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¿QUE ES LA LUJURIA?

Es difícil de explicar, pero he aquí lo que la lujuria representa en mi vida.


Es un tirano que quiere controlar el sexo en su propio provecho, a su manera y en el momento que le
apetece. Es un ruido mental-espiritual que tergiversa o pervierte el sexo, de la misma manera que una
interferencia ronca de radio estropea la audició n de una melodía agradable.
La lujuria no es el sexo y no es física.
Es una pantalla de fantasía auto-condescendiente que me separa de la realidad, o de la realidad de mi
persona en el acto sexual conmigo mismo, o de la realidad de mi có nyuge.
Funciona de la misma forma ya se trate de la novia, de una prostituta o de mi esposa.
De esta manera niega la identidad personal, la mía o la de la otra persona, y va contra la realidad, contra
mi propia realidad, va contra mí.
Me resulta imposible disfrutar de una unió n auténtica con mi esposa en la medida en que la lujuria esté
viva, porque ella como persona no cuenta; es incluso un estorbo; es un mero objeto sexual.
La verdadera unidad conmigo mismo es imposible si yo me divido en dos para tener un acto sexual
conmigo mismo.
El compañ ero fantá stico que he creado en mi mente en realidad ¡es parte de mí!
Con la lujuria el acto sexual no resulta de la unió n personal; el sexo no fluye de la unió n.
El sexo activado por la lujuria hace imposible la unió n verdadera.
La naturaleza de la interferencia ruido-lujuria que yo sobrepongo al sexo puede consistir en diferentes
cosas: recuerdos, fantasías que van desde lo eró tico hasta aquellas que rebosan venganza o incluso
violencia.
O puede tratarse de la imagen mental de un fetiche o de otra persona.
A la luz de todo esto, la lujuria puede existir al margen del sexo.
De hecho, hay personas que afirman que está n obsesionadas con el sexo y que no pueden mantener
relaciones sexuales.
Considero la lujuria una fuerza que invade y pervierte también otros instintos: la comida, la bebida, el
trabajo, la ira...
Reconozco que tengo una tendencia casi lujuriosa al resentimiento, y que es tan fuerte como la lujuria
lo ha sido en sus mejores momentos.
En mi caso, la lujuria no es física; incluso no es un deseo sexual má s potente.
Es una fuerza espiritual que pervierte mis instintos; y cuando me abandono en un á rea, trata de infectar
también a las demá s. Como la lujuria tiene cará cter asexual, atraviesa todas las barreras, incluso las de
género.
Cuando las aviva la lujuria, mis fantasías o actividades pueden dispararse en cualquier direcció n,
modeladas por lo que experimento.
Por ello, cuanto má s me entrego a la lujuria, menos sexual me vuelvo.
Por tanto, mi problema bá sico como adicto al sexo en vías de recuperació n es el de vivir libre de la
lujuria.
Cuando la tolero en cualquiera de sus formas, má s tarde o má s temprano trata de manifestarse en las
demá s.
De esta forma, la lujuria llega a ser el exponente, no só lo de lo que hago, sino de lo que soy.
Pero hay motivos sobrados de esperanza.
Al renunciar a la lujuria y a sus manifestaciones cada vez que me tienta, y al experimentar la liberació n
dadora de vida de origen divino, se producen la recuperació n y la curació n y se me restaura la
integridad- primero la verdadera unidad dentro de mi mismo y después la unió n con los otros y con la
Fuente de mi vida.
La Lujuria es...
No saber decir que no
Encontrarse constantemente en situaciones peligrosas
Volver la cabeza sediento de sexo a cada paso
Sentirse atraído exclusivamente por la belleza
Las fantasías eró ticas
El uso de objetos eró ticos
La adicció n a la pareja como si de una droga se tratara
Perder la identidad por fundirse con la pareja
La obsesió n con lo romá ntico- la bú squeda del "efecto má gico"
El deseo de excitar a la otra persona
La lujuria mata
La lujuria es la cosa má s importante de mi vida, es má s importante que yo.
