorpresas.
Alejandra —Hace tiempo que no me entero de las
escaseces de tu cuerpo, querido.
Bernardo —Eres una tundra. Las flores no germi
nan en la tundra.
Alejandra —Tu florecilla no germina ni en un labo
ratorio.
' Bernardo —(Pausa corta) T odo te molesta de mi,
por lo que veo. Hasta la manera en que
me divierto.
Alejandra —Hay multitud de hobbies mucho más sa
ludables: ruleta rusa, Hara-Kiri, coleccio
nar tarántulas y cobras.
Bernardo —Alejandra. . .
Alejandra —(Se dispone a copiar) A ver si dices algo
divertido . . .
Bernardo —Tienes un amante.
Alejandra —(Pausa corta: ve a Bernardo) ¿Te extra
ña?
Bernardo —Un buen amante, quiero decir.
Alejandra —¿Cómo lo sabes?
Bernardo —Ha cambiado rasgos en ti. ¿Te has escu
chado? ¡Sutilezas! ¡Has dicho las pri
meras sutilezas en años!
Alejandra —Siempre fuiste un sordo irremediable.
Bernardo —(R íe) Tienes que presentármelo. Hare
mos una cena en toda la línea. Buenos
vinos y tú misma prepararás la comida,
15
por supuesto.
Alejandra —Sabes que detesto la cocina.
Bernardo —¿Cómo se llama?
Pausa.
Alejandra —Enrique.
Bernardo —¿Lo conozco?
Alejandra — ¡Claro!
Bernardo—(Tras hacer memoria) No conozco a
ningún Enrique capaz de nutrirte el sen
tido del humor.
Alejandra —Ya sabrás a quien me refiero.
Bernardo —¿Cuándo?
Alejandra —Pues. . . Si te portas b ie n .. .
Bernardo —Lo haré.
Alejandra —Esta misma noche.
Bernardo —¿Esta noche? (Pausa muy corta) ¿Enri
que? ¿Mi amigo?
Alejandra — ¡Ajá!
Bernardo —¿Mi socio?
Alejandra —El mismo.
Bernardo —(Incrédulo) ¿Nuestro invitado a cenar?
Alejandra —Ya casi adivinas de quien se trata.
Bernardo —No te creo.
Alejandra —Lo sabía. Eres demasiado acartonado.
Bernardo —Me sorprende.
Alejandra —Somos amantes desde hace un año.
Bernardo — ¡Pero Enrique no tiene ningún sentido
del humor!
Alejandra —Opino lo contrario.
Bernardo —Es el fastidio sobre zapatos. Frío, dis
tante, conservador.
Alejandra —Caliente, cercano, liberal.
Bernardo —Respetuoso con las mujeres casadas.
Alejandra —Un salvaje corrompido cuando está en
la cama con una mujer casada.
Pausa.
Golpes en la puerta.
Voz de
Enrique — ¡Enrique y Paulina, cabrona! ¡Abre
pronto, pronto!
Alejandra abre varios cerrojos y desarma
un complejo dispositivo de barras.
Golpes a la puerta.
Disparos.
Voz de
Enrique — ¡Rápido, carajo! ¡Rápido, que vienen,
maldita!
Bernardo ~ ¿De mi imposibilidad de sonreír normal
mente?
Alejandra —(Con bastante reposo en la voz) Tómen
lo con calma.
19
Bernardo -S i no fuera así, es posible que estuvieran
aquí, a mi lado, apuntando al bigote del
alcalde.
Paulina—i Qué alcalde?
Alejandra—(A Paulina) Si no quieres fastidiarte per
manece en la ignorancia.
21
calera.
Llega al piso. Paulina sigue disparando
sobre él
Bernardo—Mué. Honor. Mamia. (Abre los brazos.
Se tambalea y cae en el sofá) ¡Perdo
que no ben que cen!
Paulina—Magnífica actuación.
Bernardo—El que lo hizo de veras fue el gran actor.
Paulina—Pero está muerto.
Enrique ríe.
Alejandra -T e o ría s.
Bernardo -R azo n es.
Alejandra —¿Ves? Aún razonas, por lo tanto estás
muerto.
Paulina —Y o .. . no puedo.
Enrique —Bueno, abandonemos el maldito tema
¿Dónde están las botellas?
Alejandra —(Señala el bar) En su altar.
Paulina —No sé hasta dónde podré llegar.
Pausa corta.
Enrique —¿Cómo?
Paulina —El hombre sólo quería cruzar la calle.
Enrique —Hizo señas, se interpuso.
Paulina —Te maldije a ti, si es que no te habías da
do cuenta.
Enrique —Eres injusta.
Paulina —Y tú, un asesino.
Bernardo —Ese es un buen título en esta época.
Enrique —(Sin prestar atención al comentario de
Bernardo) Ese hombre form aba parte de
una trampa. Seguro. Era el señuelo de
una pandilla.
Paulina —No nos vio. Prestaba atención a una mu
jer que lo despedía desde la puerta de
una casa.
Enrique:—¿Mujer? ¡No vi a ninguna condenada
mujer!
Paulina — ¡Yo sí!
Enrique — ¡Era campo abierto!
Paulina — ¡Sonreía y le lanzaba besos al hombre!
¡Era morena, regordeta y vestía una ba
ta blanca!
Enrique — ¡Deliras!
Paulina — ¡Era una pareja de amantes!
Enrique — ¡Cuentos!
Paulina — ¡Conozco la mirada de esa mujer, hijo
de puta, no me contradigas!
Pausa corta.
25
Alejandra—(A Bernardo) Tu trago.
Bernardo ríe.
Paulina—Lo siento.
Enrique—Por nada (Se acerca a Paulina) En adelan
te te ofreceré mejores aspectos de mi sá-)
dica personalidad. Con niños, por ejem
plo. Sé que te gustan los niños.
26
Bernardo—¿Fritos o al horno?
Pausa corta.
30
Enrique -D ejém on os de juegos, ¿Sí? (Toma el tra
go de un envión) Prepárame otro trago.
Alejandra—(Apartándose del bar) Es privilegio de
los cobardes que ellos mismos se sirvan.
Enrique—(A Bernardo) Por supuesto que no cree
rás toda esta patraña.
Bernardo- L a creo. Y apoyo a Alejandra en su de
cepción. Eres una gallina.
Enrique—(Pausa corta) Te ves muy tranquilo con
los cuernos. ¿No te hacen peso?
Bernardo —Ella puede hacer lo que le venga en gana.
Alejandra —Sin tu permiso.
Bernardo—Yo también me divierto, a mi manera.
Enrique —Y tú, amante suculenta. ¿Qué sacas de
todo este asunto?
Alejandra—Nada.
Enrique —¿Nada?. . .No creo que seas tan despren
dida.
Alejandra—Es un impulso. Me dio por decir las co
sas que hago.
Enrique—Me da mucha alegría una decisión tan va
liente, pero no me metas en ella. ¿Sí?
¡Sácam e de tu maraña neurótica! Jam ás
te hice ninguna proposición.
Alejandra —¿No?
Enrique—No me gustas.
Paulina —¡Que mal gusto!
Bernardo —Una mentira del tamaño de un tren.
Enrique—(A Bernardo y Paulina) Uno tiene sus
troqueles. Ella no es mi tipo. (A Alejan
dra) Jam ás podría acostarme contigo.
Alejandra —¿Y para qué lo hiciste tan repetidas ve
ces? ¿Con tanto entusiasmo?
Bernardo—¡Increíble!
Pausa corta.
32
Bernardo —No hay nadie frente a la puerta.
Paulina - U n hombre. . . vestido con trapos y pie
jos . . . . Le cortó la cabeza con una espa
da.
Bernardo -N i la más puta señal de sangre.
Enrique -(A Paulina) Deliras.
Bernardo — i B ruto!
33
Enrique -(Jadea. Tranquilo, a Paulina) Recupérate,
pequeña. Nadie podrá detenerte si caes.
Paulina —No te estoy pidiendo ayuda.
Enrique—Es por tu bien. No puedes perderte así,
tan tontamente.
Paulina —i Desde cuándo te preocupas por mí?
Enrique—Siempre lo hago.
Paulina—Deja de hacerlo. En una de esas me ma
tas.
Enrique—Y a verás, saldremos de ésta.
Paulina — i No me hagas reír!
Enrique —Tenemos que apoyarnos.
Paulina —Aunque yo quiera salvarme a tu lado, me
abandonarás como a un trapo viejo a la
menor oportunidad.
Bernardo—Perdonen. . . (Pausa corta. Paulina y En
rique se calman) No es que el suspenso ^
sea algo irresistible para mí, pero. . ¿Qué
decía el mensaje?
Enrique—No hubo ningún mensaje. ¿No te das
cuenta? No está en sus cabales.
Bernardo —Bueno, quiero saber hasta qué punto lle
ga la locura de Paulina. (A Paulina) ¿Qué
decía?
Paulina —Nada.
Bernardo —¿Cómo?
Enrique—La. oiste.
Paulina—No hubo ningún mensaje.
Enrique —( Toma a Paulina por los hombros) Muy s
bien, chiquita. Ya verás, todo marcha- '
rá . . .
Paulina—(Se desprende de Enrique) ¡Suéltame!
Enrique—(Bajo) sobre ruedas. . . (Más alto) Nos
iremos a la selva. A la selva más profun
da.
Bernardo - ¿El hombre que devoraban? ¿La mujer
con la cabeza cercenada?
Paulina—Todo es falso (Pausa corta) Mi propia
imagen, es posible. (Pausa. Pasa su mano '
por la cabeza. A Enrique) Tienes razón.
Debo sacarme estos monstruos de la ca
beza. (Ríe). ¡Qué pesadilla! . . .Una hor
da rodeando con ojos hambrientos la pa
rrilla donde se cocina un hombre. Niños
devorando lagartijas. . . .
Bernardo—T odo eso ha ocurrido.
Paulina—Pero yo lo vi. O presumí verlo. He creído
que estaba entre ellos. ¿Entienden? Dis
putando las lagartijas con los chicos. Me
uní a un hombre fuerte, bárbaro, cruel,
para que me lograra buenos trozos del
hombre que se cocinaba en la parrilla.
Alejandra—( Observando por el telescopio) Tienes ra
zón, Paulina.
