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Fantasmas en la Guardería1
En todas las guarderías hay fantasmas. Son los visitantes del pasado no recordado de los
padres, las visitas no invitadas al bautizo. Bajo todas las circunstancias favorables los
espíritus hostiles e inesperados son desterrados de la guardería y regresan a su morada
subterránea. El bebé demanda su propio dominio imperativo sobre el amor parental y, en
estricta analogía con los cuentos de hadas, los vínculos de amor protegen al niño y sus
padres contra los intrusos, los fantasmas malévolos.
Esto no quiere decir que los fantasmas no puedan concebir travesuras de sus
lugares de entierro. Incluso entre las familias donde los vínculos de amor son estables y
fuertes, los intrusos del pasado parental pueden romper el círculo mágico en un momento
no vigilado y un padre y su hijo pueden encontrarse recreando un momento o una escena
de otro momento con otro conjunto de personajes. Tales eventos son comunes en el teatro
familiar, y ni el niño ni sus padres ni su vínculo están necesariamente en peligro por una
breve intrusión. No suele ser necesario que los padres nos llamen para hacerse un examen
clínico.
En otras familias aún puede haber eventos más molestos en la guardería por
intrusos del pasado. Al parecer, hay una serie de fantasmas transitorios que se instalan de
forma selectiva. Parecen hacer su daño de acuerdo con una agenda histórica o tópica,
especializándose en áreas tales como la alimentación, el sueño, el aprender ir al baño o la
disciplina, dependiendo de las vulnerabilidades del pasado parental. Bajo estas
circunstancias, incluso cuando los vínculos entre padres e hijos son fuertes, los padres
pueden sentirse indefensos antes la invasión y podrían buscar ayuda profesional. En
nuestro propio trabajo, hemos encontrado que estos padres formarán una fuerte alianza
con nosotros para desterrar a los intrusos de la guardería. No es difícil encontrar medios
educativos o terapéuticos para tratar los invasores transitorios.
Pero, ¿cómo explicaremos el otro grupo de familias que parecen estar poseídas
por sus fantasmas? Los intrusos del pasado se han instalado en la guardería, reclamando
tradición y derechos de propiedad. Han estado presentes en el bautizo por dos o más
generaciones. Sin una invitación, los fantasmas toman la residencia y dirigen el ensayo de
la tragedia familiar desde un guion hecho pedazos.
Hemos visto muchas de estas familias y sus bebés en nuestro Programa de Salud
1 El trabajo original se encuentra en Journal of the American Academy of Child Psychiatry, 1975,
Vol.14(3), pp.387-421.
2 El siguiente trabajo no debe ser considerado como una publicación profesional; debe entenderse
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Mental Infantil. El bebé ya está en peligro en el momento de reunimos con él, mostrando
los primeros signos de inanición emocional, síntomas de la enfermedad Graves o
deterioro en el desarrollo. En cada uno de estos casos, el bebé se ha convertido en un
participante silencioso en una tragedia familiar. El bebé en estas familias está agobiado
por el pasado opresivo de sus padres desde el momento en que entra al mundo. Parece
que el padre está condenado a repetir la terrible tragedia de su infancia con su propio
bebé en terribles y exigentes detalles.
Estos padres podrían no venir para recibir consejo profesional. Los fantasmas que
han establecido sus privilegios de residencia por tres o más generaciones podrían, de
hecho, no ser identificados como representantes del pasado parental. Puede que no haya
disposición por parte de los padres para formar una alianza con nosotros para proteger al
bebé. Más probable es que nosotros, y no los fantasmas, aparezcan como los intrusos.
Aquellos de nosotros que tienen un interés profesional en fantasmas en la
guardería todavía no entendemos las complejidades y paradojas en la historia de
fantasmas. ¿Qué es lo que determina si el pasado conflictivo del padre se repetirá con su
hijo? ¿Es el principal determinante la morbilidad en la historia de los padres? Esto nos
parece demasiado simple. Es cierto que todos conocemos familias en las que una historia
paternal de tragedia, crueldad y pena no ha sido infligida a los niños. Los fantasmas no
inundan la guardería ni debilitan los vínculos de amor.
Entonces, también debemos reflexionar que si la historia predijo con fidelidad, la
propia familia humana habría sido agobiada por su propio pasado opresivo hace mucho
tiempo. La raza mejora. Y esto puede ser porque el mayor número de hombres y mujeres
que han conocido el sufrimiento, encuentran restauración y la reparación del dolor
infantil en la experiencia de traer un niño al mundo. En términos más simples---a menudo
lo hemos escuchado de los padres---el padre dice, ‘‘Quiero algo mejor para mi hijo de lo
que yo he tenido.’’ Y proporciona algo mejor para su hijo. De este modo todos conocemos
a padres jóvenes que han sufrido pobreza, brutalidad, la muerte, el abandono, y a veces
toda la gama de horrores infantiles, que no infligen su dolor a sus hijos. Entonces, la
historia no es el destino y no puede predecirse a partir de la narrativa del pasado paternal
si la paternidad se inunda de dolores y lesiones, o si se convierte en un tiempo de
renovación. Debe haber otros factores en la experiencia psicológica de ese pasado que
determinan la repetición en el presente.
En el trabajo terapéutico con las familias en favor de sus bebés, todos somos los
beneficiarios de los descubrimientos de Freud hechos antes los principios de este siglo.
Los fantasmas, sabemos, representan la repetición del pasado en el presente. Somos
también los beneficiarios del método que Freud desarrolló para recuperar los
acontecimientos del pasado y deshacer los efectos mórbidos del pasado en el presente. A
menudo afectados por las enfermedades del pasado paternal, los propios bebés han sido
los últimos en beneficiarse de los grandes descubrimientos del psicoanálisis y psicología
del desarrollo. Este paciente, que no puede hablar, ha esperado a un portavoz articulado.
