El amor se presenta entonces como ese inextinguible deseo de unión entre quienes
están juntos. Así lo considera la filosófa contemporánea Simone Weil (1947), quien a
mediados del siglo pasado esboza: “Amar puramente es acatar la distancia, es adorar la
distancia entre uno y lo que ama.”
Así, los escollos que deben sortear los amantes constituyen el fundamento de la
experiencia amorosa. Las cartas de amor han estado desde siempre destinadas a marcar el
juego del encuentro y el desencuentro. Lo lejano, la nostalgia, permiten poner un velo al
vacío y formalizan la ausencia que vuelve posible el acercamiento. La carta como
instrumento aproxima a los sujetos con la condición de que los cuerpos queden a distancia y
se escribe sobre la necesidad de respuesta del Otro, se dirige y hace presente al amado
donde solo habita la ausencia. Los amantes intentan enlazarse en letras, mientras que su
trazo denuncia la imposibilidad.
En tanto el amor hace de lo imposible de la complementariedad algo contingente, la
carta como signo permite que algo circule entre amante y amado.
Sin embargo, como anticipa Roland Barthes “un pequeño punto en la nariz y la imágen
de la amada se desvance.”(1977) En aquel despliegue de máscaras sobre el escenario ; los
amantes encerrados en el conflicto develan su desgarro frente al telón, confusos, una
verdadera paradoja detrás del próspon que cubre su rostro. Aquello que era del orden del
Bibliografía
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El saber del psicoanalista: Lacan, J. (1972) Charlas de Jacques Lacan en Sta Anne
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La pensateur et la grâce :Weil. S. (1947) . Paris, Francia:Ed. Plon
Lituraterre: Lacan, J.(2012) Buenos ires, Argentina: Ed.Paidos