Enrique—¿Razón? ¿Qué razón?
35
diente. Nos hace ganar tiempo y brinda
posibilidades de éxito en situaciones pe
ligrosas. Nos corta las palabras inútiles e
impide que saltemos a ciegas sobre aque
llos que están a nuestro lado.
Pausa.
Paulina—¡Suéltame!
Bernardo—Es posible que estén tras la puerta. )
39
Enrique —¿Y qué dices ahora que las conoces?
Bernardo —Como homosexual te morirías de han
bre y continencia.
Enrique —Siempre me has gustado. Creo que t
amo.
Alejandra ríe.
41
Enrique — ¡Ajá! ¿Cuál es tu varita mágica?
Paulina —Pues. . . (Pausa Con cierto temor) Co
sas que forman parte de uno también.
No todo es brutalidad . . Hasta hace poco
se hablaba de. . .justicia. Había jueces. ..
El amor. ¿No? Todo el mundo lo busca
ba.
Alejandra ríe.
43
Bernardo -Falta, de agudeza para vigilar los libros
de cuentas.
Enrique—¡No descansaría hasta picarte en tiras!
Bernardo—A rruinado.. . arruinado. . .
Enrique —(Amenaza a Bernardo con la pistola)
¡D i que es mentira!
Bernardo —Es la ley de la selva: Ya vivimos en ella,
pobretón.
Enrique —¡Dilo!
Paulina —(A Enrique) ¡Estúpido! ¡Estúpido!
Bernardo —¡Cuidado!
44
Paulina —¡Déjenlos entrar! ¡Déjenlos!
Enrique — ¡Tom a, sucio! ¡Tom a!
Enrique —Nadie.
Bernardo —(Amenazante) No vuelvas a hacerlo.
Pausa. Se miran.
49
de abandonar todo esquema y espera
con apetito a que el hombre termine do
asarse en la parrilla.
Pausa corta.
50
Enrique—Ya no tendré que ocuparme más de ella.
i Alejandra —Siempre te has ocupado de ti mismo.
Paulina ni nadie te importa.
Enrique —Se fueron a. . .
Alejandra —A la cama. Algo fuera de lo común. O
común. La pelea es por romper esquemas.
Enrique—(Toma el rifle) Soltar la furia que uno
r'.ene en el pecho.
Alejandra - ¿Y el rifle?
Enrique—(Ve el rifle) No sé. (Abandona el rifle)
La muy puta, delante de mis narices.
Alejandra —Y las mías.
Enrique —¿Rom piendo esquemas? La debí arrojar
por la ventana desde hace tiempo. (Pausa
corta) Todos lo están haciendo. ¿No?
(Se dirige a Alejandra. Le manosea el
cuerpo torpemente) Podríamos. . .
( Alejandra—No tengo ganas.
Enrique—Ellos lo están haciendo.
Alejandra —Que lo gocen.
Alejandra — ¡Imbécil!
51
Aparece Paulina. Se dirige al bar.
\
Enrique —(A Paulina) Adiós, Dama de las Camelias,
Paulina —(A Alejandra) Debe haber sido muy du
ro para ti vivir tantos años al lado de Ber
nardo.
Alejandra —Algunas veces.
Paulina —Es de una impotencia desesperante.
Bernardo —¿Impotente?
Paulina —(Ve a Bernardo) Sí, impotente. Eso ocu
rre siempre con los fanfarrones.
Alejandra —Conmigo nunca falló.
Paulina —Conmigo sí y eso me basta.
Bernardo —Si hubieras llorado menos.
Paulina —Cuando hago el amor todas mis glándi
las funcionan. A ti te ocurre todo io con
trario, por lo visto. Se te encogen.
Golpes tremendos a la puerta.
Bernardo —¡Pronto!
Enrique, Bernardo y Alejandra se dirigei
a las mirillas. Disparan. Se escucha w
canto primitivo. Un ulular monocoré
acompañado de tambores.
Paulina — ¡Déjenlos entrar de una buena vez!
Bernardo — ¡Bestias!
Enrique — iHijos de puta!
Paulina se arroja sobre la puerta y co
mienza a descorrer los cerrojos.
Paulina —¡Entren! ¡Un momento más! ¡Entren
Enrique extrae un puñal. Se arroja soba
Paulina y la hiere. Paulina se desliza fren
te a la puerta. Enrique prosigue disparai)
do por la mirilla. Alejandra ayuda a Pan
lina y la lleva con dificultad a uno de la
52
muebles.
Bernardo —¡Corran! ¡Corran!
Enrique -(Aúlla) ¡Recojan a sus muertos podri
dos!
Pausa. Ven por las mirillas. Bernardo se
vuelve. Enrique se deja caer al suelo, cer
ca de la puerta.
Paulina —El. El fue. . .
Alejandra —Cálmate.
Paulina —Por poco abro la puerta. . . Ahora seré
yo sola. . . ¡y por él! ¿Dónde estás? (Ele
va la cabeza, ve a Enrique encogido) Ven
para que veas.
Alejandra —Descansa.
Paulina - ¡Suéltame! (Empuja a Alejandra con
violencia) Déjenme. . .sola.
Bernardo -(Acercándose) Deja que te revise la he
rida.
Paulina —(Se encoge) No necesito a nadie. . .(Pau
sa corta) Enrique. . .¿Qué tal ese orgullo,
Enrique?...(Con dificultad) El...El gran
cazador de la selva. (Sin moverse) ¡Quie
ro salir de aquí! (Manotea) Pueden dejar
me. ¿No? Lo último que quiero es ver
los. . .Prefiero a los de afuera. . .
Paulina muere. Pausa. Alejandra se acer
ca y la examina. Mira a los otros, Enri
que se manosea la cara.
Bernardo —(A Enrique) No te sientas mal.
Enrique —No. No me siento.
Bernardo —Si llega a abrir la puerta todos estaría
mos liquidados.
Enrique —Lo sé.
Bernardo —Estaba loca.
Enrique —Sí. Como una cabra.
5
Pausa.
Bernardo —(Se asoma a la mirilla) Lo hicimos bien.
Si seguimos así no quedará uno solo.
Enrique -Ajá.
Bernardo —(Cuenta) Seis más, por lo menos.
Enrique —Yo tumbé a cuatro.
Bernardo —Hay dos soldados. ¿Los notaste?
Enrique —Un coronel.
Bernardo —¿Coronel?
Enrique —Le vi los galones.
Bernardo —Espero que no haya sido el ejército el
que tocaba.
Enrique —No tocaba. Intentaban derrumbar la
puerta.
Bernardo —Sí. (Pausa corta) Era una horda.
Enrique —Y si era el ejército me importa un comi
no. Para lo bien que hacen las cosas. (Se
levanta. Ve a Paulina. Pausa) Desde hace
tiempo pensaba matarla. Imaginaba pre
textos, pero no me atrevía. . .puñal, ve
neno. . . Siempre me contuve. (Pausa
corta) Fue fácil.
Bernardo —¿Seguro?
Enrique —No siento nada. (Se acerca a Paulina. La
estudia) Parece dormida.
Alejandra —Está muerta.
" Bernardo —¿Ningún dolor?
Enrique —¿Dolor?
\ Bernardo —Vivió mucho tiempo a tu lado.
Enrique —Demasiado.
Bernardo —Era tu pareja.
Enrique —Mi grillete.
Bernardo - Estabas acostumbrado a su presencia.
Enrique —Un mal hábito.
Bernardo —Seguías sus palabras y gestos. Uno esta
blece patrones afectivos.
Enrique —Quizá más adelante lo sienta. Ahora no.
Bernardo —(A Alejandra) ¿Te das cuenta? (Sube a
la escalera armado del rifle. Encañona a
Alejandra) Bella mujer aspirante a reina
Bernardo —No. Estás mal.
Enrique —¿Y si vienen ellos?
Bernardo —Ya veremos.
Enrique -Estamos en el mismo saco.
Bernardo —Guarda el cuchillo.
Enrique —¿Por qué no matas a Alejandra? La van a
despedazar.
Bernardo —(Pausa corta. Ve a Alejandra) Mala suerte.
Enrique —O quizá se salve mientras a ti te revien
tan. ¿No te molesta eso? Dicen que las
mujeres se salvan al principio, hasta que
cometen una imbecilidad o se niegan a
conceder sus favores.
Bernardo —¿Eso dicen?
Enrique —¿Quieres que llegue a ser la reina?
Bernardo —No creo que lo logre.
Enrique -Tiene todo planeado. Manipula bien a
los hombres.
Bernardo —Correrá mi suerte.
Enrique —No creas esa porquería.
Bernardo ve a Alejandra con sospecha.
Alejandra —Dile que guarde el cuchillo.
Bernardo —(Pausa. Ve a Enrique) Guárdalo.
Enrique —Dame el revólver, lo necesito para defen
derme. (Ve el cuchillo. Lo guarda. Lue
go, refiriéndose a Alejandra) Te quiere
poner en contra mía.
Alejandra —No caigas en el juego, Bernardo. Está lo
co.
Enrique —¿Loco? ¿Qué quieren? ¿Que me siente
sin mover un dedo? (Se dirige al sillón y
se sienta) Somos tus prisioneros. Estás en
la obligación de defendernos. Veamos si
puedes contra toda la horda.
Bernardo —Te duele lo de Paulina.
Enrique — ¡A la mierda, Paulina!
Bernardo — ¡La mataste!
Enrique— iY tú eres incapaz de hacer lo mismo
con esa ramera que dice ser tu esposa!
¡Fue mi amante!
Alejandra—Falso.
Enrique —¡Te jodí por todos los agujeros!
Alejandra—Fue una broma.
Enrique—Hasta por las narices. ¿Vas a negarlo?
Decías que Bernardo no tenía imagina
ción.
Alejandra—(A Bernardo) Nunca me acosté con él.
Bernardo —Cuando lo dijiste sonabas muy convin
cente.
Enrique—Me hiciste todas las porquerías. (A Pauli
na) ¿No te molesta? Es un momento en
que se pueden decir muchas cosas. ¿En
tiendes, verdad?
Alejandra—(A Bernardo) Y tú, guarda el revólver.
No puedes andar así, amenazando cons
tantemente.
