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PEC 4. Historia de la Psicología. Curso 2019-2020. Segundo Semestre.

CONSTRUCCIONES DE LO ANÍMICO

En el documento que podéis leer a continuación, os presento una orientación sobre la forma
de enfocar las respuestas a las preguntas planteadas en la última PEC del curso.

Seguidamente, encontraréis un apartado donde se describen los criterios empleados en la


calificación, que es el mismo que ya os envié para las PEC anteriores.

Espero que os sea de ayuda para establecer una comparativa con vuestros propios trabajos.

Una orientación sobre la forma de elaborar el trabajo

CONSTRUCCIONES DE LO ANÍMICO

El texto que os hemos presentado en la PEC 4, autoría de F. Tortosa (1998a), nos introduce uno
de los aspectos fundamentales, y que a menudo es marginado u obviado en el momento de
hacer Historia de la Psicología, al establecer que la práctica historiográfica debe alejarse del
relato arquetípico de la sucesión de conquistas, más o menos individuales, de los diversos
campos y objetos que configuran el desarrollo de la disciplina. En realidad, si quiere tener
alguna validez, la Historia de la Psicología debería significar la (re)construcción del contexto
(ideológico, social, cultural o teórico, entre otros) en el que surge la investigación. Lo que
acabamos de exponer tiene que ver con el hecho de que el propio objeto de investigación es
una construcción, por lo que se produce a partir de una vinculación social entre el objeto y el
mismo investigador. En esta relación, hay que añadir que hay intereses de grupo, transversales
a muchas generaciones y heredados por el investigador, que le movilizan, a su vez, a producir
este objeto.

Esta perspectiva se vincula estrechamente con lo observado en el texto de Illouz (2010) que
trabajamos en la primera PEC, donde se vio de qué manera las investigaciones psicológicas
respondían a las exigencias del sistema capitalista. Así, pudimos ver cómo se podían generar
condiciones de posibilidad más específicas, sutiles y eficientes para explotar el trabajador, a
través de las investigaciones de Mayo. La psicología respondía pues, a los intereses sociales de
clase.

Posteriormente, al estudiar los orígenes filosóficos y biológicos de la psicología, pudimos


observar los diferentes discursos que se entrelazan, solapan e interrelacionan en su génesis
como área de conocimiento independiente, de forma que nos encontramos con una disciplina


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que se alimenta y retroalimenta de discursos tan dispares como los de los filósofos
presocráticos, Platón, San Agustín, Lamarck, Darwin, Wallace o Huxley, por citar algunos
ejemplos.

Ahora bien, en el momento en que penetramos en las diferentes psicologías de la conciencia


(Wundt, Brentano o los autores de la Gestalt, entre otros), en el psicoanálisis de corte
freudiano, y en los movimientos conductistas, neoconductistas y cognitivistas, observamos
como el diálogo (y a menudo la discusión) con otros discursos que configuran el entramado
teórico y práctico del contexto, fue fundamental para la psicología a la hora de establecerse
como disciplina, con más o menos independencia del resto.

Entrando en el análisis de contenidos del texto objeto de comentario de esta PEC, podríamos
empezar diciendo que la tarea del historiador de la psicología consiste en explicar el desarrollo
del conocimiento sobre lo psicológico a lo largo del tiempo. Ahora bien, tal y como apunta
Tortosa (1998a), hay que tener en cuenta que el propio objeto de la psicología como ciencia no
es algo que exista «ahí fuera» esperando a ser descubierto y desvelado, sino que el objeto de
la psicología sería el producto de una construcción histórica, condicionada por un conjunto de
factores que van más allá de la lógica científica (sociales, políticos, tecnológicos, etc.). A este
respecto, el carácter constructivo de las categorías psicológicas pondría de relieve la
importancia de su dimensión discursiva o, en otras palabras, el «papel del lenguaje como
factor que moldea también nuestra auto-comprensión y la de los otros» (Tortosa, 1998a, p.
13). Por ejemplo, la categoría psicológica de emoción, lejos de ser algo natural, un objeto que
existe esperando a ser estudiado y revelado, es en realidad una categoría histórica cuyo
sentido va de la mano de un discurso científico de corte psicofisiológico y biológico; un
discurso que fue relegando a otro de tipo religioso, donde la pasión se erigía como categoría
principal (hay que señalar que mientras que la categoría de emoción comparte con la de
motivación la raíz etimológica latina movere, que implica movimiento, la categoría pasión
indica, por el contrario, un estado de pasividad).

