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El Pensamiento Economico Latinoamericano
El Pensamiento Economico Latinoamericano
1. Introducción
Ya desde la etapa colonial, los países de América Latina participaron de manera más o menos
profunda en el comercio de bienes, migraciones de personas y transferencia tecnológica con los
países europeos más desarrollados (Ferrer, 1963). Sin embargo fue para fines del siglo XIX, ya con
los Estados nacionales organizados y con Inglaterra como centro industrial de la economía mundial,
cuando América Latina define su perfil de especialización en la división internacional del trabajo
1
Este artículo es la continuación de un ensayo presentado en el curso de Desarrollo Económico de la Maestría en
Desarrollo Económico de la Universidad Nacional de San Martín. Agradecemos los comentarios de Natalia Reynoso a
una versión preliminar de este trabajo, los errores que puedieran existir son de exclusiva responsabilidad de los
autores.
2
Economista (UBA). Docente (UNLZ). Mail: juanmtelechea@gmail.com
3
Economista (UBA). Docente (FCE-UBA y UNDAV). Investigador (CADEL-UNSAM, CCC-Dto. Economía y Sist. Mundial y
CESO). Mail: nicolaszeolla@gmail.com
1
como proveedor de materias primas. Este sistema de organización global de la producción funcionó
sin grandes sobresaltos hasta la primera guerra mundial.
Los eventos disruptivos de la crisis de los años treinta y la segunda guerra mundial generaron un
relativo aislamiento de la región producto de la retracción de los flujos comerciales, la disrupción
del patrón oro, las medidas proteccionistas y la canalización del aparato productivo hacia la guerra,
que dio paso a un espontáneo proceso de industrialización por sustitución de importaciones en la
mayoría de los países de América Latina.
En el caso de la Argentina en particular (cuadro 1), para el año 1900 el sector agropecuario
representaba el 23% del total del valor agregado, en tanto que el sector industrial manufacturero era
del 16%. Para el año 1929, se mantenía esta relación ya que el sector agropecuario representaba el
23% del valor agregado y el sector industrial el 29%, sin embargo para el año 1943 la relación se
invierte y en el año 1950 la participación del sector industrial representaba el 24% del valor
agregado total en tanto que el aporte del sector agropecuario era del 17%. Para el caso de la región
en su conjunto, esta relación se logra invertir con posterioridad (recién a partir del año 1955),
cuando la agricultura y otras actividades pasaron a representar el 19% del valor agregado total en
tanto que el sector industrial pasó a ser el 20% (CEPAL, 1978).
En la década del setenta se superpusieron una serie de virajes históricos que dieron lugar a la
emergencia de un nuevo orden internacional (fin de Bretton Woods, alza en los precios de petróleo,
el golpe militar en Chile, donde quedaba la sede de CEPAL, etc.). Lo que se debatía en la región era
la alternativa de industrializar con soporte estatal o adherir a la apertura de la oleada neoliberal.
Esto provocó que en los años ochenta se produjera un giro en el pensamiento de la CEPAL. La
década perdida en el desarrollo latinoamericano dio lugar a un conjunto de críticas respecto a la
estrategia de industrialización. Así, la preocupación pasó a girar en torno a la estabilización de la
inflación y la corrección de los desbalances externos debido a la pesada carga de la deuda9. En
términos políticos, comenzaba además un marco de apertura democrática en muchos países.
El trabajo iniciador de esta etapa de crítica y transición fue el trabajo titulado La industrialización
en América Latina: de la ‘caja negra’ al ‘casillero vacio’, escrito por Fernando Fajnzylber y
publicado por la CEPAL en el año 1990.
A diferencia del estructuralismo tradicional, la nueva propuesta fue modificar la lógica de
expansión del mercado interno o desarrollo “hacia adentro” por otra de desarrollo “desde dentro”
que generara un mecanismo endógeno de progreso técnico más enfocado en la competitividad
internacional y los mercados de exportación (Sunkel, 1991).