Bernardo —(Receloso) Los estoy vigilando.
Alejandra-Serénate. . .
Enrique- ( Indicando aBernardo) ¿Qué, Alejandra?
¿Le cuento de tus aullidos?
Bernardo -(Situando la boca del revólver cerca del
rostro de Enrique) ¡Si vuelves a abrir la
boca te la cierro con plomo! (Se aparta.
Los ve) ¿Creen que pueden burlarse de
mí?
Alejandra (Suave) Nadie hace eso.
Bernardo —¡Los quemo! ¡Los abollo!
Enrique—¿Te vas a poner violento? Eso es lo úni
co que faltaba.
Alejandra -No dejes que te provoque.
Bernardo —¡Cállate, zorra!
Enrique-(Risita) Tiene los senos un poco caídos.
Como si tuviera plomo en los pezones.
Bernardo -(V e a Enrique. Ríe) Mentira. (Ríe) Ale
jandra no tiene los senos caídos.
Enrique -A mí me lo parece.
Bernardo—¡Nunca te acostaste con ella!
Alejandra —¡Nunca!
Bernardo ríe. Abraza a Alejandra y luego
Bernardo—A la montaña.
Enrique—Demasiado frío.
Bernardo A un sitio inaccesible.
Enrique —Hay mucha gente buscándolos.
Bernardo —Lo intentaremos juntos. ¿Qué tal?
Enrique —Ya no me importa ni mierda lo que pase.
Bernardo—(Se levanta, erguido) ¡Animo! ¡Animo!
El pesimismo es lo peor en un momento
como este. (Pausa. Se desinfla) Puede re
gresar de un momento a otro. (Se acerca
a la mirilla) Ella es lista.
Enrique—Y Paulina despertará y haremos la gran
fiesta.
Pausa.
i Bernardo —¿Fuiste su amante?
Enrique —No importa.
Bernardo-A mí sí.
Enrique —A mí no. (Pausa corta) No. No nos acos
tamos.
Bernardo —¿Lo dices para tranquilizarme?
Enrique—Para atormentarte. Así te dolerá más ha
berla echado.
Bernardo—l e equivocaste en lo de los senos. Ella
los tiene duros como piedras.
Enrique —Me acosté con ella.
Pausa corta.
Bernardo —Violaste la amistad.
Enrique —Terrible. ¿No?
Bernardo —Eras como un hermano para mí, te lo ju
ro.
Enrique—Te creo.
Bernardo —Ahora te desprecio.
Enrique —Tú me arruinaste en los negocios.
Bernardo —¿Qué negocio? Han quemado todo lo
que huele a comercio.
Enrique —¿Qué Alejandra? Está difunta.
66
ra comprobarle que. . .
Enrique -Te necesitaba.
Bernardo — ¡Ajá!
Enrique —Y se marchó.
Bernardo —La atraparon.
Enrique —Ni tú mismo crees eso.
Bernardo —Estaban emboscados y la apresaron. . .
Enrique —Fue hacia ellos. . .
Bernardo —Por poco entran aquí, también.
Enrique —(Bebe) ¡A su salud! (Pausa corta) ¿Cuál
habrá sido su destino? (Bebe) Para lo que
me importa. (Se sienta cerca del cuerpo
de Paulina) Un carajo, como dices tú. (Se
acuesta) Estoy cansado.
Bernardo —Mejor te avivas.
Enrique — ¡Qué va! Esa es una puerta sólida y quie
ro dormir. Además, tú estarás vigilando.
Bernardo —¡Alejandra! ¡Alejandra! (Enrique ríe)
Sólo pretendí asustarla.
Enrique —Sí, fue un sustico sin importancia. (Pau
sa corta) No importa.
Bernardo —Ya me tenía harto con sus aires. ¿Qué se
habrá creído? (Por la mirilla) ¡Bien me
recido te lo tienes! (A Enrique) El mun
do es un prostíbulo lleno de camorristas
donde ella llegaría a ser la gran ramera.
(Pausa corta) El apocalipsis... ¡Mierda!
¿Figura o no la gran ramera en el Apoca
lipsis?
Enrique—El Apocalipsis no es un libro pornográfi
co.
Bernardo —¿Será ella?. . . Nunca la vi leyendo la bi
blia.
Enrique —Murió y no importa.
Pausa.
Bernardo -Cuando amanezca nos vamos.
Enrique —¿A qué lugar?
Bernardo—Al campo.
Enrique—No me gusta el campo.
do. A Enrique. A la puerta. Camina y sa
le fuera, erguida. Bernardo cierra la puer
ta. Se asoma tras un momento por una
de las mirillas.
Bernardo —¿Cómo está allá afuera? . . ¿Mucho fri'o?
(Ríe) ¿Quieres una manta? (Ríe) Me ne
cesitas. ¿Verdad que sí? Necesitas a tu
buen Bernardo. . .Dílo. (Pausa corta) Dí-
melo y te dejo entrar. Siempre te he
complacido en todos los caprichos. ¿No?
(Pausa corta) Habla, pues. ¿Te gusta es
tar a la mano de los salvajes? (Pausa cor
ta) ¡Habla!. . .Sólo dos palabras: te nece
sito. (Pausa corta) ¡Maldita orgullosa de
mierda! ¡Dílo! ¡Dílo!
Abre la puerta Alejandra no está. Pausa.
Bernardo -(Suave) Alejandra. (Pausa corta) Déjate
de tonterías.
Enrique ¡Cierra la puerta, estúpido! ¡Deficiente
mental!
Bernardo—Ya. está bien de jugar al gato y al ratón.
Enrique - ¡Ciérrala!
Bernardo avanza tras la puerta. Desapare
ce por un instante y luego retorna y cie
rra con rapidez.
Bernardo —Vienen.
Enrique se levanta lentamente, contras
tando con la celeridad de Bernardo que
toma el rifle y obseira por la mirilla.
Pausa.
Bernardo — ¡Alejandra!
Enrique-(Preparándose un trago en el bar) La
echaste fuera.
Bernardo —Su maldita suficiencia. Sólo la saqué pa-
Alejandra lo evita y se sienta en uno de
los sillones. Enrique lanza una risita.
Bernardo -Puedo asumir mi derecho, entonces.
Alejandra -Todos los que quieras.
Bernardo —Sobrevivir. De eso se trata, ¿no? Arrojar
los impedimentos por importantes que
hayan sido. A la mierda convenciones,
afectos, compromisos.
Alejandra —El lenguaje de la época.
Bernardo saca el revólver y amenaza a
Alejandra.
Bernardo-De acuerdo.
Alejandra —Estás demasiado tenso.
Bernardo Vas a salir de aquí'.
Alejandra —Claro que te necesito. Lo que. . .
Bernardo —¡Sal de aquí!
Alejandra —Lo que quiero hacerte entender es que |
una necesidad, en este momento, es una
debilidad fatal.
Bernardo se asoma por las mirillas. Ob
serva. Descorre los cerrojos y abre la puer
ta.
Enrique —¿Qué pasa?
Bernardo —(A Alejandra) ¡Sal!
Enrique -(Encogiéndose) ¡Cierra esa puerta! ¡Cié
rrala!
Alejandra —No puedes hacer eso.
Bernardo -Sal o te mato.
Alejandra —Me van a. . . No puedo. . .
Bernardo —( Toma a A lejandra y la arrastra a la puer
ta) ¡Camina. . . Anda, ve y conviértete
en faraona!
Enrique - ¡Mátala! ¡Mátala!
Alejandra —¡No puedes! ¡Bernardo!... )
Alejandra se suelta. Pausa. Ve a Bernar-
de la horda. La gran prostituta. La miste
riosa deidad nacida de un ama de casa
modelo. . .
Alejandra—Puedes caerte.
Bernardo—Puedo matarte. (Pausa) ¿Recuerdas nues
tras reuniones sociales? (Deja de encaño
narla) Has cambiado mucho. . .
Alejandra—Un poco, nada más.
Bernardo - Desapareció tu eterna sonrisa.. .
Alejandra—Baja de allí'.
Bernardo (La encañona y grita) ¡Me quedo! (Pau
sa. Baja el cañón) Se te esfumó el trato
discreto, la exactitud de modales. Los
peinados que realzaban tu rostro altivo.
Alejandra—Tú si que no has cambiado.
Bernardo—Soy un asesino, igual que todos.
Alejandra Falso.
Bernardo —¿Por qué no te asomas a la mirilla y ob
servas?
Alejandra—Estás más atado a mí de lo que supones.
Pausa. Bernardo sube un poco el cañón.
Bernardo -Enrique no sintió nada.
Alejandra—Eso es lo que él cree.
Bernardo-No sabes las ganas que tengo. . .
Alejandra ¿Y por qué? No tienes ningún motivo.
No te amenazo ni intento abrir la puerta.
Bernardo-(Desciende la escalera) Sí. (Reflexivo)
Es posible que llegues a ser reina de la
horda. (V ea Alejandra) Raro, nunca lo
hubiera creído. (A Enrique) La naturale
za humana está cambiando. ¿No crees?
(Enrique no responde) ¿Recuerdas a
Pom-Pom? (Enrique esta abstraído) ¡En
rique!
Enrique —(Recobrándose) ¿Sí?
Bernardo —Hablaba de Pom-Pom.
Enrique—VA portero de nuestro edificio.
Bernardo (A Alejandra) ¿Lo conociste?
Alejandra —Bajito, fuerte y silencioso.
55
Bernardo-Esc mismo.
Alejandra—Siempre silbando una canción y rcco-
giendo colillas.
Enrique-Pom-Pom. . .
Bernardo—Escrupuloso hasta la exageración. En
una oportunidad me dijo que el mundo
sería bueno y normal cuando todos lan
zaran sus desperdicios en los lugares des
tinados.
Enrique—Estúpida teoría.
Bernardo—Medía el equilibrio del universo por el
mayor o menor número de colillas que
eran arrojados en los ceniceros.
Enrique —Tenía las mejillas rojas como remola
chas. Por eso le decíamos Pom-Pom.
Bernardo—Pacífico. Filósofo de las colillas. . .(Pausa
corta) Comandó la horda que atacó al \
Congreso y masacró a los diputados y se- 1
nadores. . . No permitió que los sepulta
ran. “ Debemos conocer el olor que tiene
la legislación en este país” -dijo. . .
