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DETECCIÓN TEMPRANA
DE TRASTORNOS
,
DEL
ESPECTRO AUTISTICO
Jaime Tallis
INTRODUCCIÓN
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1Patologías actuales en la infancia
ampliación del concepto de TEA (Trastorno del Espectro Autista) o esta-
mos frente a un exceso en la rotulación de los niños, que implica abor-
dajes terapéuticos erróneos y muchos de ellos no desprovistos de conse-
cuencias indeseables.
Veamos algunos datos que corroboran este ~ambio en la frecuencia de
los pacientes. En 1996, Tuchman estimaba una incidencia entre 1 y 1,5
por mil para todo el espectro autista; recientemente, Jeffrey (2008)
comentaba que los expertos consideran la presencia de los casos entre seis
y siete por mil; es decir, uno cada 150 recién nacidos; esta cifra ascende-
ría a un caso cada 20 cuando hay un hermano afectado.
Creo que no debe ser éste el lugar para discutir la etiología del autis-
mo, sabemos de las profundas diferencias de las hipótesis desde sectores
vinculados al psicoanálisis y aquellos cercanos a concepciones neurobio-
lógicas; si bien hay intentos de buscar acercamientos que sirvan para
sumar esfuerzos; estos son aún escasos e insuficientes.
Es nuestro convencimiento que en estas patologías hay una suma de
factores gerléticos y psicoambientales; si bien hay avances en la búsqueda
de la etiología, es necesario aceptar nuestra ignorancia actual y coincidir
con Laznik (2005) cuando expresa:
«si nosotros decimos que los bebés son autistas porque los padres no hicie-
ron la hipótesis de un sujeto; o que el bebé es autista porque tiene un pro-
blema genético, o porque...; son hipótesis muy apresuradas. Por el momen-
to solo se puede remarcar que las condiciones para una protoconversación
entre el infante y sus padres no es posible y no sabemos por qué".
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en este capítulo, pero, antes de abordar lo que se considera la patología
más profunda del desarrollo, debemos revisar algunas cuestiones referi-
das a la maduración infantil y ponernos de acuerdo sobre la problemáti-
ca de la nomenclatura.
El estudio del desarrollo del niño puede definirse como la rama del
conocimiento que se ocupa de la naturaleza y la regulación de los cam-
bios estructurales, funcionales y conductuales significativos que se mani-
fiestan en los niños durante su crecimiento y maduración.
Es necesario sostener una mirada evolucionista sobre el desarrollo
infantil y, al mismo tiempo, entender que se requieren estructuras neu-
robiológicas para sostener las conductas evidentes, y que estas estructu-
ras biológicas son previas a la expresión clínica y se construyen sobre
organizaciones neurológicas anteriores, implicando procesos de cons-
trucción y remodelación de contactos sinápticos.
El concepto de desarrollo presupone en~opces que existe un cierto
grado de continuidad legítima entre las etapas sucesivas de un proceso de
crecimiento y que las propiedades de las fases previas determinan en
parte la forma y la sustancia de las fases siguientes.
Con respecto al eterno debate sobre el peso de lo constitucional y lo
adquirido, tanto en la normalidad como en la patología del desarrollo,
hoy más que nunca la genética nos muestra que las predisposiciones esta-
blecidas por los genes nunca tienen efectos absolutos o inevitables sobre
el desarrollo, sólo determinan potencialidades y pueden modificarse en
su expresión por la acción del ambiente.
Ya que vamos a abordar una patología que se expresa fundamental-
mente por alteraciones conductuales, recordemos que la variabilidad en
y
los rasgos conductuales normales en los más comunes entre los anor-
males se vinculan a herencia poligénica antes que a monogénica, por lo
cual son más permeables a las modificaciones ambientales determinando
fenotipos variables.
