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Peugny - El Desafío Del Desclasamiento PDF
Peugny - El Desafío Del Desclasamiento PDF
Camille Peugny
es sociólogo y autor de L’Épreuve du déclassement (La prueba del desclasamiento),
Grasset, París, 2008.
Desde los años 50, la elevación continua del nivel de educación media de la
población transformó profundamente la sociedad francesa. En el contexto de la edad
de oro del capitalismo, esa “explosión escolar” fue acompañada, al principio, por un
amplio movimiento de movilidad social ascendente para las generaciones nacidas
durante la década de 1940. Provenientes, en su mayoría, de ámbitos obreros o
agrícolas, los primeros nacidos del baby-boom aprovechan en efecto la difusión
masiva del salario medio y superior para elevarse por encima de la condición de sus
padres.
Esta bella mecánica se bloquea muy en serio a partir de la década de los 70: si bien el
nivel de educación sigue elevándose, la economía mundial entra en una larga serie de
turbulencias que influyen fuertemente sobre las condiciones determinantes para las
generaciones siguientes a la hora de entrar en el mercado laboral. Más educación pero
menos movilidad social, esas son las dos dinámicas aparentemente contradictorias con
las que deben lidiar las nuevas generaciones para las cuales el ascensor social funciona
cada vez más hacia abajo.
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hijos de las clases populares. En el marco de una sociedad fluida, el desclasamiento de
una parte de los hijos de ejecutivos sería el precio a pagar para que los hijos de obreros
puedan a su vez acceder a los empleos de dirección. Sin embargo, no es el caso: la
cantidad de hijos de clases populares que acceden a empleos de dirección o
profesiones intermedias es menor, hoy en día, que hace treinta años atrás (la
proporción pasa de un 25 % para la generaciones nacidas durante la década de 1940 a
menos de un 20 % para las que nacieron en los años 60). Para formularlo de otra
manera, la desgracia de uno no hizo la fortuna de otro y la subida del desclasamiento
constituye, sin lugar a dudas, unas de las señales más dramáticas de las mutaciones
profundas que efectuó el capitalismo en el trascurso de las últimas décadas.
El aumento del desclasamiento viene a subrayar los límites de los discursos que
celebran con demasiado entusiasmo la validez del principio de mérito. Puesto que el
nivel medio de educación sigue elevándose a medida que pasa el tiempo, las nuevas
generaciones se enfrentan a la siguiente paradoja: más educadas que las anterioresiii,
sufren una degradación sensible de sus perspectivas de movilidad social. En realidad, la
paradoja sólo lo es en apariencia. Si bien la estructura de los títulos sigue elevándose
rápidamente, no es el caso de la estructura social: por lo tanto, más educación con
menos movilidad social son dos evoluciones que pueden producirse de forma
concomitante. Esta constatación es dolorosa en una sociedad cuya cohesión se
construyó alrededor del mito del mérito republicano.
A lo largo de las décadas, el vínculo entre el origen social de los individuos y el nivel de
educación alcanzado se distendió gracias a las políticas de masificación escolar; sin
embargo, al mismo tiempo el vínculo entre título y posición social alcanzada por las
generaciones recientes también se aflojó. Este resultado, que no es exclusivo de
Franciaiv, muestra que las sociedades occidentales no son más meritocráticas que hace
medio siglo atrás, ya que la disminución de la desigualdad de oportunidades escolares
no se tradujo en una disminución equivalente de la desigualdad de oportunidades
sociales.
