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3. El valor supremo
7 Cf. M. Scheler, Der Formalismus in der Ethik und die materiale Wertethik. Neuer Versuch der Grundlegung einer
ethischen Personalismus, Berlin-München, 1966. La traducción castellana se titula Etica, Madrid, 2001.
de bienes positivos en esta clase de valores. En todo caso, lo sagrado determina en la persona estados
de felicidad (en el caso de su presencia) y de desesperación (en el caso de su ausencia). Ante lo
sagrado, caben respuestas diversas como la fe o la incredulidad. Sin embargo, el acto propio con el
que se capta lo sagrado es un acto de amor, de modo que lo sagrado tiene para Scheler una
dimensión irremisiblemente personal.8 Precisamente por esta dimensión personal, lo sagrado en
Scheler nos remitirá incluso más allá del planteamiento de Otto. Es algo sobre lo que tendremos que
volver.
La antinomia entre lo sagrado y lo profano ya nos había aparecido en las consideraciones
sociológicas de Durkheim. Pero ahora se nos presenta como uno de los valores objetivos de los que
trata la fenomenología. Es algo que confluye con otra corriente decisiva en la constitución de la
fenomenología de la religión. Es la llamada “corriente hierológica” (de ἱερός, sagrado), uno de cuyos
predecesores fue el obispo luterano sueco Nathan Söderblom, quien fue una gran figura ecuménica, y
premio nobel de la paz. Su obra se movió fundamentalmente en el campo de la historia de las
religiones, pero como historiador sintió la necesidad de determinar la esencia del fenómeno religioso,
y de clasificar sus distintas variantes. A Söderblom se debe también la famosa distinción entre
religiones “místicas” (como las religiones orientales) y religiones proféticas (al estilo de la religión de
Israel).9 Sin embargo, la obra decisiva para el nacimiento de la fenomenología de la religión es la de
otro teólogo protestante: Rudolf Otto.
4. El misterio tremendo
La famosa obra de Rudolf Otto, titulada Das Heilige, publicada en el año 1917, fue traducida
al castellano como “Lo santo”.10 Se podría cuestionar si ésta es la traducción más adecuada. De hecho,
el término usual en la fenomenología de la religión es “lo sagrado”, más que lo santo. Como veremos,
ambos términos castellanos, y últimamente latinos (sacer, sanctus) comparten una misma etimología
indoeuropea, aunque cada uno puede tener distintos matices. En cualquier caso, de momento lo
importante será acercarnos a la caracterización de lo sagrado que hizo Otto. Como Schleiermacher,
Otto trató de mostrar que las religiones tienen un fondo muy distinto de la moral, como pensaba
Schleiermacher. El fondo y médula de las religiones sería lo sagrado. Ahora bien, para Otto, lo
sagrado no es algo subjetivo, como todavía pensaba Schleiermacher, sino algo objetivo. En esto
estamos en un ámbito plenamente fenomenológico. Sin embargo, Otto, como también
Schleiermacher, piensa en lo sagrado como algo asociado al sentimiento, y en cierto modo opuesto a
la razón. En esto, como después le reprochó Heidegger, Otto muestra todavía sus deudas con la
filosofía moderna, y su contraposición radical entre sentimiento y razón. 11
Para Otto, lo sagrado es algo irracional, porque es inefable. Y, precisamente por su carácter
inefable, se requiere de una sensibilidad especial para captarlo. Es algo que no se puede definir, sino
que solamente se puede describir, mediante sucesivas delimitaciones. Es algo que no se reduce a
otras experiencias (morales, estéticas, intelectuales), sino que tiene un carácter sui generis. Para
denominarlo, Otto crea el neologismo “numinoso”, que hizo fortuna. Lo sagrado sería lo numinoso.
El término viene del latín numen, que era la palabra utilizada para referirse a la voluntad o al poder
de los dioses. La etimología indoeuropea (de *neu-) alude al empujar o al hacer una seña con la
cabeza (como el inglés nod). Lo numinoso, en la terminología de Otto, serviría para aludir a la
poderosidad de lo sagrado. No se trata, como en Schleiermacher, de un “sentimiento de dependencia
absoluta”. Esta caracterización de lo religioso, desde el punto de vista de Otto, peca todavía de tratar
5. En la estela de lo sagrado
6. Mircea Eliade
16 Cf. M. Eliade, Traité d'histoire des religions, Paris, 1964 (Tratado de historia de las religiones, Madrid, 1970); Histoire
des croyances et des idées religieuses, 3 vols, Paris, 1976, 1978 y 1983 (Historia de las creencias y de las ideas
religiosas, 3 vols., Barcelona, 1999).
