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MORDISCOS DE AMOR
Lynsay Sands
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
Índice
Prólogo.................................................................................................................................3
Capítulo 1.............................................................................................................................5
Capítulo 2...........................................................................................................................20
Capítulo 3...........................................................................................................................33
Capítulo 4...........................................................................................................................46
Capítulo 5...........................................................................................................................55
Capítulo 6...........................................................................................................................68
Capítulo 7...........................................................................................................................84
Capítulo 8...........................................................................................................................98
Capítulo 9.........................................................................................................................110
Capítulo 10.......................................................................................................................123
Capítulo 11.......................................................................................................................138
Capítulo 12.......................................................................................................................148
Capítulo 13.......................................................................................................................161
Capítulo 14.......................................................................................................................175
Capítulo 15.......................................................................................................................188
Capítulo 16.......................................................................................................................199
Capítulo 17.......................................................................................................................212
Capítulo 18.......................................................................................................................225
Epílogo.............................................................................................................................238
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Prólogo
Minuto de ángulo (1 MOA o 1 pulgada a 100 yardas-2,54 cm a 91 metros)
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Capítulo 1
—¡Entrando!
Rachel echó un vistazo a la abierta puerta de la sala principal de la morgue.
Bajando su escalpelo, se quitó el guante de goma de su mano derecha y salió a
recibir a los hombres que entraban una camilla. Dale y Fred. Tipos agradables.
Un par de técnicos médicos de emergencia a quienes raras veces veía. Por lo
general entregaban su clientela viva al hospital. Por supuesto algunos fallecían
después de llegar, pero eso era casi siempre después de que esos dos se hubiesen
ido. Este paciente debía haber muerto en el camino.
—¡Hola, Rachel! Te ves… bien.
Ella cruzó la sala para reunirse con ellos, ignorando cortésmente la
vacilación de Dale. Tony había sido bastante más obvio.
—¿Qué nos traéis aquí?
Dale le entregó un sujetapapeles con varias hojas de papel.
—Herida de bala. Creímos notar un latido antes de llevárnoslo de la escena,
pero debemos habernos equivocado. Para el registro, murió de camino. El doctor
Westin lo declaró muerto cuando llegamos aquí y nos pidió que lo trajéramos
abajo. Ellos querrán una autopsia, recuperación de la bala, etc.
—¡Hum! —Rachel dejó el papeleo en el lugar, luego se dirigió al fondo del
cuarto para coger una camilla de acero inoxidable especialmente usada para
autopsias. La hizo rodar hacia los técnicos médicos de emergencia—. ¿Podéis
trasladarlo mientras firmo?
—Seguro.
—Gracias —Dejándolos, fue hacia el escritorio de la esquina en busca de
una pluma. Firmó los papeles necesarios, luego regresó cuando los técnicos
médicos de emergencia terminaban de cambiar el cuerpo. La sábana que lo había
cubierto para el viaje al hospital ya no estaba. Hizo una pausa y lo miró
fijamente.
La última adquisición de la morgue era un hombre atractivo, de no más de
treinta años, con el pelo rubio sucio. Rachel contempló sus rasgos cincelados,
pálidos, deseando haberle visto mientras estaba vivo y saber como se veía con
sus ojos abiertos. Raras veces pensaba en su trabajo como habían sido esos seres
cuando estaban vivos, respirando. Haría imposible su trabajo si consideraba que
los cuerpos sobre los que trabajaba eran madres, hermanos, hermanas, abuelos...
Pero no podía ignorar a este hombre. Se lo imaginó sonriendo y riendo, y en su
mente tenía unos cálidos ojos plateados, como nunca había visto.
—¿Rachel?
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después había alcanzado y aferrado el proyectil y tiraba con cuidado hacia atrás.
Murmurando un triunfante ¡Aja!, se enderezó con la bala cogida en la cuchara de
los fórceps. Girándose hacia la bandeja, hizo una pausa con irritación cuando
comprendió que no había ningún contenedor para la bala. Tales cosas
normalmente no se necesitaban, y no había pensado coger uno. Refunfuñando
por lo bajo por su falta de prudencia, se alejó de la mesa hacia la fila de armarios
y cajones para buscar uno.
Mientras buscaba, reflexionó sobre a donde habría ido Tony. Su viaje de
cinco minutos en busca de bebidas había llegado a ser una ausencia bastante
larga. Sospechó que cierta pequeña enfermera que trabajaba en el quinto piso era
la causa. Tony se había enamorado con fuerza de la muchacha y conocía su
horario como el dorso de su mano. Por lo general arreglaba sus descansos
alrededor del suyo. Si estaba en la cafetería cuando él llegó, Rachel podría
deducir que se había tomado su descanso completo ahora. No es que a ella le
importara. Si realmente se iba a casa después de quitar esa bala, él no tendría a
nadie para relevarlo por el resto de la noche.
Encontrando lo que había estado buscando, Rachel guardó la bala y luego
lo llevó a su escritorio para pegar una etiqueta de identificación. Eso haría que la
evidencia no se extraviase o fuese abandonada por ahí sin una etiqueta. Por
supuesto no pudo encontrar las etiquetas enseguida y pasó varios minutos
buscándolas. Luego estropeó tres antes de acertar. Era una buena indicación de
que no estaba bien esta noche, y que irse a casa era una buena idea. Era una
perfeccionista, y errores tan pequeños eran frustrantes, incluso vergonzosos.
Exasperada consigo misma y su debilidad, alisó la etiqueta sobre el
contenedor y se detuvo cuando captó un movimiento por el rabillo del ojo. Se
giró, esperando que Tony hubiese vuelto, pero la sala estaba vacía. Sólo estaban
ella misma y John Doe en la camilla. Su mente febril comenzaba a jugarle malas
pasadas.
Rachel sacudió su cabeza y se levantó. Se alarmó cuando notó que sus
piernas estaban inestables. Su fiebre subía como un cohete. Era como si un
interruptor de horno se hubiese encendido, llevándola de frío y húmedo a
quemarse en un latido del corazón.
Un crujido atrajo su atención hacia la camilla. ¿Esa mano derecha estaba
dónde estaba la última vez que miró? Rachel podría haber jurado que había
dejado la palma hacia abajo después de examinarlo en busca de cicatrices de
identificación, pero ahora la palma estaba hacia arriba con los dedos relajados.
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Su mirada viajó del brazo a la cara, y miró con ceño fruncido su expresión.
El hombre había muerto con una mirada en blanco, casi de asombro, la cual
había quedado congelada con la muerte. Pero ahora él tenía más bien una mueca
de dolor. ¿La tenía? Tal vez se imaginaba cosas. Debía estar imaginándose cosas.
El hombre estaba muerto. No había movido su mano y no había cambiado su
expresión.
—Llevas demasiado tiempo en el turno de noche —se murmuró Rachel a sí
misma. Regresó con lentitud a la camilla. Todavía tenía que quitarle el resto de la
ropa al cadáver y examinar la parte inferior delantera de su cuerpo.
Desde luego, necesitaría la ayuda de Tony para darle la vuelta al hombre y
examinar su espalda. Su mitad inferior podría esperar hasta que Tony volviese
también, pero se decidió en contra. Cuando más pronto saliera de allí y se fuera a
casa a la cama, mejor. Era mejor hacer todo lo que pudiese ahora, antes de que su
ayudante volviese. Lo que significaba cortar los pantalones de la víctima del
disparo. Para tal efecto, tomó la tijera y luego comprendió que no había
comprobado las heridas de la cabeza.
Era dudoso que le hubiesen pegado un tiro en la cabeza. Al menos, no había
visto ninguna evidencia. Fred y Dale lo habrían mencionado también. Y a pesar
de sus afirmaciones de que habían notado un latido del corazón y luego lo
habían perdido, el hombre habría muerto al instante cuando la bala golpeó su
corazón. De todos modos tenía que comprobarlo.
Dejando la tijera en su lugar, Rachel se dirigió a la cabecera de la camilla e
hizo un examen rápido de la cabeza de la víctima. El hombre tenía un encantador
pelo rubio, el más sano que alguna vez había visto. Deseó que sus propios
mechones rojos estuvieran la mitad de sanos. No encontrando nada, ni siquiera
una pequeña abrasión, colocó la cabeza con cuidado hacia atrás y volvió al lateral
de la camilla.
Recuperando la tijera, Rachel las abrió y cerró mientras miraba la cinturilla
de los pantalones del hombre, pero no empezó a cortar inmediatamente. Por
extraño que pareciera, dudaba de hacerlo. No se había sentido tímida por cortar
los pantalones de un tipo desde la facultad de medicina, y no tenía idea de por
qué ahora sí.
Su mirada se deslizó por encima de su pecho otra vez. ¡Jesús!, realmente
estaba bien formado. Sus piernas probablemente eran musculosas, supuso, y le
disgustó notar que sentía algo más que simple curiosidad. Lo que probablemente
era la causa de su vacilación, decidió. No estaba acostumbrada a sentir nada
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a apartar la mirada. Había sacado una bala del corazón del tipo. Estaba
definitivamente muerto. Los tipos muertos no respiraban. Decidiendo terminar
con el asunto rápidamente para poder meterlo en la nevera y dejar de imaginarse
cosas, volvió a sus pantalones y deslizó una hoja de la tijera bajo la tela.
—Lamento hacer esto. Lamento arruinar un excelente par de pantalones,
pero… —Se encogió de hombros y comenzó a cortar la tela.
—¿Pero qué?
Rachel se quedó helada, su cabeza se giró bruscamente hacia la cara del
hombre. La vista de sus ojos, abiertos y enfocados en ella, la hizo soltar un
chillido y saltó hacia atrás. Casi cayéndose al suelo debido a sus débiles piernas,
se quedó boquiabierta de horror. El cadáver le devolvió la mirada.
Ella cerró sus ojos y los volvió a abrir, pero el tipo seguía allí tumbado,
mirándola.
—Esto no es bueno —dijo ella.
—¿Qué no es bueno? —preguntó él con interés.
Su voz sonaba débil. ¡Pero, eh! Para un tipo muerto, hasta una voz débil era
un truco ingenioso. Rachel sacudió su cabeza con temor.
—¿Qué no es bueno? —preguntó el cadáver otra vez, pareciendo un poco
más fuerte esta vez.
—Estoy alucinando —explicó Rachel cortésmente, luego se fijó en los ojos
del extraño. Se detuvo para mirarlos fijamente. Nunca había visto unos ojos tan
magníficos. Tal como había imaginado no mucho antes, eran de un exótico plata
azulado. Nunca antes había visto unos ojos con ese tono. De hecho, si le hubiesen
preguntado, habría dicho que eran una imposibilidad científica.
Rachel se relajó, y el miedo y la tensión la abandonaron. Nunca había visto
ojos plateados. No existían. Antes se había imaginado que sus ojos eran
plateados, y obviamente ahora se estaba imaginando que estaban abiertos de par
en par y que eran de aquel color. De pronto ya no hubo dudas en su mente;
estaba alucinando, y era todo debido a su temperatura que subía como un cohete.
Santo Dios, debía haber llegado a niveles peligrosos.
El cadáver se sentó, atrayendo la atención de Rachel de vuelta a él. Tuvo
que recordarse a sí misma.
—Es una alucinación. La fiebre.
Los ojos de John Doe se entrecerraron sobre ella.
—¿Tienes fiebre? Eso lo explica.
—¿Explica qué? —preguntó Rachel, después hizo una mueca cuando se dio
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garganta. El hombre se puso rígido e hizo un sonido leve de protesta cuando los
dientes de Etienne perforaron su piel, pero se relajó con un gemido cuando
comenzó a beber. La sangre era caliente y rica, nutritiva. Era también mucho más
sabrosa que la fría sangre empaquetada a la que se había acostumbrado. Le hizo
recordar a Etienne los tiempos pasados, mientras tomaba un poco más de lo que
pensó. No fue hasta que su donante se recostó débilmente contra él que se obligó
a detenerse. Dejando al muchacho en la silla con ruedas al lado de la mujer
desparramada en el suelo, lo examinó para verificar que no le había hecho
ningún daño perdurable. No lo había hecho.
Aliviado al encontrar los latidos del hombre estables y fuertes, se tomó el
tiempo para borrar su memoria, luego mientras se enderezaba su mirada captó
un contenedor sobre el escritorio. Reconoció inmediatamente el objeto que
contenía: una bala. Su mano se movió hacia su pecho para frotarse
distraídamente la herida todavía a medio curar, después extendió la mano para
coger el contenedor y comprobó la etiqueta.
Era la bala que había detenido su corazón. La extracción de la mujer le
había permitido a su cuerpo curarse. Si no, todavía estaría sobre la mesa. Era una
prueba de su existencia y no podía ser olvidada.
Metiéndose la bala en el bolsillo, realizó un rápido examen de la habitación.
