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CONSTRUCCIONES DE LO ANÍMICO
En el documento que podéis leer a continuación, os presento una orientación sobre la forma
de enfocar las respuestas a las preguntas planteadas en la última PEC del curso.
Espero que os sea de ayuda para establecer una comparativa con vuestros propios trabajos.
CONSTRUCCIONES DE LO ANÍMICO
El texto que os hemos presentado en la PEC 4, autoría de F. Tortosa (1998a), nos introduce uno
de los aspectos fundamentales, y que a menudo es marginado u obviado en el momento de
hacer Historia de la Psicología, al establecer que la práctica historiográfica debe alejarse del
relato arquetípico de la sucesión de conquistas, más o menos individuales, de los diversos
campos y objetos que configuran el desarrollo de la disciplina. En realidad, si quiere tener
alguna validez, la Historia de la Psicología debería significar la (re)construcción del contexto
(ideológico, social, cultural o teórico, entre otros) en el que surge la investigación. Lo que
acabamos de exponer tiene que ver con el hecho de que el propio objeto de investigación es
una construcción, por lo que se produce a partir de una vinculación social entre el objeto y el
mismo investigador. En esta relación, hay que añadir que hay intereses de grupo, transversales
a muchas generaciones y heredados por el investigador, que le movilizan, a su vez, a producir
este objeto.
Esta perspectiva se vincula estrechamente con lo observado en el texto de Illouz (2010) que
trabajamos en la primera PEC, donde se vio de qué manera las investigaciones psicológicas
respondían a las exigencias del sistema capitalista. Así, pudimos ver cómo se podían generar
condiciones de posibilidad más específicas, sutiles y eficientes para explotar el trabajador, a
través de las investigaciones de Mayo. La psicología respondía pues, a los intereses sociales de
clase.
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que se alimenta y retroalimenta de discursos tan dispares como los de los filósofos
presocráticos, Platón, San Agustín, Lamarck, Darwin, Wallace o Huxley, por citar algunos
ejemplos.
Entrando en el análisis de contenidos del texto objeto de comentario de esta PEC, podríamos
empezar diciendo que la tarea del historiador de la psicología consiste en explicar el desarrollo
del conocimiento sobre lo psicológico a lo largo del tiempo. Ahora bien, tal y como apunta
Tortosa (1998a), hay que tener en cuenta que el propio objeto de la psicología como ciencia no
es algo que exista «ahí fuera» esperando a ser descubierto y desvelado, sino que el objeto de
la psicología sería el producto de una construcción histórica, condicionada por un conjunto de
factores que van más allá de la lógica científica (sociales, políticos, tecnológicos, etc.). A este
respecto, el carácter constructivo de las categorías psicológicas pondría de relieve la
importancia de su dimensión discursiva o, en otras palabras, el «papel del lenguaje como
factor que moldea también nuestra auto-comprensión y la de los otros» (Tortosa, 1998a, p.
13). Por ejemplo, la categoría psicológica de emoción, lejos de ser algo natural, un objeto que
existe esperando a ser estudiado y revelado, es en realidad una categoría histórica cuyo
sentido va de la mano de un discurso científico de corte psicofisiológico y biológico; un
discurso que fue relegando a otro de tipo religioso, donde la pasión se erigía como categoría
principal (hay que señalar que mientras que la categoría de emoción comparte con la de
motivación la raíz etimológica latina movere, que implica movimiento, la categoría pasión
indica, por el contrario, un estado de pasividad).
Partiendo, pues, de esta idea, según la cual las categorías psicológicas son construcciones
derivadas de la propia actividad científica (condicionada a su vez por factores que van más allá
de su lógica interna) una historia de la psicología crítica no puede reducirse a ser una mera
recopilación de datos, de descubrimientos realizados por grandes hombres, o un relato basado
en la idea de progreso, según el cual estaríamos cada vez más cerca de la verdad de estos
objetos psicológicos. Según Tortosa (1998a) esto sería lo que habría hecho tradicionalmente la
historia clásica, «caracterizada como de naturaleza internalista, acumulativa, biográfica,
inductivista, dogmática y neutral, proclive al uso de un concepto desideologizado y asocial de
la ciencia» (p. 11). La historia crítica, en cambio, se caracterizaría, no sólo por enmarcar la
actividad científica en su correspondiente contexto histórico, social y político (ofreciendo así
una historia externa a la de la propia actividad científica), sino también por explicar la
construcción de las propias categorías psicológicas que damos por supuestas.
También resulta interesante señalar la propia contextualización (social, política, histórica, etc.)
de la tarea científica del historiador a la hora de seleccionar, priorizar, dar sentido y forma
narrativa al objeto de su estudio.