Durante las últimas tres décadas, varios psicoanalistas y psicólogos del desarrollo
han representado a los bebés. Ciertamente, lo que los bebés nos han contado es una
noticia seria. Esta historia ya la conoces, y no intentaré resumir la vasta literatura que ha
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MARY
Mary, quien vino a nosotros a los 51/2 meses, fue el primer bebé referido a nuestro nuevo
Programa de Salud Mental Infantil. Su mamá, Sra. March, había aparecido en una agencia
de adopción unas semanas antes. Quería entregar a su bebé para adopción. Pero los
planes de adopción no podían proceder porque el Sr. March no quiso dar su
consentimiento. La madre de Mary fue descrita como ‘‘una madre rechazadora’’.
Ahora bien, por supuesto nadie ama a una madre rechazadora, en nuestra
comunidad o en cualquier otra, y en este momento Mary y su familia podrían haber
desaparecido en el anonimato de una comunidad metropolitana, tal vez para aparecer
nuevamente cuando sobreviene la tragedia. Pero el azar llevó a la familia a una de las
clínicas psiquiátricas de nuestra Universidad. La evaluación psiquiátrica de la Sra. March
reveló una depresión severa, un intento de suicidio a través de la aspirina, una mujer tan
atormentada que apenas podía realizar las tareas comunes de vivir. La ‘‘madre
rechazadora’’ era ahora vista como una madre deprimida. Tratamiento psiquiátrico fue
recomendado en una reunión del personal clínico. Luego uno de los miembros del equipo
clínico dijo, ‘‘Pero ¿qué pasa con el bebé?’’ Nuestro nuevo Programa de Salud Mental
Infantil fue anunciado y programado para su apertura al día siguiente. Hubo una llamada
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Observaciones tempranas
Desde el momento en que Mary fue vista por primera vez, teníamos motivo de grave
preocupación. A los 51/2 meses tuvo todos los estigmas de una niña que ha pasado la
mayor parte de su vida en una cuna con poco más de un cuidado obligatorio. Estaba
adecuadamente alimentada y cuidada físicamente, pero la parte de atrás de su cabeza
esteba calva. Mostraba poco interés en su entorno, estaba apática y demasiado tranquila.
Parecía tener una conexión tenue con su madre. Rara vez sonreía. No se acercó
espontáneamente a su madre a través de contacto visual o gestos de alcance. Hubo pocas
vocalizaciones espontáneas y en momentos de incomodidad o ansiedad no se volvió hacia
su madre. Falló casi todos los ítems personales-sociales de acuerdo a la escala de Bayley
en nuestras pruebas de desarrollo. En un algún momento de la prueba, un sonido
inesperado (la campana de prueba de Bayley) rompió su umbral de tolerancia, y se
derrumbó de terror.
La madre parecía encerrada en algún terror privado, remota, removida, sin
embargo, dando vistazos de una capacidad para cuidar. Por varias semanas nos aferramos
a una minúscula escena capturada en video, en la que el bebé hace una aproximación
extraña hacia su madre, y la mano de la madre se acerca espontáneamente hacia el bebé.
Las manos nunca se encontraron, pero para los terapeutas el gesto simbolizaba un
acercamiento hacia el otro, y nos aferramos a esta esperanza simbólica.
Hay un momento en el comienzo de cada caso cuando algo se revela y habla de la
esencia del conflicto. Este momento apareció en la segunda sesión cuando la Sra. Adelson
invitó a Mary y su mamá a nuestra oficina. Por casualidad fue un momento capturado en
video, porque estábamos grabando las pruebas de desarrollo como lo hacemos
habitualmente. Mary y su madre, la Sra. Adelson, y la Sra. Evelyn Atreya, como persona de
prueba, estaban presentes.
Mary comienza a llorar. Es un llanto raro y extraño de un bebé. La Sra. Atreya
suspende la prueba. En el video vemos al bebé en los brazos de su madre gritando
desesperadamente; no vuelve hacia su madre para consuelo. La madre se ve distante,
absorta en sí misma. Hace un gesto ausente para consolar al bebé, luego se rinde. Mira
hacia otro lado. Los gritos continúan durante cinco minutos horribles en la grabación. En
el fondo escuchamos la voz de la Sra. Adelson, alentando suavemente a la madre. ‘‘¿Qué
haces para consolar a Mary cuando llora así?’’ La Sra. March murmura algo inaudible. La
Sra. Adelson y la Sra. Atreya están luchando contra sus propios sentimientos. Están
refrenando sus propios deseos de recoger al bebé y abrazarla, murmurando cosas
reconfortantes. Si cederán a su propio deseo, harían lo único que creen que no debe
hacerse. A continuación, la Sra. March vería que otra mujer podría consolar al bebé, y se
confirmaría en su propia convicción de que era una madre mala. Son unos cinco minutos
horribles para el bebé, la madre y los dos psicólogos. La Sra. Adelson mantiene la calma y
habla con simpatía a la Sra. March. Por fin la visita termina cuando la Sra. Adelson sugiere
que el bebé está fatigada y probablemente estaría mejor en su propia casa y cuna, y se les
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ayuda a cerrar la visita con planes para una tercera visita muy pronto.
Mientras vimos esta grabación más tarde en una reunión de personal, nos dijimos
unos a otros con incredulidad, ‘‘¡Es como si esta madre no oyera los gritos de su bebé!’’
Esto nos llevó a la pregunta clave de diagnóstico: ‘‘¿Por qué esta madre no escucha los
gritos de su bebé?’’
La historia de la madre
La Sra. March fue ella misma una niña abandonada. Su madre sufrió una psicosis
postparto poco después del nacimiento de la Sra. March y su hermano gemelo. En un
intento de suicidio, había destrozado parte de su rostro con una pistola y estaba
horriblemente mutilada para toda la vida. Había pasado casi todo el resto de su vida en un
hospital y apenas era conocida por sus hijos. Durante cinco años la Sra. March fue
atendida por una tía. Cuando la tía ya no la podía cuidar más, fue trasladada a la casa de la
abuela materna, donde recibió cuidados a regañadientes de la vieja encargada y
empobrecida. El padre de la Sra. March estaba dentro y fuera del cuadro familiar. No
escuchamos mucho sobre él hasta más tarde en el tratamiento.