Al encontrar los papeles dejados por los técnicos médicos de emergencias,
comprendió que tendría que encontrarlos, borrar el recuerdo del incidente de sus
mentes, y conseguir sus copias de los papeles. Supuso que habría informes de
policía y otras cosas de las que igualmente tendría que ocuparse. Iba a ser un
proyecto más grande de lo que le hubiese gustado, y necesitaría ayuda. Pensar en
ello le provocó una mueca. Tendría que pedírselo a Bastien, lo que significaba
que la familia lo averiguaría, pero no había otro remedio. Este incidente tenía que
ser borrado de la memoria pública.
Con aplastante resignación, recogió su camisa destrozada y su chaqueta, y
echó otro vistazo a la habitación para asegurarse de no dejar nada olvidado.
Luego tomó prestada una de las batas de laboratorio colgadas de un gancho en la
puerta. Se la puso, encontró una bolsa de basura para la bala y su ropa arruinada,
y abandonó rápidamente la morgue.
Tendría que llamar a Bastien para que le ayudara a limpiar. Etienne sólo
esperaba que su hermano mayor no se lo dijese a su madre. Marguerite tendría
un ataque si se enteraba de esto. Ella captado un atisbo del sufrimiento de Pudge
a través de Etienne poco después de su tentativa de leer al muchacho y, como era
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una mujer muy bondadosa, había estado de acuerdo con Etienne en que no se le
debería matar. Pero no había tenido otra solución, y se había sentido molesta con
Etienne por no haber propuesto él mismo alguna otra idea más útil.
Etienne hizo una mueca mientras salía rápidamente del sótano del hospital.
Odiaba el fracaso en cualquiera de sus formas.
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Capítulo 2
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—Entonces, ¿te ha gustado? —Fred se rió cuando ella liberó a Dale y se dio
la vuelta para abrazarle.
—Ah, no tienes ni idea —dijo Rachel alegremente—. Odio absoluta y
totalmente el turno de noche.
—Bueno, echaremos de menos tu sonriente cara —dijo Dale—. Pero nos
alegramos por ti.
—Sí. Sólo recuerda parecer sorprendida cuando Bob te lo diga —le dijo Fred
palmeándole el hombro. Miró a Dale—. Deberíamos volver al trabajo.
Rachel permaneció de pie, sonriendo mientras se iban, luego giró hacia la
camilla para inspeccionar a su invitado. Tenía que recoger sus pertenencias, si
aún quedaba algo intacto, desnudarle, etiquetarle y meterle en uno de los cajones
de la nevera. No podía hacerlo sola; necesitaría ayuda para mover el cuerpo.
Un vistazo a su reloj le mostró que era casi medianoche. Beth llegaría
pronto, era una de las empleadas a media jornada que hacía suplencias cuando
alguien caía enfermo. Últimamente la mujer trabajaba bastantes horas.
Normalmente también era una de las trabajadoras más serias, llegaba temprano y
estaba dispuesta a trabajar hasta tarde, pero hoy había tenido problemas con el
coche y había llamado para avisarla de que llegaría tarde. La mujer estaba
esperando a un amigo para que la recogiera y la trajera.
Llegaría en media hora. Una vez aquí, Beth la podría ayudar a desnudar el
cuerpo, pero mientras tanto, podía ir quitándole las pertenencias y etiquetándole.
Echó un vistazo al desafortunado tipo y se detuvo. No parecía estar en tan malas
condiciones como cuando había llegado. De hecho, parecía mucho mejor. Cuando
le miró la primera vez, había parecido totalmente carbonizado, con muy poca
carne. Ahora muchas de sus quemaduras habían desaparecido. De hecho, notó
Rachel, esa piel se había desprendido y se encontraba sobre la superficie
metalizada de la mesa. Extendiendo la mano, rozó la piel del rostro, fascinada al
ver como la ennegrecida carne se desmenuzaba, revelando la piel sana de debajo.
Nunca había visto nada como eso. Se estaba deshaciendo de la piel muerta, como
las serpientes.
Rachel se enderezó y le miró fijamente, con el corazón acelerado. ¿Por qué
pasaba esto? ¿O lo que pensaba no estaba ocurriendo en absoluto? Quizás lo que
se desprendía de su cuerpo no era la carne carbonizada; quizá estaba cubierto
con la suciedad de la explosión. Quizás no hubiera ardido en absoluto y solo
parecía como si lo hubiera hecho. Rachel sabía que eso era una tontería; Dale y
Fred eran unos paramédicos excelentes. De todas maneras se encontró buscando
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—Lo siento. No quería… —El hombre sacudió la cabeza con horror, luego
tropezó hacia delante.
A pesar de sí misma, Rachel instintivamente se alejó de las manos que
intentaban alcanzarla. El arrepentimiento y la tristeza cubrieron el rostro de él.
—Déjeme ayudarla. Quiero ayudarla. Nunca pretendí hacerla daño. ¿Por
qué no se mantuvo apartada? Es a él al que yo…
La voz del hombre se detuvo bruscamente cuando un chirrido familiar llegó
a oídos de Rachel. Reconoció el sonido de la puerta del pasillo al abrirse, y
adivinó por el jadeo que soltó —sin mencionar la expresión de su atacante— que
tenía razón. El chirriar sonó de nuevo y fue seguido por una serie de pasos que se
precipitaban por el pasillo.
—Lo siento —dijo su atacante cuando se giró con una expresión torturada—
De verdad que lo siento. Nunca quise hacerla daño. La ayuda está en camino,
pero tengo que irme. Aguante. —Le pidió mientras se tambaleaba alejándose—.
Haga lo que haga, no se muera. No podría vivir con eso.
Rachel le observó irse, queriendo gritar, pero no tenía fuerzas. Un gemido
tras ella la hizo intentar darse la vuelta instintivamente. Se las arregló para
hacerlo, pero en ese momento sus energías la abandonaron. Se encontró cayendo
sobre el rostro de la víctima de la explosión.
Sangre, dulce y caliente. Etienne suspiró al tragar. Eso alivió la agonía que
agarrotaba su cuerpo. Necesitaba el fluido que se introducía en su boca, y ni
siquiera la culpabilidad que sentía por lo que le había sucedido a esta mujer,
detenía el placer que le producía. Necesitaba su sangre desesperadamente y
estaba agradecido.
—¡Etienne!
Reconoció la voz de su madre, pero no podía ver de donde procedía.
Entonces, de pronto, el cálido cuerpo que yacía atravesado sobre su cuerpo fue
alzado, y abrió los ojos en protesta para ver a su madre inclinada sobre él.
—¿Estás bien, hijo? —La preocupación marcaba su cara mientras acariciaba
su mejilla—. Dame una de esas bolsas de sangre, Bastien —ordenó. Se giró
nuevamente hacia Etienne—. Bastien insistió en parar en la oficina de camino
hacia aquí para recoger un poco. Gracias a Dios que lo hizo —Pinchó la bolsa con
una larga uña y luego la sostuvo sobre su boca abierta. Repitió la operación con
tres bolsas más antes de que él se sintiera lo bastante fuerte como para sentarse.
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ocurre alguna idea. Nos reuniremos más tarde, cuando te sientas mejor. Por
ahora limítate a descansar.
Ya era por la mañana cuando despertó. Se sentía como nuevo y cien por
cien recuperado. Yaciendo en la quieta oscuridad, podía sentir la presencia de su
madre y de su hermano en la casa. También podía sentir su presencia. Estaba
viva.
Saliendo del ataúd, se quitó el dispositivo intravenoso del brazo, reunió
todo el mecanismo y se lo llevó arriba con él. Lo guardó en uno de los armarios
de la cocina para casos urgentes o las visitas de su hermana, después continuó
hacia arriba, a través de la oscura y silenciosa casa.
Encontró a su madre y a su hermano en su dormitorio, cuidando de la
mujer.
Ella se retorcía y gemía sobre la cama. Su cabello estaba enredado y húmedo
alrededor de su enrojecida y febril cara. Etienne frunció el ceño.
—¿Qué le ocurre? —preguntó inquieto.
—Está cambiando —contestó su madre con sencillez.
La tranquila actitud de Marguerite le calmó de alguna forma, entonces
Etienne vio las bolsas vacías amontonadas sobre la mesita de noche. Al menos
había una docena. Mientras observaba, su madre se levantó y comenzó a quitar
otra bolsa vacía del soporte del dispositivo intravenoso. Como si lo hubieran
hecho ya varias veces, lo cual era obvio, Bastien también se levantó y se dirigió
hacia la pequeña nevera de bar que Etienne había colocado en uno de los
rincones de su habitación. Regresó con sangre fresca.
—¿Por qué necesita tanta? —preguntó Etienne.
—Había mucho daño, hijo. Perdió mucha sangre por la herida, y también
había treinta años de vida que tenían que ser reparados.
Etienne se relajó un poco más.
—¿Cuánto más va a necesitar?
Marguerite se encogió de hombros.
—Depende.
—¿De qué?
—De cuanto daño se necesite reparar.
Etienne frunció el ceño.
—Se la veía bastante sana, tal vez un poco anémica, pero…
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Capítulo 3
herida. Se parecía al hombre que había rondado sus sueños mientras había
tenido la gripe, pero el cabello de este hombre era oscuro mientras que el del
hombre de sus sueños era rubio.
Obviamente, el auxilio había llegado. Rachel solamente deseaba que sus
pensamientos estuviesen un poco menos turbios. Mientras que el recuerdo del
golpe del hacha explicaba el dolor en su pecho, no explicaba el dolor en el resto
de su cuerpo. Tampoco explicaba dónde estaba. Realmente debería estar en un
hospital. Y esto decididamente no era un hospital.
Rachel miró hacia las persianas que cubrían las ventanas. Los bordes
brillaban indicando la luz del sol que intentaba entrar. Obviamente era de día.
Deseó que las persianas estuviesen abiertas para quizá adivinar donde se
encontraba.
Echando a un lado las mantas que la cubrían, Rachel se esforzó por sentarse
y luego miró hacia abajo para examinarse a sí misma. Estaba completamente
desnuda. Eso era interesante. Nunca había dormido desnuda, y en los hospitales
generalmente te ponen aquellos horribles vestidos. Bueno, esto era una pista, y
no tenía ninguna idea de qué deducir con ello.
Se removió inquieta sobre la cama y bajó la mirada con curiosidad cuando
algo tiró de su brazo. La vista de una intravenosa cerca de la curva de su codo la
hizo detenerse. Su mirada siguió el tubo transparente que llegaba hasta la bolsa
que colgaba del soporte. La bolsa estaba desinflada y vacía, pero todavía
quedaban una o dos gotas de líquido, lo suficiente para que Rachel lo reconociese
como sangre. Evidentemente había necesitado una transfusión.
El pensamiento la hizo bajar la mirada hacia su pecho otra vez buscando la
herida. Recordaba claramente el hacha golpeando su cuerpo, pero no había
ningún vendaje, y ninguna señal de herida excepto una delgada cicatriz que
atravesaba su pecho desde el hombro hasta un poco más arriba de uno de sus
pezones. Sus ojos se abrieron de par en par con incredulidad ante la cicatriz, y se
quedó muy quieta cuando se dio cuenta de lo que aquello significaba. Habían
pasado semanas, quizá incluso meses, desde el ataque.
—Dios querido —jadeó Rachel.
¿Cuánto tiempo había dormido? ¿Había estado en coma? ¿Se encontraba en
una instalación especial para casos de coma? Esto casi la tranquilizó, hasta que
recordó el ascenso que acababa de conseguir en el trabajo. Si había estado en
coma durante meses, seguramente había perdido el puesto a favor de algún otro.
Infiernos, probablemente había perdido su trabajo del todo. ¿Pero entonces por
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capaz de preguntar:
—¿Quién es usted?
—Lo siento —Él hizo una mueca y saltó fuera de su ataúd con un suave
movimiento, después dejó caer la tapa hasta que se cerró—. Ha sido grosero de
mi parte no presentarme. Soy tu anfitrión —anunció con una cortés reverencia—.
Etienne Argeneau, a su servicio.
—¡Usted es el tipo muerto! —Rachel jadeó cuando él se acercó y pudo
apreciar sus ojos de plata.
—Me recuerdas.
Él pareció contento por la noticia, aunque ella no podía imaginarse por qué.
Rachel no se sentía feliz por encontrarse hablando con un hombre muerto… un
hombre que de hecho había muerto dos veces, recordó. Le había reconocido
fácilmente como la víctima de disparo del que había logrado convencerse que
había sido una alucinación inducida por la fiebre, pero le costó un poco más
reconocerle como el carbonizado de la pasada noche… o cuando fuese que evitó
que el tipo armado le cortase la cabeza, se corrigió. Frunció el ceño al recordar el
ataque.
«Apártese, es un vampiro», había gritado el loco.
La mirada de Rachel se deslizó al ataúd y luego regresó a su
autoproclamado anfitrión. No existían cosas tales como los vampiros. Pero este
tipo acababa de salir de un ataúd y al parecer había revivido dos veces y se había
alejado de la muerte.
—¿Vampiro? —Él repitió la palabra con diversión, haciendo que Rachel se
diese cuenta de que había hablado en voz alta—. Y, ¿qué te haría creer que yo era
un vampiro?
Rachel le miró boquiabierta y luego desvió la mirada hacia su ataúd. Su
anfitrión siguió la mirada, y su expresión se volvió ligeramente avergonzada.