Partiendo, pues, de esta idea, según la cual las categorías psicológicas son construcciones
derivadas de la propia actividad científica (condicionada a su vez por factores que van más allá
de su lógica interna) una historia de la psicología crítica no puede reducirse a ser una mera
recopilación de datos, de descubrimientos realizados por grandes hombres, o un relato basado
en la idea de progreso, según el cual estaríamos cada vez más cerca de la verdad de estos
objetos psicológicos. Según Tortosa (1998a) esto sería lo que habría hecho tradicionalmente la
historia clásica, «caracterizada como de naturaleza internalista, acumulativa, biográfica,
inductivista, dogmática y neutral, proclive al uso de un concepto desideologizado y asocial de
la ciencia» (p. 11). La historia crítica, en cambio, se caracterizaría, no sólo por enmarcar la
actividad científica en su correspondiente contexto histórico, social y político (ofreciendo así
una historia externa a la de la propia actividad científica), sino también por explicar la
construcción de las propias categorías psicológicas que damos por supuestas.

También resulta interesante señalar la propia contextualización (social, política, histórica, etc.)
de la tarea científica del historiador a la hora de seleccionar, priorizar, dar sentido y forma
narrativa al objeto de su estudio.


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Por otra parte, la institucionalización de la psicología como ciencia vivió su periodo
fundamental durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX. Tras el
impulso generado por la psicología experimental alemana wundtiana (Tortosa, 1998b), se
inició una expansión de diferentes escuelas que tuvieron numerosas interjecciones, influencias
y posturas contrapuestas. La prosperidad económica de la nueva industrialización permitió el
surgimiento en Estados Unidos de nuevas posturas funcionalistas pragmáticas, contrapuestas
al estructuralismo empirista y positivista, e inspiradas en el asociacionismo evolucionista
(Pastor y Civera, 2008). Se ampliaron las posibilidades metodológicas en un intento de que la
psicología fuera una ciencia práctica que entendía la mente desde un punto de vista
adaptativo, llegando a abrazar el darwinismo social (Leahey, 1998/2005). Se introdujo, por
tanto, la psicología del comportamiento como una nueva categoría que se aproximaba al
estudio de la persona en relación con el medio, impulsando así la psicología aplicada, de las
diferencias y, finalmente el conductismo (Pérez-Garrido, Civera y Pastor, 2008; Pastor y Civera,
2008).

En este zeitgeist (Hergenhahn, 1986/2011), John B. Watson (1878-1958) se convierte en el


propulsor de las nuevas corrientes conductistas. Doctorado en 1903 bajo la dirección del
funcionalista James Rowland Angell (1869-1949), cuestionó la naturaleza de la conciencia y la
validez del método introspectivo (Pérez-Garrido, Civera y Pastor, 2008), admitiendo diferentes
influencias de la psicología comparada animal o incluso del psicoanálisis de la mano del
psiquiatra ruso Adolf Meyer (1899-1950) que le acercó al estudio de la infancia y de los
trastornos mentales (Pérez-Garrido, Civera y Pastor, 2008). En 1913 dio a conocer su
Manifiesto conductista, considerado desde posturas historiográficas clásicas, como la fecha de
la revolución conductista. Sin embargo, desde la posición historiográfica crítica de Tortosa
(1998a), como veremos, el conductismo no puede reducirse a la psicología watsoniana.
Describió el conductismo como el único funcionalismo lógico, consistente y eficaz (Pastor y
Civera, 2008) y la psicología como una «rama experimental puramente objetiva de la ciencia
natural» donde la meta teórica era la «predicción y el control de la conducta» (Watson, 1913,
citado en Pérez-Garrido, Civera y Pastor, 2008, p. 53), tomando del condicionamiento clásico
de Pavlov la metodología objetiva y experimental (Sáiz y Sáiz, 2008).

Aunque su propuesta se convirtió en la fuerza dominante en los años veinte del siglo XX, no
consiguió la ansiada base científica y, en este contexto, surgieron nuevos postulados
neoconductistas con teorías más comprensivas y sofisticadas (Sánchez, Ruiz y Gonzalo de la
Casa, 2008). Edwin Ray Guthrie (1886-1959) aportó una mirada aplicada contribuyendo así a la
confluencia de la teoría y de la práctica psicológicas. Edward Chace Tolman (1886-1959),
claramente influido por las corrientes gestálticas, planteó una visión molar y global,
propositiva y cognitiva de la conducta al considerar variables intermedias determinantes,
sirviendo de puente con las posteriores corrientes cognitivistas (Sánchez, Ruiz y Gonzalo de la
Casa, 2008). Por su parte, Clark Leonard Hull (1884-1952), con una clara aproximación
mecanicista, matemática y positivista, puso el énfasis en la metodología científica proponiendo
el método hipotético-deductivo para el estudio de la conducta. Pero sin duda, con Burrhus
Frederick Skinner (1904-1990) y su prolífica obra, con claras influencias watsonianas y
pavlovianas, el neoconductismo se terminó de consolidar como ciencia de la conducta. Sus
desarrollos teóricos y metodológicos con la definición de conducta operante y la caja de


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Skinner al frente, bajo el paraguas del conductismo radical, fueron objeto de reconocimiento
internacional (Sánchez, Ruiz y Gonzalo de la Casa, 2008).