Esclavo de la lujuria, me es imposible ser yo mismo.
La lujuria me esclaviza, mata la libertad, me mata a mí.
La lujuria siempre quiere má s, la lujuria produce má s lujuria.
La lujuria es celosa, quiere poseerme.
La lujuria hace que me obsesione conmigo mismo, hace que me encierre dentro de mí.
La lujuria hace que el sexo sea imposible sin ella
La lujuria destruye la capacidad de amar, mata al amor.
La lujuria elimina la capacidad de recibir amor; me mata a mí.
La lujuria genera sentimientos de culpa y la culpa hay que expiarla.z
La lujuria hace que parte de mí desee la muerte, porque no puedo soportar lo que me hago a mí mismo
y carezco de fuerzas para evitarlo.
Cada vez con má s frecuencia, dirijo esa culpa y autoodio hacia mi interior y hacia los demá s.
La lujuria me destruye a mí y a los que me rodean.
La lujuria mata al espíritu; mi espíritu soy yo, ¡la lujuria me mata!

LA VICTORIA SOBRE LA LUJURIA Y LAS TENTACIONES


Cuando interrumpimos nuestras conductas adictivas habituales y somos capaces de mantenernos
sobrios durante un cierto periodo de tiempo, descubrimos que aunque no cedamos a nuestras
compulsiones, las obsesiones todavía nos persiguen, aunque a veces puedan desaparecer durante un
tiempo.
La lujuria, tal como lo hemos comprobado, puede adoptar muchos disfraces, y a medida que avanza la
sobriedad aprendemos a reconocerlos.
Para una persona, la lujuria puede consistir en desear a alguien.
Para otra, en la obsesió n con que la deseen.
Para otra, se puede presentar como una necesidad sexual o emocional desesperada de alguien.
En cualquier caso, es nuestra actitud interna la que constituye el problema, y el trabajo que
corresponde a nuestra recuperació n ulterior consiste en un cambio de actitud y en la victoria
progresiva sobre la lujuria.
La lujuria só lo cede ante el trabajo lento y paciente del programa en compañ ía de otros que hacen lo
mismo.
Esta es una de las razones por la que necesitamos permanentemente la fraternidad de la sobriedad.
Las recompensas son infinitas y nos proporcionan la auténtica libertad que siempre hemos anhelado.
Las conductas que me ayudaron:
1. Dejar de practicar la compulsión.
Interrumpí mis actividades sexuales adictivas en todas y cada una de sus formas, incluidos los actos
sexuales conmigo mismo y las relaciones sexuales fuera del matrimonio.
La obsesió n con la lujuria no disminuye si sigo practicando conductas lujuriosas.
2. Dejar de satisfacer la obsesión.
Esto significaba eliminar dentro de mi esfera de control todos los materiales impresos y visuales y otros
símbolos de mi tiranía.
Tenía que dejar de satisfacer a la lujuria en las miradas, en el uso de la televisió n, de las películas y de la
mú sica, y dejar de utilizar y de escuchar el lenguaje de la lujuria.
También tenía que dejar de vivir exclusiva y permanentemente encerrado en mí mismo.
Eso era una de las ventajas que proporcionaba el asistir a muchas reuniones.
La mayoría de nosotros vivimos encerrados en nosotros mismos, rara vez estamos en el mundo real.
3. Participar en la fraternidad del programa.
No conozco a nadie que pueda permanecer sobrio y libre de la obsesió n con la lujuria sin la ayuda de
otros adictos.
Yo no pude.
La fraternidad es donde tiene lugar la acció n, donde está la magia, donde se establece la Conexió n,
donde nos sentimos parte de algo.
4. Admitir que era impotente.
Al comienzo del todo, cuando la compulsió n me arrastraba a la acció n, lo ú nico que era capaz de hacer
era gritar: "Soy impotente; por favor, ayú dame."