La idea de „casillero vacio‟ hacía referencia al incumplimiento de la condición de crecimiento con
equidad. Tanto el criterio tomado para definir qué se entiende por crecimiento (aumento del 2,4%
del PBI per cápita) como el de medida de equidad (basada en la distribución personal, es decir que
el 40% de la población con ingresos más bajos reciba al menos el 40% del ingreso del 10% de la
población con ingresos más altos) son umbrales de exigencia de indicadores bien laxos en términos
históricos10. Así y todo, ninguno de los países de América Latina cumplió con ambos criterios de
manera conjunta, y por eso la alusión al “casillero vacío” de “crecimiento con equidad”.
Por un lado, se encontraban un conjunto de países “dinámicos desarticulados” (Brasil, Colombia,
Ecuador, México, Panamá, Paraguay y República Dominicana) que habían aumentado el PBI per
cápita más de un 2,4% en el periodo 1965-1984 pero que no habían logrado mejorar la distribución.
Por otro lado, se encontraban países “integrados pero estancados” (Argentina y Uruguay), que
cumplían con el criterio de distribución del ingreso pero no habían superado el umbral de
crecimiento. Y por último, se encontraban los países “desarticulados y estancados” (Bolivia, Chile,
Perú, Venezuela, Haití, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua), que no habían
crecido y tenían una mala distribución. En oposición a este panorama, el casillero vacío de América
Latina si lo ocupaban los países como Corea del Sur, España, Yugoslavia, Hungría, Israel y
Portugal. Por ello, la pregunta para Fajnzylber entonces era identificar la especificidad del
desarrollo de América Latina que hacía que ese casillero de crecimiento con equidad permanezca
“vacio”.
En relación a ello, aparece la otra idea del trabajo de “caja negra” o el misterio por develar. Esta
categoría estaba relacionado con los determinantes del progreso técnico: “su institucionalidad, el
contexto cultural y un conjunto de factores económicos y estructurales, cuya vinculación con el
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medio sociopolítico es compleja pero indiscutible” (Fajnzylber, 1990: 823). De este modo, el
progreso técnico estaba estrechamente relacionado con el crecimiento y la distribución.
La respuesta a estos interrogantes debía buscarse en el patrón de industrialización desarrollado en
América Latina. En estos países, la participación en el mercado internacional (y el superávit
comercial) se basaba casi exclusivamente en materias primas, en una organización industrial
priorizaba al mercado interno, la existencia de patrones de consumo de las elites imitaba en el modo
de vida de los países avanzados (o la llamada “modernidad de escaparate”) y la escasa valoración
social (y capacidad de liderazgo) que tenía la dirigencia pública y privada de los sectores
industriales más dinámicos.
Por ello, en el análisis de Fajnzylber sobre la estructura económica se encontraba en el centro de su
análisis. A su vez, también mantenía nociones sobre las clases sociales aunque en los términos de
“elites”, definiendo patrones de consumo incompatibles con una senda estable de crecimiento
económico, como en la conducción del proceso de acumulación11.
Respecto a la intervención estatal, para Fajnzylber ésta no era problemática en sí, sino que lo
problemático era la forma que había tomado dicha intervención. Lo que sucedió en la región fue
que se intentó calcar el modelo de industrialización de los Estados Unidos, generando una
especialización en la producción para el mercado interno, exacerbando la protección y descuidando
las exportaciones. Así, resultaba necesario un cambio en la política estatal hacia un
intervencionismo para el aprendizaje que fomentase la industria de bienes de capital como el
espacio de generación y difusión del progreso técnico. En cuanto al crecimiento de las
exportaciones, el foco de la propuesta estaría puesto en la competitividad sistémica en lugar de la
competitividad por bajos salarios.
