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18 de marzo, 2017

Fantasmas en la Guardería1

Un enfoque psicoanalítico a los problemas de las relaciones madre-bebé dañadas

Selma Fraiberg, Edna Adelson, and Vivian Shapiro


Traducido por Laura ten Dijke2

En todas las guarderías hay fantasmas. Son los visitantes del pasado no recordado de los
padres, las visitas no invitadas al bautizo. Bajo todas las circunstancias favorables los
espíritus hostiles e inesperados son desterrados de la guardería y regresan a su morada
subterránea. El bebé demanda su propio dominio imperativo sobre el amor parental y, en
estricta analogía con los cuentos de hadas, los vínculos de amor protegen al niño y sus
padres contra los intrusos, los fantasmas malévolos.
Esto no quiere decir que los fantasmas no puedan concebir travesuras de sus
lugares de entierro. Incluso entre las familias donde los vínculos de amor son estables y
fuertes, los intrusos del pasado parental pueden romper el círculo mágico en un momento
no vigilado y un padre y su hijo pueden encontrarse recreando un momento o una escena
de otro momento con otro conjunto de personajes. Tales eventos son comunes en el teatro
familiar, y ni el niño ni sus padres ni su vínculo están necesariamente en peligro por una
breve intrusión. No suele ser necesario que los padres nos llamen para hacerse un examen
clínico.
En otras familias aún puede haber eventos más molestos en la guardería por
intrusos del pasado. Al parecer, hay una serie de fantasmas transitorios que se instalan de
forma selectiva. Parecen hacer su daño de acuerdo con una agenda histórica o tópica,
especializándose en áreas tales como la alimentación, el sueño, el aprender ir al baño o la
disciplina, dependiendo de las vulnerabilidades del pasado parental. Bajo estas
circunstancias, incluso cuando los vínculos entre padres e hijos son fuertes, los padres
pueden sentirse indefensos antes la invasión y podrían buscar ayuda profesional. En
nuestro propio trabajo, hemos encontrado que estos padres formarán una fuerte alianza
con nosotros para desterrar a los intrusos de la guardería. No es difícil encontrar medios
educativos o terapéuticos para tratar los invasores transitorios.
Pero, ¿cómo explicaremos el otro grupo de familias que parecen estar poseídas
por sus fantasmas? Los intrusos del pasado se han instalado en la guardería, reclamando
tradición y derechos de propiedad. Han estado presentes en el bautizo por dos o más
generaciones. Sin una invitación, los fantasmas toman la residencia y dirigen el ensayo de
la tragedia familiar desde un guion hecho pedazos.
Hemos visto muchas de estas familias y sus bebés en nuestro Programa de Salud

1 El trabajo original se encuentra en Journal of the American Academy of Child Psychiatry, 1975,
Vol.14(3), pp.387-421.
2 El siguiente trabajo no debe ser considerado como una publicación profesional; debe entenderse

puramente como un ejercicio de pasatiempo de la traducción y una manera de permitir que la


información presente sea leída por personas que no dominan en inglés (el idioma de origen).

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Mental Infantil. El bebé ya está en peligro en el momento de reunimos con él, mostrando
los primeros signos de inanición emocional, síntomas de la enfermedad Graves o
deterioro en el desarrollo. En cada uno de estos casos, el bebé se ha convertido en un
participante silencioso en una tragedia familiar. El bebé en estas familias está agobiado
por el pasado opresivo de sus padres desde el momento en que entra al mundo. Parece
que el padre está condenado a repetir la terrible tragedia de su infancia con su propio
bebé en terribles y exigentes detalles.
Estos padres podrían no venir para recibir consejo profesional. Los fantasmas que
han establecido sus privilegios de residencia por tres o más generaciones podrían, de
hecho, no ser identificados como representantes del pasado parental. Puede que no haya
disposición por parte de los padres para formar una alianza con nosotros para proteger al
bebé. Más probable es que nosotros, y no los fantasmas, aparezcan como los intrusos.
Aquellos de nosotros que tienen un interés profesional en fantasmas en la
guardería todavía no entendemos las complejidades y paradojas en la historia de
fantasmas. ¿Qué es lo que determina si el pasado conflictivo del padre se repetirá con su
hijo? ¿Es el principal determinante la morbilidad en la historia de los padres? Esto nos
parece demasiado simple. Es cierto que todos conocemos familias en las que una historia
paternal de tragedia, crueldad y pena no ha sido infligida a los niños. Los fantasmas no
inundan la guardería ni debilitan los vínculos de amor.
Entonces, también debemos reflexionar que si la historia predijo con fidelidad, la
propia familia humana habría sido agobiada por su propio pasado opresivo hace mucho
tiempo. La raza mejora. Y esto puede ser porque el mayor número de hombres y mujeres
que han conocido el sufrimiento, encuentran restauración y la reparación del dolor
infantil en la experiencia de traer un niño al mundo. En términos más simples---a menudo
lo hemos escuchado de los padres---el padre dice, ‘‘Quiero algo mejor para mi hijo de lo
que yo he tenido.’’ Y proporciona algo mejor para su hijo. De este modo todos conocemos
a padres jóvenes que han sufrido pobreza, brutalidad, la muerte, el abandono, y a veces
toda la gama de horrores infantiles, que no infligen su dolor a sus hijos. Entonces, la
historia no es el destino y no puede predecirse a partir de la narrativa del pasado paternal
si la paternidad se inunda de dolores y lesiones, o si se convierte en un tiempo de
renovación. Debe haber otros factores en la experiencia psicológica de ese pasado que
determinan la repetición en el presente.
En el trabajo terapéutico con las familias en favor de sus bebés, todos somos los
beneficiarios de los descubrimientos de Freud hechos antes los principios de este siglo.
Los fantasmas, sabemos, representan la repetición del pasado en el presente. Somos
también los beneficiarios del método que Freud desarrolló para recuperar los
acontecimientos del pasado y deshacer los efectos mórbidos del pasado en el presente. A
menudo afectados por las enfermedades del pasado paternal, los propios bebés han sido
los últimos en beneficiarse de los grandes descubrimientos del psicoanálisis y psicología
del desarrollo. Este paciente, que no puede hablar, ha esperado a un portavoz articulado.
Durante las últimas tres décadas, varios psicoanalistas y psicólogos del desarrollo
han representado a los bebés. Ciertamente, lo que los bebés nos han contado es una
noticia seria. Esta historia ya la conoces, y no intentaré resumir la vasta literatura que ha

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surgido de nuestros estudios de la infancia.


En nuestro propio trabajo en el Proyecto de Desarrollo Infantil, nos hemos
familiarizado con los fantasmas en la guardería. Los intrusos breves, que hemos descrito,
o los fantasmas no deseados que toman una residencia temporal, no presentan problemas
extraordinarios al clínico. Los propios padres se convierten en nuestros aliados en
desterrar a los fantasmas. Es el tercer grupo, los fantasmas quienes invaden la guardería y
se instalan, quienes nos presentan los problemas terapéuticos más graves.
¿Cómo es que los fantasmas del pasado parental pueden invadir la guardería con
tanta insistencia y propiedad, reclamando sus derechos por encima de los propios
derechos del bebé? Esta pregunta está en el centro de nuestro trabajo. Las respuestas
están surgiendo y en la sección final de este artículo volveremos a la pregunta y
ofreceremos una hipótesis derivada de la experiencia clínica.
En este artículo describiremos nuestro estudio y tratamiento clínico a través de
dos de los muchos bebés en peligro que han venido a nosotros. A medida que nuestro
trabajo avanzaba, nuestras familias y sus bebés nos abrían puertas que iluminaban el
pasado y el presente. Nuestro conocimiento psicoanalítico abrió caminos para
comprender la repetición del pasado en el presente. Los métodos de tratamiento que
desarrollamos unieron el psicoanálisis, la psicología del desarrollo y el trabajo social de
maneras que serán ilustradas. Las recompensas para los bebés, las familias y nosotros han
sido muy grandes.
En nuestro trabajo colaborativo, Edna Adelson, psicóloga, fue la terapeuta de Mary
y su familia; Vivian Shapiro, trabajadora social, fue terapeuta de Greg y su familia, y Selma
Fraiberg sirvió como supervisora de casos y consultora psicoanalítica.

MARY

Mary, quien vino a nosotros a los 51/2 meses, fue el primer bebé referido a nuestro nuevo
Programa de Salud Mental Infantil. Su mamá, Sra. March, había aparecido en una agencia
de adopción unas semanas antes. Quería entregar a su bebé para adopción. Pero los
planes de adopción no podían proceder porque el Sr. March no quiso dar su
consentimiento. La madre de Mary fue descrita como ‘‘una madre rechazadora’’.
Ahora bien, por supuesto nadie ama a una madre rechazadora, en nuestra
comunidad o en cualquier otra, y en este momento Mary y su familia podrían haber
desaparecido en el anonimato de una comunidad metropolitana, tal vez para aparecer
nuevamente cuando sobreviene la tragedia. Pero el azar llevó a la familia a una de las
clínicas psiquiátricas de nuestra Universidad. La evaluación psiquiátrica de la Sra. March
reveló una depresión severa, un intento de suicidio a través de la aspirina, una mujer tan
atormentada que apenas podía realizar las tareas comunes de vivir. La ‘‘madre
rechazadora’’ era ahora vista como una madre deprimida. Tratamiento psiquiátrico fue
recomendado en una reunión del personal clínico. Luego uno de los miembros del equipo
clínico dijo, ‘‘Pero ¿qué pasa con el bebé?’’ Nuestro nuevo Programa de Salud Mental
Infantil fue anunciado y programado para su apertura al día siguiente. Hubo una llamada

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y acordamos proporcionar una evaluación inmediata del bebé y considerar un


tratamiento.

Observaciones tempranas
Desde el momento en que Mary fue vista por primera vez, teníamos motivo de grave
preocupación. A los 51/2 meses tuvo todos los estigmas de una niña que ha pasado la
mayor parte de su vida en una cuna con poco más de un cuidado obligatorio. Estaba
adecuadamente alimentada y cuidada físicamente, pero la parte de atrás de su cabeza
esteba calva. Mostraba poco interés en su entorno, estaba apática y demasiado tranquila.
Parecía tener una conexión tenue con su madre. Rara vez sonreía. No se acercó
espontáneamente a su madre a través de contacto visual o gestos de alcance. Hubo pocas
vocalizaciones espontáneas y en momentos de incomodidad o ansiedad no se volvió hacia
su madre. Falló casi todos los ítems personales-sociales de acuerdo a la escala de Bayley
en nuestras pruebas de desarrollo. En un algún momento de la prueba, un sonido
inesperado (la campana de prueba de Bayley) rompió su umbral de tolerancia, y se
derrumbó de terror.
La madre parecía encerrada en algún terror privado, remota, removida, sin
embargo, dando vistazos de una capacidad para cuidar. Por varias semanas nos aferramos
a una minúscula escena capturada en video, en la que el bebé hace una aproximación
extraña hacia su madre, y la mano de la madre se acerca espontáneamente hacia el bebé.
Las manos nunca se encontraron, pero para los terapeutas el gesto simbolizaba un
acercamiento hacia el otro, y nos aferramos a esta esperanza simbólica.
Hay un momento en el comienzo de cada caso cuando algo se revela y habla de la
esencia del conflicto. Este momento apareció en la segunda sesión cuando la Sra. Adelson
invitó a Mary y su mamá a nuestra oficina. Por casualidad fue un momento capturado en
video, porque estábamos grabando las pruebas de desarrollo como lo hacemos
habitualmente. Mary y su madre, la Sra. Adelson, y la Sra. Evelyn Atreya, como persona de
prueba, estaban presentes.
Mary comienza a llorar. Es un llanto raro y extraño de un bebé. La Sra. Atreya
suspende la prueba. En el video vemos al bebé en los brazos de su madre gritando
desesperadamente; no vuelve hacia su madre para consuelo. La madre se ve distante,
absorta en sí misma. Hace un gesto ausente para consolar al bebé, luego se rinde. Mira
hacia otro lado. Los gritos continúan durante cinco minutos horribles en la grabación. En
el fondo escuchamos la voz de la Sra. Adelson, alentando suavemente a la madre. ‘‘¿Qué
haces para consolar a Mary cuando llora así?’’ La Sra. March murmura algo inaudible. La
Sra. Adelson y la Sra. Atreya están luchando contra sus propios sentimientos. Están
refrenando sus propios deseos de recoger al bebé y abrazarla, murmurando cosas
reconfortantes. Si cederán a su propio deseo, harían lo único que creen que no debe
hacerse. A continuación, la Sra. March vería que otra mujer podría consolar al bebé, y se
confirmaría en su propia convicción de que era una madre mala. Son unos cinco minutos
horribles para el bebé, la madre y los dos psicólogos. La Sra. Adelson mantiene la calma y
habla con simpatía a la Sra. March. Por fin la visita termina cuando la Sra. Adelson sugiere
que el bebé está fatigada y probablemente estaría mejor en su propia casa y cuna, y se les

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ayuda a cerrar la visita con planes para una tercera visita muy pronto.
Mientras vimos esta grabación más tarde en una reunión de personal, nos dijimos
unos a otros con incredulidad, ‘‘¡Es como si esta madre no oyera los gritos de su bebé!’’
Esto nos llevó a la pregunta clave de diagnóstico: ‘‘¿Por qué esta madre no escucha los
gritos de su bebé?’’

