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Katz Blumler y Gurevitch Usos y Gratificaciones de La Comunicacion de Masas PDF
Katz Blumler y Gurevitch Usos y Gratificaciones de La Comunicacion de Masas PDF
GUREVITCH
Usos y gratificaciones de la comunicación de masas
Publicado por Miguel de Moragas en "Sociología de la comunicación
de masas", ed. G. Gili, Barcelona, 1985
Por otra parte, el enfoque de usos y gratificaciones aporta una perspectiva más
amplia para la exploración de la conducta individual frente a los medios, al
unirla a una búsqueda continua de las formas en que los seres humanos crean y
gratifican las necesidades. Mientras que muchas de las necesidades hasta ahora
estudiadas pueden ser descritas como relacionadas con los medios, otras no son
necesariamente dependientes del uso de los medios y por tanto pueden ser
gratificadas por fuentes que sean o no sean relativas a los medios. La exposición
ante los medios constituye, por tanto, un conjunto de «alternativas funcionales»
para la satisfacción de las necesidades, lo que puede ser comparado, en
principio, con la función de otras búsquedas de actividades recreativas. El
enfoque postula que las gratificaciones pueden ser derivadas no sólo del
contenido de los medios, sino del propio acto de la exposición ante un medio
dado, así como el contexto social en el que ese medio es consumido. Esto facilita
una perspectiva dinámica de la totalidad de los factores incluidos en el consumo
de medios, y sugiere las formas en que cabe decir que se produce una división
del trabajo entre medios diferentes, además de ofrecer una visión del constante
cambio y la transformación de la misión de los medios por parte de sus
consumidores. En consecuencia, el enfoque facilita las comparaciones entre
diferentes medios y tipos de contenido, en función de la relación con su público,
y no en términos tecnológicos, estéticos, ideológicos u otros más o menos
minoritarios. Finalmente, al examinar los orígenes sociales y las diferentes
experiencias vitales de los consumidores, vincula la comunicación de masas con
los papeles sociales y las actitudes psicológicas y, a través de ello y en última
instancia, con otras instituciones sociales.
El interés por las gratificaciones que los medios aportan a su público se remonta
al comienzo de la investigación empírica sobre las comunicaciones de masas.
Tales estudios estuvieron bien representados por las colecciones de
Lazarsfeld/Staton (1942, 1944, 1949); por Herzog (1942), en los programas de
preguntas y respuestas y en las gratificaciones derivadas de escuchar seriales
radiofónicos; por Schuman (1942), sobre los motivos que suscitan interés por
los programas de radio basados en música clásica; por Wolfe/Fiske (1949),
sobre el desarrollo del interés de los niños por los comics; por Berelson (1949),
sobre las funciones de la lectura de periódicos, etc. Cada una de estas
investigaciones apareció junto a una lista de las funciones cumplidas por algún
contenido específico o por el medio en cuestión: comparar el ingenio propio con
el ajeno, obtener información o consejo para la vida cotidiana, dar una cierta
estructura a la propia existencia, prepararse culturalmente para las exigencias
del ascenso social, o ver confirmadas la dignidad y la utilidad de la misión de
cada uno en la vida.
Lo que tales estudios iniciales tuvieron en común fue, en primer lugar, un
enfoque metodológico básicamente similar con el cual las declaraciones sobre
las funciones de los medios fueron solicitadas a los consultados de manera
esencialmente abierta. En segundo lugar, compartieron un enfoque cualitativo
en su intento de agrupar las declaraciones sobre gratificación en categorías ya
designadas, ignorando prácticamente la distribución de su frecuencia dentro de
la población. En tercer lugar, no intentaron explorar los vínculos existentes
entre las gratificaciones así detectadas y los orígenes psicológicos o sociológicos
de las necesidades que así quedaban satisfechas. En cuarto lugar, omitieron
buscar las interrelaciones entre las diversas funciones de los medios, ya fuese
cuantitativa o conceptualmente, de una forma conducente a detectar la
estructura latente de las gratificaciones aportadas por los medios. En
consecuencia, tales estudios no dieron como resultado un cuadro
acumulativamente más detallado de las gratificaciones de los medios, capaz de
conducir a la eventual formulación de manifestaciones teóricas.
