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Domingo 26 de abril de 2020

¿La bolsa o la vida?


"No hay que elegir entre la economía o la salud. La inmovilidad de la actividad
económica puede ser peor que el más letal de los virus. En eso, el Presidente Piñera -
¡maldición!- está en lo correcto".

Dentro de las múltiples tonterías de estos días (el miedo es levadura de estupidez) se encuentra aquella
según la cual hay que escoger entre la economía o la salud.

El dilema es llamativo y resulta seductor (especialmente para los tontos que en las redes escriben
sandeces y los abundantes cobardes que formulan amenazas viles como la de que fue víctima la
inteligente Izkia Siches), pero es obviamente falso.

No hay que elegir entre la economía y la vida.

La economía, es decir, el trabajo y el intercambio a que él da lugar, mediado por el dinero, salvo que se
prefiera el trueque, son la base de la vida humana. Los hombres, dice Marx en el prólogo de la
Contribución a la crítica de la economía política (dice “los hombres”, pero se refiere a todos los seres
humanos, algo que en estos días es necesario aclarar para que a alguien carente de luces no se le
ocurra detectar machismo en ese texto), producen y reproducen materialmente su existencia. La
existencia humana no está concedida de una vez y para siempre, sino que se sostiene a sí misma
mediante el intercambio con la naturaleza a través del trabajo. Así ha sido siempre o al menos desde
que los seres humanos fueron expulsados del jardín del Edén (como se sabe, la Biblia, en una muestra
intolerable de machismo, culpa de esa expulsión a Eva, de manera que habría que sugerir que a ese
texto no se le leyera nunca más o se exigiera a quien lo inspiró que lo arregle).

En fin, hay que volver al dilema.

Si la actividad económica no existiera, si los seres humanos por miedo o por un repentino arranque
místico decidieran unánimemente quedarse quietos como un yogui que mira inmóvil el transcurrir del
tiempo (la experiencia que muchos chilenos y chilenas buscaban en la India y de la que ahora tratan
desesperadamente de escapar para volver al Chile errado y materialista), a poco andar se extinguirían.

Y entonces lo que no logrará la peste, lo habrá logrado el miedo paralizante.

Es verdad que no se trata de salir de un día para otro a retomar la vida como si la peste fuera,
simplemente, el rastro de un mal sueño. Algo así sería obviamente estúpido y riesgoso; pero pretender
que la vida debe seguir paralizada por mucho tiempo más sería peor.

No queda otra, entonces, que -mal que pese, hay que coincidir en esto con el Presidente- planificar un
retorno seguro, retomar las actividades progresivamente. Volver a comerciar, a vender y comprar cosas,
a producir, a intercambiar directamente ideas, a envolverse en esa institución pecaminosa que se llama
mercado, a hacer todas esas actividades que hoy día causan razonablemente miedo, pero que si no se
realizaran, o no se retomaran dentro de un tiempo razonable, harían que la vida humana se volviera
peor que si una peste porfiada e incluso más letal la siguiera arrasando día a día.

No hay pues que elegir, como algunos lerdos querrían, entre la economía y la salud, entre la bolsa y la
vida, como si se estuviera en medio de una escena delictual (solo que en esta quien empuña el revólver
amenazante sería la naturaleza), sino que se trata de asegurar la vida humana por la vía de sostener la
vida social, el esfuerzo compartido y las instituciones sobre las que descansa, puesto que esas
instituciones son las únicas, no hay que olvidarlo, que harán posible el control de esta peste (y de otras
más visibles y más dañinas).

La búsqueda de una vacuna por los grandes laboratorios; la fabricación de los variados implementos
para contener el contagio; la distribución de beneficios para los más golpeados por la crisis (entre ellos
los inmigrantes, muchos de ellos víctimas de la xenofobia que desmiente el buenismo y las frases bien
pensantes como aquella según la cual la crisis nos recuerda que somos hermanos, etc.); las clases para
los niños y niñas, especialmente los de menos recursos que de otra forma quedarán atrás, todo eso, y
otras actividades semejantes, son actividades económicas o requieren un esfuerzo económico,
recursos, sacrificios de un bien para favorecer otro, trabajo, transpiración, intercambios entre los
individuos y la naturaleza y entre ellos y esa otra segunda naturaleza que se llama cultura.

Así que no se trata de elegir entre la bolsa o la vida (o entre el bolso y el vigor, para que nadie ¡Dios no
quiera¡ detecte sexismo alguno en este falso dilema), sino entre administrar racionalmente el riesgo
retomando los quehaceres económicos que hacen posible la vida o, en cambio, dejarse invadir por el
pánico, huir y ocultarse creyendo tontamente que, de esa forma, el peligro se alejará.

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