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Contenido

Prólogo 5

San Miguel 10

Samaná 28

El Prodigio 40

Rioverde de los Henaos 56

Rioverde de los Montes 88

Agradecimientos 119
Fuentes 120

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Juan Alberto Gómez Duque

Comunicador social-periodista de la Universidad


de Antioquia. Nacido en el municipio de San Luís
(Ant)

Ha trabajado en diversos campos de la comunica-


ción, especialmente, fotografía, radio y crónica,
siempre con una base creativa y humanista con
Fotografía: Emiro Marín un esfuerzo permanente por narrar historias.

Profesor de la Universidad Católica del Norte, ta-


llerista y conferencista de temas de periodismo.

Director y fundador del programa literario El Hilo de Ariadna, entre los años
1999-2005 que aún se transmite por la Emisora Cultural de la Universidad de
Antioquia.

Escribió el libro de Memoria Cultural del Municipio de San Rafael.

Ganador en el año de 1998 del premio nacional de radio del Ministerio de Co-
municación (Proyecto de Comunicación para la Infancia y la Mujer)

Obtuvo el premio Orlando López categoría prensa en la versión 2007. Su tra-


bajo de radio en este mismo premio fue declarado fuera de concurso.

Ha sido comunicador del Observatorio de Paz y Reconciliación del Oriente


Antioqueño

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PRÓLOGO

UN PUEBLO QUE EMERGE DE LA MONTAÑA


Y SE AFERRA A ELLA

Camino a los corregimientos en Oriente antioqueño se encuentran paisajes


que nos hacen sentir orgullosos de este país; pero una vez en ellos, encontra-
mos también historias y condiciones que nos hacen avergonzar de nuestra
sociedad y sus autoridades.

Evidenciar que varios cientos de familias viven en los Rioverdes sin una
carretera que los comunique con alguna de las cabeceras municipales, o peor
aún, que perteneciendo a una región abastecedora de energía eléctrica ten-
gan que vivir sin ese servicio básico, sólo puede producir indignación. ¿Cómo
transportar a los enfermos, discapacitados y heridos?, ¿cómo movilizar las
pesadas cargas, ¿cómo saber que el mundo se comunica a través del internet y
cómo entender que la ciencia domina la genética y avanza a pasos de gigante
en la exploración del universo? Tal vez algunos dirán que esto no importa
para nada y que es mejor la vida simple de la montaña, pero estar aislado del
mundo debe ser una opción, no una imposición que es producto del abandono
histórico. Colombia es un país que aún está emergiendo de la montaña, en la
que muchos de nosotros mantenemos lazos de vida y hasta parientes, y por
eso no se ajusta a nuestra cultura esa mirada primermundista que se relaciona
con aquella y con sus campesinos como objetos exóticos.

Campesinos sin tierra, rodeados de grandes haciendas ganaderas, peque-


ños poblados con gentes dedicadas a satisfacer la escasa demanda de mano de
obra de las fincas o las improvisadas minas, como sucede en San Miguel y El
Prodigio, y como ya se perfila en Samaná, parece ser el destino de estos corre-
gimientos que van de la enorme riqueza de sus recursos naturales a la pobreza
y el atraso en que se sumergen sus poblaciones a medida que se concentra la
propiedad de la tierra y ésta se valoriza por la presión de inversionistas que se
ven atraídos por la belleza de estos paisajes, la laboriosidad de sus gentes y la
generosidad de sus suelos.

Indudablemente el conflicto armado en estas regiones ha acelerado la con-


figuración de un mapa económico en el que el campesino tradicional cede sus
tierras a la explotación extensiva y abandona o reduce drásticamente la pro-
ducción de alimentos que aseguran su sobrevivencia. En medio de la refriega

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militar los campesinos son expulsados violentamente y sus tierras sometidas
a una desproporcional devaluación que es aprovechada por inversionistas o
por los propios grupos armados o sus aliados. Una vez recuperada la seguri-
dad en estos territorios sus nuevos propietarios demandan obras y servicios
que no siempre coinciden con los de sus tradicionales moradores, tal como
ocurre por ejemplo en el corregimiento de Samaná, donde la necesidad de los
ganaderos demanda una salida a la autopista Medellín – Bogotá mientras que
los campesinos esperaron una década la reconstrucción del puente que los
comunica con San Carlos, de un puente que fue dinamitado en medio de la
estrategia de recuperación del territorio que militares y paramilitares empren-
dieron como forma de protección para la población.

Pero más grave aun que la falta de obras físicas es el abandono institucio-
nal. En estos corregimientos ha imperado la norma de la organización armada
de turno en el control territorial, como si se tratara de otra Colombia, o tal
vez de la Colombia Real, no de la que se describe en la amplitud democrática
de su Constitución Política. El nuevo escenario de mayor presencia de la Fuer-
za pública y desmovilización de grupos paramilitares debería traducirse en
presencia y eficiencia de la institucionalidad civil, en acción de la justicia, en
normalización de la vida ciudadana, en la recuperación social y económica de
esta comunidades que han soportado tantos años sometidas al rigorismo de
la ilegalidad.

En estos corregimientos es un secreto a voces la permanencia de estruc-


turas ilegales y el auge de flagelos como el narcotráfico; la gente sabe que el
conflicto se recicla y se reactiva, que la impunidad se pasea frente a sus caras
con rostro de victimario legalizado o de empresario oportunista; que la justi-
cia está lejos de, siquiera, esclarecer los horrores que han padecido durante
décadas, que buena parte del país y de la comunidad internacional no dejará
de mirarlos con temor o compasión, y que su futuro seguirá dependiendo de
su tenacidad para permanecer en el territorio y de su habilidad para no irritar
a quien porte las armas o sea el dueño de casi todo.

Nos queda la tarea inaplazable de procurar el retorno de las familias despla-


zadas, en condiciones de seguridad y dignidad obviamente para que no suce-
da una tragedia como la que se presentó en Samaná en julio de 2004 cuando
se organizó un retorno desafiante para la guerrilla; también nos queda la obli-
gación de promover la inversión que se requiere para que estas comunidades
accedan a los servicios básicos, así como la implementación de las medidas de
protección para su integridad y la propiedad de sus tierras. Tenemos la tarea

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de ayudar a que haya justicia en estos territorios.

Nos queda el privilegio de visitar estas comunidades, de deleitarnos en la


belleza de sus paisajes y de sus gentes, de saborear un café en una tranquila
calle mientras se disfruta de la amena conversación de algún lugareño; nos
queda la aventura de transitar la cuesta a lomo de mula por ser invitados de
ciudad, aunque el terror se apodere de nosotros cuando pensamos que hasta
un gato se rodaría por esos caminos; nos queda el apretón de manos que dan
la bienvenida y ofrecen la bebida refrescante, manos que siempre serán más
fuertes y recias que las nuestras porque abrazan la tierra o danzan con el río;
nos queda la mirada noble del campesino, que no se ha perdido a pesar de
tantos horrores evidenciados; nos queda la alegría de unas comunidades que
siempre están dispuestas a hacer fiestas comunales, a brindar un aguardiente
y a lanzar coplas en las que el visitante queda en evidencia con alguna de sus
debilidades o defectos.

Samaná ha sido mucho más que un lugar de asiento guerrillero; los Riover-
des más que la retaguardia de los frentes de las FARC – EP y el ELN o el refugio
de Karina; El Prodigio y San Miguel, más que las bases de Ramón Isaza, Ma-
guiver o Terror. Aunque su historia está llena de tragedias que tienen que ser
atendidas para que logremos superar definitivamente este conflicto, también
se encuentra repleta de historias de vida y de un calor humano que difícilmen-
te hallaremos en nuestros mundos “civilizados”.

Cuando uno se sumerge en la lectura de estas crónicas de los corregimientos


del Oriente antioqueño no puede evitar sentirse invadido por una pluralidad
de sentimientos que no siempre logran convivir simultánea y pacíficamente
en nuestro ánimo, pero que en todo caso logran convertirse en una especie de
sinfonía emocional que nos sacude y nos acaricia; que nos lanza intempesti-
vamente de la indignación por la injusticia, a la admiración por el coraje; del
miedo por las barbaries cometidas, al éxtasis que produce esa combinación de
cultura y paisaje; de la tristeza del dolor, a la alegría de saber que hay futuro
y que estas comunidades siguen construyéndolo.

Para lograr esta descripción perfecta, condensada y animada de la vida de


los corregimientos hay que tener alma de poeta y montañero, hay que saber
llegar a la tierra y a las comunidades con profundo respeto y conectarse con
ellas en un profundo abrazo, hay que ponerse frente a sus heridas y cicatrices
sin permitir que la compasión nos haga sentir superiores, hay que vibrar con
sus caminos y horizontes comprendiendo la riqueza de las cosas simples, hay

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que amar a esta tierra y a su gente, pero ante todo, hay que saber contarlo con
la delicia de las letras que cautivan. Estas condiciones las reúne un hombre
como JUAN ALBERTO GÓMEZ, quien de seguro producirá una amplia propa-
gación de ellas, contagiando a sus lectores y a quienes en la vida hemos tenido
la fortuna de trabajar a su lado.

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ORIENTE ANTIOQUEÑO

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

San Miguel

La Barca; así se le llama a


esta plataforma o planchón
sujeto a un cable que duran-
te muchos años ha servido
para cruzar carros, carga y
peatones sobre el río La Miel
en el corregimiento San Mi-
guel. Conecta la carretera
hacia La Dorada.

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Un chiribico es una especie de araña diminuta de las tierras calientes cuya


picadura produce fiebre. En el corregimiento San Miguel del municipio de
Sonsón, en cambio, El Chiribico es un pescador al que muy pocos le conocen
su verdadero nombre.

El mote de chiribico a Luís Fernando Muñoz se lo terminó poniendo su


madre. “Me dicen chiribico porque he sido muy piquiñoso desde pelao. Cuando
era niño pellizcaba a las mujeres y salía corriendo y entonces mi mamá me decía:
¡parece un chiribico!. Y así me quedé”. Explica que, con todo y sobrenombre,
llegó hasta San Miguel por el río Magdalena en el año de 1978. Catorce horas
tardaron él y su acompañante desde Honda, Tolima, “voliando canalete” para
recalar en las bocas del río La Miel en el sitio Buenavista. Al día siguiente
subieron los 13 kilómetros río arriba para orillar en San Miguel con la espe-
ranza de alcanzar las promesas de unas subiendas que eran famosas en todo
el país.

Con guadua, palma y esterilla construyeron su rancho y probaron la pesca.


Vieron que era muy buena y regresaron. Después se trajeron a sus familias

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

y formaron la ranchería en el lugar llamado La Moya de San Mateo. Allí per-


manecieron nueve años y juntaron diez familias, todas del Tolima, principal-
mente de los pueblos de Micuro y Honda. Los unía el oficio, la convivencia
y el paisanaje. Por eso cuando se instalaron en el pequeño centro urbano de
San Miguel hicieron su propia calle que se llamó con el tiempo la Calle de los
Chiribicos, que es como decir: la calle de los pescadores.

Atraídos por la pesca crecían rancherías en varios puntos del río La Miel; la
más conocida de todas fue Puerto Plátano. Pese a que se ubicaba en la margen
contraria del río, es decir, en el lado del municipio de La Dorada, departamen-
to de Caldas, el desarrollo de Puerto Plátano estuvo más vinculado a la vida de
San Miguel. Pescadores del Valle del Cauca que tenían más de 30 canoas atra-
paban buena parte del pescado. Relata don Luís que en tiempo de subienda se
veían hasta 15 y 20 camiones cargando bocachicos, bagres, mueludas, dora-
das y pataló, entre otras especies. “Hoy no se llena ni un camión”, se lamenta.
Pero, del mismo modo que la ganadería y la minería, la pesca sigue enraizada
en la historia de este poblado.

Pescador en el río La Miel.

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

La época gloriosa de la pesca se podría enmarcar entre finales de los años


70 y mediados de los 90. Con la atarraya, el anzuelo y el chinchorro o barrede-
ra se ha sacado el pescado que se vende principalmente en los mercados de La
Dorada, Bogotá y Medellín. En tiempos de subienda, es decir entre los meses
de enero y marzo, decenas de familias vivieron de la pesca. Hoy día, persisten
en sobrevivir de ella unas veinte familias que se concentran en su mayoría en
la calle de los chiribicos.

“Un día bueno para un pescador es aquel que no baje de 20 mil pesitos” cuenta
don Luís. “A veces se viene un bagre que puede valer 150 o 200 mil pesos. Entonces
puede que uno eche un lance y ya hizo el diario. Ya le tocan a uno 30, 40, 50 mil
pesos porque hay que sacar lo de la canoa. Si uno no tiene el aparatico y el piloto
no tiene pal motor, entonces ya le toca las dos partecitas. Le toca la partecita del
motor y le toca la partecita de uno que es el que va trabajando. Pero hay días en
que para coger un pescado hay que echar el naipe”

Una buena canoa con su motor puede costar nueve millones de pesos. Se
construye con tres tablones de 8 a diez metros de la especie Ceiba Amarilla
que valen unos 600 mil pesos; la construcción cerca de 200 mil, y el motor
nuevo 7 millones de pesos. No todos tienen dinero para esa inversión y algu-
nos alquilan las canoas o se asocian con los que las tienen. A las canoas se les
saca el máximo provecho hasta que los remiendos de sus huecos tapados con
estopa y brea no den para más. Es tan cardinal la preferencia por la especie
Ceiba Amarilla para hacer las canoas que a otra de la misma familia que no
sirve para tal utilidad se le denomina Ceiba Bruja, es decir, que es como una
alucinación de canoa.

La explotación minera desde los años 80 contribuyó a la disminución de


la pesca. El río de repente adquiría el tono colorado del barro trayendo con
él algo peor: el azogue que se utiliza para separar el oro en el proceso de ex-
tracción. El delirio del oro se tomó San Miguel y empezaron a proliferar los
barrancos de los que salían libras y más libras de oro. Nadie se atreve a estimar
el monto de la producción, pero la cantidad de población flotante que atrajo se
calcula en unos cinco mil cuando la habitual no superaba los tres mil. Llegaron
a contarse alrededor de 500 dragas revolcando el río y 1000 minas revolcando
la tierra. El dinero se movía a raudales por sus calles; aumentó el consumo del
licor y la violencia; y, como se anota en un libro inédito de la historia de San
Miguel, “la gente abandonó el agro y se dedicó a la minería, arrasando con todo
lo que se encontraban a su paso”.

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Y es que en sus inicios fue justamente la agricultura la que más peso tuvo
en la economía de San Miguel. De hecho el nombre San Miguel viene de la
hacienda del mismo nombre ubicada cerca del actual asentamiento. La hacien-
da pasó a llamarse San Miguel Viejo para distinguirla del nuevo San Miguel.
La colonización del sitio replica la que se produjo en casi todo el Magdalena
Medio que se convirtió en El Dorado para los habitantes del interior de depar-
tamentos como Antioquia, Caldas, Santander, Cundinamarca, Tolima, Valle,
Boyacá y Bolívar, además de los nativos y los que subían por el Magdalena
desde la costa.

El viejo cartagenero Vicente Suárez dice que llegó a la Hacienda San Miguel
en 1944 con una comisión de 150 hombres oriundos de Cartagena, Turbaco
y Arjona en la costa Atlántica. Venían de Pajonal en el Tolima donde estuvie-
ron tres meses rozando otra hacienda. De esos 150 se quedaron unos cuantos.
“No todos se amañaron” cuenta Vicente, y agrega que “como vinimos también
por tres meses, entonces nos quedamos por aquí los viciosos. Los que nos gustaba
tomar trago. Porque había más diversión por aquí. Nos la pasábamos sembrando

Trabajadores sacan material del río La Miel. Al fondo se construye un dique para la carretera
hacia La Dorada.

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

maíz, algodón, arroz o ajonjolí o sacando madera fina como guaycán, cedro y
laurel.” Todo lo bajaban en balsas por el río La Miel hasta su desembocadura
en el Magdalena.

La producción era abundante, sin duda, en las tierras llanas y fértiles de


San Miguel; pero la diversión de la que habla Vicente, además de los recursos
económicos que significaban tal producción, también la encontraban en la
belleza de río, pululante de peces, y en la cacería de yulos, ñeques, zaínos y
borugos.

Fue en los terrenos de la Hacienda La Rica donde tumbaron monte para


fundar el poblado de San Miguel, si bien la inspección departamental ya exis-
tía desde 1939 por medio de la ordenanza 039 del 21 de julio de ese año con
jurisdicción además en La Danta, Las Mercedes y Puerto Triunfo. Vicente tam-
bién participó de esa tumba de monte o rocería, pero el boticario don José
Palacio recuerda mejor los pormenores administrativos y políticos. “Yo llegué
aquí en el 48. Sólo estaba la inspección de policía, la casa de María López y un
cambuche donde es ahora el salón comunal. Eso era todo lo que había”. La memo-
ria de don José fluye precisa aclarando en cada momento sobre qué aspectos
puede hablar con propiedad y lo demuestra desmenuzando nombres y fechas.
“Me dijeron que iba a nacer un pueblito y acá llegué. En el cambuche que me abrí
un espaciecito para la farmacia. Para estos lados salía mucho la gente de otras
veredas, pero tenían que ir a La Riquita donde era el mercado. La Riquita era un
campamento a unas cuadras más acá de la mayoría de La Rica. Allá era el merca-
do, no aquí. El que administraba ese mercado era un señor Luís Felipe Hernández,
llamado por su apodo: El Pipa. Él llevaba las telas, las provisiones, vendía la car-
ne… Fueron los primeros mercados de San Miguel”

Don José se erigió como el líder del nuevo poblado, al punto de que le co-
rrespondió, junto a Fabio Ramírez, repartir los lotes y solares para las casas
por autorización del gobierno departamental en cabeza del gobernador Pío
Quinto Rengifo en el año de 1953 durante la dictadura militar del general
Gustavo Rojas Pinilla. El dueño de La Rica, Luís Mejía, donó los terrenos que
fueron regalados a quienes quisieran fijar su residencia. Llegaron principal-
mente personas de Norcasia, San Diego y El 30 del vecino departamento de
Caldas. El propio Rengifo visitó el sitio y don José hizo el discurso de recibi-
miento, que todavía recuerda: “Yo le dije: aquí necesitamos una barca, porque
estamos atravesando el río en canoas viejas y pequeñas, y estamos arriesgándonos
a un accidente. Necesitamos un almacén agrícola y una escuela. Eso le dije. En ese
momento, con las fuerzas militares en dictadura, no hay necesidad de reunir el

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

concejo o las asambleas; es muy fácil en dictadura, porque eso era sacar un lápice-
ro y decir: ‘hágase’. Y así fue. A los 8 días me llegó la barca. Y a los otros 8 días me
llegó el oficial para hacer la escuela que es donde está la casa de los abuelos”

Rengifo envió un inspector de policía con la orden expresa de cumplir con


el mandato del presidente Rojas en el sentido de no permitir más sangre a
nombre de ningún partido. Porque a San Miguel también lo afectó la violencia
política que se inició en 1948 con el asesinato de Gaitán. “Aquí vino una chus-
ma que le decían la chusma del capitán Trino; la de Trino García. Imagínese que
miraban a los muertos decapitados y según como se mochaba la cabeza entonces
decían: Ah, este es corte de trino. Cortetrino”

Los chulavitas, una especie de policía política o grupos irregulares al servi-


cio de políticos y terratenientes conservadores, sembraron terror conservati-
zando regiones, que es lo mismo que decir: exterminar liberales y desplazarlos
para reducir su caudal político y apropiarse de sus tierras. A tal punto la po-
licía favoreció los intereses conservadores durante la llamada Violencia que
don José dice haberse salvado de la muerte gracias a la intervención de un mal
policía, y lo explica diciendo que “era mal policía porque era buena persona”, se
trató de Francisco “Pacho” Giraldo, quien, a la postre se constituyó en uno de
los líderes más carismáticos y apreciados de San Miguel.

Pacho Giraldo ejerció un liderazgo de patriarca a la manera del patrón con-


descendiente y justo, como lo expresa don José: “Pacho Giraldo era jefe conser-
vador de lo más divino. Jefe de lo más sano y honrado. Daba la vida por un liberal,
siendo él conservador. Pacho Giraldo fue el líder. Mientras él fue líder nadie se acos-
taba sin comer. Para nosotros era, y me perdona la expresión, como un dios”.

Después de retirarse de la policía, Giraldo logró hacer alguna fortuna de-


dicándose a la compraventa de predios que inició con la finca El Guaico, de la
que extrajo sus primeras ganancias. Lideró juntas cívicas y gestionó obras. Su
hijo, Jesús Antonio Giraldo Bernal resultó elegido alcalde de Sonsón para el
periodo 2008-2011 y su éxito político se debe, en parte, a la imagen positiva
que guardan de su padre tanto en San Miguel como en La Danta. “Mi papá era
un señor; él era Don Pacho. Y si no es por lo que dejó mi papá yo no recojo lo que
recogí. La memoria de mi papá fue fundamental”, así puntualiza el alcalde Giral-
do Bernal la influencia del recuerdo de su padre en el gran caudal electoral ob-
tenido en el corregimiento y que ayudó a su elección. El sector del Magdalena
Medio del municipio de Sonsón le aportó el 39% de sus votos y constituyó el
19% de la totalidad de los votos válidos por candidato en la jurisdicción muni-

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Puerto Plátano en los años 80. Fue el principal puerto de pescadores en el río La Miel junto al
corregimiento San Miguel; aunque se ubica en el lado del departamento de Caldas, municipio
de La Dorada.

cipal. Considerando que la ventaja total de Giraldo sobre el segundo candidato


fue del 8%, se concluye que el peso de San Miguel y La Danta fue clave. Es la
primera vez que una persona de este sector del municipio de Sonsón llega a la
alcaldía y pusieron en él la esperanza de superar el abandono del que siempre
se ha quejado la población del corregimiento; tanto que el movimiento polí-
tico más fuerte en San Miguel está asociado a la iniciativa de promover como
municipio a esta zona de Sonsón y en la que se incluía el corregimiento La
Danta.

“A partir de este momento seremos dos ciclistas que disputan una competencia
entre sí y que ambos quieren ganar la meta, pero sólo uno la alcanzará”. Con
estas palabras del líder comunitario Rafael Salazar pronunciadas durante la
reunión del Comité Promunicipio cumplida en agosto de 1987, se trató de
sellar el acuerdo de trabajo unificado entre los corregimientos de La Danta
y San Miguel por alcanzar la nueva categoría y en la que ambos querían ser
cabecera municipal. Se planteó que “Que cada corregimiento intrigara indepen-

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

dientemente para ser cabecera”. Decían estar cansados de las promesas y que
para el nuevo municipio sobraría presupuesto. Exhibían mapas con el hipoté-
tico municipio que abarcaría 440 km2, una extensión similar a la de El Car-
men de Viboral y superior a 18 de los 23 municipios del Oriente Antioqueño,
con la ventaja adicional de ocupar una tierra especialmente rica que incluirían
los impuestos de la fábrica de Cementos Argos y las minas de mármol. Con
la apertura de la autopista Medellín-Bogotá entre 1982 y 1983, San Miguel se
vio marginado de aquel eje de comunicación que lo sumergió aún más en el
olvido del centro administrativo de Sonsón y que acrecentó el descontento.
Recolectaron firmas y publicaron volantes promoviendo la iniciativa. “Este co-
mité se desintegró- según reza en un aparte de un libro inédito sobre la locali-
dad- por la cizaña que sembraron Los Patiños, en ese entonces caciques políticos de
Sonsón y que manejaban la administración, porque prometieron obras a La Danta
si se retiraban del comité” Así, según el documento citado, lograron dividirlos.
Pero se le atribuye a los Patiños una jugada más inteligente. Crearon el vecino
corregimiento Jerusalén, dicen que sin llenar los requisitos, y que a los tres
les dijeron que podían ser cabecera municipal. De esa forma acentuaron la
división.

Gestor persistente del Comité Promunicipio fue Juan Martínez, el otro gran
ponderado líder político y social del corregimiento y que se contaba entre los
pobladores más tradicionales con su casa, negocio y hotel denominado El Cor-
tijo, punto de referencia y encuentro comunitario. En el sitio se construyó la
tercera casa del caserío original, en la que vivió con su familia procedente del
municipio de Norcasia, Caldas. Su esposa Elizabeth Silva y sus hijas han irra-
diado una imagen de matrona y gestoras sociales.

San Miguel está enraizado en el río La Miel como los achiles de sus orillas;
de allí que es inevitable penetrar en su historia sin considerar, en primera ins-
tancia, la vigorosa presencia del río que llena el paisaje de su calle vertebral:
la carrera 1. Por el río arribaron colonos y pescadores; y bordeando el río por
esa misma calle larga se encuentran los sitios más tradicionales, entre ellos la
Inspección, las oficinas administrativas, la caseta comunal, la iglesia, la barca,
el antiguo acueducto, la casa de los ancianos y la cafetería de doña Eliza en la
que se puede tomar un “preparao”, bebida que es una mezcla de gaseosa Gla-
cial sabor Crema Soda con hielo y limón. Un refresco para embeberse también
desde allí en la contemplación del caudal del río La Miel que se desliza sigiloso
detrás de los achiles y las ceibas.

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

En la esquina de doña Eliza se tejen los encuentros, se recibe a los visitan-


tes, se aborda el transporte público…en fin, es un lugar con vocación de atrio
a falta del tradicional de otros pueblos reclinados a la iglesia. En el caso de
San Miguel, la iglesia asoma discreta a la calle del río por encima de un jardín
primorosamente cultivado; es más bien una especie de auditorio, de fachada
blanca, flanqueada por una torre angosta que no alcanza los ocho metros de
altura. Con esto también guarda una gran distancia frente al protagonismo
imponente de las iglesias en la mayoría de los pueblos del Oriente Antioque-
ño. El negocio de doña Eliza, en cambio, se ubica al lado de la caseta comunal
y de la cancha de fútbol que en San Miguel es como la Plaza.

Lo primero que se reconoce en un mapa urbano del corregimiento es la


cancha de fútbol, casi todos los acontecimientos importantes se verifican en
ella y en la cancha de baloncesto contigua. El deporte, y en especial el fútbol
y el baloncesto, ha congregado con facilidad a la comunidad de San Miguel.
Es raro hallar en el poblado un álbum de fotos familiares donde no aparezca
alguna escena en aquel campo deportivo. Fotografías de inauguración de cam-
peonatos, desfiles, mítines políticos, tablados…y hasta partidos de fútbol. En
la noche permanece iluminada como cualquier parque o plaza de pueblo.

Raíces del árbol Achil, a orillas del río La Miel en el corregimiento San Miguel.

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

La cancha de fútbol es como la plaza o parque principal en San Miguel. Hasta en las noches se
juega como aquí en este partido de mujeres.

La carrera 1 termina, cómo no, en el río; al lado de las ruinas de lo que


algún día fuera la Casa de la Cultura. Pero allí está la barca para continuar el
viaje, si uno quiere, hasta La Dorada siguiendo la vía destapada por 42 kiló-
metros. La barca es un enorme planchón de hierro sostenida por un cable y
que se desplaza de orilla a orilla transportando, como se registra en su lista
tarifaria, camperos a cuatro mil, camiones sin carga a nueve mil, cargados a
catorce mil, retros y buldózer a noventa mil, motoniveladoras a cincuenta mil,
semovientes, motos y leche a tres mil y peatones a quinientos pesos.

Un enjambre de niños revolotea cotidianamente entorno de la barca. Se


arrojan en cabriolas al agua desde el planchón en actitudes casi temerarias
desafiando el rugido succionador del motor. Atrapan diminutos peces, que
llaman totas, valiéndose como carnada de trocitos de pasabocas y utilizando
las mismas bolsas que las contienen como improvisados acuarios. La alegría
intacta de la nueva generación que recuerda la que se divertía hace cuarenta
años cogiendo moinos mientras en El Maquenque Lazarito se sumergía para
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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

atrapar icoteas. El sector de la barca mantiene el movimiento constante propio


del transporte y de los que viven de él. Los que esperan, los que venden, los
que cotillean y los que vigilan. La administra la Junta de Acción Comunal; sus
recursos han servido para obras públicas y sociales del corregimiento. Funcio-
na de 5 de la mañana a 10 de la noche y emplea de manera directa a cuatro
personas. Cautiva del cable de 40 metros, su rutinario vaivén entre las orillas
de Antioquia y Caldas ya pasa de los cincuenta años. En un principio, por
supuesto, era otra y no transportaba carros porque no existía la carretera. De
cualquier forma, el sitio y la barca bien podrían ocupar ya algún sitial en un
proyecto de escudo de San Miguel.