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Cuando se produce una interferencia en el proceso programado del
d-esarrollo, ya sea del orden biológico, del psicológico o del social, la ten-
tienda genética es continuar de alguna manera este proceso, por lo cual
apela a mecanismos de compensación, en algunos casos poniendo en
jtiego la plasticidad de nuestro sistema nervioso. Cuando examinamos a
:un paciente que ha sufrido un acontecimiento que altera el desarrollo, los
~íntomas que va a presentar en el momento de la evaluación dependen
de lo que estaba genéticamente planeado, la calidad y cantid~d del daño
producido, el _momento evolutivo en que acontece la agresión y los
mecanismos de equilibración que han sido puesto en juego.
Es evidente que los distintos aspectos de la maduración están relacio-
nados entre sí, dado que todo organismo fondona y se desarrolla como
un todo; el crecimiento o el retardo en cualquier área individual afecta el
crecimiento de todas las demás. No obstante, aun cuando tal interrela-
ción da lugar a un grado significativo de interacción funcional y evoluti-
va, no asegura la existencia de un paralelismo entre las distintas funciones.
Llevados estos conceptos al plano de la patología, implicarían que una
agresión interfiere el desarrollo como una globalidad, si bien hay distin-
to grado de compromiso de las distintas fondones.
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En su conjunto, estos cuadros afectan al 10% de los niños.
Como anticipo del tema que nos ocupa, el del diagnóstico temprano,
tenemos que decir que, lamentablemente, el 25% de ellos son diagnosti-
cados tardíamente (Blasco, P., 1991).
Dentro de estas patologías que afectan el desarrollo hay algunas con
clara etiología biológica, como la parálisis cerebral infantil, las patologías
neuromotoras, la epilepsia y el retardo mental. Es necesario resaltar que
la nomenclatura refiere en general a agrupamientos, categorías diagnós-
ticas, en las cuales son incluidos los pacientes de acuerdo con criterios
definidos; pero, una vez agrupados, las causas de los cuadros son diver-
sas y grande la variabilidad clínica de presentación.
En otro grupo de trastornos el factor biológico es más sutil, aquí pode-
mos incluir las alteraciones del lenguaje oral, agrupadas en los denomi-
nados Trastornos Específicos del Lenguaje (T.E.L. ), las patologías del
lenguaje lectoescrito y el aprendizaje (dislexias, digrañas, discalculias ), las
dificultades en la programación motora (dispraxia infantil) y el Trastorno
por Déficit de Atención. No nos son ajenos los debates que pueden
generarse con otras disciplinas con relación a ~stos ~uadros clínicos.
Dentro de esta discusión, pero adquiriendo llJ.ayor ímportancia para
nosotros por ser el tema de este capítulq, están lru¡ patologías del espec-
tro autístico, que se difi.mden actualmente con un ·término que genera
~(?ñtusiones con las categorías diagnósticas recién descriptas, Trastornos
Generalizados del Desarrollo.
El término es originado por la Academia Americana de Psiquiatría, en
el intento -en su Manual de Clasificaciones de Enfermedades Mentales-
de uniformar terminología entre sus asociados. Vale la pena insistir en
esta aclaración: el famoso DSM pretende, aparentemente, sólo coordinar
entre los psiquiatras de qué manera denominar los cuadros que se pre-
sentan en su práctlca; este ordenamiento se realiza ubicándolos como
trastornos, lo que evita definir causas y terapéuticas. Lamentablemente,
en la práctica, muchos profesionales han asimilado estos trastornos a una
enfermedad definida de causa biológica y demasiado fácilmente utilizan
una intervención farmacológica.
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En 1980, en.el DSM III aparece definido_el.autisn-io; c;¡i 1987, en el
DSM III-R, se separa el autismo de los trastornos profundos del desa-
rrollo.no especificados; definiendq estos últimos como aquellos cuadros
en donde n.o se encuentran todos los requisitos exigidos para el diagnós-
tico de autismo. En 1994, ya en el DSM IV, aparecen los cinco cuadros
del espectro autista bajo el rótulo de Trastornos Generalizados del Desa-
rrollo; estos cuadros son:
• Trastorno Autista
• Síndrome de Rett
• Trastorno Desintegrativo de la Niñez
• Síndrome de Asperger
• Trastorno Generalizado del Desarrollo no Especificado (TGD no E.)
