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MODERNAS
Jose Pimat
PRÓLOGO
Este manual está inicialmente concebido para aquellas personas que se acercan a la
narrativa con ánimo de comenzar a escribir en este registro, ya tengan más o menos experiencia.
Es un curso general sobre las técnicas narrativas más corrientes, pero también las más
modernas, explicado con la fluidez y el ritmo necesarios para que se lea de un modo fácil, cómodo
y agradable. Incorpora muchos ejemplos prácticos, especialmente seleccionados por mí mismo,
para mostrar y mejor entender los conceptos narrativos.
Solo en el caso de que el lector nunca haya tenido contacto con esta clase de temática,
puede leer un capítulo o un epígrafe cada semana, por ejemplo, realizando los ejercicios
pertinentes hasta intentar comprenderlo del todo, lo que no ha de serle muy difícil. Para ello será
importante realizar las actividades que se sugieren al final de cada capítulo, y no pasar al
siguiente hasta haber completado y repasado las mismas.
Además, puede ser una introducción ideal si después de asimilarlo se complementa con
algún curso o taller de creación narrativa de carácter más específico, ya que tendrá un
fundamento seguro y práctico al que acudir para refrescar conocimientos y poner en práctica las
técnicas especificadas en el manual.
Incluso está concebido como un taller en sí mismo, ya que incorpora, como he dicho,
ciertas actividades para cada técnica considerada, lo que puede hacer progresar al lector más
rápida y eficazmente, al tener ante sí las orientaciones precisas, siempre —claro está— que se
lleven a cabo con paciencia y rigor.
Jose Pimat
INTRODUCCIÓN
¿Has soñado siempre con escribir una novela y no has sabido nunca por dónde
comenzar? Este manual te sacará de dudas para hacer que el redactado de tu obra sea
fácil y meditado, pero también gozoso.
Escribir, para mí, es más que un simple término. No solo significa el más que
obvio sentido de escribir correctamente, lo que llamaríamos “redactar”, sino que le doy
un sentido más estricto. Expresar por escrito nuestros pensamientos y sentimientos es
una de las tareas más fascinantes y, a la vez, más difíciles que puede enfrentar un ser
humano. Pero el reto merece la pena para quien quiera enfrentarlo, como intentaré
hacer ver en las próximas páginas. Decía Borges, el gran escritor argentino:
Esta cita es simplemente para dar una idea aproximada de la tarea titánica a la
que se enfrenta cualquiera que desee llegar a ser escritor, no llamarse meramente
escritor, sino “ser” escritor… porque todos tenemos historias que contar, pero lo
realmente difícil es saber expresarlas y escribirlas.
Habrá otros que sueñen con escribir una novela extensa, con un argumento
denso, con personajes complejos, para poder hablar de todo lo divino y humano. En
este caso, el aprendizaje y dominio de las técnicas narrativas será imprescindible,
puesto que no podrá hacerse esa complicada labor sin la maestría necesaria en este
difícil campo. Y, claro está, la sensación al hacerlo es impagable: imaginar seres
fantásticos, argumentos imposibles, llevar al papel lo que nos dictan nuestros
personajes… y al fin emplear todos los recursos efectivos para nuestra particular
empresa.
Sin embargo —y este estadio ya representa otro nivel— habrá quien quiera
escribir su novela (o sus relatos y cuentos) para acceder a su propio yo, a su propia
esencia como persona, a su más profundo interior, al que es desconocido incluso para sí
mismo, porque parte de él permanece en un mutismo absoluto, en las zonas más
oscuras de su propio inconsciente. Este es el lábil estrato en el que se confunden las
palabras con los pensamientos, los sonidos con las ideas… en suma, la materia verbal
con el espíritu que subyace dentro, el terreno resbaladizo del autoconocimiento, pero
también de nuestros fantasmas o miedos.
En este último caso las técnicas narrativas son de nuevo meros instrumentos para
expresar aquello que queremos decir, para volcar nuestra propia esencialidad en la
escritura, para confundirnos en un todo único con nuestras impresiones o sentimientos,
sin que por ello las técnicas de las que hablamos sean menos importantes para esta
labor concreta; muy por el contrario, podremos resaltar más y mejor nuestro estilo y
fuerza vital.
Hay autores muy prestigiosos de los que se ha dicho siempre que tenían
deficiencias formales: Pío Baroja y Hemingway entre los escritores más conocidos de los
últimos tiempos… pero también muchos otros. No por ello eran menos interesantes y,
de hecho, llegaron a crear mundos imaginarios propios: en realidad la meta secreta de
todo escritor. No estaban tan interesados en la “técnica” como en aquello que querían
expresar y transmitir a la vez. Y millones de lectores les pagaron con su fidelidad.
Tal vez un caso similar fuera el de Franz Kafka. La diferencia en este caso estribó
en que Kafka murió de tuberculosis y ordenó a su albacea testamentario destruir todos
sus escritos. Afortunadamente, el albacea desoyó el mandato, sabiendo la enorme
calidad que atesoraban sus textos, puesto que Franz Kafka ha sido uno de los escritores
más personales e influyentes de los últimos tiempos.
1-EL ESCRITOR Y SU ENTORNO
Los hay también que toman notas en un ambiente ruidoso, como el de una
cafetería o un parque. Los hay que escriben solo por la mañana, o exclusivamente por la
tarde, o de preferencia por la noche. La verdad es que no existe un modelo perfecto,
depende de cada escritor. Unos toman café y otros ponen música clásica. Habrá quien
prefiera escribir a mano y otros elegirán la máquina o el procesador de textos, unos
harán esquemas previos y otros no. Cada uno debe encontrar su propio camino, es algo
que parece obvio pero que siempre hay que remarcar, no existen métodos perfectos ni
estados ideales.
En fin, para completar estas impresiones, puede decirse que hay dos tipos
fundamentales de autores: los improvisadores y los planificadores. Por supuesto, de
pretenderlo, podríamos encontrar cientos de clasificaciones distintas. Sin embargo, me
quedo con esta porque quizás sea de las más significativas para entender cómo trabajan
los escritores en la práctica cotidiana.
Por el contrario, el planificador es como una hormiguita que trabaja sin descanso.
Su forma de trabajar es concienzuda, rigurosa, cada cosa en su sitio, fichas por todos
lados, bien ordenadas en algún fichero improvisado o en su ordenador portátil. Puede
trabajar en cualquier sitio, pero con sus ficheros siempre al lado, para consultar
cualquier duda sobre el texto que quiere desarrollar. Incluso se fija plazos. Este mes toca
perfilar los personajes, el mes que viene hacer los diálogos, el siguiente planificar (está
siempre presente) los capítulos y las escenas principales, y así ad infinitum.
2-LAS HERRAMIENTAS DEL ESCRITOR
Asunto distinto es que intentemos utilizar las mejores herramientas en cada caso.
Ya se trate de diccionarios, generales o especializados, enciclopedias, recursos
estilísticos, gramaticales, léxicos, etc. Está claro —por poner un ejemplo elemental— que
siempre será mejor utilizar el diccionario oficial de la RAE que uno escolar.
En cuanto a la ortografía —una cruz para muchos escritores— se salva hoy día, al
menos en parte, con los modernos procesadores de texto, que llevan incorporado un
módulo al respecto. No es una herramienta perfecta, pero sirve para el 90% de los casos.
El otro 10%, sobre todo por lo que se refiere a los acentos diacríticos y a otros detalles
colaterales, pues no queda más remedio que aprenderlo aparte, en guías actualizadas,
puesto que la RAE ha modificado algunas reglas en los últimos años, para unificar
ciertos criterios que hasta ahora estaban dispersos. En nuestro sitio web, dispones de
una guía breve, sintética y actualizada, de las nuevas normas. De hecho, este texto está
escrito con los nuevos criterios (por ejemplo, “solo”, sea adverbio o adjetivo, ya no se
acentúa… aunque todavía se tolera acentuar el adverbio).
Por último, los recursos de tipo narrativo, aquellos que tienen que ver con una
“técnica”, se tienen que aprender obligatoriamente, para impregnar al texto que
escribimos de interés, de atractivo, de un elemento de seducción adicional para el lector.
En este manual de uso apuntaremos las técnicas narrativas más conocidas de un modo
sencillo y comprensible para cualquiera, pero también con todo el rigor debido,
apelando primero a un fondo de comprensión previo, de carácter teórico, y después
utilizando ejemplos y contraejemplos de todo tipo.
3-LOS GÉNEROS NARRATIVOS
Hay que desarrollar una historia, por mínima que sea. Es un género que, debido a
su extrema simplicidad, hay que dominar muy bien para hacerse con la técnica, que
consiste básicamente en lograr la máxima intensidad en el mínimo espacio. La
hiperbrevedad necesita la máxima economía expresiva, el máximo esquematismo, pero
al mismo tiempo y dentro de lo humanamente posible, también la mayor imaginación.
Por cierto, los textos mínimos equivalentes a los que se escriben hoy nacen con el
modernismo, allá por las postrimerías del siglo XIX y tal vez alcanzan su máxima
expresión en la actualidad, por factores que analizaremos a continuación. Sin embargo,
tienen antecedentes, como podrían ser las sentencias, los adagios, los aforismos, en un
plano menos narrativo y más pedagógico o ilustrativo, eso sí.
El texto, en clave de microrrelato, considerado más breve hasta hace muy poco
tiempo era el del escritor guatemalteco Augusto Monterroso, titulado “El dinosaurio”:
—“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.
Sin embargo, recientemente ha sido destronado por uno todavía más corto, el del
mexicano Luis Felipe Lomelí (hablamos de textos en lengua castellana), que se titula “El
emigrante” y dice así: —“¿Olvida usted algo? —Ojalá”.
Si bien hay autores que utilizan indistintamente “cuento” y “relato”, hay otros
que prefieren desdoblar ambos conceptos, no solo por la extensión —que sería algo
anecdótico, aunque importante— sino también por la técnica empleada.
Por el contrario, la clave del cuento es el conflicto, sobre el que gira todo el
entramado, desde el planteamiento inicial hasta el desenlace. En la novela, con
extensión mucho mayor, el conflicto es un elemento más, después está la trama, la
composición de personajes, etc. En el cuento, el conflicto que va a tener lugar —antes o
después— es el núcleo sobre el que descansa todo el texto.
Por supuesto, hay precedentes de novelas tanto en el mundo antiguo (El asno de
oro, de Apuleyo, o el Satiricón de Petronio, así como la llamada novela bizantina)
cuanto en el mundo medieval. Tan es así que estudiosos de la literatura proclaman que
la primera novela de carácter moderno, mucho antes de la novela picaresca o de
Cervantes, es Genji Monogatari (traducida por “La historia de Genji”), de autor
desconocido, aunque los especialistas la atribuyen a Murasaki Shibiku, una cortesana y
poetisa de la realeza nipona. Se compuso a principios del siglo XI, en Japón. Debido a
las descripciones psicológicas de la obra y al hecho de tener un personaje, Kaoru,
considerado el primer antihéroe de la narración moderna, así como por la circunstancia
de haber sido apreciada por autores como Borges, Octavio Paz o Marguerite Yourcenar,
es tenida actualmente como la primera novela del mundo en un sentido moderno.
Una novela es, sobre todo, la historia humana enfocada por un yo concreto, el
del escritor. A veces, el autor bebe en las fuentes de sus propios conocimientos, o en las
de la pasión, el sentimiento o la reflexión… o a la vez en todas ellas. Otras veces, es el
propio lector el que se ve reflejado en el texto del autor, y viceversa, el escritor no solo
se autorrevela, sino que se conoce mejor a sí mismo, proporcionando a sus lectores las
claves para mejor comprender el comportamiento humano y el mundo en general.
Por supuesto, estas consideraciones son comunes a todos los géneros narrativos,
pero quizás es en la novela, por su complejidad argumental y su extensión, donde mejor
se refleja el mundo del escritor, aunque hay excepciones evidentes, por supuesto; los
relatos de Borges o de Cortázar revelan mundos imaginarios complejísimos, difíciles de
analizar para cualquier observador externo. Igual ocurre en el caso de innumerables
poetas, aunque la poesía es un mundo aparte y habría que tratarla en un volumen
específico, de acuerdo con sus características peculiares.
Novelas de aventuras
Es una clase de novela muy popular y quizás la más antigua. ¿Acaso no eran
aventuras las de los héroes míticos de la épica griega? Claro que estaban en verso, y por
tanto estarían descartadas para esta clasificación, pero nos entendemos, ¿verdad? Se
basa en los viajes, la aventura, el riesgo, los ambientes exóticos, la acción, los personajes
heroicos, etc. Por citar algunas de las más conocidas, Los viajes de Gulliver, Robinson
Crusoe, La isla del tesoro, El conde de Montecristo, MobyDick, etc.
Novelas de romance
También llamada novela rosa, novela romántica, novela sentimental, novela del
corazón, etc. El problema con el término “novela romántica” es que podemos hacer
mención a las novelas escritas durante el periodo del Romanticismo, lo cual es ambiguo.
Las novelas románticas del período literario conocido como Romanticismo implicaban
muchas características. Las novelas de romance, tal como se entiende actualmente, son
las basadas en los sentimientos de los personajes, particularmente por lo que se refiere a
las relaciones amorosas.
Se trata de otro género muy popular y antiguo y quizás es el que goza de mayor
auge, por tener detrás un público muy fiel. La inmensa mayoría de las que se escriben
son para consumo casi exclusivo de un público femenino, y son escritas por autoras,
más familiarizadas con el género, puesto que previamente han sido lectoras habituales.
Novela fantástica
Novela costumbrista
Sin embargo, hay que decir que se ha cultivado de una forma pura, con autores
estrictamente costumbristas, como podría ser Larra en algunas de sus obras,
particularmente en su colección de artículos de costumbres… o bien incorporando a
obras del Realismo escenas costumbristas, como encontramos en Pérez Galdós, Juan
Valera, Emilia Pardo Bazán, etc. Lo mismo ocurre en el caso del costumbrismo
hispanoamericano.
Novela realista
Novela histórica
Novela policíaca
Es una de las que ofrece mayor dificultad para analizarla y englobarla dentro de
los tipos de novelas que estamos describiendo de acuerdo a su temática. En su versión
más clásica, se trata de un argumento basado en la resolución de un caso policial o
detectivesco. El protagonista usa la indagación, la observación, el análisis y el raciocinio
basado en pruebas. Quizás el caso más notorio sea el de los relatos basados en el
investigador Sherlock Holmes, de Conan Doyle. Otro caso típico serían las narraciones
de la novelista inglesa Agatha Cristhie.
Novela de suspense
De nuevo emparentada con las anteriores, pero con matices significativos que ya
se perfilaron en los años 30 en Norteamérica, donde nació, en parte debido a la gran
crisis económica que se desarrolló durante aquellos años. El detective ya no es un héroe
típico sino que deviene a veces en un antihéroe, con sus múltiples defectos y ambiciones
personales. En general, el fondo de una novela negra es el de un ambiente oscuro,
lúgubre, marginal, con difuminación ética en los comportamientos de los personajes. Su
precedente inmediato fueron las historietas en papel barato, o pulp, también en el
ámbito norteamericano, popularizadas en filmes recientes de gran éxito, como Pulp
Fiction, del estadounidense Quentin Tarantino.
La novela negra —puede encontrarse la raíz del término en la serie noir de una
editorial francesa—tiene actualmente un vigor inusitado, producto de algunas de las
características que hemos mencionado, particularmente la de pintar ambientes oscuros,
llenos de corrupción o de violencia, lo que le da al autor la posibilidad de explorar
comportamientos de todo tipo, amén de internarse en mundos marginales, violentos,
sucios, explorando la parte menos noble del ser humano.
Novela de espías
Un tipo de novelas que tiende a confundirse con mucha frecuencia con los
thrillers o las anteriomente mencionadas, ya que obviamente una novela con una trama
de espías puede ser a la vez detectivesca, puede contener suspense y en ella
habitualmente se cometen crímenes que hay que esclarecer por los investigadores o
espías correspondientes. Esto nos da una ligera idea de lo difícil que es para un análisis
exterior el agrupar distintas clases de novelas en una clasificación más o menos rígida.
La base de la novela de espías fue en su tiempo la guerra fría entre las dos
superpotencias de la época, los Estados Unidos y la Unión Soviética, y su ejemplo
paradigmático la saga de James Bond. Pero sigue teniendo tirón y a medida que las
relaciones internacionales se tensan, los escritores vuelven sobre este tipo de temática.
Entre los autores más conocidos podríamos citar a John Le Carré o Graham Greene,
entre otros muchos.
El thriller
Novela de terror
Los primeros ejemplos del subgénero datan de las últimas décadas del siglo XIX,
escritos por periodistas que se encaminaban hacia el oeste americano a fin de investigar
las leyendas que circulaban sobre pistoleros, aventureros, mineros del oro… O bien
trataban asimismo conflictos típicos, como ganaderos contra vaqueros, partidarios de
un entendimiento con los indios frente a los que no lo eran, etc., y que luego escribían
en forma de pequeños libritos para su consumo en los estados del este norteamericano,
principalmente. Después el género se popularizó y se hizo y se consumió masivamente
en otras partes del mundo. Marcial Lafuente Estefanía fue un autor español de este tipo
de novelas con una producción que se elevó a más de 2.500 títulos.
Resulta curioso que el subgénero tuviera un enorme éxito en el cine, con grandes
y espectaculares películas, cuando en narrativa no llegó a ser sino una especie de
caricatura de la épica de aquel tiempo y lugar.
Novela social
Tuvo su auge en la España de los años 50, con autores como Cela, Delibes, Rafael
Sánchez Ferlosio, Ignacio Aldecoa, etc. Al pretender no tener personajes relevantes, era
muy difícil que los novelistas se interesasen por ella profundamente, de ahí que no haya
cuajado como un género autónomo y definido. Otra cosa distinta es la novela con
acento social, de la que existen claros precedentes, por ejemplo en el David Copperfield
de Dickens y que luego seguiría con autores como D.H. Lawrence o George Orwell. En
el siglo XX, una obra bastante representativa sería Las uvas de la ira, de John Steinbeck,
filmada luego por la cámara de John Ford.
Novela psicológica
Novela de tesis
Bien, llegados a este punto, hay que decir que existen otros tipos de novelas con
otras categorizaciones, que sería largo enumerar pero, para dar una ligera idea,
imaginemos que queremos clasificar según el tono con el que se dirige el autor a su
público; hablaríamos de novela de humor, o satírica, o dramática, etc…
O si pensamos en la forma concreta en que el autor se dirige al público lector,
podríamos hablar de novela autobiográfica, en forma de diario, dialogada en su mayor
parte (es decir, parecida a una obra de teatro), novela centrada en acciones, o centrada
en pensamientos, o novela de formación, o vanguardista, etc., etc.
