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GATES, ROMÁN

COUNSELING Y PATHOS:
EL DESARROLLO EVOLUTIVO DE LA CORPOREIDAD EN EL NOMBRE

“La religión y el arte son las instituciones que tienen la pretensión tradicional más
enfática sobre el cultivo de la numinosidad [el aura hace a la presencia bipolar: ‘yo’
y ‘otro’] como puede discernirse observando los detalles de rituales mediante los
cuales lo numinoso es compartido con una congregación de otros ‘yoes’”

Erik Erikson, El ciclo vital completado (1988)

Existir es sentir la condición afectiva en tanto somos una corporeidad que


siempre se encuentra afectada por el drama de aquello que nos pasa
(pathos), una experiencia angustiosa percibida desde una existencia
arrojada y, por tanto, vulnerada porque nos sentimos seres encarnados en
un cuerpo (conciencia pre-reflexiva) que, ante el encuentro con la alteridad,
con lo Otro y el otro, nos permite resonar desde el sentimiento afectivo.

En estos términos, leer literatura es una experiencia corpóreo-hermenéutica


(conciencia reflexiva) tal como la autoreflexión del consultante que hace
consigo mismo al momento del encuentro con el consultor. Y si el
conocimiento es encarnación en tanto vinculación, entonces como lectores
en el encuentro con el drama humano condensado en cuerpo del texto de El
nombre de Griselda Gambaro es posible que accedamos al pathos de la
Humanidad y, sobre todo, al aura, ese instante de numinosidad que toda
corporeidad se congrega con otros desde el imaginario compartido
(creencias, tradiciones, cosmovisiones), en virtud de que el tránsito del
desarrollo evolutivo de su propio nombre no es otra que la expresión misma
de la finalidad counseling en iluminar la pregunta: “¿Quién soy?”

Con esto, entre líneas del soliloquio de una protagonista que, en su nadir,
el “punto bajo” de su existencia, nos comparte una autorreflexión y en ella
los ecos de todo lo glosado por la psicología del desarrollo propuesta por
Erikson en torno a los cambios del pensamiento, vivencias y conductas que
experimenta toda persona en el discurrir de sus ciclos vitales por poseer un
“principio organísmico” (epigénesis) que se va desplegando a lo largo de un :
GATES, ROMÁN

(…) proceso biológico de organización jerárquica de los sistemas orgánicos


que constituyen un cuerpo (soma); el proceso psíquico que organiza la
experiencia individual mediante la síntesis del yo ( psyché), y el proceso
comunal consistente en la organización cultural de la interdependencia de
las personas (ethos) (…) los tres enfoques son necesarios para esclarecer
cualquier suceso humano integral

(Erikson, 1988, p. 30)

Y si entender procesos vitales desde la integralidad es acceder a la


comprensión del desarrollo evolutivo de la persona con sus congéneres, y si
la literatura en particular es ser el catalizador del comportamiento pathético
del hombre; entonces no hay más que adentrarse en la voz encarnada María
y de su angustia por el nombre: éste es el símbolo mismo que hace a la
general de las crisis etarias ser momentos cruciales porque cada “ciclo vital”
no solo es la posibilidad de que la vida individual pueda ‘redondearse o
perfeccionarse’ como experiencia coherente, sino ser un eslabón en la
cadena de generaciones de la comunidad a la que pertenece y para esto
necesita traducir todo su “querer-ser” en un “querer-tener”: un nombre.

El mismo ethos comunitario es el que exige un nombre a cada quien para


que sea un ser-con-identidad ¿Qué sucede con una corporeidad a la que se
la han sustraído?: La inevitabilidad de una psyché desorganizada, pero que
al momento de auto-percibirse explora en la búsqueda de su propia
sustantivación (¿o sustantivo propio?) y como tal la expresión del ritual
ancestral: la sabiduría, la expresión misma de una virtud que permite
observar la madurez en un estadio en el que se busca un balance
significativo entre la integridad de lo vívido y la desesperanza ante la finitud
de haber transitado una vida donde “patronas" le asignan caprichosamente
un nombre diferente, según su gusto o conveniencia. De María a Eleonora.

¿Cuál es la última ritualización incorporada al estilo de la vejez? Creo que


es filo-sófica, pues al mantener algún orden y significado en la des-
integración de cuerpo y mente, también puede defender una esperanza
duradera de sabiduría.
(Op., cit., p. 81)
GATES, ROMÁN

Cada ciclo vital conlleva una crisis, y cuya resolución trae consigo una
virtud que hace al sentido de la fuerza vital necesaria para que tal ciclo de
la vida se vincule también al ciclo de las generaciones (antecedentes y
consecuentes) Este encuentro ensimismado y de plenitud vital consigo
misma, aunque sea por un instante, no es más que la resultante de un
proceso madurativo que integra no solo lo orgánico (corporal) sino también
lo anímico (afectivo) y del cual es posible reconstruirlo desde una arqueología
biográfica a partir desde la analepsis (flashback) que nos lleva a un primer
recuerdo: Ernestina, la adolescente, como corporeidad que afronta las
desesperanza propia y ajena mediante la virtud de la fidelidad.

