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psicoterapia
Rosario Vasquez R. Piscóloga
www.psicologiaparacrecer.com
Un caso que llega a terapia a partir de una situación de crisis familiar precipitada por la crisis
económica. Una manera de reflexionar sobre la función de la psicoterapia en el contexto actual.
La palabra crisis quedará impresa en la memoria de muchos que hoy son niños. La crisis afecta a los
adultos: la vida laboral, el tipo de consumo, las formas de ocio, empuja mudanzas y crea conflictos,
y a veces nos olvidamos de que muchos de estos adultos son padres de niños y niñas que van
elaborando su propia experiencia de “la crisis”.
Recientemente cerré un caso que seguramente no habría necesitado una consulta de psicología si
la crisis no hubiese afectado los cimientos de su casa. He cerrado este caso con la satisfacción de
haber acompañado el proceso para lograr la meta que se planteó esta familia al buscar ayuda, y
compartiendo con ellos la incertidumbre que marcan los tiempos que corren.
El caso de M puede ser el caso de muchos niños y niñas españoles, no sólo de este tiempo, sino de
muchas otras épocas que creíamos superadas. Las épocas en que miles padres de familia migraron
dentro y fuera de España para poder enviar dinero a sus familias, épocas en las que era común que
los padres vivieran en otras ciudades o que pasaran tiempo en barcos o como temporeros, épocas
que han quedado olvidadas para muchos, así como se olvidan los mecanismos que tenemos que
desarrollar para afrontarlas para que las familias no se rompan en el camino.
Este caso representa cuatro aspectos de los muchos que pueden surgir en muchas familias que
durante estos últimos años se han visto afectadas por los cambios producto de la crisis económica:
No se trata sólo de que M tenga un problema (“lo está pasando muy mal”, “la última despedida no
paró de llorar hasta las 4:00 am y después no quieren ni hablar por teléfono con él”, “yo no se si
cree que nos hemos separado”, “anda cuidándome mucho, duerme conmigo porque hizo una
promesa de cuidarme”). Se trata también de su madre, que se siente muy ansiosa frente a las
presiones externas (comentarios de amigos y vecinos sobre una supuesta mudanza al Norte y la
incertidumbre sobre el tiempo que podrán sostener esta situación) y ante las realidades que la
distancia impone a la pareja (compartir poco, “se ha empadronado en su pueblo”) y a la vez se trata
del padre, para quien la vuelta al negocio familiar representa la escogencia de la opción “más
forzada”.
El caso:
M tiene 5 años, es un niño alegre, sociable y muy listo. Inicialmente su madre ha hablado conmigo
solicitando ayuda porque el padre de M, después de muchos meses en paro, ha tenido que
marcharse a trabajar en el negocio familiar en el Norte de España (a 8 horas en coche de Cádiz).
Esta situación que tenía ya unos 8 meses, comenzó siendo experimentada como “viajes de
trabajo”, pero M fue llevando cada vez peor las despedidas, al punto que la noche anterior a la
conversación con la madre, M pasó llorando sin parar hasta las 4:00 am cuando finalmente se
durmió, agotado.
M desde que su padre se marchó a trabajar fuera de casa duerme con su madre, tiene actitudes de
“cuidador” y parece más maduro. Además cada vez que su padre se marcha se le hace muy difícil
hablar él por teléfono y se muestra distante y enfadado. Por otra parece confuso sobre si sus
padres se han separado o sobre si se mudarán de ciudad, pues mucha gente (amigos, vecinos y
conocidos) han hecho comentarios al respecto, que él no sabe manejar y que a la vez producen
mucha ansiedad en la madre. Decidimos tener encuentros semanales con M y su madre de una
hora, y nos planteamos como metas terapéuticas: reconfigurar el vínculo de la familia en esta
nueva situación, clarificar los roles ante la situación actual y aprender a manejar la ansiedad que
produce esta etapa que parece transitoria.