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Por otra parte, la institucionalización de la psicología como ciencia vivió su periodo
fundamental durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX. Tras el
impulso generado por la psicología experimental alemana wundtiana (Tortosa, 1998b), se
inició una expansión de diferentes escuelas que tuvieron numerosas interjecciones, influencias
y posturas contrapuestas. La prosperidad económica de la nueva industrialización permitió el
surgimiento en Estados Unidos de nuevas posturas funcionalistas pragmáticas, contrapuestas
al estructuralismo empirista y positivista, e inspiradas en el asociacionismo evolucionista
(Pastor y Civera, 2008). Se ampliaron las posibilidades metodológicas en un intento de que la
psicología fuera una ciencia práctica que entendía la mente desde un punto de vista
adaptativo, llegando a abrazar el darwinismo social (Leahey, 1998/2005). Se introdujo, por
tanto, la psicología del comportamiento como una nueva categoría que se aproximaba al
estudio de la persona en relación con el medio, impulsando así la psicología aplicada, de las
diferencias y, finalmente el conductismo (Pérez-Garrido, Civera y Pastor, 2008; Pastor y Civera,
2008).
Aunque su propuesta se convirtió en la fuerza dominante en los años veinte del siglo XX, no
consiguió la ansiada base científica y, en este contexto, surgieron nuevos postulados
neoconductistas con teorías más comprensivas y sofisticadas (Sánchez, Ruiz y Gonzalo de la
Casa, 2008). Edwin Ray Guthrie (1886-1959) aportó una mirada aplicada contribuyendo así a la
confluencia de la teoría y de la práctica psicológicas. Edward Chace Tolman (1886-1959),
claramente influido por las corrientes gestálticas, planteó una visión molar y global,
propositiva y cognitiva de la conducta al considerar variables intermedias determinantes,
sirviendo de puente con las posteriores corrientes cognitivistas (Sánchez, Ruiz y Gonzalo de la
Casa, 2008). Por su parte, Clark Leonard Hull (1884-1952), con una clara aproximación
mecanicista, matemática y positivista, puso el énfasis en la metodología científica proponiendo
el método hipotético-deductivo para el estudio de la conducta. Pero sin duda, con Burrhus
Frederick Skinner (1904-1990) y su prolífica obra, con claras influencias watsonianas y
pavlovianas, el neoconductismo se terminó de consolidar como ciencia de la conducta. Sus
desarrollos teóricos y metodológicos con la definición de conducta operante y la caja de
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Skinner al frente, bajo el paraguas del conductismo radical, fueron objeto de reconocimiento
internacional (Sánchez, Ruiz y Gonzalo de la Casa, 2008).
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obra de Freud y el psicoanálisis en general guardan mucha relación con otras corrientes
psicológicas desarrolladas entre finales del s. XIX y principios del s. XX, ya que también están
sumamente influidas por el pensamiento evolucionista y la necesidad de dar una respuesta
científica al problema del psiquismo y el diálogo establecido entre planteamientos
culturalistas, que venían de una tradición más filosófica/filológica, y biologicistas, provenientes
de una tradición más fisiológica.
Además de la multitud de seguidores que fueron desarrollando la obra de Freud por diferentes
vías y corrientes (Anguera, 2008), es importante resaltar la influencia que la obra de Freud
tuvo en el pensamiento de otros autores y en tradiciones psicológicas que, aparentemente,
estaban en las antípodas de los planteamientos del médico austríaco. En este sentido, quizás el
ejemplo más llamativo sea el de John Watson, bautizado como «padre del conductismo» y
defensor de sus postulados más radicales, y para quien la lectura de las obras de Freud fue
fundamental y muy influyente, especialmente en el desarrollo de su teoría de las emociones
(Pérez-Garrido, Civera y Pastor, 2008).
A modo de conclusión, podemos afirmar que las diferentes crisis en las que se ha visto inmersa
la psicología a lo largo de su devenir, han pivotado sobre la idea de ciencia y cuáles han sido las
reglas consensuadas para determinar qué era y qué no era ciencia. Hergenhahn (1986/2011)
enumera una serie de reglas por las que se caracteriza la ciencia «clásica», como la
observación empírica, la elaboración de una teoría fruto de la observación que ordene los
hechos y los intente predecir, su control o leyes de correlación, entre otros.