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ubica como una categoría diagnóstica, similar a las que describimos bajo
otros rótulos, como la PCI o el RM.
Esta separación del autismo de las psicosis infantiles no es una opera-
ción sólo de la neurología, también la han efectuado algunas corrientes
de tendencia psicoanalítica.
Como toda categoría diagnóstica, hay requisitos para la inclusión de
los pacientes. Las tres áreas comprometidas en los TGD son la interac3-
ción social, la· comunicación y la flexibilidad de la conducta; siendo el
otro ~quisito similar a lo solicita9-o para todas las categorías diagnósticas
-
infantiles, el de la edad.
Los límites entre los cuadros, salvo en el síndrome de Rett, no están
claros, siendo los más diluidos los existentes entre el de TGD no E., que
comprendería a los pacientes que circulaban con el diagnóstico de "ras-
gos autistas"; el síndrome de Asperger y el autismo de alto funciona-
miento. La ambigüedad y amplitud de este encuadramiento obligan por
un lado a tener una mirada distinta a la clásica sobre el espectro autísti-
co, pero por otro lado es culpable de no pocos sobrediagnósticos.
Obviamente, estas denominaciones son _objeto de críticas desde el
campo del psicoanálisis, pero la tendencia a.e mucl1os profesionales de
esta disciplina de no dar diagnósticos claros a los padres, por el temor a
la rotulación, suele sumir a los mismos en desconciertos que llevan a des-
conocer la manera de manejarse con sus hijos, con sentimientos de cul-
pabilidad en relación con las dificultades de los niños, y conduciendo a
un torbellino de distintas consultas y búsquedas con el riesgo de finalizar
en tratamientos que son engañosos o contraproducentes, como las die-
tas no comprobadas o los trat~entos multivitamúucos.
Para confirmar lo antedicho, podemos reproducir algunos de los últi-
mos diagnósticos con los cuales nos han llegado los pacientes: trastornos
emocionales severos; trastornos de la construcción subjetiva; trastornos
del pénsamiento; particular relación con el orden simbólico; carencia sim-
bólicá; trastorno del lazo social; trastorno de la construcción del vínculo
de dependencia primario. El problema es que este tipo de terminología,
sin ñinguna explicitación posterior, termina siendo tan afuoigua para los
padres y otros profesionales del equipo como la categoría de TGD.
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Pensamos que tenemos que acostumbrarnos a manejar la nueva
nomenclatura, que por otro lado incluye el autismo tal cual ha sido cono-
cido por años, por supuesto no tan cerrado y aislado como lo hemos
aprendido en los libros de la facultad.
El futuro de la clasificación TGD como una única entidad es dudoso;
por un lado el síndrome de Rett ya es w1a enfermedad claramente reco-
nocida con una etiología genética definida, por lo cual debería salir del
concepto de trastorno; tampoco hay acuerdo en la permanencia dentro
del espectro autístico del síndrome de Asperger, ya que varias asociacio-
nes de padres, y no pocos profesionales, lo consideran una variable con-
ductual de la normalidad.
Ya hemos citado lo poco alentador que resulta que el 25% de las alte-
raciones del desarrollo infantil sean detectadas tardíamente, aun en casos
se':':eros; esta responsabilidad en los diagnósticos merece algunos. comen-
tarios.
El seguimiento del desarrollo infantil debe ser una tarea habitual del
control pediátrico, es parte de la atención primaria, ya que sin ninguna
complejidad permite detectar desviaciones en las adquisiciones psicomo-
toras por razones biológicas, emocionales o por fallas de la estimulación
ambiental.