La conciencia como objeto de estudio de la psicología (Balltondre, 2007), se perdió en gran


medida durante las décadas de hegemonía conductista y, como hemos visto, algunos autores
neoconductistas dieron pasos hacia enfoques cognitivos y mecanicistas. Sin embargo, la crisis
del conductismo, motivada por el rechazo a su reduccionismo, el reconocimiento de la
necesidad de estudiar las variables internas y la necesidad de recuperar el sujeto como objeto
de estudio al lado de la revolución tecnológica iniciada a mediados del siglo XX (Sáiz y Sáiz,
2008), favorecieron el cambio de paradigma (Hergenhahn, 1986/2011) y la emergencia de la
corriente cognitiva, bautizada de forma definitiva en la obra Cognitive Psychology (1967) de
Ulric Neisser (1928 -2012). En su intento de legitimación de los autores cognitivistas resaltaron
sus diferencias con el conductismo señalando influencias tan diversas como la de W. Wundt, la
Escuela de Würzburg, W. James, la Gestalt, J. Piaget, L. Vigotsky o E.C. Tolman sin reconocer
aquellos puntos en común con los teóricos de la conducta tales como la búsqueda de
explicaciones mecanicistas o los criterios de lo que constituyen los datos objetivos (Pedraja,
Romero y Marín, 2008). El objeto de estudio psicológico devuelve a la mente o conciencia pero
de forma actualizada (mente computacional), incorporando así elementos de la revolución
tecnológica y adoptando un mecanicismo abstracto y formal. El elemento esencial del
computacionalismo fue considerar el ordenador (software) como una metáfora adecuada para
la comprensión de la mente. Sin embargo, también surgieron interpretaciones más flexibles de
la mano de la Teoría del Procesamiento de la Información que, sin asumir la identidad mente-
ordenador, sí la utilizaba para construir modelos mentales (Pedraja, Romero y Marín, 2008).
Aunque los intentos de dar explicaciones mecánicas a objetos psicológicos no eran nuevos, la
aceptación de este nuevo paradigma se vio facilitada por la existencia de un importante
número de psicólogos que aceptaban la presencia de procesos mediadores entre estímulos y
respuestas (Leahey, 1998/2005). Tras el éxito de esta nueva revolución científica, no tardaron
en aparecer voces críticas que pusieron de manifiesto sus limitaciones como la diferente
capacidad adaptativa y la diferente habilidad para aprender entre la mente y el ordenador,
limitaciones que serían en parte superadas por los desarrollos conexionistas que, si bien han
sido criticados por su parecido con los modelos asociacionistas clásicos, los superan al postular
relaciones en red no lineales (Pedraja, Romero y Marín, 2008).

En ciertos planteamientos de lo que Francisco Tortosa (1998a) llama «historiografía clásica» ha


sido habitual referirse al psicoanálisis como una especie de «error histórico», que supone un
paréntesis en el desarrollo de una psicología científica. Desde una perspectiva presentista
(normalmente norteamericana) y progresiva de la ciencia, que parte del paradigma cognitivista
como punto culminante de un desarrollo histórico que se iría desplegando desde la psicología
filosófica, pasando por la psicología científica wundtiana, la escuela de la Gestalt, el
funcionalismo norteamericano, y el conductismo, algunas perspectivas psicológicas, entre las
que estaría el psicoanálisis freudiano, parecen no tener cabida.

Sin embargo, si adoptamos una perspectiva crítica y enmarcamos el pensamiento de Freud


dentro de su zeitgeist (Hergerhahn, 1986/2011), seremos capaces de analizarlo no sólo dentro
de su marco histórico sino de ver las continuidades de su pensamiento en corrientes
psicológicas aparentemente alejadas de la misma. En primer lugar, es importante decir que la


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obra de Freud y el psicoanálisis en general guardan mucha relación con otras corrientes
psicológicas desarrolladas entre finales del s. XIX y principios del s. XX, ya que también están
sumamente influidas por el pensamiento evolucionista y la necesidad de dar una respuesta
científica al problema del psiquismo y el diálogo establecido entre planteamientos
culturalistas, que venían de una tradición más filosófica/filológica, y biologicistas, provenientes
de una tradición más fisiológica.

