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David Sirlopú

Psicología comunitaria y políticas sociales.


Reflexiones y experiencias, p. 213-219

Psicología comunitaria y políticas sociales.


Reflexiones y experiencias
Jaime Alfaro, Alipio Sánchez y Alba Zambrano (comp.)
Buenos Aires: Paidós, 2012

Por David Sirlopú1

Desde su aparición, la psicología comunitaria ha sostenido una tirante


vinculación con el mundo de las políticas públicas, especialmente con
aquellas ligadas al ámbito social. Como menciona Phillips (2000), los
psicólogos se han mostrado ambivalentes ante la tarea de involucrarse en
su formulación e implementación. Esto se debe, entre otras razones, al
temor de ser etiquetados como simples operadores del gobierno de tur-
no, con lo cual su credibilidad científica queda mellada socialmente. Pese
a estas reservas, muchos psicólogos comunitarios admiten que la gran
cantidad de conocimiento que emana de sus prácticas cotidianas podría
adquirir una mayor relevancia si sus resultados pudieran penetrar y orien-
tar las políticas sociales.

El presente libro aborda justamente las tensiones y vaivenes de esta rel-


ación. El volumen se compone de catorce capítulos que representan un
abanico actual y heterogéneo de reflexiones teóricas e intervenciones co-
munitarias de profesionales procedentes de cinco países de América Lati-
na (Argentina, Brasil, Costa Rica, Chile y Uruguay) y dos de Europa (España
y Portugal). En esta variedad encontramos un primer mérito, pues si bien
las experiencias de psicólogos comunitarios estadounidenses o europeos
con políticas sociales son de relativo fácil acceso en la literatura, en cam-
bio, los resultados obtenidos en América Latina han sido escasamente di-
fundidos y discutidos en escenarios académicos.

En esta reseña decidí abandonar el análisis individual de cada uno de los


capítulos, puesto que los propios coordinadores se han encargado de esto
de forma sintética y diáfana en la introducción del libro. Opté más bien
por repasar primero de forma sucinta los orígenes de la psicología comu-
nitaria en Estados Unidos y en América Latina, con el fin de visibilizar la
problemática en la que se inscribe esta obra.

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Investigador-docente, Facultad de Psicología, Universidad del Desarrollo
Concepción, Chile, dsirlopu@udd.cl
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Seguidamente, elegí algunos de los aportes más significativos con respec-


to a la vinculación entre el trabajo comunitario y las políticas sociales que
nos entregan los profesionales que participan de este libro. Por último,
termino mencionando los desafíos que contempla el trabajo comunitario
en la actualidad, donde las políticas sociales responden a necesidades
cambiantes, propias de una época llena de incertidumbre.

A comienzos de 1960, en la mayor parte de Estados Unidos se podía perc-


ibir el advenimiento de profundos cambios sociales. Solo era cuestión de
asomarse a las calles para presenciar cómo miles de personas marchaban,
impulsadas por un ferviente deseo de justicia social, en defensa de los
derechos civiles de grupos que ocupaban ese momento los márgenes de
la sociedad estadounidense como las mujeres, los afroamericanos, los in-
digentes o los miembros de las minorías sexuales (Angelique y Culley,
2007). Desde luego, los psicólogos también fueron receptivos a este mal-
estar social, sobre todo aquellos que trabajaban en los hospitales
psiquiátricos, pues eran testigos de los atropellos a la dignidad que su-
frían los pacientes con algún trastorno mental. Estos profesionales consid-
eraban perentorio generar modificaciones en las políticas sociales de sa-
lud vigentes, cuyo acento estaba puesto en los factores biológicos, en
desmedro de los psicosociales. Esto tenía directa relación con que los pa-
cientes fueran percibidos como seres pasivos que poco o nada podían
aportar a su recuperación. Pero también estaban sumamente discon-
formes con la psicología como disciplina, caracterizada por un cientificis-
mo exacerbado, un énfasis individualista en el estudio de la conducta y
una oposición férrea a integrar el conocimiento académico y práctico.

Fue así que en 1965, en una conferencia profesional sobre salud mental
realizada en Boston (Massachusetts), un grupo de psicólogos clínicos de-
cidió crear una nueva subdisciplina: la psicología comunitaria. Si bien a la
fecha se dispone de numerosas definiciones, podemos decir en términos
generales que esta es un campo de investigación y aplicación cuyo fin es
promover el bienestar relacional entre los individuos, pero sin perder de
vista el cambio social a través de la reducción del sufrimiento y la opresión
de las personas (Angelique y Culley, 2007).

