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JO BEVERLEY

EL ÁNGEL DE
NAVIDAD
SERIE GRANUJAS VOLÚMEN 3

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ÍNDICE

Reseña bibliográfica ........................................................ 4


Capítulo 1 ......................................................................... 5
Capítulo 2 ........................................................................ 20
Capítulo 3 ........................................................................ 33
Capítulo 4 ........................................................................ 50
Capítulo 5 ....................................................................... 64
Capítulo 6 ....................................................................... 83
Capítulo 7 ....................................................................... 96
Capítulo 8 ...................................................................... 111
Capítulo 9 ..................................................................... 123
Capítulo 10 ................................................................... 137
Capítulo 11 ................................................................... 153
Capítulo 12 ................................................................... 168
Capítulo 13 ................................................................... 187
Capítulo 14 .................................................................... 201
Capítulo 15 ................................................................... 216
Capítulo 16 ................................................................... 230
Capítulo 17 ................................................................... 242
Capítulo 18 .................................................................. 256
Capítulo 19 .................................................................. 271
Capítulo 20 .................................................................. 282
Capítulo 21 .................................................................. 296

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Reseña bibliográfica
Jo Beverley

Jo Beverley nació, creció y se educó en Inglaterra. Tiene un


doctorado en Historia Inglesa. Actualmente vive junto a su
marido en British Columbia y reconoce que el hermoso
paisaje que la rodea y el agradable clima la desconcentran de
su trabajo. Escritora galardonada con cuatro premios RITA,
miembro del Romance Hall of Fame y enamorada del género
histórico, se la considera una de las mejores escritoras de la
Regencia.

El ángel de Navidad

Leander, lord Charrington, tiene un problema. Cuando llegó a ser un diplomático


encantador, todas las mujeres caían enamoradas de él. Sin embargo, él parece incapaz de
enamorarse de ellas. Por esposa, por lo tanto, quiere a una mujer con la que puede vivir
en términos honestos, y una viuda empobrecida parece ideal.
Judith Rossiter agradece al cielo por esta vía de escape del desastre. ¿Pero puede ella
mantener los términos de su acuerdo y no caer enamorada de su encantador marido?

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Capítulo 1

—Si simplemente dejasen de enamorarse de mí.


Leander Knollis, conde de Charrington, inclinó la cabeza contra el alto respaldo de su
silla y contempló con seriedad el sombrío techo. Era ya tarde, una noche de noviembre.
Sólo un chisporroteante fuego y un grupo de velas iluminaban la pequeña sala de
Hartwell, en la encantadora casita en Surrey del marqués de Arden.
A pesar del lúgubre tono de Leander, el susodicho marqués no pareció inclinado a
sentir simpatía por él. De hecho, Lucien de Vaux rompió a reír e incluso su esposa, Beth,
disimuló una sonrisa.
—¿Qué otra cosa puede esperar un atractivo héroe de guerra? —preguntó Lucien.
—Por Dios, hombre. Hay montones de héroes de guerra desde lo de Waterloo.
—He dicho atractivos héroes de guerra. Deja de sonreírles a las jóvenes debutantes de
Almack’s. Ya conoces el poder de tus sonrisas.
Leander le disparó una mirada cómicamente amarga.
—Las raciono, Luce. Pero difícilmente puedo ser galante con un ceño en la cara.
Los tres vestían cómodamente informales. Leander y Lucien se habían soltado las
corbatas y se habían abierto el cuello de la camisa. Beth llevaba puesto un holgado
vestido largo con un gran chal noruego sobre los hombros. Estaba sentada en un escabel
junto a la silla de su esposo, descansando satisfecha contra su rodilla, la mano de él una
cálida y familiar presencia contra su cuello.
—No lo sé —dijo ella pensativamente, estudiando a Leander con un destello en sus
ojos—. Hay algo totalmente irresistible en una alma torturada. Creo que nosotras, las
damas pensamos que somos las únicas capaces de proveer el consuelo necesario.
Ninguna mujer puede resistirse a un reto así.
—Yo no soy ningún reto —protestó Leander—. He sido un verdadero dechado de
virtudes estas últimas semanas. He bailado con la fea del baile, he sido educado con las
acompañantes, y no soy tan obvio en mi búsqueda de esposa.
—Entonces —dijo Lucien—, te sugiero que elijas una novia lo antes posible. Puedo
garantizarte el hecho de que el matrimonio hace la vida más cómoda de muchas
maneras. —Sus dedos dibujaron un secreto mensaje entre los rizos de la nuca de Beth, y
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ella alzó la vista hacia él con una sonrisa.


Aún eran unos recién casados, al menos en su opinión. La boda había tenido lugar en
junio, pero su matrimonio no había comenzado realmente hasta unas pocas semanas
después, y otros tantos eventos habían conspirado para hacerlos posponer su luna de
miel hasta septiembre.
Y ahora, después de tan sólo seis semanas de dichosa privacidad, había llegado a la
puerta un inesperado invitado.
Leander Knollis, conde de Charrington, recientemente miembro de los Guardias, tan
sólo había sido un nombre para Beth antes de aquella noche. No obstante, era miembro
de la Compañía de Granujas, así que no se había sorprendido cuando Lucien lo invitó
sin vacilar a su retiro rural.
La Compañía de los Granujas había sido formada en sus primeros días en Harrow
por el emprendedor Nicholas Delaney. Había reunido a doce chicos cuidadosamente
seleccionados, y los había convertido en una asociación protectora. Durante sus días de
universidad se habían defendido los unos a los otros contra las injusticias y los abusos.
Desde entonces habían sido principalmente un grupo social, reuniéndose cuando la
ocasión lo permitía, pero quedaba sobrentendido que la unión aún mantenía el mismo
fin. Cualquiera de ellos podría acudir en busca de ayuda a los otros en caso de
necesidad.
Beth conocía a siete de los Granujas, tres estaban muertos, asesinados en las guerras
contra Napoleón Bonaparte. Los restantes dos eran Simon St. Bride, que tenía un cargo
administrativo en Canadá, y Leander Knollis. Todo lo que sabía de este último era que
había abandonado una prometedora carrera como diplomático para unirse al ejército,
que había sobrevivido a Vittoria, Toulouse y Waterloo; y que al parecer ahora estaba en
busca de una novia y que se sentía reacio por el hecho de que todas las jóvenes caían
enamoradas a sus pies.
Habiendo huido de Londres y de la pequeña temporada, se había dirigido, como
cabía esperar, al granuja más cercano: Lucien.
—Estaría feliz de elegir una novia —dijo Leander algo brusco—. Creía que el mundo
estaba lleno de mujeres a las que sólo les interesaba el dinero y un título. Aquí estoy,
preparado para colocar ambos al pie de la dama adecuada sin reservas, si simplemente
no se enamorase de mí.
—¿Y todas lo hacen? —cuestionó Beth escéptica. En su opinión, Leander Knollis tenía
unos modales demasiado exagerados para ser tomado en serio.
Leander la miró.

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—Parecéis una mujer sensata. Vos no os habríais enamorado de mí, ¿no es cierto?
Beth lo miró, lo miró de verdad, por primera vez. Descubrió que no estaba segura de
su respuesta.
Ante su vacilación, Leander gimió y se puso en pie de un salto. Arrastró a Lucien
para que se pusiese de pie a su lado.
—¡Míranos! ¡No soy un hombre particularmente atractivo!
Beth los estudió. Apenas era una comparación justa, pues Lucien era ridículamente
bien parecido, y no era sólo su parcialidad como esposa. Incluso cuando lo había visto la
primera vez, cuando le temía y le odiaba, mentalmente lo había comparado con un dios
griego. Medía sobre los seis pies, con rasgos bien definidos, con rizos dorados, y
hermosos ojos y pestañas que Beth codiciaba para sus aún no concebidos hijos.
Lord Charrington era una cabeza más bajo. Aunque estaba bien formado y era
elegante, no había nada remarcable en él excepto un ligero aire extranjero. Lo que no era
sorprendente, pues había nacido y sido criado fuera del país. Beth no estaba segura de
qué era lo que creaba la impresión de ser europeo, pues sus ropas, su manera de hablar
y sus modales eran impecablemente ingleses. Quizás era el ocasional gesto elocuente, el
número de palabras que envolvía alrededor de una simple afirmación, o las inconstantes
expresiones que a menudo cruzaban sus enjutas facciones.
El típico caballero inglés era mucho menos expresivo.
Alejando a un lado aquellos gestos, era bastante normal. Su pelo era de un marrón
anodino como el de ella, aunque lo llevaba peinado de una forma ondulada y bastante
larga que resultaba atractiva en su misma falta de cuidado.
Pero allí estaban de nuevo los ojos.
Mientras que los ojos de Beth eran de un simple color azul, los de él eran de un pálido
y raro color, quizás de color avellana claro; era difícil de decir a la luz de las velas.
Ligeramente hundidos y con espesas pestañas, tenían una brillante intensidad que
captaban la atención y, seguramente, el corazón. Aunque brillaban, seguían conteniendo
sombras que sugerían dolores ocultos. Sin duda, era sólo debido al oscuro escenario
donde se encontraban, pero, junto con aquel aire europeo, formaban una intrigante
combinación.
Parecía diferente, y herido, y añadió para su sorpresa, peligroso.
No especialmente peligroso físicamente, como Lucien, pero formidable en sus
secretos y su voluntad.
Se deshizo de esos pensamientos, seguramente productos de la tardía hora y el

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oporto que había bebido.


—No, no sois especialmente guapo —dijo—, pero puedo entender por qué podría
perder el corazón una mujer...
—Es suficiente —la interrumpió Lucien—. ¿Voy a tener que echarlo?
Beth le sonrió.
—Estaba a punto de añadir... si su corazón está libre. —Se giró hacia el conde—.
Decidme, milord, ¿por qué os oponéis a que una mujer a la que cortejéis se enamore de
vos? Debería ser algo altamente deseable.
—Quizás, si ya me hubiese decidido por una.
—¿Sólo quizás?
Volvió a tomar asiento con un suspiro y ella creyó que no contestaría. Claramente lo
incomodaba hablar de sus sentimientos. Pero entonces dijo:
—Parece que no tengo la capacidad necesaria para el amor romántico. Nunca lo he
experimentado y por eso dudo que alguna vez lo haga. —Se encogió de hombros—. No
puedo imaginar nada peor que estar atado de por vida a una mujer que me adore,
cuando es probable que me preocupe menos por ella que por mi caballo favorito.
Había sido sorprendentemente franco y Beth se quedó en silencio. Instintivamente
buscó la mano de Lucien.
Fue Lucien el que dijo:
—No recuerdo que tengas reputación de ser célibe.
Leander alzó la vista con serenidad.
—¿Qué tiene que ver eso?
—¿Y todas esas mujeres se enamoraron de ti?
Leander fulminó a Beth con la mirada.
—Creo que sería mejor dejar esta conversación para más adelante.
Después de un silencioso momento, Lucien rió.
—¿Por miedo a ofender las delicadas orejas de mi dama? ¡Ella tiene tus mismos
cojones!
Leander pareció conmocionado.
—¡Lucien! —exclamó Beth—. Sólo porque sea seguidora de Mary Wollstonecraft no
significa que vaya a tolerar vulgaridades.

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Él se enfrentó a su mirada con una insinuación de desafío.


—Ya te lo dije: te trataré como a una igual, o como a una dama en su pedestal. Tú
eliges.
Beth dejó el tema. Aquellas difíciles cuestiones aún no estaban del todo resueltas
entre ellos, y quizás nunca lo estarían. Pero lo lograrían. Le sonrió al conde.
—De hecho, milord, me ofendería ser protegida, especialmente de asuntos tan
corrientes como las aventuras amorosas de un caballero.
Las cejas de él se alzaron, pero dijo:
—Os aseguro que no hay nada de corrientes en mis... No obstante, si os voy a dejar
entrar en los asuntos de mi dormitorio, insisto en que dejéis de ser tan formal. Mi
nombre, como ya sabéis, es Leander. Mis amigos me llaman Lee.
—Y el mío es Elizabeth. Mis amigos me llaman Beth. Así que, Lee, dinos por qué tus
antiguas amantes nunca se enamoraron de ti.
Él tomó un pensativo sorbo de su copa.
—Para ser sinceros, Beth, no estoy enteramente seguro del porqué, lo que me
inquieta. Un hombre soltero se lleva a mujeres casadas o prostitutas a su cama. No
espera que se enamoren. Sería algo singularmente raro.
—¿Entonces crees que el amor es algo que se puede controlar?
Él la miró a los ojos.
—Sí, eso creo, al menos en lo concerniente a evadir el estúpido amor. Sin embargo,
creo que no es posible obligarse a amar. Si lo fuese, estaría feliz de caer rendido a los
pies de Diana Rolleston-Stowe quién es educada, inteligente, rica y poseedora de treinta
mil libras.
—Y una de las mujeres que os adoran, según tengo entendido. Pero si es el amor se
puede contener tan fácilmente, ¿por qué está Diana enamorada de ti? Todo lo que ha
conseguido es alejarte.
Él captó la ironía subyacente de su comentario y le sonrió sin alegría.
—Oh, pero eso es culpa de nuestras modernas formas de romanticismo. Hace tiempo,
el matrimonio se podía arreglar sin prestar tanta atención a los sentimientos. De forma
muy civilizada. En estos tiempos de degeneración, las chicas creen que deben
enamorarse de sus esposos, así que tan pronto como un partido casadero les presta
particular atención a una, ella libera su corazón. Todavía no he encontrado la forma de
demostrar siquiera un comedido interés marital sin provocar dicha respuesta.

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Lucien se unió al debate.


—Deberías fingir que te casas por dinero.
—Lo intenté con la señorita Rolleston-Stowe. No funcionó en la más mínimo. Claro
que, ser el dueño de una enorme fortuna y de Temple Knollis apenas ayudó en mi
intento de hacerme pasar por un caza fortunas. —Sus rasgos expresaban burla hacia sí
mismo, enfatizada por sus manos extendidas—. Soy un conde rico, recientemente salido
de la guerras, y con sólo veinticinco años. ¿Quién creería que elegiría a una joven dama
por otras razones que no fuesen los impulsos del corazón?
Beth se sintió interesada al notar que lord Charrington se volvía más retórico a
medida que se acercaban al quid del asunto. Dejó la obvia pregunta a Lucien.
—¿Entonces por qué las estás eligiendo?
La expresión del conde se apagó y Beth supo que mentiría, o al menos que intentaría
evadir la pregunta.
—Soy hijo único. La guerra me ha demostrado que la vida es algo arriesgado. Creo
que debería casarme.
—Por otra parte —contestó Lucien aburridamente—, tienes, creo, una considerable
camada de primos.
Como si eso fuera posible, la expresión del conde se volvió incluso más vacía.
—Sí, mi tío tuvo once hijos, diez vivos, ocho de ellos chicos. El nombre y el título sin
duda corren poco peligro.
—Entonces, mi consejo es que dejes a un lado el asunto del matrimonio por un
tiempo. No sale nada bueno de apurar las cosas. Si te das tiempo, encontrarás a una
mujer que te provoque sentimientos más cálidos.
—Pero yo quiero casarme ya.
—¡Vaya, por amor de Dios!
Leander hizo gestos como pidiendo disculpas.
—Lo siento. Estoy siendo demasiado imparcial, ¿cierto? Os interrumpo aquí
buscando ayuda, pero luego no dejo de poner obstáculos. Tengo mis razones, Luce, pero
no influyen en el asunto. Es simplemente la necesidad de casarme y echar raíces. —Una
triste sonrisa iluminó su cara de manera extraordinaria. Incluso Beth, blindada por su
amor por Lucien, sintió que el corazón le daba un pequeño vuelco—. No debería
haberos molestador así sólo por un simple ataque de pánico. —Se puso de pie.
Lucien también se levantó.

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—No puedes ir a ningún sitio a estas horas de la noche.


—Por supuesto que puedo. Hay luna llena.
Lucien soltó su copa.
—Dejarás esta casa sobre mi cadáver.
Los ojos de Lucien se iluminaron.
—¿Quieres pelear?
Beth se puso en pie de un salto. Conocía a los Granujas.
—Empezad una pelea y los dos os veréis en la calle. Lee, son pasadas las diez. Sin
duda dormirás aquí. Mañana, si lo deseas, haremos que te acompañen a los establos.
Pero eres bienvenido a quedarte. De verdad.
Leander la estudió durante un momento, una dulzura en su expresión le robó un
diminuto trozo del corazón de Beth. Era juvenil y encantadora, pero tras ella estaban las
sombras, y aquel indicio de peligro. No le extrañaba que las jóvenes de Almack’s
cayeran sin fuerzas a sus pies. Él le cogió la mano con una clara elegancia extranjera y
presionó un cálido y suave beso en los nudillos.
—Eres una joya, Beth. ¿Por qué no puedo encontrar yo una mujer como tú?
—Lucien me encontró en una escuela, no en un salón de baile —apuntó ella con
severidad, intentando disipar el efecto que estaba teniendo sobre ella—. Quizás deberías
mirar ahí. Y no sobreestimes mi cordura, señor. Si me hubieses cortejado, sospecho que
hasta yo me habría derretido igual que el resto.
Lucien tiró de ella para apartarla del agarre del conde.
—He cambiado de idea, Lee. Puedes irte tan pronto como lo desees.

Más tarde, cuando su huésped estuvo instalado y ellos estaban en su propia


habitación, Lucien miró a Beth.
—¿Podrías haberte enamorado de él?
Beth ocultó una sonrisa. Aún se asombraba de lo celoso que podía llegar a ser cuando
era uno de los hombres más atractivos y deseados de Inglaterra, y ella era una mujer
común y corriente.
—Difícilmente estaba de humor para el amor en mis días como profesora, pero sí,
creo que podría.

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La miró ceñudo.
—¿Por qué? Eras malditamente reacia a enamorarte de mí, y no carezco del encanto
necesario.
Beth se quitó el chal de raso.
—Pero tú eras mi opresor. Es muy difícil amar a un conquistador, no importa lo
atractivo que sea. Empecé a enamorarme de ti cuando noté que también eras una
víctima.
La cogió por los hombros, con una mirada rabiosa.
—¿Estás diciendo que fue por pena?
Beth rió fuertemente.
—Lucien. Aún en tu momento más bajo difícilmente eras objeto de pena excepto por
el hecho de que estabas comprometido conmigo. —Le deslizó los brazos alrededor del
cuello—. Pero comencé a ver que me necesitabas. Es bueno ser necesitada.
La envolvió en un cálido abrazo.
—Entonces, ¿dónde está la magia de Lee? Ha sido siempre malditamente
independiente, no necesita nada ni a nadie, es como un gato. Un gato de buena raza,
zalamero, Persa. Y estos días tiene el mundo en sus manos.
Beth se recostó sobre el hombro de él.
—Eso parece, amor. Pero hay una gran necesidad en él. No sé qué es pero es como
una herida abierta. Creo que es por eso por lo que se derriten todas las mujeres en
Almack’s. Sólo quieren llenar ese vacío.
Lucien rió entre dientes.
—¿No crees que eso tiene que cambiar, cariño?
Beth se ruborizó, algo que la sorprendió después de meses de matrimonio.
—Eres un hombre malo. —Se escabulló de sus brazos y le regaló una sonrisa pícara.
Se quitó la camisola por los brazos de modo que esta cayó hasta la cintura—. ¿Estás
dispuesto a probar nuevamente que un hombre malvado es la única clase que cuenta?
La atrajo hacia sus brazos, doblándola hacia atrás para posar su boca en ella.
—Por siempre jamás. —Murmuró junto a su pecho.
—Amén. —Suspiró Beth
Nunca llegaron a la cama

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Cuando Beth convulsionaba con el cuerpo sudoroso y caliente, bajó la mirada hacia
los oscuros y saciados ojos de su marido. Habían rodado fuera de la alfombra encima
del piso de roble bajo la ventana. Él estaba debajo; ella, arriba.
Le quitó el pelo húmedo de la frente.
—Tendrás las marcas del suelo en la espalda.
—Simplemente probará que la cortesía no ha muerto. —Le puso los brazos detrás de
la cabeza y la besó con una gran minuciosidad—. ¿Cuándo fue la última vez que te dije
que te amo?
—Hace algunas horas.
—Soy un cerdo negligente. Quizás deberíamos ayudar al pobre viejo Lee. El
matrimonio es un invento maravilloso.
—¿Ayudarle a casarse sin amor? Eso no sería caritativo. —Beth recorrió los bellos
rasgos de Lucien—. ¿Cuándo fue la última vez que te dije que te amo?
—Hace algunas horas.
—Te amo
—Te amo
Se besaron. De alguna manera avanzaron hasta la cama. Hicieron el amor
nuevamente.
Medio despierta, Beth murmuró:
—La “viuda llorosa”.
—¿Qué?
Ella se movió lo suficiente para que la comprendiera.
—Si Lee realmente quiere un matrimonio sin amor debería casarse con la “viuda
llorosa”. Alguien que haya adorado a su primer marido tan devotamente como lo hizo
Judith Rossiter, será capaz de resistirse incluso a Leander Knollis.
—No seas ingenua —dijo Lucien, a punto de quedarse dormido—. Es sólo algo que le
ronda en la cabeza. Ya entrará en razón.

Pero el conde no pareció cambiar de opinión.


Después de mucha insistencia, estuvo de acuerdo en pasar con ellos algunos días y

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probó ser un huésped inobjetable. Fue cortés, encantador y considerado, y sabía cuando
desaparecer. Beth empezó a dudar de aquellas sombras que ella había sentido la
primera noche.
Y Lucien había estado en lo correcto acerca de su autosuficiencia. Ningún hombre es
una isla, dijo Donne, pero Leander Knollis estaba cerca. Se comportaba a lo largo de los
días como un hábil y carismático cortesano, con los más exquisitos modales, pero sin
freno.
No se sorprendió al enterarse que su primera carrera fue la de diplomático, siguiendo
los pasos de su padre. El último conde de Charrington había sido famoso por su
habilidad para navegar por aguas turbulentas, y tuvo una vida dedicada al trabajo.
Leander verdaderamente había heredado el don, y había sido entrenado para esa vida.
Había nacido en Estambul y creció en todos lados. No había visitado Inglaterra hasta
que tuvo ocho años.
Su próxima visita a Inglaterra después de esa ocasión fue cuando tuvo 12 años y
estaba destinado a Harrow.
—Y —confesó a Beth un día en el jardín de rosas—, no estoy seguro de haber
sobrevivido de no haber sido por Nicholas y los Granujas. No sé por qué me escogió,
pero le estaré eternamente agradecido. Sabía comportarme ante reyes y princesas de
todas las nacionalidades, pero no tenía idea de cómo tratar con otros chicos, y estaba
deplorablemente poco familiarizado con todas las clases de costumbres inglesas.
Era un hermoso día de noviembre, y Beth estaba andando por los dominios del
jardinero cortando las hojas muertas de las rosas.
—Parece una pequeña desconsideración por parte de tus padres haberte enviado a
Harrow tan poco preparado.
—Oh, tuve los mejores tutores. Hablo ocho idiomas.
Ella levantó la vista bruscamente. Esa no era una respuesta a su implícita pregunta.
Le pareció a Beth que siempre que los padres de Leander entraban a formar parte de
una conversación, esta conversación tomaba un hábil giro. Era bueno en esto, muy pero
que muy bueno, pero ella se dio cuenta. Decidió comprobarlo.
—¿Cuándo murió tu padre? —preguntó ella.
—Hace un año en Suecia
—¿Y tu madre?
—Tres años antes en San Petersburgo.
No estaba evadiendo sus preguntas, pero había un destacado comedimiento en su

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actitud. ¿Pensaría en su vida sólo en términos geográficos? Quizás carecía de algún otro
apoyo.
Beth dejó la canasta de hojas secas para que el jardinero acabara con ellas y tomó el
camino de vuelta a casa, quitándose los guantes.
—Supongo que no los viste mucho durante tus años de colegio. ¿Dónde pasaste las
vacaciones? ¿En Temple Knollis?
Mantuvo abiertas las puertas francesas para ella
—No, mi abuelo materno tenía una casa en Londres, y una hacienda en Sussex.
También pasé algún tiempo con unos u otros de los Granujas. Nunca había problema.
Siempre fui bien recibido.
Un huésped profesional, de hecho. Pero, pensó Beth, ¿dónde estaba su hogar? Ella
había crecido un poco como una huérfana en la escuela de señoritas de Miss Malory en
Cheltenham, pero esta se había convertido en su casa porque era permanente debido al
genuino afecto entre miss Malory y ella. ¿Habría disfrutado alguna vez Leander Knollis
el calor de un verdadero hogar?
Sospechando que sería sabio hablar del tiempo, dijo:
—Supongo que habrá sido un largo viaje por la parte occidental del país, pero debes
de haber estado triste por no haber sido capaz de pasar tiempo en Temple Knollis, se
dice que es una de las más hermosas edificaciones de Inglaterra.
Se detuvo y ella vio que sus ojos tenían una expresión vacía. El silencio se hizo
demasiado largo y casi se volvió incómodo antes de que dijera:
—Mi padre odiaba Temple y me crió para sentir lo mismo, aquello era una tontería,
una falta de sensatez, y peligroso. Nunca lo visité hasta principios de este año, cuando
regresé a Inglaterra. —Elevó ligeramente su barbilla y ella sospechó que por primera vez
había dicho más de lo que pretendía.
Había algo aquí y necesitaba ser expuesto.
—¿Y tú crees que es bello? —preguntó ella, sencillamente buscando una reacción.
La mirada de él se cruzó con la de ella pero todas las barreras estaban bien situadas.
—Oh sí —dijo—, es indudablemente muy hermoso. Perdóname.
Sin más explicaciones se marchó.
Beth pensativamente fue en busca de Lucien y lo encontró en los establos.
—¿Qué sabes tú de Temple Knollis? —le preguntó.

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Él no levantó la mirada de su inspección del casco de un rucio. Llevaba una camisa de


mangas cortas y estaba sucio. Beth aún encontraba extraordinario como a los caballeros
les encantaba jugar a ser mozos de cuadra.
—¿Temple? Así es como Lee siempre se refería a él. Deduje que a su padre no le
gustaba el lugar por eso nunca fueron allí. De cualquier manera rara vez estaban en
Inglaterra y el primer conde, el abuelo de Lee, no murió hasta 1810 más o menos, así que
no era aún la casa de ellos.
—Pero obviamente algún día Lee la heredaría. Se podría pensar que todo el mundo
querría que se enterara de la existencia del lugar.
—Deduje que su abuelo trató de tenerlo ahí. —Lucien terminó su tarea y se
enderezó—. ¿Por qué el interés?
—Me acaba de decir que fue criado para odiarlo.
Lucien asintió.
—Podría ser. Siempre ha sido muy poco locuaz sobre su familia, y yo no era quién
para presionarlo. Mi relación con mi padre no era notable por su cordialidad. —La miró
con curiosidad—. ¿Sabes qué? Creo que te estás volviendo entrometida. Seguramente
requieras algunas lecciones de griego para expandir tu mente a planos más elevados.
Pensaba que Beth era muy competente en latín aunque nunca había aprendido
griego, así que Lucien era muy disciplinado enseñándole. Por el momento, de cualquier
modo, no tenía intereses académicos
—Espero que mi mente nunca esté por encima del bienestar de mi prójimo. Tu amigo
está preocupado.
Lucien agregó conforme.
—Eso parece. Pero dudo que podamos hacer otra cosa que estar aquí por si nos
necesita.
—¿Por qué es esa la actitud que toman todos los hombres? Hay gran número de cosas
que podemos hacer. Por ejemplo, podemos hablarle acerca de la “viuda llorosa”.
Lucien se acercó a un cubo para lavarse las manos.
—No de nuevo. No ha mencionado el matrimonio desde aquella primera noche, y si
todavía insistiera en ello, la señora Rossiter difícilmente sería una candidata. Tiene dos
niños, aún viste de negro mucho tiempo después de la muerte de su marido, y debe ser
mayor que él.
—Seguro que no.

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Lucien se giró, limpiándose las manos en un paño.


—¿Entonces qué edad crees que tiene?
Beth pensó.
—Parece más joven que yo...
—Esto es porque tiene esos grandes ojos, pero piensa. Su hijo está llegando a los once.
—Cielos. Así que debe estar cerca de los treinta —suspiró Beth—. Y yo estaba
completamente segura de que sería la respuesta a nuestras plegarias. Aunque sea
demasiado orgullosa para admitirlo, debe andar terriblemente escasa de dinero. Si su
poeta soñador le dejó una guinea estaría completamente asombrada. Aunque sea muy
reservada, pienso que podríamos congeniar si dejara de verme como la Gran Dama
local. Y si realmente Lee quiere un matrimonio sin amor ella sería ideal.
—¿Quién lo sería?
Beth se giró con aires de culpabilidad, para ver a su huésped en la puerta del establo.
—Siento si escuché a hurtadillas —dijo—, pero nadie puede resistirse al sonido de su
propio nombre. ¿Debo deducir que tenéis una candidata para mí?
Todo era muy trivial, pero Beth intuía un serio interés. Lo que estuviese motivando a
Leander Knollis no era un capricho que pudiera olvidarse pronto. Intencionadamente no
miró a Lucien.
—Eso creía, pero Lucien ha indicado que ella es inelegible en todos los aspectos.
Leander cogió una pajita del fardo y la hizo girar.
—No en todos, seguramente. Tú eres muy lista como para haberte apuntado un
duque, Beth. ¿Qué la hace elegible?
Beth se encogió de hombros.
—Difícilmente se enamoraría de ti. Es la tragedia local. Estuvo casada con Sebastian
Rossiter, un poeta que rentaba Mayfield House en el pueblo. Murió antes de que me
casara con Lucien, así que nunca lo conocí, pero inmediatamente uno de los lugareños te
contará la penosa historia.
—Esto te provocará nauseas —intercaló Lucien, encogiéndose de hombros en su
chaqueta—. Sebastian Rossiter era una ráfaga de viento de ensueño con largos
tirabuzones rubios, juraría que se lo rizaba con papel, largas y débiles blancas manos.
Me sorprendió que pudiera engendrar dos niños.
—Era muy hermoso —rebatió firmemente Beth—, o eso es lo que dicen las damas
locales. También era gentil, amable, generoso, y completamente dedicado a su mujer.

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Estaban locamente enamorados, nunca se separaban. Escribió casi todos sus poemas
sobre ella, o para ella. Yo creo que uno tuvo un poco de éxito: “Mi novia ángel”
Lucien citó emotivamente:
—“Aunque muchos ángeles colman el alto cielo, /y arrodillado para apaciguar cada suspiro
humano. /Justamente el hombre sea privado en esta tierra inhóspita, /careciendo de un ángel en
su hogar”. —Aunque lo declamó sarcásticamente aun así no pudo arruinar
completamente la belleza del sentimiento—. Hay más, Veamos: “Mi Judith se coloca en la
pureza de la luz de Dios / Y sosteniendo a nuestro hijo en sus blancos pechos / Y el rocío que perla
la brillante hierba / enseña la envidia de los ángeles que pasan”.
—Ciertamente no puedo competir con eso en el cortejo.
Lucien movió su cabeza.
—Te desconocería si lo intentaras.
—Entonces —dijo Leander—. ¿Cuáles son los impedimentos para encajar?
—Dos niños —dijo Beth
—¿De qué edad?
—Un niño de once años y una niña de seis.
Lee lo consideró y dijo:
—No veo ningún problema. El niño tiene la suficiente edad para no confundirse
acerca de nuestros propios hijos y la herencia. De hecho —dijo con un repentino e
inexplicable brillo en sus ojos—, casi empieza a gustarme tener una familia hecha.
Beth se miró con Lucien.
—Lee —dijo Lucien—. piensa lo mayor que eso la hace.
Lee reflexionó.
—¿Más de treinta?
—No exactamente, supongo, pero tú solo tienes veinticinco.
—¿Por qué acalorarse por eso? Casi todas mis amantes han sido mayores que yo. De
hecho, el consejo firme de mi padre era no tener nada que ver con una mujer más joven
hasta que tuviera al menos treinta. Debería haberlo escuchado. Si hubiera ido a la caza
de una novia entre las mayores desde el principio, hubiera sido más probable encontrar
una mujer con sentido, una tan sabia que no se pusiese en ridículo por mí.
Él asintió con satisfacción.
—Los matrimonios prácticos siguen siendo comunes en el continente, lo sabéis. No
18
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

estoy preocupado por eso. Mientras esta viuda siga queriendo dar a luz unos hijos míos,
no me importa su edad. Sin embargo; no veo ninguna razón de porqué la dama me
tendría en consideración, si sigue tan afligida como decís.
Beth fue concisa.
—Dinero.
—¿La poesía no es lucrativa?
—Tengo entendido que no, aunque “Mi novia ángel” estuviera en labios de cada
colegiala hace algunos años. No cualquiera puede ser un Byron, supongo. Cuando el
señor Rossiter murió, la viuda tuvo que dejar Mayfield House e irse a una pequeña casa
de campo en el pueblo. Supongo que proviene de una gran familia de párrocos y puede
esperar una pequeña ayuda por ese lado. Su hijo está llegando a la edad en que
necesitará de educación y empezar en la vida. Es posible que haya guardado algo de
dinero para el futuro de sus hijos, pero lo dudo.
Lee se apoyó en el borde del establo y acarició la nariz de un caballo.
—Tengo que confesar, que esto parece una situación acorde con mis requerimientos.
—Miró a Lucien—. ¿Qué es lo que te preocupa?
—Vete al infierno en carretilla si es lo que quieres —dijo Lucien bruscamente—. Pero
—añadió, poniendo una mano sobre el hombro de Beth—, el amor en el matrimonio no
es una cosa que pueda tomarse a la ligera.

19
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Capítulo 2

Con un siseo Judith Rossiter se enderezó desde la tina donde lavaba, cuando su
espalda protestó. Odiaba el día de lavado. Tenía las sábanas y la ropa interior hirviendo
en una esquina de la pequeña cocina y estaba escurriendo las prendas de color. Sus
manos estaban rojas y el ambiente en el cuarto era pesado a causa del vapor avinagrado.
Casi había terminado con esta tarea pero parecía que su trabajo nunca, nunca
terminaba. Ahora que había hecho malabares con el dinero para poder comprar más
fruta seca, tenía que cortarla para la carne molida de Navidad. Eso significaba que había
pasas por deshuesar, otro trabajo que le disgustaba.
Tal vez debía mirar el lado positivo, la pobreza había reducido el número de pasas
por deshuesar.
Suspiró. Si ponía muchas manzanas tal vez nadie se daría cuenta de la falta de frutas
secas importadas. Estaba decidida, de una u otra manera a darles a sus hijos una
Navidad adecuada.
Arrojó la última prenda a la tina y llamó a Rosie para que le ayudara a tender la ropa.
Acarreó la tina apoyada en la cadera y salió al jardín.
La invadió un delicioso, fresco y frío aire, y robó un momento para disfrutarlo.
Era un hermoso día de finales de otoño. El aire estaba fresco, el cielo de un azul claro,
y las hojas de los árboles eran rojizas y doradas. Observó a algunas volando alegremente
hasta formar una dorada alfombra sobre la tierra.
Cuando Sebastian estaba vivo caminaban en días como esos, a través de los campos y
los bosques. Los niños hubieran corrido y explorado mientras Sebastian pensaba en
frases elegantes y las apuntaba en su cuaderno. Judith sólo disfrutaría de las vistas, los
sonidos y los aromas, y sería feliz.
Tenían dinero entonces. No mucho, pero lo suficiente, si lo manejaban con cuidado,
para pagar un cocinero, dos sirvientes, un jardinero, y tener una vida de ocio. Tiempo y
seguridad, las dos cosas que más echaba de menos.
Rosie, de seis años, una preciosa niña con el mismo cabello rubio pálido que su padre
y los grandes ojos azules de su madre, vino corriendo a ayudar. Pasó las pinzas y
sostuvo el borde mientras Judith colgaba la ropa lavada.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Para cuando alcanzaron el fondo de la tina, Bastian, como siempre llamaban a su


segundo Sebastian, llegó.
—¿Puedo ayudarte a sujetarlo, mamá?
Judith sonrió.
—Gracias, querido. Sería maravilloso.
Los dos niños fijaron la horquilla al final del largo palo debajo de la línea por donde
lo alzaban, dejando la otra punta segura en tierra. Revisaron que estuviera fuera del
alcance del suelo y de los arbustos y que el apoyo fuera seguro, luego se giraron,
sintiéndose satisfechos consigo mismos.
Judith les dio a ambos un abrazo. Había sido bendecida con esos niños maravillosos.
No se quejaban de su vida tan sencilla, y hacían lo necesario para ayudarla con el
trabajo. Eran su mayor alegría, pero también su mayor preocupación. Notaba que la
cabeza de Bastian ya casi le llegaba al hombro. Su primer bebé estaba creciendo rápido,
muy rápido. Conseguirle ropa nueva era una carga para su monedero, y ella no tenía
idea de cómo iba a arreglárselas en el futuro.
Sabía que su propia familia siempre les daría a ella y a sus hijos un techo, pero algo
más que eso era imposible. La familia de Sebastian tampoco era particularmente rica
pero habían seguido proporcionándole una adecuada anualidad para él cuando decidió
establecerse como poeta. Había continuado, incluso después de la muerte de sus padres
y había sido suficiente. Judith no sabía que la asignación se acabaría con la muerte de
Sebastian.
Aquél golpe, su repentina muerte, casi la había deshecho. Había escrito a su hermano
y recibió ayuda. Gracias al cielo por Timothy Rossiter. Si no hubiera sido por esa
pequeña pensión trimestral, no hubiera sabido qué hacer. Por sus cartas, temía que
Timothy no pudiera seguir haciéndose cargo, pero no podía rechazarla.
Si tan sólo los poemas de Sebastian hubieran dado dinero, aunque fuera un poco,
pero en vez de eso había pagado para tenerlos impresos, en pergamino, encuadernados
en cordobán1, y luego había regalado las hermosas copias. Parecía una satisfacción
inofensiva cuando había dinero disponible, pero ahora envidiaba cada volumen de
brillante piel.
Él se había quedado con una copia de cada trabajo. Estaban en una estantería del
cuarto de enfrente de la pequeña cabaña, ocho volúmenes delgados llenos de poesía
sobre ella. Su única herencia.

1Cordobán: Piel curtida de macho cabrío o de cabra. El nombre proviene de Córdoba, ciudad famosa en la
preparación de estas pieles. (N. de la T.)

21
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Ocasionalmente la asaltaban traidores pensamientos de que una devoción más


realista habría sido más prudente.
Tenía el dinero suficiente para esta austera vida, pero no sobraba nada. Incluso los
honorarios para el aprendizaje en alguna destreza hubiera sido un gasto imprudente y
Bastian tenía derecho a más que eso.
—Mamá. —La voz de Bastian fue una bienvenida interrupción para sus depresivos
pensamientos—. ¿Conoces a la rata de Georgie?
Judith se estremeció. Conocía a Wellington demasiado bien. Georgie era el mejor
amigo de Bastian y Wellington era el compañero inseparable de Georgie. La criatura era
educada e incluso parecía limpia, pero todavía sentía el impulso de golpearla con una
escoba.
Bastian tomó su estremecimiento como respuesta. Suspiró.
—Supongo que no me dejarás tener una...
—¡No!
—Pero no comería mucho y Georgie encontró otro nido de crías. Adoptó una para él
porque Wellington se está haciendo mayor.
—No, Bastian, lo siento, pero no puedo tolerar ratas en casa. Ahora los dos vais a
terminar vuestra tarea. —Impulsivamente decidió que las pasas podían esperar—.
Cuando termine con la ropa blanca —prometió—, caminaremos río abajo.
Los niños se apresuraron a entrar en la casa y Judith suspiró. Realmente, pedían tan
poco y obtenían aún menos... ¡Pero una rata! La gata de Hubbles acabada de tener
gatitos. Tal vez le pediría uno, y lo haría tan pronto como...
Judith regresó a la lavandería que se encontraba en el cuarto de enfrente de la
pequeña casa para supervisar que los niños hicieran su tarea correctamente y los elogió.
Eran tan inteligentes y buenos. Merecían una oportunidad en la vida. ¿Los vería
terminar como sirvientes?
Tan pronto como comenzó a humear la caldera y empezó a enjuagar en el agua,
pensó amargamente que una mujer más útil sería capaz de ganar algo de dinero,
escribiría novelas, o pintaría cuadros. Algo con valor comercial. Lo único excelente que
podía realizar era el vino de baya. Miró hacia las filas de vino embotellado, su esperanza
para incrementar un poco los ingresos, y suspiró.
No tendrían el menor efecto en su desesperada situación.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Leander observaba la cabaña de Judith Rossiter montado en su caballo gris,


Nubarrón2. Formaba parte de una hilera de cabañas que se alineaban en una
serpenteante avenida apartada de la calle principal de Mayfield. Era, como todas las
demás, pequeña y con el tejado de paja, posiblemente reformado, pero se distinguía por
una parra que ascendía alrededor de la puerta. Todavía no había florecido, pero se
suponía que el lugar sería bonito a su tiempo.
También supuso que la cabaña era húmeda y pequeña. Conocía este tipo de casas, y
raras veces eran agradables para vivir. Había contemplado por fuera Mayfield House en
su camino hacia aquí. Era absolutamente una gran degradación de nivel para la "viuda
llorosa".
En verdad, esa descripción lo había desanimado, ya que aunque no deseaba una
esposa amorosa, una triste era poco mejor. Una criatura pálida en lloroso luto podía
llegar a ser muy molesta rápidamente. De hecho, decidió que si le ofrecía matrimonio a
esa mujer, insistiría en que dejara el luto totalmente. No se podía considerar una
petición irrazonable.
Creyó oír voces en la parte posterior de la cabaña y buscó una vía de escape por los
alrededores. Había un camino al final de la fila y corrió siguiéndolo hacia abajo. Como
esperaba, lo condujo a un lugar desde el que se veían los estrechos jardines traseros. El
jardín de la viuda estaba claramente dedicado al cultivo de vegetales y en su mayor
parte estaba desnudo, aunque subsistían algunas plantas. No tenía idea de lo que se
estaba cultivando; esas cuestiones no habían formado parte de su educación.
Tres personas estaban charlando en el camino. Acababan de tender la ropa; tres
vestidos pequeños y uno más grande negro ondeaban con el viento. Las figuras eran
una niña rubia vestida de muselina clara y un chal, un muchacho de cabello oscuro,
vestido con pantalones de algodón y chaqueta, y la viuda de negro.
Su pelo era tan oscuro como su vestido. Lo llevaba recogido en un moño en lo alto de
la cabeza, pero unos mechones se le habían soltado y volaban sobre su cara en rizados
bucles. De vez en cuando se los echaba hacia atrás. Ella estaba lejos y vuelta hacia el otro
lado, por lo que no podía ver sus rasgos, pero tenía buena figura y daba la impresión de
energía y flexible fortaleza. No la encontró poco atractiva. Ciertamente no era del tipo
que se desplomaba de cansancio.
Repentinamente tomó conciencia de que estaba evaluando el cuerpo de la señora
como si fuese una yegua que se hubiese propuesto comprar. Tiró de la cabeza de su

2 En español en el original. (N. de la T.)

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

caballo y regresó a la parte delantera de la hilera de casas. Sabía, sin embargo, que
estaba definitivamente interesado en seguir con el asunto del matrimonio con la viuda
llorosa. Consideró detenidamente cómo llevarlo a cabo.
Podría simplemente acercarse cabalgando y plantear el asunto francamente. Había
varias cuestiones contra esto. En primer lugar, sin el más breve encuentro, no podía
estar seguro de la opinión de ella. Aunque sus requisitos para una novia eran mínimos,
no creía ser capaz de aguantar un parloteo necio, o una voz particularmente estridente.
Había sin duda algunas otras características que harían imposible la vida en su
compañía.
En segundo lugar, no importaba con cuanta eficiencia se llevase todo el asunto, la
experiencia le había demostrado que las personas, y en especial las mujeres preferían
este tipo de asuntos envueltos en lentejuelas y lazos. Si era demasiado franco podía ser
rechazado por una cuestión de principios. Por otra parte, llevaba en la sangre una
diplomática lengua de oro, o eso le habían dicho, y debería ser capaz de pasar sin
esfuerzo por aquel asunto.
Entonces, ¿cómo conocer a la “viuda llorosa”?
Cabalgó lentamente de vuelta a la calle principal del pueblo consciente de las curiosas
miradas de la gente de Mayfield. Lo mirarían más aún si pudiera leer sus pensamientos.
Él mismo, de vez en cuando, se preguntaba si estaba loco, pero sin gran preocupación.
Algunas de las personas más interesantes que había conocido no habían sido como el
resto.
Deseaba establecerse en Inglaterra y echar raíces, e iría a por ello de la manera más
directa y rápida posible.
Aún así, a veces se preguntaba si debería haber aceptado el puesto en Viena ofrecido
por lord Castlereagh. El hombre poco menos que le había dicho que era su deber poner
sus habilidades a disposición de su país, pero Leander ya había tenido suficiente de una
vida bastante errante.
Detuvo a Nubarrón delante de “El Perro y la Perdiz” bajo la fija e interesada mirada
de un par de ancianos que estaban disfrutando del sol de la tarde. Dejó su caballo al
cuidado de un mozo de establo, y entró a por una jarra de cerveza negra.
Le dijo al tabernero que era huésped del marqués de Arden y pronto tuvo al fornido
hombre charlando. Era una habilidad natural que tenía hacer que la gente se sintiese
cómoda con él.
—¿Y oí que tenían a un poeta famoso por aquí? —preguntó de repente.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Aye, sir. El señor Rossiter. Podía tejer versos amorosos, si que podía. Los imprimió
en Lunnon.
—Oí que murió.
—Falleció hace casi un año. —El hombre sacudió la cabeza—. Cogió un resfriado que
le postró. Nunca tuvo la apariencia de un hombre saludable, usted sabe lo que quiero
decir. Una o dos veces le dije: “Debería tomar una bebida fuerte, señor Rossiter”. Pero
sólo bebía té y agua y nunca una infusión de cebada. Y mire lo que le pasó.
Leander tomó un largo trago de su bebida para demostrar que no era tan tonto.
—Efectivamente, pero tal vez, era el temperamento poético. Algunos de ellos parecen
morir muy jóvenes. ¿Tenía familia por aquí?
—Vino de Lunnon, oí decir, señor. Pero se casó con una muchacha de Hunstead. Su
esposa y niños siguen viviendo en el pueblo. Si sabe de él, sabrá de ella. Él escribió casi
todos sus poemas a su Judith.
—Ah, sí. —Leander puso una expresión sentimental—. “Mi novia ángel”.
—Es cierto, señor —declaró el hombre con una sonrisa de placer—. No podría decir
que me guste ese tipo de rima, pero las mujeres del pueblo la adoran.
—Es una pieza muy especial. ¿La dama vive cerca? Me gustaría verla.
El posadero le miró con los ojos entrecerrados y luego se encogió de hombros.
—Parece ser bastante famosa. Me han preguntado antes por ella. —Le dio la dirección
de la cabaña—. Tal vez le gustaría visitar la tumba del señor Rossiter. Un monumento
muy conmovedor que su viuda le erigió, debo decir. —Se inclinó hacia delante de
manera confidencial—. Por aquí se le llama la “viuda llorosa”, fue difícil para ella.
Bueno, ¿por qué no? Leander pagó la bebida, revisó su caballo y se dirigió hacia la
iglesia del pueblo y su cementerio.
La iglesia era vieja, pensó que podía ser un trabajo Sajón, y el cementerio estaba
dotado de una impresionante extensión de árboles y viejas piedras inclinadas cubiertas
de musgo. Más allá de las filas de piedras, la tierra se inclinaba hacia el mismo río que
serpenteaba a lo largo de la orilla de los jardines en Hartwell.
Vagó a través del cementerio buscando la tumba del poeta. Fue fácil encontrarla
porque parecía la más reciente y grandiosa. De hecho, parecía fuera de lugar. Un ángel
inclinándose sobre un pedestal, llorando, dos querubines, sobre las rodillas… ¿de ella?
Leyó la inscripción.
En memoria de Sebastian Arthur Rossiter, Poeta.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Nacido el 12 de Mayo de 1770. Muerto el 3 de Octubre de 1814.


Tristemente llorado por su esposa Judith
y sus dos hijos, Bastian y Rosie.

Había sido mucho más viejo que su esposa. Leander tenía la impresión de que era un
hombre joven. Había un verso grabado debajo.
“Cuando me haya ido ten por seguro, mi amor,
que cuidaré y atesoraré cada lágrima.
En las alturas, siempre fiel, esperaré
anhelando recibir a mi ángel en la puerta.”
Probablemente el poeta había compuesto su propio epitafio. Leander opinó que era
desagradablemente morboso y posesivo, pero notó que había flores frescas en la tumba.
Se cuestionó su plan. ¿Habría un fantasma en el lecho nupcial?
Considerando esto, continuó a través de las tumbas y bajó por la cuesta hacia la orilla
del río para tirar piedras ociosamente al agua poco profunda.
Se preguntaba si Judith Rossiter realmente anhelaba reunirse con su difunto marido;
se imaginaba que debía quererlo mucho para sentir tal pena. Él no había guardado luto
por su familia, su padre había estado tan absorto por su trabajo que no tuvo tiempo de
ganarse su aprecio, y su madre se consagró totalmente a su padre. Sentía pena por la
muerte de varios de sus compañeros de armas, pero maldita sea si deseaba compartir su
destino.
Si ese miserable apego era la consecuencia del amor era mucho mejor estar sin él.
Pero de pronto se encontró pensando en Lucien y Beth. Ellos le hacían sentirse
bienvenido y para nada incómodo, con todo, era evidente el vínculo poderoso entre
ellos. Podían discutir, lo cual no le sorprendía debido a las arrogantes maneras
aristocráticas de Lucien y de los principios igualitarios de Beth, pero existía tal unión
entre ellos que no había forma de que alguna desavenencia pudiera separarlos.
Eso, suponía, era amor. Pero no podía imaginar, si Beth o Lucien muriera, queriendo
que el sobreviviente se apresurase a alcanzarlo.
Sería un infierno el casarse con una mujer que solamente deseara reunirse en el
sepulcro con su primer compañero. Se rió de su situación. Parecía que su opción era
elegir entre una esposa que le mostraba excesiva devoción, o una que sentía igualmente
una excesiva pena.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Realmente, Viena sería de lejos la opción más sensata...


Escuchó la risa de unos niños y giró hacia estas justo para verlos correr entre las
lápidas sepulcrales, así que bajó la colina hacia ellos. Sospechaba que eran los niños
Rossiter. Ellos se detuvieron por un momento y luego prosiguieron, quizás
sorprendidos al ver a un extraño pero sin signos de temor.
Se veían dubitativos, como si estuvieran decidiendo si hablar o no, así que él tomó la
iniciativa.
—Buenos días. ¿Vivís por las cercanías?
El muchacho realizó una pequeña reverencia con la cabeza.
—Sí, sir. En la aldea. —Era muy guapo, con oscuros rizos y en su opinión, una
atractiva confianza.
—Me estoy alojando con el marqués de Arden. —Le ofreció Leander como
credencial—. Él posee una casa más allá de la rivera del río, como sin duda debes saber.
Me llamo Charrington. Lord Charrington.
El muchacho hizo otra reverencia.
—Un placer conocerlo, milord. Soy Bastian Rossiter, y ésta es mi hermana, Rosie.
Así que eran ellos. ¿Era esto un augurio de los dioses?
La niña, la cual tenía unos hechiceros ojos azul profundo y un cabello rubio que le
caía como seda sobre sus hombros, se puso recta.
—Rosetta —dijo firmemente.
Su hermano gimió, pero Leander le otorgó una apropiada reverencia.
—Encantado de conocerla, señorita Rosetta Rossiter.
Con una amplia sonrisa que dejó ver dos encantadores hoyuelos ella le devolvió el
honor con una reverencia en toda regla.
Leander alzó la mirada para encontrar que la madre los seguía de cerca, con una
expresión neutral en su rostro, pero su mirada indicaba cautela en los grandes ojos
azules, tan parecidos a los de su hija, pero que eran aun más delicados por las copiosas y
oscuras pestañas. No se veía deprimida, gracias a Dios. De hecho tenía la apariencia de
un melocotón maduro. Le dirigió una mirada intencionada a Bastian, el muchacho
entendió la indirecta.
—¿Mamá, puedo presentarte a lord Charrington? Se está alojando en Hartwell. Sir,
ésta es mi madre, la señora Rossiter. —Luego, ansiosamente los miró a ambos—. ¿Lo
hice bien?

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Perfectamente —dijo Leander, y fue recompensado por un gesto de calidez en la


expresión de la viuda.
Ella extendió una mano enguantada de negro.
—Milord.
Él la tomó, realizando una rápida inspección. Ella media más que la media, de
manera que sus encantadores ojos casi estaban al mismo nivel que los suyos. Su oscuro
cabello ahora estaba firmemente doblegado bajo una sencilla cofia negra. A excepción de
esos ojos, su rostro era poco llamativo sin contar la redondez de las mejillas. Sospechaba
que le aparecían hoyuelos cada vez que sonreía. La redondez y sus ojos le daban una
impresión de juventud que la mayoría de las mujeres envidiarían.
Quizás esa ilusión de juventud era lo que repentinamente le hizo sentirse protector, o
como un caballero andante dirigiéndose al rescate de la dama prisionera en la torre. Se
sintió atraíado por ella. No le importaría en absoluto tomarla como esposa. ¿Debía
aprovechar el momento?
Para conseguir algún resultado, necesitaba mantener la conversación. La salida más
fácil probablemente sería hablar de la muerte de su ser querido.
—Si me permite el atrevimiento —dijo—, asumo que está relacionada con el señor
Rossiter, el poeta.
—Sí es así —dijo ella sin especial entusiasmo, centrando toda su atención en sus
niños, quienes caminaban delante de ellos—. Soy su viuda.
—Una lamentable pérdida. Acepte, por favor, mis condolencias.
—Gracias.
Claramente esa conversación no la emocionaba. Los niños empezaron a correr para ir
a investigar en las aguas poco profundas del río, y ella los siguió.
Leander los acompañó. Era estimulante que no se ruborizara y sonriera
afectadamente al primer conocido, pero se encontró luchando, por una vez en la vida,
por encontrar algo que decir.
—Este es un hermoso cementerio en el cual pasar la eternidad.
Ella le echó un vistazo.
—Es de hecho un lugar encantador, milord, aunque no puedo ver ninguna razón, ya
sea sentimental o espiritual, de por qué los muertos deban preocuparse por eso.
Mientras ella caminaba vigorosamente, Leander entendió que había hecho el tonto.
Claramente, no importaba cuán profunda era su pena, la viuda no debía ser abordada

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

por la vía emocional. Por un momento lo absurdo de la situación en la que se encontraba


lo molestó, pero después sonrió y ajustó la inclinación de su elegante sombrero de
castor.
Por su desenvuelto comportamiento la dama había superado la prueba. No había
nada en ella que encontrara objetable.
El curso de acción más inteligente en ese momento era buscar alguna forma
convencional de cortejarla, pero eso podría ser difícil, Beth le había dicho que la viuda
no participaba de ninguna manera en la vida social del condado, sumado a que tenía
poco tiempo libre. Quería arreglarlo todo para así poder seguir con sus planes. No podía
pasar los siguientes meses a la espera en Surrey.
¿Por qué no debería presionar a su conveniencia? Él era, después de todo, quién había
apaciguado al duque de Brunswick, después de que uno de los Borbones de menor
rango lo hubiera insultado y coqueteara con la idea de lanzar su estado mayor detrás de
Napoleón. Persuadir a una viuda empobrecida de convertirse en una condesa sería un
juego de niños.
No obstante, vaciló.
Vaciló, se dio cuenta, porque le importaba el resultado. Había algo en esta modesta
mujer que hacía desear conocerla mejor, y facilitarle de alguna forma la vida. Le
gustaban sus niños.
¡Buen Dios, realmente deseaba casarse con ella!
Ella detuvo su caminar y le echó un vistazo, claramente preguntándose sobre sus
acciones. Una leve sonrisa estiraba sus labios.
—¿Debo disculparme, milord? Creo que lo he escandalizado.
Había un débil indicio de hoyuelos en su rostro.
Ella se refería a su comentario sobre los muertos. Él caminó para alcanzarla.
—No —dijo él—, pero me temo que seré yo quien esté a punto de escandalizarla a
usted.
Una sombra de cautela se mostró en su rostro y echó un vistazo hacia los niños,
caminando hacia ellos.
—Por favor —dijo rápidamente—, no voy a obligarla a hacer algo que usted no
quisiera... ¡Cielos Santos! ¿Me creería si le digo que tenía la reputación de tener un
futuro de brillante como diplomático?

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Ella se relajó un poco, y sus labios se crisparon. Esos hoyuelos se perfilaron de nuevo.
Él deseaba fervientemente verlos en toda su gloria.
—No en este momento, no —dijo ella—. ¿Hay alguna forma en que pueda ayudarle,
milord?
Se obligó a sí mismo a contenerse y le dedicó una de sus mejores sonrisas.
—Sí, de hecho puede. Quisiera hablar con usted sobre algo. Veo una piedra donde
podemos sentarnos, espero que no sea muy fría.
Después de una breve vacilación ella caminó hacia esta.
—Para nada. Generalmente me siento aquí mientras los niños juegan. La llaman mi
trono.
Se sentó en la masa de granito, recogiendo cuidadosamente sus negras faldas de
alepín. Con su permiso él se sentó a su lado. No había mucho sitio pero ella no hizo
ninguna tonta objeción sobre estar sentados así de cerca. Ella le gustaba más a cada
momento.
La mujer se giró para observarlo con cortés expectativa.
—Usted encontrará esto un poco extraño...
—E incluso escandaloso —agregó ella socarronamente.
Bien, también tenía sentido del humor.
—Espero que no mucho. —Él no podía encontrar la forma de iniciar el tema.
Había una clara diversión en sus ojos.
—Probablemente me veré abrumada por la curiosidad, milord, tendré un ataque de
histeria, y lo asustaré a muerte. Tenga compasión, por favor.
Él soltó una carcajada.
—Una de las primeras lecciones que un diplomático novel aprende, señora Rossiter,
es cómo manejar a una dama histérica. —Aún así, no podía imaginar a esta mujer en un
estado de colapso. Por un momento se preguntó si tenía a la dama equivocada y estaba a
punto de declararse a la esposa del vicario o de alguien más. Pero entonces recordó que
ella había admitido ser la viuda de un poeta.
Se dio ánimos a sí mismo.
—A pesar de mi formación diplomática, señora Rossiter, no puedo ver ninguna
extravagante forma que pueda expresar todos mis propósitos. —Asumió una expresión
meritoriamente sobria—. La sencilla verdad es que quisiera casarme con usted.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Ella palideció. En un segundo estaba de pie y con la mirada perdida a lo lejos.


—Oh, santo cielo —dijo ella. En un tono de pura exasperación.
No era la respuesta que hubiera esperado. Él también se puso de pie.
—Puede ser precipitado —dijo él agudamente—, pero es una proposición honesta,
madam.
Ella se giró hacia él, sus ojos refulgían.
—¡Honesta! ¿Cuándo usted no sabe nada sobre la mujer a la que está proponiendo
tomar como esposa?
—Sé lo suficiente.
—¿De verdad? No puedo imaginarme cómo. Bien, entonces yo también sé lo
suficiente. La respuesta, sir, es no.
Ella ya se estaba alejando. Leander se apresuró a seguirla, sintiéndose por primera
vez como el imberbe muchacho de dieciséis, que intentó besar a la hija del duque
Ferrugino y recibió en respuesta una sonora bofetada. Si los Granujas escucharan algo
sobre eso se morirían de la risa.
Se apresuró a alcanzarla.
—Señora Rossiter. ¡Escúcheme, por favor! Puedo ofrecerle toda clase de privilegios.
Ella se giró completamente en un remolino de faldas negras hasta estar tan juntos que
sus narices casi se rozaban.
—Dígame una. ¡Y no... no necesito más odas en honor a mis ojos!
La miró fijamente. Esos ojos estaban tan magníficamente llenos de rabia que lo
tentaban a intentarlo.
Pero le dijo:
—Eso está bien. No sabría por dónde empezar.
Ella retrocedió un paso.
—¿Usted no es un poeta?
Él extendió las manos.
—Diplomático. Lingüista. Soldado. Conde. Pero ninguna oda sobre ningún tema, le
doy mi palabra.
—¿Conde? —preguntó ella ofuscada.
Él hizo una reverencia, pensando que por fin estaban haciendo progresos.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Leander Knollis, a su servicio, madam. Conde de Charrington, de Temple Knollis


en Somerset.
—¿Temple Knollis? —preguntó ella débilmente, demostrando el temor con el cual
Leander estaba tan familiarizado. En ese momento, sin embargo, tomaría cualquier
ventaja de la que pudiera echar mano.
—Sí. Tengo una casa en Londres, también, y un pabellón de caza. Unas tierras en
Sussex, y en Cumberland que nunca he visto. —Bendito Dios, pensó él. Sueno más como
un vendedor, listando mis casas y propiedas así, que como un pretendiente.
Quizás ella pensara igual. El color se apresuró a sus mejillas.
—No sé a qué juego está jugando, sir, pero considero inadmisible que se divierta a
mis expensas. ¡Bastian! ¡Rosie! —dijo ella en voz alta—. Venid. Debemos irnos.
Los niños empezaron a correr. Bastian echó un vistazo a la madre y se volvió
beligerante hacia Leander.
Leander se retrajo.
—No peles conmigo, muchacho. Tendre que dejarte ganar o tu madre nunca se casará
conmigo.
Los niños los miraron a ambos con los ojos muy abiertos.
Judith Rossiter, sin embargo, lo miró ferozmente como si quisiera desintegrarlo ella
misma. Él vio como sus manos se apretaban en efectivos puños.
—¡Buenos días! —chasqueó ella y subió la colina como un huracán, sus niños
corriendo detrás de ella.
Era como un buque de línea con un par de veleros tras su estela. Podía imaginarse
que en algún momento ella daría vuelta y hundiría a Leander en el olvido.
Leander los miró ir, preguntándose con pesar qué lo había poseído para manejar tan mal
todo el asunto.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Capítulo 3

Para cuando Leander regresó a Hartwell, había decidido con renuencia que tendría
que contárselo todo a Lucien y a Beth. Necesitaba ayuda.
Después de la cena les relató el incidente. A pesar de todos los esfuerzos de sus
anfitriones se les escapó la risa con su descripción de la escena.
—¡Bromeas! —dijo Lucien—. Y tú siempre fuiste el que encontraba la manera de salir
triunfador. El único que podía tornar amable al cocinero. ¿Perdiste tus talentos, Lee?
—Ciertamente parecen haber desaparecido ahora que los necesito. ¿Qué hago ahora?
—¿Quieres decir que vas a seguir adelante? ¿Por qué? —dijo Lucien con el ceño
fruncido.
Hubo una clara retirada.
—Una pregunta bastante impertinente, ¿no?
—Probablemente —dijo Lucien, impasible—. ¿Cuándo nos han molestado tales
cosas?
Leander abandonó su momentánea arrogancia, preguntándose por qué se sentía tan
irritable sobre el asunto.
—Me gusta la mujer. Tiene espíritu, y fuerza, y buen humor. Me gustan sus hijos,
también, lo que ayuda en sí mismo, y juega a su favor. Creo que será una buena madre
para los míos. Y me necesita tanto como yo a ella. —Jugueteó distraídamente con su
anillo de sello—. Creo que es la característica más atractiva, ser necesario. Todo parece
unirse para crear una base sólida para un matrimonio práctico.
—Sigo sin entender por qué tú la necesitas a ella —dijo Lucien con una mueca.
Leander estaba cansado de explicar esa pregunta tan obvia.
—He venido de nuevo a Inglaterra para quedarme. Decidí hace algunos años que la
vida desarraigada de mis padres no me seducía, pero fue Waterloo, creo, lo que me hizo
tomar la firme decisión. —Miró hacia sus amigos—. Casi morí, ya sabes. Estaba
atrapado debajo de mi caballo, y si no hubiera caído en una hondonada habría quedado
aplastado. Mis hombres lograron sacarme justo antes de que los franceses arrasaran ese
mismo lugar. Y de forma inexplicable, a través de los años de guerra, en verdad, nunca
pensé en mi propia mortalidad. Después lo hice. La vida de repente se volvió muy
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preciada. Y la vida, en ese momento, vino a significar un hogar. Un lugar permanente.


En Inglaterra.
Sus anfitriones lo miraron.
—Tienes una casa. Más de una, de hecho —comentó Lucien.
—Tengo propiedades —dijo Leander—. Quiero un hogar. Tengo la intención de hacer
de Temple Knollis mi hogar pero no creo que pueda hacerlo solo.
—No puedo entenderlo. Un hogar es un hogar —dijo Lucien encogiéndose de
hombros.
—Piensa, Luce —dijo con impaciencia Leander—. Éste no es tu verdadero hogar.
Belcraven lo es. Tú has vivido allí toda tu vida. Tú conoces esa tierra con tu corazón y
con tu alma. Conoces a la gente. Entiendes a la gente. A mayor escala, es conocer y
entender Inglaterra. Yo no —hizo un gesto de frustración—. Conozco San Petersburgo y
el Vaticano, las complejidades de los Estados alemanes, y los sangrientos embrollos del
ejército. No entiendo a mi propio país.
—¿Piensas que una esposa ayudará?
—Espero que una mujer inglesa ayude, sí. Pero también necesito una compañera.
¿Qué se supone que debo hacer? ¿Ir a Temple Knollis y dar vueltas alrededor de allí
solo?
—Tienes una familia grande allá abajo en algún lugar, ¿no?
Leander endureció la cara.
—Tengo una gran familia que vive en Temple Knollis. El problema es que no creo
que aprueben mis planes para el lugar. Van a tener que irse.
—¿Qué planes? —preguntó Beth—. Tengo entendido que es perfecto, una joya de
lugar.
—De hecho lo es. Una preciosa joya. Demasiado precioso. Por lo que sé, la
construcción de Temple drena las tierras de alrededor, y de otras fincas del condado.
Tengo la intención de corregir el equilibrio. Voy a vender los tesoros de ser necesario.
Todos sabemos que el final de la guerra está provocando dificultades. Que con nuestro
trabajo es con lo que podemos ayudar. Sin embargo, no puedo imaginar a mi tío Charles
aprobándolo, después de que ha pasado su vida convirtiendo Temple en un lugar tan
sobresaliente.
—Pero, ¿es realmente necesario un matrimonio apresurado? —preguntó Lucien con
escepticismo.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Creo que sí. ¿Cómo te sentirías, apareciendo de pronto en una finca en Rusia y
haciéndote cargo de ella?
—Emplearía a buenos asesores. La señora Rossiter puede saber poco de la
administración de una finca.
Leander suspiró.
—Sabía que no tendría sentido para ti. Me resulta difícil hacer que tenga sentido para
mí. Creo que se trata de ese momento en Waterloo. En él se estableció la urgencia de
echar raíces. Y como ya he dicho, estoy más a gusto con los matrimonios prácticos que
con los que se basan en fantasías. Judith Rossiter entiende Inglaterra, y ella será una
asesora, una compañera, de la clase que yo jamás podría contratar. Que aporte una
familia hecha realidad, es un extra inesperado.
Lucien se deslizó en su silla y echó un vistazo hacia Beth. Ella se encogió de hombros.
—Me gusta mucho Judith Rossiter, y sus hijos son agradables. Creo que Lee podría
hacerlo todo mucho peor por sí mismo. —Leander la miró con una sonrisa—. Y me
gusta el hecho de que parece apreciar sus importantes cualidades, su fuerza y su
espíritu. Un hombre inferior podría haber sido distraído por una fina figura y ojos
deslumbrantes.
—¿Podría? —preguntó Leander cansinamente—. Pero el señor de Temple nunca sería
tan grosero, ¿no? —De todas formas, se había sentido impresionado por esos ojos, y no
había fallado en observar la figura.
—Quizás ella quería que compusieras un soneto a sus ojos —sugirió Lucien— y es
por eso que te riñó.
—No tuve esa impresión.
—Quizás pensó que iba a disgustarte recordando a su marido —dijo Beth levantando
la voz.
—Es lo más probable. A propósito —dijo Leander con el ceño fruncido—, ¿has visto
ese monumento, y ese epitafio?
Beth se estremeció.
—Sí. Me hace sentir que su fantasma se cierne sobre mí, vigilando cada movimiento.
Pero a la mayoría les resulta conmovedor. Supongo que a Judith debe parecérselo o no
habría hecho que lo pusieran.
—Considera —advirtió Lucien—, que si te casases con ella, sin duda, tendrías al viejo
Sebastian como tercero en tu cama de matrimonio.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Entonces tendré que asegurarme que el hombre ve algo que merezca su esfuerzo,
¿no? —dijo Leander, con un cauteloso vistazo a Beth.
Lucien soltó una carcajada.
—Debo admitir que tú y Rossiter no parecen estar en el mismo estilo en tal materia, y
ella tiene una hermosa figura.
Beth despejó su garganta.
—¿Es mi turno de ponerme celosa?
—Pero querida mía —dijo Lucien con un guiño—, sabes que te amo únicamente por
tu cerebro —afirmó.
Los instintos diplomáticos de Leander afloraron, interrumpiéndoles.
—Entonces, ¿cómo puedo arreglar las cosas?
Beth le sonrió abiertamente.
—¿Asustado por una declaración de guerra?
Él sonrió defensivamente.
—Los viejos hábitos difícilmente mueren.
—Me parece —dijo Beth—, que la señora Rossiter decidió que eras un impostor, o
que le jugabas algún tipo de truco. Después de todo, si esta pareja se hace realidad
realmente sería algo sensacional desde un punto de vista mundano, algo que
normalmente consideraría fuera de su alcance. Ella está conectada con la aristocracia,
pero sólo en la medida en que su padre es el cuarto hijo de un vizconde. Debe encontrar
de lo más improbable que un conde salga de debajo de la tierra con una oferta. Mañana
iré a verla y le explicaré que tu propuesta es seria. Tal vez entonces te concederá una
oportunidad.
—Gracias, Beth. ¿Abogarás por mi causa delicadamente? —dijo Leander con una
sonrisa.
Beth fue, una vez más, consciente de sus encantos.
—Voy a preparar el camino, eso es todo. Usted, milord, es bien capaz de abogar por sí
mismo.

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Judith había estado furiosa todo el camino a casa, pero se trataba de una furia
reprimida por tratar de fingir ante los niños que no había ocurrido nada en particular.
No fue fácil.
—Pero lord Charrington dijo que quería casarse contigo, mamá —dijo Bastian con el
ceño fruncido—. ¿No te gusta?
—No sé nada de él —dijo con toda la calma que pudo—. Y dudo mucho de que sea
lord cualquier cosa.
—¿Por qué mentiría? —preguntó Rosie, cuyos ojos amenazaban con lágrimas—. Me
pareció muy amable.
Judith apoyó una mano sobre el hombro de su hija.
—A veces las personas aparentan ser amables, querida. El caballero simplemente
bromeaba. Olvidémonos de él, puesto que no lo volveremos a ver.
Haciendo todo lo posible por distraerlos, se detuvo en la cabaña de Hubble para ver a
los gatitos. Estaban destetados. De hecho, la señora Hubble dijo con un encogimiento de
hombros:
—Terminarán dentro del río cualquier día, señora Rossiter.
Eran una colección de deliciosas y regordetas criaturas, y Judith sintió un impulso
sobrecogedor de llevárselos a todos antes de que les acaeciera ese terrible destino. Ella
estaría ciertamente feliz de dejar a los niños escoger uno. Como Rosie se había
enamorado de un juguetón gatito blanco con desperdigados parches negros, aquél fue a
casa con ellos.
Magpie3, cómo fue bautizado, sacó de sus mentes al granuja de la orilla del río.
No fue fácil para Judith, pero tenía que servir la cena y seguir el ritual de la tarde,
algo de lectura, y esta noche la construcción de una cama para Magpie, antes de que
estuviera sola y pudiera descargar su furia sobre las pasas.
Ahora, la rabia se había ido en su mayor parte, dejando sólo la amargura y la tristeza.
Por un momento allá en la orilla del río le había gustado el hombre, y ésa era la razón de
que su crueldad la hubiera lastimado tanto. Era un guapo joven con aire distinguido, y a
pesar de su reputación ella no era inmune a tales cosas. Había parecido preocupado de
alguna manera, y verdaderamente deseó ayudarle si estaba en sus manos. Entonces él
había ejecutado el vil truco.
En un principio había pensado que era otro de esos poetas bobos, y que era bastante
malo. Aunque su marido nunca había hecho dinero con su trabajo, había reunido un

3 Urraca en inglés. (N. de la T.)

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pequeño grupo de admiradores quienes componían, y a los que visitaba


ocasionalmente.
En los últimos doce meses un goteo constante de ellos había llegado a Mayfield a
visitar su tumba y mirar fijamente a su Judith, su Novia Ángel. Cuatro le habían
propuesto matrimonio, tres de ellos en verso.
En verdad, si alguno de ellos hubiera parecido disponer de recursos, se podría haber
sentido tentada por el bien de los niños, a pesar de que ser objeto de un sinfín de
interminables y poco originales odas a sus ojos había sido una tortura. Pero todos
andaban cortos de dinero y ella los había enviado a que siguieran su camino.
Si el encuentro de hoy sólo hubiera sido una tontería poética, se habría sentido
decepcionada, pero nada más.
Pero había sido peor. Había sido una especie de broma cruel. ¿Había sido una
apuesta? El marqués de Arden parecía ser el típico granuja de Londres, y ciertamente en
sus estancias en Hartwell antes de su matrimonio había habido algo salvaje, pero, ¿se
había hundido tanto como para hacer un tipo de apuesta tan cruel con un invitado?
¿En serio podrían haber esperado que ella creyera tal ofrecimiento? Y de haber
aceptado, ¿no importaba lo pobre que era? Su ira regresaba. Tiró la última de las pasas
en un tazón y paseó por la pequeña habitación, pensando un gran número de cosas
desagradables que le gustaría hacer a cierto caballero con una encantadora sonrisa, ojos
hipnotizadores, y sin conciencia.
Luego dejó de pasear y se rió. Tenía que confesar que estaba disfrutando de este
breve arranque de pura rabia. A Sebastian no le gustaba tener emociones fuertes cerca
de él, sobre todo la rabia, pero en ocasiones era catártico.
Fue al aparador y abrió la última botella de las del año anterior, un rico vino de
bayas. Había guardado una para esta Navidad, pero la indulgencia de un vaso
anticipado no haría daño a nadie. Alzó el vaso.
—Muchas gracias, Señor-quienquiera-que-seas, por una excelente razón para
relajarme.

Al día siguiente, Judith estaba en la cocina con Rosie, triturando el tocino para el
relleno de carne picada, cuando alguien llamó a la puerta delantera.
—¡Bastian! Ve a ver quién es, por favor. —Ayudada por Rosie mezcló la grasa con los
frutos secos, sonriendo con ella por el rico aroma.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Rosie suspiró con satisfacción.


—Tenemos una tarta, un pudding, y ahora la carne picada. Va a ser una bonita
Navidad, Mamá.
—Sí, lo será, querida...
Bastian se precipitó y siseó:
—¡Es lady Arden, mamá! La he llevado a la habitación de enfrente.
Judith dejó caer la cuchara. ¿Y ahora? Se encontraba con la nueva marquesa de vez en
cuando, sobre todo después del servicio del domingo, y ya le parecía bastante. No era
cuestión, sin embargo, de intimar en tales circunstancias. Había pensado con desánimo
que si lady Arden hubiera llegado cuando Sebastian estaba vivo, tal vez hubieran
podido ser amigas.
—¡Mamá! —urgió Bastian—. No puedes dejarla ahí.
—Supongo que no. —Judith se levantó y se quitó el delantal de trabajo. Se lavó las
manos pegajosas en el fregadero—. Poned a hervir la tetera para hacer el té, por favor,
niños, pero no echéis el agua sobre las hojas, hasta que os lo diga. —No podían
permitirse el lujo de malgastar té—. Lady Arden probablemente no se va a quedar más
de un minuto.
La cabaña sólo tenía dos habitaciones abajo y lo que llamaban habitación de enfrente
no era exactamente eso, aunque algunos podrían llamarlo recibidor. Lucía dos sillas
tapizadas, y tres duras junto a la mesa. Eso era todo sobre lo que podía ostentar.
Mientras entraba Judith, su visitante se levantó y sonrió.
—Siento mucho haber venido sin previo aviso, señora Rossiter, pero creo que es
necesario que hablemos.
Judith supo entonces que era algo que tenía ver con la aventura de ayer. ¿Había
venido la marquesa para pedir disculpas en nombre de su marido, o para quejarse? Su
atormentador había dicho que era huésped en Hartwell. Quizás estaba perturbado.
—Tomaremos el té, entonces —dijo Judith, y llamó a los niños para que terminasen
de prepararlo. Ofreció una silla a lady Arden y tomó la otra.
—Señora Rossiter —dijo la marquesa—. Tengo entendido que ayer tuvo un encuentro
con un huésped nuestro.
Judith mantuvo su rostro inexpresivo, todavía insegura de a qué venía todo esto.
—Él dijo que se alojaba en Hartwell, milady.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Y así es. Estamos hablando, por supuesto, del conde de Charrington. Es un viejo
amigo de colegio de mi marido. Luchó en Waterloo, y no ha vuelto a Inglaterra en
mucho tiempo.
Judith dejó de lado algunas de sus tensiones. Así que eso era todo. El pobre hombre
sufría de trastorno de guerra, o algo similar. Era consciente de que había percibido
alguna terrible necesidad.
—Lo lamento —dijo.
Lady Arden arrugó la frente ante eso.
—No creo que a él le importara particularmente su vida en el extranjero.
—Me refería a su... enfermedad, milady.
—¿Enfermedad? —Beth mirándola fijamente empezó a reír—. ¿Cree que él está loco?
Pobre Lee, aunque me temo que se lo merece, por tener semejante prisa.
La conversación se detuvo cuando llegó Bastian, llevando cuidadosamente la bandeja
del té, seguido por Rosie con un plato de galletas. Judith se alegró de la oportunidad de
examinar la situación. Era evidente que todavía no tenía idea de qué se trataba.
Lady Arden sonrió a los niños y pidió que se los presentase. Después de charlar dijo:
—Me olvidé absolutamente de que traje un pastel. Está en el carruaje. Tal vez
podríais traerlo por mí, queridos. No creo que vuestra madre ni yo queramos pastel,
particularmente en este momento del día, pero vosotros podéis tomar una pequeña
rebanada si os está permitido.
Judith asintió, y los niños salieron en busca de su golosina. Tan pronto como se
fueron, todo el buen humor despareció para ella, que no podía ver una interpretación
agradable sobre el asunto. Sirvió el té con mano firme.
—No puedo imaginar qué parte tiene usted en todo esto, milady.
Beth cogió la taza.
—Una honorable, se lo aseguro, señora Rossiter. —Su tono obligó a Judith a buscar
sus ojos—. Le puedo asegurar que yo nunca tomaría parte en algo creado para herir a
otra mujer.
Judith estaba tentada de creer en ella.
—¿Qué está pasando, entonces? El hombre fue claramente cruel o está loco.
Beth sacudió la cabeza.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Usted tiene todos los motivos para dudar de la cordura de lord Charrington, pero
no está loco, ni es cruel. No puedo hablar en su nombre, pero tiene motivos para desear
casarse. Desea casarse con una mujer que acepte el acuerdo más enfocado a una forma
práctica que a una romántica. Cuando oyó hablar de usted, pensó que iba a satisfacer
sus necesidades. En cuanto a sus requisitos, sólo puedo decirle que es rico y está
dispuesto a apoyarles a usted y a sus hijos de forma generosa. Creo que usted ha
comprobado por sí misma que no es un hombre poco atractivo.
Judith miró fijamente, su té sin tocar.
—¡Pero la mitad de las mujeres de Inglaterra estarían dispuestas a casarse con él si
eso es lo que quiere! ¿Por qué yo?
Beth miró su taza buscando inspiración y no encontró ninguna.
—Para ser honesta, en realidad no lo sé. —Levantó la vista—. Le puedo asegurar,
señora Rossiter, que no le causará ningún perjuicio debatir esta cuestión con lord
Charrington. Es serio y su plan le ofrece muchas ventajas. Seamos francas. Usted es
pobre, y la pobreza es desagradable. La vida será muy difícil para sus hijos. El
matrimonio con el conde cambiará todo espectacularmente.
—Demasiado espectacularmente. No soy tonta, lady Arden, y debe haber un precio
que pagar.
Beth se encogió de hombros.
—Me sentiría exactamente como usted, pero creo que al menos debe permitirle
hablar. Quizás él pueda hacer que el precio quede aclarado. Quizás no sea demasiado
alto.