—Bueno, comprendo que dormir en un ataúd debe parecer extraño, pero
ayuda a clarificar mis pensamientos. Además, estabas en mi cama y no pensé que
apreciarías que me reuniera contigo.
Rachel negó con la cabeza. No. No le habría alegrado despertar con un
desconocido compartiendo la cama con ella. Especialmente un desconocido
muerto. Eso sería llevar la idea de traer trabajo a casa demasiado lejos. Aunque
no estaba en su casa, se recordó.
—¿Dónde estoy? —parecía la pregunta obvia a estas alturas.
—En mi casa —contestó su anfitrión inmediatamente—. Mi madre quería
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llevarte a la casa del líder de la familia, pero insistí en que te trajésemos aquí.
—Ah —Rachel asintió como si su pregunta hubiese recibido respuesta,
después preguntó—, ¿su madre?
¿Los vampiros tenían madres? Ella supuso que debían tenerla. Eran
concebidos, no incubados. ¿O eran convertidos en lugar de concebidos? Rachel se
sentía un poco confusa en ese punto.
Consciente de que él se movía hacia ella, instintivamente intentó coger la
cruz que por lo general colgaba alrededor de su cuello. No estaba allí, por
supuesto. Que tonto de su parte pensar que estaría. Difícilmente su anfitrión
ignoraría semejante amenaza a su bienestar. Sin la cruz, ella hizo la única cosa
que se le ocurrió… formó una cruz con sus dedos índices y lo amenazó con ellos.
Se asombró cuando funcionó y su anfitrión se detuvo.
Sin embargo él no parecía horrorizado. Inclinando la cabeza, parecía más
curioso que atemorizado. Le dijo:
—Sólo pensé que estarías más cómoda en una silla —Aparentemente sin
sentirse afectado por su improvisada cruz, el hombre la alzó entre sus brazos.
Enganchando la silla del escritorio con el pie, y antes de que Rachel pudiera
tomar suficiente aliento para protestar o gritar, la sentó en ella. Después se alejó
para apoyarse contra el escritorio con forma de L—. Háblame un poco de ti —
sugirió él en un tono informal—. Sé que tu nombre es Rachel Garrett y que
trabajas en la morgue del hospital, pero…
—¿Cómo sabe eso? —espetó Rachel.
—Estaba en tu tarjeta de identificación del hospital —le explicó.
—Oh —Sus ojos se estrecharon—. ¿Cómo llegué de allí hasta aquí?
—Te trajimos.
—¿Por qué?
Él pareció sorprendido.
—Bueno, ellos no podían ayudarte, y nosotros sabíamos que necesitarías
tiempo para adaptarte.
—¿Adaptarme a qué?
—A tu cambio.
—¿Cambio? —chilló ella. Rachel empezaba a tener un mal presentimiento.
Antes de que él pudiese contestar, ella dejó escapar—. Un loco me golpeó con un
hacha.
Su anfitrión asintió solemnemente.
—Salvaste mi vida recibiendo aquel golpe. Gracias. Yo no podía hacer
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menos a cambio.
—¿No podía? —Ella frunció el ceño ante su declaración, a punto de
preguntar cómo la había salvado, pero ella de pronto no estuvo segura de querer
saberlo. Después de todo, el hombre no había negado ser un vampiro.
Reconociendo la ridícula naturaleza de sus pensamientos, Rachel sacudió la
cabeza. No existían los vampiros, y siquiera tomarlo en consideración… bueno
ese camino conducía a la locura. En su lugar, preguntó:
—¿Cuándo ocurrió? El ataque, quiero decir.
—Anoche.
Rachel parpadeó confundida.
—¿Anoche, qué?
—Anoche fue cuando fuiste herida —explicó él pacientemente.
Rachel comenzó a negar con la cabeza. Eso era imposible. La herida se había
curado convirtiéndose en una cicatriz. Bajó la mirada y apartó su improvisada
toga lo justo para asegurarse de que no se lo había imaginado, y se quedó helada
con los ojos abriéndose de par en par. La cicatriz había desaparecido. Metiendo la
mano bajo la sábana, palpó la intacta piel con incredulidad, como si tocarla
pudiese hacer que la cicatriz reapareciese, pero se había ido.
—Nos curamos más rápidamente que los mortales.
—¿Nosotros? —repitió Rachel—. ¿Mortales? —Su lengua parecía hinchada
y seca. Difícil de manejar. Pero de algún modo formó las palabras. Al menos, él
pareció entenderlas.
—Sí. Me temo que era el único modo de salvarte, y aunque por norma
general preferimos recibir permiso antes de convertir a alguien, tú no estabas en
situación de tomar la decisión. Además, yo no podía dejarte morir después de
que habías sacrificado tu vida por la mía.
—¿Mi vida? —La lengua de Rachel parecía estar hecha de algodón.
—Sí. Tu vida.
—¿Convertir?
—Sí.
—¿Convertida en qué, exactamente? —Su lengua de algodón en realidad
preguntó «onvetir e que, extamente», pero otra vez él la entendió.
—Una inmortal.
Inmortal. Rachel sintió un momento de alivio. Había temido escuchar la
palabra vampiro. Inmortal sonaba mucho mejor. Inmortal. Eso la hizo pensar en
aquella película con aquel actor… ¿cuál era su nombre? Bien parecido, agradable
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acento, Sean Connery había interpretado a otro inmortal… Ah, sí. Christopher
Lambert, y la película era Los Inmortales. Y en ella los inmortales no eran
demonios malvados chupadores de sangre, pero… bueno… inmortal. Aunque le
parecía recordar que había algunos inmortales malvados, y algo desagradable
acerca de cortar cabezas. Y una tontería sobre que sólo puede quedar uno. A ella
no le preocupaba la idea de que le cortasen la cabeza.
—No inmortal como Sean Connery y Christopher Lambert en Los Inmortales
—explicó su anfitrión pacientemente, con lo que la hizo darse cuenta de que
había estado murmurando sus pensamientos en voz alta—. Inmortal como…
bueno, lo más aproximado que entenderías es un vampiro.
—Oh, Jesús —Rachel se puso en pie de pronto y echó a correr. Hora de irse.
Había escuchado suficiente. Esto había pasado más allá de un sueño agradable y
entrado en el reino de la pesadilla. Lamentablemente, sus piernas no estaban más
estables ahora que antes. Cedieron a mitad de camino hacia la puerta, y su
cabeza empezó a dar vueltas. Perdió terreno, y se tambaleó.
Su anfitrión la recogió entre sus brazos. Diciéndole algo acerca de que ya
era hora de que regresara a la cama, la sacó del cuarto y la llevó escaleras arriba.
Todo lo que Rachel pudo pensar en decir fue un lastimero:
—Pero no quiero ser un demonio chupasangre. ¿Cómo me maquillaré si no
tengo reflejo? —Él dijo algo en respuesta, pero Rachel no escuchaba; estaba
pensando en los pocos episodios de Buffy la Cazavampiros que había visto en la
televisión mientras se preparaba para ir al trabajo y agregó—. Esos bultos y
protuberancias faciales son tan poco atractivos.
—¿Bultos y protuberancias faciales?
Rachel miró el rostro del hombre que la llevaba. No se parecía en nada a
como imaginaba que serían los vampiros. No estaba verdaderamente pálido,
aquello debía ser un efecto de la iluminación en el cuarto de los ordenadores.
Aquí en la alumbrada escalera, su piel lucía natural e incluso inundada de color.
Parecía un típico varón sano, no un muerto. También olía vagamente a alguna
colonia bastante cara, y no como un cadáver corrompiéndose.
—¿Protuberancias faciales? —repitió él.
—Como Angel y Spike y el resto de los vampiros de la televisión. Sus caras
se transforman y retuercen en esas caras de demonio realmente poco atractivas
—explicó ella distraídamente. Se preguntó si él estaba loco. No existían cosas
http://spanish.imdb.com/title/tt0091203/
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
como los vampiros. De modo que este hombre pensaba que era uno… Por otra
parte, ella recordaba claramente un hacha entrando en su cuerpo y ya no había
ningún signo de herida. ¿Realmente había sido herida? Quizás antes se había
imaginado la cicatriz en el dormitorio. O quizás esto era todo un sueño.
—Tu cara no se retorcerá —le aseguró él—. No parecerás un demonio.
—¿Entonces, cómo se extienden tus dientes? —preguntó Rachel. Era una
prueba sencilla, para comprobar si estaba loco.
—Así.
Él abrió la boca, pero los falsos dientes de vampiro que ella había esperado
no estaban allí. De hecho, sus dientes lucían perfectamente normales… pero sólo
por un instante; entonces sus colmillos comenzaron a alargarse como si se
deslizasen a lo largo de goznes engrasados.
Rachel gimió y cerró los ojos.
—Esto es sólo un sueño —se aseguró a sí misma mientras Etienne
terminaba de subir la escalera y la llevaba por la cocina—. Sólo un sueño.
—Sí. Solamente un sueño —La voz de él era cálida y relajante en su oído.
Rachel se relajó un poco con sus palabras, pero sólo un poco. Se quedó
quieta entre sus brazos mientras él la llevaba subiendo el segundo juego de
escaleras y a lo largo del pasillo. Al fin la acostó en la cama que hacía poco había
abandonado.
Abriendo los ojos, Rachel aferró las mantas y tiró de ellas hasta su barbilla.
No es que necesitase estar a la defensiva. Él no parecía tener ningún interés por
atacarla, en su lugar se alejaba encaminándose hacia una pequeña nevera. Se
inclinó para abrirlo y cogió una bolsa que era inequívocamente de sangre.
Los ojos de Rachel se estrecharon con desconfianza y se tensó cuando su
anfitrión regresó para colocar la bolsa de sangre en el soporte de la intravenosa.
—¿Qué haces? —preguntó. Intentó apartar su brazo cuando él lo tomó, pero
era mucho más fuerte que ella.
—Necesitas esto —Deslizó el tubo en la aguja insertada en su brazo con la
habilidad de una enfermera—. Tu cuerpo está atravesando cambios, y la
recuperación conlleva mucha sangre. Esto aliviará los calambres para que puedas
volver a dormir.
Rachel quiso discutir, pero en el momento en que la sangre se deslizó por el
tubo transparente y comenzó a fluir en su cuerpo, un poco del dolor que había
sufrido desde que despertara comenzó a aliviarse. Así como el extraño ansia que
había estado experimentando. Al parecer, esto era lo que su cuerpo anhelaba.
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
—Ahora dormirás.
Sonó más a una orden que a una sugerencia. Nunca había hecho mucho
caso de las órdenes, quiso replicar… pero de pronto se sintió muy cansada. Su
agotamiento y lasitud crecían en proporción a la sangre entraba en ella. Se sintió
como después de una enorme comida de fiesta muy rica en carbohidratos.
—Esto es un sueño, ¿recuerdas? —le dijo su anfitrión con dulzura—. Sólo
duerme. Todo estará bien cuando te despiertes.
—Dormir —musitó Rachel.
Sí, dormir estaría bien. Y cuando se despertara de verdad, se encontraría en
un hospital, o quizás dormitando sobre su escritorio. Quizás todo era un sueño…
el carbonizado, el loco del hacha, todo. Ese era un pensamiento tan
tranquilizador que cerró los ojos y dejó flotar a su mente. Aunque Rachel se
lamentó por una cosa justo antes de ceder al sueño: Si todo era un sueño,
entonces el hombre atractivo y vital que la había llevado arriba era un sueño
también, y eso sí que era una pena.
Etienne observó como el rostro de Rachel se relajaba con el sueño. Era una
hermosa mujer, casi tan alta como él mismo, lo cual le gustaba, pero su vida
obviamente había sido estresante. Había vagas líneas de tensión alrededor de sus
ojos y boca. Desaparecerían en cuanto hubiese obtenido suficiente sangre, pero
eran señales de que su vida no había sido fácil. Apartó un ardiente rizo rojo de su
mejilla, sonriendo cuando la irritación se reflejó en el rostro de ella y apartó su
mano como si fuese una molesta mosca.
Sí, Rachel era una mujer interesante. Mostraba signos de tener mucho
carácter. Eso le gustaba, y siempre disfrutaba con los desafíos.
Su sonrisa se evaporó cuando recordó la reacción de Rachel. Al principio se
resistiría al cambio. Obviamente tenía todo tipo de ideas preconcebidas sobre su
raza. ¿Caras repletas de bultos? ¿Demonios chupasangre? Tendría que aclararle
eso cuando despertara. Vampiro no era una etiqueta que le gustara, pero era
oportuna, y además una que la mayoría de la gente al menos podía comprender.
Serviría como punto de partida de la conversación por venir.
Sofocando un bostezo, Etienne echó un vistazo alrededor de su cuarto. Le
habría gustado permanecer aquí, no quería dejarla sola, pero el sueño se
apoderaba de él. Teniendo en cuenta su palidez, estimó que ella necesitaba otras
dos o tres bolsas de sangre, o los calambres la despertarían otra vez cuando esta
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
bolsa se agotase. No quería que vagabundease por ahí débil e inestable, podría
caer y hacerse daño.