Era una historia de pobreza rural, secretos familiares siniestros, psicosis,
delincuencia, una tradición de promiscuidad en las mujeres, de inmundicia y desorden en
el hogar, y de agencias policiales y protectoras en el fondo haciendo gestos inútiles. La Sra.
March fue la hija repudiada de una familia repudiada.
A fines de la adolescencia, la Sra. March conoció y se casó con su marido, quien
provenía de pobreza y desorden familiar no muy diferente de la suya. Sin embargo, quería
algo mejor para sí mismo de lo que su familia había tenido. Se convirtió en el primer
miembro de su familia en luchar para salir del ciclo de la futilidad, para encontrar un
trabajo estable, para establecer un hogar decente. Cuando estos dos jóvenes descuidados
y solitarios se encontraron, había un consenso mutuo de que querían algo mejor que lo
que habían conocido. Pero ahora, después de varios años de esfuerzo, la espiral
descendente había comenzado.
Era muy probable que Mary no fuera hija de su padre. La Sra. March había tenido
una breve relación con otro hombre. Su culpabilidad por el asunto, sus dudas sobre la
paternidad de Mary, se convirtieron en un tema obsesivo en su historia. En una especie de
letanía de penas que escucharíamos una y otra vez, había un tema: ‘‘La gente miraba a
Mary, pensó, la miraban y sabían que su padre no era su padre, sabían que su madre había
arruinado su vida.’’
El Sr. March, que empezó a aparecer como el padre más fuerte, no estaba
obsesionado con la paternidad de Mary. Estaba convencido de que era el padre. Y de todos
modos, él amaba a Mary y la quería. La obsesión de su esposa con la paternidad provocó
peleas en el hogar. ‘‘¡Olvídalo!’’ dijo el Sr. March. ‘‘¡Deja de hablar de eso y cuida a Mary!’’
En las familias de la madre y el padre, la ilegitimidad no llevaba estigma. En el caso
del clan de la Sra. March, la promiscuidad de sus mujeres durante al menos tres o cuatro
generaciones puso en duda la paternidad de muchos de los niños. ¿Por qué estaba
obsesionada la Sra. March? ¿Por qué la sensación de atormentar el pecado? Pensábamos
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que esta sensación del pecado penetrante e incontenible pertenecía a la infancia, a los
pecados enterrados, posiblemente crímenes de la imaginación. En varias ocasiones, al leer
los informes clínicos, teníamos la fuerte impresión de que Mary era la hija pecadora de
una fantasía incestuosa. Pero si tuviéramos razón, pensábamos, ¿cómo podríamos llegar a
esto en nuestra psicoterapia una vez por semana?
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llorando en la sala de estar. La voz distante de la madre y su lejanía nos veían como
defensas contra la aflicción y el dolor intolerable. Su terrible historia había sido dada por
primera vez sin sufrimientos visibles, sin lágrimas. Lo único visible era la mirada triste,
vacía y desesperada en su rostro. Había cerrado la puerta de la niña que lloraba dentro de
sí misma con tanta seguridad como había cerrado la puerta a su bebé llorando.
Esto nos llevó a nuestra primera hipótesis clínica: ‘‘Cuando los gritos de esta madre
sean escuchados, ella oirá los gritos de su hijo.’’
Entonces, el trabajo de la Sra. Adelson se centró en el desarrollo de una relación
de tratamiento en la que la confianza podía ser dada por una joven que no había conocido
la confianza y en la que la confianza podía conducir a la revelación de los viejos
sentimientos que la cerraban de su niño. Mientras la historia de la Sra. March se trasladó
de atrás hacia delante entre su bebé en la forma de, ‘‘No puedo amar a Mary’’, y su propia
infancia, que se puede resumir por, ‘‘Nadie me quería’’, la terapeuta abrió senderos de
sentimiento. Escuchó y expresó los sentimientos de la Sra. March cuando era niña. . . . Esto
debe haber dolido profundamente. . . . Por supuesto, necesitabas a tu madre. No había
nadie a quien acudir. . . . Sí, a veces los adultos no entienden lo que todo esto significa para
un niño. Debes haber necesitado llorar. . . . No había nadie que te oyera."
La terapeuta estaba dándole permiso para sentir y recordar sentimientos. Puede
haber sido la primera vez en la vida de la Sra. March que alguien le había dado este
permiso. Y poco a poco, como debiéramos esperar ---aunque en sólo unas pocas sesiones--
-empezó a surgir el dolor, las lágrimas y la angustia indescriptible para sí misma como
una hija desechada. Fue un alivio finalmente poder llorar, una comodidad para sentir la
comprensión de su terapeuta. Y ahora, con cada sesión, la Sra. Adelson fue testigo de algo
increíble sucediendo entre la madre y el bebé.
Recuerdan que el bebé estaba casi siempre en la habitación en medio de nuestra
terapia en esta sala de estar o cocina. Si Mary exigía atención, la madre se levantaba en
medio de la entrevista para cambiarle los pañales o conseguirle una botella. Más a
menudo, el bebé fue ignorado. Pero ahora, cuando la Sra. March empezó a tomar el
permiso para recordar sus sentimientos, para llorar y para sentir el consuelo y la simpatía
de la Sra. Adelson, la vimos acercarse a su bebé en medio de sus propios desahogos.
Recogía a Mary y la sostenía, al principio distante y absorta en sí misma, pero
sosteniéndola. Y entonces, un día, aún dentro el primer mes de tratamiento, la Sra. March,
en medio de una efusión de dolor, recogió a Mary, la abrazó muy cerca y le canturreó con
una voz descorazonada. Y luego sucedió de nuevo, y varias veces en las próximas sesiones.