Así se encontró Judith Rossiter a sí misma durante una ansiosa hora esperando al
conde de Charrington en la biblioteca de Hartwell.
Era una habitación pequeña, Hartwell era una casa pequeña, aunque mucho más
grande que su casita de campo, era agradable y la sentía habitada. La alfombra estaba
gastada en algunos lugares y las sillas de cuero tenían el brillo de un largo uso. Muchos
de los estantes estaban ligeramente desordenados y les faltaban algunos volúmenes.
Tres libros dispuestos sobre una mesa caoba se veían como si recientemente hubieran
sido abiertos y disfrutados.
Un fuego crepitaba en el hogar. Judith se acercó y alargó las manos hacia este, más
por el confort que por el calor. No sabía qué hacer.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Había permitido que lady Arden la persuadiera para esta cita. La marquesa la había
traído de regreso en el carruaje, insistiendo en que fueran los niños también. Bastien y
Rosie ahora estaban siendo entretenidos por el marqués y la marquesa en los establos y
Judith no estaba del todo segura de que esto no fuera una sutil forma de presión.
Los ojos de Bastian habían brillado por el mero hecho de pensar en estar alrededor de
los caballos otra vez, ya que su pony había sido vendido tras la muerte de Sebastian.
Judith no podía ignorar el hecho de que como padrastro de Bastian el conde
seguramente lo proveería con otro. Por esto, casi cualquier sacrificio parecía valer la
pena.
Pero no se permitía olvidar que siempre había un precio que pagar y que no podía ser
ella quien lo pagara. Si se casaba con lord Charrington estarían ella misma y los niños en
su poder, y era indudablemente poderoso. Si las cosas fracasaban podían terminar en
una situación aún peor que la presente y quizás con más niños heridos...
La puerta hizo clic al abrirse y ella se giró.
Él se paró, la mano todavía sobre la manija, su expresión muy seria.
—Mi querida señora, no puedo haberla asustado tanto ¿verdad?
Judith recobró la compostura.
—Desde luego que no, milord. Tan sólo me sobresaltó.
Él cerró la puerta y caminó para reunirse con ella.
—Eso fue demasiado obvio.
Ella sabía que él se refería al día anterior, no al presente y sintió calor en las mejillas.
Su reacción había sido completamente razonable, pero temía haber despotricado como
una pescadera. No tenía ninguna intención de disculparse. Le echó un vistazo,
intentando estudiarlo sin ser maleducada.
—Por favor —dijo él, extendiendo sus manos con gracia—. Miro todo lo que desee. Es
natural.
Esto apenas la ayudó a recomponerse, pero levantó la barbilla e hizo exactamente eso.
Sólo era un poco más alto que ella. De constitución delgada, pero los hombros eran
amplios, las piernas fuertes y había notado que se movía con agilidad. Su cara tenía una
elegante estructura ósea, sin ningún rasgo notable excepto los ojos, que eran de color
bronce y atrapaban la luz. Unas pequeñas profundidades situadas bajo elegantes cejas
curvas que tenían el poder de capturar la atención.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

En belleza no era nada extraordinario, pero tenía presencia. Parecía una criatura de
otro mundo, más incluso que el marqués. Lord Arden era muy hermoso y tenía el aire
de pertenecer a la alta sociedad, pero en cierta forma era confortablemente inglés. Sin haber
nunca conocido a un extranjero, Judith sintió que ese lord Charrington era extranjero.
También parecía estar completamente al control de la situación. El joven impetuoso
del otro día había desaparecido y en su lugar estaba este pulido aristócrata.
—Tengo veinticinco años —dijo él con calma—, rico, de temperamento sereno y sin
vicios particulares. Nací en Estambul, fui criado en muchos lugares por tutores ingleses,
y educado en Harrow. No asistí a una universidad inglesa pero fui a diferentes cursos
en Utrecht, Lucerna y Roma. Serví con lord Solchester, principalmente en Rusia, antes
de la conexión con Los Guardias. Luché en la Península y después en Waterloo. Me
hirieron tres veces, pero sólo ligeramente. Tengo cicatrices, pero ninguna incapacidad
persistente.
Judith lo miró durante este asombroso recital pensando que esto seguramente debía
ser un sueño febril.
Correspondiendo a su tono, ella le dijo:
—Mi estimado señor, tengo veintinueve años. Tendré treinta en dos meses. Tengo dos
niños y nunca he ido más allá de cincuenta millas desde este punto. No tengo ningún
logro o característica notable aparte de la economía doméstica. ¿Qué es lo que usted
puede querer de mí?
Estaba tranquilo e incluso sonrió. Gesticuló hacia una silla.
—Por favor, señora Rossiter, podría sentarse. —Cuando se hubieron acomodado, él
dijo—: Se lo dije ayer. Deseo casarme con usted. No puedo explicar los motivos por
completo pero le aseguro que no hay nada en ellos que sean para su desventaja. Para ser
liso y llano, deseo casarme e instalarme y no quiero una novia que espere más de mí de
lo que soy capaz de dar.
Los instintos de Judith le dijeron que le decía la verdad en la medida que esto era
posible, pero apenas podía creerle. Tenía casi miedo de creerle. No se había admitido a
sí misma cuánto le asustaba la situación hasta ahora cuando una puerta estaba
posiblemente abriéndose, abriéndose a un futuro cegadoramente brillante.
—¿Y qué es lo que es capaz de dar, milord?
Él lo consideró con cuidado.
—Respeto, cuidado y bondad.
¿Qué más podría querer alguien?

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—¿Y qué espera que le dé a cambio?


—Espero lo mismo, pero un mínimo de buenos modales bastará.
Ella respiró profundamente.
—Usted pide poco. Debo cuestionar esto.
Él levantó las cejas.
—Muy bien entonces. Me hará una reverencia cuando me encuentre, preparará mi
comida con las manos y bailará desnuda delante del fuego para mí cada noche.
Ella creyó ver un satírico brillo en sus ojos, pero no estaba completamente segura. Fue
el nerviosismo lo que la hizo reír ante sus palabras.
—¿No puede hacer que tenga más sentido para mí, milord?
Él levantó una mano con un expresivo gesto de impotencia. Realmente, hablaba con
sus manos de un modo que ella nunca había visto antes.
—Esto me hace parecer un petimetre —le dijo él—. Pero... siempre he tenido el
talento de desconcertar a la gente para su alivio, señora Rossiter. En parte fue heredado,
ya que mi padre lo poseía, pero el crecer en los círculos diplomáticos lo perfeccioné.
Aquella educación también me dio, me han dicho, un aire Continental del que los
ingleses desconfían y que las inglesas admiran. Sin embargo, no lo comprendí hasta
hace poco, que mi talento y mi aire parecen tener un efecto algo devastador entra las
susceptibles jóvenes inglesas.
—¿Ellas se desmayan al verlo? —le preguntó con escepticismo. Era un hombre
atractivo, pero a duras penas aturdía.
—Esto, gracias al cielo, sólo pasó una vez. Pero se enamoran con una frecuencia
alarmante.
—¿De verdad alguien se desmayó a sus pies? —le preguntó ella con la mirada fija.
Él sonrió auto-mofándose.
—Sumamente embarazoso. Estaba escapando de una amorosa heredera y pensé que
estaría a salvo con una aburrida persona que se veía que no participaba habitualmente
en eventos sociales. Le pedí un baile. Se puso de pie, dio dos pasos y se desmayó.
—Bien al menos tiene usted entrenamiento para manejar los ataques de histeria —
comentó ella y los labios los labios de él se crisparon en reconocimiento a su ocurrencia.
Él negó con la cabeza.

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—En este caso, suspendí. Su acompañante se precipitó para asistirla y me escabullí.


De hecho, me escabullí a Hartwell.
Judith los compadeció a ambos.
—Se da cuenta de que probablemente ella había estado observándolo desde lejos,
tejiendo sueños románticos privados, a salvo sabiendo que usted nunca notaría su
existencia. La realidad fue demasiado.
—Supongo que así es como fue —dijo con una mueca—, pero usted puede ver por
qué escapé. Dejando aparte otras cosas no me gusta lastimar a la gente. De hecho lo
odio. En los círculos en los que crecí, herir los sentimientos y discutir podía conducir a
masacres.
Judith estaba rápidamente fascinándose.
—Es extraño entonces que se hiciera soldado.
—Ah, luchando no es lo mismo —le dijo, con gesto despectivo—. De hecho, doy la
bienvenida a su honestidad. Eso de herir los sentimientos de la gente no lo puedo
tolerar. Es por eso que quiero casarme con una mujer que no esperará demasiado.
¿Cómo uno hería cuerpos sin herir sentimientos? Judith le preguntó:
—¿Y piensa que soy tal mujer?
—¿No lo es?
Judith lo consideró pensativamente. Todo esto parecía verdad y aunque no podía
entender este efecto devastador que parecía tener sobre las bellezas de Almack’s, no lo
encontraba increíble. Tenía algún efecto sobre ella con sus momentos de travieso humor,
su aura de sofisticación y esos tranquilos ojos gatunos.
Esto era ridículo. Nunca había soñado que tal hombre existiera y ¿cómo se suponía
que iba a casarse con él?
Pero si esta era una oferta honesta era una respuesta a una oración que nunca se
habría atrevido a enviar a las alturas.
De forma irritante comprendió que él sólo le ofrecía esta excelente oportunidad
debido a un malentendido y ella siempre era una mujer honesta. ¿Qué debía hacer?
—Así es que no querría que me enamorara de usted —dijo ella.
—Absolutamente no.
—¿Y usted no cree poder desarrolar tales sentimientos por mí?
Él vaciló, pero entonces dijo:

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—Correcto. Esto no es debido a una mala impresión de usted, señora Rossiter.


Simplemente parece que carezco de la facultad del amor romántico.
¿Podía creer ella algo tan improbable? ¿Por qué mentiría?
Ella una vez había sido una loca romántica, por lo cual era como había acabado
terminada casada con Sebastian, quien le había mostrado que el amor romántico
desaparecía por muy deseado que fuera. No la molestaría en absoluto estar libre de tal
insensatez, especialmente cuando le habían prometido respeto, cuidado y bondad. Y la
libertad que quería. Todavía se sentía como debía estar una mosca en un dulce
ungüento perfumado.
—¿Se ocupará de mis hijos? —preguntó ella.
—Me dará placer hacerlo también. Parecen excelentes chicos.
Judith era muy consciente de que considerando este matrimonio estaba, en cierto
modo, considerándolo, también, en el nombre de sus hijos. Su matrimonio podría darle
poder sobre ellos como padre a Leander. Incluso el dulce Sebastian se había vuelto
irritable de vez en cuando, diciéndoles cosas hirientes e incluso golpeándolos. Había
azotado una vez a la pequeña Rosie por algo que Judith creyó sin importancia.
—Por encima de todo no suelen ser traviesos, milord. ¿Qué piensa sobre la disciplina?
Consideró la pregunta con cuidado.
—Ser padre sería completamente nuevo para mí y le aseguro que escucharía su
asesoramiento, señora Rossiter. Está mucho más familiarizada con el asunto que yo. Sin
embargo, tal y como lo veo, habría dos formas de ocuparse de tales cosas. Le podría
dejar el manejo de Bastian y Rosie completamente a usted, pero no esperaría que fuese
así con mis propios hijos. ¿Se da cuenta de que esperaría tener hijos con usted?
—Desde luego. —Ella nunca lo habría esperado de otra manera e incluso podía sentir
el rubor en sus mejillas ante el tema. Era muy difícil imaginarse las intimidades del
matrimonio con este elegante forastero. Este joven y elegante forastero.
—Sin embargo —continuó—, no me parece deseable que Bastian y Rosie se sientan
diferentes. Creo que debería aconsejar y castigar a sus hijos como haría con los que
tendríamos juntos.
—Eso parece acertado —dijo ella con la garganta seca, la palabra disciplina, la
quemaba—. Er... ¿qué forma de disciplina usaría?
Leander fue consciente de que esta pregunta tenía alguna importancia y adivinó que
venía del sensible corazón de una madre. Indudablemente el poeta había sido tierno,

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demasiado, pero Leander esperaba criar niños, en particular muchachos, como había
sido criado él.
—Es prudente plantear esto antes de que cualquier decisión sea tomada, madame. Si
me pregunta si creo en los castigos corporales tendría que decirle que sí, en particular
para los muchachos.
Judith sintió un sentimiento de hundimiento. Debería haber sabido que era
demasiado bueno para ser verdad. Salvo algunas dolorosas bofetadas y zurras,
realmente Sebastian nunca había hecho daño a los niños. ¿Debería entregarlos a un
hombre que los azotaría?
—Eso sería cruel —dijo ella.
—Mi querida señora, pienso que cruel sería actuar de otra manera. Con suerte y
perfecto comportamiento, Bastian podría pasar por la escuela indemne, aunque no
conozco a nadie que lo haya logrado, ni incluso los granujas. El simple hecho es que si
Bastian es travieso será golpeado en la escuela y sería mejor que aprendiera a tomarlo
como un hombre. Puedo asegurarle que no está en mi naturaleza ser cruel.
Judith se distrajo.
—¿Por qué demonios deberían salir indemnes los granujas?
Él sonrió.
—La Compañía de los Granujas, era un grupo de alumnos. Nos protegíamos los unos
a los otros de las injusticias, pero nuestro líder, Nicholas, era tan firme que no nos daba
permiso para amontonarnos en grupos y evitar el castigo.
La palabra mágica escuela comenzaba a penetrar en la mente de Judith y la certeza de
que debía rechazar esta oferta se tambaleó.
—¿Enviaría a la escuela a Bastian?
—Desde luego. Pienso que a Harrow. —Entonces la miró con ceño—. Mi querida
señora Rossiter, sé que será un golpe para usted separase de él, pero sería lo mejor.
¿Pensaba que era una verdadera idiota, que se aferraría a su hijo en vez de plantearse
el darle un magnífico principio en la vida? Había sido su preocupación y su sueño desde
la muerte de Sebastian.
Pero en la escuela, ahora comprendía, era donde estaría se enfrentaría a maestros e
incluso muchachos mayores, armados con varas y bastones. Sus hermanos habían ido a
la escuela, aunque a una mucho menos magnífica que Harrow y habían llevado
horribles historias a casa.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Dios mío —dijo ella y lo miró, buscando una especie de consuelo.


Él pareció leerle la mente.
—Todo lo que puedo decirle, señora Rossiter, es que trataré a sus hijos como a los
míos propios, como yo fui tratado. Mi padre permitió el castigo físico sólo para serias
maldades. A no ser que un niño sea muy malvado, estoy seguro que la mayor parte de
delitos pueden ser manejados con advertencias y un conveniente castigo. Sin embargo,
si pienso que requiere un golpe con la vara, lo administraré o lo ordenaré cuando
Bastian tenga un tutor. De hecho —dijo con una pesarosa sonrisa—, recuerdo como de
niño estaba generalmente bastante contento con ello, ya que me hacía sentir que había
pagado y que esto terminaba rápidamente. Encontraba mucho más hiriente sentir la
sombra de la vergüenza durante horas o incluso días.
De nuevo ella dudó.
—¿Y Rosie?
—Se la dejaré a usted. Quizás las muchachas tienen almas más puras. Parecen hacer
travesuras mucho menos a menudo.
Judith levantó las cejas.
—Creo que dijo que no tenía ninguna hermana, señor. Es obvio.
—Entonces azótela si desea, pero yo no lo haré por usted.
Judith se miró las manos desgastadas por el trabajo. Este plan imposible y ridículo
adoptaba una realidad casi irresistible.
Pero seguía siendo ridículo.
Leander se levantó y se acercó, le cogió las manos y la puso de pie.
—Todo se reduce a tener confianza —le dijo—. Va a tener que confiar en mí como yo
estoy dispuesto a confiar en usted. Bastian no puede heredar mis títulos y propiedades,
pero en cualquier otro aspecto será mi hijo. Lo querré, la daré cada ventaja y facilitaré su
camino en cualquier vida que solicite. Rosetta será mi hija. Si, es decir, usted consiente
en ser mi esposa.
Judith se mordió el labio, todavía con miedo de dar el paso.
—Soy mayor que usted.
—Eso no importa. Aproveche el destino, querida mía. Está aquí ante usted y yo he
sido escrupulosamente honesto presentándoselo.
Y yo no he sido honesta con usted, pensó ella. ¿Cómo iba a prosperar un matrimonio
basado en la mentira? Judith buscó una salida convencional.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Necesito tiempo, milord.


La miró un poco decepcionado, pero asintió.
—Desde luego. ¿Puedo visitarla mañana?
Le gustaría pedirle semanas, pero sintió que él rechazaría esto.
—¿Por qué tanta prisa? —preguntó ella.
Una mano expresó inquietud, pero le contestó.
—Pasa el tiempo, acepté mis responsabilidades como conde y he instalado mi
residencia en Temple Knollis. En cualquier caso, he pasado demasiado tiempo en el
extranjero y necesito tanto una castellana como una buena compañera allí a mi lado.
Pero mis tierras no pueden soportar el retraso. Han estado descuidadas demasiado
tiempo.
Buena compañera. Era una palabra encantadora e implicaba una necesidad real que
podría realizar.
—Entonces mañana —dijo ella, examinando sus misteriosos ojos.
—Iré a su casita de campo a las once. —Le levantó la mano y la besó—. Espero que
me diga que sí. —Parecía decirlo en serio. Le puso la mano sobre su brazo—. Bajemos
andando hasta el prado para encontrarnos con los niños y después pediré que un
carruaje los lleve a casa.

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Capítulo 4

Judith se dio cuenta antes de estar de regreso en su casita de campo que realmente no
tenía elección. Cuando vio el rostro de Bastian mientras alimentaba con manzanas a los
magníficos caballos del marqués, y el triste anhelo en el de Rosie, supo que no podía
dejar pasar esta milagrosa oportunidad.
De nuevo se alegró por el gatito. Magpie jugaba entusiasmada con algún hilo
enmarañado, y distraía a los niños de sus reflexiones delirantes sobre caballos, pasteles,
y limonada.
Esa noche, cuando los metió en la cama y empezó a planchar, admitió que ni siquiera
podía afirmar que su actual vida sencilla fuese defendible. Como no había tenido
alternativa, se había persuadido a sí misma de que podía arreglárselas sola, pero el
hecho era que siempre necesitaban un poco más de dinero del que había, y estiraba sus
pequeños ahorros hasta el último cuarto. Que el cielo los ayudara si alguien enfermaba.
¿Podía arriesgarse a acabar en el asilo de los pobres simplemente por unos tontos
escrúpulos sobre la honradez? De todos modos, se sentiría mucho mejor si le pudiera
decir la verdad.
Eso, sin embargo, lo echaría todo a perder.
Lord Charrington la pretendía porque era la “viuda llorosa”, la inconsolable. Él
retiraría su oferta inmediatamente si le confesaba la verdad: que había dejado de amar a
su marido muchos años atrás; que había estado sólo ligeramente apenada por su
muerte, igual que lo estaría por la muerte de un mero conocido cuya vida hubiera sido
interrumpida.
Cuando ella tenía dieciséis, hija de un vicario empobrecido que vivía sencillamente en
el campo, Sebastian Rossiter había entrado en su vida como una imagen celestial. Con su
cabello ondulado, sus ojos castaños, y su ropa elegante y romántica, parecía haber salido
directamente de una novela.
Lo conoció cuando él se detuvo a visitar la tumba de sir Gerault de Hunstead, su
cruzado y único reclamo hacia la fama. Ella estaba en la iglesia ordenando los libros de
oraciones, y le indicó la efigie de mármol, contándole lo que se conocía de sir Gerault.
Sebastian visitó la vicaría esa tarde para hacerle entrega de un poema que había
compuesto sobre ella.

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“Dulce ángel junto a la tumba, sobre vos resplandece


la belleza eterna de la rosa.
Una virgen en un lugar sagrado
con un aura de zafiro en su rostro alabastrino”.
Ahora no pensaba que fuera una de sus mejores obras, pero entonces casi había hecho
que se desmayara del deleite. Nunca en su vida le había ocurrido nada tan
absolutamente romántico, y en esa tierna edad había estado predispuesta al romance.
Con la sabiduría de sus casi treinta años, Judith sacudió la cabeza pensando en la tonta
muchacha que había sido.
Sus padres estaban confusos, y un poco atemorizados. Realmente no les gustó la
referencia a una virgen, su madre porque pensaba que era poco delicado, su padre
porque olía a papismo, pero no tenían nada que objetar a un pretendiente tan
maravilloso a la mano de su hija. Cualquiera duda que aún tuvieran quedó pronto
apaciguada por el comportamiento impecable de Sebastian, y su afirmación de su firme
fidelidad a la fe protestante.
Judith y Sebastian estaban casados seis meses después de su primer encuentro. Ella
estaba flotando completamente en el encantador ensueño de Mayfield House, una
estructura moderna bien construida de ladrillo rojo con cinco dormitorios y un
invernadero.
Ahora sabía que no era una casa particularmente grandiosa, pero viniendo de la
abarrotada y desvencijada vicaría, era el paraíso. Era la señora de esa confortable casa
con dinero para comprar todo lo que fuese necesario. Estaba casada con un hombre que
sentía un placer interminable en mirarla, y componer poesía sobre ella.
Comenzó a ser empalagoso.
Al principio, por su juventud, pensó que ella tenía la culpa. ¿Cómo podía desaprobar
alguien ser adorado, incluso si significaba sentarse durante horas bajo un rayo de sol en
particular mientras él la contemplaba? Quizás no era razonable querer distraerse, visitar
las casas vecinas, bailar, reírse, tener amigos.
Todo lo que Sebastian quería era paz, tranquilidad y su compañía.
Incluso si ella tocaba el piano, lo que no era una de sus ocupaciones favoritas, sólo
debía tocar piezas lentas y relajantes. La música viva, la risa, y las carreras estaban todas
prohibidas, pues desestabilizarían el flujo de palabras en su mente.
Le llevó algunos meses encontrar el valor para cuestionar la parte física de su
matrimonio. Aunque ella estaba en una nebulosa en lo que se refería a los detalles, se

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

había criado en el campo y sabía que allí tenía que haber algo más que besos si querían
tener hijos. Los niños se habían vuelto progresivamente atractivos como algo para
ocupar su tiempo.
El tema le había hecho pasar vergüenza, pero él había ido a su cama esa noche, y
otras después a intervalos regulares, y finalmente Judith había concebido un niño.
Al principio a Sebastian le encantó la idea de los hijos. Escribió algunos versos
anticipatorios sobre querubines dormidos y tiernas madres. No mucho tiempo después
del nacimiento de Bastian él había escrito “Mi novia ángel”. Pero los niños no eran por
naturaleza tranquilos. Eran ruidosos, y cuando crecían, eran naturalmente inquietos.
Bastian no fue una excepción. Ni lo fue Rosie cuando llegó.
Los niños fueron un gran placer para Judith, pero no mejoraron su matrimonio. La
vida se convirtió en una constante lucha para consentirles la libertad necesaria,
manteniendo al mismo tiempo la tranquilidad de la casa. Fue una situación imposible
que condujo a las quisquillosas quejas de su marido, y a los cada vez más violentos
despliegues de su terco temperamento.
Eso hizo desaparecer el romance hasta que no quedó nada.
Judith un día se dio cuenta de que ya no amaba a Sebastian, y que quizá nunca lo
había hecho. Ni siquiera le gustaba, y quizá nunca le gustó. Pensaba que su poesía
preciosista eran disparates sentimentales, y que su aspecto afectado era ridículo.
Cuando lo vio con sus rizadores de papel tuvo dificultades para no reírse.
No había, sin embargo, nada que hacer acerca de eso. Ella se había hecho la cama y
debía dormir en ella. Al menos podía estar agradecida que él raramente se uniera a ella
allí, para la fascinante actividad que había sido el tema de interminables debates
juveniles y risitas nerviosas, que se había convertido en un negocio tedioso, más bien
confuso, sin placer. La única sabiduría que ella había visto en Sebastian era su poca
inclinación para buscar satisfacción en primer lugar.
El fracaso del matrimonio no era sólo culpa de Sebastian, pues él era normalmente
amable y generoso, y su poesía evidenciaba su amor. Era de ella, por ser tan
ridículamente romántica a los dieciséis. Así es que continuó esmerándose en crear un
hogar para toda su familia, considerando a Sebastian como a otro niño en lugar de un
compañero.
En público mantuvo cuidadosamente su reputación como devota pareja romántica,
pues no ganaba nada con alterarla. Sebastian no pareció ser consciente de que hubiese
nada falso entre ellos, y continuó componiendo los versos que la convirtieron en la
envidia de muchas mujeres.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Al menos después del nacimiento de Rosie los deberes conyugales cesaron por
completo, y Sebastian se limitó de nuevo a besarla en la mejilla, u ocasionalmente
abrazarla con suavidad en su regazo. Si las cosas hubiesen sido diferentes, a Judith le
habría gustado tener más hijos, pues ahora eran la luz de su vida, pero no al precio de
alterar aún más la armonía de la casa.
Su vida había sido estable y no particularmente desagradable hasta que Sebastian
sufrió una neumonía y murió. Su primera reacción, tenía que confesarlo, había sido un
sentimiento de liberación del cual había estado avergonzada desde entonces. Como un
canario en una jaula, sin embargo, la libertad había sido una sacudida alarmante, y en
los primeros días ella había obedecido aturdida a la presión de las expectativas de todo
el mundo, y había actuado como la viuda inconsolable. Su desasosiego se había
materializado cuando había descubierto que Sebastian la había dejado casi en la calle.
Su pobre padre había emprendido la tarea de arreglar sus asuntos, y le había afectado
negativamente también a él.
Judith se había permitido a sí misma y a los niños volver a la casa parroquial, dónde
había languidecido de desesperación durante semanas. Cuando comenzó a recobrar la
compostura, y escribió a Timothy Rossiter pidiendo su ayuda, descubrió que la
llamaban la “viuda llorosa”. No había derramado ni una sola lágrima desde hacía un
año, pero el sobrenombre había permanecido. Sabía que en parte era por el hecho de que
continuaba vistiendo de negro riguroso, pero ¿qué se suponía que debía hacer?
Virtualmente sin dinero, no se había atrevido a comprar nada de luto y simplemente
había echado todas sus ropas dentro de una tinaja de tinte negro. Había funcionado
bastante bien. Ahora ciertamente no tenía ningún dinero para comprar ropas nuevas
hasta que éstas estuvieran gastadas, poco dinero para comprar ropas nuevas en todo
caso.
Además estaba el monumento. Casi había estallado cuando un cantero había llegado
con esa cosa, diciendo que Sebastian se lo había encargado años atrás, lo había diseñado
él mismo, dejando sólo por añadir la fecha de fallecimiento. ¿Qué clase de persona hacía
tal cosa?
Al menos lo había pagado por adelantado. Judith se había encargado de colocarlo en
su lugar, aliviada de que Sebastian hubiera sido previsor en un aspecto, aunque fuera
uno macabro. Se estremecía, sin embargo, cada vez que visitaba el cementerio de la
iglesia y veía cuán fuera de lugar parecía allí.
Algunas veces hacía hincapié en el hecho que hacía diez años Sebastian había
recibido un legado de un tío, y se lo había gastado instalando un jardín de rosas en
Mayfield House. Incluso había encargado una rosa a un criador, una rosa llamada

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Judith Rossiter. Era una flor pálida color crema de formas delicadas, que no tenía nada
en común con ella. Algunas veces se preguntaba si Sebastian alguna vez la miraba
después de todo.
Cuando había abandonado ese jardín de rosas en Mayfield House, y pensaba en el
dinero que había costado, había sentido un arrebato de puro odio. Pero había luchado
contra él, y lo había enterrado. El odio no servía de nada en absoluto.
Lord Charrington le proponía matrimonio a una viuda inconsolable, y ella no era eso.
Pero ciertamente había renunciado a las tonterías románticas para toda su vida.
Se aseguraba a sí misma que aceptar sería honesto, en cierto modo.
Judith apiló la última prenda del planchado, y se frotó con una mano sus ojos
cansados. Debería irse a la cama. Después de todo, no podía permitirse el lujo de tener
encendidas las velas tanto tiempo.
Pero si se casaba con lord Charrington, podría disponer de velas para siempre. Y
sirvientes, y ropas nuevas, y escuelas, y diversiones, y caballos. Y sin miedo al asilo...
¿Cómo podía de ninguna forma decir que no?
Se acercó a la cama dispuesta a aceptar la propuesta de lord Charrington, pero pasó
una noche agitada e insomne, cambiando de idea al menos una docena de veces.

Al día siguiente, Judith tuvo dificultades para no regañar a los niños sin razón
alguna. De hecho, con un impecable instinto, se desvanecieron en la parte de atrás y ni
siquiera mencionaron el tema de lord Charrington, o Hartwell, o cabalgar.
Esto fortaleció su determinación de aceptar la oferta del conde. Sus dos hijos
claramente lo deseaban. ¿No se suponía que los niños tenían un sexto sentido con la
gente?
De hecho, ella estaba un poco insegura acerca de eso. Los niños eran criaturas
inconstantes, y estos niños habían sido sobornados con limonada, pasteles, y caballos.
Por fin perdió la paciencia con su callada expectación y los mandó a recoger los
escaramujos que quedasen en los setos. Si no pasaban a formar parte de la aristocracia
necesitarían el tónico curativo en invierno. Se dijo que aún tenía dudas, y ella no podía
permitirse las dudas. Por una vez en su vida tenía que ser dura y firme y, como él había
dicho, aprovechar la oportunidad.
No sería melodramático decir que era cuestión de vida o muerte.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Se sentó a esperar, trabajando en un par de zapatillas como regalo de Navidad para


Rosie.
Cuando el golpe sonó en la puerta, lo sintió como un final bienvenido a un período
de tortura. Debería haberle dado su respuesta ayer. Cualquier noción de elegir había
sido una ilusión.
Hacía un día moderadamente frío, y él vestía un abrigo hecho perfectamente a la
medida, un lustroso sombrero de pelo de castor, y unos flexibles guantes de cuero.
Parecía más atractivo, más sustancial, más pulido incluso que antes. Aunque no era un
hombre grande, su presencia pareció llenar su pequeña sala de estar, y la idea del
matrimonio se volvió otra vez absurda.
Ella parecía bastante desvalida con sus dos sillas desvencijadas.
—Siéntese por favor, milord. ¿Le apetecería tomar una taza de té?
Él sonrió enigmáticamente.
—¿Aún posponiéndolo? Señora Rossiter, por favor, deme su respuesta, o voy a
estallar.
Ella dio media vuelta.
—Suena como si esto fuera importante para usted, cuando sé que podría encontrar un
buen número de mujeres bajo cualquier seto.
Su tono era divertido.
—Se lo aseguro, nunca consideraría casarme con una mujer que encontrase bajo un
seto.
Él permaneció en silencio y al final ella tuvo que darse la vuelta para enfrentarlo.
—Señora Rossiter —dijo—, el propósito de este matrimonio es evitar lazos
sentimentales, pero puedo decir con total honestidad que deseo que usted sea mi
esposa. De hecho, usted es la única mujer que he conocido nunca a quien he tenido el
deseo de hacer mi esposa.
Parecía tan sincero.
—¿Y promete usted no escribir nunca odas sobre mis ojos?
¿Por qué diantres tenía ella que preguntar una cosa tan ridícula?
Ciertamente una pizca de risa iluminó sus ojos, y se colocó la mano en el corazón.
—Por mi honor de caballero inglés.
Ella le sonreía, divertida por el guiño de sus ojos. Las palabras escaparon sin querer.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Muy bien entonces.


Él sonrió. Fue una sonrisa brillante, y la sorprendió que estuviera causada por una
simple cuestión práctica. Leander dejó su sombrero y sus guantes sobre la mesa, y se
desprendió el abrigo de sus hombros para colocarlo sobre una silla. Se acercó y situó un
dedo bajo la barbilla de ella. Judith se dio cuenta de que iba a besarla. Se apartó.
—Oh no... —Entonces volvió la mirada atrás, sabiendo que había sido singularmente
estúpida.
Él tenía el ceño ligeramente fruncido.
—Si esto debe ir más allá, señora, debe venir aquí y permitir que la bese.
—Todavía somos unos virtuales desconocidos, milord.
—Aún así.
Judith había tenido la impresión de que él era joven y demasiado bien educado como
para imponer su voluntad. Debía reconocer su error. Recordó que era un veterano de
guerra. Sus dudas resurgieron pero las aplastó con decisión. Un beso de compromiso
matrimonial era un motivo absurdo al que oponerse. Lentamente volvió a situarse frente
a él.
Leander tomó sus manos en un firme y cálido agarre, capturándola con esos intensos
ojos.
—Tengo entendido que amaba profundamente a su marido, señora, y no espero
suplantarlo en su corazón. De hecho, su afecto por él es una de sus máximas
recomendaciones. Pero espero que usted pueda aceptar mis besos y mis atenciones en el
lecho sin sentir rechazo. Si no puede hacerlo, entonces dígamelo ahora.
Siempre había un precio que pagar, pero los derechos conyugales no serían una carga
insoportable. Simplemente a ella no le gustaba mucho ser besada en los labios. Lo
encontraba algo desagradable.
—Estaré encantada de cumplir con mi deber —dijo ella.
Él asintió, aunque frunció el ceño por su tono de voz.
—Hay otra condición que debería haberle contado ayer. Si vamos a casarnos, insisto
en que abandone el luto por completo.
Judith pensó que sería extraño y placentero desprenderse del negro, luego recordó
que no debía dejar traslucir ese placer. Él pretendía a la “viuda llorosa”.
—Muy bien —dijo con sólo un toque de renuencia, luego añadió francamente—, pero
usted tendrá que pagar mi nuevo guardarropa.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Él clavó los ojos en ella.


—¿Quiere decir que viste de negro porque no puede permitirse ropas nuevas?
—No —mintió ella rápidamente—. No podía soportar vestir de color. Pero
comprendo que ahora usted lo desee. Me limito a señalar que no tengo nada más, y si
desea que vista de color, deberá sufragar el gasto.
Su expresión se aligeró.
—Será un placer hacerlo. —Retrocedió ligeramente y la estudió—. Azul, rosa oscuro,
castaño cálido, melocotón...
La franca mirada con que la recorría la puso nerviosa.
—¿Va a dictar mi guardarropa, milord?
—Damas muy importantes han mendigado mi consejo, señora Rossiter.
Era peligroso cuando estaba de broma. Ella levantó la barbilla y dijo fríamente:
—Creo que debería concentrarse en asuntos más importantes, milord.
—La esclavitud y la deuda nacional, sin duda. —Lanzó un lastimoso, y falso,
suspiro—. Muy bien. Le dejo la moda a usted. Pero nada de gris, negro, beige o violeta.
Lo prohíbo.
Pensó que era ridículo tener a este joven prohibiéndole nada, incluso en broma, pero
sospechaba que él podría imponer su voluntad. ¿Hasta dónde podía permitirse ceder?
Esperó tensamente su beso, pero él vaciló pensativo y luego la condujo hacia una silla.
Se sentó y la atrajo a su regazo.
—¡Milord! ¿Qué está haciendo?
—Perdóneme por ser tan enérgico —dijo al sujetarla con notable fuerza—, pero
necesito estar seguro de que somos físicamente compatibles.
Con una boqueada, Judith apoyó las manos en su pecho.
—Si piensa por un momento que yo... que nosotros...
Él relajó su agarre y cubrió con una mano sus labios, con la risa en los ojos.
—Claro que no. ¿A plena luz del día, en su sala? Pudo haber evitado todo esto,
aceptando un decoroso beso de compromiso matrimonial, ¿sabe? —Capturó sus manos
para que ella no pudiera apartarse, y recobrar la severidad—. Debe comprender, señora,
que a pesar de sus mejores intenciones, podría no poder vencer una renuencia natural a
tener intimidad con un hombre que no sea su primer marido. Eso no sería justo ni para
usted, ni para mí.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Judith se preguntaba que pretendía, y lo que debería hacer acerca de ello. No le


gustaba estar sentada sobre su rodilla así. En sus estados de ánimo más cariñosos,
Sebastian la había sentado en su rodilla en esta misma silla, llamándola su ángel. Los
primeros años a ella le gustaba, pero después se había vuelto ridículo, y ridículo era
como lo recordaba.
—Ayudaría —dijo secamente—, si se relajara un poco, y no se sentara como un niño
aprensivo sobre las rodillas de un tío abuelo gruñón.
Ella pensó que quizá veía una salida a esta situación. Se tranquilizó modosamente.
—Mi marido solía sujetarme así en esta misma silla —le dijo, y miró nostálgica hacia
el retrato que colgaba sobre la chimenea.
Él siguió su mirada y estudió el cuadro. Judith deseó no haber llamado su atención
sobre él después de todo. Mostraba a Sebastian en su imagen más absurda. Estaba
vestido “poéticamente” con una bata suelta de color lila, con una corbata flojamente
anudada en el cuello, y su pelo con sus mejores rizos. Llevaba una rosa Judith Rossiter
en su mano izquierda y una pluma en la derecha mientras miraba perdidamente a lo
lejos buscando inspiración.
Miró al viril y vital lord Charrington, preguntándose si retiraría su oferta en el acto.
Él enfrentó su mirada con un parpadeo de pícaro humor que la alarmó.
—¿Está incómoda por ser observada por él? Entonces eso hará que la prueba sea aún
mejor, ¿no?
Él movió abruptamente el brazo que la sostenía de modo que ella se balanceó hacia
atrás, y tuvo que ceder o forzaría su columna vertebral. ¡Sebastian ciertamente nunca
había hecho nada parecido! Le parecía definitivamente carnal estar tumbada
desgarbadamente en el regazo de un hombre de esta manera.
Los dedos de su mano izquierda se curvaron alrededor de su cuello con ligereza, pero
ella era perfectamente consciente de que también podían mantenerla sujeta. Su mano
derecha subió a acariciar el lateral de su rostro.
—Judith —dijo suavemente, usando su nombre de pila por primera vez—, Judith, va
a ser mi esposa, dentro de unas semanas estaremos desnudos en una cama. ¿Puede
aceptarme?
¡Desnudos! Notó cómo se tensaba. Ella y Sebastian nunca se habían desnudado.
Nunca. Pero se obligó a relajarse. Había llegado demasiado lejos para retirarse. Se
recordó a sí misma que todas las ventajas serían para los niños.
—Con mucho gusto —mintió.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Él pareció comprensiblemente dudoso.


—Entonces, llámeme Leander.
Judith tragó saliva.
—Leander —masculló, estudiando el alfiler de perla de su corbata almidonada.
Él giró la cabeza de ella hasta que lo miró.
—Yo soy más interesante que mi ropa, como podrá comprobar.
Judith supo que se había ruborizado ante esta clara referencia a los cuerpos, pero
esperaba que no pareciera como si estuviera asustada. No estaba precisamente asustada.
Preferiría que sus deberes conyugales fueran realizados de la manera en que estaba
acostumbrada, pero si él quería desnudarse completamente eso no era un motivo para
oponerse.
Ella recordó su comentario acerca de su baile desnuda frente al fuego, y se preguntó
si no había sido una broma en absoluto. Pues bien, incluso eso no sería un precio
demasiado alto que pagar.
Con cierta vacilación, ella levantó una mano y le tocó la mejilla.
Él se relajó y empezó a besar esa mano. Luego frunció el ceño ante su sofocado y
ruborizado estado.
—Tendremos que dar a este pobre miembro algunos cariñosos cuidados. —
Manteniendo su mirada, él depositó un beso en su palma.
Nunca le había ocurrido a Judith nada semejante, y encontró que se sentía bien y se
relajó de verdad en sus brazos, tan floja como un harapo. Se quedó sin aliento mientras
su húmeda y cálida lengua le hacía cosquillas, recorriéndole de la palma a la punta de
los dedos. ¡Dios mío! Debía de ser su educación europea. Todo el mundo sabía que eran
muy raros en el extranjero.
Él colocó la mano de ella contra su corazón, y la alzó ligeramente para poner sus
labios sobre los de ella. No eran hinchados y húmedos, sino firmes y secos. El sabor de
él no era desagradable. A diferencia de Sebastian, sus dientes todavía debían estar en
buen estado. Ella sólo pudo permanecer allí con aturdimiento, permitiéndole hacer lo
que deseara.
Luego se dio cuenta de que su otra mano había soltado la de ella para tocar su pecho.
Trató de jadear una protesta, y su lengua la invadió rápidamente, luego se retiró.
Regresó, luego acarició sus labios. Era todo muy extraño pero Judith reconoció la
perversidad. Los escándalos susurrados sobre lo que sucedía en Londres vinieron a su
mente, e incluso las antiguas historias del Club Fuego del Infierno.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Se lo habían advertido cuando era una niña, sin embargo, la perversidad no carecía
de atractivos. Judith sintió el poder de algo...
Supo que debería cerrar la boca y mantener los dientes cerrados, pero con una astuta
boca en la suya y una mano acariciándole el pecho, estaba atrapada en una oleada de
sensaciones cálidas e inexplicables. Cerró los ojos y se dejó llevar por las sensaciones.
Cuando él retrocedió ella mantuvo los ojos cerrados, asustada de lo que podrían
revelarle.
¿Que estaba sorprendido? Eso era completamente cierto.
¿Que ella tenía impulsos lascivos? Eso también era cierto, pero sólo podía culparse a
sí mismo por descubrirlo.
¿Que a ella le daba miedo esta diferencia, esta novedad? Eso él nunca debía saberlo o
podría retirar su oferta.
Fue puesta sobre sus pies y sólo entonces abrió los ojos para encontrarse con que la
habitación daba vueltas a su alrededor.
—Madre mía.
—Estoy totalmente de acuerdo.
Ella miró hacia arriba, sobresaltada, para ver que él estaba también sofocado y
divertido.
—Le prometo no desafiarla otra vez hasta que estemos casados, Judith, pero estoy
convencido de que somos compatibles. ¿Y usted?
Judith no estaba segura en absoluto, pero estaba decidida en cuanto a aquel
matrimonio. Se aclaró la voz.
—Er... enteramente.
—Me lo figuraba.
Ella le dirigió otra mirada cautelosa.
—¿Todavía desea casarse conmigo, milord?
—Todavía más. —Él se encogió de hombros bajo su abrigo—. ¿Publicaremos
amonestaciones, o preferiría una licencia?
—Amonestaciones —dijo Judith rápidamente. Con una licencia podían estar casados
en unos días y ella necesitaba tiempo.
—Entonces serán tres semanas —dijo él.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Tres semanas —repitió aturdida—. Eso... er... no da mucho tiempo para avisar a la
gente. ¿No querrá invitar a nadie?
—No tenía intención, no. ¿Tiene familia que desee que esté presente?
Judith se agarró de este punto, como una persona arrastrada por un caballo
desbocado clavando sus talones en el suelo.
—Sí, la tengo, ciertamente. No me ha preguntado por mi familia.
—No tienen ninguna importancia en mi decisión. Usted es más que bienvenida a
tenerlos en su boda.
—Tengo tres hermanos y dos hermanas —dijo ella apresuradamente—. Mi padre es
vicario en Hunstead, y quiero que oficie la ceremonia.
—Muy bien. Quizá deberíamos ir allí cuanto antes, y darles las buenas noticias.
Judith se mordió los labios. ¿Cambiaría de idea cuando conociera a su empobrecida
familia? Pero él sabía que ella era pobre. ¿Revelaría su familia la tonta romántica que
había sido a los dieciséis? Pero él pensaba que todos sus sentimientos se habían
concentrado en Sebastian.
—Eso sería agradable —dijo ella, envolviendo su práctica compostura a su alrededor
como una capa.
Él se puso su elegante sombrero en la cabeza, logrando un ángulo preciso y elegante
sin esfuerzo aparente.
—Estoy seguro que los Ardens consentirán en una reunión en Hartwell después de la
ceremonia. ¿Tres semanas a partir de hoy serán convenientes?
Judith asintió.
—Puede dejarlo todo en mis manos —dijo él, luego añadió con una sonrisa—,
excepto, por supuesto, su guardarropa. Sugiero que permita que Beth Arden la lleve a
Guildford. Debe haber alguien allí capaz de hacer algunos vestidos tolerables. Pagaré las
cuentas, por supuesto. No escatime nada. Hay dinero de sobra. Y compre ropa para los
niños, también, si la necesitan, y cualquier otro regalo que les apetezca.
—Los echará a perder —protestó ella.
—Un poco de indulgencia no los echará a perder. Únicamente los acercará a su futura
posición en la vida. Después de Navidad, haré los arreglos necesarios para que Bastian
tenga un tutor que lo prepare para Harrow.
El caballo desbocado estaba activo de nuevo, a pesar de sus talones clavados en el
suelo

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Gracias.
—Y una institutriz para Rosie.
—Por supuesto. —Todo esto era como en los sueños más salvajes. Judith buscó un
punto de solidez—. ¿Milord, dónde viviremos?
Él estaba ocupado en ponerse sus suaves guantes de cuero.
—Pues en Temple Knollis, por supuesto. ¿Dónde sino? Deberíamos estar allí para
Navidad.

—¿Vas a casarte con lord Charrington, Mamá?


—¿Serás una “milady”?
—¿Vivirá él aquí con nosotros?
Judith se enfrentó a sus excitados hijos en su cocina.
—Sí, sí, y no.
—¿Dónde viviremos, entonces? —preguntó Bastian con la ansiedad de cualquier niño
enfrentado a un cambio—. ¿De vuelta a Mayfield House?
—No, amor. En Somerset, en la casa de lord Charrington. Se llama Temple Knollis y
se supone que es un lugar espléndido.
—Somerset está lejos, ¿verdad?
—Sí.
—Entonces no volveré a ver a Georgie.
Ella acarició sus rizos cariñosamente.
—Me temo que no. Pero harás nuevos amigos.
Rosie dijo:
—¿Cenaremos con platos de oro?
Judith se rió.
—No si tengo algo que decir sobre el asunto.
—¿Tendré vestidos de seda?
Judith notó su patente anhelo y besó su frente.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—No para todos los días, querida, pero puedes tener uno para la boda, y para
ocasiones especiales.
—¿Rosa? —preguntó Rosie.
—Si quieres.
—¿Con lazos y rosas?
Judith hizo una mueca interiormente ante la idea.
—Ya veremos.
Ella miró a Bastian, que estaba taciturno, pero entonces él repentinamente dijo:
—Habrá montones de caballos, ¿verdad?
—Eso espero.
Y eso pareció decidirlo.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Capítulo 5

El caballo desbocado había entrado plenamente en acción. Al día siguiente Leander


escoltó a Judith y a los niños a la iglesia para escuchar las amonestaciones leídas por
primera vez. Ella era irritantemente consciente de las miradas de los aldeanos, y de los
susurros que circulaban.
Después del servicio, algunos se adelantaron para ofrecer sus buenos deseos, con la
intención de que él les fuese presentado, pero su presencia aristocrática, y la presencia
del marqués y de la marquesa disuadió a la mayoría de intentarlo, pero la miraban
fijamente.
Judith sabía que debían estar preguntándose sobre ese extraño giro del destino, pero
levantó la barbilla y sonrió como si ese fuera el más común de los asuntos.
El lunes, Judith se encontraba en un coche con Beth Arden dirigiéndose a Guildford
para una expedición de compras.
—Probablemente piensa que esto es una tonta extravagancia —dijo lady Arden,
mientras rodaban a lo largo del camino a Guildford.
Judith pensó en el estado de su guardarropa.
—No, no lo creo.
Beth la miró con sorpresa.
—Yo era pobre cuando me casé con Lucien, y los de Vaux prácticamente tuvieron que
torturarme para que aceptara cualquier cosa.
Judith no sabía qué decir ante tan extraordinaria declaración. Si ella admitía la alegría
que sería comprar cosas nuevas, temía parecer una mercenaria. Al final, dijo:
—Quizá no se encontraba en tan desesperada estrechez, milady. Un día estas ropas se
van a hacer trizas en mi espalda.
Beth le prestó toda su atención.
—Tiene razón. Nunca fui realmente pobre. Siempre había comida y ropa decente, con
dos vestidos nuevos cada año.
Judith sonrió tristemente.
—Y tiempo.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Bueno, yo trabajaba como maestra, pero sí, hubo tiempo.


Ella sonrió cálidamente.
—Me complace ver que no está siendo forzada. Ahora podemos divertirnos. Debo
confesar que aún estoy en contra del exceso indiscriminado, pero una modesta selección
apropiada de prendas de vestir no puede ser un pecado, particularmente porque
acudiremos a trabajadores locales. En estos tiempos difíciles es un deber.
Judith se inquietó, quizá había sonado demasiado entusiasmada con la idea de
renunciar al luto.
—Preferiría usar colores sobrios, por supuesto, pero me temo que a lord Charrington
no le gustaría.
Cielo querido, ella odiaba la duplicidad.
—No, a él no. No me corresponde asesorarla, señora Rossiter, y probablemente sea
una impertinencia al ser algunos años más joven que usted, pero yo sugeriría que trate
de pensar en sí misma como una novia, en lugar de como una viuda —agregó lady
Arden.
Judith se puso a la defensiva.
—¿Podría hacerlo usted a escasos doce meses después de la muerte de lord Arden?
Lady Arden palideció.
—Oh, lo siento —dijo Judith—. Ustedes están recién casados. No es una comparación
justa.
—No, en absoluto. Espero que el tiempo no altere... Tiene razón en hacerme pensar
en la situación, pero aún así, si usted está de acuerdo, hay que hacer el intento de dejar
atrás el pasado.
—Yo estoy dispuesta a hacerlo.
—¿Y está usted dispuesta a llamarme Beth? Me gustaría mucho, y que me diera
permiso para llamarla Judith, es más cómodo.
Con este acuerdo Judith casi se sentía como una muchacha de nuevo. Cuando
contrajo matrimonio había dejado tras de sí un buen número de amigos, pero no había
hecho ninguno después, Sebastian y los niños habían exigido todo su tiempo. Desde su
muerte había dispuesto aún de menos tiempo libre, y se había producido el problema de
su confuso estatus social. Por matrimonio y nacimiento era una dama, pero en realidad
era uno de los pobres de la aldea.
Sería agradable tener una amiga, aunque sólo fuera por unas pocas semanas.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

El carruaje las llevó al local de la señora Lettie Grimsham, la modista más importante
de Guildford.
—Yo no soy clienta de la dama —dijo Beth, cuando se apearon—, pero me han dicho
que es la mejor de la localidad. Yo sugeriría, en todo caso, que escogieras sólo lo
esencial. Cuando estés establecida en tu nueva vida tendrás más idea de lo que
necesitas.
Lettie Grimsham era bajita y muy gruesa, con media docena de alegres papadas, y los
dedos como salchichas. Ella conocía profundamente su negocio, lo que no era de
extrañar ya que su denso acento ponía de manifiesto que era francesa. Explicó que había
llegado a Inglaterra durante la Época del Terror y se había casado con Josiah Grimsham,
un productor local de maíz.
Cuando la señora caminó, se fue como un pato para coger la cinta métrica y una
libreta, Beth se puso de lado y le susurró:
—Me he encontrado con una serie de modistas con nombres franceses que claramente
nunca han estado más cerca de Francia que de Brighton. Y aquí tenemos una, nada
menos, Lettie Grimsham, que es un artículo genuino.
La modista tomó medidas que fueron anotadas por una ayudante. Madame
Grimsham era perceptiva y sagaz. No hizo ningún comentario acerca de la ropa
desgastada de Judith, pero sacó muestras de telas de colores sobrios de medio luto.
—Creo que queremos algo más alegre. La señora Rossiter será una novia dentro de
unas semanas. De hecho, ¿por qué no empezar con un vestido de boda? —dijo Beth.
Los ojos negros de madame Grimsham se iluminaron con deleite. Estudió a Judith
durante un momento, después gritó, con un terrible acento francés:
—¡Sukie!, la seda de Lyon. La de colog melocotón.
Cuando la ayudante volvió con una pieza de la maravillosa seda, un dorado
melocotón con primaveras bordadas en color crema. Judith jadeó ante su belleza, pero
dijo:
—No creo que sea mi color.
Pero estaba atrapada en una habitación privada, y le habían pedido que se desnudase
la parte de arriba para ver el efecto. Entonces la modista le echó la pieza de seda sobre el
hombro y la envolvió alrededor.
—¡Obsegve! —le pidió a Beth—. Tengo gazón, ¿non?
Judith observó como se le agradaban los ojos a Beth.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Madame Grimsham, usted es un genio —dijo Beth.


—C'est vrai4 —dijo la mujer complacida—. Yo podgía habeg ido a Londges, pego
Josiah no quiso, y no me gustagía que se quedaga solo.
Judith se volvió hacia un espejo, y se quedó con la boca abierta.
—Siempre he pensado que mi color era el azul.
—Debido a sus ojos, ¿sí? Pero sus ojos no necesitan gealce extga, madame, y vea
cómo se ilumina el colog de su piel.
De hecho lo hizo. La tez de Judith era buena, aunque un poco dorada por el trabajo y
los paseos al aire libre, pero ella pensaba que era ordinaria. Encendida por la seda
melocotón, estaba resplandeciente, y el azul profundo de sus ojos se destacaba aún más
en el marco la misma.
Creaba una ilusión de belleza.
El vestido de boda se decidió pronto, sencillo, de cuello alto. Escogieron un spencer 5
de terciopelo que combinara, y en vista de la temporada, una capa rusa marrón, la
capucha con adornos de zorro, con el manguito a juego.
Consultaron los patrones y muñecas de los libros, y las muestras de los materiales
que antes habían elegido: un paño de color verde profundo con trenzados para una
pelliza, dos muselinas con adornos y encajes; un cálido y suave paño rosa para un
vestido; otro spencer de color castaño de Nápoles; y un vestido de noche excesivamente
fino de encaje marfil sobre un resbaladizo satén melocotón. Este último tenía el cuerpo
bordado en amplias uves y un ribete de cinta marrón y melocotón alrededor del
dobladillo. En la ilustración el corpiño se reducía hasta revelar una gran cantidad de
pecho y Judith trató de modificarlo, pero las otras dos señoras desecharon su opinión
con firmeza.
—Judith —dijo Beth—, sólo hemos elegido ese vestido en el caso de que desees asistir
a un evento por la noche. En tal caso, un escote bajo es de rigueur6.
—¿En esta época? —protestó Judith—. ¡Me voy a congelar!
—En esos eventos generalmente hace excesivo calor, pero tenemos que comprar
algunos chales por si acaso.
Ella miró a la señora Grimsham.

4 Es cierto (francés). (N. de la T.)


5 Corpiño corto. (N. de la T.)
6 De rigor (francés). (N. de la T.)

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—En Guildfogd hay lugages donde se pueden compgag esos agtículos, milady, pego
tal vez no sean de la calidad que... —Un expresivo gesto de la mano desestimó esos
establecimientos, lo que le recordó a Judith las maneras extranjeras de lord
Charrington—. Como voy a teneg que haceg un pedido a Londges de algunos tejidos —
continuó la modista—, tal vez podgía incluig algo adecuado...
Judith supuso que la mujer lograría buenos beneficios con este acuerdo, pero se sintió
mejor con el hecho de que su buena fortuna se extendiera. Como Beth había señalado,
en estos duros días de posguerra era deber del afortunado ayudar a otros.
Un examen de la moda impuesta por Ackermann7 la llevó a la elección de una
bufanda de seda marfil y un chal de cachemira, ambos fabricados en Inglaterra. La
señora Grimsham estaba segura de que podía adquirir algo muy similar.
La modista prometió que todos los artículos serían entregados para el día de la boda,
y antes, de ser posible, y se ofreció a terminar el vestido rosa rápidamente si era
necesario. Judith lo descartó. No deseaba pavonearse repentinamente en Mayfield con
estas galas, y, de hecho, le parecía ridículo cuando había tanto trabajo por hacer. Iba a
cambiar su estilo cuando cambiara su nombre.
Judith también le dio a la señora Grimsham las medidas de Rosie y pidió una cálida
lana para un vestido adecuado para viajar, y uno de seda rosa, ligeramente elegante, para
la boda.
La modista les recomendó un sastre, un sombrerero que le pareció pasable, un
zapatero que conocía su oficio, y una buena mercería. En pocas horas, Judith había
encargado o comprado:
En el sastre, un traje elegante, un cálido abrigo, guantes, y una gorra para Bastian.
En el sombrerero, dos tocas para ella y dos para Rosie.
En el zapatero, un par de botas de media caña para ella y para Rosie, tres pares de
zapatillas para cada uno, y un par de zapatos y otro de botas para Bastian.
En la mercería, todos los artículos íntimos que cualquiera de ellos podría necesitar. En
ese momento estaba empezando a sentirse un poco paralizada por la gran cantidad de
compras, y trató de ser moderada.
No tenía ningún problema en sustituir de sus cajones sus ropas íntimas remendadas
por otras de fino linón, bellamente confeccionadas con bordados o adornadas con cintas.

7 Konrad Ernst Ackermann (1712-1771) fue un actor y director alemán. Se volvió famoso en los dramas
locales y por interpretar papeles que combinaban lo cómico y lo sentimental. (N. de la T.)

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Tampoco con la compra de tres pares de medias de seda para completar la docena de
hilo. Se había resistido, no obstante, a la compra de camisones de seda.
—Qué poco práctico —dijo Judith, y agregó murmurando—, especialmente cuando
dijo que quería verme desnuda.
Beth escuchó, y sus ojos centellearon.
—Pero tal vez —dijo suavemente—, querrá desnudarte.
Judith no sabía qué hacer, y supo que se había ruborizado pensándolo. Sebastian
siempre había anunciado antes de acostarse su intención de visitarla, y luego iba a ella
en la oscuridad. Incluso si lord Charrington, Leander, deseaba quitarle el camisón, ¿se
diferenciaría mucho en la oscuridad si era de seda o de algodón?
Por estar distraída, se encontró con que ahora tenía dos camisones de seda, y dos de
franela de algodón.
—Para las ocasiones —dijo Beth—, cuando el calor es más importante que la
apariencia.
El lacayo de Beth iba y venía al carruaje transportando paquetes.
Judith consideró que tal vez no debería, pero se detuvo en la pequeña tienda que
vendía juguetes y libros. Compró a cada niño un nuevo libro para sus estudios, y
algunos papeles y lápices. Qué agradable sería no tener que racionar esas cosas nunca
más. Luego, con el sentimiento de que deberían compartir la frivolidad general, le
compró un aro a Bastian, y una peonza a Rosie.
Cuando salió de la tienda dijo hacia el cielo:
—¡Cielos santos, vamos a casa antes de comprar la ciudad! No me atrevo a pensar lo
mucho que he gastado.
Las dos se fueron contentas a instalarse en el carruaje, pero Beth dijo:
—Cualquiera que sea la suma, te aseguro que lord Charrington apenas lo notará.
Además, has comprado sólo lo necesario. Sería inútil y tonto ir andrajoso, y eso le
disgustaría. Tengo la sospecha de que, aparte del ejército, su vida ha sido bastante rara.
Judith la miró con sorpresa.
—Pensaba que os conocíais bien.
—Oh, no. Es un viejo amigo de mi marido, pero yo le he conocido hace apenas una
semana. Lord Charrington ha estado fuera de Inglaterra desde que tenía dieciocho años.
Extraño, pensó Judith con repentina preocupación.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—¿Crees que se quiere ir al extranjero otra vez?


Beth la miró.
—¿A ti no te gustaría?
—No, no lo creo.
—Lo mejor sería que se lo preguntaras, aunque tengo entendido que ahora se
propone vivir en Inglaterra.
Judith se sintió enferma.
—¡Pero acabo de gastar todo ese dinero!
Beth puso una mano sobre la suya.
—No te preocupes por el momento, Judith. Estoy segura de que no sería tan
mezquino como para hacer un problema de esto, pero si lo hace, yo pagaré tus cuentas.
—No podría dejar que lo hicieras —dijo Judith, aunque no tenía idea de lo que haría.
—Por supuesto que puedo. No olvides que yo te persuadí.
Sin embargo, cuando el tema se planteó, Leander dijo sin vacilar que tenía la
intención de vivir en Inglaterra. Sugirió que tal vez quisiera visitar el continente en una
fecha posterior, pero sólo para una breve visita.
Estaba encantado con la cuenta de sus compras, y diligentemente admiró los juguetes
nuevos de los niños. Entonces, tanto ella como él se vieron obligados a elogiar la
destreza de Bastian con el aro, y la de Rosie con la cuerda y la peonza. Rosie tenía
dificultades para mantener la parte superior girando, y Judith fue a ayudarla.
Cuando escuchó a Bastian pedir ayuda a Leander, sospechó que era un pretexto para
conseguir la misma atención. Escuchó a Leander confesando que no sabía nada de aros,
y miró hacía él, triste por la infancia que parecía no haber tenido. ¿Cómo habían sido sus
padres? Incluso si tuvieron poco tiempo para él, ¿no podrían haber contratado a mejores
asistentes?
Rosie reclamó de nuevo su atención, por lo que se concentró en la niña hasta que la
peonza giró bien bajo el azote de la cuerda.
Cuando miró hacia arriba, fue para ver al elegante lord Charrington corriendo
camino abajo, lanzando el aro bajo la tutela de su hijo. Se mordió el labio para no reírse,
y se apresuró hacia la casa para poner la tetera.
Cuando todos llegaron al fin, trajeron aire helado y risas, sirvió el té y pastel. Sólo
cuando se había sentado se dio cuenta que había cortado un trozo de pastel y lo puso

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

ante Leander sin haberle preguntado, como si fuera otro niño. Cielos, ¡la próxima vez se
encontraría cortándole la comida!
Él no pareció darse cuenta, tampoco parecía molesto por las indignidades en las que
había participado.
Levantó las cejas, sin embargo, cuando le presentaron a Magpie.
—Quizás no sea la más sabia adquisición cuando estamos a punto de emprender un
viaje...
Pero entonces él les sonrió abiertamente a todos.
—Pero vamos a arreglárnoslas. Recordadme que os hable en otra ocasión sobre un
montón de cerditos que transportamos a través de los Pirineos...
Ella recordó una vez más que había sido soldado, y probablemente allí no había sido
capaz de preservar su brillo perfecto. Y había sido un colegial, y sin duda había sufrido
rasponazos y caídas.
Tenía la sensación, sin embargo, de que no lo conocía en absoluto, y la asustó. A ella
la habían criado en la creencia de que en su país, los extranjeros eran una maravilla de
cinco días. Se había casado con Sebastian después de un compromiso de seis meses, y
hasta entonces no le había conocido realmente. ¿Qué descubriría con el tiempo sobre
este hombre misterioso que iba a ser su marido? ¿Y si lo descubría demasiado tarde?

El martes Leander pidió prestado el carruaje de los Arden para ir a Hunstead, situada
a diez millas de distancia. Insistió en que les acompañaran los niños. Esto hizo que
Judith se pusiese nerviosa, para él sería el período más largo que pasaba con ellos, pero
Bastian y Rosie estaban en la etapa de su mejor comportamiento, hasta el punto de
resultar casi doloroso. Al parecer ellos tampoco podían creer esta buena fortuna, y
temían que se les escapase.
Cuando se acercaron a la parroquia Judith le miró con ansiedad. Hunstead Glebe
House era un edificio sencillo, y nunca estaba en buen estado. Se suponía que la diócesis
tenía que mantenerlo, pero no era así. Judith sospechaba que el vicario de Bassetford,
cuyo coadjunto era su padre, malgastaba el dinero.
No vio ninguna expresión en la cara de Leander, aunque sospechaba que a los
extraños ojos ámbar no se le escapaban ningún detalle. Los niños estaban con el cuerpo
casi fuera de la ventanilla, incapaces de reprimir su entusiasmo, las visitas a sus abuelos

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

eran poco frecuentes. Leander agarró la parte de atrás del vestido de Rosie para
asegurarse de que no se cayera.
Tan pronto como paró el carruaje, los niños estaban fuera y corriendo alrededor de
sus canosos abuelos. El rollizo reverendo Millsom y su pequeña esposa estaban
encantados de verlos, pero claramente desconcertados por la visita, especialmente en un
magnífico carruaje.
Los dos hermanos de Judith que aún vivían en la casa salieron a ver lo que estaba
pasando.
Ella hizo las presentaciones y dio las explicaciones. Su hermana Martha, un alma
sencilla, prácticamente se desmayó por la emoción. Su hermano John, sin embargo, era
receloso. Eso no era sorprendente. Era muy parecido a ella.
Sus padres dijeron que todo estaba bien, pero miraban un poco dudosos sin tener el
valor de preguntar por la maravillosa sorpresa. Por primera vez se preguntó lo que
realmente debieron pensar sobre su matrimonio con Sebastian.
Cuando entraron en la casa, Leander demostró su habilidad diplomática. Aceptó sin
parpadear sentarse en un sofá raído, sordo a las objeciones de los dos gatos que habían
sido trasladados para dejarle sitio. Discutió con igual facilidad la terrible falta de
empleo, la cuestión de la ausencia de eclesiásticos, las perspectivas de una paz duradera,
y la dificultad en la obtención de buenas pasas.
Cuando Martha hizo un amplio gesto y estampó el relleno de una tarta contra la
manga de su chaqueta de paño de lana Melton, sin duda más fina que cualquier cosa
que hubiera pasado anteriormente por esta sala, hizo caso omiso, de alguna manera dio
la impresión de que el manchón de crema y mermelada era justo lo que la tela marrón
necesitaba para estar terminada.
Había dicho que tenía un regalo para cada uno para facilitar las cosas, y lo demostró.
Pronto, todos se reunieron alrededor de él como ovejas dóciles, incluso John.
Judith no estaba del todo segura de la razón por la que estaba resentida, hasta que se
dio cuenta de que en realidad no visitaban a su familia, estaban siendo hábilmente
manipulados. Ellos eran uno de los precios que él tenía que pagar en este arreglo.
Todas sus dudas resurgieron. Quizás la estaba manipulando, y de una manera tan
sutil, que no lo había notado. Quizás sería manipulada durante toda su vida, lo que le
trajo a la mente los acontecimientos ocurridos a raíz de su compromiso matrimonial,
cuando de hecho la había manipulado. Y le trajo a la mente los comentarios de Beth
Arden sobre que la desnudaría, y la desnudez...

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Judith podía sentir como le iba aumentando el color. Se sentía horrorizada al estar
sentada en la sala de sus padres con el hombre que podría... que querría... Nunca se
sintió de esta manera con respecto a Sebastian.
Tomó un profundo trago de té y se atragantó. John le dio una palmada en la espalda
con tanto ímpetu que casi se cayó de la silla. Miró fijamente a Leander, que estaba
totalmente serio. Podía ver la risa burbujear en sus ojos.
Le molestaba el hecho de que estuviese conteniendo la risa, risa hacia su familia.
Antes de decir algo que era mejor callarlo, Judith se concentró en chismorrear con
Martha. Desdichadamente intercalaba susurros como: “Es como el héroe de una novela,
Judith”. “¿Vas a tener que llevar una corona?” “¿Cuántos sirvientes vas a tener?” Si vas
a establecerte en Londres, ¿me visitarás?”
Ella no sabía las respuestas a estas preguntas, y la asustaron. Quizás Leander debía
casarse con Martha en su lugar. Pero luego se dio cuenta de que Martha, como todas las
que tenían veinticinco, era justo el tipo de jóvenes avecillas que caían enamoradas de él,
y tal vez ya estaba en ese camino.
Judith hizo un solemne voto de nunca avergonzarle a él y a sí misma de tal manera.
Concentrada en Martha, Judith sólo se dio cuenta lentamente que Leander estaba
alentando a su familia para que hablaran de su situación financiera. Los Millsom no eran
codiciosos, pero cuando nunca hay suficiente dinero pronto se convierte en el centro de
la existencia. Judith lo sabía muy bien.
De repente fue demasiado. Dejó su taza y se levantó.
—Milord unas palabras con usted, por favor.
La habitación cayó en silencio. Algo sorprendido, Leander siguió sus pasos hacia el
estrecho pasillo.
—¿Hay algún problema?
Judith se enfrentó a él y susurró firmemente:
—Usted ya tiene a toda mi familia en la palma de la mano, milord. No hay necesidad
de comprarlos, además.
Su mentón se levantó ante el ataque.
—¿Por qué se opone? ¿Cree que va a tener algún costo para usted?
Ella hizo una mueca de dolor ante eso, se había acercado demasiado a la verdad.
—No quiero que sienta ninguna obligación. Mi familia no es parte de nuestro
acuerdo.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

En el oscuro y abarrotado pasillo familiar él parecía fuera de lugar como un diamante


en las cenizas. Sus actos, también. Él se quitó una migaja de la manga, y dijo con voz
cansada:
—Usted me ve como un compañero muy débil, ¿no? Pero le aseguro, Judith, que
nunca me sobrepaso. ¿Tengo que dejar a su familia en circunstancias apuradas cuando
los fondos que puedo aportar supondrían que todo fuera diferente? Cincuenta guineas
para su hermana y su cuñado para el derecho de arrendamiento, cien para el
nombramiento de John... Eso no es nada para mí.
Hizo uno de esos expresivos encogimientos de hombros continentales, que parecía
descartar a su familia por completo.
—No espero, ni quiero gratitud.
Ella deseó golpearle.
—¡Que absolutamente espléndido para usted!
Ella le habría arrastrado de nuevo a la sala, pero él la sujetó por los hombros.
—Vamos a casarnos, Judith. Vamos a compartir todos mis bienes. ¿No quiere que
alivie la situación de su familia?
La ira reverberó en el frío aire. Alarmada, dio un paso atrás, pero en el estrecho
pasillo no había ningún lugar adonde ir. Terminó aplastada contra una pared entre el
perchero en el que estaba colgado su gabán y la vieja capa de su madre. Símbolos de sus
diferentes vidas.
La dejó ir, pero le puso las manos a ambos lados de su cabeza, sujetándola.
—¿Bien? —Sintió hasta en los huesos la autoridad que desprendió la palabra.
Sus rodillas estaban temblando. No sabía cómo manejar esto, sólo quería huir.
—Sí, quisiera que los ayudase —dijo finalmente—. Tenemos que volver.
Por un momento él se inclinó acercándose, como si fuera a exigir más. Pero después
exhaló una respiración profunda y se enderezó.
—¿De qué se trata?
La ira y el peligro se desvanecieron, pero su corazón todavía palpitaba locamente.
—No lo sé.
La observó.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—La he asustado —dijo con rigidez—. Le pido disculpas. No sé lo que me ha pasado.


Quizás sean los obvios nervios nupciales. Gracias al cielo que quedan menos de tres
semanas.
Tres semanas, pensó Judith, hasta que ella y sus hijos estuvieran en su poder para
siempre.

Esa noche, Leander se encontró a solas con Lucien bebiendo oporto. En Hartwell, no
era habitual en Beth dejar a los hombres para este ritual, pero esta noche había alegado
un dolor de cabeza, y se había ido a la cama temprano.
Leander estaba profundamente preocupado por ese momento de rabia en la vicaría.
No era parte de su naturaleza en absoluto.
—Luce, mis disculpas por meterme en cuestiones personales, pero parece que a veces
tú y Beth peleáis.
Lucien sonrió ampliamente.
—Te has dado cuenta.
—¿No crees que eso hace vuestro matrimonio difícil?
Lucien se subió sus gafas.
—Lo hace animado. No nos incomoda, y gozamos de las reconciliaciones. Supongo
que las líneas de batalla son conocidas y están bien delimitadas, y sin peligro de perder
el control. Debes haber experimentado lo mismo en la guerra.
—Sí. Una gran parte de ella son maniobras y estrategias.
—Bueno, yo no diría que Beth y yo estamos haciendo precisamente eso. Ella protege
su territorio, y yo protejo el mío. Por fortuna, descubrimos que tenemos una gran
cantidad de terreno que estamos encantados de compartir. ¿Por qué el interés? No
habría pensado que Judith Rossiter fuera particularmente guerrera.
Leander se recostó.
—Tengo la sospecha de que puede serlo, en particular en defensa de sus hijos... Pero
me enfadé con ella hoy.
—Es casi imposible esperar que nunca te vayas a enojar con ella.
—Perdí el control.
—¿Qué hiciste?

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Nada terrible. Pero le puse las manos encima. Quería sacudirla. Le doy miedo.
—Bueno, no soy asesor en asuntos como este, pero pienso que mientras que un
matrimonio sin amor sería aburrido, uno sin ciertos enfados estaría muerto. Tienes
razón en estar preocupado porque te tema, sin embargo. Somos más fuertes, por lo que
deben ser capaces de confiar en nosotros.
Leander levantó la mirada, algo le llamó la atención en el tono de Lucien, pero su
instinto diplomático le dijo que lo dejara pasar.
—No está en mi naturaleza ser brutal, ya lo sabes. Por eso me preocupa. ¿Crees que
eso significa que Judith y yo no somos compatibles?
Lucien sonrió.
—En una situación similar, Nicholas sugirió que mi deseo apremiante por Beth era
una sublimación de las necesidades más terrenales, y bien podría decir que estaba en lo
cierto.
Leander reaccionó rápidamente a eso.
—Yo no estoy loco de deseo por Judith Rossiter. Se trata de un matrimonio de
conveniencia. No tengo ningún motivo para perder los estribos por tonterías.
Lucien reía en voz alta.
—Para mí, eso suena como si por una vez fueras humano, Lee. Eres consciente de que
el matrimonio involucra a dos individuos, y un infierno de mucho compromiso.
Levantó su vaso.
—Disfruta de los fuegos artificiales.

Judith estaba descubriendo que tres semanas eran a la vez mucho y poco tiempo.
Apenas podía dormir por todos los pensamientos que le rondaban. Necesitaba más
tiempo para estar segura de que había tomado la decisión correcta, y no podía tenerlo.
Leander quería este matrimonio rápidamente, y eso en sí mismo era sospechoso. ¿Cómo
podría decidir cuál sería su futuro cuando había estado con él tan brevemente y
generalmente, en compañía?
Por otra parte, deseaba que todo hubiera acabado ya. Cada día existía el peligro de
que de alguna manera se descubriera que no era una viuda afligida. Eso pondría fin al
plan. Y no podría soportarlo.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Ya había demasiados cambios. Los niños tenían sus nuevos libros y juguetes, y
estaban empezando a acostumbrarse a tener las cosas hechas en lugar de hacerlas.
Leander visitaba la casita casi todos los días, y siempre había un regalo, una naranja, un
libro, una pelota.
A menudo se llevaba a los niños a Hartwell, según decía, esto podría ayudar a que se
acostumbrasen a su futuro estatus. Si esto era así, entonces su futuro era estar a caballo,
aunque vio pocas pruebas de sus progresos en ese sentido.
A pesar de la insistencia de Leander, no pasaba sus días en Hartwell, quedaba
demasiado lejos para poder hacer los preparativos de la boda y el traslado. Y tal vez,
admitió para sí misma, lo evitaba por el temor a cometer errores.
Por lo menos los niños estaban consiguiendo conocerle y encariñarse con él. Lord
Charrington dice, lord Charrington hace, resonaba en su cabeza todas las noches.
Estaba preocupada por ellos. Chispeaban de entusiasmo y, a veces, llegaban a
convertirse en ingobernables. A Judith le hubiera gustado mantener una rutina más
ordenada, pero entonces sería la única en decir no, y además, carecía de tiempo para
supervisar sus estudios. Leander había insistido en la contratación de un administrador
para que la ayudase, pero aún así apenas tenía un momento libre, y además podía hacer
más cosas en un día con los niños en otro lugar.
Un día Bastian le pidió que fuera a Hartwell y viera lo bien que montaba a caballo.
Judith no sabía nada de caballos, le daban miedo, y en secreto pensaba que montar era
una absurda práctica peligrosa cuando los pies y las ruedas podían llevarte a cualquier
parte. Estaba de acuerdo, sin embargo, y supo que había sido una buena idea cuando
vio la satisfacción de Leander al verla allí. Evitarle podría hacer que él sospechase.
Él le besó la mano y la mejilla, y luego la condujo a un lugar en el borde del prado de
equitación.
—¿Bastian está progresando tan bien como él cree? —preguntó.
—Sí. Rosie lo hará también, cuando pueda encontrarle una montura mejor. Esta es
una bola de masa perezosa, pero ella parece contenta.
Rosie cabalgó fuera de los establos, rebotando alegremente en un gordo y pequeño
caballo moteado, y saludando a su madre. Judith le devolvió el saludo y su ansiedad
disminuyó. No había peligro.
Luego salió Bastian, sentando encima de un caballo castaño absolutamente enorme.
Judith tuvo un susto de muerte. Su voz era débil cuando dijo:
—Parece tan pequeño subido ahí.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Leander estaba apoyado en la cerca del prado viendo al muchacho pasar con el
caballo al trote. En su mirada no había la más mínima aprensión.
—Es un corredor natural —dijo ausentemente—, y Boscable es una montura segura,
créame. Sin embargo, todos los caballos que hay aquí excepto mi semental y la yegua de
Beth son de Lucien, y no se puede esperar que Lucien monte caballos de tamaño tan
diminuto. Voy a comprar algo más pequeño para Bastian cuando estemos establecidos,
pero de momento no hay nada adecuado —mirando hacia ella, pareció darse cuenta de
sus sentimientos por primera vez—. Créame, un potro agresivo sería mucho peor que
un caballo de caza bien entrenado.
Pero habría mucho menos distancia de lo que caer.
—¿Es eso lo que es? ¿Un caballo de caza?
Judith sabía lo que era la caza. Mataba personas.
Él asintió.
—Uno viejo. Lucien lo ha retirado aquí. —Se inclinó hacia ella—. No sabe mucho
acerca de los caballos, ¿verdad?
—¿Es eso un crimen?
—Por favor, no me regañe —dijo Leander con aquella voz controlada—. Oí que su
marido mantenía una cuadra.
Judith moderó su tono, pero no podía apartar los ojos de su hijo, que parecía tan
pequeño y desvalido en el gran caballo.
—Una pareja para el carruaje y un rocín. Pero realmente no lo usaba para montar a
menos que los caminos fueran demasiado malos para las ruedas.
Ella deseaba poder controlar ese impulso de saltar por cada pequeña cosa. Estaba
nerviosa. Sin duda sería más fácil cuando se casaran. Para bien o para mal, esto se
llevaría a cabo.
—Me gustaría que usted también diera clases de equitación.
—¿Ahora? —preguntó Judith con alarma
Podría haberse mordido la lengua, ya que él claramente no tenía intención de tal cosa.
—¿Por qué no?
—No tengo traje de montar.
—Usted tiene la costumbre de ser difícil. No necesita prendas de vestir especiales
para sentarse en un caballo. ¿Tiene miedo?