La sugerencia de que los temas explorados por tales estudios pudieran ser
explorados desde otros ángulos fue aportada por estudios derivados de otras
tradiciones. Erich Fromm (1941) escribió sobre las funciones psicológicas de los
dibujos animados del gato y el ratón, y sobre el más amplio significado social de
las persistentes victorias de los ratones; Warner/Henry (1948) realizaron un
«análisis simbólico» de las funciones otorgadoras de nivel social de los seriales
radiofónicos, y la «investigación de motivación» enumeró las gratificaciones
sociales y «psicológicas que supone el consumir diversos productos y leer
diversos anuncios». Estos enfoques aportaron también listas primariamente
simples y discretas de funciones, pero nos alientan ante el hecho de poder hallar
también una perspectiva funcional del consumo de medios fuera del estricto
marco académico de la investigación sobre los medios.
Así, el terreno quedó preparado para los intentos de realizar alguna integración
teórica de esa zona. Dos ejemplos prominentes de tales intentos fueron los
aportados por Wright (1960) y Klapper (1963), quienes demostraron la
aplicabilidad de los paradigmas funcionales de Merton (1957) y de Lasswell
(1948) al análisis de la conducta sobre medios masivos. La formulación de
Wright, en particular, mostró cómo las manifestaciones relativas a funciones ex-
plícitamente definidas de los medios podrían ser aplicadas a entidades tanto
micro como macrosociológicas. Posteriormente, Stephenson (1967) ofreció
asimismo un enfoque funcional y teórico para el análisis de la conducta en las
comunicaciones, proponiendo que buena parte del uso de los medios se centra
en el concepto del «juego».
Cabe que el lugar de la «teoría» y del «método» en el estudio de los usos y las
gratificaciones del público no sea inmediatamente evidente. La tendencia
habitual a etiquetar como «enfoque de usos y gratificaciones» el trabajo en este
campo parece desechar virtualmente toda pretensión teórica o todo
compromiso metodológico. Desde tal punto de vista, el enfoque representa
simplemente un intento para explicar algo sobre la forma en que las personas
utilizan la comunicación, entre otros recursos de su ambiente, para satisfacer
sus necesidades y para conseguir sus objetivos, y lo hace preguntando
simplemente a esas personas. Sin embargo, tal esfuerzo se apoya en una serie de
supuestos, explícitos o implícitos, que tienen cierto grado de coherencia interna
y que son discutibles en el sentido de que no todos los que los examinen habrán
de encontrarlos evidentes por sí mismos. Lundberg/Hulten (1968) se refieren a
esos supuestos como poseedores de un «modelo de usos y gratificaciones».
Pueden indicarse, en particular, cinco elementos:
1. Se concibe al público como activo, es decir, una parte importante del uso de
medios masivos se supone dirigido a unos objetivos (McQuail/Blumler/Brown,
1972). Este supuesto puede ser contrastado con la tesis de Bogart (1965) relativa
a que «la mayor parte de las experiencias con medios masivos representan un
pasatiempo y no una actividad con un propósito, lo que a menudo [refleja] cir-
cunstancias azarosas dentro de la gama de posibilidad, y no la expresión de una
motivación o necesidad psicológicas». Desde luego, no puede negarse que la
exposición ante los medios tiene a menudo un origen casual; el problema es si
los esquemas del uso de los medios están moldeados además por expectativas
más o menos definidas de lo que ciertos tipos de contenido tienen que ofrecer al
integrante del público.
Aunque esos supuestos adversarios rara vez han sido contrastados entre sí en un
mismo estudio, puede ser relevante anotar el hallazgo de Blumler/McQuail
(1968), según el cual la cantidad de programas electorales vistos por un
muestreo de los votantes británicos durante la campaña de las elecciones de
1964 fue pronosticada independientemente, tanto por los hábitos como
espectadores de los encuestados, como por un índice de su fuerza de motivación
previa, tendente a obtener información política en la televisión.