Si persistiéramos en seguir en línea recta por la carrera 1 para seguir bor-


deando el río La Miel, a tan sólo 300 metros encontraríamos La Bocana, el
bañadero de la gente de San Miguel. Allí el río se remansa en una gran playa
de arena para ofrecer espacio generoso a los que buscan refresco en las tardes
calurosas. También es lugar de paseos familiares con sancocho a bordo, de
juegos espontáneos y de coqueteos juveniles. De allí hacia arriba se suceden
uno tras otro lugares propicios para las mismas actividades.

Subiendo por el río en canoa a motor o en una lancha se empiezan a divisar


las opulentas haciendas ganaderas y de recreo de las que también cuentan
historias de fiestas y excesos. Personajes de la farándula nacional, relatan sus
habitantes, han delirado en los vapores narcóticos que, seguramente, adquie-
ren tintes místicos frente a un paisaje y un río tan cautivador. La Rica, el Rin,
Casa Blanca, Palo Grande, San Antonio, Indaraha, La Palmera son algunas
de ellas. Después de cuatro kilómetros río arriba partiendo de San Miguel se
llega la desembocadura del río Samaná Sur que baja de las montañas altas de
Caldas y Antioquia bordeando municipios como Nariño y Argelia, en el lado
de Antioquia; y Pensilvania, Florencia y Samaná del lado de Caldas.

Pozo Redondo se ubica unos 12 kilómetros más arriba del poblado y se hizo
conocido por las visitas de turistas de diversos lugares del país y del mundo,
especialmente en las épocas trepidantes del hipismo. Colonias fugaces y visi-
tantes llenaban de carpas las arenas de Pozo Redondo bajo una nube de ma-
rihuana entregados a las delicias exuberantes de la naturaleza y fraguando la
imaginación al poder. Los nativos y residentes conservan imágenes de jóvenes
desnudos retozando en las arenas o haciendo el amor; porque había que hacer
el amor, no la guerra.

Pero aquella nube frenética de turismo y placer en San Miguel se disipó,


tanto por el cambio paulatino de una generación que se quitó los collares de
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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

semillas para anudarse corbatas, como por el conflicto armado. Porque, para
nadie es un secreto que el magdalena medio ardió desde los años ochenta con
la embestida paramilitar que buscaba, según sus pioneros, frenar el secuestro
y la extorsión de la guerrilla. En la región del magdalena, la subversión alcan-
zó importantes bases sociales con el apoyo de movimientos de izquierda como
el MOIR y la ANAPO. Pero la radicalización de los movimientos guerrilleros
que aplicaron la estrategia del secuestro y la extorsión a los ganaderos, provo-
có la reacción armada que fue apuntalada por el ejército.

Grupos de la guerrilla de las FARC se ensañaron con la riqueza de caseríos


como San Miguel y La Danta de los que esperaban obtener recursos para su
fortalecimiento político y militar. Irrumpieron a finales de la década del 70
exigiendo dinero y ganado. Miembros del ejército en la zona apoyaron ini-
ciativas de autodefensa lideradas principalmente por Ramón Isaza Arango a
quien lo reconocen hoy día como una especie de Tirofijo de la derecha. El
domingo 5 de febrero de 2006, día de su desmovilización, sostuvo que se vio
obligado a defenderse luego de que la “robaron unas gallinas, unos cerdos y dos

Iglesia del corregimiento San Miguel

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

novillas”. Y no se ha cansado de citar la fecha del 22 de febrero de 1978 como


el día del nacimiento de las autodefensas en el caserío de Las Mercedes, el
mismo sitio donde se desmovilizó con 990 hombres de 5 frentes. Narra que
agobiado por “el chantaje, la intimidación y el saqueo” decidió pedir apoyo en la
base militar Calderón, ubicada cerca de Puerto Boyacá, donde le entregaron “8
escopetas de varios calibres y suficientes cartuchos”. Emboscaron a un grupo del
noveno frente de las FARC que venían con orden de asesinarlo por “colaborar
con el ejército”. Y remata indicando que “ese 22 de febrero, la sorpresa para las
FARC fue grande, ‘fueron por lana y salieron trasquilados’, pues no lograron su
cometido, pero en cambio sí perdieron 3 hombres en ese momento; y luego otro
de los 7 que se llevaron heridos. Fue el primer combate librado por los valerosos
hombres de esta vereda contra la guerrilla, y ese día nacieron las Autodefensas
Campesinas”

Los ganaderos financiaron inicialmente a estos grupos de autodefensa para


contrarrestar el ataque de la guerrilla. El propio Isaza declaró que “si la fisca-
lía me pregunta qué ganaderos colaboraron, yo les digo: todos los del Magdalena
Medio. Que cuente cabezas. Éramos compinches con la Policía. Trabajábamos de
la mano, los amparamos en todas las regiones y peleábamos contra la guerrilla”.
Incluso respetables ganaderos aportaron recursos convencidos de que estaban
defendiendo legítimamente la propiedad y el estado. “No importa que se nos
tilde de ilegales- puntualiza- porque el pueblo, soberano, nos declara legítimos y
nos considera sus benefactores. Algún día Colombia agradecerá que hayamos exis-
tido.

Pero detrás del supuesto proyecto antisubversivo también se defendían in-


tereses por la tierra y por la productividad, así como la oclusión de espacios
políticos de izquierda y de oposición que promulgaban reformas estructurales
y que bosquejaban diversas alternativas de desarrollo económico y social. Por
eso las autodefensas también se convirtieron en una máquina de guerra políti-
ca y militar en la que como reconoció Ramón Isaza: “muchas veces asesinamos
a personas por la simple sospecha de que eran guerrilleros. No somos los más
santos, hemos cometido errores”. La llegada de Pablo Escobar y la instalación
de laboratorios para el procesamiento de coca en la zona, acabó de caldear la
agitada atmósfera.

San Miguel se convirtió en uno de los bastiones del paramilitarismo bajo la


égida de Ramón Isaza. Libró la lucha a muerte contra Pablo Escobar cuando
entraron en abierta confrontación. Posicionado el paramilitarismo en el co-
rregimiento, impusieron su ley de hierro. La gente se acostumbró a ver bajar

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

los muertos por el río La Miel que no sólo recogía los cuerpos de la zona sino
los que arrojaban a sus afluentes como el río Samaná Sur. Se aceptó, como
un decreto tácito, el silencio y la sumisión para conservar la vida. El dinero
del oro y la ganadería siguió fluyendo, pero esta vez aumentado con el nuevo
caudal del narcotráfico.

Derroche y ostentación de poder consolidaron un microrégimen de mar-


cadas capas sociales resumido entre los que mandaban y los que obedecían.
La imagen de hombre magnánimo y recio de Ramón Isaza la forjó con estra-
tegias como obras de cemento, orquestas, juicios ejemplares a infractores y
fiestas públicas. Desde San Miguel hasta Puerto Nare, pasando por La Danta,
La Dorada, Las Mercedes, Doradal, Estación Cocorná y los puertos de Salgar,
Berrío, Boyacá, Triunfo y Perales las Autodefensas del Magdalena Medio cris-
talizaron su dominio incuestionable y los alias de Terror, Botalón, Macgiver y
El Gurre orbitando en torno a El Viejo, como denominan a Isaza, despertaban
respetuoso temor.

El trabajo social fue controlado y dirigido y se limitó a la lógica paternalista


de esperar la migaja del gran señor; del empleo en la estructura paramilitar
que incluía los laboratorios de coca, las haciendas ganaderas o la “conscrip-
ción” en sus ejércitos irregulares; del empleo en las obras públicas o como
informante. Muchos se satisfacían en la circulación del dinero aunque de él
únicamente les quedara la borrachera en la hacienda con orquesta pagada por
lo patrones. Las armas y los muertos se volvieron normales. Supervivencia,
miedo, resignación y alguna ingenua complicidad eran las actitudes más co-
munes de sus habitantes frente a esta situación.

La concentración de la tierra en pocas manos se fortaleció desde los años


sesenta desplazando la agricultura y se afirmó después de la irrupción de las
autodefensas. Los viejos que alcanzaron a cultivar fueron testigos de esa pri-
mera transformación: “El cultivo se acabó por las haciendas. Las tierras la fueron
comprando los ricos, y a los ricos no les interesa maíz, arroz, plátanos o yucas; les
interesa es el pasto para sus ganados. Entonces fueron retirando a los campesinos
hasta que ya los mandaron a varias horas o a medio día de camino. En La Rica,
así como en Singapur se cultivaba maíz y arroz, y ahora sólo pasto”. “Ya los ricos
no dejan dónde trabajar al pobre. Es puro ganado lo que hay. Yo sembré muchas
cosechas en San Miguel. Hoy día no se cultiva porque no hay adonde. Existe mucha
tierra pero no la dejan cultivar los ricos”

Desde el principio el proceso de colonización del territorio de San Miguel


estuvo asociado a grandes haciendas, la mayoría de cuyos propietarios vinie-
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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

ron del Valle del Cauca, como es el caso de la Hacienda Santa Sofía de la familia
Posada Tobón que creó la empresa de gaseosas Postobón. Entre las haciendas
iniciales también estaban La Rica, Singapur y La Triana. La Rica, por ejemplo,
sigue conservando una extensión de 3.500 hectáreas. El sector urbano de San
Miguel es una especie de isla diminuta en medio de un archipiélago de gran-
des islas que serían los extensos predios de las haciendas.

De ahí que las propuestas de desarrollo lideradas por instituciones am-


bientales como Cornare tengan que actuar en un escenario donde las tierras
se dedican casi exclusivamente a la ganadería sin pensar en otros aprovecha-
mientos. La ganadería ejerce gran presión sobre los bosques y, por ende, so-
bre las cuencas de agua. La esporádica aparición de fértiles cultivos de piña o
de papaya rompiendo el tapiz monótono de pasto, demuestran la fecundidad
del suelo, pero los ganaderos difícilmente explorarían otras alternativas. Por
un lado, no ven en la agricultura la misma rentabilidad directa y simple del
ganado; y por el otro, conservan una cultura cerrada entorno a la tradicional

Balneario o bañadero La Bocana, donde los habitantes del corregimiento San Miguel acostum-
bran nadar, pasar las tardes calurosas o cocinar un sancocho familiar.

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

explotación ganadera. Antes, por el contrario, la tendencia es a ensanchar


más los potreros para introducir mayor número de vacunos.

Teniendo en cuenta nuevas perspectivas, sin embargo, otros consideran


que la escasez de agua y el riesgo del surgimiento de conflictos sociales obliga-
rán a que se tenga que favorecer la redistribución de la riqueza por medio de
la generación de empleo asociada a un usufructo diferente del suelo. El alcalde
de Sonsón Jesús Antonio Giraldo, entiende que es necesario buscar salidas. Se
piensa en la siembra de cultivos como el cacao y frutales; aplicación de tecno-
logías de ganadería intensiva con menos ocupación de tierra, instalación de
agroindustrias cárnicas y lecheras y hasta fomento turístico de las haciendas.

Y en verdad San Miguel goza de atributos naturales cautivadores para orien-


tarse hacia el desarrollo turístico. Pese a que las vías de acceso, de 37 kilóme-
tros desde la autopista Medellín-Bogotá por el corregimiento La Danta o la de
25 kilómetros por el corregimiento Doradal, exigen constante mantenimiento
por su deterioro, su condición de transitar más o menos paralelas a la misma
autopista y de permitir la reconexión con esta arteria nacional en el municipio
de La Dorada, le abren enormes posibilidades como ruta turística. Aún más,
con la carretera pavimentada y construido el tan cacareado puente sobre el río
La Miel, el trayecto entre las dos capitales se reduciría en media hora.

Cuando eso ocurra, sin duda, se producirá un cambio notorio para San
Miguel. Del que es aventurado predecir si será positivo o negativo. Será, en
todo caso, un cambio que no dejará de traer lo suyo. Como siempre. Porque la
vida es diversa y variopinta. Ahí está el crisol multicultural que constituye el
propio San Miguel poblado con gentes de tantos lugares del país para demos-
trarlo. Donde a las orillas del río La Miel en La Bocana, el sol se refleja sobre
las pieles en diferentes tonalidades. Por eso mismo su vocación es abierta y
generosa, de la misma forma en que es abierta y generosa la vegetación, el río
y las arenas de sus playas.

Arribar a San Miguel refresca. Su calle principal bordeando el río se camina


bajo la protección de una cortina de árboles que aletean el viento con sus ho-
jas. El tono del río es grave y sereno deslizándose sobre un lecho sin rocas. El
trino lo ponen los pájaros enriqueciendo el aire de brillos sonoros. Observar
traerá sorpresas coloridas en los frutos de un icaco, el trasluz del follaje o las
flores de las heliconias.

La vida manifestada en tantas formas es el reflejo de un San Miguel que


para gentes de muchas procedencias ha encarnado diversas ilusiones. Don

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

José Fernando, el que llegó de Honda con sus redes, que todavía cuelgan en la
angosta calle de los chiribicos a la sombra de muñecos y almendrones, balan-
cea las tardes en su silla sin asomos de infelicidad. El viejo cartagenero Vicente
Suárez no para de sonreír desplegando recuerdos sin dolor, lo cual, sin duda,
debe ser una gran conquista. Don José Palacio, el de Norcasia, se apoltrona
satisfecho a la puerta de su farmacia tan distinta de aquel cambuche en que
metió sus frascos espirituosos de esencias curativas, de flores de crisantemo y
rudas de castilla para combatir la gripa ciática, el paludismo y la lesmaniasis.
Y don Pacho Giraldo, el que bajó de las montañas de San Rafael, se siente aún
en el aire como una presencia patriarcal de viejo y generoso sabio. De igual
forma, a nadie le negará Doña Eliza, la de El Cortijo, mostrarle su patio-jardín
de frutos exóticos donde cultiva icacos, mangostinos, arazás, peperos, poma-
rrosas y carambolos; al que quiera, le contará historias de San Miguel mien-
tras le sirve un preparao en su cafetería.

Y así, bebiendo el preparao refrescante, escuchando el palpitar del río, a lo


mejor empieza uno a comprender por qué a los Hippies se les ocurrió elegir
este lugar para hacer el amor, no la guerra.

Carrera 1 del corregimiento de San Miguel que bordea el río La Miel

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Samaná

Panorámica corregimiento Samaná


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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

“Aquí la madera más delgadita que había pegada de esos bordes era como ese
mocho que está allá. Esto estaba totalmente abandonado, perdido”. Así narra don
Gildardo Cadavid la primera entrada al corregimiento Samaná del municipio
de San Carlos a principios del 2004, tres años después del desplazamiento que
dejó el caserío sin un alma. Las guacharacas cantaban en la torre de la capilla
y la enredadera de tarralí ocultaba los techos. Y el muñón del árbol que seña-
la don Gildardo para ilustrar el tamaño que alcanzó la vegetación creciendo
libremente en las grietas de las calles, bien podría tener unos 25 centímetros
de diámetro. Samaná se estaba disolviendo en el rastrojo.

El 16 de abril de 2001 los habitantes de Samaná y otras veredas salieron


despavoridos porque el noveno frente de las Farc les ordenó que se fueran o
sufrirían las consecuencias de la confrontación armada entre esa guerrilla y
los grupos paramilitares. Una llamada telefónica a la central desató la estam-
pida: “necesitamos que salgan cuanto antes porque esta noche vamos a entrar a
dar candela”, es la versión que repiten algunos de los desplazados. Don Pablo

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Casa abandonada en el corregimiento Samaná

Emilio Giraldo lo recuerda bien: “A las seis de la tarde fue la llamada, y salimos
por ahí a las nueve de la noche. Caminamos cuatro horas hasta Juanes y dormi-
mos todos en un piso. Llegamos a la una con las familias y los animales cargados”.
El afán por salvar sus vidas justificaba la salida precipitada; en esos años de
disputas enardecidas, una orden así estaba lejos de ser broma, como estaba
lejos de ser aspaviento el tomarla muy en serio. “Escasamente alcanzábamos a
coger una gallinita con plumas; eso era: desnúquela, échela a un costal y arran-
que” cuenta Don Alfredo Murillo, quien retornó también al corregimiento en
el año 2004. Salieron, en total, unas 400 personas de Samaná y de veredas
cercanas como Miraflores, El Prado, Santa Bárbara y Peñol Grande.

Con su regreso al poblado en el 2004, don Gildardo Cadavid se convertía


entonces en el primero que retornaba, pero sabía que no sería sencillo. Aquel
día recorrió las calles solitarias acompañado de su sobrino. Explica que no
hizo nada y sólo se dedicó a “mirar y ver tristezas. En las viviendas estaba todo:
las camas, los enseres, las cobijas; entraba con mucho cuidaíto a esas casas por-
que a veces la guerrilla dejaba minas antipersona. Aquí encontré una mina en

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

un tarro de pintura”, dice; y estuvo a punto de sufrir sus devastadores efectos


cuando, en los alrededores del poblado, arrastró el delgado hilo que debía de-
tonar el explosivo, apretado de metralla en un tubo de PVC de 3 pulgadas y 30
centímetros de largo, pero que no estalló.

Desde los primeros meses del 2004, don Gildardo se asomaba al caserío
y volvía a salir, como quien corteja y va ganando confianza para el restable-
cimiento en el sitio. La alcaldía de San Carlos también estimuló el retorno.
Limpiaron el rastrojo de las calles y algunos ganaderos se animaron a enviar
reses aprovechando el pasto y las buenas tierras. En mayo del mismo año em-
pezaron a llegar las primeras familias de retornados.

Don Gildardo se impuso entonces la misión de facilitar el desminado de


los caminos con el fin de que las tropas del ejército pudieran recuperar el te-
rritorio. Para ello aplicó un método que ya se había ensayado en veredas del
municipio de Ituango y que el propio don Gildardo explica: “yo le dije a los del
ejército: vamos a tirar un ganao de aquí pa delante; unas 25 o 30 vacas de ganao
brioso, arisco y cimarrón. A ese ganao el hecho es arriarlo, y así el camino esté
enrastrojao, eso abre. Entonces uno lo lleva acosao y apretao; no puede ir en fila
india sino que uno hace que se abra, que se esparza. Eso lo hicimos de manera re-
petida con miras a que la tropa estuviera muy segura. Perdí unas 20 reses. Nos co-
míamos la carne que podíamos y, como éramos poquitos, le dábamos a la tropa”.
De ese modo, desminaron los caminos de El Prado, El Tropezón, El Raicero,
La Toma del agua y La Picuda.

Diez familias procuraban rehacer sus vidas en Samaná cuando en la tarde


del sábado 11 de julio de ese 2004, tan sólo dos meses después de iniciado
el retorno, siete guerrilleros del noveno frente de las Farc irrumpieron en el
poblado, reunieron a la gente, separaron a los diez hombres que habían en
el lugar y mataron a siete de ellos. Otra vez los habitantes tuvieron que huir
hacia el casco urbano de San Carlos con la advertencia de la guerrilla de que si
ellos los habían desplazado, eran ellos los que autorizarían el retorno. En una
vieja casa abandonada quedaron los cuerpos de Francisco Giraldo Ríos, John
Jairo Úsuga Álvarez, Carlos Enrique Cano Torres, Israel Velásquez, Mauricio
Herrera y Juan Pablo Ospina.

Pero en esta ocasión los samaneños no cedieron. Y varios ganaderos esta-


ban dispuestos a insistir con la inversión en las ricas tierras de la zona. Por eso
lideraron la reactivación del territorio apoyados por el ejército. Nicolás Rodrí-
guez es uno de esos ganaderos y describe con propiedad aquellos momentos:

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

“Dos meses después de la masacre nuevamente ingresamos, por nuestra propia


cuenta y riesgo, a poblar las fincas con ganado. Llegábamos primero hasta la
vereda Peñón Grande, allí dormíamos, íbamos a darle vuelta a nuestros ganados
y regresábamos. Otras veces hacíamos el viaje desde Medellín, saliendo a la una y
media o dos de la mañana, íbamos hasta la zona, dábamos vuelta al ganado y en
la noche regresábamos a Medellín”.

Don Gildardo Cadavid, por su parte, iba a las ferias a ofrecer las tierras del
Samaná. Los desplazados con poco interés en retornar, que eran la mayoría,
empezaron a vender sus posesiones a precios muy bajos. La guerrilla volvió a
atacar en las afueras y asesinó al conductor de un camión cargado con ganado.
Mientras tanto la fuerza pública seguía intensificando los operativos y copaba
el territorio, sobre todo el tránsito entre el río Samaná Norte, en límites con
San Luís, y el caserío, que conformaba una de las viejas zonas de movilidad y
repliegue de la guerrilla.

Ante la escasez de mano de obra para abrir las montañas y dedicarlas al


pastoreo, Cadavid decidió conseguir trabajadores en otro lado. “Yo le dije al
alcalde: mándeme 20 hombres para pagarles a 20 mil pesos el jornal. A los ocho
días dijo que no iba nadie por miedo. Entonces llamé a un tipo en San Andrés de
Sotavento, Córdoba, y le dije: ‘Te voy a enviar un dinero y me traes 25 hombres
a trabajar, y una mujer para que haga de comer’”. Ahora Cadavid señala con
orgullo la importancia de esa decisión declarando que en la recuperación de la
zona: “Primero Dios, el ejército y esa gente”.

Desde entonces en el Samaná se han sucedido, uno tras otro, los grupos
de cordobeses que llegan con la misión exclusiva de tumbar monte y dejar las
tierras listas para meter el ganado. En tres años han sucumbido unas cuatro
mil hectáreas de bosques bajo el tintineo incesante de los machetes que los
diestros indígenas descendientes de la etnia de los zenúes manejan como si
fuesen las extensiones de sus manos. La mayoría proviene realmente del re-
cién creado municipio de Tuchín, la población de mayor importancia cultural
en Córdoba por ser el sitio en el que se elabora el mejor sombrero fino vuel-
tiao. De tal manera que en las montañas de Samaná ya no son los sombreros
aguadeños de los campesinos en algún convite veredal los que se agitan en la
distancia, echando la roza para que el vecino siembre maíz o fríjol, sino que
son los sombreros vueltiaos de los tuchineses contratados por los ganaderos a
150 o a 200 mil pesos por hectárea.

Las transformaciones culturales y sociales generadas por el conflicto arma-


do y la nueva configuración económica de Samaná parecen haber ocasionado
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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

una especie de refundación, como si la maleza de tres años hubiese incubado


otro Samaná. Pocos nativos han regresado y las posibilidades de que regresen
más, se reducen; no sólo porque muchos vendieron sus tierras y se asentaron
en diversos sitios, sino porque la nostalgia y la melancolía no los deja. Así le
ocurre a doña Rosa González a la que le mataron sus dos hijos y su esposo,
por eso expresa que “los que retornaron dicen que Samaná está muy bueno para
vivir. Pero yo les digo que yo para Samaná no me voy. Por allá no voy a vivir. A mi
no me da miedo, sino tristeza de ver dónde estaban mis hijos y la casita en la que
vivía con ellos. Una ya tan viejo a qué va a volver. Y la mayor parte de la tierra es
de puros ricos; entonces, ¿a qué va ir uno por allá?.

Otra cosa, sin embargo piensa don José, quien también ha sido líder de la
comunidad. Él sufrió la desaparición de uno de sus hijos y reconoce que Sama-
ná no es el mismo ni lo será, pero trabaja confiado en que muchas cosas sigan
mejorando y espera adaptarse a la nueva realidad. “Uno anhela que la región
se recupere totalmente. Que, aunque ya no se encuentre uno con las personas de
antes, que por lo menos llegue gente buena y entusiasta”

Don José tiene razones para extrañar mejores tiempos porque creció en
Samaná y su bisabuela Carmen Gómez fue la primera habitante de esas mon-
tañas. También recuerda cuando integraba el equipo de fútbol y se iba a jugar
al corregimiento El Prodigio, del vecino municipio de San Luís. Para llegar
allí debían caminar unas cuatro horas y cruzar el puente sobre el río Samaná
Norte. La comunicación entre los dos poblados era constante, se transportaba
el maíz, la yuca y el fríjol. Y con esos productos, por supuesto, se movían los
afectos. Hasta que la guerra empezó a cerrarle el paso a los civiles y las minas
convirtieron los caminos en trampas. Luego los paramilitares volaron el puen-
te de El Salado para impedir el libre tránsito de la guerrilla y, con eso, se le
echó el picaporte que selló aquel fluido intercambio.

De esos caminos habla don José Ignacio Espinosa con el criterio que le dan
sus largos años de arriero. “Entre El Prodigio y Puerto Nare hay 20 leguas, del
mismo Prodigio a San Carlos hay 20 leguas y a San Luís 12 leguas”. Espinosa no
olvida que cuando llegó a Samaná hace más de 50 años vivían don Ernesto
Tapias y había una tienda del señor Ramón García. Portobelo, el límite de la
carretera, quedaba todavía a cuatro horas de camino.

Portobelo era, por lo tanto, el sitio donde llegaban los abarrotes para las
tiendas como la sal, el jabón, el tabaco o la cerveza, y los arrieros traían maíz,
yuca y fríjol de las montañas. De vez en cuando las cargas eran menos con-
vencionales como: heridos, picados de culebra, enfermos y muertos. Hasta
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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Calle del corregimiento Samaná

allí cargó don José Ignacio el cuerpo del temible bandolero Alpidio Sánchez,
alias Satanás, natural de San Rafael. “Trajeron el muerto una noche de lluvia y
cuando amaneció no había nadie pa llevarlo. Yo dije que lo llevaba por 2 mil pesos
a Portobelo pero que si me ayudaban a cargarlo porque pesaba por ahí 120 kilos.
Lo amarré a un macho y lo cargué. Me acompañaron siete carabineros”

Alias Satanás tenía menos de 30 años cuando murió y comandaba una


banda de pájaros o contrachusma conservadora que se dedicaba a perseguir
liberales. Pese a su estatura mediana y a su obesidad, se movía por los montes
como un felino. Hachero en Serranías y peluquero en Samaná antes de andar
armado, se convirtió en azote de la región y fue algo así como la continuación
del otro temible bandolero conservador llamado Cenón Gutiérrez. A Satanás
lo abatió la policía tres días después de que varios lugareños de El Prodigio
lo emboscaran en un camino y lo dejaran malherido. Decidieron enfrentarlo
porque no soportaban sus abusos contra ellos y contra sus mujeres.

Samaná ha estado marcado por la violencia. Los fines de semana se encen-


dían peleas a machete en las cantinas. Don José Ignacio Espinosa refiere que

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

“antes, cuando hubo policía, había más respeto y los campesinos debían entregar
su machete para poder entrar al caserío”. Más tarde, cuando se fue la policía, en
los primeros años de la década del 70, la violencia se agudizó.

Con la presencia de la policía se ejercía más control, pero después de su sa-


lida los campesinos parecían infantes sueltos que necesitaban autoridad. Los
agentes eran vistos como la ley y así los denominaban. De modo que sin poli-
cía no había ley. Las querellas familiares se dirimían en las grescas a machete,
lo mismo que líos de faldas y problemas de linderos. “Cada ocho días llovía
peinilla allá”, recuerda doña Rosa González, hermana de reconocidos camo-
rristas del lugar. Entre los Tapia y los González se mantuvo un largo forcejeo
por ejercer cierto dominio entre los pobladores. A los Puerta y a los Murillo
también se les atribuyen no pocas reyertas.