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Judith le miró de reojo y dijo:


—No.
La satisfacción brilló brevemente en sus ojos.
—Bien. Quédese aquí.
Sabía que la habían manipulado otra vez.
Volvió en un alarmante poco tiempo con un elegante caballo castaño con marcas
blancas.
—La montura de Beth —explicó—. Empecemos. Vamos a subir.
El caballo era relativamente pequeño, pero todavía parecía enorme.
—¿Por qué no monta Bastian este?
—Es una montura de damas, entrenada para la silla de amazona. Coloque los pies en
mis manos.
Judith estaba al lado del caballo y miró hacia la silla de amazona. Un mozo de cuadra
sujetaba las bridas y el caballo estaba tranquilo, pero no tenía en absoluto ningún deseo
de estar allí arriba.
—No —dijo—. No deseo montar.
Leander la miró durante un momento, luego asintió al muchacho para que llevara el
caballo de nuevo a los establos. Con una mirada de reojo, Judith se batió en una retirada
estratégica de vuelta a la cerca del prado.
Él llegó a su lado.
—¿Por qué miente?
—¿Mentir? —preguntó ingenuamente.
—Le aterrorizan los caballos.
—Tonterías. No me preocupa montar.
—¡Míreme!
Un escalofrío corrió por su columna vertebral, pero obedeció, alzó su mirada hacia
sus acechantes ojos. Parecían casi amarillos en ese momento.
—Si le asusta montar a caballo, Judith, no voy a presionarla para que monte, pero me
opongo, rotundamente, a que me mienta sobre ello.
Fue dicho suavemente pero con firmeza. Judith se sentía como un niño travieso, y
sabía que se lo merecía.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Lo siento. Sencillamente no quería admitirlo.


La miró con seriedad.
—Siento como si estuviera tratando de ser algo distinto a usted misma, Judith
Rossiter. Nunca baja la guardia.
Judith sintió que la embargaba el miedo. ¿Estaría sondeando, investigando y
desenterrando su secreto?
—Sólo son nervios. Fue usted quien insistió en que nuestro matrimonio fuera rápido.
—¿Quiere demorarlo, entonces?
—No —dijo ella bruscamente.
La miró como si quisiera insistir en ese punto, pero Bastian llamó su atención y situó
su caballo ante el pequeño obstáculo, una tabla sobre dos pequeños barriles.
El caballo saltó sobre él con aire aburrido. Bastian, sin embargo, estaba prestando más
atención a la audiencia que a su caballo, y no se detuvo cuando lo hizo el caballo. Se
deslizó hacia adelante por el cuello de Boscable.
Judith dio un grito y corrió hacia él. Leander sacudió la cabeza, y corrió para hacerse
cargo resueltamente del sorprendido caballo antes de que se alborotara con todo ese
escándalo y alaridos, y preocupado porque pisoteara al niño ileso.
A continuación, insistió en que Bastian volviera a montar, por encima de la
desesperada oposición de Judith. Esto podría haber marcado la rotura de su relación si
Bastian no hubiera estado aún más decidido que Leander en que tenía que volver sobre
el caballo y hacer el salto correctamente.
Judith estaba ahí, blanca como una hoja, cuando su hijo realizó el salto tres veces.
Leander se preguntaba seriamente si este matrimonio iba a suponer un esfuerzo para
todos cuando ella se dirigió a él y esbozó una sonrisa cortés.
—Debo pedir disculpas. Fue una gran insensatez, ¿no? —Se le habían subido los
colores por la vergüenza, y miraba fijamente a un punto en algún lugar alrededor de su
oreja—. Es que no estoy acostumbrada a los caballos.
Tímidamente, y luego con más confianza, buscó sus ojos.
—Como me parece que di a luz dos pequeños jinetes, tal vez sería mejor que aceptase
esa práctica para mí misma. Pero creo que de momento no, después, cuando estemos
más estabilizados. Uno no puede pedir tanto de sus propios nervios.
Ella ofreció una sonrisa vacilante, y él supo con alivio que después de todo les iría
bien. Hay pocas cosas más difíciles que admitir que se ha incurrido en un error.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Sin embargo, más tarde cuando Leander se encontró a solas con Lucien jugando al
billar, planteó una pregunta.
—¿Crees que Judith me esconde algo?
Lucien miró hacia arriba cuando tiró.
—Todo el mundo esconde algo. No se puede esperar que sea un libro abierto en tan
poco tiempo de relación —se inclinó de nuevo y coló una bola roja.
—¿Cómo te sentirías —preguntó Leander—, si Beth muriese y te vieras obligado por
las circunstancias a casarte con otra?
Lucien se enderezó.
—No me importaría incluso considerarlo. Pero no es lo mismo. Tengo la sospecha de
que si la viuda tiene dudas, no es sólo por un nuevo matrimonio, sino por el poder que
tendrás sobre ella.
—¿El poder?
—Es un asunto que Beth y yo hemos examinado en detalle —dijo Lucien secamente—
, antes y después de nuestro matrimonio. Tiene opiniones algo fuertes acerca de ello, al
ser una seguidora de Mary Wollstonecraft. Ella puede inflamarse sobre el tema de la
dominación masculina.
—No tengo ninguna intención de dominar a nadie.
—Creo que yo tampoco, pero cuando vino esperé que mi palabra fuera ley. Y, por
supuesto, tenemos la ley de nuestro lado. El dictamen jurídico es, creo, según la ley, el
marido y la mujer son una sola persona, y el marido es esa persona. Controlamos la propiedad
y el dinero. Incluso si nuestra esposa debe ganar dinero podemos usarlo para nuestros
propios fines. Tenemos el derecho de su cuerpo, e incluso el derecho a golpearla,
aunque podríamos tener problemas si le hiciéramos un daño grave. Podemos dictar
donde pueden y no pueden vivir, y si escoge huir de nosotros, podemos mantenerla
alejada para siempre de sus hijos. No estoy seguro —dijo Lucien—, si en tu caso, los
tribunales te darían el control sobre tus hijastros, pero me temo que es muy probable. Si
Judith Rossiter tiene dudas, simplemente demuestra que es una mujer sensata.
—Es absolutamente sorprendente que las mujeres se casen.
—La mayoría cuenta con muy pocas opciones. —Lucien se apoyó en su taco—. Esto
ha suscitado un tema bien delicado. Judith parece estar aconsejada. Beth me ha pedido
que redacte contratos de matrimonio para su salvaguarda. Serían principalmente
financieros, y como no aporta nada al matrimonio significa que tendrías que pagar por
los propios grilletes.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Por supuesto que tengo la intención de proveerla de su propio dinero, a


compartir...
—Beth, que es de naturaleza desconfiada, quiere que lo hagas por escrito.
—No tengo ninguna objeción siempre y cuando las condiciones sean razonables.
Pero Leander podía oír la rigidez de su propia voz.
Lucien sonrió abiertamente con comprensión.
—Ya te acostumbrarás a ello. Y por lo menos no vas a casarte con alguien que fue
criada en estas materias en lugar de con leche materna. En general, pienso que estás
acertando en querer una boda rápida. Beth tendrá menos tiempo para infectar a Judith
con su filosofía.
—¿Cómo es posible que llegarais a casaros?
Lucien elevó una ceja.
—Eso, me temo, es un misterio, como vuestra verdadera razón para este matrimonio.
—Él se movió alrededor de la mesa para alinear un tiro y continuó suavemente—: Por
cierto, si estoy en representación de los intereses de la dama, ¿no crees que deberías
comprar un anillo a Judith?
—¡Dios mío! ¿Cómo he podido olvidarlo?
—Probablemente, porque todavía lleva el de Rossiter.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Capítulo 6

Leander decidió que definitivamente era el momento de comprarle un anillo a Judith


y enterrar las joyas de su primer marido en el fondo de su joyero. Se sentía
desconcertado por los fuertes sentimientos que tenía hacia ello. En realidad se sentía
demasiado desconcertado aquellos días. Estaba llevando a cabo un matrimonio práctico
basado en la honestidad y el respeto, ¿así que por qué tenía los nervios de punta
constantemente?
No obstante, debía encargarse del asunto de los anillos. Tomó prestado el curricle8 de
Lucien y condujo hacia la casita de campo. A esas alturas estaba acostumbrado a
simplemente entrar usando la puerta trasera, como parecían hacer todos, así que entró a
la cocina sin ser anunciado... para encontrarse a su futura condesa, maldita fuese,
estirándose precariamente sobre un taburete para limpiar una estantería en lo alto.
La asió por la cintura y la balanceó hasta el suelo.
Ella soltó un grito de alarma y luego se derrumbó contra su pecho.
—¡Leander! ¡Me ha dado un susto de muerte!
—Debería. Creo que contraté a una pareja para que le ayudase.
Judith se movió hacia atrás, pero él la sostuvo.
—Así es —dijo ella—, pero no pueden hacerlo todo.
—Por supuesto que sí. Si hay demasiado trabajo, contrataré a más.
—No me molesta en lo más mínimo trabajar en la casa. Estoy acostumbrada a hacerlo.
—Entonces, quítese esa costumbre. Difícilmente le quitará el polvo a los armarios en
Temple.
Judith alzó la barbilla.
—Si quiero, lo haré.
Él apretó los dientes.
—No, no lo hará. —Está pasando otra vez, pensó.

8Coche de dos ruedas con una capucha plegable de protección contra los elementos. Medio de transporte
preferido por los jóvenes en la Regencia. (N. de la T.)

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Entonces Judith se echó a reír.


—¿De verdad estoy peleando con usted por el derecho a fregar y limpiar? Lo siento,
Leander, pero hay mucho que hacer si hay que dejar este lugar limpio para los próximos
inquilinos y simplemente no estará terminado sin mi ayuda.
Él no supo que contestar a aquel tipo de insensatez.
—Además —añadió ella—, no me gusta ver a la gente mayor subida en taburetes.
—Y a mí no me gusta verle a usted subida en un taburete. —Pero pudo sentir cómo se
desvanecía su enfado y crecían otros sentimientos. Ella lucía sorprendentemente
atractiva, sonrosada por la risa y la vergüenza—. O al menos —dijo suavemente—, no
para hacer limpieza. —La levantó y sentó en el taburete, luego le retiró hacia detrás un
mechón de sedoso pelo—. ¿La estaba intimidando? —preguntó.
Ella asintió.
—Sí, así es.
—Intentaré no hacerlo. —Quería besarla, pero lo deseaba tanto que receló del
impulso. Se alejó y se inclinó contra la mesa de roble que estaba frente a ella—. Los
Arden piensan que está preocupada por el poder que tendré sobre usted como marido.
Judith volvió a asentir.
—Un poco, pero sobre todo por el bien de los niños. Ellos son una responsabilidad
importante, uno no puede simplemente encogerse de hombros y no hacerles caso.
—Nunca pensé en esas cosas. Todo lo que puedo decir es que no tengo intenciones de
ser un déspota.
—Eso creo, y por eso estoy dispuesta a confiar en usted.
—Entonces espero que me dejes comprarte un anillo nuevo para simbolizar un nuevo
comienzo.
La observó en espera de su reacción.
—Por supuesto.
Ella no pareció disgustada.
—Lo que significa —señaló él—, que tendrá que quitarse los que lleva puestos.
Judith miró sus anillos, tan familiares que formaban parte de ella, y se preguntó por
qué no se le habría ocurrido. Estaba sonrojada de vergüenza por no haberse quitado
antes los anillos. Él debía pensar que era una idiota. El fino zafiro en forma de anillo
salió fácilmente, pero no fue así con la ancha banda dorada, que no se había quitado

84
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

desde el día de la boda. Con una preocupada mirada hacia él, se restregó un poco de
jabón por el dedo hasta que salió.
Había una marca allí donde había estado y se sintió desnuda sin él. Leander le cogió
la mano y frotó la señal.
—Tendremos que encontrar uno un poco más holgado.
—Doce años y dos hijos traen cambios, milord.
—Leander —le recordó amablemente—. Dudo que yo pudiese ponerme nada que me
comprasen cuando tenía dieciséis. Tengo el curricle y me gustaría ir a Guildford ahora a
comprar los anillos.
Judith no se sintió capaz de protestar o posponerlo. Los Hubbies estaban allí por los
niños.
Quizás debería haberse tomado el tiempo para cambiarse el vestido pero tenía poco
sentido, pues todos sus vestidos estaban andrajosos y el que llevaba puesto no estaba
especialmente sucio. Se puso el gorro y descolgó la capa roja del perchero. Él se la colocó
sobre los hombros como si fuese un chal de armiño de gran valor. Quizás ser tratada
como una condesa algún día la haría sentirse como una. Aunque lo dudaba.
El asunto de los anillos le estaba dando un carácter definitivo a todo aquello que
debería haber agradecido. En lugar de eso la ponía nerviosa y los escrúpulos volvieron a
asaltarla.
Se ató las cintas de su gorro, reprimiendo sus escrúpulos, pero al final éstos ganaron
y se giró hacia él.
—Este matrimonio es una disparatada insensatez y todos lo saben. Como ha visto
hoy, no sirvo para ser la condesa de Charrington, ni la señora de Temple Knollis. Sé que
las convenciones dicen que no debe hacerlo, pero no tengo ninguna objeción a que retire
su oferta. Diré que fue decisión mía.
La cara de él se había puesto blanca, lo que sin duda significaba que estaba
intentando ocultar su alivio. Ella sintió una punzada de dolor ante la pérdida, pero se
mantuvo firme. En aquellos momentos lo conocía un poco más, y añadió:
—Después de todo, milord, si nos diera una pequeña renta vitalicia, seguiríamos
adelante a las mil maravillas y no tendría la necesidad de preocuparse por nosotros.
—Pero, mi querida Judith, eso sería dinero por nada. ¿No cree que es ser un poco
codiciosa?
Judith lo miró boquiabierta. Él sonrió débilmente y le ofreció el brazo.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Vayamos a por los anillos.


Mientras avanzaban a través del despejado campo otoñal, Judith le dijo a su latosa
conciencia que tenía que hacer todo lo que pudiese para hacerle cambiar de idea.
Aunque le había permitido seguir teniendo una idea errónea, su intención era
completamente honesta. Haría todo lo que pudiese para ser una buena esposa y
condesa, indudablemente ya había pasado la edad de enamorarse.
Judith se sorprendió al descubrir que le daban a elegir el anillo de compromiso, lo
que representaba en cierta forma un problema. Aunque el joyero no tenía un gran
surtido, había una considerable variedad. Sabía que Leander no lo consideraba una
pieza sin importancia y sospechó que tendría que ser claramente más valiosa que el
zafiro para satisfacerle.
El anillo que más le llamó la atención fue un rubí antiguo en forma de corazón
sostenido con dos manos, pero aquella sería una desastrosa exhibición de romanticismo.
Las otras opciones eran un anillo alargado de zafiros, una tríada de esmeraldas y un
diamante grande cortado en forma de cuadrado.
Eligió el diamante como probablemente el más caro. El joyero, sonriendo de
satisfacción, arguyó que tenía razón. Dudó por un momento, pero se aseguró a sí misma
que en aquel matrimonio, el dinero era la única cosa por la que no necesitaba
preocuparse.
Cuando se trató de anillos de boda, ignoró el valor y eligió uno estrecho. El anillo de
Sebastian había demostrado que los anchos eran poco prácticos para una mujer activa.
Leander podía pensar que iba a pasarse los días sin hacer nada, pero ella no podía
imaginarse así.
Él había estado investigando por su cuenta mientras ella elegía y en ese momento
añadió un colgante de perlas y un conjunto de adornos de filigrana con turmalinas
azules. Una protesta se cernió sobre los labios de Judith.
Sabía que era ridículo, pero se sentía comprada... quizás porque no había hecho nada
para recibir toda aquella generosidad y no estaba para nada segura de lo que se
esperaba que hiciese en el futuro. Era como si por su culpa se estuviese redactando
constantemente un libro de contabilidad.
Pero no dijo nada. Habría sido inútil.
Mientras él se encargaba de los asuntos financieros, ella se quedó de pie
observándose las manos, sus extrañas manos. Ante la insistencia de Leander, había
estado usando una cara crema todos los días e intentaba recordar usar guantes

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

protectores al trabajar. Sus manos parecían un poco más pálidas y suaves, como se
suponía que lucían las manos de una condesa.
En ese momento el diamante cuadrado captó el sol y lanzó destellos del color del arco
iris. La fascinó como el calidoscopio de un niño.
Él se acercó y le dirigió una de sus radiantes sonrisas. Sus sonrisas tenían el poder de
convencerla de que realmente lo estaba haciendo feliz por raro que pareciese. Él se llevó
su mano izquierda a sus labios y, sosteniéndole la mirada, le besó dónde llevaba el
anillo. El corazón de Judith tembló en advertencia. Ella le ordenó severamente que se
comportase.
Estaba lista para regresar a Mayfield y trabajar, pero Leander insistió en que le
enseñase la ciudad. Era día de mercado y tuvieron que abrirse paso entre la multitud,
puestos y animales. El ruido, la suciedad y el olor eran abrumadores. Creyó que aquello
pronto lo haría renunciar a la aventura, pero Leander estaba fascinado.
Parecía no saber qué eran muchos de los objetos. Ni siquiera reconocía un nabo y no
estaba completamente seguro de haber comido uno alguna vez.
—¿Ha oído hablar de la respuesta de Brummels cuando le preguntaron si le gustaban
las verduras? —dijo él—. Contestó que no sabía, puesto que nunca había comido
ninguna.
—¿Está diciendo que nunca ha comido verduras?
—Oh, estoy seguro de que unas pocas han cruzado mis labios, bien disfrazadas con
espesas salsas...
Judith no estaba segura de si le estaba tomando el pelo o no. Pagó los dos peniques
que costaba el nabo y el puestero lo cortó en rodajas. Le dio una a Leander.
—¿Crudo? —preguntó lastimeramente—. Seguramente se come cocido.
—Crudo es sabroso. Pruébelo.
Leander mordió un trozo y lo masticó con una mirada dudosa.
—Prefiero el melón.
—Y yo. ¿Qué tiene eso que ver? ¿Lo ha comido antes?
—Definitivamente crudo no y probablemente tampoco cocido. Y —añadió
directamente—, no tengo ganas de hacerlo.
—Descubrirá que las zanahorias y los nabos con mantequilla son un plato excelente
—le aseguró.
No pareció convencido y la llevó lejos de los puestos de verduras.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—No entiendo —dijo ella—, como puede alguien no reconocer un nabo cuando lo ve.
Él deslizó una mirada hacia ella.
—Quizás yo encuentro difícil de entender cómo puede alguien confundir el caviar de
beluga con el de lumpo, o un Côte de Nuits con un Côte du Rhône.
Judith se detuvo y se giró para enfrentarlo.
—¿Y qué son esos?
—Huevas de pescado y vino.
Ella se encogió de hombros.
—Bueno, no me gustan las huevas de bacalao y el vino de bayas es suficientemente
bueno para mí.
—¡Huevas de bacalao y vino de bayas! —Pareció afligido, pero esta vez Judith sí supo
que estaba bromeando.
—Sí, su alteza. Ya puede ver lo poco compatibles que somos.
—Tonterías. —La tomó del codo para apartarla del paso de una carretilla—. Somos
perfectamente compatibles. Si me hubiese casado con la princesa Irina Bagration,
ninguno de nosotros habría sabido lo que era un nabo y Dios sabe las desastrosas
consecuencias que habrían resultado.
—¿Iba a hacerlo?
—¿El qué?
—¿Casarse con una princesa?
Él se distrajo un momento por un hombre que estaba demostrando la solidez de su
vajilla golpeándola contra su cabeza.
—Ella creyó que era una buena idea —dijo ausente, entonces se giró—. No luzca tan
impresionada. Hay montones de princesas en Rusia y creo que ella sólo quería un billete
a Londres para poder convertirse en otra Lieven.
Se quedó fascinado por la mercancía de uno de los ferreteros y cogió una copa de
metal con una pregunta silenciosa.
—Es un escalfador de huevos —dijo Judith.
Otro objeto.
—Un triturador de patatas.
Otro.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Una rellenadora de salchichas. Milord, ¿alguna vez ha estado en una cocina?


—He estado en la suya.
—Aparte de la mía.
Él sonrió.
—No. Ya ve, me está trayendo infinidad de conocimientos útiles como dote. Nunca
antes se me ocurrió preguntarme como metían la carne en la salchicha.
Judith comenzó a sentir que tenía a remolque a un escolar más que a un futuro y
aterrador señor y amo.
Como un colegial, infaliblemente detectó una pastelería y tomaron asiento para
disfrutar de algo de té y galletas de crema, pastelitos rellenos de nata y cubiertos de
chocolate, bizcocho savoy, pastelitos en forma de cuerno rellenos de crema y
sándwiches. Judith estaba asombrada ante el número de pasteles que podía tragar el
delgado hombre. Debió parecer pensativa, porque le dijo:
—No se preocupe. Les llevaremos algunos a los niños.
Ella le frunció el ceño.
—¿Sabe todo lo que pienso?
Se puso serio de pronto.
—Eso me gustaría.
—Y a mí ciertamente no.
—¿Por qué? ¿Está ocultando algo?
Había un tono de seriedad tras la pregunta. Judith quiso apartar la mirada pero se
obligó a encontrarse con sus ojos.
—No especialmente, pero todo el mundo necesita sus pensamientos privados.
Él asintió.
—No leo mentes. Soy sensible a los sentimientos, eso es todo. Es un don que heredé
de mi padre. Muy útil en diplomacia.
Y para manipular a las personas, pensó Judith, aunque no lo dijo.
—Nunca me ha hablado de su familia.
Judith creyó que evitaría la clara insinuación pero no lo hizo, aunque notó que
mantenía la vista baja al hablar.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Era hijo único. Mi madre era una importante heredera y fue su dinero el que le
permitió a mi padre lanzar su carrera diplomática. Es un negocio caro, ¿sabe?, ya que el
gobierno rara vez se muestra generoso. —Jugueteó intranquilo con la cuchara—. A mi
padre le encantaba deambular por ahí, nunca quiso sentar cabeza. Mi madre iba a
cualquier sitio con él.
Judith sonrió.
—Parecen una pareja maravillosamente enamorada.
La mano de él se quedó quieta.
—Por parte de ella, sí.
¿Era esa, pensó Judith, la razón por la que él había desarrollado aversión al
matrimonio basado en amor unilateral?
—¿Y usted siempre estuvo con ellos?
—Oh, sí. Mi padre solía estar ocupado a menudo y mi madre se terminó
acostumbrando a mi compañía. No me dejaba en ninguna parte, incluso si se metían en
alguna situación peligrosa. Mi padre prácticamente tuvo que usar la fuerza para
enviarme a Inglaterra para mi educación.
Judith sintió que se le ponía la carne de gallina ante aquel esbozo de su vida familiar,
pero intentó ser comprensiva.
—Pobre mujer. Sabía que le perdería durante unos años. Seguramente se consigue
una buena educación en el extranjero.
—Definitivamente. Pero no lo que se aprende en una buena escuela inglesa.
—¿Lo qué es?
Él levantó la vista.
—¡Caramba! El ser un caballero inglés.
Judith lo estudio con la cabeza ladeada.
—Me temo, milord, que la enseñanza no dio resultado.
Él abrió los ojos como platos. Ella creyó que por una vez lo había sorprendido.
—¿Insinúa que no soy un caballero?
—Por lo que sé —bromeó ella—, un caballero inglés reconocería un nabo nada más
verlo.
Él rió de una manera deliciosamente abierta.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Cuán cierto. Así que se puede decir que está completando mi educación de manera
admirable. Vayámonos y continuemos.
Pero cuando estaban de nuevo en la calle, colmados con una absurdamente grande
caja de pasteles, Judith dijo:
—De verdad debo regresar a Mayfield, Leander. Los Hubbies esperarán volver a casa
temprano.
Él echó un vistazo alrededor con melancolía.
—Ha sido realmente divertido. Habrán más días, otros mercados... —Bajó la vista
para mirarla—, pero he aprendido que momentos tan especiales como estos no vuelven
a suceder.
Ella sabía exactamente lo que quería decir. Durante un momento del día había sido
feliz, como no lo había sido desde que era niña.
—Habrá otros —le prometió.
Él asintió.
—Habrá otros.
Judith regresó a casa en un estado verdaderamente peligroso. Ahora sabía que sería
posible, y con demasiada facilidad, enamorarse de Leander Knollis.
Los niños estuvieron encantados con los pasteles, y eufóricos al ver el anillo, prueba
sólida de que todo seguía adelante. Judith ni siquiera se había dado cuenta de que
tuviesen dudas.
Bastian adoptó una postura formal frente a Leander con las manos unidas a la
espalda.
—¿Lord Charrington?
—Sí, Bastian.
—Si va a casarse con nuestra madre, ¿cómo deberemos llamarle?
Leander miró a Judith, pero ella se encogió de hombros. No había considerado aquel
asunto.
Volvió a mirar al chico y a Rosie, quién se había colocado a su lado, realmente
interesada.
—¿Cómo os gustaría llamarme?
Bastian lanzó un vistazo a su hermana.
—No estamos seguros de si debemos llamarle Papá.
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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Entiendo. Bueno, podéis llamarme milord o señor.


Otra mirada significativa.
—A nosotros nos gustaría llamarle Papá, pero...
—Pero no soy vuestro padre. Lo entiendo. Veamos, está pater, que como sabéis es
Latín, y père, que es Francés. Padre en Español. Vater en Alemán... o bastaría con padre.
Los niños se mostraron claramente descontentos con lo ofrecido y preocupados con el
problema.
—Yo... nosotros nos preguntamos si podríamos llamarle Papá Leander...
Judith casi se irrumpe en carcajadas ante la expresión que revoloteó por la cara de
Leander, pero claro, él, con su entrenamiento, la ocultó perfectamente.
—Si es así cómo deseáis dirigiros a mí, estoy dispuesto... —Ante la prolongada
ansiedad de los niños, dijo—: Sí, podéis hacerlo.
Ellos sonrieron y desaparecieron en la habitación principal con un pastel cada uno.
Un bulto de piel negra y blanca trotó tras ellos con la esperanza de conseguir algunas
migajas.
—¡Buen Dios —dijo Leander—, parezco un bufón en la commedia dell’arte!
Judith soltó una carcajada.
—Con un poco de suerte, lo acortarán con el tiempo. Quizás cuando haya otros niños
que simplemente le llamen Papá.
Ambos se quedaron en silencio, mirándose. Él se acercó y acunó su cara entre las
manos.
—Sabía que tendría hoyuelos...
Los labios de ella estaban aún entreabiertos por la risa, él los besó brevemente,
aunque con la boca abierta. Era un beso que hablaba de una intimidad aún más fuerte
que una lengua exploradora, pues no contenía ningún esfuerzo, ni ninguna ansiedad.
Era un beso entre muchos otros, una parte de los besos de toda una vida.
Judith se quedó estremecida e intentó ocultarlo.
Él se giró hacia la puerta, luego se detuvo y sacó algunos papeles del bolsillo de su
gabán.
—Lo había olvidado. Lucien redactó esto y quiere que les eche un vistazo antes de
que su abogado les dé la forma final. Beth los escudriñó, así que deberían estar en orden
—añadió secamente.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—No hay necesidad...


—No me haga perder mi fe en usted como una mujer práctica. Es mejor dejar estas
cosas claras.
Una vez se fue, Judith ignoró los papeles. No estaba segura de poder lidiar con más
generosidades. Mecánicamente preparó las verduras que acompañarían al cordero frío
del día anterior, aunque tenía la mente en otra parte.
Había descubierto un arrollador deseo de ir más allá de la impecable apariencia de
Leander y verle reír y jugar, y eso apuntaba a un peligro real. Ella no podía seguir
estando segura de que no se enamoraría de él, de que no se hubiese enamorado ya. Era
ridículo el hecho de no controlar algo así, pero era como no estremecerse ante una
corriente de aire o no sudar cuando hacía un calor horrible. Era una simple reacción.
Y, por supuesto, la misma aflicción hacía menos posible liberarse de todo, pues
entonces lo perdería para siempre. Más que eso, podría dejarlo vulnerable para otra
mujer bastante menos dispuesta que ella. Al menos ella pretendía actuar honestamente
con él.
La necesitaba. Judith podía sentir, por ridículo que pareciese, que él encontraba en
ella algo que llenaba los vacíos de su vida.
¿Unos vacíos dejados por sus padres? Su madre se había aferrado con fuerza a él,
pero estaba claro que no le había dado lo que un niño necesitaba. Parecía como si lo
hubiese usado para intentar llenar el vacío dejado por un marido negligente. En el
proceso, le había robado la niñez. Podía imaginar a Leander a la edad de Bastian, siendo
ya un perfecto caballero, acompañando a su madre a algunas funciones en Roma o
Viena...
—Mamá, ¿qué ocurre?
Judith se dio cuenta que estaba parada con la mitad de las patatas en el agua y la otra
parte tornándose oscuras sobre la tabla de cortar. Las echó velozmente a la olla, y se giró
hacia los niños.
—Sólo estoy cansada del largo día, queridos. Pon la mesa, Rosie. Bastian, llena la
caldera. La cena no tardará.
Entonces comenzó el estallido de preguntas.
—¿Tendremos habitaciones propias? ¿Cuántos caballos crees que tiene Papá
Leander? ¿Tendremos sirvientes? ¿Tendremos pasteles de crema cada día? ¿Temple
Knollis es mayor que Hartwell? ¿Más aún que la casa de los Faversham? ¿Vamos a
conocer al rey?

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Judith podía contestar con un rotundo no a la última, pues el pobre rey estaba loco.
En cuanto al resto, dijo:
—Creo que debemos tratar este asunto como una misteriosa aventura, queridos.
Descubriremos juntos cada cosa a medida que suceda. No obstante, estoy segura de que
todos los descubrimientos serán maravillosos.
Cuando se sentaron a comer, Rosie dijo:
—Bueno, espero que cuando vayamos a Temple Knollis, nunca más tengamos que
comer cordero frío.
Judith frunció el ceño, pero pensó lo tonto que era de su parte continuar con su frugal
gobierno de la casa mientras se preparaba para la opulencia. Pero por alguna razón
parecía importante continuar como siempre. Quizás era un talismán contra la
posibilidad de que la burbuja estallase.
Una vez acostados los niños, de mala gana desdobló los papeles. Después de leerlos
los dejó caer. ¡Y ella alimentando a sus pobres niños con cordero frío!
Su dinero para gastos menores, únicamente para consumos personales, iban a ser de
miles de libras y suyo para gastarlo como quisiese. Había una meticulosa nota entre
paréntesis estableciendo que el acuerdo consistía en que ella sería responsable de
asegurarse de que esa cantidad cubriese todos sus requerimientos. Aparentemente, Beth
Arden creía que los derechos eran mejor protegidos por las responsabilidades.
Había una generosa cantidad de dinero mensual para los niños sumado al
abastecimiento de los sirvientes de la casa, que estarían bajo la responsabilidad de
Leander. El dinero mensual estaría bajo la dirección de Judith. Incluso había una
pequeña cantidad de dinero personal para el uso independiente de cada niño, con la
estipulación de que iría aumentando con cada cumpleaños. Eso había sido añadido por
otra mano y sospechó que había sido obra de Leander.
Le iba a resultar difícil prevenirlo de malcriar a los niños más allá de lo creíble.
Cada eventualidad había sido tenida en cuenta, incluyendo futuros niños y viudedad.
Sus bienes como viuda le aseguraban una vida cómoda.
Incluso había, para su sorpresa, una disposición para que ellos pudieran vivir
separados. Si alguno o ambos decidieran vivir apartados del otro, Judith tendría la
custodia de Bastian y Rosie y recibiría dos mil libras al año, independientemente de la
causa de la separación, o cualquier acción legal desde cualquiera de las partes.
Incluso aunque aquello implicaba que él se encargaría de la custodia de cualquier
niño nacido de su unión, era extraordinario. Ella podía darle la espalda el día después
de la boda y no volver a hablarle y estaría obligado a pagarle aquel dinero. Que Leander
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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

estuviese dispuesto a firmar aquel documento era un grandísimo acto de confianza en sí


mismo.
Por un momento, Judith se preguntó si quizás él tenía una naturaleza demasiado
dulce, casi hasta el punto de la insensatez. Pero entonces recordó aquel momento en la
casa de sus padres y la forma en que le había dicho:
—Yo nunca me sobrepaso.
En aquel entonces ella no había dudado de él.
Él confiaba en ella. Confiaba en que actuaría honestamente en cuanto a los asuntos
financieros. Confiaba en que lo haría en todas las cosas y ella estaba traicionando
aquella confianza.
Cerró los ojos y descansó la cabeza en las manos. Era una situación tortuosa, pero
todo en lo que podía confiar era en que sería capaz de darle lo que él quisiera sin, por
desgracia, darle más.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Capítulo 7

Una tarde, Patrick Moore, el transportista local, se detuvo frente a la casita de campo
y descargó una pila de cajas en su sala de estar. Judith sabía que contenían los vestidos.
Atraídos por el instinto natural de los niños para los regalos, Bastian y Rosie vinieron
corriendo para ayudarla a abrirlos.
Rosie estaba eufórica con su vestido rosa, Bastian un poco cohibido con su traje, que
estaba hecho a imitación de los de los adultos, pero contento de todos modos. Esperaba
que estuvieran emocionados con su nueva ropa interior, e incluso ella sintió su
satisfacción por los cada vez más tangibles signos del cambio en sus vidas.
Rosie, por supuesto, tenía que probarse su precioso vestido, y Judith la ayudó. Peinó
el cabello de su hija suelto en una brillante cascada de seda oro pálido y lo recorrió con
su mano. Era un pelo precioso pero temía que Rosie, como su padre, tuviera que recurrir
a papeles rizadores para estar a la moda.
Rosie estaba de pie sobre la mesa de la cocina en un intento de mirarse en el pequeño
espejo, luego bajó de un salto dando vueltas a sus faldas, bailando. Judith tuvo que
capturarla antes de que ensuciase su exquisitez.
—Ahora tú, mamá. Muéstranos tu vestido.
Judith sacó con cuidado el vestido de seda color melocotón, maravillándose otra vez
de la belleza de la tela. Se deslizaba por sus dedos como el pecado. El traje de noche sólo
tenía simples volantes fruncidos y caramillo para decorarlo.
—¡Póntelo, mamá!
—Ahora no...
—¡Por favor!
Al final cedió y se acercó a su pequeña habitación bajo el alero para deslizarse en el
vestido. En la misma caja había una enagua de seda color crema, suaves guantes de
cabritilla del mismo color, medias de seda puras adornadas con mariposas de color
melocotón, y unos ligueros blancos de encaje, ribeteados de raso de color melocotón.
Judith recorrió con la mirada su cama de hierro, las tablas levantadas del suelo, y las
manchas de humedad en las paredes encaladas, y pensó que los vestidos se
desvanecerían como si fuera dorado polvo de hadas a su alrededor.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Al final, sin embargo, se puso cada artículo, sobresaltándose ligeramente cuando la


seda se enganchó en sus ásperas manos. Se puso los guantes para preservar el tejido de
daños.
No podía abrochar los botones de la espalda, pero se miró en el espejo del tocador de
todas formas. Podía verse de cintura para arriba, y el vestido era absolutamente
hermoso. Incluso en la oscura habitación hacía que su piel resplandeciera, aunque el
efecto sería mejor si no tuviera una tiznadura sobre la frente por el plomo de la reja.
Se encaminó cuidadosamente escaleras abajo, recogiéndose las faldas hasta las
rodillas para estar segura que no se ensuciaran o se engancharan en los escalones de
madera.
Los niños se quedaron sin aliento.
—Estás preciosa, mamá —dijo Bastian con una seriedad que le encogió el corazón.
—Abróchame los botones, cariño.
Se inclinó ligeramente para que pudiera alcanzar los diminutos botones que subían
hasta el alto cuello. Cuando hubo terminado, se miró al espejo y vio que el escote con
volantes hacía que su cuello pareciese más largo y esbelto, y enmarcaba su rostro
recatadamente.
—Pareces un bombón en un molde de papel rizado. —Rió Rosie nerviosamente con
deleite.
Judith rompió a reír también.
—¡Espero que alguien no decida comerme!
Repentinamente tan excitada y jovial como los niños, revolvió entre las cajas y sacó la
capa rusa y se la colocó alrededor de los hombros. Estaba cubierta de lana suave y era
asombrosamente caliente. Aparentemente una no tenía que ser sencilla para ser práctica.
Levantó la capucha ribeteada de zorro y se miró de nuevo en el espejo.
El rostro arrebolado que se asomaba entre el suntuoso pelaje bermejo no se parecía a
Judith Rossiter en absoluto. Casi parecía una condesa.
—Mamá —dijo Bastian excitado, corriendo hacia la puerta—. Oigo un caballo. Debe
ser...
—¡Leander! —gritó Judith—. No puede ver mi vestido de novia. —Se quitó la capa,
recogió las faldas de su vestido, y escapó subiendo las escaleras.
Escuchó su voz cuando llegaba a la habitación.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Mamá salió corriendo escaleras arriba —dijo Rosie—. Lleva puesto su vestido de
novia.
Judith se inclinó sobre la escalera para escuchar.
—Y vosotros también, creo. Ese es un vestido muy bonito, señorita Rosetta Rossiter,
pero apenas hace justicia a la belleza que lo viste.
—Oh, Papá Leander, dices unas cosas tan encantadoras.
—Sólo a las personas bonitas. Y Bastian va a hacerme sombra, me temo.
—¿Qué va a llevar puesto, señor?
—¿Sabes? No he pensado en comprar nada especial.
—Estoy seguro de que tiene montones de trajes elegantes.
—Sí, eso me temo. Tengo algo de pavo real en el fondo. Podría enviar a Londres a por
un traje especial si supiera lo que vuestra madre va a llevar...
—¡No os atreváis! —exclamó Judith—. No se lo digáis. Debe ser una sorpresa.
Él fue hasta el pie de las escaleras, así que ella se ocultó en su habitación.
—¿Va a bajar usted hoy? Pensé que podríamos dar un paseo.
—Un minuto —dijo Judith, y trató de desabrocharse los botones. No le costó mucho
tiempo darse cuenta de que era imposible. Asomó la cabeza por la puerta otra vez.
Leander estaba todavía al pie de las escaleras, apoyándose contra la pared, con los
brazos cruzados con aire satisfecho.
—No puede desabrocharlo, ¿verdad?
—¿Cómo lo ha adivinado?
Él sólo sonrió, algo perversamente.
—Envíe a Bastian, por favor.
—Yo estoy más cerca.
—No puede ver mi vestido de novia antes del día de la boda.
—¿Desaparecerá en una nube de humo? Una idea encantadora.
Judith pensó en los niños.
—¡Leander!

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Incluso en esta luz tenue, puedo verla sonrojarse. ¿Se da cuenta de que sólo faltan
tres días hasta nuestra boda? Realmente no tendría importancia si subiera y la ayudara a
salir de su vestido...
Judith recordó el comentario de Beth de que él desearía desnudarla, y pensó que su
cara debía ser como un faro de color escarlata. Lo vio poner un pie en un escalón.
—¡No se atreva!
Él se rió y dijo:
—Una lástima. —Luego fue a buscar a Bastian.
Judith se retiró a su habitación, estremecida.
Se había encontrado cómoda y en realidad bromeaba, pero las promesas para el
futuro eran reales. Sus ambiguas fantasías la alarmaban, pero no podía negar un
cosquilleo de excitación como el que sintió cuando ella y sus hermanas bajaron a
escondidas al río para nadar por turnos, aterrorizadas de que algún hombre pasara por
allí para verlas, pero disfrutando ese mismo terror como parte del regalo.
Se sintió como una muchacha otra vez...
Bastian entró y desabrochó los botones.
—Creo que éste es un sistema muy tonto para sujetar un vestido —dijo él—. ¿Qué
ocurre si estás sola? Te quedarías atrapada dentro.
—Entonces nunca me lo habría puesto en primer lugar, ¿no? De cualquier manera,
éste es el vestido de una dama, y las damas tienen doncellas.
—Tú no.
—Las tendré. Vamos quítate tus galas, cariño, y asegúrate de guardarlas con cuidado
para que no se arruguen.
Judith colgó su vestido cuidadosamente, extendiendo una sábana sobre él para
protegerlo del polvo, luego volvió a ponerse su vestido negro y bajó la escalera. Rosie
estaba a punto de subir, con la ropa de diario en las manos. Judith le dio las mismas
instrucciones y entonces se reunió con Leander en la cocina, sintiéndose algo agitada.
—¿Cree que necesitaré una doncella? —preguntó ella.
Él besó su mano y su mejilla de esa manera extranjera a la cual todavía no se había
acostumbrado.
—Por supuesto. Pero no merece la pena contratar una aquí, cuándo una chica de la
localidad será más feliz en Temple. A menos, es decir, que usted prefiera una
experimentada doncella de tocador londinense.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Pero necesitaré una en el viaje, como ya supondrá.


Su sonrisa fue malvadamente perezosa.
—De ningún modo. Me tendrá a mí. No tengo intención de llevar a mi ayuda de
cámara.
Judith no supo qué decir. Se dio media vuelta.
—Todavía no estoy segura de que sea una buena idea llevar a los niños. Será un viaje
largo para ellos.
—Pero serán nuestra familia, y tendrán que hacer el viaje un día. No tenemos
ninguna prisa, y no viajaremos a un ritmo demasiado duro.
La preocupación de Judith era que él perdiera la paciencia con ellos, confinados en un
carruaje durante días enteros. Incluso sus hijos, por buenos que fueran, se quejaban, se
peleaban, y lloriqueaban. Ella se volvió.
—Pero no se parecerá mucho a un viaje de bodas para usted.
—Será su viaje de bodas también.
—Se olvida de que he estado casada antes.
—Nunca olvido eso. —Algo oscuro brilló en sus ojos, pero ella decidió que debía
haberlo imaginado, pues él sonrió cuando tomó sus manos—. Aunque, lo confieso,
algunas veces me pregunto... —Bajó sus labios y tocó los de ella, algo a lo que se había
acostumbrado, y encontraba muy agradable. Él soltó sus manos y asió su cintura,
deslizando sus manos lentamente hacia arriba hasta que sus pulgares rozaron sus senos.
Un estremecimiento ondeó a través de ella. Se quedó sin aliento y clavó los ojos en él.
Los niños hablaban rápida y ruidosamente mientras bajaban las escaleras. Él suspiró
y la dejó ir.
Cuando dejaron la casa, él dijo:
—Seguramente debe tener algo en una de esas cajas que podría ponerse para esta
excursión.
—Nada adecuado para andar por el campo, no.
—Entonces no ha encargado bastantes vestidos.
Fue una de sus declaraciones dictatoriales. Judith levantó la barbilla y avanzó.
—Lo lamento si se avergüenza de ser visto conmigo, milord.
Él asió la parte de atrás de su vestido.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—No sea arrogante o la besaré aquí y ahora, y el vicario viene calle abajo.
Judith le sonrió tensamente al Reverendo Killigrew, y él sonrió alegremente en
respuesta.
Tan pronto como el vicario hubo pasado, ella miró a Leander.
Él enlazó la mano de ella en su brazo, pero sus ojos eran fríos.
—Tenemos un acuerdo. Debe dejar de vestir de luto.
—Y así lo haré —dijo ella—, cuando estamos casados.
Él suspiró.
—Estoy seguro de que su primer marido no le regatearía un vestido rosa.
Él todavía creía que estaba apegada a su luto. Le parecía ridículo que Leander
pudiera pensar que la memoria de Sebastian cuestionase la realidad que él representaba.
Pero inmediatamente después se sintió culpable. Sebastian la había adorado y la
apreciaba mucho a su manera, y le había dado dos niños maravillosos. Le parecía mal
hacer a un lado su recuerdo por este joven más bien superficial.
—Lo siento —dijo él bastante contrito—. No la fastidiaré con eso otra vez.
Lo miró, deseando que hubiera algo que decir que le confortase sin ser desleal con
Sebastian. Si había una frase así, ella no podía encontrarla.
Atravesaron andando campos bajo la brisa vivificante, hablando de cosas
impersonales y cotidianas. Los niños recogieron hojas de colores, y frutos secos. Bastian
llegó corriendo con un manojo de castañas de Indias.
Leander sacó un cuchillo y cortó totalmente la cáscara exterior. Al contrario que con
el aro, ésta era aparentemente una materia que él conocía. Los dos varones evaluaron las
lustrosas castañas como expertos, debatiendo cuáles demostrarían ser más fuertes en
combate. Bastian las ensartaría cuidadosamente en una cuerda, y luego las blandiría
contra las de sus amigos, para ver cuál se rompería primero. El ganador tendría un nudo
en la cuerda, un nudo por cada victoria.
—Georgie tiene una campeona —dijo Bastian—. Una de diez. Sin embargo, pienso
que ésta podría vencerlo.
—Yo también lo creo —dijo Leander—. ¿Sabes?, no había oído hablar de las castañas
antes de ir a la escuela.
—¿De verdad? ¿Por qué no?
—No se juega a eso en otros países. Tuve muchísimo que aprender además de griego.
Realmente —añadió pensativo—, mi griego moderno era bastante bueno.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Bastian le contempló con ceño.


—¿Me gustará la escuela, Papá Leander?
—Eso espero. Pero todo no puede ser perfecto, sin embargo, y soportar los malos
ratos es parte de la educación. Pero ten por seguro, Bastian, que si de verdad te sientes
desgraciado, puedes cambiar de escuela, o incluso puedes volver a casa y dar clases con
un tutor.
Bastian lo miró de soslayo.
—¿Un tutor que me enseñara a soportar los malos ratos, y estar pegado a él todo el
tiempo? No estoy seguro de que me gustase eso.
Leander sonrió abiertamente.
—Veo que nos entendemos mutuamente.
Judith no estaba segura de que ella entendiera. La complacía ver que Bastian
empezaba a confiar en Leander, pero sentía como si se desarrollara un pequeño reducto
masculino que podría excluirla.
Bastian bajó la mirada hacia las castañas, pero dijo:
—¿Me golpearán en la escuela?
—Nunca supe de nadie que se librara, pero eres bienvenido a intentarlo.
Bastian miró hacia arriba otra vez.
—Nunca me han golpeado. ¿Duele?
—¿Tú qué crees?
Bastian guardó silencio, y Judith pensó seriamente en anunciar que su hijo iría a la
escuela sobre su cadáver. Comenzaba a sentir más simpatía por la madre de Leander,
quien quizá no había estado tratando retener a su hijo, sino intentando salvarlo de esta
vida cruel. Pero la vida era cruel, como bien sabía, y ella había tenido suerte. Nunca lo
había presenciado, pero gente era azotada en la calle por sus crímenes, y flageladas en el
ejército y la marina. Como hija de un vicario, era bien consciente de lo duro que era estar
entre los pobres.
¿Qué camino tomaría Bastian en la vida? ¿El derecho, el ejército, la iglesia? Incluso
como hacendado, podría ser magistrado. Había pocas profesiones que no expusieran a
un hombre de algún modo a la crudeza.
Bastian levantó la mirada resueltamente.
—No es que sea cobarde, Papá Leander. Pero me temo que lloraré.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Leander le acarició el cabello.


—Aprieta los dientes y clava los ojos en algo, luego escápate y encuentra un lugar
para llorar a moco tendido.
—¿Es lo que usted hizo?
Judith vio que las mejillas de Leander se habían coloreado.
—Me pones a prueba, ¿verdad? Sí, eso es lo que yo hice.
Bastian se fue corriendo, aparentemente feliz.
—¿Es la verdad? —preguntó Judith.
—¿Que lloré? ¿Está cautivada por mi picardía? Sí, pero no en la escuela. Estaba lo
suficientemente endurecido de antes, y escarmentado de la mayor parte de tonterías.
Judith se quedó helada, tanto por lo que eso decía de la infancia de Leander, como
por las implicaciones para el futuro.
—Creía que había dicho que su padre no fue cruel.
—No lo fue. No fui un niño particularmente fácil.
Ella tragó para deshacer un nudo en su garganta.
—Lo encuentro difícil de creer. ¡Después me dirá que quiere azotar a Bastian todos
los días para hacerle más fuerte!
Sus ojos estaban ocultos por sus espesas pestañas.
—Claro que no. En lugar de eso, cuando estemos en Somerset, lo llevaré a visitar a
Nicholas Delaney. Quizá él puede aconsejar a Bastian sobre la forma de establecer a una
nueva Compañía de Granujas. Nuestros castigos fueron pocos y poco frecuentes, y
nunca excesivos.
—Es —dijo Judith—, perfectamente natural para una madre ser protectora con sus
niños.
—Por supuesto que lo es —acordó él, y lo echó a perder añadiendo—, es por eso que
los niños tienen padres.
Judith lo miró y siguió andando. Pero a pesar de ello, supo que Leander no sería
cruel, y sintió que él podría guiar los pasos de Bastian hacia una vida exitosa,
productiva y viril mejor de lo que Sebastian podría haberlo hecho.
Eso la hizo sentirse triste y orgullosa al mismo tiempo.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Faltaban sólo tres días para la boda, y Judith casi había terminado de preparar la
casita de campo para la mudanza. Como consecuencia tenía un aspecto más bien
desolado. Algunos de los artículos más grandes se habían embalado y llevados ya a
Temple Knollis por un transportista. Esto incluía el retrato de Sebastian, sus libros, y sus
diversas cajas de notas y los poemas inéditos. Parecía extraño enviarlos a la casa de su
nuevo marido, pero difícilmente podría deshacerse de ellos, y un día los niños podrían
valorarlos.
Sus ropas nuevas estaban pulcramente apiladas para viajar con ellos. Los niños
embalaron cada uno una caja pequeña de libros y juguetes a partes iguales. Judith había
visto algunas tonterías deslizadas en esas cajas, pero no había hecho ninguna objeción.
Es extraño lo que atesoran las personas.
Ella misma se había opuesto a las batallas sobre tales cosas como su primer vestido de
novia, ahora desgastado y demasiado apretado alrededor del pecho, pero conservado
doblado en lavanda de todos modos. Lo tiró. Había conservado, sin embargo, el poema
escrito a mano que Sebastian había traído a la vicaría el primer día, catorce años atrás.
Se enfrentaba ahora a las últimas decisiones: su pudín de Navidad, y su vino de
bayas. No había absolutamente ninguna razón para conservarlos, y serían apreciados
por algunas personas del pueblo que eran aún más pobres de lo que ella había sido. Por
otra parte...
Rosie entró, con Magpie en los brazos.
—¿Por qué miras tan ceñuda el pudín, Mamá?
—Sólo me pregunto a quién deberíamos dárselo, cariño.
—¿Regalar nuestro pudín? —protestó Rosie. Magpie chilló cuando la estrechó
demasiado fuerte.
—No hay razón para llevarlo a Temple Knollis, Rosie. Estoy segura de que el cocinero
de allí ha horneado docenas, todos mucho mejores que éste.
—¡Pero éste es nuestro! —exclamó Rosie—. ¡Lo batimos y yo formulé mi deseo! ¡Tiene
seis peniques de plata dentro! —Estalló en llanto. Magpie se soltó fuera del peligro y se
escapó. Bastian vino corriendo.
—¡Mamá quiere regalar nuestro pudín de Navidad! —gimió Rosie.
Bastian no lloró, pero sus ojos mostraron su pena a Judith y ella sabía cuándo era
derrotada.
—No. No —dijo—. Lo llevaremos con nosotros. Y el pastel. Y el picadillo.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Los niños la ovacionaron, y Judith se encontró sonriendo alegremente. También


deseaba conservar esas cosas. Podrían no ser nada en Temple Knollis, pero se habían
hecho con amor, y habían costado sacrificios. Si fuera necesario tendrían un festín
secreto de Navidad en algún rincón de la gran casa.
—Tienes que llevar el vino, también —dijo Bastian—. Siempre tomas vino con la cena
de Navidad, y dijiste que este año yo podría tomar un poco.
Judith miró dudosamente las diez botellas de la cosecha de ese año, y la única botella,
abierta, del anterior.
—Lord Charrington tendrá muchos vinos, Bastian.
—Pero no será el mismo.
Cedió otra vez, esperando que el carruaje pudiera con todo.
—¿Y qué pasa con los adornos de Navidad, Mamá? —preguntó Bastian—. Y el
farolillo chino.
Todos sus pequeños tesoros de Navidad. Judith tragó saliva.
—Ya no están, queridos. Realmente se caían a pedazos, y encontraremos unos
nuevos... —Antes de que pudieran protestar, se apresuró a decir—. Iniciamos una vida
nueva, y debemos aceptar que muchas cosas serán diferentes. Quizá lord Charrington
tenga sus propios tesoros de Navidad. —Tenía sus dudas sobre ello, lo que la entristecía.
Él los tendría, en el futuro—. Cuando lleguemos a Temple Knollis —dijo con firmeza—,
tendremos que pasar un tiempo haciendo decoraciones nuevas. Como es una casa tan
grande, estoy segura de que habrá mucho por hacer.
No estuvieron felices, pero lo aceptaron. Judith los mandó a “El Perro y la Perdiz” a
preguntarle al señor Hopgood sobre la mejor forma de embalar once botellas de vino.
Más tarde, se habían comprometido a tomar el té en Hartwell, y Beth llegó en el
carruaje para recogerlos. Judith estuvo muy tentada de ponerse uno de sus vestidos
nuevos, pero mantuvo su decisión. Cambiaría sus vestidos cuando cambiase su apellido.
Descubrió que le gustaba mucho Beth Arden y deseaba desesperadamente poder
hablar con ella, pero no veía cómo sacar los temas que le interesaban. Ella misma no
estaba segura de qué le preocupaba más, la educación de los niños, o los diferentes
aspectos de las relaciones matrimoniales.
Mientras se apeaban y los niños corrían por delante, Beth tocó su mano.
—Pareces muy preocupada, Judith.
Judith recobró la compostura.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Sólo son los nervios. Cualquier matrimonio es inquietante, supongo. Este más que
la mayoría.
—Creo que resultará muy bien. Ambos sois personas muy sensatas, no sois dados a
extremos.
Judith tragó saliva.
—Eso creo.
Pero se preguntaba si no eran simplemente sus antecedentes —el entrenamiento
diplomático de él, y sus propios años bajo el control de Sebastian— los que mantenían
las cosas encubiertas. Algunas veces sentía hervir la capacidad para los extremos.
Estaban en la casa quitándose sus capas y sombreros. Beth dijo:
—Sería una gentileza para él, lo sabes, si abandonaras el luto.
—Eso creo, pero me parece algo simbólico atenerme al luto hasta el día de mi boda.
—Beth no pareció excesivamente impresionada por esta explicación y Judith añadió—:
Y además, los vestidos nuevos son tan hermosos, y poco prácticos, que no puedo
soportar llevarlos puestos para trabajar en la casa. Y aunque Leander quiere que sea una
dama ociosa, no se da cuenta de cuánto hay hacer para desocupar una casa, embalar los
enseres y prepararse para un viaje.
Beth se rió.
—Eso es cierto, y no hace mucho tiempo yo habría sentido casi lo mismo. Me llevó
cierto tiempo acostumbrarme a actuar con normalidad con las cosas caras. Mis manos
temblaban sólo por coger alguna pieza de porcelana. Y no podríamos explicárselo a ellos
—dijo con una sonrisa—. Han estado rodeados de riquezas toda su vida.
—¿Era tu vida realmente tan sencilla antes de tu matrimonio?
—Oh, sí. ¿No lo sabías? Era una maestra común y corriente en una escuela para
chicas de Cheltenham.
—Pareces una marquesa maravillosa.
—¿De verdad? En medio de la sociedad de Londres, todavía me siento como una
impostora.
Sintiéndose más a gusto que antes, enlazaron sus brazos y fueron a unirse a los
caballeros. Judith guardó para sí misma el hecho de que Beth Arden se había
transformado. Ella podría hacerlo también.
Comieron todos juntos, pero hacia el final de la comida los niños comenzaron a
inquietarse, así es que Judith les dio permiso para jugar en el jardín.

106
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Bastian —dijo—, debes vigilar a Rosie. Y no des un paso hacia los caballos sin un
adulto.
Cuándo los niños hubieron salido, Leander preguntó:
—¿Ni siquiera acercarse a ellos, querida? ¿Crees que van a comérselos?
Judith se sintió tonta, y le molestó ser reprendida delante de otros.
—Es bien sabido que los caballos muerden.
—Estos no. Los de Lucien están impecablemente bien educados, tanto como él. —Se
volvió hacia su amigo—. ¿No es verdad?
Pero el marqués dijo:
—No me metas en eso.
Beth diplomáticamente se levantó.
—Vamos a tomar el té en la salita del jardín. Venid cuando hayáis decidido el asunto.
Mientras ella y Judith salían, Lucien se rió.
—Confía en Beth para hacer que parezca como si fuéramos unos hombres
discutiendo.
—En lugar de mi simpática prometida y yo. —Leander contempló la puerta a través
de la cual las señoras habían regresado—. Es peligrosamente sobreprotectora.
—Ha tenido que criar a los niños sola —dijo Lucien—. Parece ser una mujer muy
sensata. Estoy seguro que cambiará, especialmente cuando haya tutores e institutrices
para compartir la carga. Cielos, raramente veía a mis padres excepto a las horas
determinadas, y estoy seguro de que para ti fue lo mismo.
—Eso fue cierto con mi padre. Sin embargo, sospecho que la costumbre no
complacerá a Judith. A decir verdad, no estoy seguro de que me complazca a mí
tampoco. Ha llegado a gustarme tener niños a mí alrededor. ¿Qué vas a hacer cuando
tengáis hijos?
Mientras se levantaban de la mesa y se dirigían hacia la salita del jardín, Lucien lo
consideró.
—Creo que trataré de hacer más cosas con ellos que mi padre. Podría ser, sin
embargo, que tome a Nicholas como ejemplo. ¿Has conocido a su hija, Arabel?
—No. No he visto a Nicholas. Parece muy asentado en Somerset. Iba a hacerle una
visita cuando finalmente baje hasta West Country. Pero seguramente la niña no es
todavía una niña. ¿Cómo “conoce” uno a un bebé?

107
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Lucien sonrió abiertamente.


—En este caso, uno simplemente lo hace. Ella es un anuncio viviente de la infancia, y
definitivamente alguien para ser disfrutada completamente. Beth me advierte que no
todos los niños son tan encantadores, pero estoy decidido a que cualquier cosa que
Nicholas pueda hacer, lo podemos hacer también nosotros.
—Algo impulsivo —murmuró Leander mientras se unían a las damas.
Judith encontró que estar con los Ardens era intrigante. La conversación era siempre
animada y divertida. A menudo el debate se tornaba intelectual y político, pero Judith
nunca era dejada fuera, alguien le brindaba aclaraciones o reencauzaba a Lucien y Beth,
que tenían mentes como hojas gemelas —coincidían, pero a menudo estaban en clara
oposición. Estaba sorprendida de ver que tales desacuerdos no causaban ofensas. Eran
sorprendentemente cultos —Beth para ser una mujer, y Lucien para ser una criatura
social— y a menudo recurrían a citas eruditas como base de sus argumentos. En una
ocasión Lucien dio un salto para ir a buscar un libro, trayéndolo triunfalmente para
hacerse entender. En griego.
Leander entró brevemente en la discusión para cuestionar la traducción, pero él
prefería las anécdotas a los debates, y Judith se alegraba de eso. Ella tenía pocas ganas
de vivir en una sociedad de debates interminables. Sus anécdotas eran invariablemente
graciosas, pero a menudo un poco subidas de tono.
En una oportunidad él interrumpió en verso.
—Es bien sabido del Gran Duque / Cuando su pasión ha satisfecho por completo, / Para
buscar paz en cualquier esquina perdida... —Miró a Judith y se interrumpió—. Ah, prometí
que nada de poesía, ¿verdad? Permitidme continuar en prosa.
Su historia sobre el estado en el cual un cierto gran duque y cierta duquesa habían
sido encontrados durante un baile en San Petersburgo la hizo sonrojarse, como si hiciera
mención a lo que podría ser su futuro con la picardía del cuento. Él debió de darse
cuenta, puesto que se rió y sugirió un paseo por el jardín.
Para cuando Judith y Beth se habían puesto sus capas y sus sombreros, los caballeros,
más fuertes —o mejor vestidos con sus chaquetas de lana— estaban ya fuera y bajaban
paseándose hacia el río. Judith quería preguntarle a Beth si alguna vez había hecho, o
siquiera había considerado, hacer algo así detrás de unos arriates en un acto público,
pero no se atrevió.
Decidió que debía hacer entender a Leander a la primera oportunidad, que ella nunca
accedería a tal cosa.

108
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Anduvieron junto a un sendero de codesos9 hacia el río. Repentinamente oyeron


gritos. Una llorosa Rosie se lanzó hacia ellos, y se precipitó, gimiendo, sobre Judith.
Ella se arrodilló para abrazarla.
—¿Qué pasa, cariño?
—¡Bastian! —Lloró la niña, y cientos de horribles posibilidades pasaron como un
relámpago por la mente de Judith—. ¡Fue a ver a los caballos, y Papá Leander estaba
muy enfadado, y Bastian salió corriendo, y Papá Leander le gritó... me asusté! —
Prorrumpió en sollozos desconsolados.
Judith sintió que su corazón se rompía, también. La burbuja finalmente había
explotado. Se puso en pie, y empujó a Rosie a los brazos de Beth.
—Cuida de ella.
—Judith... —dijo Beth. Pero Judith bajaba ya corriendo por el sendero hacia el río.
No vio señales de Lucien, pero podía oír a Leander gritando a lo lejos. Parecía furioso.
Recogió sus faldas, y corrió por el prado hacia el huerto.
Se topó con Leander en el huerto, con las manos en las caderas.
—Bastian —decía él crispadamente hacia el aire—. Espero no tener que ir a buscarte.
Ven y haz frente a las consecuencias.
Todo estaba en silencio. El pobre Bastian debía estar aterrorizado. Quizá Leander ya
le había pegado. Y sólo porque quiso ver los caballos.
Judith avanzó, tratando de evitar las lágrimas y se quitó el diamante. Llegó frente a
Leander y le tendió el anillo.
—Tome esto, por favor. Nuestro compromiso ha terminado.
Sus ojos brillaban con un amarillo peligroso.
—¿Qué diablos pasa con usted ahora?
—¡Cómo se atreve a maldecirme!
—Haría maldecir a un santo, créame. ¿En serio está oponiéndose a que reprenda a
Bastian?
—¡Me opongo a que lo aterrorice!
—No he hecho nada para aterrorizarle, sin embargo quizá deba hacerlo. ¿Sabe qué
hizo?
9Codeso: Laburnum anagyroides, arbusto, con hojas alternas caducas, constituidas por tres folíolos de
color verde oscuro; flores amarillas reunidas en racimos terminales, generalmente pendientes. (N. de la T.)

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—¡Sí! ¡Fue apenas un pecado capital!


—Oh, ¿de verdad? Y pensé que era una madre protectora. Si tuviera derecho a
hacerlo, probablemente lo azotaría, pero eso heriría su tierna sensibilidad, ¿no?
Judith metió el anillo en su crispado puño y se marchó dando media vuelta, con la
garganta dolorida.
—Bastian, ven aquí, mi amor —exclamó—. Estás a salvo ahora. No dejaré que nadie
te lastime.
—No lo creo —masculló Leander.
No se movió ni una hoja.
Judith escondió el rostro entre las manos.
—Oh Dios, ¿dónde puede estar?
—Indudablemente ha salido a hurtadillas de la casa.
Judith se volvió contra él con una apariencia aniquiladora.
—¡Usted, señor, tiene un corazón de piedra! —Se fue corriendo a recoger a su hija.
Leander se apoyó contra un árbol y contempló el anillo en su palma. En realidad
debería considerar que había sido afortunado de escapar de Bedlam 10.
Pero no lo hacía.

10Bedlam: nombre común del asilo de Nuestra Señora de Bethlehem, célebre manicomio londinense. (N.
de la T.)

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Capítulo 8

Judith recogió a Rosie y aceptó con una sonrisa forzada la oferta de los Arden para
que su carruaje las llevase a casa. Había sido tanto culpa suya como de los Ardens el que
se hubiese visto envuelta en aquel desastre. Descubrió algunas lágrimas deslizándose
por su rostro, y furiosa se las quitó restregándose la cara. Abrazó a Rosie. No era una
pérdida. Había tenido suerte de escapar.
Miró a su hija. Aún estaba temblando.
A través de la ventana del carruaje, inspeccionó el paisaje en busca de la figura de un
solitario y asustado chico, pidiéndole silenciosas disculpas por haberle expuesto a aquel
terror. No había señales de él.
Quizás seguía en Hartwell. Quizás debería dar la vuelta. Pero los Arden le habían
prometido que cuidarían y se encargarían de él. Confiaba en ellos hasta aquel extremo, o
más bien, confiaba en Beth. Ya no sabía qué pensar de los hombres.
Tan pronto como llegaron a casa, registró la casita pero Bastian no estaba allí, ni
siquiera en sus escondrijos preferidos. Por supuesto que no estaba. Bastian no podía
caminar hasta casa a la misma velocidad que el carruaje. Judith se sintió tentada de
volver a Hartwell otra vez, con la esperanza de encontrarle por el camino.
Rosie comenzó a sollozar otra vez, así que Judith la puso en su regazo y se obligó a
tranquilizarse. Leander ya no dañaría al chico puesto que ya no tenía derecho a hacerlo.
¡El derecho! ¿Qué derecho tenía nadie para maltratar a un niño inocente?
Bueno, no del todo inocente.
Judith miró a su hija, que sorbía ruidosamente, y le acarició el pelo.
—Todo irá bien, cariño. Todo saldrá bien.
No sabía cómo. Quizás debería haberse quedado con el diamante.
Rosie agachó la cabeza.
—Todo es culpa de Bastian por ir a mirar a los caballos.
—No, cariño. Eso no fue nada tan terrible.
Rosie gimió.
—Entonces... ¡entonces es mía!

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La niña habría enterrado la cara de nuevo en el canesú de Judith si no le hubiese


cogido la cabeza para que la mirara mientras le decía:
—No, cariño. ¿Cómo podría ser tu culpa?
Pero Rosie estaba llorando tanto que estaba más allá de la coherencia. Al poco tiempo
Judith captó una palabra. Barco. La batea de los Arden.
Sintió un escalofrío dispararse por su cuerpo.
—¿Os subisteis al barco, Rosie?
Lloraba entrecortadamente, y tenía una mirada asustada.
—Sabéis que eso no está permitido.
Asintió.
—Si os hubieseis caído en el río, os podríais haber ahogado. No sabéis nadar.
—Papá Leander evitó que me cayese.
Judith tragó a pesar del dolor en su garganta.
—¿Casi te caes?
Rosie bajó la vista.
—Sólo estaba buscando peces.
Oh, cielos. Ahora todo comenzaba a encajar. No le extrañaba que hubiese estado
furioso. Había intentado decirse que todo había sido culpa de Leander. Bastian nunca
habría soñado en escabullirse a los establos y dejar a Rosie sola si antes no se le hubiese
mimado tanto permitiéndole montar a diario.
—¿Qué le hizo lord Charrington a Bastian, Rosie?
—Lo llamó para que volviese. Luego le regañó por haber hecho algo tan terrible. Le
dijo que era un irresponsable.
—¿Y luego qué?
—Bastian comenzó a lloriquear —dijo Rosie no sin un deje de satisfacción, pues
Bastian siempre la acusaba de comenzar a llorar con demasiada rapidez.
—¿Bastian lloró?
Rossie asintió.
—Y salió corriendo.
—Lord Charrington debe haber hecho algo más, debe haberlo amenazado. Bastian no

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llora y sale huyendo. ¿Qué le hizo?


Rosie negó con la cabeza.
—Sólo le dijo cosas. Pero estaba muy enfadado.
Judith puso a Rosie de pie y fue hasta la puerta, sin saber qué conclusión extraer de
todo aquello.
—Oh, ¿dónde estás, Bastian?
En lugar de a su hijo, vio a Hubble caminando hacia ella con un enorme paquete. Por
un segundo pensó que era algún regalo extraño de despedida de parte de Leander, pero
entonces vio que había llegado con el correo.
Hubble sonrió jovialmente.
—Esto llegó ayer y se me olvidó, señora Rossiter. Se me pidió que lo trajese cuando
volviese del Perro. Lo dejaré en la casa, ¿de acuerdo? Es un poco pesado.
—Claro —dijo Judith ausente—. ¿Ha visto a Bastian, señor Hubble?
—Sí, el muchacho está abajo, en el cementerio, señora.
A Judith la inundó el alivio, y dijo algunas sinceras plegarias en agradecimiento. Fue
a buscar a Rosie y la encontró estudiando el paquete con interés, su energía había vuelto
con rapidez. Claramente no entendía las consecuencias de aquel día.
Judith lanzó un vistazo al paquete sin mucho interés. No había indicios de qué era y
no le importaba. Tenía asuntos más importantes en mente.
Tenía que admitir que había algo de justificación para la cólera de Leander, pero no
para lo que fuese que hubiera hecho para aterrorizar al niño. Le hubiese gustado haber
visto la verdad antes de haberse comprometido con él. Lo que era más, sentía una
tremenda sensación de pérdida.
Cogió la mano de Rosie y salió en busca de su hijo.
Lo encontró sentado en un trozo de granito, mirando malhumoradamente el agua,
tenía las mejillas sucias y manchadas de lágrimas.
Judith se sentó junto a él y lo atrajo a su lado.
—Ya pasó, Sebastian —dijo amablemente—. Todo irá bien.
—No, no es verdad —musitó.
—Sí. Lord Charrington y yo no vamos a casarnos.
Él colocó la cabeza sobre las rodillas y comenzó a sollozar. Por un momento Judith
pensó que de alivio, pero luego comenzó a tener dudas. Le sujetó los hombros.
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—Bastian, ¿qué sucede? ¿Qué ocurre?


—¡Es todo culpa mía! —dijo en un grito ahogado—. ¡Sabía que no me querría como
hijo!
Ella lo atrajo hacia su pecho.
—No es culpa tuya, cariño. No tienes por qué aguantar su crueldad. Nos las
arreglaremos...
Él se apartó y luchó por controlarse.
—No fue cruel, Mamá, pero puedo decirte que ya no me querrá. Y tenía razón. Fui un
irresponsable. No debería haber dejado a Rosie. Realmente me merezco una azotaina.
—No, no te la mereces —dijo ella fieramente.
Él bajó la vista, miserable.
—Creo que lo habría preferido a no montar. Pero supongo que ya no habrá más
paseos a caballo...
—Bastian —dijo Judith—, ¡no puedes permitir que te compre con caballos! —
Entonces hizo una pausa, absorbiendo lo que había dicho su hijo—. ¿Te amenazó con
eso, con no montar más a caballo?
Él le lanzó una mirada.
—No me amenazó. Lo que dijo fue que nada de montar hasta que estuviésemos en su
casa, en Temple Knollis.
—¿Y por eso saliste corriendo?
Judith tuvo que admitir que era un castigo justo, y uno que haría mella.
—No —dijo Bastian restregándose los ojos—. Me fui porque me di cuenta de que ya
no le iba a gustar nunca más. Entonces se enfadó porque huí. Y supe que lo había
estropeado todo.
—Oh, querido —dijo Judith y volvió a atraerlo hasta ella—. Por supuesto que le
gustas
Era algo estúpido de decir y aún así supo que era verdad. No había duda de que
Leander se había decepcionado con el comportamiento de Bastian, igual que ella, pero
sus sentimientos en el huerto habían sido más de preocupación que de enfado.
Una vez más lo había juzgado mal, y esta vez había puesto un enfático punto y final a
todo el asunto. Como había dicho Bastian, lo había estropeado todo.
Le dio un último abrazo a Bastian, y luego se puso con cansancio de pie y

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comenzaron a caminar hacia la casa, un brazo alrededor de cada niño. Había sido mejor
que no hubiese llevado puesto ninguna de sus galas. Quizás Lettie Grimsham podría
volver a llevarse las ropas como parte del coste...
De vuelta en la casita, se preguntó sin entusiasmo si habría algún sentido en
disculparse, pero perdió la esperanza. Seguramente Leander estaba complacido conque
hubiese escapado.
Los niños preguntaron si podían abrir el tentador paquete, y les dijo que sí de forma
ausente. Mecánicamente, comenzó a prepararles la cena, pensando en las
complicaciones y la vergüenza de cancelar la boda, preguntándose si podría quedarse
con la casita. Habría nuevos inquilinos listos para mudarse ya.
Recibiría el dinero trimestral de Timothy Rossiter en año nuevo. Gracias a Dios aún
no le había escrito para decirle que ya no era necesario. Comenzó a preguntarse qué
hacer, y se preguntó si debería volver a llevar los anillos de Sebastian ya, o si debería
venderlos para evitar tener que ir a un asilo de pobres.
Entonces se dio cuenta de que no había habido comentarios de los niños ante el
contenido del paquete, y se giró. Cualquier distracción sería bienvenida en aquel
momento.
—¿Entonces, qué era?
Estaban utilizando las ataduras para jugar con Magpie.
—Sólo uno más de los libros de papá.
Judith se secó las manos y se acercó, desconcertada. Tan pronto como vio el contenido
reconoció las hermosas ediciones en cuero azul y dorado. Sebastian había pagado para
que sus poemas fueran hechos con aquel estilo opulento, y luego los había repartido
como regalos. Siempre había enviado uno al Regente, y había recibido un breve
reconocimiento de un adulador.
No le extrañaba que nunca hubiese ganado dinero con ello. Se preguntó qué diablos
se suponía que tenía que hacer con aquel lote atrasado, y cogió la carta que los
acompañaba.
Estimada señora Rossiter:
Espero que estos elegantes volúmenes de los exquisitos poemas de su marido sean la causa
de un dulce recuerdo, no de renovada pena. Me ha causado una gran pena que estas ediciones
especiales de su último opus se retrasaran debido a problemas en adquirir el cuero preciso que
fue requerido.
Sabía, sin embargo, que en vida sus estándares habían sido inmutables, y en su muerte

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habría deseado lo mismo.


Sé que encontrará consuelo en el cálido recuerdo que se guarda del trabajo de su marido por
todo el que lo lee, y quienes comparten su pérdida.
Hay una pequeña suma a cobrar por estas ediciones especiales.
Algernon D. Browne.
Judith apreció la cuidada redacción. Conque el trabajo de Sebastian era cálidamente
recordado por todo el que lo leía. Quizás era verdad. Qué pena que fuese por un
pequeño número. Probablemente los lectores encontraban excusas para comprar los
poemas en piel cordobán con extensas decoraciones doradas.
Había otra hoja de papel. Vio con horror que era una factura. Por veinte ejemplares
especialmente preparados de La dulce luz de los ángeles, por A.D. Browne Impresores, a
quién se le debían ciento cuatro guineas. Judith miró a los libros como si fuesen un nido
de víboras. ¡Ciento cuatro guineas! Aquello era casi dos cuartos de su dinero trimestral.
¿Podría devolverlas? No, incluso aunque fuese legalmente posible, ¿cómo iba a hacerlo
la “viuda llorosa”? Oh, ¿importaba ya eso?
¿Podría venderlos? Rió en voz alta ante aquella idea. ¿Se sentiría decepcionado
Prinny11 al no recibir su copia? Ni siquiera podía hacer frente al coste de venderlos.
¿Podría preservar su dignidad, y pagarlos? Sólo destruyendo cualquier posibilidad
de solvencia. Quiso llorar, pero se contuvo por el bien de los niños. Ellos no debían
saber lo atemorizada que estaba.
Siempre habría un sitio para ella con sus padres, se recordó, pero habría poco dinero
para el aprendizaje o una dote. Le ardía la garganta. Aquel cruel giro del destino unido
a un día cruel era casi demasiado para ella.
En ese momento tocaron en la puerta. Judith simplemente no podía soportar nada
más.
—Bastian, por favor...
Él fue a contestar, y ella se dio cuenta de que no los había engañado. Ambos niños
eran muy sensibles a lo que los rodeaban. Cielos, tan sólo hacía unas semanas habían
poseído tal alegría, se habían sentido satisfechos con tan poco, y habían disfrutado de
las cosas simples. Entonces Leander Knollis había vuelto sus vidas patas arriba.
Pero aquello no era justo, nada justo.
Bastian regresó y le dio una nota.

11 Jorge IV fue conocido en su juventud como Prinny. (N. de la T.)

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—De Hartwell —dijo.


Ella le dio la vuelta al inmaculado papel en su mano. Estaba dirigido simplemente a
Judith Rossiter. Podría ser de uno de los Arden, o de Leander. Una vez puestos, también
podía ser del mayordomo. No conocía ninguna de sus letras.
Le temblaron las manos mientras rompía el sello. No sabía qué esperar, lo que
encontraría.
Mí querida Judith:
Hemos caído en lo absurdo, ¿no es así? Podría ofrecerle una disculpa, pero no estoy seguro
de por qué debo disculparme. Hay claramente algunos asuntos que necesitan hablarse, pero
estoy convencido de que nuestra separación ha sido debida a un malentendido y no a ningún
propósito concreto.
Si piensa igual, estaré en el campo santo hasta que caiga la noche.
Leander.
Judith se descubrió observando los libros y supo que no era por casualidad.
Absurdidad, tragedia, no estaba segura de que el matrimonio entre ella y Leander
Knollis fuera para nada práctico, pero ya no tenía elección. Tenía que casarse con él.
Alzó la vista y vio que Rosie y Bastian la observaban con una solemne y temerosa
esperanza. Ellos, al menos, no tenían dudas del final que deseaban.
Miró por la ventana. La luz ya comenzaba a escasear. Cogió un chal de lana y se lo
colocó alrededor de los hombros.
—Bastian. Cuida de Rosie. Y esta vez, hazlo.