A pesar de que parece simple, es necesario conocer acabadamente las
pautas de normalidad para detectar las anomalías, siendo a veces sutil la
línea que separa ambas situaciones y variable el rango normal de la edad
de aparición de las distintas conductas y habilidades.
Al parecer, los pediatras están bien entrenados para detectar retrasos en
el área motriz, pero cuentan con pocas herramientas para evaluar los
componentes intelectuales, los lingüísticos y los de intercambio social.
Hay aspectos del desarrollo no evaluados en las pruebas estandarizadas,
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como el grado de alerta, el interés del niño por el ambiente, los objetos
y las personas, la calidad de la mirada, etcétera.
Las conductas difieren en la importancia de su significación. Así, las
destrezas manipulativas son más trascendentes que las niotora~ gruesas, y
tan importantes como el momento de adquisición es la habilidad y rapi-
dez de las respuestas.
Si bien los padres suelen ser buenos observadores del desarrollo de sus
hijos, el retraso en el diagnóstico de las alteraciones intelectuales, de las
lingüísticas y de las conductuales, como las que nos ocupan, en parte
corresponde a las distintas fases de las preocupaciones parentales. Inicial-
mente, hasta los 6-10 meses, la ansiedad está dirigida al aumento de
peso; a partir de los seis meses, al desarrollo motor, siendo importante
para ellos la adquisición de la marcha alrededor del año; recién entre los
18 y 24 meses aparecen las preocupaciones referidas a lo cognitivo, a la
comunicación verbal y no verbal y al juego.
Estas preocupaciones habituales tampoco se establecen adecuadamen-
te cuando existen dificultades emocionales individuales o conflictos en la
pareja.
La realidad nos muestra que hay un mateado retardo en la identifica-
ción de las patologías del desarrollo, siendo los déficit motores identifi-
cados con mayor precocidad que los cognitivos,_independientemente de
su gravedad. Mientras que la edad promedio d~ sospecha de una paráli-
sis cerebral infantil es de 14 meses, se eleva a 39 para los retardos men-
tales; una posible explicación de este hallazgo es el error conceptual de
los pediatras de evaluar competencias intelectuales por logros motores,
que olvidan que entre el 30 y el 50% de los niños con retardo mental pro-
fundo caminan a los 15 meses de edad.
También las deficiencias sensoriales son diagnosticadas tardíamente; la
sordera congénita se detecta entre los dos y los dos años y medio en pro-
medio; para las hipoacusias leves el tiempo de diagnóstico es aún más
tardío.
Nos estamos refiriendo a patologías severas; más demorado cronológi-
camente es aun el diagnóstico de patologías más sutiles, como las defi-
ciencias del lenguaje o los trastornos del espectro autístico; muchas de
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estas alteraciones son recién sospechadas cuando el runo comienza la
inserción en los espacios de socialización de la enseñanza inioal, lo que
compromete al doceqte en la necesidad de conocer las patologías del desa-
E,_Ollo para convertirse en un agente eficaz para su detección temprana.
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Las irregularidades_ leves en.el ritmo de. adquisiciones pueden reflejar
conakiones tempranas d.~ la motiyación, ele la S!1-h1d__ o el~ factores emo-
cionáles poco severos; las alteraciones más constantes requieren ·mayor
profi.iiid1zación de las búsquedas causales.
La capacidad predictiva de las escalas de inteligencia del bebé con res-
pecto a los puntajes posteriores de los test de inteligencia es general-
mente baja y parece reflejar la importancia concedida a las capacidades
sensorio motoras del sujeto en dichas escalas, en comparación con las
posteriores, más orientadas a la verbalización. Se dice irónicamente que
los test mentales evalúan más la inteligencia del examinador que la del
niño en sí.
Los cambios en el desarrollo de la inteligencia no son cuantitativos sino
cualitativos. No hay una inteligencia general constante, sino una secuen-
cia evolutiva, por lo cual los test realizados en la primera infancia miden
poco y nada las funciones de lo que en edades posteriores se denomina
inteligencia.