Por tanto, buena parte del consumo de medios masivos puede ser considerada
como una respuesta a las necesidades sentidas por el miembro de la audiencia,
ya que, dadas las disposiciones psicológicas y los papeles sociales, el espectador,
oyente o lector individual, experimenta o confía experimentar alguna forma de
satisfacción de necesidades, mediante sus conductas en el uso de los medios
(Lundberg/Hulten, 1968). Diferentes colaboradores en este campo han
delineado diversas perspectivas sobre la vinculación existente entre las
necesidades del público y el uso de los medios de comunicación de masas. Por
ejemplo, Edelstein (1973) concibe a un actor que advierte problemas en su
ambiente y recurre a la comunicación para que le ayude a comprenderlos o
solucionarlos. Katz/Gu-revitch/Hass (1973) abarcaron una amplia gama de «ne-
cesidades vinculadas a los medios», las que, sin embargo, pueden ser atendidas
igualmente recurriendo a otras fuentes de satisfacción ajenas a los medios,
como la familia, los amigos, el sueño y otras « alternativas funcionales ».
McQuail/Blumler/Brown (1972) se refieren al uso de los medios como «un
proceso interactivo, que relaciona el contenido de los medios con las
necesidades, percepciones, papeles y valores individuales, y con el contexto
social en el que una persona está situada». Rosengren (1974) ha elegido separar
algunos de estos elementos para formar una jerarquía de conceptos, que se
originan en necesidades humanas básicas, atraviesan «combinaciones diferen-
ciales de valores, con variables individuales y ambientales», y terminan en
intentos de búsqueda de gratificación en los medios y en otras fuentes. A pesar
de sus diferencias, empero, todas las formas actuales de la investigación sis-
temática sobre las gratificaciones del público se basan en alguna noción
explícitamente establecida acerca de cómo las necesidades individuales son
canalizadas hacia un uso motivado de los medios.
En cierto sentido, el término «efecto» es equívoco, porque sugiere que la televisión «hace algo»
a los niños [...]. Nada podría alejarse tanto de la realidad. Son los mismos niños los más activos
en esta relación. Son ellos quienes usan la televisión y no la televisión la que les usa a ellos.
Los medios de masas ocuparon un lugar dominante en la conciencia de los encuestados suecos,
sólo con respecto a la búsqueda de la información y al puro entretenimiento o diversión. Todo
otro tipo de objetivos suscitó la mención de una cantidad de caminos alternativos [...] tales como
el cambio de ambiente físico, el trabajo, los hobbies, los contactos sociales personales, etc.
Quizá la más prominente entre tales fuentes ajenas a los medios sea la
comunicación personal. Furu (1971) cons-lató que los niños japoneses de
décimo grado elegían la «conversación» con más frecuencia que ningún otro
medio aislado, cuando se les invitó a considerar las siguientes manifestaciones:
«Otorga el tiempo de mayor disfrute», «Libera mis frustraciones», «Es un
consuelo», «Estimula mi mente débil» y «Es útil para solucionar mis proble-
mas».
Pero probablemente tienen también su lugar otras fuentes ajenas a los medios.
Las funciones de integración en las fiestas religiosas y seculares han sido
apreciadas durante mucho tiempo en la literatura sociológica. Simi-larmente,
nada hay de nuevo en la apreciación del efecto de los hobbies en la relajación
mental, o del sueño para la huida, o de las drogas para una «conciencia
exaltada». La investigación futura en la relación existente entre medios de la
comunicación y medios ajenos a ella como fuentes de satisfacción de
necesidades habrá de arrojar seguramente más luz sobre el equilibrio entre
ambos y por tanto sobre la importancia relativa de la comunicación de masas en
la vida humana.
4. Hablando metodológicamente, muchos de los objetivos del uso de los medios
masivos pueden derivarse de datos aportados por los mismos integrantes
individuales del público; es decir, las personas son suficientemente conscientes
como para poder informar sobre su interés y su motivo en casos determinados,
o cuando menos para reconocerlos cuando se ven confrontados con ellos en una
formulación verbal inteligible y familiar.
