Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Una revista mexicana les pidió a varios escritores del mundo que hicieran un breve retrato de
su país. Héctor Abad Faciolince hizo uno sobre Colombia.
En su recorrido por lo que cree es Colombia, Héctor Abad va desde sus problemas y agonías hasta sus
triunfos y esperanzas.
¿Qué nos falta en esta rápida descripción geográfica del país? Dos largas costas,
la del mar Caribe y la del océano Pacífico, entre delfines y playas coralinas, hasta
tibias bahías escogidas por las ballenas que van y vienen de los polos para hacer
ahí, en el centro de su recorrido, esos ruidosos y salvajes apareamientos que los
humanos llaman el amor. Algún puerto industrial, como Barranquilla, donde judíos
y árabes conviven y compiten por el comercio; una ciudad de belleza legendaria,
Cartagena de Indias, en donde el centro se parece a Andalucía y la periferia a
Bangladesh; y por último el puerto más feo de todo el océano Pacífico,
Buenaventura, en donde la ventura está siempre al borde de convertirse en
desventura.
La política nos apasiona, como a los ciudadanos de cualquier parte del mundo, y
también tenemos la ilusión de que la vida depende del cambio ritual de los
gobernantes. Desde hace más de seis años nos gobierna un terrateniente
antioqueño de baja estatura, ojos claros y buenos modales (aunque los pierde con
facilidad cuando se enoja, y se enoja mucho). Un requisito tácito para pertenecer a
su gabinete es haber padecido secuestros o asesinatos a manos de la guerrilla.
Muchos de sus ministros han tenido esa trágica experiencia, en la propia piel o en
la de familiares y amigos muy cercanos. Eso los hace odiar, con razón, a las
FARC, empezando por el primer mandatario, cuyo padre fue asesinado por esta
banda de narcotraficantes que se hace pasar por guerrilla revolucionaria. Bueno,
es ambas cosas, una guerrilla degradada a mafia que no deja por eso de ser a
ratos una guerrilla con ideales rebasados por la historia. Uribe fue elegido por la
mayoría de los colombianos para derrotar a ese grupo, las FARC, del cual el 95%
de la población estaba harto. Lo ha logrado en parte, pero a costa de perdonar
demasiado a los paramilitares y a costa de gastarse la mejor tajada del
presupuesto en fortalecer al Ejército.
Escribimos libros, hacemos unas cuantas películas al año, ganamos una o dos
medallas de bronce en los Juegos Olímpicos, somos buenos escaladores en
ciclismo y tenemos una selección de fútbol que teme mucho hacer goles.
Tenemos dos o tres cantantes populares que el mundo adora, aunque a mí no me
entusiasmen. Nuestros tres escritores más grandes, en todos los sentidos de la
palabra grande, viven en México (García Márquez, Mutis y Fernando Vallejo),
como si el aire impuro del D.F. fuera fecundo para su prosa. Tenemos unos
cuantos museos no muy buenos, pero de vez en cuando surgen grandes talentos
aislados en la ciencia o en el arte. Somos unos 44 millones los que seguimos
viviendo aquí, y otros 4 viven repartidos por el mundo, sobre todo en Venezuela,
Europa y Estados Unidos. El país es muy verde y su naturaleza no es nada pobre.
Medellín, la ciudad en la que vivo, no es la peor de América Latina ni tampoco la
más violenta, por mucho que en años anteriores haya sido la capital mundial de la
mafia. Pasamos de 6.500 asesinatos al año a 650, y por eso nuestra tasa de
homicidios es inferior a la de Caracas, a la de México e incluso a la de
Washington.