La historia de la madre
La Sra. March fue ella misma una niña abandonada. Su madre sufrió una psicosis
postparto poco después del nacimiento de la Sra. March y su hermano gemelo. En un
intento de suicidio, había destrozado parte de su rostro con una pistola y estaba
horriblemente mutilada para toda la vida. Había pasado casi todo el resto de su vida en un
hospital y apenas era conocida por sus hijos. Durante cinco años la Sra. March fue
atendida por una tía. Cuando la tía ya no la podía cuidar más, fue trasladada a la casa de la
abuela materna, donde recibió cuidados a regañadientes de la vieja encargada y
empobrecida. El padre de la Sra. March estaba dentro y fuera del cuadro familiar. No
escuchamos mucho sobre él hasta más tarde en el tratamiento.
Era una historia de pobreza rural, secretos familiares siniestros, psicosis,
delincuencia, una tradición de promiscuidad en las mujeres, de inmundicia y desorden en
el hogar, y de agencias policiales y protectoras en el fondo haciendo gestos inútiles. La Sra.
March fue la hija repudiada de una familia repudiada.
A fines de la adolescencia, la Sra. March conoció y se casó con su marido, quien
provenía de pobreza y desorden familiar no muy diferente de la suya. Sin embargo, quería
algo mejor para sí mismo de lo que su familia había tenido. Se convirtió en el primer
miembro de su familia en luchar para salir del ciclo de la futilidad, para encontrar un
trabajo estable, para establecer un hogar decente. Cuando estos dos jóvenes descuidados
y solitarios se encontraron, había un consenso mutuo de que querían algo mejor que lo
que habían conocido. Pero ahora, después de varios años de esfuerzo, la espiral
descendente había comenzado.
Era muy probable que Mary no fuera hija de su padre. La Sra. March había tenido
una breve relación con otro hombre. Su culpabilidad por el asunto, sus dudas sobre la
paternidad de Mary, se convirtieron en un tema obsesivo en su historia. En una especie de
letanía de penas que escucharíamos una y otra vez, había un tema: ‘‘La gente miraba a
Mary, pensó, la miraban y sabían que su padre no era su padre, sabían que su madre había
arruinado su vida.’’
El Sr. March, que empezó a aparecer como el padre más fuerte, no estaba
obsesionado con la paternidad de Mary. Estaba convencido de que era el padre. Y de todos
modos, él amaba a Mary y la quería. La obsesión de su esposa con la paternidad provocó
peleas en el hogar. ‘‘¡Olvídalo!’’ dijo el Sr. March. ‘‘¡Deja de hablar de eso y cuida a Mary!’’
En las familias de la madre y el padre, la ilegitimidad no llevaba estigma. En el caso
del clan de la Sra. March, la promiscuidad de sus mujeres durante al menos tres o cuatro
generaciones puso en duda la paternidad de muchos de los niños. ¿Por qué estaba
obsesionada la Sra. March? ¿Por qué la sensación de atormentar el pecado? Pensábamos

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que esta sensación del pecado penetrante e incontenible pertenecía a la infancia, a los
pecados enterrados, posiblemente crímenes de la imaginación. En varias ocasiones, al leer
los informes clínicos, teníamos la fuerte impresión de que Mary era la hija pecadora de
una fantasía incestuosa. Pero si tuviéramos razón, pensábamos, ¿cómo podríamos llegar a
esto en nuestra psicoterapia una vez por semana?

Tratamiento: La fase de emergencia


¿Cómo empezar? Debemos recordar que Mary y la Sra. March fueron nuestros primeros
pacientes. No teníamos modelos de tratamiento disponibles. De hecho, fue nuestra tarea
en este primer Programa de Salud Mental Infantil desarrollar métodos en el curso del
trabajo. Por supuesto, tenía sentido comenzar con un modelo familiar en lo cual nuestra
residente en psiquiatría, el Dr. Zinn, trabaja con la madre en una psicoterapia semanal o
dos veces por semana, y la psicóloga, la Sra. Adelson, proporciona orientación de apoyo y
desarrollo en nombre del bebé a través de visitas domiciliarias. Sin embargo, en las
primeras sesiones, vimos que la Sra. March estaba huyendo del Dr. Zinn y del tratamiento
psiquiátrico. La situación en donde estaba sola con un hombre provocaba un temor fóbico,
y se reducía a horas casi inarticuladas o a hablar de preocupaciones triviales. Todos los
esfuerzos para ponernos en contacto con la Sra. March, o para tratar sus ansiedades o
molestias en esta relación, condujeron a un punto muerto. Un tema fue expresado una y
otra vez. No confiaba en los hombres. Pero también, hemos visto en sus comunicaciones
oblicuas de un terrible secreto que ella nunca revelaría a nadie. Rompía las citas con más
frecuencia de lo que las cumplía. Con mucha dificultad, el Dr. Zinn sostuvo una relación
con ella. Fue casi un año después cuando finalmente escuchamos el secreto y
comprendimos el temor fóbico que condujo a esta tremenda resistencia.
No hay generalizaciones que se puedan extraer de esta experiencia. A veces se nos
ha preguntado si las mujeres terapeutas están más favorecidas en el trabajo con las
madres que han sufrido una severa carencia materna. Nuestra respuesta, después de casi
dos años de trabajo, es ‘‘no necesariamente, a veces no en absoluto’’. Tenemos ejemplos
en nuestro trabajo en los cuales el terapeuta masculino estaba especialmente favorecido
en el trabajo con las madres. Tendemos a asignar casos sin preocuparnos por el sexo del
terapeuta. La Sra. March debe considerarse un caso excepcional.
Pero ahora, nos enfrentamos a un dilema terapéutico. El trabajo de la Sra. Adelson
debía centrarse en la relación madre-bebé a través de visitas domiciliarias. La Sra. March
necesitaba a su propio terapeuta, el doctor Zinn, pero un temor mórbido de los hombres,
despertado en la transferencia, le impidió usar la ayuda psiquiátrica disponible. Con
mucho tiempo y trabajo paciente en el tratamiento psiquiátrico, esperamos descubrir el
secreto que la redujo al silencio y a la huida en la transferencia al Dr. Zinn.
Pero el bebé estaba en gran peligro. Y no podía esperar la resolución de la
neurosis de la madre.
Pronto vimos que La Sra. Adelson no despertó las mismas ansiedades mórbidas en
la Sra. March, pero su papel de terapeuta de bebé-madre, la psicóloga domiciliaria, no se
prestó fácilmente a descubrir los elementos conflictivos en la relación de la madre con el

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niño y el tratamiento de la depresión de la madre.


Debido que no teníamos alternativas, decidimos usar las visitas domiciliarias para
nuestro tratamiento de emergencia.
Lo que surgió, fue una forma de ‘‘psicoterapia en la cocina’’, por así decirlo, que les
parecerá tanto familiar en sus métodos como desconocido en su entorno. El método, una
variante de la psicoterapia psicoanalítica, hizo uso de la transferencia, la repetición del
pasado en el presente y la interpretación. Igualmente importante, el método incluyó
observaciones de desarrollo continuas del bebé y una educación discreta, no didáctica de
la madre en el reconocimiento de las necesidades y sus señales de su bebé. El entorno era
la cocina o la sala de estar de la familia. La paciente que no podía hablar estaba siempre
presente en las entrevistas si no estaba tomando la siesta. La paciente que sí podía hablar
hacía sus tareas domésticas, cambiaba los pañales o alimentaba al bebé. Los ojos y oídos
de la terapeuta estaban ambos sintonizados tanto con las comunicaciones no verbales del
bebé como con la sustancia de las comunicaciones verbales y no verbales de la madre.
Todo lo que ocurría entre la madre y el bebé estaba en el ámbito de la terapeuta y en el
centro de la terapia. El diálogo entre la madre y la terapeuta se centró en las inquietudes
actuales y se movió entre el pasado y el presente, entre esta madre y su bebé y otra niña y
su familia, en el pasado de la madre. El método se probó y en casos posteriores nos llevó a
explorar las posibilidades del terapeuta único en el tratamiento en el hogar.
Ahora trataremos de resumir el tratamiento de Mary y su madre y examinamos
los métodos que se emplearon.
En las primeras etapas del tratamiento, la propia historia de la Sra. March surgió,
de manera vacilante, narrada en una voz distante y triste. Era la historia que esbozamos
antes. Cuando la madre contó su historia, Mary, nuestra segunda paciente, se sentó
apoyada en el sofá o se acostó sobre una manta. El rostro triste y distante de la madre se
reflejó en el rostro triste y distante del bebé. Era una habitación llena de fantasmas. La
historia de negligencia y abandono de la madre estaba siendo reeditada psicológicamente
con su propio bebé.
El problema, en la fase de emergencia del tratamiento, era sacar a los fantasmas
de la guardería del bebé. Para hacer esto, tendríamos que ayudar a la madre a ver la
repetición del pasado en el presente, que todos sabemos hacer en una oficina que está
debidamente amueblada con un escritorio y una silla o un sofá, pero que todavía no lo
habíamos aprendido a hacer en una sala de estar familiar o una cocina. Decidimos que los
principios terapéuticos tendrían que ser los mismos. Pero en esta fase de emergencia del
tratamiento, en nombre de un bebé tendríamos que encontrar un camino hacia los
elementos conflictivos de la neurosis de la madre que tenían relación directa con su
capacidad de madre. El bebé necesitaría estar en el centro del tratamiento durante este
período.
Comenzamos con la pregunta: ‘‘¿Por qué esta madre no puede escuchar los gritos
de su bebé?’’
La respuesta a la pregunta clínica ya está sugerida en la historia de la madre. Esta
es una madre cuyos propios gritos no han sido escuchados. Había, pensábamos, dos niños

