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SANTIDAD E HISTERIA Simone de Beauvoir L PDF
SANTIDAD E HISTERIA Simone de Beauvoir L PDF
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SANTIDAD E HISTERIA
Posesión y convulsión
El enigma de la histeria tiene que ver con el de algo vinculado al cuerpo (normalmente
femenino) que socava su control; que lo obliga a contorsionarse; que apunta a su
vivencia como exterioridad. El cuerpo sentido por quien lo habita, como otra cosa que
él mismo. El cuerpo que muestra visiblemente que vive su propia vida; que está siempre
dispuesto a dejar de obedecer a quién lo posee. Entonces una de dos: “o bien ese cuerpo
se escapa como trozo de naturaleza; o bien otro invisible se apodera de él […] o bien
las convulsiones son naturales […] –el cuerpo atravesado contra las leyes naturales
contra sí mismo-, o bien son sobrenaturales […] dando los dioses (o diablos) testimonio
100"
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1
Gladys Swain, “El alma, la mujer, el sexo y el cuerpo: Las metamorfosis de la histeria a finales del siglo
XIX” en Diálogos con el insensato, “Asociación española de neuropsiquiatría, Madrid, 2009, p. 203.
2
Michel Foucault, Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber, Siglo XXI, México, 2007, p. 142.
3
Sander L. Gilman, “Introduction: The destinies of Hysteria”, Sander L. Gilman, Roy Porter y G.S
Rousseau, Hysteria Beyond Freud, University of California Press, Berkeley, 1993, p. xvi
4
Nancy Caciola, Discerning Spirits: Divine and Demonic Possession in the Middle Ages, Cornell
University Press, New York, 2003; Moshe Sluhovsky, Believe Not Every Spirit: Possesion, Mysticism
and Discernment in Early Modern Catholicism, The University of Chicago Press, Chicago, 2007. Michel
Foucault señala la aparición de la posesión en los siglos XVI y XVII. A mi modo de ver ello es debido a
la escasa atención que prestó a la Edad Media como muestran los estudios a los que me acabo de referir.
Cfr. Michel Foucault, “Clase del 26 de febrero de 1975”, Los anormales, FCE, México, 2006, pp.187-
213.
5
Roy Porter, A social History of Madness: The World through the eyes of the Insane, Dutton, New York,
1989, p.13.
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Lo que es específico desde finales del siglo XVIII - es sin embargo que el itinerario del
misticismo tradicional es reemplazado no ya por el discernimiento no excluyente entre
causas naturales, preternaturales o sobrenaturales; sino por la visión- cada vez más
circunscrita- de la psicopatología8. Una vez más, Foucault explica:
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Las técnicas de discernimiento fueron fundamentales para la constitución de lo que Michel de Certeau,
refiriéndose a la mística denominó la ciencia de los santos. Cfr. Michel de Certeau, La fábula mística
S.XVI y XVII, UIA, México, 1993. También puede leerse las lúcidas páginas que Barthes dedica a Ignacio
de Loyola en Roland Barthes, Sade, Fourier, Loyola, Cátedra, Madrid, 1997, pp.51-92.
7
"Michel Foucault, “Clase del 26 de febrero de 1975”, Los anormales, Op Cit, p.199.
8
Para observar las transformaciones recientes de las políticas eclesiales con respecto a la canonización.
Cfr. Kenneth L. Woodward, Making Saints: How the Catholic Church Determines Who Becomes a Saint,
Who Doesn´t and Why, Touchstone, New York, 1996. Son especialmente esclarecedoras las páginas
dedicadas al proceso de Alexandrina Da Costa, fallecida en 1955; en las que se muestra cómo la Iglesia
suele optar por reconocer las virtudes de un sujeto sin pronunciarse por la veracidad o no de los
fenómenos extraordinarios que le acaecen.
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del mecanismo de la dirección de conciencia. Y esa necesidad, claro está, se volverá tanto
más urgente en la medida en que las convulsiones se articulen más directamente en una
resistencia religiosa o política. De modo que […] se urde toda una historia: la de la
convulsión como instrumento y apuesta de una justa de la religión consigo misma y de la
religión con la medicina. […] La importancia de lo que en esa época, en la patología del
siglo XVIII, se llamaba “sistema nervioso” proviene de que sirvió precisamente como
primera gran codificación anatómica y médica de ese dominio de la carne que el arte
cristiano de penitencia había recorrido hasta entonces simplemente con la ayuda de
nociones como los movimientos, las atracciones, las titilaciones, etcétera […] El tipo
nervioso es, desde el siglo XVIII, el cuerpo racional y científico de esa misma carne […]
Expulsada del campo de la dirección espiritual, la convulsión heredada por la medicina,
va a servirle de modelo de análisis para los fenómenos de locura. Pero, mientras
penetraba más y más en la medicina, la Iglesia Católica tendía de manera creciente a
desembarazarse de esa convulsión que le estorbaba, a alejar del peligro de la convulsión
esa carne que controlaba, y tanto más cuanto que aquella servía al mismo tiempo a la
medicina en su lucha contra la Iglesia. Cada vez que los médicos hacían análisis de la
convulsión, era al mismo tiempo para mostrar hasta qué punto los fenómenos […] no eran
en realidad más que fenómenos patológicos9.
Hay que tener en cuenta que el interés por la observación médica de los eventos
milagrosos provenía de ambos lados: mientras que la Iglesia apelaba al prestigio
creciente de la autoridad científica para reafirmarse; los médicos mostraban un interés
creciente en la fisiología que subyacía en los fenómenos considerados mórbidos o
anormales que se pretendían sobrenaturales. La popularidad en ascenso de las
explicaciones científicas estimulaba simultáneamente la apertura de la Iglesia a la
colaboración científica y la necesidad del establishment médico de probar la
superioridad del método científico en todas las esferas de la vida humana, incluyendo
los asuntos de fe10. El imperativo epistémico de conocer los secretos del cuerpo humano
apuntaba así a lo que Foucault llamará "el espacio discursivo del cadáver: el interior
revelado”11. Si la profanación del cuerpo a menudo seguía el curso de la degeneración
patológica; el cuerpo se develaba asimismo como una entidad sacramental desde que
revelaba, en todo su esplendor, la verdad científica. Según David Knowles antes de
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9
Michel Foucault, Clase del 26 de febrero de 1975”, Los anormales, Op Cit,pp.208-211.
10
Los médicos participaban en los procedimientos de canonización desde la Edad Media, pero este papel
se acentúa sin lugar a dudas y pasa de la colaboración con preeminencia de la Iglesia a la colaboración
con preeminencia de la Ciencia, en el siglo XIX. Cfr. Joseph Ziegler, “Practitioners and Saints: Medical
Men in Canonization Processes in the Thirteenth to Fifteenth Centuries,” Social History of Medicine 12
(1999): 191–225. La relación entre la medicina y la religión se ejemplariza en el caso de Lourdes. Cfr.
Ruth Harris, Lourdes Body and Spirit in the Secular Age, Penguin, London, 1999, pp.320-356; Suzanne
Kaufman, “Miracles, Medicine and the Spectacle of Lourdes: Popular Religion and Modernity in Fin-de-
Siècle France”, Ph.D. diss., Rutgers University, 1996, pp.147-321 o Jason Szab “Seeing Is Believing?
The Form and Substance of French Medical Debates over Lourdes,” Bulletin of the History of Medicine
76 (2002): 199–230.
11
Michel Foucault, El nacimiento de la clínica: Una arqueología de la mirada médica, Siglo XXI,
México, 2007, p.270.
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hablar demasiado a la ligera del desencantamiento del mundo12, habría que señalar que a
finales del siglo XIX el interés por la histeria corrió paralelo a una fascinación por el
espiritualismo en general, por el mal y el diablo, y por lo que se consideraban formas
degradadas de misticismo afectivo. El yo parecía ocupar el espacio visible de lo
mórbido. Así, el sujeto corporal y patológico atraía la atención tanto de la clínica como
de la literatura del realismo y del naturalismo, que se lo apropiaba como campo de
conocimiento13. Desde el exterior de la Iglesia esta fascinación se reflejaba, por
ejemplo, en la avidez con la que médicos y alienistas se concentraban en experiencias
consideradas irracionales y subliminales; y desde el interior, en la forma en la que
teólogos católicos estudiaban los textos y las vías de los místicos de forma cuasi
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Me refiero a la conocida expresión de Max Weber que permite un doble planteamiento. Por una parte
constata el agotamiento del poder que antes poseyeron las religiones para determinar de manera
significativa las prácticas sociales y para dotar de sentido la experiencia global del mundo. Pero además
ofrece un criterio para evaluar el papel de la Ilustración. Esto es, sin embargo, una cuestión que conviene
plantear en un contexto coherente. No se trata de un juicio, que sería contrario a la neutralidad axiológica,
sobre si el movimiento de las Luces ha fracasado al no poder ofrecer una forma civil de esperanza al
mundo. El desencantamiento del mundo, suscitado por el pluralismo de valores, no sería imputable a la
“racionalización” como tal, sino a la forma racionalista de concebir la racionalización, que Weber
denomina «intelectualización». Considero que la secularización es un fenómeno bastante más complejo
que en muchos casos implica desplazamientos y mutaciones, más que sonoras rupturas. El argumento
clásico de la secularización de Europa en este periodo puede verse magistralmente ilustrado en Owen
Chadwick’s The Secularization of European Mind in the Nineteenth Century, Cambridge University
Press, Cambridge, 1975. Frente a él se puede recordar por ejemplo que la Francia de finales del siglo
XIX experimenta una renovación espiritual en los centros urbanos patente en construcciones como la
basílica del Sagrado Corazón en París. Cfr. Raymond A. Jonas, “Restoring a Sacred Center: Pilgrimage,
Politics, and the Sacré-Coeur,” Historical Reflections 20 (1994): 95–123; Thomas Kselman, “The
Varieties of Religious Experience in Urban France,” en Hugh Mc Leod (Ed), European Religion in the
Age of Great Cities, 1830–1930, Routledge, London, 1995, pp. 165–190. La influencia de lo sobrenatural
en el campo y su incidencia la ha estudiado Judith Devlin, The Superstitious Mind: French Peasants and
the Supernatural in the Nineteenth Century, Yale University Press, New Haven, 1987. Catherine Labouré
comienza a tener visiones marianas en 1830, algo relativamente frecuente en el periodo. Cfr. Barbara
Corrado Pope, “Immaculate and Powerful: The Marian Revival in the Nineteenth Century,” en Clarissa
W. Atkinson, Constance H. Buchanan, and Margaret R. Miles (Eds), Immaculate and Powerful: The
Female in Sacred Image and Social Reality, Beacon Press, Boston,1985, pp. 173–200. La aparición
mariana más famosa es la de Lourdes en 1858. Cfr. Ruth Harris, Lourdes (ver nota 8); Suzanne K.
Kaufman, “Miracles” (ver nota 8). La concretización de lo sobrenatural ocurrió de otras maneras. Cfr.los
trabajos sobre la posesión demoniaca en Morzine. Jacqueline Carroy, Le mal de Morzine: De la
possession à l’hystérie (1857–1877), Solin, Paris 1981; Ruth Harris, “Possession on the Borders: The
‘Mal de Morzine’ in Nineteenth-Century France,” Journal of Modern History 69 (1997): 451–478;
Laurence Maire, Les possédées de Morzine (1857–1873) Presses Universitaires de Lyon, Lyon, 1981. Cfr.
Nicole Edelman, Voyantes, guérisseuses et visionnaires: Somnambules et médiums en France, 1785–
1914, Michel, Paris, 1995; Sofie Lachapelle, “A World Outside Science: French Attitudes toward
Mediumistic Phenomena, 1853–1931” (Ph.D. diss., University of Notre Dame, 2002)
13
" Cfr. Cristina Mazzoni, “Mystical Languages of Illness: Naturalism in France and Italy” en Saint
Hysteria: Neurosis, Mysticism and Gender in European Culture, Cornell University Press, New York,
1996, pp.54-89. Cfr. Gian Paolo Biasin, Literary Diseases: Theme and Metaphor in the Italian Novel,
University of Texas Press, Austin, 1975. Cfr. Elizabeth Bronfen, Over her Dead Body: Death, Feminity
and the Aesthetic, Routledge, New York, 1992. Cfr También Dominique de Courcelles, “Arrobamientos
de los escritores y contemporaneidad mística” en Victoria Cirlot y Amador Vega (Eds), Mística y
creación en el siglo XX, Herder, Barcelona, 2006, pp.139-156.