¿Se pueden encontrar más clasificaciones? Por supuesto, tantas como uno
quiera, según el criterio que adoptemos. Podríamos hablar de novelas realistas,
románticas, pastoriles, picarescas, novelas de formación, trágicas, melancólicas, de
humor negro o novelas cortas, etc., etc. Siempre dependerá del acento que pongamos en
una característica u otra. Y por descontado, dado un género, siempre podremos
encontrar diversas categorías que actuarían como definidores de subgéneros.
Eso sin contar que, como creadores, podemos siempre inventar géneros o
subgéneros nuevos, no adscritos todavía a ninguna categoría concreta. Puede ser que
para determinados “escritores en potencia” este reto resulte estimulante. Lo más
sencillo es considerar un género amplio, por ejemplo el género de aventuras, y buscar
un nuevo enfoque que nos daría un subgénero hasta ahora poco cultivado, o
simplemente inexistente.
Lo mismo vale para propósitos eclécticos, con lo que podemos imaginar simbiosis
extrañas, por ejemplo una novela ambientada en el salvaje Oeste y salpicada de humor
negro o de una historia romántica. Las combinaciones posibles solo pueden agotarse en
la imaginación de cada autor.
4-LAS TEMÁTICAS
Sin embargo, el modo de encarar los temas también depende mucho de la época.
En el siglo XIX, con la irrupción del Romanticismo en su primera mitad, se pusieron de
moda, por ejemplo, las novelas de corte histórico, porque el autor podía fantasear con
conceptos románticos tan conocidos como el misterio, la pasión, lo desconocido y
enigmático, etc. Poco después, el Realismo llevó a los escritores a querer describir la
realidad tal como era, sin apenas fantasías añadidas: se pasó de un extremo al otro en
pocos decenios, cambios que afectaron también al gusto del lector en tan poco tiempo.
Los cambios importantes en el modo de afrontar la realidad mundana y de escribir de
un determinado modo, suelen ocurrir en épocas de revoluciones de todo tipo: políticas,
sociales, tecnológicas, de costumbres o de moral, de grandes migraciones, después de
guerras importantes, etc.
Por tanto, es normal que los escritores estén influidos por el tiempo en el cual
viven, así como por los temas que preocupan socialmente en su tiempo, y no digamos
ya por las concepciones artísticas o estéticas que les rodean… o por el interés de los
propios lectores, que a fin de cuentas determina también la creación autoral. Además,
muchos otros factores dejan su huella en el escritor. Para empezar, su propia vida, su
biografía concreta, sin la cual no se entendería su discurso específico y original, pero
también asuntos aleatorios, como la irrupción del cinematógrafo, que obliga a los
autores —por mera pero inevitable competencia— a ser más dinámicos, más rápidos y
precisos en las descripciones, más incisivos en los diálogos, etc.
Mi consejo básico sería que cada uno se dejara llevar por aquello que le motiva,
que le preocupa, que le estimula, que le interesa profundamente. No sería lógico, por
ejemplo, que alguien a quien la política le interesa o le motiva más bien poco, se ponga
con ahínco a escribir una novela basada en ese ámbito. Se pueden poner otros ejemplos
elementales sacados de la vida corriente. Si alguien es bastante introvertido, volcado
sobre sí mismo y sobre su mundo personal, tal vez sobre fantasías irrealizables, sería
normal que hablara en sus textos de sus pensamientos íntimos, de sus fantasías
conscientes (o no), de sus sentimientos o sensaciones… y que desarrollara sus
narraciones sobre todo ello.
Por el contrario, otro tipo de persona, más extrovertida, será más dada a hablar
de aventuras, acción, movimiento… Cada autor concreto tiene que acomodarse “a lo
que uno es”, no pretender hablar sobre algo que es ajeno por completo a su mundo
personal; ese propósito incoherente casi nunca lleva a ninguna parte. Es más fácil —a la
par que más lógico— hablar sobre lo que se conoce mejor. Si uno está en una
conversación y conoce poco de un determinado tema, lo lógico será callarse y escuchar
atentamente a los que sí tienen algo que decir sobre el tema.
Por supuesto, todas las temáticas son válidas en principio, así como la forma de
tratarlas y exponerlas. Eso sí, deben tener un punto mínimo de originalidad que no
pueda confundirse con la de otro escritor; debe ser única… aunque (como es lógico)
quizás esta posibilidad solo esté al alcance de muy pocos, o al menos hay que trabajar
bastante si uno aspira a ser original.
El talento nato —o mejor, innato— también cuenta, como en casi todas las áreas
del vivir cotidiano. La literatura, en este caso, no es una excepción. De todas formas,
recientes investigaciones sobre la forma de funcionar del cerebro humano ponen de
manifiesto que la ingeniería neuronal está en perpetuo y cambiante funcionamiento,
renovándose a sí misma sin cesar. La conclusión más estimulante para todos es que
podemos aprender a cualquier edad y prácticamente sobre cualquier cosa. También
sobre el mundo de la narrativa.
Destacar un personaje
5-LAS TÉCNICAS NARRATIVAS
Bien, hemos llegado al punto fundamental de este manual de uso sobre recursos
narrativos. ¿Cómo podríamos clasificarlos? Toda clasificación, como sabemos, es una
mera convención y no hay que preocuparse mucho por este asunto. Nos vamos a fijar
mejor en los conceptos generales, fáciles de captar y comprender, sobre los que iremos
aplicando ejemplos concretos, para fijarlos y aprehenderlos bien.
Así pues, hablaré del narrador y de quién está detrás del narrador, de cómo se
construye una trama y los personajes adecuados para la misma, del punto de vista
inicial que adoptamos para la narración, del marco escénico empleado en el texto y de
cómo utilizar el tiempo y el espacio literarios, de cómo usar la descripción o el uso
más apropiado de técnicas para destacar la acción, cosas que tienen que ver con la voz
que habla y el tono y el ritmo que imprimen a su discurso los autores , el empleo de los
diálogos, la elaboración del conflicto principal y de las subtramas —si las hubiere—,
así como de los estilos narrativos y los vicios de estilo más comunes. Por último, de un
aspecto esencial un tanto menospreciado desde siempre, la corrección después de
terminado el texto.
Este es el plan general sobre el que he elaborado este manual de uso. Utilizaré
ejemplos en abundancia cuando hubiera necesidad de ellos para mejor comprender los
conceptos empleados, y no ahorraré en espacio hasta que las ideas básicas estén bien
comprendidas y sean aptas para la práctica cotidiana, en el bien entendido de que todo
será inútil si el que sigue el texto no se pone a la tarea de inmediato, que no es otra que
escribir. De nada sirven las excusas sobre el poco tiempo de que se dispone o de la falta
de inspiración. Como dice un dicho muy antiguo, para llegar a algún sitio, para recorrer
un camino, para alcanzar una meta... ¡hay que dar el primer paso!
Comencemos, pues…
5.1-El narrador y el punto de vista
No hay que confundir nunca al narrador con el escritor, este es un defecto muy
propio de escritores primerizos. Tanto los personajes como el narrador (o narradores, a
veces son varios), así como los demás elementos de la historia, son ficciones del escritor.
Este es el ser real que da vida a sus ficciones. Al escribir estamos siempre en un mundo
de ficción, incluso en las llamadas autobiografías. Lo escrito siempre estará revestido de
ficción, puesto que no es posible hacer una copia literal de la vida. En todo caso, se
tratará de una recreación.
Es muy común que los escritores noveles, más aún los que se inician del todo en
el arte de la narrativa, se parezcan tanto a sus narradores que el lector se sienta en la
tesitura de pensar que son los autores los que están hablando, y no el intermediario que
debería ser, en pura teoría, el narrador. Atención a esta primera dificultad para
comenzar a narrar. El autor debe poner la distancia necesaria con sus personajes y sus
narradores para que la historia gane en consistencia, credibilidad y coherencia.
Solamente la experiencia constante ayuda en este caso; de lo contrario el riesgo es
evidente: que haya una sola voz narradora, la del propio autor. Incluso en
determinados casos, los distintos personajes los podemos hallar revestidos de la
idiosincrasia permanente del escritor, no diferenciándose unos de otros, salvo por
detalles menores de ambientación.
Por tanto, como conclusión, lo primero que debe hacer un escritor al imaginar un
cuento o una novela es encontrar la voz que va a guiar al lector a través de la narración,
desde una mirada muy concreta (la de ese narrador). Esa mirada es la que tiene que
hallar el autor antes de hacer cualquier otra cosa en relación a su historia. No es lo
mismo que la visión de la realidad (dentro de la ficción) sea la de un bebé, un alcohólico
o un profesor universitario. O un animal, o tal vez un robot. En cada caso, si eliges un
determinado personaje para que narre tu historia, deberás saber qué mirada sobre el
mundo (de tu historia) va a tener. Y si el narrador no es un personaje, también, con más
razón aún, puesto que deberá encontrar la distancia adecuada con los demás personajes
para no disminuirlos o ensalzarlos indebidamente.
Bien, veamos ahora los distintos narradores que podemos utilizar en la práctica.
Los análisis habituales hablan de los siguientes tipos, que no agotan el tema en ningún
caso, puesto que siempre podremos encontrar —gracias a nuestro ingenio— nuevos
enfoques que darles a los que hemos llamado nuestros intermediarios con el lector, los
narradores:
a) Narrador protagonista
«No tengo dinero, ni recursos, ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo.
Hace un año, hace seis meses, creía que era un artista. Ya no lo pienso, lo soy. Todo lo
que era literatura se ha desprendido de mí. Ya no hay más libros que escribir, gracias a
Dios»
«El día después de que Olga saliera del hospital, empezó a hacer zapatos de
nuevo. A las seis de la mañana ya está en su banco; termina dos pares de zapatos al
día. Eugene se queja de que Olga es una carga, pero la verdad es que Olga está
manteniendo a Eugene y a su esposa con sus dos pares de zapatos diarios. Si Olga no
trabaja, no hay comida. Así que todo el mundo procura que Olga se vaya a dormir a su
hora, y darle bastante comida para mantenerla en forma, etc.»
Como última muestra del narrador en primera persona, pongamos ésta, que es
mitad diario, mitad ficción, según explicaremos después:
Este pequeño fragmento corresponde a los diarios de Anaïs Nin de 1931. Sin
embargo, a pesar de que los diarios fueron publicados en la década de los 60, no fueron
incluidos ni este ni otros fragmentos por expreso deseo de la autora, porque implicaban
a terceras personas. De ahí que se publicaran póstumamente como si fueran relatos o
pequeñas novelas, como en este caso.
Al margen del anterior inciso, y pese a ser las notas de un diario, hay que tener en
cuenta que quien escribe un diario, y pese al deseo de autenticidad que persigue, no
tarda demasiado en convertir al autor en un personaje, que debe mantener una
coherencia y un espíritu de unidad a lo largo del relato (un relato que se prolongó
durante cuarenta y cinco años, en este caso; probablemente sea el diario más largo de
toda la historia de la literatura).
Por supuesto, ese relato aspira a reflejar los pensamientos y sentimientos más
íntimos de su autora, pero es difícil pensar que pueda conseguirlo del todo, teniendo en
cuenta los múltiples filtros que debe pasar cualquier texto para ser considerado
“publicable”. En este último ejemplo, ya hemos visto como la autora ni siquiera
contemplaba la publicación de sus diarios. Cuando lo hizo tuvo que asumir que había
fragmentos que no podían ver la luz. Una vez dispuestos a la edición, estos fragmentos
se convirtieron en una especie de novela mitad realidad mitad ficción, debido a la
discrecionalidad de los editores para el montaje definitivo de los mismos.
Este tipo de narrador suele ser neutral, no juzga, no valora, simplemente observa
y describe lo que ve. Asume el rol de un espectador, de un testigo de todo lo que se está
contando.Veamos un ejemplo de un relato de Conan Doyle:
«A las tres en punto yo estaba en Baker Street, pero Holmes aún no había
regresado. La casera me dijo que había salido de casa poco después de las ocho de la
mañana. A pesar de ello, me senté junto al fuego, con la intención de esperarle, tardara
lo que tardara. Sentía ya un profundo interés por el caso, pues aunque no presentara
ninguno de los aspectos extraños y macabros que caracterizaban a los dos crímenes que
ya he relatado en otro lugar, la naturaleza del caso y la elevada posición del cliente le
daban un carácter propio. La verdad es que, independientemente de la clase de
investigación que mi amigo tuviera entre manos, había algo en su manera magistral de
captar las situaciones y en sus agudos e incisivos razonamientos, que hacía que para
mí fuera un placer estudiar su sistema de trabajo y seguir los métodos rápidos y sutiles
con los que desentrañaba los misterios más enrevesados. Tan acostumbrado estaba yo
a sus invariables éxitos que ni se me pasaba por la cabeza la posibilidad de que
fracasara.»
«No estuvo muy efusivo; rara vez lo estaba, pero creo que se alegró de verme. Sin
apenas pronunciar palabra, pero con una mirada cariñosa, me indicó una butaca, me
arrojó su caja de cigarros, y señaló una botella de licor y un sifón que había en la
esquina. Luego se plantó delante del fuego y me miró de aquella manera suya tan
ensimismada.
«El señor me concede la gracia de dar fiel testimonio de los acontecimientos que
se produjeron en la abadía cuyo nombre incluso conviene ahora cubrir con un piadoso
manto de silencio, hacia finales del año 1327, cuando el emperador Ludovico entró en
Italia para restaurar la dignidad del Sacro Imperio Romano, según los designios del
Altísimo y para confusión del infame usurpador simoníaco y heresiarca que en Aviñón
deshonró el santo nombre del apóstol (me refiero al alma pecadora de Jacques de
Cahors, al que los impíos veneran como Juan XXII). Para comprender mejor los
acontecimientos en que me vi implicado, quizá convenga recordar lo que estaba
sucediendo en aquellas décadas, tal como entonces lo comprendí, viviéndolo, y tal
como ahora lo recuerdo, enriquecido con lo que más tarde he oído contar sobre ello,
siempre y cuando mi memoria sea capaz de atar los cabos de tantos y tan confusos
acontecimientos.»
Como vemos, el autor se sirve de un narrador testigo para hacer afirmaciones que
no pueden hacer otros personajes, y que refuerzan el relato. Es una técnica narrativa
muy antigua, pero muy efectiva y que sigue dando frutos actualmente, lo cual nos hace
pensar que las técnicas pueden ser antiguas pero su utilización es intemporal, ya que
depende en gran parte de la intencionalidad del autor, de lo que quiere conseguir con
una técnica en particular, como veremos a continuación con una técnica muy moderna,
prácticamente usada solo a partir de los primeros años del siglo XX.
«Sí porque él no había hecho nunca una cosa así antes como pedir que le lleven
el desayuno a la cama con un par de huevos desde los tiempos del hotel City Arms
cuando se hacía el malo y se metía en la cama con voz de enfermo haciendo su
santísima para hacerse el interesante ante la vieja regruñona de Mrs Riordan que él
creía que la tenía enchochada y no nos dejó ni un céntimo todo para misas para ella
solita y su alma tacaña tan grande no la hubo jamás de hecho le espantaba tener que
gastarse 4 peniques en su alcohol metílico contándome todos sus achaques mucha
labia que tenía para la política y los terremotos y la fin del mundo tengamos antes un
poco de diversión que Dios nos ampare si todas las mujeres fueran de su calaña le
disgustaban los bañadores y los escotes por supuesto nadie quería verla con ellos
supongo que era piadosa porque no había hombre que se fijara en ella dos veces
espero que nunca me parezca a ella milagro que no nos pidiera que nos cubriéramos
la cara pero era una mujer muy educada desde luego y su cháchara sobre Mr Riordan
para aquí y Mr Riordan para allá supongo que se alegraría de deshacerse de ella y su
perro olisqueándome las pieles y siempre mañoseando para metérseme debajo de las
enaguas sobre todo aun así me gusta eso de él tan atento con las viejas ya ves y con
los camareros y mendigos también no es orgulloso por nada pero no siempre si es
que alguna vez tuviera algo serio es mucho mejor que los lleven a un hospital donde
todo está limpio pero supongo que tendría que repetírselo durante un mes sí y
entonces tendríamos una enfermera del hospital tener que aguantar el rapapolvo y él
allí hasta que lo echen o una monja a lo mejor como la de esa foto guarra que tiene es
tan monja como yo no sí porque son tan débiles y quejicas cuando están malos
necesitan una mujer para ponerse buenos si echan sangre por la nariz te imaginarías
que era O algo trágico y esa carademuerto una vez por la ronda sur cuando se torció el
pie en la fiesta del […]»
Es decir, “como comprobará usted (lector)”, etc. El autor hacía uso de este pequeño
truco para dar una impresión de objetividad y de lejanía respecto a sus personajes. Pero
puede utilizarse para todo lo contrario, como ya hemos sugerido, para crear una
relación más próxima con el lector. Como ejemplo pondremos de nuevo un fragmento
de la novela de Miller:
«Cantaré para vosotros, desentonando un poco tal vez, pero cantaré. Cantaré
mientras la palmáis, bailaré sobre vuestro inmundo cadáver… […] Para ti, Tania,
canto. Quisiera cantar mejor, más melodiosamente, pero entonces quizás no hubieses
accedido nunca a escucharme. Has oído cantar a los otros y te han dejado fría.»
Recordad que esta novela está escrita en primera persona, con un narrador
protagonista. Sin embargo, en este fragmento, el autor emplea a su personaje para
dirigirse a un nosotros (los lectores o espectadores indeterminados) y a un tú (Tania) en
segunda persona. El lector puede sacar varias conclusiones, una de ellas puede ser la de
que el narrador se desdobla. Es como si se contara a sí mismo esos pensamientos. O
simplemente para crear un efecto de más proximidad, si cabe, con el lector.
«No es que esperes nada particular de este libro en particular. Eres alguien que
por principio no espera ya nada de nada. Hay muchos, más jóvenes que tú y menos
jóvenes, que viven a la espera de experiencias extraordinarias; de los libros, de las
personas, de los viajes, de los acontecimientos, de lo que el mañana guarda en reserva.
Tú no. Tú sabes que lo mejor que uno puede esperar es evitar lo peor. Esta es la
conclusión a la que has llegado, tanto en la vida personal como en las cuestiones
generales y hasta en las mundiales. ¿Y con los libros? Eso es, precisamente porque lo
has excluido en cualquier otro terreno, crees que es justo concederte aún este placer
juvenil de la expectativa en un sector bien circunscrito como el de los libros, donde te
puede ir mal o ir bien, pero el riesgo de la desilusión no es grave.»
Bien, para terminar con el narrador en segunda persona, decir que este es el tipo
de narrador cuando un novelista emplea el método epistolar, método bastante frecuente
desde siempre: un personaje envía una carta a un tú (o a un vosotros) determinado.
