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CAPILLA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

HORA SANTA
“PENTECOSTES”

GUÍA: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
La fiesta de Pentecostés es el segundo domingo más importante del año litúrgico en donde los
cristianos tenemos la oportunidad de vivir intensamente la relación existente entre la Resurrección
de Cristo, su Ascensión y la venida del Espíritu Santo.

El Papa Francisco se refirió al Espíritu Santo como “el viento que nos impulsa adelante, que nos
mantiene en camino, nos hace sentir peregrinos y forasteros, y no nos permite recostarnos y
convertirnos en un pueblo ‘sedentario’”.

Dios es no solo objeto de la esperanza de los hombres y mujeres , sino también quien da la felicidad.
“Es la alegría de esperar y no esperar de tener la alegría”. Además, el Espíritu Santo es quien puede
hacer a las personas sembradoras de esperanza, convertirlas en otros “paráclitos”, es decir,
consoladores y defensores de los hermanos.

Que esta próxima fiesta de Pentecostés nos encuentre concordes en la oración, con María, la Madre
de Jesús y nuestra. Y el don del Espíritu Santo nos haga sobreabundar en la esperanza.
GUÍA: Nos ponemos de rodillas para realizar en silencio de manera personal e interior nuestro acto
de adoración inicial.
CANTO

GUÍA: En los cielos y en la tierra sea por siempre alabado.