Desde luego, la dependencia del investigador respecto a los datos del público
sobre las gratificaciones de los medios suscita problemas de validez y llama la
atención sobre la línea limítrofe que pueda separar las funciones manifiestas y
las funciones latentes de los medios masivos. Bien puede ser una limitación en
el estudio de usos y gratificaciones el hecho de haber trabajado firmemente,
hasta ahora, con el mundo más directo de lo manifiesto.
Por un lado, tanto el enfoque de usos y gratificaciones como las teorías sobre la
cultura popular comparten un interés común por la comprensión de la
vinculación del público a los medios masivos. De hecho, buena parte de las ideas
sobre la comunicación masiva, propuestas por los teóricos de la cultura popular,
pueden ser traducidas al idioma de los usos y las gratificaciones y sometidas a
una prueba empírica. Lo que ha sido aducido en tal sentido respecto a la noción
de huida (Katz/Foulkes, 1962) no es sino un ejemplo. Los escritores de la
cultura popular han visto asimismo los medios como ofertas de: sustitutos de
tamaño superior al real para los contactos interpersonales de comunicación
(Jarrell, 1960), seguridad en un mundo perturbado (Baldwin, 1960),
oportunidades de deleitarse sin amenaza personal con las aflicciones ajenas
(Wade, 1973), y la satisfacción de ejercer regularmente la propia conciencia
social, en respuesta a una gama de problemas sólo tenuemente desconcertantes
(Urwin, 1973). De manera similar, Gans (1957) ha aportado sugerencias sobre
las gratificaciones diferenciales que podrían ser obtenidas por personas situadas
en niveles distintos de la estructura social —los adultos y los adolescentes, los
WASP2 y los integrantes de minorías raciales, los miembros de clase media y los
de clase obrera en el público— al ver los mismos films.3
Pero algunas disparidades tienen raíces más profundas. Por ejemplo, aunque
algunos de los esquemas de clasificación recientemente desarrollados cuentan
con el apoyo empírico de una u otra forma del análisis correlativo, también se
apoyan en ciertas distinciones conceptuales, cuyas dimensiones difieren de un
estudio a otro. En un extremo están las concepciones unifuncionales de in-
tereses del público, que han sido expresadas de variadas maneras. Los escritores
de la cultura popular han criticado a menudo a los medios basándose en que,
por servir primordialmente a deseos escapistas, el público queda privado de los
usos más beneficiosos que podrían darse a la comunicación de masas
(MacDonald, 1957). El análisis realizado por Stephenson (1967) sobre la
comunicación de masas en términos de «juego» puede ser interpretado como
una prolongación, aunque en una expresión transformada y ampliada, de esa
misma noción. Un ejemplo más reciente ha sido aportado por Nordcnstreng
(1970); aunque rompe con las formulaciones convencionales, opta todavía por
una perspectiva unifuncional cuando manifiesta: «Ha sido documentado a
menudo [por ejemplo, durante las huelgas de televisión y periódicos en
Finlandia, 1966-1967] que la motivación básica para el uso de los medios tal vez
sea tan sólo una necesidad no articulada de contacto social».
Desde luego, la búsqueda de una tipología de amplitud total puede llegar a ser
exagerada. Un consumo de medios que esté orientado hacia una función de
«sociabilidad», por ejemplo, no es necesariamente parte de una sola actividad
homogénea. Puede incluir orientaciones tan diversas como disfrutar de la
compañía de otros en el momento en que se usan los medios; poder conversar
después, informalmente, con otras personas sobre los materiales de los medios;
obtener información de los medios con el propósito de funcionar eficazmente en
algún papel social específico, o intercambiar con otros la información
procedente de los medios, como manera de probar la competencia y el
conocimiento propios en un campo de interés compartido con aquéllos.
