Está en la página 1de 5

Los medios de comunicación representan un factor determinante en la construcción de

las representaciones sociales de la vida cotidiana. La televisión, siendo una de las

principales herramientas mediáticas, se ha convertido en una poderosa instancia de

socialización. Dada su accesibilidad, gran porcentaje de los individuos encuentra en ella

un espacio óptimo para la búsqueda de información, entretenimiento y conocimiento.

En este contexto, los programas televisivos, a través de discursos, montajes y slogans,

se consolidan como tecnologías de manipulación del pensar y del actuar de masas.

Muñiz, Marañón y Saldierna (como se citó en Amigo, et al., 2016) consideran que las

sociedades actuales son en su totalidad mediáticas, situándonos en un espacio socio-

cultural donde gran parte de los saberes que tienen las personas respecto al mundo no

provienen de su propia experiencia, sino de imágenes y de elementos discursivos

divulgados en los medios de comunicación. Esta perspectiva demuestra el peligro que

representa un empleo inadecuado y egoísta de estas herramientas comunicativas.

Dada la necesidad de la reglamentación del contenido expuesto en los programas

televisivos se han conformado distintos organismos, cuyo objetivo principal es regular

las actividades y la información de la televisión. Un caso puntual de este tipo de

organismos, abarcado por el artículo, es el Consejo Nacional de Televisión de Chile,

que se define como “el organismo que debe velar por el correcto funcionamiento de la

televisión chilena a través de políticas institucionales que tiendan a orientar, estimular y

regular la actividad de los actores involucrados en el fenómeno televisivo” (Amigo, et

al., 2016, p. 154). En Francia, por su parte, es el Consejo Superior de Audiovisual el

encargado de garantizar la libertad de comunicación en los programas radiales y

televisivos.

La preocupación actual de los entes reguladores televisivos gira en torno a la

operatividad discursiva. Esto se debe a que el discurso, lejos de ser un conjunto de


enunciados vacíos, representa una forma exacta de pensar respecto al mundo. Según

Ortiz (2013), la operación discursiva implica asumir un punto de vista y construir una

secuencia causal de los eventos a través de un dispositivo tecnológico y simbólico

particular. De aquí que el discurso se presente como cualquier cosa, menos un reflejo

puro de la realidad.

Además de la idea del autor, agregamos que el discurso construye y consolida

representaciones sociales, las cuales, en su mayoría, no son solo generadas por el sujeto

al que se refieren, sino que responde a un conjunto de ideas que circulan en la vida

cotidiana alimentadas de prejuiciosos sociales. Por tanto, afirmamos que el discurso, a

menudo, fortalece una forma discriminatoria de representar el mundo, y produce y

reproduce estereotipos.

Según Quin y McMahon (como se citó en Amigo, et al., 2016), un estereotipo es una

imagen convencional, acuñada, un prejuicio popular sobre grupos de gente. Crear

estereotipos es una forma de categorizar individuos según su aspecto, conducta o

costumbres.

De esta forma, los estereotipos permiten reducir la complejidad de la estructura social y

disminuir la incertidumbre del individuo a la hora de interactuar con la realidad. Es así

como las personas, en su cotidianidad, no se detienen a reflexionar profundamente sobre

las cosas que ven, sino que, apoyados en un pre-conocimiento, encasillan lo percibido

en categorías e imágenes estandarizadas y convencionales, generalmente cargadas de

connotaciones negativas.

Aunque los estereotipos no son estructuras sociales exclusivas de los medios de

comunicación, su presencia y su reproducción marcan fuertemente sus escenarios. En el

caso de la televisión, estas construcciones mentales aparecen para satisfacer la


inmediatez del contexto y un afán del televidente por conseguir un entretenimiento

vacío sin adoptar una actitud crítica, y para aumentar la discrepancia entre la ficción

televisiva y la realidad. Los estereotipos, de igual forma, responden a un conjunto de

intereses de una clase dominante, la cual estructura, mediante un discurso hegemónico,

las formas “correctas” de concebir e interactuar con la realidad social. En este punto nos

situamos en una dominación simbólica que ejerce un grupo social sobre otro, en una

hegemonía cultural.

Situados en este panorama, donde un grupo social impone y naturaliza sus formas de

representar la realidad, sus valores y visión del mundo como un sentido común

compartido por el conjunto de la sociedad (Amigo, et al., 2016), se presenta el silencio

de la diversidad, debido a que las costumbres y la cosmovisión de los grupos

dominados van ser considerados como formas erróneas del pensar, como una

contradicción de lo convencional y natural.

La hegemonía cultural tiende a construirse a partir de una diferenciación racial, y

aunque se haya negado este concepto desde la antropología (ya que no hay grupos de

personas homogéneos y estables desde el punto de vista cultural, susceptibles de ser

jerarquizados sobre una noción estrecha de desarrollo), es una realidad que nuestra

cotidianidad se construye en prejuicios y atribuciones “objetivas” acerca de grupos

étnicos y sociales. La idea de pluralidad se ha desvanecido, y los individuos tienden a

identificarse con las tendencias étnicas dominantes, condenando a la marginación y al

olvido otras formas de pensamiento y comportamiento. Este proceso mediante el cual

las personas se identifican bajo una etnia, y de igual forma, atribuye una a sus

homólogos se denomina etnorraciación.


Es necesario tomar una posición crítica sobre qué se considera “natural”. Hay que poner

en duda la noción de libertad de los pueblos afroamericanos e indígenas y revaluar la

existencia de estructuras dominantes en la sociedad latinoamericana, que se manifiestan

en el eurocentrismo, en los estereotipos y en el protagonismo del hombre blanco en las

esferas socio-culturales y políticas. En pocas palabras, hay que criticar la jerarquización

injusta y cruel de la realidad a manos de un grupo social dominante.

En este orden de ideas, el concepto de hegemonía cultural se convierte en el eje de las

categorías sustentadas, ya que hace alusión a un panorama social y cultural marcado por

la desigualdad y la supresión del pluralismo étnico. Es un contexto de lucha

permanente de lo convencional y “natural” impuesto por el grupo dominante y la

formas de resistencia a manos de etnicidades subalternas.

Los discursos toman relevancia en la investigación, debido a que se consolidan como

una herramienta para naturalizar aquello que el dominante considera “correcto” y para

discriminar las otras posibles perspectivas. A través de ellos se construye las

mentalidades colectivas sobre los estereotipos y las representaciones sociales,

encasillando el pensamiento del individuo en aquello que se puede considerar como

sentido común, pero no es más una forma sesgada y prejuiciosa de ver el mundo.

En última instancia, los medios de comunicación, en específico la televisión, son una

categoría que se torna indispensable para el tema tratado en esta investigación, ya que

son en estos escenarios donde mayormente se reproducen estereotipos. Además, siendo

estos un dispositivo de masas, se presentan como un ente regulador de la cosmovisión

de las personas a cerca del mundo.


Hegemonía cultural

Discurso

Medios de comunicación

Estereotipos

Etnorraciación Etnicidad Identidad étnica

También podría gustarte