Veamos un ejemplo de una obra llevada con mucho éxito varias veces a la gran
pantalla:
«Vuelva usted, mi querido vizconde, vuelva usted. ¿Qué hace usted ahí? ¿Qué
puede hacer en casa de una tía anciana que le ha instituído a usted heredero de sus
bienes? Parta usted al instante, que yo lo necesito. Me ha ocurrido una idea excelente y
quiero confiarle su ejecución. Estas pocas palabras deben bastar a usted y, demasiado
honrado con mi elección, debe venir ansioso a recibir mis órdenes a mis pies; pero usted
abusa de mis bondades, aun después de que ha cesado de aprovecharse de ellas; y en
alternativa de un adiós eterno o de una excesiva indulgencia, dicha de usted quiere que
pueda más mi bondad. Deseo, pues, informarle de mis proyectos; pero júreme usted a fe
de caballero fiel que no correrá ninguna aventura antes de haber dado fin a ésta; es
digna de un héroe, servirá usted al amor y a la venganza, en fin, será como una hazaña
más que añadirá a sus memorias; sí, a sus memorias, porque quiero que sean
publicadas un día, y yo me encargo de escribirlas. Pero dejemos esto y vamos a la idea
que me ocupa.»
1-Narrador omnisciente
Veamos el primer ejemplo, de la obra Ana Karenina, del ruso León Tolstoi,
precisamente del inicio de la novela, una de las cumbres del realismo del siglo XIX:
«Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz
tiene un motivo especial para sentirse desgraciada.
Observad cómo la primera frase es una reflexión, algo bastante habitual cuando
se utiliza un narrador en tercera persona. Equivale al pensamiento del autor o escritor,
al menos en este caso concreto. El resto es una descripción detallada del tipo de
personajes que nos vamos a encontrar páginas después y de las relaciones que se dan
entre unos y otros, sobre todo de las que son fundamentales. Ya nos enteramos, en el
mismo comienzo de la historia, de que el marido le ha sido infiel a su esposa y que esta
quiere actuar en consecuencia. El narrador nos quiere adelantar unos acontecimientos
que luego desarrollará en detalle a lo largo de todo el libro; sería como una introducción
a los distintos conflictos que tendrán lugar.
Veamos otro ejemplo de la misma obra pero hacia la mitad de la novela;
corresponde al inicio del capítulo XVII de la cuarta parte:
Como dijimos antes, fue el tipo de narrador (por tanto, intermediario entre los
personajes y los lectores) preferido por los autores durante el siglo XIX, tal vez porque
la civilización burguesa, la cultura del progreso indefinido y de la ciencia, exigían —en
cierto modo— ese tipo concreto de ficción narrativa. Se creía, en aquel siglo, poseer el
poder de control absoluto sobre cualquier aspecto de la vida y de la materia, incluido el
poder sobre la ficción. El siglo XX se encargaría de demostrar, a través de otros autores,
que esa ilusión no era del todo respetable. Veamos ahora otro caso de narrador en
tercera persona, pero algo distinto:
2-Narrador testigo
Sin embargo, hay varios tipos de narrador testigo en tercera persona, vamos a
enumerarlos y destacar sus características principales:
a) Narrador observador
«Enlutada, nadie sabe por qué, desde que casi era un niña, hace ya muchos años,
y sucia y llena de brillantes que valen un dineral, doña Rosa engorda y engorda todos
los años un poco, casi tan de prisa como amontona los cuartos. La mujer es riquísima;
la casa donde está el Café es suya, y en las calles de Apodaca, de Churruca, de
Campoamor, de Fuencarral, docenas de vecinos tiemblan como muchachos de la escuela
todos los primeros de mes. —En cuanto una se confia —suele decir—, ya están
abusando. Son unos golfos, unos verdaderos golfos. ¡Si no hubiera jueces honrados, no
sé lo que sería de una! Doña Rosa tiene sus ideas propias sobre la honradez.
—Las cuentas claras, hijito, las cuentas claras, que son una cosa muy seria.
Jamás perdonó un real a nadie y jamás permitió que le pagaran a plazos.»
«Don Pablo extiende el periódico sobre la mesa y lee los titulares. Por, encima de
su hombro, Pepe procura enterarse. La señorita Elvira hace una seña al chico.
Doña Matilde, que charla con el cerillero mientras su amiga doña Asunción está
en el lavabo, comenta despreciativa:
—Yo no sé para qué querrán enterarse tanto de todo lo que pasa. ¡Mientras aquí
estemos tranquilos! ¿No le parece?
—Mucho recular me parece ése... Pero, en fin, ¡si al final lo arreglan! ¿Usted cree
que al final lo arreglarán, Macario?
⎯No sé, puede ser que sí. ¡Si inventan algo que resulte bien!»
«En un ejemplar del primer volumen de las Mil y una noches (Londres, 1839) de
Lane, que me consiguió mi querido amigo Paulino Keins, descubrimos el manuscrito
que ahora traduciré al castellano. La esmerada caligrafía —arte que las máquinas de
escribir nos están enseñando a perder— sugiere que fue redactado por esa misma fecha.
Lane prodigó, según se sabe, las extensas notas explicativas; los márgenes abundan en
adiciones, en signos de interrogación y alguna vez en correcciones, cuya letra es la
misma del manuscrito. Diríase que a su lector le interesaron menos los prodigiosos
cuentos de Shahrazad que los hábitos del Islam. De David Brodie, cuya firma exornada
de una rúbrica figura al pie, nada he podido averiguar, salvo que fue un misionero
escocés, oriundo de Aberdeen, que predicó la fe cristiana en el centro de África y luego
en ciertas regiones selváticas del Brasil, tierra a la cual lo llevaría su conocimiento del
portugués. Ignoro la fecha y el lugar de su muerte. El manuscrito, que yo sepa, no fue
dado nunca a la imprenta. Traduciré fielmente el informe, compuesto en un inglés
incoloro, sin permitirme otras omisiones que las de algún versículo de la Biblia y la de
un curioso pasaje sobre las prácticas sexuales de los Yahoos que el buen presbiteriano
confió pudorosamente al latín. Falta la primera página.»
c) El narrador equisciente
Una popular obra de los últimos años, “Juego de tronos”, pone de manifiesto
cuáles son las características de este tipo de narrador. De hecho en cada episodio, varía
el narrador. Veamos un ejemplo del capítulo sobre Catelyn:
Tal vez se trata de un texto muy corto para poder mostrar en toda su amplitud el
empleo de narrador equisciente, pero el personaje elegido para ser seguido en este
capítulo es una mujer, Catelyn, que será el centro de la novela en las siguientes páginas.
Ella no sabe más que una porción de información del resto de personajes, pero el
escritor ha preferido que sea ella quien comande la narración de este apartado. Y lo
mismo hace el autor en cada capítulo, donde distintos personajes se van turnando para
aportar una especie de sucedáneo de protagonista, aunque siempre en tercera persona
gramatical: cada uno va contando un pequeño trozo de la historia total, desde su propio
enfoque.
Primer párrafo:
Segundo párrafo:
«Cuando la sombra del marco de la ventana se proyectó sobre las cortinas, eran
entre las siete y las ocho en punto y entonces me volví a encontrar a compás,
escuchando el reloj. Era el del Abuelo y cuando Padre me lo dio dijo, Quentin te entrego
el mausoleo de toda esperanza y deseo; casi resulta intolerablemente apropiado que lo
utilices para alcanzar el reducto absurdum de toda experiencia humana adaptándolo a
tus necesidades del mismo modo que se adaptó a las suyas o a las de su padre. Te lo
entrego no para que recuerdes el tiempo, sino para que de vez en cuando lo olvides
durante un instante y no agotes tus fuerzas intentando someterlo. Porque nunca se
gana una batalla dijo. Ni siquiera se libran. El campo de batalla solamente revela al
hombre su propia estupidez y desesperación, y la victoria es una ilusión de filósofos e
imbéciles.»
En ocasiones, los autores narran los mismos hechos (exactamente los mismos)
desde el enfoque concreto de diferentes personajes, creando un efecto de
intersubjetividad patente. Se hizo muy famosa la película “Rashomon”, de Akira
Kurosawa (basada a su vez en una obra literaria), en los años 50, precisamente por esta
circunstancia… sobre todo porque había un crimen de por medio y los diferentes
personajes lo narraban según sus intereses vitales respecto a la propia implicación en
los hechos. Eran los mismos hechos teñidos por el interés egoísta de cada protagonista.
En este comienzo de la corta novela, Kafka narra en clave realista una especie de
fantasía de transmutación. Sin embargo, a medida que avanzamos en la lectura,
dejamos de lado la parte fantástica para centrarnos en todos los elementos lógicos y
normales. Se trata ni más ni menos que de eso: entrar en la narración, pese a que nos
pueda parecer incongruente o absurda la situación que nos presenta el autor.
Hay que aclarar que el punto de vista inicial incluye si se van a utilizar uno o
varios narradores y la forma en que se van a utilizar, así como todas y cada una de las
características del narrador (o narradores), por ejemplo: lo que saben, lo que pueden
llegar a saber, lo que ocultan, el modo en que van a interaccionar con otros narradores,
etc.
Imaginad un pequeño relato con el siguiente argumento: Un hombre llamado Luis baja
desde la habitación de su hotel a comprar una botella de licor al supermercado de la esquina, el
Holland. Cuando está en el supermercado se encuentra con una antigua novia llamada Sonia,
con la que intercambia unas palabras. Después se despiden y él regresa al hotel.
La segunda parte del ejercicio consistiría en, una vez completados los tres relatos (no más
de un par de páginas, por ejemplo), elaborar una ficha para cada narrador, apuntando lo que
puede saber y lo que no puede saber (junto a otras características). Por ejemplo, el narrador en
primera persona, ¿puede saber que se va a encontrar con Sonia?, ¿lo puede saber el narrador en
tercera persona y avanzar la acción? Y así con los demás elementos del relato.
Por supuesto, el ejercicio no hace falta completarlo de una vez. Se puede regresar otro día
(o incluso otra semana) a repasar los elementos que hubieran podido pasar desapercibidos en un
primer momento. La escritura no es solo inspiración de un momento, también es trabajo y
paciencia.
5.2-La construcción de la trama
Para entender bien lo que sigue es conveniente diferenciar varios términos que a
veces se usan como sinónimos y no lo son.
Argumento: lo que el autor suele explicar en una sinopsis breve. Por ejemplo:
“un policía comienza a investigar el asesinato de un senador americano y durante la
investigación va descubriendo una trama sucia, de corrupción, sexo y violencia”.
Es decir, y para resumirlo: el escritor tiene una idea (argumento), desarrolla esa
idea (trama) y dispone los elementos concretos de esa trama (estructura). En este
capítulo trataremos del desarrollo y construcción de la trama. La estructura será tratada
en otros capítulos, sobre todo en los de ambientación y utilización del tiempo y espacio
literarios. La estructura sería el “montaje” (en el lenguaje cinematográfico) que hace el
escritor con todos sus recursos literarios y técnicas aplicadas en conjunto.
La trama que teje el autor tiene que ver con la historia en sí misma… la historia
que pretendemos contar y desarrollar como narración. Debemos tener una idea, por
ligera que sea, sobre los puntos fundamentales de esa historia, lo que incluiría el típico
desarrollo clásico: planteamiento => nudo => desenlace.
Sin embargo, no siempre todo es tan racional y objetivo. Hay escritores que se
dejan llevar por su imaginación y en el curso de la escritura introducen nuevos
personajes, subtramas dentro de la trama principal, o desenlaces sorpresa que no habían
previsto en un principio. Otros, en cambio, ya tienen claro en su mente, desde el
principio, cuál va ser el final que le van a dar a su relato, y a partir del desenlace
construyen el resto de la trama. Por tanto, depende de la forma de trabajar de cada
autor.
Así pues, cómo se construye la trama es una técnica completamente personal,
mediante la cual cada escritor elegirá sus preferencias concretas, valorará sus
habilidades, conjuntará la estructura de su relato de diversas formas, para distintas
narraciones, según lo que crea que sean sus necesidades narrativas en cada caso. Yo, en
particular, prefiero diseñar una escaleta, con los puntos principales sobre la narración,
sobre todo si se trata de una novela:
Casi ningún escritor tiene una idea fija de cuál será la estructura final, sobre todo
si nos referimos a novelas extensas. Un caso distinto sería el de pequeños relatos o
incluso una novela corta, donde podemos imaginarnos todos los elementos bien
engarzados en una trama más o menos elaborada y dispuestos en una estructura que ya
hemos decidido de antemano.
Como orientación general, habría que pensar en los siguientes puntos acerca del
material simbólico preciso para una narración extensa:
Trama primaria.
Ideas a desarrollar.
Conflictos a establecer.
Final prefijado.
Finales alternativos.
Sin embargo, no es obligatorio seguir este guion prefijado. Muy por el contrario,
el típico escritor que siempre hemos visto en las películas, frente a su máquina de
escribir, pensando en la primera frase o en la primera palabra, tal vez en la primera
escena, mirando a su hoja en blanco de reojo, meditativo, o rompiéndola después de
haber escrito algo… también existe, es un escritor real que confía en su intuición, en su
olfato para elaborar una narración sin plan inicial.
Para aclararnos mejor tendremos que hacer fichas —físicas o digitales— sobre
cada asunto tratado, sobre cada característica considerada. Hablamos de una narración
realista; caso distinto sería un relato fantástico sobre un fondo histórico general, que no
necesita la exhaustiva documentación apuntada, aunque sí unos conocimientos
generales sobre la época y sus valores o formas de vida.
Por supuesto, aparte del oficio, en un escalón distinto, está “el arte”, pero este
concepto es todavía más discutido y etéreo, en el que tiene mucho que ver eso que
siempre se ha llamado “talento” (o don) y que resulta difícil de concretar. Por supuesto
hay que contar con la inteligencia innata de cada autor, con algún tipo de habilidad o
capacidad para escribir, pero a fin de cuentas también será importante su capacidad de
aprendizaje, su tenacidad, el sacrificio que esté dispuesto a asumir para lograr ciertas
metas que se propuso en un inicio, etc.
Sin embargo, y a pesar de que no pueden darse pautas fijas sobre la construcción
de la trama de una narración concreta, porque depende mucho del género utilizado y
del autor, sí que es posible distinguir algunos aspectos comunes a muchos relatos, como
por ejemplo los giros argumentales.
El desenlace, por tanto, sería la consecuencia lógica de todos esos giros, pero
también podría ser que el autor deseara un final sorpresa. Por ejemplo que el detective
descubra quién es el asesino, pero errando el tiro en su apreciación. Y el escritor
introduce un final descubriendo al verdadero asesino, para provocar un efecto sorpresa
adicional.
Sin embargo, lo dicho anteriormente sería un esquema clásico que el autor puede
variar como desee, ya que no se trata de una regla fija ni mucho menos. Puede, por
ejemplo, introducir una subtrama en la que el detective investiga un hecho ajeno a la
trama principal, pero que arrojará luz sobre esta. A su vez, la subtrama puede tener —o
no— los puntos de giro apuntados. Hay, de hecho, muchos autores a los que la simetría
les subyuga, les fascina, y elaboran sus narraciones teniendo en cuenta este factor. A
otros les puede entusiasmar un recorrido circular, donde el final será una especie de
réplica del principio.
Sin embargo, se pueden dar unas pautas generales a quien desee dividir sus
historias en capítulos. Los capítulos, en principio, son divisiones que se atienen, de
forma general, a las escenas concretas que queramos incluir. Si, por ejemplo, quiero
hacer una descripción ambiental inicial para situar mi historia y mis personajes, podría
dedicar un primer capítulo a esa descripción. Es solo un ejemplo, otros autores
pensarán de distinto modo… y comenzarán a relatar ya desde el comienzo la acción y
los acontecimientos que hayan ideado para su historia.
Hay que pensar que también es una comodidad para el lector la división en
capítulos. ¿Cuántos lectores no dicen para sí mismos, mientras están leyendo…
“termino este capítulo y leeré mañana el próximo”. Este tema entraría en ese término
que se utiliza tanto en informática, la “usabilidad” del sistema. Es útil para los lectores
la división en capítulos, ya que ellos también subdividen la lectura en unos tiempos y
espacios muy concretos. Por ejemplo, habrá quien dedique tan solo media hora a leer
antes de dormir, o habrá quien decida leer un capítulo entero cada día.
Un capítulo puede tener varias escenas. Una escena es una unidad dramática,
con unos personajes concretos, una situación dada, un escenario particular y la
resolución de una situación contando con todos estos elementos. Por tanto, tiene
continuidad por sí misma; puede ser un capítulo o, como mínimo, una parte importante
de un capítulo. Las escenas de una narración nunca deberían estar de “relleno”
(simplemente para llenar páginas). No es nada recomendable.
Otra forma en que los autores pueden estructurar su trama es haciendo que los
capítulos incluyan distintas escenas, separadas por ejemplo con una línea en blanco o
cualquier otro tipo de marcador, como podrían ser unas estrellas o cualquier otro
símbolo. En general, cómo estructurar la trama para dividirla en partes identificables
depende enteramente del autor y de sus gustos al respecto, sin que ello afecte al
contenido de manera determinante.
Sin embargo, hay formas evidentes de cómo colocar los capítulos, si nos
atenemos a la pura lógica. Por ejemplo, termina una escena cualquiera... y el lector se
pregunta: ¿qué ocurrirá ahora, después de lo que acabo de leer? Este personaje, ¿cómo
resolverá la situación creada al final de este capítulo? En fin, toda esta dinámica tiene
que ver con el “don” del escritor, el instinto que le guía para determinar cómo construir
sus escenas, cómo ir desarrollando la trama, y por consiguiente cómo estructurar partes,
capítulos o escenas y dónde colocar los giros argumentales, que no tienen por qué
coincidir siempre con la teoría narrativa, porque siempre tenemos margen para la
creatividad personal.
Lo normal es ir elaborando paso a paso las distintas escenas que tienen lugar
durante el relato, incluso no necesariamente en su orden natural. Un autor puede muy
bien escribir primero la escena final y luego ir escribiendo escenas sin un orden preciso.
En la recta final de la elaboración de su narración es cuando decidirá la estructura, las
divisiones. Puede ser incluso que incorpore en ocasiones detalles que le habían pasado
desapercibidos antes, pero que al ir escribiendo los ha anotado para tenerlos en cuenta
en el ensamblaje definitivo. Hay que recordar que la estructura de una narración se
asemeja, como ya hemos apuntado, al montaje definitivo de una película.
Posibles tareas a desarrollar respecto a este capítulo: Elaborad una pequeña trama
a partir de un argumento concreto y anotad en un cuaderno o en un archivo las escenas que
creáis importantes para el desarrollo de la misma.
Como complemento y avance del siguiente capítulo, podéis pensar en los personajes que
serían los adecuados para esa trama, dándoles un nombre y un papel, es decir… un rol
determinado dentro de la historia.
5.3-La creación de personajes
Ahora nos ocuparemos de aquello que sustenta la ficción: los personajes. Ellos
serán los iconos que darán vida a nuestras fantasías. Es una de las técnicas más difícil
de imaginar y desarrollar, por la enorme dificultad que supone meterse en una piel
distinta de la nuestra, adoptando puntos de vista que no tienen, en muchos casos, nada
que ver con los nuestros, ya se trate de opiniones, valores, sentimientos, emociones,
pensamientos o sencillamente formas de ver el mundo en general.