Entre los desplazados que permanecen en San Carlos, se encuentra don


Pablo Emilio Giraldo, quien tiene en su cuerpo las marcas de esa violencia. “Yo
había tenido un problema con las hermanas mías. Me mandaron un cliente que
me salió de noche en un camino, me alumbró con la linterna y me tiró un mache-
tazo” Así explica la forma en que perdió su brazo derecho y relata cómo las
venganzas personales hacía tender celadas de ofendidos listos a saltar sobre
sus ofensores. Pero don Pablo menciona nombres y detrás de cada uno enfa-
tiza que ya murió, queriendo decir con ello que también murió una época de
Samaná. Porque adheridos a esos recuerdos trágicos se encuentran las rome-
rías de los primeros viernes de cada mes, las fiestas de la virgen del Carmen o
las celebraciones de Semana Santa que, pese a todo, configuraron una cultura
y un fino tejido de relaciones que la otra violencia, la de los grupos armados,
dejó hecho jirones.

Ni el más optimista en el retorno a Samaná dejará de reconocer que jamás


se lograrán restituir las relaciones de vecindad y de confianza. La memoria
sigue disolviéndose en el rastrojo de los años porque son otras las prioridades
y los intereses de los pocos retornados y de los nuevos pobladores. Don Gildar-
do Cadavid decidió quitar 18 calvarios que se veían a lo largo de la carretera de
entrada al caserío porque “daban mal aspecto” y ahuyentaría a los visitantes y
a los nuevos inversionistas. Ahora las fincas no son las pequeñas parcelas de
don Jorge o doña Rosalba sino las haciendas San Julián, Las Vegas o Cortaca-
bello, con cientos de hectáreas cada una sobre los mismos terrenos en los que
existía un enjambre de predios.

Ahora Samaná se orienta a convertirse en emporio ganadero. Nicolás Ro-


dríguez, uno de los ganaderos que se asentaron después del desplazamiento y
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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

que lideraron esa especie de reconquista territorial, estima que en cinco o diez
años la región del corregimiento Samaná podría perder otras diez mil hectá-
reas de bosque, y que todo el territorio quedaría en 20 grandes predios que
generarían el mismo número de empleos fijos. Rodríguez señala que “Samaná
pasó de ser una cantidad de minifundios a ser unos pocos latifundios. Tenemos
casos donde una sola persona ha recogido 35 o 40 predios; eso significa que son
40 familias que ya no van a volver a Samaná porque no tienen a qué regresar”.
Igualmente, los desplazados y pequeños propietarios vendían sus predios y
encimaban con ellos las escrituras de sus casas porque no le veían sentido
conservarlas después de quedar sin tierra. Hay que anotar que el centro zonal,
además del corregimiento, comprende las veredas Peñol Grande, El Prado,
Quebradón 20 de julio, Las Flores, Las Palmas, Miraflores, Norcasia 7 de agos-
to y Santa Bárbara cuyo territorios suman 11.150 hectáreas.

Mil hectáreas de una finca ganadera puede manejarlas un solo trabajador y


por eso la tendencia es a que el corregimiento y sus veredas terminen conver-
tidas en inmensos prados cordilleranos enmarañados de carreteras por donde
pasan camperos de los dueños y camiones cargados de reses; quizá la presen-
cia de esporádicas construcciones en los que se distingue un encerradero, la
casa del mayordomo y la hacienda, rompa el monótono cuadro. Es decir, la
misma tendencia en ciernes de lo que ya se hizo realidad en suelos de Córdoba
y Magdalena Medio.

Mientras tanto los anteriores campesinos se concentran en la ciudades y


pueblos buscando trabajo, casi siempre en empleos informales o, dicho sin
eufemismos, dedicándose al rebusque. Así ocurrió con los habitantes de Sa-
maná, que sobreviven con una mezcla de laboriosidad, subsidio y solidaridad.
También, por supuesto, apretando dientes. En el caso de muchos campesinos
del Oriente Antioqueño que salieron de los campos y los pueblos, desplazados
por la violencia o por la economía, el trabajo lo encuentran en la economía
semilegal de los comerciantes orientales, moviéndose en el mundo de las mer-
cancías chinas de contenedores traídos de Panamá y las tiendas y supermerca-
dos de abarrotes. Los que tienen éxito con alguna tienda de ciudad, que puede
ser Cali, Barranquilla o Cartagena, o con algún almacén de remates, regresan
a las fiestas populares de su pueblo para mostrar sus carros opulentos y acu-
nar recuerdos de gallada al calor de unos wiskis.

Aquellos pocos exitosos que ya pueden comer carne tipo Angus en exclu-
sivos restaurantes de la ciudad tendrán que esperar mucho tiempo para que

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

alguno de esos suculentos platos tengan la posibilidad de tener carne cultivada


en los potreros de Samaná. El ganadero Nicolás Rodríguez, precisamente, ve
en la inversión de agroindustria ganadera la posibilidad de redimir con em-
pleo a los habitantes de la zona de este corregimiento. Plantea proyectos de
ganado semiestabulado, es decir, con 20 horas de confinamiento y 4 de pasto-
reo, para sacar entre 450 y 500 novillos cada seis meses en 100 hectáreas, uni-
do a ciertos cultivos integrados en dicha cadena productiva, lo que reduciría
el impacto sobre los bosques. Según Rodríguez no sólo se generarían unos 25
empleos directos y 25 indirectos, sino que el país obtendría ganancias con la
venta de bonos de captación de CO2 a los países desarrollados. El mismo gana-
dero reconoce que “tampoco podemos aprovecharnos de que somos propietarios
privados para hacer lo que queremos porque, finalmente y a este paso, a nuestros
nietos no les va a tocar conocer y disfrutar nada de lo que hoy existe”. Agrega que
“si nosotros logramos que un campesino pueda obtener un ingreso promedio de
un millón de pesos mensual, acabaríamos con los problemas de inseguridad social
o de grupos ilegales”. Entiende que buscar la equidad es responsabilidad de
todos, y no únicamente del estado, “para poder vivir en paz y armonía con la
tierra y con nuestros vecinos”

Pese a ser un proyecto por largo tiempo acariciado, la construcción de la


carretera entre Samaná y El Prodigio sigue siendo controvertido por el hecho
de que beneficiaría más a los ganaderos que a los campesinos. El corregimien-
to El Prodigio del vecino municipio de San Luís se halla a solo 12 kilómetros
de Samaná. De allí a la autopista Medellín-Bogotá hay 23 kilómetros para salir
al sitio Monteloro, a tan sólo una hora del Magdalena Medio con sus grandes
centros ganaderos. La principal dificultad sería la construcción del puente so-
bre el río Samaná Norte que tendría una luz de 80 metros de longitud. Para
Rodríguez es un proyecto que hay que mirar con atención y orientado a que
la relación costo-beneficio, cuyo objeto central sean las comunidades, sea la
mejor. Así lo ha expresado como presidente de la Junta de Acción Comunal.

El río Samaná Norte, que se pone como una barrera para retomar la comu-
nicación entre los corregimientos de El prodigio y Samaná o para la apertura
de la carretera, continúa siendo un gran recurso de pesca. Gildardo Cadavid,
además de apreciar el río porque “se traga lo que coge” pondera la bondades
en pescado que aún contiene. En él la guerrilla se ha abastecido de alimento
y por eso la prudencia de Cadavid cuando va hasta el río. Se hace acompañar
de jóvenes a los que describe como unas “eminencias” por su destreza para
pescar y moverse en las aguas más turbulentas. Pero su prudencia no es sólo
por la aparición ocasional de algún guerrillero, sino porque teme que esos

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

muchachos puedan ser seducidos para ingresar en la subversión y por eso dice
estimularlos encargándoles trabajos.

En Samaná vivió parte de su infancia Pastora Mira, la mujer que en su ob-


sesión por buscar a su hija desaparecida por el bloque Metro de las autodefen-
sas, terminó erigiéndose en una de las líderes más visibles que defienden los
derechos de las víctimas. El país ya la ha visto en el congreso o compartiendo
en España con otras víctimas reconocidas o acompañando comisiones de ex-
humación de la fiscalía por los montes de San Carlos. “Uno se vuelve experto
en lo que padece”, manifiesta Pastora que en su gestión ya creó el Centro de
Reconciliación y Rehabilitación, Care y ha facilitado el hallazgo e identifica-
ción de varios cuerpos desenterrados de fosas comunes. Pastora además fue
inspectora de policía del corregimiento Samaná entre 1976 y 1978 donde le
tocaba hacer levantamientos de los cadáveres, buscar ganado robado, recibir
las denuncias por lesiones personales, incesto y abuso sexual que se contaban
entre los delitos más comunes.

Apoyada en ese conocimiento íntimo del poblado Pastora lamenta la pérdi-


da de la identidad samaneña que implicó el desplazamiento y la nueva reocu-
pación y aprovechamiento económico del territorio que reemplazó la agricul-
tura por la ganadería. Ahora concentra su esfuerzo en Samaná en la atención
a las víctimas de desplazamiento, desapariciones, muertes selectivas y acci-
dentados por minas antipersona.

En cuanto al trabajo de memoria histórica y redignificación de víctimas


para escenarios de no repetición, Pastora comprende la postura de algunos de
los nuevos habitantes del corregimiento en el sentido de enterrar el pasado y
mirar sólo hacia adelante, pero prefiere avanzar de manera lenta y sostenida
para persuadirlos de que no se trata de lamentar y ser víctimas de un pasado
sino de valorar la memoria individual y colectiva como parte de la superación
del dolor y de la elaboración del duelo.

En un municipio como San Carlos que exhibe una larga historia de encen-
didas pasiones políticas con candidatos, alcaldes, líderes y concejales asesina-
dos, Pastora ha sabido sostener una actitud conciliadora basada en ponerse
en el lugar del otro para entender sus puntos de vista. Eso le ha permitido
mantener diálogos abiertos con las más radicales posiciones que le ha mereci-
do el respeto de la población sancarlitana, como líder social y como concejala.
Samaná la aprovisionó en buena medida de esa experiencia y conocimiento de
las motivaciones que mueven a lo seres humanos.

- 38 -
OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

El Alto en el que se yergue el corregimiento Samaná destaca el poblado


con su dos calles principales que son la bifurcación de una calle central por
donde se ingresa. Las dos van en ascenso: una llega al atrio de la capilla, la
otra al patio de la escuela, justo al lado de la casa donde Pastora contemplaba
las últimas montañas del magdalena medio. Desde allí se otea el cañón del río
Samaná Norte y las veredas Las Palomas y Serranías. En las noches de verano
la lejanía se constela de luces que alumbran los puertos y los caseríos del Mag-
dalena. En las mañanas, los cañones de ríos y quebradas dejan ver por un rato
su vocación de lecho de nubes nocturnas; un paisaje de algodón inmaculado
y verde oscuro de montañas que parece a invitar a retozar sobre él como los
ángeles de las estampas.

Pocos se asoman ahora desde ese balcón natural porque si antes del despla-
zamiento del 2001 habitaban unas 200 personas en el corregimiento, hoy no
llegan a 80; de igual manera, en las nueve veredas que la circundan residían al-
rededor de 600 personas y hoy sólo alcanza unas 270. La población del centro
zonal se redujo en más de la mitad. Pero, con todo, la recuperación también
ha sido notable en los últimos dos años.

En los caminos, ríos y montes de ese cuadro idílico se ha posado en muchas


ocasiones la muerte. Las explosiones han opacado los gorjeos y la lluvia en las
hojas, pero sobre esta tierra todavía ruge el caudal del río y se ve el paso de las
ardillas, las guaguas, los ñeques y las tatabras por entre los árboles declaran-
do con sus indeclinable existencia que así han permanecido durante miles de
años sin aniquilarse.

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

El Prodigio

Panorámica corregimiento El Prodigio.

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Después de que uno de los campesinos desprendió la corteza y raspó el


tronco del árbol con un machete, el alcalde Néstor Gómez sacó de su carriel
un marcador rojo y escribió: noviembre 4 de 1970, año de la fundación de El
Prodigio. Los cerca de diez campesinos que lo acompañaban gritaron alegres;
tenían los músculos tensos y sudorosos por la tonga de ese día abriendo el
nuevo asentamiento. La presencia del sacerdote y el alcalde de San Luís con-
sagraba sus esfuerzos y prometía un futuro brillante, digno del nombre que
muchos años atrás le dio don José Marcos Gutiérrez a estas tierras.

Porque José Marcos, además de la hombría que lo afamaba en San Luís,


parecía tener el don poético de los nombres, y entró a los montes que deno-
minaban El Viejo a cazar guaguas, conejos, paujiles y tatabras. Y a bautizar
lugares. “Él pensaba en ese sitio como en un sueño” recuerda don Néstor Gómez,
y agrega que “se pasaba una vida muy dichosa porque se sentía colmado de los
bienes que le daba la tierra”. Por eso se le ocurrió llamar El Prodigio a esos para-
jes. Y al lugar de la que “brotaba una fuente de agua viva” la llamó El Dormené.
Y a otro sitio le puso el nombre de La Garcela. También refiere don Néstor que,

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

desinteresado por el oro, José Marcos les mostró a unos mineros la quebrada
rica en el metal a la que bautizó “Chorro de Oro”.

José Marcos se terciaba la escopeta y salía a cazar. Por la tarde regresaba


a su rancho con un costal lleno de animales del monte. “Parecía que la meta
de él era cazar y tener comida en abundancia”. Cuentan que hasta mató dos ti-
gres, que es el nombre con el que los campesinos insisten en llamar al jaguar.
Mide entre 1,2 y 1,85 metros de largo sin contar la cola que alcanza entre
45 y 75 centímetros de longitud. Su altura hasta la parte más alta del lomo
puede llegar a los 60 centímetros. Su pelaje entre amarillo y rojizo y moteado
de rosetas con sus círculos de manchas negras, ya no destella por los escasos
bosques del Oriente Antioqueño, pero quedan leyendas de su exterminio en
las que se remacha la historia del colono valiente defendiendo su vida o la de
su ganado. Así es la de Pacho Quintero de quien se dice que luchó contra el
tigre y triunfó.

Cierto día el aserrador Francisco Quintero se fue a cazar porque se le había


acabado la carne. Observó un paujil en un árbol y lo derribó con un tiro de su
escopeta. Para recuperar la presa debía trochar, es decir, abrir una brecha con
el machete por entre el monte hasta llegar al sitio en el que cayó el ave. Pero el
paujil muerto ya estaba en las mandíbulas del tigre, y este se abalanzó contra
Pacho, quien solo atinó a blandir su machete. La tradición popular, así como
la gracia y el carácter de cada narrador, llenan esta lucha de detalles fabulosos
en los que don Pacho resiste y deja ciego al tigre de un machetazo; y en el ins-
tante mismo en el que don Pacho se enreda en un bejuco y da por terminada
su existencia, el tigre se retira. Hoy día cualquier habitante de El prodigio le
mostrará dónde queda la Calle del Tigre, que en realidad es un extenso lecho
seco de una quebrada, cuyos finos y ondulados arenales se pierden en una
verde bóveda de guaduales.

Por esa calle del tigre se encontraban al gran felino retozando en las arenas
porque había unas rocas de calizas por donde brotaba agua salada y los anima-
les iban hasta allí para lamerla. De modo que la belleza estática del paraje, así
como el saladero y el recuerdo de los jaguares, hicieron de la Calle del Tigre
uno de los lugares representativos del corregimiento El Prodigio.

José Marcos finalmente cargó con sus pesados años para el casco urbano
de San Luís, pero dejó abierto el camino para que lentamente arribaran otros
colonos. Llegó entonces el día en que El Prodigio contaba con poco más de 30
habitantes y decidieron solicitar la presencia del cura y el alcalde. Garabatea-

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

ron una carta y la enviaron a San Luís con un poblador de la vereda. El martes
tres de noviembre de 1970 salieron de San Luís el párroco Rafael Cuervo, el
alcalde Néstor Gómez y el portador de la carta que les sirvió de guía. Entraron
por San Carlos recorriendo la carretera hasta el sitio denominado Narices,
hoy corregimiento de Puerto Garza, transportándose en la volqueta del mu-
nicipio. De allí caminaron. La oscuridad los sorprendió más allá del Alto de
Samaná pero no los detuvo; y a las diez de la noche llegaron a El Prodigio por
la casa de Miguel Berrío. Don Néstor Gómez conserva con fidelidad en su me-
moria aquel día: “La noticia de que llegaban el párroco y el alcalde revolucionó al
caserío; todo el mundo fue pasando la onda de que iba el cura a celebrar misa en
El Prodigio y eso fue una propaganda eficaz. Hubo alegría por ser testigos de esa
primicia de ver la misa en las montañas”.

La primera misa del cura y los actos ceremoniosos que ejecutó el alcalde,
como el descubrimiento, a filo de hacha y machete, del sitio para la futura es-
cuela y un entusiasta discurso fundacional, propagaron el interés por el nuevo
territorio. No poca influencia ejerció aquel nombre rutilante que prometía
montañas y llanuras fecundas de cacería, oro, maíz y potreros para ganado.
Señala don Néstor que “eso se fue llenando de colonos, locos de felicidad porque
se iban apropiar de tierras muy buenas. Allá a una familia no le faltaba la vaquita
de leche. La gente comía quesito y tomaba leche. El maíz y el fríjol no les faltaban.
Y a ese sueño se apuntaba todo el mundo. Se prendió la chispa del fervor”

Pero desde los primeros colonos que se encontró don Néstor en El Prodi-
gio y entre los que se hallaban Juan Antonio Cosme, Sacramento Guzmán,
Ignacio Espinosa, Abad y Eleazar Berrío, Angel Murillo, Vicente Morales y
Pedro Valencia; se sintió el azote de los cuatreros. Robaban ganado e invadían
las casas de los campesinos a quienes obligaban a que les dieran comida y
aguardiente. Aquellos bandidos eran rezagos de los pájaros, que eran civiles
armados y militantes del partido conservador para combatir, supuestamente,
a las chusmas liberales.

Una de las razones por las que, después de los años cincuenta, persistían
estos grupos en los campos de San Luís y de San Carlos, se explicaba en el re-
cuerdo de la masacre que cometió un grupo de liberales armados comandados
por alias El Chicote en marzo de 1952. Su estela de muerte se inició en Puerto
Nare y dejó regados 33 muertos por el camino de La Trocha pasados a tiro de
escopeta y a golpes de machetes sin respetar ni a las mujeres ni a los niños.
Pretendían acabar con la nidada de conservadores que para ellos significaba
el casco urbano de San Luís. La historia reseña que el pueblo se salvó gracias a

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

que Guillermo Mira, el rehén que tenían como guía, logró escapar y dar aviso
a la población que se armó para defenderse y que hizo desistir a los chusmeros
de su entrada a sangre y fuego.

Los grupos de pájaros que se formaron y que permanecieron hasta muy


entrados los años sesenta se volvieron el pretexto para cometer actos de ban-
dolerismo como el abigeato y la extorsión. En el caso de los nacientes caseríos
de El Prodigio y el cercano Samaná del municipio de San Carlos, el cuatrero
más recordado por los viejos es Alpidio Sánchez, alias Satanás.

Satanás comandaba la banda de unos 20 hombres que mantuvo asolada


la región por varios años. El miedo de los habitantes de El Prodigio para en-
frentarlos fue vencido gracias a dos circunstancias: la rabia que produjo en
los campesinos el hecho de que los bandoleros se empezaran a meter con sus
mujeres, y la osadía de José Adalid Hoyos, conocido como El Patón.

“Aquí no hay de otra sino tumbarlos. ¡Cómo así que estos hijueputas ya no res-
petan nuestras mujeres!. ¡Cómo vamos a dejar que ellos reinen aquí!”. Con esas
palabras José Adalid Hoyos convenció a sus vecinos de El Prodigio para resol-
verse a enfrentar la banda de Satanás. Haciendo honor a su segundo nombre,
José Adalid logró que tres personas lo acompañaran. Además envió mensajes
a la policía de San Carlos y de San Luís para que les ayudaran a conjurar la
amenaza. Don Ignacio Espinosa Giraldo, viejo habitante de El Prodigio y Sa-
maná cuenta que José Adalid, El Patón, se fue con los tres compañeros y que
una tarde se parapetaron con sus escopetas en un mampuesto “como atisban-
do una guagua” al lado del camino por donde pasaría el bandolero. Cuando
apareció con otros dos hombres, sólo José Adalid atinó a disparar y la bala
alcanzó a Satanás en el pecho. Los otros dos huyeron. El bandido rodó por
el rastrojo mientras El Patón y sus compañeros aguardaban el desenlace en
silencio. “Dizque escuchaban que se revolcaba y ellos muertos del miedo pensando
que ese hombre se iba a parar y los iba a matar; cuando calcularon que se había
muerto, fueron a ver pero no encontraron sino el sangrero y el patiadero. Se había
parado y se había ido”, así repite la historia don Ignacio que la escuchó del
propio Adalid.

Entre jueves y domingo estuvo Satanás herido y refugiado en un rancho


del sitio Martejal. Hasta allí dice don Ignacio que llegaron cuarenta carabine-
ros de la policía departamental que finalmente lo abatieron junto a sus dos
acompañantes. Eso sucedió en el mismo año 1970, año de la fundación de El
Prodigio. Y aquél suceso sirvió para elevar el ánimo de la gente y emprender

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

las gestiones de la visita del alcalde y el cura, así como la solicitud de escuela
y maestra para el caserío.

Los años 70 y 80 trajeron para El Prodigio nuevos colonos ilusionados con


sus riquezas. Sembraron principalmente maíz, abrieron potreros y extrajeron
oro de las quebradas Serranías y el río Cocorná en lugares como Orobajo y El
Jetudo. El oro lo vendían a orillas del Magdalena en el corregimiento La Sie-
rra del municipio de Puerto Nare. Las veredas de Los Medios, Las Confusas,
La Independencia, Las Margaritas, La Cristalina y La Palma concentraron sus
actividades económicas en el caserío que crecía día por día. En agosto de 1981
El Prodigio fue creado como corregimiento mediante el acuerdo Nro 27 y en
el año siguiente, durante la celebración del centenario del municipio de San
Luís, se iniciaron los trabajos de la carretera.

Don Gabriel Guzmán, presidente de la Junta de Acción Comunal de El Pro-


digio explica que “De aquí surtían bastante maíz para San Luís y San Carlos. En
tiempo de cosecha salían 25 o 30 muladas diarias cargadas con maíz”. La ganade-
ría y la minería del oro gozaron de su apogeo hasta finales de la década del 90.
Y las fiestas en honor de esos dos soportes económicos convertía al corregi-
miento en un alegre hervidero de cantinas, guascas y bestias que se cocinaban
en sus 28 grados promedio de temperatura.

El reinado era uno de los eventos centrales de las fiestas de la ganadería y


la minería. Como lo fue en la propia llegada del alcalde y el cura en noviembre
de 1970. Resulta que un padre de familia entusiasta, tal vez entreviendo el
momento trascendental de la fundación y animado por la reunión, improvisó
un reinado. Sacó papelitos e inscribió las candidatas. Al rato ya habían coro-
nado a Blanca Valencia, y celebraron con risas la ingeniosa idea que amenizó
la velada. Pero ya tiempo después en las fiestas de la ganadería y la minería, el
reinado incluía desfiles y trajes y, sobre todo, remates de baile. Los ganaderos
y los mineros escogían sus representantes y competían. Ganaba la candidata
que más dinero recolectara.

Pocos se perdían el remate de baile, en el que la candidata bailaba a cambio


de dinero. Junto a ella estaba la madrina con la ponchera; el hombre que qui-
siera bailar debía poner la plata en la ponchera y tomar a la reina, no importa
que ella estuviera ocupada bailando con otro, siempre que el nuevo bailarín
pagara más. Semejante jolgorio público ponía entonces en escena el desafío al
orgullo viril representado en la capacidad monetaria de los hombres. Cuando
se asume que el dinero conseguido es la medida de la fortaleza y el poder, en-

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

tonces nadie quería sentirse menos y por eso los contrapunteos de ofertas en
el baile permitían llenar fácilmente la ponchera.

Los domingos de fútbol en la cancha congregaba cada semana a los habi-


tantes de El Prodigio y sus veredas cercanas. Y mensualmente también los
reunía la feria de ganado. En los campeonatos de fútbol participaban entre 8 y
10 equipos, incluido el equipo del colegio y de veredas como Las Confusas, Los
Medios, Las Margaritas y La Palma. La feria, por su parte, agitaba las calles de
bramidos, camiones y cascos entrando y saliendo al encerradero donde tenían
lugar las transacciones.

En ocasiones, el calor de El prodigio puede subir a los 32 grados, pero la


cercanía del bosque y del agua suaviza el clima. Desde los cerros aledaños El
Prodigio se muestra todavía como un próspero y acogedor pueblito en medio
de un valle rodeado de montañas. Visto desde la carretera de entrada, antes
del descenso de la última colina, la justicia de su nombre no se discute. La
quebrada que lo bordea y los caminitos zigzagueantes que como serpientes
coloradas ascienden por las faldas de las cordilleras, completan un cuadro que
bien puede calificarse de prodigioso.

Durante los años noventa, El Prodigio disfrutó de un sostenido ascenso. A


esa época la reconocen como la más gloriosa del corregimiento y estuvo afir-
mada, básicamente, sobre el liderazgo de la iglesia católica en cabeza de un
carismático sacerdote: el padre Jaime Avendaño.

El Prodigio no tenía parroquia y monseñor Alfonso Uribe Jaramillo envió a


Avendaño con el objeto de explorar la posibilidad de fundarla. “Me pareció un
caserío muy pequeño para tener un sacerdote de tiempo completo, pero vi que va-
lía la pena luchar por ello”, cuenta Avendaño. Y lo logró. “Fui el último párroco
que nombrara monseñor Alfonso Uribe y la última parroquia que creara el 15 de
agosto de 1992, fiesta de la Asunción”. La parroquia tomó el nombre de Sagrada
Eucaristía.

El celo apostólico del sacerdote fue de tal intensidad que asumió la orien-
tación del corregimiento hasta en los aspectos más impredecibles. “Había mu-
chos prostíbulos., pero yo me opuse. O se iban ellas o me iba yo. Y se acabaron”.
De ese mismo talante fue todo su ministerio en el lugar. El responsable de la
nueva parroquia supo concentrar la energía de un caserío en pleno crecimien-
to. Se sacaba madera y oro; y había tierra para sembrar maíz y abrir potreros
para ganado. Pero también mantuvo una postura firme frente a los actores
armados: “Durante los ocho años que estuve en El Prodigio, desde el 3 de febrero

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

de 1992 hasta el 7 de enero del año 2000, no hubo un solo muerto en las calles del
corregimiento”

Ese respeto lo atribuye el sacerdote al hecho de que trabajó por la comuni-


dad. Impulsó la educación con la creación del liceo. Alcanzaron a contarse 400
alumnos escolarizados. Creó también la Empresa de mármol Sagrada Eucaris-
tía que comercializaba el retal o ripio del mármol que quedaba en las minas;
promovió la electrificación que fue inaugurada por el entonces gobernador
Álvaro Uribe Vélez el 17 de julio de 1995.

Con los ganaderos mantuvo unas relaciones cordiales pero claras. Les so-
licitaba que limitaran su destrucción de bosques para ganadería. A los peque-
ños propietarios les pedía que no vendieran. Las ferias de ganado de El Prodi-
gio se hicieron famosas en la región y comprometió en el grupo Amigos de El
Prodigio a ganaderos como Emilio Alzate, Antonio Macías y Jaime Yépez.

El respeto por la persona y trabajo del sacerdote llegó al punto de que en


varias ocasiones le arrebató a los paramilitares personas que iban a asesinar.

Calle principal del corregimiento El Prodigio.

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Para esta gestión se apoyó en el Comité de Conciliación del Municipio de San


Luís que logró reducir los impactos producidos por la radicalización de los
grupos armados estableciendo canales de interlocución directa con los res-
ponsables. Caminando sobre el filo del agudo conflicto se opuso a que se mon-
tara una base paramilitar en el corregimiento, consciente de que “sería una
atracción funesta para el otro actor armado”

Los ocho años de su sacerdocio en El Prodigio son calificados por Avenda-


ño como “Un banquete en el que todos los días había algo muy hermoso por qué
celebrar y por qué luchar”. Y en verdad que luchó y celebró. Las fiestas de la
minería y la ganadería, así como las del colegio, se impulsaron gracias a su
gestión y la de otros líderes como Gabriel Guzmán, Máximino Castaño, Gon-
zalo Galvis, Orlando Quiróz y Noemí Valencia. “Con el reinado en las fiestas se
buscaba dignificar a las niñas porque a muchas de ellas se las llevaban a pelar
papas; prácticamente a violarlas”.