A veces hasta cien veces al día.
A medida que comencé a experimentar el primer paso a fondo, la palabra impotencia se convirtió para
mí en la má s hermosa del vocabulario.
Todavía lo es.
Má s tarde descubrí que era impotente frente a mí mismo.
Cuanto má s combatía a la lujuria, má s se resistía y contraatacaba; mi fuerza de voluntad parecía
incrementar el poder de la lujuria en vez de mantenerla a raya.
La lectura del primer paso del Doce y doce me ayudó a comprender que mi impotencia era "la base
firme sobre la que se podían construir vidas felices y plenas".
Finalmente, dejé de intentar parar.
Só lo admitiendo el poder que la lujuria tenía sobre mí era capaz de recibir el poder necesario para
vencerla.
5. Rendirme.
Si no nos hemos rendido, la mera admisió n de impotencia no nos ayuda a contactar con nuestro Poder
Superior.
En mi caso, al principio, admití mi derrota y capitulació n al grupo a cuyas reuniones asistía y me puse
en sus manos.
Esto implicaba acudir a las reuniones y ser lo má s sincero, abierto de mente, y adoptar la mejor
disposició n posible.
De esta forma llegué a experimentar el segundo paso y a tener la esperanza de que un Poder superior a
mí me devolvería el sano juicio.
Esto preparó el camino hacia la rendició n que má s tarde tendría lugar en el paso tercero, y esta
rendició n consistiría en ponerme en manos de Dios tal como Lo concebimos.
En lo que a mi lujuria respecta, sabía exactamente lo que para mí significaba rendirme y qué era lo que
tenía que hacer.
Cada vez que tenía alguna tentació n, procedente de mi interior o del exterior, decía: "Renuncio a la
oportunidad que tengo de desear a esta persona; por favor, libérame de este deseo." Y tal como lo
afirma "Dios podía y lo haría...", así sucedió .
Puede que haya sentido algú n malestar o miedo, y puede que haya tenido que repetir el acto de
rendició n varias veces, pero me da buenos resultados.
Al principio estaba asustado, pero continuaba sobrio, y paulatinamente, a medida que iba superando las
tentaciones, me iba resultando má s fá cil.
6. Sacar a la luz lo que hay en nuestro interior.
Cuando comencé a ver que por lo que parecía nunca me curaría de la posibilidad de desear con lujuria,
me vi obligado a incorporar los otros pasos a mi vida.
Los pasos cuarto y quinto me brindaron la posibilidad de examinarme críticamente.
Esto fue probablemente el cambio de actitud má s importante en el primer periodo de mi recuperació n.
Pero tuve que continuar realizando mini-inventarios con la lujuria, tal como se sugiere en los pasos
quinto y décimo.
Cuando veía que alguna experiencia, imagen, recuerdo, o pensamiento se apoderaba de mí, tal como a
menudo sucedía, lo sacaba a la luz comentá ndoselo a otra persona del programa.
Los exponía al aire y a la luz del sol. La lujuria odia la luz y huye de la misma.
Ama los escondrijos oscuros de mi ser. Una vez que permito que se acomode ahí, se reproduce como los
hongos.
Pero en cuanto la expongo a la luz, mostrá ndosela a otro sexó lico en recuperació n, pierde el poder que
sobre mí ejercía.
La luz mata la lujuria.
Actuaba así en casos concretos, no con generalidades.
A veces implicaba robarle a alguien su tiempo, pero me purificaba y me mantenía sobrio.
Cada vez que lo hablaba con alguien con actitud de rendició n, el poder que esa experiencia o recuerdo
ejercía sobre mí desaparecía.
Otro descubrimiento nuevo e importante.
7. Confiar. Cuando ya iba siendo capaz de vivir libre de la lujuria, e iba confiando cada vez má s en el
poder de Dios para vencer la obsesió n, adquirí la costumbre de comenzar el día con una oració n en la
que, durante ese periodo de veinticuatro horas, ponía mi lujuria y me ponía a mí mismo en las manos de
Dios.