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14
" David Knowles, “What is Mysticism?” en Richard Woods (Ed), Understanding Mysticism, Image,
New York, 1980, pp.521-528"
15
Michel Foucault, “Clase del 26 de febrero de 1975”, Los anormales, Op cit, p.211.
16
" Charcot develó el origen tanto psicológico como neurológico de la histeria. Consiguió definir con
precisión todos sus síntomas y distinguió entre el caso normal de histeria y la que denominó «crisis
general de histeria. Fue un pionero en la aplicación de técnicas como la hipnosis en el tratamiento de
afecciones psiquiátricas, algo que impresionó a Sigmund Freud que fue su alumno. En el campo de la
neuropatología, Charcot fue el primero en dilucidar el origen y la sintomatología de enfermedades como
la esclerosis amiotrópica lateral, la esclerosis múltiple, la denominada enfermedad de Charcot (el proceso
de desintegración de ligamentos provocada por la ataxia locomotora), la hemorragia cerebral y su relación
con los aneurismas miliares. Lombroso desempeñó en la universidad de Turín, sucesivamente, las
cátedras de Medicina legal, Psiquiatría y Antropología criminal. concepción del delito como resultado de
tendencias innatas, de orden genético, observables en ciertos rasgos físicos o fisonómicos de los
delincuentes habituales (asimetrías craneales, determinadas formas de mandíbula, orejas, arcos
superciliares, etc.). Sin embargo, en sus obras se mencionan también como factores criminógenos el
clima, la orografía, el grado de civilización, la densidad de población, la alimentación, el alcoholismo, la
instrucción, la posición económica y la religión. Kraft-Ebing fue un psiquiatra alemán. Se le considera el
iniciador de la clasificación y sistematización de la patología sexual. En 1886 publicó Psychopathia
Sexualis, obra en la cual analiza con extremo detalle las principales formas de lo que entonces se
consideraban "desviaciones sexuales" y que ahora se conocen como parafilias. Allí equiparaba el
masoquismo que en el hombre era una patología, a la exacerbación de las características esenciales de una
naturaleza femenina que se plasmaba en su vivencia del amor y la religiosidad. Para ahondar en estos tres
personajes. Cfr. Henri F. Ellenberg, The Discovery of the Unconscious: The History and Evolution of
Dinamic Psychiatry, Basic, New York, 1970, y sobre todo Cristina Mazzoni, Op cit, pp.17-53. Este
último trabajo me ha resultado imprescindible.
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Habría que comenzar, de manera precisa, por detenerse en eso con lo que tiene que
ver la histeria: Su condición reveladora del destino femenino21. El cuerpo femenino,
cuyo poder generador viene a recordar la menstruación con implacable regularidad, es
considerado como perteneciendo a la naturaleza, de manera más sensible que la otra
mitad de los seres. Lo que la histeria señala es la irrupción abierta de esa virtualidad
desposesiva que la condición femenina es. Lo latente para el conjunto de la especie
humana, en la mujer resulta flagrante. La mujer es ese ser vivo virtualmente
desdoblado entre su propiedad subjetiva, y la naturaleza que se apodera de ella, y obra
en ella desbordándola irremisiblemente, en aras de la reproducción de la especie. Las
teorías que individualizan a la matriz como un ser aparte22 a lo que tratan de dar carne,
es a esa autonomía del orden natural en el seno de un cuerpo femenino que sufre inerme
sus efectos. Aunque la anatomía fantasmagórica de la histeria será barrida por un
conocimiento más positivo a partir del siglo XVI, perdura la necesidad imaginaria que
alimenta y rige las representaciones. Así, si bien desde Willis y Sydenham se ha puesto
en duda su origen uterino23; si en los siglos XVII y XVIII la histeria es asociada a la
hipocondría, como enfermedad general del sistema nervioso; o a la epilepsia, por la
rigidez convulsiva y los ataques; lo cierto es que pese a Charcot24 o al descubrimiento
freudiano hasta bien entrado el siglo XX, la preponderancia social de las imágenes
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21
Cfr. Gladys Swain, “El alma, la mujer, el sexo y el cuerpo”, op cit, pp.199-213.
22
"Platón dice en el Timeo: “Los así llamados úteros y matrices en las mujeres —un animal deseoso de
procreación en ellas, que se irrita y enfurece cuando no es fertilizado a tiempo durante un largo período y,
errante por todo el cuerpo, obstruye los conductos de aire sin dejar respirar— les ocasiona, por la misma
razón, las peores carencias y les provoca variadas enfermedades, hasta que el deseo de uno y el amor de
otro, como si recogieran un fruto de los árboles, los reúnen y, después de plantar en el útero como en
tierra fértil animales invisibles por su pequeñez e informes y de separar a los amantes nuevamente, crían a
aquéllos en el interior, y, tras hacerlos salir más tarde a la luz, cumplen la generación de los seres
vivientes”. Para Platón el útero es un animal dentro de un animal. Es decir, además del cuerpo, animal
que siempre puede volverse incontrolable, la mujer tiene además un órgano animal incontrolable, el útero.
Cfr. Platón, Timeo (Edición bilingüe), Universidad Católica de Chile, Santiago, 2004, p.55.
23
Thomas Willis (1622?- 1675) y Thomas Sydenham (1624-1689) fueron los primeros médicos, a fines
del siglo XVII, en otorgar una etiología distinta a las afecciones histéricas e hipocondríacas, pues las
suponían dependientes directamente de un regulador unitario de las funciones del organismo. Las
llamaron “enfermedades nerviosas" bajo el supuesto de que los nervios eran conductores de los agentes
de la sensación y el movimiento (los “espíritus animales", según la denominación tradicional de la época)
que, originados en el cerebro, llegaban a todas las partes del organismo. Cfr. Cfr. Michel Foucault,
Historia de la locura en la época clásica I, FCE, México, 1998, pp.432-461; Andrew Scull,
“Neurologie”, Hysteria: The Biography, Oxford University Press, Oxford, 2009, pp. 24-42.
24
Hacen énfasis en los hallazgos de Charcot ,Marcel Gauchet y Gladys Swain, El verdadero Charcot,
Nueva Visión, Buenos Aires, 2000. También Héctor Pérez Rincón, El teatro de las histéricas. De cómo
Charcot descubrió entre otras cosas que también había histéricos, FCE, México, 1998.
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Así, pese a que a menudo se señala que la histeria imita todas las enfermedades; hace
que sus síntomas evolucionen de manera diferente; desaparezcan brutalmente; o cedan
su lugar a otros no menos caprichosos; entre todos los místicos cristianos será Teresa de
Ávila (1515-1582), quien se convertirá, a partir del siglo XIX, en el blanco privilegiado
de la caracterización de la patología y de la asociación de ésta con el misticismo. Las
enfermedades prolongadas de Teresa, los fenómenos extraordinarios que rodearon su
vida (como el éxtasis o la levitación) la sensualidad que permean sus escritos y la
relevancia de su figura como reformadora de una orden religiosa, la transformarán, por
en la santa patrona de las histéricas por excelencia. Ante descripciones como las
siguientes:
Es tan excesivo que el sujeto le puede mal llevar y así algunas veces se me quitan todos
los pulsos casi, según dicen las que algunas veces se llegan a mí de las hermanas que ya
más lo entienden, y las canillas muy abiertas y las manos tan yertas que yo no las puedo
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25
Tradicionalmente se ha distinguido entre un misticismo especulativo, predominantemente masculino,
cuyo representante eximio sería el Maestro Eckhart y los representantes de la vía apofática o negativa; y
un misticismo afectivo, predominantemente femenino, y caracterizado por un marcado énfasis extático y
visionario. Esta distinción ha sido lúcidamente criticada por Amy Hollywood, The Soul as Virgin Wife,
University of Notre Dame Press, Indiana, 2001.
26
Michel Foucault, Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber, Op cit, p.185.
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algunas veces juntar y así me queda dolor hasta otro día en los pulsos y en el cuerpo, que
parece me han descoyuntado27.
Otra vez me estuvo cinco horas atormentando [el demonio] con tan terribles dolores y
desasosiego interior y exterior, que no me parece se podía ya sufrir. Las que estaban
conmigo estaban espantadas y no sabían qué hacer ni yo cómo valerme […] eran grandes
los golpes que me hacía dar, sin poderme resistir, con cabeza, cuerpo y brazos; y lo peor
era el desasosiego interior, que de ninguna suerte podía tener sosiego28
En esta arena, los teólogos católicos por su parte, se debatían en reconocer que una
persona podía ver a la Virgen, los ángeles e incluso a ciertos muertos; a propósito de
estos últimos se advertía en el Dictionnaire de théologie catholique: “Dios [...] [podrá]
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
33
Jean –Martin Charcot, Leçons du mardi à la Salpêtrière, policlinique 1887-1888, notes de cours de
MM. Blin, Charcot, Colin, t.1, Bibliothèque des Introuvables , Tchou, Paris, 2002, p.223. Cfr. Josef
Breuer y Sigmund Freud, Estudios sobre la histeria en Sigmund Freud, Obras completas, t.2, Amorrortu,
Buenos Aires, 2006, p.39.
34
Georges Didi-Huberman, La invención de la histeria. Charcot y la iconografía fotográfica de la
Salpêtriere, Cátedra, Madrid, 2007, p.20.
35
Jacqueline Carroy-Thirard, “Possesion, extase, hystérie au 19e siècle”, Psychanalyse à l´université 5.19
(1980):507.
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lograban salir indemnes – según él- del rigor que un método estrictamente científico
requeriría. Su antagonista más que Charcot (aunque ciertamente también éste aparece,
como hemos visto, mencionado) era el padre Hahn: El jesuita belga – a quien hemos
aludido con anterioridad- que diez años antes había escrito que santa Teresa si bien
desde el punto de vista orgánico era una histérica; no lo era intelectualmente. Para
Imbert- Gourbeyre, la distinción era “una herejía médica” un “absurdo”42. Hay que
señalar que la tesis del padre Hahn suscitó una controversia apasionada. Su obra pasó a
formar parte del Index de libros prohibidos, aunque la Iglesia no pudo evitar que futuros
médicos como Gilles de la Tourette, se acabaran apoyando en su trabajo para apoyar el
diagnóstico de que la mística no era sino una forma de histeria43.
Todo aquello que sucedía entre el alma y Dios debía ser sometido al parecer de
aquellos que eran expertos en la relación entre Dios y los hombres: los teólogos. Teresa
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
46
Jennifer Radden, Moody Minds Distempered: Essays on Melancholy and Depression, Oxford
University Press, New York, 2009, p.30.
47
Cfr. Benjamin G. Kohl (Editor), H. C. Erik Midelfort (Editor), On Witchcraft: An Abridged Translation
of Johann Weyer's De Praestigiis Daemonum, Pegasus Press, California, 1998
48
H. C Erik Middlefort, Op cit, p.220.
49
Moshe Sluhovsky, Op cit, p.1.
50
Teresa de Ávila, Libro de la vida, capítulo 23.2, en Op cit, p126.
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acudió a los letrados de su época (que valoraban más la doctrina que la experiencia) y a
los espirituales (que enfatizaban que el conocimiento de Dios podía alcanzarse a través
de la oración). Aunque ella misma subrayará que: “veía en mí grandísima seguridad de
que era Dios; en especial cuando estaba en oración y veía que quedaba de allí muy
mejorada y con más fortaleza; […] en distrayéndome un poco tornaba a temer y a
pensar si quería el demonio, haciéndome entender que era bueno”51. Explicaba entonces
cómo había comenzado a escuchar locuciones divinas. Para Teresa las locuciones
podían provenir o bien de Dios o bien del diablo, o bien de un intelecto frágil asediado
por la melancolía. En unos y otros casos lo ideal era en principio: “tomarse como una
tentación de cosas de la fe, y así resistir siempre, para que se vayan quitando; y sí se
quitarán porque llevan poca fuerza consigo”52. Teresa proponía adoptar, más que un
marco médico, un marco espiritual de referencia, pero no porque se hubiera decantado
por alguna causa en especial de lo que le acaecía al sujeto, sino por la convicción de que
el marco espiritual podía ser más efectivo para lograr el autocontrol y la disminución de
su sufrimiento: “Si es de Dios […] antes crece cuando es probado […] mas no sea
apretando mucho el alma y inquietándola; porque verdaderamente ella no puede más”53.