Con respecto a América Latina, el surgimiento de la psicología comuni-

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taria presenta algunas diferencias en comparación a la estadounidense.


Para algunos autores, la psicología comunitaria de esta región hace su
ingreso a fines de la década de los setenta, época en la que numerosos
profesionales se interesaron por los problemas de un continente subde-
sarrollado, castigado por profundas injusticias sociales. Paradójicamente,
este sombrío escenario fue también un terreno fértil para que un puñado
de intelectuales latinoamericanos pudiesen elaborar teorías desafiantes y
de alcance internacional tales como la teología de la liberación del padre
Gustavo Gutiérrez, la educación popular de Paulo Freire, la sociología
crítica de Orlando Fals-Borda o la teoría de la dependencia de Carlos Hen-
ríquez-Cardoso (Montero y Varas, 2007).

En contraste con lo que pasó en Estados Unidos, los psicólogos sociales


fueron los primeros en sintonizar con las ideas relativas al enfoque comu-
nitario. Impelidos por la lectura de los autores y teorías antes citados,
plantearon severos cuestionamientos a la escasa atención o indiferencia
de los gobiernos ante los problemas sociales. Por otra parte, estaban in-
satisfechos con las fórmulas simplistas entregadas por su disciplina, que
constreñía su creatividad y compromiso político frente a temas tan acuci-
antes como la pobreza en la que vivían miles de sus compatriotas. Este
conjunto de situaciones llevó a que se gestara en ellos un cambio radical
respecto de su rol tradicional de científico y profesional, asumiendo en su
lugar una práctica activamente involucrada con y desde la comunidad in-
tervenida, motivados a propiciar procesos transformadores que a su vez
estaban apoyados en la participación y fortalecimiento de sus miembros.

Como se puede desprender de ambos relatos, el origen de la psicología co-


munitaria en Estados Unidos y América Latina tuvo en común su rechazo y
cuestionamiento a las políticas sociales de su tiempo. Pero, ¿esto se mantiene
en el presente? Los capítulos que componen este libro no solo entregan
diferentes visiones al respecto. Debo mencionar, asimismo, que a través de
todos los capítulos se aborda ‒a veces de manera expresa, a veces más sutil‒
una discusión sobre el poder, concepto que no es entendido solamente en
términos de su abuso o concentración en un grupo o clase determinado, sino
también en la falta de poder, lo cual se conecta con una noción central de la
psicología comunitaria como es el fortalecimiento (Montero, 2009).

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Como menciona Víctor Giorgi en el capítulo seis, dependiendo de cuál sea


la política social implementada y de cómo se conecte con ciertas funciones
sociales tales como el asistencialismo, el control social, la reproducción de
la fuerza de trabajo o el aseguramiento de los derechos sociales, es que se
va a determinar con mayor o menor nitidez la imagen de ciudadano que
el Estado pretende forjar.

En ese sentido, las políticas sociales no solo organizan los esfuerzos del
Estado en una variedad de sectores, sino que también moldean subjetivi-
dades. Según las certeras palabras de Giorgi y Alfaro, estas ponen en mar-
cha la producción de imágenes, relatos y significados que, dependiendo
de las motivaciones (conscientes o inconscientes) de los gobernantes,
pueden fomentar la autonomía o la pasividad en la población, el fatalis-
mo o el fortalecimiento de sus ciudadanos.

Si se deja de lado a las ONG o los organismos internacionales, podemos


convenir que uno de los principales empleadores de los psicólogos comu-
nitarios en lo que a temáticas sociales se refiere es el Estado. Natural-
mente, surge la pregunta de cómo se puede compatibilizar un ejercicio
profesional que privilegia la autonomía y la emancipación de tutelajes
externos con prácticas que muchas veces están en las antípodas de estos
valores. Acá estamos ante una antigua tensión que se arrastra en el ti-
empo, y que dista de tener una solución. Este “desencuentro en el plano
de los valores, la ética y las estrategias”, como lo llama Jaime Alfaro en el
capítulo uno, se hace más notorio cuando el Estado adopta alguna forma
de modelo capitalista o neocapitalista, cuya lógica de distribución estim-
ula principalmente necesidades individualistas antes que tendencias más
gregarias. Por cierto, los Estados que han hecho suyo un modelo de bien-
estar en el que la ciudadanía es un actor relevante, no debiesen reportar
estos conflictos, aunque esto no hace que el problema desaparezca.

Algunos artículos de este libro nos brindan elementos para debatir, por
ejemplo, si son irreconciliables las necesidades, motivaciones y tiempos de
los profesionales comunitarios con los de los encargados de diseñar las
políticas sociales.