Gratificaciones y necesidades
Otros desarrollos teóricos son también relevantes. Las teorías sobre fases de la
socialización, que indican las exigencias informativas, conceptuales y
emocionales del niño o del adulto, a medida que aumenta su edad, son buenos
ejemplos de ello (por ejemplo, Parson y Bales, 1955; Becker y Strauss, 1957),
sobre las preferencias por los medios en menores de distintas edades, se han
apoyado implícitamente en teorías de esta clase. Las teorías sobre tomas de
decisiones aportan otra clase de ejemplo, toda vez que especifican los pasos
racionales y emocionales que están implícitos en la adopción de decisiones. La
tipología de votantes de Blumler/McQuail (1968) puede ser transformada en
una secuencia de la adopción de decisiones (conciencia, interés, decisión,
rcafirmación), tal como se ha hecho con los numerosos estudios sobre la
adopción de la innovación, en los que los medios pueden ser mostradoscomo
diversamente apropiados a la necesidad de cada fase mental en el proceso de esa
adopción (Rogers, 1972). Alternativamente, los estudiosos de los usos y gratifi-
caciones pueden tratar de trabajar como si dijéramos hacia atrás, es decir, de las
gratificaciones a las necesidades. En el campo de la información, por ejemplo, la
función de vigilancia puede remontarse hasta un deseo de seguridad, o hasta la
satisfacción de la curiosidad y del empuje exploratorio; buscar el refuerzo de las
actitudes y valores propios puede derivar de una necesidad de estar seguro de
que se tiene razón, y los intentos de correlacionar los elementos de la
información pueden surgir de una necesidad más básica de desarrollar el propio
dominio cognoscitivo del ambiente. De manera similar, el uso de materiales fic-
ticios (y otros) de los medios, para «referencia personal», puede surgir de una
necesidad de propia estimación; las funciones de utilidad social pueden ser
relaciones con una necesidad de afiliación, y las funciones escapistas pueden
estar vinculadas a la necesidad de liberar las tensiones y reducir la ansiedad.
Pero de cualquier manera que se proceda, es evidente que lo que aquí se
considera es un antiguo problema de la ciencia social y psicológica: cómo sis-
tematizar (si es que hay que molestarse en hacerlo) las largas listas de
necesidades humanas y sociales. Hasta ahora, la investigación sobre las
gratificaciones se ha mantenido cerca de lo que hemos denominado necesidades
vinculadas a los medios (en el sentido de que se ha observado que los medios las
satisfacen, por lo menos en parte), pero cabe preguntarse si todo ello no debe
ser colocado en el contexto más amplio de los estudios sistemáticos de
necesidades.
Los estudios han demostrado que las gratificaciones del público pueden
derivarse de tres fuentes distintas, como mínimo: el contenido de los medios, la
exposición ante ellos per se, y el contexto social que tipifica la situación de
exposición ante medios diferentes. El reconocimiento del contenido de los
medios como fuente de gratificaciones ha dado la mejor base de investigación en
esta zona, prestándose menor atención a las otras fuentes. Sin embargo, está
claro que la necesidad de relajarse o de pasar el tiempo puede ser satisfecha por
el acto de ver televisión, que la necesidad de sentir que se gasta el propio tiempo
de manera adecuada puede ser asociada al acto de la lectura
(Waplcs/Berelson/Bradshaw, 1940; Berelson/ Salter, 1949), y que la necesidad
de organizarse el día puede ser satisfecha simplemente con tener la radio sin-
tonizada (Mendelsohn, 1964). Similarmente, el deseo de pasar el tiempo junto a
la familia o los amigos puede verse cumplido mirando televisión en el hogar con
la familia o yendo al cine con los amigos.
Cada uno de los medios parece ofrecer una combinación singular de:
c) y situaciones típicas de exposición (en el hogar o fuera de él, solo o con otros,
con control sobre los aspectos temporales de la exposición o con la carencia de
tal control). El tema es entonces el de qué tipo de combinaciones de atributos
puede lograr que diferentes medios sean más o menos adecuados para la
satisfacción de necesidades diferentes (Katz/Gurevitch/Hass, 1973).