TODOS: El corazón amoroso de Jesús sacramentado.
GUÍA: Sea por siempre bendito y adorado Cristo, Nuestro Señor Sacramentado.
TODOS: Nuestro Rey por los siglos de los siglos. Amén.
GUÍA: La eucaristía nos va regalando cada vez que la celebramos, al propio Jesús, cuya mesa
compartimos siempre con alegría y gratitud, pero sobre todo con la conciencia de estar volviendo a
entrar en el misterio pascual de su vida, pasión, muerte y resurrección.
La venida del Espíritu Santo en Pentecostés nos reafirma esa presencia de Jesús en nuestra vida
y en nuestra liturgia. Él dijo a sus discípulos que no los dejaría solos, que les enviaría un defensor,
un amigo. Es el Espíritu Santo, que juega un rol especial en la celebración de la eucaristía. En ella
así invocamos al Padre: “Te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu”, y
“que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de
Cristo”.
Así, el Espíritu Santo irrumpe en cada misa con una doble tarea. En primer lugar, la de “santificar”
los dones recién presentados del pan y del vino. Es decir, apartarlos de su uso habitual y
consagrarlos a su sentido litúrgico: poco después serán el Cuerpo y la Sangre de Cristo que
alimentará a su pueblo en el camino del discipulado. Se invoca al Espíritu para que esos sencillos
frutos de la tierra y de la vida diaria, que son alimento del cuerpo, sean alimento del espíritu, fuerza
para vivir el Evangelio.
En segundo lugar, el Espíritu Santo realiza la tarea de crear y fortalecer en la Iglesia la comunión,
la unidad, la paz y la concordia. Se lo invoca entonces como ese Espíritu de Pentecostés, que
permite entenderse a la muchedumbre que habla en diversas lenguas, que crea entre los discípulos
una comunión profunda, espiritual, más allá de sus diferencias humanas.
Hace cincuenta días, celebrábamos la Pascua de Resurrección. Pronto, en “otra noche santa”,
celebraremos Pentecostés, la presencia del Espíritu en la asamblea fraterna. Como en aquel tiempo,
también nos reunimos a la espera del Espíritu, junto con María, la madre de Jesús y nuestra. El
Espíritu Santo que recibieron los apóstoles de la Iglesia naciente, es el mismo Espíritu que un día
recibimos en nuestro bautismo, y el mismo que hoy Jesús Resucitado sigue derramando sobre
nosotros, para animar nuestro caminar creyente y renovar nuestro compromiso cristiano.
PARTICIPANTE: El Espíritu Santo nos invita a permanecer en vela, a vivir en vela, para percibir
su presencia, para escudriñar sus mociones, para acoger sus movimientos en nosotros. Velando,
junto a Jesús Eucarístico, queremos que se realice en nosotros un nuevo Pentecostés, una nueva
invasión de la fuerza del amor de Dios. Este es nuestro anhelo y nuestra esperanza. Pentecostés
es la Pascua del Espíritu, Aliento de Dios que pone en movimiento la fe y la vida.
PARTICIPANTE: Velando queremos preparar nuevamente la venida del Espíritu Santo. Que su
fuego nos atraviese para encender nuestro corazón. Que con su aliento nos impulse para ser
testigos. Que con su luz nos alumbre para convertirnos en profetas. Que con su calor nos haga ser
memoria viviente de Jesús vivo y eucarístico.
PARTICIPANTE: Velando en compañía de Jesús Eucarístico, convirtámonos en llamas vivas, que
danzan, brillan, calientan y llenan de luz la existencia. Velando, invoquemos la presencia del Espíritu
que todo lo inunda, todo lo transforma y todo lo renueva.
CANTO
GUÍA: Nos disponemos a acoger la Palabra de Dios (Hch. 2, 1-11).
"Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente vino
del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de viento, que llenó toda la casa donde estaban,
y aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y fueron posándose sobre cada uno
de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según
el Espíritu les concedía que se expresaran. Estaban de paso en Jerusalén judíos piadosos, llegados
de todas las naciones que hay bajo el cielo. Y entre el gentío que acudió al oír aquel ruido, cada uno
los oía hablar en su propia lengua. Todos quedaron muy desconcertados y se decían, llenos de
estupor y admiración: «Pero éstos ¿no son todos galileos? ¡Y miren cómo hablan! Cada uno de
nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa. Entre nosotros hay partos, medos y elamitas,
habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia, Panfilia, Egipto y de la
parte de Libia que limita con Cirene. Hay forasteros que vienen de Roma, unos judíos y otros
extranjeros, que aceptaron sus creencias, cretenses y árabes. Y todos les oímos hablar en nuestras
propias lenguas las maravillas de Dios.». Todos estaban asombrados y perplejos, y se preguntaban
unos a otros qué querría significar todo aquello.» Pero algunos se reían y decían: «¡Están
borrachos!» Entonces Pedro, con los Once a su lado, se puso de pie, alzó la voz y se dirigió a ellos
diciendo: «Amigos judíos y todos los que se encuentran en Jerusalén, escúchenme, pues tengo algo
que enseñarles. No se les ocurra pensar que estamos borrachos, pues son apenas las nueve de la
