y agradecido por la experiencia de estar vivo, disfrutando el paso del instante y viviéndolo como el más preciado de los regalos. Se duerme satisfecho por experimentar la dicha y plenitud de haber acariciado con todos sus sentidos un día más de la creación del universo. Cuando es agredido, no responde con odio, sino con compasión, pues está consciente de que sólo alguien que sufre agrede, y entre más grande es su agresión, más profundo es su sufrimiento. Sabe que primero hay que tener para poder dar, y que dar es el mayor de los privilegios de la vida. Lleva a cabo sus actividades con entusiasmo, prudencia y serenidad, y todo cuanto hace y dice está impregnado de libertad, sin obedecer a apegos como la avaricia, la soberbia, la envidia, el odio o la conmiseración.
Vive sintiendo y pensando sólo en el instante presente, sin lamentarse del pasado y eliminando los deseos obsesivos y ansiosos del futuro; no tiene miedo del mañana, pues acepta que si el destino le regala algo agradable, lo merece, y si en cambio, lo lleva al dolor es por que lo necesita, pues detrás del dolor siempre hay un sabio mensaje. No existe la duda en su pensamiento, el cual está lleno de sabiduría y paz. Deja que DIOS habite en él, convirtiéndose en su instrumento, amándolo, sintiéndolo y viviéndolo en cada momento, ya sea placentero o doloroso: convencido de que su único objetivo de existir en este planeta es hacerse uno con DIOS a cada instante. No depende de lo externo, va de adentro hacia afuera desplegándose como una fuente de amor, comprensión, tolerancia, compasión, alegria, y paz. Ama aún cuando no hay razón para amar, es feliz incluso cuando no hay razón para serlo, crea donde no hay posibilidades de crear, y construye un cielo en la desesperación del infierno.