Enrique—No pidió clemencia.
Bernardo—(Tras una pausa corta) ¿Quién?
Enrique —No le di oportunidad.
Bernardo - ¿Paulina?
Enrique —Me maldijo. ¿Tendrá eso algún efecto?
Bernardo -El que quieras darle.
Enrique —(Más para sí) Ni lo pensé. Le clavé el cu
chillo con naturalidad. . .¿Puedo retroce
der tanto? (A Paulina) Yo te dije que sí. /
Todo eso de ser civilizado es recubrir a
Cro-Magnon de fibras sintéticas.
Bernardo -Enrique. . .
Enrique - ( A Paulina) A ti te preocupa más lo sin
tético. El sombrero y los gestos que pro
vienen de su uso. Los zapatos. Lo correc
to de una vivienda moderna.
Bernardo —(A Enrique) ¿Quiéres un tragó?
Enrique -Exes incapaz de vivir en un tugurio o re-,
gresar a las cavernas. Estarías empeñada
en bañarte todos los días. Provocarías las
56
sospechas de todos. Fíjate en Alejandra.
¡Fíjate! ¡Deberías tomar ejemplo! Ella
quiere ser reina de la horda. (A Alejan
dra) ¿Crees que esta tonta puede pensar
siquiera en esa posibilidad?
Pausa corta.
Alejandra —Está muerta.
Enrique -L o sé. (Pausa corta) ¿Crees que podría
llegar a algo si yo le faltara?
Alejandra —Creo que no.
Enrique—(A Paulina) Y tendrías que pasar por el
horror de una docena de hombres despe
dazándote sin ningún miramiento. Serías
tan bruta que pedirías piedad. . .(Reme
da burlón) ¡Piedad! ¡Piedad! (Ríe) ¿No
crees, Bernardo?
Bernardo —Mejor te tranquilizas. Estás. . .
Enrique-- ¡Como me da la gana! (Amenaza a Ber
nardo con el revólver) Bésale el culo a la
rana. . .
Bernardo —Está bien.
Enrique —(Señala a Paulina) ¿No crees que lo más
piadoso sería meterle dos plomos en la
cabeza a esta chiquilla melindrosa?... Co
mo si viviera en otro planeta, Bernardo.
Esta mañana se recortó y pintó las uñas.
(Toma la mano de Paulina y la exhibe)
Míraselas. ¡Rojas!
Bernardo se aparta dbl punto de fuego de
Enrique y se coloca a sus espaldas.
Enrique —(A Paulina) ¿Qué crees que haces, puti-
ca? (Da un empujón a Paulina) Déjatelas
sucias y largas, quizá eso te salve la vida.
(Pausa corta) Y días atras atormentándo
me por la falta de shampoo. ¡Shampoo!
(A Alejandra) ¿Te lavas el pelo?
Alejandra —No.
57
Enrique —¿Te cepillas los dientes?
Alejandra—Algunas veces. ’
Enrique —Ella se empeña en limpiárselos cada ma
ñana, después de cada comida y antes de
acostarse. ¡Ridicula! (Empuja el cuerpo
de Paulina) ¿Te atormenta no tener toa
llas cuando te viene la menstruación?
Alejandra—No.
Enrique —Ella quiere lechugas frescas, tomates, po
llos tiernos. . .
Bernardo se encima sobre Enrique y le \
arrebata el revólver.
Enrique —iNo!
Bernardo - ¡Cálmate!
Enrique —¿Qué quieren? Nos iremos en la mañana. :
Bernardo —Ella está muerta.
Pausa. Enrique ve a Paulina, desesperado.
Enrique -Lo sé, miserable. ¡Me la llevaré en la ma-j
ñaña! ¿Crees que la voy a dejar en tu sa
la? (A Paulina) Te metiste en la cama
con él, roñosa. Y no pudiste. (Se va acer-l
cando imperceptiblemente a Bernardoll
Nos largamos al amanecer. Durante el
día la horda descansa. ¿Tendrán comple-;
jo de vampiro? Eso de ocultarse durantei,
el día. . . Al principio el ejército los aniV
quilaba fácilmente. Después, el ejércitoj
también se pasó. . .
Alejandra—(A Bernardo) ¡Cuidado!
Enrique saca el cuchillo e intenta arrojar
se sobre Bernardo. Bernardo lo apuntai
con el revólver.
Enrique—Sólo intentaba defenderme.
Bernardo —Suéltalo.
Enrique—Dame mi revólver.
58
se separa.
t
PERSONAJES:
Orlando Núñez
Psicologa
Pausa.
Bernardo —Pude acostarme con Paulina y no lo hice.
Enrique - ( Señalandola) Aún estás a tiempo. Apro
vecha.
Pausa.
Bernardo -Estoy. . .Estaba escribiendo un libro que
narraba todo lo que ocurre. Lo que ocu
rrió. (Toma la libreta en que Alejandra
anotaba) Alejandra me ayudaba.
Enrique —¿Quién lo leería?
Bernardo —¿Quién sabe? Las generaciones futuras.
Enrique —Las ratas inventarán su propia escritura.
Tu libro no les servirá.
Bernardo —Lo que pasa es que asesinaste a Paulina y
estás quebrado.
Enrique - ¿Yo?
Bernardo —Ajá. Quebrado. Ya nada te importa.
(Pausa corta) Viéndolo bien serás un obs
táculo más que una ayuda en el camino a
la montaña.
Enrique No te acompaño.
Bernardo —Irás. (Pausa corta) Si te sobrepones, iSi
eres optimista! (Ruge como un león y
lanza un zarpazo. Se ríe) Vamos, ruge.
Enrique Miau.
Pausa.
Bernardo - Te gustará la montaña, ya verás. Ahito-
das las cosas son diferentes. Tengo una
cabaña bien oculta en el bosque. La man
dé a construir en un arranque de amor
por la naturaleza. Fui varias veces pero
siempre, al segundo día, estaba aburrido
de los pajaritos y regresaba al concreto,
la polución, los montones de gente. (Pau
sa corta) Hoy es distinto. Iremos allá y el
loncito pequeño con paredes de madera
y lata. No entra el viento ni el frío.
Psicóloga- ¿Cuántas personas componen su fami
lia?
Orlando - Nueve. Algunas veces diez, cuando llega
Ruperto, un hermano que vive en ei in
terior.
Psicóloga - ¿Qué parentescos?
Orlando- ¿Parentescos? <Pausa) Yo soy el padre.
María Antonia de Núñez es mi mujer,
mi esposa. Y los siete muchachos. Seis
muchachos. Con Antonio, el primero,
habrían sido siete. Julio es el segundo,
Marmita, la tercera; Felipe, el cuarto.
No, Orlando, como yo, el cuarto y Feli
pe el quinto, (iracielita Angélica la sexta
l y Sonia la séptima.
Psicóloga— ¿Se la lleva bien con su mujer?
Pausa
Orlando - ¿Qué tiene que ver?
Psicóloga - Me gustaría saberlo.
Orlando —Apenas la conozco, a usted, digo, con
todo respeto.
Psicólogo — ¿Y eso que tiene que ver?
O rlando— ¿Debo hablarle d e ......... mis cosas? ¿Mis
cosas íntimas? Eso no es el problema
^ ¿No cree?
1 PsicóloSa —Señor Núñez, no soy una curiosa ni na
da que se le parezca. No me interesa su
vida privada. Simplemente trato de en
contrar las causas que lo indujeron a ha
cer lo que hizo.
O rlando— Me volví loco. Fue eso, ¿no? Es lo que
yo creo.
PsicóloSa ~ A la Compañía le interesa saber porqué
se volvió loco, como dice usted. Uno no
i se vuelve loco así, de repente.
Orlando- ¿No? Pero yo . . . .
75
Psicólogo-H ay causas. Todo influye, el hogar, la
edad, el estado físico. Le pido entonces
que responda mis preguntas.
Pausa
Orlando-Es mi mujer. Tenemos veinticuatro años
juntos, yo y la María Antonia y nunca
nos hemos disgustado seriamente.
Psicólogo - ¿Nunca?
Orlando -Los líos habituales con los muchachos.
Pausa corta
Psicólogo - Usted no me ayuda.
Orlando —Bueno, en dos ocasiones se ha enterado
de mis parrandas con otras mujeres y no
ha dicho nada. Ha guardado su puesto de
señora y nunca me ha faltado. Las discu
siones, cuando las hay, se refieren casi
siempre a las diabluras de los muchachos.
Psicólogo —¿Intenta hacerme creer que en veinticua
tro años de matrimonio nunca tuvo un
disgusto grave con su esposa?.
Orlando —Es así. Mi familia es buena, le doy gracias
a Dios.
Psicólogo —Piense. Recuerde.
Pausa
Orlando —Ahora que lo dice . .Tuvimos una agarra
da grande, hace años.
Psicólogo —i Cuál fue la causa?
Pausa
Orlando ve a la psicólogo.
Al sombrero. A la psicólogo.
Orlando-Se negaba a acostarse conmigo. ¿Qué le
parece?
Psicólogo- ¿Por qué razón?
76
Orlando Siempre estaba enferma de algo: el híga
do, las muelas, el pecho. Yo le pregunta
ba acerca de lo que debía hacer conmigo
y mi calentura. Usted me perdonará, pe
ro se me. . ¿No? . paraba en todos lados.
En el autobús, en la fábrica. Y ella no
quería acostarse conmigo. Me sentía co
mo un perro. Llegué a suponer que te
nía otro hombre. Llegaba a la casa
abriendo la puerta de repente y bus
cando debajo de la cama. Estudiando su
rostro a ver si le distinguía un asomo de
traición para matarla.
Psicólogo ~ ¿Matarla?
Orlando —Claro. Si me hubiera volteado lo habría
hecho. No soy de esos cabrones de hoy
día que consideran civilizado tener cuer
nos. Fui criado en el monte. ¿Sabe? Bue
no, cuando le dije lo del otro hombre me
respondió sencillamente que no quería
acostarse conmigo para no tener más hi
jos. ¿Se imagina? ¡Así que debía cortar
me las bolas! ¿Quieres tener un buey en
la casa? Le gritaba, Me quiso obligar a
usar esas gomas.