Si las locuciones eran verdaderamente divinas, decía ella, la diferencia era que no se
podían ni repeler ni revivir, y no había más remedio que aceptarlas:""
Son unas palabras muy formadas, mas con los oídos corporales no se oyen, sino
entiéndense muy más claro que si se oyesen; y dejarlo de entender, aunque mucho se
resista, es por demás. Porque cuando acá no queremos oír, podemos tapar los oídos o
advertir a otra cosa, de manera que, aunque se oiga no se entiende. En esta plática que
hace Dios al alma no hay remedio alguno, sino que, aunque me pese, me hacen
escuchar54.
Ella pensaba que si el demonio pretendía hacerla pecar no podía hacer nada contra su
deseo de abandonarse a sí misma y hacer únicamente la voluntad de Dios:
¿De qué temo?, ¿Qué es esto? Yo deseo servir a este Señor, no deseo otra cosa sino
contentarle; no quiero contento ni descanso ni otro bien sino hacer su voluntad [...],
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
51
Ibídem
52
Teresa de Ávila, El castillo interior o Las moradas, 6.3.4, en Op cit, p.532
53
Ibíd, 6.3.3, p.531.
54
Teresa de Ávila, Libro de la vida, capítulo 25.1, en Op cit, p.134.
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siendo yo sierva de este Señor y Rey […] ¿por qué no he de tener fortaleza para
combatirme con todo el infierno? […] venid todos, que siendo sierva del Señor yo quiero
55
ver qué me podéis hacer .
Era todavía más difícil para ella explicar sus visiones porque había que traducir en
palabras algo que no eran palabras. Entonces había intentado “poner en comparaciones
para darme a entender; y cierto, para esta manera de visión, a mi parecer, no la hay que
mucho cuadre”56. Sus visiones habían sido de tres tipos: corporales (excepcional y muy
raramente) y sobre todo, intelectuales e imaginarias. Las visiones intelectuales habían
consistido en la percepción de la cercanía de Cristo estando situado a su lado derecho.
Cuando el confesor le preguntaba en qué forma lo veía, ella le explicaba que en realidad
no lo veía sino que lo sentía, como se siente a una persona que está cerca de nosotros en
la oscuridad57. Estaban además las visiones imaginarias: aparecía en su mente la imagen
de Cristo: primero las manos, después el rostro, luego toda su figura. Teresa misma
señalaba que no era “como los dibujos de acá, por muy perfectos que sean, que hartos
he visto buenos; es disparate pensar que tiene semejanza lo uno con lo otro en ninguna
manera, no más ni menos que la tiene una persona viva a su retrato, que bien que esté
sacado, no puede ser tan natural que, en fin, se ve es cosa muerta”58. Tenemos que tener
presente que los límites de lo posible no han permanecido inmutables y que las
experiencias de las que hablaba Teresa, tenían sentido. Como escribe Moshe Sluhovsky:
En todo caso de posesión divina o diabólica hubo algo que persuadió a los
contemporáneos que estaban confrontando una causalidad divina o demoniaca más que
una enfermedad orgánica como la locura, la histeria, la parálisis, la imbecilidad o la
epilepsia, clasificaciones, todas ellas, que no eran ajenas en la modernidad temprana. La
etiología demoniaca o divina existía codo a codo con las definiciones naturalistas. Si
elegían no emplear estas definiciones naturalistas y describían ciertos comportamientos
como “posesión” no era debido a lo inadecuado de su inteligencia o su conocimiento
médico […] Debemos empezar reconociendo la coherencia de su sistema de organización
del conocimiento59.
demonio haría tanto bien ni andaría el alma con tanta paz y con tan continuos deseos de
contentar a Dios y con tanto desprecio de todo lo que no la lleva a Él”60. Posteriormente
ella alertará a sus monjas sobre los confesores que pueden equivocarse y atormentar a
sus dirigidas y subrayará como “así como aunque más letras tengan, hay cosas que no se
alcanzan”61. Teresa compartía con su época la idea de una naturaleza femenina
especialmente proclive a los ataques del demonio, que podía aprovecharse a través de la
debilidad de dicha naturaleza:
El diablo, observaba Teresa en Las Fundaciones, “sujeta aquel alma tomando por
medio este mal [la melancolía]”63. No obstante, en la actitud ambivalente propia de su
discurso asimismo advertía:
Comencemos por el tormento que da topar con un confesor tan cuerdo y poco
experimentado que no hay cosa que tenga por segura; todo lo teme, en todo pone duda
como ve cosas no ordinarias, en especial si en el alma que las tiene ve alguna
imperfección (que les parece han de ser ángeles a quien Dios hiciere estas mercedes y es
imposible mientras estuvieren en este cuerpo), luego es todo condenado a demonio o
melancolía. La pobre alma que anda con el mismo temor y va al confesor como a juez, y
ése la condena, no puede dejar de sufrir tan gran tormento y turbación que sólo entenderá
cuán gran trabajo es quien hubiere pasado por ello. Porque éste es otro de los grandes
trabajos que estas almas padecen, en especial si han sido ruines, pensar que por sus
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
60
Teresa de Ávila, El castillo interior o Las moradas, 6.8.3, en Op cit, p.553
61
Teresa de Ávila Cuenta de conciencia, 57ª. 29, en Op cit, p.624.
62
Teresa de Ávila, El castillo interior o Las moradas. 3.11-14 en Op cit, pp.506-507.
63
Teresa de Ávila, Libro de las Fundaciones, capítulo 7.3 en Op cit, p.700.
116"
"
pecados ha Dios de permitir que sean engañadas […] cuando el confesor la asegura,
64
aplácase aunque torna; más cuando él ayuda con más temor es cosa casi insufrible .
Penetrar la carne, hacerla pasar por el filtro del discurso exhaustivo y el examen
permanente era tarea de un confesor que debía poseer la dirección de la carne sin que el
cuerpo la objetase con el fenómeno de resistencia que constituía la posesión65. A Teresa
le preocupaba la posibilidad de discernir la melancolía de las aflicciones de origen
sobrenatural o preternatural. Ahora bien, no asociaba la facultad del discernimiento
entre lo natural, lo preternatural, y lo sobrenatural, a una potestad única del confesor
vinculada al género, la jerarquía eclesiástica, o la erudición, sino que como ella misma
señalaba: “Bien creo yo que no estará en este engaño quien tuviere talento de conocer
espíritus y le hubiere el Señor dado humildad verdadera; que éste juzga por los efectos y
determinaciones y amor y dale el Señor luz para que lo conozca. […] como digo, dalo el
Señor a quien quiere y aun a quien mejor se dispone”66. Así, las monjas mismas debían
practicar el discernimiento “la discreción” “cuando hay gran distraimiento y turbación
en el entendimiento” y distinguir cuando éste “viene de indisposición corporal” de “las
vueltas de los humores” y no “atormentar al alma a lo que no puede”67. Sin negar la
consulta a los confesores, ella confiaba en la propia capacidad del sujeto para discernir
lo que le acaecía: “Siéntese, a mi parecer, cuándo es espíritu de Dios o procurado de
nosotros con comienzo de devoción que da Dios […] si es del demonio, alma ejercitada
paréceme lo entenderá”68. No había sin embargo, con confesor o sin él, experiencia que
no retuviese cierta sombra de duda. De esta manera, al describir su ascenso a la sexta
morada considerada el inicio de la culminación de su itinerario espiritual, a través de la
tercera persona ella misma confesaba haber estado:”temerosa de esta visión (porque no
es como las imaginarias que pasan de presto, sino que duran muchos días y aun más que
un año alguna vez), [así] se fue a su confesor harto fatigada. El la dijo que si no veía
nada, que cómo sabía que era nuestro Señor; que le dijese qué rostro tenía. Ella le dijo
que no sabía, ni veía rostro, ni podía decir más de lo dicho; que lo que sabía es que era
Él el que la hablaba y que no era antojo […] aunque le ponían hartos temores”69. La
ambivalencia teresiana no desaparecía: “esto del conocimiento propio jamás se ha de
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
64
Teresa de Ávila, El castillo interior o Las Moradas 6.1.8, en Op cit, p.526.
65
Michel Foucault, “Clase 26 de febrero de 1975” , Los anormales, Op cit, p.202.
66
Teresa de Ávila, Libro de la vida, capítulo 39.10, en Op cit, p.218.
67
Ibíd, capítulo 11.15-16, p.74
68
Ibíd, capítulo 15.10, p.90.
69
Teresa de Ávila, El castillo interior o Las moradas, 6.8.3, en Op cit, p.553.
117"
"
dejar […] porque no hay estado de oración tan subido que muchas veces no sea
necesario tornar al principio”70.
Es posible contemplar el itinerario teresiano como un conjunto de prácticas complejas,
centradas en un discernimiento que interioriza la noción de un yo que se vigila a sí
mismo, y que localiza la verdad en el interior del alma moderna. Recuerdo aquí la idea
de Roland Barthes cuando refiriéndose a la cultura de Occidente apunta a esa especie de
inagotable radiofonía interior a la que llamamos alma. Se ha dicho que este factor es el
que habría sido el novum del cristianismo, el nacimiento de una nueva antropología en
la que Dios habla a hombres y mujeres, y hombres y mujeres hablan a Dios. De tal
diálogo habría nacido una nueva forma de introspección. Los fenómenos “anormales”,
que atraerán nuevamente la atención en el siglo XIX y XX, cesaban al llegar a la
culminación del camino espiritual. Teresa los contemplaba como producto de una
dialéctica en la que el sujeto debía transformarse radicalmente en la conciencia de
sentirse permanentemente habitado por la divinidad. Los fenómenos extraordinarios
servían asimismo para preparar a la naturaleza humana para esta inhabitación, o para
que Dios mostrase públicamente sus designios. Finalizaban por completo una vez
habían logrado su cometido, y Teresa misma no cejaba en insistir en que no eran lo más
importante. La cumbre de su itinerario espiritual se parecía, curiosamente, a una
asombrosa paz cotidiana en medio de las dificultades. El momento de contemplar había
sido sobrepasado. El alma tornaba al mundo, a la exterioridad, trabajando activamente como
Cristo desde que tenía su fortaleza:
En llegando aquí el alma todos los arrobamientos se le quitan […] se les quita esta
gran flaqueza que les era harto trabajo y antes no se quitó. Quizá es que la ha
fortalecido el Señor y ensanchado y habilitado; u pudo ser que quería dar a entender en
público lo que hacía con estas almas en secreto, por algunos fines que su Majestad
sabe, que sus juicios son sobre todo lo que acá podemos imaginar […] Esto les hace
andar más cuidadosas y procurar sacar fuerzas de su flaqueza […] Mientras más
favorecidas de su Majestad andan más acobardadas y temerosas de sí […] Yo os digo
hermanas que no les falta cruz, salvo que no les inquieta ni les hace perder la paz, sino
que pasan de presto como una ola, algunas tempestades y torna bonanza; que la
presencia que traen del Señor les hace que luego se les olvide todo71.
