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conducir a las peores fechorías (cf Gn 4, 3-7; 1 R 21, 1-29).

La muerte entró en el mundo por la


envidia del diablo (cf Sb 2, 24).
ARTÍCULO 10
EL DÉCIMO MANDAMIENTO «Luchamos entre nosotros, y es la envidia la que nos arma unos contra otros [...] Si todos se
afanan así por perturbar el Cuerpo de Cristo, ¿a dónde llegaremos? [...] Estamos debilitando
«No codiciarás [...] nada que [...] sea de tu prójimo» (Ex 20, 17). el Cuerpo de Cristo [...] Nos declaramos miembros de un mismo organismo y nos
devoramos como lo harían las fieras» (San Juan Crisóstomo, In epistulam II ad Corinthios,
«No desearás su casa, su campo, su siervo o su sierva, su buey o su asno: nada que sea de tu homilía 27, 3-4).
prójimo» (Dt 5, 21).
2539 La envidia es un pecado capital. Manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del prójimo
«Donde [...] esté tu tesoro, allí estará también tu corazón » (Mt 6, 21). y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en forma indebida. Cuando desea al prójimo un
mal grave es un pecado mortal:
2534 El décimo mandamiento desdobla y completa el noveno, que versa sobre la concupiscencia de
la carne. Prohíbe la codicia del bien ajeno, raíz del robo, de la rapiña y del fraude, prohibidos por el San Agustín veía en la envidia el “pecado diabólico por excelencia” (De disciplina
séptimo mandamiento. La “concupiscencia de los ojos” (cf 1 Jn 2, 16) lleva a la violencia y la christiana, 7, 7).
injusticia prohibidas por el quinto precepto (cf Mi 2, 2). La codicia tiene su origen, como la
fornicación, en la idolatría condenada en las tres primeras prescripciones de la ley (cf Sb 14, 12). El “De la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del
décimo mandamiento se refiere a la intención del corazón; resume, con el noveno, todos los prójimo y la tristeza causada por su prosperidad” (San Gregorio Magno, Moralia in Job,
preceptos de la Ley. 31, 45).

I. El desorden de la concupiscencia 2540 La envidia representa una de las formas de la tristeza y, por tanto, un rechazo de la caridad; el
bautizado debe luchar contra ella mediante la benevolencia. La envidia procede con frecuencia del
2535 El apetito sensible nos impulsa a desear las cosas agradables que no poseemos. Así, desear orgullo; el bautizado ha de esforzarse por vivir en la humildad:
comer cuando se tiene hambre, o calentarse cuando se tiene frío. Estos deseos son buenos en sí
mismos; pero con frecuencia no guardan la medida de la razón y nos empujan a codiciar «¿Querríais ver a Dios glorificado por vosotros? Pues bien, alegraos del progreso de
injustamente lo que no es nuestro y pertenece o es debido a otra persona. vuestro hermano y con ello Dios será glorificado por vosotros. Dios será alabado —se dirá
— porque su siervo ha sabido vencer la envidia poniendo su alegría en los méritos de
2536 El décimo mandamiento prohíbe la avaricia y el deseo de una apropiación inmoderada de los otros» (San Juan Crisóstomo, In epistulam ad Romanos, homilía 7, 5).
bienes terrenos. Prohíbe el deseo desordenado nacido de la pasión inmoderada de las riquezas y de
su poder. Prohíbe también el deseo de cometer una injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo II. Los deseos del Espíritu
en sus bienes temporales:
2541 La economía de la Ley y de la Gracia aparta el corazón de los hombres de la codicia y de la
«Cuando la Ley nos dice: No codiciarás, nos dice, en otros términos, que apartemos envidia: lo inicia en el deseo del Supremo Bien; lo instruye en los deseos del Espíritu Santo, que
nuestros deseos de todo lo que no nos pertenece. Porque la sed codiciosa de los bienes del sacia el corazón del hombre.
prójimo es inmensa, infinita y jamás saciada, como está escrito: El ojo del avaro no se
satisface con su suerte (Qo 14, 9)» (Catecismo Romano, 3, 10, 13). El Dios de las promesas puso desde el comienzo al hombre en guardia contra la seducción de lo
que, desde entonces, aparece como “bueno [...] para comer, apetecible a la vista y excelente [...]
2537 No se quebranta este mandamiento deseando obtener cosas que pertenecen al prójimo siempre para lograr sabiduría” (Gn 3, 6).
que sea por medios justos. La catequesis tradicional señala con realismo “quiénes son los que más
deben luchar contra sus codicias pecaminosas” y a los que, por tanto, es preciso “exhortar más a 2542 La Ley confiada a Israel nunca fue suficiente para justificar a los que le estaban sometidos;
observar este precepto”: incluso vino a ser instrumento de la “concupiscencia” (cf Rm 7, 7). La inadecuación entre el querer
y el hacer (cf Rm 7, 10) manifiesta el conflicto entre la “ley de Dios”, que es la “ley de la razón”, y
«Hay [...] comerciantes [...] que desean la escasez y la carestía de las mercancías, y no la otra ley que “me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros” (Rm 7, 23).
soportan que otros, además de ellos, compren y vendan, porque ellos podrían comprar más
barato y vender más caro; también pecan aquellos que desean que sus semejantes estén en 2543 “Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada
la miseria para ellos enriquecerse comprando y vendiendo [...]. También hay médicos que por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen” (Rm 3,
desean que haya enfermos; y abogados que anhelan causas y procesos numerosos y 21-22). Por eso, los fieles de Cristo “han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias”
sustanciosos...» (Catecismo Romano, 3, 10, 23). (Ga 5, 24); “son guiados por el Espíritu” (Rm 8, 14) y siguen los deseos del Espíritu (cf Rm 8, 27).