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llorando en la sala de estar. La voz distante de la madre y su lejanía nos veían como
defensas contra la aflicción y el dolor intolerable. Su terrible historia había sido dada por
primera vez sin sufrimientos visibles, sin lágrimas. Lo único visible era la mirada triste,
vacía y desesperada en su rostro. Había cerrado la puerta de la niña que lloraba dentro de
sí misma con tanta seguridad como había cerrado la puerta a su bebé llorando.
Esto nos llevó a nuestra primera hipótesis clínica: ‘‘Cuando los gritos de esta madre
sean escuchados, ella oirá los gritos de su hijo.’’
Entonces, el trabajo de la Sra. Adelson se centró en el desarrollo de una relación
de tratamiento en la que la confianza podía ser dada por una joven que no había conocido
la confianza y en la que la confianza podía conducir a la revelación de los viejos
sentimientos que la cerraban de su niño. Mientras la historia de la Sra. March se trasladó
de atrás hacia delante entre su bebé en la forma de, ‘‘No puedo amar a Mary’’, y su propia
infancia, que se puede resumir por, ‘‘Nadie me quería’’, la terapeuta abrió senderos de
sentimiento. Escuchó y expresó los sentimientos de la Sra. March cuando era niña. . . . Esto
debe haber dolido profundamente. . . . Por supuesto, necesitabas a tu madre. No había
nadie a quien acudir. . . . Sí, a veces los adultos no entienden lo que todo esto significa para
un niño. Debes haber necesitado llorar. . . . No había nadie que te oyera."
La terapeuta estaba dándole permiso para sentir y recordar sentimientos. Puede
haber sido la primera vez en la vida de la Sra. March que alguien le había dado este
permiso. Y poco a poco, como debiéramos esperar ---aunque en sólo unas pocas sesiones--
-empezó a surgir el dolor, las lágrimas y la angustia indescriptible para sí misma como
una hija desechada. Fue un alivio finalmente poder llorar, una comodidad para sentir la
comprensión de su terapeuta. Y ahora, con cada sesión, la Sra. Adelson fue testigo de algo
increíble sucediendo entre la madre y el bebé.
Recuerdan que el bebé estaba casi siempre en la habitación en medio de nuestra
terapia en esta sala de estar o cocina. Si Mary exigía atención, la madre se levantaba en
medio de la entrevista para cambiarle los pañales o conseguirle una botella. Más a
menudo, el bebé fue ignorado. Pero ahora, cuando la Sra. March empezó a tomar el
permiso para recordar sus sentimientos, para llorar y para sentir el consuelo y la simpatía
de la Sra. Adelson, la vimos acercarse a su bebé en medio de sus propios desahogos.
Recogía a Mary y la sostenía, al principio distante y absorta en sí misma, pero
sosteniéndola. Y entonces, un día, aún dentro el primer mes de tratamiento, la Sra. March,
en medio de una efusión de dolor, recogió a Mary, la abrazó muy cerca y le canturreó con
una voz descorazonada. Y luego sucedió de nuevo, y varias veces en las próximas sesiones.
Un desahogo de dolores viejos y una recogida del bebé en sus brazos. Comenzaban a salir
los fantasmas de la guardería.
Estos eran más que gestos transitorios hacia el acercamiento con el bebé. De toda
la evidencia observada por Sra. Adelson, la madre y el bebé comenzaron a encontrarse
una a otra. Y ahora que estaban entrando en contacto, la Sra. Adelson hizo todo en su
capacidad como terapeuta y psicóloga del desarrollo para promover el apego emergente.
Cuando Mary recompensó a su madre con una sonrisa hermosa y especial, la Sra. Adelson
comentó y observó que ella misma no obtuvo una sonrisa como esa, y que debía ser así.
Esa sonrisa pertenecía a su madre. Cuando una Mary llorando comenzó a buscar el

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consuelo de su madre y encontró alivio en los brazos de su madre, la Sra. Adelson habló
por Mary. ‘‘Uno se siente tan bien cuando tu madre sabe lo que quieres.’’ Y la Sra. March
sonrió tímidamente, pero con orgullo.
Estas sesiones con la madre y el bebé pronto tomaron su propio ritmo. A menudo
el Sr. March estuvo presente por un corto tiempo antes de partir para el trabajo. (Se
hicieron sesiones especiales para él también en las tardes y los sábados.) Las sesiones
típicamente comenzaron con Mary en la sala y ella misma como tema de discusión. De
manera natural, informal y no didáctica, la Sra. Adelson comentaría con placer el
desarrollo de Mary y agregaría a sus comentarios información útil sobre las necesidades
de los bebés a los 6 meses o 7 meses, y como Mary estaba aprendiendo sobre su mundo y
como su mamá y papá la estaban llevando a estos descubrimientos. Juntos, los padres y la
Sra. Adelson verían a Mary experimentar con un juguete nuevo o una postura nueva, y con
una estrecha vigilancia, se podía ver cómo ella estaba encontrando soluciones y
avanzando constantemente. Los placeres de observar el bebé, que la Sra. Adelson conocía,
fueron compartidos con el Sr. y la Sra. March, y, para nuestro gran placer, ambos padres
comenzaron a compartir estos placeres y presentar sus propias observaciones de Mary y
de sus nuevos logros.
Durante la misma sesión, después de que el Sr. March se hubiese marchado al
trabajo, la charla se trasladaría en un momento u otro a la propia Sra. March, a sus
dolencias actuales y a sus penas de infancia. Ahora con cada vez más frecuencia, la Sra.
Adelson podría ayudar a la Sra. March a ver las conexiones entre el pasado y el presente y
mostrar a la Sra. March cómo ‘‘sin darse cuenta,’’ había traído sus sufrimientos del pasado
en su relación con su propio bebé.
Dentro de unos cuatro meses, Mary se convirtió en un bebé sano, más sensible y
con frecuencia alegre. En nuestra prueba de 10 meses, la evaluación objetiva demostró
que era apropiada para su edad en su apego enfocado a su madre, en su sonrisa
preferencial y vocalización a la madre y al padre, además en su búsqueda de su madre por
su comodidad y seguridad. Estaba en el nivel acorde con la edad de acuerdo con la escala
mental de Bayley. Seguía siendo lenta en su funcionamiento motor, aunque todavía dentro
del rango normal.
La Sra. March se había convertido en una madre sensible y orgullosa. Sin embargo,
nuestra prudente calificación del estado psicológico de la madre permaneció:
‘‘deprimida.’’ Era verdad que la Sra. March estaba progresando, y vimos muchos signos de
que la depresión ya no era penetrante y estrecha, pero la depresión seguía allí y,
pensamos, todavía ominosa. Quedaba mucho por hacer.
Lo que habíamos logrado en los primeros cuatro meses de trabajo todavía no era
una cura para la enfermedad de la madre, sino una forma de control, en la cual la
patología que se había extendido para abrazar al bebé se había retirado en gran medida
del niño; los elementos conflictivos de la neurosis de la madre fueron ahora identificados
por la madre como por nosotros mismos como ‘‘pertenecientes al pasado’’ y ‘‘no
pertenecientes a Mary.’’ El vínculo entre la madre y el bebé había surgido y el propio bebé
aseguraba esos vínculos. Por cada gesto de amor de su madre, dio recompensas generosas
de amor. La Sra. March, pensamos, se sentía querida por alguien por primera vez en su

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vida.
Todo esto constituye lo que llamaríamos ‘‘la fase de emergencia del tratamiento.’’
En retrospectiva podemos decirles ahora que tomó más de un año para traer alguna
solución a los conflictos internos muy severos de la Sra. March, y hubo una serie de
problemas en las relaciones madre-hijo que surgieron durante ese año, pero Mary estaba
fuera de peligro. Incluso los conflictos del bebé del segundo año de vida no eran
extraordinarios ni mórbidos. Una vez que el vínculo se había formado, casi para todo lo
demás se podría encontrar soluciones.

Otras áreas de conflicto


Trataremos de resumir los siguientes meses de tratamiento. Mary siguió siendo el centro
de nuestro trabajo. Siguiendo el modelo ya establecido, el trabajo terapéutico se movía
libremente entre el bebé y sus necesidades y problemas de desarrollo y el pasado
conflictivo de la madre.
Un ejemplo conmovedor viene a la mente. La Sra. March, a pesar del nuevo placer
y orgullo de la maternidad, todavía podía hacer planes casuales e insensibles para el
cuidado de niños. El significado de separación y pérdida temporal a un niño de 1 año no se
registró con la Sra. March. Cuando en cierto momento trabajaba de forma temporal (y la
pobreza de la familia daba alguna justificación para un ingreso adicional), la Sra. March
hizo arreglos para el cuidado de Mary de forma precipitada y mal pensada. Luego se
sorprendió, al igual que el Sr. March, de encontrar que Mary a veces estaba ‘‘de mal
humor’’ y ‘‘mimada’’ y ‘‘mala.’’
La Sra. Adelson trató de ayudar a la familia March a pensar en el significado que
tiene el amor por la madre y la pérdida temporal de la madre durante el día para Mary.
Encontró una pared en blanco. Ambos padres habían conocido relaciones cambiantes y
ocasionales con padres y sustitutos de padres desde sus primeros años. El significado de
la separación y la pérdida era enterrado en la memoria. Su estilo de familia de lidiar con la
separación, la deserción o la muerte era, ‘‘Olvídate de ello, te acostumbras’’. La Sra. March
no recordaba el dolor o la pena por la pérdida de personas importantes.
De alguna manera, una vez más, íbamos a tener que encontrar los vínculos
afectivos entre la pérdida y la negación de la pérdida, para el bebé en el presente, y la
pérdida en el pasado de la madre.
Llegó un momento en la mañana en que la Sra. Adelson llegó para encontrar un
desorden familiar: Mary llorando ante el acercamiento de un viejo visitante, los padres
enojados con un bebé que estaba siendo ‘‘simplemente terco’’. Las inquietas preguntas de
la Sra. Adelson trajeron la nueva información de que Mary acababa de perder a una niñera
y comenzar con otra. La Sra. Adelson se preguntó en voz alta lo que esto podría significar
para Mary. Ayer la habían dejado, inesperadamente, en un lugar totalmente nuevo con
una mujer extraña. Se sentía sola y asustada sin su madre, y no sabía qué iba a pasar.
Nadie podía explicarle las cosas; era sólo un bebé, sin palabras para expresar su problema
grave. De alguna manera, tendríamos que encontrar una manera de entender y ayudarla
con sus temores y preocupaciones.

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El Sr. March, en su camino al trabajo, se detuvo el tiempo suficiente para escuchar