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
70
Teresa de Ávila, Libro de la vida, capítulo 13. 15, en Op cit, p. 81
71
Teresa de Ávila, El castillo interior o Las moradas, 7.3.12-15, en Op cit, pp.577-578
118"
"
En las lecturas posteriores de Teresa de Ávila, sin embargo- y tal como asevera Amy
Hollywood- la lectura de su cuerpo fue a menudo más importante que la de sus propios
textos72. Así, en el siglo XIX y XX, la controversia teresiana se centró en la escultura
ambigua de Bernini el éxtasis de santa Teresa de 165273. Todo el sensoespiritualismo
del barroco parecía encontrar un punto de representación máxima en la representación
de este éxtasis. La totalidad de Teresa era, pues, la totalidad del éxtasis. La obra entera,
la capilla entera, creaba un espacio o teatro para ver y, en ese espacio que posibilitaba el
ver, y en cierto modo, crear al espectador (creyente o simple voyeur), la interioridad
total se constituía en representación total: el éxtasis era ya una representación. Ciertas
líneas profundas de la espiritualidad teresiana, habrían sido entonces, cuando no
clausuradas, sí consideradas con una muy particular cautela74. Habría que recordar que
el éxtasis de santa Teresa de Bernini, capturaba una de las escasísimas visiones
corporales que, según ella misma, experimentó:
nunca la vi con los ojos corporales, ni ninguna, sino con los ojos del alma. Dicen los que
lo saben mejor que yo, que es más perfecta la pasada que ésta, y ésta más mucho que las
que se ven con los ojos corporales. Esta dicen que es la más baja y adonde más ilusiones
puede hacer el demonio, aunque entonces no podía yo entender tal, sino que deseaba, ya
que se me hacía esta merced, que fuese viéndola con los ojos corporales, para que no me
dijese el confesor se me antojaba75.
Habría que recordar además que ésta acaeció al inicio de su camino espiritual y que
Teresa no le otorgó el carácter significativo que adquiriría posteriormente. Había visto
un ángel delante de ella, a su izquierda, y lo describía así: “No era grande sino pequeño,
hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que
parece todos se abrasan”76. El ángel llevaba en sus manos un dardo largo de oro acabado
en una punta de fuego y Teresa relataba su actuación: “Este me parecía meter en el
corazón algunas veces, y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
72
Amy Hollywood, “Beauvoir, Irigaray and The Mystical”, Hypatia 4 (1994): 160
73
La escultura- joya del barroco- se encuentra en la capilla Cornaro, en la Iglesia de santa María de la
Victoria de Roma. Santa Teresa aparece en éxtasis y ambos lados en palcos, los miembros de la familia
Cornaro son representados en palcos, contemplando el fenómeno.
74
Cfr. José Ángel Valente, “Teresa in capella Cornaro” en Variaciones sobre el pájaro y la red precedido
de La piedra y el centro, Tusquets, Barcelona, 2000, pp.53-59.
75
"Teresa de Ávila, Libro de la vida, capítulo 28 .4, en Op cit, p.149.
76
Ibíd, capítulo 29.13, pp.157-158
119"
"
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
77
Ibídem
78
Ibídem
79
Richard von Kraft-Ebing, Psychopathia Sexualis, with Special Reference to the Antipathic Sexual
Instinct: A medico- Forensic Study, Scarborough, New York, 1978, pp.329-330.
80
Ibíd, p.330
81
Jean Garrabé, La noche oscura del ser: Una historia de la esquizofrenia, FCE, México, 1996, p.11
82
Hay que señalar que esta visión que encontramos en los textos de Teresa de Ávila o en los tratados de
demonología y de medicina del periodo; disiente de la visión de los filósofos renacentistas que
consideraban, siguiendo cierta herencia clásica, que la mujer no podía ser melancólica puesto que la
atrabilis si bien de manera ambivalente implicaba el ingenio y el avezamiento en las artes Cfr.Juliana
Schiesari, The Gendering of Melancholia: Feminism, Psychoanalysis, and the Symbolic Loss in
Renaissance Literature, Cornell University Press, New York, 1992.
83
Jean Garrabé, Op cit, p.11.
120"
"
enfermedad basada en la asunción de que cada pathos tenía características que se podían
fijar; idea que hará precisamente del mal histérico el ámbito recurrente84. Sea como sea,
ninfomanía e histeria remitían a una sexualidad aberrante y a su órgano metonímico: el
útero a través de la lectura de un cuerpo en convulsiones cuyas características había que
precisar con la mayor nitidez. Charcot inauguró esta tradición eminentemente visual en
Les démoniaques dans l´art (1886) escrito en colaboración con Paul Richer, obra en la
que transformaba las metáforas religiosas en metáforas científicas a través de la
tentativa de apropiación del discurso psiquiátrico de toda una tradición iconográfica.
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
84
Cfr. Jan E Goldstein, Console and Classify: The French Psychiatric Profession in the Nineteenth
Century University of Chicago Press, Chicago, 2002, pp.322-378
85
Sigmund Freud, “Charcot” en Obras Completas, t.3, Op cit, p.14
121"
"
Bourneville hace uso de una analogía reveladora al describir lo que sienten los médicos la
primera vez que presencian un ataque de histeria. Dibuja una comparación con la
respuesta de toda la población de una ciudad [se refiere a Loudun] reunida en la Iglesia
para observar como doce miembros de una orden religiosa eran presa de una posesión
(Bourneville and Regnard 1876, 25). La analogía sugiere que presenciar es correr el
riesgo de verse arrastrado y formar parte de lo que uno ve. El ataque histérico como […]
el estado de posesión ejerce una fuerza en el espectador que ha de ser resistida […]
Presumiblemente la fotografía proporcionada la medida tan necesitada de un soporte
técnico que disociaba al sujeto del objeto incrementando la distancia en tiempo y espacio
que les separaba86.
Un éxtasis. Éxtasis, raptus, excessus mentis, dilatatio mentis, mentis alienatio, formas
atestadas, tradicionales, de una frontera entre la locura…y la mística. […] Evocar, e
incluso convocar, a las grandes místicas para dar cuenta, describir y justificar en la
historia el escándalo y la belleza reunidos de los éxtasis histéricos. […] Resulta realmente
crucial ese momento en que una “gran forma” nosológica […] viene a nacer como por
transfiguración de una “gran forma” de la iconografía religiosa más clásica ¿o debería
decir más bien “barroca”?87
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
86
Anne Golomb Hoffman, “Archival Bodies” American Imago, 66- 1, ( 2009):21
87
Georges Didi-Huberman, Op cit, p.194.
88
Jean- Martin Charcot y Paul Richer, Op cit, p. 102
122"
"
Fue sin embargo Charcot quien al apuntar que un evento psicológico podía producir
síntomas fisiológicos, e incluso neurológicos, como la parálisis local, sin que mediara
simulación ninguna en el sujeto; hizo posible el abandono de la definición antigua de la
histeria como enfermedad del sistema nervioso, hacia la definición moderna de
neurosis. A partir de aquí, y ello es lo que nos importa, la separación respecto de la
voluntad del sujeto que vendrá a exhibirse en el cuerpo del sujeto, ya no será
comprendida más que como algo que reenvía a una división en el seno mismo de la
conciencia. Tiene razón Gladys Swain cuando señala que la metamorfosis de la histeria
que se opera entre 1880 y 1900 provee entonces, cuando se la analiza en profundidad,
una doble lección. Revela la importancia de una herencia; y abre paso a la significación
de una ruptura93. La histeria es, por un lado, aquello a través de lo cual nos
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
89
Ibíd, p. 109
90
Michel Foucault, El nacimiento de la clínica, Op cit, p.167.
91
Georges Didi- Huberman, Op cit, p.68.
92
"Didi Huberman dilucida a lo largo de este libro esta supuesta identidad de la fotografía, en lo que él
llama “paradoja de la evidencia espectacular”, una paradoja que se basa en que la fotografía no es sino
una práctica del artificio, como lo muestran en un único ejemplo, las poses de la Salpêtrière, Op cit,
pp.82-91.
93
Gladys Swain, “El alma, la mujer, el sexo”, Op cit, p.209.
123"
"
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
94
Josef Breuer y Sigmund Freud, Estudios sobre la histeria, en Sigmund Freud, Obras Completas, t.2, Op
cit, p.242.
95
Ibíd, pp.35-36.
96
Cfr. Cristina Mazzoni, Op cit, p.42.
124"
"
las grandes histéricas son todavía peores, y se caracterizan por “un espíritu de
recusación y pelea, amor al hurto, fingimiento e infamia; por la imposibilidad de
someter las pasiones; e incluso por cierta perversión moral”97. Freud en cambio en su
obra junto a Breuer señalaba- refiriéndose en concreto al caso de Emmy von N- que
ambos solían sonreír
En 1893, Freud escribía: “Yo afirmo, por el contrario, que la lesión de las parálisis
histéricas debe ser por completo independiente de la anatomía del sistema nervioso,
puesto que la histeria se comporta en sus parálisis y otras manifestaciones como si la
anatomía no existiera o como si no tuviera noticia alguna de ella”101. Freud
descorporizaba la histeria, dejando en evidencia la anatomía imaginaria que regía sus
manifestaciones. La parálisis histérica, y era la neurología quien lo señalaba, no
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
97
Antoine Imbert -Gourbeyre, La stigmatisation, t.2, Op cit, p.434.
98
Josef Breuer y Sigmund Freud, Op cit, p.121.
99
Ibíd, p. 242
100
Ibídem
101
Sigmund Freud, Algunas consideraciones con miras a un estudio comparativo de las parálisis motrices,
orgánicas e histéricas, en Obras completas, t.1, Op cit, p. 206. El énfasis es el del autor.
125"
"
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
102
Josef Breuer y Sigmund Freud, Op cit, p.259.
126"
"
Con este momento, y con este proceso, debemos relacionar, en particular, la gran crisis
de la identidad femenina que se manifiesta en ese entonces; desde la obsesionante
“cuestión de la mujer” hasta el nuevo impulso tomado por el movimiento feminista. La
confrontación entre la imagen tradicional de aquella que no se pertenece porque la vida
requiere de ella, y la visión emergente de la pertenencia íntima y subjetiva del cuerpo,
no podía ser más que frontal. Era en la mujer, y con respecto a la mujer, que se
constituían las tensiones que originaban la metamorfosis de la histeria que se
reflejaban en ella. En el centro de las disquisiciones de pensadoras de la condición
femenina y el movimiento de la mujer como Simone de Beauvoir y Luce Irigaray, una
vez más, se hallaba la que el siglo anterior había sido la atracción del debate entre la
ciencia positivista y la ciencia de los santos; la patrona de las histéricas: Teresa de
Ávila. En la peliaguda cuestión de la herencia y el legado de lo que podría ser una
historia de las mujeres, ahora eran las mismas mujeres las que se preguntaban ¿qué
hacer con la histérica? Ella, en medio de todos los avatares, seguía siendo el cuerpo de
la verdad, o más bien el teatro de la verdad sobre el cuerpo. Al cambiar, se mantenía: se
volvía aquella cuyo desorden develaba la economía subjetiva de la corporeidad, aquella
cuyo cuerpo en retirada exhibía la fractura interna del sujeto contemporáneo.
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
103
Gladys Swain, “El alma, la mujer, el sexo y el cuerpo”, Op cit, pp.210-211.
127"
"
Una escena nos sirve para encuadrar la cuestión que vamos a dilucidar a continuación.
En un intercambio publicado por primera vez en 1975, Hélène Cixous -que se asociará
al movimiento francés de mujeres con énfasis en el psicoanálisis “Psych et Po104”-; y la
filósofa y antropóloga marxista y feminista Catherine Clément, discuten sobre el poder
político de la histeria. Su conversación cierra una obra en la que Clément comparaba la
caza de brujas del siglo XVI con el fenómeno de la histeria de los siglos XIX y XX.
Hélène Cixous por su parte, vinculaba los personajes literarios desde Kleist a
Shakespeare con Teresa de Ávila y el caso Dora de Sigmund Freud. “santa Teresa de
Ávila – escribía Cixous al respecto- era aquella mujer loca que sabía mucho más que
todos los hombres y que sabía cómo transformarse en pájaro bajo el impulso del amor”.
Teresa – sugería Cixous- era una histérica, “y las histéricas son mis hermanas […] pero
yo soy lo que Dora hubiera sido si la historia de las mujeres hubiera comenzado”105. La
histérica es aquella que declara querer todo, pero: “El mundo no le da gente que sea
todo; siempre son pedacitos. En lo que ella proyecta como una demanda de totalidad, de
fuerza, de certidumbre; ella demanda a los otros de una manera que les resulta
intolerable y que les previene de funcionar cómo funcionan (sin su pequeña economía
restringida). Ella [la histérica] destruye su cálculo”106.