Un desahogo de dolores viejos y una recogida del bebé en sus brazos. Comenzaban a salir
los fantasmas de la guardería.
Estos eran más que gestos transitorios hacia el acercamiento con el bebé. De toda
la evidencia observada por Sra. Adelson, la madre y el bebé comenzaron a encontrarse
una a otra. Y ahora que estaban entrando en contacto, la Sra. Adelson hizo todo en su
capacidad como terapeuta y psicóloga del desarrollo para promover el apego emergente.
Cuando Mary recompensó a su madre con una sonrisa hermosa y especial, la Sra. Adelson
comentó y observó que ella misma no obtuvo una sonrisa como esa, y que debía ser así.
Esa sonrisa pertenecía a su madre. Cuando una Mary llorando comenzó a buscar el
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consuelo de su madre y encontró alivio en los brazos de su madre, la Sra. Adelson habló
por Mary. ‘‘Uno se siente tan bien cuando tu madre sabe lo que quieres.’’ Y la Sra. March
sonrió tímidamente, pero con orgullo.
Estas sesiones con la madre y el bebé pronto tomaron su propio ritmo. A menudo
el Sr. March estuvo presente por un corto tiempo antes de partir para el trabajo. (Se
hicieron sesiones especiales para él también en las tardes y los sábados.) Las sesiones
típicamente comenzaron con Mary en la sala y ella misma como tema de discusión. De
manera natural, informal y no didáctica, la Sra. Adelson comentaría con placer el
desarrollo de Mary y agregaría a sus comentarios información útil sobre las necesidades
de los bebés a los 6 meses o 7 meses, y como Mary estaba aprendiendo sobre su mundo y
como su mamá y papá la estaban llevando a estos descubrimientos. Juntos, los padres y la
Sra. Adelson verían a Mary experimentar con un juguete nuevo o una postura nueva, y con
una estrecha vigilancia, se podía ver cómo ella estaba encontrando soluciones y
avanzando constantemente. Los placeres de observar el bebé, que la Sra. Adelson conocía,
fueron compartidos con el Sr. y la Sra. March, y, para nuestro gran placer, ambos padres
comenzaron a compartir estos placeres y presentar sus propias observaciones de Mary y
de sus nuevos logros.
Durante la misma sesión, después de que el Sr. March se hubiese marchado al
trabajo, la charla se trasladaría en un momento u otro a la propia Sra. March, a sus
dolencias actuales y a sus penas de infancia. Ahora con cada vez más frecuencia, la Sra.
Adelson podría ayudar a la Sra. March a ver las conexiones entre el pasado y el presente y
mostrar a la Sra. March cómo ‘‘sin darse cuenta,’’ había traído sus sufrimientos del pasado
en su relación con su propio bebé.
Dentro de unos cuatro meses, Mary se convirtió en un bebé sano, más sensible y
con frecuencia alegre. En nuestra prueba de 10 meses, la evaluación objetiva demostró
que era apropiada para su edad en su apego enfocado a su madre, en su sonrisa
preferencial y vocalización a la madre y al padre, además en su búsqueda de su madre por
su comodidad y seguridad. Estaba en el nivel acorde con la edad de acuerdo con la escala
mental de Bayley. Seguía siendo lenta en su funcionamiento motor, aunque todavía dentro
del rango normal.
La Sra. March se había convertido en una madre sensible y orgullosa. Sin embargo,
nuestra prudente calificación del estado psicológico de la madre permaneció:
‘‘deprimida.’’ Era verdad que la Sra. March estaba progresando, y vimos muchos signos de
que la depresión ya no era penetrante y estrecha, pero la depresión seguía allí y,
pensamos, todavía ominosa. Quedaba mucho por hacer.
Lo que habíamos logrado en los primeros cuatro meses de trabajo todavía no era
una cura para la enfermedad de la madre, sino una forma de control, en la cual la
patología que se había extendido para abrazar al bebé se había retirado en gran medida
del niño; los elementos conflictivos de la neurosis de la madre fueron ahora identificados
por la madre como por nosotros mismos como ‘‘pertenecientes al pasado’’ y ‘‘no
pertenecientes a Mary.’’ El vínculo entre la madre y el bebé había surgido y el propio bebé
aseguraba esos vínculos. Por cada gesto de amor de su madre, dio recompensas generosas
de amor. La Sra. March, pensamos, se sentía querida por alguien por primera vez en su
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vida.
Todo esto constituye lo que llamaríamos ‘‘la fase de emergencia del tratamiento.’’
En retrospectiva podemos decirles ahora que tomó más de un año para traer alguna
solución a los conflictos internos muy severos de la Sra. March, y hubo una serie de
problemas en las relaciones madre-hijo que surgieron durante ese año, pero Mary estaba
fuera de peligro. Incluso los conflictos del bebé del segundo año de vida no eran
extraordinarios ni mórbidos. Una vez que el vínculo se había formado, casi para todo lo
demás se podría encontrar soluciones.
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GREG
En las primeras semanas de nuestro nuevo programa, se nos pidió hacer una llamada
urgente y una evaluación de Greg, al momento 31/2 meses de edad. Annie, su madre de 16
años, se negó a cuidarlo. Evitó el contacto físico; a menudo se olvidaba de comprar leche, y
lo alimentaba con bebidas como el Kool-Aid y Tang. Entregó el cuidado del bebé a su
marido Earl, de 19 años.
La familia de Annie fue conocida por las agencias sociales en nuestra comunidad
durante tres generaciones. La delincuencia, la promiscuidad, el abuso infantil, el
abandono, la pobreza, el fracaso escolar y la psicosis había llevado a todos los miembros
de la familia a nuestras clínicas y tribunales comunitarios. Ahora a los 16 años Annie
Beyer representaba a la tercera generación de madres de su familia que de hecho o
psicológicamente abandonaron a sus bebés. La madre de Annie había entregado el
cuidado de sus hijos a otros---como su madre también lo había hecho. De hecho, era, la
abuela de Greg, la madre de Annie, quien llamó a nuestra agencia para pedir ayuda. Dijo,
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‘‘No quiero ver lo que me pasó a mi y a mis hijos le pase a Annie y a su bebé.’’