atentamente. La Sra. March también estaba escuchando, y antes de que su marido se
fuera, le pidió que intentara llegar a casa más temprano hoy para que Mary no estuviera
demasiado tiempo en la casa de la niñera.
Siguió una sesión conmovedora en la cual la madre lloró, y el bebé lloró, y algo
muy importante fue puesto en palabras. De manera circular y tentativa, la Sra. March
empezó a hablar de la tía Jane, con quien había vivido durante sus primeros cinco años.
No había recibido una carta de tía Jane durante algunos meses. Pensó que su tía estaba
enojada con ella. Cambió el tema a su suegra, a pensamientos de su frialdad y su rechazo
de la Sra. March. Quejas sobre las niñeras, con el tema de que una niñera estaba enojada
porque Mary lloró cuando su madre se fue. El tema era ‘‘rechazo’’ y ‘‘pérdida,’’ y la Sra.
March la buscaba por todas partes en la escena contemporánea. Lloraba todo el tiempo,
pero de alguna manera, incluso con las suaves indicaciones de la Sra. Adelson, no podía
poner esto en conjunto.
En cierto momento la Sra. March salió de la habitación, todavía en lágrimas, y
volvió con un álbum de fotografía de la familia. Identificó las personas en las fotos. La
madre, el padre, la tía Jane, el hijo de la tía Jane que había muerto en la guerra. Dolor por
la tía Jane. Nadie en la familia la dejaría llorar por su hijo. ‘‘Olvídate de eso,’’ es lo que
dijeron. Habló sobre la muerte de su padre y la muerte de su abuelo en el pasado reciente.
Comentó que eran muchas pérdidas, muchas conmociones, justo antes del
nacimiento de Mary. Y la familia siempre decía, ‘‘Olvídate de eso.’’ La Sra. Adelson,
escuchando con simpatía, le recordó que hubieron muchas otras pérdidas, muchas otras
sacudidas para la Sra. March hace mucho tiempo en su infancia y en su niñez. La pérdida
de su madre, que no podía recordar y la pérdida de la tía Jane, cuando tenía 5 años de
edad. La Sra. Adelson se preguntó cómo se había sentido la Sra. March, cuando era
demasiado joven para comprender lo que estaba pasando. Mirando a Mary, sentada en el
regazo de su madre. La Sra. Adelson dijo, ‘‘Me pregunto si podríamos entender cómo se
sentiría Mary si de repente se encontrara en una casa nueva, no sólo durante una o dos
horas con una niñera, pero permanentemente, nunca volver a ver a su madre o su padre;
Mary no tendría ninguna manera de entender esto, la dejaría muy preocupada, muy
alterada, me pregunto cómo era para ti cuando eras niña.’’
La Sra. March escuchaba, sumida en sus pensamientos. Un momento después dijo,
con voz enojada y asertiva, ‘‘No puedes reemplazar a una persona con otra. . . . No puedes
dejar de amarlas y pensar en ellas. No puedes simplemente reemplazar a alguien.’’ Estaba
hablando de sí misma ahora. La Sra. Adelson estuvo de acuerdo, y cuidadosamente trajo la
revelación de vuelta de parte de Mary.
Este fue el comienzo de una nueva revelación para la Sra. March. Al ser ayudada a
reexperimentar la pérdida, el dolor, los sentimientos de rechazo en la infancia, ya no
podía infligir este dolor a su propia hija. ‘‘Nunca querría que mi bebé lo sintiera,’’ dijo con
sentimiento profundo, empezando a comprender la pérdida y el dolor. Con la ayuda de la
Sra. Adelson, empezó a elaborar un plan estable de niñera para Mary, con plena
comprensión del significado que debe tener para su hija. Las ansiedades de Mary
comenzaron a disminuir, y se estableció en su nuevo régimen.

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Finalmente, aprendimos también el secreto temido que había invadido la


transferencia al Dr. Zinn y le había hecho huir del tratamiento psiquiátrico. El temor
mórbido de estar sola en la misma habitación que el médico, la obsesiva sensación de
pecado que se había unido a la paternidad dudosa de Mary, nos había dado la fuerte
impresión clínica de que Mary era ‘‘una bebé incestuosa’’ concebido hace mucho tiempo
en la fantasía infantil, hecho real a través de la relación ilícita con un amante fuera del
matrimonio. Con esto por supuesto, no queríamos decir nada más que ‘‘una fantasía
incestuosa.’’ No estábamos preparados para la historia que finalmente salió. Con gran
vergüenza y sufrimiento, la Sra. March le dijo a la Sra. Adelson de sus secretos de la
infancia en el segundo año de tratamiento. Su propio padre se había exhibido a ella
cuando era una niña y se había acercado a ella y su abuela en la cama que compartieron.
La abuela la había acusado de seducir su abuelo anciano. Esto la Sra. March negó. Además,
su primer acto sexual a la edad de 11 años tuvo lugar con su primo, quien era como un
hermano para ella, ya que compartían la misma casa en los primeros años de vida. El
incesto no era una fantasía para la Sra. March. Y ahora entendíamos la sensación obsesiva
del pecado que se había unido a Mary y a su paternidad dudosa.

Mary a los 2 años de edad


Durante el segundo año de tratamiento, la Sra. Adelson continuó como terapeuta de la Sra.
March. El Dr. Zinn había terminado su residencia, y la transferencia de la Sra. March a la
Sra. Adelson favoreció la continuidad en el trabajo con la madre. William Schafer de
nuestro personal se convirtió en la guía de trabajo de Mary. (Ya no tenemos terapeutas
separados para padres e hijos, pero en este primer caso todavía estábamos
experimentando.)
Es de un interés considerable que en las reuniones iniciales con el Sr. Schafer, la
Sra. March volviera a estar en un terror mudo, ya que su mórbido temor a ‘‘un hombre’’ se
revivía en la transferencia. Pero esta vez la Sra. March había hecho grandes avances en su
trabajo terapéutico. La ansiedad fue manejada en transferencia por el Sr. Schafer, y traído
de vuelta a la Sra. Adelson donde podía situarse dentro del contexto del material
incestuoso que había surgido en el tratamiento. La ansiedad disminuyó, y la Sra. March
pudo hacer una fuerte alianza con el Sr. Schafer. La guía de desarrollo del segundo año
trajo más fuerza y estabilidad a la relación madre-hijo, y vimos a Mary continuar su
progreso de desarrollo a través de su segundo año, incluso mientras su madre estaba
trabajando con material muy doloroso en su propia terapia.
¿Hay residuos en la personalidad de Mary de los primeros meses de abandono? En
el momento de escribir este artículo, Mary tiene 2 años. Es una niña encantadora,
adecuada en todos los sentidos para su edad, y no presenta problemas extraordinarios en
el desarrollo. Pueden haber residuos que no podamos detectar, o que todavía no se
pueden detectar. Pero en el tiempo presente no son discernibles para nosotros. ¿Hay
tendencias depresivas? Ninguna que podamos discernir. Por ejemplo, cuando está
frustrada, no se retira; se vuelve muy asertiva, lo que consideramos un signo favorable. Lo
que queda es una timidez e inhibición de jugar, que parece estar relacionado con
aumentos temporales en la propia incomodidad social de la madre, como en nuevos

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escenarios, o con gente no conocida.


El apego de Mary a su madre y padre nos parece apropiado para su edad. En el
juego espontáneo de muñecas, vemos una fuerte identificación positiva con su madre y
con actos de maternidad. Es una madre solícita con sus muñecas, alimentándolas,
vistiéndolas con evidente placer, murmurando cosas reconfortantes. En su reciente
prueba de Bayley, desordenó los procedimientos de la prueba cuando se enamoró de la
muñeca de Bayley y no pudo ser persuadida de hacer los siguientes pasos de la prueba.
Quería jugar con la muñeca; rechazó las piezas de juguete que fueron presentados para
hacer la construcción de la torre, finalmente hizo concesión a sus propios términos
usando las piezas para hacer ‘‘una silla’’ para la muñeca.
Fue en el juego de muñecas al 1 año y 10 meses que el Sr. Schafer la oyó decir su
primera oración. Su muñeca fue atrapada accidentalmente detrás de una puerta, y Mary
no pudo recuperarla. ‘‘Quiero a mi bebé, quiero a mi bebé!’’ gritó con voz imperiosa. Fue
una frase muy buena para un niño de 2 años. También fue una declaración conmovedora
para todos los que conocíamos la historia de Mary.
Para nosotros la historia debe terminar aquí. La familia ha seguido adelante. El Sr.
March comienza una nueva carrera con muy buenas perspectivas en una nueva
comunidad que ofrece alojamiento cómodo y una cálida bienvenida. Las circunstancias
externas parecen prometedoras. Aún más importante, la familia se ha acercado; el
abandono no es una preocupación central. Uno de los signos más esperanzadores fue la
firme capacidad de la Sra. March para manejar el estrés de la incertidumbre que precedió
a la elección de trabajo. Y, a medida que se acercaba el final, podía reconocer
abiertamente su tristeza. Mirando hacia el futuro, expresó su deseo para Mary: ‘‘Espero
que crezca para ser más feliz que yo. Espero que tenga un mejor matrimonio y niños a los
que amará.’’ Para ella misma, pidió que la recordáramos como ‘‘alguien que había
cambiado.’’

GREG

En las primeras semanas de nuestro nuevo programa, se nos pidió hacer una llamada
urgente y una evaluación de Greg, al momento 31/2 meses de edad. Annie, su madre de 16
años, se negó a cuidarlo. Evitó el contacto físico; a menudo se olvidaba de comprar leche, y
lo alimentaba con bebidas como el Kool-Aid y Tang. Entregó el cuidado del bebé a su
marido Earl, de 19 años.
La familia de Annie fue conocida por las agencias sociales en nuestra comunidad
durante tres generaciones. La delincuencia, la promiscuidad, el abuso infantil, el
abandono, la pobreza, el fracaso escolar y la psicosis había llevado a todos los miembros
de la familia a nuestras clínicas y tribunales comunitarios. Ahora a los 16 años Annie
Beyer representaba a la tercera generación de madres de su familia que de hecho o
psicológicamente abandonaron a sus bebés. La madre de Annie había entregado el
cuidado de sus hijos a otros---como su madre también lo había hecho. De hecho, era, la
abuela de Greg, la madre de Annie, quien llamó a nuestra agencia para pedir ayuda. Dijo,

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‘‘No quiero ver lo que me pasó a mi y a mis hijos le pase a Annie y a su bebé.’’
Vivian Shapiro de nuestro personal llamó para una cita e hizo de inmediato una
visita al hogar. Madre, padre y Greg estaban presentes. La Sra. Shapiro fue recibida por
una madre adolescente, fría y silenciosa; un padre, un niño triste y desconcertado, y un
bebé solemne que en esa hora ni una vez miró a su madre. La Sra. Shapiro estimó que
Greg era adecuado para su edad en términos de desarrollo, y sus impresiones fueron
sostenidas posteriormente por nuestras pruebas. Esto significaba que había alguna
suficiencia mínima en el cuidado, y teníamos buenas razones para creer que era Earl, el
padre, quien estaba proporcionando la mayor parte del cuidado de Greg. En casi todos los
momentos de la sesión de una hora, cuando Greg necesitaba atención, Annie llamó a su
marido o recogió al bebé y se lo dio a su padre. Se instaló cómodamente con su padre y
para él, sí había sonrisas.
Durante la mayor parte de esta sesión, y para muchos otros que siguieron, Annie
se sentó hundida en una silla. Era obesa, descuidada, y su rostro no tenía emoción. Era
una máscara que la Sra. Shapiro iba a ver muchas veces, pero cuando Annie se obligó a
hablar, apenas hubo rabia controlada en su voz.
No quería nuestra ayuda. No había nada de malo con ella ni con su hijo. Acusó a su
madre de una conspiración contra ella y la Sra. Shapiro era parte de esa conspiración.
Ganar la confianza de Annie era la tarea terapéutica más ardua de esas primeras semanas.
Mantener la confianza, después de que fue dada, era igualmente difícil. Fue una gran
ventaja para la Sra. Shapiro, como ha sido para todos nosotros, haber venido a este
trabajo con amplia experiencia clínica con niños y adolescentes. Una niña adolescente que
desafía a sus posibles ayudantes, que provoca, examina sin piedad, no va a las citas,
desaparece a otro domicilio, no hará que un trabajador social experimentado se inmute.
La Sra. Shapiro podía esperar para ganar la confianza de Annie. Pero había un bebé en
peligro, y en solo tan pocas visitas comprendimos cuán grande era el peligro.
Comenzamos con la pregunta, ‘‘¿Por qué Annie evita tocar y abrazar a su bebé?’’
Para encontrar las respuestas, necesitaríamos saber más acerca de Annie de lo que estaba
dispuesta a dar en esas primeras horas hostiles. Y siempre había Greg, cuyas propias
necesidades eran imprescindibles y que no podía esperar a que su madre adolescente
hiciera la alianza terapéutica de ritmo lento que se hace en la adolescencia. Seguramente
no era una ignorancia de las necesidades de los bebés que distanciaba a Annie de su hijo.
Los doctores y enfermeras de salud pública habían dado consejos sabios antes de que
conociéramos a la familia Beyer. No podía usar el buen consejo.

Una hora iluminadora


En la sexta visita domiciliaria, algo del cuidado del terapeuta por Annie como un niño
solitario y asustado dieron resultado. Annie empezó a hablar de sí misma. Le dio rabia,
dijo cautelosamente, que su marido, que la gente, pensara que ella no estaba haciendo lo
suficiente para su bebé. Sabía que estaba haciendo lo suficiente. De todos modos, dijo,
nunca le había gustado sostener a un bebé---desde que era niña. Cuando era pequeña,
tenía que cuidar a su hermana menor. Le darían el bebé y le dirían que la abrazara.