Cabe extraer una ilustración sobre el segundo aspecto de esta división del
trabajo a partir del mismo estudio. Aquí, la argumentación es que las
necesidades estructuralmente relacionadas tenderán a ser servidas por ciertos
medios con más frecuencia que otras. Así, se ha observado que los libros y el
cine se orientan hacia necesidades relativas a la autorrealización y la
autogratificación, pues ayudan a «conectar» a los individuos consigo mismos.
Los periódicos, la radio y la televisión parecen comunicar a los individuos con la
sociedad. De hecho, la función de los periódicos para quienes están interesados
en seguir lo que ocurre en el mundo parece haber sido muy subestimada en el
pasado (Edelstein, 1973; Lundberg/Hulten, 1968). Se constató, sin embargo,
que la televisión era usada con menor frecuencia que los libros y films como
medio de evasión para los encuestados israelíes. Y un estudio sueco sobre «las
especialidades funcionales de los medios respectivos» informó que «una
marginación del ambiente inmediato y de sus exigencias —probablemente en
mayor grado por el acto mismo de la lectura— es característica del uso público
de las revistas semanales» (Lundber/Hul-ten, 1968).
En otros niveles es sin embargo más difícil concebir una teoría general capaz de
clarificar los diversos procesos que subyacen en tales relaciones específicas. Una
estructuración preliminar de las posibilidades sugiere que pueden intervenir
factores sociales en la generación de necesidades vinculadas con los medios, en
cualquiera de las cinco formas siguientes (cada una de las cuales ha suscitado
algún comentario en la literatura):
Aunque la investigación sobre estas relaciones está aún en sus inicios, han sido
ya establecidas algunas conexiones (McQuail/Blumler/Brown, 1972) y se han
hecho intentos encaminados a formular una gama de hipótesis provisorias.
Pueden elegirse algunos ejemplos de un proyecto de investigación que se realiza
actualmente en el Center for Televisión Research de la Universidad de Leeds, en
Inglaterra. Este estudio formula por ejemplo la hipótesis de que el uso de los
medios para aislarse del ambiente externo caracteriza a individuos de escasa
adaptación personal y bajo amor propio, que se encuentran en circunstancias
laborales o familiares que suponen ambientes restrictivos y repetitivos; o en
individuos que prefieren la soledad en vez de la compañía de otros, así como en
aquellos que pertenecen a grupos supeditados y migratorios distanciados de sus
semejantes y de la sociedad.
...la relación entre las categorías de contenido y las necesidades del público es mucho menos
rígida y más compleja de lo que han apreciado los comentaristas en su mayor parte [...]. La
fuente de huida del mundo real para un hombre es el punto de anclaje para el sitio de otro
hombre en ese mundo. No existe una correspondencia entre el contenido de la comunicación y
la motivación del público, ni una correspondencia entre el lugar quü^pueda ser asignado al
material del programa, dentro de una escala de valor cultural, y la profundidad de sentidos que
puedan inferir de esos programas muchos de sus espectadores más atentos.
Gratificaciones y efectos
Los pioneros en el estudio de los usos y las gratificaciones se han movido por
dos aspiraciones principales. La primera, satisfecha en su mayor parte, ha sido
la de corregir un desequilibrio evidente en la investigación previa; las
necesidades del público, dijeron, merecen tanta atención por sí mismas como
las finalidades persuasivas de los comunicadores, motivo de preocupación en
tantos de los estudios iniciales sobre «efectos». El segundo objetivo importante
del estudio sobre usos y gratificaciones, sin embargo, fue el de tratar los
requerimientos del público como variables funcionales en el estudio de los
efectos de la comunicación tradicional. La formulación de Glaser (1965) ofrece
una expresión típica del razonamiento que guía ese plan:
Dado que los consumidores utilizan los medios con una variedad de necesidades y de
predisposiciones [...] toda identificación precisa de los efectos producidos por la televisión [...]
debe identificar los usos de la televisión que consiguen los diversos tipos de espectadores.