Tras una breve vacilación, Etienne se estiró sobre la cama. Cruzó los tobillos
y juntó las manos detrás de su cabeza, después se giró para observarla. Se
quedaría, echaría una cabezada, y cambiaría las bolsas cuando hiciese falta. Los
inquietos movimientos de ella cuando la bolsa quedase vacía lo despertarían
para la tarea.
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
Capítulo 4
Rachel consideró brevemente volver por donde había venido, pero parecía
un camino terriblemente largo hacia atrás. Al final decidió seguir hacia delante y
pasó alrededor de la silla para continuar. Contuvo la respiración al sentir madera
bajo sus dedos. Entonces encontró un pomo y rápidamente lo giró. Empujó la
puerta para abrirla. La negrura se extendía ante ella, más absoluta que la de la
habitación en la que había estado. Tras una duda, Rachel tanteó a lo largo de la
pared hasta que encontró un interruptor. Lo pulsó.
La luz irrumpió desde arriba, obligándola a cerrar los ojos. Cuando pudo
abrirlos de nuevo, Rachel se encontró a sí misma de pie en la entrada de un baño.
Un gran jacuzzi estaba justo delante de ella. También había un retrete y un bidé.
El propietario de este establecimiento obviamente tenía gustos europeos, lo que
le demostró más que nada que definitivamente no estaba en un hospital. A
menos que fuese un hospital en Europa.
Lo que era una posibilidad, supuso Rachel. Podría estar en una clínica
especial para pacientes en coma. Salvo que el baño era más grande y más lujoso
que la mayoría de los baños de hospital, y ella no creía que las clínicas europeas
—ni siquiera las más caras clínicas europeas— gastasen todo este espacio en
pacientes en coma. Además, el seguro médico de Rachel no cubriría unos
cuidados tan caros, y su familia era de clase media, incapaz de pagar tan
extravagante alojamiento.
Más confundida que antes, Rachel comenzó a girar para irse, pero se detuvo
mientras miraba su reflejo en el espejo. Cautivada, se acercó más hasta que el
tocador la detuvo.
Se quedó de pie algunos minutos, mirando. Tenía buen aspecto. Muy
bueno. Su pelo estaba brillante y vital, de un rojo oscuro con sus ondas naturales
y no el habitual liso rojo anaranjado que necesitaba un buen tratamiento de
aceite. No había estado tan bien desde que era una adolescente. El rápido paso
lleno de estrés de su vida en la Universidad, y luego el mundo laboral, que no
había sido amable. Su cara estaba sonrosada y saludable ahora, desde luego no
tenía el aspecto de alguien que se estuviera recuperando de una herida en el
pecho. No como el pálido no muerto. Una sonrisa sardónica estiró sus labios. Los
vampiros no se reflejaban. Ella no era un vampiro.
No es que hubiera pensado que lo era, se aseguró a sí misma. Sonrió, y
luego admitió:
—Vale. Por un minuto temía que esos recuerdos del sueño de un hombre
con ojos plateados diciendo que me habían «cambiado» para salvar mi vida
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
fueran ciertos. Niña tonta —se regañó. Pero también alzó sus labios en una
mueca para verse los dientes. Eran normales, y Rachel podría haber sollozado de
alivio—. Gracias, Dios —dijo en voz baja.
Inspirando profundamente para darse valor, desató la sábana que vestía
para la prueba final. Encontró la parte superior de su pecho y los montes de sus
senos lisos e impecables. Mierda. No es que hubiera querido estar herida, pero
hubiera sido lo mejor para refutar la validez de sus sueños.
Fue también entonces cuando Rachel se dio cuenta de que la sábana que
vestía era del mismo color azul que había soñado. Un momento de pánico la
hundió, pero se obligó a controlarse.
—Ok. Mantén la calma —se ordenó a sí misma—. Tiene que haber una
explicación perfectamente sensible y cuerda a todo esto. Sólo debes encontrarla.
Un poco más tranquila gracias al sonido de su propia voz, Rachel se apartó
de su reflejo. Volviendo a la habitación, supervisó los muebles ahora visibles por
la luz. Su corazón se hundió. Era de hecho el cuarto de su sueño.
Su mirada se dirigió al soporte de la intravenosa. La bolsa estaba casi vacía,
pero todavía quedaban una gota o dos de líquido rojo. Sangre.
—Oh, Jesús —Rachel se balanceó de un pie al otro, luego caminó hacia la
otra puerta y salió del dormitorio. Tenía que saber que había más allá. No podía
ser el vestíbulo de su sueño.
—Maldición —exhaló cuando la puerta se abrió justo a eso, el largo y vacío
vestíbulo que recordaba tan bien. Esto se estaba volviendo espeluznante.
Respirando profundamente, trató de pensar racionalmente. De acuerdo, así que
el pasillo y el dormitorio habían estado en su sueño. Eso era fácil de explicar.
Quizá ella no había estado del todo en coma cuando fue trasladada allí. Quizá
hubiera estado semiinconsciente, o febril, o algo, y lo suficientemente consciente
como para ver y recordar el pasillo y el cuarto.
Ignorando los fallos de ese razonamiento, Rachel salió al pasillo y caminó
hacia el rellano. En lo que ella había pensado que era un sueño, la entrada de
abajo había estado oscura y vacía. Todavía estaba vacía, pero no así oscura. Salía
luz de uno de los cuartos adyacentes, y ella pudo oír el débil murmullo de voces.
Tras una duda, Rachel bajó las escaleras. Frotó sus pies en la dura madera
del suelo en cada paso, en un esfuerzo por demostrarse a sí misma que esta vez
no estaba simplemente soñando.
—¿Le dijiste que era un sueño?
Rachel se detuvo cuando la pregunta llegó con claridad a sus oídos. La
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
—Lo sé —el hombre rubio sonaba triste—. Si tienes alguna idea, estaré feliz
de oírla.
La expresión de la mujer se aplacó algo. Dio unos golpecitos en la rodilla de
él en un gesto tanto calmante como afectivo.
—Bien, pensaré en ello. Todos lo haremos. Daremos con la solución.
—Sí —asintió Bastien—. Y Lucern vendrá aquí más tarde. Entre los cuatro,
seguro que seremos capaces de encontrar una solución.
—¿Cuándo va a venir? —preguntó Etienne.
—Un poco más tarde. Está trabajando en las galeradas de su última obra
maestra, pero ha prometido venir después de la cena.
—Lo que significa sobre la medianoche —gruñó la mujer—. Mientras tanto,
creo que deberíamos ofrecer una bebida a nuestra invitada.
Rachel se ocultó rápidamente, pero captó la asustada expresión en la cara
de Etienne mientras lo hacía. Su corazón saltó casi hasta su garganta. Ninguno de
ellos había mirado en su dirección, pero de alguna manera ella había delatado su
presencia.
—Ha estado de pie en la puerta desde hace unos minutos —escuchó Rachel
que anunciaba Bastien.
—No, no lo ha hecho —replicó Etienne.
De pronto, él salió al vestíbulo, sorprendiéndola. El primer instinto de
Rachel fue correr. Desafortunadamente, su cuerpo no parecía estar de acuerdo.
Parecía estar congelado en el sitio.
—Estás levantada —se detuvo a un palmo de distancia y la miró fijamente.
Rachel le devolvió la mirada, con un gemido deslizándose entre sus labios.
—¿Por qué no he sentido su cercanía? —él miró detrás de sí, obviamente
dirigiendo la pregunta a alguno de sus compañeros.
La pregunta consiguió liberar los congelados miembros de Rachel de
alguna manera, lo suficiente para ser capaz de deslizarse a lo largo de la pared
hasta dar con una mesa. Allí se detuvo y sonrió nerviosamente mientras el
hombre la miraba. Cruzando los dedos, rezó para que él no se hubiera dado
cuenta de que se había movido.
—¿No lo has hecho? —la voz de la mujer llegó flotando desde la otra
habitación—. Qué interesante.
Su aparente fascinación sólo incrementó el nerviosismo de Rachel, y pareció
f. Impr. Prueba de impresión de una obra, sin ajustar, que se saca para corregirla antes de su
edición definitiva.
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
Etienne frunció el ceño mirando hacia las escaleras. Rachel no parecía estar
tomándoselo demasiado bien. Más bien parecía un conejo asustado escapando a
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
su madriguera, una reacción de ella que no había esperado. Las pelirrojas eran
por lo general guerreras. Al menos no estaba sollozando histéricamente o algo
tan molesto como eso.
—No está tan asustada como confusa y avergonzada —dijo su madre.
Etienne lanzó una irritada mirada en su dirección, y ella se reunió con él en
el vestíbulo. Odiaba cuando ella leía sus pensamientos. También le preocupaba el
hecho de que ella evidentemente podía leer los de Rachel. Él no podía.
—Tendré que encontrarle algo de ropa y explicarle la situación —dijo,
distraídamente—. Tengo algún chándal que podría servir por ahora.
—Difícilmente deseará vestirse con uno de tus chándals —dijo Marguerite
secamente—. Necesita sus propias ropas. Algo familiar que la haga sentirse más
cómoda. ¿Bastien? —se volvió para mirar al hermano de Etienne—. Cogiste su
bolso cuando dejamos el hospital, ¿no?
—Sí —él se unió a ellos en el vestíbulo—. Lo he dejado en la cocina.
Marguerite asintió.
—Coge sus llaves entonces, e intentaremos encontrar algunas ropas
apropiadas para la chica.
Etienne se sintió relajar. La sugerencia de su madre le daría un poco más de
tiempo a solas con Rachel, ojalá lo suficiente como para al menos explicarle las
cosas. Sería menos difícil que con su madre y Bastien allí.
Cuando Bastien regresó con las llaves, Etienne acompañó a su madre y a su
hermano a la salida. Después se giró para contemplar las escaleras.
Rachel. Rachel Garret. Enderezó sus hombros y se encaminó hacia arriba
para explicarle la situación. Estaba seguro de que una vez que ella se diera
cuenta de que había sido la única manera de salvarle la vida, y una vez que él le
explicara los beneficios de esa nueva vida que él le había dado, ella estaría
agradecida por lo que había hecho.
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
Capítulo 5
—¿Tú qué?
Rachel se quedó mirando boquiabierta a su atractivo anfitrión, con las
manos estrujando la esponja con mango que tenía escondida bajo las mantas. Era
un arma bastante patética, pero era lo único que había logrado encontrar.
Pensando que un arma patética era mejor que ninguna, se había arrastrado de
vuelta a la cama esperando que una esponja combinada con un ataque sorpresa
fuese suficiente para salvarla de algo peor. Se había acurrucado bajo las mantas
hasta que un golpe resonó en la puerta.
Su «¿Sí?» había tenido un tono asustado. Eso había revelado su sorpresa
ante la cortesía de él por no irrumpir en la habitación.
El hombre rubio, Etienne, había entrado y Rachel le había observado con
cautela. Para su alivio, había venido solo. Y entonces él se había embarcado en
una larga historia acerca de cómo en efecto era un vampiro, así como también la
víctima de la herida de rifle. Ella había permanecido sentada, manteniendo un
silencio lleno de estupor, mientras él explicaba que en efecto había resultado
herida cuando trataba de salvarlo del loco con el hacha, Pudge, y que él la había
salvado a su vez, convirtiéndola en un vampiro como él y el resto de su familia.
—Te convertí para salvarte la vida —repitió Etienne, con una expresión de
esperanza en el rostro.
¿Esperaba palabras de gratitud? Rachel lo contempló sin expresión durante
un momento y luego dejó su acurrucada postura bajo las mantas, saliendo con
irritación de la cama.
Etienne Argeneau, como nuevamente se había presentado, dio un paso
cauteloso hacia atrás, pero Rachel no tenía ninguna intención de acercarse a él.
Evidentemente el hombre estaba loco.
Atractivo pero chiflado, pensó ella con gravedad mientras cruzaba la
habitación hacia el doble juego de puertas que esperaba fuese el armario. Y ella
no era un demonio chupasangre ahora.
—No eres un demonio chupasangre —estuvo de acuerdo el hombre
mostrando una exagerada paciencia, lo que hizo que Rachel se diese cuenta de
que volvía a murmurar sus pensamientos en voz alta—. Un vampiro.
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
—Los vampiros son muertos. Muertos sin alma que siguen existiendo —
espetó Rachel. Tiró de las puertas dobles para ver que su interior era en efecto un
armario. Inspeccionó su contenido mientras continuaba—. Son demonios
chupasangre sin alma. Y son de ficción. No son reales.
—Bueno, la parte de «sin alma» es ficción. Somos… ¿qué estás haciendo? —
se interrumpió él para preguntar.
Ella buscaba entre la ropa colgada en las perchas.
—Algo que debería haber hecho hace mucho tiempo. Busco algo para
ponerme —Cogió una de sus camisas de etiqueta, la estudió y luego la tiró sobre
la cama.
—Yo podría....
—¡Quédate dónde estás! —le advirtió Rachel. Dirigiéndole una mirada
severa hasta que se detuvo, se volvió hacia el armario.