En un anexo al final de este capítulo haremos una somera mención a los tipos de
personajes arquetípicos que se han decantado a lo largo de la historia como
tradicionales, usados inclusive hasta hoy, así como las funciones que detentan en la
construcción argumental de cada narración.
Partimos siempre, para nuestra historia, de un esquema muy básico, que después
iremos ampliando sucesivamente, en fases concretas: argumento breve (lo que después
elaboraremos como sinopsis, algo más amplia), elaboración de la trama, arquitectura de
la trama (capítulos, escenas, utilización de los tiempos narrativos), creación de los
personajes adecuados, descripción y diálogos, ritmo de la narración, los tonos idóneos
para cada fase narrativa etc…
Se dice en ocasiones que un relato corto funciona como un reloj suizo, que es un
mecanismo exacto y preciso. ¿Por qué no se dice esto mismo de una narración larga, de
una novela extensa, por ejemplo? En realidad se trata del mismo caso, en pura teoría
narrativa (“Narratología”). No hay por qué emplear en la novela palabras de más,
capítulos de más, descripciones de más… o personajes de más. El ajuste que hacemos en
el relato corto lo tendremos que hacer igualmente en el relato largo. La única diferencia
es que nuestros personajes serán más elaborados, más numerosos, quizás la trama más
compleja y por eso mismo tendremos en cuenta más elementos… pero el cuidado que
pondremos en la elaboración del texto será el mismo, incluso mayor si cabe.
CLASES DE PERSONAJES
1-Principales:
FAUSTO
¿Esto es lo que había dentro del perro de aguas? ¿Un estudiante viajero? Esto
me hace reír.
MEFISTÓFELES
FAUSTO
¿Cuál es tu nombre?
MEFISTÓFELES
FAUSTO
MEFISTÓFELES
Una parte de esa fuerza que siempre quiere el mal y siempre hace el bien.
FAUSTO
MEFISTÓFELES
Soy el espíritu que siempre niega. Y lo hago con pleno derecho, pues todo lo
que nace merece ser aniquilado, mejor sería entonces que no naciera. Por ello, mi
auténtica naturaleza es eso que llamáis pecado y destrucción, en una palabra, el Mal.»
2-Secundarios:
Son los personajes no decisivos, que pueden tener una importancia relativa en
episodios concretos nada más. Siguiendo con el ejemplo anterior, el personaje
secundario en este caso sería Wagner, discípulo de Fausto, con el que mantiene una
conversación sobre un tema de su propio interés: «WAGNER
FAUSTO
Siempre y cuando el predicador sea un actor, lo cual puede muy bien pasar en
los tiempos que corren.
WAGNER
¡Ay!, estando tan encerrado en el museo y viendo el mundo apenas los días de
fiesta, y eso a través de un catalejo, solo desde una distancia lejana, ¿cómo queréis
que lo domine por la persuasión?
FAUSTO
WAGNER
Solo la oratoria reporta fortuna al orador, pero siento que estoy muy atrasado
en este arte.
FAUSTO
¡Busca una ganancia honrada! ¡No seas como el bufón que hace sonar las
campanillas! La razón y el buen sentido se manifiestan con muy poco arte, y si te
tomas en serio el decir algo, ¿necesitarás entonces las palabras? Sí. Tus discursos de
gran brillo, en los que sacas punta a todo asunto humano, son tan molestos como el
viento otoñal que, acompañado de bruma, sopla entre las hojas.»
W.J.Goethe: Fausto
3-Incidentales:
Son los personajes que aparecen de un modo casual o debido a una escena
concreta en la que sea necesaria su presencia por cualquier circunstancia. Otra vez
recurrimos al Fausto: «ALGUNOS APRENDICES
OTROS
LOS DE ANTES
UN APRENDIZ
APRENDIZ 2.
El camino hasta allí no es bonito.
LOS DEMÁS
APRENDIZ 3.
APRENDIZ 4.
Vayamos hasta Burgdorf: seguro que allí encontraremos las muchachas más
guapas y la mejor cerveza.
APRENDIZ 5.
Compañero de juergas. ¿Quieres que te den una paliza por tercera vez? No
quiero ir allí, me espanta ese lugar.
CRIADA
OTRAS CRIADAS
Está claro que en este fragmento los personajes son incidentales, solo aparecen en
el texto para preparar la llegada de Fausto al lugar. La mayor parte de las veces forman
parte de la “ambientación” de la obra —de la que hablaremos en capítulo aparte—,
para darle verosimilitud a la narración, entre otras funciones. A veces, preparan la
escena (no solo en el teatro, sino también en cualquier tipo de relato) para la entrada del
protagonista (o del antagonista).
Para escribir de forma precisa sobre los iconos mentales de ficción, debemos
“visualizar” a cada personaje antes de escribir sobre él, para intentar entenderlo, para
ponernos en su piel todo lo que nos sea posible, para comprender sus acciones y
reacciones, de manera tal que nos sea imposible poner en su boca palabras que nunca
diría, o hacerlo actuar de forma inconsistente con el propósito de nuestra narración, o
manejarlo como un títere sin vida propia (a veces también ocurre, más de las que sería
deseable).
Aunque en el fondo, al hacer eso, quizás nos revelemos como realmente somos —
incluida nuestra parte oscura— y no como nos gustaría ser. ¿Quién quiere ponerse en el
lugar del “Mal”, dicho así en abstracto? Y sin embargo, es necesario si queremos dar
profundidad y atractivo a nuestro relato, en vez de embellecerlo artificialmente. Si solo
describiéramos un mundo autocomplaciente, casi idílico, nadie nos creería y lo que es
peor, aburriríamos mortalmente al lector.
Pensemos, por ejemplo, en una chica joven, aficionada a las novelas del corazón.
También querrá, a pesar de todo, que en la narración ocurran “cosas”, “incidentes”, que
haya personajes malvados, o al menos ambivalentes, y que a su vez los sentimientos
que manifiestan sean a veces extraños o bien contradictorios, etc., de lo contrario se
aburrirá y dejará la lectura.
He puesto el ejemplo de un género muy comercial, pero que también necesita por
parte del autor/a de un talento especial para dibujar sus personajes ficticios. Si quiere
llegar a las lectoras (preferentemente, en este caso particular) tendrá que pensar qué es
lo que demandará su público objetivo, las necesidades psicológicas del mismo, qué es lo
que buscan en el relato, con qué se identifican.
Lo dicho en el párrafo anterior tiene que ver con la verosimilitud de una historia.
Si dibujamos personajes que los lectores van a encontrar poco creíbles, se desentenderán
de la narración, no lograrán conectar con ella, porque no olvidemos que el lector tiene
que implicarse afectivamente en la misma, de un modo u otro, lo que dependerá de los
deseos o motivaciones de los lectores concretos en cada caso particular, cuando
adquieren un libro y se disponen a su lectura.
Hay otro peligro bastante común en los escritores noveles o primerizos… o más
todavía en los que están dando sus primeros pasos en narrativa. Y es llegar a confundir
al propio autor con los personajes, de manera que estemos viendo, detrás de toda la
tramoya, la mano omnipresente del creador, y que los personajes queden diluidos por
esta circunstancia. Se trata de un peligro del que es muy difícil liberarse, e incluso diría
que es el paso más decisivo que debe dar cualquier escritor que comienza y que puede
llevar bastante tiempo superarlo (junto con la figura ficticia del narrador).
Si el lector percibe que está hablando el autor en vez de escuchar la voz propia de
cada personaje, se desinteresará inmediatamente del relato, sobre todo si tras las
palabras que percibe del autor no hay nada demasiado interesante, como también suele
pasar a menudo. El autor comienza a insertar sin ton ni son comentarios, reflexiones,
incluso emociones… que el lector no ve propias de ese personaje en concreto, porque
está viendo detrás la mano del autor: los deseos, pensamientos o emociones del autor.
Este es uno de los aspectos fundamentales que tiene que lograr todo escritor,
distanciarse de sus personajes, para que estos puedan tomar la “voz cantante”. No es
fácil, pero la práctica continua hace que llegue a ser un proceso que al final se decanta
de la forma más lógica: los personajes llegan a adquirir cierta autonomía respecto al
autor, que se convierte en mera vía para su desarrollo y actuación. Naturalmente, para
lograr esa autonomía de los personajes respecto al autor, este tiene que “convivir” con
ellos durante un tiempo, levantarse y acostarse con ellos, en suma… identificarse con
ellos hasta la médula. No todos los escritores lo consiguen, incluso aquellos que
escriben habitualmente y que tienen ya varias obras en su haber. Se trata de una técnica,
la de construir y caracterizar personajes, que se debe adquirir con la experiencia y con la
práctica continua. Como dice Paul Auster al respecto: «Tengo una íntima relación con
los personajes, los conozco, pero lo que les ocurre va surgiendo poco a poco.»
En este punto hay que repetir conceptos anteriores. Las descripciones deben ser
las mínimas y lo más adecuadas posibles. Si por ejemplo decimos la marca de las gafas
del protagonista, ese detalle debe tener una utilidad (inmediata o posterior) en la
narración. De lo contrario será un detalle irrelevante y deberá ser descartado, salvo para
lograr cierta ambientación, si viene al caso. Por supuesto, lo ideal es aunar la
ambientación (cuando procede) con la relevancia de nuestras descripciones respecto al
relato mismo.
Directa
Como vemos se trata de una descripción minuciosa, rica en detalles, para dar una
idea general al lector —pero a la vez precisa— del personaje. En este caso, la
descripción es puramente física, pero como veremos también puede ser de carácter, de
personalidad, de cultura, de sentimientos o incluso de valores morales o sociales.
Indirecta
Tomó primero un plato de fina loza; luego, un vasito de plata, y después, una
fiambrera donde había dos pollos asados, ya en trozos, y cubiertos de gelatina; aún
dejó en la cesta otros manjares y golosinas, todo ello apetitoso y envuelto
cuidadosamente: pasteles, queso, frutas, las provisiones dispuestas para un viaje de
tres días, con objeto de no comer en las posadas. Cuatro botellas asomaban el cuello
entre los paquetes.
Bola de Sebo cogió un ala de pollo y se puso a comerla, con mucha pulcritud,
sobre medio panecillo de los que llaman regencias en Normandía.»
Aquí el personaje inicia una serie de acciones que también dan una información
precisa sobre el mismo, pero la descripción pasa a ser acción. A través de las acciones —
que como sabemos son representadas y reflejadas principalmente por los verbos—
también vamos conociendo a los personajes poco a poco.
Pero Loiseau devoraba con los ojos la fiambrera de los pollos. Y dijo:
—La señora fue más precavida que nosotros. Hay gentes que no descuidan jamás
ningún detalle.
Bola de sebo hizo un ofrecimiento amable:
—¿Usted gusta? ¿Le apetece algo, caballero? Es penoso pasar todo un día sin
comer.
Veamos un último ejemplo de la misma obra para ver cómo el diálogo también
ayuda a la comprensión del personaje, que sigue siendo en este caso el inolvidable
personaje ideado por el gran cuentista (uno de los mejores de siempre) que fue en su
momento Guy de Mauppasant: «Arrastrada por las historias que unos y otros referían,
la moza contó, emocionada y humilde, los motivos que la obligaban a marcharse de
Ruán: —Al principio creí que me sería fácil permanecer en la ciudad vencida, ocupada
por el enemigo. Había en mi casa muchas provisiones y supuse más cómodo mantener a
unos cuantos alemanes que abandonar mi patria. Pero cuando los vi, no pude
contenerme; su presencia me alteró: me descompuse y lloré de vergüenza todo el día.
¡Oh! ¡Quisiera ser hombre para vengarme! Débil mujer, con lágrimas en los ojos los
veía pasar, veía sus corpachones de cerdo y sus puntiagudos cascos, y mi criada tuvo
que sujetarme para que no les tirase a la cabeza los tiestos de los balcones. Después
fueron alojados, y al ver en mi casa, junto a mí aquella gentuza, ya no pude contenerme
y me arrojé al cuello de uno para estrangularlo. ¡No son más duros que los otros, no!
¡Se hundían bien mis dedos en su garganta! Y lo hubiera matado si entre todos
no me lo quitan. Ignoro cómo pude salvarme. Unos vecinos me ocultaron, y al fin me
dijeron que podía irme a El Havre... Así vengo.»
Guy de Mauppasant: Bola de sebo
***
Es decir, por decirlo con otras palabras, nuestros personajes nos van a perseguir
una vez que los hayamos colocado en acción, en nuestro texto, y pedirán de nosotros
que no los maltratemos, que les confiramos ya de entrada la categoría que se merecen
por sí mismos. Si ellos ven que se producen efectos contradictorios con lo que son y
representan, nos lo dirán, aunque sea a través de nuestro inconsciente, y nos espetarán:
— Autor, ¡aquí hay algo que no cuadra con mi forma de ser, procura corregirlo cuanto
antes!
***
1-COLECTIVOS
La narración puede tener unos personajes tan numerosos y abigarrados que sea
casi imposible hablar de “un protagonista”. Quizás el ejemplo moderno más extremo
sea el de la novela de Cela “La colmena”, donde se dan cita más de 300 personajes, sin
que sobresalgan unos por encima de otros. Veamos un extracto: «Los clientes de los
Cafés son gentes que creen que las cosas pasan porque sí, que no merece la pena poner
remedio a nada. En el de doña Rosa, todos fuman y los más meditan, a solas, sobre las
pobres, amables, entrañables cosas que les llenan o les vacían la vida entera. Hay quien
pone al silencio un ademán soñador, de imprecisa recordación, y hay también quien
hace memoria con la cara absorta y en la cara pintado el gesto de la bestia ruin, de la
amorosa, suplicante bestia cansada: la mano sujetando la frente y el mirar lleno de
amargura como un mar encalmado.
A don Jaime Arce, que tiene un gran aire a pesar de todo, no hacen más que
protestarle letras. En el Café, parece que no, todo se sabe. Don Jaime pidió un crédito a
un Banco, se lo dieron y firmó unas letras. Después vino lo que vino. Se metió en un
negocio donde lo engañaron, se quedó sin un real, le presentaron las letras al cobro y
dijo que no podía pagarlas. Don Jaime Arce es, lo más seguro, un hombre honrado y de
mala suerte, de mala pata en esto del dinero. Muy trabajador no es, ésa es la verdad,
pero tampoco tuvo nada de suerte.»
También puede verse en este fragmento que el narrador hace algunas reflexiones,
lo que no obsta para que en el resto de la novela se mantenga como un narrador
observador imparcial de todo lo que va sucediendo en el café.
2-ANIMALES
No cabe insistir mucho en este tipo de personajes, puesto que son la base sobre la
que los fabulistas y los cuentistas han desarrollado sus relatos y narraciones, que
pueden ser cuentos y fábulas para niños, como también novelas en las que toman la voz
los animales, aunque el discurso esté dirigido a adultos. Veamos un ejemplo de este
último aspecto: «Ya estaban presentes todos los animales —excepto Moses, el cuervo
amaestrado, que dormía sobre una percha detrás de la puerta trasera—. Cuando Mayor
vio que estaban todos acomodados y esperaban con atención, aclaró su voz y comenzó:
—Camaradas: os habéis enterado ya del extraño sueño que tuve anoche. Pero de eso
hablaré luego. Primero tengo que decir otra cosa. Yo no creo, camaradas, que esté
muchos meses más con vosotros y antes de morir estimo mi deber transmitiros la
sabiduría que he adquirido. He vivido muchos años, dispuse de bastante tiempo para
meditar mientras he estado a solas en mi pocilga y creo poder afirmar que entiendo el
sentido de la vida en este mundo, tan bien como cualquier otro animal viviente. Es
respecto a esto de lo que deseo hablaros.»
En esta conocida novela, Orwell desarrolla la acción dando voz a los animales de
una granja, pero el lector pronto descubrirá que se trata de una alegoría que hace
referencia a los seres humanos y —más en concreto— a algunos colectivos específicos
de seres humanos.
3-PLANTAS
Aunque pueda parecer increíble, también las plantas han servido como
personajes en muchos relatos. Veamos uno de los más modernos, “El bosque animado”
de W. Fernández Flórez, llevado incluso a la pantalla grande: «Un día llegaron unos
hombres a la fraga de Cecebre, abrieron un agujero, clavaron un poste y lo aseguraron
apisonando guijarros y tierra a su alrededor. Subieron luego por él, prendiéronle varios
hilos metálicos y se marcharon para continuar el tendido de la línea.
Las plantas que había en torno del reciente huésped de la fraga permanecieron
durante varios días cohibidas con su presencia, porque ya se ha dicho que su timidez es
muy grande. Al fin, la que estaba más cerca de él, que era un pino alto, alto, recio y
recto, dijo: —Han plantado un nuevo árbol en la fraga. Y la noticia, propagada por las
hojas del eucalipto que rozaban al pino, y por las del castaño que rozaban al eucalipto,
y por las del roble que tocaban las del castaño, y las del abedul que se mezclaban con
las del roble, se extendió por toda la espesura. Los troncos más elevados miraban por
encima de las copas de los demás, y cuando el viento separaba la fronda, los más
apartados se asomaban para mirar.
—Pues es —dijo el pino— de una especie muy rara. Tiene el tronco negro hasta
más de una vara sobre la tierra, y después parece de un blanco grisáceo. Resulta muy
elegante.
—Sus frutos —continuó el pino fijándose en los aisladores— son blancos como
las piedras de cuarzo y más lisos y más brillantes que las hojas del acebo.»
Esta vez se quedó maese Cereza como si fuera de piedra, con los ojos espantados,
la boca abierta y la lengua fuera, colgando hasta la barba como uno de esos
mascarones tan feos y tan graciosos por cuya boca sale el caño de una fuente.
Se quedó hasta sin voz. Cuando pudo hablar, comenzó a decir temblando de
miedo y balbuceando: —Pero, ¿de dónde sale esa vocecita que ha dicho ¡ay!? ¡Si aquí
no hay un alma! ¿Será que este leño habrá aprendido a llorar y a quejarse como un
niño? ¡Yo no puedo creerlo... Este leño... Aquí está: es un leño de chimenea como todos
los leños de chimenea: bueno para echarlo al fuego y guisar un puchero de habichuelas!
¡Zambomba! ¿Se habrá escondido alguien dentro de él? ¡Ah! Pues si alguno se ha
escondido dentro, peor para él. Ahora le voy a arreglar yo.»
5-SERES FANTÁSTICOS
En este apartado los géneros o subgéneros tienen mucho que decir, ya que
aportan a la narrativa personajes estereotipados que son usuales desde la noche de los
tiempos. Han sido asimilados por los lectores como algo intrínseco al género
considerado y forman parte de su cultura literaria, o de su cultura general, que será
diversa según zonas geográficas. Un japonés o un chino tendrán, en este aspecto,
estereotipos distintos a los de un occidental, por ejemplo. Ello está basado, claro está, en
diferentes tradiciones sociales y culturales. El tipo de hazañas, el tipo de héroes, los
valores que están detrás de los personajes, en general tendrán poco que ver con los
modelos que han predominado en Occidente desde la tradición grecorromana.