Esto quería decir que estaba aprendiendo a vivir sin la lujuria y que quería sinceramente liberarme de
la misma. Ahora comienzo el día con la oració n del tercer paso, cambiando algunas palabras para que se
adecuen a mi caso personal.
Es má s o menos así:
"Te ruego que me mantengas sobrio y me protejas de la lujuria hoy, porque solo yo no puedo...
En este día te ofrezco mi voluntad y mi vida, para que obres en mí segú n tus deseos.
Libérame de la servidumbre del ego, para que pueda cumplir mejor tu voluntad.
Elimina los obstá culos que haya en mi camino y haz que mi victoria sobre los mismos sea un testimonio
para aquellos que con el apoyo de tu fortaleza, de tu amor y de la puesta en prá ctica de tu forma de vida,
reciban mi ayuda.
Concédeme hoy lo que necesite.
Há gase tu voluntad y no la mía".
8. Utilizar las publicaciones del programa.
El Doce y doce y Alcohólicos Anónimos fueron mis primeras guías en el trabajo de los pasos. Siempre
encontré lo que necesitaba en esos documentos fundacionales del programa de los doce pasos.
Muchos de nosotros descubrimos que trabajar los principios descritos en nuestras publicaciones
ensancha el horizonte de nuestra sobriedad y es muy ú til.
Al utilizarlos aprovechando la soledad y el recogimiento de nuestros momentos de tranquilidad,
enriquecemos la visió n que tenemos de nosotros mismos y de nuestra recuperació n, de acuerdo con
nuestra realidad y circunstancias.
9. Trabajar los otros defectos.
Descubrí para mi sorpresa que la lujuria no era mi problema fundamental.
Era só lo un síntoma má s de mi enfermedad espiritual subyacente- mis actitudes enfermizas.
La lujuria era só lo una manifestació n má s de esta enorme fuerza negativa que yacía en mi interior y que
trataba de irrumpir de la forma que fuera.
Tan pronto como la lujuria comenzaba a disminuir, aparecía el resentimiento.
Má s tarde el miedo.
Después el espíritu crítico y de condena.
Era como intentar taponar el agujero de una presa. Mientras tratas de tapar una grieta, se abre una
nueva en otro lugar, porque hay una masa enorme de agua tras la presa, y la presió n que ejerce hará
que se desborde por el punto má s débil.
Esta masa enorme de agua es mi lado destructivo y negativo.
Y el grado en el que puedo conectar con la fuerza positiva (Dios) revela la medida en la que estoy
desconectado de la parte negativa en cualquiera de sus formas.
Gracias a Dios, hoy soy libre y capaz de decidir qué es lo que quiero.
La consecuencia má s positiva de tener que trabajar mis defectos para liberarme de la obsesió n con la
lujuria es la posibilidad de conectar finalmente con la vida.
Pero no puedo liberarme de una obsesió n mientras estoy ebrio de otra.
No puedo estar libre de la lujuria mientras me encuentro borracho de resentimientos, etcétera.
Asistí a reuniones de estudio de los pasos para conocer los métodos que otros utilizaban para superar
sus defectos.
Me dijeron que una de las mejores formas de cortar de raíz los resentimientos es rezar por la persona a
la que guardo rencor.
Pide para ellos lo que quieres para tí, me recomendaron. ¡Me dio resultado!
La primera persona que me ayudó a alcanzar la sobriedad fue objeto de innumerables oraciones
diarias.
Al parecer no le beneficiaron mucho (¿quién sabe?), pero a mí me impidieron caer en la trampa del
resentimiento.
10. Aprender a dar en vez de recibir. Esta técnica también daba buenos resultados con la lujuria.
Cuando capto una imagen apetecible de refiló n, en vez de dejarme llevar por el impulso que me
arrastraba a mirar y beber, rezaba por esa persona y continuaba mi camino sin mirarla.