—Mira —comenzó a decirle él con dulzura—, comprendo que esto es
molesto y confuso, y que quizás....
Rachel se giró.
—¿Confuso? ¿Molesto? ¿Qué podría ser confuso o molesto? Tú eres un
vampiro. Y hay un loco ahí fuera que quiere matarte. Ah, pero no está realmente
loco, porque de verdad eres un vampiro —indicó con tono grave. Después
añadió—. Ah, y no debemos olvidar que accidentalmente me clavó un hacha
cuando intentaba matarte a ti, de modo que me convertiste en vampiro también.
Ahora soy una sanguijuela sin alma condenada a vagar por la noche y a chupar
cuellos —Haciendo girar los ojos, se volvió hacia el armario—. Tengo que salir de
aquí.
—No chupamos cuellos —dijo él, como si la mera sugerencia fuese una
estupidez. Pero cuando Rachel se giró hacia él arqueando una ceja, añadió de
mala gana—. No mucho, de todos modos. Sólo en las emergencias. Quiero decir
que hacemos todo lo que podemos para evitar… Bueno, es el raro vampiro
solitario quien… —Él se detuvo, pareciendo angustiado.
Rachel sacudió la cabeza y murmuró entre dientes:
—Completamente chiflado. Como una cabra.
—En realidad no —dijo él—. Lo que quiero decir es que todos invertimos
en los bancos de sangre cuando se crearon. De hecho, fue uno de los nuestros
quien sugirió la idea de las transfusiones de sangre. Se lo mencionó a Jean
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
Baptiste Denis, el tipo lo intentó y... bueno, no importa. La cuestión es que nos
suministran la sangre. ¿Ves?
—Mira, yo… —Rachel se detuvo cuando se volvió hacia él. Su mirada cayó
sobre la mini-nevera que había abierto. Sus ojos se abrieron de par en par con
incredulidad. En su interior debía haber una docena de bolsas de sangre.
—Anoche Bastien hizo una parada y cogió dos docenas de camino hacia
aquí —explicó Etienne—. Para ti y para mí. No estábamos seguros de cuánto
necesitarías para el cambio, la curación y todo eso. Calculamos que necesitarías
cuatro a cinco bolsas para la curación, pero la transformación puede ser
complicada. Lo que puedes necesitar depende de las enfermedades que tu
cuerpo haya sufrido a lo largo de tu vida. Parecías relativamente sana, pero
siempre puede haber cánceres, enfermedades del corazón, etcétera —Él observó
cautelosamente su expresión anonadada, luego sacó una bolsa y explicó—. No es
tan placentera como la sangre cálida y fresca salida de su origen, pero puede
consumirse casi de la misma manera.
Mientras ella lo miraba fijamente sin poder creerlo, él alzó la bolsa y abrió
su boca. Rachel jadeó con horror cuando sus dientes se extendieron y los clavó en
la bolsa.
La sangre comenzó a desaparecer al instante como si fuese absorbida a
través de los dientes.
Sin dejar de beber, Etienne alcanzó otra bolsa y se la ofreció.
—¿Uhn?
Ella supuso que eso era una invitación. Rachel quiso reírse. Quería aullar
histéricamente ante esta locura, no hacerle caso y continuar con el registro de su
armario, pero aquel ansia sin nombre de antes volvía a apretar y acalambrar sus
entrañas. Incluso peor, porque cuando el olor metálico de la sangre flotó a su
alrededor pudo sentir que algo raro ocurría dentro de su boca. Era una extraña
sensación de cambio… no dolorosa, sino más bien una especie de presión, algo
difícil de explicar. Entonces sintió un agudo pinchazo en el borde de la lengua.
Asustada, Rachel abrió la boca y la exploró.
—Oh, Dios —jadeó cuando sintió que sus colmillos sobresalían por entre
sus otros dientes. Dando tumbos se alejó del armario, precipitándose hacia el
cuarto de baño para mirarse en el espejo. El horror la invadió ante lo que veía.
—Tiene que ser un truco —dijo con desesperación.
La primera transfusión humana con éxito fue probablemente la que realizó en 1667 Jean-
Baptiste Denis.
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
—No es ningún truco —le aseguró Etienne, quien la había seguido al cuarto
de baño—. Hoy Bastien investigó al respecto, y dijo que a veces la transformación
es relativamente rápida. Los dientes son el primer cambio significativo. Pronto
serás capaz de ver mejor en la oscuridad, oír mejor, y tal… —terminó con
ligereza.
Rachel pasó su mirada hacia el reflejo de él en el espejo, y se quedó quieta
distraída por el hecho de que pudiese verle. Etienne estaba de pie justo detrás de
ella, y sus hombros, cuello, y cabeza eran claramente visibles.
—Los vampiros no tienen reflejo —alegó ella. Era una observación bastante
desesperada, pero Rachel estaba desesperada.
—Un mito —la informó él, después sonrió—. ¿Ves? Puedes maquillarte.
De alguna manera aquello no parecía muy alentador. En lugar de relajarse,
Rachel se sintió tristemente deprimida.
—Estoy muerta.
—No estás muerta —le dijo Etienne pacientemente—. Te transformé para
salvarte la vida.
—Oh… muchas gracias, amigo. Matarme para salvarme. La perfecta lógica
masculina —Maldijo ella—. Supongo que el viaje a Hawai está descartado.
¡Maldición! Justo ahora que había encontrado un bañador que no me hacía
parecer Godzilla.
—No te maté —repitió Etienne—. Pudge…
—¿Pudge? ¿El tipo con ropa del ejército? —interrumpió ella. La imagen del
hombre manejando su hacha se materializó en su mente y Rachel frunció el ceño.
Fulminó con la mirada a Etienne a través del espejo—. Jesús, tendría que haber
dejado que te cortase la cabeza. Entonces al menos yo no estaría muerta y sin
alma.
—No estás sin alma —insistió Etienne. Era evidente que su paciencia
comenzaba a desvanecerse—. Pudge te hirió mortalmente. Para salvar tu vida,
tuve que transformarte.
—No me siento sin alma —Rachel se inclinó acercándose al espejo, echó los
labios hacia atrás con un gruñido y comenzó a darle golpecitos a sus nuevos
dientes.
—No estás sin alma.
Rachel le ignoró y comenzó a registrar el lavabo. Lo que ella quería eran
unos alicates, pero por supuesto, no tenía ninguna esperanza de encontrar unas.
Lo más parecido que podría conseguir era un cortauñas. Encontró uno pequeño
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
y otro un poco más grande. Rachel eligió el par grande y se inclinó hacia el
espejo.
—¿Qué haces? —chilló su anfitrión. Le arrebató el cortauñas en el momento
en que ella intentaba aferrar la punta de uno de sus colmillos para arrancárselo.
—¡No quiero ser un vampiro! —espetó ella. Intentó recuperar el cortauñas,
pero él lo mantenía fuera de su alcance.
Girándose, Rachel registró nuevamente en el cajón, encontrando una lima
de uñas. Se volvió hacia el espejo e intentó comenzar a limar uno de los dientes.
—Eso se regenerará solo —le dijo Etienne con irritación—. Y no es tan malo
ser un vampiro.
—¡Ja! —gruñó Rachel y continuó limando.
—Nunca envejecerás —observó él con esperanza—. Nunca enfermarás,
nunca…
—Nunca veré la luz del día —le interrumpió ella bruscamente. Dándose la
vuelta para fulminarle con la mirada, le preguntó—. ¿Sabes cuánto tiempo llevo
intentando dejar el turno de noche? Tres años. ¡Durante tres años he estado
trabajando por las noches sin ser capaz de dormir durante el día, y cuando por
fin me ascienden al turno de día, tú me conviertes en un ser de la noche! —Su
voz se elevaba con cada palabra hasta que Rachel chillaba—. ¡Tú me has
condenado a un turno de noche eterno! ¡Te odio!
—Puedes salir a la luz del día —dijo Etienne. Pero no sonaba como si
estuviese seguro de ello y Rachel dedujo que solo trataba de calmarla. No se
molestó en llamarlo mentiroso. Su mente ya se había desviado hacia otro de los
pros y contras de los vampiros.
—¡Ajo! —Sus ojos se agrandaron con incredulidad—. Me encanta el ajo y
ahora no podré…
—Puedes comer ajo —la interrumpió—. En realidad, eso sólo es otro mito.
Ella no podría decir si estaba mintiendo o no, por lo que le observó con
atención.
—¿Y qué hay de las iglesias?
—¿Iglesias? —Él pareció no comprender.
—¿Puedo ir a la iglesia? —le preguntó lentamente, como si él fuese idiota—.
Mi familia ha asistido a misa juntos cada semana durante toda mi vida, pero los
vampiros…
—Puedes ir a la iglesia —le aseguró, aparentemente aliviado—. Eso es otro
mito. Los artículos y lugares religiosos no tienen ningún efecto nocivo sobre
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
nosotros.
Era obvio que él esperaba que esas noticias la complacieran. No fue así. Los
hombros de Rachel se hundieron otra vez.
—Genial —dijo ella—. Esperaba tener una buena excusa para perderme la
misa de ahora en adelante. El padre Antonelli es en cierto sentido interminable,
pero incluso mi madre insistiría en que no fuese si estallase en llamas o algo
igualmente embarazoso al minuto de entrar por las puertas —Rachel suspiró
abatida—. Supongo que no hay un solo aspecto positivo en este trato.
Etienne frunció el ceño. Ella sospechó que hubiese preferido su cólera.
—Claro que hay aspectos positivos —dijo él—. Estás viva. Y vivirás por....
bueno, mucho tiempo. Y no envejecerás, y…
—Eso ya lo dijiste —indicó ella secamente. Empujándole para pasar a su
lado, regresó al dormitorio.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Etienne con un tono preocupado,
mientras la seguía.
—Buscar algo que ponerme —Rachel se detuvo en el centro de la habitación
—. A menos que mi ropa resulte estar por aquí en algún sitio.
Él negó con la cabeza.
—Estaba empapada de sangre. Inservible, me temo.
—Hmm —Rachel se volvió hacia el armario—. Entonces tendré que tomar
prestada ropa tuya. Te la devolveré.
Etienne frunció el ceño pero permaneció en silencio mientras Rachel
saqueaba su ropero. Olvidando, al parecer, que ya había elegido una, aferró otra
camisa blanca de manga larga y un par de pantalones, y después enfiló hacia el
cuarto de baño. Por puro instinto Etienne comenzó a seguirla, para casi romperse
la nariz cuando ella cerró de golpe la puerta en su cara.
—Esperaré aquí fuera —dijo él entre dientes.
—Bien pensado —respondió ella desde el otro lado.
Etienne miró la puerta de su cuarto de baño con el ceño fruncido y escuchó
el susurro de la ropa. Supuso que se estaba desnudando. Una rápida imagen de
ella se formó en su mente, desatándose la sabana y dejando que la tela bajase por
sus pálidos y redondos senos, por su vientre, sus caderas, su … Se sacudió a sí
mismo.
Etienne conocía exactamente el aspecto de ella desnuda. No había estado lo
bastante fuerte para ayudar cuando volvieron a casa desde el hospital, pero si
estaba lo bastante fuerte como para observar mientras Bastien y su madre la
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
Se dio la vuelta para afrontarlo con una brillante sonrisa—. Sueño contigo,
porque te encontré atractivo cuando trajeron tu cadáver. Te convertí en un
vampiro en mi sueño porque era la única forma de que un muerto pueda vivir.
Bueno, algún tipo de vida —Ella frunció el ceño ante aquella paradoja y luego
añadió—. Y en el sueño, me he convertido en vampiro también, para así poder
estar contigo.
—¿Me encuentras atractivo? —preguntó Etienne, complacido.
—Oh, sí —admitió ella sin darle importancia—. Es la primera vez que he
encontrado atractivo a un muerto. Quizás eso sea parte del motivo de este sueño
también. Es bastante extraño sentirse atraída por un cadáver, de modo que tal
vez tuve que darte vida en este sueño para encajar el hecho de que te encontrase
tan atractivo —Ella inclinó la cabeza pensando en ello—. En fin, eres el cadáver
más espléndido con el que he trabajado.
—¿De verdad? —Etienne sonrió. Nadie le había dicho nunca antes que era
un cadáver espléndido. Por supuesto, no era un cadáver y debería explicárselo,
se dijo a sí mismo.
—Bueno —suspiró ella—, ¿qué hacemos ahora?
Etienne parpadeó.
—¿Hacer?
—Sí. ¿Qué será lo que ocurra a continuación en mi sueño? —Ella lo examinó
con interés—. ¿Es un sueño erótico?
—¿Qué? —Se quedó mirándola boquiabierto.
—Perdona, supongo que no sabes más que yo, ya que eres sólo una parte de
mi mente que simboliza mi atracción hacia tu verdadero yo, pero no estoy
realmente segura de cómo funciona. Nunca he tenido un sueño erótico antes. Mi
amiga Silvia los tiene todo el tiempo, pero yo no... que recuerde —dijo Rachel.
Sonrió irónicamente y añadió—. Demasiado reprimida. Chica católica, ya sabes.