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
104
Sobre el movimiento de mujeres Psy et Po (Psicoanálisis y política). Cfr. Monique Remy, Histoire des
mouvements de femmes: De l'utopie à l'intégration, L'Harmattan, Paris, 1990.
105
Hélène Cixous y Catherine Clément, The Newly Born Woman, University of Minnesota Press,
Minneapolis, 2008, p.99.
106
Ibíd, p.155. Este pasaje tiene resonancias indiscutiblemente batailleanas. Cfr. Las lúcidas páginas que
dedica Derrida a la obra de Bataille en Jacques Derrida, “De la economía restringida a la economía
general: Un hegelianismo sin reserva” en La escritura y la diferencia, Anthropos, Barcelona, 1989,
pp.394-382.
128"
"
Cixous no retaba la concepción de que había una brecha entre la religión y estas
formas de misticismo extremo, algo aceptado incluso por autores católicos como
Imbert-Gourbeyre; pero revertía la valoración de una y de otra. Su yuxtaposición de
misticismo e histeria funcionaba dentro de una oposición entre estructuras sociales
dominantes – como la religión- que ella contemplaba como represivas y opresivas; y el
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
107
Hélène Cixous y Catherine Clément, Op cit, p.157
108
Ibíd, pp.157-158
109
Ibíd, p.157
129"
"
Comencemos por señalar que no deja de ser sintomático que el primer ejemplo con el
que Beauvoir ahondará en la cuestión de la mística femenina [y el que es citado de
manera más extensa] no pertenece a ningún escrito místico sino a la reproducción que
un médico realizaba en una patografía, de una de sus pacientes diagnosticada de
erotomanía. La posición de Simone Beauvoir acerca de las condiciones de la mujer está
expresada, como bien se sabe, en El segundo sexo. En el prólogo la autora asume su
propia subjetividad sexuada: “Si quiero definirme, estoy obligada antes de nada a
declarar: «Soy una mujer»; esta verdad constituye el fondo del cual se extraerán todas
las demás afirmaciones. Un hombre no comienza jamás por presentarse como individuo
de un determinado sexo: que él sea hombre es algo que se da por supuesto”110. El
marco conceptual y teórico en el que Simone de Beauvoir situaba entonces su
concepción de la mujer era el existencialismo sartreano:
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
110
Simone de Beauvoir, El segundo sexo, Sudamericana, Buenos Aires, 1999, p.3.
131"
"
reivindicación fundamental de todo sujeto que se plantee siempre como lo esencial y las
111
exigencias de una situación que la constituye como inesencial .
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
116
Ibidem
117
Ibíd, p.15
133"
"
subjetivas, puesto que, bajo su figura objetiva, es el sujeto mismo, y este vive sus
actitudes en la unidad de su existencia”118. Simone de Beauvoir trataba de ver a la mujer
como un ser de elección que había tenido que elegir entre afirmarse como trascendencia
o alienarse como objeto; contemplaba a la mujer como un ser capaz de libertad, aunque
esta libertad estuviera alienada, históricamente, en la subordinación al hombre. Su
finalidad era mostrar que el significado de la mística no debía de ser comprendido en
términos corporales o cuasi naturales – como pensaban los que subrayaban el furor
uterino; o la virtualidad desposesiva que definía a la condición femenina en virtud de su
cuerpo marcado, cuyo poder generador vendría a recordar la menstruación con
regularidad implacable. La mística había de ser comprendida desde que un proyecto
cultural en el que la identidad femenina históricamente se reducía a lo que de ella
habían hecho, elegido y dicho los hombres.
el hecho de que su cuerpo exprese activamente sus obsesiones, sino que su libertad sea
hechizada y anulada; el dominio que un faquir adquiere sobre su organismo no le hace
esclavo del mismo; la mímica corporal puede estar envuelta en el impulso de una libertad.
Los textos de Santa Teresa apenas se prestan a equívocos y justifican la estatua de
Bernini, que nos muestra a la santa en trance a causa de los excesos de una fulminante
voluptuosidad; no sería menos falso interpretar sus emociones como una simple
«sublimación sexual»; en primer lugar, no existe un deseo sexual inconfesado que adopte
la figura de un amor divino. La misma enamorada no es en principio presa de un deseo
sin objeto que se fijaría en seguida en un individuo; es la presencia del amante la que
suscita en ella una turbación inmediatamente intencionada hacia él; así, con un solo
movimiento, Santa Teresa trata de unirse con Dios y vive esa unión en su cuerpo; no es
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
118
Ibíd, p.323
119
Ibíd, p.6
134"
"
esclava de sus nervios y sus hormonas; más bien hay que admirar en ella la intensidad de
120
una fe que penetra hasta lo más íntimo de su carne .
Mientras que la histérica se degradaba porque el lenguaje del cuerpo sólo era elocuente
y digno en tanto estuviera determinado por una subjetividad soberana; Teresa de Ávila
lograba poseer en los movimientos mismos de su cuerpo, esta conciencia “sana y libre”.
Siguiendo la tradición visual que hemos visto con anterioridad, Beauvoir aludía al
éxtasis de santa Teresa según Bernini. Si para el padre Hahn –a quien nos hemos
referido ya- Teresa de Ávila había sufrido de histeria sin que ello hubiera afectado su
capacidad intelectual y su agencia moral; para Beauvoir, Teresa no era una histérica,
porque se apreciaba una continuidad entre sus escritos- que apenas se prestaban a
equívoco- y la representación corpórea de sus éxtasis, y porque ambos apuntaban a un
erotismo controlado por un sujeto que no era esclavo “de sus nervios ni de sus
hormonas”. Beauvoir valoraba lo que ella concebía la capacidad de Teresa para la
acción como una respuesta activa y autoconsciente para su amante – en este caso Dios-
que no obstante en lugar de replegarla sobre sí misma, la impulsaba a trascender; a
incidir en el mundo. Lo que ella consideraba esencial era que el valor teresiano de la
experiencia mística se medía, no según la manera en que había sido subjetivamente
vivida (el ateísmo de Beauvoir la hacía distanciarse de ello) sino según su alcance
objetivo en el mundo:
Una vez más en cercanía incómoda con Imbert-Goubeyre, Beauvoir subrayaba que la
centralidad de Teresa de Ávila radicaba en haber sido una mujer de acción. Algo que
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
120
Ibid, p.323
121
Ibíd, p. 36.
135"
"
como el mismo Imbert-Goubeyre señalaba frente al padre Hahn, no podía decirse de las
histéricas, incapaces de actuar de manera consistente, ni tampoco – añadía Beauvoir, y
ahora sí solamente ella- de sus “hermanas menores”; hermanas una vez más como la
histérica de Charcot, pero también como santa Margarita de Alacoque o la misma
Madame Guyon. Teresa de Ávila lograba a través de su experiencia mística"plantear de
una manera completamente intelectual (sin importar cuán erróneamente formulada) el
dramático problema de las relaciones entre el individuo y el Ser trascendente. Para Beauvoir
su mérito radicaba entonces en haber vivido como mujer una experiencia que planteaba
preguntas universales y cuyo sentido sobrepasaba toda especificidad sexual122." Ella era, sin
embargo, “una deslumbrante excepción. Lo que nos ofrecen sus hermanas menores es
una visión esencialmente femenina del mundo y de la salvación; no apuntan a un
trascendente, sino a la redención de su feminidad”123. Las hermanas menores de Teresa
se caracterizaban entonces porque sus acciones en lugar de buscar trascender e incidir
en el mundo conducían a un repliegue sobre sí mismas, a un girarse hacia el exterior
sólo para ver en él la multiplicación de su propia imagen:
El vínculo entre la acción y la contemplación adopta dos formas muy diferentes. Hay
mujeres de acción, como Santa Catalina, Santa Teresa, Juana de Arco, que saben muy
bien qué objetivos se proponen y que arbitran lúcidamente los medios necesarios para
alcanzarlos: sus revelaciones no hacen más que dar una figura objetiva a sus certidumbres
y las animan a seguir los caminos que se han trazado con toda precisión. Hay mujeres
narcisistas como madame Guyon o madame de Krüdener que, al término de un silencioso
fervor se sienten de repente «en un estado apostólico». No se muestran muy precisas
respecto a sus tareas, y -al igual que las damas caritativas aquejadas de agitación- se
cuidan poco de lo que hacen, con tal de que sea algo. Así, después de haberse exhibido
como embajadora y novelista, madame de Krüdener interiorizó la idea que se hacía de sus
méritos: no fue para hacer triunfar ideas definidas, sino para confirmarse en su papel de
inspirada por Dios, por lo que tomó en sus manos el destino de Alejandro I. Si basta a
menudo un poco de belleza y de inteligencia para que la mujer se sienta revestida de un
carácter sagrado, con mayor razón se considera encargada de una misión cuando se sabe
elegida por Dios: predica entonces doctrinas inciertas; funda, de buen grado, sectas, lo
cual le permite realizar, a través de los miembros de la colectividad a la cual inspira, una
embriagadora multiplicación de su personalidad124.
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
122
Ibíd, p.323
123
Ibidem
124
Ibíd, p.326
136"
"
hermanas menores- a esa experiencia cuasi metafísica que ella admiraba, y cuyo sentido
sobrepasaba toda especificación sexual. Beauvoir valoraba asimismo la coherencia que
ella percibía en Teresa; entre su conciencia y su cuerpo y la capacidad de autocontrol de
la mística carmelita. No obstante pasaba por alto el proceso mismo a través del cual la
fe de Teresa era en sí misma un objetivo que devenía y se transformaba en y sobre su
cuerpo; en y sobre su texto.
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
125
Cfr. Las espléndidas y absolutamente ineludibles biografías de Consuelo García Valdés, Teresa de
Jesús la escritora, Omega, Madrid, 2001; y Rosa Rossi, Teresa de Ávila: Biografía de una escritora,
icaria, Barcelona, 1984.
137"
"
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
126
Teresa de Ávila, Libro de la vida, Capítulo 13.15, en Op cit, p.81
138"
"
Era por ello que Beauvoir se refería al narcisismo de las hermanas menores de Teresa de
Ávila, porque sus acciones no tenían ninguna incidencia material en el mundo. Ella
criticaba los atajos ilusorios a través de los cuales la narcisista, la enamorada y la
mística, se esforzaban individualmente en transformar su prisión en libertad, en
encontrar la trascendencia en la inmanencia, porque sus respuestas sólo consistían en
afirmar su libertad en el mundo de la irrealidad, no en la realidad. Es necesario recordar
que en El segundo sexo, Beauvoir aseveraba que el sujeto lograba el ser y la
trascendencia sólo a través de la elección y la acción. Si no se luchaba contra las
constricciones materiales y los hechos contingentes de la propia condición humana; si
se consentían o se era complaciente con ellos; se perdía la posibilidad de trascender, se
caía en la inmanencia y el estancamiento, y el sujeto se veía irremisiblemente sometido
a las mismas condiciones y contingencias que era su deber moral combatir. Beauvoir
parecía mantener y reforzar la serie entera de jerarquías dualistas en las que
tradicionalmente había descansado el privilegio masculino: masculino/femenino;
razón/sin razón; cultura/naturaleza; sujeto/objeto; mente/cuerpo; yo/otro;
trascendencia/inmanencia. El objetivo no era provocar una disrupción en la jerarquía,
sino que la mujer se reposicionara a sí misma del lado masculino de la ecuación.
Teresa de Ávila – una de las místicas que Beauvoir admiraba junto a Catalina de Siena-
era caracterizada así como “de un tipo bastante viril” en marcado contraste con el
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
127
Simone de Beauvoir, Op cit, pp. 324-326.
139"
"
misticismo femenino y narcisista de sus hermanas menores, como madame Guyon, que
bordeaba el masoquismo y la histeria128. Y sin embargo, al examinar la situación de la
mujer Beauvoir se percataba – a diferencia del Sartre de El Ser y la nada- de que no
todos los sujetos tenían la misma capacidad para ser libres; de que si las constricciones
externas no se comprendían como limitantes de la libertad, no podían considerarse
opresivas en el sentido estricto del término129. La cuestión peliaguda era que una vez se
reconocía la importancia de la situación y la sujeción a las circunstancias, la posibilidad
de una trascendencia pura era menoscabada.