En este sentido, el pensamiento de Freud se forja en un momento en que el positivismo y el


rigor metodológico, que él toma de la medicina vienesa, entra en conflicto y a la vez confluye
con el vitalismo romántico, que busca explicaciones al comportamiento de los organismos y,
en particular, del ser humano, más allá de los parámetros de la razón dictados por la
Ilustración. El hecho de que nuestro comportamiento esté guiado por pautas instintivas que
escapan a nuestra conciencia no es algo que Freud invente o desarrolle en el vacío, sino que,
en buena medida estaba ya en el pensamiento de filósofos como Arthur Schopenhauer o
Friedrich Nietzsche, naturalistas como Lamarck o Charles Darwin o tradiciones psicológicas
como la francesa – Pierre Janet – (Sáiz y Sáiz, 2008), de las que Freud bebe directamente e,
incluso, tomó de ellas una concepción diferente de las patologías mentales (recordemos las
escuelas de la Salpêtrière y Nancy), así como el uso de técnicas terapéuticas que atravesaron
su propia concepción sobre la realidad psicológica y que dieron forma a su método clínico.

Además de la multitud de seguidores que fueron desarrollando la obra de Freud por diferentes
vías y corrientes (Anguera, 2008), es importante resaltar la influencia que la obra de Freud
tuvo en el pensamiento de otros autores y en tradiciones psicológicas que, aparentemente,
estaban en las antípodas de los planteamientos del médico austríaco. En este sentido, quizás el
ejemplo más llamativo sea el de John Watson, bautizado como «padre del conductismo» y
defensor de sus postulados más radicales, y para quien la lectura de las obras de Freud fue
fundamental y muy influyente, especialmente en el desarrollo de su teoría de las emociones
(Pérez-Garrido, Civera y Pastor, 2008).

A modo de conclusión, podemos afirmar que las diferentes crisis en las que se ha visto inmersa
la psicología a lo largo de su devenir, han pivotado sobre la idea de ciencia y cuáles han sido las
reglas consensuadas para determinar qué era y qué no era ciencia. Hergenhahn (1986/2011)
enumera una serie de reglas por las que se caracteriza la ciencia «clásica», como la
observación empírica, la elaboración de una teoría fruto de la observación que ordene los
hechos y los intente predecir, su control o leyes de correlación, entre otros.

Sin embargo, esta visión clásica de la ciencia fue cuestionada por filósofos de la ciencia como
Kuhn o Popper. Mientras que Popper se fijó en la lógica, la creatividad y la actividad científica,
enfatizando el problema (y no la observación) como punto de partida, Kuhn demostró que la
concepción de la ciencia es una empresa subjetiva. Mediante el término paradigma, Kuhn
analiza la evolución que va teniendo este conjunto de creencias y cómo los científicos están
involucrados emocionalmente con su paradigma. Ambos filósofos se pueden relacionar con la
lectura de Tortosa (1998a), pero es Kuhn quien hace visible los factores psicológicos y
sociológicos que se encuentran en la actividad científica, criterios que alejarían la idea de una
ciencia objetiva y, por tanto, de la creencia en una ciencia neutra. Otra de las ideas en las que
difieren los dos filósofos, es que, para Kuhn, la ciencia crea realidad. Consecuentemente, la


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construcción de conocimiento o de regímenes de verdades estaría condicionada por factores
subjetivos. En esta línea encontraríamos una conexión directa con el texto de Tortosa (1998a)
donde se subraya precisamente esta idea. Además, pone de relieve que también en el campo
de la psicología hay intereses, e incluso una tradición intelectual y social que condiciona los
objetos-sujetos. Este hecho no puede ser ignorado por los historiadores, bien al contrario, se
deben tener muy presentes todas las dimensiones que configuran las actitudes del psicólogo
para con sus objetos de investigación.

Sobre la cuestión de los criterios que debería seguir la psicología para erigirse como ciencia
caben diversas interpretaciones. Nos podemos referir a la línea de investigación seguida por la
psicología experimental que utiliza el método científico, como las teorías de Hull o Tolman, y
su expansión con éxito en campos híbridos con la biología. Podemos también referirnos a la
cuestión determinista como factor o criterio básico para construirse como ciencia y el
problema-dilema que conlleva esta aceptación de la condición humana. Y, por otra parte,
partiendo del análisis histórico-crítico que se expone en esta PEC, se podría justificar que la
psicología ha estado en crisis precisamente por esta elección de criterios para erigirse como
ciencia, y cuestionar la idea misma de declararse como ciencia o, en todo caso, cuestionar con
qué criterios y qué tipo de ciencia debería plantearse la psicología.