Estos apuntes conducen a señalar que más importante que conocer ,
~
acabadamente determinada técnica de evaluación del bebé y una suma de 'i
escalas, lo fundamental es la apreciación clínica global del desarroll.,,9,
basada en la observación y sostenida en un conocimiento amplio de .
ia;° distintas circunstancias que pueden d.ificul~arlo. '
Cada país debe utilizar sus propias escalas evaluativas, en función de
las características ñsicas y psíquicas de sus niños. Para utilizar en la
Argentina, es válida la Prueba Nacional de Pesquisa (PRUNAPE), ela-
borada por la Sociedad Argentina de Pediatría y construida sobre una
muestra de 3573 niños menores de seis años; tiene una sensibilidad
.-capacidad de detectar niños con trastornos del desarrollo- del 84%, y
una especificidad -es decir, que aquellos detectados en realidad tengan
trastornos- del 93%.
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lAs DISTINTAS MANERAS DE PRESENTACIÓN
DEL TRASTORNO AUTISTA
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sido denominada de «curso regresiv~», al existir una etapa temprana de
adquisiciones normales.
La existencia de un «curso fluctuante», con comienzo con retraso en las
pautas motoras, una recuperación a una aparente normalidad, y la insta-
lación posterior del cuadro autista después de los 18 meses, ha sido pues-
ta en duda.
~ • Hay un grupo de niños que desarrolla lo que puede llamarse una ver-
dadera «regresión autística», un comienzo de los síntomas después del
segundo año de vida; hay que diferenciarlos de los Trastornos Desinte-
grativos de la Niñez, que son parte de los Trastornos Generalizados del
Desarrollo, cuyo inicio es cronológicamente posterior.
Greenspan y Wieder (1997) encuentran que el 69% de los casos de su
serie tuvo este comienzo tardío, entre los 18 y 36 meses, señalando como
marcador temprano la dificultad de instalar un lenguaje gestual.apto para
la comunicación de deseos y necesidades. Sin estimar los porcentajes de
nuestra amplia casuística, tenemos la impresión de que no se han pre-
sentado con tanta frecuencia, pero que constituyen una cifra significativa
de los pacientes.
El término "regresión" ha sido utilizado: por Tustin (1987) con una
significación distinta; aplica la denomin~ción de !}_Utismo secundario
regresivo» al cuadro de un grupo de sus pacientes, ubicándolo como una
forma de psicosis en la que el niño sufre una regresión evolutiva, se encie-
rra en la madre, con un pensami(;llto desintegrado y confuso, lenguaje
ciefic1ente, mirada extraviada y torpeza motriz.
Nosotros limitamos el término para los niños que desarrollan un tras-
torno autista luego de un desarrollo normal o con ligero retardo hasta la
mitad del segundo año de vida; aquí comienza una pérdida de funciones,
especialmente las lingüísticas y tendencia a un aislamiento progresivo.
En otro texto,1 hemos desarrollado extensamente los desaños evoluti-
vos que se le presentan al niño alrededor de la época en la que suele ins-
talarse esta regresión y que podrían justificarla al no poder superarlos:
mayor planificación y desplazamiento motriz, perfeccionamiento de las
conductas manipulativas, constancia de objeto, expansión del lenguaje y
del pensamiento, socialización y fondón simbólica.
mi
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Desde el punto de vista psicoanalítico;--debemos recordar que este
momento evolutivo es el denominado por Mahler (1968) como «sub/a-
se de acercamiento», en la cual el niño, por el mayor desplazamiento
motor, adquiere conciencia de una separación creciente, de índole espa-
cial, con la madre; esto le genera sentimientos contradictorios de angus-
tia y deseos de autonomía, que esta madre debe saber manejar, para ase-
gurar una constitución psíquica adecuada.
Neumbiológicamente, es el momento del desai;rollo de .los _e,nl_~ces
interhemisféricos y de la expansión de las conexiones sinápticas, especial-
mente las vinculadas al afecto y a la motricidad.