Con la llegada de Ocampo a la CEPAL en 1998 la línea de investigación continúo con la revisión
del estructuralismo presentada por Fajnzylber y Rosenthal durante el periodo anterior. Sin embargo,
el nuevo esquema conceptual se consolidó con otros elementos adicionales en la búsqueda de
establecer un diálogo con las propuestas del consenso de Washington, que tenían un gran auge en la
región. La nueva etapa buscó introducir una “segunda ola de reformas” que consideraba algunos
aspectos como la equidad, la cohesión social, la sostenibilidad ambienta y el desarrollo democrático
(Ocampo, 1998).
Así, la propuesta propia de estos autores neoestructuralistas fue continuar el programa científico del
estructuralismo tradicional. Los vínculos entre unos y otros vendrían por el lado de hacer uso del
esquema analítico tradicional (Bielikowsky et al, 2011; Ocampo, 2011; Beteta y Moreno-Brid,
2012). Las diferencias serían las claves del aporte, ya que resultaría necesario corregir o actualizar
los errores de la teoría, manifestados en el respaldo a programas de política para la región que, a la
luz de los hechos, no fueron exitosos.
En cuanto a las propuestas de los neoestructuralistas, los objetivos de política económica interna
deberían orientarse al manejo de la vulnerabilidad externa y a mantener baja la inflación,
desarrollando los instrumentos apropiados para administrar las bonanzas (evitando aumentos
insostenibles del gasto público que den lugar a un severo ajuste posterior). Respecto a las reformas
tributarias, la transformación del sistema previsional de reparto por otro de capitalización permitiría
la contribución de recursos financieros para financiar eficientemente inversiones de largo plazo, que
deberían estar orientadas hacia la búsqueda de equidad. Respecto a la macroeconomía, ésta se debía
resolver en la “meso-economía” donde el objetivo debía ser la intervención estatal para solucionar
las fallas de mercado (información imperfecta y mercados incompletos), buscando un equilibrio
entre mercado y Estado. En este contexto, la adopción del esquema de privatizaciones resultaría
beneficiosa, si es bien regulada y gestionada (aunque sin reparar en el rol social y productivo que
muchas empresas públicas podían tener). Respecto al patrón de inserción regional e internacional,
apareció la idea de “regionalismo abierto”, que proponía aprovechar las ventajas de transferencia
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tecnológica de la inversión extranjera directa y la ampliación de los mercados nacionales mediante
la eliminación de las barreras a la circulación de bienes, personas y capitales (Ocampo, 1998).
En cuanto a la estrategia de industrialización, en una etapa de transnacionalización de la
producción, ésta parecería encontrarse limitada. Por un lado, se encontraría la capacidad de
upgrading dentro las cadenas globales de valor y el governance de las firmas: “La participación en
CGV [Cadenas Globales de Valor] podría ser, a priori, un factor positivo para el crecimiento de los
países en desarrollo (…). Desde una perspectiva microeconómica, la participación de las firmas
locales en las CGV contribuye a fortalecer su competitividad, en tanto deben enfrentar una demanda
más exigente (proceso de aprendizaje a través de la exportación, o learning by exporting) y,
además, puede estimular el desarrollo de nuevos procesos de aprendizaje” (Kosakoff, 2009:15). Por
otro, existiría la posibilidad del desarrollo de actividades orientadas a la exportación: “se puede
decir con razón que las reformas orientadas al mercado y el proceso de globalización de la
economía mundial de las dos últimas décadas indujeron un importante episodio schumpeteriano de
´creación y destrucción´ (…). Si bien las reformas mencionadas no han dado los resultados
previstos inicialmente, gracias a ellas en todos los países latinoamericanos ha surgido un sector
moderno de actividad económica [basado en el] procesamiento de recursos naturales utilizando
tecnologías de punta, como soja genéticamente modificada y aceite vegetal en Argentina, cultivo
del salmón y producción de vino en Chile, flores frescas en Colombia y muchas otras” (Katz,
2006:61).