Cuando el padre Avendaño salió de El Prodigio en el año 2000, sentía que


durante el tiempo que permaneció allí fue responsable de un frágil equilibrio
que en cualquier momento podría romperse. Se involucró de una manera ab-
soluta con su labor y con el poblado, quizá en un paternalismo excesivo basado
en argumentos morales estrictamente católicos, propio de su ardor de servi-
cio, pero en un medio rural de múltiples circunstancias culturales y presiones
en el que este tipo de liderazgos positivos parecen ser los únicos viables.

La inversión de ganaderos e industriales en la zona instauró desde los años


noventa una nueva etapa que se concretó, en el primer caso, con la creación de
latifundios y, en el segundo, con la explotación de sus canteras de mármol. No
más de diez propietarios concentran el 60% de las tierras cercanas al poblado.
Y en las demás veredas también se encuentran finqueros que siguen amplian-
do sus predios con nuevas compras. Por su parte, la empresa de explotación
del mármol Omnia de Colombia, es dueña de grandes extensiones de forma-
ciones kársticas en proceso de ser intervenidas para las minas.

Ubicado en una de las puertas de entrada hacia el Magdalena Medio, la


preocupación y trabajo de los ganaderos de El Prodigio se concentró en la se-
guridad. Seguridad que fue proporcionada casi siempre por las Autodefensas
del Magdalena Medio de Ramón Isaza y comandantes como Oliverio Isaza,
alias Terror y Luís Eduardo Zuluaga Arcila, alias MacGiver. El 26 de enero
de 2006 alias Terror fue reconocido por el gobierno nacional como represen-
tante del frente denominado “Isaza Héroes del Prodigio” para efectos de la

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

concentración y desmovilización de sus miembros. Tanto Isaza como Zuluaga


se entregaron a las autoridades y se acogieron a la llamada Ley de Justicia y
Paz que el gobierno del presidente Álvaro Uribe promovió como parte de las
negociaciones de paz con las AUC.

La presencia de las autodefensas del Magdalena Medio en El Prodigio fue


constante desde los años ochenta, pero fue sólo en el año 2000 cuando se
asentaron de manera permanente con hombres armados y vistiendo unifor-
mes de campaña. Su principal objetivo era contener el avance de la subversión,
especialmente del frente noveno de las FARC, por los lados del río Samaná en
dirección al corregimiento del mismo nombre en el municipio de San Carlos.
De esta manera la tradicional comunicación entre los dos corregimientos que-
dó prácticamente cerrada. Los dos lados del río Samaná Norte se convirtie-
ron en dominios de los bandos enfrentados que se mostraban los dientes con
eventuales asedios. La sospecha de hombres infiltrados en uno y otro poblado
para llevar información, hizo aún más pesada la atmósfera y los habitantes de
El Prodigio miraban con temor hacia las montañas del Alto de La Cruz.

A la medianoche del sábado 3 de marzo de 2001, los temores de los habi-


tantes de El Prodigio se cumplieron. Rigoberto Valencia, líder político y conce-
jal en San Luís estaba allí y por eso tiene tan claro aquel momento: “Sonaron
los primeros tiros en la parte de arriba. Después sonó plomo a todo alrededor del
pueblo. Como si los primeros tiros hubieran sido una señal. Me dijo un muchacho:
‘vámonos pal lado de Los Medios’. Pero dije que no; porque no existía lado por don-
de no sonaran disparos. Mejor nos metimos en el medio de dos muros y muchas
cajas vacías de gaseosa que yo tenía en mi negocio. La toma duró desde las 12:25
hasta las 5 y media de la mañana. Lo que más cesaba el combate eran por ahí cinco
o diez minutos. Habíamos 8 escondidos. Al amanecer miramos por debajo de la
reja y vi a guerrilleras gritando: ‘!si ven hijueputas que somos capaces de tomar-
nos El Prodigio¡’. Así, en ese tono grosero. ‘De aquí no nos vamos a ir’, decían.

Después de esa larga madrugada lluviosa de agua y disparos la guerrilla re-


unió a la gente en unos billares “como arriando y encerrando ganao”, recuerda
uno de los viejos que estuvo allí presente, y empezaban a observar y a sacar
personas para interrogar o matar. “A Jairo Morales lo mataron por decir que no
conocía a los paramilitares. Y a otra señora la iban a matar porque le encontraron
18 uniformes de las autodefensas, pero ella les explicó que los lavaba para ganarse
la vida y la dejaron ir. A mi también me preguntaron que si conocía a los paramili-
tares y les dije que cómo no los iba a conocer si aquí se mantenían muchos de ellos.
Y después siguieron interrogando: ¿usted les colabora?; y yo dije que tenía que

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

hacerlo porque ellos tienen las armas y nos piden plata y que si fuera la guerrilla
la que estuviera aquí, nos tocaba hacer lo mismo si queríamos sobrevivir. No me
dijeron nada más y me dejaron ir. El guerrillero volteó hacia la gente y les dijo que,
entonces, para qué mentían si ellos ya sabían cómo era la situación”

Murieron los civiles Francisco Javier Giraldo Murillo, Jairo Morales, Libar-
do Zuluaga, Hérman Henao y Arturo Berrío. Además de los paramilitares que
tenían su base en el propio poblado y que, según se dice, alcanzaron a ser siete
muertos. Los guerrilleros se fueron a eso de las diez de la mañana y luego
combatieron durante varios días con otros grupos de paramilitares por los
lados de La Cruz.

Constituido en asiento paramilitar, El Prodigio sufrió el estigma de esa


presencia. Por eso sus pobladores entendían que ante una evacuación intem-
pestiva debían buscar las tierras bajas del Magdalena y no la carretera de 23
kilómetros que sale a la autopista Medellín-Bogotá atravesando montañas. El
sitio de La Cruz es todavía el más temido por sus habitantes porque lo sienten
como el sector que facilita el acceso de la guerrilla. Pero pocos se desplazaron.
Decidieron quedarse y superar el amargo momento. Lo que nadie imaginó
fue que tan sólo un mes y medio después, la guerrilla regresaría con más bes-
tialidad acabando de marcar para siempre la vida del poblado y partiendo su
historia en dos.

“Cuando llamé a la central telefónica del Prodigio me contestó alguien. Yo pre-


gunté: ‘¿Con quién hablo’? y ése alguien me respondió: ‘Habla con un miembro
del bloque José María Córdoba de las FARC; ¿a quién necesita?’. Me quedé de una
sola pieza”. Así recuerda Arnulfo Berrío la sorpresa y el desasosiego que le
provocó la llamada a su natal Prodigio para confirmar los rumores de la toma
que sufría por parte de la guerrilla. No podía creer que en tan corto tiempo
la misma comunidad fuera atacada dos veces con tal sevicia. Todos los que
sufrieron esta segunda toma coinciden en sostener que fue mucho peor que
la primera.

Los guerrilleros se tomaron de nuevo El Prodigio como respondiendo a un


desafío. “podemos aquí, y podemos otra vez y cuando queramos podemos”, era
el mensaje que querían dejar claro y que gritaban jactanciosos por las calles
empuñando los fusiles. La toma se inició al anochecer del viernes 27 de abril.
Esta vez las pocas autodefensas que se apostaban cerca del lugar ni siquiera
combatieron porque al percatarse de semejante despliegue de tropas guerrille-
ras prefirieron retirarse a buscar refuerzos.

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

La guerrilla copó rápidamente las calles; le disparaba a las puertas para


sacar a los moradores de sus casas y buscaba a los que consideraba los princi-
pales colaboradores de los paramilitares. La calle hacia la iglesia, ubicada en el
extremo occidental, se convirtió en un torrente humano. Sombría procesión
en medio de las detonaciones, gritos y portazos, y cuya escena bien podría
pasar como una burla luciferina de una concurrida festividad religiosa am-
bientada con voladores.

Un joven de nombre Jhon Fredy López también desfilaba para la iglesia


buscando a su familia entre la gente; cuando vio a su mamá con su hermanito
de seis años, le preguntó por su papá y por su hermano Norberto. La madre
incapaz de responder sólo lloraba. Fue el pequeño el que le comunicó la noti-
cia de que la guerrilla los había matado. “A él le tocó ver la muerte de mi papá”
recuerda Fredy, y también supo que a su papá lo mataron por demostrar el
dolor y la rabia por la muerte de su hijo Norberto, al que golpearon en el suelo
después de dispararle.

En la iglesia reunieron más de doscientas personas que se apretaban en un


solo rezo entorno al sacerdote. Hoy se relata en El Prodigio que allí pusieron
una bomba que nunca explotó y que algunos sentencian diciendo: “hubiera
sido peor que en Bojayá”. “A mis niños les decía que estaban en la fiesta de la vir-
gen del Carmen”, cuenta doña María, a la que también le tocó refugiarse en el
templo donde se la pasó rezando como en una obligada vigilia pascual. “Eso so-
naban motosierras, carros, chivas… ¡qué no sonaría!…eso era la fin del mundo. Le
dolía a uno el corazón esperando ya la pelona. Pues qué más iba uno a pensar”.

La guerrilla saqueó los locales comerciales y algunas casas. El surtido de los


graneros y los almacenes fue sacado a la calle. Cargaron con todo lo que pu-
diera serle de utilidad en los mismos carros que hallaron por ahí. Se llevaron
ganado y festejaron con licor, disparos y gritos el éxito de la toma. Unas per-
sonas que quisieron cubrir los muertos con una sábana fueron ahuyentadas
con disparos de fusil desde un cerro.

Pasadas las dos de la tarde del sábado 28, los guerrilleros se retiraron de-
jando muertos a Luis López y su hijo Norberto, Javier Valencia, Elías Quinchía
y Delio Enrique Aizalez. Conminaron a los pobladores a abandonar El Prodi-
gio, orden que probablemente estaba de más porque ya todos se estaban yen-
do rumbo a Puerto Nare; difícilmente se quedarían después de la experiencia
atroz de dos tomas sangrientas en menos de dos meses. Pero la frase que más
profundo se grabó en la memoria de los habitantes del corregimiento fue la

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

que pronunciaron los guerrilleros al salir: “si cuando regresemos un perro en-
contramos, un perro matamos”

Dentro de esa lógica perversa de la guerra, tanto paramilitares como gue-


rrilla empezaron a aplicar, en esos años agudos de confrontación, la estrategia
de atacar los centros de dominio del enemigo porque constituían sus bases de
abastecimiento de recursos, bien sea por medio de la extorsión, del posiciona-
miento territorial en corredores de movilidad o del control de cultivos de uso
ilícito. Por eso el ensañamiento con El Prodigio al que miraban como una base
del paramilitarismo y frontera con el Magdalena Medio; del mismo modo en
que los paramilitares atacaron con igual saña a los que consideraban bases de
la guerrilla como Santa Ana en el municipio de Granada o Buenos Aires en el
municipio de San Luís. Sin embargo, en buena lógica, Arnulfo Berrío explica
que “Cuando un actor se radica en un pueblo, le toca convivir con ellos. No porque
tenga simpatía política. Es cuestión de supervivencia. Eso es lo que la guerrilla no
se puso a pensar. Si hubieran sido ellos lo que estuvieran aquí, entonces el otro
bando era el que entraría a arrasar.”

Los más de mil desplazados de El Prodigio y sus veredas cercanas salieron


principalmente para Puerto Nare donde recibieron apoyo de las autoridades
locales. En ese proceso se removió incluso un viejo interés de separar a El Pro-
digio del municipio de San Luís para unirlo al de Puerto Nare. Esta iniciativa
política nunca ha prosperado porque, pese a todo el estigma que ha cargado
como área de dominio paramilitar y al que, por su parte, sufrió San Luís seña-
lado como zona de influencia guerrillera, los habitantes de El Prodigio no han
dejado de sentirse sanluisanos.

El corregimiento pasó a convertirse después de la segunda toma en uno de


los 42 poblados fantasma que mencionó un reportaje del periódico El Tiempo
publicado en septiembre de 2001. Y en esa situación estuvo durante unos dos
años cuando empezaron a regresar algunas familias. Lo hicieron por la nece-
sidad de mejorar sus condiciones de vida que se les hicieron insostenibles en
ambientes urbanos que sentían duros y hostiles para sus costumbres y modo
de vida campesina, y también por las garantías de seguridad que parecía ofre-
cer la fuerza pública asentada en el poblado. El apego a la tierra y al territorio
también se encontraba entre las razones para retornar.

El retorno fue lento e incompleto. Muchos se quedaron en otros lugares


como Barranquilla, Cartagena, Venezuela, Montería, Tierralta y el propio
Puerto Nare. Y al Prodigio también llegaron personas con experiencia en el

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

cultivo de la coca de lugares como Sur de Bolívar, Tarazá y Caucasia. Con las
fincas hechas rastrojos y limitadas las posibilidades de subsistir dignamen-
te por medio de cultivos tradicionales, los campesinos empezaron a sembrar
coca que, en cambio, sí tenía quien la promoviera hasta con préstamos y faci-
lidades. Así se pasó a una nueva etapa en la vida del corregimiento en la que
las autodefensas afianzaron su dominio militar.

Pero El Prodigio tuvo que beber otro trago amargo por cuenta de la eco-
nomía de la coca que allí se implantó. En el mes de junio de 2004 las FARC
asesinó a siete jóvenes raspachines del corregimiento en El Alto de La Cruz. El
grupo guerrillero atacaba de esta manera la principal fuente de financiación
de la guerra. Por esos mismos días de junio, justamente, el desmovilizado jefe
político del noveno frente Carlos Alberto Plotter, aseguraba ante una audien-
cia de congresistas en Washington que las FARC se habían convertido en “una
guerrilla que necesita del comercio del narcotráfico porque se ha convertido en la
gasolina que mueve el motor de la barbarie”.

Después vinieron las fumigaciones. Los pobladores se movilizaron para


buscar soluciones de sustitución. Hubo reuniones, censos y diagnósticos en
las que participaron también veredas de Puerto Nare y algunas de Puerto
Triunfo. La secretaría de gobierno departamental, la gobernación, la alcaldía,
así como autoridades militares se sentaron con representantes de la comuni-
dad. Hubo propuestas de siembra de estevia, de crianza de ganado vacuno y
porcino, granjas…etc. Todo terminó en un estimativo de unos 10 mil millones
de pesos que nadie mostró interés en asumir o liderar. De todos modos hubo
fumigación y erradicación manual. La bonanza se acabó.

La explotación de mármol, por su parte, ha significado para El Prodigio una


fuente de empleo importante. Pero los nuevos líderes ven como insuficiente la
retribución que la empresa deja para El Prodigio. Ya no quieren aportes de un
cerdo o unos pesos para alguna fiestecita comunitaria, sino un compromiso
serio y sostenido en programas sociales como vivienda y acueducto. “Ellos
tienen una deuda social muy larga con El Prodigio, lo mismo que Cementos Argos”
explica el alcalde de San Luís Maximino Castaño que es hijo del corregimien-
to y que recibió el apoyo importante de su poblado durante las elecciones en
octubre de 2007.

Por donde alguna vez rugieron los jaguares, ahora se escuchan los motores
de las volquetas cargadas de mármol. Buena parte de la calle del Tigre hoy es
una carretera que llega casi hasta la vereda Las Confusas donde se yergue el

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Cagüí, con sus sesenta metros de altura y los 9 metros de circunferencia de su


tronco. El árbol que también tiene su prodigiosa historia porque encima de sus
raíces fueron diseminadas las cenizas de un estudiante de Ingeniería Forestal
de la Universidad Nacional muerto trágicamente en Medellín a la edad de 28
años. El joven, a quien apodaban Viejo Tal, se encariñó con aquél árbol cuando
participó del campamento de prácticas profesionales que tuvo lugar en la vere-
da. Por respeto o superstición el dueño de los terrenos donde se encuentra el
cagüí decidió mantenerlo en pie. Ahora el árbol tiene apellido; los campesinos
lo señalan contando la historia y llamándolo: El Cagüí de Viejo Tal.

Y como aquél recio cagüí que ha resistido los rayos, los vientos y hasta la
codicia de los comerciantes de madera, la actividad de la gente y de la nueva
junta de acción comunal del corregimiento El Prodigio es una buena muestra
de la recuperación del poblado. Varios de sus tradicionales líderes han retor-
nado y le dan un aire de esperanza. Aprendieron la dura lección de la guerra
que trajo aparejada su propia economía representada en el cultivo de la coca y
gozan ahora de un buen momento. Dejan claro que no están de acuerdo con

Caseta y cruce da las calles principales en el corregimiento El Prodigio.

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

la violencia de ningún actor armado porque quieren trabajar para que el lugar
siga siendo digno de aquél nombre que como una fórmula de encantamiento
le dio don José Marcos Gutiérrez, cuando los jaguares rutilaban entre el follaje
y El Dormené destilaba chorros de oro.

Iglesia corregimiento El Prodigio.

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Rioverde de los Henaos

El verde río Verde de Los Henaos.

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Para entrar a Rioverde de Los Henaos hay que cruzar el Páramo de Sonsón
y bajar desde los 2900 a los 2000 metros sobre el nivel del mar después de
atravesar 27 arroyos y la quebrada Las Brujas. Cumbres, bosques y aguas defi-
nen su topografía hasta llegar a la primera casa habitada en la vereda El Popal.
El largo camino de descenso empedrado quiebra las piernas más firmes en un
zigzagueo que parece eterno. En ocasiones, el angosto sendero es el único paso
entre el desfiladero y la peña. La montaña es una esponja rezumando agua por
todos lados. Hay tramos en que el musgo lluvioso tiende cortinas líquidas so-
bre los caminantes y la niebla quieta parece haber llegado a su destino.

“Mire: esta agua corre para el río Cauca, y esta otra corre para el río Magdale-
na”, me dijo Jaime Carmona, uno de mis dos guías y acompañantes, mostrán-
dome las escorrentías del camino en la cuchilla del páramo aquella mañana
lluviosa. El camino que habíamos subido desde la vereda Manzanares era, en
la cima, una joroba colorada que se empezaba a clavar para el descenso hacia
los Henaos. Jaime quería decir con eso que, para un lado, el cerro le aportaba a

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

la cuenca del Cauca, y para el otro, es decir, por donde descendimos, el aporte
sería para la cuenca del Magdalena. Yo no tenía los elementos para discutirlo.

Cubiertos con bolsas plásticas que los campesinos improvisan como imper-
meables nos protegíamos de la lluvia para avanzar por el camino. La bolsa que
me cubría la cabeza y parte del morral sobre la espalda me la dio doña Rubiela
Marín. Una mujer que habita solitaria en el sitio conocido como La Bodega, a
donde llegan las mulas de las cinco veredas que conforman el corregimiento
de Rioverde de Los Henaos. “En los fines de semana se reúnen hasta 200 mulas
en este patio. Traen panela, café, y alguito de fríjol y maíz”, me dijo ella, mientras
batía un chocolate humeante y revolvía algunos huevos para nuestro desayu-
no. Me contó, además, que la casa en la que vive y que funciona como tienda,
posada y bodega la construyó hace 16 años y que desde hace 13 llegó la carre-
tera hasta este punto. La carretera se detuvo allí sin llegar a Rioverde.

Las bolsas plásticas sobre nuestras cabezas, semejantes a rústicos capirotes,


me hacían pensar en doña Rubiela y su historia mientras nos internábamos

Vista de el Cerro de La Vieja desde una casa en la vereda Manzanares Arriba del municipio de
Sonsón.

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

en el bosque denso del páramo. También ella, al igual que tantas personas en
estos territorios, sufrió la guerra y se vio obligada a vivir de huésped incómo-
da en su propia casa cuando los guerrilleros del frente 47 de las FARC utiliza-
ban la vivienda como cuartel y trinchera. “¿Sabe qué viejita?, si quiere vivir un
poco más, estése callada”, escuchó más de una vez esa advertencia. O amenaza.
No bastaba con haber perdido sus dos hijos de 18 y 19 años, asesinados en
Florencia en el departamento de Caldas, ni haber quedado viuda por la muerte
de su esposo, ni ser desplazada huyendo de la violencia, sino que también se
vio cercada por las balas. “Un día salí con mis gallinas monte abajo, y el ruido de
ellas me salvó de que me dispararan; porque eso le disparaban al bulto, pero como
escucharon las gallinitas se dieron cuenta de que era civil”. Repasaba su historia
en mi cabeza sintiendo el ruido sordo de las menudas gotas de lluvia sobre el
plástico.

Mientras bajaba por este camino sinuoso, recordaba también lo que contó
Mariney Ossa, durante el viaje de 18 kilómetros desde Sonsón hasta la Bodega.
Aseguraba que por los lados de la vereda La Torre, donde vivía, estaba grabada
sobre una roca la marca de un puño. “Dicen que esa piedra la traía el diablo al
hombro pa’ hacer unos daños y que la virgen se le atravesó y se la hizo botar y que
el diablo, de la rabia, le pegó a la piedra y ahí quedó marcado el puño”.

De tal modo que a las siete y media de la mañana de este martes 7 de octu-
bre de 2008, tan solo una hora y media después de haber partido del casco ur-
bano de Sonsón, ya había escuchado historias sorprendentes sobre Rioverde
de Los Henaos. Lo demás lo había consultado en documentos y en libros que
leí con el objetivo de sacar mayor provecho de esta suerte de expedición pe-
riodística que ahora emprendía al lado de Jaime Carmona, campesino y líder
comunitario de la vereda La Soledad, y Elkin Otálvaro, joven líder de la vereda
San Jerónimo. Ambas veredas del corregimiento Rioverde de Los Montes por
donde también nos llevaría la travesía.

A pesar de tener tanta información apretada en mi memoria sobre estos


territorios, empezaba a vislumbrar cuán lejos me hallaba de imaginarlos con
alguna claridad. Por eso lo mejor era mantener los sentidos afilados y seguir
caminando.

Ya sabía que al corregimiento Rioverde de Los Henaos del municipio de


Sonsón lo integraban las veredas El Popal, El Salado, Zurrumbal, La Torre y El
Cedro. Que se ubicaba a los pies del páramo por la cuenca del río del mismo
nombre y que había sido por muchos años zona de asentamiento, movilidad

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

y repliegue de la guerrilla de las Farc, especialmente de los frentes 47 y 9. Que


albergaba a unos 650 habitantes en sus poco más de siete mil hectáreas y que
sus caminos de acceso eran largos, tortuosos y escarpados.

Lo de los caminos lo estaba verificando con mi propio esfuerzo. Aunque,


pese a su inclinación, el sendero mantenía un serpenteo regular bien afirma-
do sobre rocas que habían sido escogidas y colocadas casi primorosamente.
Sin duda debió ser titánico el trabajo de trocheo de montaña y acarreo de
material. Debió ser mucha la pica y el barretón manejados con pericia, coor-
dinación y buen músculo para lograr esta obra admirable. Y la peña labrada
para ganarle espacio, sólo se explica con la utilización de explosivos.

Después de dos horas de caminar bajo la lluvia pertinaz, engullidos por el


manto húmedo del páramo, llegamos al Alto de la Venganza. A un costado del
camino, e incrustado en la peña, un nicho metálico de unos 50 centímetros
techado con tejas de barro, anida la imagen de la Virgen del Carmen. Su aire
mustio se corresponde con el musgo y los velones derretidos que yacen a sus
pies. La pila de rocas declaran el trasiego piadoso o fetiche de los caminantes.
Hay una inscripción: “Que no pase por aquí quien esté en pecado”.

Dicen que hace mucho tiempo, desde este sitio fueron echadas a rodar dos
mulas para consumar una venganza. Los campesinos acostumbran poner imá-
genes religiosas en puntos de diversa referencia: altos, cruces de caminos, e
incluso, como en este caso, lugares en los que se ejecutaron actos infames.
Con esta virgen en el Alto de la Venganza quieren exorcizar la pasión abomi-
nable que impulsó a arrojar al vacío dos animales inocentes. Y es que no debe
ser fácil para un rioverdeño, acunado en las letanías del rosario y del santo
temor de Dios, cruzar con sus mulas cargadas por aquel estrecho paraje sin
una escolta divina.

Cuatro horas invertimos en el descenso hasta el Cañón de las Brujas. El


agua destilada de los montes acuosos del páramo formaban ya dos caudales:
las quebradas de La Estera y Las Palomas, también llamada La Estufa que se
juntaban en una sola denominada El Manizal. Es probable que el nombre de
La Estera se deba a que el agua se precipita abierta como un abanico sobre la
peña de la montaña, y el rectángulo blanco y rizado semeja una estera. En
cambio el nombre de La Estufa tiene menos evidencia porque, con seguridad,
no es por el calor.

Cruzamos el puente sobre la quebrada de Las Brujas unos metros antes de


desembocar en El Manizal que ahora discurría a nuestra derecha. Jaime Car-

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Cañón de la quebrada Brujas, luego de bajar por el páramo en el camino que conduce al corregi-
miento de Ríoverde de Los Henaos en el municipio de Sonsón.

mona me anticipó que en el punto del cañón el cauce se adelgazaba obligando


a que el mismo caudal de agua corriera por esa estrechez. Y no exageró. La
quebrada era una garganta rugiente donde las montañas parecían montarse
unas sobre otras. A menudo la senda coqueteaba con la hondonada y uno no
alcanza a explicarse cómo es que no suceden más accidentes en ese camino
por donde pasan cada semana cerca de 200 mulas cargadas con panela o café
en un recorrido de más de cinco horas. Elkin Otálvaro me explicó que de
jueves a viernes las mulas suben con las cargas de productos, mientras que
los sábados y domingos bajan con mercado, cerveza, ladrillos, cemento. Lo
angosto del camino y la existencia de pasos tan delicados, estableció una espe-
cie de acuerdo en el que se transita en una sola dirección durante esos días de
tráfico más intenso.

No pude evitar que afloraran en mi imaginación los dibujos que ilustra-


ban los libros de los exploradores por las selvas de África o América. Aquellas
atmósferas de maravilla creadas por el lápiz en los que se observan parajes

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Imagen de la Virgen del Carmen en el Alto Venganza, por el camino del Páramo de Sonsón que
conduce a Rioverde de Los Henaos.

espesos de vegetación y fauna, donde el mundo natural se impone como una


misteriosa y oscura deidad que hay que someter con la fuerza, el progreso
y la ciencia. Tanto más tomó fuerza esta idea cuando sobre el puente de la
quebrada Las Brujas me mostraron el sitio por donde se rodó una mula con
el mercado de Ricardo Gómez, habitante de la vereda El Popal. Me contaron
cómo Ricardo, ayudado por su hermano Norbeiro, se enfrentó a la corriente
de la quebrada y después de un forcejeo de tres horas utilizando cuerdas y
palos, lograron salvar la mula. El rescate fue de noche, alumbrando con lin-
ternas. El propio Ricardo llegó en ese momento donde escuchaba su hazaña,
aclarando que el que se rodó fue un macho y que el rescate culminó a las 11
de la noche.

Lo que para mí significaba la contemplación idílica de un templo de vida


natural, para los lugareños no era más que la rutina de una lucha diaria con-
tra un medio hostil en el que hay que ganarse la vida. Y si a eso sumamos
las feroces disputas armadas que han sucedido allí, tendremos la imagen del

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

abandono estatal, de la muerte y del sufrimiento, menos digna de estampas


o dibujos.

Más adelante el paisaje se abrió, aparecieron las primeras casas de la ve-


reda El Popal: una gran batea ondulada de montañas menores. Por el centro
corría El Manizal, al que no me acostumbraba a llamarla quebrada puesto que
su caudal era mayor a muchos de los que se conocen en otros lugares como
ríos. La vereda estaba abierta en potreros y cultivos de caña, café y un poco de
maíz, plátano, yuca y fríjol. Pronto divisé un elemento que sería común du-
rante la travesía, y eran las ramadas o entables paneleros con grandes ruedas
Pelton. Estas ruedas movidas por agua que aprovechan la gran riqueza hídrica
de la zona.