mañana, sino que se está cumpliendo lo que anunció el profeta Joel: Escuchen lo que sucederá en
los últimos días, dice Dios: derramaré mi Espíritu sobre cualesquiera que sean los mortales. Sus
hijos e hijas profetizarán, los jóvenes tendrán visiones y los ancianos tendrán sueños proféticos. En
aquellos días derramaré mi Espíritu sobre mis siervos y mis siervas y ellos profetizarán. Haré
prodigios arriba en el cielo y señales milagrosas abajo en la tierra. El sol se convertirá en tinieblas y
la luna en sangre antes de que llegue el Día grande del Señor. Y todo el que invoque el Nombre del
Señor se salvará." Palabra de Dios.
TODOS: Te alabamos Señor.
GUÍA: Reelemos en silencio la lectura y podemos decir en voz alta la frase que nos ha llegado al
corazón.
GUÍA: Mientras escuchamos el canto con la fuerza que recibieron María y los apóstoles,
encendemos nuestras velas como signo del Espíritu, tomando la luz del Cirio Pascual y formamos
un medio circulo alrededor de Jesús Eucarístico, a la espera de que este mismo Espíritu se haga
presente entre nosotros hoy.
TODOS: Ven Espíritu Divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus
dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las
horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre si Tú le faltas por
dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el
hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus Siete Dones según la fe de tus siervos. Por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su
mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.
GUÍA: Apagamos nuestras velas y regresamos a nuestros lugares.
CANTO
GUÍA: Tomamos como modelo el testimonio de María de Nazaret, oyente de la palabra, creyente
cualificada, protagonista humilde, sujeto activo, testigo esperanzador de la acción liberadora de Dios
sobre la humanidad entera. Su testimonio nos ayuda a revisar, actualizar y celebrar.
PARTICIPANTE: Mujer dócil: Quizá sea esta la clave para entender todo el misterio y la grandeza
de la que fue la madre de Jesús. Decir sí al Espíritu, no una vez ni dos… sino siempre. Un sí
permanente, actualizado, renovado y feliz.
PARTICIPANTE: Mujer del silencio: Silencio para interiorizar, para llenar la mente y el corazón de
todo lo que viene de Dios, de su presencia y de su Palabra. Silencio también para acoger todo lo
que viene del hombre, sus anhelos, sufrimientos y esperanzas más profundas.
PARTICIPANTE: Mujer de la escucha: Escucha la voz del Espíritu, para aprender de Él, para saber
el camino, para encontrar las respuestas para saber decir, con toda el alma: “Haced lo que Él os
diga”.
PARTICIPANTE: Mujer de esperanza: Esperanza porque confía en Él. Conoce y ama al Señor. Se
apoya en sus promesas. Tanto, que salen de su corazón como un canto, con las ganas del que no
puede callar lo mucho que conoce y ama al Señor: “Mi alma canta la grandeza del Señor, que hace
proezas con su brazo: derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes…”.
CANTO
GUÍA: Las palabras del profeta Ezequiel nos recuerdan la obra maravillosa que Dios desea
realizar en nosotros, en la Iglesia y en el mundo entero, con el don de su propio Espíritu.
Escuchemos cómo describe el profeta esta impresionante comunicación del amor de Dios que nos
invade y seduce. Después meditaremos y daremos gracias por el Espíritu que con sus dones
reaviva nuestros corazones para amar a Dios y al prójimo.
PARTICIPANTE: Lectura del profeta Ezequiel 36, 26-29
Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el
corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré
que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. Habitaréis en la tierra
que di a vuestros padres, y vosotros me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios. Y os
guardaré de todas vuestras inmundicias; y llamaré al trigo, y lo multiplicaré, y no os daré hambre.
Palabra de Dios.
TODOS: Te alabamos Señor.
GUÍA: Uno a uno se irán mostrando los carteles de los 7 dones al mismo tiempo que se lee el texto.
Se acompaña de una vela encendida.
GUÍA: Don de sabiduría.
PARTICIPANTE: Este don hace amar a Dios con todo el corazón y con toda el alma. Es casi otro
nombre del mismo Dios.
“La luz del Espíritu Santo ilumine siempre nuestros corazones”
“Envíala desde el cielo sagrado, mándala desde el trono glorioso, para que esté a mi lado y trabaje
conmigo, enseñándome lo que te agrada”
GUÍA: Silencio y reflexión personal: - ¿Cómo puedo crecer en la acogida y vivencia personal del
amor de Dios?
GUÍA: Don de inteligencia.
PARTICIPANTE: Conocer al Espíritu es, ante todo, experimentar su acción, dejarse invadir por su
influencia; es hacerse dócil a sus impulsos; es desear siempre más conscientemente la fuente de
nuestra vida.
“Obra con libertad cuanto el Espíritu te inspire”
“Conocer al santo es inteligencia.
GUÍA: Silencio y reflexión personal: - ¿En qué aspectos de mi vida puedo comprobar la influencia
del Espíritu, mi docilidad a su acción en mí, en la Iglesia, en la sociedad?