Psicólogo —Preservativos.
Orlando — ¡Ajá, esos! Que es igual a orinarse en los
pantalones o comer sin sal. Tuvimos el
gran lío esa vez. Intenté violarla, pero
cerró tanto las piernas que ni un cerraje
ro. ¡Qué fuerte! Ella me demostró que
ninguna mujer es violada si no quiere
permitirlo.
Psicólogo —¿Cómo se solucionó el problema?
Orlando —Usted es una señorita (Pausa) ¿No le
sonroja escuchar estas cosas? La veo tan
fina. Tan delicada.
Psicólogo —No se preocupe. Cuénteme.
Orlando —¿Con pelos y señales? ¡Pelos! (Ríe. Se
enseria) Perdón (Pausa) Engañé a la Ma
ría Antonia. Me puse la goma. Ella las
77
había comprado, la muy desvergonza
da. Gastando en estas vainas. Me la puse.
Es como una especie de globo, ¿sabe?,
alargado. Creo que no era de mi medida
porque me apretaba. Olía a caucho. Vie
nen en unos paquetitos aceitosos.
Psicólogo —Los conozco.
Orlando —¿Usted? (Pausa. Ve a la psicólogo con
malicia) Bien, me quité la goma antes de
metérselo a la María Antonia, sin que se
enterara. Fue un . . .
Psicólogo —¿Sí?
Orlando —Me da pena con usted. (Pausa corta) se
ñorita. Me da pena decirle que fue un
polvo increíble.
Psicólogo - No le dé pena
Orlando ~Fíjese, se puso un poco roja. Lo siento.
Psicólogo ríe
Psicólogo ~N° haga caso. Lo escucho con mucha
atención y no me avergüenza. Es mi pro
fesión.
Orlando -Esto . . . . ¿Cuál?
Psicólogo —Escuchar. La psicología es una ciencia de
escuchar. Escuchar a personas como us
ted y solucionarles sus problemas.
Orlando ~Yo no tengo ningún problema. Claro,
ahora sí, con lo que pasó. Y los estudios
de los muchachos, la enfermedad de So-
nia y antes, las loqueras de Antonio, Nin
gún otro.
Psicólogo —¿Se enteró su esposa del engaño que le
hizo?
Orlando —Sí, cuando se sintió mojada. La muy ton
ta se puso a llorar. Salió a lavarse como si
se hubiera acostado con un leproso. La
mandé al carajo, me fui de casa y regresé
a los dos días. Más nunca me pidió po
nerme los globos.
Psicóloga— ¿Cómo se lleva con sus hijos?
78
Orlando- Bien. Son obedientes. Julio también tra
baja aquí' en la fábrica, conmigo. No le
harán nada a él, ¿no?
Psicólogo—No creo.
Orlando—Fui yo el de la cosa. El pobre estaba más
sorprendido que los demás, cuando me
vio todo loco echando espuma por la
boca.
Psicólogo —¿De dónde es usted?
Orlando—De Pejugal.
Psicólogo—En el interior, ¿no?
Orlando—Bien al interior del país. En el fondo,
diría yo. Una vez escuché una leyenda
acerca de un pueblo perdido en el que
nadie entraba ni salía. El que escribió
eso, era de Pejugal, seguro. Mucho sol,
arena y chivos. Creo que los vientos se
dan vuelta allí para regresar al mundo.
Psicólogo —¿Cómo llegó a la ciudad?
Orlando-Me trajo la recluta. Un día llegó el
ejército y a planazos se llevó a todos
los muchachos varones. Así, sin pregun
tar nada. A los coñazos a defender a
la patria. Nadie se explicaba como lle
garon. Nos recogieron como ganado y
nos metieron en el cuartel. Nos ense
ñaron a marchar, disparar fusiles, lim
piarle las botas a los tenientes y capita
nes y a medio leer también. Cuando
terminé el servicio intenté llegar a Pe
jugal pero no encontré la ruta. Me
arrejunté con una mujer aquí mismo,
antes de la María Antonia. Ella ya te
nía cuatro hijos y se llamaba Patricia.
Me las vi negras. No conseguía trabajo
ni de gratis (Pausa) Si usted supiera las
cosas que hice en ese entonces.
Psicólogo-Cuénteme.
Orlando-Estaba con la Patricia. ¿Sabe? Y por más
que sea tenía que responderle por sus
muchachos y por los otros que tuvo con
79
migo. Esas cosas que siempre pasan. Se
nos murieron dos chamos. De hambre.
En el hospital siempre decían que esta
ban deshidratados, pero no lo creo por
que lo más que comían era agua. Hice
de todo en aquella época: buhonero,
vendedor de loterías, helados, cortauñas;
quincallero.
Pausa
Orlando—¿Me guarda el secreto?
Psicólogo- ¿Cuál?
Orlando- Uno que tengo y que quiero decirle.
Psicólogo - S e lo guardo.
Orlando- ¿Lo jura?
Psicólogo—(Levanta la mano) Lo juro
Orlando—Quiere oírlo todo ¿no? (Pausa corto)
Fui ladrón.
Psicólogo- ¿Cómo?
Orlando -C om o lo oye ¡ladrón! (Pausa corta)
Una vez robé. Sólo una. Siempre será
mi vergüenza. Pero, ¿qué puede hacer
uno? La gente no da limosna. Cuando
les pedí, me observaban como a un bo
rracho. Y la Patricia y los carajitos en
el rancho y yo, detrás de la gente como
un perro. Ni de compasión me daban.
Uno que otro, alguna vez. Un día me
arreché y atraqué a uno. (Pausa corta)
Cosas que pasan.
Psicólogo- ¿Cómo fue? ¿Qué hizo en aquella
ocasión?
O rlando-Es remover mi vergüenza, señorita.
Psicólogo-Vamos, le será muy útil. Apuesto a que
nunca lo había contado a nadie.
Orlando- Asi es. Y estoy arrepentido de habérselo
dicho a usted.
Psicólogo-No se sienta mal. Yo lo ayudo. Jamás
podría perjudicarlo. Cuénteme. ¿Eh?
80
Hágalo como una confesión. Como un
desahogo.
Pausa
Orlando ~ Fue un poco cómica la vaina. (Pausa cor
ta) (Se incorpora de la silla) Como le di
je, estaba con furia y un hambre de es-
trellitas y mareos que para qué le cuento.
Me busque un cuchillo mata cochinos y
me fui caminando. Caminando. Encontré
un buen lugar en el este de la ciudad. Una
calle oscura y cercana a varios bares y ca
fés. Había un árbol grueso y me oculté
tras él, borracho por el hambre y el
miedo. ( Utiliza la silla como el árbol
mencionado. Su mano derecha se extien
de como si oprimiera un cuchillo. Pausa
corta). Pasaron unos cuantos sujetos, pe
ro no les vi pinta de plata. Ya me estaba
fastidiando, cuando vi salir a un hombre
de uno de los bares. Era gordo y bajito,
fumaba en pipa, vestía bien y camina
ba derechito al lugar donde me encontra
ba. (Pausa corta. Se tensa) Acércate
—decía bajito - Acércate. Más. Otro po
quito. No me veas (Se abalanza sobre un
personaje supuesto. Grita) ¡Manos arri
ba! ¡Cono, esto es un atraco! Y no me
veas así, carajo. ¡Y levanta las manos
porque te saco el mondongo! ¡Date vuel
ta! ¡Vamos, coño, voltéate! ¿Eres sordo?
(Revisa al hombre supuesto) ¿Dónde
tienes las monedas? Ah, aquí'. ¡No te
muevas! ¡Que no te muevas! ¿Es que es
tás temblando? ¿Estás cagao? Dame el
bobo. ¡El bobo! ¡El reloj, analfabeta
de mierda! Y la cadena. Y la sortija. ( Ve
al trasluz la sortija) Seguro que es un cu
lo de botella. ¡Y no me veas! Cierra los
81
ojitos, así, bonito. Quítate los pisos. ¡Los
pisos'. Carajo, los zapatos, vamos a ve’ si
aprendes a hablar. La chaquetona. ¡Rá
pido! ¿Quieres que llegue la ley y me jo
da? ¿Me ponga preso? Te corto las bolas
antes. La misaca y los leones. ¡Mi-sa-ca,
leo-nes ! ¡Pantalones y camisa, burro
con sueño! ¡Ve mañana a la escuela! ¡Y
apúrate que ésto no es un striptease! Así.
De pinga. Dámelo todo y vete caminan
do despacito. Vamos a creer que es un
préstamo. Mañana te firmo un recibo por
todas estas vainas. ¿Me las prestas? De
pinga, ¡loco! ¡Qué generoso res! ¡Co
rre! Corre o te saco el tripero, ¡coño!
J^ausa
Orlando —Así fue. Claro, yo no hablo así. Es “Ca
lé” ¿Sabe? Por donde vivía era un len
guaje común entre la mala gente y con
sideré que para ese tipo de cosas hay que
adoptar el hábito y la labia del monje. Se
imagina usted un atraco diciendo -Doc
tor, ¿podría permitirme su billetera, por
favor? Le romperían las bembas a uno
(Pausa corta). Con esa plata comimos du
rante tres meses. Después me separé de
la Patricia porque se fue a otra ciudad y
me saqué a la María Antonia de su casa.
Vivimos arrejuntados un tiempo, pero
después nos casamos ya que los padres
son muy cristianos. Yo también lo soy
y me gustó mucho lo de la iglesia y los
anillos. Por ese entonces conseguí el tra
bajo en esta compañía donde tengo ya
más de veinte años.
Psicóloga— ¿Qué piensa de la compañía?
Orlando—Es mi segunda casa, puedo d e c ir..............
Psicóloga— ¿Cómo se siente en ella?
Orlando—Bien. Muy bien. Conozco al señor Men
82
doza desde que era un muchacho em
prendedor y abrió esta fábrica. Comencé
desde el principio, cuando sólo éramos
quince obreros. Hoy tiene setecientos y
va viento en popa, pero yo la conocí va
rias veces en tiempos de vacas flacas. F.n
algunas ocasiones trabajé sobretiempo
gratis y los jefes vieron muy bien esto.
Supongo. Nunca me despidieron cuando
hacían reducciones de personal (Pausa
corta). Pero le juro que lo del sobretiem
po me sincero, para ayudar a la compañía.