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
128
Ibíd, pp. 324-325.
129
La cuestión de por qué las mujeres aceptan ser el Otro del hombre es una cuestión de enorme alcance
en la obra de Beauvoir. Al hacer una distinción entre las mujeres moralmente responsables y las mujeres
oprimidas; Beauvoir da un paso más allá de la ética existencialista sartreana porque asume que la libertad
no es igual con independencia del contexto. Cfr. Simone Beauvoir, Pour une morale de l ámbiguité,
Gallimard, Paris, 2003. Me parece que la dicotomía entre unas y otras podría evitarse a través de
Foucault que al señalar que el poder no es algo que se posea sino que es sistémico, creativo y regulador,
nos apunta una posibilidad de explicar cómo los deseos y las necesidades humanas se crean y mantienen
a través de ideologías y prácticas; ello permitiría comprender simultáneamente a la mujer como oprimida
por las estructuras de dominación y como implicada en el proceso de su propia opresión.
130
La propia sexualidad de Beauvoir, su relación con Sartre, ha sido objeto de múltiples estudios.
Beauvoir niega constantemente cualquier componente sexual en sus relaciones con mujeres y niega que
estas relaciones puedan tener ningún valor en la economía de las relaciones de poder como sí pueden
tenerlo las relaciones auténticas entre hombres y mujeres. La discusión de Beauvoir en torno al
lesbianismo, no deja de ser ambivalente. Por un lado, señala que no es un asunto biológico ni de un
desarrollo afectivo detenido; sino más bien una tentativa de conciliar la autonomía con la pasividad de la
carne; por otro lado señala que representa un complejo de inferioridad masculino. Esta ambivalencia se
rastrea a lo largo de El segundo sexo. Por un lado y en cierto sentido, Beauvoir piensa que las mujeres son
inferiores y que deben tener complejo de inferioridad porque así se las ha constituido culturalmente. Por
otro lado no queda claro como constestar esa inferioridad si es tan culturalmente persuasiva. Cfr. Amy
Hollywood, “Beauvoir, Irigaray and the Mystical”, Op cit, p. 180.
131
Simone de Beauvoir, Op cit, p.320
140"
"
Beauvoir admiraba a Teresa de Ávila porque había sido una “mujer viril”, capaz de
actuar en un mundo masculino; pero esta capacidad “viril” dependía y se legitimaba a
través de la autoridad masculina. El éxito de Teresa, no obstante, se percibía como
sobredeterminado e indeterminado, porque Beauvoir no lograba explicar cómo era que
ella conseguía alcanzar simultáneamente la “virilidad”, y el reconocimiento desde su ser
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
132
Recordemos el famoso pasaje en la Fenomenología: “La verdad de la conciencia independiente es por
lo tanto la conciencia servil. Es cierto que ésta comienza apareciendo fuera de sí, y no como la verdad de
la autoconciencia. Pero así como el señorío revelaba que su esencia es lo inverso de aquello que quiere
ser, así también la servidumbre devendrá también, sin duda, al realizarse plenamente lo contrario de lo
que de un modo inmediato es; retornará así como conciencia repelida sobre sí misma y se convertirá en
verdadera independencia”, en G.W.F Hegel, Fenomenología del espíritu, FCE, México, 2007, p.119
141"
"
mujer. La cuestión se volvía más compleja, porque al leer sus textos, era evidente que
Teresa aceptaba muchas de las características de la relación erótica con un Dios
masculino que Beauvoir criticaba en sus hermanas menores- o en la paciente
caracterizada de erotomanía a la que se hacía múltiples referencias en El segundo sexo.
Haría faltan otros modos de analizar el poder para observar que Teresa, como Dora o
muchas de sus hermanas menores, se veían forzadas a trabajar con y contra las
ideologías sobre el género de su época, para lograr obtener voz y autoridad.
Teresa de Ávila se percataba intuitivamente de esto. Sabía, por ejemplo, que aunque la
escritura autobiográfica era frecuente en conventos y monasterios, donde muchas
monjas anotaban sus experiencias, ella estaba tomando la palabra como algo que de
suyo no le correspondía; que para ser comunicativamente eficaz debía usar códigos
aceptados por la cultura en la que ella misma se inscribía, y tener siempre en cuenta los
hábitos de interpretación de su momento; sabía que ella hablaba desde las orillas, que no
era para ella, por su condición de mujer, el cauce central, que estaba reservado a los
letrados, a los varones que sí habían accedido al saber y a las lenguas antiguas, a su
vehículo, a sus modos de transmisión. Teresa sabía de la observación y vigilancia a la
que sus escritos iban a ser sometidos. Sabía que los lectores varones la juzgarían y no
sólo literariamente o con el juicio de una experiencia que se confronta con otra, sino
ideológica y penalmente. Su reacción era la de extremar la cautela. En sus escritos
abundaba retóricamente la protesta de ignorancia. Con la prudencia de quien procedía
de familia de judíos conversos, y a la vez, quería defender una experiencia religiosa
personal e íntima, Teresa tuvo que tomar precauciones ideológicas y de ortodoxia
doctrinal. En la posición de Teresa podríamos distinguir, a efectos del análisis, dos
capas o modos: en primer lugar, se erigía en autora; pero -pese a ello, y en segundo
lugar - observaba los códigos que regían la actitud femenina, asumiendo la retórica de la
ignorancia, de la fragilidad – “flaca” y “ruin” son adjetivos que se aplica a sí misma a
cada paso- y de la aparente sumisión a los varones (reforzada en su caso por el voto de
obediencia a superiores y confesores). Y, no obstante, en Teresa por su virtualidad
expansiva, ello se traducía en una reafirmación del yo que buscaba en el lugar de la
escritura un pasar de objeto a sujeto, donde la identidad femenina se mostrase a veces
latente o a veces con violencia inusitada:
142"
"
Parece ser atrevimiento pensar yo he de ser alguna parte para alcanzar esto. Confío yo,
Señor mío en estas vuestras siervas que aquí están, que veo y sé no quieren otra cosa ni la
pretenden sino contentaros; por Vos han dejado lo poco que tenían y quisieran tener más
para serviros con ello. Pues no sois Vos, Creador mío, desagradecido para que piense yo
daréis menos de lo que os suplican, sino mucho más ni aborrecisteis Señor de mi alma,
cuando andabais por el mundo las mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha
piedad, y hallasteis en ellas tanto amor y más fe que en los hombres, pues estaba vuestra
sacratísima Madre en cuyos méritos merecemos- y por tener su hábito- lo que
desmerecimos por nuestras culpas. ¿No basta Señor, que nos tiene el mundo acorraladas
(...) para que no hagamos cosa que valga nada para Vos en público, ni osemos hablar
algunas verdades que lloramos en secreto, sino que no nos habíais de oír petición tan
justa? No lo creo yo, Señor, de vuestra bondad y justicia, que sois justo juez y no como
los jueces del mundo, que como son hijos de Adán y en fin todos varones, no hay virtud
de mujer que no tengan por sospechosa133.
Fragmento inusitadamente fuerte que fue por lo mismo, duramente censurado y que
hubo de ser suprimido134. Si bien Beauvoir admiraba en Teresa que de su confianza en
Dios extraía una sólida confianza en sí misma que le permitía superar la condición
común de una religiosa; Beauvoir no reparaba en que ello era posible porque Teresa –
como muchas de sus hermanas- aceptaba muchas de las características de la relación
erótica con un Dios hombre. Efectivamente, en Teresa de Ávila la referencia a la
humanidad de Cristo era en primer lugar, altamente significativa en el contexto de la
reforma luterana y punto de disputa que podía signar la pertenencia a la ortodoxia o a la
heterodoxia. La referencia a la humanidad de Cristo fue uno de los puntos más
defendidos por el humanismo cristiano renacentista y por un catolicismo que se
defendía de la heterodoxia a través del Cristocentrismo. En segundo lugar, para Teresa
prescindir de la corporalidad divina era un error, porque implicaba dejar fuera del
esquema de salvación el propio cuerpo y la materialidad del mundo y “querernos hacer
ángeles estando en la tierra (...) es desatino”135. El alma, pensaba, necesita tener arrimo
para elevarse pues aunque: “algunas veces el alma salga de sí o ande muchas tan llena
de Dios, que no haya menester cosa criada para recogerla, esto no es tan ordinario que
en negocios y persecuciones y trabajos, cuando no se puede tener tanta quietud, y en
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
133
Teresa de Ávila, Camino de Perfección, Códice del Escorial 3.7, en Op cit, pp.249-250.
134
El texto fue censurado por Fray Domingo Báñez – confesor de Teresa en una época- y sobre todo por
el padre García de Toledo, quien ejerció su cometido concienzudamente: tachó párrafos polémicos,
incisivos e irónicos, como la apología de las mujeres y la reprehensión a los Inquisidores; párrafos
teológicamente conflictivos, como la interpretación del Salmo 8, o moralmente dudosos, como el
concepto que de los agravios personales tenía Teresa. Todos estos retoques y modificaciones serán
llevados a cabo en un plazo no muy largo, pues el nuevo autógrafo será concluido en el mismo año que el
primero, éste el manuscrito que se conoce como el Códice de Valladolid que tampoco se vio libre de
enmiendas. Para ahondar en estas vicisitudes Cfr. Olvido García Valdés, Teresa de Jesús, la escritora,
Omega, Madrid, 2001.
135
Teresa de Ávila, Libro de la vida, capítulo 22.10, en Op cit, p.123
143"
"
tiempo de sequedades, es muy buen amigo Cristo, porque le miramos hombre y vémosle
con flaquezas y trabajos, y es compañía, y habiendo costumbre es muy fácil hallarle
cabe sí”136. En tercer lugar, la humanidad de Cristo era además clave hermenéutica para
discernir si aquello que le acaecía era fruto del demonio, de la melancolía o de la acción
divina. Efectivamente, en la humanidad de Cristo y tal y como narraban las Escrituras,
la más alta contemplación no obstaculizaba nunca la acción. En el caso de la
melancolía sí, porque era ”abobamiento, que no es otra cosa más de estar gastando
tiempo allí y gastando su salud”137; en el caso del demonio también, porque apuntaba a
la pasividad y: “cuando es demonio no sólo deja malos efectos mas déjalos malos”138 ;
Si se trataba de la acción de Dios en cambio se deseaba trabajar activamente para
servirle: “ servir a este Señor, no […] otra cosa sino contentarle; no […] contento ni
descanso ni otro bien sino hacer su voluntad”.139Habría que señalar que en Teresa era
cierto que la relación erótica con la humanidad de Cristo no era la única que se
desplegaba, y que Las moradas permitían atisbar un topos espiritual extremo donde
cesaban los medios, y no había éxtasis barrocos sino que más bien lo que podríamos
llamar la no representación. Ello, no obstante estaba lejos de constituir una
singularidad específicamente teresiana. Encontramos en Madame Guyon – tan
denostada por Beauvoir- que la relación erótica con el Dios hombre, daba paso a un
amor puro que trascendía esta relación de género y se transformaba en una de carácter
cada vez más inasible. Como Teresa, Madame Guyon anhelaba que la experiencia
mística pudiera constituir la base para actuar en el mundo140. Al ignorar estas cuestiones
que Teresa compartía con sus hermanas, Beauvoir la distinguía cuidadosamente y
coincidía con quienes negaban la adscripción de la santa como patrona de las histéricas.
Teresa no era ni una histérica, ni una hermana menor. No era esclava de su cuerpo ni de
sus hormonas, y sus acciones no se mantenían en el mundo ilusorio del delirio místico,
sino que tenía incidencia real en el mundo. La histeria – pensaba Beauvoir con Charcot-
implicaba la ausencia de control; pero además, y aquí coincidía con Imbert-Gourbeyre,
impedía la acción eficaz. En este movimiento Beauvoir hacía por lo menos dos cosas.
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
136
Ibidem
137
Teresa de Ávila, El castillo interior o Las Moradas 6.1.8, en Op cit, p.526.
138
Teresa de Ávila, Libro de la vida capítulo 25.10, en Op cit, p.136.
139
Ibíd, 25.19, p.139.