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Prefería dejar al bebé en el sofá.


Luego, guiada por preguntas discretas, empezó a hablar de su infancia. Oímos de
Annie, como una niña de 9 años, responsable de la limpieza, la cocina y el cuidado de sus
otros hermanos---después de las horas escolares. Hubieron palizas de su padrastro, el Sr.
Bragg, por cualquier negligencia en estas tareas.
Annie habló de su infancia con una voz lisa y apagada, con sólo un borde de
amargura en ella. Recordaba todo, en detalles escalofriantes. Lo que le dijo al terapeuta no
era una fantasía, y no estaba distorsionado, ya que la historia de la familia de Annie fue
grabada por los organismos de protección y clínicas en toda nuestra comunidad. Allí
estaba la madre que periódicamente desertaba de su familia. Estaba el padre que murió
cuando Annie tenía 5 años. Y estaba el Sr. Bragg, el padrastro, un alcohólico y
probablemente psicótico. Por delitos insignificantes arrastraba a Annie a la leñera y la
golpeaba con un torno.
Cuando la Sra. Shapiro habló de los sentimientos de Annie cuando era niña, de la
ira, el miedo, la impotencia, Annie se apartó de estas aperturas de simpatía. Rió
cínicamente. Era fuerte. Su hermana Millie y ella. Sólo se reirían del viejo cuando todo
hubiera terminado.
En esta sesión, en medio del relato factual de los horrores de la niñez de Annie,
Greg comenzó un grito inquieto, necesitando atención. Annie fue al dormitorio y lo trajo
de vuelta con ella. Por primera vez en seis visitas, la Sra. Shapiro vio a Annie mantener
Greg abrazado en sus brazos.
Este era el momento que la Sra. Shapiro había estado esperando. Era quizá el
signo de que Annie pudiera hablar de sus sufrimientos infantiles y comportarse de
manera protectora hacia su bebé.
El bebé agarró el pelo de su madre mientras se inclinaba sobre él. Annie, todavía
medio en el pasado y medio en el presente, dijo conmovedoramente, ‘‘Una vez que mi
padrastro me cortó el pelo hasta aquí,’’ y señaló a sus orejas. ‘‘Fue un castigo porque era
mala.’’ Cuando la Sra. Shapiro dijo, ‘‘¡Eso debe haber sido terrible!’’ Annie, por primera
vez, reconoció sus sentimientos. ‘‘Fue terrible, lloré por tres días.’’
A partir de este momento, Annie comenzó a hablar al bebé. Le dijo que olía mal y
necesitaba ser cambiado. Mientras Annie lo cambiaba, Greg parecía estar buscando algo
para jugar. Había un juguete a su lado en el sofá. De todas las cosas era un martillito de
plástico. Annie cogió el martillo de juguete y lo golpeó suavemente contra la cabeza. Luego
le dijo, ‘‘Voy a pegarte, ¡te voy a pegar!’’ Su voz era burlona, pero la Sra. Shapiro percibió
la intención ominosa en estas palabras. Y mientras todavía se registraba, como terapeuta,
el momento revelado, la Sra. Shapiro oyó a Annie decirle a su bebé, ‘‘Cuando crezcas,
podría matarte.’’
Fue el cierre de la sesión. La Sra. Shapiro dijo aquellas cosas que tranquilizarían la
turbulencia en Annie, apoyando los esfuerzos positivos hacia la maternidad, aliándose con
las partes del ego de esta niña-madre que buscaba protección contra los impulsos
peligrosos.
Pero sabíamos, ya que hablamos juntos en una sesión de emergencia en la oficina,

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no sería suficiente para proteger al bebé de su madre. Si Annie tuviera que depender de su
terapeuta como un ego auxiliar, tendría que tener a su terapeuta en constante presencia.

Una conferencia clínica de emergencia


La pregunta era, ¿cómo podríamos ayudar a Annie y a su bebé? Ahora sabíamos por qué
Annie tenía miedo de estar cerca de su bebé. Tenía miedo de sus propios sentimientos
destructivos hacia él. Pero habíamos interpretado estos signos del avance de los impulsos
inconscientes en los juegos de burla con el bebé. No podíamos interpretar los impulsos
sádicos que aún no eran conscientes para la propia Annie. Si cooperamos con el ego para
mantener reprimidos estos impulsos sádicos, Annie tendría que distanciarse de su bebé. Y
el bebé también era nuestro paciente. Nuestro paciente más vulnerable.
Estuvimos atentos a pequeños signos positivos en esta sesión. Después de hablar
de sus terrores infantiles, aunque el afecto era monótono en la narración, Annie tomó a su
bebé y lo abrazó estrechamente y lo acarició. Fue la primera vez que vimos la cercanía
entre madre y bebé en seis sesiones. Si Annie pudiera recordar y hablar de su sufrimiento
infantil, ¿podríamos abrir caminos para liberar a su bebé de su propio pasado y permitirle
a ser una madre para Greg? Si pudiéramos ayudar a Annie a examinar sus sentimientos
hacia el bebé, si pudiéramos obtener los pensamientos indescriptibles, ¿sería capaz de
acercarse a su bebé?
Como ejercicio de pura teoría y método, probablemente estábamos en el camino
correcto en nuestro pensamiento. Las consideraciones de los casos se derivaron de la
experiencia psicoanalítica. Pero esto no era un psicoanálisis. Como consultora
psicoanalítica, Selma Fraiberg recuerda que de repente se encontró desprovista de todas
las condiciones y las protecciones contra el error que se incorporan a la situación
psicoanalítica.
En primer lugar, las condiciones de esta terapia en nombre de un bebé y su madre
adolescente hizo imprescindible moverse rápidamente para proteger al bebé. Bajo todas
las circunstancias normales en la terapia, creemos en la exploración cautelosa; una
evaluación de la capacidad del ego para tratar con afectos dolorosos, una evaluación de la
estructura defensiva del paciente. Como terapeutas experimentados con adolescentes,
también sabíamos que para ganar la confianza de esta chica hostil podría perfectamente
tomar meses de trabajo. Y el bebé estaba en peligro inmediato.
Estábamos atentos a las defensas contra el afecto doloroso que vimos en Annie.
Recordó, factualmente, las experiencias de abuso infantil. Lo que no recordaba era su
sufrimiento. ¿Aumentaría la liberación del afecto en la terapia la probabilidad de que
actúe hacia el bebé o disminuiría el riesgo? Decidimos con gran temor, después de una
discusión exhaustiva de las alternativas, que las posibilidades de actuar hacia el bebé
serían mayores si la ansiedad y la rabia no se obtuvieran en el tratamiento. Selma
Fraiberg recuerda: "Hablando por mí misma, me aferré a la creencia de que es el padre el
que no puede recordar sus sentimientos de dolor y ansiedad de la infancia que tendrán
que infligir su dolor a su hijo. Pero luego pensé---¿y si estoy equivocada?’’

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Entonces también nos encontraríamos con otro problema terapéutico en esta


psicoterapia una vez a la semana. Si trabajamos en el ámbito de los afectos enterrados,
podríamos predecir que el terapeuta que invoca a los fantasmas estará dotado en
transferencia con los temibles atributos del fantasma. Tendríamos que estar preparados
para los fantasmas de la transferencia y conocerlos directamente en cada paso del camino.
Al revisar estas notas de la conferencia un año más tarde, estábamos satisfechos
de que nuestras formulaciones de tratamiento habían resistido bien en la prueba práctica.
Ahora sabemos, a través del progreso de nuestro tratamiento, que las líneas principales
del trabajo fueron bien consideradas.
Pero ahora, tendremos que llevarle en un desvío del tratamiento, que resultó ser
tan importante para el resultado como el plan psicoterapéutico.
Antes de que cualquier parte de este plan de tratamiento pudiera ponerse en
práctica, Annie se esfumó del terapeuta.

Annie bloquea la puerta: una huida de tratamiento


Recuerdan que nuestra conferencia de emergencia había seguido la entrevista crítica en la
que Annie comenzó a hablar de sus palizas en la niñez en la sexta sesión. La séptima
sesión fue una visita domiciliaria en la cual un número de familiares de Annie la vino a
visitar, y no hubo oportunidad de hablar a solas con Annie. En la octava sesión, la Sra.
Shapiro se dispuso a hablar con Annie y Earl sobre las visitas continuas e invitarlos a
plantear preguntas con ella sobre la mejor forma de ayudar a los Beyers. Earl enfatizó que
quería que la Sra. Shapiro los siguiera visitando. Dijo que sentía que la Sra. Shapiro les
estaba ayudando a ver cosas sobre el desarrollo de Greg que nunca habrían podido ver
por si solos. Annie permaneció en silencio. Cuando la Sra. Shapiro se dirigió a los deseos
de Annie, Annie dijo, con cierta vacilación, que le gustaría que la Sra. Shapiro siguiera
viniendo. Le gustaría poder hablar sobre el bebé y sobre sí misma.
En esta hora, Annie recogió la narración que había comenzado en la sexta sesión.
Sin embargo, comenzó a hablar de sus temores de que Earl manejaba demasiado rápido y
que podría tener un accidente. Un niño necesitaba un padre. Greg necesitaba un padre.
Esto la llevó a hablar con cierto afecto de su propio padre, su padre natural. Después de
que su padre murió cuando Annie tenía 5 años, nadie se preocupaba por ella. Había varios
hombres en la casa que vivían con la madre de Annie. Había seis hijos, nacidos de cuatro
padres diferentes. Millie era la favorita de su madre. Annie dijo amargamente, ‘‘No me
querían, yo no los quería, no necesitaba a nadie.’’ Habló de nuevo del Sr. Bragg y de las
palizas. Al principio, solía llorar, pero no se detuvo. Luego, más tarde, se reiría, porque ya
no dolía. La golpeó con un torno. La golpearía hasta que el torno se rompiera.
Después de que su padre murió, la madre de Annie desapareció. Se fue a trabajar a
otra ciudad, dejando a los niños con una anciana. En una manera de castigar a los niños,
los encerró fuera de la casa. Recordó una noche cuando Millie y ella fueron encerradas en
el frío y se amontonaron juntas. Su madre nunca parecía saber lo que pasaba. Incluso
cuando regresó con su familia, se fue a trabajar, e incluso cuando no estaba trabajando, no
parecía estar ahí.