¿Sabe? Nadie ha llegado a los diez años
aquí. Sólo yo y el doble. Y no fue por
mi cara linda sino por mi trabajo. Ade
más, nadie maneja mejor las troquela
doras y a bastantes aprendices he ense
ñado, incluyendo a Miguel, el que se da
ñó la mano.
Psicólogo- Así que trabajó sobretiempo gratis.
Orlando~ i Ajá! Y siempre he llegado con diez mi
nutos de adelanto al trabajo.
Psicólogo- ¿Nunca ha faltado?
O rlando-Nunca (Pausa corta) Una vez me enfermé
De los riñones. Sólo cuando me dio un
cólico frente a las máquinas, fue que me
tiré en la cama. Esas cosas se toman en
cuenta, ¿no?
Psicólogo~ Por supuesto..
Orlando'- (Con vehemencia) Créame, me siento
muy mal por lo que hice. Si tuviera dine
ro pagaría lo dañado. Pero no lo tengo.
Psicólogar Eso es lo de menos, en este momento.
Orlando- Todo es tan difícil. Me hago miles de
preguntas. F.stas son cosas que nunca me
bían ocurrido. Uno cree que las tiene to
das consigo y ¡paf! . . . . . A la mierda los
pastores, se acabó la navidad, si perdona
usted la expresión. De repente uno está
loco. Loco. Gritando y echando espuma
por la boca como un perro rabioso, fren
te a las gentes que le guardan considera
ción a uno. (Pausa corta) Me siento.........
créame.
Psicólogo~ ¿Apenado?
Orlando- Sí, eso, eso, (Pausa corta) Sé que merezco
lo que viene
Psicólogo~ ¿Se siente culpable?
Orlando- Pues. . .(Pausa corta) ¿Cuál es el castigo?
Debe existir un castigo en todo esto.
¿No?. Es posible que me despidan sin pa
garme las prestaciones.
Psicólogo- Cálmese. Tome las cosas con calma.
Orlando~ Es posible que me dejen trabajando y me
recorten los daños de mi sueldo. ¿No
cree? Me las voy a ver negras en el ran
cho, estoy seguro.
Psicólogo- ¿Alguno de su familia sufrió o sufre
trastornos mentales?
Orlando- (Pause. Piensa) No. No recuerdo. Locos.
Quiere decir eso, ¿no?
Psicólogo- Eso mismo.
Orlando- Dicen que se hereda pero en mi familia
nunca los hubo ¿Seré yo el primero?
¡Tronco de lotería! (Pausa) Señorita, si
me recortan el sueldo, le veré las chivas
al diablo.
Psicólogo- ¿Qué es lo que más teme en todo esto?
Orlando- Pues. . . .no sé. La policía. Pero ella no se
meterá en todo este asunto; no le co
rresponde, señorita ¿verdad? Es un pro
blema entre la compañía y yo.
Psicólogo- Nada de policías, de eso puede estar se
guro.
O rlando* (Sin ocultar su alivio) ¡Qué bien! Ya sa
bía yo que la policía no tiene nada que
ver en esto.
Psicólogo." No tiene que ver porque la compañía no
lo quiere así, señor Núñez.
Pausa corta
Orlando - Sí, claro. Eso quise decir. No sabe cómo
j estoy de agradecido . . . Yo . . .
Pausa
Psicólogo- ¿Cuál es el hijo que usted más quiere?
Orlando - A todos los quiero igual.
Psicólogo- Menciona mucho a Antonio.
Orlando- ¡Ah, el fue el primero! El primero que
tuve con la María Antonia. Me encariñé
con él. Era inteligentísimo, señorita.
Psicólogo - ¿Era?
O rlando-Murió. Trabajaba como un demonio y
entregaba todo el dinero a la madre.
Esas cosas que rara vez pasan. Un hijo
modelo. Estudiaba de noche y llegó a se
gundo año de economía en la Universi
dad. ¿Se imagina? Estábamos orgullosos
de Antonio.
Psicólogo- ¿Cuándo murió?
Orlando~ Hace cerca de dos años?
Psicólogo— ¿Cómo murió?
Pausa
Orlando—Un accidente.
Psicólogo - ¿Qué tipo de accidente?
Pausa
Orlando — ¿Para qué remover esas cosas tristes? Son
dolorosas, ¿no cree?.
Psicólogo —Me gustaría saberlo.
Pausa
85
Orlando— Mire, señorita, lo mató la policía, pero
no era ningún delincuente. Era un gran
muchacho. Responsable y serio. Pueden
atestiguar muchos vecinos, si así lo de
sea.
Psicólogo— ¿Existen opiniones contrarias a la suya?
Orlando— (Alterándose) Los malditos periódicos
lo sacaron fotografiado como ladrón.
¡Hijos de puta! No lo iba a conocer yo,
al pobrecito. ¡Coño, murió por sus
ideas!
Psicólogo- Cálmese.
Orlando- Me jode mucho recordar, señorita. Me
jode que jode.
Pausa
Psicóloga- ¿Cuáles eran las ideas de Antonio?
Orlando- Las de él. Muy suyas. Y ahí estaba, en
la página roja, tendido en la calle, con
la cabeza destrozada y una pistola en
la mano. Asaltante de bancos. Mi An
tonio asaltante de bancos.Malditos perió
dicos ¡La puta que los parió! Ni por
un minuto me lo creí. Menos la María
Antonia que se volvió como loca. No co
mió en cinco días.
Pausa corta
Orlando- Era un muchacho muy bello. Usted lo
hubiera conocido y se habría enamorado
de él. Por lo menos le habría gustado.
Psicóloga— ¿Sufrió usted mucho cuando murió?
Orlando— ¿Sufrí? Sufro, señorita, me duele como
el carajo.
Pausa corta
Orlando.— Lo velamos y algunos vecinos, nos veían j
con ironía. Se burlaban de mi hijo mode
lo y ladrón, según ellos . . Los saqué de la
86
casa y nos quedamos la familia y el An
tonio en la urna. Muerto por sus ideas.
Equivocadas, pero ideas; locas, pero
ideas; no alma de ladrón.
Psicólogo- ¿Qué ideas señor Núñez?
Orlando- Políticas, señorita. ¡Ideas políticas!
(Se levanta alterado) ¡Coño, usted sí
pregunta! ¿No podemos terminar esta
joda? Me está revolviendo las tripas.
(Se encima sobre el escritorio) Parece
un policía, con su cara de mosquita
muerta. Muy bonita y decente, pero ma-
landrosa y echadora de vaina. ¡No me
joda más!
Pausa
Psicólogo— ¿Otro ataque, señor Núñez?
Pausa. Orlando se sienta
Psicólogo—No creo que la compañía soporte otro
de sus ataques. Queremos ayudarlo, pe
ro si insiste en ahogarse no podemos ha
cer nada.
Pausa
Orlando se detiene
\
Pausa
108
Psicólogo — Deberá preparar su discurso, por supues
to.
Orlando— ¿Discurso?
Psicólogo— Es la costum bre. El hom enajeado dice
un discurso.
Orlando— ¿Yo, un discurso?
Orlando ríe
Psicólogo ríe
Orlando— No puedo.
Psicólogo— ¿No puede, qué?
Orlando— Hablar en público. Me quedaría paraliza
do. T odos se reirían de mí.
Psicólogo— No lo creo.
O rlando~ Es así, soy m uy nervioso.
Psicólogo— Los conoce a todos o a la m ayoría perso
nalm ente. Con m uchos ha bromeado.
Orlando — Por separado, no todos juntos.
Psicólogo— R om pería la tradición si no lo hace.
Orlando— No tengo nada que decir. Nunca he pre
parado un discurso.
Pausa
110
ñ o r). A unque no sería mala idea: te n
dríam os huevos frescos por la mañana. . . .
(Pausa. Ve a Carlos qu e detalla los ú ti
les d e l cu b o ) Bien. ¿Tengo que enviar
un mensaje? ¿Qué quiere que diga?............
Deme papel y lápiz. “ Estoy vivo, mis
captores me tratan com o un sultán y
vayan soltando la plata rapidito” ¿Algo
así? ¿C uánto van a pedir?
Carlos —Deja de hablar y descansa.
Marcelo — ¡Que descanse?. . Descanso es el que ha
bría tenido usted si me hubieran rodeado
mis guardaespaldas cuando me secuestró.
¿Cómo pudo evitarlos?
Carlos —Por la puerta trasera.
Marcelo —¿Por donde sacan la basura?
Carlos —Ajá. Las puertas traseras son una bendi
ción. Nadie se fija en ellas. Y menos unos
guardaespaldas aburridos de cuidarle el
culo a un necio com o tú . . .
Marcelo — ¡Hijos de puta! ¡Y tan caros que me re
sultan! Cuando salga de esta me dedicaré
a ellos. Para trabajar van a tener que irse
a Groenlandia, los m uy monos.
Carlos —(S e acerca a M arcelo con una soga corta
en las m anos). Las manos atrás.
Marcelo —¿Para qué?
Carlos —Levántate.
Marcelo se levanta
Carlos — ¡Tómalos!
M arcelo afirma.
Carlos le sitú a una hoja d e p a p el sobre
la pierna. L o desata.
M arcelo tom a la hoja de papel.
121
Carlos — ¡No leas aún!.
Carlos asiente.
M arcelo busca un sitio d o n d e sentarse.
Saca un pañuelo y lim pia el lugar esco
gido.
S e sienta.
Carlos — ¡Levántate!
Marcelo —(S e levanta, rápido). Dijo que podía sen
tarm e.
Carlos —Eso fue antes, perdiste tu oportunidad.
A hora te quiero de pie.
116
Carlos (Se deja caer sobre unos sacos. A M arcelo)
—Descansa.
Marcelo G i ñero afloja los brazos. Intenta
girar con cuidado.
Marcelo —¿Aquí?
Carlos —Ajá.
Marcelo —Está sucio. (Indica unos sacos) ¿No po
dría sobre aquellos sacos?
C'arlos - N o .
Pausa
PERSONAJES:
Carlos
Marcelo Ginero
de la com pañía” . . . .
Orlando - ¿Lo digo?
Psicóloga —Sí. En voz alta y clara.