Rayando el mediodía arribamos a la casa de doña Ema Orozco, una de las


habitantes tradicionales de la vereda, no sin antes ascender por una corta pero
muy empinada cuesta. Desde la casa de doña Ema se domina un panorama
que alcanza otras veredas y cerros. Siguiendo por el lomo de esa misma colina,
en un declive suave, se llega a la escuela, a la tienda y a la caseta comunal. De-

Ramada o entable panelero con rueda Pelton en la vereda El Popal de Rioverde de Los Henaos.

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

trás se levantan las montañas del páramo que acabábamos de atravesar.

Doña Ema es parca pero, enterada de mi interés por conocer un poco de la


historia de Rioverde de Los Henaos, me contó del antiguo camino a Norí para
salir a Tasajo, que era el que ella recorrió de niña para ir a Sonsón. Lo llamaba
El De La Tragedia. Y sin esperar la pregunta de parte mía, me extendió un vie-
jo papel escrito a máquina donde leí: “La Tragedia de Rioverde”. Una crónica
en 24 estrofas rimadas que narraban cómo “Las peñas se pudieron repelar, no
quedándoles ni un musgo verde”.

La fecha de la tragedia no aparece pero se sabe que fue en el año 1961. Con
otros datos, los versos son precisos para referir aquél gran deslizamiento de
tierra producido por la quebrada de Santa Ana que “no dejó ni un palito”:
Ciento cincuenta metros
De ancho fue la medida
Terrible fue el abierto
La tierra revenida
Cincuenta cuadras de largo
Del alto a la quebrada
El río se volvió un lago
Y al destaparse no quedó nada
Treinta metros se subió
Del agua para arriba
Grandes cañones arrancó
No dejando una piedra con vida”

Cinco campesinos que trabajaban en una roza y que dormían en una casa
fueron sepultados. Las gentes del lugar que se reunieron en número de ciento
diez, según dice el escrito, rescataron cuatro heridos y un muerto “destrozados
de heridas y quebrados todos”. Dicen que un viejo vestido de blanco y largas
barbas les limpiaba el lodo de la cara a los heridos para que pudiesen gritar y
pedir auxilio. Incluso el rescate de uno de ellos se relata con sus circunstan-
cias:

Una pinta de sangre


Sobre el lodo se asomaba
Una seña que puso Dios
Diciendo que ahí estaba
A los dos metros de hondor
Ramón se encontraba

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Para los duelos fue un dolor


Las cañas que lo pisaban.

Y puntualiza la dimensión del desastre natural resaltando la solidaria pena


del campesino:

A un caso de estos no iguala


Temblor o tierra
Ver a nuestros hermanos
Cubiertos de arena y tierra”

El efecto del suceso fue de tal magnitud que movilizó la capacidad de ges-
tión y la voluntad de toda la comunidad para construir el camino que trepa
la cuesta del páramo. El mismo por donde nosotros bajamos. “El primero que
bregó a abrir ese camino fue don Juan Bautista Ossa porque era más cerquita por
ese lado. Y también a causa de esos volcanes”.

Doña Ema levantó diez hijos, entre ellos a Norbeiro y a Ricardo. Ella señala
un pino crespo en el patio de su casa podado en forma de cruz, mientras me
cuenta que el primero que lo podó de esa manera fue su hijo Arnulfo, asesi-
nado en el Alto de Sabanas en el año 2002. “Un nietecito me sigue motilando el
árbol cada año”, explica.

La cruz de pino crespo es visible desde muy lejos porque la ubicación de la


casa parece el de una atalaya. Esa altura sobre el resto de la vereda en la que
se alza la vivienda convirtió en testigos de excepción y en víctimas a sus ocu-
pantes de un conflicto que, literalmente, los envolvía. Veían el movimiento de
tropas por los potreros, el bombardeo de los helicópteros y aviones, las prisas,
las angustias y los afanes con algún herido, los gritos desafiantes y los fusiles
al aire.

Los años más atroces del conflicto pusieron a prueba a los rioverdeños.
“No nos fuimos porque aguantamos el miedo. Minaban todos estos potreros y nos
dejaban sin podernos mover. Esta casa la dañaron. Ya porque la arreglaron, pero
tenía unos huracos así”, y doña Ema junta el pulgar y el índice para ilustrarlo.
“Uno es que es de porfiao que vive por aquí”.

Norbeiro muestra la ruta que siguió la bala de fusil que se clavó en una de
las vigas del techo. Trae el plomo abollado y además pone sobre la mesa del
comedor la coca de una granada de mortero. Llega un niño que me enseña la
manera en que remplazó el mango partido de una lima con la vainilla de una
bala punto cincuenta que escupen los helicópteros artillados. Hay que recono-

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

cer que es mucho más cómodo que el mango original. Los muchachos de las
veredas salían después de un bombardeo a coger esas vainillas de cobre; cada
kilo de cobre alcanza precios superiores a los 15 mil pesos. Recuerdan a uno
que recogió cinco kilos pero lo vendió a alguien por 12 mil pesos.

El último hecho del conflicto que se grabó en la memoria de los habitantes


de Rioverede de Los Henaos ocurrió el viernes 8 de mayo del 2007 cuando el
ejército atacó tres guerrilleros en el centro de salud del sector La Playa duran-
te la visita de una brigada de salud del hospital San Juan de Dios de Sonsón.
Utilizando fuerza desmedida, disparó contra el centro en el que se refugió
una guerrillera. Además de los tres guerrilleros, murió María Herlinda López
Orozco, quien había sido contratada de cocinera para la jornada, y fue herida
la auxiliar de enfermería.

“El ejército la quería hacer pasar por guerrillera. Eso fue lo que nos dolió más”,
cuenta Norbeiro para explicar la indignación que se desató entre los habitan-
tes de la zona. Cuando se enteraron de la noticia, se reunieron más de cuaren-
ta personas de las veredas El Popal, Zurrumbal y El Salado, y entre los que se
contaba el esposo de la víctima, para exigir al ejército el cuerpo de la mujer.
“La tuvieron desde las 8 de la mañana hasta las cuatro de la tarde tirada en un po-
trero como un perro. La amarraron en una bestia y se fue golpeándose contra las
barrancas y los guayabos, dándose contra el mundo. Y eso es lo que nos tiene más
adoloridos”. Los pobladores estaban dispuestos a quitarle el cadáver al ejército
para evitar su manipulación. “La gente los atacó muy duro allá en Zurrumbal
y los soldados prendieron esos montes a punta de candela diciendo que estaban
combatiendo con la guerrilla; todo pa’ que la gente les aflojara. Pero la gente no les
copiaba nada. Iban era por ella”.

Sólo la intervención del esposo logró calmar los ánimos. Éste aceptó la so-
licitud del comandante que reconoció el grave error. El cuerpo fue evacuado
en un helicóptero militar y la gente de todas maneras marchó al hospital de
Sonsón. “Me la entregaron sólo el domingo en la mañana y estaba irreconocible”
lamenta Vertulfo Ossa, esposo de la víctima; “Me quedaron cuatro hijos de 15,
13, 10 y 8 años”, agrega. Interpuso la demanda contra el Estado porque es
consciente de que, aunque el mal está hecho y ya no le puede devolver la vida
a su esposa, sus hijos necesitan alimentación y estudio.

El gesto de la gente de Rioverde de Los Henaos al enfrentar el ejército sin


más armas que la determinación no es nuevo, y si algo caracteriza a este co-
rregimiento es la solidaridad y la reacción en grupo para mantenerse firmes.
Pese a las presiones de los grupos armados, principalmente de las Farc, nun-
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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

ca se desplazaron. Se vieron cercados por las minas y los combates, confina-


dos en sus casas, emplazados y sitiados por las balas y las amenazas, pero
resistieron.“A nosotros nos decían que nos teníamos que ir y nosotros respon-
díamos que no. Si se ponía muy difícil, lo que hacíamos era movernos para otra
vereda dentro del mismo Rioverde mientras se calmaba la cosa y luego volvíamos.
Nos tocaba frentiar”, afirma Norbeiro.

Siendo uno de los sectores más perturbados por el conflicto en el Oriente


Antioqueño, nunca ha disminuido su población por efectos del desplazamien-
to forzado como sí ocurrió en tantas otras veredas del Oriente Antioqueño, in-
clusive en aquellas donde ocurrieron casos menos graves. Irónicamente, pese
al ejemplo de resistencia y dignidad, el hecho de no haberse desplazado de una
zona con tan fuerte presencia de la guerrilla, les valió la estigmatización como
sus simpatizantes o colaboradores, cuando lo único que hicieron fue defender
su territorio, su vida y su cultura. “Han sido desplazados internamente pero na-
die los reconoce así. Han resistido, han luchado y no les ayudan ni los reconocen
como desplazados. Les dan más estímulos y ayudas para los que se desplazan que
para los que resisten” señala Elkin Otálvaro.

Finalmente, la conversación en la casa de doña Ema giró hacia otro tema:


el proyecto Café y Cultura de la Corporación Prodepaz que, para muchos, ha
significado una bendición. Con él apoyaron la siembra de nuevos cafetos y el
mantenimiento de los ya existentes en veredas de los dos Rioverdes. Pero mi
interés recayó en su componente cultural, porque hace parte del proyecto la
conformación de un grupo musical que amenice los festejos y promueva las
habilidades de oratoria y cuentería. La velada de ese día en la caseta comuni-
taria prometía ser interesante.

Culminando la tarde ya estaban reunidas más de 30 personas en la caseta


de al lado de la tienda, incluido don Adolfo Orozco, presidente de junta la
acción comunal de El Popal, don Orlando Orozco, viejo patriarca de la vereda
y los músicos del proyecto Café y Cultura. Varias personas vinieron desde las
veredas La Torre y El Cedro, donde se concentran cerca de 150 personas. En
El Popal, por su parte habitan 144.

De inmediato la atención se recayó en Arturo Marín y su guitarra. Además


de su notable ánimo para entusiasmar a los asistentes con su plática abierta y
dicharachera, su talento se hacía más prominente debido a su condición física:
le faltaba una mano y en la otra tenía limitaciones para mover tres dedos. Sin
embargo, acostaba la guitarra sobre sus piernas y punteaba las cuerdas, Dios

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Arturo Marín, músico de Rioverde de Los Henaos; perdió una mano y ahora acuesta su guitarra
para poderla interpretar.

sabe cómo, apoyando sobre ellas su muñón. Conservo la grabación de aquel


día y pocos dan crédito a que el punteo de guitarra que se escucha sea inter-
pretado por alguien en esas condiciones.

Arturo Marín perdió su mano al intervenir en una reyerta a machete por


tratar de mediar entre los contendores. Pensó que ese día había muerto para la
guitarra. Alguien lo animó a ensayar con el piano y aprendió. También volvió
a la guitarra en la que tuvo que aplicarse con un aprendizaje fatigoso pero in-
declinable. Con el proyecto Café y Cultura le entregaron una organeta y ahora
reviven sus aspiraciones de crecer y divertirse haciendo música. Wilber Gó-
mez está aprendiendo a interpretar la guitarra y ya lo acompaña en el grupo.

Las canciones se tornaron vivaces, y con el sonido de las cuerdas, las risas
y las voces la noche fue llegando. Con la oscuridad y la luz de las velas la con-
fianza terminó de imponerse. Me presentaron a don Orlando con quien me
senté a conversar. “Este Ríoverde tiene historias de los sufrido que hemos sido, de

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

las pobrezas, de las violencias”, empezó narrándome mientras se escuchaban,


al fondo, las guascas juguetonas de Arturo Marín. La voz de don Orlando es
recia y enfática pero sin estridencias, más bien tiene el dejo cantarino de la
montaña ante la cual no se pone en duda su franqueza. “nos hemos visto en tiro
de irnos; pero uno está enseñao aquí a estar muy amplio y muy desahogao, y a
tomar aguas muy purificadas. Se va uno de Rioverde es a rodar, quién sabe hasta
dónde”. Sobre ese principio los habitantes de Rioverde de Los Henaos se resis-
tieron al desplazamiento. “Aquí uno era como en medio de dos paredes: ni pa’
allá ni pa’ acá. Mucha gente decía: plantémonos. Y nos plantamos. Dijimos que no
nos salíamos. Nos reunimos en La Playa las cinco veredas de Los Henaos y dijimos:
‘o todos en la cama o todos en el suelo’. Que el que se saliera de acá no tenía derecho
a volver. Que ya tenía que aguantase donde llegara porque aquí no podía volver
a reclamar la tierra. Quedamos en un acuerdo de que irnos: nunca. Que el que se
fuera muriendo lo íbamos enterrando en el cementerio. Que eso sí lo hacíamos”

A Rioverde primero llegó la guerrilla del Eln hace unos 20 años. Desde
principios de los años noventa entraron las Farc que aumentó su presencia
varios años después con tropas venidas de Urabá y Córdoba. Las montañas
del páramo y sus bosques cercanos se constituyeron en fortines de repliegue
y abastecimiento para la subversión. Levantaron campamentos a los que in-
gresaban secuestrados y mantuvieron el control de la seguridad. “La guerrilla
nos decía que nos fuéramos enseñando a ellas porque no iban a dejar entrar la
autoridad”, refiere don Orlando. Concentraban guerrilla para planear gran-
des operaciones de ataque. Porque además los Rioverdes se encuentran en un
centro estratégico, a pesar de su precariedad en vías de comunicación. Desde
la vereda El Popal, por ejemplo, se puede ingresar en cuatro o cinco horas a
territorios de La Unión, El Carmen de Viboral, San Francisco, Cocorná, Arge-
lia y el casco urbano de Sonsón. Por eso no extrañaba a los rioverdeños ver
desfilar en ocasiones a cientos de guerrilleros. “En esa ramada que tengo yo me
caían en cualquier momento a decirme: ‘vea: muela mañana 400 pares de panela’.
Llegaban hasta 500 guerrilleros. Hay veces en que me pagaban sólo una parte”,
relata otro habitante de Rioverde.

Pero también el ejército cometió abusos. Acusando a los campesinos de ser


complacientes con la guerrilla los sometían a presiones para que les dieran
información. “Venían muy groseros a patialo a uno, y uno sin saber nada. El
ejército entraba zapatiando mucho”, expuso un campesino, asegurando que los
trataban a todos de guerrilleros. Sin embargo, aunque persiste cierta descon-
fianza, las gentes reconocen que el ejército “ha mejorado” su actitud, sobre
todo después de los grandes golpes propinados al frente 47 de las Farc y, prin-

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

cipalmente, luego de la entrega de alias Karina el 18 de mayo del 2008.

Don Orlando dice que tumbó bastante montaña junto con su padre usando
el hacha y el machete, también que levantó 12 hijos “muy decentes y trabajado-
res” y que jamás se irá de su casa. Mientras desplegaba historias de sus expe-
riencias, don Adolfo Orozco, el presidente de la junta de acción comunal de la
vereda El Popal se sumó a la conversación.

En Rioverde de Los Henaos se mantiene una figura organizativa denomina-


da Comités de Participación Comunitaria, o COPACOS. Se asocian por zonas
y tiene un presidente, en este caso el que agrupa las cinco veredas del corregi-
miento. Fue el mismo que se reunió hace cinco años para acordar la resisten-
cia contra el desplazamiento. “Nos reunimos el último domingo de cada mes en
La Playa, y el primer domingo del mes me reúno con la gente de la vereda”, explica
don Adolfo. Por fortuna desde hace algún tiempo los temas centrales son el
cuidado de los caminos y las gestiones ante la alcaldía para mejoramiento de
vivienda y saneamiento básico. Pero también el eterno asunto de la energía
eléctrica.

Para alumbrarse en las noches o escuchar el radio, algunas de las casas de


Rioverde de Los Henaos tienen paneles solares. La alcaldía entregó hace seis
años, por estos lados, 85 paneles, 5 por cada una de las 17 veredas que compo-
nen los dos rioverdes, con el fin de mitigar la ausencia de electricidad. La ad-
judicación se dio por sorteo manejado por las juntas de acción comunal. Estos
paneles de celdas de silicio que capturan la radiación solar para transformarla
en corriente alterna por medio de un regulador y un inversor, son parte del
entorno casero en veredas como El Popal. El cuidado que exige su manejo es
mínimo pero es vital para sus baterías que tienen una vida útil aproximada de
entre tres y cinco años. Las baterías originales cuestan cerca de 300 mil pesos
de los cuales los campesinos difícilmente disponen, por lo que algunos pane-
les han quedado subutilizados o se ven obligados a comprar batería de menor
calidad que vale unos 180 mil pesos; la mayoría prefieren llevar el cartucho
a Sonsón donde las habilitan nuevamente por 120 mil pesos. Pese a todo, los
paneles permitieron una importante alternativa de energía para las viviendas
de Rioverde. Para la cocción de alimentos siguen utilizando la leña.

Los que tienen posibilidades hacen el esfuerzo de instalar turbinas con el


mismo sistema de rueda Pelton, que pueden costar entre dos y tres millones
de pesos. Pero necesitan tener el agua muy cerca y con facilidad de darle una
buena caída que le permita ganar fuerza.

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Panel solar en una casa de la vereda El Popal de Rioverde de Los Henaos

La conversación con don Orlando y don Adolfo se fue cerrando ante la in-
sistencia de los presentes en la velada para que nos integráramos. La demanda
fue entre cordial y perentoria manifestada en trovas y comentarios jocosos
dirigidos a nosotros. Así que terminamos sentados en el largo pasillo de la
tienda que, por supuesto, era también una casa; unos en sillas, otros en el
muro de concreto que cercaba el corredor a manera balaustrada.

Ya el aguardiente pasaba de mano en mano y Arturo con su guitarra no de-


jaba que el ánimo aflojara. Entonó una de sus canciones en la que habla del ex-
traño parto de una perra que a la que le “nacieron gatos, conejos y lechuzas, y de
los diez sólo nació un perrito”. El contrapunteo de trovas no tardó en comenzar.
Ante mi observación de lo agradable del lugar, recibí la invitación en trova:

La cosa está muy sencilla


Esto le voy a decir
Véngase usted de una vez

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Hombre a vivir por aquí”.


Y la respuesta no se hizo esperar:
Hombre a vivir por aquí
Le digo con promoción
A mirar necesidades
Y a dar pronta solución.

Arturo, tal vez captando mi actitud más periodística que política respon-
dió:

Eso que acaba de decir


Amiguito no insista
El vino fue por aquí
A hacernos una entrevista.
Y el otro campesino remató:
A hacernos una entrevista
Y que mire las bobadas
Y a mirar a toda la gente
Con las botas remendadas

En efecto, casi todos los campesinos tenían botas, aunque la oscuridad no


me permitió verificar si estaban remendadas. Lo cierto es que sólo usan botas
largas, o llaneras, que son más efectivas para tan húmedos caminos. Las mías,
que eran cortas y de lona, ya amenazaban con romperse. Según me advir-
tieron, ningún calzado distinto a esas botas soportan semejante presión por
aquellos territorios. Pero el calzado mío no se desgastó en vano y por eso el
cansancio de la travesía me pasó cuenta de cobro. Me asaltó el sueño y me fui
a dormir. Detrás quedaron los músicos y trovadores, mientras subía el corto
trayecto hasta la casa de doña Ema cobijado por una noche de millares de
estrellas que parecían un burbujeo trepidante de infinitas luciérnagas. Al fin,
con ese sueño rotundo y silvestre de los campos me hundí en la cama.

Un desayuno copioso con chocolate, huevos arepa, arroz y pollo frito nos
recibía en la mesa después del baño. A las siete y media salimos de El Popal
Jaime, Elkin y yo para seguir nuestro recorrido hacia las veredas Zurrumbal y
El Salado. Las otras dos veredas, El Cedro y La Torre, estaban por otra ruta.

Pronto pasamos por La Playa y comprobé la magnitud del ataque del 8 de


mayo al centro de salud. La fachada estaba pecosa de disparos y en la cocina
donde murió doña Herlinda López la luz del sol se filtraba por los huecos
de balas de los techos. Se veía como un sarpullido en la pared que daba a la

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

ventana, producidas, muy seguramente, por esquirlas de granada. Al lado del


centro se encuentra el salón en el que se reúnen los presidentes de las juntas
y que también funciona como aula de clase para los alumnos del bachillerato
rural dictado por un tutor de la Corporación Regional de Educación Integral
(COREDI). Y en la entrada la infaltable Virgen sobre la planicie de una gran
roca.

En eso se resumía el sitio de La Playa, que es algo así como el centro polí-
tico, educativo y social de Ríoverde de Los Henaos. Un corregimiento sin ca-
becera urbana. Al fin y al cabo, el origen de estos siempre estuvo asociado a la
creación de una inspección de policía encargada de funciones administrativas
y de vigilancia para un conjunto de veredas. La de Los Henaos fue creada por
Ordenanza 37 de La Asamblea Departamental en el año 1962.

Una joven alumna bajó de su caballo para esperar la clase, venía de la ve-
reda El Cedro, a más de una hora de camino. Continuamos el viaje y en la
ruta nos encontramos con el tutor Duván Andrés Marín. Es un joven de unos
25 años que en su expresión deja traslucir el ánimo y la alegría de estar tra-
bajando por su región. “Ya me ha tocado graduar algunos estudiantes” señala
orgulloso, agregando que tiene alumnos muy despiertos y capaces para llegar
a ser buenos profesionales. Lamenta la falta de electricidad y, por tanto, de
computadores, así como de material didáctico y libros, pero que todos hacen
el mejor esfuerzo. “El invierno es otro inconveniente, cuando las quebradas se
crecen, a los alumnos se les hace más complicado asistir a clase”, comenta Duván
antes de despedirse para llegar puntual a dictar las clases. Hay tres quebradas
sin puente: El Rincón, La Playa y La Vega.

Cruzamos luego el puente sobre el río Manizal y así entramos a la vereda


Zurrumbal. Ya se empezaba a robustecer todavía más el caudal del Río Verde
de Los Henaos con el aporte de agua de las quebradas El Tesoro y Corozal.
Pronto llegamos a la casa de don Gabriel Ossa, presidente del COPACO del co-
rregimiento. Hablando un poco de la historia recordó que sus padres le decían
que este cañón pertenecía a una familia Henao y de ahí el nombre. Lo cual es
cierto. El origen preciso de la familia se pierde en la memoria, pero se sabe
que la primera colonización de estos territorios se dio entre finales del siglo
XIX y principios del XX y en esa época pudo haber entrado la tan mencionada
familia Henao.

Don Gabriel instaló cerca de su casa una turbina o rueda pelton aprove-
chando el agua de la quebrada cercana. Con ella logra generar energía su-

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Jaime Carmona y Elkin Otálvaro descansan a la orilla río Verde de Los Henaos.

ficiente para sus electrodomésticos y para las bombillas. Invirtió cerca de 3


millones en su instalación pero dice estar satisfecho y ponderó sus ventajas
sobre la energía generada por los paneles solares. Pensé que si un líder comu-
nitario, con la experiencia suya en materia política y de gestión, realizaba una
inversión de ese tipo es porque veía aún lejana la posibilidad de la luz eléctrica
por cables. La charla duró poco porque debíamos llegar ese día hasta la vereda
El Salado.

Ascendimos una pronunciada colina para llegar a la escuela de Zurumbal,


donde encontramos el presidente de la acción comunal Edilson Carmona. De
pocas palabras pero de una discreta y cálida amabilidad, Edilson nos mostró
el estado lamentable de la escuela y la caseta comunal. Luego nos condujo ha-
cia su casa. Al pasar por la corta planicie de potrero me llamó la atención un
calvario sumido en la maleza que se encontraba al lado del camino. Una cruz
de hierro sobre un nicho de concreto. Sin esperar a preguntarle, Edilson notó
mi interés y me dijo: “Ese fue el primer muerto que dejó la guerrilla por estos

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

lados”. Ante semejante información me acerqué al calvario y leí: “Diciembre 16


de 1990”. Edilson me amplió la información: “hasta el día en que mataron a este
señor, nosotros pensábamos que la gente armada que se veía por ahí eran como
una banda o algo así, pero después ellos se presentaron como del Eln y empezaron
a hacer reuniones”. Las iniciales M.A.T. formadas con las propias varillas de
hierro se destacaban claramente en la cruz. El hombre asesinado se llamaba
Marco Aurelio Torres. Todavía existen, tanto en Zurrumbal como en otras ve-
redas de los rioverdes, fosas comunes que no han sido denunciadas por temor
a represalias.

La fecha coincide, efectivamente, con el inicio del fortalecimiento de la gue-


rrilla del Eln en el Oriente Antioqueño cuando ya se había creado el frente
Carlos Alirio Buitrago. Fue una guerrilla más cercana a las comunidades por
cuanto la mayoría de sus miembros eran reclutados entre los mismos campe-
sinos de sus zonas de influencia. Por esa misma relación familiar y territorial,
alcanzaron fuertes bases civiles y apoyo social. Incluso con la irrupción de
grandes tropas de las FARC a mediados y finales de los años 90, la principal
acusación de esta guerrilla contra la del Eln, era su indisciplina militar por
su estrecha relación con la gente. Las diferencias y enfrentamientos llegaron
al punto de ocasionar combates entre los dos grupos y sus contactos siempre
fueron tensos en esa especie de repartición de territorios, propio de los arma-
dos que se mueven por las mismas zonas. La guerrilla de las FARC terminó
desplazando también a los del ELN.

La casa de Edilson goza de una vista magnífica hacia el Oriente. Se obser-


va a la derecha toda la vereda de El Salado. Las quebradas La Bretaña y Los
Alumbres, también llamada El Rodeo, se juntan para formar la quebrada La
Salada que cae más abajo al Rio Verde de Los Henaos en el sitio denominado
San Lorenzo. Todo el recorrido de estas quebradas se divisa desde allí.

El baño enchapado en baldosín de la casa de Edilson, terminó de confir-


marme lo que ya había evidenciado en otras casas. La gente de Rioverde de
Los Henaos dedican especial cuidado a disponer de una vivienda digna y, si
pueden, con ciertas comodidades. La observación es tanto más significativa si
se tiene en cuenta la gran distancia y el estado de los caminos para acarrear
material y accesorios de construcción. Sólo hay que imaginar lo que implica
traer cemento y adobe desde la punta de la carretera en la vereda Manzanares
Centro cruzando el páramo en un recorrido que puede tomar cinco o seis
horas. Eso demuestra el método y la disciplina del trabajo y del ahorro, pero,

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

sobre todo, el sentido de la dignidad y la pertenencia por el territorio. Son va-


lores que pueden explicar la decidida defensa territorial de sus habitantes y la
tenacidad fraternal que les ha permitido sólidos acuerdos de grupo.

En las casas de los pueblos y ciudades hace mucho tiempo se almuerza


mientras se mira la televisión y es común ver televisores encendidos con la
emisión de los noticieros en los restaurantes. Pero difícil comparar esa poca
digestiva rutina por el indescriptible placer de tomar una caldo de gallina crio-
lla en una mesa del corredor de la casa de Edilson, recibiendo la brisa refres-
cante y contemplando el ancho paisaje del cañón de Los Henaos. Y aún más
difícil imaginar que su dueño renuncie así no más a la vida que lleva para irse,
como dijo don Orlando Orozco “a rodar quién sabe hasta dónde”.

Pasado el mediodía bajamos a la vereda El Salado. El olor dulce del guarapo


cocido era el rastro inequívoco de la molienda. En la ramada el ritmo del tra-
bajo anunciaba que estaba cerca el cierre de la jornada que se inició a las 3 de
la mañana. Así que el ambiente era de reposo mientras moldeaban los últimos
bloques de panela. Un momento propicio para conversar.

Al cabo de un largo saludo en el que Elkin me presentó a las personas que


se encontraban en la ramada me senté a conversar con Orlando Gómez, un
hombre rubio de sonrisa estampada y de una edad poco fácil de calcular, pero
no por viejo, sino porque sus rasgos y expresiones parecían moverse entre los
20 y los 35 años. En todo caso, una expresión fresca y agradable.