Vivian Shapiro de nuestro personal llamó para una cita e hizo de inmediato una
visita al hogar. Madre, padre y Greg estaban presentes. La Sra. Shapiro fue recibida por
una madre adolescente, fría y silenciosa; un padre, un niño triste y desconcertado, y un
bebé solemne que en esa hora ni una vez miró a su madre. La Sra. Shapiro estimó que
Greg era adecuado para su edad en términos de desarrollo, y sus impresiones fueron
sostenidas posteriormente por nuestras pruebas. Esto significaba que había alguna
suficiencia mínima en el cuidado, y teníamos buenas razones para creer que era Earl, el
padre, quien estaba proporcionando la mayor parte del cuidado de Greg. En casi todos los
momentos de la sesión de una hora, cuando Greg necesitaba atención, Annie llamó a su
marido o recogió al bebé y se lo dio a su padre. Se instaló cómodamente con su padre y
para él, sí había sonrisas.
Durante la mayor parte de esta sesión, y para muchos otros que siguieron, Annie
se sentó hundida en una silla. Era obesa, descuidada, y su rostro no tenía emoción. Era
una máscara que la Sra. Shapiro iba a ver muchas veces, pero cuando Annie se obligó a
hablar, apenas hubo rabia controlada en su voz.
No quería nuestra ayuda. No había nada de malo con ella ni con su hijo. Acusó a su
madre de una conspiración contra ella y la Sra. Shapiro era parte de esa conspiración.
Ganar la confianza de Annie era la tarea terapéutica más ardua de esas primeras semanas.
Mantener la confianza, después de que fue dada, era igualmente difícil. Fue una gran
ventaja para la Sra. Shapiro, como ha sido para todos nosotros, haber venido a este
trabajo con amplia experiencia clínica con niños y adolescentes. Una niña adolescente que
desafía a sus posibles ayudantes, que provoca, examina sin piedad, no va a las citas,
desaparece a otro domicilio, no hará que un trabajador social experimentado se inmute.
La Sra. Shapiro podía esperar para ganar la confianza de Annie. Pero había un bebé en
peligro, y en solo tan pocas visitas comprendimos cuán grande era el peligro.
Comenzamos con la pregunta, ‘‘¿Por qué Annie evita tocar y abrazar a su bebé?’’
Para encontrar las respuestas, necesitaríamos saber más acerca de Annie de lo que estaba
dispuesta a dar en esas primeras horas hostiles. Y siempre había Greg, cuyas propias
necesidades eran imprescindibles y que no podía esperar a que su madre adolescente
hiciera la alianza terapéutica de ritmo lento que se hace en la adolescencia. Seguramente
no era una ignorancia de las necesidades de los bebés que distanciaba a Annie de su hijo.
Los doctores y enfermeras de salud pública habían dado consejos sabios antes de que
conociéramos a la familia Beyer. No podía usar el buen consejo.
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no sería suficiente para proteger al bebé de su madre. Si Annie tuviera que depender de su
terapeuta como un ego auxiliar, tendría que tener a su terapeuta en constante presencia.
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A todo esto, la Sra. Shapiro escuchó con gran simpatía. Habló de la necesidad de
protección de un niño. Qué aterrador para un niño no tener a nadie que la proteja. Cuánto
Annie debió haber extrañado a su madre y la protección de una madre. Tal vez sería una
madre diferente para Greg. ¿Sentiría que tendría que protegerlo?, ‘‘Por supuesto,’’
respondió.
Muy suavemente, la Sra. Shapiro habló de la profunda infelicidad y soledad en la
niñez de Annie, y lo difícil que era ser una madre joven que había perdido tanto en su
propia infancia. Juntas, la Sra. Shapiro y Annie hablarían de estas cosas en sus visitas
futuras.
La Sra. Shapiro sentía que era una buena visita. Una clarificación del papel del
terapeuta, un reconocimiento de que Annie y Earl querían ayuda para sí mismos y para su
bebé. Para Annie, el comienzo del permiso para sentir junto con recordar. Un permiso que
aún no estaba listo para tomar. Pero esto vendría.
Después de esta visita, Annie se negó a ver a la Sra. Shapiro. Había numerosas
ausencias de citas. Las citas se hicieron, pero Annie no estaba en casa. O la Sra. Shapiro
llegaría a la puerta, con todos los signos de actividad en la casa, y Annie se negaría a
contestarle. Annie, literalmente, le cerró la puerta con llave a la Sra. Shapiro.
No es un consuelo durante un período como este entender la naturaleza de la
resistencia de la transferencia mientras que la paciente clausura la puerta a la terapeuta.
Es mucho peor saber que hay dos pacientes detrás de la puerta, y que uno de ellos es un
bebé.
A medida que los recuerdos de los terrores de la infancia surgieron en esa última
sesión, los efectos originales debieron haber surgido---no en la hora del tratamiento, pero
después---y la terapeuta se convirtió en el representante de temores que no podían ser
nombrados. Annie no recordaba ni experimentaba su ansiedad durante las palizas
brutales del Sr. Bragg, sin embargo la ansiedad se asoció a la persona del terapeuta, y
Annie se esfumó. Annie no recordaba el terror de ser encerrada fuera de la casa por la
mujer que la cuidaba cuando su madre abandonó a la familia, y para asegurarse de que no
lo recordaría, los fantasmas y el ego conspiraron para encerrar a la Sra. Shapiro fuera de
la casa. Annie no recordaba el terror del abandono de su madre, pero recreó la
experiencia en la transferencia, creando las condiciones bajo las cuales la terapeuta
podría tener que abandonarla.