Sin embargo, esta visión clásica de la ciencia fue cuestionada por filósofos de la ciencia como
Kuhn o Popper. Mientras que Popper se fijó en la lógica, la creatividad y la actividad científica,
enfatizando el problema (y no la observación) como punto de partida, Kuhn demostró que la
concepción de la ciencia es una empresa subjetiva. Mediante el término paradigma, Kuhn
analiza la evolución que va teniendo este conjunto de creencias y cómo los científicos están
involucrados emocionalmente con su paradigma. Ambos filósofos se pueden relacionar con la
lectura de Tortosa (1998a), pero es Kuhn quien hace visible los factores psicológicos y
sociológicos que se encuentran en la actividad científica, criterios que alejarían la idea de una
ciencia objetiva y, por tanto, de la creencia en una ciencia neutra. Otra de las ideas en las que
difieren los dos filósofos, es que, para Kuhn, la ciencia crea realidad. Consecuentemente, la
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construcción de conocimiento o de regímenes de verdades estaría condicionada por factores
subjetivos. En esta línea encontraríamos una conexión directa con el texto de Tortosa (1998a)
donde se subraya precisamente esta idea. Además, pone de relieve que también en el campo
de la psicología hay intereses, e incluso una tradición intelectual y social que condiciona los
objetos-sujetos. Este hecho no puede ser ignorado por los historiadores, bien al contrario, se
deben tener muy presentes todas las dimensiones que configuran las actitudes del psicólogo
para con sus objetos de investigación.
Sobre la cuestión de los criterios que debería seguir la psicología para erigirse como ciencia
caben diversas interpretaciones. Nos podemos referir a la línea de investigación seguida por la
psicología experimental que utiliza el método científico, como las teorías de Hull o Tolman, y
su expansión con éxito en campos híbridos con la biología. Podemos también referirnos a la
cuestión determinista como factor o criterio básico para construirse como ciencia y el
problema-dilema que conlleva esta aceptación de la condición humana. Y, por otra parte,
partiendo del análisis histórico-crítico que se expone en esta PEC, se podría justificar que la
psicología ha estado en crisis precisamente por esta elección de criterios para erigirse como
ciencia, y cuestionar la idea misma de declararse como ciencia o, en todo caso, cuestionar con
qué criterios y qué tipo de ciencia debería plantearse la psicología.
Referencias Bibliográficas
Illouz, E. (2010). Del homo economicus al homo communicans. En La salvación del alma
moderna: Terapia, emociones y la cultura de la autoayuda (pp. 88-104). (Trad. S.
Llach). Buenos Aires: Katz Editores. (Obra original publicada en 2008).
Leahey, T.H. (2005). La mecanización del pensamiento. En Historia de la Psicología (6a ed., pp.
389-396). (Trad. De Ancos Rivera, M. y Rivera Rodríguez, C.). Madrid: Pearson
Educación. (Obra original publicada en 1998).
Pedraja, M.J., Romero, A., y Marín, J. (2008). La psicología cognitiva. En M. Sáiz (Ed.), Historia
de la Psicología (pp. 20-38). Barcelona: FUOC.
Pérez-Garrido, A., Civera, C. y Pastor. J.C. (2008). El conductismo. En M. Sáiz (Ed.), Historia de la
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Psicología (pp. 50-60). Barcelona: FUOC.
Sáiz, M. y Sáiz, D. (2008). La psicología científica rusa. En M. Sáiz (Ed.), Historia de la Psicología
(pp. 72-90). Barcelona: FUOC.
Sánchez, N., Ruiz, G. y Gonzalo de la Casa. L. (2008). Los neoconductistas. En M. Sáiz (Ed.),
Historia de la Psicología (pp. 116-138). Barcelona: FUOC.
Os recuerdo aquí los principales aspectos que definen una determinada calificación:
D: Trabajos con ideas extraídas de fuentes que no son citadas o que no se haya trabajado nada
la actividad.
C-: Actividades incompletas, o bien teóricas – sin hacer ninguna mención al texto objeto de
comentario – o bien con graves errores de comprensión de los contenidos. También
actividades en las que no se da cuenta de los contenidos requeridos en las preguntas guía.
Actividades con exceso de transcripciones literales, aunque las fuentes sean citadas, donde no
hay ideas propias. Actividades en las que no aparece el apartado de bibliografía.
C +: Es una calificación que habla de una actividad correcta. Esto quiere decir, con referencias
al texto, que da cuenta de las preguntas-guía y que maneja aspectos teóricos y aspectos
prácticos. Sin embargo, contiene algunos errores de comprensión o no responde de manera
clara a las diferentes preguntas-guía, o bien falta desarrollo o no se trata de una narración
original, que no profundiza en la argumentación.
B: Una actividad que cumple con todo lo aplicable a la calificación anterior, pero que, además,
es una actividad que ya profundiza más en la argumentación, relacionando los conceptos entre
sí. A su vez, es una actividad que diferencia las voces, que emplea la citación.
A: Una actividad con todo lo anterior y con una propuesta. Una actividad original, con tono
propio, que diferencia voces, que argumenta, que es capaz de realizar un análisis crítico del
texto.