Así, en el capítulo siete, Mariane Krause y su equipo nos presentan el caso de

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una política social de seguridad ciudadana aplicada en Chile, que reconoce el


carácter multifactorial de este fenómeno, específicamente el rol de la asocia-
tividad comunitaria en la prevención de la delincuencia. Asimismo, Gina Fer-
reira, en el capítulo diez, describe una intervención que se inscribe en el
marco de una política social orientada a la desinstitucionalización de pa-
cientes de los hospitales psiquiátricos en Brasil, y cómo esta logra generar un
cambio en las actitudes de las personas hacia la enfermedad mental.

Otros trabajos nos permiten acceder a una comprensión más compleja de la


intervención comunitaria. Tal es el caso del trabajo realizado por Alba Zam-
brano y Gonzalo Bustamante en el capítulo once, donde analizan el rol de
la participación colectiva de la comunidad sobre la implementación de
políticas sociales en comunidades de origen mapuche en la Araucanía.

También encontramos artículos de carácter más técnico, donde se privilegia


el papel del experto en la determinación del contenido y desarrollo de las
políticas sociales. En este sentido, es particularmente útil el capítulo catorce,
a cargo de Lucía Pierri, quien analiza los procesos de coordinación intersecto-
rial que se dan entre distintos programas gubernamentales en Uruguay.

La formación y el ámbito de acción del psicólogo comunitario también


tienen cabida en este libro. Susana Rudolf y Daniel Parafita, en el capítulo
trece, reflexionan si el psicólogo debe restringirse a un rol meramente op-
erativo o si cuenta con las competencias para intervenir en procesos más
complejos, como la planificación de las políticas sociales. Los autores concu-
erdan en que la asignación de labores más complejas debería ir de la mano
con la formación académica que reciben. Sin embargo, critican los vacíos de
las mallas curriculares, donde hace falta cursos de otras disciplinas como
economía, ciencias políticas o administración pública, así como la falta de
seminarios tendientes a discutir la realidad social de sus respectivos países.

Quiero concluir esta reseña haciendo una reflexión que emana de la lectura
de este libro. A la psicología comunitaria le toca enfrentar una época convul-
sionada, que cruza distintos estamentos y está signada por la globalización y
la inmediatez que nos brindan las tecnologías de la información. Ante esta
situación, ¿es lícito pensar en términos de comunidad cuando gran parte de
lo que nos rodea nos propone una vida a escala mundial, en la que casi no se

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reconocen fronteras? Indudablemente, todavía no somos capaces de dimen-


sionar en qué medida todos estos cambios nos están transformando. Al re-
specto, el antropólogo francés Marc Augé releva la instantaneidad de las
comunicaciones, que nos permiten mantener contacto con decenas, a veces
miles de personas, en lugares totalmente distantes de donde nos encontra-
mos. Sin embargo, esta experiencia, sin duda asombrosa, tiene a la vez el
poder de erosionar la dimensión del espacio concreto como lugar privilegia-
do, donde las relaciones cara a cara entre seres humanos han sido parte fun-
damental de nuestro desarrollo e identidad.

Sin duda, este libro es altamente recomendable y será de sumo interés


para estudiantes de psicología, psicólogos y profesionales de las ciencias
sociales en general. Los temas y experiencias tratados, que cruzan distin-
tos ámbitos, se insertan claramente en las discusiones contemporáneas
acerca de las nuevas formas de exclusión, las cuales demandan de forma
apremiante la construcción de una subjetividad colectiva que permita for-
talecer vínculos profundos y solidarios entre las personas.

Referencias
Angelique, H. L., y Culley, M. R. (2007). History and theory of community psychology:
An international perspective of community psychology in the United
States: Returning to political, critical, and ecological roots. En S. M. Reich,
M. Riemer, I. Prilleltensky y M. Montero (eds.), International community
psychology. History and theories (pp. 37-62). Irvine, CA: Springer.

Montero, M. (2009). El fortalecimiento en la comunidad, sus dificultades y


alcances. Universitas Psychologica, 8, 615-626.

Montero, M., y Varas, N. (2007). Latin American community psychology:


Development, implications, and challenges within a social change agenda.
En S. M. Reich, M. Riemer, I. Prilleltensky y M. Montero (eds.),
International community psychology, History and theories (pp. 63-98). Irvine,
CA: Springer.

Phillips, D. A. (2000). Social policy and community psychology. En J. Rappaport y


E. Seidman (eds.), Handbook of community psychology (pp. 397-420).
Nueva York: Kluwer Academic/Plenum.

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