Nosotros mismos estábamos casi desamparados. Sin embargo, esto no quiere
decir que la revelación psicoanalítica fuera desprovista de valor. Comprender todo esto
nos dio una medida de control en la contratransferencia. No íbamos a abandonar a Annie
y a su bebé. Comprendíamos el sufrimiento detrás de la postura adolescente, provocativa,
insolente y podíamos responder a la ansiedad y no a la defensa.
Lo único que nos faltaba era un paciente que podría beneficiarse de la revelación.
Y había un bebé que estaba más en peligro que su madre.
Durante el período de dos meses en donde la Sra. Shapiro fue encerrada fuera de
la casa, los informes de los abuelos, la enfermera visitante, y otros, aumentaron nuestra
alarma. Annie mostró síntomas fóbicos. Tenía miedo de estar sola en la casa. Y estaba otra
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Tratamiento extendido
Este fue el comienzo de una nueva relación entre Annie, Earl y la Sra. Shapiro. Paso a paso,
la Sra. Shapiro se ocupó de la desconfianza de Annie, su enojo hacia la Sra. Shapiro y todos
la ‘‘gente ayudante,’’ y aclaró su propio papel como una persona de ayuda. La Sra. Shapiro
estaba del lado de Annie, Earl y Greg y quería hacer todo lo posible para ayudarles---a
encontrar las cosas buenas que querían y merecían en la vida, y darle a Greg todas las
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horrores infantiles surgió, la Sra. Shapiro ofreció sus propios comentarios. ‘‘¿Qué
aterrador para un niño, eras sólo una niñita. No había nadie para protegerte. Cada niño
tiene derecho a ser cuidado y protegido.’’ Y Annie dijo con amargura, ‘‘La madre debe
proteger a los niños, mi madre no lo hizo.’’ Había un estribillo en estas horas tempranas
que aparece en el archivo una y otra vez. ‘‘Estaba emocionalmente dolida, estaba dolida,
todos en mi familia son violentos.’’ Y luego otro estribillo. ‘‘No quiero hacer daño a nadie,
no quiero hacer daño a nadie.’’ La Sra. Shapiro, escuchando atentamente, dijo, ‘‘Sé que no
quieres hacer daño a nadie, sé lo mucho que has sufrido y lo mucho que te duele, mientras
hablamos de tus sentimientos, aunque es doloroso recordarlo será posible encontrar
maneras de llegar a un acuerdo con algunas de estas cosas y ser el tipo de madre que
quieres ser.’’
Vimos que Annie entendía ambos lados del mensaje. La Sra. Shapiro estaba del
lado del ego que defendía contra el deseo inconsciente de herir y repetir las heridas
emocionales con su propio hijo; al mismo tiempo, la Sra. Shapiro estaba diciendo, en
efecto, ‘‘Es seguro hablar de los recuerdos y pensamientos aterradores conmigo, y cuando
hables de ellos, ya no tendrás que tener miedo de ellos; tendrás otro tipo de control sobre
ellos.’’
La Sra. Shapiro también anticipó con Annie la posibilidad de sentimientos
negativos de transferencia que podrían surgir durante las sesiones cuando los recuerdos
dolorosos serían revividos. La Sra. Shapiro le dijo, ‘‘Puede ser que al hablar del pasado, te
sientas enojada conmigo, sin saber por qué. Tal vez podrías decirme cuando esto suceda y
podemos tratar de entender cómo tus sentimientos en el presente están conectados a
memorias en el pasado.’’
Sin embargo, para Annie no era fácil decirle a nadie que estaba enojada. Y se
resistía a poner en palabras su afecto, tan evidente en su rostro y en su lenguaje corporal.
Cuando la Sra. Shapiro le preguntó qué pensaría que la Sra. Shapiro podría hacer si Annie
se enojaba con ella, Annie dijo, ‘‘A veces me acerco a la gente---y después me enojo.
Cuando me enojo se van.’’ La Sra. Shapiro tranquilizó a Annie diciendo que aceptaría los
sentimientos de enojo y no se iría. Ahora con el permiso para expresar su enojo, la rabia
de Annie surgió en las sesiones siguientes, a menudo en transferencia, y muy lentamente
la rabia hacia los objetos del pasado fue reexperimentada y puesta en perspectiva
apropiada para que Annie pudiera relacionarse con su familia actual de una manera
menos conflictiva.
Durante todas estas sesiones, la Sra. Shapiro prestó atención a Greg, siempre en la
habitación. ¿Podría derramarse la rabia y engullir a Greg? Pero una vez más, como en el
caso de Mary, fuimos testigos de cambios extraordinarios en la relación de la madre joven
con Greg. En medio de la ira y las lágrimas, mientras Annie hablaba de su propio pasado
opresivo, se acercaba a Greg, lo recogía, lo encerraba en sus brazos y le murmuraría cosas
reconfortantes. Ahora sabemos que Annie ya no tenía miedo de sus sentimientos
destructivos hacia el bebé. La rabia pertenecía al pasado, a otras figuras. Y el amor
protector hacia Greg, que ahora comenzaba a surgir, habló por un cambio trascendental
en su identificación con el bebé. Donde antes se identificaba con los agresores de su
infancia, ahora era la protectora de su bebé, dándole lo que no se había dado, o raramente
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dado, en su propia infancia. ‘‘Nadie,’’ dijo Annie un día, ‘‘va a herir a mi hijo de la manera
en que me han herido.’’
En su trabajo, la Sra. Shapiro se movía entre la historia del pasado de Annie y el
presente. Ayudó a Annie a ver cómo el miedo de las figuras paternas de su infancia la
había llevado a identificarse con sus cualidades temibles. Mientras Annie avanzaba hacia
una relación protectora con su propio bebé, la Sra. Shapiro fortificó cada uno de estos
cambios con sus propias observaciones. A veces, hablando por Greg, decía, ‘‘¿Cierto que es
bueno tener una mamá que sabe exactamente lo que necesitas?’’ Como Greg mismo, ahora
móvil, comenzó a acercarse a su madre cada vez más por cariño, comodidad, compañía, la
Sra. Shapiro llamó la atención de Annie a cada movimiento. Señaló que Greg estaba
aprendiendo a amar y a confiar en su madre, y todo esto se debía a Annie y a su
entendimiento de Greg. Ahora Annie estaba sosteniendo a Greg, acunándolo
protectoramente en sus brazos. No vimos más amenazas ‘‘lúdicas’’ de golpes y asesinatos,
que habíamos presenciado hace meses. Estaba alimentando al bebé y usando las
sugerencias discretas de la Sra. Shapiro para proporcionar los elementos de una buena
nutrición en la dieta del bebé.