La sensación de cercanía trajo un efecto muy positivo, así como el acercamiento de pareja, pues
bajó mucho la ansiedad de la madre. Al bajar sus niveles de ansiedad M se sintió mas niño y
disminuyó esas conductas de cuidador de la madre que estaban resultando ser muy exigentes para
él. En este punto pudimos proponer volver a dormir en su habitación y lo ha conseguido.
La representación de este proceso pudo simbolizarla en este sueño. Le pido a M que dibuje su
sueño para ayudarme a seguir su narración y lo hace entusiasmado, creativo y muy suelto:
M siente que su madre y él están ingenuos y ajenos a los peligros acechantes (dos cabras dormidas
rodeadas de huevos de monstruos), pero se han hecho fuertes (tienen cuernos). Saber lo que está
dentro de los huevos (monstruos que crecen) le hace de alguna manera conocer el mundo de los
mayores, que se enfrentan continuamente a situaciones que rodean el lugar en el que viven y los
ponen en riesgo (el paro?, las mudanzas?, las separaciones?). La gran fortuna de estas dos personas
ingenuas es el padre que los protege (granjero), con sus armas potentes y que acaba con estos
peligros. Esta figura lejana, en otra casa, y de otra especie (fuera de la familia) aun debe ser
integrada, pero intenta hacerlo convirtiéndose en una fuente de seguridad luchando contra los
peligros que amenazan a los otros miembros de la familia. La madre sigue siendo vista como frágil e
ingenua y poco a poco va haciéndose fuerte (tiene cuernos).
El diálogo sobre roles, funciones y comunicación permitió ir elaborando el hecho de ser tres
miembros de una misma familia, aunque vivan en sitios diferentes y reubicar a los miembros en sus
roles y funciones. Para ello la sesión en la que asistió el padre fue muy positiva, pues concretó estos
temas de manera muy fluida.
En la última sesión, a manera de cierre propuse entre otras cosas conocer de todas las sesiones qué
era lo que más recordaban.
La madre señala el dibujo del sueño y también lo tengo a mano para “revisarlo” entre los tres. M se
emociona y quiere verlo de inmediato, y muy entusiasmado dijo que en realidad proponía otro
final. Os lo relato, como una manera de señalar que ese otro final es posible:
“cuando vuelva a soñar este sueño quiero que tenga otro final”
“Ellos (las cabras y el granjero) son los que van a luchar con los monstruos con las armas, juntos y
van a ganar” Nombra a su madre, a si mismo, su padre y muchos miembros de su familia materna
para enfrentar a los monstruos. Menciona que ya no hay cabras, sino todos juntos en una batalla
que narra con detalles de “efectos especiales” y que parece que no quiere acabar de contar.
Me gusta este nuevo final propuesto por M porque resitúa a los personajes y los elabora como
miembros de una misma especie (una misma familia) y cuentan con el apoyo de otros seres
queridos para afrontar las adversidades: a veces conocidas, a veces imprevistas, peros siempre
juntos.
La angustia por la incertidumbre sigue presente, pero ahora madre y padre se hacen cargo de ella.
La claridad sobre esta incertidumbre permite que ellos sean capaces de manejarla, vivir a sabiendas
de que “está allí” y reconocer cuándo se desbordan y que esto podría generar ciertos síntomas en
M. De esta manera, cuando M tiene una rabieta desproporcionada, por ejemplo, su madre es capaz
de reconocer si en ese momento se sentía especialmente triste por la ausencia de su pareja, y ver
en ese episodio las diferentes caras de la situación.
Cierro este caso conmovida por la fuerza de los personajes de este sueño y por la marca que “la
crisis” dejará en este y muchas familias españolas. Como terapeuta no puedo hacer nada con el
espíritu de los tiempos que corren, el Zeitgeist que dicen los alemanes. No tengo control sobre la
prima de riesgo ni sobre los índices de paro. Pero sí creo que ocasionalmente, podemos acompañar
los procesos familiares para que la marca de la crisis sea el recuerdo de una época de crecimiento
emocional y madurez familiar y no necesariamente una condena a vivir un tiempo de rupturas,
conflictos y deudas emocionales para el futuro.