El viejo sabio: otro estereotipo muy común en cuentos, novelas, obras de teatro,
cine, etc. Quizás el modelo más universal (aunque no es un modelo estereotipado; como
otras veces, simplemente sirva como ejemplo en este caso) sea el Fausto de Goethe. En
las narraciones medievales o fantásticas encontramos fácilmente el arquetipo perfecto
de este personaje habitual en ellas.
El científico loco: se trata del personaje que, imbuido de un poder que considera
legítimo, trastoca las fuerzas de la naturaleza de un modo perverso. Solo un héroe
puede salvar a la humanidad de ese peligro. Es muy común en películas y relatos de
ciencia ficción. Quizás uno de los personajes más carismáticos en este sentido, y más
antiguos en la literatura, sea el Dr. Frankenstein, modelo de muchos otros científicos
locos después de su creación por Mary Shelley (publicado en los albores del siglo XIX,
concretamente en 1818).
El tipo duro: otro estereotipo muy gastado, sobre todo en el cine de gangsters, en
los westerns, etc. También en novela negra. Se trata de un personaje al que nada le
afecta, o que utiliza la violencia de forma habitual, como en las novelas noir, cuya figura
de detective duro —pero a veces de corazón generoso— se ha hecho tan popular en el
último siglo.
La dama en apuros: sobre todo en relatos donde hay un “héroe típico”. Sería —
claro está— el personaje al cual rescatar, proteger… y a veces amar. Muy usado este
personaje-tipo en novelas de aventuras, cuentos, infinidad de películas, etc.
La femme fatale: llamada a veces “viuda negra”, por el reguero de cadáveres que
suele dejar a su paso; es el tipo de mujer bella, seductora, inteligente, perversa… y que
marca el destino de algún hombre en sentido negativo, al que conduce a la desgracia, la
muerte, etc. Típico personaje de la novela negra.
5.4-Descripción versus acción
Veamos un ejemplo:
«Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de
algodón, que no lleva huesos. Solo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual
dos escarabajos de cristal negro.
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles,
todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel…
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña... pero fuerte y seco como
de piedra. Cuando paso, sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo,
los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
—Tiene acero...
Primera descripción
«Empleando a fondo nuestra vista, eran fácilmente reconocibles el color
púrpura del orégano y el amarillo marchito de la manzanilla. Todo este mundo
pictórico aparecía sobre un fondo de tonos claros dados por la luminosidad del día.»
Segunda descripción
Ambas descripciones están bien redactadas, pero una es más viva que otra, más
sugerente, más personal. ¿Cuál diríais que es la moderna? Tampoco hay que confundir
“moderna” como la más cercana en el tiempo, ni mucho menos.
Solución a la pregunta:
Pero hay otra clase de descripción que es la que debemos evitar a toda costa, ya
que en la mayoría de ocasiones es inútil y no aporta nada al relato. Por supuesto, nos
referimos a la descripción por la descripción, que sería como hablar del arte por el arte.
Antiguamente, cuando no existía el cine, ni los viajes, ni la fotografía siquiera, los
lectores tenían que imaginarse los rasgos de los personajes y de los ambientes a través
de las descripciones: era algo natural y aceptado por todo el mundo, autores, lectores y
críticos.
«Era una hermosa pipa de espuma, primorosamente trabajada, tan negra como
los dientes que la oprimían pero brillante, perfumada, con una curvatura favorable a la
mano, de una forma tan discreta, que parecía una facción más de su dueño.»
Todos sabemos que la gran novela llega a su culminación en el siglo XIX, con
aquellos prodigiosos creadores que fueron Balzac, Stendhal, Flaubert, Dickens, Tolstoi,
Dostoievski, Galdós… y tantos otros. El arte de contar historias llegó a su plena
madurez con ellos. Pero su forma de construir el relato, basada en la omnipresencia de
un narrador universal y neutro, como un pequeño dios que dirigiese desde el interior
mismo de la novela todo el engranaje, quedó pronto superada por las vanguardias del
siglo XX.
Estas mismas vanguardias fueron puestas a prueba por los escuadrones más
osados de escritores de la segunda mitad del siglo XX, que concibieron formas
alternativas para el arte de narrar. Y como era de esperar, estos últimos se han visto
desbordados por la última hornada de abonados a la última moda. Más allá de las
modas, cuyo último grito siempre está por lanzarse, voy a referirme a la diferencia que
se sugiere hoy entre contar y mostrar, aspecto propiciado sobre todo por la cultura
anglosajona.
Bien, en el polo opuesto está el proceso de “mostrar”. ¿Qué diablos quieren decir
con eso? Imagino que la expresión surge de ver qué hace una cámara. Muestra las cosas,
los personajes, las calles, ¿verdad? No es necesario contarlo. Bueno, eso trasladado a la
narración literaria quiere decir que, si usted quiere dominar el arte literario, tan
escurridizo, tiene que tomar cámara en mano (las palabras, las frases) y mostrar todo
aquello que quiera contar. No es un simple juego de palabras.
Si, por ejemplo, usted cree que va a tener una importancia capital el abuelo del
personaje principal, en vez de presentarlo y describirlo de la manera tradicional,
introdúzcalo directamente en el relato mostrando cómo hace alguna cosa: por ejemplo,
cómo tose y tiene que sentarse, y el hijo (pongamos que sea el protagonista de nuestra
novela), se acerca y dialoga con él. Se trata de sustituir descripciones por acciones, tal
como vemos en los filmes.
Es decir, en vez de divagar sobre las cualidades o el aspecto físico del abuelo,
hacemos que “haga algo”, y en ese hacer algo vamos a ir descubriendo sus cualidades o
defectos, a la vez que sus atributos físicos, puesto que si tose mucho, por ejemplo, es
señal de que es muy mayor, o de que está enfermo, etc… A la vez, descubriremos cómo
reaccionan los demás personajes a la presencia y a las acciones del abuelo: veremos
directamente esa interacción.
«Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y estos tenían el color mismo del mar y eran
alegres e invictos.
–Santiago –le dijo el muchacho trepando por la orilla desde donde quedaba
varado el bote–. Yo podría volver con usted. Hemos hecho algún dinero.
–No –dijo el viejo–. Tú sales en un bote que tiene buena suerte. Sigue con ellos.
–Pero recuerde que una vez llevaba ochenta y siete días sin pescar nada y luego
cogimos peces grandes todos los días durante tres semanas.
–Fue papá quien me obligó. Soy al fin chiquillo y tengo que obedecerle.
–Sí –dijo el muchacho–. ¿Me permite brindarle una cerveza en la terraza? Luego
llevaremos las cosas a casa.
Al dejar margen al lector para que construya su propio relato, este se siente más
implicado en el mismo, pudiendo incluso montar su propia trama, que el novelista no
debe cerrar de un modo hermético, sino dejarla abierta a posibles y tal vez diferentes
interpretaciones. Es aquello a lo que se refería Umberto Eco con lo de “obra abierta”.
No es tan descabellado cuando sabemos que hay una escuela de teoría literaria que
enfatiza la labor del lector frente al autor. Sería como la cesión de derechos de
imaginación que realiza el autor frente al lector.
Otra ventaja añadida es que el texto se convierte en más dinámico, más liviano,
más acorde con los tiempos de acción vertiginosa en los que nos movemos en la
actualidad. El arte de narrar evoluciona con el tiempo, y como narradores tenemos que
adaptarnos o morir en el intento, como en cualquier proceso evolutivo. ¿Cuántas
especies de homo quedan en pie? Solo el homo sapiens, y hubo varias, pero no se
adaptaron y desaparecieron. Sin entrar en una dinámica trágica, si no logramos
sintonizar con nuestro propio tiempo… es muy posible que el tren al que tenemos que
acceder, con sus características modernas (aerodinámico, velocísimo, etc.) pase de largo.
Por otro lado, es importante que le demos al final de nuestra narración un plus de
intensidad y sorpresa que agradecerá el lector. Si queremos hacer un final tópico, o
apresurado, o incoherente, el lector se sentirá defraudado. También ocurre a veces que
el autor, después de una narración muy bien estructurada y llevada, no sabe cómo
construir el final, y se saca de la manga algo que en el teatro se conoce como “deus ex
machina” y que viene a ser lo siguiente (si leyéramos el inconsciente del autor):
Esa circunstancia añadida, y extraña a todo el relato previo, es como forzar ese
final. Y sabemos que el lector desea que todo el relato sea armónico y acorde con sus
expectativas desde la primera página. Y el final es de lo más importante, porque es la
última sensación o impresión que va a dejar en el lector, y si importante era la primera
impresión, al inicio del relato, importante por partida doble es la última.
Haz un relato de un par de páginas, más o menos tradicional, y después mira, párrafo por
párrafo, cómo puedes sustituir toda la descripción que encuentres por acción, de acuerdo a las
pautas dadas durante la exposición de este epígrafe. No tener prisa: alguien puede conseguir su
objetivo en un par de horas y otras personas necesitarán una semana. No importa.
Naturalmente, quien en el relato no haga intervenir la descripción, no necesitará hacer
ninguna sustitución. Sin embargo, suele ser algo raro. En cualquier caso, puede hacerse a
propósito una descripción amplia y luego forzar la escritura para permutar esa descripción por
acciones de los personajes.
Incluso las descripciones paisajísticas pueden ser sustituidas por acciones de los
personajes. Podemos describir un bosque por entero, pero también podemos hacer que nuestros
personajes entren o paseen por ese bosque haciendo cosas para que el bosque entre en la acción
indirectamente. En todo caso, las referencias descriptivas tendrían que adecuarse a la acción, a lo
que es pertinente respecto a las acciones de los personajes. Si el aspecto glacial o acogedor de un
bosque es destacado por un personaje, es porque para él es importante, y por tanto es relevante
para la narración.
5.5-La ambientación
Antes de hablar del tiempo y del espacio literarios, será conveniente dedicar un
capítulo a la ambientación, que tiene mucho que ver con el capítulo anterior sobre la
descripción, pero también con el uso de ciertas características relativas al telón de fondo
de la acción narrativa: las cuestiones referentes a lugar, tiempo, espacio, circunstancias,
etc.
Todo ello lo captará después la cámara y no hay que hacer nada más (si es que lo
que se hizo fue poco). Basta con que el ojo de la cámara capture todos los elementos
para tener esa precisa ambientación que necesita el filme. Bien es verdad que luego el
director elegirá también la luz, el color de la película y otros elementos importantes que
no tendrán mucho que ver —al menos directamente— con el espacio geográfico ni con
el tiempo cronológico de que se trate.
Sin embargo, el escritor deberá hacer todo lo anterior únicamente con palabras y
frases adecuadas a la historia que quiere contar. ¿Cómo es posible hacerlo de la manera
más adecuada? Yendo un poco más allá… ¿es importante hacerlo? Vamos a verlo en la
práctica, con un ejemplo extraído de la obra “Los tres mosqueteros”, de Alejandro
Dumas, justo de su inicio:
«El primer lunes del mes de abril de 1625, el burgo de Meung, donde nació el
autor del Roman de la Rose, parecía estar en una revolución tan completa como si los
hugonotes hubieran venido a hacer de ella una segunda Rochelle. Muchos burgueses,
al ver huir a las mujeres por la calle Mayor, al oír gritar a los niños en el umbral de
las puertas, se apresuraban a endosarse la coraza y, respaldando su aplomo algo
incierto con un mosquete o una partesana, se dirigían hacia la hostería del Franc
Meunier, ante la cual bullía, creciendo de minuto en minuto, un grupo compacto,
ruidoso y lleno de curiosidad.
En ese tiempo los pánicos eran frecuentes, y pocos días pasaban sin que una
aldea u otra registrara en sus archivos algún acontecimiento de ese género. Estaban
los señores que guerreaban entre sí; estaba el rey que hacía la guerra al cardenal;
estaba el Español que hacía la guerra al rey. Luego, además de estas guerras sordas o
públicas, secretas o patentes, estaban los ladrones, los mendigos, los hugonotes, los
lobos y los lacayos que hacían la guerra a todo el mundo. Los burgueses se armaban
siempre contra los ladrones, contra los lobos, contra los lacayos, con frecuencia contra
los señores y los hugonotes, algunas veces contra el rey, pero nunca contra el cardenal
ni contra el Español. De este hábito adquirido resulta, pues, que el susodicho primer
lunes del mes de abril de 1625, los burgueses, al oír el barullo y no ver ni el banderín
amarillo y rojo ni la librea del duque de Richelieu, se precipitaron hacia la hostería
del Franc Meunier.»
«—Como era en los tiempos de las guerras de los católicos y de los hugonotes, y
como él veía a los católicos exterminar a los hugonotes, y a los hugonotes exterminar a
los católicos, y todo en nombre de la religión, se había hecho una creencia mixta, lo que
le permitía ser tan pronto católico como hugonote. Se paseaba habitualmente, con la
escopeta al hombro, detrás de los setos que bordean los caminos, y cuando veía venir a
un católico solo, la religión protestante dominaba en su espíritu al punto. Bajaba su
escopeta en dirección del viajero; luego, cuando estaba a diez pasos de él, entablaba un
diálogo que terminaba casi siempre por al abandono que el viajero hacía de su bolsa
para salvar la vida. Por supuesto, cuando veía venir a un hugonote, se sentía
arrebatado por un celo católico tan ardiente que no comprendia cómo un cuarto de
hora antes habia podido tener dudas sobre la superioridad de nuestra santa religión.
Porque yo, señor, soy católico; mi padre, fiel a sus principios, hizo a mi hermano mayor
hugonote.
—¿Y cómo acabó ese digno hombre? —preguntó D’Artagnan.
Aquí, hacia la mitad del libro, el autor vuelve a recordarnos, a través del diálogo
de los personajes, la cuestión de los hugonotes en Francia, que en la época reflejada
representaba un problema de primer orden. A través de esa referencia social, y también
política, el novelista ambienta de nuevo su obra, para que el lector pueda ir siguiéndola
sin problema alguno, en definitiva para que la lectura sea guiada por la mano amiga del
narrador.
«La novela que estás leyendo quisiera presentarte un mundo compacto, denso,
minucioso. Inmerso en la lectura, mueves maquinalmente el abrecartas por el espesor
del volumen: aún no estás leyendo el final del primer capítulo, pero ya has avanzado
mucho cortando. Y he aquí que, en el momento en que tu atención está más pendiente,
vuelves la hoja en la mitad de una frase decisiva y te encuentras ante dos páginas en
blanco.
Te quedas atónito, contemplando aquel blanco cruel como una herida, casi
esperando que haya sido una ofuscación de tu vista lo que proyectó una mancha de luz
sobre el libro, del cual poco a poco volverá a aflorar el rectángulo cebrado de caracteres
de tinta. No, es de veras un intacto candor el que reina sobre las dos caras fronteras.
Pasas de nuevo la página y encuentras dos caras impresas como es debido. Sigues
hojeando el libro; dos páginas en blanco alternan con dos páginas impresas. Blancas;
impresas; blancas; impresas: y así hasta el final. Las hojas impresas han sido tiradas
por una sola cara; y después plegadas y unidas como si estuvieran completas.
***
Otra forma de ambientar la historia es utilizar el léxico más adecuado para cada
contexto. Si estamos hablando de personajes cuya vida se desarrolla en el otoño,
hablaremos del crepitar de las hojas bajo las botas o los zapatos, de los montículos de
hojarasca en el bosque o en cualquier calle donde se forme un remolino de viento, del
deshojar de los árboles bajo las ráfagas de viento frío, de la lluvia insistente y pegajosa,
de la humedad, de la escasa luz o de lo grisáceo de las calles, incluso de lo grisáceo de la
vida de algún personaje, o de cómo una tormenta puede sacar de la rutina a todo un
pueblo…
Todo el material léxico que seamos capaces de reunir para una mejor
ambientación (puede hacerse en fichas, físicas o digitales), será el idóneo para que el
lector se sumerja en la lectura como si estuviera viviendo lo que está leyendo, que no
otra cosa es la literatura. La identificación del lector con los personajes vendrá después;
en primer término tendrá que creerse el marco que está utilizando el escritor —la
ambientación—, para después acabar de creerse el cuadro entero.
Hacer un relato situado en cualquier época, de un par de páginas, y ambientarlo según las
pautas mostradas en este capítulo. Una vez hecho, repasar el capítulo e ir añadiendo en la
narración cuestiones que no se habían tenido en cuenta.
Como complemento, buscar el léxico más adecuado para la época histórica elegida y volver
a escribir el relato con ese léxico delante. No importa lo que se tarde en completar estas
actividades, lo esencial es ir familiarizándose con la ambientación en narrativa.
5.6-El tiempo y el espacio literarios
Ya hemos visto en el capítulo anterior que toda narración, como es obvio por otra
parte, discurre en un tiempo y espacio específicos, relacionados o no con la realidad
mundana del autor. Por el contexto, o simplemente por la descripción inicial del relato,
en el que el autor suele situar marcas de espacio y tiempo, sabremos dónde estamos, en
qué lugar geográfico, en qué tiempo cronológico y cuál es el ambiente en el que el autor
quiere sumergirnos.
El espacio
Esta sería una ilustración extrema de lo que podemos hacer con el espacio en el
terreno literario. En cualquier caso, el poder del escritor radica en que el lector pueda
imaginarse ese espacio como si estuviera en ese mismo momento ubicado en él. Y como
siempre, un ejemplo vale más que mil disertaciones. Veamos un fragmento del primer
volumen de la trilogía de Pío Baroja “La lucha por la vida”:
En este párrafo vemos cómo Baroja se vale de ciertos rasgos típicos para ilustrar
sobre una habitación en mal estado, donde tiene que dormir una empleada: cuartucho
oscuro, trastos viejos, calor horrible, gusano de la carcoma, crujir de la madera… El
lector no tiene dudas: se trata de una habitación en muy mal estado, con muebles y
trastos viejos, con objetos mugrientos, etc. Puede uno imaginarse, sin demasiada
dificultad, ese espacio concreto.
Hay que hacer notar sobre la base del ejemplo, cómo el espacio puede
condicionar el comportamiento de los personajes. Seguramente, este espacio no es el
más adecuado para que una persona se sienta cómoda, limpia, en el hogar. El escritor
quiere hacérnoslo notar ya desde el principio. No en vano, su trilogía tratará sobre “la
lucha por la vida”, expresión que seguramente el escritor tomó prestada del concepto
de Darwin sobre la evolución de las especies y de su lucha por sobrevivir. Veamos otro
ejemplo de lo que queremos decir, y cómo el autor lo refleja en unas pocas líneas:
«Nadie puede decir exactamente por qué, y hasta quizá lo negaría, pero todos
los espíritus sienten una turbación cuando les envuelve la fraga; los niños no pasan
de sus linderos, las muchachas la atraviesan con un recelo palpitante porque se
acuerdan por la noche de ese fantasma alto, alto y blanco, blanco, que es la Estadea, y
por el día, del sátiro al que los poetas han hecho funerales desde que nadie volvió a
verle en las montañas polvorientas de Grecia ni en las florestas de Italia, pero que
vive misteriosamente refugiado —con el extraño nombre de Rabeno— en las umbrías
de Galicia, sin más cronistas que las viejas y las mozas que hablan de él entre risas y
miedos, en la penumbra de la cocina donde arden el tojo y el brezo y las ramas de
roble vestidas de musgo gris.»