Orlando habla con propiedad de su vereda. Me comparte que de la ramada


se benefician 25 familias y que en la vereda hay entre 210 y 230 habitantes
en sus 43 viviendas. Lo cual coincide con mis notas sacadas del atlas veredal
de Antioquia que habla de 213 personas y de la alcaldía municipal de Sonsón
que registra 219. “Hay 55 alumnos en la escuela y 22 en el bachillerato rural de
COREDI” continúa explicándome este futuro tecnólogo que estudió en Rione-
gro. Pasaré la noche en su casa donde podré seguir conversando con él y con
otras personas.

Uno de los señores de la ramada me preguntó si podía hablar conmigo para


ver si lo orientaba acerca de las posibilidades que tenía de recuperar su finca
sembrada de minas antipersona. Perdió varias reses y anhela poder volverla
a trabajar. Entonces recordé que un joven accidentado por una mina me es-
peraba también para referirme su historia. De él me hablaron como de una
persona valiente y fuerte. Pronto me daría cuenta que era más de lo que me
habían dicho.

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

También me dijeron que no podía irme sin hablar con el viejo Joaquín
Quintero, quien me podía contar mucha historia de este Rioverde. Así que el
resto de mi jornada prometía bastante.

La casa donde vive Orlando y su familia es su misma casa paterna. Y es


comprensible, puesto que es larga y de espacio generoso, detrás de un patio de
tierra rodeado de jardín. El muchacho accidentado por la mina no había llega-
do pero ya me acompañaba don Joaquín Quintero. Antes de conversar con él
quería conocer el nacimiento de agua salada que le da el nombre a la vereda y
hacia allá nos dirigimos.

El agua salada no resultó tan evidente ni tan fácil de ubicar. Hallamos en


últimas, una fuente de agua salobre en la quebrada de La Salada. Y pese a que
esperaba encontrar más, está lejos de ser leyenda la historia de los depósitos
de agua salada de estas zonas. Era, desde los tiempos de la colonia, uno de las
virtudes que elogiaban sobre las tierras de Sonsón.

Finalmente don Joaquín me empezó a contar que el camino que entra a


Rioverde de Los Henaos por el páramo lo hicieron hace unos 45 años y que
en su construcción participaron un señor llamado Pacho Grillo, contratista de
la Gobernación de Antioquia, y que la trocha fue abierta por Lisímaco Gallo
y Patricio Cifuentes, además de Juan Bautista Ossa. Afirma que estas tierras
pertenecían al señor Pedro Antonio Gallo y sus hermanos quien empezó a ven-
der por lotes a personas como Antonio Otálvaro y Abel Carmona. Pedro Gallo
fue capitán durante la guerra de los mil días y perteneció al tercer contingente
que despachó el municipio de Sonsón el 22 de enero del año 1900 para luchar
contra el alzamiento liberal comandado por el general Rafael Uribe Uribe.
Formaron el Batallón Llano que combatió principalmente en lo que es hoy el
norte y oriente de Caldas en sitios como Florida, Llano de Villegas, Puente de
Guarinó y La Pradera. Agrega don Joaquín que “Gente de apellido Henao hay
poquitos por aquí, en cambio sí hay muchos Orozco y algunos Gómez: los Orozcos
que viven por estos lados son del Carmen y de La Unión”. Frente a la importancia
de don Pedro Gallo que loteó sus grandes propiedades sostiene que “Esto en
realidad debía llamarse Rioverde de Los Gallos”

Con sus más de setenta años don Joaquín se mueve con facilidad por los
quebrados caminos de El Salado. De joven trabajó en el instituto geográfico
Agustín Codazzi y se enamoró de estas tierras donde es propietario de una
finca de 400 hectáreas en monte. “Tengo un contrato con Cornare para sacar
colino de comino y abarco” cuenta con aire orgulloso. Asegura además que a

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

estas tierras siempre las ha conocido igual y que se conservarán así mientras
las vías de comunicación sigan siendo precarias.

Para fortuna del oriente y del país, a estas estrellas fluviales las protege
todavía su difícil acceso que hacen costosa su explotación. No alcanzo a imagi-
nar los estragos que produciría una carretera hiriendo de muerte el páramo.
Por eso se habla de la alternativa del cable aéreo. Si ese proyecto logra concre-
tarse, el mundo conocerá una de los tesoros mejor guardados de Colombia
que, hasta el momento, se ha mantenido aislado, no sólo por sus característi-
cas topográficas, sino por efectos del conflicto armado.

Regresé con don Joaquín hasta la casa de Orlando Gómez. Antes de despe-
dirse me recomendó hablar con don Pedro, el anciano padre de Orlando quien
tal vez me podría hablar un poco más sobre Rioverde.

Pero antes de pasar el portón del potrero junto a la casa, me presentaron a


Arley de Jesús León quien se vino brincando en su única pierna a saludarme.
Aun con la ausencia de su pierna izquierda debía ser bastante atractivo para
las mujeres. Rubio, de buena estatura y de agradable aspecto que se resaltaba
aún más por su aire despreocupado y resuelto. Mirándolo, no cabe duda de
que es de aquellos hombres con la fuerza y el carácter suficiente para lograr lo
que se proponen.

A las seis de la mañana del viernes 30 de abril del 2004 Arley pisó una
mina antipersonal. “Iba pa’l pueblo cuando me levantó la mina y ahí comenzó la
pesadilla. Yo sentí algo que me silbaba; volé como a tres metros. Cuando me miré el
pie sin pantalón: mochao el pie y reventao por todas partes. Quedé como asordao.
En ese momento ya caí en cuenta qué eran las tales minas. De una bregué y me
paré; le eché mano al bolso y me fui brincando, más o menos, media cuadra. Has-
ta que no pude más. Cerquita estaba don Aldemar Orozco y empecé a gritarle. Al
momento subió. Me dijo: ‘no mijo, usted está es pa’ camilla’. Era tanto el susto que
nos pusimos fue a llorar: yo lloraba de la alegría viendo que ya no me moría y el
señor lloraba de tristeza diciendo: ‘vea que cosas tan horribles mijito por Dios’. De
ahí, como pudimos, me subí a la bestia hasta el Alto del páramo. Subí así de medio
lao y me metí la mano apretándome la pierna. En Manzanares ya me montaron
a un carro”

Arley dice que lo más duro en ese momento fue pensar en que ya no podía
volver a jugar fútbol: “bendito sea mi Dios, a mi cómo me gusta el fútbol y ahora
qué voy a hacer. Eso pensaba”. Porque, como dice, “adoraba el fútbol”. Pero de
inmediato se corrige diciendo que todavía lo adora. “Yo ya vi que si me echaba

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

a morir era peor pa’ mi. Me mandaron un sicólogo y yo les dije: ‘tranquilos que
yo sicólogo no necesito; yo sé qué me pasó y qué me toca hacer’. Les dije que no
estaba enfermo de la pierna sino de la aburrimiento pero porque quería volver a
la vereda. Hasta que me dieron de alta. Cuando bajé por aquí volví a vivir. Toda
la gente me recibió y mis amigos me dieron moral. Hasta volví a jugar fútbol, pero
ahora juego de arquero”

Con gran esfuerzo Arley se propuso volver a trabajar. Ahora despierta la ad-
miración en Rioverde. Cogiendo café rinde como cualquiera. “Como a los tres
días sin hacer nada me estaba desesperando y recordé: ‘yo tengo un café pa’ coger’.
Salí y me senté en el patio y pensé: ‘bueno, aver cómo voy a hacer’. Yo miraba el ca-
fetal de pa’ abajo: ‘bueno, ¿será que me voy en las muletas y me paró así?...no, esto
así no rinde’. Me dio rabia y ganas de llorar. Tiré esas muletas pa un lao y empecé
a brincar. Déle y déle, y siempre cogí. Al otro día cogí más. Al siguiente día cogí
más. Hasta que vi que ya me daba. Y antes sembré más y comencé a camellar”.
Asegura que el único trabajo que le “queda grande” es cargar, pero, de resto,
hace todo lo demás. Sale a pescar al río o a nadar. Sólo usa la prótesis cuando
sale al pueblo porque se vuelve inútil por esto caminos. Su mula le permite
moverse mejor. E insiste: “no necesito sicólogos”

La noche nos acogió contando historias y entramos a la casa. Don Pedro


tomaba su chocolate sentado en el pasillo. Yo ya lo había visto moldeando pa-
nela en la ramada, así que su jornada fue dura, pero aceptó muy complacido
la charla que le propuse. Me dijo que conoció al capitán Pedro Gallo que fue
dueño de un establecimiento de caña en San Francisco y tres más en El Popal;
tenía también ganados. Entre sus hijos recuerda a Antonio, Néstor, Alberto
y Jesús. Refiere don Pedro que este último se suicidó en Sonsón y que eso
impidió que otro hermano suyo, también hijo del capitán, se ordenara como
sacerdote. Los Gallo fueron vendiendo lotes y se fueron de Rioverde.

Don Pedro Gómez dice que su padre lo trajo muy pequeño desde La Unión.
En los tiempos en que se hablaba con naturalidad de brujas, espantos y duen-
des. Refiere que por los lados de El Suribio los molestó mucho un duende que
les tiraba piedras cuando pasaban por el camino. Un guerillero de las Farc que
le salió por el camino dijo que los duendes no existían y que si existieran ya
hubieran derrocado al presidente Álvaro Uribe.

Con la risa de don Pedro por el cuento del duende, se despidió para irse a
su cama. Elkin, Jaime, Arley, Orlando y yo nos quedamos un rato conversan-
do en el corredor. Yo les contaba sobre lo que había escuchado para saber si

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

conocían algo más o, digamos, las historias más recientes de este cautivador
territorio de Rioverde de Los Henaos. Hasta que nos venció el sueño y nos fui-
mos a dormir. La meta del día siguiente era llegar a Rioverde de Los Montes.

Para pasar de Ríoverde de Los Henaos a Rioverde de Los Montes, bastaría


cruzar la cordillera que los divide por el sector de La Selva en la vereda La Mon-
tañita, pero esos caminos todavía estaban sembrados de minas antipersona.
Es decir, que un recorrido que tomaría tres horas por La Selva, se multiplica
por ocho horas dando la vuelta siguiendo el curso del cañón de los Henaos y
subiendo por el cañón de Los Montes. A mi, por supuesto, eso no me preocu-
paba, puesto que mi objetivo era el de recorrer y explorar. Lo que no significa
que deban omitirse medidas urgentes para recuperar el camino de La Selva y
mejorar la comunicación entre los dos rioverdes.

A las seis de la mañana del día jueves 9 de octubre nos levantamos para
retomar el camino. Me sorprendió la cantidad de personas que bullían en la
casa: cuatro señoras, tres hombres, don Pedro, tres jóvenes y unos 8 niños.
Había, eso sí, suficiente espacio para todos. Aunque también Orlando me con-
tó que en esos momentos albergaba a cuatro niños y la esposa de un vecino de
la vereda que se recuperaba en un hospital de Medellín por heridas de arma
blanca. La riña tuvo lugar durante una celebración en la caseta comunal. Ex-
plica Orlando que esa es una de las preocupaciones actuales. “Cuando esto lo
manejaba la guerrilla, ellos eran los que mantenían el orden, pero ahora sin auto-
ridad de ningún tipo pueden seguir dándose peleas por tragos u otros conflictos”

Salimos sobre las siete de la mañana. Pronto llegamos al curso del río Ver-
de de Los Henaos que después de su encuentro con la quebrada La Salada,
exhibía un caudal más poderoso. El agua cristalina nos acompañaba todo el
tiempo, porque el camino sigue la misma ruta. Ese día esperaba con cierta
ansiedad conocer los encuentros de los ríos Verde de Los Henaos y el Verde de
Los Montes. La atmósfera se mostraba esplendorosa.

Mientras avanzábamos Jaime y Elkin me iban contando historias de los


rioverdes. Notaba la alegría de Jaime porque esta noche, muy seguramente,
llegaría a su casa en la vereda La Soledad de Rioverde de Los Montes. Elkin
tendría que esperar porque no pasaríamos por la vereda San Jerónimo, sino
que daríamos la vuelta para salir por el camino de Murringo pasando por La
Capilla.

En unas tres horas saldríamos del territorio de Ríoverde de Los Henaos


para entrar a la vereda El Coco, que pertenecía a Rioverde de Los Montes. Sin

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Don Pedro, viejo habitante de la vereda El Salado de Rioverde de Los Henaos.

embargo, aspiraba cerrar este capítulo de Rioverde de Los Henaos justo en el


encuentro de los dos ríos.

En ocasiones el camino se tornaba estrecho. Incluso hubo que superar las


empalizadas de árboles derribados en una reciente rocería, seguramente des-
tinada a sembrar pasto para ganado. Había mucho monte, pero igual daba
lástima ver ese lote tumbado hasta las propias orillas del río.

Cada vez que podía o que veíamos remansos y charcos exuberantes me


acercaba hasta el río. Este tramo del camino era el más abandonado porque el
conflicto dejó varias de esas veredas muy solas y las disputas territoriales dis-
minuyeron la comunicación. Pero también porque desde El Coco y La Ciéna-
ga, todos salen a hacer su mercado la municipio de Argelia que les queda más
cercano. Me cuenta Jaime que hasta hace unos años los jóvenes de veredas
como La Soledad de Rioverde de Los Montes iban hasta al vereda El Salado de
Rioverde de Los Henaos a disfrutar de alguna celebración, pero que un día se
encontraron una mano por el camino y decidieron no regresar. De tal suerte

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Cañón del río Verde de Los Henaos visto desde la Vereda El Coco.

que estábamos caminando por el sitio menos transitado de Rioverde. Y debo


reconocer que, pese a la excelente compañía, sentí temor.

Sin embargo, la exuberancia del río y la belleza de sus parajes, así como
la conversación me mantenían tranquilo. En ese momento empecé a notar
la pericia de sabueso de Jaime Carmona. Escrutaba el monte e interrogaba el
camino. De pronto se inclinó y dijo: “por aquí pasó un cazador con un perro
grande y otro chiquito”, y me mostraba las huellas que yo, estúpidamente, fin-
gía reconocer. O más adelante: “mire la huella de un conejo”. Esa sí la ví…un
poco. Y acercándome mucho; casi que pegando la cara al piso.

En el sitio Madre Seca el camino seguía precisamente por aquel lecho seco
del río. La tensión no había desaparecido y allí se disparó a su máximo nivel.
Se camina fatigosamente por entre piedras lisas y sombreadas de suribios y
guaduas. Este paso ha sido el más temido por los campesinos, porque al aspec-
to lóbrego del paraje, se suman las resbalosas piedras que pueden fracturar las
bestias. El sitio es bello, pero al mismo tiempo de una energía densa y oscura.
Quería salir cuanto antes de allí. Yo pensaba que no puede haber en el mundo
nada más triste que una madre seca.
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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Sitio Madre Seca.

Un olor a carne descompuesta llenó el lugar. Esperaba que Jaime la identifi-


cara como de algún animal muerto. Pero lo noté inquieto. Mejor apuramos el
paso. Por suerte, Madre Seca no se extendía más de 400 metros y después de
salir, el ritmo del camino me hizo recuperar lentamente la tranquilidad. Ingre-
sábamos a sitios que fueron escenarios de feroces disputas territoriales entre
ejército y guerrilla. Donde cada recodo tiene historias atroces qué contar.

Subiendo durante unos minutos por la quebrada El Coco, que marca el


límite entre los dos rioverdes, visitamos a don Emilio Montes quien vive soli-
tario en una casita perdida en un cañaduzal. Si alguien tiene interés en hacer
una especie de arqueología social y humana de la colonización de estos cam-
pos, que visite a don Emilio. El tiempo supo detenerse allí; un poco por las
costumbres propias de un viejo antioqueño de la montaña y otro tanto por el
aislamiento, pero mucho más por la pobreza.

La casa se levanta en el costado de una plataforma en madera apoyada


sobre una base de rocas sueltas pero bien acopladas según su forma. La parte

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

que queda afuera le sirve de corredor que, en tal caso, forma una especie de
“L”; siendo el lado más largo el pasillo frontal. Largueros de guadua apoyados
en las columnas de madera limitan el pasillo del patio o del solar. Sobre ellos
cuelgan pieles de guagua y tatabra, botas, frenos, harapos, enjalmas, mon-
turas, sudaderos de bestias, canastos, y cuanta cosa ofrezca la posibilidad de
colgarse. Un tablón de madera apoyado en dos troncos hace las veces de ban-
ca, diván o sofá para atender visitas, comer, contar historias…De las paredes
cuelgan machetes, sombreros, repisas con velas, talegos, un almanaque y al-
guna flor.

Entramos por el corredor lateral donde retozaba un cerdo flaco. Pasamos


al frontal por el que circulaban dos gallinas y un perro. Don Emilio atendió el
llamado de Jaime y salió a saludarnos. No teníamos mucho tiempo para evitar
que nos sorprendiera la noche por el camino, así que cruzamos pocas pala-
bras. Alcanzó a contarme que vivía sólo y que para él, en cuanto a la distancia,
era casi lo mismo salir a Argelia, como a Sonsón; pero prefería salir al primero

Jaime Carmona sobre el puente de Moragas que él mismo construyó.

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

por el mejor estado de los caminos. En cualquier dirección le tomaría ocho o


diez horas a buen paso.

“Hace más de 50 años vivo por aquí, primero trabajé sembrando maíz y fríjol
pa’ un señor Felipe Arango. Él me dijo que le compró a un tal Roberto Ospina”,
don Emilio habla pausado y con el gusto del que se siente muy bien al romper
la soledad y el silencio. Dice que para él todo esto siempre ha estado tranquilo.
“No tengo nada que sentir ni de la guerrilla, ni del ejército. Todos han pasado por
aquí y con todos he conversado. Ninguno me ha molestado” Me siguió contando
que tiene seis hijos que ahora viven por Medellín y Bogotá y que se demora
hasta tres y cuatro meses para salir al pueblo. “Cuando salgo a Argelia, merco
todo lo que puedo, y voy encargando por ahí otras cositas a los que vayan”. Du-
rante unos minutos más habló de sus largas travesías por las montañas hasta
que llegó el momento de continuar el viaje.

Después de cruzar la quebrada El Coco, entramos propiamente a territorio


de Rioverde de Los Montes. Yo seguía pensando en los encuentros de los dos
ríos.

En la vereda El Coco estaba el ejército en una ramada. Decidimos entrar


para reportar nuestra presencia así como el objetivo de la travesía. Respondi-
mos a todas sus preguntas y se mostraron discretos pero corteses.

Llegamos por fin a Brasilal, sitio cercano al encuentro de los ríos. En el


puente del camino que va a la vereda Santa Rosa y por el que se puede llegar
hasta el municipio de San Francisco, nos internamos por la orilla del río. El
paso era difícil y había que ser precavido para no caer por el desfiladero hasta
el río. El último obstáculo incluía deslizarse por una pértiga. La superé con
alguna dificultad, caminé unos pasos más y apareció.

Allí estaban: fundiéndose en una abrazo transparente el Ríoverde de Los


Henaos y el Ríoverde de Los Montes. Miré el reloj: 3:30 PM. Pensé que me iba
a encontrar con un torrente encañonado e impenetrable, pero no era así. Ha-
bía una gran playa de grava y cómodas rocas para arrullarse con el rumor del
agua. El río era generoso en piedras y puntos para vadearlo. La corriente era
de cuidado pero nada peligrosa para un buen nadador. No había mosquitos y
el sol de la tarde prodigaba el calor ideal.

Alucinado por la maravilla me apresuré a quitarme la ropa, le tomé con-


fianza al río y me fui caminando hasta la mitad. A mi derecha se abría el cauce
del río Verde de Los Henaos, a mi izquierda el cauce de rio verde de Los Mon-

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

tes. La tarde era fresca y el agua también. Podía ver mis pies, incluso aumenta-
dos por el lente cristalino del agua. Levanté la cara al sol, que caía justo por el
centro de ambos caudales, y abrí los brazos dando gracias a Dios.

Encuentros de los dos rioverdes: De Los Henaos y De Los Montes

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Jaime Carmona Elkin Otálvaro y Juan Alberto Gómez al lado de Río Verde de Los Henaos.

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Rioverde de los Montes

Panorámica vereda La Soledad. Ha sido el centro comunitario, social, político,


económico y social de Rioverde de Los Montes.
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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Sentado en un taburete en el zaguán de su casa de la vereda La Soledad, el


anciano Francisco Carmona me habla sobre Rioverde de Los Montes. El mur-
mullo de grillos, ranas y gallinaciegas cortinean su voz pausada mientras la
luz de la vela alumbra su semblante de aire milenario. “Yo oí decir que cuando
no había caminos siquiera, mandaron un señor de Sonsón para que viera qué ha-
bitantes había en Rioverde de Los Montes. Y sólo encontró tres familias. Entonces
pensó: ‘¿cómo voy a regresar sin hacer casi nada?; así no me pagarán’. Y sacó la
lista. Una lista muy larga. Comenzó: León Carmona, Tigre Pulgarín, Oso Castri-
llón, Ardilla Otálvaro, Burro Duque, Tatabra Arenas, Mico Loaiza, Conejo Agude-
lo, Gurre Giraldo, Perico Ramírez, Ratón Rendón, Guagua Arroyabe.... Luego si-
guió con los reptiles: Sapo Sánchez, Culebra Aguirre, Lombriz Martínez, Lagartija
Salgado, Iguana Henao... Siguió con las aves: Águila Restrepo, Gallinazo Gil, Pava
Calderón, Gurriá Restrepo, Palomo Uribe, Tórtola Estrada, Guaico López, Llamón
Flórez, Chircagua Valencia, Currucao Orozco, Aletero Ángel, Gallina Arcila, Gallo
Manrique… Y terminó los con insectos: Piojo Hincapié, Caranga Montoya, Pulga
Buitrago, Nigua Benjumea... Esa fue la lista que llevó. Y le pagaron”

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Aparte de la fauna de tan pintoresca lista, se sabe que los primeros que co-
lonizaron esta vertiente oriental del páramo integraban una familia Montes.
Sucedió a finales del siglo XIX como lo cuenta don Néstor Carmona, sobrino
de don Francisco: “Yo conocí al viejito que entró a Rioverde, lo conocí estando él
muy viejito, se llamaba Ismael Montes. Eran varios hermanos. Hicieron caminito,
como trochita, y bajaron por ahí a caminar. Don Ismael Montes tenía mucha fami-
lia y entró a Ríoverde a trabajar con un Manuel Montes, Mono Montes, y Zacarías
Montes, todos ellos murieron por allá. Bajaron a sembrar maíz y fríjol, después
le sembraron plátano, hasta que se metieron a sembrar todo eso”. Con el tiempo
al territorio se le denominó Rioverde de Los Montes en alusión a esa “partida
de Montes” que se asentaron por allí. Su referente principal es el cañón del río
del mismo nombre que nace en el páramo de Sonsón, y que baja en dirección
sureste bordeando las veredas Murringo, La Capilla, San Jerónimo, La Monta-
ñita, La Soledad, La Ciénaga y Brasilal. Aunque la totalidad del corregimiento
Rioverde de Los Montes ocupa 486 kilómetros cuadrados con sus 17 veredas.
Este territorio guarda una especie de simetría con el otro Rioverde, el de Los

Río Verde de los Montes cerca de la vereda La Soledad.

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Henaos: dos largas crenchas de agua separadas por una cordillera y que des-
cienden de la musgosa cabellera del páramo.

La familia Carmona, de la que hace parte don Francisco, es de las más


numerosas en el corregimiento, especialmente en la vereda Murringo. Su tío
Ramón Carmona aprendió el oficio de empedrar caminos, labor ejecutó con
maestría. La prueba de eso todavía se encuentra en el legendario camino del
páramo o camino de Murringo. Don Francisco sostiene que su tío únicamente
participó en la construcción de la variante que se abrió para suavizar la fatigo-
sa pendiente de un tramo del camino más antiguo. “Cuando mi tío trabajó en
él, ese camino ya existía”, comenta.

El camino de Murringo que da la entrada a Rioverde de Los Montes por


el lado de Sonsón fue reconocido como el mejor camino de herradura en un
concurso organizado por Cornare a mediados de los noventa. La premiación
incluyó 10 millones de pesos que se invirtieron en la restauración y manteni-
miento de algunos sectores. Este viejo camino conecta a Sonsón con los mu-
nicipios de San Francisco y Cocorná bajando por el cañón de Rioverde de Los
Montes en un recorrido que supera los 80 kilómetros, la mitad de los cuales,
aproximadamente, transcurren por este corregimiento. El tramo empedrado
es de unos 12 kilómetros que va desde La Boca del Monte en la vereda Manza-
nares Arriba hasta el puente de Murringo. A La Soledad, que es como el centro
político del corregimiento, son alrededor de 15 kilómetros más. En suma, un
vasto territorio populoso de aguas, bosques y montañas.

Sin embargo, lo mismo que sentí la mañana del 7 de octubre de 2008 cuan-
do me disponía a ingresar al territorio de Rioverde de Los Henaos, me sucedía
ahora cuando iba a caminar los territorios de Rioverde de Los Montes: tenía
datos, información, cifras… Y un matalotaje de historias reverberando en la
cabeza. La diferencia es que, esta vez, no me inquietaba. La única reverbera-
ción que valía la pena en la tarde de este jueves 9 de octubre, era la del sol
refulgente sobre las cristalinas aguas del encuentro de los dos ríos. Había reco-
rrido la cuenca de río Verde de Los Henaos, la crencha occidental del páramo,
hasta el punto donde se trenza con el río Verde de Los Montes, por donde me
disponía a subir por la de este último. Me acompañan mis amigos y guías Jai-
me Carmona Otálvaro, hijo de don Francisco; y Elkin Otálvaro Loaiza, joven
líder de la vereda San Jerónimo y que también desciende de las familias ances-
trales de estos territorios. No podía esperar mejores compañeros.

Luego de disfrutar de la frescura en las aguas de río Verde, nos dispusimos


a marchar hasta la vereda La Soledad. Debíamos apurarnos si no queríamos
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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Casa de café en Rioverde de Los Montes.

que nos sorprendiera la noche. Subimos por la empinada ladera del cañón
para regresar al puente por donde nos habíamos internado para contemplar
la maravilla del encuentro de los ríos. Para mí, no sólo había valido la pena,
sino que me prometí regresar algún día.

En aquel puente sobre el camino que sigue para la vereda Santa Rosa y que
sube hasta la Cuchilla del Rejo en límites con jurisdicción de Cocorná y San
Francisco, algo inesperado nos retrasó. Resulta que ascendiendo por el río y
al pretender impulsarme agarrado de un suribio, tomé, junto con el tronco,
el cuerpo erizado y esponjoso de un gusano. Subí con la mano enrojecida y se
lo conté a Elkín. Sabía que el veneno de estos gusanos puede producir fiebre,
hinchazones y la aparición de bolas que denominan secas o, médicamente,
la inflamación de los ganglios linfáticos en las axilas, el cuello o detrás de
las orejas. “¿Dónde está el gusano?”, me preguntó. Y nos devolvimos hasta el
sitio. Tomó el gusano, lo llevó hasta el puente, junto hojas secas y lo quemó.

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Me dijo que eso lo había aprendido de su padre y que era un antídoto eficaz
contra el efecto del veneno. No lo creí y tampoco lo discutí, pero la molestia
fue desapareciendo.

Supe que desde ese puente, tanto la guerrilla como los paramilitares, arro-
jaron muchos cuerpos. Era ruta permanente de guerrilla hasta los años 2002
y 2003, cuando se produjo la arremetida del ejército y los paramilitares en la
zona. Del puente se recordaba especialmente la ejecución de una joven guerri-
llera a manos de su propia organización acusada de ser infiltrada del enemigo.
Su caso no fue aislado, como tampoco fueron pocas las adolescentes que la
comandante, alias Karina, vinculó al frente 47 de las Farc y que terminaron su
vida en una fosa o en el lecho del algún río.