Pese a tales intentos, ha sido escaso el esfuerzo, tanto empírico como teórico,
dedicado al reconocimiento de los vínculos existentes entre las gratificaciones y
los efectos. Las limitadas pruebas surgidas del campo político sugieren que la
combinación de perspectivas, en cuanto a las funciones y a los efectos, puede ser
fructífera (Blumler/ McQuail, 1968), pero existen otros muchos focos de estu-
dios sobre efectos tradicionales para los que aún no se han formulado hipótesis
detalladas sobre las interacciones entre gratificaciones y efectos.
Temas metodológicos
Un hecho que marca el progreso obtenido es la integración cada vez más lograda
entre los materiales cualitativos y los cuantitativos. En los trabajos previos, los
contenidos de los medios (es decir, periódicos, comics de aventuras, relatos de
ciencia ficción, seriales radiofónicos, etc.) sugerían la existencia de complejas
relaciones funcionales con las necesidades de sus públicos. Gran parte de la
prueba cualitativa carecía de una información cuantitativa, mientras que la
prueba cuantitativa carecía a menudo de una firme base cualitativa.
Por ejemplo, en su estudio, todavía hoy muy citado, sobre las funciones del
periódico, Berelson/Salter (1949) se detuvieron ante un análisis subjetivo de
sesenta entrevistas intensivas con lectores que habían sido tcmporalmente
privados del periódico por una huelga. Incluso en la propuesta de Herzog (1942)
—un enfoque triple que combinara el análisis del contenido, la investigación de
gratificaciones y la investigación cuantitativa de las posiciones de los miembros
del público dentro de la estructura social— se advierte la carencia de referencia a
la necesidad de una cuantificación sistemática de la medida de las propias
gratificaciones.
Sin embargo, las principales metodologías que están ahora de moda difieren
entre sí en cuanto a los puntos de partida para lanzar sus investigaciones. Un
punto de partida radica en las necesidades como tales (Katz/Gurevitch/ Haas,
1973). El objetivo es clasificar las necesidades en términos de importancia para
el individuo y luego localizar los medios (o el contenido de los medios) y/o de
otras fuentes que satisfacen esas necesidades, tal como queda expresado por las
preferencias declaradas o por los esquemas de la exposición a los medios. La
ventaja de este enfoque es que facilita las comparaciones entre los medios, así
como entre éstos y otras alternativas funcionales. Pero quizá pueda ser aún
cuestionada la capacidad de la gente para reconocer y graduar la importancia
relativa de sus necesidades y para ordenar abstractamente la medida en que los
diferentes medios las atienden.
El problema de validez
Dado que la mayoría de los estudios publicados no han trabajado en más de dos
de tales dimensiones, hemos formado hasta el momento tan sólo una expresión
limitada de cómo pueden estar vinculadas entre sí. Es cierto que en dos
encuestas suecas, Rusengren/Windhal (1972) hallaron asociaciones positivas y
estadísticamente significativas entre las dimensiones c),d)yf), pero no quedaron
enteramente satisfechos con la validez de sus mediciones.
Para Carey (1969), el desarrollo de los medios nacionales desde el siglo xix,
atravesando las fronteras existentes de las diferenciaciones entre subgrupos
para obtener su público entre miembros de un conjunto diverso de co-
munidades subsidiarias y de sectores, ha tendido «a crear un consenso o al
menos un centro de valor, actitud, emoción y estilo expresivo», lo que supone el
repudio de «aquellos valores, actitudes y grupos que amenazan las tenues bases
del orden social»', así como «una celebración ritual de la base del orden social».
Para McCombs/Shaw (1972), los medios fijan agendas políticas que influyen en
los temas con los que el electorado confía que se enfrenten los políticos. Y para
Caze-ncuve (1973), los medios definen y ajustan jerarquías de valores, las que
aportan una guía normativa para los individuos y mecanismos reguladores para
el orden social.
Cabe que el doble tema subyacente en todo esto sea, primero, hasta dónde la
investigación sobre usos y gratificaciones debe ocuparse de las funciones
postuladas a un nivel supraindividual y, en segundo lugar, si el cultivo de tal
preocupación habrá de requerir un abandono de su metodología individualista.