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A todo esto, la Sra. Shapiro escuchó con gran simpatía. Habló de la necesidad de
protección de un niño. Qué aterrador para un niño no tener a nadie que la proteja. Cuánto
Annie debió haber extrañado a su madre y la protección de una madre. Tal vez sería una
madre diferente para Greg. ¿Sentiría que tendría que protegerlo?, ‘‘Por supuesto,’’
respondió.
Muy suavemente, la Sra. Shapiro habló de la profunda infelicidad y soledad en la
niñez de Annie, y lo difícil que era ser una madre joven que había perdido tanto en su
propia infancia. Juntas, la Sra. Shapiro y Annie hablarían de estas cosas en sus visitas
futuras.
La Sra. Shapiro sentía que era una buena visita. Una clarificación del papel del
terapeuta, un reconocimiento de que Annie y Earl querían ayuda para sí mismos y para su
bebé. Para Annie, el comienzo del permiso para sentir junto con recordar. Un permiso que
aún no estaba listo para tomar. Pero esto vendría.
Después de esta visita, Annie se negó a ver a la Sra. Shapiro. Había numerosas
ausencias de citas. Las citas se hicieron, pero Annie no estaba en casa. O la Sra. Shapiro
llegaría a la puerta, con todos los signos de actividad en la casa, y Annie se negaría a
contestarle. Annie, literalmente, le cerró la puerta con llave a la Sra. Shapiro.
No es un consuelo durante un período como este entender la naturaleza de la
resistencia de la transferencia mientras que la paciente clausura la puerta a la terapeuta.
Es mucho peor saber que hay dos pacientes detrás de la puerta, y que uno de ellos es un
bebé.
A medida que los recuerdos de los terrores de la infancia surgieron en esa última
sesión, los efectos originales debieron haber surgido---no en la hora del tratamiento, pero
después---y la terapeuta se convirtió en el representante de temores que no podían ser
nombrados. Annie no recordaba ni experimentaba su ansiedad durante las palizas
brutales del Sr. Bragg, sin embargo la ansiedad se asoció a la persona del terapeuta, y
Annie se esfumó. Annie no recordaba el terror de ser encerrada fuera de la casa por la
mujer que la cuidaba cuando su madre abandonó a la familia, y para asegurarse de que no
lo recordaría, los fantasmas y el ego conspiraron para encerrar a la Sra. Shapiro fuera de
la casa. Annie no recordaba el terror del abandono de su madre, pero recreó la
experiencia en la transferencia, creando las condiciones bajo las cuales la terapeuta
podría tener que abandonarla.
Nosotros mismos estábamos casi desamparados. Sin embargo, esto no quiere
decir que la revelación psicoanalítica fuera desprovista de valor. Comprender todo esto
nos dio una medida de control en la contratransferencia. No íbamos a abandonar a Annie
y a su bebé. Comprendíamos el sufrimiento detrás de la postura adolescente, provocativa,
insolente y podíamos responder a la ansiedad y no a la defensa.
Lo único que nos faltaba era un paciente que podría beneficiarse de la revelación.
Y había un bebé que estaba más en peligro que su madre.
Durante el período de dos meses en donde la Sra. Shapiro fue encerrada fuera de
la casa, los informes de los abuelos, la enfermera visitante, y otros, aumentaron nuestra
alarma. Annie mostró síntomas fóbicos. Tenía miedo de estar sola en la casa. Y estaba otra

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vez embarazada. Greg parecía descuidado. Sufría de una enfermedad respiratoria


superior recurrente y no recibía atención médica. Los abuelos paternos se alarmaron por
Greg y le informaron a la Sra. Shapiro que Annie estaba jugando juegos ásperos con Greg,
tirándole de los tobillos.
Nuestra propia alarma por Greg nos llevó a una dolorosa decisión. En nuestro
hospital y en nuestra comunidad estamos obligados éticamente y legalmente a reportar
casos de negligencia y abuso sospechoso o real a los Servicios de Protección. En el caso en
que las alternativas de tratamiento son rechazadas por la familia (como en el caso de
Annie), el informe es obligatorio. La ley es sabia, pero en el ejercicio de nuestra
responsabilidad legal traeríamos otra tragedia a la familia Beyer.
Este fue un momento crítico, no sólo para la familia, sino también para la Sra.
Shapiro y todo nuestro personal. No hay mayor ironía para el clínico que aquella en la cual
posee el conocimiento y los métodos para prevenir una tragedia y no puede traer esta
ayuda a quienes la necesitan. Desde el punto de vista clínico, la solución al problema
residía en la resistencia de transferencia. La exploración de la transferencia negativa con
Annie impediría más el mal comportamiento. Todos sabemos cómo tratar con los
fantasmas de la transferencia en una oficina con un paciente que incluso da la
cooperación renuente con nuestro método. ¿Cómo lidiar con la transferencia negativa
cuando la paciente se ha encerrado en una casa con su bebé y sus fantasmas y no abrirá la
puerta?
Las consideraciones para Greg eran primordiales ahora. La Sra. Shapiro quería
preparar a Annie y Earl para la dolorosa alternativa que se nos presentaba, una referencia
a los Servicios de Protección. Pero Annie se negó a abrir a la puerta cuando la Sra. Shapiro
la visitó.
Como triste alternativa, la Sra. Shapiro preparó una carta que fue enviada a Annie
y Earl, y a ambos grupos de abuelos. Era una carta que hablaba de nuestra profunda
preocupación tanto por los padres jóvenes como por su bebé. Citó los muchos intentos
que hemos hecho para llegar a la familia con nuestra ayuda y nuestro deseo continuo de
ayudarlos. Si creían que no podíamos ayudarlos, tendríamos que buscar ayuda para ellos
en otro lugar y pediríamos la ayuda de los Servicios de Protección. Se solicitó una
respuesta dentro de la semana.
A pocos días, Aprendimos del impacto de la carta en Annie, Earl y los abuelos.
Annie lloró durante todo el fin de semana. Estaba enfadada con la Sra. Shapiro. Estaba
asustada. Pero el lunes llamó a la Sra. Shapiro. Su voz estaba exhausta, pero logró decir
que todo en la carta era cierto. Vería a la Sra. Shapiro.

Tratamiento extendido
Este fue el comienzo de una nueva relación entre Annie, Earl y la Sra. Shapiro. Paso a paso,
la Sra. Shapiro se ocupó de la desconfianza de Annie, su enojo hacia la Sra. Shapiro y todos
la ‘‘gente ayudante,’’ y aclaró su propio papel como una persona de ayuda. La Sra. Shapiro
estaba del lado de Annie, Earl y Greg y quería hacer todo lo posible para ayudarles---a
encontrar las cosas buenas que querían y merecían en la vida, y darle a Greg todas las

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cosas que necesitaba para convertirse en un niño sano y feliz.


Para Annie, la relación con la Sra. Shapiro se convirtió en una nueva experiencia, a
diferencia de todo que había conocido. Por supuesto, la Sra. Shapiro comenzó al tratar
abiertamente con la rabia que Annie había sentido hacia ella e hizo el ambiente seguro
para Annie para poner la ira en palabras. En un patrón familiar donde la ira y la rabia
asesina se fusionaron, Annie sólo había sido capaz de lidiar con la ira a través de la huida
o la identificación con el agresor. En el teatro familiar, el enojo hacia la madre y la
deserción de la madre eran temas entrelazados. Pero Annie se enteró de que podía sentir
enojo y reconocer la ira hacia su terapeuta, y su terapeuta no tomaría represalias y no la
abandonaría.
Era seguro experimentar enojo en la transferencia al terapeuta, y dentro de esta
relación protegida los caminos de la ira la llevaron de nuevo a las penas y terrores de la
niñez. No era un camino fácil para Annie. Sí, reconoció en una sesión poco después que la
Sra. Shapiro volviera a visitarla, sí, se había sentido mal de que la terapeuta viniese a
verla. Sí, se resintió con ella, ‘‘Pero ¿de qué sirve hablar? Siempre he guardado las cosas
para mí. Quiero olvidar. No quiero pensar.’’
La Sra. Shapiro, con toda la simpatía por el sufrimiento de Annie y la necesidad de
olvidar, discutió con Annie cómo tratar de olvidar no deshace los sentimientos o
recuerdos. Annie sólo sería capaz de hacer la paz con sus sentimientos al hablar de ellos
con la Sra. Shapiro. Juntas, a través de hablar, la terapeuta sería capaz de ayudar a Annie a
sentirse mejor.
En esta misma sesión, Annie no respondió con palabras. Pero en este momento de
la sesión, recogió a Greg y lo sostuvo muy de cerca, balanceándolo en sus brazos. Sin
embargo, la tensión dentro de ella se transmitió a Greg; lo estaba sujetando con
demasiada fuerza y el bebé comenzó a protestar. No obstante, habíamos visto a Annie
acercarse espontáneamente a su bebé, y éste era un signo favorable. (Su incomodad debía
disminuir con el tiempo, y más tarde seríamos testigos de un placer creciente en la
intimidad física con su bebé.)
En las sesiones siguientes, Annie tomó el permiso para hablar de sus sentimientos.
La historia de las privaciones de la niñez, de la brutalidad y de la negligencia, comenzó a
emerger una vez más, como si pudiera ahora ser reanudada la narración comenzada hace
dos meses. Pero esta vez la Sra. Shapiro sabía lo que había causado a que Annie se alejara
del tratamiento hace dos meses, y su propia intuición podría emplearse en un método que
evitaría huir o actuar y que en última instancia conduciría a una resolución. No era el
relato de los cuentos los que habían causado a Annie huir en desbandada, sino el afecto
tácito que se había mantenido aislado de los recuerdos. Recuerdan que Annie había
descrito las palizas de su padrastro con detalles exactos y escalofriantes, pero el afecto
estaba aislado. Rió cínicamente durante esa sesión temprana. En algún momento entre el
reportaje factual de palizas y el abandono y la huida de la Sra. Shapiro, había surgido el
afecto que había sido mantenido en una represión parcial. La ira, el miedo y el simple
terror buscaban un objeto, un nombre para sí, y el nombre era la Sra. Shapiro.
Esta vez, con el comienzo del tratamiento, la Sra. Shapiro provocó el afecto junto
con el relato y creó el ambiente seguro para recordar. Ahora, cuando la historia de los

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horrores infantiles surgió, la Sra. Shapiro ofreció sus propios comentarios. ‘‘¿Qué
aterrador para un niño, eras sólo una niñita. No había nadie para protegerte. Cada niño
tiene derecho a ser cuidado y protegido.’’ Y Annie dijo con amargura, ‘‘La madre debe
proteger a los niños, mi madre no lo hizo.’’ Había un estribillo en estas horas tempranas
que aparece en el archivo una y otra vez. ‘‘Estaba emocionalmente dolida, estaba dolida,
todos en mi familia son violentos.’’ Y luego otro estribillo. ‘‘No quiero hacer daño a nadie,
no quiero hacer daño a nadie.’’ La Sra. Shapiro, escuchando atentamente, dijo, ‘‘Sé que no
quieres hacer daño a nadie, sé lo mucho que has sufrido y lo mucho que te duele, mientras
hablamos de tus sentimientos, aunque es doloroso recordarlo será posible encontrar
maneras de llegar a un acuerdo con algunas de estas cosas y ser el tipo de madre que
quieres ser.’’
Vimos que Annie entendía ambos lados del mensaje. La Sra. Shapiro estaba del
lado del ego que defendía contra el deseo inconsciente de herir y repetir las heridas
emocionales con su propio hijo; al mismo tiempo, la Sra. Shapiro estaba diciendo, en
efecto, ‘‘Es seguro hablar de los recuerdos y pensamientos aterradores conmigo, y cuando
hables de ellos, ya no tendrás que tener miedo de ellos; tendrás otro tipo de control sobre
ellos.’’
La Sra. Shapiro también anticipó con Annie la posibilidad de sentimientos
negativos de transferencia que podrían surgir durante las sesiones cuando los recuerdos
dolorosos serían revividos. La Sra. Shapiro le dijo, ‘‘Puede ser que al hablar del pasado, te
sientas enojada conmigo, sin saber por qué. Tal vez podrías decirme cuando esto suceda y
podemos tratar de entender cómo tus sentimientos en el presente están conectados a
memorias en el pasado.’’
Sin embargo, para Annie no era fácil decirle a nadie que estaba enojada. Y se
resistía a poner en palabras su afecto, tan evidente en su rostro y en su lenguaje corporal.
Cuando la Sra. Shapiro le preguntó qué pensaría que la Sra. Shapiro podría hacer si Annie
se enojaba con ella, Annie dijo, ‘‘A veces me acerco a la gente---y después me enojo.
Cuando me enojo se van.’’ La Sra. Shapiro tranquilizó a Annie diciendo que aceptaría los
sentimientos de enojo y no se iría. Ahora con el permiso para expresar su enojo, la rabia
de Annie surgió en las sesiones siguientes, a menudo en transferencia, y muy lentamente
la rabia hacia los objetos del pasado fue reexperimentada y puesta en perspectiva
apropiada para que Annie pudiera relacionarse con su familia actual de una manera
menos conflictiva.
Durante todas estas sesiones, la Sra. Shapiro prestó atención a Greg, siempre en la
habitación. ¿Podría derramarse la rabia y engullir a Greg? Pero una vez más, como en el
caso de Mary, fuimos testigos de cambios extraordinarios en la relación de la madre joven
con Greg. En medio de la ira y las lágrimas, mientras Annie hablaba de su propio pasado
opresivo, se acercaba a Greg, lo recogía, lo encerraba en sus brazos y le murmuraría cosas
reconfortantes. Ahora sabemos que Annie ya no tenía miedo de sus sentimientos
destructivos hacia el bebé. La rabia pertenecía al pasado, a otras figuras. Y el amor
protector hacia Greg, que ahora comenzaba a surgir, habló por un cambio trascendental
en su identificación con el bebé. Donde antes se identificaba con los agresores de su
infancia, ahora era la protectora de su bebé, dándole lo que no se había dado, o raramente