El problema de ambos enfoques era que el desarrollo, o depende de decisiones sobre la acumulación
doméstica que son tomadas extraterritorialmente, o se basa en el procesamiento de recursos
naturales que, en última instancia, termina definido por las ventajas comparativas en recursos
naturales12.
En cuanto al rol del Estado en el proceso de industrialización sustitutiva, se mantiene la idea de
Fajnzylber sobre la ausencia de “intervencionismo para el aprendizaje” y el sesgo mercado
internista de la política estatal13. En este sentido, el proceso de industrialización sustitutiva habría
fracasado porque fue esencialmente un proyecto de industrialización dirigido por el Estado
(Ocampo, 2011).
Entre otras propuestas adicionales, es dable mencionar la búsqueda de la equidad en la distribución
del ingreso (focalizando en el gasto social para las clases más pobres) y la necesidad de la inclusión
de una agenda ambiental y la expansión de los derechos de las ciudadanías.
6. Conclusiones
11
Ocampo, J.A. (1998). Más allá del Consenso de Washington: una visión desde la CEPAL. Revista
de la CEPAL, no. 66, pp. 7-28.
Ocampo, J.A. (2001). Retomar la agenda del desarrollo. Revista de la CEPAL, no. 74, pp. 7-19.
Ocampo, J.A. (2011). Seis décadas de debates económicos latinoamericanos. En seminario Las
políticas económicas y sociales de América Latina en el último medio siglo, Secretaría General
Iberoamericana, Nueva York. Disponible en internet: http://policydialogue.org/files/events/SEGIB-
PNUD_Ocampo-final.pdf
Ocampo, J. A., y Parra, M. A. (2003). Los términos de intercambio de los productos básicos en el
siglo XX. Revista de la CEPAL, no. 79 (abril).
Olivera, J. (1959). Crisis de desarrollo económico. Conferencia realizada en la Asociación de
Egresados de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires,
Buenos Aires.
Olivera, J. (1967). Aspectos dinámicos de la inflación estructural. Desarrollo Económico, vol. 7,
no. 27.
Pérez Caldentey, E. y Vernengo, M. (2012). Retrato de un joven economista: La evolución de las
opiniones de Raúl Prebisch sobre el ciclo económico y el dinero, 1919-1949. Revista de la CEPAL,
no. 106.
Pinto, A. (1968). Raíces estructurales de la inflación. El Trimestre Económico, vol. 35, no. 137 (1).
Prebisch, R. (1949). El desarrollo de la América Latina y algunos de sus principales problemas.
Santiago de Chile: CEPAL.
Prebisch, R. (1963). Hacia una dinámica del desarrollo latinoamericano. México: Fondo de Cultura
Económica.
Prebisch, R. (1980). Hacia una teoría de la transformación. Revista de la CEPAL, no. 96, pp. 27-
71.
Rodríguez, O. (2001). Prebisch: Actualidad. Sus ideas básicas. Revista de la CEPAL, vol. 75, pp.
41-52.
Sunkel, O. (1958). La inflación chilena: Un enfoque heterodoxo. El Trimestre Económico, vol. 25
(4), no. 100.
Sunkel, O. (1991). Del desarrollo hacia adentro al desarrollo desde dentro. Revista Mexicana de
Sociologia, vol. 53, no. 1, pp. 3-42.
1
De manera similar, Bielschowsky (2013) divide el pensamiento de la CEPAL en dos etapas, estructuralista y
neoestructuralista. Esta última la divide a su vez en una “fase inicial”, que se inicia con el trabajo de Fajnzylber (1990),
y una “fase madura”, que se inicia con Ocampo en 1998 y que se extiende hasta la actualidad. Respecto a la división
que se tomo aquí, la etapa neoestructuralista se correspondería con la “fase madura” en tanto que la “fase inicial”
sería la etapa de transición entre una y la otra.
2
Esto es equivalente a pensar en un mercado de trabajo que tiene una oferta perfectamente elástica (horizontal) a un
nivel de salario de subsistencia, véase Lewis (1954).