Puede advertirse que las respuestas satisfactorias a estas preguntas sólo pueden
encuadrarse después de haber hecho detallados intentos para dar operatividad a
los requerimientos específicos que supone el experimentar diversas hipótesis
sobre las funciones sociales. Por ejemplo, en algunos casos tal esfuerzo podría
mostrar que la función social postulada presupone una función individual que
es asequible a la investigación, a la manera de la investigación tradicional sobre
gratificaciones del público. Así, la identificación hecha por
McQuail/Blumler/Brown (1972) sobre un interés del público en el «refuerzo de
valores» puede ser relevante para las tesis de Carey (1969) y de Cazeneuve
(1972). En otros casos, sin embargo, la confirmación de la función social podría
requerir la realización de algo más similar a un estudio convencional sobre
efectos, como en las investigaciones sobre la función de fijaciones de agenda de
los medios de masas.
Por otra parte, hemos procurado mostrar que el estudio de los usos y
gratificaciones de la comunicación de masas se relaciona con las situaciones
sociales de los individuos y grupos y con sus disposiciones psicológicas. En
verdad, el estudio de las gratificaciones del público enlaza con el propio
problema general de formular categorías con las necesidades individuales y
sociales y de especificar las fuentes de su satisfacción (o de su frustración). Los
diversos intentos recientes destinados a agrupar o analizar las necesidades y
gratificaciones vinculadas a los medios pueden contener quizá más amplias
inferencias para la ciencia social.
Sin embargo, la investigación empírica sobre lo que buscan los votantes cuando
siguen una campaña electoral no sólo colaboró vivamente en cambiar la
perspectiva; también subrayó la importancia que tiene para muchos ciudadanos
la función de vigilancia sobre los flujos de la información política (es decir, ver
qué haría cierto partido si llega al poder, mantenerse al tanto de los temas
principales del momento, juzgar cómo son los líderes políticos).
Tal hallazgo aportó a su vez una base para la formulación de propuestas a fin de
reestructurar el esquema de las transmisiones electorales, para que la
argumentación de las campañas fuera más significativa para la gente, y a fin de
contrarrestar sentimientos incipientes de frustración, escepticismo y
distanciamiento (Blumler/McQuail, 1968, cap. 14), y con la finalidad de reforzar
la eficacia de campañas electorales consideradas como «la principal experiencia
de aprendizaje para la política democrática» (Katz, 1971). Es asimismo de
interés señalar en ese sentido que la mayor parte de las objeciones a tales
propuestas surgieron, al menos en Inglaterra, de los principales partidos
políticos, y que los periodistas profesionales y los reporteros que trabajan en el
campo de la comunicación política les dieron un apoyo total (Blumler, 1969).
Notas
1. Rosengren (1974) ha propuesto una refinada formulación de tal paradigma para los estudios
de usos y gratificaciones.
2.WASP (White-Anglo-Saxon-Protcstant), sigla con que se suele aludir a un vasto grupo social
norteamericano, diferenciándolo de las diversas minorías pertenecientes a otros grupos étnicos
o religiosos.(N.delT.)
3.La crítica sobre las artes populares (y no tan populares) es una fuente todavía no explorada de
hipótesis empíricamente experimentales.Considérese la ópera, el medio al que aludíamos antes.
«Piénsese—invita
Bayard Northcott (1973)— en lo que Gaelano Donizetti podía considerar como seguro cuando se
sentó a escribir Don Pasquale en el otoño de 1842; en realidad, en lo que podía considerar como
seguro en las sesenta y siete óperas previas que había escrito desde 1818. En toda ciudad italiana
y en casi todas las mayores ciudades europeas, el teatro de la ópera hacía las veces de un centro
social, cultural y hasta moral. Los públicos esperaban no sólo ser entretenidos, emocionados y
vistos, sino ambién que se les recordaran los Dictados del Honor y la Santidad de la Familia, o
que se les asegurara que la locura persistente provoca la retribución cómica o, más
solemnemente, que «los placeres de lo inicuo sólo son una bocanada de humo».