Orlando — E stim ado..........Estimado señor Mendoza
No puedo . . . .
Psicóloga— Será el mejor discurso del m undo, se lo
aseguro. Todos quedarán boquiabiertos.
Tiene usted una voz fuerte y bien tim
brada. . . “ Estim ado señor M endoza, pre
sidente de la com pañía” . . . .
Orlando— ( Carraspea) Estim ado señor Mendoza,
presidente de esta com pañía . . .
Psicóloga— Señores m iembros de la ju n ta directiva .
O rlando— Señores miembros de la ju n ta directiva .
Psicóloga— Compañeros obreros . . . . Com pañeros a-
prendiccs. En esta bella ocasión en que
la gran familia de esta empresa se reúne
124
I dime que te gustó! ¡Dímelo! ¡Dímelo!
Marcelo —{A n te la evidencia irrefutable delalocura
d e Carlos) La verdad, no fue el final más
adecuado . . .
Carlos —(C en trado en su m un do interior) ¿Por
qué M atilde Rom ero tenía que term inar
dueña de la fortuna de Luis A ntúnez y
el am or de Ricardo García?
Marcelo —Fue una injusticia trem enda.
Carlos — ¡Matar a Luis A ntúnez de esa forma!
¡No puede ser!
Marcelo —No puede ser.
Carlos —(Y a d irectam en te a M arcelo) Era el per
sonaje más prom etedor de la novela. El
hom bre bueno que escala posiciones a
base de esfuerzos. T odo m archaba bien
en su vida y ¡Pam! . . Se encuentra con la
Ì zorra esa de Matilde. Frívola, arruinada
por la bebida y el juego y a punto de
caer en la prostitución. (Pausa corta) Ese
era su destino si no se encuentra con el
buenazo de Luis. ¿No crees?
Marcelo —Era carne de burdcl, lo confirm o.
Carlos — ¡Y se casa con él!
Marcelo —Un error.
Carlos —¿Error? ¡Ningún error! ¡Era la maravi
lla! ¡Una m agnífica tram a!. . .Hasta allí.
(S e acerca a M arcelo) ¿Por qué ten ía que
aparecer Ricardo García?
Marcelo —Escucha, las proposiciones de la tram a
las realizan los libretistas. . .
Carlos —Tú hablas con los libretistas.
Marcelo —Un poco, sí.
Carlos —Los llamas a tu oficina y los enseñas.
Marcelo —No tan to . Carezco de imaginación.
Carlos — ¡He hablado con ellos!
Marcelo —(Pausa co rta ) ¿Y qué han dicho?
Carlos —(E m puja a M arcelo, suave, hasta hacerlo
sen ta r) T ú, M arcelo G inero, les pediste
que en “ A rráncam e la vida” apareciera un
personaje listo, deportista, play boy, un
125
poco arruinado tam bién. Y les exigiste
que la ram era de M atilde ligara con él.
M arcelo —M atilde Rom ero no am aba a Luis Antú-
nez.
Carlos —¿No? ¿Y por qué se casó con él, enton
ces?
M arcelo —Creyó que lo quería.
Carlos —¿Creyó? ¿Por qué no lo dejó tranquilo?
M arcelo —Bueno, tú sabes com o era M atilde: vehe
m ente, im petuosa. . .
Carlos —(Pausa corta en qu e du da) ¡No, no y no!
(Pausa corta. Mira a M arcelo) Escucha,
quizá la m ayoría de los televidentes no ha
yan estado atentos a las evoluciones de
la tram a, pero yo s í. .En el capítulo cator
ce, escena segunda, después del comercial
de la Panam, Luis A ntúnez, antes de co
nocer a M atilde Rom ero, poco después de
graduarse de veterinario, expresó sus sanas
intenciones de viajar a Londres para efec
tu ar un curso de Post G rado con el célebre
doctor Byron, experto en la cría de cer
dos . . .
M arcelo —Tienes to d a la razón. . .
Carlos —¿Recuerdas sus ilusiones?
M arcelo -S í.
Carlos —¿Sus am biciones de hom bre bueno?
M arcelo —Era un personaje notable, sin duda.
Carlos —Notable. Sí, lo era (T o m a a M arcelo por
la corbata, lo hace arrodillar y situándose
trás él lo ahoga) Y ten ías que intervenir
■
tú, ejecutivo inm undo, con el proyecto de
adúltera de M atilde . . .
M arcelo — ¡Un error lo com ete cualquiera!
Carlos —¿Por qué no lo enviaste con to d o el amor
del m undo a Londres, para que culminara
su tesis sobre los cerdos?
M arcelo — ¡Me ahogo. . .!
Carlos —(S u elta a M arcelo) ¡Tenías que dejarlo
aquí, enam orado! ¡Y M atilde humillán
dolo con su lástim a!. . .
126
Pausa. M arcelo se refugia en un rincón,
aterrorizado.
Pausa Corta.
Carlos rum ia su desengaño am oroso.
Pausa.
Carlos —Señorita. . .
M arcelo —(S e vuelve) i Ah?
Carlos —(S e acerca a M arcelo) ¿No es usted la es
posa de Luis A ntúnez?
M arcelo —Sí.
Carlos —(L e alarga la m an o) Encantado. Ricardo
García.
M arcelo —M ucho gusto.
Carlos —Por la televisión estoy enterado dé todos
los problem as que sufren.
M arcelo —Cosas del destino.
Carlos —Especialm ente tú. Mejor dicho, sólo tú.
El, desde que te tiene es un hom bre fe
liz, pero a ti se te ve en la cara que la pasas
bastante mal.
M arcelo —No se de dónde saca esas ideas tan absur
das. . . (S e separa de Carlos) Soy feliz con
mi m arido. Sépalo.
Carlos —Eso no te lo cree ni tu m adre sorda, así
pudiera escucharte.
M arcelo —(L e da la espalda a Carlos) Y me discul
pa, no hablo con desconocidos.
Carlos —Sé que no lo amas.
M arcelo —Lo amo con todas las fuerzas de mi cora
zón apasionado.
Carlos —A yer dijiste en la escena del cuarto,
cuando lloraste com o una Magdalena
porque se te quem ó el pollo en el horno:
“ Luis es un hom bre con el corazón de
oro, pero no lo am o ” . . .
M arcelo —Cocino m uy mal, me ofusco y digo cosas
sin sentido.
Carlos —Suspiraste así. . .(Suspira) Y luego pro
seguiste: “ ¿Por qué he de ser tan cruel
134
con él? ¿Por qué?” . . . (S e le adelanta, se
d u cto r) Y yo, Ricardo García, te digo:
¡Matilde, aparezco en este capítulo para
ser el hom bre de tu vida! . . .
Marcelo —(R eh u yen d o ) No, déjame o llamo a las
fuerzas del orden.
Carlos —( S e le acerca, ex tien de una m ano en direc
ción a la espalda d e M arcelo) Matilde, no
pretendas hacerte la difícil conmigo.
135
mu nica telep áticam en te con ellos!
136
Carlos —(R etirán dose, con voz nasal) ¿Qué pasa
rá con M atilde A ntúnez? ¿Logrará Ricar
do García conquistar su corazón? ¡No se
pierda el próxim o capítulo! (V e a M arcelo
que se ha levantado con apresuram iento y
lo mira con incredulidad y pán ico) Com er
ciales . . . Siempre hay comerciales en los
m om entos de m ayor tensión.
Marcelo —¿Puedo quitarm e esta ropa?
Carlos —Aún no hemos term inado.
Marcelo —Estás am enazando con pegarme.
Carlos —¿Am enazando? Voy a pegarte a ver
cuánto resiste tu am or por Luis. A ver si
es cierto que lo amas.
Marcelo —En la televisión no se golpea. Se simula
que se golpea.
Carlos —¿Vas a venir con cotorras? ¿Y todos esos
m oretones, cicatrices y sangre?
Marcelo —Maquillaje, tú lo sabes.
Carlos —No lo sé.
Marcelo — ¡Lo sabes!
Carlos —(D e nuevo en el p a p el d e Ricardo. Se
d u cto r) Ven acá, M atilde, mi amor. . .
Marcelo — ¡Estás loco! ¡Loco!
Carlos —(C on el corazón d estro za d o ) ¿Me dices
loco a m í, a tu R icardo García? ¡Esto es
lo últim o que podía ocurrirm e.
Marcelo —(R e to m a n d o el p a p el de M atilde con
cierta d ificu lta d ) L u is .. .
Carlos — ¡Afloja to d o el resentim iento que tienes
contra el cabrón de tu m arido!
Marcelo — ¡Luis! ¡Luis!
139
M arcelo —64 Carlos a quien no ve) Un poco aturdi
do, pero bien. ¿Y tú?
Carlos —Feliz.
M arcelo —Me alegra que todo se haya solucionado.
Carlos —Un poco a contrapelo, pero eso no im
porta ¿verdad?
M arcelo —Lo fundam ental es el final feliz. ¿Cómo
no lo vi antes?
Carlos —Es la televisión, que tiende a enredar las
cosas, me he dado cuenta.
M arcelo —Cierto.
140
Carlos —¿Para qué?
Marcelo —Dormiré veinticuatro horas seguidas.
Carlos —Más tarde.
Marcelo — ¡Déjame ir!
Carlos —Tenemos que arreglar otras cosas.
Marcelo —¿Otras?
Carlos —Tengo que reconstruir mi vida, Marcelo.
M editarla de nuevo. Tengo muchos ren
cores en la cabeza.
Marcelo —¿Rencores?
Carlos — ¡Ajá ! Y esta es la oportunidad de sacar
los.
141
Flakes. ( Coloca el babero a Marcelo. Igual |
la gorra) En la mañana, en la tarde y en
la noche. Especialmente en la tarde, an
tes, durante y después de “ El Investiga
dor Subm arino” donde pregonaban la
horrible calumnia de que Mike Nelson
tom aba Corn Flakes antes de sumergirse
en las profundidades llenas de tiburo
nes, barracudas y otras alimañas m arí
timas . . . . (L o em puja) Y no tienes la cul
pa . . .
Marcelo —Escucha, Carlos, hay algo en lo que estás
equivocado. . .
Carlos —(En nuevo rol) Puedes llamarme Teresa,
como mi mamá. . .