No podemos dejar de mencionar que la psicología cognitiva fija en
estos momentos del desarrollo los inicios de la constitución en el niño de
una '7'eoría de la Mente", que le va a permitir atribuir sentimientos a las
personas, apareeiendo en el lenguaje referencias a estados mentales, dese-
os (quiero) y emociones (estoy alegre, triste, etc.).
Como vemos, es una edad en la que se acentúan los desaffos evoluti-
vos, visto ei niño desde distintos aspectos emocionales, cognitivos y neu-
robiológicos; es por ello que las hipótesis causales de esta regresión varí-
an según las aiferentes lectunts, pero, según nuestro <!riterio, ninguna es
totalrhente ·satisfácforiá:
La hipótesis biológica, inclinada a lo genético, no puede explicar-estos - ..
años ?~ a
nor~alidad pre~l~- la regresión,. com~tampoco la:. corn:epcrón-=-
psicoanaiítica de una fálla der·m~~ernaje justifica estos años previos d<2_
buen desarrollo; tampoco hay, en la mayor parte de los casos, francos fac-
tores biológicos que los afecten, padres peculiares o circunstancias psico-
lógicas desencadenantes.
Pero ya hemos anticipado que no vamos a discutir la etiología del tras-
torno autista, tampoco lo vamos a hacer con estas formas regresivas, pero
las podemos ejemplificar con el resumen de algunos casos clínicos, ya
publicados en el texto citado.
En un extremo en donde las causas biológicas son importantes y las
vivenciales mínimas, podemos ubicar la historia de J. L. M.
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Como vemos, hay una base orgánica genética, pero no está claro por
qué la regresión se instala después de los tres años, tras este episodio
confusamente relatado por la madre. Por otro lado, el desencadena-
miento de un cuadro psicótico en un paciente autista no es extraño,
pero no podemos medir la importancia que tuvo para ello la mudanza
a otra ciudad.
Para ilustrar otro extremo de las posibilidades, en donde lo biológico
apenas se insinúa, y las circunstancias de vida sorr altamente tra:wnáticas,
podemos volver a resumir la historia-do L.G.
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ESTADO ACTUAL DE LA DETECqÓN PRECOZ DEL AUTISMO
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las zonas en las cuales no hay un hábito de la consulta peri(>dica en
salud de los niños, o en las cuales el pediatra está agobiado por la inten-
sidad de la demanda y carece de tiempo para una observación detenida
del lactante.
En otro cuadro vinculado, el síndrome de Asperger, donde la clínica es
más compleja y sutil, el diagnóstico es aún más tardío. En un trabajo del
Reino Unido, la edad media de sospecha familiar eran los 36 meses y la
del diagnóstico definido a los nueve años y medio.
El síndrome de Asperge~ es hoy objeto de debate en relación con su
ubicación nosográfica; para algunos autores es parte del Trastorno Autis-
ta, comprendiendo a los pacientes de mejor nivel intelectual y menores
dificultades de comunicación y socialización; para otros, si bien ubicado
dentro de los Trastornos del Desarrollo, se diferencia del autismo de alto
funcionamiento esencialmente por su deseo de integración, a pesar de la
dificultad para realizarla por su incomprensión de los mecanismos que
rigen el intercambio social; por último, otros profesionales, padres e
inclusive pacientes adultos, no lo consideran una enfermedad, sino una
modalidad de estar en el mundo, que debe ser respetada.
Roger y DiLalla (1990) resumen diversos trabajos publicados acerca
del momento de reconocimiento de los síntomas por parte de los padres:
sobre 1512 casos, el 38% fueron percibidos entre O y 11 meses, 41%
entre los 11 y 23 meses, 16% entre 23-35 meses y sólo un 5% recién entre
los 35 y 60 meses.
Debemos plantear como una duda si el tiempo distinto de reconoci-
miento del cuadro por parte de los padres se debe a distintas sensibilida-
des de ellos, o a las distintas formas de presentación del cuadro que
hemos descrito anteriormente.