Podía ser un simple: "Dios la bendiga y le proporcione lo que necesite".
O dependiendo de la intensidad del estímulo lujurioso, podía ser má s ferviente: "Dios la bendiga y le
ayude; há gase Su voluntad en su vida".
Comencé a hacer lo mismo con las modelos de los anuncios que ejercían un poder semejante sobre mí.
Cuando actú o de esta forma, me siento mejor y recibo algo que es limpio, fuerte, libre y bueno.
De alguna manera, me convierto en un canal transmisor del bien, en vez de abrirle un conducto a la
lujuria a través del cual penetre la maldad.
El grado en el que bebo de esa imagen indica en qué medida soy esclavo de la misma; la medida en la
que doy de mí a otro es la medida en la que me libero de su poder.
Ademá s...resulta mucho má s fá cil conseguir la victoria dando que intentándolo a través del fastidioso y
mortificante recurso a la fuerza de voluntad.
16. Expulsar la lujuria y las tentaciones de mi interior.
Hay ciertas épocas en las que me da la impresió n de que camino a través de un campo de minas, con
todo tipo de cargas explotando a mi alrededor.
Su severidad y persistencia hacía que me preguntara si no estaba sufriendo un ataque.
En ocasiones semejantes, he llegado al extremo de expulsarlas oralmente de mi interior, como si se
tratase de una presencia maligna y extrañ a, y recurriendo, no a mi propio poder o autoridad, sino al de
mi Poder Superior.
No estoy seguro de comprenderlo, y tampoco le doy demasiada importancia, pero me ha dado buenos
resultados, especialmente cuando me daba la impresió n que estaba a merced de los acontecimientos.
Má s tarde, en el transcurso de los añ os, he oído a otros miembros contar experiencias semejantes.

17. Buscar refugio en Dios. Invoco a menudo la presencia de Dios para protegerme, a modo de escudo,
de mi propia lujuria o emociones, o de la lujuria o emociones de los demá s. Tan pronto como me siento
abrumado o veo la imagen de refiló n y me entran deseos de volver la cabeza y beber, digo: "Recurro a
Tu presencia para protegerme de mi lujuria (o de lo que sea)." Pero, ¡tengo que ser yo el que sujete y
levante ese escudo! Tengo que acudir a Dios en bú squeda de protecció n.
Otro mensaje que Le envié hoy, después de algunos añ os de sobriedad es má s o menos: "Rechazo esta
lujuria (u otra emoció n o actitud negativa); quiero que tú Te hagas cargo de ella." Cada vez que lo hago,
da buenos resultados, pero primero tengo que renunciar a la misma.
18. Mirar a la lujuria a los ojos.
Estoy aprendiendo una forma nueva de resistir a las tentaciones que sufro durante el día para evitar
que reaparezcan y me ataquen mientras duermo.
He observado que a veces puedo, durante el día, en vez de renunciar de verdad a la lujuria, recurrir a la
fuerza de voluntad para arrinconarla en algú n lugar fuera de mi vista.
A veces, después de haber hecho esto, la lujuria regresa en forma de sueñ os eró ticos y lo hace de un
modo tal, que me daba cuenta perfecta de que podía sucumbir a la adicció n en sueñ os, sin necesidad de
tocarme para nada, y sabiendo que tenía la opció n y la libertad de no hacerlo. ¡Llama la atenció n lo
poderosas y terribles son esas tentaciones!
Estoy tan harto de verme en situaciones límites, que he decidido tomar medidas preventivas.
Antes de irme a dormir, repaso de forma deliberada todas las tentaciones con que la lujuria me asedió
durante el día, y miro a las personas de frente.
Expongo cada persona a la luz, ante Dios, y en actitud de rendició n, admito mi impotencia ante la
lujuria. Digo: "Conoces mi corazó n, cuá nto deseo sumergirme en la lujuria.