Por tanto, y como resumen, podríamos decir que el tratamiento del espacio en
literatura, y más concretamente en la narrativa, es a veces vital para comprender a los
personajes, o simplemente para comprender bien la historia que se cuenta. Por tanto,
debemos tratarlo con la importancia requerida para situar no solo nuestra ubicación
física, geográfica, sino también las características de todo tipo que pueda tener ese
espacio en nuestra narración.
El tiempo
Para comprender bien el tema del tiempo literario, basta con que nos hagamos la
siguiente pregunta, a la vez sencilla y a la vez complicada, con muchas aristas que
considerar:
¿De dónde saca el escritor sus materiales, sus temas, sus ideas…?
La respuesta es más que evidente: de sus recuerdos y vivencias del pasado, ¿no es
cierto? Por supuesto la imaginación interviene, pero hasta cierto punto. El escritor
tendrá que regresar forzosamente (cada vez que lo necesite) a sus recuerdos (en los que
por supuesto, está incluida la memoria referente a los conocimientos adquiridos a
través de su vida, así como a los deseos, anhelos, necesidades de expresión…).
Tenemos que pensar siempre que los escritores en realidad no se inventan nada
nuevo; sus recreaciones, en el fondo, siempre podemos verlas como rememoraciones.
Una persona tiene condensada dentro de sí toda su vida. Si la revela por medio de la
escritura, en realidad solo está recordando, no hace otra cosa. Hay espacio para la
imaginación, pero esta tiene un límite, la de la propia experiencia que no puede
trascender el autor, y que le limita, de la misma forma que le limita el color de sus ojos o
su estatura, es decir, de una forma completamente natural. Claro está que en esa
rememoración de sus experiencias, el escritor tiene que organizar sus materiales
narrativos, con base en su temática, argumento, personajes, etc.
«El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la
mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo.»
Otro recurso, este muy moderno, es colocar al personaje ante las consecuencias de
sus actos. O simplemente ante sus deseos. Por ejemplo, en nuestro caso, el comienzo
puede ser en el punto A, la historia de un personaje que acabará cometiendo un
asesinato en el punto Z.
Pero antes de que ocurra eso, el autor puede avanzar la narración de modo que
puede saltar en un momento dado hacia un punto M o P, en el cual se forja un futuro en
el que el personaje cree, aunque luego no se produzca. O bien, otra posibilidad podría
ser un acontecimiento que se producirá realmente, y que el autor desea adelantar. Es un
recurso poco utilizado por los escritores, pero puede encontrar su cometido y su
función específica en determinadas tramas, dependiendo de la estructura narrativa que
desee construir cada autor. De nuevo García Márquez nos ilustra sobre esta técnica:
Por el contrario, en una narración que abarque toda una vida, el escritor se ve
obligado a comprimir el texto mediante elipsis y diez años son reducidos a un párrafo,
pongamos por caso. Es decir, podemos contraer y dilatar el tiempo narrativo tanto
como queramos. Otro ejemplo, imaginemos una escena de acción, una escena que en
tiempo real sería algo así como un minuto, o incluso menos, como podría ser un
accidente de automóvil. Sin embargo, podemos escribir sobre ese momento durante
algunas páginas, haciendo que el lector se demore bastante más de un minuto. Un
ejemplo:
Aquí podemos observar cómo subir un simple escalón supone todo un desafío y
que, en definitiva, el escritor ha considerado que merecía más de una línea (que sería,
como mucho, el tiempo acorde con el tiempo de reloj). ¿Las razones? No importan,
siempre que el lector encuentre el recurso interesante y pueda atraer su atención, tal vez
por su originalidad.
También se pueden construir escenas que transcurran “en tiempo real”, como las
escenas de un diálogo, donde el lector se sumerge en un solo tempo narrativo, y avanza
en la lectura al ritmo de los diálogos (si son numerosos en un determinado capítulo). En
este caso, por distintos motivos, el autor no quiere demorar la acción y da la voz a los
personajes, que hablan como si estuvieran en un escenario real…
Narrad una escena corta (no más de una página) en pasado, en presente y en futuro,
adecuando los tiempos verbales al tiempo cronológico que deseemos plasmar.
Como ejercicio adicional, puede jugarse asimismo con las personas, en primera y en
pasado, en tercera y en pasado, por ejemplo. No es fácil, pero hace progresar mucho la práctica de
la narrativa si tenéis un poco de constancia y paciencia.
5.7-La elaboración del conflicto
Por regla general, el escritor ya tiene prefijado de antemano el tema sobre el que
quiere hablar, los conflictos previstos y el punto máximo de tensión que desea plasmar
sobre el papel. Lo cual ocurre casi siempre, pero no siempre; en ocasiones, las diferentes
circunstancias y métodos para abordarlas las va descubriendo el escritor por el camino,
mientras progresa en la escritura. No es extraño, puesto que depende en gran medida
de cada autor y de cómo va elaborando, paso a paso, su historia. Es decir, depende en
última instancia de la planificación que haga.
Imaginemos que vamos a escribir una historia de amor entre dos personajes.
Imaginemos a continuación que un obstáculo (o varios) se interponen en esa historia. Ya
tenemos el conflicto delimitado. A continuación dibujaremos los personajes
protagonistas y los antagonistas (uno o varios) que se opondrán —de una forma u otra
— a los deseos amatorios de los personajes principales.
«JULIETA
NODRIZA
No sé.
JULIETA
Anda, pregunta su nombre. —Si está casado, es probable que mi sepulcro sea mi
lecho nupcial.
NODRIZA
JULIETA
¡Mi único amor emanación de mi único odio! ¡Demasiado pronto lo he visto sin
conocerle y le he conocido demasiado tarde! Extraño destino de amor es, tener que
amar a un detestado enemigo.»
Como podemos ver, el posible conflicto se delimita ya a finales del primer acto (la
obra tiene cinco), cuando la protagonista descubre que el mozo del cual está enamorada
es el hijo de la familia enfrentada a la suya. Naturalmente, en el resto de la obra, el
conflicto se agudiza y llega a su clímax en el final, pese al amor que sienten los
protagonistas entre sí.
«El bote retemblaba todavía por los estragos que el otro tiburón estaba
causando al pez y el viejo arrió la escota para que el bote virara en redondo y sacara
de debajo al tiburón. Cuando vio al tiburón, se inclinó sobre la borda y le dio de
cuchilladas. Solo encontró carne y la piel estaba endurecida y apenas pudo hacer
penetrar el cuchillo. El golpe lastimó no solo sus manos, sino también su hombro.
Pero el tiburón subió rápido, sacando la cabeza, y el viejo le dio en el centro mismo
de aquella cabeza plana al tiempo que el hocico salía del agua y se pegaba al pez. El
viejo retiró la hoja y acuchilló de nuevo al tiburón exactamente en el mismo lugar.
Todavía siguió pegado al pez que había enganchado con sus mandíbulas, y el viejo lo
acuchilló en el ojo izquierdo. El tiburón seguía prendido del pez.
–¿No? –dijo el viejo, y le clavó la hoja entre las vértebras y el cerebro. Ahora
fue un golpe fácil y el viejo sintió romperse el cartílago. El viejo invirtió el remo y
metió la pala entre las mandíbulas del tiburón para forzarlo a soltar. Hizo girar la
pala, y al soltar el tiburón, dijo:
Aquí vemos cómo Hemingway, con gran habilidad, hace hablar al viejo pescador.
Se puede entender como una traducción de sus pensamientos o cómo el personaje habla
consigo mismo. Es decir, el escritor simula un diálogo del personaje con los tiburones o
con el pez e incluso consigo mismo, todo en uno. El conflicto se ha ampliado, ya no es
solo la lucha contra el pez que ha picado el anzuelo, pero que es tan grande que arrastra
al pescador. Unos nuevos invitados se han sumado a la fiesta: los tiburones. Y el viejo
no tiene más remedio que afrontar ambos conflictos. No quiere que esos invitados de
última hora se coman “su pesca” —tanto tiempo soñada y esperada— y por otro lado,
aún quiere menos que lo ataquen a él mismo.
Prácticamente en todos los casos en los que los personajes no son seres humanos,
el escritor idea alguna forma de “personalización”, para tratar de igual a igual con los
animales, y poder forzar una especie de comunicación. En el cine eso no sería necesario,
bastaría ver el esfuerzo del personaje a través de sus gestos, pero en la literatura hay
que emplear palabras para escenificar lo que está ocurriendo.
Veamos otro ejemplo distinto, entresacado de la obra de ciencia ficción 2001 -Una
odisea del espacio, llevada al cine con gran éxito por Stanley Kubrick.
Por supuesto, el esquema anterior tiene que ver con el eterno y nunca satisfecho
problema de la forma y el contenido. Ni que decir tiene que ambos están
profundamente imbricados y que son inconcebibles el uno sin el otro. Forma y fondo
constituyen una indisoluble unidad, de la misma manera en la que podemos concebir a
una persona como una forma (física) y un fondo (mental), y sin embargo se trata de un
único ente.
Cualquier ejercicio que consista en resumir, condensar, aglomerar... es bueno, porque nos
obliga a intentar ir a lo esencial, prescindiendo de lo secundario. Es, además, una forma de
practicar el relato corto.
5.8-Los diálogos
Por tanto, los diálogos son otro elemento importante de la narrativa, sobre todo
en la novela, donde incluso pueden ser predominantes. Hay novelas extensas con muy
pocos diálogos y novelas en las que casi todo es diálogo, con muy pocas descripciones.
Como siempre, depende en última instancia del escritor y de sus propósitos. Los
diálogos son la forma más directa que tiene el escritor para dejar expresarse libremente
a sus personajes y solo interviene el narrador (de manera indirecta) para hacer algún
inciso oportuno, sin el cual el lector perdería una información relevante.
Párrafo número 1
«La mujer miró la sopa y suspiró. Después de pensarlo un rato, acabó por
decidirse, cogió la cuchara, la llenó de aquel líquido gelatinoso que no le apetecía
nada y la llevó a la altura de su boca. Abrió esta y lentamente sorbió la sopa. Parecia
lánguida y triste.»
Párrafo número 2
—Sí.
¿Está clara la diferencia? Prácticamente se describen los mismos hechos, pero una
técnica consiste en describir los mismos, desde la tercera persona gramatical, y otra muy
distinta en hacer hablar a los personajes con sus propias voces, lo que introduce algunas
características peculiares y propias exclusivamente del diálogo.
¿Una es mejor que otra? En absoluto. Ambas son igualmente válidas y depende
enteramente del escritor usarlas alternativamente, o con preferencia una a otra, o bien
combinarlas… que es lo más habitual. Si todo fuera diálogo se parecería más a una obra
de teatro, y si todo fuera narración sin diálogo, le privaríamos a los personajes de
mostrar cómo hablan, como interactúan unos con otros, cómo expresan directamente
sus sentimientos o pensamientos, etc., además de hacer la narración más densa y
pesada, sobre todo para los lectores corrientes.
Los diálogos no tienen por qué ser difíciles de construir, no tienen por qué
representar más dificultad que cualquier otra técnica narrativa, siempre que el escritor
tenga muy claras las características, físicas y psíquicas, de los personajes implicados, así
como su forma de reaccionar ante diversas circunstancias. El mejor sistema para lograr
definir muy bien, desde el principio de la escritura, los aspectos esenciales de cada
personaje es hacer una ficha de cada uno, lo más exhaustiva posible; de ese modo
siempre podremos acudir a esa referencia para no caer en incoherencias y seguir
dibujando a cada uno de ellos con sus virtudes y defectos, con sus formas propias, sean
características físicas o mentales, o tal vez de carácter, de personalidad, de
comportamiento. La ventaja de las fichas es que siempre se pueden añadir a las mismas
nuevos elementos que el escritor va descubriendo de sus personajes (a medida que
avanza en la escritura).
Por otro lado, es bien sabido que a veces los personajes escapan de las garras del
autor y adquieren una especie de “autonomía propia”. Probablemente, este hecho esté
basado en el propio inconsciente del escritor, que va ampliando poco a poco el grado de
acción y de libertad de los personajes (sobre todo los principales), sin saber muy bien
por qué lo hace, pero siendo plenamente consciente de que los personajes pueden
superarlo y volverse un poco anárquicos y extrañamente libres (o liberados del autor,
bien podría decirse). Suele ocurrir cuando ya está algo avanzada la narración y el autor
ha internalizado tanto a algunos personajes que los visualiza constantemente e incluso
evoluciona con ellos, al ritmo que le marcan los mismos personajes, por mor de ese
desarrollo autónomo que hemos comentado y que los escritores suelen resaltar
habitualmente cuando conceden entrevistas a los medios de comunicación.
Básicamente, los diálogos tienen que ser, antes que ninguna otra cosa, coherentes.
Hacer hablar a un campesino con pocos estudios como un filósofo académico no tendría
sentido, ni viceversa. O hacer hablar a un ingeniero como si fuera un escritor, tampoco.
Los personajes tienen que hablar de acuerdo con el perfil que les es propio, y que les ha
concedido el autor en su imaginación creadora, pero tienen el límite de la credibilidad
que les pueda conceder cada lector. Estamos otra vez en el reino soberano de la
verosimilitud, que será siempre contrastada, de forma práctica, por los lectores.
Primer modelo
«Estuve en la cárcel, más tiempo del que yo hubiera deseado e imaginado, seis
interminables años, en los cuales solo pensé en un objetivo preciso, acabar de una vez
con aquella rata de Minnesota, estrangularlo con mis propias manos. Cuando salí de la
cárcel, lo primero que hice fue sacar un billete para Minnesota. Durante el viaje,
mientras el sol me daba con fuerza directamente en la cara y podía disfrutar como
nunca lo había hecho en toda mi vida de la primavera y las flores, mirando a través de
la ventanilla del tren, mi pensamiento solo se concentraba de nuevo —y muy
reconcentrado estaba— en una sola acción digna, la venganza largo tiempo acumulada
y depositada en cada célula de mi cuerpo, la de dar muerte a aquel tipo por el que había
tenido que pasar una buena temporada entre rejas.»
Segundo modelo
—¿Fuiste traicionado?
De nuevo se cuentan los mismos hechos como en el caso del primer ejemplo,
aunque en este caso el modelo descriptivo es mucho más extenso y el dialogado
bastante más lacónico. ¿Por qué puedo elegir el segundo modelo en vez del primero?
Podría contestar que por “economía expresiva”, y estaría bien contestado; pero
hay respuestas alternativas. Si lo que quiero es hacer una novela negra, con personajes
marginales que se mueven en el límite del ordenamiento social, lo lógico en ese caso es
que prefiera la acción a la descripción. Si además pretendo que los personajes actúen
como son y no como “personajes literarios”, productos de la imaginación de un autor
que nunca ha vivido ese tipo de situaciones, procuraré describir lo menos posible para
que la verosimilitud de los hechos y situaciones no me desborde. Una forma de hacerlo
es utilizar los diálogos cortos y precisos para darle naturalidad a la acción que intento
describir.
Si nos fijamos en el primer texto, hay palabras o expresiones, como “del que yo
hubiera deseado e imaginado”, “interminables años”, “objetivo preciso”, “muy
reconcentrado”, “digna”, que tal vez no se adecúan del todo a la caracterización del
personaje, lo que le restaría credibilidad al relato frente al lector... y más si imaginamos
por un momento que toda la narración discurre por ese camino un tanto literaturizado,
es decir, si nos imaginamos todo el texto en la misma clave y no solo un fragmento
aislado, fuera de lo que sería su contexto normal.
La consecuencia que tenemos que sacar del ejemplo anterior es que los diálogos
son mejores en unos géneros que en otros, en un tipo de narración que en otra, o en
unas escenas con preferencia a otras. Teniendo en cuenta todos los elementos que
debemos valorar antes de decidirnos, adoptaremos un camino u otro. Si estamos ante
una situación dramática, por ejemplo, tendremos que elaborar los diálogos para
enfatizarla, para darle cuerpo, para realzarla de un modo que no podríamos conseguir
con solo describirla.
Hay aspectos de los diálogos que conviene tener en cuenta antes de escribirlos. El
primero tal vez sea el más evidente. ¿Dónde son los diálogos predominantes? Por
supuesto, en el teatro y el cine. En el teatro, los diálogos siempre han representado —
desde los inicios del teatro antiguo— el enfrentamiento dialéctico de los personajes a
través de la palabra para lograr la intensidad dramática (o cómica, etc.) precisa… y los
actuantes tienen gran importancia porque deben poner el tono y el timbre en sus voces
para adecuar la representación con los propósitos del autor dramático. Es decir, en el
teatro el narrador desaparece, el espectador está viendo a cada actuante y no precisa de
mayor información. Algo muy parecido ocurre en el cine, aunque en éste intervienen
otros elementos alternativos, como el doblaje de voces y la banda sonora elaborada por
los técnicos.
Por tanto, como resumen podríamos decir que el diálogo narrativo debe ser
imaginado, mientras que los diálogos teatrales y cinematográficos se utilizan para ser
escenificados. El director de cine o teatro siempre pueden variar esos diálogos en
función del efecto que desean conseguir en los espectadores; por tanto, siempre podrán
cambiar respecto a la obra original. En el caso del escritor, por el contrario, debe fijar su
posición respecto a sus personajes desde el principio y para siempre. Es decir, debe
imaginar para cada personaje un modo de expresión particular y mantenerlo así
durante toda la narración.
También sabemos que a veces surgen disputas cuando se adapta una obra
literaria, especialmente al cine, usualmente porque se ha traicionado o tergiversado el
“espíritu original”, lo cual no sabemos muy bien lo que significa, puesto que dos
medios distintos tienen sus propias formas de expresión y exposición ante públicos
diferentes, aunque como es lógico los autores siempre tienen la posibilidad de protestar
ante lo que consideran un atropello de su obra original. Lo mismo pasa con los lectores
que conservan un recuerdo preciso de un libro y luego se sienten defraudados al ver en
cine la versión adaptada. Lo que ocurre es, simplemente, que entra en conflicto su buen
recuerdo de la obra original (como lectura, no lo olvidemos) con una adaptación (en
imágenes) que les resulta decepcionante. Al esperar revivir las sensaciones que se
obtuvieron con la lectura, el fracaso suele estar garantizado. Sin embargo, para un
espectador que viese la película sin haber leído el libro, esa limitación no existe, verá el
filme con los ojos del cinéfilo, fijándose en cómo le hablan las imágenes (sobre todo si es
una cinta con poco diálogo).