Confesarle sueños eróticos al viejo padre Antonelli sería demasiado embarazoso
—Frunció el ceño—. Este en concreto sería demasiado extraño. Al pobre viejo
podría darle un ataque al corazón.
—Er.... —Etienne se encontró de pronto incapaz de hablar.
Rachel no.
—Así que —miró hacia la cama—, dado que la mayor parte ha ocurrido en
un dormitorio, deduzco que este debe ser un sueño erótico —Su mirada
permaneció fija sobre el colchón—. Y supongo que la diversión tendrá lugar en
esa cama. Parece bastante normal comparado con los sueños de Silvia, pero
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
Capítulo 6
—Se suponía que tenías que convencerla de que no estaba soñando, hijo.
—Lo sé —dijo Etienne con suavidad. Nunca había visto a su madre tan
enojada. Se había portado de forma dulce y agradable con Rachel, ignorando el
comentario del sueño erótico y actuando como si no hubiese entrado en un
momento tan inoportuno. Entregándole a Rachel una mochila llena de ropa
tomada de su apartamento, Marguerite le había sugerido que estaría más
cómoda así que con la ropa de Etienne. Luego le había pedido a Rachel que
bajase cuando estuviese lista.
A continuación había acompañado a Etienne fuera de la habitación. Su
silencio a lo largo del pasillo y mientras descendían la escalera, le había
advertido que estaba bastante más que un poco molesta. Ahora, en la sala de
estar, él intentaba defenderse.
—Intenté convencerla de que no era un sueño. En serio.
—Bueno, pues al parecer fallaste —espetó Marguerite—. ¡La muchacha
piensa que está teniendo un sueño erótico, por Dios!
—¿Un sueño erótico? —repitió Bastien. Su tono era a medias divertido y a
medias horrorizado.
—Fascinante —Lucern, una copia casi idéntica a Bastien sólo que más alto,
sacó un bolígrafo y una libreta de su bolsillo y apuntó algo.
Etienne lanzó una mirada de odio a sus hermanos mayores y después
inspiró profundamente para calmarse. Volviéndose hacia su madre, dijo:
—Ella se resiste a la idea de ser un vampiro. Quiero decir, se resiste muy en
serio, madre. Se exprime el cerebro y retuerce sus pensamientos de los modos
más intrincados para evitar aceptarlo.
—Quizá tú no se lo has mostrado correctamente.
Aquella profunda voz masculina atrajo la atención de Etienne hacia el bar, y
alzó una ceja sorprendido hacia la pareja que se encontraba allí. Había sido el
hombre quien había hablado, pero la mirada de Etienne se topó con su hermana
primero. Excepto por el hecho de que era rubia, Lissianna era una réplica exacta
de su madre. Siempre estaba hermosa, pero ahora, mientras cruzaba el cuarto
hacia él con una bebida, estaba resplandeciente. Evidentemente estar
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—Umm, estos no son… er… —Rachel se movía sobre sus pies, tirando
nerviosamente del borde de la camiseta en un esfuerzo por ocultar su vientre—.
Supongo que no habrán traído otra ropa de mi apartamento, ¿verdad?
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—Lo siento. No, querida. ¿La ropa está mal? —preguntó Marguerite.
Poniéndose de pie, se acercó—. ¿No es tuya? La cogí de tu armario. Era la única
ropa informal que pude encontrar.
—Sí. Sí, es mía —dijo Rachel rápidamente—. Pero es vieja. Quiero decir, no
he usado vaqueros desde que terminé la Universidad y obviamente se me han
quedado pequeños —Frunció el ceño mirándose y volvió a tirar de la camiseta—.
Tendría que haberlos tirado en realidad, pero suelo guardarlo todo.
—No, estás maravillosa —Marguerite tomó su mano y la llevó al sofá. Una
vez que estuvo sentada, la mujer palmeó su mano y dijo—. Por lo que Etienne
nos ha contado, parece que estás un poco confusa.
—Yo no soy la que está confusa —dijo Rachel, aunque ya no estaba segura
de que ese fuese el caso. Este sueño había dado un giro surrealista. No estaba
segura de lo que estaba pasando. ¿Sueño? ¿Pesadilla? ¿Imaginaciones febriles?
¿Era todo producto de una mala droga?
—Ah. Bien —Marguerite sonrió ampliamente—. Quizá si me contases lo
último que recuerdas antes de despertar, podríamos comenzar por ahí.
—Lo último… —meditó Rachel. La lógica era consoladora. Marguerite no
afirmaba ser un vampiro y tampoco insistía en que Rachel también lo era. Tal vez
todo esto se resolvería por sí solo.
Se pasó la lengua por sus dientes superiores, aliviada al encontrarlos
perfectamente normales. Todo esto tenía que ser el resultado de alguna droga. Se
frotó distraídamente el pecho en el lugar donde el hacha había cortado la piel sin
dejar cicatriz. Probablemente estaba en coma en esos momentos y un goteo
incorrecto de morfina le provocaba estos extraños sueños. Y no eran malos
sueños, necesariamente. Esos pocos momentos acalorados en el dormitorio no
habían sido malos en absoluto. De hecho, en su opinión lo única parte mala fue
cuando terminó tan abruptamente… y sin satisfacción.
—Lo último que recuerdo… —ella repitió, apartando los demás
pensamientos—. Estaba en el trabajo por primera vez después de haber estado
enferma durante una semana.
—Uh-huh —asintió Marguerite alentándola.
—Tony estaba tomándose un descanso, y Beth llegaba tarde —Levantó la
mirada y agregó—. Problemas con el coche.
Marguerite emitió un murmullo de posible compasión hacia la desconocida
Beth y su coche.
—Fred y Dale, un par de técnicos de emergencias, trajeron un bicho
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crujiente.
—¿Un bicho crujiente?
Rachel miró al hombre sentado enfrente de ella. Él, al igual que el hombre
que había visto más temprano, parecía una versión morena de Etienne, pero un
poco malhumorado. Y tenía una libreta en el que, al parecer, tomaba apuntes.
Ella observó con curiosidad el cuaderno colocado sobre su rodilla y contestó—:
Víctima quemada.
—¿Los llamáis bichos crujientes? —preguntó angustiado Bastien, el primer
moreno.
Rachel suspiró. Era difícil explicarlo sin parecer frío de corazón, a personas
que no estaban en el mundillo, pero ella lo intentó.
—La muerte puede ser bastante espantosa. A veces usamos esos términos
para… bueno, básicamente distanciarnos de la tragedia. Y cada caso es una
tragedia, sea una víctima de incendio o de un infarto. Cada individuo es amado
por alguien y será llorado. Somos conscientes de eso, pero debemos empujarlo al
fondo de nuestras mentes o simplemente no podríamos hacer nuestro trabajo —
Podía deducir por las expresiones de los que la rodeaban que no lo entendían.
Supuso que en realidad nadie podría. Su trabajo era una labor difícil, tanto
técnica como emocionalmente. Sus compañeros de trabajo y ella hacían todo lo
posible por respetar a los muertos, pero algunos de sus mecanismos de
protección…
—De modo que esos Fred y Dale llevaron una víctima quemada —apuntó
la joven rubia.
—Sí —Rachel pasó la mirada con curiosidad de ella a la mujer que le había
traído la ropa. Las dos podrían haber sido gemelas, excepto por la diferencia en
el color de su pelo. Entonces la mirada de Rachel se deslizó a Etienne otra vez, y
la confusión la inundó—. Sí, una víctima de explosión de coche. Fred y Dale se
marcharon, y comencé a procesar a la víctima de quemadura y noté que la piel
quemada parecía caerse como si no fuese piel quemada sino algo que le hubiese
caído encima por la explosión. Entonces creí ver que su pecho se movía. Así que
intenté tomarle el pulso, pero mientras lo hacía… —Ella vaciló. Aquí era donde
las cosas se volvían turbias. No porque no pudiese recordar, Rachel nunca
olvidaría el hacha entrando en su cuerpo, sino porque ahora no había ninguna
herida y nada tenía sentido.
—Pero mientras lo hacías… —la instó el hombre de la libreta.
—La puerta de la morgue se abrió de golpe —se obligó a proseguir—.
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
Había un hombre, vestido de caqui con una trinchera larga. Se la abrió y llevaba
un rifle colgado del hombro por una correa y un hacha colgando del otro. Me
gritó… —Su mirada vagó con incertidumbre hacia Etienne otra vez y después la
apartó—. Me gritó que me apartase, que la víctima quemada era un vampiro.
Entonces se precipitó hacia adelante, levantando el hacha mientras se acercaba.
Comprendí que pensaba cortarle la cabeza a mi víctima, pero yo no podía
permitirlo. No estaba segura de que el hombre estuviese realmente muerto. Me
interpuse entre ellos, esperando detenerle, pero estaba verdaderamente decidido.
No pudo parar, y el hacha… —Su voz se apagó, y se frotó distraídamente la zona
por debajo de su clavícula. El silencio reinó un momento, entonces Rachel se
aclaró la garganta y terminó—. Él estaba horrorizado por lo que había hecho.
Intentó ayudarme, pero yo estaba en shock y aterrorizada, entonces creo que
alguien venía hacia la morgue. Él se asustó, me dijo que la ayuda pronto llegaría,
me dijo que aguantase, se giró y escapó.
—Bastardo —jadeó Etienne. Se giró hacia los demás—. Definitivamente
digo que llamemos a la policía y afirmemos que él la secuestró. Dejemos que lo
encierren.
—Pero él no me secuestró —dijo Rachel.
—Eso no importa —afirmó Etienne—. Será tu palabra contra la suya, y
alguien lo vio entrar en el hospital llevando armas. Te creerán.
—Pero él no me secuestró —repitió ella.
—No, sólo intentó matarte —contestó él sarcásticamente. Volviéndose hacia
los demás, agregó—: Podemos hacer que llame a la policía desde una cabina
próxima a la casa de él y les diga que acaba de escapar, entonces...
—No haré eso —interrumpió Rachel—. Le contaré a la policía que me
golpeó accidentalmente con el hacha al ir a por ti, y que pareció lamentarlo
inmediatamente, pero no afirmaré que me secuestró. Eso sería mentir.
Su anfitrión resopló con exasperación.
—Rachel, intentó matarte.
—En realidad, no, no lo hizo —sostuvo ella—. Eso fue un accidente.
—Ok. Entonces intentó matarme a mí —espetó él.
—Bueno, si eres un chupasangre sin alma como afirmas, ¡quién podría
culparle por intentar matarte!
Todos jadearon. Entonces Marguerite se echó a reír.
Etienne la miró boquiabierto.
—¡Madre! ¿Cómo puedes reírte de eso?
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—Es tan encantadora, querido —se disculpó, luego se giró para palmear la
mano de Rachel—. Él no carece de alma, pequeña. Ninguno de nosotros carece
de ello. Y tampoco tú.
Rachel adoptó una expresión de rebeldía. Marguerite decidió no
convencerla, sino tomar un camino distinto. Le dijo:
—Déjame presentarte a mis hijos. Ya conoces a Etienne, por supuesto.
Etienne le ofreció una sonrisa de aliento, pero dudó que Rachel lo notara.
Su mirada se deslizó nerviosamente hacia él y luego se apartó mientras asentía y
se ruborizaba.
—Y esta es mi hija Lissianna y su prometido Gregory —Marguerite sonrió
mientras señalaba a la pareja, luego esperó a que Lissi y Gregory le estrecharan la
mano a Rachel y le diesen la bienvenida. Después se giró hacia sus hijos mayores
—. Y estos son mis hijos mayores, Lucern y Bastien. Dejad de sonreír así,
muchachos. Conseguiréis que Rachel se sienta incómoda.
La cabeza de Etienne giró al instante. Una expresión feroz cubrió su rostro
cuando vio la manera lasciva en que ambos hombres la miraban.
—Umm, perdóname —interrumpió Rachel, mirando confusa a Marguerite
—. ¿Dijiste tus hijos?
—Sí —Marguerite sonrió.
—Pero eres demasiado joven para…
—Gracias, querida —la interrumpió Marguerite con una sonrisa—. Pero soy
mucho mayor de lo que aparento.
Los ojos de Rachel se estrecharon.
—¿Cuánto más mayor?
—Tengo setecientos treinta y seis años.
Rachel parpadeó y luego se aclaró la garganta.
—¿Setecientos treinta y seis?
—Sí, querida —asintió Marguerite.
Rachel asintió.
Todos asintieron.
Entonces Rachel sacudió la cabeza, cerró los ojos, y Etienne claramente
escuchó las palabras.
—Todavía estoy soñando. Pero esto se ha convertido en una pesadilla otra
vez.
Para sorpresa de Etienne, su madre se echó a reír otra vez y palmeó la mano
de Rachel.
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posibilidades.
—Ja, ja —Etienne apagó el ordenador y se puso de pie—. ¿Dónde está
madre?
—Llevó a Rachel arriba para meterla en la cama.
Etienne rió.
—¿Meterla como si fuese una niña?
—Es una niña —comentó Lucern, encabezando la salida del sótano de
Etienne—. Apenas tiene veinticinco años.