17 Cf. M. Eliade, Le mythe de l'éternel retour: archétypes et répétition, Paris, 1949 (El mito del eterno retorno. Arquetipos
y repetición, Buenos Aires, 2001); Aspects du mythe, Paris, 1963 (Mito y realidad, Barcelona, 1991).
de oscurecimiento de una dimensión humana esencial. En cambio, su concepción del cristianismo es
altamente positiva, aunque por lo general, en cuanto historiador y fenomenólogo, trata de mantener
una neutralidad respecto a las religiones. Sin embargo, el cristianismo se le aparece como una
religión capaz de integrar en sí misma todo tipo de hierofanías. Así, por ejemplo, los viejos templos
son integrados en los templos cristianos, los árboles sagrados se plantan junto a las nuevas iglesias,
las aguas sagradas se incorporan al bautismo, el culto del fuego se integra en las candelas que se usan
durante las ceremonias religiosas, etc., etc., etc. Por supuesto, Eliade no habla del cristianismo
moderno y urbano, de corte más protestante, al que considera subjetivista y “famacéutico”. Su
modelo es el cristianismo ortodoxo de los campesinos rumanos, capaz de mantener el contacto con la
sacralidad originaria, integrándola en su religión. La superioridad del cristianismo, para Eliade,
estaría en esta capacidad de integrar otras hierofanías en su propia práctica religiosa. Al mismo
tiempo, en el cristianismo se daría las hierofanías, que sería justamente la encarnación del Dios del
monoteísmo en Cristo.
Una de las fenomenologías de la religión más importantes del pasado siglo es la elaborada, en
lengua castellana, por Juan Martín Velasco. Su ya citada Introducción a la fenomenología de la
religión es una magnífica introducción a las líneas fundamentales y los problemas de esta disciplina.
Sin embargo, su posición en la fenomenología de la religión está marcada por una distinción
fundamental entre dos aspectos que para Rudolf Otto estaban completamente unidos: la sacralidad y
el misterio. Para Martín Velasco, lo sagrado es solamente un ámbito en el que se mueve la actitud
religiosa, mientras que el verdadero término de esa actitud es el misterio. Y el misterio, para Velasco,
tendría un carácter personal. Por supuesto, Martín Velasco reconoce que hay religiones en las que el
misterio no se presenta él mismo con características personales. Sin embargo, insiste en que el
carácter personal, en tales casos, está al menos del lado de la actitud religiosa del sujeto que se
encuentra con el misterio.
En la descripción que Martín Velasco hace de lo sagrado recoge, en gran medida, los
resultados de la fenomenología de la religión de Rudolf Otto y de sus seguidores, enriquecidos por
consideraciones etimológicas y antropológicas. Lo sagrado tendría un elemento de separación de la
vida profana, y requiere lo que Martín Velasco llama un “salto de nivel” que nos traslade a un ámbito
distinto. Es el ámbito de lo numinoso, que tiene las características de ser algo tremendo, misterioso,
fascinante, etc. Los ritos de iniciación en las distintas culturas iluminan este “salto de nivel” como un
paso de lo sagrado a lo profano. Del mismo modo, las experiencias de iluminación o de conversión
que aparecen en las religiones designarían esta penetración de lo sagrado en la propia existencia, en
un momento concreto de la biografía, que se puede incluso establecer con precisión cronológica. El
ser humano experimenta así una renovación, una nueva existencia, un nuevo nacimiento. La idea de
tabú, por su parte, mostraría el carácter peligroso, vedado, de lo sagrado. De alguna manera, el tabú
sería lo contrario del poder (mana, orenda, etc.) que aparece con frecuencia en la descripción de las
experiencias religiosas más originarias.
Sin embargo, lo decisivo para Martín Velasco es el misterio como una categoría distinta de lo
sagrado. Para él, el misterio sería lo determinante de la sacralidad, y el verdadero término de la
actitud religiosa. Este misterio estaría caracterizado por la poderosidad, por la potencia. Y
precisamente en cuanto que la potencia determina lo sagrado puede ser considerada como una
realidad religiosa. Como otros fenomenólogos, Martín Velasco también remite más allá de lo
sagrado, y del alguna manera entiende que esta realidad más allá de lo sagrado es la realidad divina.