Hay que destacar el hecho de que el teatro o el cine no pueden prescindir de los
diálogos (solo en muy contados casos), en tanto que un autor literario puede prescindir
totalmente de ellos, si lo desea. A raíz de este hecho debemos preguntarnos qué aportan
los diálogos a la narrativa, qué funciones cumplen, en qué puede mejorar el texto si se
incorporan, etc. ¿Existen inconvenientes que harían prescindir de su uso, en qué clase de
relatos, en qué circunstancias?
El argumento puede ser mejor perfilado desde el diálogo, a la vez que incluso
determina variaciones en el mismo debido a los cambios internos que sufren los
personajes al hablar entre ellos. Es perfectamente entendible el caso del autor que tiene
que modificar el argumento al poner frente a frente a los personajes para que hablen
entre sí. De ese contacto verbal pueden surgir modificaciones incluso en la trama
prevista al inicio del proceso de escritura.
2-Aporte de información
5-Oxigenar la narración
Podría ser, en determinados casos, una muy buena opción para comenzar un
relato, mostrando de inicio a los personajes en acción, conociéndolos ya desde el
principio, logrando que los lectores se interesen inmediatamente por esa conversación
inicial que podría avanzar ya el propio argumento o al menos alguna particularidad
importante de la trama que recién ha comenzado.
7-Aviva el ritmo
Por supuesto, los diálogos son lo más próximo al tiempo narrativo real, aquel en
el que está situado el lector, y hacen que la acción se reanude con fuerza. En
determinados casos podrían hacer de termostato del ritmo; cuando el autor pueda
sentir o intuir que el lector va a disminuir su atención como resultado de unos párrafos
anteriores demasiado densos o pesados, un buen diálogo, que aporte acción y variación
en el comportamiento de los personajes o en su interacción dramática, puede avivar el
ritmo para que el lector se implique más activamente en la narración. Este es un punto
muy importante.
—Es un pecado hablar así, señora, un gran pecado —dijo el pope sacudiendo la
cabeza.
—Acaso los que involuntariamente han causado su muerte ofrezcan a usted una
indemnización, para reparar, cuando menos, los perjuicios materiales que le han
ocasionado al privarla de su sostén.
—Hay que perdonar al que muere. Esos sentimientos son un pecado, señora, un
gran pecado.
Como podemos ver en este pequeño fragmento, el narrador casi desaparece del
todo, solo interviene con pequeñas alusiones que aclaran la escena, pero que no son su
esencia. Los personajes se muestran tal como son y podemos hacernos una idea bastante
aproximada del drama que está sucediendo solo con leer lo que dicen. El tiempo de la
conversación se corresponde aproximadamente con el tiempo real del lector y este
puede seguir el diálogo sin dificultad alguna, como si estuviera presente en la escena. El
ritmo se acelera con el diálogo y la narración se torna más verosímil, puesto que los
mismos personajes actúan sin intermediación del narrador, que se sitúa en un segundo
plano.
Hemos dicho ya en este manual que siempre es preferible que el narrador se note
lo menos posible en la lectura; sin embargo, hay situaciones en las que el narrador que
hace de testigo debe intervenir, por distintas causas: aclarar una situación, matizar el
discurso, enfatizar algún aspecto de los personajes que puede pasar inadvertido, lograr
mayor coherencia, etc.
Imaginemos, por ejemplo, para ilustrar el tema, que alguien contesta a un saludo
previo de otro personaje; a continuación exponemos algunas de esas posibles
contestaciones, con los matices pertinentes, que nos harán tomar conciencia de la
importancia del inciso correspondiente:
—Estoy bien —dijo César.
Es conveniente, por otra parte, aportar variedad léxica en los verbos dicendi, es
decir, en aquellos que utiliza el narrador para especificar quién está hablando o quién
responde. Hay una enorme variedad donde elegir y no debemos limitarnos a “dijo”,
“contestó”, “respondió” y poco más. Veamos una lista no exhaustiva de ese tipo de
verbos:
Ejemplos:
—Calla, Luis —susurró Beatriz cerca de su oído.
—Iría pero… —añadió Pedro mientras frotaba las manos contra el metal.
Es decir, podemos utilizar diferentes métodos para dar a entender lo mismo, y las
palabras variarán según el efecto que queramos conseguir, así como con las
explicaciones y descripciones previas que hayamos hecho ya a lo largo de la narración.
Naturalmente, cada personaje debe dar unas respuestas adecuadas a la caracterización
que previamente elaboramos para él, así como los incisos deben ajustarse plenamente a
esa caracterización, si queremos que el relato sea coherente y no esté sometido a
vaivenes con el riesgo inherente de que el lector se aperciba de ello, lo cual no nos haría
ningún favor.
Por último, para cerrar este capítulo, veamos una de las escenas cumbres de Jane
Eyre, novela firmada por una de las hermanas Brontë:
«Calló, según costumbre. ¿Hay acaso alguna ocasión en que ese silencio
formulario sea roto? Quizá no suceda ni una vez en cien años. El sacerdote, que no
había separado los ojos de su libro, y que solo se había interrumpido por un momento,
iba a continuar. Ya su mano se dirigía a Rochester y sus labios se abrían para
preguntarle si me tomaba por legítima esposa, cuando una voz clara y muy próxima
dijo:
—Continúe.
—No debe celebrarse la ceremonia —repitió la voz de antes—. Puedo probar que
existe un insuperable impedimento.
Aquellas palabras, pronunciadas en voz baja, hicieron vibrar mis nervios cual si
hubieran sonado fuertes como el trueno. Mi sangre sintió una impresión tal como el
fuego o el hielo no hubieran sido capaces de producir. Miré a Rochester y él me miró:
sus ojos permanecían fijos y duros, en actitud de desafiar al mundo entero. Sin hablar,
sin sonreír, sin indicio alguno de que me considerase como un ser viviente, ciñó mi talle
con la mano y me atrajo hacia sí.
—Hágame el favor de decirme su nombre, quiénes eran sus padres, dónde nació...
Los diálogos siempre nos van a ayudar a oxigenar el relato, a hacerlo más vivo,
más interesante, más próximo… y a hacer avanzar la acción a través de la interacción
comunicativa de los personajes. Lo que conseguimos con diálogos vivos es que hasta los
personajes más oscuros o más difuminados se vuelvan más reales, más creíbles, más
inteligibles. Veamos un último ejemplo para ilustrar esto último:
—¿Por qué?
—¡No lo preguntes!
—¿Miedo?
—¿Tanto lo quieres?
—No lo quiero.
—¿Entonces?
—No te creería.
—¿Por qué?
—Te creo.
—Sí.
Estaba pálida como nunca, desencajada; su cara daba miedo, un miedo horrible
de que la desgracia llegara con mi retorno; la cogí la cabeza, la acaricié, la hablé con
más cariño que el que usara jamás el esposo más fiel; la mimé contra mi hombro,
comprensivo de lo mucho que sufría, como temeroso de verla desfallecer a mi pregunta.
—¿Quién fue?
—¡El Estirao!
—¿El Estirao?
Lola no contestó.»
Se trata casi de un diálogo teatral. Los incisos del narrador sobre el personaje que
habla en primera persona son mínimos; los personajes lo dicen todo, lo expresan todo,
en un momento dramático y hasta cierto punto cruel. El ritmo es frenético, la angustia
tremenda, la fatalidad podría estallar en cualquier momento… y el diálogo es un
preludio seco, angosto. Hecho con una simplicidad extraordinaria, pero con la máxima
expresividad dramática, disparará la acción en páginas sucesivas.
Sirva como colofón a este capítulo sobre una de las técnicas más difíciles de
dominar en el mundo de la narrativa. Para lograrlo, como en general para todas las
técnicas narrativas que estamos exponiendo, lo esencial es la práctica constante, la
escritura diaria, la experimentación narrativa sobre cada una de las técnicas. El
esfuerzo, a la larga, siempre proporciona recompensa, no lo olvidemos.
Una muy buena actividad creo que podría ser construir un diálogo corto, no más de una
página, y narrarlo en primera y tercera persona, y si se quiere, podrían variarse también los
tiempos, en pasado o en presente, incluso en futuro. Todo eso proporciona una práctica
importante para familiarizarse con la escritura en general y con las habilidades narrativas en
particular.
5.9-Los estilos narrativos
Los registros o niveles de lenguaje con los que escriben distintos autores.
Podría tratarse de un registro vulgar, o culto, tal vez más literario, rebuscado, elevado,
sublime… También se emplean registros coloquiales, jergas, modismos, localismos,
lenguaje obsceno o provocativo, erotismo o cinismo, lo grotesco, lo sarcástico, lo
solemne, lo festivo... Hay estilos fluidos, claros, precisos, mientras otros son confusos,
imprecisos, grandilocuentes, etc. Hacer un listado completo sería interminable, pero el
lector puede hacerse una idea general con lo expuesto anteriormente.
Como vemos, las posibilidades de distinguirse del resto de escritores pasan por
múltiples filtros, y en cada uno de ellos está el germen potencial de una nueva forma, de
un punto de vista no tenido en cuenta hasta el presente, de la utilización original de una
temática, basada en una nueva percepción de la realidad o en llevarla a un terreno
fantástico que nunca se había explorado. Son decenas de consideraciones las que
podrían hacerse al respecto, pero en último término son los propios creadores los que
abren las vías que hasta entonces no se habían explorado.
Estilo enfático
Más bien es el lector el que puede sentirse abrumado al tener que digerir una
frase de este tipo, tan rebuscada. Si pensamos no en una frase suelta, sino en un texto
completo, más o menos extenso, y escrito todo él en esta clave hiperbólica, exagerada
hasta la misma exageración, tan recargada y poco natural, podríamos morir en el
intento.
Estilo filosófico
En este tipo de textos narrativos, el autor pretende que sepamos todo sobre su
pensamiento en relación a cualquier tema, aunque no sea procedente y se salga
claramente de la narración y de la historia que nos está contando, forzando al lector, a
su vez, a salirse de ella. Y en este vicio de estilo han llegado a incurrir hasta autores
totalmente consagrados por su tiempo y por la crítica literaria, no solo principiantes.
Veamos un ejemplo muy breve de “Guerra y paz”, del insigne Leon Tolstoi:
Bien es cierto que este tipo de reflexión la hace Tolstoi en un “Epílogo”, pero en
un texto bastante extenso y que se supone dentro de la narración global. Sirva
simplemente de ejemplo mínimo de lo que queremos decir con “estilo filosófico” y que
se encuentra presente en muchísimos escritores que comienzan su andadura narrativa,
de un modo especial en sus novelas primerizas, sobre todo si son novelas o relatos en
los que se quiere volcar como sea todo lo que se piensa sobre cualquier tema. El autor
suele olvidarse del relato que está desarrollando, de sus personajes, de sus conflictos,
para opinar o sentar doctrina sobre mil temas que no vienen a cuento para la historia
que está narrando. El lector puede adivinar una intención del autor de “colarlos” como
sea, incluso a contrapelo en muchas ocasiones.
Estilo retórico
«[…]Los cuales se sentaron en el paso, al amor del cielo y del río y conversaron
sueltamente y el gaucho que salió de las aguas dijo un cuento maravilloso.»
Una frase suelta apenas puede mostrar ni demostrar nada. Es poco representativa
y puede inducir a confusión, pero en una narración larga, cuando todo el texto es
similar, e incluso con frases mucho más retóricas e infladas, este estilo estereotipado nos
saca de la narración por su artificiosidad. El propio Borges lo reconoció así muchos años
después, cuando ya había madurado como autor, tal como lo refleja la cita que
colocamos al principio del manual.
Veamos otro ejemplo significativo, ya diré después por qué. Pertenece al segundo
capítulo de “El Quijote”:
Otro vicio muy corriente es escribir con constantes afirmaciones, sin apenas
matizar nada, sin usar los llamados “modalizadores”. Los modalizadores son las
expresiones, palabras, frases… con las cuales un texto se nos revela como rico, sutil,
matizado. Veamos un ejemplo concreto, inventado, desglosado en dos textos:
Primer texto
Segundo texto
Mi hogar se redujo durante largo tiempo a una cama para dormir y poco más. Si
me levantaba pronto, abría la amplia ventana y aspiraba ansiosamente el aire frío por
cada poro de mi piel. Luego salía a la calle y solo regresaba a la hora de dormir. Nadie
se preocupaba por mí, eso era cierto, pero no lo era menos que yo tampoco me
preocupaba por nadie. Quizás, quién sabe, era un autómata en un mundo de autómatas,
sin conciencia de ello. Tal vez necesitaba una caricia de madre o un reproche de padre
que no tenía ni procuraba. En demasiadas ocasiones fingía estar dormido, pero muy al
contrario, estaba bien despierto, incluso alerta.
Estilo formal
«Al cabo de unos prolegómenos más o menos excitantes — lógicos, por otra
parte— decidimos ponernos a hablar. Ella me dijo, dando unos rodeos algo absurdos,
que sus relaciones con los hombres siempre habían sido casi siempre problemáticas y
prácticamente inexistentes y me informó, además, de lo precario de su educación
sentimental. Me sentí en el deber de objetar que mis intenciones al respecto eran de
lo más honorables, añadiendo que nunca había considerado la posibilidad de sacar
un provecho ajeno que, por lo demás, resultaba mutuamente despreciable.»
«Al poco rato de besarnos ella me rechazó. Se sintió incómoda porque nunca se
había acostado con ningún hombre. Le dije que se calmara, que no tenía intención
alguna de aprovecharme de ella. Pareció entenderlo y me pidió que la abrazara.»
Estilo imitativo
Es asimismo muy normal que los escritores noveles incurran en este modelo de
estilo, que lleva a imitar a escritores por los que sienten admiración y afecto. Si nos
gusta, por ejemplo, Goethe, podemos caer en la tentación de imitarlo, pero hoy se vería
bastante forzado una imagen especular de su estilo, fuera de tiempo, alejado de las
preocupaciones y valores románticos que predominaban por entonces.
Pero lo dicho también vale para escritores actuales, puesto que nunca vamos a ser
el reflejo de otro, partiendo de la base evidente de que no hay dos personas iguales en el
mundo, ni siquiera los gemelos univitelinos, que comparten el código genético al cien
por cien, pero que no se comportarán nunca igual, ya que eso dependerá de su
aprendizaje en el mundo, que será por fuerza diverso... y todo escritor se basa en su
experiencia vital para volcarla en palabras y frases con sentido.
Estilo monótono
Conclusiones
Es fundamental huir de los estilos tópicos y manidos para poder llegar a un estilo
personal, que en el fondo es el que destaca precisamente la personalidad del autor. El
sello del autor es imprescindible para que la forma de narrar llegue a los lectores como
un valor añadido al texto, como un reforzamiento de la temática y de los conflictos de
los que vamos a ser testigos.
*
Actividades adecuadas al capítulo presente:
Este parágrafo puede venir estupendamente para mejorar el estilo, siempre que seamos
constantes y esforzados. Os propongo un ejercicio muy sencillo, pero a la vez muy revelador.
Se trata de escribir una página, aproximadamente, con un relato corto. Hacedlo con los
diversos estilos mencionados, uno tras otro. Cuando tengáis los distintos relatos, comparadlos y
buscad el vuestro, el que os distinguirá de todos ellos porque buscará la originalidad y la fuerza,
la sencillez y la naturalidad, de acuerdo a vuestra forma de ser, pensar y sentir el mundo. Y
naturalmente, a vuestra forma particular de escribir, de elaborar las frases y expresiones, de
dotar de un tono personal a las voces narrativas.
5.10-La voz, el tono y el ritmo
Ante un texto escrito... ¿por qué hablamos de la voz literaria? Bueno, porque tal
vez al lector una narración le parece como si le estuvieran susurrando al oído o
contando una historia alrededor del fuego, con la entonación precisa de un rapsoda, de
un recitador profesional, como de hecho se hacía tres mil años atrás en la antigua
Grecia.
Esa voz, que reconocemos pese a no conocer nada del autor, es la que nos puede
llevar a la melancolía o al desánimo, a la alegría o a la tristeza, o la que de pronto se
volverá irónica o sarcástica, tal vez tierna o amorosa, cruel o agradecida. Esta
característica peculiar se denomina “el tono de la voz”.
Al fin y al cabo, no olvidemos nunca que un escritor no es nada más que un ser
humano, con todas sus virtudes y defectos, con su alma buena o su lado oscuro, con su
tendencia innata a la depresión o a la euforia. Y ese ser humano utilizará distintos tonos
de voz según el relato que haga —pero también según su propio estado de ánimo, por
ejemplo, en el momento de escribir—, y obtendremos voces más graves y serias o más
agudas y chillonas, correspondientes a una escala continua pero matizada. Nos
transmitirá sus emociones y sentimientos, arrancando las notas de la “guitarra de la
vida”, por decirlo gráficamente.
Naturalmente, como ya hemos sugerido antes, la voz del narrador puede variar
de unos párrafos a otros, de unos capítulos a otros, aunque debe mantenerse siempre
acorde con la escena en su conjunto. La voz puede, asimismo, determinar el ritmo de la
narración. Imaginemos una voz pausada, tranquila, construida a través de frases largas
y coordinadas. El ritmo será lento y algo monótono. Imaginemos, por el contrario, que
el escritor nos cuenta una escena de acción, a través de frases cortas, incisivas como
latigazos; el ritmo se incrementa, se acelera… y de hecho puede llegar hasta el frenesí.
Veamos otro ejemplo de una voz narrativa muy distinta al texto anterior. En el
que sigue, la voz se torna pesimista, grave, incluso patética y completamente
desencantada respecto a la vida. Veamos cómo Camilo José Cela nos trasmite con
maestría los sentimientos de su personaje:
«Da pena pensar que las pocas veces que en esta vida se me ocurrió no portarme
demasiado mal, esa fatalidad, esa mala estrella que, como ya más atrás le dije, parece
como complacerse en acompañarme, torció y dispuso las cosas de forma tal que la
bondad no acabó para servir a mi alma para maldita la cosa. Peor aún: no solo para
nada sirvió, sino que a fuerza de desviarse y de degenerar siempre a algún mal peor me
hubo de conducir. Si me hubiera portado mal hubiera estado en Chinchilla los
veintiocho años que me salieron; me hubiera podrido vivo como todos los presos, me
hubiera aburrido hasta enloquecer, hubiera desesperado, hubiera maldecido de todo lo
divino, me hubiera acabado por envenenar del todo, pero allí estaría, purgando lo
cometido, libre de nuevos delitos de sangre, preso y cautivo —bien es verdad—, pero
con la cabeza tan segura sobre mis hombros como al nacer, libre de toda culpa, si no es
el pecado original; si me hubiera portado ni fu ni fa, como todos sobre poco más o
menos, los veintiocho años se hubieran convertido en catorce o dieciséis, mi madre se
hubiera muerto de muerte natural para cuando yo consiguiese la libertad, mi hermana
Rosario habría perdido ya su juventud, con su juventud su belleza, y con su belleza su
peligro, y yo —este pobre yo, este desgraciado derrotado que tan poca compasión en
usted y en la sociedad es capaz de provocar— hubiera salido manso como una oveja,
suave como una manta, y alejado probablemente del peligro de una nueva caída. A
estas horas estaría quién sabe si viviendo tranquilo, en cualquier lugar, dedicado a
algún trabajo que me diera para comer, tratando de olvidar lo pasado para no mirar
más que para lo por venir; a lo mejor lo había conseguido ya... pero me porté lo mejor
que pude, puse buena cara al mal tiempo, cumplí excediéndome lo que se me ordenaba,
logré enternecer a la justicia, conseguí los buenos informes del director..., y me
soltaron; me abrieron las puertas; me dejaron indefenso ante todo lo malo. Me dijeron:
Sin embargo, a lo largo de una narración extensa, el tono y la voz del narrador —
o de los narradores en su caso— puede variar enormemente, yendo de un extremo de la
cuerda al otro. Habrá que llevar mucho cuidado, pues, para que el personaje no varíe
más allá de lo necesario, no sea que el lector pueda reprocharnos que no reconoce al
personaje, que ha cambiado tanto que de pronto el relato se ha vuelto inverosímil, etc.