Él estaba inclinado sacrílegamente sobre la tumba de Sebastian, luciendo alto y


formidable con su larga capa de montar, y lo suficientemente solemne para un
cementerio.
—Uno no puede esperar demasiado —dijo—, de un cortejo que se lleva a cabo en su
mayor parte alrededor de tumbas.
Judith hizo un alto, de frente a él al otro lado de la tumba, sin saber qué decir.
Él se enderezó.
—¿Tengo entendido qué Bastian está a salvo?
—Sí.

117
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—¿Sentía miedo de mí?


Ella tragó saliva.
—No.
Era muy consciente del ambiente fantasmagórico y de la melancólica neblina.
—Quizás debería haber dejado el asunto en sus manos —dijo—, pero fui el primero
en llegar, y me asusté por lo que podría haber pasado. Había comenzado a pensar en mí
como en su padre. Además, me sentía de alguna manera responsable por haberle vuelto
a reunir con los caballos.
Judith aprovechó aquello.
—Bastian no habría sido tan irreflexivo hace unas semanas.
Alzó la ceja.
—¿Me está echando la culpa?
Aparte del hecho de que tenía que reconciliarse con él, aquello no era justo.
—Son los nervios —admitió ella—, y usted sólo es la causa indirecta.
—Es extraño, creí que era el centro.
Pudo adivinar que estaba de un humor peligroso, e independientemente de sus
habilidades, no pudo leerlo. No sabía qué decir o hacer. Recordó que hasta hacía poco
había sido, no un diplomático sino un soldado; que era un veterano de una de las
batallas más sangrientas, la de Waterloo. Se estremeció, y apretó el inadecuado chal más
fuerte contra sus hombros.
Él frunció el ceño.
—No deberíamos estar aquí, pero fue el único territorio neutral que me vino a la
mente.
—Es el único sitio pacífico por aquí cerca.
Miró las filas de tumbas que los rodeaban.
—“La tumba es un lugar íntimo y bello” —citó—, “pero creo que allí nadie se abraza.” —Se
sacó el anillo y le dio vueltas en los dedos—. Va a tener que confiar en mí un poco, o
esto no funcionará.
—Confío en usted.
—¿De verdad?
Su silencio demandaba una explicación por la debacle de aquella tarde.

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—Estoy acostumbrada a encargarme sola de los niños —dijo—. No estoy


acostumbrada a dejar que otra persona decida si lo que hacen están bien o mal, y qué es
lo que debe hacerse.
—Debe haber compartido ese tipo de tareas con su primer marido.
Ella bajó la vista.
—No. Estaba demasiado ocupado.
La noche estaba cayendo deprisa. Pudo oír los murciélagos chirriar en el campanario
de la iglesia. Alzó la vista hacia él, viéndolo a medias en la oscuridad.
—Si se casa conmigo —dijo—, me estará dando el derecho a ayudarle con los niños,
un derecho que tengo intenciones de reclamar. Tendrá que confiar en mí. No siempre
tendré razón, pero con todos mis respetos, usted tampoco. Puede que sea una razón
para pelear, pero siempre intentaré actuar en su bien. Si no puede creer eso, no podemos
casarnos. Lo que pienso que sería una pena.
Judith sintió que se le derretía el corazón ante su tono. ¡Oh Dios, creo que una mujer
más valiente y mejor te dejaría ir! Pero ella no tenía ese tipo de fuerza, y tenía un montón
de costosos e inútiles libros que pagar, y nuevos sueños que sólo él podía hacer realidad.
—Yo también creo que sería una pena.
Leander caminó sobre la tumba para unirse a ella, y deslizó el anillo de vuelta a su
dedo. Le apretó la mano.
—Estás helada.
Se quitó su capa de montar, y le cubrió los hombros. Era cálida, y tenía un ligero
aroma a caballo, y otro que Judith reconoció, con una conmoción interior, como el suyo.
Era igual de intenso.
—¡Dios Santo! —dijo ella—. ¡Siento como si se me fueran a doblar las piernas!
Él le colocó un brazo alrededor de la cintura para darle apoyo.
—Le ayudaré a cargar con su peso —la atrajo a sus brazos—. Me alegra de que sólo
nos quede mañana. No me dejará plantado en el altar, ¿no?
Ella negó con la cabeza.
La cabeza de él se abatió sobre la de ella y la besó con fiereza, usando su cuerpo
entero para abrumar sus sentidos y exigir una respuesta. Ella se sintió mareada.
—Ahora sí que mis rodillas están temblando —dijo Judith con voz temblorosa.

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—Bien. A veces creo que me malinterpretas, Judith, y el tiempo de las


malinterpretaciones casi ha acabado. Puede que éste sea un matrimonio sin amor, pero
eso no significa que no me importa, o que no te desee. Te deseo muchísimo. Estoy
esperando con ansias nuestra noche de bodas, cuando tenga derecho de explorar tu
cuerpo, y aprender tus formas, y verte perder el sentido...
A ella aún le hervía el cuerpo debido a aquel beso, y sus palabras hicieron que le
diera vueltas la cabeza. La mano de él le atormentaba distraídamente la nuca hasta
conseguir un efecto devastador. Sintió que debía advertirlo.
—Creo que contigo va a ser un poco diferente...
—¡Buen Dios, eso espero!
Lanzó una lúgubre mirada a la tumba, y la condujo hacia la entrada del cementerio.
—¿Ves de qué forma has roto mi compostura? Hace unas semanas, nunca habría sido
tan torpe como para hacerle el amor a una dama en un frío cementerio.
Sin mencionar que estaban sobre la tumba de su esposo, pensó Judith, aunque con
más humor que culpa. El pasado era el pasado. Había venido a caballo, y la gran bestia
gris lo esperaba como un fantasma paciente. Cuando llegaron hasta él, Leander dijo:
—¿Montarás conmigo?
Supuso que era algún tipo de prueba de confianza, y asintió. Él le quitó la capa. Se
estremeció ligeramente, tanto por la pérdida de su esencia, como por la pérdida del
calor de la capa. Le puso las manos en la cintura y la alzó hasta la silla.
Se agarró con fuerza a la perilla, nerviosa de estar sola sobre el caballo, y una vez más
sorprendida por la fuerza de él. Se encontró preguntándose qué tipo de cuerpo había
bajo la cubierta de esa excelente sastrería, entonces suprimió tal debilidad.
Por otro lado, si esperaba que ella se desnudase, quizás él también lo haría... Se subió
tras ella. Luego la hizo moverse hasta que estuvo sentada en su regazo, y ambos
estuvieron bajo la capa. Se acurrucó contra él como una niña, e imaginó que podía sentir
el lento latir de su corazón. Quizás pudiese hacerlo. Claramente Judith sí podía sentir su
sólida fuerza.
Puso al caballo al paso lentamente de vuelta hacia la neblinosa calle del pueblo que
llevaba al lugar donde estaba la casita de campo. Borrosos rectángulos de luz marcaban
las casas, pero la calle estaba desierta. Era como si estuviesen solos en el mundo.
—Voy a ser una buena esposa para ti —dijo ella repentinamente.
—Eso suena abrumadoramente digno de atención.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Lo miró, incapaz de interpretar su tono.


—Quiero decir, el tipo de esposa que deseas.
Vio la blancura de sus dientes cuando sonrió.
—Eso es aún mejor. ¿Es una promesa?
Dudó y luego dijo:
—Sí. Lo digo en serio.
—Bien. Y yo trataré de ser la clase de marido que tú deseas. —Miró hacia abajo y su
aliento acarició ligeramente la frente de ella—. ¿Te importaría darme algunos consejos?
Era perfecto tal y como era, pero no podía decírselo. Mientras giraban hacia el
camino, le tomó el pelo.
—Serio, sobrio y sensible. Y fiel, por supuesto.
Él se bajó del caballo y la ayudó a descender.
—Tendrás que quitar una de las cuatro.
Judith luchó contra una sonrisa.
—¿Cuál?
Él se permitió sonreír.
—Elige.
Ella ladeó la cabeza a un lado.
—Serio—dijo.
Él rió con fuerza.
—Has elegido mal —inclinó su barbilla y la besó—. Voy a ocultarme de ti hasta
mañana, futura esposa. No quiero arriesgarme a tener más problemas antes de la boda.
Pero creo que debería hablar con Bastian. ¿Le harás salir?
Judith sintió aquella punzada de alarma, y sí, de posesividad. No quería compartir a
sus niños de aquella forma. Pero suprimió ambos sentimientos. Allí era donde probaría
su confianza.
—Por supuesto. Buenas noches.
—Buenas noches.
De alguna forma Leander le dio a las palabras un tono de sensual promesa que le
envió escalofríos espalda abajo, y le hizo encoger los dedos de los pies.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Los niños habían puesto la mesa, y habían sacado los cuencos para la sopa que hervía
a fuego lento en el quemador. Los dos la miraron con los ojos abiertos por la ansiedad.
Vieron el anillo y sus caras se iluminaron.
—¡Todo va a salir bien! —chilló Rosie.
Judith la hizo callar.
—Sí, todo saldrá bien —se giró hacia su hijo—. Bastian, no debes pensar que esta
pelea entre Leander y yo fue tu culpa, pues no lo fue. Por otra parte, le heriste al no creer
que cuidaría de ti aunque le decepcionaras con tu comportamiento. Desea hablar
contigo. Quiero que te disculpes.
—¿Aún está enfadado?
Le abrazó.
—En absoluto.
El niño regresó minutos después.
—¡Él me dijo que debo disculparme contigo por haberte disgustado!
A pesar de su exasperación ante las cosas de los adultos, su disculpa sonó sentida. La
mejoró al disculparse con Rosie por dejarla sola, asegurándole a Judith que había sido
totalmente idea suya.
Para no quedarse atrás, Rosie se disculpó por subirse al barco y casi ahogarse.
Judith los abrazó a los dos. Todo saldría bien.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Capítulo 9

Rosie despertó a Judith la mañana de su boda, rebosante de excitación por el día, su


parte en él, y el futuro. Rosie había seguido el ejemplo de todas las señoritas y se había
enamorado de la cabeza a los pies de Leander Knollis. Pero para Rosie era Papá.
Mejor dicho, Papá Leander.
Y aquí estaban todos. Las amonestaciones habían sido leídas. La iglesia estaba
engalanada con guirnaldas y flores, principalmente cortesía de Hartwell. Su familia
estaba sin duda en camino.
Judith rememoró el día de su primera boda, cuando había despertado en su vieja
habitación, compartiendo cama con su hermana Anne, vibrando de nervios y excitación,
incapaz de pensar en el futuro pensando en la noche que se avecinaba, cuando
experimentaría la misteriosa perversidad del lecho matrimonial.
Y después Sebastian no había hecho nada durante semanas hasta que ella lo había
aguijoneado.
Había dolido la primera vez, pero lo esperaba. Lo que no esperaba era que fuera tan
aburrido, y que nunca llegara a ser agradable. No es que Sebastian pareciera disfrutarlo.
Había parecido tan avergonzado por lo que estaba haciendo como ella, incluso en la
oscuridad.
Con el tiempo, Judith había superado sus ideas preconcebidas sobre el acto, aunque
no estaba segura de que Sebastian lo hubiera hecho, pero nunca había entendido por
qué la gente podía excitarse tanto por eso.
Esta noche podía suponer pocas sorpresas, y no había razón para el nerviosismo. A
pesar de sus doce años de matrimonio, sin embargo, se sentía como si una vez más se
estuviese embarcando en agua desconocidas, y era incapaz de pensar en el futuro,
preguntándose sobre la noche.
Accedió a las excitadas súplicas de Rosie y se levantó. Era temprano y había poco que
hacer aparte de vestirse, ya que todo el equipaje se había preparado ya. No tenía
intención de ponerse su adorable vestido tan temprano y arrugarlo o ensuciarlo, así que
se vistió de negro. Pronto Bastian estuvo levantado también, igualmente lleno de
nerviosa energía.
Todos llevaron a cabo una última comprobación de la casa de campo, asegurándose

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

que no se quedaba nada atrás, aunque ya lo habían hecho antes. Sorprendentemente


había pocas cajas, y deseó no haber tenido que marcharse tan bruscamente. ¿Qué daño
habría habido en llevarse todos aquellos viejos adornos navideños, incluso si
terminaban decorando el aula de clases de Temple Knollis?
Así había sido en Mayfield House. Los intentos de Judith por introducir las
tempestuosas tradiciones navideñas de su familia se habían encontrado con la fría
desaprobación de Sebastian, y estas habían quedado reservadas a la habitación de los
niños.
Las navidades con Sebastian habían seguido un patrón sombrío. Nunca había ningún
invitado. Cuando los cantores de villancicos del pueblo llegaban a la puerta, la señora
Polk, el ama de llaves, los llevaba a la cocina a por un trozo de pastel y, sospechaba
Judith, por algo de ponche de ron. Sebastian no había estado muy de acuerdo, pero la
señora Polk había establecido que ella no podía hacer un pastel de navidad sin ron.
Cuando Judith hacía las cuentas veía que se necesitaba una notable cantidad de ron para
hacer el pastel, pero nunca lo mencionó.
Judith frecuentemente había anhelado pasar más tiempo abajo en las habitaciones del
servicio, donde había risas, y canciones, y ponche de ron. Ella hacía su vino de baya,
como había hecho siempre su madre, y ese era el único vino de la casa. En Navidad,
insistía en beber un sorbito de él y Sebastian se aplacaba hasta el punto de tomar
también un vasito.
La mañana de Navidad, Sebastian y ella intercambiaban regalos, y después daban a
cada miembro del pequeño personal un presente. Siempre era algo práctico como
calcetines, o una pieza de tela, pero eso era lo acostumbrado. Sebastian también les daba
una copia de su último libro de poemas, aunque la doncella de la cocina al menos, no
leía lo suficientemente bien como para disfrutar leyéndolos. El personal se había sentido
complacido con ellos, sin embargo. A su muerte, la pena de los sirvientes había sido
bastante más sustancial que la suya propia, pues estos habían sentido la sensación de
distinción de estar sirviendo a un poeta.
Judith arrugó el ceño cuando pensó en esos finos volúmenes en simples portadas de
tela. Nunca se le había ocurrido antes, pero él debía haberlos encuadernado así en vez
de dar al personal los de piel. A cinco guineas la copia, los buenos eran caros, pero a ella
le parecía positivamente avaro haber dado a los sirvientes ediciones de baja calidad.
Apartó los pensamientos a un lado. No quería recuerdos desagradables de Sebastian
en este, el día de su boda.
—¿No es hora de ponerse el vestido aún, Mamá?
Judith suspiró. Debía ser la décima vez que Rosie se lo preguntaba. Estaba nerviosa

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por la excitación, y la cosa sólo iría a peor. Decidió que debían salir a dar un paseo, para
pasar el tiempo y liberar algo de energía.
Terminaron junto al río cerca del cementerio, el cual como había dicho la última
noche a Leander, era el único lugar tranquilo en Mayfield. La calle estaba ocupada, y los
campos vecinos estaban siendo arados. Uno tenía que recorrer cierta distancia para
encontrar otro espacio abierto adecuado para que los niños corrieran.
El reloj dio las diez y supo que era hora de volver a casa por última vez, y prepararse
para la boda. Mientras volvían sobre sus pasos pasaron junto a la tumba de Sebastian y
se detuvieron. Judith suponía que no la visitaría de nuevo, y no habría ya nadie que le
llevara flores.
A menos que sus devotos admiradores llegaran a rendir homenaje.
Los niños se estuvieron de pie inmóviles con caras solemnes y pesarosas, pero sabía
que no estaban particularmente apenados por su padre, y ella tampoco.
Una vez más sintió una punzada de culpabilidad. Sebastian había hecho, suponía, lo
que había podido.

Leander había enviado a Beth a la iglesia con otra cesta de flores de invernadero.
Ahora estaba sentado sobre su caballo y fruncía el ceño ante la visión de Judith con su
vestido negro de pie junto a esa maldita tumba.
—Bueno, incluso si todavía llora por ti, Sebastian Rossiter —dijo suavemente—, no la
saludarás en la puerta pronto si yo tengo algo que decir al respecto. Y tal vez algún día
te lleves una sorpresa. Está claro que no alcanzaste las profundidades de sus sentidos.
Esta noche borraré todo recuerdo de ti de su memoria.

La pequeña iglesia estaba aceptablemente llena cuando Judith entró del brazo de su
hermano, Rosie y Bastian la precedían. Bastian llevaba el anillo en un cojín de satén.
Rosie esparcía pétalos pasillo abajo.
La mayor parte del pueblo estaba presente, por supuesto, y Leander había hecho
preparativos para que todos festejaran luego en “El Perro y la Perdiz”. La familia de
Judith ocupaba los bancos delanteros, y con esposos y niños ya eran aproximadamente
veinte almas.

125
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

No había nadie de la de Leander aparte de los Ardens. Al menos después de hoy él


tendría una familia.
Judith se sentía extraña con estos colores. Con el vestido color melocotón, un
sombrero alto a juego y adornado con tres plumas, Judith se sentía una persona
diferente. Vio a la congregación mirándola y llegó a la misma conclusión.
Al final del corto pasillo la esperaba su futuro marido. Estaba guapo con pantalón y
casaca, con una alegre corbata color bronce. Todo entonaba agradablemente con su
vestido; supuso que Beth le habría informado.
Si ella estaba hecha un manojo de nervios, él parecía tranquilo. Pero eso en sí mismo,
decidió ella, era una señal de nervios. Ya que él siempre se mostraba juguetón o
formidable dependiendo de su humor. Esta tranquilidad era su faceta diplomática, y si
un hombre salvaje de la jungla estuviera recorriendo el pasillo, él manejaría la situación
serenamente, y con impecable buena crianza.
Ante la idea, sintió un burbujeo de risa nerviosa. La lucha por mantener los labios
rectos fue positivamente dolorosa. Se recordó a sí misma que no era una virgen de
diecisiete años, sino una mujer madura de casi treinta llevando a cabo un matrimonio
práctico. No tenía intención de reír ni sonreír como una tonta. Alzó la barbilla y marchó
adelante.
Leander contuvo una sonrisa cuando notó que había llegado a pensar en ella como un
barco a toda máquina, con todas las armas prestas para la acción. Suponía que todavía
estaba intranquila por el curso de los acontecimientos, lo cual lo molestaba, pero si había
llegado tan lejos, entonces la tenía.
Lo que le hacía sentirse desproporcionadamente contento.
El vestido de ella era delicioso. El cálido color melocotón resaltaba el tono de su piel y
profundizaba el azul de sus encantadores ojos. Con el marco del volante y el sombrero
parecía un pensamiento12, pero dudaba que a ella le gustara que se lo dijera.
El vestido exhibía su figura apropiadamente por primera vez. Aunque tenía un cuello
alto, no había forma de negar que escondía un magnífico busto bajo él. Lo había sabido
aquel día en la casita de campo de ella, cuando había aceptado su proposición y la había
saboreado, hacer el amor con Judith no sería difícil. Ahora lo supo de nuevo.
Y esta noche lo haría.
Esta expectación era algo totalmente inesperada en su plan.
Bastian cumplió con su parte y fue a ponerse a junto a Leander con el anillo, pero

12 Se refiere a la flor. (N. de la T.)

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Rosie se detuvo y levantó la mirada hacia él con excitación, deseando decir algo, pero
tímida. Él se inclinó y le besó la frente, después la empujó gentilmente hacia donde su
abuela estaba sentada.
Entonces pudo tomar la mano de Judith y conducirla hasta el altar.
Judith no se avergonzó a sí misma. Pronunció sus votos con clara y madura precisión.
Leander hizo lo mismo, después deslizó el anillo en su dedo para hacerla suya.
Judith había encontrado extraño el no llevar un anillo de boda durante unas semanas,
pero era incluso más extraño tener este otro anillo distinto en su lugar. A causa de sus
cuidados diarios, su mano estaba más pálida y más suave; los anillos eran
completamente diferentes. Este no era su viejo anillo en absoluto.
Comprendió que estaba mirando los anillos, y levantó la mirada rápidamente hacia
él. Él se inclinó hacia delante y la besó ligeramente en los labios. De algún modo
convirtió el breve momento en que sus labios tocaron los de ella en una promesa de
otras cosas que vendrían después, y sintió la sangre caliente inundar sus mejillas.
En la parte de atrás de Hartwell se había preparado comida y bebida. Judith charlaba
con su familia pero se sentía extraña y nerviosa. Tres cuartas partes de su atención
estaban en los niños, que estaban sobreexcitados y comiendo demasiado.
Se alegró cuando llegó la hora de marchar para emprender su primer día de viaje
hacia Temple. Entonces no pudo encontrar a Bastian.
—Está en el jardín con Georgie —declaró Rosie.
Judith se apresuró a salir y llamarle. Después de un momento él vino corriendo.
—Sólo estaba despidiéndome, Mamá.
—Lo sé, querido, pero tenemos que marcharnos ya.
Una alegre ronda de adioses, una lluvia de arroz que los niños encontraron hilarante,
y partieron hacia su nueva vida.
La cabeza de Judith todavía daba vueltas. Los niños estaban positivamente excitados,
y charlaban de todo. Rosie tenía a Mapgie en una canasta especial, pero el maullante
gatito logró salir, para luego gatear sobre el regazo de todo el mundo. Parecía preferir
particularmente el de Bastian, lo cual molestaba a Rosie.
Judith se puso el gatito en su propio regazo para acabar con la discusión.
Ahora Bastian y Rose estiraban el cuello para ver lo que quedaba atrás, y después lo
que venía adelante. Saludaban con la mano a los aldeanos al pasar. Judith alzó al gatito
para rescatar su seda de las garras de Magpie. Leander tomó a Magpie en una firme

127
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garra y le dio un sermón sobre modales.


Judith miró a su marido aprensivamente. Parecía relajado y divertido, pero ella
suponía que la procesión iba por dentro.
Pronto salieron de Mayfield, dirigiéndose hacia la carretera principal, y los niños se
sentaron a observar el nuevo mundo que se desplegaba a su alrededor. Al final, Magpie
se enroscó sobre el regazo de Rosie y se hizo la paz. Judith todavía no podía evitar
preocuparse por cómo irían las cosas cuando pasara la novedad. Se preguntaba si
Leander había pensado seriamente lo que serían tres o cuatro días en un carruaje con
dos niños.
—Sugiero que las damas si quiten sus sombreros —dijo él, y ellas estuvieron
encantadas de acceder—. Yo creo que todo ha ido muy bien —dijo a Judith—. Espero
que estés complacida.
—Fue encantador.
—¿Cómo fue tu primera boda? —preguntó él bruscamente.
Judith se sorprendió de que sacara el tema.
—No muy diferente... yo estaba mucho más nerviosa, por supuesto... Nos marchamos
temprano también.
Él la miró
—¿No querías marcharte? Creía que sería mejor para nosotros ponernos en camino.
—No me importó.
Estaba claro que la conversación animada estaba más allá de ellos, así que por tácito
acuerdo se quedaron en silencio excepto para responder a las ocasionales preguntas de
los niños.
Pero él le tomó la mano una vez y le sonrió de un modo que le dijo que aún así estaba
contento con el estado de las cosas.
Planeaban ir sólo hasta Winchester este primer día, así que se detuvieron en Farnham
para comer. No mucho después de abandonar Farnham, Rosie se quejó de dolor de
barriga.
El corazón de Judith se hundió. Precisamente lo último que necesitaban, una niña
enferma.
Ante su sugerencia, Leander se movió al otro asiento para que Rosie pudiera apoyar
la cabeza en el regazo de Judith. La niña pronto se sintió mucho mejor, pero no se
molestaron en intercambiar los lugares.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Cuando llegaron a Winchester todavía era de día, y Leander sugirió que pasearan por
la espléndida y antigua ciudad, y visitaran la famosa catedral. Judith dio la bienvenida a
la oportunidad de estirar las piernas y disfrutar de aire fresco, pero se preguntó cuanto
más resistirían los niños. No era tarde, pero habían tenido un día tremendamente
excitante.
Todo pareció ir bien, sin embargo. Leander tenía listas un montón de historias sobre
los viejos tiempos cuando ésta había sido la capital de Wessex, y por tanto de Inglaterra.
Judith estaba tan fascinada como los niños, y su ansiedad se vio aliviada por el modo
tolerante en que él respondía a las preguntas de los niños.
Finalmente, como se temía, estos empezaron una de sus raras peleas, pero él también
se ocupó de eso con firmeza y un toque de humor. Debería haber sabido que un soldado
y diplomático estaría a la altura.
Miró a Judith.
—Un largo día para ellos.
Ella asintió con la cabeza.
—Y excitante. Será mejor meterlos en la cama.
Él asintió y no dijo nada, pero mientras volvían sobre sus pasos hasta la posada,
Judith fue consciente de que la palabra cama reverberaba como las campanas de la
catedral repicando.
Judith y Leander tenían un dormitorio grande con una sala privada que era casi tan
grande como su sala de estar en Mayfield House, y casi tan grande como Hartwell.
Había cortinas de damasco en las ventanas, y sillas tapizadas colocadas ante un fuego
resplandeciente. Una mesa estaba lista para su cena.
Los niños se alojaban en un cuarto adyacente con dos camas más pequeñas. Eso,
también, era magnífico, Bastian y Rosie estaban muy impresionados.
Leander ordenó una cena sencilla, pero de igual modo los niños comieron poco y se
recostaron en sus sillas. Judith los conminó a lavarse y cambiarse, primero a Rosie, luego
a Bastian.
Rosie regresó luciendo su camisón nuevo para besar a Leander.
—Buenas noches, Papá.
Él la abrazó.
—Buenas noches, chiquilla. Mañana habrá más aventuras.
Judith metió a Rosie en la cama, y Bastian salió algo apresurado detrás del biombo. El

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instinto de madre le advirtió que había hecho alguna travesura, pero no podía
imaginarse cuál. Sin embargo había sido rápido, se veía como si se hubiera aseado
cuidadosamente. Él también se dirigió a Leander para desearle las buenas noches.
Luego rápidamente se dirigió hacia su cama.
Judith lo miró de cerca, comprobó la cesta de Magpie. Les había dicho a los niños que
no podían meter al gatito en la cama con ellos. El pequeño bulto de piel estaba allí,
plácidamente dormido.
Decidió que eran los nervios lo que la hacían suspicaz, así que entró junto con ellos a
la habitación. Luego les leyó por un buen rato. Se cercioró de que estaban listos para
dormir sin temor en un lugar extraño, pero también era consciente de que estaba
dilatando su regreso a la alcoba nupcial y al momento de la verdad.
Rosie estaba dormida y casi lo estaba Bastian cuando finalmente cerró el libro y se
levantó. Cuando ella apagó las velas algo corrió sobre sus pies.
Aulló. ¡Un ratón! Asió el atizador y lo persiguió.
—¡No Mamá! ¡Es Blucher!
Ahora Rosie también estaba despierta.
Judith miró fijamente a Bastian.
—¡Dije nada de ratas!
—¡Es un regalo de despedida de Georgie!
Leander llegó en ese momento.
—¿Cuál es el problema?
—¡Bastian tiene una rata!
—¡No! Mamá la ha ahuyentado, estará perdido y se lo comerá un gato. ¡Solamente es
un bebé!
—Se fue detrás del lavamanos —dijo Judith firmemente.
Leander se dirigió allí, se arrodilló, luego con mucha destreza apartó el aguamanil.
Rápido como un rayo atrapó a la pequeña criatura antes que pudiera escaparse.
—No lo mate, por favor —suplicó Bastian llorosamente.
Leander sostuvo en alto a la rata bebé, ella se dio cuenta que lo hizo con absoluto
cuidado, y luego dijo:

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—Morituri te saluti13. ¿Pulgares arriba o abajo?


Hasta ese momento Judith sostenía sin vacilación el atizador, pero ahora que veía a la
indefensa criatura y la desesperación de Bastian... Magpie se había convertido casi
exclusivamente en la mascota de Rosie.
—No podemos tener un gato y una rata —protestó ella—. ¡Uno de ellos se comerá al
otro!
—No lo creo, ninguno de ellos es aún un predador —dijo Leander, y ella se dio
cuenta que ahora sostenía a la rata de una forma en que podía acariciarla suavemente.
—¡Eres tan imposible como Bastian!
Él se alegró como un colegial revoltoso.
—¿Pan y agua para ambos?
Judith lo miró atentamente.
—Sólo si no anda libremente.
Leander acomodó el biombo que resguardaba al lavamanos, y colocó un paño seco en
el aguamanil vacío. Colocó la rata allí y cubrió el aguamanil con una toalla.
—Esto lo protegerá por esta noche. Mañana encontraremos alguna cesta especial.
Bastian se restregó los ojos.
—Gracias, Papá.
—No me lo agradezcas. Si tu madre lo hubiera deseado, le habría roto el cuello.
Ahora, a dormir. Vuestra madre y yo deseamos algún tiempo para nosotros mismos.
Y se fue, solamente sus palabras permanecieron en el aire, dejando seca la boca de
Judith. A pesar del hecho de conocer lo que sucedería esa noche, a pesar de la boda y los
votos, aún encontraba difícil de imaginar las intimidades propias del matrimonio con
este hombre que seguía siendo, de muchas maneras, un extraño para ella.
Permaneció en el cuarto un poco más hasta que estuvo segura que los niños dormían.
Dio un vistazo a la rata, la cual no estaba dormida sino que parecía intentar subir las
lisas paredes de su prisión de porcelana china.
Se preguntó si Bastian se las había ingeniado para birlar furtivamente un poco de
comida durante el día, y supuso que lo había hecho. Probablemente la criatura, también,
necesitaría agua. Encontró un pequeño tazón de porcelana china en el tocador, lo llenó

13Los que van a morir te saludan. Frase de los gladiadores antes de empezar la lucha. Se les perdonaba la
vida si la gente los aclamaba con los pulgares arriba. (N. de la T.)

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

de agua y lo colocó bajo el paño. La tonta bestia le acarició los dedos con su hocico.
—No me gustan las ratas —protestó y la cubrió otra vez.
Ya no tenía otra excusa para retrasarse, así que se reuniría con su marido en la
habitación.
Encontró a Leander en manga de camisa, bebiendo una copa de vino mientras
observaba atentamente el exterior a través de una oscura ventana. Él la vio, pero no
mostró ningún signo de impaciencia.
—¿Todo en orden?
—Sí. Duermen plácidamente. Excepto la rata. Me siento apenada por este incidente.
—No es un crimen por el cual disculparse. Los niños ahora son de ambos, Judith, no
sólo tuyos. ¿Deseas que me deshaga de esta?
—¿Cómo podríamos?
—Nada más fácil.
—Quiero decir, ¿cómo podríamos ser tan despiadados? —Lo miró—. Creo que estás
muy cómodo con este asunto. Nunca entenderé a los hombres. ¡Las ratas son bichos
horribles!
Él lanzó una carcajada.
—Por lo general, sí. Una rata no arruinará el mundo. Sólo esperemos que en verdad
sea macho.
Judith cerró los ojos.
—No quiero pensar en eso.
El silencio reinó entre ellos y ella dijo:
—No están acostumbrados a dormir en camas ajenas. Pueden despertarse en la
noche...
—Entonces uno de nosotros irá con ellos y los tranquilizará —dijo tranquilamente—.
¿Se asustarían si me ven asomarme sobre ellos por la noche?
—No lo sé. —Permaneció de pie, cruzando las manos delante de ella, insegura de qué
hacer.
Él dejó caer la cortina y se dirigió a la mesa por un poco de vino. Se lo ofreció.
—Ven. Bebe por nuestra felicidad.
Ella la tomó, chocaron las copas y bebieron. Judith pestañeó rápidamente.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—¡Vaya, esto sí que es delicioso!


Él se rió.
—Tienes un gusto excelente. Es un Clos Vugeot de Borgoña. Creía que no eras
ninguna enófila.
—¿Una experta en vinos? No lo soy. De hecho —dijo ella, tomando otro sorbo—, no
creo que antes probara un vino hecho de uvas.
—Nunca... —Parecía anonadado por esas palabras.
Ella se encogió de hombros.
—Mi familia nunca pudo costearlos, y Sebastian desaprobaba las bebidas fuertes.
Decía que recalentaban la sangre.
—¿Decía eso de verdad? —preguntó perezoso—. ¿Y qué hay de malo en eso?
Fue como si el aire caliente de la habitación se hiciera más denso. Judith dio una
vuelta alejándose de él.
—Siento que es incorrecto que hablemos de mi marido en este momento,
especialmente en ese tono de voz.
Él la hizo girar para que le hiciera frente.
—Tu primer marido —le corrigió—. Yo soy tu marido.
Judith casi se mordió la lengua.
—Lo siento. No quise decir...
Él suspiró, y posó suavemente la mano sobre sus labios.
—Lo sé —dijo él—. También, lo siento. Este día mis nervios no están incólumes,
¿sabes?
—No, no lo sé.
Él tomó su mano.
—Ha sido un día muy largo para todos nosotros. Acostémonos.
Si bien dijo "acostémonos" sus ojos decían algo diferente, atrayéndola hacia él. Judith
entró en pánico.
—Sí —dijo ella, liberándose de su agarre. Desapareció detrás del vestidor, tomando
su camisón mientras se dirigía allí. Probablemente él había tenido la intención de
desvestirla, pero no le permitiría algo tan simple esa noche. Se pondría el camisón ella
sola, y se metería en la cama. Consoladoramente luego todo sería como había sido con

133
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Sebastian.
Pronto se dio cuenta de su error. Después de intentarlo y no encontrar ninguna otra
alternativa, echó un vistazo por el borde del biombo. Él estaba de pie, esperando, su
rostro parecía aburrido, pero había risa en sus ojos.
—¿Tal vez tengas necesidad de mi ayuda, querida mía?
Sólo en algunos aspectos, deseó decir. Se atragantó.
—Los botones...
Él se le acercó. Ella le dio la espalda. Sus ágiles dedos desabotonaron la larga línea de
minúsculos botones; cada roce contra su columna la hacía temblar. Judith sabía que uno
de sus deberes como mujer casada era permitirle desnudarla si ése era su placer, pero no
podía. Dos lámparas ardían, y había un fuego en el hogar. ¡El cuarto estaba tan
iluminado como si fuera de día!
Él terminó. Se habría alejado de él, pero sus manos la agarraron por los hombros. Ella
se detuvo. Sus labios le rozaron la parte superior de su columna y ella sintió el dulzor de
su aliento.
La liberó.
—No te demores—dijo suavemente.
Judith se quitó sus encantadoras ropas. Rápidamente se aseó usando la mitad del
agua del jarrón, y luego se puso su camisón nuevo, que era de suave seda. Nunca había
sentido la sensación de la seda sobre su piel antes de eso, y la sensación de frío la hizo
temblar. Pero esto conmovió sus sentidos de manera inesperada. Cada movimiento que
realizaba hacía que la suave seda susurrara y la acariciara.
Con manos temblorosas vertió el agua sucia en el tazón para esa función, y comprobó
que todo estuviera listo para él. Era hora de abandonar la protección del biombo.
Así lo hizo, y con sólo un breve vistazo a Leander se fue directa a la cama
acomodándose bajo las mantas. Se sentía como un zorro en territorio seguro. Desde la
seguridad del cubrecama podía mirarlo y ofrecerle lo que esperaba fuera una tranquila y
madura sonrisa de invitación.
Él no parecía sino tierno. Sonrió y se ocultó detrás del biombo.
Judith se dio cuenta que se había metido en la cama sin haber cepillado su cabello.
Miró hacia el biombo, pero con seguridad él se estaba lavando, y estaría allí por un rato.
Se deslizó desde bajo las mantas y caminó en puntillas hacia el tocador. Se sacó las
horquillas y se cepilló con determinación el cabello. Trenzaría como siempre la masa de
rizos oscuros o los ocultaría bajo una cofia, pero no tenía cofia y temía carecer del

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tiempo necesario para trenzarlo.


Escuchó como vertía el agua, y regresó bajó la protección de las mantas.
Leander salió desde detrás del biombo y sintió como su corazón se aceleraba. Su
esposa se veía atractiva y ruborizada, su cabello era una brillante nube oscura sobre la
almohada.
Sus labios estaban ligeramente separados, y parecía tímida y aprensiva. Ella podía ser
tímida, él también era un poco tímido, pero tenía la seguridad de que ella no podía estar
realmente aprensiva.
¿Cómo habría podido siquiera contemplar la idea de casarse con una joven virgen?
Esto era mucho más divertido.
Llevaba puesta su camisa de dormir, ya que estaba claro que ella así lo prefería por lo
menos al principio, pero deseó con urgencia estar desnudo, con ella desnuda a su lado.
Pronto, se dijo. Pronto. Sólo le tomaría un momento superar su reserva.
Atizó el fuego para luego apagar las lámparas. Hubiera preferido dejarlas encendidas
pero presentía que ella estaría inicialmente más cómoda con la oscuridad. No es que
estuvieran completamente a oscuras con el fuego del hogar aún ardiendo. Para el
momento en que llegó a la cama sus ojos se habían acostumbrado a la penumbra y
observó la palidez de su rostro y sus grandes ojos.
El deseo creció en él y martilleó por sus venas. Deseó inclinarse sobre ella y tomar sus
labios y pechos, rápidamente lo embargó la pasión, pero no era la forma de comportarse
la primera vez.
Aunque no estaba seguro de cómo comportarse. Siguiendo los preceptos de su padre,
sus amantes habían sido mayores y experimentadas. Por la misma naturaleza de sus
relaciones habían sido atrevidas. Judith podía ser mayor, pero sólo había tenido un
único amante, y con seguridad no había sido para nada atrevida.
Él tenía que hacer lo correcto.
Esa noche deseaba hacerla completamente suya.
Se reunió con ella en la cama y se echó a su lado, observándola. Entonces la besó.
Sus labios eran asombrosamente tentadores contra los suyos, eran suaves y
deliciosos. Sería feliz sólo besándolos por horas. Por lo menos, pensó que podría.
Descubrió que su mano estaba jugueteando con los pechos de ella, sus labios se
volvieron más activos y no pensó que esos dos hechos estuvieran desligados.
Se retiró y sonrió.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Eres mucho más hermosa de lo que imaginaba. Tu cabello parece una nube de
medianoche...
Judith le echó una mirada, había más caminos en el mar de los que conocía. Aún no
sabía qué hacer, y se sentía como si la arrojaran en un mar cada vez más tempestuoso.
La mano sobre su pecho era en verdad extraordinaria. La seda parecía ser una tela
mágica capaz de transformar el toque más sencillo en... en... No tenía palabras para
describir sus sensaciones. Su beso había sido delicado, y ella se sintió apreciada como
nunca antes.
No obstante, a pesar de las diferencias, sabía que el acto sería igual. En cualquier
momento él la penetraría y todo se acabaría.
Aunque esto no se parecía demasiado.
¡Él posó la boca en su pecho como un bebé! Ella emitió un grito estrangulado de
asombro ante la sensación que la atravesó.
Él alzó la mirada, sonriendo magníficamente.
—Ah, ¿te gusta esto?
—¿Me gusta?
Se puso serio.
—Debes decírmelo.
Gustar no era para nada la palabra precisa así que decidió ser condescendiente con él.
—Sí, me gustó.
Lo hizo otra vez mientras sus manos acariciaban ligeramente la seda de tal forma que
la seda también la acariciara a ella. Se derritió. No estaba en el mar, ella era el mar, un
mar suave, ondulante. Se agarró de sus hombros como si fueran el único punto firme en
el mundo...
—¡Mamá!
El inesperado chillido la hizo saltar en la cama. Rosie gritó otra vez, y entonces se
escucharon los sonidos inequívocos de alguien vomitando. Le dirigió una mirada
desolada y horrorizada a Leander, luego, Judith corrió apresurada al cuarto de los niños.
Leander se recostó y empezó a reír.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Capítulo 10

Judith descubrió que por lo menos Rosie había logrado llegar hasta el aguamanil, y
que Bastian había salvado a Blucher justo a tiempo.
Limpió el rostro de la niña y tocó su frente. No tenía fiebre. Sólo era un malestar
estomacal, sin duda alguna producto de tanto alimento sabroso y de la excitación del
día.
Judith envió a Bastian de regreso a la cama, pero él se sentó ansiosamente mientras
ella atendía a Rosie.
—Estará bien, Bastian. Vuelve a dormir.
Decidió ignorar a la rata en su almohada. Una crisis a la vez ya era bastante.
—Vomitará otra vez —predijo Bastian pesimisticamente.
Judith temía que tuviera razón. Así que encontró un depósito sin usar y lo colocó
cerca de ellas, después echó en la cama a Rosie y le frotó ligeramente la cabeza mientras
la niña comenzó a dormirse otra vez. Se halló pensando en Leander y en lo que habían
estado haciendo. Había sido extraordinario y bastante agradable, pero le había dejado
una sensación de indisposición. De dolor. Se sentía como si ella también estuviera
enferma. Quizás hubiera algo malo en la cena.
Luego estaba el hecho de que no habían llegado a la parte sustancial, y ella temía que
eso le molestara. No estaba segura, porque nada como esto le había sucedido con
anterioridad. Se dijo en su defensa que fue él quien había insistido en traer a los niños en
su viaje de bodas.
Escuchó cómo se abría la puerta y alzó la mirada con ansiedad. No parecía molesto.
—¿Cómo se encuentra? —preguntó él.
—No tan mal. Es sólo la excitación, creo yo.
—¿Enviamos por un doctor?
—No, no es necesario.
—Pediré que alguien limpie este lío.
—Es tarde.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—No tanto.
Regresó en un momento con su chal y le cubrió los hombros. Al rato un criado entró y
vertió toda el agua sucia, dejando limpios todos los depósitos con agua.
Leander retornó con una copa.
—Intenta que tome esto.
—¿Qué es?
—Sólo agua caliente con un poquito de azúcar y brandy. Le ayudará a asentar el
estómago.
Dudosa Rosie bebió un sorbo, pero pronto acabó de beberlo todo. Cuando Judith
intentó moverse, los ojos de la niña se abrieron y gimoteó:
—¡Mamá, no me dejes!
Judith miró desesperadamente a Leander.
Su sonrisa era pesarosa, pero se inclinó para besarla y dijo:
—Quédate aquí. Llevaré a Bastian para que duerma en nuestra cama.
El muchacho se había quedado dormido, así que Leander lo cargó y se lo llevó,
cerrando la puerta entre ellos. Judith suspiró y se dirigió a la cama de Bastian.
Esperaba que esa noche de bodas no fuera una muestra de las cosas por venir.

Judith se despertó la mañana siguiente debido a que algo le hacía cosquillas en la


barbilla. Creyendo que era una rata, sus ojos se abrieron rápidamente. Leander estaba
sentado en la cama completamente vestido, acariciándola con una rosa de invernadero.
—Te ves hermosa por la mañana —dijo lentamente.
—Nadie es hermoso al levantarse.
—Los niños lo son —dijo él con una mueca a Rosie, quien también se despertaba justo
en ese instante—, así como tú.
Ella no podía hacer más que sonreír y decir:
—Perdón por la noche de ayer...
Él negó con la cabeza.
—Deseé una familia y tomaré las duras con las maduras. Tendremos muchísimas

138
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

otras noches.
Judith se dio cuenta repentinamente por la luz que era tarde. Se incorporó.
—Estaremos listas en un momento.
—Sin prisas. No planeé que viajáramos hoy, es domingo, ¿sabes? Pensé que
podríamos ir al servicio en la catedral si Rosie se levanta.
Rosie brincó.
—Oh sí, mamá. Me encuentro perfectamente.
Ciertamente se veía bien. Judith comprobó otra vez su temperatura entonces dijo:
—Muy bien, pero primero debes comer un poco. Quizás alguna tostada.
—La cual te aguarda tras esa puerta —dijo Leander—. Robé la rosa de la mesa.
Luego, acomodó la flor entre sus cabellos, después de eso se fue.
Judith se miró en el espejo y vio a una extraña, una gitana con las mejillas sonrosadas
y el cabello suelto y enredado adornado con una rosa carmesí. ¿Quién era esa chica? No
Judith Rossiter, ni siquiera la condesa de Charrington.
Los golpes en la puerta dieron paso a una doncella, enviada por milord para asistir a
milady. Judith muy pronto fue apropiadamente vestida con uno de sus nuevos y
elegantes trajes de muselina, de un blanco inmaculado con flores primaverales, su pelo
fue cepillado y arreglado en un casquete de rizos.
—Caramba, gracias —dijo ella, sorprendida—. Es precioso.
La mujer parecía contenta ante el elogio pero dijo:
—Su cabello es muy fácil de manejar, milady. Puedo asegurarle que podría hacer
maravillas sólo con un cepillo y algunas horquillas.
Judith siempre lo había considerado un estropajo inmanejable.
Le solicitó a la criada que ayudara también a Rosie, y ella la peinó con un moño de
sedosos rizos, adornado con una cinta blanca. Rosie estaba encantada y corrió para que
la viera Papá.
Judith la siguió más recatadamente, pero ella también estaba deseosa de mostrarle a
Leander cuán bien se veía.
—Que elegante —dijo suavemente mientras la besaba en la mejilla—, pero te prefiero
despeinada y sonrosada en la cama.
Judith estaba en verdad sonrosada cuando se sentó a desayunar.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Nunca antes había asistido al servicio en una catedral, los recintos abovedados eran
imponentes. Las voces del coro flotaban y se elevaban, y Judith movió los labios para
seguir los himnos. Aunque generalmente gozaba al cantar los himnos, sabía que no
cantaba bien, por eso no se atrevió a enturbiar esa magnificencia con sus esfuerzos.
Leander, observó ella, era un buen barítono. Bastian evidentemente tenía una voz
dulce que se mezclaba con la de los niños del coro. Rosie cantaba alegremente a toda
voz, por lo cual Judith hizo una mueca de dolor. Su hija había heredado su carencia de
oído.
Tras el servicio, dieron un paseo por la ciudad y tomaron el almuerzo, después se
dirigieron de nuevo a la posada. Por el camino encontraron una pequeña cesta con tapa
para Blucher, y algunos trapos para arroparlo, porque no se podía esperar que las ratas
se preocuparan por esos asuntos.
The Crown tenía jardines, así que se permitió a los niños y a los animales jugar allí
por un rato. Blucher parecía contento de permanecer en los hombros de Bastian, pero
Magpie prefirió perseguir todas las hojas y pajas que veía, y Rosie persiguió a Magpie.
Bastian estaba más interesado en las idas y venidas de la ajetreada posada. Era una
concurrida escala, por lo que había una corriente constante de carruajes de toda clase
que se detenían para reabastecerse.
En un momento uno de los mozos de cuadra le dijo en voz alta:
—Puedes venir a ayudarnos, muchacho, si así lo prefieres.
Bastian miró a Judith y Leander con inquietud. Ambos compartieron una mirada y
Leander dijo:
—¿Nada de caballos, recuerdas?
El rostro de Bastian mostró su desencanto pero dijo un cortés, "no gracias" al mozo de
cuadra.
Judith y Leander compartieron otra mirada y una sonrisa. En verdad ella creía que
esto se resolvería, y esperaba que esa noche ya no se viera tan alicaído.
Aún estaba templado cuando el sol emitía sus últimos rayos así que se sentaron. El
único lugar adecuado era alrededor de una mesa de piedra para jugar al ajedrez.
—Cuéntame sobre tu hogar —dijo ella.
—¿Mi hogar? Oh, te refieres a Temple. Se dice que es la casa más hermosa de
Inglaterra. —Su tono era extraordinariamente suave.
Cualquier mención de Temple Knollis parecía causar inesperadas reacciones pero

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Judith insistió.
—¿Es cierto?
Él se encogió de hombros.
—La belleza está en el ojo del observador, pero probablemente sí lo sea. Mi abuelo
tomó como modelo el Azay-le-Rideau14 en Francia. Consecuentemente Temple Knollis
es perfectamente simétrico al reflejarse en las aguas de un cristalino foso. Se construyó a
partir de una particular piedra rosácea que cambia según la luz. Con cada nube, cada
cambio al pasar lar horas, la edificación también cambia. El lago, o el foso, es parte de un
río embalsado así que la casa está, de hecho, en una isla. Se construyó alrededor un
jardín central llenó de exóticas y fragantes plantas.
Beth Arden le había enseñado un cuadro de Temple Knollis en un libro, así que
Judith sabía la mayor parte de eso. Lo qué ella deseaba entender era porqué el tono de
Leander se volvía tan extraño cuando hablaba sobre él.
—Debes añorarlo mucho —dijo ella.
Él se giró hacia ella.
—¿Yo? Apenas si conozco el lugar. Podemos explorarlo juntos.
—¿Apenas lo conoces? —repitió ella.
Él le sonrió de esa encantadora manera que tenía cuando estaba manipulando una
situación. Había esperado que tales días hubieran quedado en el pasado.
—¿No te lo dije? —dijo él—. Sólo lo he visitado una vez. El año pasado, cuando
regresé a Inglaterra.
—Pero sólo una única visita es suficiente para amar un lugar tan encantador.
—No en una visita de dos horas —dijo Leander serenamente—. ¿Juegas al ajedrez? El
posadero sin duda tiene las piezas.
Judith admitió conocer los movimientos, deseando también conocer los movimientos
del matrimonio. Como esperaba, cuando él se fue, aceptó que había cerrado de golpe la
imaginaria puerta hacia el asunto, pero era un tema que apenas podría evitarse.
Por primera vez se preguntó si había algo mal en Temple Knollis. ¿Podía estar
maldecido o encantado? Eso sí que parecía melodramático, pero claramente había algún
problema.
¿A qué clase de lugar llevaba a sus inocentes niños?

14Castillo francés de estilo renacentista. Construido, entre 1518-1527 sobre una pequeña isla del río Indre,
sus cimientos se elevan directamente del río. (N. de la T.)

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Él regresó con las piezas de ajedrez nuevas, aparentemente restaurado su buen


humor.
—Habrá una reunión esta noche en el George. El dueño de la posada es de la opinión
que los nobles huéspedes no nos interesamos en asuntos tan provincianos como un
baile, pero yo estoy en verdad muy interesado. —Le sonrió—. Deseo bailar contigo,
Judith.
Invistió esas sencillas palabras con una sutil intensidad, pero ella contestó:
—Me temo que no sé bailar muy bien. A excepción de algún baile campestre, no sé
más.
Él se sentó frente a ella.
—Debiste haber asistido a bailes con tu primer marido, aunque no bailaras.
—Muy raramente. A Sebastian no le interesaba bailar, y a mí me agradaba
permanecer con él. —Se encogió de hombros—. Lo siento.
—¿Crees que te escaparás tan fácilmente? Habrá muchas danzas campestres, y las
dominarás sin apuro. Sólo en el caso de que se baile por estos lares, creo que debemos
practicar el vals.
La hizo poner de pie. Ella observó la corta hierba y dijo:
—¿Aquí?
—¿Por qué no? —La tomó de la mano—. Pon tu otra mano en mi hombro, así. Da un
paso al costado y luego...
Judith obedeció sus instrucciones, pero pronto se adaptó más a las gentiles
direcciones de su cuerpo. Ella giraba y se sacudía como un árbol ante la brisa, y si
realizaba un mal paso él la corregía de alguna forma que hacía que apenas se perdiera el
ritmo. Él comenzó a tararear una alegre tonada y todo pareció tan natural como respirar.
La tonada llegó a su fin, y él se detuvo.
—Vaya, mira tú. Sí que es fácil.
Ella aún estaba en sus brazos, y algo más cerca que cuando bailaron.
—Solamente contigo, me temo.
Él se inclinó de una manera perezosa y sugestiva.
—Solamente conmigo, espero...
Fueron distraídos por risas tontas, y encontraron a Bastian y Rosie en un embrollo
sobre la hierba, intentando imitarlos. Rosie dio un salto.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—¡Bastian me pisó el dedo del pie!


—¡No te moviste, tonta! No tienes ni idea de baile.
—Claro que sí.
De mutuo acuerdo, Judith y Leander se adelantaron y separaron los dos niños para
llevarlos de regreso al mesón.
—Es la hora del té —dijo Judith—, y realizar actividades más tranquilas.
Los niños se mantuvieron contentos con los libros y los rompecabezas hasta la hora
de la cena. Después de comer todos participaron en un juego de adivinanzas hasta la
hora de dormir. Rogaron a Leander que les contara una historia, en lugar de leérsela.
Se suponía que Judith debía prepararse para el baile, pero la puerta estaba abierta, así
que no llamó a la doncella sino que escuchó enternecida su historia. Esta giraba
alrededor de una astuta niña alemana quien con muchos trucos vencía a un gigante que
deseaba comerse a su familia.
Judith tuvo que admitir que la joven damisela no siempre se comportaba como una
dama, pero muy pronto los niños se reían alegres y proponían sugerencias de otras
maneras en que Olga podía burlar al gigante.
Cuando estaba a punto de irse, ella le oyó decir:
—Ahora, ya que aún no tenéis sueño, os cantaré una pequeña canción. También, es
alemana, y trata apropiadamente sobre una rosa. Sah tin knab tin Raskin stehn, Raskin auf
der heidm.
Judith lo escuchó, sonriendo. La paz y la tranquilidad llegaron.
Él regresó a la sala, y cerró la puerta. La miró y levantó las cejas.
—Nach was du willst... —Él se interrumpió con una risa—. Lo lamento. Puedes hacer
lo que desees, Judith, pero ese vestido no es nada apropiado para la ocasión.
Judith intentó imaginarse cómo sería olvidarse de la lengua que uno hablaba, pero no
pudo.
—Lo sé —dijo ella—. Disfrutaba demasiado del cuento y de la canción. Tengo mi
vestido de bodas o uno de seda marfil. ¿Qué opinas?
—El escote del vestido de bodas es demasiado alto —dijo él con certeza—. En
acontecimientos como éste, los escotes bajos son de rigueur.
—Eso me dijo Beth. —Se levantó y se dirigió a su habitación para cambiarse. Con una
mueca en los labios, preguntó—: ¿Tu escote también es bajo?

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—No. Debe ser alto, almidonado, y demasiado seco. Quizás debería tomarme cierta
libertad y mostrar, también, mi escote.
No del todo segura si bromeaba o no, Judith se batió en retirada.
Ella aún no había estrenado el vestido marfil sobre satén melocotón, y estaba un poco
asustada por cuan bajo era el escote, aunque esto, al menos, significaba que podía
vestirse sin ayuda.
El volante del escote le rozaba los hombros encima de las abultadas mangas, después
descendía entre los pechos hasta reunirse en una rosa de tela justo allí. Después de
algunas pruebas, encogiéndose y girando, la tranquilizó el comprobar que no se
deslizaría y revelaría todo, y cuando se miró en el espejo no fue tan malo, pero cuando
bajó la mirada pensó que se veía desnuda.
Antes de llamar a la doncella para que la peinara, se dirigió nerviosa al salón.
—¿Leander, este vestido... es adecuado?
Él alzó la mirada, sus ojos brillaron y se oscurecieron al mismo tiempo. Se le acercó.
—¡Querida, es exquisito! Qué maravilloso... material.
—Eso no es lo que atrae la vista y lo sabes muy bien
Sus ojos brillaron risueños y apreciativos, y él los dejó vagar acariciadoramente sobre
sus pechos.
—No te preocupes. Casi todas las damas estarán tan expuestas, te lo aseguro. Sólo
que no tendrán nada tan magnífico que mostrar.
Judith colocó la mano sobre la carne expuesta.
—Lo sabía. Mis senos son demasiados grandes para este modelo de vestido.
Él le capturó las manos y tiró de ellas.
—Tonterías. Serás la envidia de todas las mujeres, y yo seré la envidia de todos los
hombres. —Sosteniendo sus manos a los costados, él se inclinó y besó la abertura
expuesta entre sus pechos. Se enderezó—. Un poco más de esto y te tomaré a voluntad
aquí y ahora. Apresúrate, o nos perderemos los primeros bailes.
Judith regresó otra vez para ser peinada, aturdida por la palabra tomaré. Después de
la última noche tenía cierta noción de lo que esta podía significar.

Cuando ingresaron en los salones donde se estaba celebrando el baile, Judith vio que

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Beth y él habían dicho la verdad. Casi todas las damas usaban escotes muy bajos, y
muchas tenían poco que mostrar bajo sus corpiños.
También observó que había pocos hombres que igualaran a Leander en apariencia, y
ninguno lo igualaba en estilo. Él era totalmente sobrio y sencillo, pero poseía un aire que
lo distinguía de los demás.
Los asistentes eran una mixtura de todo tipo como uno se esperaría en un baile
campestre, desde pudientes granjeros hasta aristócratas. El maestro de ceremonias les
saludó y los dirigió hasta una esquina del salón de baile en donde los potentados
locales, lord y lady Pratchett, sir James y lady Withington, formaban su corte. Éste
claramente debía ser su entorno natural.
Los Withingtons era una agradable pareja de mediana edad con un hijo y dos hijas
acompañándolos. El hijo, aproximadamente de veinte años, parecía aburrido, aunque se
animó luego de ver a Judith, y comerse con los ojos sus senos. Él se detuvo
repentinamente, y ella supuso que Leander le había hecho algo.
Las muchachas tenían cerca de dieciséis y dieciocho. La mayor poseía un aire de
tedio, pero la más joven se veía alegre e inquieta. Judith supuso que era su primer baile
con los adultos, y le dio una afectuosa sonrisa.
Los Pratchetts hacían evidente su señorío en estos acontecimientos y no estaban del
todo contentos —su título sólo era de meros vizcondes— al tener un conde en sus
terrenos. Por otra parte, la conexión no podría sino darles más que prestigio. Aún eran
una pareja joven, pero se comportaban como fríos y serios mayores. Judith se cansó
rápidamente de los despectivos comentarios de lady Pratchett sobre cualquier cosa,
acompañados por un:
—...como usted y yo sabemos, mi querida lady Charrington.
—De hecho no lo sé —dijo Judith en el último comentario—. Hasta hace algunos días,
vivía en una cabaña, y mi principal preocupación era cómo conseguiría la siguiente
comida.
La dama se quedó con la boca abierta, pero se salvó de responder ante los primeros
acordes de una melodía. Leander hizo una reverencia, y solicitó a lady Pratchett el baile.
Así pues Judith permitió que lord Pratchett la llevara a la pista de baile, era
consciente de que se había puesto en evidencia a sí misma. Lady Pratchett sin duda
alguna estaba en ese momento quejándose a Leander por su comportamiento. Siempre
supo que esto nunca funcionaría.
Bien, se dijo dándose ánimos, tanto el matrimonio y este baile habían sido idea de él,
así que tendría que afrontar las consecuencias. Se consoló con la idea.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Como le había dicho a Leander, había bailado en pocas ocasiones desde su


matrimonio, pero ahora recordó las alegres piruetas de los bailes en su pueblo cuando
era joven. Por un breve momento se preguntó si a una condesa se le permitía divertirse,
pero desechó tales pensamientos. ¿Cómo debía comportarse en un baile campestre? Un
vistazo a su alrededor le mostró un buen número de piruetas y risas.
Después de un refrescante paseo, en el cual conversó solamente con lord Pratchett, ya
que otros parecían nerviosos con la imposición, bailó la siguiente danza con sir James,
que a pesar de su corpulenta constitución se movía y saltaba muy bien.
Al terminar, y mientras charlaba con él, otra pareja se les acercó, el diácono y su
esposa. Cuando la condesa de Charrington demostró ser accesible, hubo más
presentaciones. Las noticias de que ella tenía niños conquistaron a las damas en un
instante, debido a que los niños eran iguales sin importar su clase.
Ella vio a Leander desenvolverse en medio de otro grupo. Estaba segura que lo
controlaba todo a la perfección. Él alzó la mirada y le sonrió a través de la habitación de
una forma tan grandiosa como un beso.
El siguiente baile fue un vals, no todo el mundo conocía esta danza o deseaba
participar. Judith intentaba prudentemente rechazar la invitación del hijo y heredero de
los Withingtons cuando Leander llegó a su lado.
—Lo siento, mi estimado amigo, pero lady Charrington sólo baila el vals conmigo.
En segundos estuvieron en la pista y la música comenzó. Por algunos minutos Judith
estuvo nerviosa, porque notaba como numerosas miradas se fijaban en ellos, pero al
poco rato se relajó bajó su guía y flotó. No hablaron, pero sintió que esto era una
declaración pública de su unión tanto como los votos de su boda.
Cuando la música terminó, ellos sólo se quedaron parados sonriendo al otro largo
rato.
Luego, Leander la condujo a la siguiente habitación en donde se ofrecían refrescos, y
le ofreció una copa de negus15. Antes que él pudiera hablar, fueron interrumpidos por
un nervioso y joven muchacho.
—Lord Charrington, entiendo.
Era de constitución robusta, su castaño cabello acicalado, y vestía ropas tolerables,
pero era muy joven para considerarlo un lord. Aproximadamente veinte años.
Leander admitió su identidad, pero con una reserva que habría ahuyentado a la
mayoría de los intrusos.

15Negus: bebida caliente de vino, agua y azúcar. (N. de la T.)

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Soy James Knollis —dijo el joven—. Su primo, por si no lo sabe...


Judith creyó detectar un ligero parecido. ¿Por qué no había escuchado ninguna
mención de primos?
Hubo un extraño silencio, pero entonces Leander reaccionó afectuoso y ofreció su
mano.
—Qué agradable sorpresa. Encantado de conocerte, James. Esta es mi condesa, Judith.
El muchacho se ruborizó e hizo una reverencia.
—Un placer conocerla, milady. —Él volteó otra vez hacia Leander—. Recibimos el
mensaje que anunciaba vuestro matrimonio, primo.
—Estamos en camino a Temple Knollis —dijo Leander suavemente. Judith reconoció
sus maneras diplomáticas, y se preguntó qué problema habría allí. ¿Era esa la razón por
la que él la dejó creer que no tenía ningún familiar?—. ¿También te diriges a Somerset?
James tiró de su alto pañuelo.
—No —dijo tajantemente—. Me voy. En realidad el problema es que allí se está
propagando la peste. Difteria.
Judith retuvo la respiración. ¡Difteria! Era una enfermedad mortal.
—Qué horror —dijo Leander en un tono extraño—. ¿A quién aqueja?
—A los dos más jóvenes. Matthew y Elizabeth. Y se teme que Thomas la haya
contraído. Debo permanecer alejado en casa de un amigo.
—Muy sabio —dijo Leander—. Escucho que la música empieza a sonar y le prometí a
Judith este baile. Pero deseo continuar después con nuestra conversación. ¿Por qué no te
reunes conmigo en la taberna para compartir un trago después del baile?
El muchacho aceptó, pero sin excesivo entusiasmo. Mientras se dirigían al salón de
baile, Judith susurró:
—¡Difteria! ¡No podemos llevar allí a los niños!
—Por supuesto que no. Si es verdad.
Judith volteó a mirarlo.
—¿Por qué mentiría en este asunto?
Ese extraño encuentro con su primo había formado esa impermeable barrera que ella
resentía.
—No lo sé.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—No estoy dispuesta a correr ese riesgo. Toda el área podría estar infectada.
Él la condujo hasta la línea de bailarines sin contestar.
Judith estaba preparada perfectamente para luchar sobre ese punto, pero no en
público. Estaba enojada por su comportamiento, sobre todo, por haber mantenido el
secretismo sobre su familia. ¿Qué tenían que ella no debería conocer?
Ella bailó tensa y en silencio. Él apenas parecía notarlo. Cuando la danza estaba
avanzada, sin consultarle, él dijo:
—Nuestro rumbo más inteligente será dirigirnos a Londres y realizar desde allí las
investigaciones pertinentes. Los niños disfrutarán de su estadía, y podrás acrecentar tu
guardarropa.
Judith no tenía ninguna objeción valedera a ese plan, pero se resintió por la forma del
anuncio. No podía esperar a estar a solas con él.
El baile acababa de terminar, y Leander escoltó a Judith hasta sus habitaciones, pero
rápidamente se giró para acudir a su cita con James Knollis. Judith no podía esperar.
—¿Por qué no me dijiste que tenías primos?
Sus cejas se arquearon.
—¿No los tiene todo el mundo?
—No todo el mundo los guarda en secreto.
—Nunca has mencionado a los tuyos.
Eso era incuestionablemente cierto.
—Ellos no tienen ninguna incumbencia en nuestra vida —protestó ella.
—Tenía la esperanza que los míos no tuvieran ninguna incumbencia en ella.
Judith sintió como si se golpeara contra el pulido mármol. Todo lo que él decía era
razonable, y ella detestó eso.
—¿Entiendo que estos primos tuyos viven cerca de Temple Knollis?
—Querida mía —dijo él con voz cansina, arrebatando al apelativo cariñoso toda
emoción—, ellos viven en Temple Knollis.
Su corazón palpitaba.
—¿Y no pensabas advertirme?
—Les dije que se marcharan.
Judith realizó una profunda respiración, asustada ante los indicios de calamidad, y

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

decidida a ser razonable.


—¿Entonces por qué estas tan impaciente por hablar con tu primo James?
—Para ver hasta dónde llega.
—¿Sospechas que esté en marcha una jugarreta?
Él encontró serenamente su mirada.
—No estoy seguro sobre qué sospecho.
—Pero sospechas algo —insistió ella.
Sus labios se tensaron con incomodidad ante su persistencia.
—Todo lo que sé es que mi tío ha hecho lo malditamente posible para mantenerme
alejado de Temple desde que regresé a Inglaterra.
Judith deseó abandonar el tema, pero podría ser crucial en la seguridad de sus niños.
—¿Qué ha hecho?
Él levantó las cejas.
—¿Qué te estás imaginando? ¿Veneno? ¿Sicarios? Simplemente ha escrito un sinfín de
extrañas cartas concebidas para convertir al lugar en algo poco atractivo.
—Y crees que la difteria es otra de sus estratagemas. ¿Por qué lo haría?
—No necesitas preocuparte. He ordenado diferentes pesquisas, alguna de ellas dará
sus frutos. Regresar a Londres servirá a este propósito.
Él seguía hablando, pero no le decía nada.
—¿No piensas explicarme todo el asunto?
Él la miró con la mirada vacía.
—No. No tiene nada que ver contigo.
—Soy tu esposa —protestó ella—. Soy tu compañera en vida.
—Estás exagerando demasiado —dijo él fríamente—. No te inmiscuyas en mis
asuntos personales.
Al decir eso, la dejó.
Judith sintió que se le helaba el alma. Estaba viendo su otra cara en medio de una
reyerta, pero no podía culpar a nadie sino sólo a sí misma. Él siempre había dejado claro
que su matrimonio era uno de conveniencia, ¿cómo podría ser algo más? Era su propia
insensatez el haber sucumbido a su cultivado encanto y dejar crecer su cariño hacia él.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Además, cuando le había prometido no hacerlo.


Una cosa era segura, no podría tener intimidad con él esa noche. No quiso molestar a
Bastian, así que se deslizó en la cama con Rosie.
Por un rato estuvo nerviosa, esperando que Leander llegara y la arrastrara a su cama.
Pero el tiempo pasó, el fuego se extinguió, y un reloj del pueblo marcó la llegada de la
medianoche. Judith empezó a quedarse dormida.
¿Qué debería hacer en este asunto de Temple Knollis? Si él deseaba a su familia fuera
no tenía más que pedir que se fueran. ¿Y qué clase de familia era esa que intentaba
ahuyentar al legítimo dueño?

Leander regresó a sus habitaciones y se encontró con una cama vacía. Comprobó el
salón en caso de que ella se hubiera sentado a esperarlo, pero sabía que estaría con los
niños. Era una de las cosas de casarse con una mujer con niños. Ella era algo proclive a
abandonarlo en la noche.
Lo cual se tenía bien merecido.
No podía concebir cómo pudo ser tan descortés. Había descubierto que si Judith era
posesiva y susceptible con sus niños, él era igual con sus problemas de familia. ¿Puede el
Etíope cambiar el color de su piel o el leopardo cambiar sus manchas? Había deseado un hogar,
una familia. Había deseado pertenecer a un lugar en el mundo. ¿Pero podía un hombre
que ha aprendido a caminar solo aprender a confiar en otros? El pensamiento de
compartir sus problemas personales con cualquier persona le hizo sobresaltarse. Pero
Judith no era cualquier persona...
Esperaba que su familia obedeciera sus instrucciones y que abandonara Temple. Él y
Judith podrían trasladarse sin contratiempos, y comenzar a construir su nueva vida.
—Infiernos —murmuró él, y eso era una valoración exacta de toda la situación.
Frotó con las manos su rostro, sabía que estaba borracho. El joven James tenía una
cabeza asombrosamente fuerte y había llevado un buen rato poder sonsacarle lo que
quería. Desgraciadamente, después de todos los esfuerzos de Leander, sólo tuvo un
muy breve intervalo entre la borrachera y la inconsciencia. Pero una única pizca de
información había sido obtenida. Ignoraba si había o no difteria, pero tío Charles
aparentemente había sufrido recientemente un golpe después de una convulsión y no
era seguro si viviría.
Cómo se ajustaba eso en el patrón, no lo sabía.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Se quitó las ropas, y puesto que no debía consideración a ninguna esposa modesta, se
metió desnudo en la cama. De todas formas, ésta no habría sido una buena noche para
consumar su matrimonio, pero lamentó el haber lastimado a Judith, y deseaba poder
decirle eso.
Lo haría por la mañana, y después la llevaría a su cama. Dios, si no la conseguía en su
lecho pronto, ella empezaría a dudar de sus habilidades.

Sus intenciones eran buenas, pero para el momento en que despertó al día siguiente,
Judith y los niños habían estado despiertos por horas, y ya habían regresado de una
caminata. Él tenía dolor de cabeza.
Se sentó para un tardío desayuno, consciente de la fría formalidad de su esposa, y del
dolor subyacente, e intentó ignorar el palpitar en sus sienes16.
Templos. Dios lo guardara de templos de toda clase.
Necesitaba arreglar todo con Judith, pero no podían discutir sus problemas delante
de los niños. Había claras razones del porqué Dios decidía que los niños llegaran
después de la luna de miel.
—¿Su madre les ha dicho que tenemos un cambio de planes? —le preguntó a Bastian
y Rosie—. Debemos ir a Londres por poco tiempo, en vez de ir a Temple.
Evidentemente no se los había dicho.
Rosie puso mala cara.
—Pero quería conocer Temple con tantas ganas.
—No seas tonta, Rosie —dijo Bastian—. Viviremos en Temple antes o después. En
Londres hay todas clases de cosas. Desfiles, teatros, Astley.
Rosie se animó.
—¿Veremos al rey y a la reina?
Judith contestó tranquilamente.
—No al rey, querida. Él no está bien. Pero puede ser que veas a la reina, y a los
príncipes y princesas. —Ella echó un vistazo a Leander—. ¿Cuándo nos marchamos,
milord?
Él observó el uso de su título y su cabeza palpitó aún más. Dejó su desayuno.

16 Juego de palabras intraducible en español. Ya que temple también se refiere a las sienes. (N. de la T.)

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Tan pronto como estés lista. Hay luna llena. Presionando un poco, podemos
alcanzar Londres hoy. Haré los arreglos.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Capítulo 11

Era ya tarde y noche cerrada cuando llegaron a Montague Square en Londres, y


Judith estaba cansada. Rosie y Bastian estaban dormidos. Ella y Leander apenas habían
intercambiado una palabra en todo el día, lo que probablemente estaba bien, dado que
su estado de ánimo no había mejorado. Sabía que él probablemente tenía resaca, pero no
estaba dispuesta a sentir simpatía.
Las paradas habían sido breves y ninguno de ellos había hecho ningún intento para
estar juntos a solas. Difícilmente podrían sisear sus quejas sobre las cabezas de los niños,
aun cuando estos estuvieran dormidos. De cualquier manera, no sabía qué quería decir.
Estaba enferma de desesperación por la situación en la que se encontraba, y de ningún
modo segura de lo mejor que debía hacer. Estaba muy tentada de tomar las dos mil
libras al año y dejarlo con su familia y sus asuntos personales.
El lacayo abrió la puerta del carruaje, y Leander levantó a Bastian, pero el niño se
despertó y dijo que quería caminar. Así que Leander cogió a Rosie, quien continuó
durmiendo pacíficamente.
El novio golpeó la puerta, puesto que la aldaba no estaba, y tras una pausa estuvieron
frente a un alarmado lacayo en camisa y pantalones bombachos.
—¡Milord! No esperábamos...
Leander entró en la casa.
—Yo mismo no esperaba estar aquí, George. Por favor traiga las maletas.
Él se abrió camino a través de un elegante y estrecho vestíbulo hasta un gélido salón,
en donde depositó cuidadosamente a Rosie en un sofá. La luz de la luna era la única
iluminación, pero la sala, y la casa, parecían costosamente amuebladas.
Leander fue al vestíbulo y gritó:
—¡Eh, todos los de la casa! ¡El amo está aquí, así que muévanse!
Una forma poco ortodoxa de anunciarse uno mismo, pero funcionó. En unos minutos
un corpulento mayordomo y dos criadas aparecieron, muy azorados.
—Milord... —tartamudeó el mayordomo.
—Sí, ya sé. No me esperaba. Está bien. Pero tengo a mi esposa conmigo y dos niños, y
estamos cansados hasta los huesos. Necesitamos velas, té, y alguna clase de comida.
153
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Sopa, si es posible. Prepare las camas necesarias, las de los niños primero. Póngalos en el
primer piso cerca de la suite principal, por si se despiertan por la noche. ¿Supongo que
no hay fuego en ninguna parte salvo la cocina?
—No, milord.
—No importa. Estaremos pronto en la cama, pero encuentre un par de mantas para
los niños mientras esperan.
Pronto todo era actividad.
Bastian se había vuelto a dormir en una postura desmañada, pero Judith no lo movió
por miedo a despertarlo. El lacayo trajo un candelabro y lo encendió. Una criada se
apresuró a entrar con dos mantas y las arrebujó amablemente alrededor de los niños,
luego salió con una reverencia y una mirada curiosa.
Leander desapareció, para reaparecer con dos vasos y una jarra.
—Brandy —dijo y le ofreció un poco a Judith.
Judith negó con la cabeza. Ella no tenía precisamente frío con su suntuosa capa rusa y
su manguito, pero se sentía helada. Era en su mayor parte agotamiento, pues no había
dormido bien anoche, y había sido un día terriblemente largo. Pero era también por la
brecha entre ellos.
Aquí estaban en su casa, donde el hecho de que estaban casados era tan real como
una roca, pero su relación era más quebradiza que nunca.
Para evitar sentarse frente a él, deambuló por la habitación. Estaba costosamente
amueblada, sí, pero al estilo de la generación anterior, y tenía la calidez de un
descuidado escaparate de muebles. Se preguntó si la casa era alquilada, pero incluso
una pregunta tan simple era demasiado para ella.
Sobre la chimenea había un espléndido retrato de una joven de ansiosos ojos
ambarinos. Las ropas, el estilo, la actitud, todas hablaban de una riqueza arrogante, pero
los ojos eran implorantes.
—Mi madre —dijo Leander quedamente desde atrás—. Henrietta Delahaye, única
heredera de dos grandes fortunas. Esta casa era su dote.
Henrietta sólo podía tener unos dieciséis años de edad cuando se hizo ese retrato.
Judith se preguntó en qué clase de mujer se había convertido, además de una madre
absorbente. Creyó ver un parecido físico con Leander en los finos labios curvados, los
ojos ambarinos y el suave cabello castaño, pero su carácter debía de provenir de su
padre.
Como si le leyera el pensamiento, Leander dijo:

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Ella aprendió a ocultar mejor su vulnerabilidad, pero nunca la perdió. Se sentía


herida con demasiada facilidad.
Para entonces la comida estaba siendo dispuesta sobre la mesa. Judith se volvió,
dándose cuenta que no había contribuido a esa “conversación” en absoluto, y pero había
derretido un poco el hielo, como indudablemente él había pretendido.
Pero no sería manipulada para que olvidara su desconfianza.
Mientras el mayordomo, Addison, terminaba de servir la comida, una criada entró a
decir que las camas de los niños estaban hechas.
Leander indicó al lacayo que llevara arriba a Bastian y cogió a Rosie él mismo. Judith
cerró la marcha.
Los dormitorios estaban fríos, pero no se podía esperar más, y encender las
chimeneas en este momento no serviría de nada. Las criadas estaban pasando dos
calentadores por la cama de Rosie, y cuando Judith pasó una mano por la cama no
encontró humedad. Con la ayuda de la criada ella misma quitó la ropa de abrigo de la
niña, las botas y el vestido y la arropó.
Cuando entró en el siguiente dormitorio, se encontró con que Leander ya había hecho
lo mismo con Bastian.
—Podemos dejar abiertas las puertas entre sus dormitorios —dijo él en voz baja—, y
la del tuyo también, así, si se despiertan por la noche no se asustarán demasiados.
¿Ella iba a tener un dormitorio propio? Judith atravesó la siguiente puerta y encontró
a las criadas preparando la cama grande que había allí. Las colgaduras eran de seda
china de color azul, la madera oscura y robusta. Allí estaba de nuevo la excelente y
anticuada calidad, pero falta de vida por el desuso.
Leander abrió otra puerta.
—Tu vestidor. Mi recámara está más allá. Ven abajo y cenemos algo. Te ayudará a
descansar.
Mientras bajaban las escaleras Judith dijo:
—No creo que necesite ayuda para descansar. —Su voz sonó extraña, y se percató de
que era la primera vez que había hablado desde que entró en la casa.
Con sólo un ligero toque en su codo para dirigirla de vuelta al salón, le demostraba el
abismo entre ellos.
—Aun así —dijo él—, creo que deberías comer.
Había una vigorizante sopa de verduras, indudablemente las sobras de los sirvientes,

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algunos pedazos de pastel de jamón frío, y queso tostado. Y té. Judith bebió tres tazas,
pero sólo picoteó la comida. Sabía que éste sería un desastroso momento para hablar de
sus problemas, no obstante parecía mal sentarse allí en silencio ignorándolos.
Pero no los ignoraban. El silencio hablaba elocuentemente de ello.
Ella se levantó.
—Debo irme a la cama o también terminarás llevándome arriba.
Su mirada respondió a sus palabras, pero él sólo dijo:
—Buenas noches, entonces. Que duermas bien.
Una criada estaba esperando para ayudarla a quitarse el vestido y cepillarle el
cabello. En unos minutos, o así le pareció, Judith estaba en la cama, demasiado cansada
incluso para preocuparse por el futuro. A pesar de un colchón blando y notablemente
lleno de bultos, se quedó dormida rápidamente.