—Casi treinta —corrigió Etienne.
—Aún así, una niña —dijo Lucern con un encogimiento de hombros.
—Todo el mundo es un niño para ti, Lucern —bromeó Lissianna.
—No todos. Solamente los que tienen menos de cuatrocientos.
—Pues eso incluye a madre, Bastien y tal vez cien de los más antiguos
vampiros del mundo —dijo Etienne con desagrado. A sus trescientos doce años
estaba harto de que le llamasen niño. A veces incluso anhelaba ser humano, tener
un tiempo de vida normal y una familia. Pero ese sentimiento siempre se le
pasaba.
—Bueno, ¿qué vamos a hacer con nuestro amigo Pokey? —preguntó
Gregory mientras regresaban a la sala de estar.
—Pudge —corrigió Etienne.
—Tu madre dijo que su nombre era Pokey.
—Ella parece padecer un bloqueo mental cuando se trata de su nombre.
—He estado pensando en ello —anunció Bastien. Todos prestaron atención.
Cuando Lucern decidió dedicarse a la escritura y a otros objetivos creativos tras
la muerte de su padre, en lugar de llevar los negocios familiares, fue Bastien
quien tomó el mando. Todos le respetaban por ello, y por el esfuerzo que hacía
en nombre de todos—. Como decíamos antes, dado que los funcionarios del
hospital y la policía creen que Pudge se llevó a Rachel con él, sería conveniente
que pudiésemos convencerla para que lo confirme. Ellos le detendrían y lo
encerrarían por secuestro. Etienne debe convencerla para que lo haga.
—Una idea perfecta —comentó Lucern. Arqueando una ceja hacia Etienne,
preguntó—: ¿Crees que podrás?
—Puedo intentarlo —decidió Etienne. Después sonrió—. Tendré mucho
tiempo para convencerla mientras ella esté aquí.
—Si decide quedarse —apuntó Lissianna.
—Lo hará.
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Por otro lado, quizá simplemente necesitaba tener mayor vida social. No
podía ser bueno para él haberse mantenido célibe durante tanto tiempo.
—¿Cuánto tiempo?
—Dos o tres décadas —contestó Etienne antes de poder contenerse.
Entonces la fulminó con la mirada—. Es grosero leer los pensamientos de los
demás, madre.
Ella sólo le sonrió con dulzura. Marguerite mantenía un vínculo especial
con cada uno de sus hijos, quizás desde su nacimiento. Siempre había sido capaz
de leer sus mentes y tal talento no era recíproco a sus niños. Cada uno de ellos
podía leer los pensamientos de los humanos… o por lo general podían, se
corrigió Etienne, recordando que la mente de Rachel parecida sellada para él.
También podían leer pensamientos de cada uno cuando descuidaban sus
barreras, lo que ocurría a menudo. Pero ninguno de ellos podía leer la mente de
Marguerite.
—Se hace tarde y tengo cosas que hacer —anunció la mujer, poniéndose de
pie—. Además, deberíamos dejar a Etienne para que piense en como convencer a
Rachel para que lleve el plan adelante. Podemos encontrarnos mañana por la
noche para discutir más sobre el asunto.
Para el alivio de Etienne, todos estuvieron de acuerdo. Les acompañó a la
salida, cerró la puerta con llave y subió a su dormitorio, incapaz de evitarlo.
Su invitada dormía con la inocencia de un bebé. Tal como yacía allí,
acurrucada bajo las sábanas de su cama, no había absolutamente nada en ella que
hiciese pensar en la traviesa, incluso lujuriosa mujer que se escondía debajo.
Etienne sonrió ligeramente ante el recuerdo. Rachel era como unos fuegos
artificiales, tal como sugería su pelo rojo, y Etienne disfrutaba muchísimo del
espectáculo. Apenas podía esperar para que la puesta del sol llegase y comenzase
una nueva noche.
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Capítulo 7
Los números rojos del reloj digital sobre la mesita de noche señalaban las
12:06. Todavía era plena noche. Esta vez no había dormido mucho. A pesar de su
aversión al turno de noche, llevar tanto tiempo en él había afectado sus patrones
de sueño, y Rachel supo al momento que no volvería a dormirse. Normalmente a
esta hora estaría en el trabajo… y deseando trabajar durante el día.
Incorporándose deslizó los pies hasta el suelo y se estiró para alcanzar la
ropa situada a los pies de la cama. Tenía un vago recuerdo de Marguerite
prometiéndole recoger más, y recordaba claramente haber murmurado su
asentimiento, pero no podía imaginar por qué había estado de acuerdo. No tenía
ninguna intención de permanecer en esa casa un día más. Se volvía a su hogar.
Aunque no sabía lo que la vida la depararía a partir de ahora, las
explicaciones de Bastien la noche anterior la habían convencido de que su vida
había cambiado definitivamente.
Gracioso, aunque estaba dispuesta a admitir que había cambiado, no sentía
ninguna diferencia. Todavía amaba a su familia, y sus objetivos y ambiciones
eran los mismos. No estaba realmente segura de cómo se sentía siendo un
vampiro, pero sospechaba que iba a tener problemas. Una cosa era fantasear
sobre no envejecer nunca y vivir para siempre, aunque por lo que ellos le habían
dicho no necesariamente era «para siempre jamás», y otra cosa era verse
enfrentada a ello.
Rachel había pasado la noche soñando que el mundo se movía a su
alrededor a un ritmo acelerado. En su sueño, gente sin rostro se arremolinaba.
Nacían, crecían, y envejecían mientras ella se mantenía igual, con los Argeneau a
su espalda, ninguno de ellos cambiando jamás; observando como aquellos que
les rodeaban se convertían en polvo. Y siempre había otros que nacían para
ocupar sus lugares y morir también.
Dejando a un lado el sombrío sueño y las preocupaciones que había traído a
la luz, Rachel terminó de vestirse. Abandonó la habitación para descubrir que,
como había ocurrido la primera vez que había despertado, la casa estaba
silenciosa y tranquila. Para su alivio, habían dejado la luz del vestíbulo
encendida, facilitándole el descenso de la escalera. No había nadie en la planta
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
parecer fue suficiente para convencerle de que tenía matarme y acabar conmigo a
la manera tradicional.
Se refería al intento de Pudge de cortarle la cabeza, supuso Rachel.
—¿No es la estaca el modo tradicional de matar a un vampiro?
—Estaca y cortar la cabeza —estuvo de acuerdo Etienne—. Supongo que
decidió que la estaca no era realmente necesaria.
—Jesús —Rachel hizo una mueca. ¿Qué habría pasado si ella no se hubiese
interpuesto entre Etienne y el hacha de Pudge? En su mente visualizó al hombre
sosteniendo la colgante cabeza de Etienne en una mano, y se alegró por haberlo
evitado—. Ese Pudge está un poco enfermo.
—Sí. Creo que necesita ayuda mental —asintió Etienne—. En realidad, sé
que la necesita.
—¿Cómo? Quiero decir, ¿aparte del hecho de que ha intentado matarte
incontables veces? —preguntó ella con tono sarcástico.
—No puedo entrar en su mente para borrarle los recuerdos o controlar sus
acciones —Cuando los ojos de Rachel se estrecharon por la repentina sospecha,
agregó—: No, tampoco puedo leer tu mente o controlar tu comportamiento, pero
en tu caso estoy seguro de que no tiene nada que ver con la locura.
A pesar de sí misma, Rachel sonrió ante su tono bromista.
—Así que, ¿existen personas a las que no puedes leer? —Cuando él asintió,
ella sugirió—, entonces tal vez es solo que él es como yo, una de esas personas.
Etienne negó con la cabeza.
—Lo expliqué mal. Puedo entrar en su mente, pero es un procedimiento
muy doloroso —Desvió la mirada y se encogió de hombros—. Sus pensamientos
son confusos y oscuros. Fragmentados es probablemente la mejor descripción.
No pude encontrarles el suficiente sentido como para hacer algo con ellos.
Mientras que contigo, simplemente no puedo leer tus pensamientos.
—Hmm —Rachel lo consideró, no muy segura de si le creía—. Tu madre no
parece tener ningún problema.
—No me lo recuerdes —Él pareció irritado.
—¿Por qué ella puede y tú no? —preguntó Rachel, aunque no estaba segura
que ese fuese el caso. Habría sido menos embarazoso creer que su
comportamiento de antes se debió al control mental de él. Lamentablemente, no
podía convencerse a sí misma.
Etienne no contestó.
—Allá vamos —dijo él, atrayendo la atención de ella hacia la pantalla del
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Un bocadillo caliente de pan de centeno con carne de ternera, queso suizo y chucrut.
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está adaptando.
—Creía que eso ya estaba hecho.
—Casi del todo —la corrigió él—. Aún quedan un par de cosas.
—¿Como cuáles? —preguntó ella con curiosidad. Se preguntó si él
mencionaría los orgasmos.
—Tus sentidos se afilarán. Tu capacidad de oler ya está mejorada, pero se
hará aún más penetrante. Y tu vista, desde luego. Serás capaz de ver en la
oscuridad.
—Tu madre mencionó eso —admitió Rachel. No sonaba tan mal.
Ciertamente era mejor que lo de los bultos en la cara.
—Vamos —Él se puso de pie—. Lo arreglaremos con una intravenosa.
—Odio las agujas —se quejó Rachel, pero se levantó de mala gana—. Creo
que de verdad las odio. Prácticamente padezco una fobia.
—Necesitas más sangre. No te sentirás mejor hasta que consigas un poco —
la sermoneó Etienne, liderando el camino hacia el pasillo.
Rachel le sacó la lengua a sus espaldas, pero sabía que él tenía razón,
necesitaba más sangre. Su cuerpo clamaba por ello en un modo que era casi
doloroso. Se hacía evidente que sus planes para marcharse estaban estancados a
no ser que pudiera llevarse las bolsas de sangre fría, pero la sola idea la hizo
estremecerse.
—¿No puedo simplemente morder a alguien? —preguntó. Por alguna
razón, la idea tenía más meritos que una fría bolsita, aunque no mucho más—.
Por supuesto deberá ser alguien que no me guste.
Etienne miró hacia atrás, con la boca abierta, pero se detuvo cuando la cogió
mirando su cuello.
—¡¡Eh!! Creé Lujuria de Sangre, ¿recuerdas? Tu videojuego favorito.
—Sí, pero también eres el que me transformó, para empezar —le recordó
ella.
Al parecer, Etienne no entendió que ella estaba bromeando. La culpa cruzó
su cara, y parecía arrepentido.
—Lo siento por eso, pero no podía dejarte morir.
No había ninguna diversión en absoluto en bromear con alguien tan
atormentado por los remordimientos de conciencia. Obviamente él se sentía mal
por los acontecimientos. Encogiéndose de hombros, Rachel pasó por su lado y
subió la escalera.
—Lo superaré. Supongo que esto es realmente mejor que la muerte,
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¿verdad?
El pesado suspiro de Etienne hizo que Rachel se detuviera y se girara. No le
gustó verle tan serio e infeliz. No había tenido intención de hacer que se sintiese
mal. Animarle parecía el mejor modo de arreglar las cosas, así que sonrió
ampliamente y le dijo:
—Pues… ya que no quieres que te muerda, tal vez puedo ir a buscar a mi
jefe y morderle. Él fue quien me puso en el turno de noche durante tres años.
Etienne parecía indeciso.
—Es de día.
Rachel arqueó las cejas.
—Creía que habías dicho que podíamos salir a la luz del día.
—Podemos, pero entonces necesitarás más sangre para reparar el daño que
la luz del sol te haga. Además, morder es algo que de verdad intentamos evitar
cueste lo que cueste.
—Sabes —dijo Rachel con ligero disgusto—, a veces pareces carecer por
completo de sentido de humor —Se volvió para continuar subiendo la escalera
—. Estaba bromeando un poco sobre lo de morder. Si no tengo estómago para
morder una bolsa, seguro que no me irá mucho mejor con una persona viva.
—Oh. Pensé que podrías estar bromeando, pero no estaba seguro.
Rachel se rió, sin creerle ni por un minuto. Realmente no importaba, pensó;
sólo había bromeado en un esfuerzo por distraerse de la idea de tener que pasar
por el asunto intravenoso otra vez.
Siempre le había asombrado a la familia de Rachel que pudiese trabajar en
el ámbito médico y aún así actuar como un bebé cuando se trataba de jeringuillas
o cosas parecidas. Pasados los años empezó a llevarlo mejor. Por ejemplo, ya no
lloraba como una niña mientras la pinchaban. De todas formas, las inyecciones
seguían siendo una experiencia terrible para ella. Pero tenía demasiado orgullo
para mostrar miedo ante Etienne, de modo que soportó la inyección de la aguja
en silencio y cerrando un poco los ojos, esperando que él creyese que se debía al
cansancio y no a la cobardía.
—Bueno…
Ella abrió los ojos y miró a Etienne con curiosidad. Él había terminado con
la intravenosa y ahora permanecía indeciso junto a la cama, como si no estuviese
seguro de qué hacer a continuación. Percatándose de que la mirada de él estaba
fija en sus labios, ella tuvo el presentimiento de que barajaba la idea de besarla;
entonces él se sacudió levemente y se alejó, refunfuñando.