2538 El décimo mandamiento exige que se destierre del corazón humano la envidia. Cuando el III. La pobreza de corazón
profeta Natán quiso estimular el arrepentimiento del rey David, le contó la historia del pobre que
2544 Jesús exhorta a sus discípulos a preferirle a Él respecto a todo y a todos y les propone
sólo poseía una oveja, a la que trataba como una hija, y del rico que, a pesar de sus numerosos
“renunciar a todos sus bienes” (Lc 14, 33) por Él y por el Evangelio (cf Mc 8, 35). Poco antes de su
rebaños, envidiaba al primero y acabó por robarle la oveja (cf 2 S 12, 1-4). La envidia puede
pasión les mostró como ejemplo la pobre viuda de Jerusalén que, de su indigencia, dio todo lo que
tenía para vivir (cf Lc 21, 4). El precepto del desprendimiento de las riquezas es obligatorio para 2553 La envidia es la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de
entrar en el Reino de los cielos. apropiárselo. Es un pecado capital.

2545 “Todos los cristianos han de intentar orientar rectamente sus deseos para que el uso de las 2554 El bautizado combate la envidia mediante la caridad, la humildad y el abandono en la
cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les impidan, en contra del espíritu de pobreza providencia de Dios.
evangélica, buscar el amor perfecto” (LG 42).
2555 Los fieles cristianos "han crucificado la carne con sus pasiones y sus concupiscencias" (Ga
2546 “Bienaventurados los pobres en el espíritu” (Mt 5, 3). Las bienaventuranzas revelan un orden 5,24); son guiados por el Espíritu y siguen sus deseos.
de felicidad y de gracia, de belleza y de paz. Jesús celebra la alegría de los pobres, a quienes
pertenece ya el Reino (Lc 6, 20) 2556 El desprendimiento de las riquezas es necesario para entrar en el Reino de los cielos.
"Bienaventurados los pobres de corazón" (Mt 5, 3).
«El Verbo llama “pobreza en el Espíritu” a la humildad voluntaria de un espíritu humano y
su renuncia; el apóstol nos da como ejemplo la pobreza de Dios cuando dice: “Se hizo 2557 El hombre que anhela dice: "Quiero ver a Dios". La sed de Dios es saciada por el agua de la
pobre por nosotros” (2 Co 8, 9)» (San Gregorio de Nisa, De beatitudinibus, oratio 1). vida (cf Jn 4,14).

2547 El Señor se lamenta de los ricos porque encuentran su consuelo en la abundancia de bienes (cf
Lc 6, 24). “El orgulloso busca el poder terreno, mientras el pobre en espíritu busca el Reino de los
cielos” (San Agustín, De sermone Domini in monte, 1, 1, 3). El abandono en la providencia del
Padre del cielo libera de la inquietud por el mañana (cf Mt 6, 25-34). La confianza en Dios dispone
a la bienaventuranza de los pobres: ellos verán a Dios.

IV. “Quiero ver a Dios”

2548 El deseo de la felicidad verdadera aparta al hombre del apego desordenado a los bienes de
este mundo, y tendrá su plenitud en la visión y la bienaventuranza de Dios. “La promesa [de ver a
Dios] supera toda felicidad [...] En la Escritura, ver es poseer [...]. El que ve a Dios obtiene todos
los bienes que se pueden concebir” (San Gregorio de Nisa, De beatitudinibus, oratio 6).

2549 Corresponde, por tanto, al pueblo santo luchar, con la gracia de lo alto, para obtener los bienes
que Dios promete. Para poseer y contemplar a Dios, los fieles cristianos mortifican sus
concupiscencias y, con la ayuda de Dios, vencen las seducciones del placer y del poder.

2550 En este camino hacia la perfección, el Espíritu y la Esposa llaman a quien les escucha (cf Ap
22, 17) a la comunión perfecta con Dios:

«Allí se dará la gloria verdadera; nadie será alabado allí por error o por adulación; los
verdaderos honores no serán ni negados a quienes los merecen ni concedidos a los
indignos; por otra parte, allí nadie indigno pretenderá honores, pues allí sólo serán
admitidos los dignos. Allí reinará la verdadera paz, donde nadie experimentará oposición ni
de sí mismo ni de otros. La recompensa de la virtud será Dios mismo, que ha dado la virtud
y se prometió a ella como la recompensa mejor y más grande que puede existir [...]: “Yo
seré su Dios, y ellos serán mi pueblo” (Lv 26, 12) [...] Este es también el sentido de las
palabras del apóstol: “para que Dios sea todo en todos” (1 Co 15, 28). El será el fin de
nuestros deseos, a quien contemplaremos sin fin, amaremos sin saciedad, alabaremos sin
cansancio. Y este don, este amor, esta ocupación serán ciertamente, como la vida eterna,
comunes a todos» (San Agustín, De civitate Dei, 22,30).

Resumen

2551 "Donde [...] está tu tesoro allí estará tu corazón" (Mt 6,21).

2552 El décimo mandamiento prohíbe el deseo desordenado, nacido de la pasión inmoderada de


las riquezas y del poder.

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