Judith fue despertada al día siguiente por una criada que encendía el fuego. Había
aceptado este pequeño lujo en la posada sin pensar, pero ahora se dio cuenta de que era
parte de su nueva vida. Si ésta debía ser su nueva vida.
Descansada, sin embargo, sus deprimentes cavilaciones del día anterior no parecían
razonables. Estos últimos días habían sido tensos y frenéticos; era poco sorprendente
que todo no hubiera ido como la seda. Seguramente el Leander que había conocido en
Mayfield no podría ser el monstruo de sus peores fantasías.
Cuando la criada hubo terminado su tarea, se inclinó en una reverencia e hizo
ademán de salir.
Judith dijo:
—¿Sería posible conseguir algo de té?
La mujer pareció alarmada, pero dijo:
—Sí, milady.
A la luz del día y con tranquilidad, Judith estudió su dormitorio. Era tal como había
pensado la noche anterior, y no particularmente atractivo. El mobiliario era pesado y
oscuro, las colgaduras deslucidas por el tiempo. Como si ni Leander ni su padre
hubieran estado mucho tiempo en Inglaterra, supuso que nadie había renovado este
dormitorio desde el último ocupante. ¿Había sido ésa su madre? ¿Su abuela, incluso? El
colchón ciertamente parecía como si pudiera tener cincuenta años o algo así.

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Estaba sorprendida de experimentar un poco de nostalgia por su reducida aunque


acogedora casita de campo. Rápidamente se enfrentó a la situación. Ahora era una
condesa, y ésta era una casa muy adecuada. La indudable simplicidad de la casita de
campo estaba fuera de lugar.
Como para demostrarlo, la criada de la noche anterior entró, una criatura totalmente
diferente a la chica azorada enfrentada a deberes inesperados. Con la espalda derecha
como una escoba y el almidón en su delantal susurrando, colocó una bandeja de plata
sobre la cama e hizo una reverencia.
—Buenos días, milady. Soy Emery, y tendré el honor de ser su doncella durante todo
el tiempo que desee. He traído su té. ¿Ordena alguna otra cosa?
Esto lo dijo con un tono desafiante. Claramente, Judith había infringido algún aspecto
de la etiqueta del servicio preguntándole a la sirvienta por el té. Por otra parte, la
sirvienta era simplemente el tipo de criada a quien ella estaba acostumbrada en
Mayfield House. Esta estirada joven era muy intimidante.
—Necesitaré mi ropa, claro está —dijo Judith tan firmemente como pudo—. No tengo
ni idea de donde pusieron mis baúles...
—Toda su ropa ha sido desempacada y bien atendida, milady —dijo Emery
sucintamente.
Judith dirigió la mirada a la ventana, pero la mortecina luz confirmó su creencia que
todavía era temprano. Ésta era una casa firmemente dirigida, alarmantemente incluso.
Bien, ella estaba decidida a no ser intimidada en su propia casa.
—Qué eficiencia —felicitó con una suave sonrisa—. Entonces tomaré un baño en
media hora, y me pondré mi vestido de lana rosado. ¿Alguien se ha encargado de ver a
los niños?
La doncella ya parecía menos gélida, así que Judith asumió que su conducta había
obtenido su aprobación.
—Sí, milady. Betty cuidará de la señorita Rosetta, y George cuidará del señorito
Bastian. Los niños aún no se han despertado, sin embargo.
Judith inclinó la cabeza y se preguntó qué más debería decir. Ah, sí.
—¿Y lord Charrington? ¿Se ha levantado ya?
—No hasta donde yo sé, milady.
Claramente se esperaban aún más decisiones.
—Desayunaré abajo cuando esté lista, Emery. Los niños pueden unirse a mí cuando

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se levanten. Después del desayuno tengo intención de dar una vuelta por la casa, y
discutir la administración de la casa con el personal superior. —Ella asintió—. Eso será
todo, gracias.
Cuando la doncella hubo salido, Judith suspiró y sirvió té de una tetera de plata a una
taza de fina y translúcida porcelana. Sería mucho más feliz siendo amistosa con los
sirvientes, en vez de ser un ama distante, pero sabía que eso sería desastroso. El estilo de
gerencia adecuado en Mayfield House no funcionaría aquí, y en particular no en Temple
Knollis.
Tembló al pensar en el personal de Temple. Probablemente se creían los dueños de la
creación. ¿Qué pasaría si todos esos orgullosos sirvientes se enteraran de su pobreza
antes del matrimonio? Como Leander estuvo en Mayfield sin sus sirvientes, siempre
existía la oportunidad de que no se propagaría la noticia, pero lo dudaba. Cuando los
Arden regresaran a la ciudad, su personal extendería las noticias.
Judith puso en su regazo la humeante taza para estar más cómoda. Entre todas sus
dudas acerca del matrimonio nunca había considerado esto, el esfuerzo diario para
mantenerse en su lugar.
Recobró la compostura. Era tan sólo un reto, y uno menor a otros que había afrontado
en su vida. Le había prometido a Leander que sería una buena esposa, y una buena
condesa. Aunque todo lo demás se cayera a pedazos, podía cumplir al menos con esa
parte de su contrato ¿No era lo que debía hacer una buena esposa y una condesa?
Dirigir su hogar hacia la prosperidad y comodidad. Esta casa, no importaba cuán bien
funcionara, no estaba preparada para unos niños, ni podía proporcionar a Bastian y
Rosie la libertad de la que disfrutaban en Mayfield.
Si sólo iban a permanecer en Londres durante algunos días no merecía la pena
contratar una institutriz o un tutor, pero alguien tendría que cuidar de ellos.
Si éste había sido el hogar de un soltero, podría haber varias maneras en que ella
podría mejorarlo...
Por otra parte, Leander bien podía estar contento tal y como era y se resintiera de la
interferencia...
Judith frotó ansiosamente sus párpados. En unos cuantos días tendría que discutir
estos asuntos con él, pero no ahora. Recordó otra vez la forma en que había hablado “No
te inmiscuyas en mis asuntos personales”. ¿Sus casas eran un asunto personal?
Recordó al Leander que había bromeado con ella, el cómplice explorador del
mercado. ¿Cómo habían llegado a esta desastrosa situación?
Judith se enderezó en la cama y negó con la cabeza. Realmente, era una sarta de
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disparates. Comparó todos aquellos días, durante los que él había aparentado ser
honesto y amable, contra aquél doloroso momento, y disminuyó el daño. Ella era mayor
y lo suficientemente inteligente como para saber que algunas veces las personas decían
cosas que no querían decir, en particular cuando estaban bajo la influencia de emociones
intensas. Entonces, ¿a qué emociones intensas respondía su marido?
Tenía que hacer algo con su casa en Temple Knollis, y su representante allí, su tío
Charles. Él pensaba que su familia trataba de mantenerle a distancia, incluso inventando
historias sobre enfermedades. Él los había calificado como codiciosos.
Pero ¿por qué no discutía todo eso con ella?
Eso, decidió, era lo que se interponía entre ellos, lo que realmente dolía. Que parecía
no confiar en ella.
Emery entró a decir que el baño de Judith estaba listo. Judith entró en su vestidor
para encontrárselo caldeado por un fuego. La bañera humeaba y gruesas toallas
colgaban de una percha para calentarse. Un auténtico paraíso.
Mientras se bañaba, consideró su situación. Sebastian nunca había discutido sus
asuntos personales, incluyendo a su familia, con ella y ella no había protestado. ¿Por qué
estaba tan molesta ahora? Porque Leander había parecido diferente.
Porque Leander era importante para ella de un modo en que Sebastian nunca lo había
sido. Su mano se detuvo y su corazón se saltó un latido.
No debía sentir eso. Era un principio fundamental de este matrimonio, que no fuera
contaminado por el amor. Sabía cuánto odiaría él ser puesto en la injusta posición de
tener que ser el objeto de su devoción, y ser incapaz de corresponderla. Él había vivido
con el dolor de su madre. No quería volver a vivirlo en su matrimonio.
Ella lo había prometido. Lo había prometido.
Y era más que una cuestión de mantener una promesa. Sabía que Leander la
necesitaba. De muchas formas, él estaba solo en el mundo, y era un extranjero en su
país. Desconfiaba de su familia natural. Nadie debería estar tan solo.
No lo dejaría estar tan solo. Construiría un hogar y una familia para él, y sería su
conexión con su herencia.
El agua se enfriaba. Mientras Judith se apresuraba a usar la esponja para limpiarse los
días de viaje, sus nobles intenciones resonaron en su mente. No te inmiscuyas en mis
asuntos personales.
Quizá todo lo que él quería era un ama de llaves y un cuerpo en su cama.
Al pensar en la cama, Judith lanzó una mirada ansiosa a la puerta de su dormitorio y

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salió precipitadamente de la bañera y se envolvió en la enorme toalla que sostenía la


doncella. No sabía cuándo decidiría él consumar sus deberes conyugales, pero esperaba
que no fuese ahora, no antes de que hubieran recobrado su equilibrio.
Pronto estuvo adecuadamente vestida. Emery, además, no tuvo problemas en
arreglar su cabello en un estilo favorecedor y cuando Judith se contempló a sí misma en
el espejo, decidió que su marido al menos no tendría quejas en lo que se refería a su
apariencia.
Sin embargo, Judith se sintió más como una intrusa cuando se aventuró escaleras
abajo de su nuevo hogar. La escalera era amplia y sin alfombrar, con una elaborada,
bulbosa y oscura balaustrada de roble. Estaba rodeada de oscuros paisajes contra las
paredes de piedra. No había ni una mota de polvo siquiera, ni tampoco una pizca de
calidez. Judith quería llamar a los pintores, y alfombrar las escaleras de rojo brillante.
Quería pinturas más luminosas y algunos adornos brillantes.
El majestuoso mayordomo estaba en el frío vestíbulo enlosado para darle la
bienvenida otra vez a la casa, y conducirla a la sala del desayuno. Judith miró a su
alrededor y se preguntó de nuevo si era solamente porque ella no estaba acostumbrada
a la grandeza por lo que encontraba esta casa tan fría y poco acogedora.
Quizá eran sólo sus nervios.
En la salita del desayuno, encontró a Leander leyendo el periódico.
Él lo puso a un lado y la encaró con una cuidada sonrisa.
—Buenos días, querida. —Era una sonrisa manipuladora, y no había nada de la
facilidad acogedora de la que una vez habían disfrutado.
—Buenos días —contestó Judith, mientras se sentaba.
Ella permitió que Addison le sirviera su desayuno. Leander no regresó a la protección
de su periódico.
—¿Has dormido bien? —preguntó él.
Casi parecía el momento de quejarse del colchón.
—Tolerablemente —contestó ella. Buscó alguna otra cosa para llenar el silencio—.
Ésta es una casa interesante —dijo al final. Sonó estúpido.
—Es bastante antigua para los estándares de Mayfair. Este bloque fue construido por
mi bisabuelo a principios del siglo diecisiete. No está a la última moda, me temo.
Judith lo miró, preguntándose si ese comentario insinuaba descontento, o era
simplemente una declaración de hechos.

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—Debe de ser interesante tener una casa con una historia familiar tan larga.
Entonces ella se sobresaltó. Qué cosa tan estúpida para decírsela a un miembro de la
aristocracia, en particular delante de un criado.
Él se sirvió más café.
—La familia de mi madre no es particularmente interesante. Algunas generaciones
atrás fueron sencillos artesanos, luego hicieron dinero con artículos de ferretería, carbón,
y, me temo, con los esclavos.
Judith no supo qué decir a esto.
—Siempre he pensado que esta casa reflejaba más el dinero que buen gusto, sin
embargo si a ti te agrada, estoy encantado. —Su taza se detuvo junto a sus labios, e hizo
una mueca—. Eso ha sonado asombrosamente grosero.
Una burbuja de risa explotó en Judith.
—Y tú eres el perfecto diplomático.
Él le devolvió la sonrisa, y la temperatura subió muchos grados. Su tono era casi una
caricia cuando dijo:
—Tú destruyes todo artificio, querida.
Judith bajó la mirada precipitadamente hacia sus huevos, nada segura de qué hacer
con eso.
—La casa tiene algunas ventajas —comentó él—. Es grande, y tiene una distribución
adecuada, y un jardín espacioso. Además —añadió—, tiene el mejor pasamano de
escalera que he encontrado nunca para deslizarme.
Judith miró hacia arriba.
—¡No se lo digas a Bastian!
Él se rió.
—Si no se da cuenta inmediatamente, no es el niño que yo creía.
Judith percibió entonces los sonidos que él ya había oído: el sonido sofocado de una
risa nerviosa y un pedido de silencio. Luego un wheeee acallado. Ella apoyó la frente en
su mano.
Un momento después, Bastian y Rosie se presentaron, con aspecto de ser unos
perfectos angelitos.
—Buenos días, Mamá. Buenos días, Papá Leander.
Judith aceptó besos de los dos, y les señaló sus sillas. Addison respondió a la llamada
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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

para servirles.
Para asombro de Judith, este personaje augusto se derretía en presencia de los niños y
parecía inclinado a ofrecerles el contenido entero de la despensa. Judith intervino.
—Creo que bastará con huevos, tostadas y té, Addison.
El mayordomo lo aceptó, pero entonces preguntó a los niños si tenían alguna
preferencia para futuras comidas. Judith compartió una mirada con Leander, y vio que a
él también le había gracia este inesperado aspecto del mayordomo. No vio ningún daño
en permitir a Bastian y Rosie recitar todos sus gustos, no obstante, puesto que su
reciente dieta había sido tan sencilla sus gustos eran en su mayor parte irreprochables:
naranjas, huevos escoceses, gambas, pastel de carne, y, claro está, los helados.
Cuando todas estas materias estuvieron decididas, Leander despidió a Addison,
entonces dijo:
—Espero que estéis totalmente recuperados del viaje.
—Me siento mucho mejor después de un buen descanso y un baño —dijo Judith.
Fue recompensada con una sonrisa.
—Lo confieso, tenías razón todo el tiempo. Un largo viaje inmediatamente después de
nuestra boda, con dos niños excitados además, no fue la decisión más sabia.
La cara de Rosie se arrugó y dijo:
—Siento haber estado enferma.
Tuvieron que tomarse un tiempo en reconfortarla.
Bastian dijo:
—¿Iremos a Temple Knollis pronto, señor?
Él también necesitaba ser reconfortado.
—Desde luego que lo haremos, Bastian, pero tengo que asegurarme primero de que
no hay más enfermedades. No sería divertido llegar allí sólo para enfermar.
Él contestó cordialmente un montón de preguntas sobre Temple, y sobre Londres,
pero entonces se levantó de la mesa. Se volvió hacia Judith.
—Voy a dar instrucciones para que alguien haga averiguaciones sobre el estado de
las cosas en Temple. Deberíamos saber qué ocurre en esta semana.
Ella deseaba tener una oportunidad para hablar con él, pero éste claramente no era
un buen momento o lugar. Iba de camino a la puerta. Había un tema que debía traer a
colación, en cualquier caso.

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—Leander —dijo—, tenemos que considerar qué arreglos hacer para los niños, qué
clase de cuidadores contratar para ellos. También —añadió tentativamente—, podría
haber cambios que hacer en la casa para nuestra comodidad.
Bueno, eso debería ser lo suficientemente sutil.
Él se encogió de hombros expresando sólo una ligera sorpresa.
—Debes hacer como desees. Ésta es tu casa.
Hombres. Eso no la ayudaba en nada.
—¿Recibiremos? —preguntó ella.
—No había considerado el asunto. ¿Deseas hacerlo?
Él parecía genuinamente despreocupado, así es que Judith, agradecida, dijo que no.
Tenía bastantes novedades y problemas de los que ocuparse sin tratar de ocupar su
lugar en la sociedad como condesa de Charrington.
—En ese caso —dijo él—, quitaremos la aldaba de la puerta, y evitaremos dar ningún
indicio de nuestra llegada. Sospecho que estaremos aquí sólo durante un par de
semanas como máximo. —Él regresó a la mesa y depositó un convencional beso en su
mejilla—. Haz lo que gustes, querida. El lugar ha estado descuidado durante años.
Incluso el personal fue contratado sólo unos meses atrás. Antes había sólo un cuidador.
De modo que se fue y Judith se quedó exasperada. Él decía que hiciera lo que
quisiera, pero si lo hacía él sería objeto indudable de alguno de los cambios que ella
hiciera. Además, no estaba claro si por cambio él se refería a mover un sofá, o quitar una
pared. No es que ella contemplase una cosa tan drástica, pero aún así...
—¿Podemos ir a la Torre, Mamá?
Judith fijó su atención en la pregunta de Bastian. Sabía que su frustración tenía menos
que ver con los problemas de la casa que con los problemas con su marido, pero él
parecía haber abandonado su frialdad, y seguramente habría tiempo más tarde para
hablar con él.
Cuando los niños hubieron terminado su desayuno, ella les permitió ir a explorar la
casa. La señora Addison era el ama de llaves, y tan corpulenta como su marido, pero
menos impresionante. Ella se afanaba alegremente en los cuatro pisos y el sótano.
Todo decorado en el mismo estilo macizo y pulcro, costoso y pasado de moda, pero
carente de personalidad en absoluto. Muchas habitaciones parecían como si apenas
hubieran sido usadas.
En opinión de Judith, eran también rotundamente feas.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Había una zona infantil, pero claramente no había sido usada desde hacía una
generación. Judith decidió que no tenía sentido tratar de reformarla para Bastian y
Rosie, especialmente para lo que prometía ser una corta estancia. Había algunas cajas de
libros y juguetes allí, sin embargo, y un caballo de balancín. Después de asegurarse de
que este último era sólido, dejó a los niños jugando.
El sótano era con mucho la parte más confortable de la casa, siendo la más habitada.
Judith admiró la nueva cocina cerrada.
—Es la primera cosa que compró el conde —dijo la señora Addison, con
aprobación—. Usted no reconocería esta cocina, milady de tan anticuada que estaba.
Nos contrató a Addison y a mí, y nos dijo que hiciéramos el resto, pero le dije sin rodeos
que no había ninguna posibilidad de traer una cocinera que mereciese la pena con
semejante cocina. Preguntó qué se necesitaría y lo encargó, así como así.
—¿Y el resto de casa? —preguntó Judith—. Parece como si no se hubiera hecho
ningún cambio allí.
—El conde no ha pedido nada, milady. Siendo soltero, no recibía más que a algún
amigo de vez en cuando. —Miró a Judith y pareció tomar una decisión. Continuó en un
murmullo—: Había sólo un anciano viviendo aquí hasta hace aproximadamente cinco
años, o es lo que dicen. Un tal señor Delahaye, el abuelo materno del conde. Era un poco
solitario, hasta donde yo sé, aunque el conde vino de visita cuando era un niño. Cuando
él murió, el actual conde y su padre, estaban en el extranjero, así es que el lugar estaba
simplemente cerrado. Estaba bastante bien conservado, pero le diré, milady, que llevó
un poquitín de trabajo dejarla en buenas condiciones.
—Estoy segura de que así fue, señora Addison, pero parece haber hecho un trabajo
maravilloso. La casa está inmaculada.
—Sólo hacía mi trabajo, milady. —Pero la mujer se esponjó.
Judith no podía evitar preguntarse si su ama de llaves sería tan cordial si supiese que
algunas semanas atrás Judith había estado fregando sus propios suelos. Le dio a
Leander las gracias silenciosamente por insistir en que cuidase sus reveladoras manos.
Judith regresó pensativa a la planta baja. Necesitaba un lugar para hacer planes.
Si fueran a pasar mucho tiempo en esta casa, preferiría tener un tocador cerca de su
dormitorio, pero por el momento las habitaciones vecinas serían usadas por los niños.
Después de considerar las limitadas posibilidades, destinó una pequeña antecámara
como biblioteca, y pidió que encendieran fuego en la chimenea.
Estudió sus nuevas habitaciones. El papel pintado a mano estaba descolorido por el
tiempo, pero no ajado; las cortinas eran de un sombrío brocado granate, pero servirían

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para los meses de invierno; la alfombra era una Aubusson tolerable, apenas usada. Era
el mobiliario lo que no le gustaba: una mesa achaparrada y pesada, cuatro sillas duras
de madera, y un par de sillas bajas, incómodas y tapizadas al estilo Reina Ana.
Una revisión mental le dijo que no había nada más confortable en la casa, excepto en
la biblioteca. Ella prefería esa habitación, sin embargo, había sido el refugio del anciano,
y ahora era el de Leander. Era más inteligente no invadirlo.
Si quería un nido agradable tendría que comprar al menos una silla cómoda.
Eso le recordó su excesivamente generosa asignación para gastos. ¿Cuándo
aparecería?
También le recordó el dinero adeudado al editor, y la asignación de Timothy Rossiter.
Ahora que estaba en Londres, podría enviar fácilmente una nota a la dirección de
Timothy para decirle que cesara de pagar la asignación. Por otra parte, podía usar el
dinero para pagar una parte de la factura por los libros. Parecía más apropiado destinar
dinero de la familia de Sebastian a ese propósito que el dinero de Leander.
Estaba asombrada de cuán tacaño era su cuñado. Su dirección, recordó, era Clarges
Street. Pediría a Leander lo que faltaba.
No, la única solución inmediata era pagar la cuenta con su asignación para gastos.
Ella todavía se resistía por tal desperdicio de fondos pero debía pagarla. Eso quería
decir que tendría que recordarle a Leander lo del dinero. Odiaba esa idea, como si ella
tuviera derecho a él. Especialmente cuando no lo había ganado. Se estremeció. Esa era
una horrible forma de plantearlo, pero hasta que realmente fuera su esposa, no tendría
derecho a nada.
Apartó esos pensamientos e hizo una incursión en la biblioteca para buscar una
pluma y papel. Estuvo muy tentada de acurrucarse en el sillón acomodado frente al
fuego, pero no podía estar completamente segura de que Leander no se molestaría.
Perdió la noción del tiempo mientras anotaba lo que era necesario: dos sillas cómodas,
en caso de tener visitas, un escritorio femenino, tarjetas de visita, artículos de papelería,
más libros y juegos para los niños, una guía de Londres, un medio de transporte...
Ella se sentó mordiendo la pluma. ¿Cómo iba exactamente a contactar con el señor
Browne para pagar esa factura? El hecho era que no tenía ni la más leve idea de cómo
salir adelante en Londres. Siempre había vivido en pueblos.
Leander sabía cómo organizarse. Él indudablemente se encargaría por ella de la
deuda si se lo pidiese. Judith era culpablemente consciente de que no quería que
Leander supiera nada de eso. Nunca podría averiguar qué parte había jugado en llevarla
a reconciliarse con él, pero se sentía como si fuera a ser obvio al instante.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Mientras estaba inmersa en sus sentimientos de culpa, Leander entró.


—¿Ocupada, Judith? Mereces un descanso, lo sabes.
Era de nuevo el hombre agradable con el que se había casado, así que se relajó.
—Hacer listas apenas es un trabajo —dijo ella.
—¿Listas? Suena fatal. ¿Pero por qué aquí? ¿Te gusta de verdad esta habitación?
Siempre he pensado que es rematadamente fea. —Entonces se puso la mano sobre los
ojos—. ¿Lo he hecho nuevamente?
Judith luchó por mantenerse seria.
—Creo que es una habitación encantadora.
Una escéptica consternación brilló en su rostro, antes de ser diestramente
enmascarada.
—Debo estar encantado, entonces —dijo suavemente, muy diplomático.
—Sí —dijo Judith, mirando a su alrededor—. Los colores son reminiscencias del
pasado, ¿no? Y el mobiliario es tan, pero tan... considerable.
Él se acercó, con una luz extraña en sus ojos. Le levantó la barbilla, y el corazón de
Judith se saltó un latido.
—Lady Charrington —dijo suavemente—. ¿Te atreves a burlarte?
—Protesto, milord. Ni una palabra de las que dije era falsa.
Tiró de ella para ponerla en pie y abrazarla.
—Te has vuelto una descarada. Aquí en la casa de mi abuelo, recuerdo que las
mujeres debían saber cuál era su sitio.
Sus labios eran cálidos y hábiles, pero se apartaron con rapidez. Fue un roce.
—¿Y cuál es mi lugar, señor? —preguntó Judith temblorosa.
—Debajo de mí, por supuesto.
Ella tomó aliento. ¿Era intencionado el doble sentido?
Él le levantó la barbilla de nuevo, así que tuvo que mirarlo.
—Debajo de mí en la cama —dijo él —. En caso de que lo hayas olvidado, tenemos un
asunto pendiente.
Judith tragó saliva, pero estaba decidida a no poner dificultades.
—¿Ahora?

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Él estaba sorprendido.
—¿Aquí, tal vez? Has debido llevar una vida excitante, querida. No, aunque estoy
tentado, no me arriesgaré a nuevas interrupciones.
Profundamente avergonzada, Judith trató de tartamudear una disculpa, pero él la
ignoró.
—Necesito hablar contigo. Entremos en la biblioteca. Por mucho que te guste esta
habitación, mi sensibilidad no la soporta.
Leander caminó detrás de Judith hacia la biblioteca, preguntándose si debería aceptar
su invitación para acostarse ahora. Ella debía creer que era la peor clase de tonto tras
cuatro días de matrimonio y sin haberlo consumado todavía. Sin duda Sebastian había
sido rápidamente dejado de lado.

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Capítulo 12

Había sólo un sillón en la biblioteca, y Judith se dirigió hacia la silla de madera, sin
embargo Leander insistió que se sentara en el sillón grande, y se sentó a sus pies en el
escabel. Judith sintió un extraño impulso de acariciar su cabello ondulado, como si fuera
Bastian. Qué hombre tan imprevisible era su marido. Un hombre peligroso en un
momento y un chiquillo al siguiente. Pero todo saldría bien. El calor regresó.
Él tomó su mano y la besó.
—¿Estos días han sido un poco extraños, verdad?
—Semanas un poco extrañas.
Se puso serio cuando dijo:
—¿Lo lamentas?
Encontró su mirada.
—No. ¿Y tú?
—Para nada. —Miró sus dedos y jugó con ellos un momento—. Debo pedirte una
disculpa por mi comportamiento de la otra noche. Fui imperdonablemente grosero.
Esta vez Judith levantó el mentón.
—No lo fuiste, y te he perdonado.
—Eres generosa.
—¿Se supone que debo guardar rencor por los malos entendidos?
Había una pregunta personal en ello y él la captó.
—Estarías dentro de tus derechos, pero tienes razón. Se trata de un caso de malos
entendidos. No quiero excluirte de mi vida.
—Bueno, no me gustaría eso.
Miró el fuego a lo lejos.
—La verdad es que ésta es una extraña historia, y debe dar una mala imagen sobre
alguna parte de mi familia... —Jugó con sus dedos otra vez—. No hago esto muy bien
probablemente. No estoy acostumbrado a revelar mis secretos más íntimos.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—No quisiera meterme...


—No es ninguna intrusión...
Se paró de un salto, y en un momento, apareció a su lado, sentado en la silla y ella en
su regazo.
—Prefiero más esta posición —dijo con suficiencia.
—¿Sí?
Pero Judith se sentía muy cómoda, se acurrucó contra su pecho. Entonces recordó
otro momento y lo miró cautelosamente. Él comenzó a balancear su espalda, podía ver
la chispa de provocación en su mirada.
—¡No te atrevas!
Fue la peor cosa que pudo decir. Él se rió e inclinó su espalda para traspasar sus
labios hasta el fondo. Una mano errante fue añadida al trabajo mientras Judith
gimoteaba por el deseo cuando la enderezó, y reajustó su ropa.
Sin darse cuenta abrió los labios cuando él interceptó su boca. Entonces la besó otra
vez, delicadamente, jugando a atormentarla dejando sus labios sin aliento.
—Estoy disfrutando de esto —dijo suavemente.
—¿Lo haces? —preguntó débilmente.
—Tener a alguien con quien jugar.
Judith se ahogó ante aquella descripción.
—¡Alguien con quien jugar!
—Ah, no te preocupes. No te atormentaré por siempre.
—Pero...
—Esta noche —expresó.
—¿Está noche?
—Definitivamente. —Y la besó otra vez.
Judith empezó a preguntarse si esperarían hasta la noche. Cuándo liberó sus labios, le
dijo:
—Leander, ¿estás evitando nuestra principal preocupación?
—Corazón mío, ¿estás diciendo que esta no es tu principal preocupación?
—¡Leander!

169
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Sus ojos reían, suspiró y capituló.


—Muy bien. —Se puso serio una vez más—. Probablemente intentaba evitar esto.
Créeme, Judith, nunca imaginé que sería tan duro para mí admitir a alguien
profundamente en mi vida. Estoy resuelto a sincerarme contigo, pero puedo vacilar.
Tenme paciencia...
Judith no supo contestar aquello con palabras, así que le respondió con un beso. Se
distrajeron una vez más. Cuando ella contestó:
—Leander.
—Muy bien, tirana. Déjame ver si puedo explicarte mi dilema, sin hacer que mi
familia entera, y yo mismo incluido, parezcamos unos lunáticos.
Judith reunió sus ideas dispersas y trató de prestar atención.
—Esto comenzó, supongo, con mi abuelo, mi abuelo paterno, el primer conde.
Concibió el deseo de tener la casa más hermosa de Inglaterra. Había visto Azay-le-
Rideau en Francia, y como la casa familiar, Hall Knollis, fue construida en una especie
de promontorio cerca del río Farnham, decidió construir algo similar para él.
«Regresó en el setenta y seis, y ya no era joven. A pesar de todo, se había casado con
una heredera, y con aquel dinero derribó su mansión isabelina, y comenzó el edificio de
Temple Knollis. Casi sin querer, creí siempre, engendró dos hijos... supongo que un
heredero para continuar con el trabajo era parte de sus proyectos.
«Mi padre era su hijo mayor, y fue elevado a su posición, que no era tanto conde de
Charrington sino Guardián de Temple. Mi visión en esto puede ser un tanto amargada,
ya que esto viene desde mi padre, que odió el lugar. Como ves, mi abuelo estuvo
obsesionado con su Temple. Mi padre, sin embargo, Dios sabe por qué, creció
obsesionado con viajar. Durante el tiempo que lo conocí, él odiaba el campo en
cualquiera de sus formas, y quedarse en una ciudad durante más de un año o dos le
resultaba tedioso. El pensar en todas las ciudades que no había visto era un tormento
constante para él.
«El abuelo, sin embargo, lo tuvo encadenado a Somerset y Temple excepto en sus días
escolares, e incluso entonces lo enviaron a Winchester, en vez de Eton o Harrow, ambos
mucho más cerca de las tentaciones de Londres. No había, por supuesto, ninguna
posibilidad de un magnífico viaje, aunque mi padre hiciera arreglos privados para
aprender tantas lenguas como le fuera posible. Tenía un don para ello, uno que parezco
haber heredado. Mi impresión de la juventud de mi padre es que estaba en guerra
constante, y se consideraba como un preso con el sagrado deber de escapar.

170
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

«Finalmente el dinero de mi abuela comenzó a agotarse, y Temple aún estaba


inconcluso. Una nueva heredera debía ser encontrada para que mi padre pudiera
casarse, así podría continuar con el gran proyecto. La investigación reveló a Henrietta
Delahaye, heredera de dos grandes fortunas, y bajo la tutela de su ermitaño padre. Una
ciruela madura para la cosecha. El cortejo fue estrictamente de conveniencia, y a mi
padre le fue ordenado casarse con ella. Arrastraba sus pies, viendo aún remoto el
confinamiento, hasta que se dio cuenta de que la fortuna de Henrietta sería suya. Se casó
con ella con prontitud, y de inmediato se fueron al extranjero donde encontró una
posición diplomática, y casi de paso, su área de talento.
Judith había seguido la conversación con cuidado, no vio nada particularmente
extraño en ello.
—Yo diría que esto le sirvió a tu abuelo en cierta forma.
—Ah, probablemente, pero nunca lo vio así. Leí algunas de las cartas para mi padre,
y eran violentamente injuriosas, lindando en lo desequilibrado. En una línea le pedía
desesperadamente que regresara a casa y trajera el dinero con él. En la siguiente lo
amenazaba con pegarle un tiro si lo veía.
La miró con arrepentimiento.
—Realmente debí haberte dicho esto antes de que te casaras conmigo.
—¿Por miedo de la locura heredada? Sólo veo a un tirano frustrado. No existe ningún
signo de que hayas heredado tendencia a la megalomanía.
Él sonrió ligeramente.
—No me has probado aún, esposa.
Judith sintió un temblor bajo su espina dorsal que era, de una manera extraña, en
gran parte entusiasmo.
—Tu abuelo no podía hacerle nada a tu padre, pensándolo bien, ¿o sí?
—Nada en absoluto, sobre todo cuando mi padre rara vez pisaba suelo inglés. Sin
embargo, yo fui enviado a Inglaterra a la escuela.
—¿Y qué pasó?
—Mi padre me advirtió extremadamente antes de que me marchara, la idea
primordial era que si yo alguna vez me acercaba a Temple nunca sería libre otra vez.
Ahora me pregunto, si de no haberme advertido, habría sido atrapado por la maravilla
de Temple, pero a la tierna edad de doce pensé que mi abuelo me mataría, o al menos
me arrojaría a un calabozo. No me habría acercado al lugar ni por mil guineas. El abuelo
trató de arrastrarme hasta allí por cualquier medio, lo que me aterrorizó inclusive más.

171
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Me envió tentadoras invitaciones, ofreciéndome deportes y caballos. Cuando fui mayor,


me ofrecieron inclusive mujeres. Dos veces recibí mensajes urgentes de que se
encontraba en su lecho de muerte. Me sentía culpable, pero mantuve mi palabra.
La trasladó a la silla y se movió agitadamente delante del fugo.
—Hasta vino una vez a verme —señaló—, y montaron la escena más conmovedora.
Esto finalmente me convenció de que mi padre no se había equivocado; el abuelo estaba
loco. Estaba claro que el anciano no podía imaginar nada más valioso en la vida ni más
importante que Temple.
Leander agitó la cabeza.
—Fue extraño y aterrador para un chico de quince años. Sus uñas estaban largas y
amarillas y su cabello blanco, su atuendo se encontraba desgastado. Conversó de un
modo incoherente, y habló del edificio como si fuera una amante... Como puedes
observar —señaló de mala gana—, cuando mi padre sugirió que mi tío Charles podía
matarme para conseguir el lugar, ya no pude dejar de escucharlo por completo.
—¿Matarte?
—Eso fue en el lecho de muerte de mi Padre. Residía entonces en el ejército. Y para
serte sincero, ya que trataba con la muerte y el peligro todos los días, un hombre loco en
Inglaterra no me preocupaba sobremanera. Fue después de Waterloo, cuando me
encontré aún con vida y siendo conde, que tuve que considerar la situación. —Paró de
deambular y se sentó en el taburete otra vez—. Déjame contarte sobre el tío Charles.
—Era el segundo hijo.
—Sí, y al parecer heredó de su padre el amor por Temple. Quedándose
voluntariamente a ayudarle con el trabajo. Sin embargo, no se casó con una heredera,
supongo que no era tan fácil para un hijo segundo que era simplemente el
administrador de su padre. Se casó con una chica local, Lucy Frome. De buena estirpe
de granjeros. Producían bebés como conejos.
—¡Leander!
Él se ruborizó ligeramente.
—Lo siento, estoy haciendo eco de mi padre que estaba un tanto amargado porque mi
madre parió sólo uno.
—¿Por qué siempre la culpa es de la mujer? —musitó Judith.
—¡Paz! —exclamó él—. Tienes razón. Pero en este caso, para ser bondadosos, una
dosis femenina resultaba rotundamente buena para la línea de sangre. Tengo diez
primos, y ocho son varones.

172
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Buen Dios, sí que es una familia. ¿Cuál es el problema, son difíciles de mantener?
Él frunció el ceño y miró a la distancia.
—El problema es que no sé cuál es el problema. —Sonrió y se volteó a verla—. Voy a
tener que concluir que si alguien se encuentra loco, ese soy yo, ¿verdad?
Reanudó la historia.
—Mi abuelo murió a los noventa, y en ese momento se detuvo el absurdo por lo que a
mí concierne. Poco después de eso, me incorporé al ejército y hubo otras cosas de qué
preocuparse. Fue sólo la muerte de mi padre lo que me planteó de nuevo la cuestión en
la mente. Mi padre estaba convencido de que el tío Charles haría cualquier cosa para
conseguir el lugar para él, y las cartas que había recibido de la mendicidad de éste eran
parte de un complot cobarde para que regresara a Temple. Además se atormentó con las
peticiones de capital adicional y su estado no siempre fue ignorado, y creyó que su
hermano le robaba. Como ya he dicho, no le di mucha importancia al tema, pero cuando
me encontré, para mi sorpresa, que había sobrevivido a la guerra, tuve que hacer algo.
Soy el conde, y ésta es mi única responsabilidad.
«Decidí que lo más atinado era ir y ver Temple por mí mismo, y de ser posible
evaluar a mi tío y su familia. Los años de reprimendas habían dejado rescoldos, así que,
fui de incógnito.
«Todo estaba calculado, vi solamente al ama de llaves y me mostró los alrededores, y
un par de chiquitos que asumí podían ser dos de mis primos. Parecían niños
absolutamente normales, aunque más apropiadamente dóciles. Habría pensado que la
acústica del pasillo era la sala ideal para inventar juegos, pero ellos pasaron de puntillas
como unos ratones nerviosos en una catedral.
—Evidentemente les habrían indicado como comportarse cuando estuvieran
invitados alrededor.
—Supongo que sí —dijo Leander con el ceño fruncido—, pero lo que me sorprendió
de Temple Knollis fue su silencio. Se parecía más a un museo, una catedral o incluso,
una parte deshabitada, aunque el ama de llaves me aseguró que la familia se encontraba
en la residencia. Se sentía como esta casa, pero claro, este lugar ha estado desocupado
durante años...
—Así que no te gustó.
—Para serte sincero —dijo Leander—. No lo sé. Es indiscutiblemente muy hermoso.
Se levantó y tomó una carpeta de un estante, lo abrió en una mesa.

173
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Ven y mira esto. Las encargué después de mi visita. Es un lugar realmente


impresionante.
Judith miró las acuarelas un poco más grandes y más claras que la pequeña pintura
que Beth le había mostrado. Eran las de un palacio de hadas sobre un promontorio, con
una exclusiva calzada elevada que permitía el acceso a una puerta con arco.
Aquella entrada conectaba directamente con el muro del patio del jardín. Las paredes
rodeaban aquel patio como un moderno castillo, con una sólida casa en un extremo
decorada con torrecillas de cuento de hadas.
Era difícil señalar lo que hacía Temple Knollis tan sorprendente, pero hasta en los
cuadros podía apreciarlo. Era, a su juicio, una cuestión de proporciones perfectas.
Leander habló suavemente.
—Estos cuadros no pueden capturar la piedra. Es de granito rosáceo, y cambia con
cada alteración de luz. El río allí es generalmente liso y refleja la casa como un espejo. El
jardín está lleno de plantas aromáticas con vivas mariposas. Es una parte del país de
todas formas hermosa. El aire es suave y dulce, y siempre parece estar lleno del canto de
los pájaros. Los pastizales son exuberantes, los setos se han elevado y profundizado a
través de los siglos. Es el mismo retrato de Inglaterra.
—Entonces, ¿por qué no estás viviendo allí? —preguntó Judith.
Él se ocupó en guardar en su lugar los cuadros.
—Era tentador al principio, pero decidí pensarlo. Las advertencias de mi padre
habían echado raíces, y sentía que debía resistir a ese poderoso llamado de sirena.
Además, tenía el problema del tío Charles.
Deslizó la carpeta en la repisa.
—Cuando llegué a Inglaterra, me puse en contacto con mi tío por carta, y recibí una
respuesta. Era desconcertante, me recordaban las cartas de petición de mi abuelo para ir
hasta allí, amenazando con consecuencias extremas si no lo hacía, aunque éstas parecían
aún más largas que las líneas de la casa que se derrumba como las paredes de Jericó.
Ahora ya había conocido el lugar, y tuve que preguntarme si él podría estar dispuesto a
matarme por ello. Había aprendido con la guerra a ser cauteloso. Habría sido
absurdamente fácil organizar un accidente, ¿quién lo cuestionaría?
Ella tembló con sólo pensarlo.
—Entonces ¿qué fue lo que hiciste?
Se encogió de hombros.

174
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—No podía desviarme de mi meta por todo eso y no sentía ninguna prisa. Había
llegado a casa para establecerme, pero era nuevo en Inglaterra, y ajeno a mis
responsabilidades como conde. Me empeñé en aprender sobre las propiedades, era una
ardua tarea. Lo visité todo: Cumberland, Sussex, y Rutland. Comencé a aprender sobre
la administración de la propiedad.
—¿Qué resultó de ese confuso arreglo?
—Todo el dinero del condado pasaba a través de Temple, como ves, mi abuelo y mi
tío Charles habían desarrollado una forma muy rara de contabilidad. El hombre de
negocios de Knollis aquí en Londres parecía no tener ningún problema con ello, pero yo
no podía hallar pies ni cabeza en ello, y no conseguí estar seguro de poder confiar en él
tampoco. Bien podía estar aliado con el tío Charles. Seriamente pensé en ir a Temple y
exigir una contabilidad clara, pero entonces recibí una carta de mi tío que demostraba
ser consciente de mi interés por los negocios de la propiedad, y me pidió hacer
exactamente eso.
Se rió, tímidamente.
—Debo admitir que comencé a preguntarme si esto no era un complot maquiavélico
de conseguir que fuera por un medio u otro. En cambio, contraté a un nuevo hombre
aquí para increparlo, y explicármelo todo, en particular el por qué no había tanto dinero
como debería haber.
Judith puso una expresión de alarma fingida.
—¿Trata de decirme que está en la ruina, señor?
Leander sonrió abiertamente.
—No te preocupes. Eso no es factible, aunque podría decirse que había escasez, como
mi padre había reclamado. El Condado de Charrington es muy próspero, pero mi
ingreso es estrictamente adecuado. Mientras yo estaba con el ejército, era suficiente para
mis necesidades. Cuando me presenté en Londres, sin embargo, era obvio que el ingreso
no era tanto como debería ser...
—Entonces, también piensas que tu tío Charles te roba —dijo Judith.
Él mostró una mueca de franqueza.
—No me gusta pensar así de mi familia, pero parece cada vez más una posibilidad.
Judith escuchó en su tono cuánto le importaba su familia. Quizás había esperado
acercarse a su tío y primos, y fue herido por sus acciones. Quizás la generosidad hacia
su familia no había sido una compra de favores, sino un deseo por formar parte de esta.
Y ella lo había impedido.

175
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—¿Tu tío tiene ingresos propios? —preguntó.


—Sí. Siempre recibió generosos ingresos como administrador, aunado al hecho que
vivía libre en Temple. Incluso a la muerte de mi abuelo, recibió una propiedad dentro de
ésta llamada Stainings. Los ingresos son más de cinco mil al año. Lo que es muy
adecuado. Habrá herencia para sus niños, también.
Las cifras eran suficientes para hacer marear a Judith. Por lo que se preguntó, ¿cuál
sería el ingreso del condado de Charrington si podía excluir tal parte de la propiedad sin
preocupación?
—¿Qué intentarás hacer ahora?
Él tomó un libro, luego lo dejó.
—No sé. No tengo las pruebas de la ilegalidad y no estoy seguro de que pudiera
procesar a mi propia familia.
Judith lo afrontó.
—¿Qué parte juega nuestro matrimonio en todo esto?
Leander encontró su mirada, con remordimiento.
—De alguna manera y de ninguna a la vez. Evidentemente, una de las cosas que noté
en Temple Knollis era que la tierra estaba descuidada. Los hierbajos crecen en los
campos, el drenaje es pobre, casitas de campo destartaladas. Tengo la intención de
corregir esto, pero no sé mucho sobre tales cosas. Necesitaba a alguien que me ayude a
pertenecer a esta tierra.
—Un administrador sería de más ayuda que yo.
Buscó refugio en el fuego otra vez.
—No quería sólo un empleado —dijo suavemente. Podía escuchar el titubeo en su
voz—. Estaba cansado de estar solo, Judith.
Lo tomó de la mano, demasiado conmovida para hablar. Sus dedos se apretaron
sobre los suyos. Entonces la miró, sonriendo burlonamente.
—No te derritas por mí todavía. Tenía muchos otros motivos para casarme. Ya que
ellos parecían ser poco confiables, quería que mi familia se fuese. Pero no podía verme
plenamente descender sobre Temple, con la fusta en la mano, como Cristo en el Templo.
Pensé que sería ingenioso y sutil adquirir a una esposa, y pedirles que se marcharan.
También pensé que mientras más pronto me casara y estableciera un cuarto con niños,
menos probable era que ellos heredaran. Cuando te encontré, comprendí que una
esposa y una familia serían lo mejor.

176
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—¿Por qué? —preguntó Judith, todavía sosteniendo su mano débilmente.


Él se encogió amargamente.
—Lo confesaré todo. Pensé que cualquier matrimonio, hasta uno reciente, les daría la
pausa si ellos tenían realmente malos propósitos. Podrías estar ya embarazada.
Su mirada debió haber remarcado aquello. Giró su mano para sostener la suya.
Sonrió perezosamente y levantó la mano hasta sus labios.
—Realmente tendremos que trabajar en ello.
Judith no estaba de ningún humor para flirteo.
—Dios mío, Leander. ¿Si ellos tienen un asesinato en mente, por qué retrocederían
ante dos?
Sus labios se apretaron en una fina línea y todo humor abandonó su rostro.
—Créeme, Judith, nunca consideré eso. Supongo que dos muertes levantarían
sospechas, pero no obstante... Nunca tuve la intención de exponerte a ningún peligro, lo
juro. De todas formas —le dijo con una sonrisa tranquilizadora—, estoy convencido que
en parte son disparates. No he encontrado ninguna prueba de alguien deseándome
daño alguno desde la última bala francesa, el asesinato de alguien no es una acción
difícil si uno pone empeño.
—Espero tengas razón —dijo Judith—. Están los niños también.
—No existe seguramente ninguna causa para tener los pelos de punta. —Le tomó
ambas manos con firmeza—. No te sientas tan inquieta. Nunca pretendí asustarte.
¿Ahora ves por qué estaba poco dispuesto a contarte todo esto? Cuando lo puse en
palabras, todo se tornó en un lío de bobadas. Cuando, como espero, escuchemos que no
hay ninguna enfermedad en Temple, nos estableceremos allí y solucionaremos las cosas
de una vez por todas, aunque eso signifique que tenga que gruñir, y enfadarme, y ser en
el fondo poco diplomático.
Oyeron las voces de los niños pidiendo a su Mamá.
—No te preocupes —dijo—. Cuidaré de ti, y de ellos. —La besó en los labios cuando
los niños entraban precipitadamente.
—Mamá...
—No. —La voz de Leander era calmada pero firme—. Vosotros dos id al vestíbulo,
contad hasta treinta, luego tocad. Entrareís sólo cuando yo os dé permiso.
Las caras de ambos niños se entristecieron. Bastian lo miró coléricamente, y Rosie con
lágrimas en los ojos. Se fueron sin embargo, y cerraron la puerta.

177
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Leander... —dijo Judith con vacilación.


Era formidable.
—Estamos casados. No les podemos consentir que se sientan libres de entrar
precipitadamente en nuestra habitación cada vez que quieran, a menos que desees que
vean más de lo que los niños deberían.
Se sonrojó.
—Es poco probable que irrumpan en nuestros dormitorios.
—Creo que probablemente están más acostumbrados a tomarse libertades en el tuyo.
—Un destello de humor taimado iluminó sus ojos—. ¿Y qué te hace pensar que tengo la
intención de reservar nuestros momentos íntimos sólo para la cama?
Antes de que Judith pudiera responder a eso hubo un golpe suave en la puerta.
—Entre —dijo Leander.
Los niños entraron despacio. Rosie estaba callada. Bastian estaba enojado. Judith
quiso abrazarlos a ambos, pero supo que eso no sería sabio.
—¿Bien? —dijo Leander con una sonrisa diplomática—. ¿Os gusta vuestra casa
nueva- al menos una de ellas?
Rosie miró silenciosamente sus zapatillas.
Bastian dijo:
—Es fea. —Era una condenación absoluta de algo más que la casa.
Leander miró a Judith pidiendo ayuda pero ella se encogió de hombros ligeramente.
Él había causado esto, y tenía que manejarlo. ¿Esperaba que todo fuese fácil?
Leander se sentó.
—Bastian y Rosie, venid aquí, por favor.
Arrastraron los pies hacia él como si tuvieron cadenas en sus tobillos.
—Bastian, Rosie, yo sé que os sentís heridos porque tuve que reprenderos, pero
debeis entender que todos estamos haciendo cambios. Habéis tenido a vuestra madre
para vosotros solos desde que vuestro padre murió, pero ahora quiero compartirla con
vosotros. Quiero besarla algunas veces como las personas casadas lo hacen, y seríamos
más felices al estar solos en esos momentos. Por eso no debeis irrumpir en nuestro
cuarto sin llamar. También debeis recordar que vuestra madre y yo podemos tener
invitados adultos, y puede que no quieran ser perturbados.
Bastian alzó la vista hasta él, todavía con el ceño.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Me gustaba más estar en la casa de campo. Desearía que nos hubiéramos quedado
allí.
Leander continuó animosamente.
—Entonces tendremos que trabajar en mejorar las cosas para vosotros aquí. ¿Qué os
hace falta?
Estaba claro que los niños no podían pensar en nada. Rosie alzó la vista tímidamente.
—No me molesta estar aquí, Papá Leander.
—¿Bastian? —Leander lo apremió.
El niño era reacio a olvidarse de su queja.
—No pienso que sea justo —dijo.
—¿Qué?
—¡Tú dijiste que no podía montar hasta que llegásemos a Temple Knollis, pero no
llegaremos allí hasta dentro de unos meses!
—Ah —dijo Leander, relajándose—. De hecho, estoy determinado a que estemos allí
para Navidad, pero tienes razón. Bastian, cuando tengas una queja legítima, debes
sentirte con la libertad para discutirlo francamente, en vez de estar contrariado. ¿Qué
piensas que sería justo?
Bastian miró a Leander directamente por primera vez, sorprendido por la pregunta.
Su malhumor se fue para ser sustituido por la esperanza.
—¿Cuánto tiempo nos hubiera llevado llegar a Temple Knollis, Papá?
—Cuatro días, quizá.
Bastian contó en su cabeza.
—¡Éste es el cuarto día!
—Entonces si tu madre está de acuerdo, podríamos considerar reanudar mañana tus
ejercicios de equitación.
Dos pares de jóvenes ojos volaron hasta Judith.
—Me parece justo —dijo sobriamente.
Los niños gritaron de alegría.
—Ahora —dijo Leander—. ¿Qué piensas en realidad de esta casa? Vuestra madre y
yo estamos de acuerdo que es fea y pasada de moda, así que no necesitais refrenar
vuestros sentimientos.

179
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Me gusta el pasamano —dijo Rosie con una risa nerviosa.


—Hay un súper caballito de balancín —dijo Bastian.
Leander sonrió abiertamente.
—Lo recuerdo. Tiene estribos y riendas de color escarlata.
—Ya no. No tiene nada de eso.
—Mamá —dijo Rosie, claramente recordando la razón por la que la había salido a
buscarla en primer lugar—. ¡Bastian no me deja cabalgar después de que me caí!
—¡Bueno, me culparán a mí si te lastimas, tonta!
Judith corrió a detenerlos con un abrazo.
—Cállaos, silencio. Si podemos encontrar algunas riendas y estribos no te caerías,
Rosie. Y Bastian, si encontramos un compañero para ambos, no te sentirás abrumado
por la responsabilidad.
—Estarás con nosotros —dijo frunciendo el ceño otra vez.
Judith miró a Leander pero decidió que este era su turno para manejar el problema.
—Como lord Charrington dice, queridos, las cosas serán un poco diferentes ahora.
Todavía habrá montones de veces que podremos pasar juntos, y por supuesto ahora
tenéis a Papá Leander para cuidaros, también. Pero tengo muchas responsabilidades
nuevas. Me pregunto si Betty o George podrían estar con vosotros mientras tanto. Para
cuidaros, y mostraros el sitio.
Los niños se vieron claramente dubitativos acerca de todo, pero Rosie dijo:
—Betty es divertida.
—George está bien, también —admitió Bastian—. Sabe boxear, y le gusta Blucher.
Leander habló.
—Entonces uno u otro o ambos pueden cuidar de vosotros cuando vuestra madre y
yo estemos ocupados. Probablemente ambos conocen Londres mucho mejor que
nosotros. Ahora, es hora de comer y los dos estáis bastante polvorientos. Porque no os
vais y os laváis. ¿Sabeis cómo tocar el timbre para llamar a los sirvientes?
Asintieron con la cabeza.
—Entonces id.
Cuando se fueron, se volvió a Judith con una apariencia pesarosa.
—Confieso que nunca pensé que tendrían resentimientos hacia mí de esa manera.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—¿Un golpe para tu ego? —preguntó ella, pero luego dijo—: Lo siento. Eso es apenas
justo. Van a tener problemas con algunos de los cambios, y temo que te culparán la
mayoría de las veces de ellos a ti.
—Supongo que puedo hacerles frente. Me debería hacer más fuerte para la Batalla de
Temple. No me gusta cuando me miran con esa reserva, como si esperaran que yo me
convirtiera en un monstruo de dos cabezas de un momento a otro. Pero no siempre los
puedo mimar. No sería inteligente.
Judith se acercó y enlazó su brazo con el de él.
—Por supuesto que no lo sería. Están en medio de una gran cantidad de cambios, y
todavía están preguntándose que significa todo. Como nosotros. Me cuesta esfuerzo ser
una condesa, y estoy segura que debe ser arduo convertirse en padre de la noche a la
mañana. Pienso que estás desempeñándote espléndidamente.
Leander sonrió ampliamente como un muchachito.
—Gracias. Creo que tú haces muy bien el papel de condesa, también.
—Aunque apenas he empezado. —Judith quiso decir que no había intentando ocupar
su lugar en sociedad pero vio que él leía otro significado. La miró con una apariencia
somnolienta, sensual y la encaminó directamente hacia el comedor. No había olvidado
ese comentario acerca de no restringir los momentos íntimos sólo al dormitorio.
Después de la comida, Leander examinó la lista de Judith, e hizo arreglos para
contratar un carruaje y los caballos de una librea cercana, y para que los montaran los
niños. También le dio a ella un rollo de billetes como parte de su dinero para gastos
diarios, y la autoridad para ordenar a los comerciantes que le enviaran las cuentas a su
hombre de confianza.
Judith miró los billetes, eran más que su asignación trimestral antes de su
matrimonio.
—Eres muy generoso.
Él descartó el comentario con un gesto.
—De nada17.
Cuando descubrió que ella tenía la intención de visitar la tienda de muebles, pospuso
sus planes y la acompañó. Mientras Bastian y Rosie salían con escoltas para explorar las
calles cercanas y los parques, Judith y Leander se dirigieron en un carruaje sin insignia
al establecimiento de Waring y Gillow.

17 En castellano en el original. (N. de la T.)

181
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Judith descubrió que tenía al jovencito de regreso. Leander, al parecer, no había


hecho compras domésticas en su vida. Como había vivido con sus padres, estos se
habían encargado de todos los asuntos de su casa, y su familia siempre había vivido en
alojamientos temporales y alquilados. Como un simple oficial o diplomático, había
tenido poco contacto con las necesidades domésticas.
Estaba encantado con la variedad de diseños y materiales y la selección disponible.
Probó un cuantioso número de sillas.
—Qué idea tan maravillosa —dijo cuando encontró una que le gustó—. Siempre
pensé que el mobiliario que uno tenía era del antojo de los dioses. —Le guiñó un ojo—.
Quizá deberíamos probar las camas. Definitivamente necesito una nueva. La mía parece
tener siglos.
Judith emitió una mirada alarmada al dependiente, y miró ceñudamente a su travieso
marido.
—Waring y Gillow no proveen colchones, sólo marcos, y los marcos de la casa están
en perfecta condición.
—¿Un poco sobrios, creo, no te parece? —Dio un salto y se dirigió hacia las camas.
Judith se olvidó de la discreción y lo agarró de la chaqueta. Él se detuvo y la miró.
—¿No?
—Hoy no. Leander, sólo estaremos en Londres un par de semanas. Cuando
regresamos, nuestros gustos tal vez puedan ser diferentes. Sólo quiero un par de sillas y
un escritorio, aunque supongo que cuando los llegue a tener ya no los usaré en esta
estadía.
Vio el destello en sus ojos y se preguntó cuánto de su actitud infantil era actuada y
cuánta era real.
Se dirigió al dependiente.
—Queremos tres sillas. Aquella y esas dos. —Le indicó la que le había gustado
mucho y el estilo que Judith había escogido.
—Sí, milord. Quizá le gustaría seleccionar la tela...
—No. Queremos esas sillas.
El dependiente palideció.
—Pero son nuestros modelos de muestra, milord.
—¿Y?
El hombre se veía aun más agobiado.

182
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Pero un gran número de personas se ha sentado en ellas.


Leander estalló de risa.
—Bueno yo diría que medio mundo se ha sentado en las que ahora usamos.
Ciertamente se sienten así. Si usted no puede autorizarlo, encuentre a alguien que sí
pueda.
—No... No. Si usted está seguro, milord. Por supuesto...
—Bien. Sigamos con los escritorios. Y no nos muestre ninguna cosa que no este
dispuesto a entregar hoy.
Judith estaba mitad indecisa si debía de esconderse debajo de una mesa ante este
despliegue de arrogancia aristocrática, o mitad inclinada a hacerle una ovación. Estaba
claro que Leander no pensaba igual, y trató de parecer como si apenas hubiera notado el
incidente.
Desdichadamente los escritorios estaban situados al lado de los accesorios para la
biblioteca, dónde con ingeniosidad parecían estar colocados de forma desenfrenada.
Mientras trataba de escoger de entre un número de escritorios encantadores, él
exploraba. Cuando la elección fue hecha, insistió en volver por las sillas, y las colocó
junto a los escritorios.
—No puedo entender por qué este principio no se ha extendido más —dijo
alegremente—. Sólo necesitaríamos un mueble individual. Únicamente tendríamos que
mover una palanca y la cama podría convertirse en mesa del desayuno, luego en
escritorio, luego el sofá...
—Habría migas en todas partes —dijo Judith apagadamente—. ¿Y qué sentido
tendría? Tenemos espacio suficiente para los muebles.
—Pero entonces todo el mundo podría vivir en un solo cuarto. Indudablemente toda
la población de Inglaterra podría vivir en Londres.
Judith negó con la cabeza.
—¿Y esa sería una mejora? De cualquier manera, milord, un gran número de
personas viven en un solo cuarto, toda la familia viviendo en un solo cuarto, pero yo
dudo que puedan permitirse su selecto mobiliario.
Él prefirió verse contenido.
—Sí, madam.
Judith lo empujó fuera del establecimiento, hacia el carruaje. Él le dio al cochero una
dirección.

183
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—¿Adónde vamos? —Judith no estaba muy preocupada. No podía recordar ningún


momento que se sintiera tan libre, y teniendo tanta diversión. Los niños estaban bien
cuidados, no tenía preocupaciones monetarias, estaba con un hombre descabellado que
sin dudar la haría reírse toda la tarde.
—Los colchones —le dijo—. El vendedor me dijo una dirección.
—¿También debemos tener colchones que todo el mundo haya usado antes?
—No —dijo—, hasta ahí no llego. Pero les ordenaremos que cuando volvamos a estar
aquí las camas estén libres de bultos.
—No había realmente ninguna necesidad de intimidar a ese pobre hombre. Puedo
sobrevivir sin sillas nuevas por algunos días.
—¿Pero por qué deberías, cuando ahí hay sillas que están en perfecto estado? Si no te
gustan los revestimientos, ordenaremos otros, entonces pueden recuperar sus muestras.
—Le sonrió abiertamente—. ¿Estas sintiendo simpatía por los sansculottes? ¿Quieres
colgarme del poste más alto que esté cerca?
—Claro que no. Supongo que estoy un poco envidiosa en realidad.
—Entonces vamos con el fabricante de colchones, y podrás hacer de tirana.
—No sabría cómo, y no esperemos obtener los colchones hoy.
—Veamos lo que puedes hacer.
Era un reto. Judith respondía a los retos. Con el fabricante de colchones estaban las
muestras en miniatura rellenadas con pelo, fieltro, plumas, y plumón. Siempre había
querido un colchón de plumón. El costo era muy alto, pero era una condesa ahora...
—Oh, el de plumón, creo —dijo con aire casual. Se volvió hacía Leander—. ¿A menos
que prefieras un colchón más firme, milord?
Él le sonreía de un modo que le hizo pensar acerca de la noche que se avecinaba.
—Probablemente deberíamos tener uno de cada uno, y luego deberíamos dormir en
los dos a ver cual nos apetece...
Apartó la mirada rápidamente.
—Pues bien, tengo la intención de tener el de plumón.
—Entonces yo tendré mejor el de pelo. Estoy seguro que necesito una cama firme.
Judith se volvió al vendedor e hizo las órdenes.
—Nos gustaría tenerlos inmediatamente —dijo tratando de tener un acento
arrogante.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—¡Inmediatamente! —dijo el vendedor, casi dejando caer su lápiz.


Judith descubrió que la arrogancia no le salía naturalmente, y se decidió por apelar.
—¿Es eso posible? —preguntó dulcemente—. Verá, es que mi marido y yo apenas nos
hemos mudado a una casa cuyas camas son terribles. No hemos podido dormir...
El joven vendedor se sonrojó y se movió nerviosamente.
—Bueno, milady, no estoy seguro... Sólo espere un minuto.
Desapareció en el taller. Leander se acercó para susurrar en su oreja.
—Debo recordar estar en guardia si alguna vez decides persuadirme con engaños, mi
amor.
Antes de que Judith pudiera replicar, el vendedor regresó, complacido consigo
mismo.
—Nosotros... eh... justo tenemos un par de colchones terminados, milady, y los
clientes no los están esperando. Les serán enviados hoy.
Judith pasaba apuros para no reírse, pero logró darle al joven una sonrisa radiante
junto con un muy efusivo agradecimiento.
Cuando estaban en el carruaje, Leander tocó su nariz.
—¿Comenzando a apreciar tus encantos?
Judith no sabía qué pensar.
—Sospecho que es más el título que cualquier atributo mío.
—¿En serio lo piensas? —Tomó su mano y besó la punta de sus dedos—. ¿Entonces,
milady Charrington, ¿cuál prefieres esta noche? ¿Duro o suave?
No podía pensar en nada que decir, pero parecía estar muy contento de haberla
dejado muda. Pasó de besar sus dedos a besar sus labios. Judith no encontró nada que
objetar a este comportamiento escandaloso pues estaba inmersa en el dulce placer de sus
labios.
Amablemente la liberó.
—Si debemos esperar a esta noche, como debería una correcta pareja de recién
casados, ahora debo recordar que tengo un número de cuestiones a las que tengo que
asistir estando aquí. ¿Podrías regresar a casa sola?
Judith sintió una decidida renuencia al verlo partir, pero sabía que tenía razón.
—Con un cochero y un lacayo no estaré sola. Claro que no.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Jaló del cordón, y el coche paró para dejarle bajar.


Judith miró como se iba, todavía podía sentir el hormigueo de sus besos, y más
nerviosa que nunca por esa noche. Sabía, por su noche de boda interrumpida qué
esperar, pero siempre que pensaba acerca de sus obligaciones conyugales sus
experiencias con Sebastian venían a su mente. Tampoco podía separarlas a las dos
enteramente, y mezclarlas no tenía sentido...
Fue sólo después de algunos minutos que se dio cuenta que ésta era la oportunidad
para terminar con la miserable factura. Tenía el rollo de billetes que le había dado, y
había como doscientas libras. Le había dicho que se diera un gusto. Estar libre de esta
carga sería la máxima indulgencia posible. Tiró del cordón.
Cuando el cochero abrió la trampilla, lo dirigió al establecimiento del señor Algernon
Browne, Impresor.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Capítulo 13

Judith casi esperaba un lugar de mala reputación, pero cuando el carruaje se detuvo,
lo hizo frente a un elegante edificio de piedra, con una placa brillante de latón
anunciando al propietario. El lacayo bajó del pescante y la ayudó a salir, luego la
acompañó al edificio.
Fueron indudablemente el carruaje y el lacayo los que provocaron tan caluroso
recibimiento. Pronto estuvo reunida con el señor Browne, con el lacayo esperando en el
exterior de la oficina.
—¿Un poco de vino, milady? —ofreció el hombre—. No sabía de su venturoso
matrimonio. Por favor, acepte mis más calurosas felicitaciones.
Judith se sirvió un vaso de vino. El señor Browne no tenía tampoco mal aspecto. Era
un caballero bien parecido y robusto de unos cuarenta años, mostrando claras pruebas
de prosperidad. ¿Y por qué no iba a serlo, pensó mordazmente, con idiotas dispuestos a
pagar cien guineas para encuadernar veinte volúmenes de su poesía en cuero de
cordobán, profusamente dorado?
Ella sonrió dulcemente, sin embargo, mientras él alababa el arte y la sensibilidad de
su anterior marido, y reiteraba lo mucho que el señor Rossiter era añorado por sus
devotos lectores.
—Me preguntaba, estimada señora —dijo el hombre al fin, sin ser completamente
capaz de ocultar el brillo hambriento en sus ojos—, ¿si el señor Rossiter dejó alguna obra
inédita...? Le pregunté al señor Timothy Rossiter, pero negó esa posibilidad. Aunque los
poemas estuvieran sin pulir, estaríamos dispuestos a publicarlos...
—No —mintió Judith con firmeza—. Me temo que no. —Pese a toda su aparente
respetabilidad, el hombre tenía los instintos de un tiburón. Olía el dinero ahora que ella
había hecho un buen matrimonio, y esperaba ganar una comisión por otra edición
extravagante—. Sólo he venido a pagar lo que se debía de la última edición. —Sacó el
dinero que ya había contado en el carruaje.
Él lo tomó, hojeándolo con aparente despreocupación, y escribió un recibo.
—Qué triste —dijo, con aparente sinceridad—. Tenía la seguridad de que estaba
trabajando en algo, e incluso su hermano...

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—No puedo suponer cómo esperaba su hermano saberlo —dijo Judith—. Mi marido
tenía poco contacto con su familia.
—Pero señora Rossiter... digo, lady Charrington... el señor Timothy Rossiter era el
albacea de su marido, y actuaba como agente de su marido en lo tocante a su poesía. Era
siempre él quien entregaba los manuscritos y se encargaba del dinero.
—Oh. —Judith encontró extraño que ella no lo supiera, pero Sebastian le contaba
poco sobre sus asuntos. Como él siempre recibía el correo, y sólo le daba los dirigidos a
ella después de abrirlos, pudo haber mantenido contacto con su familia y ella no se
había enterado.
—Bien, puedo asegurarle, señor Browne, que no hay más poemas disponibles —dijo
Judith—. Si Sebastian no estaba satisfecho, quemaba su obra.
Esto era falso, pero no tenía intención de usar el dinero de Leander para publicar las
obras póstumas de Sebastian.
El señor Browne suspiró lúgubremente.
—Trágico. Trágico.
Hipócrita, pensó Judith. Dejó su vaso y se levantó.
—No —dijo ella—, me temo que nuestra asociación profesional ha llegado a su fin,
señor Browne. —En realidad no pudo evitar la satisfacción en su voz—. Buenos días.
Cuando salió, aspiró profundamente. Algo en esa entrevista había sido inquietante, y
temía que el señor Browne fuera un granuja después de todo, pero al menos había
terminado. Aunque se sentía mal por no haberle contado a Leander todo acerca del
encargo de libros, ahora estaba en orden, y podría dejar de pensar en ello.
Ahora el único engaño en su matrimonio era el pequeño asunto de sus excesivamente
cálidos sentimientos hacia su marido, pero probablemente podría mantenerlos bajo
control.

Los niños comieron con ellos en la cena, pero Leander les advirtió que habría muchas
ocasiones en que este no sería el caso. Judith creyó ver algún descontento en la cara de
Bastian por ello, pero no dijo nada. Sospechaba que temía que los matutinos paseos de
equitación se cancelarían si se portaba mal.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Dio un pequeño suspiro. Había constantes y pequeños roces, causados tanto por el
notable cambio de posición social como por el matrimonio, y no había nada que hacer
salvo abrirse paso a través de todos ellos.
Tenía que reconocer que no podía concentrarse en los sentimientos de los niños
cuando una buena parte de su mente estaba en la cercana noche. ¿Cómo iba a
manejarla? Esperaba poder retirarse como siempre, y hacer que Emery la preparase para
ir a la cama, luego esperaría discretamente en la oscuridad a que Leander viniese a ella.
¿Cuán temprano debería retirarse? ¿Más temprano de lo usual? ¿O quizá así parecería
desvergonzadamente ansiosa? ¿Si se demoraba, parecería ser renuente?
Leander no parecía tener prisa en librarse de los niños. Después de la cena, los
condujo a la biblioteca. Una vez allí, sin embargo, no parecía muy seguro de qué hacer
con su familia, aunque claramente deseaba pasar algún tiempo juntos.
Judith se enterneció.
—Quizá podríamos jugar a las cartas —sugirió.
—¿Whist? —preguntó él, sorprendido.
—Me temo que no...
—¡Al matrimonio! —gritó Rosie, excitada.
Las cejas de Leander subieron rápidamente, y Judith notó que se sonrojaba.
—Es un juego perfectamente irreprochable —le aseguró—. Bastian, ¿tenemos naipes?
Antes de que pudiera contestar, Leander fue al escritorio.
—Tenemos algunos por aquí en alguna parte. —Regresó con un paquete.
—Y necesitaré algunas hojas de papel —dijo Judith, dudando ya de la sabiduría de
esa sugerencia. El sencillo juego de apuestas era uno de los favoritos de los niños pero
siempre generaba excitación y ruido, y ésta era una casa tan digna—. Y algo para servir
de fichas. Generalmente usamos judías.
—Puedo superar eso —dijo él y sacó una caja esmaltada de color negro. La abrió para
dejar caer unas hermosas fichas de marfil pintado encima de la mesa. Judith casi sentía
que debería objetar algo, pero no había nada que los niños pudieran estropear, y ya
estaban cautivados.
—¿Es china esa escritura? —preguntó Bastian.
—Sí.
—¿Puedes decirme lo que pone?

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—No, aunque creo que casi todos son números.


—¿Entonces estas dos líneas serían un dos?
—Creo que sí.
Judith sonrió y les dejó con su exploración mientras preparaba las cinco hojas:
Matrimonio, Intriga, Conspiración, Pareja, y Perfección. Cuando los niños fueron
convencidos para repartir las fichas por igual, colocó los papeles sobre la mesa y le dijo a
Leander:
—Todos ponemos algunas fichas en cada uno.
—Ah, yo he jugado a juegos de este tipo, pero generalmente con apuestas altas.
—¿De verdad? —dijo ella—. Es una tontería arriesgar dinero en algo completamente
dependiente del azar.
—Esa es la base de la mayoría de los juegos, querida. ¿Y quieres decir que no
respaldáis esas fichas con dinero?
—Por supuesto que no.
Él se volvió hacia los niños.
—Y vosotros qué, jovencitos. ¿Tenéis algún dinero que perder, o estoy perdiendo el
tiempo?
Vieron que bromeaba, pero aún así parecían preocupados.
—Tengo tres peniques —propuso Bastian.
Leander negó con la cabeza.
—Veo que como padre tendré que avalarles. Les respaldaré con un penique por ficha.
Rosie clavó los ojos en su montón de discos.
—¡Tengo unos dos chelines! —declaró.
—Sí —dijo Leander con una sonrisa amenazadora—. Pero sólo hasta que yo te gane,
palomita.
La cara de Rosie asumió la determinación digna de un jugador empedernido.
—Bien —dijo Leander—. Explicadme las reglas.
Ambos niños accedieron, en un murmullo excitado, así que fue una sorpresa que él
entendiese algo. Pero al final dijo:

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Un Matrimonio es un rey y una reina. ¿Correcto? Una Intriga es una reina y una
sota. —Miró a Judith con un brillo malvado en sus ojos—. ¿Creía que habías dicho que
era perfectamente irreprochable? Me da le impresión de que es un poco perverso.
Judith se preguntó cómo podía no haberse dado cuenta de eso antes. ¡Y lo jugaban en
la vicaría!
—Una Conspiración es un rey y una sota —continuó, luego hizo una significativa
pausa—. En realidad debo declinar hacer comentarios sobre eso.
Judith quería que se la tragase la tierra.
—Cualquier par consigue una Pareja, y el as de diamantes consigue la Perfección.
¿Tengo razón?
Cuando los niños asintieron ruidosamente, Leander comenzó a repartir con una
habilidad que invistió el juego infantil de alusiones maliciosas. Quizá eso fue por lo que
todos estaban concentrados en ganar y perder. O quizá fue su promesa de respaldar las
fichas con dinero. Los peniques todavía eran una fortuna para los niños, aunque pronto
recibirían una generosa asignación.
Eso no explicaba por qué Judith se encontraba a sí misma observando los montones
de fichas en las diferentes hojas con toda la avidez de un apostador. Se llamó a sí misma
al orden.
Una vez que recobró el juicio, vio que Leander hacía trampa.
Cuando barajó las cartas, tiró el mazo de forma que podía ver los naipes. Cuando los
repartió, algunas veces deslizaba uno del fondo. El resultado final fue que los niños ni
ganaron ni perdieron excesivamente.
Realmente debería decir algo, pero de hecho su corazón se expandió por ese detalle.
Los niños se reían y gritaban excitados, y se preguntó si debía amonestarles, pero a
Leander no parecía importarle.
De hecho, parecía tan excitado como los niños por cada pequeña ganancia, e igual de
decepcionado por cada pérdida. Una buena parte era fingida, pero se divertía. Todavía
tenía la capacidad de disfrutar de las cosas sencillas, aunque raramente hubieran
formado parte de su vida.
Judith decidió introducir esas cosas sencillas en su vida, y exponerlas ante él como
regalos de amor.
Amor... Ella realmente no debería... Pero admitió que ya era demasiado tarde.

191
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Experimentó los movimientos del juego distraídamente, hipersensible hacia cada


movimiento de él. Los niños estaban encantados con su confusión, y orgullosos de lucir
su pericia apremiándola cuando tenía una combinación ganadora.
Cuando Leander empujó algunas ganancias hacia ella y rozó su mano, fue como el
fuego. Ella apartó la mano.
Era una situación desastrosa, especialmente cuando él había demostrado una extraña
habilidad para leer sus sentimientos. Luchó desesperadamente para no traicionarse a sí
misma con un gesto. ¿Cómo debía comportarse en la cama para ser una esposa cálida y
anuente, pero sin permitir que ni un atisbo de este profundo y atemorizante anhelo
saliera a la vista?
Si hubiera podido pensar en una excusa para evitar la planificada consumación, la
habría usado, pero no le vino a la mente nada que no fuese obviamente falso. Y no era
sólo una noche la que ella tenía que afrontar, sino el resto de su vida.
Por fin Leander anunció el fin del juego, y contó las ganancias. Les dio a los niños un
penique por cada ficha. Bastian recibió unos cuatro peniques, Rosie casi dos chelines.
—Tienes que darle también a Mamá sus ganancias —dijo una eufórica Rosie.
—Es lo que hago —dijo Leander—, pero la mente de mamá claramente no está en el
juego. Le quedan sólo seis peniques. —Colocó los peniques en su mano, cerrando sus
dedos amablemente sobre ellos. Judith, aturdida, pensó que atesoraría las monedas para
siempre.
Apartó sus absurdos pensamientos el tiempo suficiente como para enviar a los niños
a sus habitaciones, prometiéndoles que iría a verlos y les leería. Miró nerviosamente a su
marido, preguntándose si objetaría algo.
—Creo que es importante tratar de atenerse a sus costumbres habituales.
—Estoy seguro de que lo es —dijo él, aparentemente despreocupado. Estaba
recogiendo los naipes y las fichas—. Bien ¿estás contenta con tus sillas y tu escritorio, sin
mencionar los colchones?
—Todos parecen excelentes.
—¿Y estás segura de no hay nada más que necesites para tu comodidad?
—No puedo pensar en nada por el momento.
Parecía ridículo estar manteniendo una conversación tan prosaica cuando sus nervios
estaban al límite.
—¿Sabes cuánto tiempo permaneceremos aquí? —preguntó ella.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—No, pero no será mucho, espero. Hablé hoy con Cosgrove, mi procurador, y le dije
que pusiera a más dependientes con los libros de Knollis. Debería tener algo de sentido
pronto. Ciertamente no te recomiendo que desempaques nada salvo las cosas esenciales.
—Se dirigió a atizar el fuego, luego se levantó—. Por cierto, entre nuestras pertenencias,
hay aparentemente una caja de alguna clase de vino.
—Oh sí, mi vino de bayas.
—Bayas —dijo inexpresivamente—. ¿Qué se supone que haremos con eso?
—Beberlo, espero. —No estaba segura cómo explicar el impulso que le había hecho
traerlo.
Él se encogió de hombros.
—Se lo podemos dar al personal.
Judith clavó los ojos en él.
—¿Estás diciendo que no es lo bastante bueno para tus nobles labios?
Su rostro empalideció.
—Claro que no. Lo serviremos con la cena de mañana.
—No está listo para beber aún —apuntó ella—, además de que sin duda habrá
sufrido las sacudidas del viaje.
—Entonces lo beberemos cuando esté listo.
Él manejaba desesperadamente el bochorno. Judith se había sentido herida por un
momento, pero ahora le amaba aún más.
—Sí, lo haremos —dijo dulcemente, intentando no reírse—. Te gustará. De veras que
lo hará.
Ella casi vio el respingo.
—Estoy seguro de ello.
En ese momento, Judith decidió hacer una mezcla de jugo de higo y vinagre para la
primera prueba, simplemente para poner a prueba sus habilidades diplomáticas.
—Una botella estará lista para Navidad —dijo ella.
—Entonces brindaremos en las fiestas con eso en Temple —dijo valientemente.
—O quizá deberíamos guardarlo para algún invitado especial —meditó—. Después
de todo, el vino de bayas es bastante menos común que el de uva. Quizá si el Regente
viene a hacer una visita...

193
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

De verdad Leander boqueó, y cerró la boca con un chasquido.


—Er...
Judith estalló de risa.
Sus ojos brillaron en respuesta.
—Tú...
Pero antes de que pudiera tomar represalias, Betty entró, hizo una reverencia y
anunció que los niños estaban en sus camas. Judith se alegró de tener una excusa para
escapar.
—Voy a subir, entonces. —Lo miró buscando algún indicio, pero luego se lanzó—.
Yo... er... creo que me retiraré cuando los niños estén acostados, si todo va bien.
—¿Les molestaré si yo también voy y me paso a desearles buenas noches?
—Estoy segura de que les gustará.
Él sonrió.
—¿Y te molestaré si me paso a desearte buenas noches...?
Judith tragó.
—No. No, de ninguna manera.

Una vez que los niños dijeron sus oraciones, les leyó más de la historia del pequeño
Peter, al que se lo habían robado los gitanos, pero que estaba logrando hacer una
fortuna en la marina. Luego revisó que ambas mascotas estuviesen a salvo en sus cajas y
se dirigió a su propia habitación, cerrando cuidadosamente la puerta contigua.
Se sintió como si estuviese cruzando el Rubicón.
A pesar de todo, sonrió al ver su grueso y profundo colchón. Eso había sido un éxito.
Ciertamente había demostrado que podía con esta nueva vida. Una vez que el siguiente
paso estuviese completo y fuese realmente su esposa, todo sería perfecto y la nueva
cama parecía una prometedora señal.
Llamó a Emery y se preparó para ir a la cama. Se puso uno de sus camisones de seda
y se estremeció levemente al pensar que él tal vez quisiese que se lo quitara.
Entonces tuvo un extraño pensamiento.