Sin embargo, uso original del término “misterio” le sirve a Martín Velasco para poder integrar a las
religiones “ateas”, en las que no hay dioses personales. También en ellas, señala Martín Velasco, hay
una relación personal con el misterio. Este misterio estaría caracterizado por la transcendencia: se
trata de una realidad totalmente otra, dotada de “superioridad axiológica”, como bondad suprema,
belleza soberana y santidad augusta. Los dioses serían valiosos por lo que son, y no simplemente por
lo que dan o prometen. Al mismo tiempo, el misterio sería también algo especialmente cercano:
interior intimo meo, como decía Agustín de Hipona. O, como dicen los musulmanes, más cercano a
uno mismo que la propia yugular. El misterio también tendría un aspecto de salvación: nos saca de
algo negativo y nos conduce hacia algo positivo, sin que ello sea mérito propio, sino una pura
gracia.18
Tal vez estas consideraciones de Martín Velasco sobre el misterio podrían estar condicionadas
por la religión católica, en cuyo ámbito se mueve. Sin embargo, es interesante observar que Martín
Velasco, al igual que otros fenomenólogos, se siente en la obligación de remitir lo sagrado a un ámbi-
to distinto, y trascendente. De hecho, en alguna de las críticas a la fenomenología de la religión que
consideraremos en el próximo capítulo nos encontraremos justamente con la pretensión de una supe-
ración de lo sagrado en nombre de lo auténticamente religioso. En Martín Velasco no existe verdade-
ramente una contraposición, pero sí una distinción. Lo verdaderamente decisivo para las religiones
es el misterio. Y el misterio es lo que determina la sacralidad como algo secundario. Por otra parte, la
afirmación de que este misterio tiene un carácter personal, a pesar de que haya religiones sin dioses
personales, no parece del todo convincente. Martín Velasco apela al sujeto de la experiencia, radical-
mente implicado en la misma, pero esto, a mi modo de ver, no es suficiente para sostener que el tér-
mino de esa experiencia, el misterio, sea en sí mismo personal. Son temas sobre lo que tendremos
que volver.
Vamos a aducir, junto con esta historia tomada de los pueblos sin escritura, un
texto procedente de unas latitudes y de un contexto radicalmente distinto. Se trata del
testimonio del profeta Isaías respecto a su llamamiento por el Dios de Israel:
“El año de la muerte del rey Uzías vi al Señor sentado sobre un trono alto
y sublime, y sus faldones llenaban la Casa.20 Por encima de él había serafines;
cada uno tenía seis alas, con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y
con dos alas se cernían. Y alternándose, clamaban: '¡Santo, Santo, Santo, YHWH
de los ejércitos! ¡La tierra está llena de su gloria!' Y los umbrales de las puertas
temblaban al clamor de su voz, y la Casa estaba llena de humo.
Entonces dije: '¡Ay de mí, muerto soy! ¡Yo, hombre de labios inmundos,
que habito en medio de un pueblo de labios inmundos, he visto con mis ojos al
Rey, a YHWH Sebaot!'
Pero uno de los serafines voló hacia mí con un ascua en la mano, que
había tomado del Altar con unas tenazas, y tocando con ella mi boca, dijo: '¡He
aquí esto toca tus labios: quitada es tu culpa y limpio tu pecado!'
Entonces oí la voz del Señor que decía: '¿A quién enviaré? ¿Quién irá por
nosotros?'
19 Cf. C. Nimuendaju, The Apinayé, Washington 1939, pp 136-137, citado en M. Eliade, From Primitives to Zen. A
Thematic Sourcebook on the History of Religions, New York, 1967, publicado en castellano como el vol. IV de su
Historia de las creencias y de las ideas religiosas, Madrid, 1978, § 13, pp. 28-29
20 Tanto en Mesopotamia como en el mundo hebreo, la Casa (de Dios) se refiere al templo. En este caso, Isaías está en
el Templo de Jerusalén.
Y dije: '¡Heme aquí, envíame a mí!'”21
Estamos ante dos textos que guardan importantes similitudes, pero entre los que
también encontramos importantes diferencias. Es indudable que la fenomenología
clásica de la religión nos provee de importantes recursos para analizar ambos textos.