—Luisa Peinado.
—No tenemos ningún paciente con ese nombre que haya ingresado en las últimas
horas, señor.
—¿No quiere que me ponga nervioso? ¡Entonces digame dónde está mi esposa,
endemoniada enfermera de…!
Como hemos dicho anteriormente, el ritmo de una narración está relacionado con
las voces narrativas y sus tonos, más melancólicos o activos, más dados al pesimismo o
a la acción, tendentes a la meditación o al jolgorio, expectantes o decididos, etc. Otra de
las bases del ritmo narrativo vendrá dado por el tipo de frases que empleemos: frases
largas y subordinadas nos darán un ritmo lento, pausado, moroso; por el contrario,
frases cortas y diálogos vivos nos darán un ritmo rápido, incluso frenético. Vamos a
ilustrarlo con un par de ejemplos, entresacados de dos novelistas tan distintos como
Marcel Proust para el primer caso y Charles Dickens para el segundo:
«Cuando un hombre está durmiendo tiene en torno, como un aro, el hilo de las
horas, el orden de los años y de los mundos. Al despertarse, los consulta
instintivamente y, en un segundo, lee el lugar de la tierra en que se halla, el tiempo que
ha transcurrido hasta su despertar; pero estas ordenaciones pueden confundirse y
quebrarse. Si después de un insomnio, en la madrugada, lo sorprende el sueño mientras
lee en una postura distinta de la que suele tomar para dormir, le bastará con alzar el
brazo para parar el Sol; para hacerlo retroceder: y en el primer momento de su
despertar no sabrá qué hora es, se imaginará que acaba de acostarse. Si se adormila en
una postura aún menos usual y recogida, por ejemplo, sentado en un sillón después de
comer, entonces un trastorno profundo se introducirá en los mundos desorbitados, la
butaca mágica le hará recorrer a toda velocidad los caminos del tiempo y del espacio, y
en el momento de abrir los párpados se figurará que se echó a dormir unos meses antes
y en una tierra distinta. pero a mí, aunque me durmiera en mi cama de costumbre, me
bastaba con un sueño profundo que aflojara la tensión de mi espíritu para que éste
dejara escaparse el plano del lugar en donde yo me había dormido, y al despertarme a
medianoche, como no sabía en dónde me encontraba, en el primer momento tampoco
sabía quién era; en mí no había otra cosa que el sentimiento de la existencia en su
sencillez, primitiva, tal como puede vibrar en lo hondo de un animal, y hallábame en
mayor desnudez de todo que el hombre de las cavernas; pero entonces el recuerdo, y
todavía no era el recuerdo del lugar en que me hallaba, sino el de otros sitios en donde
yo había vivido y en donde podría estar, descendía hasta mí como un socorro llegado
de lo alto para sacarme de la nada, porque yo solo nunca hubiera podido salir; en un
segundo pasaba por encima de siglos de civilización, y la imagen borrosamente
entrevista de las lámparas de petróleo, de las camisas con cuello vuelto, iban
recomponiendo lentamente los rasgos peculiares de mi personalidad.»
Como puede observarse fácilmente, Proust nos regala un narrador con frases
muy elaboradas, largas, subordinadas o con extensos incisos. El ritmo de la narración se
acompasa al de un atardecer lento y melancólico. El hecho de narrar acontecimientos
del pasado, como hace en toda la colección que compone “En busca del tiempo
perdido”, hace que la lectura se vuelva, incluso sin quererlo, tranquila, paciente, sin
prisas… porque de lo contrario, si no adoptamos esa actitud complaciente, no
podríamos seguir leyendo. Si no estamos preparados para ese tipo de lectura, es mejor
entonces adentrarse en los vericuetos, por ejemplo, de una novela negra de Dashiell
Hammett, en donde la acción es predominante. Veamos otro ejemplo, ahora de un ritmo
vivo y casi frenético, obra de Charles Dickens, un importante autor de novelas durante
el siglo XIX:
«Sumido en sus recuerdos, el señor Bumble, creyendo que estaba solo, dijo en voz
alta:
—Mañana hará dos meses que estamos casados, y me parece un siglo. Reconozco
que me vendí, aunque demasiado barato.
El señor Bumble recogió su sombrero del suelo y salió a la calle como una flecha.
Iba tan enfadado que tardó un rato en darse cuenta de que estaba lloviendo con fuerza;
entonces decidió refugiarse en una taberna. Allí había solo un cliente; era un forastero
alto y moreno que llevaba una amplia capa negra sobre los hombros. Ambos se
miraron varias veces de reojo. Pero el forastero, de repente, rompió el silencio.
—No, no diga nada, ya ve que le conozco bien. Además, comprendo que el sueldo
de los funcionarios parroquiales no es muy alto; seguro que le vendrá bien una
propinilla.»
Para hablar un poco más del ritmo, el autor debe tener claras cuáles van a ser las
escenas pausadas, introductorias o de transición, y cuáles aquellas en las que la tensión
está acercándose a su punto culminante. En este último caso, necesitará variar y acelerar
el ritmo para que el lector note esa circunstancia crítica. No olvidemos que el autor guía
al lector a través de la selva —en principio ininteligible— de la narración.
Sin embargo, hay autores, especialmente de novela negra, que no dan tregua al
lector, imprimiendo un ritmo alto desde el primer momento, con muchos diálogos y
acción constante. Eso, como siempre, va a depender de cada autor y del género
adoptado para un texto en concreto. Veamos un último ejemplo que ilustra las
afirmaciones anteriores, de la novela de Dashiell Hammett “El halcón maltés”, llevada
con éxito al cine por John Huston:
«Tom se rebulló muy poco a gusto en el sofá, y preguntó, sin alzar la mirada:
—¿Cómo lo ha tomado?
El teniente puso las manos sobre las rodillas y se inclinó hacia delante. Tenía los
ojos verdosos clavados sobre Spade con una mirada de extraña fijeza, como si el
enfocarlos fuera una cuestión mecánica que solo pudiera lograrse tirando de una
palanca o apretando un botón.
—Me gustaria ver una de ellas —dijo el teniente—. ¿No tendrás aquí alguna por
casualidad?
—No.
—¿Estás seguro?
—¿Qué buscas, Dundy? —dijo con voz tan dura y fría como sus ojos.»
Dashiell Hammett: El halcón maltés
Haced un relato (pequeño, no más de una página) con una voz cuyo tono sea melancólico,
el mismo con una voz alegre y otro más con una voz pesimista. Procurad el tesón suficiente para
conseguir el resultado buscado.
Al fin, haced el vuestro, buscando vuestra propia voz de acuerdo con la escena, y tratando
de encontrar un ritmo acorde con la misma, aunque por supuesto, hablar de ritmo en un texto
corto es un tanto aleatorio. Como digo siempre, es esencial ser constante y paciente con los
progresos que sin duda vendrán con el tiempo y el esfuerzo requerido.
6-LA CORRECCIÓN
Pero nos queda aún un asunto importante que tratar. Imaginemos que ya
tenemos el texto completado, sea un pequeño relato, un cuento o una novela. ¿Qué nos
queda por hacer? Aunque parezca todo hecho y aparentemente hayamos ido mirando
aquí y allá, mientras escribíamos… ¿podemos darnos por satisfechos?, ¿eso es todo?,
¿no nos queda nada por hacer, estamos seguros al cien por cien?
Sin embargo, la verdad pura y dura es que incluso si aplicamos las técnicas
narrativas expuestas en capítulos anteriores en su versión óptima, con la utilización
perfecta de cada una de ellas, no nos servirá de nada si concebimos nuestros relatos
como infalibles e intocables, simplemente porque son nuestros. Ya sabemos hasta qué
punto puede llegar el narcisimo de los autores.
Hay autores, críticos, teóricos, etc., que han llegado a decir que no puede
enseñarse a escribir, pero sí a corregir. Interpreto esta afirmación en un sentido literal.
No puedes dictar a nadie cómo debe escribir, qué estilo debe utilizar, o qué palabras
usar, o cómo elaborar sus frases o sus párrafos, o qué temáticas elegir, etc., etc. Sin
embargo, lo que sí podemos hacer, una vez que el texto está ante nuestros ojos, es
sugerir al autor: “esto no está bien”, “esto sobra”, “esto hay que decirlo de forma
distinta”, “esto no concuerda con aquello”, etc.
Lo que solemos hacer, pues, es volver a leer nuestros textos y ver si pueden ser
mejorados. Estoy terminando este manual y, como mínimo, tendré que hacer una
relectura atenta, no solo por posibles faltas formales de cualquier tipo, sino también
para tratar de ver si puede reordenarse lo escrito o si algún párrafo, incluso algún
capítulo, cabe enfocarlo bajo otro punto de vista no advertido anteriormente, lo que
suele ser muy frecuente en la práctica cotidiana del escritor.
Así pues, volveremos por sistema sobre nuestro texto para modelarlo, con más o
menos profundidad según los casos, desde la pura corrección ortográfica, sintáctica o de
estilo, hasta la elección de las palabras más adecuadas e incluso hasta la reordenación
de párrafos y escenas. También para la introducción, en su caso, de nuevos personajes o
subtramas, o simplemente porque queremos mejorar nuestros diálogos, por ejemplo.
Puede ser que queramos escenas más trabajadas, más realistas o más creíbles, o quizás
el texto nos suene muy forzado y prefiramos darle mayor naturalidad, o quizás nos
apercibamos de que un personaje está mal perfilado y deseemos eliminarlo o sustituirlo
por otro más acorde con lo que pensamos que cuenta la historia.
Soy consciente de que hay autores que consideran su texto como algo
espontáneo, directo, inspirado por alguna musa secreta, emanado directamente por
algún espíritu imaginario… en definitiva, como si de un texto sagrado se tratara, incluso
llegando a la idolatría más grosera. Conozco de casos en que escritores primerizos
comienzan a leer una y otra vez sus textos, llegando a identificarse tanto con ellos que
son incapaces de variar una coma, mucho menos de suprimir un párrafo entero.
“¡Ya está muy bien, procede de mí y por tanto no puede hacerse mejor!”
Por tanto, tendremos que vencer esas tentaciones narcisistas, ese autoengaño no
consciente en la mayoría de ocasiones y concebir todo texto como algo humano: por
tanto, perfeccionable. La pregunta es: ¿cómo podemos iniciar una labor correctora
eficiente de nuestros textos?
Habrá que ir por pasos, puesto que hay niveles también en este campo. Veamos
cómo podemos resumirlo, puesto que es un tema tan complicado y delicado a la vez
que tendríamos que redactar otro libro solo para tratarlo adecuadamente. Sin embargo,
este capítulo pretende ser solamente complementario respecto a las técnicas narrativas
que hemos estudiado en el resto del texto.
Es verdad que las editoriales tienen sus equipos de corrección, pero también es
verdad que para comenzar a trabajar ya requieren un texto lo más limpio posible, en el
que tengan que corregir lo mínimo en este punto, el de la corrección ortotipográfica. Si
no lo ven claro, simplemente descartan el manuscrito, que tanto nos puede haber
costado redactar. Por tanto, mucho cuidado con este asunto delicado. Si quieres tener
alguna posibilidad con una editorial, para que se arriesgue a publicar tu texto, tienes
que presentarlo inmaculado, libre de toda mancha.
Texto 1
«Uno de los tres elegantes hombres que habían hablado conmigo yacía en la
acera, boca abajo, delante del ancho y soberbio ventanal del vidrio roto. Los otros dos,
más prudentes, se habían puesto detrás del estático carro de hielo de la cervecería
Tropical que estaba delante del contiguo bar Cunard, una pequeña y singular cafetería
en la que yo había entrado a veces. Uno de los caballos, tendido como una estatua
romana, pataleaba sin ton ni son en el pedregoso suelo y el otro cabeceaba
violentamente de un lado al otro, de forma peculiar y extraña.
Uno de los que estaban detrás del carro de hielo disparó desde uno de los ángulos
y la bala, que salió impetuosa del cañón, rebotó con mucha fuerza en la acera. El negro
de ébano del Thompson se agachó con celeridad hasta tocar casi el suelo con la cara y
en esa postura hizo unos disparos frenéticos. Detrás del carro de hielo cayó hacia la
acera uno de los dos hombres que se habían refugiado allí; quedó con la cabeza
reclinada en el borde, indefensa y protegiéndosela con los brazos como podía. El chófer
le hizo otro rápido disparo mientras el negro, con una tranquilidad pasmosa, cargaba
de nuevo su fusil. El tiroteo fue serio, terrible y casi eterno. En la acera quedaban
visibles marcas que parecían goterones de plata brotados de pronto y fragmentados en
segundos inenarrables.»
Bien, este es el texto base sobre el que vamos a hacer nuestras operaciones de
depuración y eliminación. Para situarnos bien en el contexto, hay que decir primero que
nuestro protagonista, que hace de narrador en primera persona, acaba de tener una
conversación con tres hombres que le habían propuesto un negocio no demasiado claro.
Él lo ha rechazado, y cuando han salido a la calle ha comenzado un tiroteo contra ellos
por parte de dos hombres llegados en un automóvil. Nuestro protagonista observa la
escena y la narra desde su posición de testigo. Es una escena de acción y esos tres
hombres no representan nada en el argumento ni en la historia.
Sigue una referencia a los otros dos hombres, que se refugian detrás de un carro
de hielo. La referencia en cuestión es “más prudentes”. En cualquier tiroteo suponemos
que hay que ser muy prudentes, por razones obvias. Tercer descarte.
“Pataleaba sin ton ni son en el pedregoso suelo”. Aparte del detalle de que todos
los suelos son pedregosos, y no aporta información nueva, patalear sin ton ni son es lo
habitual si se trata de un caballo que, por estar herido o por haberse caído con el jaleo,
está tendido en el suelo. Séptimo descarte.
Por otro lado se suele cabecear “de un lado para otro”. Octavo descarte. Y si se
hace “de una forma peculiar y extraña” no es muy importante para la narración.
Noveno descarte. Observad que hemos hecho nueve descartes en un simple párrafo.
Sigamos con el segundo párrafo. “De hielo” es una repetición innecesaria, salvo
que el carro se haya transmutado de repente en otra cosa… y el que “la bala salga
impetuosa del cañón” parece lo más natural del mundo, no hay por qué añadirlo.
Décimo descarte, si el contaje es correcto.
Se vuelve a repetir “de hielo” y “los dos hombres”, sin necesidad alguna. Décimo
tercer descarte. Si uno de los hombres se protege con los brazos la cabeza, suponemos
que es porque está “indefensa”. Décimo cuarto descarte.
¿Para qué seguir? Creo que se comprende muy bien de qué se trata. El final es
demasiado recargado y literario (no olvidemos en ningún momento que se trata de una
escena de acción). Eliminamos lo que sobra en ese final. Décimo quinto descarte.
¿Qué nos quedaría después de todas esa expurgación más o menos justificada,
según lo expuesto? Lo que nos quedaría sería un texto más limpio, más ajustado a lo
que sería una escena pura de acción, que además no tiene más importancia dentro de la
narración general. Se trataría, en esencia, de una escena de ambientación en donde el
protagonista se vería inmerso, pero solo por casualidad, al principio de la historia
contada. El resultado de nuestros descartes sería el siguiente:
Texto 2
«Uno de los que habían hablado conmigo yacía en la acera, boca abajo, delante
del ventanal del vidrio roto. Los otros dos se habían puesto detrás del carro de hielo de
la cervecería Tropical que estaba delante del contiguo bar Cunard. Uno de los caballos
pataleaba en el suelo y el otro cabeceaba violentamente.
Uno de los que estaban detrás del carro disparó desde uno de los ángulos y la
bala rebotó en la acera. El negro del Thompson se agachó hasta tocar casi el suelo con
la cara y en esa postura hizo unos disparos. Detrás del carro cayó hacia la acera uno
que quedó con la cabeza reclinada en el borde y protegiéndosela con los brazos. El
chófer le hizo otro disparo mientras el negro cargaba su fusil. El tiroteo fue serio. En la
acera quedaban marcas que parecian goterones de plata.»
Pues sí, al fin y a la postre el texto que nos resta no es más que un fragmento de la
novela de uno de los autores más concisos a la hora de narrar, al que nosotros habíamos
añadido algunas palabras de más. No vamos a decir que el texto de Hemingway sea
perfecto, pero sí se ajusta mucho más a todo lo que hemos dicho referente al contexto de
la narración. Por tanto, tenemos que concluir que siempre podemos limpiar nuestros
relatos de elementos poco significativos, redundantes, innecesarios, no pertinentes
respecto a la historia que estamos contando, etc., etc.
Nivel 4: Reescritura
Bien, hemos llegado al final, amigos. Espero que la lectura atenta de este manual haya
servido a todos para una mejor comprensión de los aspectos narrativos a tener en cuenta a la
hora de articular un relato en prosa de cualquier clase. Agradeceré cualquier observación al
respecto, por los canales que cito a continuación.
José Pimat
Para más información sobre este libro y el autor: Sitio web: comoescribirbien.com
César León es un antihéroe típico: nada le sale bien, sus amores son frustrados,
sus anhelos aniquilados y está desorientado y perdido, en el contexto de la España de
la primera transición, actuando como contrapeso escéptico a una época de cambios
fulgurantes y decisivos. Novela satírica y de reflexión a partes iguales, donde tienen
igual cabida lo político y lo social, lo íntimo y lo banal, la vida corriente y la pasión
desatada, el trabajo y la diversión, lo compasivo y lo amoroso… El sentido del humor
del protagonista, con una ironía que lo distancia a la vez de sí mismo y del mundo
exterior, así como su capacidad innata para sortear situaciones comprometidas, hacen
de él un tipo marginal pero empático que logrará encontrar finalmente un sentido
“mágico” a su vida.