194
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

¿La habría gustado a Sebastian que ella usara camisones de seda? ¿Sería posible que su
falta de entusiasmo en cumplir sus deberes maritales se debiese a que había hecho las
cosas mal? Su madre nunca le habló de tales cosas...
Por otra parte, además de una familia numerosa, no tenía ningún indicio de que su
padre hubiera disfrutado realizando sus deberes. Sabía por experiencia propia que
bastaba con unas pocas visitas conyugales para concebir un hijo.
¿Sería posible que ella, sus hermanas, su madre y posiblemente sus abuelas lo
hubiesen estado haciendo mal durante generaciones? Sintió un sofocado pánico en la
boca del estómago. ¿La calma de Leander respecto a la enfermedad de Rosie en su noche
de bodas había sido un signo de alivio al ver que no tenía que continuar?
¿No había sido capaz de continuar?
Judith recordó esas vergonzosas ocasiones cuando Sebastian se había metido a su
cama y nada había pasado. Algunas veces la había lastimado, apretándose y empujando
contra ella, pero no la penetraba y sabía que era por que no se había endurecido
apropiadamente. El endurecimiento era señal de que un hombre deseaba a su esposa y
Sebastian claramente no la había deseado...
El pánico creció y empezó a sentirse enferma.
Recordó su noche de bodas. ¿Toda esa jugarreta se debía a que Leander trataba
desesperadamente de endurecerse y no lo había logrado?
La criada había terminado de peinar su cabello en dos trenzas y ahora iba de aquí
para allá pasando el calentador alrededor de la cama una última vez, luego se marchó
llevándose el calentador consigo. Judith sólo se sentó ahí, mirándose en el espejo.
Él había bailado con princesas, probablemente se había acostado con ellas también.
¿Qué podría querer con Judith Rossiter, incluso vestida con seda?
No, no Judith Rossiter. Judith Knollis.
No, eso tampoco. Le había explicado que una condesa utilizaba su título como
apellido. Era Judith Charrington. Tragó y levantó el mentón. Si lo era, era
completamente debido la insistencia de él. Si descubría que no le gustaba, sería el único
culpable. Cumpliría con su deber y entregaría lo que había prometido como mejor
pudiera y si él no era capaz de cumplir con sus deberes. Bueno...
Judith presionó las manos contra su boca. Sería tan embarazoso.
Apagó las velas y se deslizó dentro de la cálida y suave cama. Se acurrucó
inmediatamente en un sedoso hueco como un ratón en un nido, aunque ni siquiera ese
sensual placer pudo tranquilizarla. Sintió que se congelaba mientras lo esperaba.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Escuchó como el reloj marcaba los minutos y ruidos distantes, aunque no pudo
determinar si eran de Leander preparándose para ir a la cama o los sirvientes realizando
sus tareas. Sus ojos se acostumbraron a la penumbra, por lo que estar a la luz de las
llamas no le pareció como oscuridad. Deseó que estuviera completamente oscuro.

Leander se puso su camisa de dormir y bata de terciopelo, estaba sorprendido de lo


nervioso que se encontraba. El desastre de su noche de bodas no había sido su culpa,
aunque de todos modos, temió que si no mostraba elegancia Judith lo cuestionase.
La decorosa ropa de cama en la oscuridad no era su estilo habitual y no se sentía
cómodo con ello. Sin embargo, estaba decidido a hacerlo de esta manera la primera vez
por el bien de Judith. Luego probaría gentilmente otras alternativas más interesantes, si
se lo permitía.
Si no, no insistiría aunque estaría desilusionado...
Se dio cuenta de que se estaba retrasando y sacudió la cabeza. Apagó las velas de la
habitación y se dirigió a la habitación de su esposa.
Judith escuchó que la puerta se abría y se giró para mirar. Él estaba lejos del fuego y
era sólo una figura oscura. Se acercó a la cama.
—Dios santo —dijo—. ¿Estás aquí dentro?
La hizo reír a pesar de su estado de ansiedad.
—Bastante adentro. No estoy segura de cómo bajarme, pero es maravillosamente
cómodo.
Se quitó la bata y se deslizó entre las cobijas. Ahora el cálido hueco los acurrucaba a
ambos. La atrajo hasta tenerla entre sus brazos.
—Creo que me gusta. Es como retozar en las nubes.
A pesar de todos sus miedos, Judith reaccionó a la agradable alegría de su voz y lo
placentero de su abrazo y se relajó.
Leander la besó en la mejilla.
—Betty está durmiendo con Rosie. A menos que se trate de una muerte inminente,
podrá manejarlo.
Eso calmó aún más a Judith.
—Entonces, ¿estabas desilusionado? —preguntó tímidamente.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—¿Crees que no lo estaba? Y yo que creí que habías apreciado mi noble abnegación.
¿Tú no estabas desilusionada?
—Sí —admitió suavemente. En este privado hueco, profundo debajo de las mantas, la
luz de las velas casi no iluminaba. Era un lugar privado.
La besó en los labios, gentilmente, pero con la boca abierta. Su lengua tentó sus labios
de manera que no pudiera evitar abrirlos. Él retrocedió.
—No te decepcionaré otra vez —le prometió.
—No fue tu culpa...
La silenció con otro beso, más fuerte, más demandante. Judith supo lo que debía
hacer y abrió la boca. Su lengua exploró la de ella. Se lo permitió, sin saber si había algo
más que debiese hacer. Esto no se parecía en nada a como era con Sebastian, incluso la
posición. Con este suave y sedoso nuevo colchón, parecía no haber posibilidad de que se
recostara bien sobre su espalda; simplemente parecían rodar juntos.
Él besó su cuello y su oreja. Sus manos recorrieron suavemente su cuerpo. Sus labios
exploraron su cuello. Una cálida marea la recorrió, bajando sus defensas, tuvo que
luchar para mantenerse lúcida, por tratar de hacer las cosas bien. Luego sus manos
pasaron ligeramente sobre sus pezones y gimió con sorpresa frente a lo dulce que ese
fugaz toque había sido.
Retrocedió por un momento. Luego sus manos sostuvieron su cabeza mientras la
besaba. Su lengua se hizo más ruda y la deslizó dentro y fuera, una y otra vez. Con esta
evidente simulación, Judith hizo una ahogada protesta. Sus labios liberaron los suyos.
—Dios —dijo él—, empezaba a creer que los niños eran producto de la inmaculada
concepción.
Judith luchó por alejarse.
—Lo siento...
Él gruñó.
—Dios, también yo. No lo quise decir de esa manera. Tuve un repentino ataque de
cobardía. Nunca he hecho esto antes, sabes, y tu sí.
—¿Qué? —Tras pensarlo un momento estuvo segura de que no podía estar diciendo
que era virgen.
Escuchó el humor en su voz.
—Hacer el amor a la esposa, en la oscuridad, con ropas de dormir...
Lo estaba haciendo todo mal.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Lo siento —dijo nuevamente, tratando de enfrentarlo, quitarse la ropa de dormir,


encender las velas...
—Oh, demonios... —dijo él y la besó nuevamente, presionando su espalda en la cama.
Fue un beso ardiente y poderoso, y desechó cualquier intento de lucha. Una mano se
posesionó de un seno y realizó la misma magia que en su noche de bodas. Luego la
deslizó hacia abajo, sobre la seda, excitando cada centímetro de la piel que incitaba hasta
que encontró el ribete y viajó de vuelta bajo la seda, alborotando las terminaciones
nerviosas hasta el final de la curva entre sus muslos.
Sebastian la había tocado ahí cuando había querido penetrarla. Judith trató de rodar
sobre su espalda y separar las piernas, pero el cuerpo de Leander y el colchón no se lo
permitieron. Hizo un ruidito de aflicción contra sus labios.
Leander no sabía qué demonios estaba haciendo mal, pero si se detenían a hablar de
ello nunca lo harían y eso sería incluso peor. Interrumpió el beso.
—¿Te estoy lastimando?
—No, pero...
—Cállate entonces —dijo y movió sus labios en dirección a sus pechos.
Judith sostuvo el aliento ante la dulce sensación, pero recordó que no quería ruidos.
Era difícil. Su mano y boca la hacían desear hacer ruidos.
No pudo evitar jadear.
Se sentía ardiente y mareada y su corazón empezó a golpetear de una manera muy
alarmante. Se empezó a sentir enferma al igual que la última vez. Estuvo a punto de
pedirle que parara hasta que se sintiera mejor, pero eso sería desastroso.
No tuvo que moverse mucho para quedar sobre ella, sólo la acercó a él mientras
rodaban en la ondulante cama. Finalmente terminaron en la familiar posición y pudo
sentir su dureza contra ella. Al final se había endurecido.
Respiraba en profundos jadeos y extrañamente le dolía ahí donde la tocaba. Lo quería
dentro de ella, nunca antes había deseado tanto algo, pero no lo podía decir. Sería poco
delicado y le había pedido que no hablara...
—Mi esposa —dijo suavemente y se deslizó dentro de ella.
Judith se elevó para ayudarlo a acomodarse y exhaló un largo suspiro. Nada se había
sentido así de bien antes en su vida. Debía ser porque lo amaba...
¡Pero él nunca debía saberlo!

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Se las arregló para mantenerse tranquila mientras él realizaba su tarea, mordiéndose


el labio para evitar hacer ruidos, controlando la necesidad de presionarse contra él, de
llevarlo más y más adentro...
Derramó su semilla en un jadeante estremecimiento y se deslizó para besarla
profunda y ardientemente, de manera que a pesar de todos sus esfuerzos, un temblor la
atravesó, acompañado de algo más. Se sintió en carne viva, adolorida y aún enferma, lo
que nunca le había ocurrido antes. ¿Sería siempre de esta manera?
Pero por lo menos ya estaba hecho.
Leander los movió de manera de que volvieran a estar entre los brazos de ambos,
lado a lado. Su mano acariciando su rostro.
—Lo siento —dijo—. No era lo que tenía pensado.
Judith no sabía de qué hablaba y nunca siquiera pensó en discutir el acto.
Probablemente significaba que ella lo había hecho mal.
—Sólo quería hacerlo de la manera en que te sintieras cómoda, pero creo que no lo
hice bien...
¿Sería posible que él fuera virgen? ¿Lo había sido?
—Estuvo bien —lo confortó. ¿Qué más podía decir?
—Puedo hacerlo mejor —dijo secamente.
No, no era virgen.
Sólo estaba decepcionado.
Lo había hecho todo mal. Se tragó las lágrimas. Había pensado que era una adulta,
pero se sintió como una jovencita asustada nuevamente.
—Lo siento —tragó.
—¡Deja de decir eso! —Su voz era cortante. Respiró profundo—. Judith, no es culpa
de nadie. Sólo tenemos que aprender a conocernos. Sucedía indudablemente lo mismo
con tu primer esposo. No —dijo repentinamente—, fue mi culpa. Me obsesioné por
llevarlo a cabo, por hacerte mi esposa. Debí tomarme más tiempo. —La besó
delicadamente—. Aunque ahora sin duda eres mi esposa, ¿no es así?
Judith tuvo que sonreír, porque realmente sonaba contento por la idea.
—Sí, ciertamente soy tu esposa.
Él se giró levemente, de manera que ella quedara medio recostada sobre él.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Eso es bueno. Pero no puedo con esta tensión. La próxima vez lo haremos a mi
modo. —Su mano acarició suavemente su trasero—. Te gustará, te lo prometo.
En general, Judith pensó que sería bueno ver cómo era que realmente se tenía que
hacer. Y ya somnolienta, se preguntó si cuando lo supiera se lo contaría a su madre y
hermanas...

200
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Capítulo 14

Judith despertó para encontrarse sola en la cama. Profundamente cómoda en su


blando nido, pensó con pesar en la consumación de su matrimonio. Todo hasta el
momento había sido un embrollo, pero al menos se había hecho, y aparentemente él no
había experimentado ninguna dificultad para endurecerse. Eso consolaba su orgullo.
Y parecía que Leander sabía cómo debía ser en realidad, e iba a mostrárselo. El único
problema que tenía era la alarmante tendencia que había desarrollado a perder el
control entre sus brazos. Iba a tener que pensar en la forma de evitarlo. La doncella
entró silenciosamente a encender el fuego. Un poco después, apareció Emery con su
chocolate matutino. Judith luchó por sentarse erguida con las almohadas tras ella.
Emery le envolvió un suave chal alrededor de los hombros.
—Los niños están despiertos y les gustaría visitarla, milady.
Judith dio su permiso, y pronto los niños entraron saltando. Se subieran a un extremo
de la cama y dieron un alegre grito de deleite a la vez que el colchón se hundía bajo
ellos.
—¡Esto es como jugar entre las nubes, Mamá! —declaró Rosie.
Judith se ruborizó.
—Sí, ¿verdad?
Bastian rió.
—Parece como si la cama te estuviera comiendo, Mamá.
—¡Oh, no! —gritó Judith—. ¡Mis dedos de los pies! ¡Tiene mis dedos de los pies!
Estaba ya exclamando que la cama la tenía por las rodillas cuando entró Leander, en
mangas de camisa. Se detuvo cuando los vio a todos entre risas.
Rosie gritó:
—¡La cama se está comiendo a Mamá, Papá Leander! ¡Sálvala!
Él se acercó y aferró a Judith por debajo de los brazos, izándola. Judith atrapó algunas
sábanas entre las piernas y le detuvo.
—¡Aah! ¡No sirve de nada! ¡Salvaos, mis inocentes pequeñuelos!

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Leander se estaba riendo tanto, que no tenía muchas fuerzas.


—Saltad sobre la cama, niños —ordenó—. Haced que la suelte.
Ellos obedecieron alegremente, y con un gran tirón, Judith emergió entre los brazos
de Leander para pasar a dar vueltas entre sus brazos.
—¿Todo bien? —preguntó él con una sonrisa.
Judith se inspeccionó solemnemente los dedos de los pies.
—Salvada en el último momento.
—Bien —dijo él, y le guiñó un ojo—. Quizás debieras dormir conmigo hasta que
tengamos domesticada a esta cama carnívora.
—¿Qué significa carnívora? —preguntó Rosie. Ambos niños estaban todavía saltando
sobre la cama.
—Que come carne —dijo Leander.
—Oh —dijo Rosie, despreocupada.
Bastian saltó fuera de la cama.
—¡Tonta! La gente también es de carne, ya sabes.
Rosie gateó fuera de la cama también.
—Yo no soy de carne.
—Sí, lo eres. Igual que una oveja tonta.
—¡No, no lo soy!
—¡Sí, lo eres!
—No. ¡No!
—¡Basta! —ordenó Judith, horrorizada por los monstruos en los que se habían
convertido sus niños.
Ambos se detuvieron, pero se fulminaron con la mirada el uno al otro.
—Bastian —pronunció Judith—, después del desayuno escribirás treinta veces en tu
mejor caligrafía, no debo ser grosero con mi hermana. Rosie, tú te prepararás para
explicarme el por qué la gente no es de carne.
—Sí, Mamá —dijeron tétricamente al unísono.
—Bueno. Entonces iros y a vestirse.
Cuando los niños se hubieron ido, Leander arrastró a Judith a sus brazos para un

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beso.
—Qué severa eres. ¿De qué forma la gente no es de carne?
—De ninguna en absoluto —dijo Judith, avergonzada por estar comportándose de
semejante modo a la luz del día—. Aunque Rosie podría llegar a la cuestión de nuestra
alma inmortal. Simplemente espero que piense en el tema.
Él sonrió.
—¿Puedo esperar oír su disertación?
—Por supuesto, aunque no deberías esperar demasiado de una niña de seis años.

Los niños continuaron sombríos durante el desayuno, aunque el recordatorio de


Leander de que habría un paseo en carruaje disipó un poco las nubes. Cuando
terminaron, Bastian fue a cumplir su castigo, y Rosie dijo que estaba lista para dar su
opinión.
Se puso en pie, con las manos cogidas delante.
—He considerado, Mamá, que parecería que la gente es de carne, aunque Dios nos ha
hecho especiales y nos ha dado un alma inmortal. Dios también nos dio dominio sobre
los animales —añadió firmemente—, así que ellos no nos comen a nosotros.
Judith decidió dejar pasar el error y estaba a punto de felicitar a su hija por sus
pensamientos, cuando Rosie dijo:
—Pero eso me hizo preguntarme sobre Daniel, Mamá.
—¿Daniel? —inquirió Judith, su satisfacción se fue a pique.
—En el foso de los leones. Los leones iban a comérselo, ¿verdad?
Antes de que Judith pudiera responder a eso, Rosie siguió:
—Y los cristianos en Roma eran lanzados a los leones. —Sus labios comenzaron a
estremecerse—. ¡Mami, yo no quiero que me coman!
Judith abrió los brazos, y Rosie corrió a ellos.
—De veras, Rosie, a la gente muy raramente se la comen, y nunca en Inglaterra. —
Miró a Leander, esperando que fuera cierto.
—Por supuesto —dijo él—. No hay grandes carnívoros en Inglaterra excepto en el
zoológico.

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Rosie lo buscó con la mirada.


—¿De veras?
—Palabra de caballero.
—Y la cama no se estaba comiendo de verdad a Mamá, ¿verdad?
—Para nada. Estábamos jugando.
—Los adultos no juegan —dijo la pequeña con autoridad.
Él sonrió a Judith de una forma que la hacía sofocarse.
—Oh, sí que lo hacen.
—Papá no jugaba —dijo Rosie.
—Bueno, pues este papá sí.
Tranquilizada, Rosie fue a prepararse para su paseo. Judith sacudió la cabeza.
—Qué extraño debe ser tener seis años y no estar seguro de qué es real y qué no.
—¿Tú estás segura de lo que es real y lo que no?
—Por supuesto —dijo Judith, después lo cuestionó. No estaba muy segura de nada en
algunas áreas.
—Mira mi situación con Temple. ¿Qué es real y qué no?
—Lo averiguaremos en cuanto estemos allí —dijo Judith firmemente.
—Sí, por supuesto. —Pero no sonó convencido—. ¿Qué planes tienes para el día?
—Ninguno en particular. Había pensado en comprar algunos artículos de Navidad.
Estamos acostumbrados a hacer algunas decoraciones para la casa... —Se interrumpió
ante la imagen de Temple—. A los niños les gustará poner guirnaldas en sus
habitaciones, al menos —dijo.
—Espero que pongáis guirnaldas por todas partes. Quiero una alborozada Navidad
inglesa. Cerveza especiada y confites, acebo y muérdago.
Judith vio que hablaba en serio.
—Muy bien entonces —dijo, pero no podía imaginárselo del todo—. Me gustaría
enviar algo especial para mi familia si no tienes objeción —continuó—. Algo de comida
y regalos. Y supongo que aquí encontraré juguetes para los niños más interesantes que
los de Somerset.
—Juguetes —dijo él, con la mirada brillante—. Yo también investigaré.

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—No hay necesidad de que los dos les compremos un regalo. Los malcriaremos.
—No creo. Y yo también quiero una excusa para registrar en una tienda de juguetes.
Judith sacudió la cabeza hacia él.
—Entonces compre regalos para sus primos, señor.
—Pero ellos quieren matarme —protestó él, de una forma que mostró que no se
tomaba la cuestión en serio en absoluto.
Judith, sin embargo, sintió un escalofrío de alarma ante sus palabras.
—No bromees con eso.
—¿Por qué no? Te he dicho que es una tontería. Sin duda esperan mantenerme a
distancia para poder continuar viviendo en Temple, y sacar grandes cantidades de los
ingresos del conde, pero no llegarían tan lejos como para asesinar. No obstante, no
parece muy apropiado hacerles regalos, cuando tengo intención de echarles a la calle.
—Yo lo habría creído muy deseable. Incluso si tienes que ser firme con ellos, querrás
ser más dulce después...
—Qué bien me conoces ya —murmuró él, avanzando a por otro beso—. ¿Cómo de
fácil es volverte más dulce, legítima esposa mía...? —Pero entonces oyeron a los niños
volver y se separaron. Bastian presentó sus líneas a revisión, y después Leander se los
llevó al centro ecuestre.
Judith ordenó que prepararan el carruaje y fue de compras.
Fue modesta en sus compras, pues después de presentarse con su pago en el
establecimiento del señor Browne, no tenía una vasta cantidad de dinero, aunque era
más de lo que había soñado hacía unas semanas. En consideración, estaba decidida a
informar a Timothy Rossiter inmediatamente de que ya no tenía necesidad de su dinero.
No era culpa de su hermano haber sido un tonto derrochador, y no podía
conscientemente seguir aceptando su dinero. Su extremadamente generosa asignación,
incluso tal y como la había dejado, seguramente sería suficiente para cubrir todas sus
necesidades.
Fue una alegría visitar las tiendas con dinero en la mano. Compró a cada uno de los
niños trompos nuevos.
También le compró a Rosie un arca, completa con animales de madera, y a Bastian un
castillo con soldados de madera.
Compró cinta y alambre para hacer coronas de flores y ramas, sonriendo como una
tonta ante la idea de Leander robándole un beso bajo el muérdago. Oh, ella también

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quería una anticuada y alborozada Navidad. Esperaba que hubiera villancicos en


Temple Knollis, y quizás un nacimiento.
Caminando por más establecimientos, con su lacayo a cuestas, no pudo resistirse ante
un manguito de piel blanco y un sombrero para Rosie, lo cual significaba que tenía que
comprar un regalo equivalente para Bastian. Al final le compró un par de guantes York
castaños, una réplica exacta al estilo de los favoritos de Leander.
En el último momento, compró a Leander otro par. Estaba segura de que tenía
suficientes, y probablemente tuviera un vestuario a juego, pero tenía que regalarle algo,
y no se le ocurría nada más. Quizás pudiera hacerle algo, pero no podía imaginar lo que
él encontraría aceptable.
¿Chinelas bordadas? No lo creía. Recordando su reacción ante su vino de bayas. Su
ánimo decayó un poco. ¿Sería la idea que él tenía de una feliz navidad y la de ella la
misma?

Los niños estaban en casa cuando volvió, bullendo de excitación por su primer paseo
en la escuela ecuestre. Rosie proclamaba que tenía que tener un atuendo apropiado si
debía mantener la cabeza en alto. La primera impresión que tuvo Judith fue que sería
una ridícula extravagancia ya que cada año crecería y necesitaría uno nuevo, pero
después lanzó la precaución al vuelo y estuvo de acuerdo. Se suponía que ella también
necesitaría uno, si iba a aprender a montar.
Leander había salido de nuevo, dejando un mensaje que decía que no estaría para el
almuerzo, así que los tres comieron juntos como en los viejos tiempos. Excepto que la
comida había sido preparada y presentada por sirvientes, y servida en fino platos de
porcelana china.
Judith miró alrededor con satisfacción. Se estaba acostumbrando a esta vida de
comodidades, y su matrimonio estaba probando ser una delicia. ¿Cómo había llegado a
ser tan afortunada?
Después de la comida, los niños quisieron llevarla de excursión por el área local y
mostrarle sus exploraciones. Judith accedió alegremente y sólo se demoró lo suficiente
como para poner su resolución en acción, y escribir una nota a Timothy Rossiter.
Addison le aseguró que sería entregada en Clarges Street, que aparentemente no estaba
lejos.
Judith se sentía liberada, como si el último amarre de su primer matrimonio hubiera
sido cortado. Se puso en camino alegremente con George y los niños para explorar

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Mayfair.
Fue cuando observaban el desfile de Guardias en Hyde Park que una vaga sensación
de malestar, y un dolor en la espalda, recorrió a Judith. Buscó en su mente. Sí, era el
momento de su flujo menstrual.
Su primera reacción fue desilusión porque pasarían algunos días antes de que
Leander pudiera mostrarle el modo correcto de realizar el acto marital.
Luego estaba la cuestión del embarazo. Tendría que decírselo, y esa no era una
cuestión que las mujeres discutieran con los hombres. Había sido sencillo con Sebastian.
Él siempre le había pedido permiso para visitarla. Ella simplemente decía "lo siento, no
es conveniente esta noche".
Oh, bueno, si Leander acudía a su habitación, le diría lo mismo. Seguramente él lo
entendería.
Pero cuando Leander acudió a ella antes de la cena, cuando estaba sentada en su
estudio escribiendo una carta a su madre, la besó y la tocó de forma que parecía estar
haciendo promesas para la noche, y ella balbuceó.
—Me temo que no es conveniente... ¡quiero decir, es mi momento del mes! —Después
deseó que la tierra se la tragase.
—¿De veras? —dijo él, sólo ligeramente sonrojado—. Espero que no te moleste
mucho.
Judith nunca se había imaginado discutiendo semejante cuestión con un hombre.
—No —dijo, mirando fijamente a su pluma—. Es un pequeño inconveniente.
Él le levantó el rostro hacia él.
—Bueno. Eso no excluye los besos, sin embargo, ¿verdad? —Y procedió a besarla
muy concienzudamente—. Ahora —dijo él—, he pensado que podría gustarte visitar el
teatro esta noche, pero si estás indispuesta...
Judith sintió un escalofrío de excitación.
—Me encantaría. Nunca he estado en un auténtico teatro.
Él sacudió la cabeza, pero sonrió.
—Es una alegría para mí mostrarte el mundo, Judith.
—¿Pueden venir los niños también? —preguntó Judith—. Ellos tampoco han estado
nunca en un teatro, y quien sabe cuándo volverán a tener la oportunidad.
Él pareció haber sido tomado un poco por sorpresa.

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—No estoy seguro. La obra principal es Hamlet, que podría ser un poco sombría para
Rosie.
—Es la del fantasma, ¿verdad? Pero me gustaría intentarlo. Podríamos llevar a
George y Betty, y ellos podrían traer de vuelta a casa a los niños si no es adecuada. —La
mirada burlona de él penetró en su excitación, y se ruborizó—. Oh, lo siento. Sin duda
no es tan simple, ¿verdad?
—No puedo imaginar porqué no —dijo él con una súbita sonrisa—. Introducir a los
niños en Shakespeare. Educando de paso a los sirvientes. Sentaremos una moda.
Judith se mordió el labio.
—Lo siento. Haz caso omiso, por favor.
—En absoluto. Creo que es una excelente idea. Nunca debes dejarte gobernar por la
práctica común. La mayoría de la gente no tiene imaginación. Pero si nos aventuramos
entre la sociedad, debo insistir en que actúes como la condesa. Llevando tu traje de
novia y esto. —Sacó casualmente un aderezo de topacio y ámbar.
—Oh, qué encantador —despreocupadamente añadió:— Me recuerdan a tus ojos.
Él miró las joyas con falsa alarma.
—Dios mío, mujer. Lo siguiente será verte a ti escribiendo odas a mis centelleantes
órbitas.

Judith y los niños estaban encandilados con Covent Garden, tanto por las hermosas
arañas de luces, los techos ornamentados, y la brillante audiencia, como por el escenario.
Bastian y Rosie tuvieron que ser contenidos para evitar que se inclinaran hacia adelante
para estudiar la alegre actividad del foso.
El foso era una vorágine de hombres a la última moda y vivaces señoras; los pasillos
y los palcos eran un escaparate de las más exquisitas sedas y joyas. Betty y George se
sentaban callados en la parte posterior del palco, pero tenían los ojos abiertos de par en
par y su excitación podía palparse. Judith estaba encantada de que su plan los hubiera
llevado allí.
Su palco estaba cerca del escenario, y parecía una posición excelente.
—¿Qué se hace para obtener un palco en el teatro? —preguntó Judith a Leander.
—Muchos alquilan uno para la Temporada, pero su costo es exorbitante. Otros los
alquilan por una noche. Después de todo, nadie asiste al teatro todas las noches, así que

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la gente que tiene un palco lo alquila a los que se lo requieren. El teatro insiste en ello, o
tendrían la mitad de las localidades vacías la mayor parte del tiempo.
—¿Has alquilado este entonces?
—No, he utilizado mis influencias. —Le sonrió—. Es el palco de los Belcraven. El
duque es el padre de Lucien. Cuando ni el duque ni Lucien están en la ciudad, puedo
arreglar fácilmente el ocuparlo.
—¿Sin pagar? —se burló ella—. Qué barato.
Él se colocó una mano dramáticamente en la frente.
—¡Mi conciencia se ha visto repentinamente atacada! La Casa de Vaux
indudablemente se desmorona por falta de guineas.
Ambos estallaron en risas, y los niños exigieron que se les explicara la broma.
Judith fue consciente de que su risa había atraído la atención. Un gran número de ojos
estaban concentrados en su palco mientras la gente se murmuraba unos a otros. Alzó la
barbilla e intentó parecer una condesa, pero se sintió aliviada cuando las luces bajaron, y
el telón se levantó.
El primer acto fue una farsa, y los niños la encontraron muy divertida. Judith se
alegró de que no entendieran todas las bromas. En realidad, había algunas que ella
misma no entendía, pero no tenía intención de pedir una explicación.
En el primer intermedio un buen número de personas se dejaron caer por allí, y
Leander la presentó, pero siempre decía "No estamos oficialmente aquí, por cierto. Sólo
nos hemos detenido un día a dos de camino hacia Temple”
—De otro modo —le susurró a Judith—, los tendrías a todos dejando tarjetas.
Dos jóvenes, sin embargo, se negaron a ser rechazados de ese modo. Sir Stephen Ball,
rubio y de huesos finos, dijo:
—Nada de eso, estaré allí mañana.
El otro Miles Cavanagh, de ojos irlandeses, guiñó un ojo a Judith.
—A sus pies, querida señora. —Besó su mano con una galanura devastadora—. Una
adquisición realmente encantadora para los Granujas.
La música señaló la reanudación del programa y los visitantes partieron. Judith miró
a Leander.
—¿Han dicho que he sido reclutada por tu Compañía de Granujas? No estoy segura
de aprobarlo.

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Él le cogió la mano.
—Aparentemente Nicholas ha decretado que las esposas tienen privilegios de
miembros. Sin las penalizaciones, te alegrará saberlo.
—¿Penalizaciones? —preguntó Judith quedamente mientras el telón se alzaba.
—Tonterías de muchachos. Nos hacíamos una herida en la palma derecha. —
Extendió la mano, e incluso a la escasa luz Judith pudo ver la marca blanca.
—Eso es terrible —susurró ella—. No permitiré que Bastian haga tal cosa. Podría
haberse infectado.
Él sonrió y alzó la mano hasta la boca de ella.
—Bésala entonces.
Judith así lo hizo, agradeciendo que la atención de todo el mundo estuviera en el
escenario. Podía ser su momento del mes, pero su estúpido cuerpo no parecía
comprenderlo. Fue seducida por la áspera calidez bajo sus labios, y el sabor de la piel de
él en su lengua.
Los niños no huyeron ante Hamlet. En realidad, Rosie se subió encima de Judith y se
acurrucó a su costado, y ocultó la cara durante la matanza final, pero pareció disfrutar
de la mayor parte de la obra.
Cuando las luces se encendieron, Judith se giró hacia Leander.
—Gracias. Esto ha sido maravilloso.
Él le devolvió la sonrisa.
—Se te complace fácilmente. ¿Me lo pondrás más difícil? ¿Matar a un dragón?
¿Enfrentarme a un fantasma?
Ella rió ahogadamente.
—Vengo de un ambiente demasiado simple como para tener fantasmas. Es la alta
aristocracia la que está plagada de ellos, mi señor conde.
Bastian hizo una pregunta, y Leander se giró para responderla. Judith comprobó que
todos tenían los abrigos y guantes con los que habían venido. Miró al foso vacío, y jadeó.
La visión de Sebastian mirándola trajo un halo de oscuridad a los alrededores de su
visión. Se aferró a la barandilla delantera del palco, temiendo que caería.
Cuando su visión se aclaró, y parpadeó, no había nada allí. Tomó profundos alientos
para calmar a su palpitante corazón. ¡Y ella pensaba que sería la imaginación de Rosie la
que se vería sobreestimulada por la obra!

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Lo comprobó de nuevo, buscando entre el gentío que se despedía, después sacudió la


cabeza. Imaginación, o alguien ligeramente parecido. Ahora que pensaba en el hombre
de cara pálida... si es que había existido en absoluto... había tenido el pelo oscuro. No
había habido ninguna semejanza auténtica con Sebastian. La sensación de escalofrío
permaneció, sin embargo, no sólo por el ilusorio parecido, sino por la expresión.
Amarga. Incluso, vengativa...
De camino a casa, hubo una viva discusión sobre fantasmas. Judith y Leander se
esforzaron poderosamente en convencer a Rosie de que el fantasma no había sido real,
que solamente había sido un actor vestido con ropa holgada, pero ella no parecía del
todo convencida.
Bastian se mofó.
—Lo siguiente que dirás es que todos murieron de verdad al final.
—Por supuesto que no —dijo Rosie—. Al final, se pusieron de pie para hacer una
reverencia.
—El fantasma también. Y no creo —añadió Bastian bastante feroz—, que fuera justo
en absoluto que Hamlet muriera. Él sólo estaba intentando ayudar a su padre.
Judith y Leander compartieron una mirada. Por su tono, el chico tenía sentimientos
muy fuertes al respecto, pero los derechos de padres difuntos era un debate espinoso
para tenerlo a esta hora de la noche. Judith dijo:
—Podemos discutirlo después. Yo creo que Hamlet tiene algunas cosas que no son
muy agradables.
—Su tío era peor —dijo Bastian.
Leander le alborotó el pelo.
—Entonces quizás él, al menos, merecía morir.
Para entonces estaban de regreso en Montague Square y los somnolientos niños
fueron llevados a la cama.
Judith y Leander se sentaron para una cena ligera.
—Me sorprende lo seriamente que se lo han tomado —dijo Judith—. Pero debo
confesar que mientras los actores estaban sobre el escenario, estaba convencida de que
todo era real. Sentía toda la ansiedad de Hamlet, y la desesperación de la pobre Ophelia.
Me alegro de haber llevado a los niños. Gracias.
Él le tocó la mano.
—Fue un placer. Estoy algo agotado, sabes. Es delicioso ver estas cosas de nuevo a

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través de ojos inexpertos.


—Sí, los niños son así, ¿verdad? Nos regalan una nueva visión del mundo.
—No hablaba sólo de los niños.
Judith le miró inciertamente.
—Lamento no ser muy sofisticada.
—No lo lamentes. Los niños crecerán, y tú verás mundo. Disfrutemos de este poco de
inocencia mientras podamos. —Sus ojos brillaron—. Un día antes de que partamos, voy
a llevaros a todos al circo. Apenas puedo esperar.

Al día siguiente los dos Granujas se anunciaron, acompañados por un tercero... un


hombre apuesto con un solo brazo llamado Hal Beaumont. Judith comenzó a
preguntarse si los Granujas no habrían sido escogidos por su apariencia. El marqués de
Arden, después de todo, debía ser uno de los hombres más guapos de Inglaterra, y Hal
Beaumont podía optar por el segundo puesto por algo en su oscura y varonil apariencia,
a pesar de su lesión.
No hubo ninguna molestia, al parecer, sobre la apropiada duración de veinte minutos
de una visita. Los tres invitados se instalaron cómodamente en la casa. Ella asumió esto
como otra costumbre de los Granujas, y no tenía ninguna objeción en particular, aunque
sentía que estaba siendo evaluada, casi como si se estuviera uniéndose a una familia.
Y así es, pensó. Una especie de familia, con los mismos informales aunque poderosos
vínculos. Podía ver porqué Leander, con su falta de hogar, le daba tanta confianza a su
grupo.
Cuando los niños volvieron de su paseo, enviaron a Addison a preguntar si podían
entrar en la sala de dibujo. Judith encontró esto dolorosamente torpe, pero cuando el
permiso estuvo concedido, y entraron, Leander los elogió por su comportamiento
correcto.
Rosie, incurablemente honesta, dijo:
—Le preguntamos a Addison y él dijo que sería el proceder más correcto.
—Mejor aún —dijo Leander con una sonrisa—. Buscar buen consejo y seguirlo es un
camino asegurado al éxito. Ahora, dejadme presentaros a mis amigos, para lo que estoy
seguro podréis despejar vuestros pensamientos del escenario de anoche lo suficiente
como para prestar atención. Este caballero es sir Stephen Ball, y es famoso por sus

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brillantes discursos en la Cámara de los Lores. Este es el señor Miles Cavanagh, a quien
le gusta fingir que es un bribón irlandés, pero de hecho es el propietario de vastos acres
allí. Si le caéis bien puede que un día esté dispuesto a venderos uno de sus magníficos
caballos. Y este es el señor Hal Beaumont. Debería llamarse Mayor, ya que ese es su
rango en el ejército, y se cubrió positivamente de gloria hasta que perdió el brazo, y tuvo
que dejar que otros tipos tuvieran una oportunidad.
Judith jadeó ante esta ruda referencia a la lesión, y vio que los ojos de Rosie se abrían
de par en par. Estaba claro, sin embargo, que el señor Beaumont prefería que la cuestión
se tratara honestamente. Su único comentario fue:
—Nada de perdido, mi querido compañero. Haces que suene como si lo hubiera
olvidado por descuido.
—Y estos, como ya sabéis —dijo Leander orgullosamente, con una mano en el
hombro de cada niño—, son mis nuevos hijos, Bastian y Rossie Rossiter.
Bastian se inclinó y Rosie hizo una reverencia, aunque algo cohibidos al hablar.
—¡Dos nuevos Granujas! —declaró el señor Cavanagh—. Bueno, esto casi supera a
Nicholas, muchacho.
Leander rió.
—Supongo que podría ser cierto. Bastian irá a Harrow pronto, así que puede
mantener vivas las tradiciones de los Granujas. Ya he arreglado su admisión, así que
supongo que los maestros que nos recuerdan estarán temblando en sus zapatos.
Se lanzaron a contar historias de escolares, las cuales Bastian escuchaba con absorta
atención. Las historias implicaban principalmente burlas alegres y logros deportivos, así
que su entusiasmo por los días de escuela creció visiblemente, a pesar de la mención de
ocasionales castigos.
Rosie se sentó callada, lanzando miradas furtivas a la manga vacía de Hal Beaumont.
Cuando el grupo se movió, Judith se encontró hablando con Stephen Ball, el hombre
más callado que los otros dos, pero con ojos que se perdían de poco.
—¿Está usted quizás emparentada con Sebastian Rossiter, lady Charrington?
—Por favor —dijo ella—. Puedo ver cómo funciona esto, y debe llamarme Judith. No
estoy acostumbrada en absoluto al título. En cuanto a Sebastian, fue mi primer marido.
—¿En serio? —dijo él—. Entonces si desea vivir tranquilamente mientras esté aquí en
la ciudad, debemos mantener eso en entre nosotros.
Judith debió parecer desconcertada, porque él añadió:

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—Tenía devotos admiradores, ¿no lo sabía?, que se sentirían inclinados a visitar a su


viuda e hijos como santuarios vivos.
Judith pensó en el flujo de devotos creyentes que habían llegado a Mayfield, y supuso
que podía tener razón. Indudablemente no quería ningún estúpido poeta siguiendo sus
pasos. La sorprendía, sin embargo, que un hombre como sir Stephen hubiera oído
hablar siquiera de Sebastian. Se preguntó si él mismo no sería en secreto poeta.
Estaba distraída cuando Rosie se vio atraída hacia Hal Beaumont por una sonrisa de
bienvenida. Se tensó, preguntándose lo que diría su hija.
—Puedes preguntar, sabes —dijo Hal bondadosamente—. No me importa hablar de
ello. En realidad, me gusta aprovecharme de cada onza de simpatía que puedo
conseguir, particularmente la de hermosas damas.
Rosie se apoyó contra su pierna.
—Me temo que debe haber dolido.
—Sí, algo así. —Entonces rompió a reír—. ¡Vaya, qué horrible eufemismo!
—¿Qué ocurrió? —preguntó Bastian ansiosamente—. ¿Fue un cañón, señor?
—Sí. Me dio de lleno. Afortunadamente, mi sargento tuvo la presencia de ánimo de
hacerme un torniquete, y sobreviví.
—¿Cuándo fue?
El señor Beaumont siguió describiendo una escaramuza menor en Canadá. Judith no
podía sentirse cómoda con esta franca discusión de algo de esa naturaleza, pero pudo
ver que ninguno de los otros le molestaba. Durante la mayor parte, ella observó a Rosie,
todos sus instintos maternales clamaban alarma. Pero ya que el señor Beaumont parecía
tan a gusto hablando de su lesión, que no se le ocurrió que podía decir la niña que
resultara embarazoso.
Entonces Rosie intervino.
—Señor. ¿Qué ocurrió con su brazo?
Él pareció quedarse en blanco un momento, y después dijo:
—Oh. ¿Quieres decir, dónde está? ¿Tú lo sabes? Yo no. Lo dejaron en el campo de
batalla.
Rosie levantó la mirada hacia él con los ojos bien abiertos.
—¿Entonces supone usted que se lo comieron?
—¡Rosie! —exclamó Judith, y vio que Leander luchaba por mantener la cara seria.

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—¿Comido? —repitió Hal inexpresivamente—. Qué idea tan... Pero si así fue —dijo
enérgicamente—. Me alegraría. Siempre he odiado que se desperdicie la comida.
La conversación se desvió hacia otros temas. Judith atrapó a Rosie antes de que esta
pudiera decir algo peor.
—Siento haber dicho eso, Mamá —dijo Rosie preventivamente—, pero quería saber.
—Después de un momento añadió—: Supongo que hay más carnívoros en Canadá que
aquí en Inglaterra.
—Sí, creo que así es —dijo Judith débilmente, complacida al menos de restringir la
imagen obsesiva a una tierra distante—. Lobos y osos.
Hubo un largo silencio y Judith comenzó a relajarse. Entonces Rosie dijo:
—¿Tú crees que es un desperdicio ser enterrado, Mamá?
Judith gimió.
Bastian había llegado.
—Tonta. Cuando nos entierran, no nos desperdiciamos. Nos comen los gusanos. Está
en Job. "Y sin embargo, después de mi piel, los gusanos destruyen mi cuerpo”.
—¡Mamá! —gimió Rosie.
Judith condujo rápidamente a los dos niños fuera de allí. Esa noche tenía que dormir
con Rosie e intentar encaminar su nueva comprensión de la mortalidad. Eso, además,
dejaba fuera de cuestión el dormir con Leander esa noche.

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Capítulo 15

Al día siguiente, a pesar de las palabras de Leander, Judith no lo tenía demasiado


claro. Decidió pasar la mayor parte del tiempo frente al fuego de la biblioteca con un
libro, Waverley de sir Walter Scott. Leer novelas no había sido una parte importante de
su vida, y lo disfrutaba enormemente, especialmente si no había otra cosa que hacer
excepto beber té, y comer lo que le preparaban.
Por ello, se sintió un poco molesta cuando le dijeron que su cuñado había venido a
verla. Por otro lado, tenía la oportunidad de poder agradecerle el dinero que le había
enviado. Sin él, no sabía lo que hubiese hecho.
El caballero al que hicieron pasar era un extraño, aunque Judith supuso que debía
haberlo conocido en su boda hacía tantos años atrás. Timothy Rossiter eran tan bajo
como su hermano, aunque tenía barriga cervecera, y los ojos algo hinchados. Llevaba el
pelo de color parduzco corto. Sin embargo, sus rasgos eran similares a los de su
hermano.
—Mi querida lady Charrington —dijo con entusiasmo—. ¿O aún debo llamarla
hermana?
Judith apenas pudo contener un jadeo. Su voz era exactamente igual a la de
Sebastian, excepto que la suya tenía un ligero acento.
—Por supuesto... —dijo insegura, pues que recordase, nunca la había llamado
hermana. Habría jurado que el día de la boda no le había dirigido ni dos palabras—. Por
favor, siéntese. ¿Le apetece un té?
Aceptó, sus ojos se movían con rapidez por el cuarto. Judith pensó que parecía
decepcionado por la simplicidad y el aspecto antiguo de la habitación. Con ironía,
sospechó que había ido allí con la esperanza de reforzar su fortuna. Quizás debería
ofrecerse a devolverle el dinero que le había dado, pues no parecía muy próspero. Su
traje parecía sencillo y algo gastado; el tipo de traje que uno esperaría de un sirviente. Se
dio cuenta de que no tenía ni idea de cómo se ganaba la vida.
Sintió vergüenza al descubrir que no le importaba, a pesar de que él había sido tan
amable, y se esforzó por imprimir calidez a su voz.
—Me alegra tanto tener esta oportunidad para darle las gracias en persona, señor
Rossiter. El dinero que me envió lo cambió todo para mí y los niños.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Él sonrió afectuosamente.
—No siento ni uno de los peniques, querida hermana. Sólo desearía que pudiese
haber sido más, pero... —suspiró—. ¿Dónde están los pequeños ángeles de Sebastian?
¿Era así como Sebastian se los había descrito a su hermano?
—Bastian y Rosie están fuera en este momento, montando a caballo. Debe volver otro
día y conocerlos.
Trajeron la bandeja del té y Judith sirvió. Cuando le pasó la taza, dijo:
—Debe perdonar mi ignorancia, señor Rossiter, pues Sebastian hablaba poco de su
familia. ¿Mis hijos tienen más familiares?
Él sorbió un poco de té.
—Ay, no, hermana. O sólo algunos muy lejanos. Éramos sólo Sebastian y yo, y
nuestros padres murieron antes de vuestro matrimonio. Es por eso que pienso que
debería mantener el contacto. Sus hijos son los únicos polluelos en el nido de los
Rossiter.
Judith no pudo negar que sus palabras la hacían sentir incómoda, y descubrió que
estaba contenta de que pronto se mudaran a Somerset. Timothy Rossiter era parte de su
familia, y estaba realmente agradecida por su ayuda, pero no quería que se convirtieran
en íntimos.
—Como dije antes —murmuró—, arreglaré una cita para que nos visite y conozca a
los niños. Ahora, discúlpeme por mencionarlo, pero, ¿hay alguna manera en que pueda
devolverle la ayuda que nos prestó el año pasado? Estoy segura de que mi esposo estará
encantado...
—No, no, querida hermana —chilló algo bruscamente—. Ni siquiera soñaría con ello.
Estoy feliz sólo con ver que sus preocupaciones han terminado, y sé que Sebastian
también lo estaría —dejó su taza y se levantó—. Ha sido un placer enorme volverla a
ver.
Y con eso, se fue y Judith no pudo evitar sentirse agradecida por ello. Era extraño,
nunca antes había tenido que enfrentarse con un familiar del que no se preocupase. No
tenía ni idea de cómo manejar la situación, y sólo podía esperar que se solucionara sola.
Satisfecha, volvió a su libro.
Los niños regresaron. Leander los había dejado allí y se había ido a ocuparse de sus
asuntos. Después del almuerzo, los dos se fueron felices con Betty y George en busca de
más aventuras. Judith aprobó el menú para aquella noche, y autorizó la compra de
especias. Luego, sintiéndose perezosa, aunque impenitente, regresó a su lectura.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Cuando Leander llegó a casa, sacudió la cabeza.


—Me he casado con una holgazana.
—Me temo que sí —dijo ella, aceptando un íntimo beso—. Podría acostumbrarme a
esto.
—Lo dudo. Si te ordenase vivir así durante una semana, te sublevarías en pocos días.
Judith tuvo que admitir que era probable que tuviese razón.
—¿Dónde están los niños esta tarde? —preguntó.
—Han vuelto a salir. Sus acompañantes están demostrando ser maravillosos. Hoy
iban a ver St. Paul. Debo confesar que si me hubiese sentido con más energía, los habría
acompañado.
—Probablemente Betty y George están viendo esto como unas alegres vacaciones. He
sido invitado a cenar con algunos amigos esta noche, oficiales compañeros de la
guardia. ¿Te sentirás terriblemente abandonada si acepto?
Le aseguró alegremente que no tenía objeciones, y sintió que su vida matrimonial se
estaba asentando en una cómoda rutina si él se sentía libre de salir de vez en cuando.
—Pero, ¿hay alguna noticia ya de Temple?
—No, pero deberíamos saber algo mañana. Con suerte, y a menos que haya difteria,
deberíamos poder irnos poco después, pero si no te sientes con fuerzas para hacerlo,
debes decirlo.
Ella rechazó aquello.
—Normalmente no soy tan débil, te lo aseguro, y ningún cansancio dura más de un
día.
—Bien, entonces, ¿te sientes con fuerzas para mirar estos papeles conmigo? —
Preguntó, sacando una carpeta y desatando el cordón—. Estos son algunos de los
registros de la hacienda, y para mí no tienen ningún sentido.
—Leander, no sé nada de esas cosas.
—Pero tienes una buena cabeza sobre los hombros, y has vivido en el campo toda tu
vida. Mi abogado y mis contables tampoco están avanzando mucho, así que no te
sientas mal.
Le puso delante las hojas de detalles escrupulosamente escritos.
—Mira, hay cuatro haciendas principales, y todas tienen ganancias y gastos. Las
ganancias vienen a Temple, y luego cualquier suma necesaria para reparaciones, y

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

compras, es enviada de vuelta, todo en papel y a través de varios bancos que hay por el
país.
—Pero eso es ridículo —dijo Judith—. Seguramente los administradores de la
hacienda deberían de ser capaces de administrar cantidades razonables.
—Puede que eso sea lo que tú creas. Mi abuelo dispuso las cosas así. Se obsesionó con
controlar el dinero, incluso se volvió mezquino. Probablemente porque no le importaba
lo que pasase en otro sitio excepto en el Temple. Me temo que las haciendas menores
son las que más se han visto afectadas.
—Aún así —dijo Judith, hojeando las desconcertantes hojas de papel—, creo que sería
posible ver si hay dinero que falta.
—En teoría, pero con todo girando y girando en círculos como un molinete, y
pasando por tantas manos, es un enigma. Sin embargo, la realidad es que al final
siempre parece que el dinero no está donde debería estar. Mira, el administrador de la
propiedad de Cumberland se queja de que no ha recibido el dinero que pidió para las
reparaciones. Esta cuenta demuestra que el dinero fue autorizado y sacado. No obstante,
nunca llegó a Cumberland.
Judith movió la cabeza.
—Lo siento. Ese tipo de cosas no tienen ningún sentido para mí.
De hecho, estaba pasmada ante las sumas de dinero que veía reflejadas en el papel.
Cientos de miles de libras.
Leander recogió los papeles con un suspiro.
—Confieso que desearía que me hubiesen enseñado más de estas cosas en lugar de
enseñarme a moverme en laberintos diplomáticos. Oh, bien, sin duda, cuando llegue a
Temple, y ponga mis manos en las cuentas centrales de allí, todo comenzará a resolverse
por sí solo.
—Si queda algo por resolver. Una posible interpretación de estos papeles podría ser
que están quitando el dinero como se quita la nata a la leche.
—Sí, ya lo he pensado —dijo con el ceño fruncido—. Me gustaría mucho llegar allí
antes de que el tío Charles se vaya, dejando únicamente leche detrás.

Aquella tarde, Judith jugó con los niños, les leyó, y fue casi como en los viejos
tiempos, aunque mejor. Ellos le hablaron emocionados sobre St. Paul.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Es tan grande, Mamá —dijo Bastian—. Me gustaría mucho ir a misa allí algún día.
—Entonces iremos. Quizás este domingo, si aún no estamos listos para irnos a
Temple.
—¿Nos iremos tan rápido? —protestó Rosie—. ¡Quería ver la abadía de Westminster!
—Entonces os sugiero que vayáis mañana.
—Pero mañana vamos ir a la Torre —dijo Bastian—. ¿Sabes que tienen efigies de
todos los reyes de Inglaterra? ¡Con armaduras!
Judith suspiró y dijo firmemente:
—Hoy es viernes, y seguramente no empezaremos el viaje hasta el domingo, pero si
lord Charrington desea que nos vayamos el lunes, entonces, eso haremos. Tendréis que
elegir lo que queréis hacer mañana, y si no podéis decidiros, tendréis que quedaros en
casa. —Vio sus infelices caras y dijo—: Ya sabéis que pronto volveremos a Londres,
queridos.
Mientras volvía a su cuarto, esperó que fuese verdad. ¿Qué haría si Leander era
hechizado por Temple Knollis como lo habían sido su abuelo y su tío? Viviría con ello,
supuso, aunque el lugar estaba comenzando a dibujarse como siniestro en su mente.

Los niños resolvieron sus diferencias echándolo a suertes, y ganó la abadía de


Westminster de Rosie. La decepción de Bastian fue mitigada cuando Leander anunció
que los llevaría al circo aquella tarde. Les dijo que se irían definitivamente el lunes.
Más tarde, le explicó a Judith que por fin había recibido el informe de Temple Knollis.
Al parecer, no había ni rastro de enfermedad en la zona, aunque su tío aparentemente
había sufrido el ataque de alguna enfermedad, como había dicho James Knollis.
—Parece bastante concluyente —le dijo Leander a Judith con el ceño fruncido—. ¿Por
qué diablos intentarían un truco así? Sólo puede conseguirles unos pocos días.
Estaban cómodamente situados a ambos lados del fuego de la biblioteca.
Judith tenía el bordado en la mano. Leander sorbía su brandy. De hecho a ella le
encantaba aquel compañerismo.
—Supongo que unos pocos días podrían ser cruciales —dijo—. Quizás ahora estén
recogiendo sus cosas, y preparándose para huir del país.
—Casi diría que se lo agradezco. El lugar parece un museo de objets d’arts en este
momento. Con excepción de la cantidad de dinero que representa. Con todo lo que hay

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que hacer para conseguir que la hacienda vuelva a estar bien, y ayudar a la gente en
estos momentos tan duros, voy a necesitar todos esos tesoros.
—¿Tu hombre vio alguna señal de que la familia se estaba preparando para huir?
—No, pero se han vuelto solitarios. Han despedido a la mayoría del personal, y
apenas se les ve. Todo es condenadamente raro.
—Bueno —dijo Judith con una sonrisa de apoyo—, estaremos allí en una semana, y
podremos volver a ponerlo todo en orden.
Él le devolvió la mirada, las doradas llamas del fuego danzaba en sus misteriosos
ojos.
—Me gusta.
Sí, pensó Judith, esto me gusta mucho.

El circo fue un tremendo éxito. A los niños les encantaron los acróbatas, las proezas
ecuestres, y los animales, al igual que a Judith, aunque intentó recordarse
continuamente que debía actuar como lo haría una condesa. A veces no se sentía como
Leander, sino tan joven como Rosie.
También había un auténtico león, y el adiestrador metió el brazo en la boca de la
bestia. Rosie ocultó su cara.
—¡Va a comérselo!
Inmediatamente, a pesar de que el entrenador estaba a salvo, tuvieron que asegurarle
repetidamente de que no había leones vagando libres por Inglaterra.
Cuando volvieron a la casa, los niños estaban excitados y exhaustos. Se lanzaron
sobre la sopa, y no pusieron objeciones a la hora de ir a dormir. Judith y Leander se
habían acomodado para disfrutar de una taza de té cuando ambos niños volvieron a
bajar corriendo las escaleras.
—¡Mamá! Betty está enferma. ¡Muy enferma!
Leander y Judith corrieron a la habitación de Rosie, donde dormía la sirvienta. Betty
estaba tumbada sobre su catre completamente vestida, respirando de una forma áspera
y cansada. Tenía la piel pálida y estaba helada, también había vomitado.
Judith miró a Leander.
—¿Está borracha? —murmuró.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Él negó con la cabeza.


—No lo creo —puso los dedos en el cuello de la mujer—. Tiene el pulso extraño.
Podría ser el corazón. Mandaré a buscar al doctor. Es mejor que Rosie duerma contigo.
Judith tranquilizó a los niños lo mejor que pudo y los envió para que se prepararan
para ir a la cama. Se sentó junto a la sirvienta, ansiosa, esperando que su vacilante
respiración se detuviese en cualquier momento. Betty era poco mayor que ella, y le
asustaba pensar que había tenido un ataque al corazón.
Parecieron pasar siglos hasta que llegó el doctor. El doctor Northrop era un hombre
fornido, con manos fuertes y hábiles. Examinó cuidadosamente a la doncella. Durante el
examen, Betty se tranquilizó, aunque no parecía ser capaz de hablar.
—De hecho, parece el corazón, milady —dijo el doctor—, pero creo que le vendría
bien algún cuidado. Deberá descansar y tomar caldos nutritivos cuando pueda. Cuando
se sienta mejor, me ocuparé de ella si la debilidad no desaparece. Sin embargo, suele
desaparecer. Sin duda descubrirá que tuvo alguna enfermedad en su niñez que
justifique lo que le ha pasado. Puede que tenga que despedirla.
Judith casi lo descartó en voz alta, pero se contuvo de hablar. Aún así, esperó que
Leander no lo viese de aquella manera. Sabía lo que era ser pobre, y no podía echar a esa
mujer a la calle.
Cuando se hubo ido el doctor, Leander le aseguró a Judith que no despediría a la
mujer. La doncella fue trasladada a uno de los cuartos del ático, y a una criada se le
asignó el trabajo de cuidarla.
Judith les aseguró a ambos niños que Betty no estaba tan enferma, y entonces fue a la
biblioteca. Leander se encontró con ella allí.
—Le he preguntado a Addison —le dijo— y me informó de que Betty parecía
completamente bien hace una hora. Aunque admitió que no era normal en ella subir a la
habitación de Rosie antes de que la llamaran, así que quizás se sentía mal —le sirvió
algo de brandy—. Ten, esto debería calmarte los nervios después de tanta excitación.
Judith dio un agradecido sorbo, aunque jadeó ante el calor del licor.
—De veras espero que se recupere por completo. Si debemos irnos dentro de poco a
Temple, Betty tendrá muchas oportunidades de ponerse bien y descansar. Aunque no sé
qué haremos si resulta que es incapaz de trabajar.
—Nos ocuparemos de eso cuando pase. Ya veremos qué dice el doctor.

222
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Al día siguiente, como prometieron, todos fueron al servicio de St. Paul. La semana
anterior en Winchester, pensó Judith, ésta en San Pablo. Cómo había cambiado su vida.
Después de la iglesia a los niños se les permitió visitar a Betty, pues la mujer parecía
notablemente recuperada, aunque se asustaba por todo.
—Oh, milady. De verdad debo hablar con usted. Lo siento tanto...
Judith se apresuró a reconfortarla.
—Betty, no debe preocuparse. Ya veremos lo que el doctor Northrop tiene que decir,
pero sin importar cuál sea su estado, haremos lo que sea más conveniente para usted.
La mujer comenzó a llorar.
—Vamos, vamos —dijo Judith—. Estoy segura de que todavía se siente indispuesta.
Regresaré a hablar con usted cuando el doctor la haya visto.
Envió a los niños con George. Desgraciadamente, no podían visitar la Torre en
domingo, pero tomarían el carruaje y visitarían el Puente de Londres.
Cuando se fueron, Judith se acomodó para terminar de hacer su equipaje, pero
mientras Emery plegaba su camisón de seda de repuesto, se distrajo. Su periodo casi
había terminado, y se preguntó si debería decírselo a Leander. La avergonzaba aún más
que la necesidad inicial de decirle que había empezado, pues podría parecer una
invitación a su cama.
Lo dejaría estar. Él parecía estar familiarizado con estos secretos femeninos, e
indudablemente se percataría en una semana de que debía haber terminado.
Fue al almacén para comprobar las cajas que nunca habían sido desempacadas.
Definitivamente sacaría su vino. Vaciló frente a la caja del puding de Navidad, sin
embargo, para conseguir acostumbrarse al estilo de vida de Leander ya que ella no
podía imaginar que cosas así fueran necesarias en Temple Knollis. Pero al final ordenó
que fueran enviadas en el carruaje de repuesto. Todavía eran significativas.
Leander deseaba llevar a su ayuda de cámara en este viaje, y algunas posesiones de la
casa londinense, así es que Rougemont, el ayuda de cámara, viajaría con este equipaje
adicional. Emery, después de pensárselo, tristemente había anunciado que no quería
dejar Londres, así es que Judith contrataría a una doncella en Somerset.
Con un carruaje de repuesto, habría mucho espacio. ¿Qué más sería necesario?
Ella no tenía ni idea de si en Temple disponía de una buena biblioteca, así es que
decidió llevarse algunos volúmenes de esta biblioteca. Comenzó la selección, a menudo
distrayéndose por un volumen interesante. Tal cantidad y variedad de libros no habían
sido parte de su vida anterior.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Se sobresaltó por un alboroto, y la voz de Rosie llamando frenéticamente a su madre.


Salió corriendo hacia el vestíbulo para ver a George llevando en brazos a un empapado
Bastian, envuelto en una manta para caballos. Rosie corrió hacia ella.
—¡Alguien empujó a Bastian al río!
—¿Qué? George, tráigalo aquí... —Entonces el olor la golpeó. Abrazó a su hijo de
todas formas—. Bastian, cariño, ¿estás bien?
—Sí —dijo él valerosamente, pero parecía bastante pálido y tembloroso—. Un
barquero me sacó bastante rápido, y sé nadar.
—Gracias al cielo por eso. Debemos calentarte y secarte. —El mal olor del río lo
cubría por completo—. En la cocina, creo. —Envió a Bastian con otros sirvientes,
reteniendo a George y a Rosie—. Ahora —dijo ella—, contadme lo que ocurrió.
—¡Alguien le empujó desde el puente! —gritó Rosie.
Judith la envolvió en un abrazo.
—Deja que George me lo cuente, querida.
—Bien, milady —dijo el joven, quien parecía bastante tembloroso él mismo—, no sé
exactamente qué decir. Después de que visitamos la Torre, los jovencitos quisieron
atravesar andando el puente, y mirar los barcos. El señorito Bastian corría delante. No vi
ningún daño en eso. Me quedé con la señorita Rosie, y observaba unos barcos pasando
bajo el puente cuando ella gritó. Miré alrededor y el señorito Bastian no estaba. Cuando
miré hacia abajo, en efecto, estaba allí, en el agua. Pero lo recogieron en segundos. Lo
lamento mucho, milady.
—Estoy segura de que usted no tuvo la culpa —dijo Judith, preguntándose por qué
estaban teniendo lugar estos extraños accidentes.
—Un hombre lo empujó —dijo Rosie con firmeza—. Lo vi.
Judith miró a su hija, que no tenía la costumbre de mentir, ni siquiera de exagerar.
—¿Viste a alguien empujar a Bastian al río?
Rosie asintió vigorosamente.
—Él quería tirarle. Lo levantó y lo lanzó por encima.
Judith apenas podría creer lo que oía.
—¿Qué hizo el hombre luego?
—Se escapó.
—¿Puedes decirnos cómo era?

224
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Rosie negó con la cabeza. Judith miró al lacayo.


—¿Vio usted a ese hombre, George?
—No, milady. Estaba ocupado mirando cómo sacaban al señorito Bastian del río, y
dando las gracias cuando vi que estaba bien. Para cuando entendí lo que la señorita
Rosie decía, no había ningún hombre.
Judith sintió un escalofrío.
—¿Había mucha gente en el puente? ¿Alguien más pudo verlo?
—Había sólo unas pocas personas, milady, y ninguno tan cerca como para decir algo.
Un viejo hablaba sin cesar de los bribones que se subían a los parapetos, pero estoy
seguro de que no hizo eso.
Judith se preguntó si Rosie mentía acerca de este extraño asaltante para encubrir el
hecho de que Bastian hubiera sido tan tonto, pero sabía que ella ciertamente no lo haría
sin ensayarlo mucho, y una aventura así parecía apenas planificada por adelantado.
—Debes de tener alguna idea de cómo era ese hombre, Rosie. ¿Era alto o bajo?
—Sólo lo normal, mamá. —Frunció el ceño concentrándose—. Se parecía a papá
Leander, supongo.
Judith sintió escalofrío.
—¡Como papá Leander! —repitió.
—Sí —dijo Rosie—. De la misma estatura, y bien vestido.
El corazón de Judith se estabilizó.
—Y como Papá, también —agregó Rosie, servicial.
Judith decidió que no iban a averiguar nada de Rosie, excepto que el hombre era un
caballero, y no un anciano. Era todo muy extraño. Llevó a Rosie con ella a ver a Bastian,
y lo encontró limpiándose a sí mismo alegremente delante del fogón, más bien orgulloso
de su aventura ahora que estaba a salvo.
—Discúlpeme, milady —dijo Addison débilmente—, pero ¿qué debemos hacer con la
ropa del señorito Bastian?
Judith miró el montón maloliente y empapado en una esquina. Odiaba desaprovechar
ropa nueva, pero dijo:
—Tírelas, Addison.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

El mayordomo pasó la orden con un gesto, y el pinche de cocina recogió las prendas
de vestir y salió. Algo en su comportamiento hizo a Judith pensar que todo sería lavado
y reutilizado, pero no tenía ninguna objeción.
Al igual que Hal Beaumont, odiaba el derroche.
—Le ruego que me disculpe, milady —dijo Addison en voz baja—, pero es muy
probable que el señorito Bastian haya tragado algo de agua del río, y podría enfermarle.
Primero Betty, ahora Bastian.
—Bastian, ¿crees que tragaste agua? —preguntó Judith.
—No, mamá. George acababa de decir lo sucio que estaba el río con toda la ciudad
usándolo como cloaca, así es que cuando caí pensé que sería mejor si contenía el aliento
y cerraba la boca. Y eso hice. —Su voz rebosaba de orgullo—. Fue gracioso, mamá.
Parecía que no terminaba de caer.
Su fragilidad le estremeció el corazón, y lo abrazó.
—Creo que lo hiciste maravillosamente, cariño. Ahora, dime. ¿Te empujó alguien?
—Por supuesto que lo hicieron —dijo, indignado—. ¿Creías que había saltado?
—No, claro que no —dijo rápidamente, tratando de ocultar su miedo—. ¿Sabes quién
fue?
—No —dijo Bastian, ceñudo—. Pero ¿sabes, mamá?, estuve viendo toda la mañana
otra vez al hombre del guante.
—¿El hombre del guante?
—El que perdió sus guantes ayer. Se le cayeron del bolsillo en la Abadía de
Westminster, así es que corrí tras él y se los devolví. Estuvo muy agradecido. ¿Podemos
comernos ahora los dulces?
Judith se preguntó si desvariaba.
—¿Qué dulces, cariño?
—Los que él nos dio. Betty dijo que no podríamos comerlos sin tu permiso. Eran
frutas de mazapán.
—Bueno, ella estaba enferma y se habrá olvidado de preguntar... —La voz de Judith
se apagó a causa de un terrible pensamiento. Tragó saliva, y luchó para calmarse—. Le
preguntaré cuando suba. Bastian, tú y Rosie debéis quedaros en casa el resto del día.
Judith salió deprisa, deseando que Leander estuviera en casa. ¿Era todo un terrible
complot, o simplemente dos extrañas coincidencias? Pero era Leander cuya vida se

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

suponía que corría peligro. ¡Oh, válgame Dios! ¿Qué ocurriría si él estuviera
sucumbiendo ahora mismo bajo un ataque?
—¡Addison! ¿Sabemos dónde está el conde?
—Me temo que no, milady, pero podría enviar a buscarle a los clubes, y a la oficina
del señor Cosgrove.
—Hágalo, por favor. Envíe un mensaje diciendo que necesito que vuelva a casa tan
pronto como sea posible.
Judith subió corriendo las escaleras hacia el cuarto de Betty en el ático. La mujer
estaba dormida, pero Judith la despertó sin piedad.
—¿Milady...?
—¿Betty, comió usted alguno de los dulces que le dieron a Bastian?
La cara de la mujer se contrajo, y comenzó a llorar.
—Oh, milady. Lo siento tanto. Sólo comí uno. Y he estado pensando... sé que es una
locura, pero ¿pudieron ser ellos los que me pusieron enferma?
—Podría ser, sin duda —dijo Judith, hosca—. ¿Qué sucedió con el resto?
—Están en el bolsillo de mi capa, milady.
Judith los encontró, una red dorada de frutas de mazapán de alegres colores, muy
atractivas para un niño. Ella temblaba por lo que podría haber pasado. Ver lo que le
había ocurrido a Betty por comer sólo uno, y ella era una mujer adulta. Sus preciosos
niños podrían haber muerto.
Un golpe en la puerta anunció al médico. Judith rápidamente explicó el curso de los
acontecimientos.
—Sumamente extraño —dijo el médico, y tomó los dulces—. Los examinaré, pero si
consideramos una sustancia nociva... Excúseme mientras examino a mi paciente, lady
Charrington.
El examen fue concienzudo. Al final, le dijo a Betty:
—Creo que se pondrá bien. No detecto debilidad en el corazón.
—Entonces ¿fueron esos dulces, señor? —preguntó la criada.
—Me temo que pudo ser eso, pero en ese caso, su acción impropia hizo el bien, pudo
haber salvado las vidas de los niños.
Judith acompañó al médico escaleras abajo y le sirvió una copa de vino, obligándose a
sí misma a calmar sus nervios.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—¿Podría uno de esos dulces matar a un niño? —preguntó directamente.


—Me temo que podría haber sido así, lady Charrington.
—¿Tiene alguna idea de qué contienen?
El hombre sorbió su vino detenidamente.
—Hay varias posibilidades, pero mi primera suposición sería el extracto de dedalera.
Se usa medicinalmente para inducir el vómito, y estabilizar el corazón. Los síntomas
cuadrarían. Lady Charrington, ¿tiene alguna idea de por qué alguien intentaría dañar a
sus hijos?
—No —mintió Judith, y optó por no contarle al doctor nada del ataque a Bastian.
Leander entró rápidamente.
—¿Qué pasa? —Miró con atención al médico—. ¿Betty está peor?
El doctor explicó la situación, y el rostro de Leander se convirtió en una máscara
vigilante.
—Ya veo. Es muy extraño. Investigaré este incidente, pero me temo que debe ser cosa
de un loco. Las autoridades deben ser informadas. Como dejamos Londres mañana, al
menos nuestros hijos no correrán más peligro.
Tan pronto como el médico se fue, él se relajó y dejó mostrar su preocupación.
—Vaya, nunca lo hubiera creído. ¿Pero qué ganan dañando a los niños?
Judith habló con frialdad.
—Alguien empujó hoy a Bastian desde el Puente de Londres.
Sus ojos se abrieron con sobresalto.
—¿Está...?
—Está bien. Dice que fueron seguidos hoy por el hombre que les dio los dulces. —
Pronunciaba las palabras como si fueran un mazo, pero no podía evitarlo.
Leander se sirvió un poco de vino y lo bebió.
—No tiene sentido.
—Todo lo que sé —interrumpió Judith—, es que mis hijos están en peligro por tu
culpa y la de tu demente familia. Quizá piensen que Bastian es tu verdadero hijo y tu
heredero.
—No pueden ser tan estúpidos.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Parecen capaces de cualquier estupidez. Después de todo, si se enteraron de que


alguien estaba indagando sobre la difteria pudieron haberse dado cuenta que el truco
había fracasado. ¿Qué mejor manera de retrasarnos que matar a un niño? Algo
insignificante para un Knollis, supongo.
—Judith, no tiene sentido —repitió—. Estás alterada. Lo entiendo...
—¡Alterada! Eso es decir poco, señor. Estoy furiosa, y una buena parte de esa furia
está dirigida a ti. No fuiste honesto conmigo. ¡Si me hubieras dicho que mis hijos podían
estar en peligro por tus peleas familiares, no me hubiera casado contigo, para empezar!
—¿Cómo podía saber que se volverían locos? —replicó él, pasándose las manos por el
pelo.
—¡Son tu familia! —exclamó Judith, y salió bruscamente a proteger a sus hijos.
Leander fue a verlos, y mantuvo el tono ligero como si lo repasase con ellos,
alentando a Bastian a verlo como una aventura. Luego, sin cruzar ni una palabra con
Judith, salió de nuevo.
La cólera de Judith, que era miedo en sus tres cuartas partes, se apaciguó, pero no
perdonaba del todo a Leander. Claramente no había sido sincero acerca de la extensión
de la maldad de su familia. Cuando Addison vino a decir que el señor Rossiter estaba
abajo, ella se negó a verlo. No tenía ganas de invitados, especialmente no el hermano de
Sebastian.
Addison regresó un momento después para disculparse por el hecho de que mientras
el señor Rossiter esperaba, el lacayo nuevo le había contado el accidente en el puente, y
había contrariado al tío del niño. Aparentemente se había tranquilizado por la noticia de
que todos abandonarían la ciudad en poco tiempo hacia la seguridad de West Country.
Seguridad, pensó Judith. Era lo más parecido a dirigirse a la guarida del león.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Capítulo 16

Si Bastian no se encontraba peor después de su zambullida, se pondrían en camino al


día siguiente como estaba planeado.
Leander había discutido a fondo esto con Judith la noche anterior, ofreciéndole dejar
allí a los niños, e incluso sugiriendo que todos ellos fueran a algún otro sitio y dejaran
que otros investigaran el problema. Pero Judith no tenía intención de separarse de sus
hijos y sentía que ningún lugar sería seguro. Lo único que podían hacer por su
seguridad era enfrentarse a la familia de Leander y poner trabas a sus planes.
Leander estuvo de acuerdo.
—He informado a los magistrados —dijo él—, en caso de que este asunto lo causara
un loco errante. Les he dicho todo lo que sabemos a los Granujas, y se dedicarán a
investigar. Inspeccionarán a todo el mundo tanto si es el joven James Knollis, como si es
cualquier otro de mis primos en esta ciudad.
A pesar de que se tuteaban y hablaban con franqueza, sus maneras y las de ella,
nunca traspasaban la barrera de la formalidad.
—¿Crees que estaremos a salvo durante el viaje? —preguntó Judith.
—No estoy completamente seguro de que corramos peligro aquí, pero cuando
estemos en el carruaje no tengo intención de perderos de vista, así que creo que
estaremos a salvo. Además llevo conmigo a George, para que controle al cochero y los
postillones contratados, solamente para estar seguro. Parece un joven competente, y
asegura que es bastante bueno disparando una pistola.
Judith tembló.
—Como tú mismo dijiste, cuesta poco matar. —En ese momento, deseó que él la
abrazara, pero las barreras entre ellos eran demasiado altas.
—Desgraciadamente así es. Pero es más difícil hacer que parezca un accidente, y eso
es lo que querían hacernos creer. Si Bastian no se hubiera quejado, y Rosie no hubiera
estado mirando, ¿no hubiéramos asumido que él había subido al parapeto y se había
caído?
Judith aspiró con fuerza.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Eso me hace sentirme un poco mejor. Sin embargo, me alegraré cuando


desenmascaremos a tu tío y a tus primos, y pongamos fin a esto.
—Estoy de acuerdo contigo, Judith —dijo Leander con el ceño fruncido debido a la
preocupación—. Espero que cuando lleguemos a Somerset, tú y los niños se queden con
un amigo mío mientras yo voy solo a Temple. La casa de Nicholas está sólo a treinta
millas.
Judith quiso protestar, decir que ella debía ir con él, para protegerle, pero sus hijos
estaban primero.
—Por supuesto —dijo ella—. ¿Otro Granuja?
—El Rey Granuja —dijo Leander con la huella de una sonrisa en sus labios—, te
gustará Nicholas, y confío en que él os protegerá.

Los niños, sensibles a la atmósfera, se mantuvieron tranquilos al principio del viaje,


pero pronto se reanimaron y se convirtieron en un dúo bastante bullicioso. Judith se
sentiría feliz si hubiera podido dejarlos en un establo, y volver a la anterior tranquilidad
que ellos estaban arruinando.
Los animales iban con ellos. Dado que Blucher estaba contento viviendo en el bolsillo
de Bastian, con algún viaje ocasional a sus hombros, Rosie exigió que Magpie la gatita,
pudiera ir con ella, sin embargo, ésta tenía instintos asesinos, y le siseaba y gruñía a la
rata.
Al final, el tiempo de confinamiento tuvo que ser dividido entre los dos, para
satisfacción de Rosie, y enojo de Bastian.
Judith empezó a tener dolor de cabeza, y se preguntó si Leander desearía no haberse
fijado nunca en su familia. Ahora que ya no estaban juntos, toda la diversión y la alegría
parecían haber desaparecido.
Cuando pararon para almorzar, él no dejó que los niños se apartaran de su vista, lo
que limitó su ejercicio, por eso todavía estaban inquietos cuando treparon de vuelta al
carruaje.
Empezaron una pelea para ver en qué lado tenían que sentarse. Al final Judith se
ofreció a cambiar de lado para que ambos pudieran sentarse juntos. Entonces se
pelearon por ver quién debía sentarse con ella. Judith les gritó que pararan, y se
sentaron en un tétrico silencio.
Leander estaba ocupado pensando en su seguridad.

231
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Tenía prisa por llegar a la seguridad de la casa de Delaney, así que llegaron hasta
Andover el primer día, sumergidos en la tristeza. Judith y Leander tuvieron cuartos
separados.
Al día siguiente el clima empeoró. Estaba nublado, y caía una llovizna gélida. Judith
sintió pena por los que viajaban fuera en el carruaje.
—Si vamos bien de velocidad, podríamos quedarnos en Redoaks18 hoy —dijo
Leander.
Judith quiso protestar por las prisas, pero ella también quería llegar a la casa, y
agradecía tener casi todo el viaje hecho.
Sin embargo, cuando saboreó la tensión en el carruaje, y vio el distanciamiento con el
que Leander se había envuelto, cuando pensó lo que Charles Knollis había tratado de
hacer con sus niños, sintió que fácilmente podría ceder ante el odio que la embargaba.
El cielo se fue aclarando conforme avanzaba el día, pero también se enfrió; aún
cuando en el carruaje Judith y los niños iban envueltos en mantas, ella no podía
imaginar lo que tenía que ser estar en el pescante del carruaje. En cada cambio, Leander
ordenaba ladrillos calientes para ponerlos en el suelo contra sus pies, y una bebida
caliente con alcohol, agua y azúcar para todos, pensó que para los niños estaba
adecuadamente diluida. Aún así, los adormeció conforme el día fue pasando, y su
irritabilidad fue disminuyendo.
Mientras dejaban la carretera de posta, la luz casi había desaparecido, y la luna era
una mera línea, Judith preguntó repentinamente:
—¿Está tu amigo esperándonos?
—Envié un mensajero delante—dijo Leander—. ¿Pensaste que no lo haría?
—No sé que esperar de vosotros los Granujas. ¿Qué ocurre si no les conviene
tenernos aquí o no están? Los Delaney se sentirán obligados a aceptarnos.
—Lo que conviene o no, no importa —dijo él con rotundidad—. Y si no hubiera
habido nadie en casa, mi mensajero habría regresado.
A ella no le gustaba la situación.
—¿Cuánto tiempo hace desde la última vez que visitaste a Nicholas Delaney?
Él pensó en ello.
—Oh, nos encontramos brevemente en Salzburgo hace tres o cuatro años. Además
nos hemos carteado.

18 Redoaks: robles rojos en inglés. (N. de la T.)

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Judith abrió la boca y la cerró otra vez.