En ellos se nos habla de una experiencia concreta, que se puede situar en un lugar
muy determinado, y en una fecha precisa. Las dos experiencias cuentan con una
diferencia entre el ámbito de lo sagrado, donde tiene lugar la experiencia, y el ámbito
profano. En el caso de Isaías, la sacralidad está dada por el Templo de Jerusalén,
minetras que en el caso del joven apinayé, hay unas transiciones entre los lugares
donde se encuentra con el dios (la selva, la noche), y la vida cotidiana (la casa, el
padre, los otros cazadores) en la que lo sagrado no se hace presente. En ambos textos
se experimenta un encuentro con un dios cargado de poder. En un caso, el poder se
simboliza por la maza del dios sol, mientras que en otro caso hay una referencia a un
trono, a un cortejo de serafines, y a los “ejércitos” o huestes del Dios de Israel. Frente a
ese ser divino, en ambas experiencias se nos describe una vivencia de temor ante la
grandeza del misterio, unida a una sensación de anonadamiento, muy en consonancia
con lo que nos decía Rudolf Otto. También nos encontramos en ambos textos la
fascinación con lo sagrado. En el primer texto hay un acercamiento hacia la figura
divina, una tristeza cuando el dios desparece, y después un intento de seguimiento por
la selva. En el segundo texto la fascinación se expresa en una disponibilidad para
recibir la misión que el Dios de Israel encomienda a Isaías. También podríamos decir
que en ambas experiencias nos encontramos con un cambio de estado en la persona
que pasa por ella. En el primer texto, los ciervos se acercan sin miedo al joven apinayé,
que los puede ahora cazar con facilidad. En el segundo texto, Isaías experimenta el
perdón de sus pecados.
Por supuesto, también hay importantes diferencias entre los textos. En el primero de ellos, el
joven apinayé pierde el uso de la palabra, subrayándose así la inefabilidad del misterio. Esto no
parece sucederle al joven Isaías. En cambio, Isaías no nos proporciona ninguna descripción física del
Dios de Israel, algo que sí hace con cierto detalle el joven apinayé. En esto entra en juego
posiblemente alguna de las especificidades de la religión de Israel. En el caso de Isaías, la experiencia
de anonadamiento es descrita en términos de inmundicia, de culpa y de pecado, algo que no aparece
con la misma claridad en el texto apinayé. Sin embargo, en el texto apinayé nos encontramos con la
idea de no haber tenido un comportamiento correcto ante lo sagrado, por haber desaprovechado una
oportunidad, no hablando con el dios, y no recogiendo su regalo en el momento oportuno. Otra
diferencia importante sería la que sitúa al dios del primer texto entre las divinidades de la naturaleza,
mientras que en el segundo texto, los caracteres del Dios de Israel lo relacionan especialmente con la
historia, y lo describen en términos de un rey, dotado de trono y de una corte de serafines. Esto
supone por supuesto la existencia de formas religiosas más elaboradas, que aún no hemos analizado.
Llamar a Dios “rey” supone que algún tipo de experiencia con el estado se ha convertido en
configuradora de la experiencia religiosa. No es algo que se pueda decir de la religión prehistórica, ni
de la religión de los apinayés. Pero es algo de suma importancia, sobre lo que tendremos que volver.
Las diferencias entre los distintos textos nos plantean la pregunta sobre la uniformidad o
heterogeneidad de lo sagrado. ¿Estamos ante meras variaciones de un género, como parece suponer
Otto, o hay diferencias entre las distintas experiencias que puedan considerarse como esenciales?
Cabe también preguntarse si todo lo que se describe en estos textos encaja dentro del marco de la
21 Cf. Is 6:1-8.
fenomenología. Ciertamente, hay en los textos una distinción entre lo sagrado y lo profano, y en el
texto de Isaías se invoca a Dios con el término “santo”, una expresión que a veces se considera
equivalente a “sagrado”. Pero es importante observar que en ambos textos se va más allá de lo
sagrado hacia un dios, que es el que parece determinar la sacralidad de su ámbito. Ello parece
coincidir con una tendencia de algunos fenomenólogos de la religión a ir más allá de la sacralidad,
tal como hemos visto. También observamos la idea de un comportamiento adecuado ante lo sagrado,
ya sea en la forma de tomar la palabra, recibir el regalo, o responder a la misión encomendada. En
este caso, lo religioso parece situarse, no en el campo de las vivencias, sino en de las actuaciones. Ya
algunos autores, como Frazer, Durkheim o Malinowski, nos llamaron la atención sobre la relevancia
de algunos comportamientos prácticos, como el rito, para entender las religiones. La pregunta, en
este caso, es si lo ritual pertenece a las religiones de manera esencial, o si es solamente la expresión
de lo esencial, que se situaría entonces en otro ámbito, como el de las vivencias. Son cuestiones sobre
las que tendremos que volver.