140
Madame Guyon estaba interesada –como Teresa- en una reforma religiosa, en su caso a través de la
conversión de los protestantes. Su estatus como mujer laica probablemente dificultó – además de otras
cuestiones- su relación con el medio eclesial. Cfr. Marie- Florine Bruneau, Women Mystics Confront the
Modern World: Marie De L'Incarnation (1599-1672) and Madame Guyon (1648-1717), State University
of New York Press, New York, 1998.
144"
"
Cuando, por fin, le sea posible a todo ser humano colocar su orgullo más allá de la
diferenciación sexual, en la difícil gloria de su libre existencia, solamente entonces podrá
confundir la mujer su historia, sus problemas, sus dudas y sus esperanzas con los de la
Humanidad; solo entonces podrá intentar descubrir en su vida y sus obras toda la realidad
y no únicamente su persona. En tanto que tenga que seguir luchando para convertirse en
un ser humano, no podrá ser una creadora141
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
141
Simone de Beauvoir, Op cit, p.346
145"
"
La atracción que desde finales del siglo XIX ejercen las formas extremas de misticismo
cristiano específicamente femeninas, en vinculación con la histeria, se caracterizó por
un énfasis en lo visual que tendió a omitir sus escritos -como hemos visto en el caso de
Teresa de Ávila; y a favorecer en cambio la representación visual de sus éxtasis. La
popularidad en ascenso de las explicaciones científicas estimulaba simultáneamente la
apertura de la Iglesia a la colaboración científica y la necesidad del saber médico de
probar la superioridad de su método. La Iglesia se esforzaba por mostrar que era capaz
de distinguir el grano de la paja, y defender verdades eternas en un mundo que no
obstante era moderno. La medicina anhelaba mostrar cómo en el mundo sin Dios de la
neurosis la convulsión histérica era el único éxtasis que se podía aspirar a contemplar.
La fascinación no obstante no sólo alcanzaba a la ciencia y a la Iglesia; el movimiento
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
142
Ibíd, p.324
143
Ibíd., p.323
146"
"
El objetivo de Irigaray en sus textos era develar lo que ella denominaba el “imaginario
femenino”, o la cara reprimida de la subjetividad masculina. Este imaginario femenino
147"
"
era, por lo menos, doble: por un lado se constituía en soporte material tácito de la
identidad masculina; por otro, implicaba la posibilidad de una nueva constitución
subjetiva basada en una relación nueva con el lenguaje. Irigaray – a diferencia de
Beauvoir- rechazaba de entrada el punto de partida masculino, pero asimismo se
percataba de que: “toda teoría del sujeto habrá estado siempre adaptada a lo
masculino”144 y de que asumirse como sujeto implicaba invariablemente asumir esta
posición. La propuesta de Irigaray era apostar por descubrir otra forma de escritura y de
inscripción de lo femenino dentro de un discurso irremisiblemente gobernado por esa
búsqueda de la identidad y la semejanza especular, que caracterizaban al discurso
engendrado por el imaginario fálico masculino145. Ello explica la dificultad que acarrea
una lectura lineal de un texto, que para empezar, no es lineal, y que no responde a las
expectativas convencionales del lector.
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
144
Luce Irigaray, Espéculo: De la otra mujer, Akal, Madrid, 2007, p.119.
145
Hay que señalar que no todo el mundo estaría de acuerdo en que el Logos es producto de un
imaginario fálico masculino. Cfr. Michèle Le Doeuff, Hipparchia´s Choice: An Essay Concerning
Women, Philosophy etc, Blackwell, Cambridge, 1991.
148"
"
Según Irigaray, había una alteración originaria sobre la que se habrían construido los
fundamentos de la racionalidad occidental y del psicoanálisis. Esta alteración se refería
al asesinato de la mujer-madre, un suceso mucho más arcaico todavía que el parricidio
al que se había referido Freud en Tótem y Tabú, y en el que él mismo había situado el
origen de la civilización. La lógica del Uno y el predominio del Mismo con respecto a
lo múltiple que habían caracterizado al pensamiento occidental, llevaban a pensar lo
femenino como falta, no- lugar, sustracción respecto al lo masculino. Irigaray revisaba
la filosofía de Platón del que desvelaba el movimiento de apropiación de la materia por
parte del Logos y la exclusión de lo femenino para aspirar a las ideas eternas; el
pensamiento de Aristóteles, que calificaba a la mujer como varón fallido, y la reducía a
madre-materia, a vaso y receptáculo; el de Descartes, que con el “yo pienso” quería
conquistar su seguridad eliminando toda realidad objetiva; el de Kant, del cual
subrayaba la cancelación del empirismo y la inmediatez de la relación con la madre,
para poder constituir el objeto trascendental; y finalmente el de Hegel, en quien lo
femenino aparecía como eterna ironía de la comunidad.
Para comprender lo que estaba en juego en Espéculo era necesario sin embargo revisar
las páginas que Lacan dedicó a “Dios y el goce de L/a mujer” en su seminario Aun. Al
final de la sección, Lacan se refería al misticismo femenino como modo de de explicar
la cuestión del placer en la mujer. Aun estaba dedicado precisamente a la cuestión de la
mujer, aunque su autor declarara, paradójicamente, que nada podía decirse al respecto.
Tras organizar la sexualidad masculina y la femenina en torno a la función fálica, Lacan
aseveraba que la mujer sólo podía ser descrita como un sujeto barrado (tachando L/a)
porque no había: “La mujer puesto que […] por esencia ella no toda es”146. En la
economía fálica la mujer era sujeto tachado, ausencia de falo, ausencia de plenitud,
falta. Su goce estaba vinculado con esa falta; era un goce distinto – suplementario dirá
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
146
Jacques Lacan, Seminario XX Aun, Paidós, Buenos Aires, 2006, p.89.
149"
"
allí hombres que están tan bien como las mujeres […] A pesar no diré de su falo sino de
lo que a guisa de falo les estorba”154. Lacan aseveraba que los escritos de los místicos
no eran: “ni palabrería, ni verborrea son lo mejor que hay para leer”155. A pesar de ello
los místicos podían ser definidos como: aquellos que “sienten, vislumbran la idea de
que debe de haber un goce que esté más allá. Eso se llama un místico”156. Un goce –
habría que añadir- que no era ni fálico ni complementario al falo (ni clitoriano, ni
vaginal). Ahí radicaba el error de la gente honesta que rodeaba a Charcot, en no haber
comprendido que al ser más allá del falo, este goce no tenía correlato ni físico ni
simbólico.
Era en esta alteridad que el goce de l/a mujer se identificaba en Lacan con el goce
místico. Los místicos como l/a mujer dicen ”que lo sienten, pero que no saben nada”157.
La pregunta no obstante era si – tomando prestada la expresión de Janet Beizer- el
cuerpo ventrílocuo de la histérica y la mística no era elegido para “evocar el proceso
narrativo en el que el discurso de la mujer se reprimía para ser expresado como un
cuerpo inarticulado de lenguaje que debía ser subtitulado por un narrador masculino”158
(en este caso psicoanalista). A pesar del reclamo de Lacan de leer a los místicos; a
pesar de que él mismo pidiera incluir sus Escritos junto a ellos porque “son del mismo
registro”159; Lacan como ventrílocuo, sólo expresaba la mudez del espectáculo
marmóreo de Bernini; ¿pero cómo se podía vincular ese silencio con todas las palabras
que aparecían en los escritos prolíficos de Teresa? Veamos como Irigaray apuntaba la
cuestión.
Hay que recordar que el Logos- para ella- era una construcción eminentemente
masculina dedicada a resolver la cuestión del propio fundamento (también masculino), y
dejando a la mujer los aspectos más difíciles de cargar sobre sí, como la muerte, la sin
razón, o la materialidad del cuerpo. El impasse en el que el hombre confinaba a la mujer
la desposeía de su lenguaje y de su sexo y la volvía una histérica:
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
154
Ibídem
155
Ibidem
156
Ibidem
157
Ibidem
158
Janet Beizer, Ventriloquized Bodies: Narratives of Hysteria in Nineteenth Century France, Cornell
University Press, New York, 1994, p.9.
159
Jacques Lacan, Op cit, p.92
151"
"
La imitación histérica de las mujeres era vista por Irigaray como un síntoma de la forma
en la que el discurso funcionaba diferencialmente para ambos sexos. Que la mujer –
más que hablar directamente- debía imitar el discurso; era condición lógica y estructural
de un sistema de lenguaje que sólo permitía la representación positiva de un sexo. Las
poses en la que la histérica imitaba el placer del goce sexual, las contorsiones, las
contracturas, la afasia, apuntaban a la incapacidad de las mujeres para asumir las
formas discursivas imperantes del deseo y la feminidad. La histeria revelaba la
mascarada femenina, sus poses, sus silencios, su aparentemente (asintomática)
complicidad con las normas discursivas vigentes. La histeria aclaraba Irigaray:
Irigaray reconocía que habían sido Josef Breuer y Freud quienes habían comprendido
que la causa del pathos de la histeria no era una degeneración orgánica sino una
relación simbólica; pero les acusaba de no haber proseguido en su intuición porque se
habían dedicado a tratar el deseo reprimido de la mujer como si fuera ella, y no el
orden simbólico, el locus de la patología. Irigaray no concebía la histeria de manera
celebratoria, como si fuera alguna suerte de heroísmo cultural – como sí parecía
hacerlo, por ejemplo, Cixous- ; pero lejos asimismo del rechazo tajante de Beauvoir
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
160
Luce Irigaray, Op cit, pp.60-61
161
Luce Irigaray, This sex Wich Is Not One, Cornell University Press, New York, 1985, pp. 136-137
152"
"
Si Luce Irigaray leía el cuerpo, o los textos de la mistérica, era sin embargo- y como
he sugerido con anterioridad- una cuestión bastante difícil de dilucidar. En ella, no
obstante, las motivaciones eran distintas a las de Lacan, y no hay que olvidar que le
costaron la expulsión de la Escuela freudiana de París fundada por éste.
Efectivamente, Irigaray pensaba que todo discurso estaba inextricablemente anclado
en la lógica falogocéntrica que favorecía la representación y la contemplación y que
descansaba sobre la represión del tacto, la corporalidad, y la mujer. Irigaray ligaba el
discurso con el privilegio otorgado al ver, favorecido por la economía falogocéntrica.
Ello hacía que no acabara de sentirse cómoda con los textos y tampoco con los textos
místicos. Mientras que podían ser contemplados como un topos para la autonomía
femenina; los textos estaban siempre implicados en la posición observadora masculina
153"
"
Ese lugar, casi único en el que las mujeres habían hablado y actuado públicamente, era
asimismo el lugar en el que los hombres intentaban “hablar a mujeres, escribir a
mujeres, sermonear o confesar a mujeres”165 y en el que no obstante su subjetividad
masculina había sido subvertida. De ahí la referencia al “espejo ardiente” como reflejo
invertido. Y sin embargo, el “espejo ardiente” al que Irigaray se refería provenía de un
epígrafe de Ruysbroek el Admirable. Más que a los textos mistéricos de las mujeres,
Irigaray aludía a los de los hombres. Ello no deja de ser sorprendente, porque el
espejo era una metáfora central en el misticismo cristiano y una metáfora de la que la
misma Irigaray se servía en su análisis del Otro mujer en la filosofía occidental (el
título de su libro era, precisamente, Espéculo). Efectivamente el espejo hacía
referencia a una imagen de la mujer que la reflejara tal y como el hombre quería verla,
y hacía referencia a un instrumento tradicionalmente utilizado en ginecología para
explorar las entrañas; pero apuntaba asimismo a las características desestabilizadoras
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
162
Luce Irigaray, Espéculo, Op cit, p.119
163
Ibíd, P.175.