12
3
Hans Singer escribió un trabajo contemporáneo a Prebisch dando cuenta de la misma relación empírica. El fenómeno
que registra Prebisch en esos años ha suscitado gran polémica incluso en la actualidad, debido a la numerosa cantidad
de estudios empíricos que discuten o no la validez de sus conclusiones. Véase Leon y Soto (1997), Ocampo y Parra
(2003), Bastourre et al. (2009), entre otros.
4
Los patrones de consumo reflejo son un tema muy relevante y recurrente en la literatura estructuralista
latinoamericana. Véase Duesenberry (1949), Ferrer (1954) y Diaz Alejandro (1963), entre otros.
5
Estos conceptos se ven muy bien articulados en el análisis de Furtado (1972) sobre la industrialización brasileña ya
que, “la concentración del ingreso [fue la que] determinó la forma que debería asumir la industrialización; y la
tendencia a que se acentúe esa concentración constituye, en buena medida, una consecuencia del control externo
global del proceso de desarrollo. Se trata, en este último caso, de un defecto de dependencia que resulta de la forma
en que, actualmente, el progreso tecnológico se propaga desde el centro hacia la periferia del mundo capitalista” (p.
33).
6
También se deben mencionar los aportes de Prebisch (1963) y Pinto (1968), claves para consolidar el desarrollo de la
teoría.
7
Se destacan, puntualmente, su trabajo de 1959, donde desarrolla y expone por primera vez los principales elementos
de su teoría y su trabajo de 1967, donde formaliza el modelo teórico.
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A pesar de esto, la ISI argentina no fue un fracaso como muchos autores afirman (incluso algunos estructuralistas),
sino que logró cambiar la matriz productiva al punto de mostrar una creciente incidencia en las exportaciones
industriales. Ver, por ejemplo, Amico (2001).
9
Para Ocampo (2011), éste fue el principal problema: “lo que resultó fatal para el paradigma precedente fue la crisis
de la deuda” (p.10).
10
El indicador sobre crecimiento que se evalúa el crecimiento de las economías latinoamericanas es tomado a partir
del crecimiento promedio de los países avanzados de la década del ’70 y el ’80, y su poca exigencia tiene que ver con
que para lograr el catching up los países menos desarrollados tendrían que crecer más rápido que los avanzados, para
poder alcanzarlos. En cuanto al indicador de equidad, se pide que valga solo la mitad de la distribución personal del
ingreso para estas poblaciones (80%).
11
“En la medida en que la élite de las sociedades latinoamericanas siga cifrando su esperanza en la aspiración miope y
prosaica de calcar, en la cima de la pirámide de ingresos, el patrón de vida de los países avanzados (…) se podría asistir
a una evolución tal que donde hoy hay un casillero vacío, mañana se llegaría a otra situación, de consecuencias
imprevisibles, cual sería de que el casillero más concurrido fuera el de estancamiento con desarticulación social. (…) La
apertura de la caja negra del progreso técnico constituye una tarea que trasciende al ámbito industrial y empresarial y
forma parte de toda una actitud social frente a este tema (…) [Esta actitud] presupone una modificación de la élite de
la cual nacen los valores y orientaciones que se difunden al conjunto de las sociedad” (Fajnzylber, 1990:848).
12
Sin embargo, hay algunas excepciones. Existen, en la opinión de otros economistas de la CEPAL, elementos
diferentes como el carácter “tácito” del conocimiento técnico ligado a la experiencia de la actividad productiva que da
lugar a la posibilidad de explotación de las complementariedades productivas. Esto habilita la generación de
instrumentos de política industrial, tendiendo puentes con el pensamiento estructuralista tradicional (CEPAL, 2007).
13
En la opinión de Kregel (2013) la noción de “rent seeking in import substitution” de Anne Krueger con la que designó
a los mecanismos de promoción industrial de los Estados latinoamericanos en ese momento, preparó el terreno para
las reformas del consenso de Washington posteriores.
13