GUÍA: Don de ciencia.


PARTICIPANTE: Poco tiene que ver este don con lo que nosotros entendemos hoy por ciencia. En
la Escritura hace referencia a todo lo que tiene que ver con el conocimiento de Dios y la existencia
entera, en relación con Él.
“El Espíritu, que procede del Padre y del Hijo, dispone y prepara el alma para recibir a su Dios, estas
disposiciones son los dones del Espíritu Santo…”
“Él os enseñará todo, y os recordará todo lo que os he dicho… Cuando venga él, el Espíritu de la
verdad, os guiará hasta la verdad completa”
GUÍA: Silencio y reflexión personal: - ¿En qué percibo que el Evangelio de Jesús es la referencia
fundamental de mis criterios y actitudes?
GUÍA: Don de consejo.
PARTICIPANTE: Es el don de la prudencia a la hora de hablar y de escuchar. Capacidad para tomar
decisiones acertadas. Discernir, orientar, alentar, acompañar…
“El Espíritu Santo no abandona un alma que ha tomado ya por suya, pero ¡qué bueno es tener
compañía y guía!”
“A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el provecho común… pero todas estas
cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su
voluntad”
GUÍA: Silencio y reflexión personal: - ¿Cómo busco servir a Dios y a los hermanos y colaborar al
bien común con todas mis capacidades y dones?
GUÍA: Don de fortaleza.
PARTICIPANTE: Es el don de los profetas, de los mártires, el de los que “son fuertes” y se
mantienen en pie, con dignidad ante el dolor, el sufrimiento y la muerte; ante las amenazas y
persecuciones…
“Los misioneros en la Iglesia, son lenguas de fuego bajo cuya figura desciende el Espíritu Santo
sobre la tierra para encender en ella el fuego del amor divino”
“Los llenó a todos del Espíritu Santo y anunciaban con valentía el mensaje del Señor”
GUÍA: Silencio y reflexión personal: - ¿Cómo busco servir a Dios y a los hermanos y colaborar al
bien común con todas mis capacidades y dones?
GUÍA: Don de piedad.
PARTICIPANTE: Es el don de los que se abren a la actuación de Dios. La Piedad está hecha de
agradecimiento, cariño, ternura. Disponibilidad… Algo muy delicado y valioso. Ayuda a ver con
buenos ojos a los demás.
“…Y tal puede ser la eficacia que dé el Espíritu Santo a su oración que alcance lo que pretende”
“En el jardín de la Iglesia el Espíritu Santo es la lluvia que la empapa con sus dones haciéndola
fructificar”
“Todos a los que anima el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Así pues. No habéis recibido un espíritu
de esclavos para recaer en el temor; habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos que hace gritar
¡Abba! ¡Padre! Ese mismo espíritu le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios”
GUÍA: Silencio y reflexión personal: - ¿Cómo estoy viviendo mi relación con Dios desde el amor,
cómo me siento en verdad hijo suyo, cómo trato a los demás como hermanos, sin acepción de
personas ni discriminación alguna?
GUÍA: Don de temor de Dios.
PARTICIPANTE: En sentido bíblico, éste don es: respeto, admiración, agradecimiento hacia Aquel
que es mayor y mejor que nosotros. Gracias a la presencia del Espíritu, cuando “fallamos”, somos
capaces de retomar el camino, intentar una y otra vez corresponder a la misericordia que Dios nos
tiene.
“Tu Espíritu, siendo Dios Creador, Dios Salvador, Dios Vivificador, Tu Espíritu, después de haberme
dado el ser y la existencia, me ha dado el ser y la vida de Gracia por el Bautismo”
GUÍA: Silencio y reflexión personal: - ¿Cómo puedo dar un impulso nuevo a mi vida desde el
agradecimiento a Dios?
CANTO
GUÍA: Padre amoroso del pobre, mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro.
TODOS: Sabemos que somos pobres. Si prescindimos de ti, nuestras vidas quedan vacías de
sentido. Creemos tenerlo todo y no tenemos lo principal. Tú eres el que anima a la comunidad
cristiana por dentro, nuestras familias, nuestros trabajos, nuestras vidas…... Tú eres quien nos
anima a cada uno de nosotros para que entremos en comunión con Dios en la Palabra, en los
Sacramentos, en la vida. Necesitamos de ti. Ven y ayúdanos.
GUÍA: Señor, que has dado a tu Iglesia el don del Espíritu Santo. Custodia en nosotros este Don,
para que siempre obre en nosotros la fuerza de tu Espíritu. Tú que vives y reinas por los siglos de
los siglos.
Reserva y despedida

GUÍA: En los cielos y en la tierra sea por siempre alabado.


TODOS: El corazón amoroso de Jesús sacramentado.
GUÍA: Sea por siempre bendito y adorado Cristo, Nuestro Señor Sacramentado.
TODOS: Nuestro Rey por los siglos de los siglos. Amén.
TODOS CANTANDO: En los cielos y en la tierra sea para siempre alabado, el corazón amoroso de
Jesús Sacramentado.

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