164
Ibídem
165
Ibídem
154"
"
Es inútil pues fatigarnos en querer comprender la belleza de ese diamante que como el
“Vidrio” de Marcel Duchamp, es irrompible y completamente cerrado como una piedra
preciosa, pero al mismo tiempo es transparente y dócil a la luz como si únicamente se le
opusiera una nada […] Brillan en esa joya translúcida, semejantes a los destellos de mil
memorias: modelos de la Jerusalén bíblica (imagen apocalíptica) o judía (imágenes
mesiánicas del retorno, tan obsesivas entonces entre los marranos o los expulsados);
modelos del paraíso (imágenes del origen), del jardín de placeres (una erótica y una
estética), del cielo (imágenes cosmológicas y astrológicas); ficciones de arquitecturas
perfectas (imágenes matemáticas y geométricas); espacios militares (tan frecuentes en
Teresa) […] este hermoso objeto, uno y múltiple, está sin embargo dividido en dos
aspectos opuestos: a veces cristal y diamante, a veces castillo. La comparación oscila
entre lo intacto y lo histórico […] Hay insinuación del otro hasta en el icono que
representa al Otro. Alteración en abismo que se va repitiendo de imagen en imagen, de
espejo en espejo170.
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
166
Aparece, entre otros, en Platón, Plotino, San Atanasio Gregorio de Nisa, y singularmente en
Marguerite PoreteCfr. Victoria Cirlot y Blanca Garí, La mirada interior: Escritoras místicas y visionarias
en la Edad Media, Siruela, Madrid, 2008; Amy Hollywood, The Soul as Virgin Wife, Op cit; Victoria
Cirlot, Figuras del destino: Mitos y símbolos de la Europa medieval, Siruela, Madrid, 2005.
167
Teresa de Ávila, El castillo interior o las Moradas 7.2.8, en Op cit, p.572.
168
Teresa de Ávila, Libro de la vida, Capítulo 40.5, en Op cit, p.224.
169
Ibíd, capítulo.40.10, p.225.
170
Michel de Certeau, La fábula mística S.XVI y XVII, UIA, México, 1993, p.233.
155"
"
Pese a que la relación entonces era más compleja que una simple relación especular
en la que el alma femenina se vería implicada con un Dios masculino; pese a que el
lector acababa dudando sobre qué y/o quién reflejaba a qué y/o quien; era el texto de
Ruysbroek y no el de Teresa -que nunca citaba- el que impulsaba la reflexión de
Irigaray sobre los múltiples sentidos del término speculum, creador y simultáneamente
destructor de identidad, soporte de la subjetividad masculina y causa de su subversión
dentro del discurso místico. El texto de Irigaray aludía y elaboraba otras metáforas del
misticismo cristiano; desde el juego paradójico entre oscuridad y luz; hasta el cuerpo
“tocado” de la mistérica. La pregunta era cual era el estatus que se le otorgaba a estas
metáforas. Ella comenzaba por señalar que el hombre- confesor o seguidor- que al ir
tras la mujer topaba con el espejo ardiente que creaba y subvertía su identidad de
varón omnisciente: “se ha prestado a tales excesos ha aceptado el recurso, el rodeo de
tales metáforas que ya apenas tienen el estatuto de figuras”171. Irigaray asumía el
reclamo de que las metáforas nunca eran adecuadas al objeto místico; de que eran
tentativas de nombrar una “experiencia” que no podía circunscribirse al lenguaje en
tanto era “instante inaferrable de su acontecimiento”172. El lenguaje místico apuntaba
más allá del lenguaje mismo y los hombres que seguían este sendero detrás de las
mujeres dejaban “de reconocerse como sujeto” se dejaban llevar: “allí donde por
encima de todo no querían ir: a su pérdida en la atípica, atópica misteria”. He aquí el
topos – continuaba Irigaray- en el que “los más pobres en ciencia, los más ignorantes,
fueron los más elocuentes, los más ricos de/en revelaciones. Históricamente pues, las
mujeres. O, al menos, lo femenino”173. El asunto a dilucidar y que Irigaray dejaba sin
plantear era cómo la elocuencia podía abrazar aquello que se situaba más allá del
lenguaje. La cuestión se desplazaba a lo largo de “La mistérica” porque en tanto que
“el alma” se escapaba de los confines de la representación y el discurso masculino,
perdía la identidad, el soporte y la habilidad de nombrarse a sí misma y a sus deseos.
Al desplazarse de la lógica objetivizante de la mirada a la del tacto (el cuerpo tocado),
en la que las distinciones sujeto/objeto y yo/otro, se volvían más fluidas el alma
perdía su vínculo con un lenguaje que se enraizaba en estas distinciones. Ella- escribía
Irigaray- no puede
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
171
Luce Irigaray, Espéculo, Op cit, p.176.
172
Ibíd, p.179
173
Ibíd, p.176. Cfr. Sobre este mismo aspecto, Michel de Certeau, Op cit, pp.34-40.
156"
"
Especificar lo que quiere […] [las] palabras desfallecen. Presintiendo un quedar por decir
que se resiste a todas las palabras, que apenas podría balbucearse. Para el que todos los
términos están demasiado gastados, y son demasiado débiles, para traducir de manera
sensata. Porque ya no se trata de suspirar por ningún atributo determinable, algún modo
de la esencia, algún rostro de la presencia. Lo que se espera no es ni un esto, ni un
aquello, ni siquiera un aquí ni un allí. Sin ser, ni tiempo, ni lugares designables. Así,
pues, más vale negarse a todo discurso, callarse o limitarse a un clamor tan poco
articulado que apenas forma un canto174.
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
174
Ibíd, p.177
175
Jacques Lacan, Op cit, p. 92.
157"
"
En ella y/o fuera de ella, porque en su goce sus entrañas se abren y se expanden
indefinidamente […] Extraña economía de la especula (riza) ción de la mujer, que en su
espejo parece siempre remitir a una trascendencia. Que (se) aparta (para) el que se acerca,
que gime de la separación de quién con más firmeza la aprieta en su abrazo. Pero que
además llama al dardo que ensartándola más adelante le habrá, al mismo tiempo,
arrancado el vientre178.
La alusión era, una vez más a Teresa de Ávila. El pasaje volvía hacer referencia al
éxtasis de Bernini aunque Iriagaray imitaba las palabras de Teresa en el que ésta
relataba la actuación de un ángel que llevaba en sus manos un dardo largo de oro
acabado en una punta de fuego que parecía meter en su corazón algunas veces, y que le
llegaba a las entrañas. “Al sacarle – decía Teresa- me parecía las llevaba consigo, y me
dejaba toda abrasada en amor grande de Dios”179. Como Lacan, Irigaray acentuaba el
carácter visual- y visionario- del momento, y simultáneamente lo deconstruía. Al
enfatizar la violencia de la experiencia de Teresa y al desplazar el lugar del corazón por
el de sus vísceras – siguiendo una metáfora que Teresa misma utilizaba una página antes
de narrar su éxtasis- Irigaray desestabilizaba las fronteras entre el adentro y el afuera,
desplazándose más allá de Bernini, al vientre impúdico de la santa. Literalmente, las
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
176
Luce Irigaray, Op cit, P.178
177
Luce Irigaray, Op cit, p.181
178
Ibíd, pp.183-184
179
Teresa de Ávila, Libro de la vida, capítulo 29.13, en Op cit, p.158
158"
"
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
180
Ibíd, p.184."
181
Ibíd, p.181
182
Ibíd, p.182
183
Ibídem
159"
"
de un más allá del orden simbólico masculino. Irigaray no obstante, se percataba de que
en lo extremo del gesto lo que se mostraba era la implacabilidad de una lógica que
dejaba muy poco margen y que orillaba a la posibilidad -siempre al acecho- de la
autodestrucción: “El objeto de repugnancia permite a la institución, como a una familia,
constituirse y manifestarse de acuerdo con una ley que tendría como fórmula: todas
menos una, pero una que sostiene la abyección o locura interior de todas”184.
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
184
Michel de Certeau, Op cit, p.52
185
Luce Irigaray, Op cit, p.182
186
"Ibidem
187
Caroline Walker Bynum, Jesus as Mother: Studies in the Spirituality of the High Middle Ages,
University of California Press, Berkeley, 1982; Caroline Walker Bynum, Holy Feast and Holy Fast: The
Religious Significance of Food to Medieval Women, University of California Press, Berkeley, 1987;
Caroline Walker Bynum, Fragmentation and Redemption: Essays on Gender and the Human Body in
Medieval Religion, Zone Books, New York, 1991.
188
Luce Irigaray, Op cit, p. 183
160"
"
Ello nos conduce a una última apreciación sobre nuestro recorrido. La histeria fue la
metáfora – metáfora encarnada, de efectos irremisiblemente materiales- a través de la
cual se trató de dilucidar la relación con el cuerpo. Como hemos visto, el cuerpo
femenino se contempló- históricamente- como modelo privilegiado de una desposesión
de sí [o posesión por otro] que- no obstante- afectaba a unos y a otras. La desposesión
de sí pudo tener causas naturales, preternaturales o sobrenaturales. La desposesión no
obstante se juzgó posteriormente como el resultado de la división entre el orden natural
objetivo y el orden puramente subjetivo. La mística se transformó en la histérica;
algunos buscaron dilucidar la posibilidad de una experiencia mística femenina que
pudiera deslindarse de la patología. Para otros fue tarea imposible. La histeria sin
embargo sufrió una nueva metamorfosis y abrió paso a una división en el seno de la
misma conciencia. La confrontación entre la imagen tradicional de aquella que no se
pertenecía, porque la vida requería de ella, y la visión emergente de la pertenencia
íntima y subjetiva del cuerpo, se hizo que el desplazamiento en la economía subjetiva se
percibiera con mayor agudeza en la mujer. Curiosamente, si la mirada clínica del siglo
XIX- XX tendió a tratar de comprender la mística femenina a través de un diagnóstico y
análisis retrospectivo de la patología; Beauvoir e Irigaray serán herederas de la
interpretación de la santidad como síntoma -propia del siglo XIX y XX- que se verá
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
189
Ibidem.
161"
"
No habría necesidad, parecían sugerir, de analizar o incluso- una vez más- de citar su
texto (aunque este fuese- en el caso de Irigaray- estratégicamente imitado y también
suplantado). Pero sin negar en absoluto que los escritos de las mistéricas suelan estar –
aunque en diversos grados- mediatizados por una agencia masculina; la evidencia que
poseemos son los textos, y la mística debe ser aproximada a través de ellos191 .
Mujeres como Teresa de Ávila comprendían sus textos y otras enseñanzas como modos
primarios de su acción en el mundo. Así por ejemplo al escribir la última parte del
Libro de la vida defendía con subterfugios la necesidad de escribir y de salvar del
olvido, aquello de lo que había tenido precisamente necesidad de escribir:
Como se enfadará vuestra merced de la larga relación que he dado de este monasterio y
va muy corta para los muchos trabajos y maravillas que el Señor en esto ha obrado que
hay de ello muchos testigos que lo podrán jurar. Y ansí pido yo a vuestra merced por el
amor de Dios que si le pareciere romper lo demás que aquí va escrito, lo que toca a este
monasterio […] lo guarde y, muerta yo, lo dé a las hermanas que aquí estuvieren, que
animará mucho para servir a Dios […] cuando vean lo mucho que puso su Majestad en
192
hacerla por medio de cosa tan ruin y baja como yo .
Estos textos a duras penas aparecen en los análisis de Beauvoir o de Irigaray. Pese al
erotismo controlado que le atribuía Beauvoir y que probablemente a la misma Teresa le
hubiera sorprendido; de lo que sí tenemos evidencia en sus mismos escritos, es de que
ella luchó por mantener la autoridad que le permitía interpretar su experiencia; y de que
frente a confesores, letrados e inquisidores utilizó todas las estrategias textuales
precisas para ello, desde la aseveración rigurosa a la retórica de humildad extrema. Aún
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
190
Simone de Beauvoir, Op cit, p.323
191
Amy Hollywood, The Soul Virgin Wife, Op cit, p.21
192
"Teresa de Ávila, Libro de la vida, capítulo 36.29, en Op cit, p.202
162"
"
"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""
196
Ibíd, p.168.
197
Roy Porter, “The Body and the Mind, the Doctor and the Patient: Negotiating Hysteria”, Sanders L.
Gilman et al, Op cit, p.277.
198
Michel de Certeau, “Mysticism”, Diacritics, 22-2 (1992):22.
199
Michel Foucault, Historia de la sexualidad II. El uso de los placeres, Siglo XXI, México, 2007, pp.11-
12.
164"
"
165"
"
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