Leander dijo con cuidado:
—Me presenté en el umbral de Lucien sin avisar, y no le había visto desde que tenía
dieciocho años. No he visitado mucho el campo.
Judith suspiró. Así que ella y los niños serían encasquetados a unos perfectos
extraños, y eso sin un mísero por favor. Iba a ser una visita muy difícil. Había luna
suficiente como para que pudieran continuar el viaje con la ayuda de lámparas, pero
después de diez horas de viaje casi ininterrumpido, cuando finalmente abrieron las
portillas, Judith se sentía como si llevara viajando toda la vida. A través de los viejos e
inmensos árboles que daban su nombre a la casa, pudo ver una construcción sólida y
cuadrada, con unos brillantes y acogedores ventanales. Ella rezó para que todo fuera
bien.
Con suavidad despertó a los niños. Rosie se frotó los ojos medio dormida, pero
Bastian se asomó por la ventanilla para ver dónde estaban.
Cuando bajaron del carruaje, la puerta de la casa estaba abierta, iluminando con una
luz dorada la fría oscuridad, y a las personas que salían del interior. Judith pudo
observar confusa a una agradable pareja y a unos alegres sirvientes, antes de que ella y
los niños se vieran envueltos en una calurosa bienvenida.

Llevaban un rato en la luminosa habitación, caliente por el fuego que ardía en el


hogar, cuando tuvo la oportunidad de observar a sus compañeros. Los niños estaban en
un sofá hablando con una mujer muy hermosa, de pelo castaño rojizo. Leander hablaba
con un hombre rubio, probablemente Nicholas Delaney. Entonces Leander la miró, y
notó como una pesada carga desaparecía, y supo que el penoso viaje también había sido
duro para él. ¿Se habría pasado el viaje preocupado por la posibilidad de que los
atacaran?
—¿Lady Charrington?
Judith vio que su anfitriona se había sentado a su lado.
—Debe estar exhausta —dijo Eleanor Delaney—. Sus hijos deben estar
verdaderamente cansados ya que lo han admitido, y dicen que sólo quieren algo rápido
para comer antes de irse a la cama. Puedo pedir pan y leche si a ellos les gusta.
—Sí —dijo Judith agradecida—. Eso le sentaría de maravillas.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Y habrá comida para usted en el comedor en un abrir y cerrar de ojos, pero estoy
segura de que antes le gustaría tomar un poco de té.
Eleanor se marchó para dar las órdenes, y Judith se acercó a los niños.
—Ésta parece ser una casa muy agradable —dijo ella—, estoy segura de que nos
gustará estar aquí.
—¿Por qué no podemos ir al Temple, Mamá? —preguntó Bastian, con voz
quejumbrosa.
—Podemos, y lo haremos, pero está muy lejos como para hacerlo en veinticuatro
horas. Además, Papá Leander no está seguro de que sus parientes nos den la
bienvenida, llevan mucho tiempo viviendo allí. Él quiere controlar la situación antes de
que lleguemos. Sólo le llevará unos pocos días. —Decidió cambiar de tema—. Cuando
lleguemos, será hora de prepararse para Navidad. Tendremos que hacer nuestras
decoraciones, coger abetos, acebo, y hiedra para adornar la casa. Tendremos que ver si
podemos encontrar muérdago, también.
—Soy hábil encontrando muérdago, Mamá —dijo Bastian excitado.
—Sí, lo sé, pero éste será un lugar nuevo para explorar, así que no sabrás cuales son
los mejores árboles.
Giró la cabeza cuando vio a Leander acercarse con su anfitrión.
—Judith, quisiera presentarte a Nicholas Delaney. Nicholas, ésta es mi mujer, y mis
nuevos hijos, Bastian y Rosie.
Bastian y Rosie lucharon por ponerse en pie para hacer sus reverencias.
—Créeme Lee, nadie como tú hace las cosas con la misma desenvoltura —dijo
Nicholas Delaney con una sonrisa—. No sólo te casas, sino que traes una familia ya
hecha. Sed bienvenidos —dijo con convicción—. ¿He oído algo sobre muérdago?
Mañana teníamos pensado realizar una expendición para buscarlo, y necesitamos toda
la ayuda posible.
—Soy hábil encontrando muérdago —dijo Bastian con orgullo—. ¿Sabe?, los
manzanos son los mejores.
—¿Lo son? Bien, nosotros tenemos un huerto, y si tuviéramos a alguien que trepara a
los árboles...
Judith miró a Leander y sonrió. Él le devolvió la sonrisa. Todo estaba yendo bien.
Los niños se comieron el pan y la leche, y se fueron a sus camas calientes, en la
habitación al lado de la suya. Judith comió un poco de sopa, pero no aguantó más y

234
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

buscó una cama para sí misma. Se encontró con que ella y Leander compartirían cuarto
y cama, pero estaba tan cansada que se quedó dormida en cinco minutos.

En la biblioteca, Leander y Nicholas compartían una taza de ponche caliente.


—Entonces —dijo Nicholas—, ¿crees que tu familia está detrás de los ataques al niño?
—¿Qué otra cosa puedo pensar? Me han convencido de que están locos.
—Será locura —concordó Nicholas—. Y más allá de lo creíble. ¿Estás diciendo que
toda tu familia está para ser internada en un asilo? Si sólo querían retrasarte, lo están
haciendo de una forma horriblemente cruel.
Leander se frotó la cara cansadamente.
—No lo sé, Nicholas. ¿Crees que me estoy volviendo loco, o que viene de familia?
—No —dijo Nicholas, y le llenó la taza a Leander.
Leander suspiró.
—Quizás realmente no quisieron hacerle daño al niño. Después de todo, el veneno
sólo puso enferma a la criada, y uno debería esperar que los barqueros sacaran a Bastian
del río. Un niño enfermo nos habría atado a Londres una semana más o menos.
—Y se uniría a la historia de la difteria —dijo Nicholas— y he encontrado gente lenta
propensa a tener accidentes... Aún así, algo no encaja. Después de todo lo que has dicho,
el veneno que enfermó a la criada pudo haber matado a un niño, y la caída desde el
puente pudo haber dejado inconsciente al niño si hubiera caído mal. Por lo que podría
haberse ahogado antes de que lo pudieran alcanzar. En el mejor de los casos, tus
villanos tienen poco cuidado con la vida humana.
Leander bebió un profundo trago del potente ponche.
—Una familia sólo es una bendición a medias.
—¿Es eso? —preguntó Nicholas con diversión—. Lo tuyo suena como una maldición
total.
—Quiero decir Bastian y Rosie. Nunca pensé en el peso de la responsabilidad. Si
alguno de ellos saliera herido por mi culpa, nunca me lo perdonaría.
—Estarán a salvo aquí. Eres tú por quien estoy preocupado.
—Puedo cuidar de mí mismo.
235
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—¿Siempre? Podrías estar en peligro. Iría contigo, pero pienso que debo quedarme
aquí haciendo guardia.
—Eso seguro. Llevaré a mi hombre, George. Él puede ayudarme. —Leander miró la
taza, y levantó la vista—. Nicholas, si me ocurriera algo, ¿cuidarías de Judith y de los
niños?
—Me ofende que necesites preguntar. Te prometo algo más. Si te matan, enviaré a tu
demente familia hasta la boca del infierno. Ninguno de ellos se aprovechará del delito,
te doy mi palabra.
Lo dijo simplemente, pero Leander supo que era una promesa de corazón. Y se sintió
reconfortado.

Leander se despertó a la mañana siguiente en la cama al lado de Judith, que estaba


profundamente dormida y tenía sombras debajo de sus ojos que no habían estado allí
cuando se casó con ella. Acercó la mano para apartar de su mejilla un mechón de negro
cabello, pero se detuvo. No debía despertarla, necesitaba dormir.
Sentía que estuvieran reñidos y quería desenredar todos sus problemas
inmediatamente, pero este no era el lugar ni el momento. Ciertamente no era el
momento para hacer el amor, a pesar de que las cálidas curvas del cuerpo que estaba a
su lado hacían que el suyo engendrara una distintiva inclinación.
Ya tendrían tiempo para eso cuando se asentaran finalmente.
En su hogar.
Lo saboreó mentalmente. Temple Knollis, no tanto como el lóbrego museo que había
visitado, sino más bien como un hogar vivo. Temple Knollis en Navidad, niños
corriendo por los pasillos, llenando el aire de risas. Judith con verdes guirnaldas en las
manos, sujetándolas en pulidas barandillas, y un bol de ponche siempre listo, con una
mezcla de sabor intenso a limón, pino y abeto.
Los sirvientes y la familia reunidos para cantar villancicos a la luz de las velas. Quizás
las gentes del lugar vinieran a cantar a cambio de pastel de carne.
Su hogar.
Pero primero, pensó con un guiño, había que ganárselo y cuanto antes mejor. Salió
rápidamente de la cama y fue a vestirse y afeitarse.

236
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Judith se despertó cuando él salía, su lugar en la cama todavía estaba caliente. Lo oyó
en el vestidor. ¿Se iría sin decirle una palabra?
Se apresuró fuera de la cama y se vistió velozmente, aunque las únicas prendas a
mano eran las de viaje. Cuando oyó que salía del vestidor y bajaba las escaleras corrió
para unirse a él.
Él se volvió hacia ella en las escaleras.
—¿Te he despertado? Lo siento.
—Siempre me levanto pronto —dijo ella sintiéndose enferma de repente.
—Escuché ruido abajo y pensé que el desayuno estaría listo. —La cogió de la mano
para conducirla hacia abajo y sintió esparcirse un cálido confort.
—Lo siento —dijo ella con suavidad.
—¿Por qué?
—Por culparte de los accidentes de Bastian.
Se paró en el vestíbulo enfrentándola:
—Pero debe haber sido por mi causa. No hay nada en tu vida que evoque violencia.
—Incluso así —dijo Judith— no fue culpa tuya, fue sólo porque tenía miedo. Los
niños son todo lo que tengo —dijo angustiada—. ¡No, no lo dije en serio!
La acercó para abrazarla.
—Lo sé, Judith, no te angusties, lo aclararé todo y entonces podremos instalarnos en
la bucólica felicidad.
Ella lo miró.
—¿Te gustará? —le preguntó llena de dudas.
Sus ojos le enviaron un cálido mensaje cuando gentilmente la besó en los labios.
—Espero que me guste muchísimo.
Un extraño graznido los hizo separarse, y se volvieron para ver a Nicholas llevando a
cuestas a una niña pequeña.
—Os presento a Arabel —dijo con pesar—. Quisiera haber esperado discretamente,
pero no tiene modales y quiere su desayuno.
Fue delante de ellos hacia el comedor y dejó a la criatura en el suelo.
Ya caminaba, aunque con el titubeo de los principiantes. Trotó felizmente alrededor
de Leander y se agarró a su pierna.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Una muchacha terriblemente adelantada —dijo su padre—, tendremos muchos


problemas con ella. Insiste en levantarse absurdamente temprano y necesitaremos
reorganizar al servicio en consecuencia. ¡Ven aquí Bel! —la llamó—. Tu huevo estará
listo en cualquier momento.
La niña miró a su alrededor y se lanzó a un divertido e inseguro viaje hacia una silla
situada en una plataforma para que ella pudiera llegar al nivel de la mesa. Su padre la
situó en ella y le dio unos trocitos de tostada para que empezara.
Judith observaba con asombro, nunca había imaginado a un padre que cuidara a su
hijo de esa forma. Cuando Arabel tiró alegremente un trocito de tostada a través de la
mesa, Nicholas interrumpió lo que estaba diciendo.
—No cariño, no debes hacer eso. —Apartó el plato de su alcance y continuó con lo
que estaba diciendo.
Arabel miró al plato haciendo ruiditos, demandando atención. Nicholas se giró:
—Muy bien, pero no debes lanzar la comida. —El plato fue devuelto, y la niña
empezó a comer la tostada, aunque de manera desordenada.
—¿Entiende lo que le dices? —preguntó Judith con sorpresa.
—No tengo idea —respondió Nicholas amablemente—, pero actuando con esa
presunción parece que generalmente da buenos resultados.
Una criada entró con un huevo desmenuzado en un bol para la niña, junto con platos
calientes de bacón, huevos, salchichas y bistecs para los adultos. En esos momentos
Eleanor Delaney llegó y se sentó al lado de Arabel, ayudó a la niña a introducir el huevo
en la boca, pero estaba claro que Nicholas hacía mejor trabajo que ella.
Judith sintió que su imagen de la vida estaba cambiando en su mente, pero sabía que
esa no era la forma normal de comportamiento. Porque los niños de alta cuna raramente
aparecían en compañía de adultos hasta que eran lo suficientemente mayores para
comportarse. ¿Es qué esa niña no tenía niñera?
Eleanor se dirigió a Judith:
—Pienso que lo mejor es dejar que los niños duerman tranquilos, Judith. La niñera los
cuida y los traerá cuando están listos.
Nicholas estaba ayudando a Arabel a beber de un vaso con pitorro, pero dijo a
Leander:
—Probablemente deberías retrasar tu salida hasta que están listos para despedirte.
—Saben que me voy.

238
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Incluso así.
Para asombro de Judith, Leander pareció tomárselo como una especie de orden. Y ella
miró a Nicholas Delaney subrepticiamente como si lo odiara.
El Rey Granuja. En realidad parecía que esta era la cuestión.
Tenía buen aspecto, como todos los Granujas, aunque no había nada espectacular en
su apariencia. Había algo más que sus cálidos ojos marrones, y algo más indefinible que
podría llamarse encanto. Eso, sin embargo, implicaba una vana y superficial cualidad,
en tanto que Nicholas Delaney merecía la palabra profundo.
Se encontró ofendida por la influencia que parecía tener en su amigo.
—No les preocupará que te vayas sin verles —dijo ella firmemente—. Yo se los
explicaré.
Llegados a este punto, el tema parecía irrelevante, ya que Bastian y Rosie, con su
mejor aspecto, entraron cautelosamente en la habitación. Los dos mostraron su interés al
ver a Arabel.
Nicholas hizo las presentaciones, y Judith hubiera jurado que la niñita sonrió
directamente a cada niño, una sorprendente risa de bienvenida. Esta era una casa muy
extraña.
Bastian y Rosie fueron provistos de comida, y Judith se sintió aliviada por su buen
comportamiento, a pesar de que Rosie soltó unas risitas cuando Arabel movió la cuchara
y lanzó un poco de huevo en la cara de su padre. Eleanor no pareció alarmarse. Nicholas
simplemente le lanzó una mirada que borró la sonrisa de su hija.
Cuando Bastian comprendió que Leander salía hacia Temple dijo:
—Desearía ir contigo, Papá Leander.
—No esta vez, Bastian.
Bastian lo miró.
—¿Estará allí el hombre que me empujó al río?
—No lo sé. Eso espero. ¿Algún detalle más sobre cómo era o sobre el hombre que te
dio los caramelos?
Bastian movió la cabeza.
—No vi al hombre que me empujó. El hombre de la Abadía de Westminster era
vulgar. Camisa con botones en el cuello y corbata extravagante, sombrero inclinado para
que no pudiera ver su cara. Parecía realmente ordinario, aunque pienso que quizás le
conocía de algún lugar.

239
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Esto no sonaba al joven James Knollis, pensó Judith, que se había vestido con la
simplicidad del campo.
—¿Quizás piensas que se parecía a mí? —preguntó Leander, siguiendo la misma
línea, aunque había pequeñas semejanzas familiares también.
Bastian le miró y movió la cabeza enfáticamente.
—Bueno, probablemente sería algún completo desconocido comportándose de
manera peculiar, pero mientras estoy fuera debes quedarte cerca de la casa a no ser que
te acompañe un adulto.
—Pero si voy a buscar muérdago.
Nicholas respondió a eso.
—No creas que vas a dejarnos de lado con ese cuento, jovencito.
La sensación de un círculo sin fin de peligro aterrorizó a Judith, pero se encontró que
estaba más aterraba por Leander, que se marchaba, que por los niños que se quedaban
en casa.
—Leander —dijo de repente—. Quiero ir contigo. —Después movió la cabeza—. ¡Oh,
qué tonta! No puedo dejar a los niños con los Delaney...
Se sentía como una patosa.
—No me preocupa si Bastian y Rosie se quedan —dijo Eleanor.
Para sorpresa de Judith, Bastian dijo firmemente:
—Pienso que Mamá debe ir.
Ella miró a Leander, quién dijo:
—No lo creo, podría ser peligroso...
—Por eso debo ir contigo. Un accidente a un hombre solo es creíble, pero a nosotros
dos ni mucho menos.
—En ese caso —dijo Leander con firmeza—, deberíamos llevar a los niños también.
—No —dijo Judith bruscamente, después, serenándose añadió—: Pero me sentiría
mejor si estuviera contigo, y quizás pueda ayudarte con tu familia. Tengo más
experiencia que tú con las familias.
Leander frunció el ceño pero asintió.
—Muy bien, lo confieso, agradeceré alguien a mi lado.
—Una compañera —dijo Judith en voz baja.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—“No es bueno que el hombre esté solo” —citó Nicholas de la Biblia—. “Crearé la
ayuda idónea para él”. Pienso que es una idea excelente.
Tan pronto como estuvieron de acuerdo, Judith empezó a repensárselo, pero sabía
que no podría soportar ver a Leander ir de cabeza hacia el peligro y quedarse
esperando. Se sorprendió de la facilidad con que los niños aceptaron el plan.
Cuando estuvo preparada para salir, con su capa rusa, Judith preguntó a Bastian por
qué se había empeñado en que ella se fuera.
—Tú te asegurarás que vuelva, Mamá.
Por un momento pensó que se refería a que lo mantendría a salvo, lo cual parecía
ridículamente optimista, pero entonces se dio cuenta de que los niños no estaban
todavía seguros de su futuro. Habían sido unos tiempos inestables, y ellos todavía
parecían pensar que podría desaparecer como el oro de las hadas. Les abrazó.
—Los matrimonios no se pueden romper, queridos. Estaremos de vuelta en pocos
días y entonces iremos todos juntos a Temple, para nuestra primera fiesta de Navidad.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Capítulo 17

Hicieron el viaje en la calesa de Nicholas, con George detrás. Hacía frío, pero envuelta
en lana y piel a Judith esto no le preocupó. Sin embargo, sus nervios estaban helados,
puesto que no sabía qué esperar, y medio temía un disparo de pistola desde cada
arbusto.
No obstante, el viaje fue tranquilo, y a primera hora de la tarde coronaron una
apacible colina para ver Temple Knollis sobre su promontorio. El día estaba nublado, sin
mágicas luces jugando sobre la oscura piedra rosada, y aún así, la belleza estaba allí de
todas formas. Con sus perfectas dimensiones y torrecillas, era un palacio de hadas
reflejado en un espejado lago.
Un camino serpenteaba por el prado, que se veía bastante desolado y descuidado,
hasta la calzada que conducía por una arcada al gran patio.
Aunque el parque no tuviera ninguna pared para demarcar sus fronteras y ocultar la
casa del camino, había una casa de guarda construida como una miniatura de Temple.
Estaba vacía y claramente desierta. Las ventanas vacías provocaron en Judith un
escalofrío en la espina dorsal.
Bajaron el camino de grava lleno de baches. Por otra parte, el prado estaba tan
descuidado como parecía, aunque las ovejas estaban afanosamente manteniendo el
prado aseado.
No había nadie a la vista. Judith se dijo que no era sorprendente en diciembre cuando
había poco trabajo exterior que hacer, pero se preguntó si la familia ya se habría
escapado y el personal dispersado. En muchos aspectos se alegraría de ello, pero se
preguntó en qué estado encontrarían la casa.
Había puertas en la entrada, pero Judith adivinó que nunca estaban cerradas. En vez
de atravesarlas, Leander giró la calesa para seguir un sendero que pasaba por el exterior
de las paredes.
—¿Dónde vas? —preguntó ella.
—Parece como si tuviéramos que depender de nosotros mismos —dijo—, entonces
también podríamos ir directo a los establos.
—Pero, ¿dónde están los establos? No hay edificios suplementarios aquí.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Él se detuvo junto a las amplias puertas dobles de la pared, y George saltó para
abrirlas.
—Hay cámaras alrededor de toda la pared —explicó Leander—. Las despensas,
lechería, zapatería, establos, etcétera. Todos tienen salidas hacia el patio, pero las salidas
principales están en esta línea. De modo que el perfecto patio no necesita ser alterado
por los criados, aunque no lo creas.
Dirigió la calesa hacia el relativo abrigo del establo, y George cerró la puerta detrás.
Judith casi quiso protestar para decir que podrían necesitar una rápida fuga, pero se
contuvo. No importaba que horribles trampas hubieran soportado en Londres, la familia
era poco probable que intentara una masacre a sangre fría.
De todos modos, con algo de suerte, se habrían ido. Rogó fervientemente porque se
hubieran ido.
El establo podía guardar diez vehículos, pero los únicos habitantes eran una antigua
berlina y un calesín ligero. Leander ayudó a Judith a bajar y fueron a explorar.
La siguiente puerta daba a un cuarto de arreos, y más allá de esto estaba el establo.
Un caballo, una jaca robusta, se volvió con curiosidad para mirarlos, sola entre veinte o
más pesebres.
—Había media docena o más caballos aquí cuando lo visité —dijo Leander,
acercándose a la jaca—. Pero esta compañera está cuidada, así que debe haber alguien
más en los alrededores.
—No creo que dejaran el lugar completamente vacío, ¿verdad? Debo decir, que este
es un magnifico establo. —Judith miró alrededor a las paredes de azulejos holandeses, y
a un techo caprichosamente pintado con una escena de Pegaso en el paraíso.
—Nada es demasiado bueno para Temple —dijo Leander secamente—. Vamos,
podemos explorar y descubrir lo peor.
Dejaron a George para que se ocupara de los caballos, y continuaron su camino por
las paredes de las cámaras de Temple Knollis.
—Todos los cuartos están unidos —dijo Leander, mientras atravesaban un cuarto de
forraje. Su voz hacía eco en la magnificencia embaldosada. Y estos eran simplemente los
talleres—. Absolutamente ninguna necesidad de que los criados se aventuren en el
patio, como ves.
Judith miró detenidamente por una ventana mugrienta al patio.
—Esto es tan grande. Un pequeño parque cerrado. Debe ser bonito cuando todas las
plantas están en flor.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Sí, lo es.
—Y —indicó ella—, estoy segura que los criados aprecian no tener que salir con el
tiempo frío o lluvioso.
Él se rió.
—Siempre práctica. Estoy seguro que tienes razón. Ven.
Pasaron por los cuartos usados para el almacenaje, y luego por los cuartos usados
para guardar la fruta. Judith se apartó para inspeccionar los anaqueles de manzanas.
—Ninguna fruta mala —dijo ella—. Estos no han estado descuidados por mucho
tiempo.
—La familia estaba aquí hace sólo unos días.
Llegaron al espacio de las uvas, con racimos de uvas que se mantenían frescos en sus
recipientes de cristal, y luego una puerta más grande.
—La casa —dijo Leander—. Aunque sólo, si mi memoria no me falla, la entrada de
los criados, y la cocina. ¿Quieres ir por este camino, o quieres atravesar el patio y entrar
por la puerta del frente?
Por motivos indefinibles, Judith sintió que Leander debería entrar en su casa, por
primera vez, por la puerta del frente, y así lo dijo.
—Bien.
Él abrió de golpe la estrecha puerta del patio. Judith anduvo de un lado a otro y miró
alrededor con admiración. Este era un hermoso lugar incluso en un día nublado... un
paraíso privado y cerrado. Las paredes no estaban encuadradas, sino que tenían una
forma irregular, probablemente siguiendo el Peninsular, estaban cubiertas por la hiedra,
y ramas del rosedal, laburno, y otras plantas, de modo que parecieran una parte de la
naturaleza, no el trabajo del hombre.
Una pequeña torre contenía un palomar, y podía oír los gorjeos guturales de los
pájaros. Le sonrió a Leander.
—Es encantador.
—Sí —admitió él—, pero ¿a qué costo? —Señaló el camino hasta las puertas de roble
talladas y vaciló—. Que me condenen si llamo para entrar a mi propia casa. —Giró la
perilla y abrió la puerta. Se rió con un cierto humor juvenil, y alzó a Judith en sus brazos
para llevarla dentro de la casa.
Ella se reía cuando él la dejó, pero su risa se tornó en asombro cuando miró
alrededor.

244
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—¡Dios!
—Exactamente.
Judith se habría encontrado en dificultades para expresar lo que pensaba de Temple
Knollis. Era indudablemente hermoso. El vestíbulo dominaba la profundidad de la casa,
con grandes ventanales al final que dejaban entrar la luz, y una exquisita vista del río.
Los cristales superiores de las ventanas eran vidrieras de flores sombreadas de amarillo
y oro, que arrojaban luces mágicas sobre el cuarto.
El piso era de mármol veteado con dorado, y el mismo mármol formaba delgados
pilares a lo largo de la habitación. Los alféizares en las paredes pintadas sostenían
blancas estatuas de mármol; los pedestales sostenían exquisitos jarrones de brillantes
colores. Numerosas puertas conectaban esta recámara, la rica madera dorada y negra de
amboyna19. A un lado, una amplia escalera arqueada con la elegancia de un esplendor
aún mayor.
—¡Dios! —dijo Judith otra vez.
—Extraordinario, ¿no es verdad? —remarcó Leander, paseándose por aquella
magnificencia—. Uno tiene que admirar el gusto de mi abuelo, y luego preguntarse a
quién puede no gustarle.
Judith supo que tenía miedo de tocar cualquier cosa por temor a romperlo. Miró uno
de los jarrones etruscos sobre un pedestal.
—Éstos tendrán que ser movidos antes de que los niños vengan aquí.
Él se dio vuelta.
—Creo que descubrirás... —Él tironeó del jarrón, y éste no se movió—. ¿Ves?, hay un
alambre debajo. Pero no está protegido contra una pelota voladora, por ejemplo.
—Oh, yo nunca los dejaría jugar aquí.
—Pero ese es el punto —dijo él, su voz resonando como en una iglesia—. El lugar
entero se parece a esto. Viste los establos. Ni tú, ni yo, ni los niños, vamos a vivir en un
museo. —Miró alrededor—. Debo admitir, sin embargo, que nada parece faltar.
—Estos son artículos difícilmente transportables.
—Cierto. Déjame pensar... Por aquí, creo... —Se encaminó hacia una puerta y la abrió
hacia una especie de salón de alguna clase.

Amboyna o narra: madera exótica procedente del sudeste Asiático, se utiliza en muebles, instrumentos
19

musicales y objetos de lujo. (N. de la T.)

245
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Quizás, pensó Judith, era la sala, pero difícilmente un lugar para pasar agradables
tardes en familia. Los pilares dorados dividían las paredes tapizadas. El techo era un
increíble trampantojo visual del cielo. Los muebles eran de la más fina calidad, cubiertos
de cara seda, y parecían como si acabaran de venir de Waring y Gillow. Tendría
aprensión de sentarse sobre ellos. Quizás el mejor cuarto para caldear sería el de las tres
chimeneas. La casa entera estaba profundamente fría; mantuvo sus manos bien metidas
dentro de su manguito.
Leander alzó la vista y dijo:
—El tercer profeta de la derecha es al parecer mi abuelo, mirando para siempre las
maravillas que había creado.
Judith alzó la vista hacia el hombre de facciones angulosas con el pelo suelto y se
estremeció.
Leander anduvo a través del salón, y abrió otra puerta.
—Ah, sí.
Judith lo siguió y encontró que estaba en un cuarto de platos. Las vitrinas mostraron
cuencos de oro y de plata, y platos para todas las ocasiones.
—Nada falta por lo que puedo ver —dijo Leander—. Extraño, extraño.
Judith recordó sus palabras a Rosie, y dijo:
—¿Tendremos que comer en platos de oro después de todo?
—Desde luego que no.
Leander se encaminó al siguiente cuarto, donde estaban expuestas en filas la
porcelana china, inglesa, francesa, y oriental. Puso las manos sobre las caderas y lo
inspeccionó todo.
—El lugar parece haber sido abandonado intacto. Sólo puedo asumir...
—¿Y qué cree usted que está haciendo? —exigió una voz.
Judith y Leander se dieron la vuelta bruscamente para enfrentar a un joven armado
con una pistola. Era el joven James Knollis. El corazón de Judith saltó en su garganta, y
pensó derribarlo ella misma antes que Leander.
Pero James bajó la pistola, y palideció.
—¡Oh, señor! —dijo.
—Precisamente —dijo Leander, y quitó la pistola de la mano del joven—. ¿Cuándo
regresaste?

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James fue de pálido a rojo.


—Vine directamente desde Winchester, señor. Lamento todo esto. No podía pensar
qué más hacer.
Leander descargó el arma.
—¿Por qué había algo que debía hacerse?
James miró entre ellos y suspiró.
—Mejor venga a hablar con Madre.
—¿Tu madre todavía está aquí?
—Todos estamos todavía aquí —dijo James con un poco de amargura—. ¿Qué opción
tenemos?
Leander y Judith compartieron una mirada perpleja y siguieron a James cuando los
condujo salón tras salón, hacia los cuartos de los criados. Era difícil de creer a James un
asesino. ¿Y por qué estaba su madre en la cocina?
La familia entera estaba en la cocina.
James introdujo a Leander y Judith, diciendo a todo el mundo:
—El primo Leander y su esposa. En otras palabras, lord y lady Charrington.
Había un aire general de consternación en el atestado cuarto, pero ninguna amenaza
que Judith pudiera detectar. De todas formas, se alegró de que Leander todavía tuviera
la pistola en su informal, pero indudablemente competente, asimiento.
—Buenos días —dijo él suavemente—. Debo asumir que ustedes son mi tía y mis
primos. ¿Dónde está tío Charles?
La mujer, Lucy Knollis, se puso de pie despacio. Era una mujer robusta con una
mandíbula fuerte y ojos magníficos. Su cara se conservaba.
—Levántaos niños, y haced una reverencia a vuestro primo.
Los nueve jóvenes en la mesa, desde una muchacha de aproximadamente dieciséis
hasta un pequeño de aproximadamente tres, hicieron penosamente una reverencia. La
mayor parte de ellos eran muchachos y se inclinaron. La familia casi rivalizaba con el
rey Jorge por la fecundidad.
Lucy miró directamente a Leander, sin indicio de disculpa.
—Charles está en cama, desde luego. Está bastante postrado, y sólo lo agitará el saber
que está aquí, pero lo llevaré a él si insiste.
La cocina era acogedora, incluso caliente, Leander ayudó a Judith a quitarse su capa
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de piel, y se quitó su sobretodo.


—No insistiré en nada hasta que tenga alguna idea de qué es lo que pasa, tía. —
Acercó dos sillas extras hasta la larga mesa para él y Judith, luego dijo—: ¿Le gustaría a
usted decirme por qué el primo James trató de espantarnos con los cuentos de difteria, y
por qué están acampando en la cocina?
Una vez que cada uno se sentó otra vez, los niños se dedicaron a su comida, un
abundante estofado con bolas de masa hervida.
Lucy no contestó su pregunta, pero dijo:
—¿Le gustaría a algo de estofado, milord? De todos modos, todo esto es suministrado
por usted.
—Sí, por favor —respondió, y Judith dijo lo mismo.
Estaba hambrienta después del viaje. Se preguntó si avisarle sobre George, pero
dudaba que él se hubiera olvidado. Quizás estaba manteniendo al lacayo en secreto, en
caso de necesidad. De pronto se preguntó si la sopa estaría envenenada, pero se
tranquilizó cuando uno de los muchachos mayores pidió más y tuvo su tazón rellenado
de la misma olla que se había llenado el suyo.
El estofado estaba muy bueno, pero ésta era claramente comida de campesinos y
contrastaba de manera absurda con el dorado palacio por donde acababan de pasar, y
desde luego con la magnificencia de la cocina en la cual se sentaban. Judith había oído
que las cocinas del Pabellón del Regente en Brighton eran vistosas; él obviamente tenía
mucho en común con el primer conde de Charrington.
La cocina era grande y maravillosamente proporcionada, con largas ventanas para
dejar entrar la luz, y altos techos para enfrentarse con el humo y el vapor. Aquí las
paredes estaban embaldosadas, y los azulejos formaban hermosos cuadros de pescado,
caza, y quesos. Grandes anaqueles y estantes sostenían platos de todas las clases.
Leander tomó unas cucharadas de su estofado y luego dijo:
—¿Va usted a contestar mis preguntas, tía?
—Preferiría esperar hasta que los niños hayan terminado, milord.
Él lo aceptó con calma.
—Muy bien. Quizás sería más fácil para nosotros si me llamara Leander. No soy
mucho más viejo que su hijo mayor. O sobrino, si esto le viene mejor.
Esto realmente pareció agitar a Lucy.
—Lo intentaré, lord... Leander.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Y usted ciertamente debe llamarme Judith —dijo Judith—, ya que no uso los títulos
de todos modos.
—Sí —dijo Lucy—. ¿Su matrimonio no lleva mucho tiempo, verdad?
—Más o menos dos semanas.
Judith notó que Lucy no parecía estar bajo la extraña aprensión de que Bastian fuera
hijo de Leander.
Lucy limpió las manos y las caras de los dos más jóvenes, quienes habían terminado.
—Entendí que usted tenía niños, Judith.
—Sí, los dejamos con nuestros amigos por unos días.
Lucy los miró con astucia.
—Ah.
Judith se sorprendió cuando comprendió que Lucy Knollis le caía muy bien. Ya que
era una mujer inteligente, fuerte y con una gran familia.
—¿Cuántos años tienen los niños? —preguntó Lucy.
—Bastian tiene once y Rosie seis.
—Bien, eso es genial. Mi Arthur tiene once años y Elizabeth la pequeña tiene casi seis
años. Tus niños y los míos podrán jugar juntos.
Judith sonrió pero no dijo ni una palabra. Entonces, ¿pensaban quedarse? Si lo hacían
quizás en el futuro tendrían muchos problemas.
—Bastian asistirá a Harrow muy pronto —dijo—. ¿A qué escuelas han asistido tus
niños?
Lucy hizo un gesto despectivo.
—Los mayores asisten a Blundell en Tiverton. No nos gusta enviarlos muy lejos de
casa.
—Eso es una pena —dijo Leander—. Que no se hable más, Arthur asistirá con Bastian
a Harrow. Será muy positivo que tenga un amigo ahí. Y los más pequeño en su
momento también, por supuesto.
Lucy se quedó impresionada.
—Bien... no sé, estoy segura que...
—Tendremos que ver si se llevan bien —dijo Leander apaciblemente.
Judith reconoció que él estaba tratando de manipularlos, y sabía que la familia no

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tenía muchas esperanzas. Excepto que sus intenciones eran buenas. ¿Acaso iba a
permitirles quedarse a pesar de todo? No estaba muy contenta con la idea de intentar
convertir Temple en su hogar con toda esa tribu descalza rondando por ahí,
oponiéndose a todas las modificaciones que quisiera hacer al lugar.
Leander habló nuevamente.
—Creo que Stainings no está tan lejos como para que los niños tengan problemas en
reunirse, creo.
Esta referencia que hizo sobre la propiedad que heredó su tío fue dicha tan
suavemente, que a Judith le tomó un momento entender sus intenciones, pero miró
rápidamente a Lucy. En su mirada no había ningún rastro de resentimiento.
—No, sólo está a una milla. —Se escuchaba un poco de reserva en su tono y Judith
quiso saber la razón.
La comida llegó a su fin, y los niños partieron. Parecía que todos tenían actividades
pendientes. Algunos de los jóvenes se encargaban de cuidar a los niños más pequeños,
pero en otros se ocupaban en mantener la casa en orden. ¿Dónde estarían los sirvientes?
James se quedó atrás, con una actitud belicosa en la mesa, como si esperara que lo
echasen. Como su padre estaba enfermo, indudablemente le correspondía tomar su
lugar para apoyar a su madre.
Lucy sirvió un té muy cargado para todos, entonces se sentó rígidamente en el
extremo de la mesa.
—No pediré perdón, porque no encuentro ninguna razón para hacerlo.
—Madre... —dijo James.
Leander lo detuvo con un gesto.
—El joven James que se encuentra aquí sentado, nos envió a todos a Londres a cazar
patos silvestres con su cuentito de la difteria.
—No veo que daño os han causado sus palabras, sobrino. Lo cierto es que, como
obviamente habrá comprendido, queríamos tener un poco más de tiempo. Teníamos la
esperanza de poner todo en orden o por lo menos solucionar una parte del problema...
—Su voz se redujo un poco—. La verdad es que no tengo experiencia en los negocios.
¿Cómo podría tenerla si me la he pasado amamantando bebés durante veinte años?
—En eso tienes razón. Pero, ¿está enfermo mi tío que no pudo ocuparse de los
negocios?
Madre e hijo intercambiaron miradas.

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—No en su opinión. Pero se encuentra postrado en cama, con la mitad del cuerpo
paralizado, le dejamos que nos dé órdenes pero al final hacemos lo que consideramos
mejor.
—¿Y cuál es el problema? —preguntó Leander serenamente—. La casa parece estar en
buen estado.
—Oh, sí —dijo Lucy amargamente—, está en buen estado. Es lo único que lo está. —
Miró a Leander con sus hermosos ojos oscuros—. Ya debió haberse dado cuenta que
falta mucho dinero.
—Sí, parece que hay discrepancias...
—¡Nosotros no hemos robado ni un penique! —dijo severamente—. Ni un penique.
¡Todo lo hemos invertido en este maldito palacio!
Judith vio que la mujer estaba a punto de llorar, y sabía que no era de las que lloraban
fácilmente.
—Lo que Madre está diciendo —interpuso James— es que Padre ha estado
manipulando las cuentas para conseguir el dinero para terminar las reparaciones de
Temple. Él abandonó Stainings, el que debería haber sido nuestro hogar, e incluso la ha
hipotecado. Y todo porque tú no querías venir a casa.
—Habría podido venir hace una semana si tú no hubieses interferido.
—¿Qué es una semana? —preguntó el joven amargamente—. Para ese entonces,
nosotros estábamos desesperados, intentando arreglar los negocios turbios de mi padre.
—¿A qué negocios turbios te refieres?
—No sé qué esperabas encontrar aquí —dijo Lucy—, ya que nunca quisiste asumir
tus responsabilidades. Nosotros no podíamos abandonar este lugar hasta que no
vinieras a hacerte cargo de él. No se nos permitió detener el trabajo hasta que estuviera
terminado. Y cuando el viejo conde murió, nos quedamos sin dinero para pagar las
reparaciones, ya que ese dinero pasaría de las manos de tu padre a las tuyas. Así que mi
marido empezó alterando las cuentas, mientras buscaba formas de desviar los fondos
para pagar las facturas... Entonces el administrador de los Cumberland empezó a
investigarnos y a revisar la contabilidad, y mi Charles comprendió que había enredado
todo tan bien que le resultaría muy difícil demostrar su honestidad.
Ella suspiró.
—En ese momento fue cuando me informó del lío en el cual estábamos metidos. El
trabajo ya se había terminado, y habíamos pagado la mayor parte del desembolso.
Tuvimos que despedir a todos los sirvientes, y reducir nuestros gastos, mientras

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intentábamos equilibrar los libros de contabilidad. En ese momento, anunciaste tu


regreso y por eso él tuvo esa recaída. Desde entonces, James y yo hemos estado tratando
de arreglar las cuentas, intentando balancear los libros, pero no sé... creo que si los
miraras de nuevo, jurarías que logramos desfalcar una fortuna...
Leander miró al techo y agitó su cabeza.
—¿Por qué al menos no se les ocurrió informarme sobre todo lo que estaba pasando
aquí?
—¿Y para qué lo íbamos a hacer? Nosotros no sabíamos si vendrías, y la única cosa
que Charles sabía era que tu padre era un hombre de clase alta que administraba el
dinero de su esposa, y que conservaba cada penique que podía de las propiedades de
Knollis para darse la buena vida. Charles le pidió a su hermano que regresara y ocupara
su puesto cuando el anciano murió, pero no quiso hacerlo.
—Debiste haberme escrito para explicarme todo lo que estaba pasando aquí.
—¡Pero debiste haber estado aquí! —exclamó el joven James—. ¿Acaso ni siquiera te
ha dignado a leer su testamento?
Leander lo miró fijamente, pero su voz estaba bien modulada cuando le contestó:
—Claramente, pero no lo suficiente. ¿Acaso crees que debo permanecer todo el
tiempo es este lugar para poder heredar? A mí nadie me informó al respecto.
—No quise decir eso —dijo James un poco más moderado—. Pero a Padre no se le
permitía abandonar este sitio hasta que no regresaras a tomar las riendas de él. El abuelo
no confiaba en que vendrías alguna vez, y por eso no quiso dejar todo esto abandonado.
Padre también era responsable de asegurarse de que todo el trabajo estuviese acabado.
Si no lo hacía, no podría heredar Stainings ya que no cumpliría con las condiciones del
testamento.
—Pero, ¿por qué no me lo dijo? Pensé que la cláusula del testamento mencionaba que
debía estar vivo para heredar, pero no que tenía que permanecer en este lugar. Si lo
hubiera sabido habría venido hace mucho tiempo a tomar el mando.
—Dice que te envió esa información. ¿Acaso nunca la recibiste?
Leander parecía un poco incómodo.
—Recibí hace tiempo una carta donde me solicitaba que viniera a Temple. Pero no me
comentaba nada sobre el testamento.
—¿Y por qué no viniste?
—Lo hice —admitió—, pero de incógnito, me hice pasar por un visitante. Entenderás

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que crecí con algunas extrañas ideas sobre este lugar.


—Igual que todos nosotros —dijo James amargamente—. Este lugar absorbió la vida
de mis padres, y la de todos por igual.
—Eso no volverá a pasar —dijo Leander vivazmente—. Esta casa no seguirá
causándoos daño. Comprendo que estareis felices de mudarse a Stainings, ¿verdad?
Lucy vislumbró una luz de esperanza con esas palabras.
—¡Más de lo que puedes imaginar! ¿Quieres decir con eso que no nos vas a
denunciar?
—¿Y qué ganaría con eso? —preguntó Leander—. La administración de esta
propiedad no ha sido la correcta, pero creo que nada ha sido robado. Siento mucho que
esta situación haya provocado la enfermedad de mi tío. Dime, ¿ama tanto este lugar
como mi abuelo?
Lucy frunció el ceño.
—No, no podría decir eso, pero sí soy consciente del valor de mi Charlie. No podía
dejar al anciano solo, por eso se quedó para ayudarlo a construir este lugar. Para mí
todo era una pérdida de tiempo, pero hacer lo correcto se convirtió en su mayor
problema. Charles siempre pensó que todo acabaría pronto para que después
pudiéramos tener una vida normal. Siempre quiso vivir en Stainings y por eso cumplió
la voluntad de su padre, para así poderlo heredar. Pero los años pasaban y el lugar
nunca era terminado... ¿Tienes alguna idea de cuán duro fue ver crecer a diez niños
aquí?
Judith habló de pronto.
—Pero, ¿acaso no vivían en la casa?
Lucy sacudió la cabeza.
—No señor, el viejo lord Charrington no quería que nadie estuviera a alrededor de su
obra, ya que Temple Knollis tenía que quedar perfecto. ¿Lo comprendes? Cada marca,
cada mancha, todo tuvo que ser reparado o reemplazado. El trabajo nunca se habría
terminado si a los niños se les hubiese permitido correr alrededor. Nosotros usamos las
habitaciones del ala Oriental, y los niños pasaron la mayor parte de su tiempo con los
sirvientes. Cuando fueron despedidos, nos quedó más espacio para ubicarnos un poco
mejor.
—Oh, pobre mujer. No entiendo cómo pudo soportar esa situación.
—Sólo teníamos que enderezar nuestros hombros, querida. —Lucy sonrió—. No
pienses que todo era tan malo. Los niños tenían el parque para jugar. Podían subir en el

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bote y pescar en el río, pero sobre todo, siempre han contado con todo nuestro amor de
familia. Charles y yo tuvimos tiempos buenos. Siempre nos hemos amado. Bueno, por
supuesto que lo entiendes, ya que te acabas de casar y todo... bueno, lo siento, por tener
que descargar en ti las responsabilidades de este lugar. Espero que sí puedas hacer de
este sitio un hogar, pero la verdad es que no sé cómo podrás lograrlo.
Lucy se levantó de la mesa.
—Supongo que ahora querreís visitar a Charles. Tratad de no perturbarlo.
El tío de Leander era un hombre huesudo, con una mandíbula belicosa, pero se relajó
tan pronto como comprendió que Leander no quería hacerle ningún daño. Sus palabras
no se podían comprender, y su brazo estaba flácido, pero la visita pareció aclararle los
ojos.
Lucy enderezó su sábana amorosamente.
—Nosotros nos iremos a Stainings muy pronto, mi amor. Qué afortunado que el
Coronel Manners se acabe de ir, y no lo hayamos reemplazado. Tendremos una casa
nuestra por fin.
La mano sana de Charles Knollis rodeó a su esposa y sonrió.
—Ahora —Lucy le dijo a Leander—. Supongo que querrán una cama para pasar la
noche. No hemos aireado ninguna.
Leander asintió, pero Judith tuvo un pensamiento aterrador. Tocó el brazo de
Leander, y cuando él la miró, le susurró:
—Está claro que esta gente no tiene nada que ver con Bastian.
Su mente estaba en otra parte.
—Algún loco, supongo.
—No sé... Leander, ¿hay tiempo de regresar a Redoaks hoy?
La miró fijamente. Pensó que él la regañaría de nuevo por lo sobreprotectora que era,
pero dijo:
—Sí. ¿Por qué no? No tengo ningún deseo de dormir en una cama fría. Por lo que he
oído, nadie excepto mi abuelo, ha dormido en ninguna. Qué lugar tan ridículo es este.
Hicieron arreglos con Lucy para que contratara sirvientes y que la casa estuviese
habitable para cuando regresaran en pocos días.
—Lo haré, sobrino, aquí hay muchas personas que necesitan el trabajo. Pero, ¿te
parece bien si nos mudamos a Stainings? Me encantaría pasar la Navidad en nuestra
propia casa.

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—Claro, entiendo tus sentimientos, porque yo los comparto. También yo deseo pasar
la Navidad en mi propia casa. Siento profundamente todos los problemas que mi
familia ha causado a la tuya.
Lucy sonrió.
—Bien, así son las familias, muchacho. Estoy deseando tenerte aquí pronto y conocer
a los hijos de tu esposa.
Mientras Judith y Leander caminaban por la magnífica casa, ella pensó que sería
ciertamente una labor de Hércules convertir Temple en una casa y llenarlo con la alegría
de la Navidad, pero lo haría todo por Leander. Se sintió muy feliz al comprender que él
ahora tenía su propia familia. Su preocupación principal, sin embargo, era estar con sus
hijos en caso de que los dos no hubieran sido locuras al azar.

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Capítulo 18

Dejaron a George, para que ayudara en la casa y se marcharon rápidamente.


—Estoy seguro que Bastian está en buenas manos —dijo Leander—. Nicholas lo
cuidará bien, y allí no hay nadie que quiera hacerle daño.
Las manos de Judith se apretaron firmemente dentro del manguito.
—Lo sé. Pero aún no puedo ver esos dos ataques como simple casualidad. Si algún
lunático se paseaba por Londres para dar a los niños dulces envenenados, seguramente
nos hubiéramos enterado. Y si el mismo hombre persiguió a Bastian y lo empujó al río...
Oh, Leander, estoy terriblemente asustada. ¿Podemos ir más rápido?
—No sin arriesgarnos a tener un accidente. Trata de calmarte.
Judith lo intentó, ya que recriminar a Leander no era justo, pero su instinto de madre
le estaba gritando de una forma que nunca había sentido. ¿Era sólo su exagerada
imaginación o había una razón detrás de todo esto?
La escarcha había hecho surcos en los caminos, y cuando la luz se marchitó, les rodeó
una niebla tan densa que escasamente podían ver el camino que estaba delante de los
caballos. Leander tuvo que reducir la velocidad, en lugar de aumentarla. Tomó casi
cuatro horas regresar a Redoaks y Judith estaba frenética. Cuando vio los altos árboles y
la hermosa casa, al vislumbrar las luces a pesar de la neblina, respiró profundamente
aliviada.
Le sonrió a Leander.
—Me temo que he permitido que mi imaginación me juegue una mala pasada.
Él le respondió con una sonrisa.
—Puedo entender tu preocupación. Pero todos nuestros problemas por fin han
terminado.
Cuando llegaron a la puerta, un mozo de cuadra se ocupó del vehículo, y Nicholas
corrió hacia fuera para alcanzarlos.
—Lee, lo siento, pero Bastian ha desaparecido.
—¡No! —gritó Judith.
Leander la ayudó a entrar en la casa.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—¿Dónde? ¿Cuándo?
—Hace sólo unos minutos —dijo Nicholas—. Estoy llevando a cabo la búsqueda, pero
no hemos podido lograr sacarle nada a Rosie.
—Permíteme —dijo Judith, y corrió hacia donde escuchaba a su hija llorando. La
encontró en el cuarto del servicio, en los brazos de Eleanor quien lucía preocupada y
aliviada al ver a Judith.
—Judith, lo siento mucho. Estaban jugando aquí, y ahora está desaparecido. ¡Nunca
pensamos que habría algún peligro dentro de la casa!
Judith tomó a Rosie.
—Calla, Mamá está aquí. Debes dejar de gemir, Rosie, y decirnos lo que le pasó a
Bastian.
Rosie intentó hablar tragándose sus sollozos. Todo lo que dijo fue Papá y fantasma.
—¿Fantasma? —preguntó Judith, apartando bruscamente a su hija—. No existen
cosas como los fantasmas, Rosie. Este no es el momento de decir esas tonterías. ¿Estábais
jugando? ¿Bastian está escondido?
Rosie hipó y sus ojos azules lucieron inmensos.
—Pero así fue, Mamá. Era el fantasma de papá. Todo de blanco como en la obra. ¡Se
llevó a Bastian, y ahora él también está muerto! ¡Traté de detenerlo! —Estalló de nuevo
en lágrimas.
Judith abrazó a la niña mientras lloraba y miró a los otros con un horror descarriado.
—Perdóname, Judith —dijo Nicholas—. Pero, ¿hay alguna posibilidad de que tu
marido no esté muerto?
—Ninguna en absoluto. Murió de pulmonía, yo ayudé a enterrar su cuerpo.
—Entonces, ¿quién podría parecerse a él?
Judith recordó de repente que Rosie le había dicho que el hombre que había
empujado a Bastian fuera del puente se parecía a Papá. ¿Habría habido allí más verdad
de la que parecía? Apartó a la niña otra vez.
—Rosie, el fantasma de papá, ¿se parecía al hombre que viste sobre el puente en
Londres?
Rosie tragó y pensó en eso. Ella asintió.
—Pero el hombre que estaba en el puente tenía el cabello más oscuro.
Judith miró a los otros.

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—Sebastian tenía un hermano. Eran muy parecidos, excepto por el color del cabello
que lo tenía más oscuro.
Volvió a mirar a Rosie.
—Ahora, Rosie, dinos con calma el lugar exacto en dónde estabais, y lo que pasó. Te
aseguro que lo que viste no era un fantasma, sólo era alguien haciendo un truco.
La niña apretó sus ojos.
—A mí no me gustan esa clase de trucos, Mamá.
—A mí tampoco, y por eso vamos a ponerle fin a esto. Cuéntanos todo.
—Estábamos aquí jugando con el soldadito. —Judith vio un soldado brillantemente
pintado tirado a su lado sobre la alfombra—. Alguien tocó en las puertas francesas.
¡Bastian las abrió, y allí estaba papá! ¡Se escuchaba como papá! —Empezó a llorar otra
vez y Judith la tranquilizó.
Ella miraba a los demás.
—Timothy Rossiter tenía una voz muy similar a la de su hermano. Me asustaba. —
Volvió a mirar a la niña—. ¿Y qué hizo Papá, Rosie?
—Nos llamó. Dijo que no podría ir al cielo sin nuestra ayuda. Él se lamentaba por
eso...
—¿Y Bastian le hizo caso?
Rosie asintió.
—¡Le dije que no lo hiciera, pero me dijo que todo era igual que en Hamlet! El
fantasma intentó alcanzarme, pero le dije que no iría con él. Entonces huyeron
corriendo.
—¿Hace cuánto tiempo sucedió eso?
Rosie se chupó un nudillo ansiosamente.
—Hace un rato. Yo no quería que Bastian tuviera problemas. Tío Nicholas dijo que
nosotros no deberíamos abandonar la casa sin un adulto... pero entonces él no regresó y
oscureció, y yo tenía miedo...
Judith la abrazó. Nicholas y Leander ya estaban inspeccionando el área afuera de las
puertas francesas.
—Gracias al cielo por la neblina —dijo Nicholas—, hay huellas en el césped. Voy a
buscar una linterna.
Judith pudo ver otras linternas moviéndose en medio de la neblina y sintió valor ante

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el pensamiento de que muchos estaban buscando.


—¿Por qué? —preguntó a nadie en particular—. Si se trata de Timothy Rossiter, ¿por
qué está haciendo esto?
Nicholas regresó a la casa con una linterna.
—Supongo que es por dinero —dijo sucintamente—. Es la raíz de todo mal.
—¿Dinero? —dijo Judith—. ¿Qué dinero? —Pero los hombres ya estaban
desapareciendo en la neblina.
Judith se puso de pie.
—Ven, Rosie. Debemos ir también. Vamos a abrigarte. —En minutos Judith y Rosie
estaban fuera en medio de la oscuridad, intentando seguir a Leander y a Nicholas.
Eleanor había desaparecido para ocuparse de otra cosa.
Pronto Judith estuvo deseando haber tenido tiempo para buscar una linterna, pero se
esforzó en caminar tras las débiles luces delante de ella, mientras llamaba a su hijo.

Nicholas y Leander siguieron el escalofriante sendero a través del nebuloso césped.


La linterna sólo emitía una pequeña luz, y creaba la ilusión de una pared gris contra la
que los arbustos y árboles empujaban y se volvían sólidos cuando se acercaban.
Leander rodeó un poderoso roble y se adelantó, entonces la oscuridad se profundizó
lo que indicaba que Nicholas y la linterna se habían detenido.
Se dio la vuelta:
—Vamos. ¡Las huellas van por este camino!
Nicholas permaneció quieto junto al gran árbol, mirando hacia arriba. Leander se
apresuró a regresar.
—¿Qué te está reteniendo? Ese bastardo probablemente... —Se detuvo cuando
escuchó algo. Un lamento débil pedía ayuda desde la cima del árbol.
—¿Está allí arriba? —preguntó Leander—. ¿Por qué? ¿Cómo?
—Quien sabe. Pero con esta neblina helada, se caerá de allí muy pronto. Necesitamos
conseguir una escalera.
—Al diablo con lo que necesitamos —dijo Leander y se quitó el abrigo—. Ayúdame a
subir.
Puso su pie entre las manos de Nicholas y éste lo impulsó hasta poder agarrar la
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primera rama del árbol.


—¡Bastian! —gritó—. Ya voy. ¡Espérame! —Era como gritarle al vacío. En alguna
parte, en medio de una masa oscura de ramas a la altura de más de cien pies, había un
muchacho pequeño y aterrado. Más tarde le preguntaría cómo había logrado subir hasta
allí.
Bueno, Leander decidió al final, lo importante no era cómo. Ya que una vez que se
agarraba la primera rama del árbol, era fácil subir si se tenía buena cabeza para soportar
las alturas y fuertes brazos. El viejo tronco áspero y las diversas curvas del árbol
ofrecían suficientes apoyos cuando el espacio entre las ramas era demasiado grande.
Sin embargo, la oscuridad y la neblina eran un problema. Sólo podía ver las ramas
que estaban sobre su cabeza pero no veía ningún camino. La tierra ya había
desaparecido en un mar de neblina. Encima de él sólo había otro cielo nebuloso. Ese
aislamiento le hacía temblar. Podía imaginar cómo estaría afectando a Bastian.
—¿Bastian? ¿Puedes escucharme?
—Sí —respondió con débil voz.
—¿Cómo estás?
—Tengo frío. Lo siento pero no creo poder bajar de aquí, Papá Leander.
—Está bien. Sólo agárrate. Estaré allí pronto.
Pero cuando reanudó la subida, Leander se preguntó cómo demonios iba a bajar al
muchacho muerto de frío. Estaba a demasiada altura como para utilizar una escalera.
La luna pestañeaba encendiéndose y apagándose cuando las nubes se movían sobre
ella y el viento racheado hacía subir la niebla a soplos. Leander creyó ver al muchacho
abrazado a un tronco casi en la cima del árbol. Su corazón casi se detuvo al verlo;
Bastian se veía muy lejano y su posición era incierta. Pero siguió firmemente adelante.
Deseó haber traído una soga, entonces quizás podría haber bajado a Bastian. Era
consciente de que sus manos enguantadas se estaban poniendo peligrosamente frías.
Dudaba que Bastian tuviera puestos los guantes.
Iba a asesinar a Timothy Rossiter cuando le pusiera las manos encima.
—Ya estoy llegando, Bastian.
Leander se sentía cerca, pero la luna se había ido y todavía había bastante neblina que
lo dejaba a oscuras.
—¿Bastian?
—Sí.

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—¿Crees que puedes hablar para que pueda encontrarte?


—Hola —dijo con vacilación—. ¿Eh…qué quieres que diga, Papá?
Leander empezó a rodear un poco el árbol.
—Canta entonces. ¿Puedes hacerlo?
Con voz dulce y vacilante el muchacho empezó:
—“Un día de navidad hace mucho tiempo / Un ángel bajó a la tierra / para traer a los hombres
bendiciones. / Jesús, nuestro Señor, está cerca...”
Leander rastreó la voz débil y temblorosa.
—“La noche en que el ángel trajo la paz a la tierra, / Un signo del nacimiento del Salvador. /
hubo nueva esperanza para todos y vino el fin del miedo. / Jesús, nuestro Señor, está cerca...”
De repente, allí estaba Bastian, una pálida silueta, estremeciéndose, con los ojos
cerrados y agarrado a la rama, cantando temblorosamente.
Leander esperó hasta que él estuvo lo suficientemente cerca para atraparlo, antes de
decirle:
—¿Qué te parece la vista desde aquí?
El muchacho se sorprendió y al girarse Leander apenas pudo agarrarle la parte de
atrás de los pantalones para evitar su caída. Bastian empezó a llorar, y Leander lo apretó
contra él.
—Anímate —dijo vigorosamente—. Podrás comentar lo que te ha sucedido en todas
las cenas durante años. —Pero el muchacho estaba temblando de frío.
Bastian estornudó y Leander se las arregló para sacar un pañuelo y darselo. También
le dio sus guantes. Cuando sus manos se tocaron, las de Bastian estaban heladas y
Leander luchó contra el terror de lo que pudo haber sucedido.
Cuando Bastian terminó de sonarse la nariz, Leander dijo:
—Ahora, si logras sostenerte, me quitaré la chaqueta para que te la puedas poner
también.
—Te dará mucho frío.
—A los adultos no les da tanto frío como a los niños —dijo Leander vivazmente. Por
un momento, al sacar un brazo de la manga, casi los hizo caer, pero luego logró quitarse
la chaqueta y pudo ayudar a Bastian a colocar sus brazos dentro de ella.
—E... esto se siente bien —dijo Bastian, mientras temblaba más que antes, quizás por
la reacción—. ¿Qué vamos a hacer ahora?

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Bajaremos de aquí —dijo Leander alegremente—, aunque te diré la verdad, no


estoy seguro de cómo lo lograremos. Algo se nos ocurrirá. ¡Holaa! —gritó hacia abajo, a
la neblina que empañaba su visión.
—¡Eh, Granujas! —llamó la voz de Nicholas, que no sonaba muy lejana—. Estoy de
camino con una soga. ¿Cómo estáis?
—En una ramita privilegiada. De hecho, nos gusta tanto que podríamos quedarnos
aquí si nos traes un poco de pastel y de sidra.
Bastian soltó una borboteante risita.
—Tendrás que conformarte con el brandy —dijo Nicholas que estaba muy cerca, pero
todavía invisible.
—Me siento como un maldito San Bernardo. ¿Dónde diablos estáis?
Bastian le siguió la corriente en forma traviesa cantando un poco más de la canción.
—“La condición de un pecador hace a los ángeles suspirar. / Las palabras impías hacen a los
ángeles llorar... "
—Ya basta, impío bribón —dijo Leander, mientras lo abrazaba.
Entonces Nicholas estuvo allí, un Nicholas muy grande. Se colocó sobre la rama más
cercana.
—Tengo grandes esperanzas para el futuro —dijo—. El muchacho claramente ha
nacido Granuja. —Desenvolvió algo que estaba alrededor de su cuerpo y se lo pasó. Era
el manto ruso de Judith. Leander lo envolvió alrededor de Bastian, levantando la
capucha sobre la cabeza del muchacho.
Luego Nicholas les pasó una botella de brandy, y Leander se alegró mucho de poder
tomar un profundo trago. Le dio un poco a Bastian.
El muchacho casi los tumba de la rama al ahogarse.
—¡Es horrible!
—A ver si piensas de esa manera dentro de ocho años o más—dijo Leander. Se volvió
hacia Nicholas—. Deberíamos bajar. —La verdad era que el frío estaba empezando a
carcomerlo y pronto le quitaría su fuerza.
—Correcto —dijo Nicholas—. Mi plan es bajar al muchacho con la soga, mientras tú
bajas para ayudar por si se queda bloqueado.
Leander ató la soga bajo los brazos de Bastian y le enseñó a sostenerse.
—No tardaremos —dijo al muchacho.

262
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Nicholas suavemente empezó a bajar al muchacho, para que la soga pudiera soportar
su peso, en ese momento Bastian dijo:
—¿Piensan que Papá logró ir al cielo?
Leander y Nicholas compartieron una mirada.
—Estoy seguro —dijo Leander—, que tu padre está en el cielo. Pero esto fue un truco.
Hablemos de ello cuando estés abajo.
Comenzó a bajar de rama en rama, percibiendo que se sentía más nervioso al bajar
que al subir. Sus dedos estaban entumecidos y tenía que caminar a tientas con sus pies,
buscando un soporte seguro. Mantuvo el paso con Bastian, aunque el chico no
necesitaba mucha ayuda ya que daba puntapiés para evitar que las ramas lo detuvieran.
Leander sabía que Judith estaba esperándolos abajo, y entonces dijo:
—Estamos bien. Bajaremos muy pronto.
Llegaron a una escalera, con un fornido sirviente en la cima, pero decidieron que era
mejor bajar a Bastian con la soga. Sin embargo, Leander se alegró mucho de poder usar
la escalera para su descenso.
Cuando Bastian estuvo en tierra, su madre inmediatamente lo tomó en brazos, con la
soga colgando de su ropa como un bebé recién nacido unido a su madre. Leander le dio
un par de tirones a la soga para decirle a Nicholas que todo estaba bien y se hundió en
su abrigo, con los dientes temblorosos.
—Vamos —dijo él—. Todos adentro de la casa.
Eleanor tenía sopa preparada para ellos, el fuego ardía mientras se calentaban a su
alrededor. Judith también estaba helada, y alguien le había encontrado una manta
mientras esperaba. Nicholas entró, y después de hablar rápidamente con Eleanor dijo:
—Mi esposa encantadoramente lista no sólo ha pensado en hacer sopa, sino que
también ha encomendado a las personas que están alrededor del área el rastrear a
nuestro amigo. No tenemos muchos vecinos extraños por aquí, por eso estoy seguro de
que encontraremos algún rastro.
Bastian alzó la vista.
—¿No era Papá? Pero era igual que él. Se oía como él. Incluso tenía su anillo.
—Timothy Rossiter recibió el anillo de Sebastian en su testamento —dijo Judith—.
¿Por qué? ¿Por qué está haciéndonos estas cosas tan crueles?
—Para obtener ganancias —dijo Nicholas—. Bastian interfiere entre él y algo que
quiere. ¿Él hereda algo si Bastian muere?

263
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—No —dijo Judith—. Bueno, obtuvo los derechos sobre la poesía de Sebastian, creo,
pero eso nunca ha dado dinero.
—¿De verdad? —dijo Eleanor—. Pero “Mi novia ángel” estaba en boca de todos
cuando salió. El libro estaba en nuestra biblioteca circulante en Gloucestershire, y estaba
positivamente manoseado de haber sido leído.
—¿Era una edición de cuero dorado? —preguntó Judith con sorpresa.
—No, la encuadernación era en tela —dijo Eleanor, igualmente desconcertada.
—Yo creo —dijo Nicholas—, que tenemos un misterio que necesita investigación,
pero primero debemos llevar a los niños a la cama. —Se anticipó a Judith y le dijo—: Por
esta noche, al menos, un sirviente vigilará cada cuarto.
Bastian parecía mucho más impresionado que alarmado por eso.
—¿Crees que regresará?
—No —dijo Nicholas con una mueca—. Tengo miedo de que te hayas divertido tanto
que te dé por subir a la cima de ese árbol otra vez.
Bastian sonrió abierta y tímidamente en respuesta.
—¿Y Papá realmente está en el cielo?
Judith le contestó.
—Ciertamente, Bastian.
—Ese hombre —dijo Bastian con una mirada escurridiza—, dijo lo habían desterrado
del cielo porque te habías casado de nuevo, Mamá, y porque Papá Leander había robado
sus niños. Dijo que si yo subía al árbol tan alto como pudiera, y renunciaba a Papá
Leander tres veces, podría regresar otra vez... —Su mirada fue hacia Leander y se apartó
de nuevo.
Todos los adultos compartieron una mirada horrorizada.
—Bastian —dijo Judith, mientras escondía su rabia—. Eso es una cruel insensatez. No
debiste creer algo así.
—Pero era como en Hamlet —murmuró Bastian.
Leander puso su mano en el hombro de Bastian. El muchacho no lo miró.
—Ciertamente yo no asesiné a tu padre, muchacho, y no es un error que las viudas y
los viudos vuelvan a casarse, pero eso podremos discutirlo mejor mañana cuando estés
descansado. ¿Sí?
Bastian asintió.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Y —agregó Leander—, no voy a pensar mal de ti por lo que hiciste ya que lo creíste
necesario para ayudar a tu padre.
Bastian le dio una mirada agradecida, pero aún apagada. Por lo menos no opuso
resistencia a Leander y a Judith cuando lo llevaron a él y a Rosie a sus camas.

Luego de acostar a los niños, Judith y Leander se detuvieron en el rellano antes de


regresar al piso inferior.
Ella tomó sus manos.
—Siento mucho lo que ha pasado. Bastian lo superará. Podría ahorcar a Timothy
Rossiter por lo que ha hecho. ¿Dónde estará?
—Lo encontraremos.
—Esto es tan terrible.
—Sí. —Leander apretó sus manos—. ¿Acaso no hemos estado ya cerca de la tragedia
en tres ocasiones? Pero todo ha terminado.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —Judith quería estar en sus brazos, pero aún los
separaba una barrera.
—Porque ya conocemos al culpable de todo. Lo atraparemos y nos aseguraremos que
no haga más daño. Y yo echándole la culpa a mi pobre familia. —Leander quería
abrazarla, pero no sabía cómo sería recibido. Ese estúpido cuento de Hamlet, lo hacía
sentir como si ese matrimonio fuera la causa de todas sus penas.
—Cuando realmente era mi familia —dijo Judith—. O por lo menos la de Sebastian.
¿Sabes que antes de ir a Londres yo no sabía que su hermano se encargaba de sus
asuntos? —Entonces Judith se encontró confesando su investigación sobre los libros y su
visita al señor Browne.
Un destello de humor iluminó el rostro ensombrecido de Leander.
—Querida, ¿estás diciéndome que te casaste conmigo por ciento tres guineas?
Judith lo miró ansiosa.
—Supongo que sí.
El destello de humor se tornó en resplandor.
—Estoy encantado. Seguramente para ti era una fortuna, pero no puedo creer que
consideraras casarte con alguien a quien detestaras por esa cantidad.

265
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Judith sonrió aliviada.


—Es cierto, supongo. Estaba feliz de tener una excusa para hacer las paces después de
esa tonta discusión y quería casarme contigo por algo más que el dinero. —Aquello se
acercaba demasiado a una admisión que no debería hacer, pero estaba comenzando a
volverse descuidada. Después de todo lo que habían pasado, ¿sería la honestidad tan
terrible?
—Yo —dijo Leander tomándole el pelo—, nunca pretendí no querer casarme contigo.
—Se inclinó y la besó, un beso casto, nada más, pero era un buen comienzo—.
Deberíamos bajar, antes de que Nicholas resuelva este misterio sin nosotros.
Nicholas protestó diciendo que él nunca soñaría con quitarle a alguien su aventura.
—Ahora —dijo, cuando todos estuvieron sentados—, recapitulemos. Judith cree que
su esposo no ganaba dinero con su poesía. Asumo que nunca habrás visto sus libros de
contabilidad.
—No, por supuesto que no —dijo Judith—. Él me daba el dinero para los gastos de la
casa, y eso es todo lo que sabía excepto que recibía una adecuada suma de dinero de su
familia.
—¿Qué pasó con ese dinero cuando murió?
—No lo recibí más. Por eso estaba en aprietos. El único dinero que tenía era una
asignación proveniente de Timothy Rossiter. ¿Por qué me concedería dinero si me desea
tanto mal?
—¿Cómo sucedió lo del dinero? —preguntó Nicholas.
—Cuando estuve casi sin un penique, le escribí para preguntarle si el dinero
continuaría llegando. Su respuesta fue que el dinero era una anualidad que había
muerto con él, pero que me daría una pequeña suma. Tuve la sensación de que no le era
fácil conseguir dinero. Le mandé una nota una vez en Londres para decirle que ya no
era necesario. La envié a Clarges Street ¿Es acaso ese un barrio pobre?
Nicholas y Leander se miraron.
—Querida —dijo Leander—, ese es uno de los mejores barrios de Londres.
—Pero cuando él me visitó, lucía muy pobre —refutó Judith. Les relató la visita de
Timothy.
—“Uno puede reír y reír, y ser un villano” —citó Nicholas—. Hamlet otra vez ¿Es
posible que Timothy supiera que los niños habían visto la obra?
—¡Sí! —exclamó Judith—. En el teatro pensé que había visto el fantasma de Sebastian.

266
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Me quedé de piedra.
Nicholas dijo:
—Imagino que...
Pero Eleonor lo interrumpió.
—No has descubierto aún alguna razón para eso, lo sabes. Podrían ser pamplinas.
—Mi sensata esposa —dijo Nicholas—. Muy bien, ¿qué ha pasado con los derechos
de la poesía de tu esposo y qué ingresos has recibido por ellos?
—Ninguno —dijo Judith—. En cuanto a los derechos, mi padre se ocupó de todas las
cuestiones legales... Sin embargo, sé que todo ha sido legado a Bastian. Asumí que eso
significaba sólo las copias de libros que ya poseíamos- de cada uno de ellos. Al parecer
no había nada más... Excepto sus papeles. Contienen sus proyectos rechazados y los
poemas en los que estaba trabajando. El señor Browne estaba muy interesado en ellos,
pero yo negué su existencia. No quería pagar otras cien guineas por otro problema. —
Tuvo que hablarle a los Delaney de los libros con cubierta de cordobán.
Eleanor intervino.
—Pero las copias que he visto eran encuadernaciones hechas con tela, así debía ser.
Creo que tengo una aquí. —Se apresuró a salir.
Leander preguntó:
—¿Quién hereda esos derechos si Bastian muere?
Judith agitó la cabeza.
—No tengo ni idea.
—Apuesto a que es Timothy.
—Y yo apuesto, —dijo Nicholas—, a que esos derechos son un buen negocio.
—¿Suficientes para matar por ellos? —protestó Judith—. No puedo jurar que
Sebastian nunca ganó dinero con sus trabajos.
Eleanor regresó con un rojo y delgado volumen. Como había dicho, era muy simple,
pero elegantemente encuadernado en tela como los que Sebastian le había regalado a los
sirvientes. Sobre el lomo se leía Regalos Celestiales por Sebastian Rossiter.
Judith repasó las páginas.
—Es el que contiene “Mi novia ángel” —dijo ella—. No entiendo.
Nicholas se deslizó en su silla para mirar fijamente al techo.

267
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Qué ocurre si —dijo—,la obra de tu esposo era extremadamente popular. No es


una sorpresa que no lo supieras, viviendo tranquilamente en el campo. Leander y yo
hemos pasado la mayor parte del tiempo en el extranjero y Eleanor vivía de forma
restringida antes de casarnos. Es posible que no supiéramos nada de esto, aunque es
interesante que Eleanor haya escuchado hablar de Rossiter.
—Y también el señor Stephen —dijo Judith.
—Al igual que Beth y Lucien —dijo Leander—. Cielos, Luce podía incluso citar una
estrofa de él, pero lo atribuí a que Rossiter era el orgullo local.
Nicholas se enderezó en su silla, con los ojos iluminados.
—Eleanor, llama a la señora Patterson. Es nuestra ama de llaves —le explicó a
Leander y a Judith—, y una experta en la literatura romántica del tipo más sentimental.
La mujer entró afanosamente, era delgada y miraba expectante.
—¿Sí, madame?
—Señora Patterson —dijo Eleanor—. ¿Ha oído hablar de un poeta llamado Sebastian
Rossiter?
—¡Que si he oído hablar de él! —exclamó la mujer—. Caramba, madame, es mi poeta
favorito. He comprado todos sus libros. Su muerte fue una tragedia... estuve muy triste
durante semanas. ¿El señorito Bastian y la señorita Rossie están emparentados con él?
—Son sus hijos.
La señora Patterson abrochó sus manos contra su pecho.
—Oh, Dios mío —citó—. "Dos querubines enviados desde lo alto para bendecir nuestra
casa. / La presencia del perfecto amor ante nosotros...”
Judith se sentía muy avergonzada.
—¿Y conoce a muchos más que le guste su poesía? —preguntó Eleanor.
—Oh, a todos. Justamente ahora les estaba citando algunas de sus poesías en la
cocina. “Oh, Navidad, tiempo de amor y luz. / De estrellas como el diamante en noches oscuras...
”. Qué poema tan adorable.
—Gracias, señora Patterson.
La mujer se marchó mientras murmuraba:
—¡Sus hijos... Aquí... Oh, Dios..!
—¿Quieres decir —preguntó Judith deslumbrada—, que Sebastian ganaba mucho
dinero y que jamás me enteré? Pero, ¿qué hizo con él? Nosotros vivíamos sin lujos y en

268
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

muy pocas ocasiones abandonaba Mayfield, incluso para ir tan lejos como Guildford.
Antes de que nadie pudiera hablar, dijo:
—Además, desde su muerte ese dinero debería haber sido entregado a Bastian. Mi
padre administra su fideicomiso y os aseguro que él me hubiera informado si hubiera
algún dinero disponible, incluso aunque no pudiéramos tocarlo. Al menos habría
servido para pagar la educación de Bastian.
Leander y Nicholas se miraron.
—Pienso que más probablemente —dijo Leander—, Sebastian fue engañado por su
hermano. Dijiste que Timothy actuaba como su representante, negociando con el
impresor de Londres. Sospecho que Timothy Rossiter se las arregló para guardar todas
las ganancias para él. Fue muy tonto o tal vez muy avaricioso de su parte, hacer que
Sebastian pagara también por sus ediciones especiales de regalo.
Judith se quedó boquiabierta.
—¡Quieres decir que ha estado robando el dinero, mientras yo me esforzaba por
sobrevivir! ¿Y me enviaba esa miserable suma de dinero de manera que yo me sintiera
muy agradecida con él? ¡El muy granuja!
—Por favor —dijo Nicholas—. No le digas granuja. En este lugar ese es un calificativo
honorable. Sin embargo, espero con ansias conocer al caballero. ¿Me pregunto si nuestra
gente habrá hallado algún rastro de él?
Leander se levantó.
—Maldición, que hombre tan ruin. Y además se atrevió a perseguir a un niño
inocente. No hay ninguna duda de que está temeroso de que su robo quede expuesto.
¡Por supuesto! —le dijo repentinamente a Judith—. Tu visita al impresor debió haberlo
asustado de muerte. No sólo porque ya no estabas en el campo donde nunca hubieras
sospechado de sus asuntos, sino porque habías sido elevada a una posición de poder.
Debió haberse reunido contigo para saber si sospechabas algo. Cuando se tranquilizó,
inteligentemente decidió ocuparse de Bastian, para que los derechos de la poesía fueran
legalmente suyos, y así poder ocultar el pasado. —Miró ferozmente a Nicholas—. Él es
mío.
Nicholas se encogió de hombros.
—Si insistes. Pero exijo algunos derechos. No debió hacer travesuras en mi territorio.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Capítulo 19

Se escuchó un golpe en la puerta, y un mozo de cuadra entró deprisa, todavía


sonrojado por el viento del campo.
—Lo atrapamos sir —dijo a Nicholas—. No pudo ir muy lejos, debido a la neblina y a
la oscuridad, y se quedó en la posada El Violinista, en Hope Norton. Davy está allí para
asegurarse de que el hombre no escape, pero creo que no tiene ninguna oportunidad, el
clima es terrible y el sujeto no parece ser un hombre resistente.
Cuando el mozo se marchó, Nicholas los miró a todos.
—Bien, ¿y ahora qué? Aunque me gustaría pegarle hasta hacerlo sangrar, eso no sería
muy sensato. ¿Qué quieres hacer, Judith?
Judith estaba aún conmocionada por todo aquello.
—Yo no soy violenta, me temo. Sólo quiero asegurarme que no vuelva a herir a mis
hijos.
—¿Puedo opinar? —preguntó Leander severamente.
—Claro —dijo Nicholas.
—Quiero que sufra. Podríamos tener problemas para demostrar que atentó contra la
vida de Bastian en varias ocasiones, pero su malversación es mucho más fácil de probar.
—Pero Leander —dijo Judith—, no estoy segura de querer llevar su caso a un
juzgado. Eso podría causar una conmoción y ser perjudicial para la imagen de Sebastian
y los niños.
Ella creyó que Leander le daría un sermón, pero después de una pausa tensa, éste le
dijo:
—De acuerdo. Entonces recuperaremos todo lo que ha robado. Supongo que eso lo
dejará sin dinero. Luego lo embarcaremos hacia algún lugar lejano, para que se hunda o
flote como pueda. Ese podría ser suficiente castigo para un sujeto tan vil.
Nicholas los observó a todos.
—Parece apropiado. ¿Estamos todos de acuerdo? Entonces que así sea. No ganaremos
nada si salimos con este mal tiempo, ya que lo tenemos atrapado. Trataremos con el
desgraciado mañana temprano, luego lo llevaremos a Londres para terminar con el

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

problema.
—Pero Nicholas —protestó Eleanor—. Faltan solo diez días para la Navidad.
—No te preocupes. Regresaremos, y se habrán encargado de forma adecuada del
villano. Así podremos celebrar más tranquilos. En cuanto a la Navidad —dijo mientras
miraba a Judith y a Leander—, creo que Temple aún no estará listo para vosotros, ¿por
qué no os quedais aquí?
Judith y Leander se miraron y Judith contestó.
—Gracias, pero queremos pasar nuestra primera Navidad en casa, aunque no esté
preparada. Lucy, la tía de Leander está poniendo en orden todo lo relacionado con los
sirvientes y si no hay suficientes provisiones, tengo mi propia comida de Navidad.
Habrán pasteles y tortas de carne y frutas y —agregó con una sonrisa— vino de bayas.
Leander puso los ojos en blanco.
—En cuanto a eso, podría pedir provisiones de Londres.
—Me temo que no llegarán a tiempo para Navidad —señaló Judith.
—Muy bien —dijo Leander con un suspiro forzado—te dejo a ti la Navidad.
Poco después, subieron a su cuarto, pero antes fueron a inspeccionar a los niños.
Una vez en la cama, Leander la abrazó y la besó tiernamente.
—Este matrimonio ha sido bastante caótico, ¿verdad? Te compensaré por ello.
—Esto no ha sido culpa tuya —dijo Judith con voz soñolienta. Los últimos días la
habían dejado exhausta.
—Considero que mi trabajo es hacerte feliz, Judith. Y lo haré.
Judith quiso contestarle convenientemente, pero el sueño la venció y su voz se apagó.

