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Esta acción puede servir para enmendar de forma indirecta los daños
causados a todos los objetos anónimos de mi lujuria y de mis actos
sexuales- esos extraños a los que ayudé a consolidar su forma de vida
destructiva. Parece ser una ley natural del universo: recibo en la medida
que doy.
18. Mirar a la lujuria a los ojos. Estoy aprendiendo una forma nueva de
resistir a las tentaciones que sufro durante el día para evitar que
reaparezcan y me ataquen mientras duermo. He observado que a veces
puedo, durante el día, en vez de renunciar de verdad a la lujuria, recurrir
a la fuerza de voluntad para arrinconarla en algún lugar fuera de mi vista.
A veces, después de haber hecho esto, la lujuria regresa en forma de
sueños eróticos y lo hace de un modo tal, que me daba cuenta perfecta
de que podía sucumbir a la adicción en sueños, sin necesidad de
tocarme para nada, y sabiendo que tenía la opción y la libertad de no
hacerlo. ¡Llama la atención lo poderosas y terribles son esas tentaciones!
Estoy tan harto de verme en situaciones límites, que he decidido tomar
medidas preventivas. Antes de irme a dormir, repaso de forma deliberada
todas las tentaciones con que la lujuria me asedió durante el día, y miro a
las personas de frente. Expongo cada persona a la luz, ante Dios, y en
actitud de rendición, admito mi impotencia ante la lujuria. Digo: 'Conoces
mi corazón, cuánto deseo sumergirme en la lujuria. A ti te la entrego. Ven
y vence a mi lujuria. La rechazo, no quiero tener ninguna relación con ella
—sea consciente o inconscientemente—.
Quiero que tú te hagas cargo de ella. Por favor, ayúdame a mantenerme
sobrio de toda mi lujuria esta noche'. A menudo añado una oración por la
persona objeto de la tentación, para así salir de mí mismo en actitud de
dar. Es mi forma de mantenerme puro a nivel inconsciente. Es la forma
en la que supero el miedo a la caída durante el sueño.
Resumen
Estas diferentes formas de combatir la lujuria requieren práctica, pero
son muy eficaces. Para programarme a mí mismo para la lujuria me
hicieron falta muchos años. Descubrí que lleva tiempo interrumpir esta
programación y programarme a mí mismo para la realidad.
Cuando recurría a las técnicas citadas, me sentía artificial y forzado. No
quería hacerlo; no me sentía bien. Trato de no confiar nunca más en
esos sentimientos enfermizos; ellos son los responsables de que esté
hoy aquí, de que me encuentre en esta situación.
Tomar algunas de estas medidas era como matar una parte de mi ser, ya
que iban contra mis inclinaciones naturales. Pero descubrí que lo que
necesitaba para alcanzar la libertad era declararle la guerra a mi forma
antigua de pensar y de obrar. Tenía que llevar a cabo una serie de
acciones, me apeteciera o no.
Me conviene tener siempre presente que no es la persona que está fuera
la causante de mi lujuria y de mi malestar; soy yo. Esto trae a colación
otro tema. La lujuria de la que quiero estar sobrio es la mía . Yo la
convertí en lo que es. Soy adicto a la lujuria. Del mismo modo, soy una
persona resentida e iracunda, una persona que juzga y condena, una
persona miedosa. No existe cura para mí si niego, evado o tapo mis
defectos. 'Los secretos son la medida de mi enfermedad.'
Por otra parte, puedo vivir libre del poder que estos defectos ejercen
sobre mí, si recurro a Dios en vez de a estas emociones negativas. De
esta forma obtengo una tregua día a día, hora a hora, de esa prisión que
es la lujuria, etc., siempre que mi actitud sea la correcta. Y lo es si trabajo
los pasos y las tradiciones y voy a las reuniones, a muchas reuniones.
Al parecer Dios, al no extirpar de mi naturaleza la tendencia a la lujuria, al
resentimiento, al miedo, etc, ha decidido no eliminar esa parte de mí en
la que viven y surgen mis defectos. Si lo hiciera, no tendría ninguna
necesidad de Él, sería un autómata. De lo que se trata es de lograr una
victoria progresiva sobre la lujuria. Yo mismo soy lo que podríamos
llamar un pecador. Pero Dios, para transcender mis pecados, me
suministra el poder del que yo carezco. ¡La victoria se produce a través
de la gracia de Dios que se manifiesta en mi impotencia!
Esa es la bella paradoja de este programa: en y por mi impotencia recibo
el poder -y el amor- que proceden de lo alto.
Y esa es la diferencia entre negarse a sí mismo y rendirse. La negación
de mí mismo -el reprimirme- sólo me ha supuesto sufrimientos y
fracasos. Reconocer lo que soy, rendirme y confiar en el poder divino me
produce alivio, libertad y gozo.
La recuperación es un trabajo interno