M arcelo —Teresa. . .sencillamente yo no soy el due
ño de la estación televisora.
Carlos —(S e acerca com o m adre com prensiva ante
un chiste de su p eq u eñ o hijo) ¡Ay, que
gracioso mi nene ¡ (L e pellizca las mejillasI
¡Cuchi, cuchi! ¡Eso no te lo cree ni el
coyote estúpido que persigue al correca-
minos!
M arcelo — ¡Es cierto! ¿Cómo explicarte?
Carlos —(.A bandona rol. S e dedica a preparar el
p la to de Corn F lakes) Nadie tiene un es
critorio más grande que el tu yo.
M arcelo — ¡Pura pantalla!
Carlos —Eres el presidente. T odos lo dicen. Hay
un rótulo en la puerta de tu despacho.
M arcelo —Se tra ta de un truco.
Carlos — ¡El truquero eres tú!
M arcelo —Un truco económ ico. Los verdaderos
dueños son otros tipos.
Carlos — ¡Fantasías!
M arcelo —Y o soy el que da la cara y to d o lo de
más, pero los amos del negocio son otros.
Carlos —(T om a ro l d e m adre) ¡Estás peor que
Walt Disney! ¡Vamos, ven a la mesa y có
m ete este Corn Flakes!
M arcelo ; —(S e acerca a la mesa. In te n ta explicar) Es
142
una transnacional. ¿Tu sabes lo que es
una transnacional?
Carlos —No. (E m puja a M arcelo hacia los sacos)
i Y siéntate!
Marcelo —(S e sienta y tom a la cucharilla qu e le ex
tien de Carlos) Son corporaciones m ons
truosas. Dependem os de ellas. . .
Carlos — ¡Come m uchacho, si no quieres que te
rom pa los dientes!
Marcelo —(C o m ien d o y explican do) Nos procuran
toda la tecnología. Los repuestos, los e-
quipos. . .
Carlos — ¡Traga tu Corn Flakes, para que seas un
chico sonriente que le gane a todos en
las carreras por los campos verdes . . .
Marcelo —Los programas en video, las películas. . .
Carlos — ¡Mastica bien tus minerales, chiquillo de
mierda! (Da un golpe a la cabeza de Mar
celo) La vitamina A, la B, la C, la D, la F...
Marcelo — ¡Soy un testaferro!
Carlos —¿Te gusta El Zorro? (L e hace espadas)
¡V itam inízate hasta la zeta de El Zorro!
Marcelo — ¡Un testaferro! ¡No soy el dueño! ¡Dé
jam e ir!
Carlos —(A to rm e n ta d o ) ¡Ah! ¿Con que no te
gusta el Corn Flakes? ¿Y qué quieres?
¿Hacerme pasar vergüenza con la vecina?
¿Ser una m ierda de niño al que los otros
le peguen? . . .Pues no, no, no. ¡A la fuer
za te lo vas a comer! (H unde la cabeza
de M arcelo en el p la to ) ¡Come! ¡Come y
m ineralízate hasta los cojones!
143
Carlos —Los niños que comen Corn Flakes no llo
ran. Prefiero tener un hijo m uerto antes
que un crío llorón y mocoso.
Marcelo —(R epon ién dose) ¿Llora? ¿Quién llora?
Nadie llora.
Carlos —Ve a la mesa y term ínate la comida.
Marcelo —(Tras una pausa en que m edita veloz
m en te todas las alternativas) No.
Carlos —¿Qué no?
Marcelo —No me gusta el Corn Flakes. (A h ora fran
cam ente en rol de niño) ¡Es una mierda
de producto y no me comeré ni una podri
da hojuela más!
Carlos —(H orrorizado an te la rebelión) ¡Con que
eres un niño rebelde!
Marcelo —¡Sí!
Carlos — ¡Dios m ío!
M arcelo — ¡Y Mike Nelson no come Corn Flakes.
Es más, lo odia! ¡Y antes de sumergirse
en las profundidades marinas llenas de
pulpos y cangrejos, recom ienda a los
niñitos botar a la basura todas las cajas
de Corn Flakes que tengan a mano!
Carlos — ¡Mira que te voy a pegar!
M arcelo — ¡No me im porta!
Carlos —(S e desm aya) ¡Ay, no le im porta!
M arcelo —(Da pasos m arciales y rep ite) ¡No me
im porta! ¡No me im porta! ¡No me
im porta!
Carlos —(R ep o n ién d o se d e l d e sm a y o ) ¡Dios, por
qué me has castigado con esta criatura del
demonio!
M arcelo — ¡Viva el diablo! ¡Viva el diablo!
Carlos —Seguro que esa actitud se debe a las
com potas que ta n to te gustan. . .
M arcelo —Sí, a las com potas Heinz. ¡Heinz! ¡Heinz!
Carlos —(A b a n d o n a n d o rep en tin a m en te su rol.
E m puja a M arcelo) ¡Gerber! ¡Gerber!
M arcelo —(A su sta d o ) Gerber. . .que cuida la exis
tencia de los bebés com o si fueran capu
llos de rosas.
144
Carlos ~ (A n g u stia d o ) ¿Qué habré hecho yo para
m erecer semejante castigo? Mi pecado fue
haberte parido. . . (S e sienta en los sacos.
Hace señas a M arcelo) Ven acá niño ma
l o .. .
Marcelo —No.
Carlos — ¡Venga! ¿Se va a poner desobediente?
Marcelo —¡Si'!
Carlos —En castigo no verás televisión durante
una semana.
Marcelo —(C om ien za a lloriquear) No, eso no. No.
No.
Carlos —Además de los azotes. Venga.
M arcelo se niega.
Carlos se levanta y va en busca de Mar
celo..
145
po rtar las sopas en sobres, las salchichas!
M arcelo — ¡Las merm eladas, el germ en de trigo!
(S e sienta en los sacos y luego, en un acce
so de angustia) ¡Déjame ir, quiero estar de
nuevo con mi familia, con mi gente. . .
Carlos —( Q uitándose el traje de m ujer) Con los
otros. . .
M arcelo —¿Otros? (A n gu stiado) ¿Qué otros?
Carlos —Dijiste que eras un testaferro.
M arcelo —(S e qu ita la gorra y el babero) Testaferro
es una fea palabra.
Carlos —¿Cuál prefieres?
M arcelo —A lto ejecutivo, presidente. . .
Carlos —¿Quiénes son los otros?
M arcelo —(In ten ta n do ser lógico) Somos una espe
cie de sucursal. ¿Entiendes?
Carlos —No m ucho.
Marcelo —Nos procuran la tecnología, patentes y
programas, y nosotros les enviamos los
cheques.
Carlos —¿Cheques?
M arcelo —Transferencias en pago a sus servicios a
través del Banco Nacional.
Carlos —¿Banco Nacional?
M arcelo —Ajá.
Carlos —No te creo.
M arcelo —Es el Banco Nacional. Yo mismo firmo
las transferencias.
146
queño, las m anos te resbalan, pero sigue
. . . ¡Sigue! ¡Pedalea duro! ¡Duro!
Pausa.
Carlos - ¡ D i creo!
M arcelo — ¡No!
Carlos —(L o am enaza con el revólver) ¡Dílo!
M arcelo —Creo, creo, creo. . .
Carlos —Creo en las com potas Gerber, las únicas
capaces de m antenerm e con vida y feliz...
¿No te parece?
Marcelo —Cada quién con sus creencias.
Carlos —Eso (Pausa corta) Los santos no son como
las modelos de la pantalla. Y los paisajes.
Com para tú, por ejemplo, a la Virgen de
Guadalupe ofreciéndote satisfacciones en
la vida. (Señala fre n te a él un cierto lugar
destinado a la Virgen de G uadalupe) Con
la rubia Mariluz García . . . (L e da un sitio
paralelo a la Virgen) ofreciéndote lo mis
mo, con una Coca Cola en la m a n o ............
(Cierra la m ano de M arcelo alrededor de
una invisible Coca Cola) Anda ¿cuál pre
fieres?
M arcelo —(M edita) A la Mariluz. . .
Carlos -(In d ic a la m ano de M arcelo) i A la Coca
Cola! ¡Y la Virgen de la G uadalupe al
carajo con sus angelitos! (Pausa corta.
M arcelo se levanta y se retira con f r ío en
el alm a) ¿Entiendes lo que quiero decir?
M arcelo —Intento. Hago lo posible.
Carlos —(Pausa co rta) Tú lo que tienes es miedo.
M arcelo - ¿ Y o ?
Carlos — ¡Me tienes m iedo y a to d o dices que sí!
¡Eres incapaz de adoptar una miserable
actitud sincera. . . . ¡Se trata de fe! ¿Sabes
lo que es eso? ¡Fe!
M arcelo —La fe mueve m ontañas. . .
Carlos — ¡Qué carajo de mover m ontañas! Es
tás hablando igual que mi viejo. ¿Para
qué necesitas mover una m ontaña?
¿Es fe tirarse varias toneladas de piedra
encima? No, no, no. (E x p lica tiv o ) Eso
era cuando no existía la televisión y el
cura tenía que imaginar recursos fantás
ticos. Y te hablaba de Moisés y los diez
m andam ientos con una voz del carajo,
desde el pulpito.
Marcelo —¿Te estás. . . burlando de m í?
Carlos — ¡De ninguna m anera! Dime: ¿Cuál es
el cura que se atreve hoy en d ía a ha-
M arcelo —Bueno, si tú lo dices. . .
Carlos —Hay que probar el producto. ¿Cómo
pueden recom endar las sopas en sobres
si son una porquería?
M arcelo —No podem os estar calificando a los pro
ductos. No tenem os control de calidad.
148
Marcelo —(N o ta n d o que pisa terreno peligroso).
Bueno, no es tan deficiente.
Carlos —En el comercial explican que el dinero
está custodiado por miles de perros. Mas
tines de grandes colmillos. Y tam bién
m uestran guardias robustos y alarmas e-
lectrónicas. Que puedo dorm ir tranquilo
mientras mis ahorros ganan los mejores
intereses . . . ¡Y vienes a decirme que usas
el Banco Nacional para una cosa tan seria
com o una transferencia!
161
Fundación par/la Cultura y las Artes del Distrito Federal