Cuando despertó, Leander ya se había ido, su lado de la cama estaba frío. Se dio prisa
para bajar a desayunar y descubrió quera era la única que había tardado en levantarse.
Eran casi las diez de la mañana y todos los demás ya habían desayunado. Nicholas y
Leander se habían marchado, pero antes de irse Leander había charlado con Bastian
quien ya estaba empezando a dejar extraña aventura detrás.
—Papá Leander se va a ocupar de ese hombre —dijo con orgullo y gozo.
—Pienso que Papá Leander es muy valiente —dijo Rosie—. Subió a ese árbol tan alto.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Yo también subí a ese árbol —dijo Bastian.


—Sí, pero eso es más difícil para las personas mayores.
Judith mordió su labio y esperó que Leander jamás escuchara eso. Luego envió a los
niños a jugar afuera.
—¿Piensas que Leander y Nicholas puedan estar en peligro? —le preguntó
ansiosamente a Eleanor.
—Lo dudo mucho. Tu Timothy Rossiter no parece tener un carácter muy intrépido
cuando se enfrenta a hombres crecidos, y ellos saben cuidar de sí mismos. Ambos han
estado en situaciones mucho más arriesgadas.
Entretuvo a Judith con algunas historias sobre los Granujas, incluyendo algunas
pequeñas anécdotas sobre allanmientos de morada que habían ocurrido meses antes.
Judith no podía evitar pensar que sería una buena idea mantener alejado a Leander de
sus amigos, pero sabía que eso sería tan imposible como si a ella la separaran de su
familia.
Eso le recordó que ahora Leander tenía su propia familia, y que habían iniciado una
relación agradable. Seguramente pasarían juntos la Navidad, como era habitual en todas
las familias, reunidos en la mesa de Temple.
Navidad en Temple, pensó, con la esperanza creciendo en su pecho. Ella podía
hacerlo y lo haría.

Leander y Nicholas salieron temprano y llegaron a la posada El Violinista, en Hope


Norton, cuando el lugar apenas se estaba despertando. Davy, el mozo, los saludó con las
noticias de que su prisionero todavía no había dado señales de vida.
Nicholas se giró hacia Leander.
—¿Quieres hacerte cargo de esto?
La mandíbula de Leander se tensó, pero dijo:
—Mejor no. Lo mataría con sólo verlo.
—Bien, puedes hacerlo si quieres —dijo serenamente Nicholas.
Leander miró a Nicholas sobresaltado.
—¿Has matado alguna vez a sangre fría?
—¿A sangre fría? Más bien furioso... pero sí. Algunas personas no deberían vivir. Sin

272
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

embargo, dudo que Timothy Rossiter sea realmente peligroso.


—No, probablemente tienes razón. —Suspiró Leander—. Lástima.
Nicholas rió.
—Sediento de sangre ¿no? Lo que hace una familia. Hablando de frío, pienso que
podríamos esperar a nuestro amigo mientras tomamos una taza de café. —Dicho eso se
dirigieron a la posada.
Se sentaron en un pequeño salón y pidieron café. Al preguntar, les informaron que él
único visitante de la posada era un señor llamado señor Switthin, quien pidió que le
enviaran el desayuno a su cuarto a las ocho en punto. Nicholas ojeó su reloj.
—Faltan diez minutos.
Leander tomó un sorbo de café, pero entonces para vagar por el cuarto.
—¿Por qué no subimos ahora?
—¿Y molestarlo antes de vestirse? Lee ¿adónde han ido a parar todos tus buenos
modales?
Leander dejó escapar una risa afilada.
—Dios, Nicholas. Te he extrañado.
Nicholas sonrió.
—¿Verdad que tuvimos buenos tiempos? Y eran tan condenadamente inocentes.
—En esa época creíamos que éramos los duendes del infierno.
—Y así era, pero desde entonces algunos de nosotros hemos visitado de verdad el
infierno. Me agrada tu Bastian. Es un Granuja muy prometedor. También me agradan tu
esposa y tu hija.
—Sí —dijo Leander, y se dio cuenta de que estaba sonriendo. Miró un poco
avergonzado a Nicholas.
—No tienes necesidad de avergonzarte por amarlos, ¿sabes? —dijo Nicholas.
—¿Amor?
—Una extraña aflicción, que hace que los otros seres humanos sean esenciales para
conseguir nuestra felicidad.
—Ah, ese amor... —Leander miraba fijamente su taza de café—. Yo les tengo mucho
cariño por supuesto...
—Pero podrías dejarlos separarse de ti mañana mismo sin inmutarte.

273
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Leander lucía furioso.


—¿Qué? Judith es mi esposa. Ella no irá a ninguna parte. —Entonces gimió—.
Maldición ¿Acaso me he enamorado de ella?
—Yo diría que sí. ¿Es acaso un problema para ti?
—Se podría decir que sí —Leander dio un golpe con el puño a la mesa—. Ella todavía
está enamorada de su maravilloso y romántico Sebastian Rossiter. Logré convencerla de
que se casara conmigo, asegurándole que no la molestaría con cuestiones sentimentales.
—Se pasó una mano por su pelo—. ¿Cómo podré esconderle esto a ella?
Nicholas agitó la cabeza.
—Dudo que eso sea posible.
—No quiero avergonzarla.
Nicholas conocía el asunto sobre la familia de Leander, pero sólo dijo:
—Ese problema que seguirá estando ahí. Primero ocupémonos del fantasma de
Hamlet.
Irrumpieron en el cuarto de Timothy Rossiter sin anunciarse. Aunque llevaban armas
no las utilizaron, porque ese bribón no parecía ser una gran amenaza.
De hecho, se puso en pie sobresaltado pero sin agresividad.
—¿Caballeros? Este es un cuarto privado.
Aún llevaba puesta una túnica sobre la camisa y los calzones. Era una túnica muy
fina, costosa y aterciopelada. Al parecer todas sus posesiones eran de buena calidad,
aunque eso no ocultaba la debilidad que expresaba el hombre en su barbilla y pecho.
Nicholas se sentó enfrente de él en la mesa del desayuno. Leander cerró la puerta y se
apoyó contra ella. Los débiles ojos de Rossiter fluctuaban entre ellos.
Nicholas dijo:
—Me llamo Nicholas Delaney de Redoaks, una casa que está cerca de aquí. Este otro
caballero es el conde de Charrington.
El rostro de Rossiter palideció aunque logró decir:
—¿Sí? Pues yo no los conozco.
Leander sonrió fríamente.
—Usted estuvo en mi casa hace unos días.
—Habla con el hombre equivocado. Mi nombre es Switthin.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Ah —dijo Nicholas—. Veo que ha leído esa parte de la Biblia, señor, donde dice que
escoger un buen nombre es más importante que tener riquezas. Lamento que usted no
hubiera sido tan sabio antes. Siéntese.
Rossiter los miró con la boca abierta pero obedeció.
Nicholas se levantó y fue hasta la maleta de Rossiter. A pesar de sus débiles protestas,
la abrió y sacó de ella una peluca rubia. La hizo balancear en el aire ante su prisionero.
—Alégrese de que su sobrino Bastian aun esté vivo y sano porque de lo contrario ya
lo hubiéramos matado. Pero Bastian viviría mejor si recibiera la herencia que le
corresponde, ¿no cree?
Rossiter se levantó débilmente, moviendo temblorosamente la boca.
—Yo... pediré ayuda.
Leander arremetió contra él y lo mantuvo de pie con una mano apretada en su
garganta. Lo sacudió como a una rata.
—Hágalo y lo denunciaré por intento de asesinato, maldita basura.
Nicholas esperó un momento antes de decir.
—Lee.
Leander aflojó sus dedos con renuencia y dejó caer a Rossiter sobre la silla
sacudiendo sus manos desagradablemente.
—Está loco —jadeó Rossiter mientras se apretaba la garganta.
—Cállese —dijo Nicholas con un suspiro—. Timothy Rossiter, no tenga ninguna duda
de que podríamos denunciarlo por intentar acabar con la vida de su sobrino Bastian en
tres ocasiones. También podemos demostrar que usted ha estado desfalcando a su
hermano, a su viuda y a su heredero. Y una visita al señor Algernon Browne bastará
para que sepamos cual ha sido la cantidad de dinero que ha ganado Sebastian Rossiter
con su poesía durante todos estos años.
La expresión de Rossiter confesó su culpa.
—Yo nunca quise herir al muchacho —gimoteó—. Simplemente es... todo es tan fácil
para ustedes —profirió bruscamente—. Han nacido ricos, pasan ociosos todo el tiempo...
Leander le gruñó y él se quedó petrificado en su silla, pálido como un cadáver
excepto por el terror que se veía en sus ojos.
—No vamos a matarlo —dijo Nicholas con disgusto—. No vale la pena ni hacer el
esfuerzo. Incluso voy a contener al conde para que no le dé una paliza, si obedece todos
nuestros requerimientos.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Sus ojos desorbitados lo miraron esperanzados.


—Vamos a ir a Londres —le informó Nicholas—. Allí revisaremos las cuentas y cada
penique será devuelto. Si no hay suficiente dinero, ya que me temo que usted ha estado
viviendo en la extravagancia, entonces deberá pagar todas sus deudas.
—Pero...
—¿Pero cómo va a vivir? —preguntó Nicholas casi amablemente. —Me temo que
tendrá que trabajar. Como dijo Horacio “La vida no le concede nada a nosotros,
mortales, sino realizamos un trabajo duro”. Es tiempo que usted aprenda eso, ¿verdad?
Y en vista de su desafortunado comportamiento, deberá permanecer alejado de la
familia de su hermano. Se marchará, señor Rossiter. Puede elegir el destino: Canadá,
Estados Unidos o quizás a América del Sur o a las Antillas. ¿Acaso prefiera las Indias
Orientales? Allí hay muchas oportunidades de hacer fortuna. O tal vez a Australia.
Algunas personas han ido allí sin ser obligados por la ley. Hay mucha mano de obra
barata.
La boca del hombre temblaba y estaba a punto de llorar.
—No debe tener miedo. Su generoso sobrino le dará dinero suficiente para pagar su
pasaje y algún dinero extra hasta que pueda mantenerse por sí mismo. —Se levantó y
palmeó a Rossiter en los hombros con falsa camaradería—. Anímese, hombre. Como
dijo el sabio: “Vaga por todo el mundo, y disfruta de ello antes que llegue el día cuando
todo te sea quitado.” —Levantó a Rossiter sin gentileza—. “Ya que ese día vendrá tan
rápidamente que jamás volverás a ver tu cara en el mismo lugar que has abandonado”.
Rossiter era como un títere en sus manos, mientras lo vestían, empacaban sus cosas y
lo metían dentro del coche. Luego dejaron allí sus caballos y se unieron con él para
viajar.

En Redoaks, Judith no podía evitar estar ansiosa, pero la confianza de Eleanor la


aliviaba. Sin embargo, no podía apartar a los niños de su vista por eso los mantuvo
ocupados haciendo adornos de Navidad, coronas, guirnaldas y luces.
Cuando se cansaron de eso, ayudaron a Eleanor a decorar Redoaks con el musgo y el
muérdago recogido el día anterior y los adornos de Navidad. La pequeña Arabel
brincaba alegremente, enredándose ella misma y a Magpie en un lazo rojo. Rosie
abandonó las manualidades para jugar con la niña.
Era un momento pacífico y alegre, pero Judith extrañaba terriblemente a Leander y
supo cuán profundo era su amor por él. La idea de ocultar ese amor por el resto de su
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vida la deprimía y sabía que debería enfrentar ese problema algún día, pero tenía
miedo. ¿Se contrariaría y la enviaría lejos? Parecía ridículo, pero conocía sus
sentimientos al respecto, aprendidos de las dificultades que tuvo en su niñez, que
estaban más arraigados que la razón.
No sabía cómo iba a soportar perderlo, pero era aún mucho peor saber lo que él podía
perder. Él necesitaba compañía, un vínculo, alguien que lo conectara con el mundo. Pero
ella dudaba de sí misma. Leander Knollis, conde de Charrington, soldado, diplomático,
lingüista, conde, seguramente no necesitaba a Judith Rossiter.
Al segundo día el mozo de cuadra regresó de Hope Norton para informar que
Nicholas y Leander habían capturado a Timothy Rossiter sin dificultades y que lo
habían llevado a Londres. Judith redujo su vigilancia sobre los niños y los dejó jugar en
los alrededores de la casa.
Sin embargo no dejaba de observarlos desde la ventana.
—Esto es terrible —dijo a Eleanor—. No sé cuando dejaré de preocuparme por ellos.
Antes le permitía a Bastian vagar por el campo sin ningún cuidado. ¿Qué pasará si
Timothy dispuso que acaben con su vida?
Eleanor se acercó y envolvió un brazo alrededor de ella como si fuera su hermana.
—No lo ha hecho, creo que no es más que un vil bribón, que no se decide a actuar sin
estar acorralado. Superarás tus miedos. Leander y Nicholas se harán cargo de todo.
—No estoy acostumbrada a que los demás se ocupen de mis asuntos —confesó
Judith.
Comprendió que le era desleal a Sebastian. Sin embargo, él había sido para ella como
un hermano. Ahora Leander tenía toda su obediencia, porque se la había ganado.
—Así era yo —dijo Eleanor— hasta que me casé. ¿Verdad que es agradable? Pero no
he olvidado mis años difíciles, porque me enseñaron a sobrevivir por mí misma y me
han dado fuerza para cuidar de Nicholas cuando él me necesita.
—¿Es cierto eso? —preguntó Judith—. ¿Te necesita?
—Oh, sí. Y estoy segura que Leander te necesita a ti también, incluso aún más. —
Llevó a Judith hasta un sofá y sirvió té para ambas—. Nicholas ha estado preocupado
por él.
Judith lucía sorprendida.
—Pensé que no se habían visto durante años.
—Es verdad, pero eso no evita que lo haga. Actualmente, Nicholas intenta no

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entrometerse en la vida de los demás, pero es muy duro para él resistirse. —Le sonrió—.
Esa es una de las razones por las cuales vivimos en West Country, para no caer en la
tentación. Nicholas aún mantiene vigilados a todos los Granujas y la muerte del señor
Darius Debenham ha sido muy difícil de aceptar. Sabes que murió en Waterloo, y
Nicholas, siendo como es, siente que pudo haberla prevenido... De cualquier forma, a
menudo habla de Leander, preocupado por su soledad. Supe que su familia no era
particularmente normal.
Judith decidió ser franca.
—Pienso que sus padres eran horribles.
—Nicholas se encontró algunas veces con el padre de Leander en el extranjero, y le
pareció un ser muy egoísta. Dijo que su maestría en materia diplomática consistía en la
extraña habilidad que tenía de leer las mentes de las personas y de su hábito en verlos
como animales entrenados que obedecían ciegamente sus órdenes. Estoy sorprendida de
que Leander no sea como él.
Judith mordisqueó un bizcocho.
—Sospecho que fue afortunado de que su padre lo ignorara, salvo por ocasionales
sermones y en su disciplina. —Miró súbitamente a Eleanor—. ¿Crees que a los niños hay
que pegarles?
Eleanor pestañeó sorprendida.
—Sólo si se lo merecen.
—Oh.
—Yo fui golpeada muchas veces cuando era niña. Fui una especie de prueba para mis
padres.
Judith dijo:
—¿Tú le pegarías a Arabel?
—No —dijo Eleanor con seguridad, entonces se mordió el labio—. Pienso que eso es
algo que debo discutir con Nicholas. ¿Eso te preocupa?
—Es algo sobre lo que Leander y yo hemos hablado —dijo Judith—. Él cree que a
Bastian le pegarán en la escuela.
—Me temo que tiene razón. Recuerdo una discusión que escuché una vez acerca de
que si la rudeza convierte a los hombres en brutos o es una consecuencia de su
brutalidad innata.
—Leander no es un bruto.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Eleanor sonrió.
—Tampoco lo es Nicholas. Ni siquiera Lucien de Vaux, aunque haya mucha violencia
intrínseca en él.
Judith miró su taza. Habiendo tocado un tema tan difícil, se preguntó si sería posible
hablar sobre los deberes maritales con Eleanor Delaney. La oportunidad podría estar
muy próxima, y con todos los problemas y los sustos que había tenido en su breve
matrimonio, sentía que debía manejarlo mejor la próxima vez.
—¿Hay algo de lo que te gustaría hablar, Judith? —preguntó Eleanor gentilmente.
Judith la miró.
—Quiero hablar sobre el lecho matrimonial.
Eleanor se ruborizó un poco.
—Oh. No me importa...
Judith se lamió los labios.
—Sebastian... Sebastian siempre venía a mi cuarto cuando ya estaba en la cama, en la
oscuridad. Lo hacía todo bastante rápido. Yo... creo que a Leander le gusta de un modo
diferente... y me pregunto si eso es normal...
—Normal —dijo Eleanor, y Judith pudo ver que ella estaba un poco avergonzada—.
Me temo que no puedo decírtelo. Nicholas y yo...
—Oh, por favor —dijo Judith rápidamente—. Lo siento. No debí preguntártelo. ¿Pero
cómo alguien puede saber... —preguntó frustrada—... si nadie habla de eso?
Eleanor sonrió.
—Es cierto. Pero existen libros que hablan de eso.
—¡Libros!
—Sí. Pero yo puedo decirte que muchas cosas son normales para nosotros. A veces
hacemos el amor en la oscuridad, otras veces con luz. Algunas veces... —dijo bastante
colorada—... en el exterior.
Judith trató de no sorprenderse.
—Ya veo.
—Judith —dijo Eleanor—. Esto es atrevido de mi parte, pero... ¿disfrutabas haciendo
el amor con Sebastian?
—¿Disfrutar...? —Judith nunca había pensado en ese acto como en hacer el amor—. No
—respondió.
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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—¿Y disfrutas haciendo el amor con Leander?


Judith no se atrevía a pensar en hacer el amor con él.
—Un poco —admitió.
Eleanor arrugó su frente.
—Pienso que debes dejarlo hacer lo que quiera. Probablemente así lo disfrutarás más.
Pero no estoy segura. Sé que algunas mujeres creen que es una imposición ardua. Y si
piensas así, esto no tiene discusión.
Judith se dio cuenta de que estaba destrozando un bizcocho con sus manos.
—¿Cuál es la diferencia entre cumplir con los deberes maritales y hacer el amor? —
preguntó.
Eleanor palideció.
—Supongo que ninguna. Creo que hacer el amor suena más agradable y es mucho
más exacto. Para Nicholas y para mí es una expresión de amor.
—¿Cómo expresas tu amor? —preguntó Judith desesperada.
—Judith, no estoy segura de lo que me estás preguntando.
Judith respiró profundamente, sonaba como una oveja a la que llevaban al matadero.
—Cuando Leander me pidió que nos casáramos, lo hizo porque pensó que yo era una
viuda afligida que nunca se enamoraría de él. Bien, pues lo hice —dijo desafiante—.
Pero estoy tratando de no cargarle con ese. Sé que la situación de sus padres, con su
madre adorando a su padre y este sin importarle una jota, muy doloroso para él. No
quiero... hacer el amor, si eso le dirá a él que lo amo.
—Dios Santo —dijo Eleanor pasmada—. Estoy segura... Oh querida. —Se levantó
para tomar la mano de Judith—. No sé qué decirte, Judith, pero pienso que estás
hablando de un orgasmo. Una explosión de placer. En su nivel más simple no tiene nada
que ver con el amor. Un hombre y una mujer que se odian —dijo, recordando hechos del
pasado—, pueden tener un orgasmo. —Se agitó—. No importa lo que decidas hacer con
respecto a los sentimientos que tienes hacia tu esposo, no te nigues ni le niegues a él esa
liberación. Espera un momento.
Dicho eso, abandonó el cuarto y volvió con un libro.
—“Las posturas de Averlino” —dijo con malicia—. Traducido del italiano. Es literatura
erótica. Quizá pueda ayudarte. Ahora, debo hablar con la señora Patterson.
Cuando Judith se quedó sola, miró el libro con cautela y luego lo abrió al azar. Se
quedó con la boca abierta. ¿Por qué dos personas querrían estar en esa posición? Y el

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texto... describía las cosas más extrañas. Repentinamente cerró el libro. Quizá algún día
sirviera de algo, pero por el momento temía que la haría asustarse y rechaza
inmediatamente a Leander. Qué ocurría si él quería que ella...
Se levantó y dio vueltas por el cuarto, consciente de que esas extrañas sensaciones
eran similares a las que había sentido con Leander cuando habían dormido juntos.
Tenía su respuesta. Sebastian y ella lo habían hecho de la forma equivocada y ahora
debía animar a Leander a que le mostrara como hacerlo de la forma correcta, y no poner
reparos a las extraordinarias cosas que él esperara. Y aquel extraño sentimiento que
había experimentado, junto con la sensación de dolorosa decepción, sin duda tenían
relación con ese orgasmo, lo cual, en su nivel más simple, no tenía nada que ver con el
amor.
Se preguntaba qué había querido decir Eleanor Delaney, con aquella frase, pero alejó
ese pensamiento. Al menos, ahora no sentiría temor de revelar demasiado durante sus
deberes maritales.
Mientras hacía el amor, pensó traidoramente.

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Capítulo 20

Leander, Nicholas y Rossiter tardaron cuatro tediosos días en llegar a Londres, ya que
encontraron mucha nieve sobre el Downs. Al llegar, fueron a la casa de Nicholas en
Lauriston Street, donde el personal estaba bien entrenado para aceptar lo inusual.
Encerraron a un acobardado Rossiter en un cuarto con llave, y luego Leander salió para
establecer la magnitud del crimen del hombre. Era sábado y si no llegaba pronto a la
imprenta antes de que la cerraran, sin duda conseguiría poca información antes del
lunes.
Algernon Browne no tuvo reparos en entregar la información al esposo de la viuda de
Sebastian Rossiter y se espantó cuando comprendió lo que había sucedido.
—Créame, milord, no sabía nada de eso. Yo sólo me entrevisté con el señor Rossiter,
el señor Sebastian Rossiter, una sola vez. Supongo que él prefería no viajar, y menos a
Londres. Firmó los papeles para que su hermano actuara como su agente en todo. Mire
—dijo, mostrándole un documento—. Tengo una copia.
Leander lo miró. Eso era comprensible. Sebastian Rossiter debió haber sido un
condenado idiota.
—¿Cómo no se dio cuenta de que estaba ganando dinero por su trabajo?
El señor Browne se encogió de hombros.
—La única correspondencia que yo mantuve con él estaba relacionada con sus
ediciones especiales. Él pagó directamente por ellas... —palideció—. ¡Dios mío! ¡Eso
quiere decir que su hermano robó todas sus ganancias y dejó que pagara por las
ediciones especiales! Y su viuda... ¡La condesa...! ¡Milord, insisto en que usted le
devuelva el dinero!
A Leander le fueron entregadas algunas letras bancarias. Las aceptó porque sintió
que eso podría aliviar la conciencia del hombre, aunque la verdad era que él no había
hecho nada mal.
—Y usted debe creer —dijo Browne con apremio—, que yo no tenía idea de que su
viuda estaba viviendo en tan penosas circunstancias. Ninguna en absoluto.
Revisaron los libros y establecieron que en veinte años Timothy Rossiter le había
estafado a su hermano alrededor de treinta mil libras.

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—Maldición —dijo Leander—. ¿Todo eso lo ganó con sus versos?


—Eran, y aún son, extremadamente populares, milord. ¿Qué desea que hagamos con
los ingresos futuros?
Leander lo miró.
—¿Quiere decir que aún recibe ingresos por su obra?
—Oh, sí. Todavía vende bastante a menudo —el señor Browne miró sutilmente a
Leander y aclaró su garganta—. Un nuevo volumen, uno póstumo, se vendería
extremadamente bien, milord.
—Así es, en realidad. ¿Pero acaso tiene algo nuevo que poner en él?
—No tenemos nada nuevo. —El hombre aclaró su garganta de nuevo—. Yo... eh... le
pregunté a lady Charrington si había dejado algunos proyectos, pero ella dijo que no.
¿Una búsqueda más completa...? —murmuró diplomáticamente.
Leander sonrió secamente.
—Sin ganancias de entrada y encima teniendo que pagar cien libras, entiendo porqué
no estaba muy entusiasmada con la idea. Si existe algún trabajo sin publicar, le
corresponde a mi esposa decidir qué se hará con él, pero no creo que haya ningún
problema. Eso significaría algunos fondos adicionales para los niños. Me temo que
queda poco de las ganancias anteriores. Las incoherentes explicaciones de Timothy
Rossiter hasta la fecha, demuestran que estaba desesperado por el término de sus
ingresos, por eso se atrevió a tomar cartas en el asunto. —Dicho esto se levantó y
estrechó la mano del hombre antes de irse.
Treinta mil libras, pensó, mientras regresaba a Lauriston Street mirando las luces
proyectadas en las ventanas mientras caminaba. Repentinamente se detuvo y rió. Allí
mismo había yn vendedor de libros que estaba regateando los volúmenes de poesía de
Sebastian Rossiter e incluso mientras observaba uno de ellos estaba siendo vendido.
Algunos peniques más para Bastian. Alguien más disfrutaría los poemas escritos sobre
Judith.
Entró en la tienda, tomó un volumen y lo abrió al azar. En medio de las rosas, de oro y
blanco/ Allí un botón de completa belleza/ Como Judith, mi adorada visión/ Mi rosa, mi esposa,
mi sustento.
Leyó otro poema. Qué alegría es Judith, tranquila, serena/ Sé que soy bendecido/ La perfecta
joya del cielo, Eva suprema/ por pasión nunca rozada.
—Suena condenadamente aburrido para mí —murmuró Leander.
Un empleado apareció a su lado.

283
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—¿Puedo ayudarlo señor?


Leander soltó el libro.
—¿Se vende bien, eh?
—Oh, sí señor. Es uno de nuestros autores más populares. Seguramente el favorito de
las señoras.
Leander se marchó de la tienda. ¿Acaso podría competir con el recuerdo de esa
devoción? No importaba lo muy bobalicón que Sebastian Rossiter hubiera sido, esa clase
de tontería sentimental era claramente el camino para conseguir el corazón de una
dama, y el de Judith estaba atrapado para siempre.
Maldijo por lo bajo, y sintió la insana urgencia de estrellar un puño contra la ventana
más cercana. ¿Qué había sucedido con todo su comedido control? ¿Cómo lograría vivir
con Judith sin encenderla con la pasión que sentía?
Un sutil giro del destino. No quería estar atado a una mujer que lo amara ya que no
podría corresponderle a ese amor. Ahora el zapato estaba en el otro pie. Quería llenar a
Judith con regalos, deseaba poder escribir poesía, poner la cabeza en su regazo y
encontrar la paz con ella. Y él, más que nadie, conocía la agonía de ser el destinatario de
esa clase de devoción no deseada.
Se encontró mirando fijamente la ventana de una tienda de comestibles. Estaba
oscureciendo y muy pronto la tienda cerraría. Se rió para sí. Bien, si no podía inundarla
de amor, la inundaría con comodidades. Entró y compró una inmensa cantidad de
suministros.
El empleado de la tienda le sonrió radiante.
—¿Y a dónde deben ser entregados, milord?
—Envíelos a Temple Knollis en Somerset.
Los ojos del hombre se ensancharon.
—Sí, Señor. Me encargaré de que sean enviados el lunes, milord.
—¿Y eso cuanto tiempo tardará?
—Alrededor de una semana, milord. Aunque como se acerca la Navidad...
—No se moleste —dijo Leander—. Les enviaré una diligencia.
—¡Una diligencia! —el hombre tragó.
—Eso dije. ¿Cuál es la posada más cercana?
—Eh... el Cisne... pero...

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Entonces envíelos allí.


Leander se dirigió al Cisne y contrató un carruaje con cuatro caballos y a un hombre
para que escoltaran sus presentes. Les advirtió que habría más y fue a comprar vino,
alcohol, frutas y una colección de carnes, un pavo, dos gansos y dos patos. Eso sería
suficiente para asegurar la comodidad de todos ellos en Navidad.
Regresó a Lauriston Street y le explicó lo sucedido con las finanzas a Nicholas. Casi
por accidente, le comentó sobre las provisiones.
Los labios de Nicholas se contrajeron.
—Y enviaste todo en una diligencia.
—¿De qué otra forma? ¿Por qué no llevamos a Rossiter a su casa y averiguamos qué
tiene de valor?
—Ah, Lee —dijo Nicholas con una mueca—. Siempre he admirado tu gracia.
Timothy Rossiter no parecía tener mucho, aunque su casa era elegante y sus
posesiones eran de lo mejor. Tenía hasta un ayuda de cámara, que se esfumó cuando se
le dijo.
Una búsqueda rápida y un chequeo al libro de contabilidad les dijo la verdad.
—¿Ha gastado todo, verdad? —preguntó Nicholas al hombre que estaba hundido en
una silla junto a la chimenea vacía.
—No al principio —dijo Rossiter miserablemente. Leander se dio cuenta de que
Rossiter creía que Nicholas era alguien con quien podía hablar. Una conclusión común y
efectivamente correcta. Desgraciadamente para los creyentes, eso no significaba que
Nicholas fuera particularmente piadoso.
—Al principio sólo me quedaba con una parte —gimoteó el hombre—. Una especie
de retribución, ¿sabe? Los primeros libros de Sebastian no reportaban muchas ganancias
y él no necesitaba el dinero. Él recibía ingresos paternos mientras que yo debía trabajar
para vivir. Y vivía en el campo, donde no había en qué gastarlo...
—Usted no puede decir que su viuda no necesitaba el dinero —señaló Nicholas
suavemente.
—Yo le di a ella algo de dinero —protestó Rossiter.
—¡Un par de cientos de libras al año! —explotó Leander—. Usted... —espetó,
sabiendo que no valía la pena insultar al miserable gusano. Más que nada, lamentaba la
ironía de saber que si Timothy Rossiter no hubiera sido un bribón, Judith nunca se
hubiera casado de nuevo.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Él nunca la hubiera encontrado.


Apoyó la cabeza en un puño en la repisa de la chimenea.
—Olvidémonos de esto Nicholas. Aquí no hay nada. Qué se lleve sus patéticas
posesiones con él. Sólo quiero terminar con esto y regresar a casa. —Se enderezó para
mirar al hombre—. Pagaré su pasaje. Pero jamás vuelva a cruzarse en mi camino.
Llevaron otra vez a Rossiter a Lauriston Street, y dejaron al ayuda de cámara para
que empacara las posesiones de su amo, su última tarea antes de buscar otro empleo.
Cuando Rossiter fue encerrado con llave una vez más, se sentaron a cenar.
Nicholas dijo:
—Lo malo, es que tenemos que esperar hasta el lunes para comprarle un pasaje, y
esperemos que algún barco zarpe pronto. Debemos partir rápido para llegar a tiempo
para la Navidad.
—Lo siento —dijo Leander—. ¿Por qué no regresas tú? Yo me encargaré de todo.
—No hay ninguna necesidad —dijo Nicholas—. Habrá algún barco que viaje a alguna
parte y lo embarcaremos en él. Esta será la primera Navidad que pasemos con nuestras
familias, los dos. Te prometo que nada en la tierra nos lo impedirá.

El domingo, Judith asistió a la iglesia con Eleanor, y encontró que la simplicidad de


las Iglesias rurales era más agradable para ella que las catedrales. Caminaron una milla
hasta llegar al pueblo y se unieron a la congregación. Era una iglesia sencilla, antigua
con un suelo que había sido pisado por más de diez generaciones, tenía las paredes un
poco combadas por el paso del tiempo. El frente tenía una adorable importación
Francesa, un Pesebre —María, José, un buey, un asno y los ángeles, esperando el día
bendito en que Jesús vino a la tierra.
Allí no había ningún coro entrenado, pero la congregación estaba conformada por
todas las clases de gente del campo y de todas las edades. Animada por todas esas voces
discordantes, Judith se unió lozanamente en cuanto ellos entonaron canciones de
Advenimiento como “Oh ven, Emmanuel” y “A orillas del Jordania”.
Mirando fijamente el Pesebre, Judith supo que esta no era la estación para mantener
apartado el regalo del amor. Quizá no podría decírselo a Leander, pero le demostraría
su amor de cualquier forma posible, y confiaba en que a él no le fuera difícil aceptarlo.

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Para el lunes, esperaban que Leander y Nicholas regresaran, pero sólo si habían
terminado sus asuntos con increíble velocidad. Judith intentaba no mirar el camino de
los viajeros, pero no podía evitarlo. En el poco tiempo en que se conocían, ella y Leander
nunca se habían separado más de un día, y por eso odiaba no estar a su lado.
Necesitaba encontrar algo que hacer para que la espera fuera más soportable.
Se dio cuenta de que estaba deseando empezar la tarea de convertir Temple en su
hogar.
Se sentía nerviosa por ir allí sin Leander, pero si esperaba hasta su regreso, no podría
preparar el lugar a tiempo para la Navidad. Así que se lo dijo a los niños.
—Oh, sí, Mamá. ¡Vamos!
Cuando Judith se lo comentó a Eleanor, Eleanor insistió en ir con ellos.
—Yo también estoy inquieta esperando el regreso de Nicholas. No nos hemos
apartado durante casi un año. Sin embargo, siempre he querido conocer al famoso
Temple Knollis. Llevaremos a algunos sirvientes, por si acaso no tienes los suficientes.
Nos divertiremos mucho.

Al siguiente día tomaron dos carruajes, uno para Judith, sus hijos y una sirvienta, y
otro para Eleanor, Arabel y su niñera. Judith pensó que la niña tenía una niñera, pero
que esta no tenía un trabajo muy pesado. Un carruaje había sido enviado más temprano
con más sirvientes y comestibles. Judith tenía planeado cocinar, por eso Eleanor había
contribuido con algunas de las provisiones de Readoaks.
Cuando Temple Knollis estuvo a la vista, Judith apreció nuevamente su perfección,
pero eso sólo sirvió para enfatizar la magnitud de la tarea que tenía que realizar. Bein
podía tratar de vacía el río con una ecuchara. Sin embargo, la llevaría a cabo.
Se alegró mucho de ver a una persona cruzando el patio, evidencia clara de que la
casa estaba siendo ocupada. Quizá la tía Lucy había contratado a los sirvientes.
Después de una pequeña vacilación, guió a los carruajes al patio, para que todos
pudieran entrar al magnífico vestíbulo y verlo en toda su gloria.
—Oh, Dios —dijo Eleanor al entrar—. ¿Es magnífico pero también aterrador, verdad?
Y muy frío. —Su respiración era visible cuando habló.
—Cielos —dijo Judith—. Nunca debí permitir que vinieras. Me temo que

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terminaremos acampando en la cocina como lo hizo la familia de Leander.


Bastian y Rosie permanecían quietos y consternados, mientras que Arabel hacía
sonidos de puro deleite e intentaba capturar las luces proyectadas en las ventanas.
Después de un momento los niños mayores la siguieron.
Se escucharon algunos pasos y una sirvienta rellenita se dio prisa para atenderlos
haciendo una reverencia.
—¿Milady? —aventuró, mientras los miraba para intentar identificarlos.
Judith estaba indecisa, pero comprendió que esa era su casa y su responsabilidad.
—Soy lady Charrington. ¿Cuál es su nombre? —le preguntó a la mujer.
—Jenny Flint, madame.
—Jenny, esta es la señora Delaney. Los niños mayores son mis hijos, el joven Bastian
y la señorita Rosie. La pequeña es Arabel Delaney. Ahora podría decirme, ¿cuántos
sirvientes hay aquí?
La mujer se meció nerviosamente.
—Sólo hay diez, milady, más algunos que vinieron en el carruaje. La mayoría
trabajábamos aquí antes, por eso conocemos el lugar. Sin embargo, me temo que no hay
ningún sirviente superior, milady. Todos se mudaron a otros lugares, ¿entiende?
—¿Todavía está aquí la familia de Charles Knollis?
—No, milady. Ya partieron hacia Stainings. Pero la señora Knollis me dijo que estaba
cerca por si usted necesitaba algo.
—Por el momento sólo necesitamos que se preparen algunas alcobas. ¿Puede
ocuparse de eso, Jenny?
—Todas las camas están aireadas, milady. La señora Knollis así lo dispuso. Sólo
debemos encender el fuego.
Judith sonrió.
—Dios bendiga a la tía Lucy. —Pensó en el magnífico cuarto de dibujo y en lo mucho
que tardaría para calentarse—. ¿Hay algún cuarto relativamente pequeño que podamos
usar como salón, Jenny?
La mujer lucía entendiblemente dudosa. Los cuartos pequeños no coincidían con la
idea de Temple.
—Sólo el cofre, milady. —Ofreció al fin.
Judith y Eleanor compartieron una mirada desconcertada. Pero Judith dijo:

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—Llévenos allí.
Recogieron a los niños y bajaron a un corredor incrustado con tableros de madera
dorada brillante de bordes finamente tallados. De las paredes colgaban cuadros
resplandecientes y objetos preciosos que decoraban todas las esquinas y las mesas.
Intimidados de nuevo, los niños andaban en puntillas sigilosamente y Arabel
permanecía en silencio en los brazos de Eleanor, chupándose concienzudamente su
dedo pulgar.
La sirvienta abrió la puerta que daba a una habitación. Estaba bastante oscuro. Entró
y echó las cortinas hacia atrás para dejar entrar algo de luz. Pero aún no se podía ver
nada. Y eso era porque todas las paredes y el techo estaban cubiertos con oscuras
pinturas en paneles.
—Oh, Dios —dijo Judith. Tenía el presentimiento de que había repetido esa expresión
varias veces. Pero el cuarto era pequeño, sólo dos veces más grande que su salón de la
cabaña y contenía varias sillas y una chimenea.
—Jenny por favor, envíe a alguien para que encienda el fuego y sírvanos el té.
La sirvienta se dio prisa para salir. Los niños observaban fijamente alrededor, con los
ojos desorbitados, luego se sentaron en el asiento de la ventana y miraron hacia el río.
Nadie se quitó la chaqueta.
—Sabes —dijo Eleanor mientras inspeccionaba una pared—, pienso que esas pinturas
son reales. Quiero decir, viejas. Han sido usadas virtualmente para empapelar las
paredes.
—Es extraordinario ¿no? —respondió Judith—. Pero realmente me gusta. Se siente
como si estuviéramos en una caja de joyas. —Caminó para mantener el calor—. Ahora
puedes ver lo duro que será convertir este sitio en un hogar, sobre todo para alguien
como yo.
—¿Por qué será especialmente duro para ti? —preguntó Eleanor.
—Porque no estoy acostumbrada a esto.
—Pero esa podría ser tu ventaja. No te dejes intimidar por el lugar. Haz lo que
quieras.
Judith sonrió temblorosamente.
—No estoy segura de poder hacerlo. Mis gustos y los de Leander no siempre son los
mismos. —Le contó la historia del vino de bayas a Eleanor y que al final habían
terminado riendo.
—Pero ese es el punto —declaró Eleanor—. Estoy segura de que le gustará después

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de probarlo.
Judith deseó poder estar tan segura.
Un muchacho trajo leños e hizo un montón, luego encendió el fuego y en pocos
momentos este crujía alegremente. Temple demostró su belleza cuando la chimenea la
expuso en todo su esplendor.
Pronto el frió se alejó de la pequeña habitación y al momento de tomar el té, todos
estaban sintiéndose mucho más cómodos.
—El problema es —dijo Judith—, que dudo que todos podamos vivir aquí.
Ella y Eleanor dejaron a los niños con las dos sirvientas, se pusieron los abrigos y
exploraron el lugar. Aunque Temple Knollis no era una casa espectacularmente grande,
tenía corredores tortuosos, lo que hacía que se perdieran a menudo, pero al seguir en
línea recta siempre encontraban el vestíbulo central. Como la casa estaba construida
alrededor de él, este proporcionaba un punto de encuentro.
Había diez alcobas preparadas, dos eran claramente para el amo y su señora. De
hecho la alcoba del amo era la única que parecía haber sido usada, probablemente por el
primer conde. Judith no estaba completamente segura de que Leander quisiera dormir
allí, pero sin embargo se la asignó ya que estaba equipada con una gran cama decorada
con querubines tallados y con su escudo de armas, además que los frescos de las
paredes recreaban escenas venecianas.
Su alcoba continuaba con el tema veneciano y la cama parecía una góndola dorada.
La cabecera era puntiaguda y un sinfín de sedas verdes pálidas colgaban de las paredes
que también estaban decoradas con frescos de escenas al aire libre. Quizá nunca podría
hacer el amor en exteriores, pero en esa habitación sentiría como si lo estuviese
haciendo.
Las demás habitaciones eran más normales, aunque estaban empapeladas con frisos,
pinturas o tapices. Las alfombras y los ropajes eran de la más fina calidad, hechos
exclusivamente para cada recámara. Tenían esparcidas pinturas, esculturas y objetos de
arte con engañosa despreocupación.
Eleanor escogió un cuarto al azar, y puso en el siguiente a Arabel y a su niñera.
—Me temo que la muchacha no estará satisfecha con el cuarto de los niños de
Redoaks después de dormir en este esplendor.
Judith ordenó que se encendiera el fuego en todas las habitaciones, entonces Eleanor
le preguntó:
—¿Crees que haya alguna posibilidad de encontrar una guardería o un salón de

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clases aquí?
Preguntaron y sí, lo había. Cuando Judith vio los cuartos de los niños, su corazón se
emocionó. El anciano lord Charrington, en medio de sus grandiosos planes, había
incluido una guardería perfecta. Incluso estaba ubicada en el lado plano de Temple,
aunque no pudo resistir la tentación de decorar las paredes con pequeños querubines en
bajorrelieve.
Cerca del salón de clases, había lugar suficiente para jugar, pero era adecuadamente
pequeño para ser cómodo, además la luz entraba a raudales por las grandes ventanas.
Había también cuatro habitaciones pequeñas muy convenientes para los niños, dos de
ellas incluían camas infantiles y habitaciones auxiliares para las niñeras y los
instructores de la escuela.
El primer conde había esperado tener niños allí, pero no a los de Charles Knollis sino
a los de su heredero. Qué familia tan triste, casi trágica había sido.
Tragó antes de decir:
—Pienso que los niños estarán felices de mudarse aquí, si tienen algunos sirvientes
que les hagan compañía. Podrías comenzar con ellos aquí y luego continuar.
Para su sorpresa, Bastian y Rosie estuvieron encantados. Habían encontrado muy
opresiva la parte principal de la casa, pero les gustó mucho su especial dominio. Se
dispuso que dos sirvientas de la casa durmieran cerca y cuidaran de ellos.
Eso las animó para hacer un recorrido general a su nueva casa. Prefirieron hacerlo en
completo silencio porque sus exclamaciones de asombro eran ya bastante redundantes.
Todo era perfecto, hermoso y lleno de objetos preciosos cuidadosamente escogidos.
Judith pudo entender lo oprimida que estaba Lucy, ya que al intentar cambiar algo
podría destruirlo. Aún así, tal y como estaba ahora, el lugar no tenía vida.
¿Qué podría hacer ella?
Los cuartos principales aún permanecían fríos, por eso comieron en el pequeño cofre
y permanecieron allí hasta que se fueron a dormir.
Esa noche Judith subió a su ridícula cama, deseando desesperadamente que Leander
estuviera allí ayudándola con la casa. Cuando se hundió en el lujoso colchón estalló en
risas, pero sus lágrimas se combinaron con ellas.
No podía dormir, ya que en todo momento su mente se debatía con el problema de la
enorme casa. Al final, decidió que un ataque directo y descarado era la única solución y
con esa idea, por fin se durmió.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Al siguiente día, Judith convocó a sus tropas, es decir, a todos los que habitaban la
casa, en el vestíbulo principal. Ya tenía preparado un discurso en su cabeza y se dispuso
a hacerse escuchar, aunque la desconcertó el eco que resonó en el vestíbulo ante sus
palabras. La inclinación natural de las personas fue cuchichear en susurros y pensó que
su tono firme les haría creer que estaba dándoles un sermón.
—Temple Knollis —dijo—, es una casa muy hermosa y su construcción duró muchos
años. Sin embargo, ahora está terminada y es tiempo de que la convirtamos en un hogar.
Y para que lo sea todos debemos sentirnos cómodos aquí.
Ella intentó medir la reacción de los sirvientes, pero sus caras rurales y toscas no le
dijeron nada. Estaba preocupada por que ellos también pudieran considerar a ese lugar
como una urna intacta.
—Debemos cuidar todos los objetos preciosos —dijo—, pero en un hogar se espera
que después del uso, las cosas se dañen. Aquí eso no será más un desastre. —Hubo
movimiento entre los sirvientes pero no pudo interpretar su reacción—. Asegurar
nuestra comodidad —continuó audazmente—, ese debe ser el objetivo de todos los
cambios que hagamos. Cuando tengan alguna idea no duden en venir a mí para ponerla
en práctica.
Hizo una pausa en caso de que alguien quisiera hacer un comentario, pero nadie dijo
nada. Pensó que en términos generales, era preferible que no hubiera sirvientes
superiores. Ninguna de las personas presentes se atrevería a llevarle la contraria y los
sirvientes que contrataría le serían incondicionales.
—La primera cosa que quiero es que se conserve encendido el fuego en cada
chimenea. Debemos alejar el frío de esta casa. Si no hay suficiente leña, debe buscarse.
No duden en informar a todo el mundo que pagaré por la leña de mejor calidad. —Eso
iluminó muchos ojos. Eran tiempos difíciles, y el dinero escaso—. También quiero
conseguir más sirvientes, si conocen a alguien que necesite trabajar, díganle que puede
venir a verme.
Eso causó que muchos sonrieran prudentemente.
—Lo siguiente, es mover todas esas estatuas del vestíbulo, y esas macetas al corredor
que lleva al salón de baile. —Asumía que por lo menos eso despejaría el cuarto y se
podría ver lo grande que era en realidad.
Aún nadie se había amotinado.
—Entonces —dijo—, la mayoría de nosotros saldremos a buscar musgo. Quiero que
este lugar esté listo para la Navidad. Los que se queden pueden preparar pasteles de

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

carne y frutas y ponche de ron para cuando regresemos.


Percibió un cambio de actitud entre los sirvientes y supo que todo saldría bien.
Como había muy pocos sirvientes, Judith y Eleanor desempacaron mientras el
vestíbulo era desocupado. Muchas de las posesiones de Judith, no habían sido tocadas
desde que las empacó en la cabaña y ahora todas parecían absurdamente fuera de lugar.
¿Qué haría ella con un gato de alfarería que Bastian había ganado en la feria de
Michaelmas el año pasado? Se sentía tentada de ponerlo en un lugar honorífico en el
cuarto de dibujo, pero eso sería ir demasiado lejos.
Al final, colocó esos artículos en el cuarto de los niños y en su habitación. Sin
embargo, cuando encontró el retrato de Sebastian, no supo qué hacer. Su impulso fue
esconderlo o quizá ponerlo en el salón de clases, pero eso no era lo correcto. Se sentía
culpable de que su memoria quisiera olvidarlo.
Entonces pensó en la biblioteca. Era el lugar más apropiado para el retrato de un
poeta ya que ese lugar tan rico pero formal difícilmente sería la guarida favorita de ella
y Leander ya que no eran particularmente estudiosos, a diferencia de Beth y Lucien.
Llamó a un lacayo e hizo colocar el cuadro en el lugar de un paisaje francés. El paisaje
de Poussin era indudablemente una pintura más costosa y de mejor calidad, pero su
conciencia se alivió. Su primer marido podría mirar fijamente la distancia para siempre,
buscando inspiración entre las líneas de múltiples temas y prístinos clásicos. Con suerte,
sólo lo vería unas pocas veces al año.
La culpa le hizo cosquillas otra vez, pero se dio prisa por continuar su conquista de
Temple.
El lugar ya estaba mucho más caluroso, aunque todavía debía llevar un abrigo de
lana. La última de las peligrosas estatuas estaba siendo sacada del vestíbulo. El bullicio
general y las voces de los niños dispersaban la formalidad.
Al ver el cuarto desocupado, vaciló un poco, y se preguntó si Leander se molestaría
por eso. Pero a él no le había gustado la casa como estaba y ella no estaba haciendo nada
irreversible. Con gran satisfacción les dijo a los niños que ahora podrían jugar con una
pelota allí.
Luego se dirigió a las cocinas porque temía que las provisiones no serían suficientes.
Al llegar lo consultó con la señora Pardoe, la mujer que hacía las veces de cocinera.
—Le digo la verdad, milady, no soy una cocinera distinguida. Puedo asar una comida
para varias personas y preparar un pastel, pero no estoy entrenada para hacer comida
refinada. —La mujer tenía tres grandes pasteles de manzana hasta el tope.
—En este momento creo que es muy amable de su parte sacarnos de la brecha señora

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Pardoe y una buena comida inglesa es justo lo que queremos. La pregunta es, ¿qué
necesitamos en materia de suministros y dónde podemos obtenerlos?
—Tenemos lo esencial, milady. La señora Knollis previno eso y por ello hay frutas y
algunas provisiones en la bodega. Lo que no tenemos son productos extranjeros como
almendras, naranjas y limones. Tampoco hemos conseguido muchas gallinas. Por aquí
no hay granjas, sabe, y las granjas más cercanas no están acostumbradas a enviar
provisiones a la casa grande.
Judith suspiró.
—Bien, comente que compraré todo lo que haya. Debemos sobrevivir. —Se preguntó
cuánto tiempo le duraría el dinero que Leander le había dejado y cuando regresaría para
darle más. Probablemente la propiedad producía dinero, pero ella no se sentía con
derechos de meterse en eso. Supuso que Temple tenía buen crédito, pero no le gustaba
deberle a las personas sencillas.
Robó una rodaja de manzana y dijo con anhelo:
—Sin embargo, desearía que pudiéramos tener un ganso para Navidad.
Como respuesta a sus oraciones, George entró y descargó ruidosamente un ganso en
el suelo.
—¿Qué quieres hacer con esto, Millie? —entonces vio a Judith y se tocó la frente—.
Buenas tardes, milady.
—Buenas tardes George, ¿de dónde viene esto?
El hombre sonrió abiertamente.
—De Londres, milady, enviado en una diligencia nada menos. Nunca he visto algo
como eso. ¡Toda una diligencia llena de comida!
—¡Una diligencia! ¿Quién hizo tal cosa?
El hombre escondió una sonrisa.
—El conde, milady.
Judith estalló en risa.
—Ciertamente extravagante. Traiga todo, entonces. —Observó con una tonta sonrisa
como los patos y pollos, quesos y carnes conservadas, un jamón y un salmón ahumado
eran descargados. Luego trajeron bolsas grandes de nueces y frutas.
—Bien, señora Pardoe —dijo Judith—. Creo que no pasaremos hambre en Navidad.
La mujer sonrió abiertamente.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Apuest a que no, milady. Estoy preparando pasteles de carne picada y frutas, y
pronto probará las mejores tartas de limón de este lado de Londres.
Judith se marchó para contarle la historia a Eleanor.
—¿Envió una diligencia llena de suministros? Qué maravilloso. Nicholas dijo que
Leander vivía en su propio mundo extravagante.
Lo mismo pensaba Judith. El entorno natural de Leander era un mundo extravagante
lleno de tesoros y lugares y ella deslucía deliberadamente su propio palacio privado.
Miró ansiosamente el cuarto de dibujo.
Algunos artículos delicados habían sido removidos y las sillas se habían dispuesto
para la comodidad, no para la elegancia. Una manta de bebé cubría el sofá de raso de
oro y una muñeca de trapo decoraba la alfombra. Magpie estaba enroscada frente al
fuego.
—Oh querida —dijo.
Eleanor la tocó suavemente.
—No le importará. Nadie podría querer vivir en este lugar como estaba antes. Está
volviendo a la vida.

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Capítulo 21

Judith rezó para que Eleanor estuviera en lo correcto y continuó con sus planes.
Reagrupó a sus tropas para salir a buscar musgo y encontró a un pequeño grupo de
personas esperando en la calzada, como si tuvieran miedo de atravesar la calle. Todos
estaban en busca de trabajo y algunos eran muy jóvenes. Sin duda muchos de ellos sólo
tenían curiosidad, y esperaban que una jornada de trabajo les proporcionara un vistazo
a la famosa casa. Sin embargo, otros lucían desesperados y vestían ropas estropeadas
por el uso que ella conocía bien.
Imprudentemente, Judith los empleó a todos. Algunos se encargaron de traer la leña
y a los más débiles se les ordenó ayudar en la casa, pero la mayoría salió con ella a
buscar ramas para la Navidad. Le agradó ver a Bastian y a Rosie mezclándose con los
niños del pueblo sin ninguna timidez. ¿Y por qué no iban a hacerlo? Habían sido niños
de pueblo hasta hacía muy poco tiempo.
Judith charlaba con sus empleados mientras caminaba. Las personas perdieron
pronto su temor y le hablaron sobre las historias locales y las costumbres de su pueblo.
Estaban realmente orgullosos de Temple, pero al mismo tiempo se sentían algo
abandonados.
Por casi dos generaciones el señor de esas tierras no se había hecho cargo de ellas ni
de su gente. Por eso no esperaban que si por ejemplo, había goteras en el tejado, se
pudieran arreglar pronto, o se les diese a los más pobres una ayuda desde la gran casa
en Navidad. Ese tipo de caridad estaba en las manos del vicario y de algunos de los
arrendatarios más adinerados, pero en esos tiempos de postguerra los recursos eran
muy limitados.
Judith determinó que Temple contribuiría con su parte de ahora en adelante, y
aunque dudaba que tuviera suficiente comida, ya pensaría en algo. Si en Temple
tuvieran que comer pan y queso, ella se aseguraría que los pobres tuvieran sus viandas.
Le pidió a Eleanor que supervisara el trabajo de los empleados y se encaminó
decididamente hacia el pueblo. Cuando estaba a mitad de camino comprendió que
podría haber utilizado la calesa.
Se rió. Estaba acostumbrada a caminar.
El vicario estaba dentro y se sitió encantado y azorado de encontrarse con la condesa
tan inesperadamente. Algo que Judith no había tenido en cuenta. Vio su imagen

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sonrosada y azotada por el viento reflejada en un espejo. Oh, estaba llevando el rol de
condesa demasiado mal.
Dejó de lado esos pensamientos.
—Reverendo Molde, debe perdonarme por aparecer tan repentinamente aquí, pero
he venido con la intención de que me permita conocer los nombres de las personas
necesitadas. Deseo brindarles caridad navideña.
El hombre le proporcionó la lista con presteza.
—Todo será bienvenido, lady Charrington. Hacemos lo que podemos, pero pasamos
por tiempos difíciles.
—Sí, y el conde y yo estamos muy agradecidos por vuestro trabajo. Sin embargo, le
aseguro que en el futuro estaremos tomando más seriamente las responsabilidades que
tenemos con nuestros vecinos. Esperamos que usted pueda aconsejarnos al respecto.
El hombre se lo aseguró de muy buena gana.
—Ahora —dijo—, debo regresar a casa, allí todavía hay muchas cosas por hacer.
Todos asistiremos al Servicio de Navidad. ¿Será posible que pueda acompañarnos en la
cena del día de entrega de regalos?
Se despidió con los más sentidos agradecimientos del Reverendo Molde resonando
en sus oídos. Entendía lo dura que podía ser la vida en un vicariato, ya que se debían
soliviantar las necesidades caritativas de la parroquia y las de la propia familia.
Además sabía lo halagadora que era una invitación a la casa grande.
En una mano sentía el placer de proveer tal alegría, pero en la otra se sentía como una
verdadera impostora. Pero era la condesa de Charrington. Si no cumplía con sus deberes
nadie lo haría por ella.
Disfrutó el breve paseo de regreso. Luego se detuvo y se apoyó en una verja para
poder contemplar la tierra de Leander.
La casa de Leander.
Su casa.
Y él, como todo lo demás, estaban a su amoroso cuidado.

Al regresar a Temple, casi se desmaya. El vestíbulo estaba invadido por personas que
ordenaban el musgo y lo cortaban en manojos para decorar la estancia, algunos sólo

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

miraban impresionados. Un resonar de voces llenaba el ambiente, sumadas a los gritos


de los más pequeños. Un grupo de niños del pueblo rodeaban a Bastian quien presumía
de su rata.
Una enorme ponchera de plata llena de especiada cerveza inglesa estaba sobre una
mesa de nogal y todos los presentes se servían cuanto deseaban. Eso indudablemente
explicaba su desbordante alegría. También había una bandeja de pasteles casi vacía.
¿Es que acaso el pueblo entero estaba allí? La casa parecía un mercado. Quizá todo
estaba yendo demasiado lejos. Pero positivamente el lugar estaba impregnado de vida.
Judith sonrió y se fue a la cocina. Les envió primero naranjas a los niños antes de
dedicarse a empacar las viandas de caridad. Cortó el jamón para dividirlo
equitativamente, pero no encontraba la forma de repartir el ave que aún vivía de forma
rápida. A pesar de las protestas iniciales de la señora Pardoe todos los pasteles fueron
incluidos y la mayoría eran de frutas y nueces.
—Sus necesidades son mayores que las nuestras —dijo a la mujer.
La señora Pardoe sonrió.
—Tiene razón, milady. Les está regalando bendiciones.
—Es mucho mejor dar que recibir. Y mejor aún —agregó Judith—, asegurarse de que
no haya necesidades.
Hizo los arreglos para que todas las canastas fueran entregadas, luego corrió hacia
arriba a quitarse su manto para unirse a la diversión en el vestíbulo. Cuando estuvo a
punto de salir de su habitación, observó la caja que aún le faltaba por desempacar que
contenía la poesía de Sebastian, un volumen de cada uno de sus libros más los nuevos
veinte. Los recogió y bajó para llevarlos a la biblioteca. No quería que la poesía de su
primer marido estuviera en su alcoba.
Se sintió culpable por ese pensamiento tan poco caritativo.
Oh, ¿cuándo sería libre de esta desavenencia?
Encontró un espacio entre los estantes de caoba brillante, cerca del retrato de
Sebastian y puso los libros allí. Los caros volúmenes glaseados resaltaban la elegancia de
la casa. Supuso que podría enviarle uno al Regente, quizá se preguntaría donde estaría
su copia. Todos decían que tenía afición por lo sentimental.
Tomó uno de los nuevos y pasó un dedo suavemente debajo del pesado ribete
dorado. Cuán triste era que Sebastian nunca hubiese sospechado que era famoso. Quizá
no habría estado tan malhumorado todo el tiempo. Qué triste y qué terrible que no lo
extrañara en absoluto, cuando para Sebastian había sido el centro de su vida.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Abrió el libro, sintiendo su quietud, culpable de no haber tenido la intención de


hacerlo antes. Leyó un soneto, una forma que él raramente usaba.
Los danzantes rayos del sol de verano deben marchitarse,
el canto de la alondra muere, lentamente al alejarse.
Es Judith quien con pasos sobre el verdor tan galante,
entona canciones como si de un ángel se tratase.
Miró fijamente esas palabras sin sentido.
¿Entona canciones como si de un ángel se tratase? Pero si ni siquiera sabía cantar, y él
lo sabía, incluso se había molestado por ese defecto.
Era una revelación. Esas palabras no se referían a ella. Sebastian le había escrito esa
poesía a una mujer ideal que vivía en su mente, quejándose cada día de su matrimonio,
porque Judith no era esa mujer.
Se derrumbó sobre una silla de la biblioteca, una de esas de apariencia caprichosa que
a Leander le gustaban tanto.
Y estalló en las lágrimas.

Leander se dio prisa en buscar a Judith. Notó los cambios en la casa, había un
endiablado número de personas y un caos infernal, pero lo que más le preocupaba era
encontrar a su esposa. Llegó a Readoaks junto con Nicholas y allí se enteraron de que
sus esposas e hijos se habían marchado, por eso los siguieron hasta a Temple.
Un campesino que sonreía abiertamente le dijo que creía que la condesa estaba en la
biblioteca y Leander fue hasta allí. Abrió la pesada puerta hecha de paneles y la escuchó
llorando. Se heló al instante. Maldición. Debió haber previsto que esa casa era una
responsabilidad muy grande para cualquiera, incluso para Judith.
Estaba sentada con la cabeza gacha entre sus manos, llorando como si su corazón
estuviera roto. Se acercó y se arrodilló a su lado.
—¿Judith? ¿Qué te sucede? No deberías llorar así…
Lo miró con los ojos abiertos empañados de lágrimas, rojos de tanto llorar.
—¿Leander? ¡Oh, Leander, yo no puedo cantar!
Estuvo a punto de reírse de su absurda declaración, cuando un libro resbaló de sus
dedos. La poesía de Rossiter. Seguramente descubrió el retrato estropeado de su primer

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marido y por eso estaba llorando de pena. El dolor en su pecho era extraordinario.
¿Sería posible que los corazones se rompieran de verdad?
La levantó, se sentó y la puso en su regazo.
—Lo mandaré a arreglar —dijo, pensando que era estúpido lo que había dicho. Al
enamorarse, todo se había puesto de cabeza y se había convertido inevitablemente en un
idiota. La sostuvo firmemente mientras se sonaba la nariz con un pañuelo y le apartó los
mechones húmedos de los ojos. Quería besarla, pero quizá eso no sería lo más
apropiado.
—Lo siento —dijo—. Debes pensar que soy una perfecta idiota.
Lo único que podía hacer era bromear sobre aquello.
—¿Por qué pensaría eso? —la atormentó—. Acabas de darte cuenta de que ahora
vives en este mausoleo y estás considerando las formas más dolorosas de matarte.
Le premió con una risita.
—No es cierto. He tomado la decisión de domarlo —lo miró con cautela—. Ordené
que las estatuas y los jarrones fueran movidos a otro lugar. Pensé que si los niños
jugaban en el vestíbulo podrían acostumbrarse más rápidamente a su nueva casa.
—Vale la pena intentarlo. Parece que en este momento tenemos a todo el pueblo en el
vestíbulo.
No parecía disgustado, por eso Judith tuvo valor.
—Y creo que una mesa de billar también colocada allí también ayudaría.
Leander sonrió abiertamente.
—Excelente idea. Tengo debilidad por ese juego. Les compraré a los niños el equipo
de raqueta y volantes para jugar al bádminton. Eso podría hacerlos felices.
Judith sonrió y envolvió los brazos alrededor de su cuello.
—Oh, Leander, estoy muy contenta de que hayas regresado.
Pudo sentir la atontada sonrisa que estiraba sus mejillas.
—¿De verdad?
—Mucho. ¿Qué pasó en Londres?
Rápidamente le relató lo acontecido, mientras deseaba soltar su pelo, besarla
salvajemente, explorarla, penetrarla y perderse en su calor...
—¿Treinta mil libras? —dijo Judith, aunque apenas podía entender lo que le estaba
diciendo. Quería besarlo. Apartar el pelo que resbalaba en su frente e introducir la mano
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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

debajo de su chaqueta para sentir el calor de su piel...


—Sí, pero todo se ha perdido. —Le rozó los labios con el dedo pulgar.
—Oh, Dios. —Ella le besó el dedo ligeramente.
Leander ahuecó la mano y le acarició la mejilla.
—Pensé en mentirte y decirte que habíamos recuperado una parte del dinero, pero no
quiero que haya más mentiras entre nosotros. Sin embargo, destinaré unos fondos para
Bastian y Rosie. No hay necesidad de que sepan que no lo heredaron de su padre y eso...
—miró nuevamente el libro que estaba en el suelo—... eso mantendrá vivo su recuerdo.
Judith sintió que las lágrimas se agolpaban otra vez en sus ojos.
—Oh, Leander. ¿Por qué no deben darle las gracias a quien se las merece?
Sus pulgares le limpiaron las lágrimas del rostro.
—Eso no me importa. Haré todo lo que esté en mis manos para plantar el amor en sus
corazones durante los años que vendrán. Sebastian ya os ha perdido, a ti y a ellos.
Judith agitó la cabeza.
—Él nunca nos tuvo. ¡Leander, yo no puedo cantar!
—¿Pero qué...?
Judith se inclinó y recogió el libro del suelo. Buscó el soneto y se lo mostró.
—Mira. Todo lo que dice sobre voces de ángeles. Yo no puedo cantar, y si lo intentaba,
él se disgustaba. ¡Ninguna palabra de sus poesías se refería a mí!
Leander no sabía cómo consolarla por esa tragedia. Debía estar devastada.
—Lo siento Judith. ¿Piensas qué hubo alguien más?
Lo miró fijamente.
—¿Alguien más? Por supuesto que no. Pero yo sólo era la excusa para que escribiera
sobre esa criatura perfecta que tenía en su mente. No me sorprende que nunca pudiera
llenar sus expectativas. —Sonrió de alegría—. ¿Realmente no debo sentirme culpable
por no amarlo, verdad?
—No —dijo Leander aturdido.
Judith se puso rígida, luego se levantó de su regazo.
—Oh, Dios.
Leander se puso de pie lentamente.

301
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—¿Has dejado de amarlo?


Judith lo miró a los ojos.
—Dijiste que no más mentiras entre nosotros, ¿cierto? Nunca lo amé, Leander. Oh,
eso no es verdad. Supongo que lo amé, al principio, pero era un amor muy débil, que no
perduró. Mentí cuando dije que lo había amado durante años, y te casaste conmigo
pensando que era la “viuda llorosa”. Lo siento, lo siento. Si quieres que me marche...
La abrazó y la puso a girar en lo alto.
—¡Irte! ¡Nunca en tu vida! Te amarraría a un pilar de mármol antes. ¿Quieres decir
qué quizá tengo una oportunidad?
—¡Bájame! ¿Que si tienes una oportunidad?
La bajó y le dijo suavemente.
—Una oportunidad para adueñarme de tu corazón. He descubierto que tengo la
facultad de amar, Judith, y todo es gracias a ti.
—Tú no puedes...
—Claro que puedo. Lo hago. —La sostuvo firmemente contra su pecho—. Es
aterrador, siento que podría morir sin ti. —Le apretó la espalda un poco más y lo vio
esforzarse por derrumbar el muro que lo había protegido toda su vida—. ¿Te importa?
—le preguntó—. Trataré de no avergonzarte.
Judith acunó su cara.
—Mi más querido amor ¿Cómo podrías avergonzarme por eso?
Sus ojos se encendieron y brillaron un poco por las lágrimas.
—¿Podrías amarme?
—Ya te amo. ¡Oh, Leander, voy a llorar otra vez!
—¡No lo hagas! No puedo soportarlo. ¿Por qué estabas llorando cuando llegué?
—Por el pobre Sebastian y por todo lo que perdió. —Le hizo bajar la cabeza y lo
besó—. Tengo miedo de toda esta felicidad —susurró.
—No lo hagas. Si algo va mal lo arreglaré. —Ya no podía mantener sus tontos
prejuicios, ya que el amor de Judith le permitía hacer lo que deseaba. La besó
profundamente, intentando que sus manos la adoraran como lo hacían sus labios.
Judith sentía cada punto de contacto de sus cuerpos, muy juntos, pero no lo
suficiente. Sus rodillas flaquearon y cuando comenzó a caer, él se derrumbó con ella en
el suelo.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Cuando estuvo sobre ella, sintió su delicioso peso. Cuando estuvo sobre él, se perdió
en la profundidad de sus ojos, mientras sus manos le quitaban el vestido y liberaban su
carne para el deleite de sus labios.
Le desabrochó el chaleco y le quitó la camisa para poder acariciar su estómago con la
lengua, se embriagó con su sabor y con el olor de su piel. Lo pellizcó con los dientes,
llena de extrañas necesidades y exploró su ombligo.
¿Qué le estaba haciendo?
Él se encogió de hombros, estaba sin la chaqueta y el chaleco. Sin su camisa.
—Judith. Dios mío. No deberíamos... —Pero no paró de acariciar sus pechos con sus
labios y hacerle cosas maravillosas en ese lugar.
Judith echó su cabeza hacia atrás y gimió. Leander trató de detener sus gemidos con
su mano, mientras sonreía.
—¡Oh amor! Esto no iba a ser así. —Aun así no se detuvo.
Lo miró.
—¿Qué ocurre? ¿Qué?
—Te lo mostraré.
Entonces la penetró. Su cuerpo lo apretó.
—Oh, Dios. Oh, señor. Oh querido. Eso duele. ¡Vas a hacerme enfermar otra vez!
—Oh, Judith. No. No esta vez. Ven conmigo.
—¿Qué?
—Vamos al cielo.
Y como si de un sueño se tratara, Judith se vio acostada en la biblioteca, totalmente
desnuda, retorciéndose con Leander, y buscando algo tan terriblemente doloroso que si
no lo encontraba pronto moriría. Eso no le importó.
Sus labios capturaron los de ella mientras deslizaba la mano hasta el punto en donde
estaban unidos.
La sensación creció y creció. ¡Sabía que explotaría por eso! Lo hizo y siguió
destrozándose y destrozándose hasta que se liberó de sus ataduras, se dejó ir y encontró
lo que estaba buscando.
Sus sentidos descendían en círculos desde la cima, moviéndose en espiral lentamente
hasta llegar a la tierra, a la realidad, a un Leander que le sonreía, aplastando su cuerpo,
con su dulce pesadez...

303
Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

—Una explosión de placer —dijo maravillada.


—Soy el primero en darte ese placer ¿no?
—Oh sí. ¡Oh, pobre Sebastian!
Leander gimió, pero aún seguía sonriendo.
—¿Y por qué pobre?
—Creo que él jamás sintió algo como esto —lo miró—. ¿Los hombres también...?
—Oh sí, acabo de sentirlo. Estaba contigo, querida esposa. Siempre estaré contigo. En
la enfermedad y en la salud. En el cielo o el infierno... —Puso la cabeza sobre su
hombro—. En todo lugar. En todo momento...
Judith le acarició el cabello suavemente y miró las pinturas del techo con ojos
desorbitados.
—También lo eres todo para mí, Leander. No estuve verdaderamente viva antes de
conocerte...
La miró y le sonrió abiertamente.
—Pensé que tenías preparada una elegante ropa de cama para esta noche, mi dulce
mujercita. Todos los pasos salieron bien...
Judith sonrió entre dientes.
—Esta noche todavía está por venir, y quiero aprender a hacerlo correctamente.
—Dudo que podamos superar lo que acabamos de hacer, amor.
Los ojos de Judith se enfocaron en el techo.
—Leander.
Asustado por su tono, él se apartó un poco.
—¿Qué?
—El techo. Tu abuelo está allí de nuevo.
Judith intentó cubrirse instintivamente, y entonces empezó a reírse.
—¡Dios, parece despavorido! —Leander sonrió también
—Yo creo que está sonriendo. ¡Probablemente es lo más divertido que ha visto en
cuarenta años!

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Después de un rato, lord y lady Charrington se unieron decorosamente a las alegres


festividades en el salón. Nicholas y Eleanor concordaban plenamente con el espíritu de
la decoración, y Arabel montaba a caballo sobre los hombros de su padre.
Nicholas los miró a través de la habitación y sonrió. Era casi como si supiera qué
había estado pasando, aunque Judith había comprobado que su vestido estuviera
ordenado, y su pelo correctamente sujeto. Leander se veía tan elegante como siempre.
Lo miró, y vio el modo en que la miraba. Cielos, no era asombroso que Nicholas hubiera
acertado en sus suposiciones.
Quiso ocultar el rostro en la chaqueta de su marido, pero en cambio lo atrajo bajo el
muérdago y lo besó, allí en el vestíbulo. Hubo una gran ovación. Leander rió, entonces
resplandeció como un antiguo caballero de campo.
—Esto es perfecto.
Judith también contempló el perfecto vestíbulo de Temple. Estaba adornado con
follaje y listones rojos. Un tronco encendido rugía en la enorme chimenea del salón,
mezclando el fuerte sabor del humo con el de la madera de pino, abeto, romero, la
especia de la cerveza y la piel de naranja.
Caras sonrientes, y charla feliz eran la música aquí.
Los niños se lanzaban sobre el espacio abierto. Incluso habían más niños que antes.
Judith vio que la familia completa de Charles Knollis estaba aquí. Condujo a Leander
hasta su tía. Judith abrazó a la mujer, entonces Leander hizo lo mismo. Judith aprobó el
modo comprensivo con el que la tía Lucy le devolvió el gesto.
—Espero que sea tan feliz en su nueva casa como yo lo soy en la mía, tía Lucy.
La mujer sacudió su cabeza y miró alrededor.
—Nunca lo hubiese creído. Es un trabajo milagroso. Me preguntaba si Charles podría
manejar la conmoción cuando entró, pero a él parece gustarle. —Miró hacia donde el
ojeroso hombre estaba sentado al lado de la pared con uno de los pequeños sobre su
rodilla.
—¿Está mejor? —preguntó Judith.
—Mucho mejor, aunque su habla es aún confusa. Salir de este lugar lo ha aliviado
tremendamente. Está mejor día a día ahora que no tiene esta carga sobre sus hombros.
Vine en caso de que necesitases algo querida, así que hay un jamón en la cocina, y una
hornada de tartas de ciruela damascena.
—Gracias, pero espero que no le importe que algunas de estas hayan ido para los
pobres. Estoy decidida a que Temple cumpla su deber con los lugareños. No es que

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nosotros les culpemos —dijo ella a toda prisa—. Sé que ha sido incapaz de controlar las
cosas como hubiese deseado.
—Eso es verdad. —Sonrió Lucy a Judith—. Leander fue un hombre afortunado el día
que la conoció, querida.
El brazo de Leander se envolvió sobre Judith.
—¿Verdad? Y notablemente visionario cuando no acepté un no por respuesta.
Judith rió al recordar ese primer encuentro.
—Vaya con el diplomático con pico de oro.
Él la miró fijamente.
—He descubierto que la diplomacia no es la llave para los secretos del corazón.
Judith se dio cuenta de que estaban descuidando a Lucy, aunque a la sonriente mujer
parecía no importarle.
—Gracias por venir —dijo Judith—. Espero que venga tan a menudo como pueda.
Nuestros niños deberían ser amigos, y necesitamos manadas regulares para traer vida a
este lugar.
Lucy rió en silencio.
—Estoy segura que ustedes dos pronto comenzarán una manada propia.
Judith se ruborizó. Lucy salió corriendo para atrapar a dos de sus hijos quienes se
dirigían hacia la cerveza sazonada.
Judith y Leander se acercaron al tío de él e intercambiaron saludos navideños. El
hombre mayor no podía hablar bien, pero quedó claro que estaba encantado de ver a
Leander en su casa. Le agarró la mano a Leander.
—Bienvenido. Bienvenido.
Leander se arrodilló y le besó la mano. Su tío le tocó la cabeza como dándole una
bendición. Judith besó la mejilla de Charles Knollis.
—Gracias —dijo ella. Sabía lo que significaba para Leander tener una familia, y una
que lo amara.
Bastian y Rosie vinieron corriendo, llenos de preguntas, y Leander explicó otra vez lo
que había pasado en Londres. Les aseguró que Timothy Rossiter estaba seguro surcando
los mares.
Entonces Judith, Leander, Bastian, y Rosie vagaron por el vestíbulo como una familia,
saludando y siendo saludados. Más naranjas aparecieron y Bastian y Rosie salieron para

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

ofrecerlas a los niños. Alguien comenzó una canción, y ásperas voces de campo se
elevaron sin pretensiones de armoniosidad o elegancia.
¡Brindemos! salud para el amo,
Y una larga vida.
Ya que él ha sido tan atentoo
Y listo para dar.
Bebed, bebed, bebed alegremente.
Nasal, áspero, el coro se alzó para llenar el prístino vestíbulo.
¡Brindemos! salud para su señora
Por su amable cuidado,
Es correcto y apropiado
Que lo pase bien,
Bebed, bebed, bebed alegremente.
Judith no tuvo ninguna duda en participar con el coro, su imperfecta voz se perdía en
la elevación. Leander cantó, también, muchísimo mejor, más melodiosamente.
¡Brindemos! Por sus niños,
Los animados jóvenes duendecillos,
La línea de él será larga ahora
Si él lo sabe hacer.
Bebed, bebed, bebed alegremente.
Rosie y Bastian se rieron tontamente sobre esto, pero ellos, también, participaron en el
coro.
Y esta es una casa elegante
Que noble debe permanecer,
Nosotros rezamos por que sea bendita
Como ninguna en la tierra.
Bebed, bebed, bebed alegremente.
Judith casi podía imaginarse las paredes de mármol absorbiendo este áspero sonido,
tradicional y siendo transformado en algo más verdadero en la buena tierra Inglesa.

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Jo Beverley EL ÁNGEL DE NAVIDAD

Eleanor y Nicholas de repente aparecieron al lado de ellos, con una botella de vino y
cuatro copas.
—¿No te gusta la cerveza especiada? —preguntó Leander—. Fuera de aquí. Estoy
trabajando para ser un buen inglés.
Nicholas tenía un brillo pícaro en sus ojos.
—Entonces esto es definitivamente justo lo que necesitas. —Giró la botella así la
etiqueta claramente inscrita Bayas 1814 podía ser vista.
Leander gimió.
—¿Es que mi amor debe ser puesto a prueba tan pronto?
—¡Ja! —declaró Judith—. Si lo hiciera a mi modo, afrontarías el jugo de higo y
vinagre, miserable. —Tomó la copa que Nicholas había servido y se la pasó a Leander.
Todos los ojos estaban sobre él cuando lo probó, y Judith podía ver el control que
ejerció sobre sí mismo. Bebió cautelosamente a sorbos, luego se relajó ante el asombro.
—Notable. Está muy bien. De verdad. —Puso su brazo alrededor de Judith—. No es
algo por lo que esté sorprendido. Todo lo que tocas está bien y acertado. ¿Te ofendería si
te dijera que tú realmente eres “Mi novia ángel”?
La sonrisa de Judith fue radiante.
—Como podría, ya que si tengo alas y aureola, mi más querido Granuja, es debido a
que me los proporcionas tú.

FIN

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