La primera señora fue muy buena. Yo tenía 16 años (…) Tenía una pieza
para mí, sin ventana (…) Era como una princesa, ahí, en mi pieza, después
del trabajo. Estaba sola, nadie me molestaba, salvo Tito que a veces se
despertaba con pesadillas y me llamaba: ‘¡Ernestina! ¡Ernestina!’…
(…)

Me encariñe mucho con Tito, y él también conmigo (…) Se venía mi cama,


tenía seis años, y dormíamos juntos, con las manos apretadas, como dos
perdidos (Sonríe)
(...)

No quise cuidar a otro chico, una se encariña y es tonto, porque los chicos
no son de una (Se toca el vientre)

Estas escenas de la adolescencia permiten bosquejar la manera en que se


resolvieron las crisis antecedentes dado que “(…) si uno habla de la vida
como un ciclo, ello implica ya alguna clase de autocompletamiento” (Erikson,
1988, p. 12) es en esta edad intermedia, entre la niñez y la adultez, en la
que el poder de la fidelidad trae consigo la pretensión de ser confiable y de
ser capaz de comprometer la propia lealtad una causa: dar la vida para
cuidar la vida. Entonces este comportamiento no es más que la renovación,
a nivel superior, de aquella capacidad de confianza re-actualizada
proveniente de la fuerza vital de la esperanza, ese “deseo expectante” propia
GATES, ROMÁN

de una infancia que, si bien pueden detectarse huellas de un apego


súbitamente cercenado que le hace vivenciar sus vínculos con sentimientos
de frustración y de soledad. Es posible percibir que la superación que ha
hecho de sí-misma es una huella sobre cómo despunto la crisis de su niñez:
con la virtud de la voluntad. Esto permite entender como
organísmicamente, en el umbral de lo potencialmente simbolizable,
experimenta María un “llamado”, una “voz” hacia una finalidad propia de
la edad del juego porque en la actualidad de la catarsis en el descanso de
un banco de una plaza bajo la cálida estela del astro solar, María, comienza
a merodear en los rincones de sus recuerdos: pensar es la expresión
desarrollada del jugar, tal como concibe Erikson al sostener que…

El juego constituye entonces un buen ejemplo de la manera en que todas


las tendencias fundamentales del desarrollo epigenético continúan
expandiéndose y desarrollándose a lo largo de la vida, pues el poder
ritualizante del juego es la forma infantil de la capacidad humana de
manejar la realidad mediante el experimento y el planeamiento (…) el adulto
“juega” además con la experiencia pasada (…) comenzando con esa actividad
en la autoesfera [el juego con las propias sensaciones del cuerpo] llamada
pensamiento.
(Erikson, 1988, p. 65)

A pesar de una desventurada historia de vida llena de ausencias (familiares


y amorosas), en el acto de cuidar al otro (niños o adultos mayores que no
son “biológicamente suyos”) permite comprender que en su metamorfosis al
nombre de Lucrecia, la adulta, es posible hallar su vocación, y con ello la
autorrealización de sus capacidades y talentos de estar siendo escuchando
los padecimientos de una anciana. Esta preocupación, el compromiso y el
servicio a las generaciones venideras, no es otra cosa que la máxima
expresión de la virtud del cuidado: encontrar en el otro a sí-misma:
GATES, ROMÁN

Me cayó una vieja (…) No me dejaba dormir “Lucrecia, Lucrecía”, de día y de


noche. Creo que… era mala. Enferma y mala. Y bien mirado, ¿por qué no
iba a ser mala? La trataban como a un mueble. Apenas balbuceaba
“quiero…”, le decía, “Callate, mamá. Tenés todo” ¿Cómo podían estar
seguros? ¿Qué saben lo que a una puede faltarle

Esta capacidad de empatizar con el mal-estar ajeno y de transformarla en


actos para generar bien-estar es una actitud terapéutica no hace más que
condensarse en la paradoja del “sanador herido”: condenada al propio
sufrimiento no le impide entender que el sentido de su existencia anida en
centrarse en el otro para sanar y hacerse cargo de ese dolor. Y con esta
fuerza vital es posible comprender que la protagonista alcanzo un
comportamiento (ethos) humanista debido a que es posible hallar en su
trayecto vital, desde la infancia a la senectud, las tres virtudes humanas
que Erikson entiende como esenciales: “esperanza, fidelidad y cuidado”

Porque más allá de ingresar con una debilidad anímica al ciclo de la adultez
mayor con la imposición a ser Eleonora: “Ni siquiera quise ese nombre,
Eleonora. Se lo dejé a ella. (Se balancea canturreando, pero pronto abre la
boca y el canto se transforma en un largo, interminable grito)” Este
sentimiento de turbación no es más que la expresión máxima de saber que
hay un querer-ser-con-un-otro, y ese haber encontrado la identidad
personal hace que su vociferación la enraíce aún más con su corporeidad y
con ello una percepción más vívida, más sentida del sentimiento (pathos)
angustiante, que le permite valorar(se) desde una actitud (ethos) humana.

BIBLIOGRAFÍA
BERMEJO, J. C. (2013) El sanador herido, eco de la empatía.
ERIKSON, E. (1988) El ciclo vital completado, Paidós, México.
_____________ (1881) La adultez, FCE, México.
GAMBARO, G (2009) “El nombre” en Teatro por la identidad, Colihue,
Buenos Aires.
ROVALETTI, M. L. (2018) La afectividad como pathos: la vuelta a la
experiencia originaria, Revista NUFEN, Belém.
____________________ (2012) La existencia como tonalidad afectiva, Actas del
V Coloquio Latinoamericano de Fenomenología, Lima.

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