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dado, en su propia infancia. ‘‘Nadie,’’ dijo Annie un día, ‘‘va a herir a mi hijo de la manera
en que me han herido.’’
En su trabajo, la Sra. Shapiro se movía entre la historia del pasado de Annie y el
presente. Ayudó a Annie a ver cómo el miedo de las figuras paternas de su infancia la
había llevado a identificarse con sus cualidades temibles. Mientras Annie avanzaba hacia
una relación protectora con su propio bebé, la Sra. Shapiro fortificó cada uno de estos
cambios con sus propias observaciones. A veces, hablando por Greg, decía, ‘‘¿Cierto que es
bueno tener una mamá que sabe exactamente lo que necesitas?’’ Como Greg mismo, ahora
móvil, comenzó a acercarse a su madre cada vez más por cariño, comodidad, compañía, la
Sra. Shapiro llamó la atención de Annie a cada movimiento. Señaló que Greg estaba
aprendiendo a amar y a confiar en su madre, y todo esto se debía a Annie y a su
entendimiento de Greg. Ahora Annie estaba sosteniendo a Greg, acunándolo
protectoramente en sus brazos. No vimos más amenazas ‘‘lúdicas’’ de golpes y asesinatos,
que habíamos presenciado hace meses. Estaba alimentando al bebé y usando las
sugerencias discretas de la Sra. Shapiro para proporcionar los elementos de una buena
nutrición en la dieta del bebé.
En esta familia sin tradiciones en la crianza de los hijos, la Sra. Shapiro tenía que a
menudo discretamente ser la educadora. En las familias de Annie y Earl, incluso un bebé
de siete meses era considerado como capaz de malicia, venganza y astucia. Si un bebé
lloraba, estaba ‘‘rencoroso.’’ Si era persistente, era ‘‘terco.’’ Si se negaba a cumplir, estaba
‘‘malcriado.’’ Si no podía ser consolado, estaba ‘‘tratando de molestar a alguien.’’ La Sra.
Shapiro siempre hacía la pregunta, ‘‘¿Por qué?’’ ¿Por qué está llorando, por qué está
siendo terco, ¿qué podría ser? Ambos padres, tal vez inicialmente sorprendidos por este
enfoque alienígeno a un bebé, comenzaron a asimilar la educación de la Sra. Shapiro. Más
y más, a medida que avanzaban las semanas y los meses, vimos a los propios padres
buscar causas, aliviando la angustia al encontrar las condiciones antecedentes. Y Greg
empezó a florecer.
Esto no quiere decir que en los pocos meses hubiéramos deshecho los efectos
crueles de la propia infancia de Annie. Pero ahora teníamos acceso a este pasado. Cuando
la voz de Annie a veces se volvió estridente y le dio un tratamiento brusco a Greg, sabía
tan bien como la Sra. Shapiro que un fantasma de la infancia de Annie había vuelto a
invadir la guardería. Y juntos podían encontrar sentido en el estado de ánimo que de
repente la había dominado.
A medida que el bebé avanzaba y el pasado conflictivo de Annie se resolvía,
comenzamos a ver surgir una figura en la infancia de Annie que defendía la protección, la
tolerancia y la comprensión. Éste era el padre natural de Annie, que había muerto cuando
Annie tenía 5 años. En la memoria de Annie era amable y justo. Nunca la golpeaba. Jamás
habría permitido que otras personas fueran crueles con ella, si sólo hubiera permanecido
con la familia. Mientras hablaba de su propio padre, el amor y el recuerdo de su pérdida la
abrumaron. Por supuesto, no importa si el recuerdo de Annie sobre su padre fuera exacto
o no. Lo que sí importa es que en el caos y el terror de su infancia hubo una persona que le
dio un sentido de amor y protección. Al buscar su pasado por algo bueno, por alguna
fuente de fuerza, esto fue lo que encontró, y para Annie la Sra. Shapiro mantuvo viva esta

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memoria buena. Ahora comprendimos otra parte del rompecabezas. Recuerdan cuando
conocimos a la familia Beyer por primera vez, Annie no sólo se había negado a cuidar a su
bebé, sino que también se lo entregaba a su marido, el padre del bebé, para que lo
atendiera. Todo esto había cambiado en los meses intermedios, mientras Annie aprendía,
a través de su terapeuta, cómo una madre también puede ser un protector para su hijo.
En los primeros meses de trabajo, Greg mismo comenzó a mostrar un
fortalecimiento en su vínculo con su mamá. A los 10 meses de edad, justo antes de que la
Sra. Shapiro saliera de vacaciones, su comportamiento hacia su madre mostró una
respuesta selectiva y la búsqueda de ella, muy sonriente y buscando contacto con ella, se
acerca a la madre para confort y compañía. Sin embargo, todavía veíamos un poco de
miedo a la madre, cuando su voz estridente lo detuvo en medio de un delito trivial.
Durante estos meses, debemos recordar que Annie estaba embarazada. Rara vez
hablaba a la Sra. Shapiro del bebé que venía. Era como si el embarazo no fuera real para
ella. No había fantasías sobre el bebé. Estaba totalmente preocupada por sí misma y por
Greg, quien se estaba convirtiendo en el enfoque central para ella.
En julio, cuando la Sra. Shapiro estaba de vacaciones, Annie dio a luz a un niño
muerto. Cuando la Sra. Shapiro regresó, Annie estaba triste y cargada de culpa. Pensaba
que la muerte del bebé era un castigo para ella. No había querido al bebé, y pensó que
Dios no quería que un bebé viniera al mundo que no sería amado. Se dedicaron muchas
horas a juntar la experiencia de la pérdida y el auto-reforma.
Fue durante este período con ayuda, Annie también comenzó a entender por qué
no había estado lista para otro bebé. De hecho, estaba aprovechando todos sus recursos
emocionales empobrecidos para dar cariño y amor a Greg y, al dar, se sentía agotada.
Muchas veces tuvimos la impresión de que se mantenía a sí misma a través del cariño y el
cuidado de su terapeuta, prestando fuerza, aumentando la pobreza de su propia
experiencia en el amor a través de la relación con su terapeuta. Por supuesto, esta era
siempre una relación profesional, pero para una muchacha que había tenido una inanición
emocional y sido brutalizada, este cuidado profesional y comprensión parecía ser
experimentado como la entrega de amor.
Las hambres insatisfechas de la infancia eran fantasmas persistentes en este
hogar. A menudo cuando la terapeuta llegaba. Annie y Earl estaban viendo televisión. Sus
programas de televisión favoritos eran los programas infantiles y los dibujos animados.
Esto no fue por el bien de Greg, debemos asegurarles ya que el propio Greg no tenía
interés en estos programas. Durante el verano de las audiencias de Watergate, que se
llevaron a cabo en casi todos los canales, la Sra. Shapiro vio Annie y Earl cambiar de canal
a canal hasta que encontraron un programa que les gustaba. Era el Gigante Verde Alegre.
Cuando la Sra. Shapiro trajo juguetes cuidadosamente seleccionados para Greg
(como siempre hacemos por nuestros niños cuando sabemos que los padres no pueden
proporcionarlos), Annie llevaba una mirada conflictiva en su rostro. Era envidia y
anhelante, se dio cuenta la Sra. Shapiro. En una ocasión, cuando la Sra. Shapiro trajo unos
juguetes simples de plástico para el bebé, Annie dijo, con una voz llena de sentimientos,
‘‘Es mi cumpleaños la próxima semana, tendré diecisiete años.’’ La Sra. Shapiro
comprendió. Annie deseó que el regalo fuera para ella. La terapeuta, respondiendo

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rápidamente y habló del cumpleaños de Annie, y su deseo de que sea un día muy especial.
Annie dijo, ‘‘Nunca tuve un cumpleaños, nunca tuve una fiesta, estoy planeando tener una
para Greg en agosto, mi madre probablemente olvidará mi cumpleaños.’’ (Su madre lo
olvidó.) Para el cumpleaños de Annie, la Sra. Shapiro trajo un pequeño regalo
cuidadosamente elegido.
En el cumpleaños de Greg, la Sra. Shapiro trajo un autobús de juguete para el bebé.
Annie abrió el paquete. Estaba encantada. Examinó cada una de las figuras pequeñas,
abrió la puerta del autobús, colocó a toda la gente en los asientos, y sólo cuando terminó
de jugar con él se lo dio a Greg y compartió su entusiasmo.

El último fantasma, el más obstinado.


El último fantasma que se fue de la guardería fue también el primer fantasma en entrar.
Su nombre, por supuesto, era ‘‘identificación con el agresor.’’ En su aspecto más
grandioso, este fantasma ya no amenazaba al bebé después de los primeros meses de
trabajo terapéutico; es decir, ya no existía peligro grave de abuso de Greg por su madre.
Vimos cómo el fortalecimiento de los vínculos de amor entre Annie y su bebé protegió al
niño del abuso físico. También vimos cómo el recuerdo de Annie de su propio sufrimiento
se convirtió en una forma de protección para su bebé. Ya no infligiría su dolor en su niño.
Entonces, al final del primer año de tratamiento Greg mostró signos favorables de
progreso del desarrollo y el apego a su madre. Pero el fantasma todavía permanecía, y lo
vimos en muchas formas que todavía ponían en peligro el desarrollo de Greg.
A medida que Greg se volvió activo, independiente, curioso y travieso en su
segundo año, el repertorio de tácticas disciplinarias de Annie apareció a partir de las
ruinas de su infancia. Maternal, protectora y cariñosa como podía ser cuando Greg estaba
silencioso, obediente y ‘‘bueno,’’ había una voz que era estridente, y de una magnitud para
romper los tímpanos para la desobediencia o los accidentes comunes. Greg, en esos
momentos, estaba asustado, y la Sra. Shapiro llamó la atención de Annie sobre las
reacciones del bebé en muchas ocasiones. Muy rápidamente nos pareció que Greg
adquirió una defensa contra la ansiedad producida por la ira de la madre. Se reía,
vertiginosamente, un poco histérico, pensábamos. Esta era también la defensa que su
madre había adquirido en su infancia. Greg tenía 16 meses cuando presenciamos la
aparición de esta defensa.
Muy claramente, un componente importante de la defensa de Annie---la
identificación con el agresor---no había sido tratado en la terapia. Annie aún no había
experimentado plenamente su ansiedad y terror infantil ante las figuras peligrosas,
impredecibles, violentas y poderosas del pasado en la terapia. De la experiencia analítica
se sabía que la patogénesis de la defensa conocida como identificación con el agresor es la
ansiedad y la impotencia ante los agresores. Alcanzar este estrato de la estructura de
defensa a través del psicoanálisis es a menudo una tarea espantosa. ¿Cómo lograrlo a
través de nuestra psicoterapia de una vez por semana en la cocina?
Examinamos las vías disponibles para nosotros. La voz de Annie, observó la Sra.
Shapiro, cambiaría en un solo instante de una voz natural de conversación, que era suya, a