Por su parte los paramilitares, disueltos en ocasiones con las tropas del
mismo ejército, entraron por estos caminos del encuentro de los dos ríos a las
veredas Santa Rosa y Brasilal a desplazar la gente y a llevarse el ganado de los
campesinos. El miércoles primero de octubre del 2003, hombres armados que
decían pertenecer a las autodefensas del Magdalena Medio, entraron por los
lados de San francisco hasta la vereda Brasilal recogiendo el ganado para lle-
várselo. No atendieron las súplicas de los campesinos y decían que ese ganado
era de la guerrilla o que alimentaba a los guerrilleros. Ordenaron desocupar
antes de los ocho días bajo amenaza de muerte. También obligaron a los cam-
pesinos a que arriaran su propio ganado para no verlo nunca más. Se llevaron
más de 60 reses y, aún hoy, los campesinos que sufrieron la pérdida siguen
esperando reparación.

Unos años antes de que los paramilitares se llevaran el ganado de Brasilal


y Santa Rosa, La comandante Karina del frente 47 de las Farc, arrió cerca de
200 reses que sacó de la finca Manga Plancha en la vereda Manzanares Arriba.
Obligadas a bajar velozmente por el angosto y empinado camino del páramo,
murieron despeñadas casi la mitad de las reses. El largo trayecto hasta La Sole-
dad se inundó de ganado muerto y olor a carne podrida. Karina sacrificó otras
y repartió carne en La Soledad; dos kilos por cada hogar. La mayoría de perso-
nas los recibió por temor, pero se negaron a comer de aquella carne hurtada.
El resto de ganado se fue muriendo de fiebres y enfermedades ante un cambio
tan intempestivo de temperatura: pasaron, más o menos, de los 2.800 a los
1.100 metros sobre el nivel del mar; de suelos que alcanzan los cinco grados
de temperatura a otras que suben hasta los 32 grados.

Eran casi las cuatro y media de la tarde cuando continuamos el viaje desde
Brasilal, recordando el robo del ganado y el desplazamiento que mantiene to-
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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

davía a esta vereda con muy pocos habitantes. De casi 50 familias que vivían
en Santa Rosa, sólo quedan 3. Ni siquiera han podido estrenar la escuela que,
justamente, terminaron de construir cuando ocurrió el desplazamiento. Bra-
silal, igualmente, pasó de tener unas 30 familias, a las 5 que han retornado.

Pasadas las cinco llegamos a la quebrada Moragas. Jaime me mostró un


puente colgante que él mismo construyó en el año 2000. Cruzaba una angosta
pero temible hondonada por donde corría la quebrada. La estructura de cables
y vigas de hierro de 16 metros no daban la suficiente confianza para cruzarlo
porque las tablas de comino y canelo se veían corroídas por la intemperie y
una pátina de abandono se evidenciaba en la hojarasca y la humedad que lo
cubría. El puente es poco transitado porque el camino que continúa hacia La
Palmera tiene riesgo de minas antipersona. Por un tiempo, los únicos que lo
usaron fueron los guerrilleros.

De esa forma casual conocí otra habilidad y oficio de Jaime Carmona: la de


oficial de construcción. Ha construido seis puentes en Rioverde de Los Mon-
tes, así como unas 25 casas, la escuela de Santa Rosa, una aula en La Soledad,
la cocina para el restaurante de la escuela de Planes, 4 entables paneleros,
además de gaviones y otras obras menores. Es decir que perpetúa la tradición
de sus tíos abuelos que fueron maestros en el arte de empedrar caminos. Mi-
rando su sentido de observación y lo metódico de sus movimientos es fácil
percibir que su destreza manual también obedece a una suerte de disposición
genética que lo hace rápido en el aprendizaje y diestro en su aplicación.

Su oficio lo ha llevado a recorrer todas las veredas de Rioverde de Los Mon-


tes y a vivir situaciones inesperadas como la de diciembre de 2007 en la vereda
Santa Marta, una de las más apartadas y pobres del corregimiento.

En Santa Marta los guerrilleros impusieron su dominio durante dos dé-


cadas y sus habitantes se acostumbraron a convivir con ellos. Adquirieron
hábitos extraños en la vida campesina como el hecho de que le resten impor-
tancia a la religión. Enterraron a sus muertos en los potreros y se mantuvie-
ron aislados, en parte por la distancia y en parte por la presión de la guerrilla.
La economía fundamentada en el cultivo de la coca, implantó una cultura del
dinero abundante que los alejó de otros trabajos agrícolas. Muchos jóvenes
fueron seducidos para ingresar a la guerrilla. A partir del año 2002 el ejército
irrumpió con la hostilidad propia de quien entra a someter y a recuperar te-
rritorio que consideran del enemigo. En esa lógica, sus pobladores eran vistos
como cómplices adoctrinados de la subversión, sus informantes y sus colabo-

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

radores. Se produjeron muertes civiles y desplazamientos. De 48 familias que


vivían antes del 2002, no quedaron más de 12.

El puente que construía Jaime Carmona en la vereda Santa Marta estuvo


siempre bajo la mirada de la guerrilla. La sorpresa fue mayor cuando la comu-
nidad le trajo las tablas para las formaletas en el que se vaciaría el concreto de
la estructura. Para eso habían desarmado una casa en la que murieron asesi-
nadas dos personas: las tablas tenían la sangre seca de las víctimas.

Un anciano diminuto y del que se decía que era un duende con poderes
sobrenaturales, le ayudó en el transporte del cemento. Jaime nunca pudo ex-
plicarse cómo una persona tan vieja podía cargar falda arriba un bulto de ce-
mento con tanta facilidad si hasta a él mismo le costaba mayor esfuerzo. “Vive
pegado de un tabaco”, refiere Jaime, “es negrito y por ahí de unos 70 años”. Las
personas que le ayudaron a Jaime en la construcción del puente le narraban
que el supuesto duende llegaba a Argelia con la mula y la soltaba en cualquier
parte; cuando iba a regresar, la mula le aparecía en el punto que la necesitara.
Le atribuían pactos con el diablo que lo dotaban de la destreza y la fuerza para
ejecutar movimientos asombrosos como “brincar de pa atrás desde un barran-
co”. Pero dicen que ya se arrepintió de sus acuerdos luciferinos y hasta ponen
de ejemplo el día en que quiso hacer cabriolas desde otro barranco pero que
su hijo lo detuvo diciéndole: “no haga eso papá, acuérdese que ya usted es de la
virgen”

Las historias sobre la vereda Santa Marta se mueven así entre el mito y la
realidad, lo mismo que de la vereda Palestina que se ubica por la misma área.
En torno a ambas veredas se condensó un halo de lejanía y misterio por ser
los más tradicionales centros de la subversión. Pero lo cierto es que la guerrilla
protegía allí viejas zonas de asentamiento y cultivos de uso ilícito. Además, la
penetración política, social y económica del ELN, por ejemplo, tuvo en Pales-
tina y Santa Marta sus puntos más importantes de Rioverde desde finales de
los años 80. En sectores de sus vastas montañas crearon escuelas de forma-
ción política y militar. Se erigieron en autoridad y en paraestado llenando la
ausencia o abandono institucional con su propia doctrina y pensamiento. Sólo
quien entiende esa dinámica podrá comprender por qué para lo que unos es
supervivencia para otros es complicidad. Es justo considerar igualmente que,
por un tiempo, la subversión supo implantar y promover otros referentes de
desarrollo que lograron generar simpatías y adhesiones.

La majestuosa caída de agua llamado El Salto del Burro me sacó de mis


cavilaciones sobre Santa Marta y Palestina. Desde unos 15 metros se precipita
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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

el chorro que cae sobre el camino. La penumbra de la tarde que anuncia la no-
che resaltaba su color blanco, recordándonos que la oscuridad no tardaría en
llegar y todavía nos hallábamos lejos de La Soledad. De la picadura del gusano
en la mano ya me podía olvidar pero un dolor en mi rodilla, que yo atribuía
a un mal giro mientras hacía piruetas en el río, empeoraba las cosas. Mi paso
era cada vez más lento. Sentía un poco de vergüenza con Jaime y Elkin que
ya se notaban con deseos de arribar. Sobre todo Jaime que desde hacía una
semana no veía a su familia y que extrañaba su mulita después de tres días de
caminata. Teníamos una sola linterna para alumbrarnos.

Atravesando la Vereda La Cienaga el dolor se intensificó y mi ritmo se hizo


más penoso. Yo cargaba la única linterna y mis compañeros, solidarios, se
ajustaban a mi paso siguiéndome de cerca. Los relámpagos pregonaban la llu-
via.

Jaime quería ser nuestro anfitrión. Me enteré de que su casa no se ubica-


ba exactamente en La Soledad sino a “veinte minuticos” más. Ya sabía lo que
significaban para un campesino “veinte minuticos más”. Es simple: para tener
una idea menos ilusa del tiempo en el camino, un caminante urbano debe
multiplicar por dos el tiempo que le dice el campesino; eso, claro, si no es muy
lento, porque si lo es, debe multiplicar por tres. En otras palabras: dadas las
condiciones en que yo avanzaba esa noche, debía multiplicar por cinco.

En ese momento tomé una decisión. Les pedí que me dieran un minuto,
abrí las piernas y extendí los brazos en ángulo recto a modo de oración. Jun-
té las falanges de los dedos índice y pulgar y, en un mal yoga, cerré los ojos
y respiré profundo. Tal vez no lograría anular el dolor, pero sí fortalecer mi
determinación para resistirlo. Ya lo había practicado en anteriores lesiones
y esta vez también funcionó. Arrojé el palo que había cogido como bordón y
caminé a paso largo y firme con todas mis fuerzas. Ahora eran Jaime y Elkin
los que trataban de seguirme el paso.

Cruzamos el puente sobre el río Verde de Los Montes y entramos a La So-


ledad a las ocho de la noche con las primeras gotas de lluvia de lo que iba a
ser una gran tormenta. Una calle de tierra y roca de unos cien metros. Jaime
me advirtió que no dejara apagar la linterna con el fin de que la luz fuera muy
visible para los soldados que se apostaban en la entrada, a largo de la calle
y dentro de las escasas viviendas. Sólo percibía sombras vigilantes. Algunos
saludaban. Hasta que, al fondo, en la cima del suave ascenso de la única calle,
vi la luz de la bombilla que señaló Jaime como destino.

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Llegamos al alero de la tienda y se vino la tempestad. De inmediato apare-


ció un soldado y le ofrecí algo de tomar. Él, con discreción, se limitó a escuchar
la conversación con el tendero. Suficiente para quedar bien informado de la
razón de mi presencia allí. Luego se despidió.

Entré a la tienda y me tumbé en los bultos de fríjoles. Ni siquiera pensaba


en volverme a levantar. Por fortuna en la misma tienda, que también era gra-
nero y vivienda, nos prepararon comida. La lluvia arreció. Elkin buscó aloja-
miento en la escuela que hace parte de la planta física en la que funcionan el
colegio y el centro de salud. El profesor Luís Ángel Vergara se mostró amable
y diligente. Finalmente dormimos en el centro de salud.

El nombre de centro de salud es más un acto de fe. De cualquier manera,


suficiente para hospedarse porque se trata de dos habitaciones limpias con
un baño y dos camas, pero está muy lejos de disponer de dotación para lo
que pretende ser. Allí dormimos Elkin y yo. Jaime se quedó esperando a que
escampara para subir a su casa. Toda la noche llovió.

A las seis de la mañana me levanté con menos dolor en la rodilla para


observar el caserío. Me cuenta Jaime que hasta hace unos cinco o seis años
habían 25 casas, hoy sólo quedan 10; cuatro de ellas ocupadas por el ejército.
Unas se derrumbaron; otras, abandonadas y derruidas, sirvieron de leña para
los fogones donde los soldados cocinan. La madera de chaquiro, canelo y co-
mino, es el material más común en su construcción y se recuerda al difunto
Luís Cardona como su artífice principal.

Las rocas desprendidas de la calle testimonian una época mejor. Lo que sin
duda fue un empedrado estable, ahora no es más que tierra, cascajo y grama.
Las casas desperdigadas tampoco ayudan a un trazo definido de la calle que,
para describirla con más precisión, no es más que un ancho camino de herra-
dura salpicado de viviendas a sus costados.

En tal escenario es lógico que resalte sobre el entorno, la serie de edifica-


ciones constituidas por: la tienda; detrás de esta una placa deportiva; luego
la capilla, que es un larga construcción rectangular techada de fibrocemento,
más conocido como eternit; otra larga edificación rectangular para aulas de
clase, separada por escalas y jardín de las dos plantas del centro de salud; fi-
nalmente, el aula de la telesecundaria donde se imparte educación secundaria
por medio de un tutor y ayudas didácticas en video.

Subí hasta la colina contigua al caserío, justo enfrente de la tienda. Tal vez
la mejor vista del diminuto poblado. Al pie de la virgen y la cruz que se alza
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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

San José y la Virgen en una colina aledaña a la vereda La Soledad de Rioverde de Los Montes.

en la cima se halla un puesto de guardia del ejército. La Soledad se posa en el


fondo de un suave declive que termina a unos 500 metros en el río Verde. No
alcanza a ser valle pero a lo lejos puede parecerlo. Lo flanquean, en cambio,
las cordilleras que forman la cuenca del río Verde. Enfrente vi otra ladera de
montaña y allí divisé el punto exacto en el que se entregó la temible jefe del
frente 47 de las Farc, Nelly Ávila Moreno, alias Karina.

Bajé de nuevo a la escuela donde me esperaban algunos personajes de Rio-


verde de Los Montes: el viejo líder político Libardo Loaiza; el presidente del
Comité de Participación Comunitaria, don Gildardo Vásquez y el músico y
palabrero Rubén Valencia.

Don Libardo cuenta que entre las personas más mentadas en el comien-
zo de Rioverde de Los Montes, después de la familia que le dio el nombre
al corregimiento y de un señor Luís Villegas, fue don Elías Salazar. “Cuando
comenzaron a abrir el monte llegaron primero a El Arrayán; después entraron a
La Capilla. Luego entraron hasta La Ciénaga y desde allá se empezó a colonizar

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

esta parte. Cuando ya entraron aquí a La Soledad ya resultó ese señor Villegas
comprando esta tierra toda. Luego todo eso lo compró don Elías Salazar”

Elías Salazar tuvo un amplio entable panelero en La Soledad desde la déca-


da del 20. Su finca se llamó Cantarranas y era, como dice don Libardo “de peo-
nadas muy grandes”. Experimentó con semilla, o colinos de caña provenientes
del Valle del Cauca. Encargó la fabricación de una máquina desfibradora de
penca de maguey para la producción de cabuya. Ya luego vendió su predio por
lotes.

Ingresaron a Rioverde grandes propietarios o personas influyentes a los


que se les adjudicaba tierra para abrirla y ponerla a producir. Trabajaban en
ocasiones con el mismo dinero que el gobierno les prestaba por intermedio
de bancos oficiales. En ese aspecto se reseña también como propietarios a don
Lorenzo Tobón, dueño de la quebrada de La Virgen hasta arriba partiendo
de La Soledad; el doctor Hoyos, poseedor hasta Quebrada Negra; y el doctor
Ramos, antepasado de quien ha sido senador, alcalde de Medellín y goberna-
dor de Antioquia, Luís Alfredo Ramos; era dueño desde el río Verde hasta La
Cuchilla del Rejo en límites con Cocorná.

Como buen político y gestor a don Libardo le gusta hablar y extenderse


en detalles hilando una idea con otra y más cuando se le pregunta sobre su
relación política con Luís Alfredo Ramos, gobernador de Antioquia para el pe-
riodo 2008-2011. “Yo conozco al gobernador desde que era secretario general del
Directorio Conservador de Antioquia, después cuando era diputado a la asamblea.
Esta escuela tiene cien mil pesos que él me consiguió en la asamblea departamen-
tal. Cuando eso cien mil pesos era mucha plata. Conseguí con su ayuda el primer
puente sobre el río”. Don Libardo dice haberlo confrontado en la campaña a la
gobernación, reprochándole la ausencia de su apoyo para Rioverde mientras
fue senador de la república: “le dije, enfrente de otras personas: ‘si usted como
gobernador va ser igual a lo que fue como senador, mejor retire su candidatura.
Porque no le colaboró a Sonsón’. Me preguntó: ‘qué tiene pa hacer’, y le dije: ‘dos
obras de la nación: la electrificación y la hecha de la carretera pa Rioverde’. Y me
dijo que sí, que bien pudiera contar con eso”.

Don Gildardo Vásquez, presidente del Comité de Participación Comunita-


ria (COPACO), también lamenta la falta de carretera: “Uno carga temprano una
mula desde Plancitos y está llegando a las 5 o 6 de la tarde. Eso es doloroso en esta
altura que ya tengo 59 años”. Desde la administración municipal les aprueban
sólo un millón de pesos cada año para el cuidado de unos trece caminos, es

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Algunos líderes comunitarios de la vereda La Soledad. Libardo Loaiza, el profesor Luís Ángel
Vergara y don Gildardo Vásquez.

decir, menos de 77 mil pesos por vereda. Antes les daban 720 jornales cada
seis meses. El territorio de 26 mil hectáreas que posee caminos susceptibles de
ser declarados patrimonios nacionales, dispone de un millón de pesos anual
para su preservación.

Y es que para don Libardo la carretera del casco urbano del municipio de
Argelia a La Soledad se le ha convertido en una obsesión. El tramo que existe
fue construido desde 1986, pero la obra se detuvo hace 16 años, restándole cin-
co kilómetros para llegar a La Soledad. “Cinco mil doscientos cincuenta metros”,
precisa don Libardo. Con los cerca de 12 kilómetros que existen desde Argelia
hasta El Alto de Guayaquil, se fortaleció la comunicación de Rioverde de Los
Montes con Argelia. Allí se merca y se vende la panela y el café. Es tan estrecha
esa relación que don Libardo fue concejal en Argelia. Esa circunstancia, su-
mada al conflicto armado, redujo el intercambio con Rioverde de Los Henaos

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

pero también trajo inconvenientes para los habitantes como, por ejemplo, la
atención en salud por parte del estado y la gestión municipal de aportes. Los
que han salido desplazados se vuelven pretexto para mutuas imputaciones de
responsabilidad: en Argelia dicen que no son responsables por la atención de
los desplazados residentes en jurisdicción del municipio de Sonsón, aparte de
la ayuda humanitaria de emergencia; mientras que en Sonsón manifiestan
que es en Argelia en el que los pobladores de Rioverde de Los Montes tienen
su centro urbano y que, por tanto, desde allí debe coordinarse todo.

Murringo es la única de las 17 veredas de Rioverde de Los Montes que sale


a Sonsón para todas sus diligencias, las demás salen a Argelia y van a Sonsón
únicamente a trámites de documentos o a reclamar subsidios del programa
Familias en Acción del gobierno nacional. Campamento y Palestina están de-
siertas a causa del desplazamiento, y se presentan tímidos retornos a San-
ta Rosa y Brasilal. La situación de Campamento es particular: prácticamente
toda su población que pertenece a la familias Orozco se encuentra desplazada
en la vereda El Guaico del municipio de Abejorral. De las 1740 personas que
reporta la alcaldía de Sonsón como habitantes del corregimiento, las veredas
Murringo, con 200 personas, y La Capilla con 207, constituyen las más pobla-
das. En 1995 había 3286 personas. De tal manera que la población se redujo a
la mitad, la mayoría por efectos del desplazamiento. En Sonsón se registraron
40 familias desplazadas de Rioverde de Los Montes, pero muchas otras de las
que emigraron fueron a parar a otros centros poblados como el altiplano y
Medellín. Otras familias no han sido incluidas en las bases de datos.

El desplazamiento interno en Rioverde de Los Montes presenta migracio-


nes desde las veredas Santa Rosa y Brasilal hacia La Soledad y Guayaquil. En
Guayaquil también llegaron desplazados de Caunzal, Palestina y algunas de
Campamento. De la vereda La Ciénaga llegaron desplazados a sectores cer-
canos a La Soledad; y del propio caserío de La Soledad, migraron hacia las
montañas de sus alrededores; la gente quería eludir a los grupos armados que
llegaban al caserío poniendo en riesgo a la población civil y obligándola a que
les trabajara.

La gracia y el talento musical de Rubén Valencia le puso el toque mágico a


la conversación que se tejía en la escuela con don Gildardo y don Libardo. Le
pedí que interpretara canciones de su autoría y que me contara sus historias.
Rubén compuso El Saludo a Rioverde, donde menciona los parajes y las vere-
das de su corregimiento:

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Aquí llegó este trovero


que viene de La Capilla
trovando a La Soledad
semejantes maravillas.

Con esta estrofa se inicia la canción que ya se entona como un himno.


Luego de seguir saludando en su canto desde Murringo hasta el río, continúa
reseñando sitios:

Le voy a seguir trovando


yo no soy desesperao
pero sigo saludando
la gente del otro lao
Quebrada Negra y La Cuenca
Caracolí y Arenal
Playa Rica y Remolino
La Liona y El Arrozal
Caracucho y Los Pelados
Caunzal y Palestina
La Tienda y La Falda el Macho
y la finca’e Las Muchilas.

El remate aviva la cadencia vivaracha de toda la canción:

Se acabó el merequetengue
no me crean tan pendejo
al fin saludé a Rioverde
hasta La Cuchilla El Rejo

En la canción de La Cacería, por su parte, Rubén quiso musicalizar una


historia real: “se inspiró en una charla de recocha, porque me contaron que salie-
ron pa una cacería y que los perros encuevaron un conejo y le habían trabajado
con muchos deseos pero que no fueron capaces de sacalo. Entonces yo me puse a
pensar: ‘esto da como para un tema’; y lo saqué como para recocha con los mismos
amigos y la misma gente de la vereda. Es un recordatorio pa más tarde”. Rubén
dice que los protagonistas de la historia, en la que hasta el perro conserva su
nombre real, “gozan con la canción”. A pesar de que no los deja bien librados
en estrofas como:

Y Jeremías apenas botaba tierra


no le importaba, así de tierra se unte

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

y Indalecio volteando ahí una piedra


desesperao por hacer un repunte.
Muy pensativo se miraba el uno al otro
y Jeremías dijo: oiga qué pasó
sentí una cosa allá tras de esa piedra
ese conejo creo que se nos salió.
Y ese conejo apenas le daba botes
y Jeremías ahí mismo le tiró
dijo Indalecio esto sí es un despelote
ahí perdió el tiro porque fue con un changón.

Con esa misma habilidad para estampar la historia popular en sus cancio-
nes tan manifiestas en su Saludo a Rioverde y La Cacería, Rubén Valencia le ha
cantado al café, a la educación y al noviazgo pero todo expresado por medio de
historias de vida que le confieren fuerza testimonial y documental.

Rubén Valencia, músico, compositor y palabrero de la vereda La Capilla en Rioverde de Los


Montes.

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

La conversación tocó también un tema ineludible como lo es el conflicto ar-


mado y la fuerte presencia que mantuvo durante años el frente 47 de las Farc
y su emblemática integrante alias Karina. Refieren que en la tarde del sábado
17 de mayo de 2008, un día antes de su entrega, se sintió en toda la región una
gran explosión como nunca se había escuchado. La oyeron hasta en las cabe-
ceras de Sonsón, Argelia y Nariño. Luego se sintió el sobrevuelo de un avión
girando alrededor del cerro de La Selva en el que Karina se refugió resistiendo
el acoso del ejército. Esa noche Karina bajó hasta la casa de unos ancianos a
los que confesó que se entregaba por miedo, y que esa explosión precipitó su
decisión. Otro poblador bien informado especula que tal vez sintió pavor de
que le ocurriera lo mismo que al miembro del secretariado de las Farc Raúl
Reyes, muerto en territorio de Ecuador el 3 de marzo del mismo año, por lo
que pareció ser el lanzamiento de un poderoso artefacto explosivo.

De lo que no cabe duda es que Karina estaba acosada. Ya alias Rojas, tam-
bién del frente 47, había matado al miembro del secretariado Iván Ríos y des-
pués le cortó la mano para demostrarlo; un episodio que más se asemejaba a
las vendettas entre carteles de la droga que a sucesos de guerrillas. En noviem-
bre del 2007 murió alias El Limón, que operaba como su jefe de seguridad.
Alias Jimmy o Karateca cayó en febrero de 2008; después se entregó alias El
Socio, quien señaló la fosa donde sepultaron el cuerpo de El Limón y también
le indicó caletas a la fuerza pública. En La Soledad, a donde llegó con el ejérci-
to, se jactó de haber recibido 70 millones por sus informaciones.

La sombra de otro guerrillero denominado El Político cubrió por mucho


tiempo a la población de Rioverde de Los Montes. Este personaje quiso invo-
lucrar a la población dentro de las actividades de la guerrilla valiéndose de su
capacidad de intimidación, el poder económico y las dádivas al estilo Robin
Hood. Obligaba o persuadía para que los apoyaran con el ingreso de víveres,
medicamentos y otros insumos de guerra.

El camino que baja desde el páramo hasta la vereda El Coco, remontando


toda la cordillera que divide a los dos rioverdes fue por mucho tiempo un
corredor del frente 47 que protegieron con la siembra de minas antipersona.
Mientras caminaba por ese mismo sendero en noviembre del 2004 un niño de
tan sólo nueve años murió víctima de esos artefactos. Toda la gente de Riover-
de se enteró, por su afligido padre que lo acompañaba, que el pequeño andaba
feliz porque estaba estrenando botas. Chapuceaba alborozado en los arroyos,
contento de sentirse inmune al agua; pero sus frágiles botas no fueron inmu-
nes a la mina. Murió en el municipio de La Unión mientras era trasladado a

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

recibir atención médica.

La disputa por el territorio entre la fuerza pública y la guerrilla se agudizó


a partir del 2002 con la aplicación de la política de Seguridad Democrática del
presidente Álvaro Uribe. Los campos de Rioverde se agitaron de combates,
tropas y desplazamientos. Las Farc marcó su declive y animadversión entre
las gentes con la vinculación de jóvenes milicianos inexpertos e impulsivos
repartiendo muerte por rumores, borracheras y venganzas privadas. También
con el reclutamiento de mujeres adolescentes que no llegaban a los 18 años;
sólo en Argelia se han documentado 35 de estos casos. Poniendo su objetivo
en copar centros poblados y de resistir la arremetida del gobierno, la guerrilla
buscaba combatientes que no dudaran para arrojarse en el humo de las bata-
llas como carne de cañón. Pero detrás de esos abusos de la guerrilla también
llegaron los de la fuerza pública y los paramilitares. Estigmatizaban a los rio-
verdeños como guerrilleros, y provocaron muertes de civiles inocentes, según
relatan los mismos habitantes de la zona.

La entrega de Karina, sin embargo, le dio otro aire a los rioverdes. Incluso
muchos lugareños piden que se construya otra base militar en Santa Rosa, que
es por donde, según ellos, ingresa la guerrilla. Así, junto con las bases ubica-
das en Guayaquil y Mesones, se sentirían más seguros. Todavía la confianza
no es plena pero prefieren legitimar la autoridad de la fuerza pública, sin que
cometa abusos contra la gente ni que se alíe con paramilitares. Expresan que
el ejército ha mejorado su trato y relación con las personas pero no han des-
aparecido esporádicas fricciones.

Al mediodía me despedí de Rubén Valencia, Libardo Loaiza y Gildardo Vás-


quez con la encantadora sensación de una charla excepcional. Quería nadar
en el río Verde de Los Montes que estaba a medio kilómetro. Cuando llegué,
disfruté de las grandes rocas y de las caprichosas corrientes y caídas que for-
man. Bajo su puente me contaron la historia de un testarudo oficial de la
empresa Puentes y Barcas, enviado desde la ciudad de Medellín para construir
el puente que uniría a La Soledad con La Ciénaga, en el mismo punto donde
yo me encontraba. Según relatos de los lugareños, el oficial decía que cuando
se cayera un puente construido por sus manos, se hundiría con él. Desaten-
diendo las recomendaciones del supervisor de obra, decidió vaciar el concreto
para el puente. Estando en esa labor la estructura empezó a crujir, todos se re-
tiraron, menos él que se quedó empecinado en demostrar la resistencia, pero
el puente colapsó y al señor, de nombre Juan de Jesús, se lo tragó el río. Lo
hallaron dos semanas después en la finca Remolino.