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observación clínica para obtener un diagnóstico de cualquier patología;
por supuesto que esto es también válido para los trastornos del espectro
autístico, tanto para las etapas del comienzo del cuadro o, lamentable-
mente, cuando ya los síntomas se han instalado francamente.
La aseveración anterior no desestima que estas escalas o cuestionarios
puedan ser un elemento más de la detección temprana, siempre y cuan-
do estén en manos de profesionales expertos que las utilicen con criterios
clínicos y no dogmáticos, ya que el riesgo está tanto en omitir como en
sobrediagnosticar los cuadros del espectro autístico.
Los dos pilares de la detección precoz son el interrogatorio a los padres
y la observación clínica; a esta última presta gran ayuda la observación de
videos familiares.
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Obviamente, cuando más severo es el cuadro, especialmente si se
acompaña de retardo motor o intelectual, más precoz es la consulta, aun-
que no implique que el diagnóstico sea temprano, como ya hemos cita-
do con relación a las dificultades de reconocimiento del cuadro entre los
profesionales.
Hemos tomado, con algunas modificaciones, del trabajo "Diagnóstico
y la Detección Precoz de los Trastornos del Espectro Autístico" ,3 los
siguientes elementos que pueden aportar los padres y que son signos de
alerta para la sospecha.
En relq,ci6n
.,,_,-, con la conductf±_
Rabietas.
Hiperactivo, deambulador.
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Trastornos del sueño.
Quiere comer siempre lo mismo.
Camina en puntas de pie.
Se prende en movimientos pendulares o rotatorios y los realiza frecuen-
temente con los objetos a su alcance.
Tiene movimientos raros y repetitivos.
Alinea los objetos o los clasifica siempre de la misma forma.
Tiene adhesión excesiva a un objeto en especial.
Hipersensibilidad táctil o auditiva.
Utiliza formas primitivas de reconocimiento, olfatea, cln1pa.
Área de socialización
Prefiere jugar solo (aislamiento).
Indiferencia hacia otras personas.
Incomodidad al tomarlo en brazos.
Pasividad.
No se orienta al nombre.
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Comunicación
Ausencia de protodeclarativos.
Ausencia de protoimperativos.
No señala.
Lenguaje
Retraso en la aparición de las primeras vocalizaciones.
Aparente sordera.
El lugar de la clínica
r1 ◄a
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suele ser el motivo de consulta bordeando los dos años. A veces hay una
jergafasia con emisión de sonidos sin sentido.
La adhesión extrema a rutinas y la tendencia a la inmutabilidad no son
fáciles de detectar tempranamente, salvo por la monotonía que algunos
niños desarrollan en la aceptación de escasos alimentos selectivos. Tam-
bién es tardía, para ser un signo de valor para la de detección temprana,
la ausencia de juego simbólico, siendo éste rutinario, reiterativo y mera-
mente clasificatorio.
El trabajo citado de la Universidad Autónoma de Madrid sostiene la
imposibilidad de detectar el trastorno autista antes de los seis meses de
vida y enumera los siguientes síntomas como frecuentes en los niños afec-
tados a los 12 meses: ~
l 1so
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• Fallar al orientarse al ser nombrado.
• Señalar vagamente.
• Mirada alternante.
• Mostración de objetos.
• Orientarse al nombre.
• Observar objetos sostenidos por otros.
•Mirara la gente.
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OTROS CUADROS DEL ESPECTRO AUTiSTICO
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ción madre-hijo, que se podrían vincular también a situaciones de abuso
y/o abandono infantil,"/ lo que hemos denominado "posturas autistas".
Dado que las defi~iencias de la comunicación, tanto en la respuesta a la
recepción de los mensajes como en la demanda y expresión oral, son un
signo fündamental de los trastornos del espectro autista, las fallas especí-
ficas en la construcción del lenguaje constituyen uno de los diagnósticos
de dificil diferenciación; las confüsiones conducen tanto a adjudicar esta
patología a los TGD, cQmo pe.p.sar en TGD cuando en realidad la afec-
tación es sólo lingüística.