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la voz estridente que oía a alguien diferente. Pero Annie no parecía enterarse de esto. La
voz alienígena también se incorporó en su personalidad. ¿Podríamos emplear las
manifestaciones sobre el terreno de esta identificación patológica en un proceso de
interpretación en dos fases? En primer lugar, hacer que el ego de la voz sea extraño,
identificarlo; luego interpretarlo como una defensa contra la intolerable ansiedad y
¿llevar a Annie a reexperimentar su propia infancia sentimiento de terror y desamparo?
No hubo dificultad para encontrar la ocasión en una visita domiciliaria. La ocasión,
como ocurrió, apareció con sorprendente claridad en una visita poco después de que
examinamos los problemas técnicos de nuestra conferencia.
Greg, de 17 meses, estaba en su silla de niños, comiendo su desayuno. Madre
mantuvo una corriente de admoniciones mientras comía, ‘‘No hagas eso, no dejes caer la
comida.’’ Luego, repentinamente respondiendo a algún accidente trivial en la silla, Annie
gritó, ‘‘¡Para con eso!’’ Ambos Greg y la Sra. Shapiro saltaron. Annie le dijo a la terapeuta,
‘‘Te he asustado, ¿verdad?’’ La Sra. Shapiro, recuperándose de la conmoción, decidió que
éste era el momento que esperaba. ‘‘A veces, Annie, las palabras y los sonidos que salen de
tu boca ni siquiera suenan como tú. Me pregunto ¿a quién suenan?’’ Annie dijo de
inmediato, ‘‘Lo sé, suenan como mi madre, mi madre solía asustarme.’’ ‘‘¿Cómo te
sentiste?’’ Annie dijo, ‘‘¿Cómo te sentirías si estuvieras con un elefante en una tienda de
porcelana. . . . Además, no quiero hablar de eso, he sufrido lo suficiente, eso está detrás de
mí…’’
Pero la Sra. Shapiro suavemente persistió e hizo la interpretación crucial. ‘‘Me
imagino que como una niña pequeña, podrías haber estado tan asustada, y para sentirte
menos asustado, podrías haber empezado hablar y sonar como su madre.’’ Annie volvía a
decir, ‘‘No quiero hablar de eso en este momento,’’ pero estaba profundamente afectada
por las palabras de la Sra. Shapiro.
El resto de la hora tomó un giro curioso. Annie empezó a derrumbarse delante de
la Sra. Shapiro. En lugar de una chica dura, desafiante, agresiva, se convirtió en una niña
indefensa y ansiosa durante toda la hora. Como no pudo encontrar palabras para hablar
de la angustia profunda que había surgido en ella, empezó a hablar de todo lo que
encontraba en su vida contemporánea que la hacía sentirse asustada, indefensa y sola.
De esta manera, y por muchas horas por venir, la Sra. Shapiro llevó Annie de
vuelta a las experiencias de desamparo y el terror en su niñez se movió de acá para allá,
desde el presente hasta el pasado. Identificando para Annie las maneras en que trajo sus
propias experiencias a su crianza de Greg, cómo la identificación con la gente temida de su
niñez fue ‘‘recordada’’ cuando se convirtió en la madre aterradora para Greg. Fue un
momento de regocijo terapéutico cuando Annie pudo decir, ‘‘No quiero que mi hijo tenga
miedo de mí.’’
El esfuerzo en esta área trajo cambios profundos en Annie y en su relación con
Greg. La propia Annie empezó a dejar atrás su manera dura de ‘‘un niño de la calle,’’ y la
voz estridente fue silenciada. A medida que la identificación patológica con su propia
madre comenzó a disolverse, vimos a Annie buscando nuevos modelos para la maternidad
y para la feminidad, algunos de los cuales eran fácilmente identificados como atributos de
la Sra. Shapiro.

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Y Greg comenzó a responder al cambio de clima de su casa. Como debemos


esperar, el miedo de la madre y la risa nerviosa como defensa contra la ansiedad
comenzaron a desaparecer. De hecho, puesto que había fuertes lazos entre la madre y el
bebé, había ahora mucho que Annie podía emplear en una educación de su hijo sin miedo.
La Sra. Shapiro alistó a la madre como observadora de los intentos de Greg de
comunicarse con ella. Se ofrecieron sugerencias y demostraciones concretas de manera
no crítica. Esta vez, Annie fue capaz de utilizar la guía de desarrollo de una manera menos
defensiva y más constructiva, trabajando en alianzas con el terapeuta en nombre de Greg.
Dentro de un mes de la primera identificación de la necesidad de Greg para la ayuda en el
lenguaje, comenzó a utilizar el lenguaje expresivo y ahora está muy dentro del rango
adecuado de la escala de Bayley.
Annie está embarazada nuevamente y espera a su bebé a principios del otoño. Nos
dice que este bebé, es un bebé querido. Está anticipando al nuevo bebé con placer y con
una nueva confianza en sí misma como madre. Está siguiendo cuidadosamente el consejo
médico durante todo el embarazo. Ella y Earl han decidido que dos niños probablemente
serán los adecuados para ellos. Annie no cree que tenga suficiente amor o paciencia para
esparcirse sobre un montón de niños.
Todavía no sabemos si habrá viejos fantasmas en este bautizo. Sin embargo, hay
indicios positivos de que el proceso de unión entre Annie y este nuevo bebé ya ha
comenzado. Está anticipando lo que la llegada de este nuevo bebé significará para ella,
para Earl, y para Greg. Como una mujer joven y no una adolescente temerosa y desafiante,
ahora le está diciendo a la Sra. Shapiro que los bebés son dependientes, que necesitan una
madre en su casa que los proteja y consuele. Sigue diciendo que Greg puede ser celoso, y
que tendrá que encontrar maneras de dar a Greg y Earl y al nuevo bebé la atención y la
cercanía que necesitan. Al mismo tiempo, Annie es capaz de expresar sus propias
necesidades, a su terapeuta y a su marido. Está empezando a entender que ella también
puede recibir el cariño y la cercanía que quiere pero nunca ha tenido. Su relación con Earl
también está cambiando. Earl está planeando tomar dos semanas libres para estar en casa
cuando llegue el nuevo bebé, para darle ayuda y apoyo a Annie y al bebé.
Los vínculos entre Annie y su nuevo bebé están surgiendo. El bebé nacerá en un
momento en que Annie puede establecer una relación sin alivio por los fantasmas del
pasado. Si podemos ayudar en asegurar los vínculos entre Annie y su bebé en los
primeros días y semanas, pensamos que los fantasmas intrusos se irán, como lo hacen en
la mayoría de las guarderías, cuando el niño está protegido por el círculo mágico de la
familia.

DOS PREGUNTAS-----Y UNA HIPÓTESIS

Comenzamos este artículo con una pregunta: ‘‘¿Qué es lo que determina si el pasado
conflictivo del padre se repetirá con su hijo?’’ La morbilidad en la historia paterna no
predecirá en sí misma la repetición del pasado en el presente. La presencia de figuras
patológicas del pasado parental no predecirá, en sí misma, la identificación con esas

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figuras y la transmisión de la experiencia mórbida a los propios hijos.


De los estudios clínicos de la Sra. March y de Annie Beyer y de muchos otros casos
que conocemos, en los cuales los fantasmas del pasado parental toman posesión de la
guardería, hemos visto un patrón que es sorprendentemente uniforme: estos son los
padres que antes en el extremo terror infantil formaban una identificación patológica con
los peligrosos y asaltantes enemigos del ego. Sin embargo, si nombramos esta condición
en términos familiares, ‘‘identificación con el agresor,’’ no hemos añadido a la suma de
nuestro conocimiento de esta defensa. Nuestra literatura en esta área de defensa es
escasa. Más allá de los primeros escritos de Anna Freud, que nombraron e iluminaron esta
defensa en el período formativo de la infancia, todavía no sabemos a partir de un estudio
clínico a gran escala las condiciones que rigen la elección de esta defensa contra otras
alternativas o las dinámicas que perpetúan una identificación con el enemigo, por así
decirlo.
Estamos en bases sólidas clínicamente y teóricamente si postulamos que una
forma de represión está presente en esta defensa que proporciona el motivo y la energía
para la repetición. Pero, ¿qué es lo que está reprimido? De una serie de casos conocidos en
donde se exploró clínicamente la ‘‘identificación con el agresor’’ como un mecanismo
central en la crianza patológica, podemos afirmar que la memoria para los sucesos de
abuso infantil, tiranía y deserción estaba disponible en forma explícita y detalle
escalofriante. Lo que no fue recordado fue la experiencia afectiva asociada.
Annie recordaba sus palizas de niñez de su padrastro, y la deserción de su madre.
Lo que no recordaba era el terror y la indefensión en la experiencia de ser abusada y
desertada. Los afectos originales habían sufrido la represión, cuando el trabajo
terapéutico revivió estos afectos, y cuando Annie pudo volver a experimentarlos en la
seguridad de su relación con el terapeuta, ya no podía infligir este dolor a su hijo. La Sra.
March recordaba el rechazo, la deserción, la experiencia incestuosa en la infancia. Lo que
no podía recordar era una ansiedad abrumadora, vergüenza, e inutilidad que habían
acompañado a estas violaciones de un niño. Cuando la ansiedad, el dolor, la vergüenza, la
auto-humillación fueron recuperados y reexperimentados en la terapia, la Sra. March ya
no necesitaba infligir su propio dolor y sus pecados infantiles sobre su hijo. Con la
reexperimentación del sufrimiento de la infancia junto con los recuerdos, cada una de
estas madres jóvenes fue capaz de decir, ‘‘Nunca querría que eso le sucediera a mi hijo.’’
Estas palabras parecen familiares. Hay muchos padres que han vivido una infancia
atormentada que no infligen su dolor a sus hijos. Estos son los padres que dicen
explícitamente, o en efecto, ‘‘Recuerdo como era. . . . Recuerdo lo asustado que estaba
cuando mi padre explotó. . . . Recuerdo cómo lloré cuando nos llevaron a mí y mi hermana
a vivir en esa casa. . . . Nunca dejaría que mi hijo pasara por lo que pasé.’’
Para estos padres, el dolor y el sufrimiento no han sufrido una represión total. Al
reincorporarse, se salvan de la repetición ciega de ese pasado mórbido. A través del
recuerdo se identifican con un niño herido (el yo de la infancia), mientras que el padre
que no recuerda puede encontrarse en una alianza inconsciente e identificación con las
figuras espantosas de ese pasado. De esta manera, el pasado parental se inflige al niño.
La clave de nuestra historia de fantasmas parece residir en el destino de los

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afectos en la infancia. Nuestra hipótesis es que el acceso al dolor de la infancia se


convierte en un poderoso disuasivo contra la repetición en la crianza, mientras que la
represión y el aislamiento de los afectos dolorosos proporcionan los requisitos
psicológicos para la identificación con los traidores y los agresores. El misterio no
resuelto es por qué bajo las condiciones extremas en la primera infancia, algunos niños
que más tarde se convierten en padres mantienen el dolor vivo; no hacen la alianza
fatídica con el agresor que defiende el ego del niño contra el peligro intolerable y anula la
experiencia consciente de la ansiedad. Esperamos explorar estos problemas en estudios
futuros.
Aunque incompleta, la teoría planteada aquí tiene implicaciones prácticas para la
psicoterapia con padres e hijos en aquellas familias donde los fantasmas del pasado
parental han asumido residencia en la guardería. En cada caso, cuando nuestra terapia ha
traído al padre a recordar y volver a experimentar su ansiedad y sufrimiento de la
infancia, los fantasmas se apartan y los padres afligidos se convierten en los protectores
de sus hijos contra la repetición de su propio pasado conflictivo.

REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA

Freud, A. (1936). The Ego and the Mechanisms of Defense. New York: International
Universities Press, rev. ed., 1996.

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