Referencias Bibliográficas

Anguera, B. (2008). El psicolanálisis. En M. Sáiz (Ed.), Historia de la Psicología (pp. 81-115).


Barcelona: FUOC.

Balltondre, M. (2007). Introducción. Barcelona: Universitat Oberta de Catalunya.

Hergenhahn, B. R. (2011). Introducción a la Historia de la Psicología. (Trad. Mascaró Sacristán,


P. y Madrigal Muñiz, O.). México D. F.: Cengage Learning. (Obra original publicada en
1986).

Illouz, E. (2010). Del homo economicus al homo communicans. En La salvación del alma
moderna: Terapia, emociones y la cultura de la autoayuda (pp. 88-104). (Trad. S.
Llach). Buenos Aires: Katz Editores. (Obra original publicada en 2008).

Leahey, T.H. (2005). La mecanización del pensamiento. En Historia de la Psicología (6a ed., pp.
389-396). (Trad. De Ancos Rivera, M. y Rivera Rodríguez, C.). Madrid: Pearson
Educación. (Obra original publicada en 1998).

Pastor, J. C., y Civera, C. (2008). Estructuralismo frente a funcionalismo. En M. Sáiz (Ed.),


Historia de la Psicología (pp. 19-39). Barcelona: FUOC.

Pedraja, M.J., Romero, A., y Marín, J. (2008). La psicología cognitiva. En M. Sáiz (Ed.), Historia
de la Psicología (pp. 20-38). Barcelona: FUOC.

Pérez-Garrido, A., Civera, C. y Pastor. J.C. (2008). El conductismo. En M. Sáiz (Ed.), Historia de la


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Psicología (pp. 50-60). Barcelona: FUOC.

Sáiz, M. y Sáiz, D. (2008). La psicología científica rusa. En M. Sáiz (Ed.), Historia de la Psicología
(pp. 72-90). Barcelona: FUOC.

Sánchez, N., Ruiz, G. y Gonzalo de la Casa. L. (2008). Los neoconductistas. En M. Sáiz (Ed.),
Historia de la Psicología (pp. 116-138). Barcelona: FUOC.

Tortosa, F. (1998a). Historia e historiografía de la Psicología. En F. Tortosa (Ed.), Una Historia


de la Psicología moderna (pp. 3-18). Madrid: McGraw Hill.

Tortosa, F. (1998b). El modelo dominante: la psicología científica de W. Wundt (1832-1920). En


Una Historia de la Psicología moderna (pp. 98-108). Madrid: McGraw- Hill.

Criterio utilizado en la calificación

Tal y como os he explicado a lo largo de toda la evaluación continua (a excepción de la primera


PEC) el tipo de ejercicio que pedimos debía realizarse bajo la forma de un texto unitario. El
único requisito era que constara todo lo indicado en el enunciado y que se respetasen las
formalidades de una redacción académica contenidas en los criterios de evaluación.

Os recuerdo aquí los principales aspectos que definen una determinada calificación:

D: Trabajos con ideas extraídas de fuentes que no son citadas o que no se haya trabajado nada
la actividad.

C-: Actividades incompletas, o bien teóricas – sin hacer ninguna mención al texto objeto de
comentario – o bien con graves errores de comprensión de los contenidos. También
actividades en las que no se da cuenta de los contenidos requeridos en las preguntas guía.
Actividades con exceso de transcripciones literales, aunque las fuentes sean citadas, donde no
hay ideas propias. Actividades en las que no aparece el apartado de bibliografía.

C +: Es una calificación que habla de una actividad correcta. Esto quiere decir, con referencias
al texto, que da cuenta de las preguntas-guía y que maneja aspectos teóricos y aspectos
prácticos. Sin embargo, contiene algunos errores de comprensión o no responde de manera
clara a las diferentes preguntas-guía, o bien falta desarrollo o no se trata de una narración
original, que no profundiza en la argumentación.

B: Una actividad que cumple con todo lo aplicable a la calificación anterior, pero que, además,
es una actividad que ya profundiza más en la argumentación, relacionando los conceptos entre
sí. A su vez, es una actividad que diferencia las voces, que emplea la citación.

A: Una actividad con todo lo anterior y con una propuesta. Una actividad original, con tono
propio, que diferencia voces, que argumenta, que es capaz de realizar un análisis crítico del
texto.

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