En los retardos simples del lenguaje, los aspectos comprensivos del
-
habla están indemnes, siendo sólo demoracto el comienzo de la expre-
sión, buscando el niño entonces modalidades·comunicativas alternativas.
En los trastornos específicos del lenguaje el cuadro es más comple-
jo, puede comprometerse tanto la comprensión como la expresión del
habla, adoptando el niño una jergafasia alternativa muy parecida a la de
algunos pacientes con TGD. El fracaso del intercambio oral puede com-
pensarse con lo gestual, aunque no es infrecuente que el niño tienda a
aislarse, especialmente del vínculó"con otros niños.
Por supuesto que los síntomas de aisla:míento son mucho menos
importantes que en el TGD, pero también ayudan a la confusión pro-
blemas de conducta con berrinches, cuando no logran comunicar ade-
cuadamente sus deseos.
Este extracto de un informe de jardín nos puede servir de ejemplo de
lo que describimos, se trata de un niño de tres años que diagnosticamos
finalmente como portador de un síndrome fonológico-sintáctico; la
maestra escribía:
"( ... ) Tiene dificultades de relaci6n con pares, prefiriendo el juego solita-
rio; su lenguaje no es claro, cuando sus compañeros no lo entienden pega
y se aleja sentándose mirando hacia una pared por un rato lar.go ... »
153 1
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Con respecto a las hipoacusias, y aclarando que un 20% de los njñps
autistas pueden tener un compromiso augitw6"ágreg;do, la falta de res-
puesta a los estímulos ambientales y los inconvenientes comunicativos
pueden confundir ambos cuadros, siendo la evaluación auditiva uno de
los primeros estudios a realizar en niños que presentan síntomas de
TGD.
En relación con los trastornos visuales, los niños ciegos desarrollan
una serie de estereotipias e invierten los pronombres por motivos que
ya hemos explicado en otro texto, 6 lo que tampoco descarta que un
paciente ciego pueda desarrollar _un cuadro autista agr~g~do, por lo
que es ·necesaria una observación cuidadosa para .dis.ce¡nir entre ambas
situaciones.
Los retardos mentales leves no presentan dificultades en el diagnpsti-
co diferencial con los TGD, salvo en lo tardío de la adquisición del len-
guaje y del juego simbólico; pero los retardos mentales graves presen-
tan características de desconexión, trastornos de conducta, falta de len-
guaje y juego elemental que hacen práctic3,ll1ente imposible la diferen-
ciación, a lo que se suma que es común que estos retardos severos. se
compliquen con cuadros autistas.
Los siguientes síntomas son comunes al trastorno autista y a los retra-
sos del desarrollo cognitivo (Seldas y col, 2008):
Retraso en la señalización con el dedo.
Ausencia de juego convencional con diversidad de objetos.
Ausencia de respuestas a claves informativas del contexto.
Retraso de vocalizaciones con consonantes.
Ausencia de posturas y movimientos de anticipación.
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/ CONCLUSIONES
l 1sa
J. Ta/lis I Detección temprana de trastornos... 1
transitorias emocionales que pueden presentar algunas similitudes sinto-
máticas, lo que conduce a diagnósticos y tratamientos erróneos.
Indudablemente, la conclusión fundamental es la necesidad de la difu-
sión, entre profesionales y padres, del desarrollo normal de los lactantes
y de los signos precoces de los cuadros del espectro autista.
J. Ta/lis I Detección temprana de trastornos... 1
ANEXO
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1Patologías actuales en la infancia
ASSQ (Autism Spectrum Screening QJ!,estionnaire for Asper,ger and
other High Functioning Autism Conditions) (Ehlers y col., 1998). Aun-
que no permite una diferenciación clara entre autismo de alto funciona-
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