¿Acaso la escuela traicionó sus promesas? La cólera y el rencor de los chicos de las
clases populares hacia la escuela se comprueban siempre y cuando se cuestionan las
“desilusiones de la meritocracia” o las “promesas incumplidas” v. Escuchando a los
desclasados también emerge un sentimiento amargo. Nacidos y socializados en un
círculo favorecido, después de haber jugado al juego de los estudios y haber creído
proseguir de esa manera los recorridos clásicos del éxito, los desclasados resultan
tener un discurso de una violencia poco común en contra de la escuela. ¿Qué lección
sacar de esto? Debido a que el desfase entre la formación y el empleo genera
frustración, ¿debemos detener el movimiento de expansión escolar? De sensata, esta
propuesta, sólo tiene la aparienciavi. Claro está, fijar objetivos numéricos (un 80 % en
una clase de edad para el bachillerato y ahora un 50 % en una clase de edad para la
maestría) no tiene mucho sentido. Sin embargo, volver a cerrar las puertas de la
enseñanza superior sería un error cuyas víctimas ya conocemos de antemano: los
chicos de las clases populares. Quizás habría que, tal como lo recomienda por ejemplo
Marie Duru-Bellat, “volver a pensar la entrada en la vida activa”vii atenuando en
particular el papel de selección desempeñado por la escuela. Desde ese punto de vista,
¿por qué no considerar que los primeros años de escuela, hasta el bachillerato, tengan
realmente como objetivo dispensar una base común de conocimientos, en vez de
seleccionar y clasificar, demasiado temprano ya, a los alumnos según sus éxitos
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escolares, estrechamente vinculados con sus orígenes sociales? Luego, le
correspondería a la enseñanza superior la preparación para entrar en la vida activa. La
universidad, desde hace varios años, se comprometió en este camino. Sin embargo, las
“grandes escuelas”, esa excepción francesa por excelencia, también tendrían que
seguir el mismo rumbo. ¿Cómo aceptar que un estudiante de esas grandes escuelas
cueste dos veces más caro al Estado que un estudiante de la universidad? justo cuando
las grandes escuelas, después de un tímido movimiento de apertura, se vuelven a
cerrar, recibiendo casi exclusivamente a los hijos de familias acomodadas. ¿Cómo
aceptar que la universidad se adapte sola a las mutaciones en curso, mientras las
grandes escuelas reproducirían una élite que encontraría naturalmente su lugar en la
cumbre de la jerarquía social?
Sin embargo, los que tienen trabajo se caracterizan por una gran virulencia en contra
de los que no tienen, que se ven acusados de ser nada más que unos “asistidos”,
aprovechadores de la ayuda social. Semejante recomposición de las actitudes políticas,
que combina en un mismo discurso la hostilidad profunda hacia el liberalismo
económico y hacia los marginados, representa un desafío considerable para la
izquierda. ¿Qué respuestas aportar a la angustia y frustración de los desclasados?
¿Qué decir, en un mundo dominado por la ideología del mérito (“cuando se quiere, ¡se
puede!”), a las generaciones que quisieron, pero que al final, no pueden? La respuesta
pasa inevitablemente por la implementación de una política audaz de redistribución de
la riqueza. Solamente una verdadera reforma fiscal, que vuelva a introducir una
progresividad real del impuesto, lejos de la multiplicación de los nichos fiscales y
dispositivos de exoneración para los contribuyentes más adinerados, puede ofrecer
una respuesta a una clase media que tiene demasiado a menudo el sentimiento de
llevar sola el peso de la redistribución. Una semejante reforma parece aún más
urgente ya que el Estado no asegura más la redistribución, actualmente a cargo de las
familias. Aun teniendo treinta o cuarenta años, los desclasados viven en una situación
de dependencia prolongada respecto a sus padres, lo cual se revela bastante
insoportable. Primero porque genera una discordancia con los valores de autonomía
celebrados diariamente por nuestras sociedades contemporáneas, encerrando a los
desclasados en un dilema doloroso. Luego porque alimenta las desigualdades
intolerables entre las familias que disponen de un patrimonio y las que no. En fin,
porque esta situación es necesariamente provisoria: cuando la generación de los hijos
haya consumido el patrimonio de los padres para vivir, ¿qué quedará a la generación
de los nietos? La familia no podrá substituir indefinidamente al Estado.
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i Daniel Cohen muestra en particular cómo, en el marco de una “economía-mundo”, la fase de
producción se volvió accesoria, atrapada entre la fase de concepción y la fase de distribución a
escala planetaria.
ii Véase Louis Chauvel, “Le retour des classes sociales?”, Revue de l’OFCE, nº79, 2001.
iii Entre la generación de 1944-1948 y la de 1964-1968, la cantidad de bachilleres aumenta más