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EN LA ERA TÉCNICA
Perspectivas
filosóficas
Facultad de Filosofía
Bogotá D.C.
ÉTICA EN LA ERA DE LA TÉCNICA: RESPONDER
AL SÍ DE LA VIDA -A PROPÓSITO DE LA LECTURA
RICŒURIANA DE H. JONAS-1
Por
Manuel Prada Londoño2
La pregunta por una ética capaz de responder a los desaf íos contemporáneos
de la técnica estuvo presente en el pensamiento de Ricœur al menos desde
la década del 50 del siglo pasado. Testimonio de lo anterior es, por ejemplo,
su intervención en el Congreso de Cristianismo Social, celebrado en 1958,
donde el filósofo francés señaló que si bien el ser humano siempre se ha
servido de cosas, de útiles, de suerte que «el comienzo de la técnica se
confunde con el comienzo de la humanidad» (Ricœur, 1958), solo ahora la
técnica ocupa un lugar determinante en la definición misma del ser humano
y de su lugar en el cosmos: por un lado, ha transformado la vida laboral,
el uso del tiempo libre, la comunicación, el acceso y procesamiento de la
información, la producción de conocimiento, el modo como entendemos y
asumimos la vida humana misma y un largo etcétera; por otro, por primera
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Redefinir lo humano en la era técnica: perspectivas filosóficas
En las líneas que siguen me referiré a las ideas centrales que ilustran cómo
este imperativo, central para el principio de responsabilidad propuesto en
la obra de Jonas, está orientado por la vida misma. Así, no es solo como
cuidado de un instrumento, de un útil –en este caso: el medio ambiente,
la Tierra– que hemos de ser responsables; tampoco es [al menos no
únicamente] porque tengamos un privilegio, ni porque nos arroguemos
un cierto heroísmo moral, que debemos asumir como nuestro el nuevo
imperativo. El ser humano ha de hacerse responsable porque responde
al sí que la vida se da a sí misma en la lucha constante contra su propia
precariedad. Dicha respuesta se da primero como sentimiento –en el que
nos hallamos con la vida que late en nosotros– y luego como obligación. Esta
última idea insta a repensar algunos de los comentarios que hace Ricœur
de la obra más célebre de Jonas, especialmente en dos puntos que –por
contera– sirven para introducir una discusión sobre el antropocentrismo
ricœuriano que está en la base de sus consideraciones sobre ética ambiental:
el primer punto se refiere al sentido de la afirmación según la cual la ética
de Jonas no solo se aplica a la vida, sino que se inspira en ella; el segundo
está relacionado con la necesidad de radicalizar la idea de responsabilidad
mediante una ampliación de la idea misma de alteridad.
Por contraste, actuar de tal modo que se propenda por asegurar que el
ser humano existirá en el futuro está inspirado en el terror que producen
los acontecimientos del presente. Está suficientemente probado hoy en
día, mucho más que cuando Jonas publicó su célebre trabajo, que, si
seguimos consumiendo los recursos con la misma voracidad, o si se
continúa produciendo la misma cantidad de basura, o si no buscamos
fuentes de energía alternativas a las fósiles, por poner apenas casos
familiares para todos nosotros, es probable que los seres humanos
dejemos de existir. Así, la ética asume la necesidad de considerar la
supervivencia de la especie humana, no como un hecho cuyo suceder se
da por sentado, sino como objeto de protección por el que propugna el
nuevo imperativo.
4 Este carácter «terminado» no quiere decir, de ningún modo, que el ser humano esté hecho
de una vez por todas. Cuando Pommier usa esta expresión se refiere únicamente –que
no es poco– a que en la escala de los seres vivos el ser humano tiene unas características
más acabadas (entre las que se destacan sus capacidades de acción, decisión, previsión,
lenguaje, invención, técnica (¡!), entre otras) que le permiten, por no decir: le obligan a
cargarse de más responsabilidades. No nos adentraremos aquí a debatir, de la mano de las
críticas a la llamada tesis de la excepcionalidad humana, o de la etología contemporánea, si
dichas características realmente son más acabadas.
5 Las ideas que siguen están inspiradas, sobre todo, en el trabajo de Pelluchon (2015, pp.
182-195).
Pero la ética que nosotros buscamos tiene que ver precisamente con
lo que todavía no es, y su principio de responsabilidad habrá de ser
independiente tanto de cualquier idea de un derecho como de la idea de
reciprocidad, de tal como que en su marco no puede nunca formularse
la jocosa pregunta inventada al respecto: “¿Ha hecho el futuro alguna
vez algo por mí?, ¿acaso respeta él mis derechos?” (2015, p. 82)
Ricœur según el cual lo que nos liga a los seres vivos es que compartimos una
casa común; por último, (c) al menos en Soi-même comme un autre, Ricœur
no hace mayores consideraciones respecto a que la alteridad, el Cosmos,
la Tierra, todo lo vivo, son constitutivos, precisamente como alteridad, de
nuestra propia condición humana.
Por otro lado, una reflexión sobre el debate actual en torno a lo que hemos
denominado el humanismo en la era de la técnica podría situar al autor de
El principio de responsabilidad a medio camino entre el antropocentrismo
clásico, que separa tajantemente al ser humano de la naturaleza mediante la
hipótesis de la excepcionalidad humana, y un posthumanismo moderado,
que declara que entre el ser humano y la naturaleza existe más bien una
continuidad, no un hiato. Sin embargo, en no pocos pasajes de la obra de
Jonas la balanza parece inclinarse hacia la excepcionalidad humana, pues el
continuo hombre-naturaleza, que es el continuo de lo vivo, termina en una
especial forma de excepcionalidad humana, aunque esta no es heroica, ni
triunfante, sino dramática. Este carácter dramático tiene que ver con que lo
que nos hace «excepcionales» en algún sentido no es nuestra superioridad,
sino el horror que nos produce nuestra propia capacidad de destrucción,
horror que se convierte en fuente de obligaciones para actuar de otro
modo. Dicho en otras palabras, el ser humano es, sin duda, el responsable
Referencias bibliográficas