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Me dediqué a escribir notas en mi libreta recostado sobre la superficie cá-


lida de las rocas del río. Luego fuimos hasta el entable panelero que apoya la
Corporación Paz y Desarrollo del Oriente Antioqueño (PRODEPAZ) y del que
se benefician 8 familias, además de la escuela que también es asociada. Con
el ambiente de la molienda que satura la atmósfera de olor dulce, hablé con el
profesor de La Soledad, Luís Ángel Vergara.

“Una de las políticas del colegio ha sido la de ser arraigados frente a las cir-
cunstancias difíciles”, empieza contándome el profesor Luís Ángel, y agrega
que “de 150 niños que teníamos en el 2003, quedamos con 23 niños no más”.
Pese a todo asegura que las cosas mejoraron mucho. En el 2004 la zozobra de
los padres obligaba a que los alumnos tenían que ser recogidos de sus casas y
acompañados hasta la escuela. Una labor que hacía complicado el estudio por
la distancia de muchas viviendas. Ahora el profesor Vergara piensa en recu-
perar y fortalecer el colegio de La Soledad como centro educativo de Rioverde
de Los Montes: “La idea es que las veredas puedan venir a seguir su secundaria
en La Soledad. Hay que encaminar unos proyectos para mejorar las condiciones.
La electrificación y la vía carreteable son claves para reactivar el comercio. Hay
que ampliar la planta física para ofrecer alojamiento para niños de las veredas
lejanas. Me preocupan, entre otras, veredas como La Montañita y Plancitos que
quedan a tres o cuatro horas de camino”

El liderazgo de los profesores se hizo notable durante los tiempos más fe-
roces del conflicto. Profesores como Jhon Albeiro Bonilla en la vereda La Sole-
dad y Maryori Toro y Miriam Henao en la vereda Santa Marta, se convirtieron
en ejemplos de fortaleza moral. Con ese mismo talante han trabajado muchos
otros por la educación y el tejido social y humano de Rioverde de Los Montes
a costa, incluso, de su propia vida como le sucedió a la profesora de Brasilal
Victoria Gaviria en 1999 y a la de Guayaquil Belén Hincapié Patiño en octubre
del 2005. “La profesora Belén regañó a unos guerrilleros que sembraban minas
antipersona cerca de la escuela. Ella frentiaba a todos los grupos armados por los
abusos que cometían. Por eso la mataron”, declara uno de los campesinos que
la conoció.

Nos despedimos a eso de la cinco de la tarde para dirigirnos a la cercana


casa de Jaime Carmona donde pasaríamos la noche. Como lo había calculado
la pendiente que lleva a la casa de Jaime tomó casi 35 minutos. Iba montado
en una mula para evitar exigir mi rodilla, puesto que al día siguiente marcha-
ríamos hacia Sonsón siguiendo el largo trayecto que nos conduciría por las
veredas de La Capilla y Murringo. Por ese itinerario me esperaban dos maravi-

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

llas: una capilla en madera construida a finales de los años 20, y el tan famoso
camino del páramo.

Desde el alto de la casa de Jaime se divisa mejor toda la abertura entre mon-
tañas que alberga a La Soledad. Me hallaba a tan solo unos cientos de metros
del potrero en el que descendió el helicóptero del ejército para recoger a la
guerrillera Karina. Enfrente de mí estaba el Alto de Guayaquil; detrás de él ya
se ingresaba en territorio del municipio de Argelia.

La casa bien construida en material, era digna de la pericia de Jaime. Me


senté en el zaguán a contemplar la manera en que la noche fue cubriendo los
colores de un atardecer majestuoso. Y, con la noche, llegaron las historias de
don Francisco Carmona.

“La gente de la familia mía vino del Valle del Cauca. Mi papá decía que en el
valle tenía muchos familiares”, me dice don Francisco mientras mira hacia las
montañas como leyendo el paisaje. “El primer establecimiento de caña fue ahí en
La Soledad, y era de unos Villegas”. Relata además la historia de los tigres que
asolaron el ganado de Rioverde de Los Montes. “Oía decir que el tigre se comía
los perros. Yo me dí cuenta de uno que mató una vaca en Santa Rosa. Y como el
tigre arranca con la vaca es de pa arriba, entonces quedó la vaca en un barranco.
Al mes volvió y mató dos novillonas grandes y se tomó la sangre de novillo. Después
mató una mula. Lo mataron cerca de donde se comió la mula”

Historia de tigres abundan en Rioverde y se repiten las de varios de ellos


con los pormenores de sus cacerías. Hace muchos años que no se ven.

Don Francisco no cree en espantos, y lo dice con la seguridad de haber


caminado muchas montañas en las noches. Pero relata con un semblante de
impasible objetividad que: “En el camino de Plancitos a Murringo, a las doce de
la noche las linternas alumbran mucho menos; al rato vuelven a alumbrar bien”.

En junio de 1931, don Francisco hizo la primera comunión en la capilla de


madera en la vereda que, a raíz de esta construcción, tiene el mismo nombre.
Con esa ceremonia, asegura, se inauguró esta notable obra arquitectónica. Yo,
únicamente, la había visto en fotografías, pero la conocería al siguiente día.

Escuché los relatos de don Francisco que finalizaron hablándome de los


Ramos: “Cuando Ramos entró aquí ya habían Rompido el camino. Con los Ramos
ya se asentó mucha gente, desde Santa Rosa hasta el Páramo. Y a cada uno de los
que iba a trabajar con gente, les iba señalando un mundo grande.”

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Salimos a las 7 de la mañana rumbo al páramo. Ese día completaríamos


la vuelta por los rioverdes, haciendo una especie de óvalo. Conocería al fin
la capilla y el camino de Murringo que sube por el páramo. Esperaba que mi
rodilla respondiera y, aunque prefiero caminar, me tranquilizaba el hecho de
que lleváramos dos mulas. O digamos más bien, para ser igual de precisos que
su dueño: un macho y una mula.

Machos y mulas, producto del parto entre burro y yegua, tienen no solo
diferencias físicas sino también de carácter. Las mulas tienen la cabeza y las
orejas más grandes, además de tener el “genio” más voluble, es decir, “más
jodidas”. Ambos crecen hasta los siete años de edad. Los machos son “emo-
cionalmente” más estables. Para carga prefieren a las mulas y para caminar a
veces son mejores los machos, pero ambos son confiables. Las mulas y machos
pequeños son más ligeros y ágiles para el camino. A pesar de que las mulas
casi nunca tienen partos, es necesario mantenerlos alejados de los caballos
cuando están en calor porque, dicen los campesinos, “una mula a la que coja
un caballo no queda sirviendo pa nada”. Para acostumbrarlas a los caminos se
compran en edades entre los 10 y 15 meses. Se venden en pueblos como Arge-
lia, Sonsón, Marinilla y Rionegro y cuestan entre millón doscientos y millón
quinientos. Primero las llevan sin carga, sólo con la enjalma, y lentamente le
van poniendo carga. Caminan detrás de las recuas para que conozcan la ruta
y aprendan a defenderse bien por los pasos difíciles. La vida más productiva
de estas bestias es de unos 20 años, aunque pueden vivir 40. Una buena mula
en Rioverde cuesta entre 3 y 5 millones de pesos. Le cargan, en promedio, de
ocho a diez arrobas. También depende del tipo de carga: en carga arrastrada,
como caña o madera, le echan un poco más: en carga redonda, menos. Hay
que considerar igualmente su buen manejo y saber los límites.

Para un rioverdeño las mulas y los machos constituyen su necesidad princi-


pal y su riqueza. El caballo es torpe para los escabrosos caminos de Rioverde.
Jaime Carmona lo resume en una frase: “la mulita es lo mejor pal campesino”.

Me subí en la mula pero no lograba acostumbrarme a sentirme tan en-


cumbrado luego de caminar por días. No me inspiraba la misma confianza
los cascos que mis pies, pese a que los campesinos aseguran que una mula “se
afirma mejor que uno”. Aquel instante previo en el que la mula dará el salto
para subir o bajar un inclinado escalón del camino, me angustiaba un poco.
Procuraba aferrarme al cacho de la silla. Dicha posición medio arácnida en
ocasiones debía ser un retrato lamentable para un buen jinete, pero a mí solo
me interesaba no caer.

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Me bajé para verificar el estado de mi rodilla y comprobé con satisfacción


que me respondía bien. Desde ese momento me propuse subirme lo menos
posible sobre la mula o el macho.

Bajamos al puente de la quebrada San Miguel donde retomaríamos el cami-


no que va de La Soledad al páramo. Cerca de este punto denominado Puente
Roto se cruza el camino que conduce a la vereda San Jerónimo y al municipio
de Argelia. Nos detuvimos para esperar a un hermano de Elkin que se devolve-
ría con las mulas cuando nosotros hubiésemos casi coronado el páramo en el
sitio Corazón de Jesús. Para eso faltaba mucho camino.

De esta quebrada San Miguel se cuenta que hace varias décadas una cre-
ciente arrasó con la casa en la que habitaban 7 personas. El lodo, las empaliza-
das, las rocas y el ramaje cubrieron las orillas. Sólo encontraron la pierna de
un niño y una camándula colgada de un árbol. Más que el suceso, asombró a
la gente ese hallazgo y no faltó quien lo interpretara como “de mal agüero”.

Ya no me sorprendía el conocimiento de Jaime de cada uno de los parajes o


lugares que encontrábamos y los sucesos a ellos vinculados. Me di cuenta que
tampoco era exclusivo de Jaime tanta información referida a hechos y perso-
nas: en Rioverde casi todos se conocen con sus nombres e historias persona-
les. Podría apostar que se conocían hasta sus gustos, dolores y enfermedades.
Estos montes, en apariencia solitarios, no guardan secretos; basta con que
alguien cuente lo que le ocurrió en la soledad de un camino y todas las veredas
lo sabrán. Por eso el detalle de que Néstor Ramírez perdió un día su “caja de
dientes” por cruzar la quebrada crecida, no era más que la confirmación de esa
rara divulgación campesina, acrecentada en Rioverde por sus vínculos fami-
liares y por las características del territorio, en el que la información supera la
condición de chisme o anécdota para transformarse en herramienta del cami-
no. Una especie de georefenciación popular de la supervivencia.

En menos de dos horas llegamos a la vereda La Capilla. Apenas entramos la


vi. Coronando el caserío al lado izquierdo del camino se alzaba la construcción
en madera que le terminó dando nombre a la vereda. El lugar se denominaba
antes Villa María pero la importancia de la construcción de la capilla impuso
el nuevo nombre.

Los 78 años que lleva en pie no parecen hacerle mella. Cinco varas de alto,
(4,20 mt) treinta de largo (25,10 mt) y veinte de ancho, (16,20 mt) es la medida
de su cuerpo, según Otoniel Vásquez que participó en su construcción. Con el
paso de los años, sus paredes de madera adquirieron un tono gris que acen-

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

túan su aspecto venerable. La fachada o frontis tiene tres puertas y desde ellas
se ve el interés que tenían los maestros por dotarla de elementos propios de
la arquitectura eclesial. Esto se evidencia en el remate de las puertas con arco
de medio punto formando el tímpano y también en la abertura circular que
se abrió arriba de la puerta central como imitando el rosetón característico
de las catedrales góticas. La casa cural se adhiere al lado derecho y se levanta
sobre una plataforma de madera sostenida por troncos que hacen las veces de
columnas. Su techo es de zinc al igual que el de la capilla.

En su interior la capilla resulta cautivadora. Al recinto le caben unas 200


personas. Todo lo encierra la madera: desde el piso de tablillas hasta le cielo
rizado que parece ondular con sus quiebres rectos. El vinotinto del barniz,
vetea con el color propio de la madera llenando el espacio. Los elementos del
altar se ven calados y repujados. Hay cuidado, limpieza, detalle y primor en
el conjunto.

La capilla fue construida entre 1926 y 1930 a instancias del padre Obdulio
Duque que propuso su construcción luego de ver la cantidad de personas que
habitaban el sitio. Fue una obra en la que participaron los pobladores por me-
dio de convites masivos para cortar y cargar madera.

La erección de la capilla demuestra la actividad del territorio de Rioverde


de Los Montes durante las primeras décadas del siglo XX. Alrededor del nuevo
centro de culto, se intensificó el comercio. Se formó una pequeña plaza con su
mercado, tiendas y cantinas. En ese entonces la gente de Rioverde de Los Mon-
tes todavía salía a Sonsón por el camino de Murringo, por lo que La Capilla se
constituyó en estación y posada previa a la subida del páramo.

Cada año se celebra la Semana Santa en Rioverde de Los Montes cuya sede
se alterna entre la vereda La Soledad y la vereda La Capilla con el acompaña-
miento de la Parroquia San Julián de Argelia. La convocatoria es de tal dimen-
sión que organizan la representación en vivo de las escenas principales de la
Pasión de Cristo. En un video vi como, con cuánta solemnidad y compostura
ritual, los actores y los participantes recorren el vía crucis manteniendo un
respetuoso silencio. Sólo se escuchan, en el momento que le corresponde, las
plegarias y las indicaciones del sacerdote, el murmullo de las rezos, el sonido
de los pasos de la gente en procesión, y los llantos y voces desgarradas o enfá-
ticas de los actores que parecen dejar el alma en cada parlamento.

La procesión del vía crucis sale del viejo cementerio. El que representa a Je-
sús Nazareno carga la pesada cruz de madera en la que finalmente es amarra-

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

do. El dramatismo de la escena le agrega sublimidad a la representación. No


es aventurado especular diciendo que en aquél sacrificio del Cordero de Dios
en Israel las gentes de Rioverde recuerdan las pesadumbres vividas por el con-
flicto armado, y quizás aquel ejercicio de la memoria ayuda a que la tradición
siga convocando masivamente a sus habitantes en cada Semana Santa.

Salimos de esta joya de la arquitectura popular, si cabe el término, para


continuar subiendo hacia Murringo. Me señalaron en lo alto de un cerro la ve-
reda La Montañita que hace parte de la cordillera que divide la dos cuencas de
los rioverdes y, por lo tanto, los dos corregimientos. Observé paneles solares
en algunas casas del camino.

Al igual que en Rioverde de Los Henaos, en las veredas de Rioverde de


Los Montes la alcaldía distribuyó hace seis años algunos paneles solares como
alternativa de la energía eléctrica por cable, tantas veces prometida y nunca
concretada. Elkin Otálvaro me contó que aprendieron a manejarlos, a punta

Capilla de madera en la vereda del mismo nombre.

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Vereda La Capilla en Rioverde de Los Montes.

de accidentes. Podrían comenzar un manual de la experiencia escribiendo,


por ejemplo: “No acercarles nunca una vela o llama”; y a continuación contar
que a una familia en la vereda Palestina se les fue la luz una noche; toda la
familia se dirigió al sitio de la batería con una vela encendida para ver la razón
del corte. La batería estalló y lanzó fragmentos que les produjeron cortes y
heridas de consideración.

En su proceso interno el agua destilada que utilizan las baterías se trans-


forma en ácido sulfúrico que termina generando gases. Por eso se recomienda
lugares ventilados en el sitio donde serán instaladas. Tal parece que esto no lo
sabía la familia de la vereda Palestina.

Refiere Elkin que hubo accidentes similares con las baterías porque los
campesinos las instalaron debajo de sus camas. Al caer un rayo, su descarga
era conducida por los cables hasta la batería. Varios se salvaron de la muerte
porque la cama aislaba la descarga, pero los alcanzaba a dejar encalambrados
y aturdidos un buen par de horas.

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Y el accidente más grave ocurrió en la vereda La Montañita en el 2006.


Cristina Loaiza de 15 años de edad, murió por la descarga de un rayo conduci-
do por el cable al que se conectaba la grabadora donde ella escuchaba música
y que manipulaba en ese momento.

El ingreso de la energía solar trajo no solo televisores que alteraron la vida


nocturna de velas y conversaciones en el zaguán, sino también toda una es-
pecie de cultura asentada en sucesos e historias. Incluso relacionadas con el
conflicto.

Resulta que las familias desplazadas de veredas como Santa Rosa, Brasilal,
Campamento y Palestina, no alcanzaron a cargar con sus paneles solares. Lue-
go alguien los hurtó. Se robaron alrededor de 30 paneles. Tiempo después los
ofrecían en venta a los propios habitantes de los rioverdes por 500 mil pesos.
Los autores del robo parecían tener muy buenas relaciones con la guerrilla.

Conversando sobre las incidencias de Rioverde avanzábamos por el camino


hacia el páramo. Subíamos por la margen izquierda del río. Cruzamos las que-
bradas La Hundida, Peñoles, La Virgen y Las Palmas. En el punto La Estación,
que da inicio al ascenso fuerte, nos preparamos un instante para la trepada.

En ese mismo lugar de La Estación, hace unos 25 años, cayeron muertos


tres extorsionistas que tenían azotados a los habitantes del corregimiento,
desde La Soledad hasta Murringo. Andaban con escopetas de coca y los revól-
veres que le robaron al inspector de La Soledad Antonio Bernal. Los poblado-
res, agobiados por las altas cuotas que les imponían aquellos salteadores, de-
cidieron enfrentarlos. Más de diez improvisados justicieros con escopetas los
esperaron en el camino y los mataron. Dicen que los sepultaron junto a una
quebrada hasta que sus cuerpos fueron arrastrados por el agua con la banca
de tierra que los cubría.

Se le dio el nombre de La Estación porque, anteriormente, reposaban y has-


ta dormían los viajeros provenientes de Santa Rosa con sus bueyes cargados,
con el objeto de descansar antes de acometer la cuesta. Los bueyes, tan fuer-
tes para salir cargados de los peores fangales, son lentos y de jornadas muy
cortas; trabajan bien con la fresca de la madrugada y de la mañana. En otros
tiempos, los habitantes de Santa Rosa y otras veredas lejanas los usaban como
animales de carga hasta ser definitivamente remplazados por las mulas. Por
eso La Estación les marcaba el cierre de la primera de las dos jornadas hasta
Sonsón, pese a que llegaran por la tarde al sitio.

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Sitio Corazón de Jesús en el camino de Murringo por la subida del páramo de Rioverde de Los
Montes.

De La Estación parte el camino más antiguo que se tiende recto hacia la


cima, pero ese tramo ya no es transitado. El empedrado que realizaron el bis-
abuelo de Jaime, Jesús Antonio Carmona, y sus tíos abuelos Ramón, Rafael,
Ezequiel y Tomás se construyó, justamente, para “mermale un tajo a la falda”,
como dice Jaime. Es decir, es una especie de variante para suavizar la pen-
diente del camino más viejo. Ya más arriba, cerca del sitio conocido como
El Corazón de Jesús, se encuentra de nuevo y se camina sobre el empedrado
antiguo.

Comenzamos el ascenso del camino del páramo. Lajas de piedra que fueron
acarreadas en camillas desde el río y cuidadosamente acomodadas, eran el tes-
timonio de un trabajo arduo y casi milimétrico. En los puntos altos se divisa
el cañón de Murringo, donde se tiende la vereda del mismo nombre. Praderas
y cultivos en suaves declives convergen en el cauce del río Verde. Parecido al
descenso por la falda de Santana para entrar a Rioverde de Los Henaos, con-
templábamos el páramo frente a nosotros. Parecía fisgonear y esconderse tras
los velos de niebla. El nombre de Murringo, justamente, parece descender

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Camino de Murringo en Rioverde de Los Montes por la subida al páramo de Sonsón, uno de los
más bellos caminos de Herradura de Antioquia.

de la palabra amurrado que se utilizaba para designar lo que está nublado; la


gente decía: “esto está muy amurrado” y se fue llamando Murringo.

Subiendo por el camino se hallan calvarios. Los odios motivaron embos-


cadas para descargar un tiro de escopeta a distraídos transeúntes. Venganzas
personales los dejaron muertos. Pero casi todos son calvarios que recuerdan
muertes ocurridas hace varias décadas.

Almorzamos en el descanso de montaña que llaman El Corazón de Jesús,


al pie del monumento al cristo que abre los brazos mirando al cañón de río
Verde. La mula y el macho que nos acompañaron desde La Soledad, fueron
devueltos. Desde ese instante hasta la cima caminamos sobre el camino anti-
guo: el que dice don Francisco Carmona que ya existía cuando su tío Ramón
empedró el que dejamos atrás. El mismo del que se cuenta, fue construido por
los primero colonos de apellido Montes.

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Vista del Morro de la Vieja en el Páramo de Sonsón desde la vereda Manzanares, por el camino
hacia Rioverde de Los Montes.

Deslumbra, por decir lo menos, el ritmo sostenido que permite el ascenso


por el camino para alcanzar la cima. Como si fuesen escaños perfectamente
medidos, uno podría caminar con los ojos cerrados si fuesen en línea recta.
Sus amarres de piedra sino eran obra precolombina, por lo menos participa-
ban de la misma sabiduría aborigen. Con sólo pensar en el transporte del ma-
terial le da a uno sensación de fatiga. Y detenerse a especular acerca del movi-
miento de palancas y brazos trabajando para acomodar las piedras, resulta un
entretenido acertijo. Explicar la manera cómo colocaron grandes rocas para
sostener los recodos que le daban el giro al zigzagueo regular, proponía sutiles
cálculos. Algunas piedras tienen el desgaste de tantos cascos, pies y suelas que
se parecen al labrado milenario del agua sobre las rocas de los ríos.

Los casi 3 mil metros de altura sobre el nivel del mar, el frío del páramo, el
bosque y la niebla, contagian un silencio místico. Tal ambiente y el ritmo de
los pasos, me producían un efecto hipnótico que me traía imágenes y murmu-
llos sosegados. Me sentía dueño de un poder sereno y dúctil.

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Sito El Trigo, en el cruce de las carreteras que van, una, hacia el camino de Rioverde de Los
Henaos, y la otra hacia el camino de Rioverde de Los Montes

Legamos a la cima. Era sábado, día de mercado. Los campesinos liaban la


carga en sus mulas para disponerse a bajar hacia Murringo. Habíamos salido
de Rioverde. De ahí descenderíamos hasta la vereda Manzanares Arriba para
tomar el carro que nos lleve de vuelta a Sonsón.

Caminamos unos 6 kilómetros más por entre los verdes multicromáticos


de Manzanares. A nuestra derecha, el morro de La Vieja parecía al alcance de
la mano. Por la cara oriental de este cerro tutelar de Sonsón, en cuyo aspecto
dicen reconocer el cuerpo de una mujer sentada, las nubes se encapullaban
inmóviles. El aire se mostraba limpio y luminoso realzando su imponencia.

Pasamos por el sitio Boca del Monte en el que se encuentra el camino que
conduce a Sonsón. Pero nosotros buscábamos la carretera y ya eran las cuatro
de la tarde.

Apenas entramos a la carretera continuamos hasta El Trigo para asegurar


el transporte, pues ya era poco probable que la chiva subiera.

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

Tranquilo; con un cansancio liviano y vital, me bañaba el sol tibio, mien-


tras llenaba los ojos con el paisaje de casitas campesinas, prados lecheros y cul-
tivos que tremulaban por el efecto del viento. Era inevitable no pensar en clave
de resumen de lo vivido durante esta travesía por los dos rioverdes iniciada el
martes 7 de octubre. Cualquier perspectiva me arrojaba el mismo saldo: Ver-
de. Verde y claro. Verde bosque. Verde esperanza.

En El Trigo es el cruce de carreteras. En este lugar los paramilitares dejaron


varios muertos entre los años 2001 y 2003. Tal parece que las preferencias
estratégicas de los grupos armados en la guerra convirtió en cruces de muerte
muchas partidas de carreteras en el Oriente Antioqueño. Cuántas veces esos
hoscos mensajeros de la muerte, lista en mano, extendían miradas de hielo
a los pasajeros aterrados, para luego sacar a sus condenados como matarifes
separando bovinos.

Al llegar, me detuve en la mitad de la carretera mirando las otras dos que


forman, con esta, una Ye. Dediqué un momento a imaginar el territorio que
había recorrido. Me sentí elevado hasta una altura desde la que podía obser-
varlo todo: los dos brazos de agua del páramo, los dos ríos verdes. Ya no veía
sólo aguas, bosques, niebla, caminos o montañas; veía rostros. Y escuchaba
voces que hacían modular los semblantes comunicando honestidad, templan-
za y alegría.

En este cruce, viniendo desde Sonsón, uno toma a la derecha si quiere diri-
girse hacia Rioverde de Los Montes; o a la izquierda, si se dirige hacia Rioverde
de Los Henaos. El sol caía a mi espalda. Aquí cerraba un trayecto circular, el
óvalo de cinco días. Un ciclo, pensaba. Otro más..

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OBSERVATORIO DE PAZ Y RECONCILIACIÓN DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

AGRADECIMIENTOS

No pienso decir como muchos: “y a todos aquellos que de alguna u otra


manera hicieron posible…”. No señor. Me esforzaré por nombrarlos a todos.
Aunque la lista se me haga larga y me falten varios. A los que falten, Dios les
pague y mis excusas anticipadas.

Gratitud y buen viento para don Néstor Gómez, don Gabriel Guzmán, Ri-
goberto Valencia, al Padre Jaime Avendaño, Arnulfo Berrío, Nelson Gallego,
Jhohn Fredy López por su orientación sobre el corregimiento El Prodigio. Y
en San Miguel un gracias grande para Patricia Martínez Silva y para su madre
doña Elizabeth Silva, y a don Luís Fernando Muñoz, a don José Palacio, a don
Vicente Suárez y al alcalde de Sonsón, Jesús Giraldo Bernal. En San Carlos, a
la mujer, madre y líder que es Pastora Mira, y en Samaná a don Gildardo Cada-
vid, a don Nicolás Rodríguez, Eduardo Bravo, don Pablo Emilio Giraldo, doña
Rosa González y a don José Ignacio Espinosa. En los rioverdes la lista es larga,
pero no le hace, nada de que “y a todos aquellos…”. Aquí va: a mis amigos de
viaje, por supuesto, Jaime Carmona y Elkin Otálvaro; a José Fernando Botero
en Sonsón por su imponderable ayuda, gracias Jose por tu energía y amabili-
dad. Sigo con Rioverde de Los Henaos: a doña Rubiela Marín, a los hermanos
Norbeiro y Ricardo Gómez, a Arturo Marín, el músico de la guitarra arrullada;
a Vertulfo Ossa, a don Orlando Orozco, qué gran patriarca; a don Adolfo Oroz-
co, a doña Ema Orozco, a don Gabriel Ossa, a Edilson Carmona, a Duván An-
drés Marín, a Orlando Gómez, a don Joaquín Quintero, a don Pedro Gómez; y
a Arley de Jesús León le mando a decir con este libro que: cuándo me enseña
a coger café, y que lo admiro por su valentía; y a don Emilio Montes que ojala
le llegue esta noticia del libro…y el libro. Y en Rioverde de Los Montes, Dios
te pague Rubén por tus canciones, y también a ustedes don Libardo Loaiza y
don Gildardo Vásquez por acogerme tan bien en La Soledad, lo mismo que el
profesor Luís Ángel Vergara, a don Francisco Carmona, gracias por acunarme
en sus historias, y a la profesora de la vereda Santa Marta, Miriam Henao, mis
respetos por su tenacidad. Y a Lina Marcela Muñoz en Sonsón por leer con
tanta pasión y por notar, con gran preocupación, mientras leía el final de la
crónica de Rioverde de Los Henaos, que me tiré al río acalorado.

Ah, claro: y a todos aquellos a los que “de alguna u otra manera” omití, que
me perdonen…si pueden. Pero no será usted Guillermo (Zuluaga), gracias.

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CRÓNICAS CORREGIMIENTOS DEL ORIENTE ANTIOQUEÑO

FUENTES
Observatorio de Paz y Reconciliación del oriente Antioqueño

BOTERO, José Fernando. Rioverde Historias y Caminos. INÉDITO.

ZAPATA CUENCAR, Heriberto. Monografía Histórica de Sonsón. 1971.

Periódico El Colombiano

Periódico El Mundo

Periódico El Tiempo

Revista Semana

Oficina de Prensa Cuarta Brigada

Fiscalía General de la Nación

PRODEPAZ (SIRPAZ)

Isagen

Alcaldías municipales de San Carlos, Sonsón y San Luís

Personería Municipal de San Carlos

UCAD San Carlos

Pobladores y líderes de cada uno de los corregimientos y de los municipios a


los que pertenecen

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