En esta familia sin tradiciones en la crianza de los hijos, la Sra. Shapiro tenía que a
menudo discretamente ser la educadora. En las familias de Annie y Earl, incluso un bebé
de siete meses era considerado como capaz de malicia, venganza y astucia. Si un bebé
lloraba, estaba ‘‘rencoroso.’’ Si era persistente, era ‘‘terco.’’ Si se negaba a cumplir, estaba
‘‘malcriado.’’ Si no podía ser consolado, estaba ‘‘tratando de molestar a alguien.’’ La Sra.
Shapiro siempre hacía la pregunta, ‘‘¿Por qué?’’ ¿Por qué está llorando, por qué está
siendo terco, ¿qué podría ser? Ambos padres, tal vez inicialmente sorprendidos por este
enfoque alienígeno a un bebé, comenzaron a asimilar la educación de la Sra. Shapiro. Más
y más, a medida que avanzaban las semanas y los meses, vimos a los propios padres
buscar causas, aliviando la angustia al encontrar las condiciones antecedentes. Y Greg
empezó a florecer.
Esto no quiere decir que en los pocos meses hubiéramos deshecho los efectos
crueles de la propia infancia de Annie. Pero ahora teníamos acceso a este pasado. Cuando
la voz de Annie a veces se volvió estridente y le dio un tratamiento brusco a Greg, sabía
tan bien como la Sra. Shapiro que un fantasma de la infancia de Annie había vuelto a
invadir la guardería. Y juntos podían encontrar sentido en el estado de ánimo que de
repente la había dominado.
A medida que el bebé avanzaba y el pasado conflictivo de Annie se resolvía,
comenzamos a ver surgir una figura en la infancia de Annie que defendía la protección, la
tolerancia y la comprensión. Éste era el padre natural de Annie, que había muerto cuando
Annie tenía 5 años. En la memoria de Annie era amable y justo. Nunca la golpeaba. Jamás
habría permitido que otras personas fueran crueles con ella, si sólo hubiera permanecido
con la familia. Mientras hablaba de su propio padre, el amor y el recuerdo de su pérdida la
abrumaron. Por supuesto, no importa si el recuerdo de Annie sobre su padre fuera exacto
o no. Lo que sí importa es que en el caos y el terror de su infancia hubo una persona que le
dio un sentido de amor y protección. Al buscar su pasado por algo bueno, por alguna
fuente de fuerza, esto fue lo que encontró, y para Annie la Sra. Shapiro mantuvo viva esta
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memoria buena. Ahora comprendimos otra parte del rompecabezas. Recuerdan cuando
conocimos a la familia Beyer por primera vez, Annie no sólo se había negado a cuidar a su
bebé, sino que también se lo entregaba a su marido, el padre del bebé, para que lo
atendiera. Todo esto había cambiado en los meses intermedios, mientras Annie aprendía,
a través de su terapeuta, cómo una madre también puede ser un protector para su hijo.
En los primeros meses de trabajo, Greg mismo comenzó a mostrar un
fortalecimiento en su vínculo con su mamá. A los 10 meses de edad, justo antes de que la
Sra. Shapiro saliera de vacaciones, su comportamiento hacia su madre mostró una
respuesta selectiva y la búsqueda de ella, muy sonriente y buscando contacto con ella, se
acerca a la madre para confort y compañía. Sin embargo, todavía veíamos un poco de
miedo a la madre, cuando su voz estridente lo detuvo en medio de un delito trivial.
Durante estos meses, debemos recordar que Annie estaba embarazada. Rara vez
hablaba a la Sra. Shapiro del bebé que venía. Era como si el embarazo no fuera real para
ella. No había fantasías sobre el bebé. Estaba totalmente preocupada por sí misma y por
Greg, quien se estaba convirtiendo en el enfoque central para ella.
En julio, cuando la Sra. Shapiro estaba de vacaciones, Annie dio a luz a un niño
muerto. Cuando la Sra. Shapiro regresó, Annie estaba triste y cargada de culpa. Pensaba
que la muerte del bebé era un castigo para ella. No había querido al bebé, y pensó que
Dios no quería que un bebé viniera al mundo que no sería amado. Se dedicaron muchas
horas a juntar la experiencia de la pérdida y el auto-reforma.
Fue durante este período con ayuda, Annie también comenzó a entender por qué
no había estado lista para otro bebé. De hecho, estaba aprovechando todos sus recursos
emocionales empobrecidos para dar cariño y amor a Greg y, al dar, se sentía agotada.
Muchas veces tuvimos la impresión de que se mantenía a sí misma a través del cariño y el
cuidado de su terapeuta, prestando fuerza, aumentando la pobreza de su propia
experiencia en el amor a través de la relación con su terapeuta. Por supuesto, esta era
siempre una relación profesional, pero para una muchacha que había tenido una inanición
emocional y sido brutalizada, este cuidado profesional y comprensión parecía ser
experimentado como la entrega de amor.
Las hambres insatisfechas de la infancia eran fantasmas persistentes en este
hogar. A menudo cuando la terapeuta llegaba. Annie y Earl estaban viendo televisión. Sus
programas de televisión favoritos eran los programas infantiles y los dibujos animados.
Esto no fue por el bien de Greg, debemos asegurarles ya que el propio Greg no tenía
interés en estos programas. Durante el verano de las audiencias de Watergate, que se
llevaron a cabo en casi todos los canales, la Sra. Shapiro vio Annie y Earl cambiar de canal
a canal hasta que encontraron un programa que les gustaba. Era el Gigante Verde Alegre.