A ti te la entrego.
Ven y vence a mi lujuria.
La rechazo, no quiero tener ninguna relació n con ella—sea consciente o inconscientemente—.
Quiero que tú te hagas cargo de ella.
Por favor, ayú dame a mantenerme sobrio de toda mi lujuria esta noche".
A menudo añ ado una oració n por la persona objeto de la tentació n, para así salir de mí mismo en
actitud de dar. Es mi forma de mantenerme puro a nivel inconsciente. Es la forma en la que supero el
miedo a la caída durante el sueñ o.
RESUMEN
Estas diferentes formas de combatir la lujuria requieren prá ctica, pero son muy eficaces.
Para programarme a mí mismo para la lujuria me hicieron falta muchos añ os.
Descubrí que lleva tiempo interrumpir esta programació n y programarme a mí mismo para la realidad.
Cuando recurría a las técnicas citadas, me sentía artificial y forzado.
No quería hacerlo; no me sentía bien.
Trato de no confiar nunca má s en esos sentimientos enfermizos; ellos son los responsables de que esté
hoy aquí, de que me encuentre en esta situació n.
Tomar algunas de estas medidas era como matar una parte de mi ser, ya que iban contra mis
inclinaciones naturales.
Pero descubrí que lo que necesitaba para alcanzar la libertad era declararle la guerra a mi forma
antigua de pensar y de obrar.
Tenía que llevar a cabo una serie de acciones, me apeteciera o no.
Me conviene tener siempre presente que no es la persona que está fuera la causante de mi lujuria y de
mi malestar; soy yo.
Esto trae a colació n otro tema.
La lujuria de la que quiero estar sobrio es la mía.
Yo la convertí en lo que es.
Soy adicto a la lujuria.
Del mismo modo, soy una persona resentida e iracunda, una persona que juzga y condena, una persona
miedosa.
No existe cura para mí si niego, evado o tapo mis defectos. "Los secretos son la medida de mi
enfermedad."
Por otra parte, puedo vivir libre del poder que estos defectos ejercen sobre mí, si recurro a Dios en vez
de a estas emociones negativas.
De esta forma obtengo una tregua día a día, hora a hora, de esa prisió n que es la lujuria, etc., siempre
que mi actitud sea la correcta.
Y lo es si trabajo los pasos.
Al parecer Dios, al no extirpar de mi naturaleza la tendencia a la lujuria, al resentimiento, al miedo, etc,
ha decidido no eliminar esa parte de mí en la que viven y surgen mis defectos. 
Si lo hiciera, no tendría ninguna necesidad de É l, sería un autó mata.
De lo que se trata es de lograr una victoria progresiva sobre la lujuria.
Yo mismo soy lo que podríamos llamar un pecador.
Pero Dios, para transcender mis pecados, me suministra el poder del que yo carezco. ¡La victoria se
produce a través de la gracia de Dios que se manifiesta en mi impotencia!
Esa es la bella paradoja de este programa: en y por mi impotencia recibo el poder -y el amor- que
proceden de lo alto.
Y esa es la diferencia entre negarse a sí mismo y rendirse.
La negació n de mí mismo -el reprimirme- só lo me ha supuesto sufrimientos y fracasos.
Reconocer lo que soy, rendirme y confiar en el poder divino me produce alivio, libertad y gozo.
La recuperació n es un trabajo interno.
La lista de sugerencias que te ofrecemos para vencer la lujuria siempre estará incompleta.
Cada persona que se mantiene sobria, a medida que su recuperació n se enriquece, añ adirá a esta lista
en la que se refleja nuestra experiencia  colectiva aquello que le ha resultado ú til.
Nuestras vidas, tal cual son, son el verdadero libro, "conocido y leído por todos los hombres".
A medida que el tiempo transcurre, descubrimos má s cosas, y todo mejora.
É sta es la gran aventura de la recuperació n de la adicció n al sexo.

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