Cuando la Sra. Shapiro trajo juguetes cuidadosamente seleccionados para Greg
(como siempre hacemos por nuestros niños cuando sabemos que los padres no pueden
proporcionarlos), Annie llevaba una mirada conflictiva en su rostro. Era envidia y
anhelante, se dio cuenta la Sra. Shapiro. En una ocasión, cuando la Sra. Shapiro trajo unos
juguetes simples de plástico para el bebé, Annie dijo, con una voz llena de sentimientos,
‘‘Es mi cumpleaños la próxima semana, tendré diecisiete años.’’ La Sra. Shapiro
comprendió. Annie deseó que el regalo fuera para ella. La terapeuta, respondiendo
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rápidamente y habló del cumpleaños de Annie, y su deseo de que sea un día muy especial.
Annie dijo, ‘‘Nunca tuve un cumpleaños, nunca tuve una fiesta, estoy planeando tener una
para Greg en agosto, mi madre probablemente olvidará mi cumpleaños.’’ (Su madre lo
olvidó.) Para el cumpleaños de Annie, la Sra. Shapiro trajo un pequeño regalo
cuidadosamente elegido.
En el cumpleaños de Greg, la Sra. Shapiro trajo un autobús de juguete para el bebé.
Annie abrió el paquete. Estaba encantada. Examinó cada una de las figuras pequeñas,
abrió la puerta del autobús, colocó a toda la gente en los asientos, y sólo cuando terminó
de jugar con él se lo dio a Greg y compartió su entusiasmo.
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la voz estridente que oía a alguien diferente. Pero Annie no parecía enterarse de esto. La
voz alienígena también se incorporó en su personalidad. ¿Podríamos emplear las
manifestaciones sobre el terreno de esta identificación patológica en un proceso de
interpretación en dos fases? En primer lugar, hacer que el ego de la voz sea extraño,
identificarlo; luego interpretarlo como una defensa contra la intolerable ansiedad y
¿llevar a Annie a reexperimentar su propia infancia sentimiento de terror y desamparo?
No hubo dificultad para encontrar la ocasión en una visita domiciliaria. La ocasión,
como ocurrió, apareció con sorprendente claridad en una visita poco después de que
examinamos los problemas técnicos de nuestra conferencia.
Greg, de 17 meses, estaba en su silla de niños, comiendo su desayuno. Madre
mantuvo una corriente de admoniciones mientras comía, ‘‘No hagas eso, no dejes caer la
comida.’’ Luego, repentinamente respondiendo a algún accidente trivial en la silla, Annie
gritó, ‘‘¡Para con eso!’’ Ambos Greg y la Sra. Shapiro saltaron. Annie le dijo a la terapeuta,
‘‘Te he asustado, ¿verdad?’’ La Sra. Shapiro, recuperándose de la conmoción, decidió que
éste era el momento que esperaba. ‘‘A veces, Annie, las palabras y los sonidos que salen de
tu boca ni siquiera suenan como tú. Me pregunto ¿a quién suenan?’’ Annie dijo de
inmediato, ‘‘Lo sé, suenan como mi madre, mi madre solía asustarme.’’ ‘‘¿Cómo te
sentiste?’’ Annie dijo, ‘‘¿Cómo te sentirías si estuvieras con un elefante en una tienda de
porcelana. . . . Además, no quiero hablar de eso, he sufrido lo suficiente, eso está detrás de
mí…’’
Pero la Sra. Shapiro suavemente persistió e hizo la interpretación crucial. ‘‘Me
imagino que como una niña pequeña, podrías haber estado tan asustada, y para sentirte
menos asustado, podrías haber empezado hablar y sonar como su madre.’’ Annie volvía a
decir, ‘‘No quiero hablar de eso en este momento,’’ pero estaba profundamente afectada
por las palabras de la Sra. Shapiro.
El resto de la hora tomó un giro curioso. Annie empezó a derrumbarse delante de
la Sra. Shapiro. En lugar de una chica dura, desafiante, agresiva, se convirtió en una niña
indefensa y ansiosa durante toda la hora. Como no pudo encontrar palabras para hablar
de la angustia profunda que había surgido en ella, empezó a hablar de todo lo que
encontraba en su vida contemporánea que la hacía sentirse asustada, indefensa y sola.
De esta manera, y por muchas horas por venir, la Sra. Shapiro llevó Annie de
vuelta a las experiencias de desamparo y el terror en su niñez se movió de acá para allá,
desde el presente hasta el pasado. Identificando para Annie las maneras en que trajo sus
propias experiencias a su crianza de Greg, cómo la identificación con la gente temida de su
niñez fue ‘‘recordada’’ cuando se convirtió en la madre aterradora para Greg. Fue un
momento de regocijo terapéutico cuando Annie pudo decir, ‘‘No quiero que mi hijo tenga
miedo de mí.’’
El esfuerzo en esta área trajo cambios profundos en Annie y en su relación con
Greg. La propia Annie empezó a dejar atrás su manera dura de ‘‘un niño de la calle,’’ y la
voz estridente fue silenciada. A medida que la identificación patológica con su propia
madre comenzó a disolverse, vimos a Annie buscando nuevos modelos para la maternidad
y para la feminidad, algunos de los cuales eran fácilmente identificados como atributos de
la Sra. Shapiro.
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Comenzamos este artículo con una pregunta: ‘‘¿Qué es lo que determina si el pasado
conflictivo del padre se repetirá con su hijo?’’ La morbilidad en la historia paterna no
predecirá en sí misma la repetición del pasado en el presente. La presencia de figuras
patológicas del pasado parental no predecirá, en sí misma, la identificación con esas
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REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA
Freud, A. (1936). The Ego and the Mechanisms of Defense. New York: International
Universities Press, rev. ed., 1996.
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