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cinturón.
—Yo podría ayudar con eso —se ofreció Rachel, arqueándose bajo él. Él
forcejeó con la mano, sonriendo y sacudiendo la cabeza. Al fin logró quitarlo,
luego lo pasó alrededor de las manos de ella, deslizando la punta por la hebilla y
apretándolo.
—¿Qué haces? —jadeó Rachel cuando ató el cinturón a la cabecera—. No…
Él silenció su protesta con un beso.
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permaneciese con él. Quería protegerla, aunque ella no parecía del tipo de las
que se tomarían bien que la mimasen.
Tras alisar las mantas y tirar de ellas hasta cubrirla, abandonó
silenciosamente el dormitorio. Debía ordenar sus pensamientos y dar con un
argumento convincente para asegurar su permanencia durante un par de
semanas. Y debía pensar en como convencerla para que aceptase la sugerencia de
la familia de que afirmase que Pudge la había secuestrado. Pudge todavía era
una gran amenaza, y Rachel aún tenía mucho que aprender.
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Capítulo 8
Rachel sospechó que sería algo que no le iba a gustar. Quizá había alguna
desventaja en todo este asunto que aún no le habían mencionado.
Decidiendo que probablemente era algo que no iba a adivinar, y si lo
hiciera, no sabría si había estado en lo cierto hasta que hablasen, Rachel se
apresuró hacia el dormitorio y dejó la bolsa sobre la cama. Examinando lo que le
había traído, se encontró con una pequeña colección de su limitado guardarropa.
La cual se componía de pantalones de vestir y blusas en su mayoría, además de
la anodina ropa de trabajo. Con una inexistente vida social no necesitaba mucho,
aparte de una bata y unas zapatillas mullidas.
Rachel escogió una de las blusas y se la puso, pero no se molestó en
cambiarse el pantalón. Ya se habían estirado al usarlos y aunque todavía le
estaban ajustados, le resultaban cómodos. Rachel supuso que en realidad no le
habían estado tan apretados y que simplemente se lo había parecido porque
llevaba años utilizando pantalones flojos. Tras una rápida revisión en el espejo
del baño tomó aliento, enderezó sus hombros y se encaminó hacia abajo.
Rachel trató de prepararse mentalmente para cualquier cosa desagradable
que Etienne quisiera decirle, pero como no estaba segura de qué sería, en
realidad no podía hacer mucho.
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formada por la espesa sangre con coágulos de fumadores, así como también la
apestosa sangre de fumadores de mariguana y un poco de sangre de unos
pacientes medicados con Valium. Servía como alimento y realmente no le haría
daño, pero era repugnante y provocaba desagradables efectos secundarios como
mareos y náuseas.
Sin tener conocimiento de lo que le estaba dando, Rachel creía que su
respuesta física se debía a su aversión psicológica ante la idea de beber sangre.
Etienne no la sacó de su error. También insistió en que bebiese de un vaso en
lugar de la bolsa, diciéndole que debía estar preparada para cualquier
circunstancia antes de estar lista para marchar y salir al mundo. Durante los dos
últimos días desde que habían entregado la sangre desechada, Rachel había
intentado consumir la repugnante mezcla tres veces al día, sólo para terminar
escupiéndola. Tras cada intento jugaban con la última creación de Etienne,
conversaban o simplemente leían juntos en la biblioteca.
A pesar de los desagradables intentos con la sangre, habían sido un par de
días agradables. Lamentablemente, para evitar sospechas, Etienne se vio
obligado a beber la asquerosa sangre también. No supo cómo había sido capaz
de hacerlo sin vomitar.
—Bueno, supongo que es suficiente por hoy —dijo él comprensivamente—.
Lo hiciste bien. Tal vez mañana…
—Mañana va a ser igual que hoy —predijo Rachel con tristeza—. Nunca me
acostumbraré a esto.
Etienne estaba buscando en su mente algún modo de animarla —y quizá
hasta de distraerla para evitar tomarse la taza que se había servido—, cuando
sonó el timbre de la entrada.
No se sorprendió al encontrar a su madre en la puerta. Se sorprendió
cuando las primeras palabras que salieron de su boca no fueron un saludo.
—¿Dónde está Rachel? —le preguntó.
—Aquí.
Etienne miró sobre su hombro para ver a Rachel acercarse.
—¿Algo va mal? —preguntó con expresión de ansiedad.
—No, no. Solo pensé que podrías estar un poco aburrida y quisieras salir —
contestó Marguerite con ligereza. Recorrió con la mirada el atuendo de Rachel—.
Así vas bien, querida. ¿Te apetecería venir?
—No creo… —empezó Etienne.
Rachel se puso a su lado y le interrumpió.
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había entretenido contándole historias del trabajo que efectuaba. Había sido
bastante vaga hasta que se dio cuenta de que Rachel no tenía ningún problema
en seguirla; entonces excitada al encontrar a alguien que poseía conocimiento del
trabajo de técnicas experimentales y de la jerga, la otra mujer profundizó,
fascinando a Rachel con las pruebas que estaba realizando. Parecía que
Industrias Argeneau estaba tan interesada en la investigación médica como en
otros campos.
Las dos mujeres sólo dejaron de conversar cuando comenzaron los juegos,
los cuales eran para asombro de Rachel los habituales de las despedidas de
soltera. En ese momento, todo parecía tan normal que podría haber olvidado que
las invitadas eran vampiras. Rachel permaneció en silencio un rato, simplemente
observando las distintas bellezas y personalidades del cuarto. Las invitadas eran
todas diferentes: mujeres bajas, mujeres altas, mujeres hermosas, mujeres
sencillas. En cuanto a las personalidades, había un par del tipo sofisticado que
parecían hablar arrastrando las palabras y mirando a las demás por encima del
hombro; había del tipo de la chica de al lado quienes eran dulces y amables;
también unas pocas del tipo fino y elegante que parecían ligeramente incómodas
y hablaban con suavidad; e incluso había una vampiresa con un ajustadísimo
vestido negro que bromeaba sin cesar con Lissianna sobre la noche de bodas por
venir. Era una mezcla típica, tal como sería una despedida de soltera cualquiera.
Olvidando que Marguerite podía leer su mente, Rachel se sobresaltó
cuando la mujer se inclinó y le murmuró.
—Por supuesto, querida. Somos gente normal, igual que lo eres tú.
—Excepto por lo de que todas vosotras tenéis varios cientos de años y
probablemente cumpliréis muchos más —le indicó.
—También tú —le recordó Marguerite divertida—. Pero aún así sólo somos
personas. Piensa en nosotros como si fuésemos coches. Tenemos protección extra
contra la oxidación lo que nos hace durar más pero al final sólo somos coches,
con las mismas preocupaciones e intereses que los coches sin protección. Además
—agregó— aquí hay un par de chicas que tienen menos de cien años. Jeanne
Louise sólo tiene noventa y dos.
Rachel se giró para observar a la hermosa técnico de laboratorio y sacudió
la cabeza.
—Es la chica más sexy de noventa y dos años que haya visto.
Jeanne Louise oyó el comentario por casualidad y soltó una carcajada.
—Además, pastel de sangre de Bosque Negro no suena muy apetitoso en
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absoluto —comentó.
Recordando el objeto de la observación, Rachel cortó un pedazo.
—No, no lo es. No sé cómo lográis tragar la sangre. Etienne dice que es un
gusto que se va adquiriendo, pero parece que tengo problemas con ello. Si no
fuese por el dolor y la debilidad cuando no la obtengo, me rendiría.
Comenzó a masticar el pastel pero se detuvo cuando Jeanne Louise y
Marguerite intercambiaron miradas. Rachel no supo si se debía a sus mejorados
instintos o no, pero estuvo segura de que las mujeres conversaban mentalmente.
Sobre ella. Con las cejas levantadas, preguntó:
—¿Qué?
—Nada, querida —Marguerite palmeó su brazo y sonrió—. Disfruta tu
pastel. Y ten, un poco de té.
Rachel aceptó el té, y lo bebió en silencio por un momento, simplemente
escuchando las conversaciones en derredor suyo. Después le preguntó a
Marguerite.
—¿Cuánto tiempo les llevó adaptarse a tomar sangre?
Esta vez no confundió las miradas que intercambiaron Jeanne Louise y
Marguerite. Hablaban en silencio acerca de ella. Entonces la madre de Etienne
sonrió y dijo:
—Me ajusté bastante rápido, querida. Enseguida realmente. Pero fue
diferente, entonces no había bancos de sangre. Teníamos que comer “del
envoltorio”, como solíamos decir.
Rachel ni siquiera trató de ocultar su horror.
—¿Del envoltorio?
—Bueno… —Marguerite sonrió y se encogió de hombros—. Tú llamas
«bichos crujientes» a los cadáveres carbonizados para ayudarte a distanciarte de
lo desagradable de la muerte. Nosotros, de la misma manera, tenemos frases
para distanciarnos emocionalmente por haber tenido que alimentarnos de gente
perfectamente encantadora.
—Oh —asintió Rachel. Comenzó a comer en silencio, con la mente
consumida por el pensamiento de que personas como su familia y amigos eran
ahora su principal fuente de alimento. Que asqueroso era eso. Definitivamente
era uno de los puntos en contra de este asunto. Se sintió aliviada por el hecho de
que morder ya no estuviese permitido. Morder gente podría ser más fácil y
supondría menos ingestas, pero al menos el empaquetado le permitía pretender
que no se estaba comiendo a nadie. Suponía que era como la diferencia entre
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Capítulo 9
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camarera se retiró. Supuso que los «Dulce Éxtasis» eran para los hombres y la
«Virgen María» para ella. La respuesta de Thomas la sacó de su error.
—Sangre, salsa Worcestershire y tabasco con una pizca de limón. Me gusta
picante y caliente —dijo él con una sonrisa burlona.
—Oh —musitó Rachel levemente. Parecía asqueroso. Casi temía preguntar
que contenía el «Dulce Éxtasis».
—A veces es mejor no saber —Thomas se inclinó para no tener que gritar.
Obviamente había leído sus pensamientos. Era bastante molesto no poder
mantener los propios pensamientos en privado, con gente escuchando todo el
tiempo. Rachel solamente se sentía cómoda con Etienne, quien afirmaba no ser
capaz de leer su mente. Si mentía y realmente podía leer sus pensamientos, al
menos era lo bastante cortés para no hacer comentarios.
—No importa —le respondió a Thomas—. Debería haberte advertido que
no te molestaras si todo lo que sirven aquí es sangre. Aún no he dominado la
técnica para ingerirla —se estremeció solo de pensarlo.
Thomas pensó en ello un momento. Rachel sospechó que estaba
examinándole cuidadosamente su cerebro en busca del problema, y después
asintió.
—No te preocupes. Mi cuñada tenía el mismo problema. Le encontramos
un arreglo. Te lo mostraré cuando la camarera traiga las bebidas.
Rachel sintió por un instante la esperanza de que él realmente tuviese una
solución; después sus pensamientos retornaron a la cuestión del contenido de los
«Dulce Éxtasis» que había encargado.
—Aquí tienen toda clase de bebidas —dijo Thomas, obviamente leyendo
sus pensamientos de nuevo—. Algunas son mezclas como la «Virgen María», que
es sangre directa con algo adicional, y otras son sangres especiales. Como el
«Diente Dulce».
—¿«Diente Dulce»? —preguntó Rachel.
—Mmm… —asintió—. Sangre de diabéticos. A la tía Marguerite le encanta
—añadió antes de continuar—. Después tenemos sangre con alto contenido en
hierro y potasio. Oh, y «Subidón» que es de sangre de fumadores de maría.
—¡No puede ser! —Rachel se quedó boquiabierta.
—En serio. Consigues un buen viaje sin dañar tus pulmones fumando —él
se rió de su expresión.
Salsa picante formada por vinagre, soja y especias. También llamada salsa inglesa Perrin.
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Etienne conducía a tanta velocidad que estaba segura de que llegarían antes de
que sus manos terminasen la tarea.
Los dos estuvieron fuera del coche antes de que el motor se hubiese
detenido del todo. Etienne se reunió con ella delante del coche, aferró su mano y
echó a correr hacia la puerta principal. Se las arregló para abrirla, entrar y cerrar
la puerta antes de arrastrarla a sus brazos de nuevo. Rachel se encontró de
pronto aplastada contra la pared del pasillo, la boca y las manos de Etienne
parecían estar en todas partes al mismo tiempo. Ambos daban tirones a la ropa
del otro.
—No puedo esperar hasta llegar arriba —dijo él excusándose mientras le
deslizaba los pantalones por las piernas.
—Pues no lo hagas —sugirió Rachel. Tampoco quería esperar. Lo
necesitaba ahora, allí mismo.
Era todo el permiso que Etienne necesitaba. Le arrancó las bragas con un
rápido tirón, la aferró por las nalgas levantándola y después la colocó sobre él. Se
deslizó dentro de ella y ambos gimieron cuando la llenó por completo. Gracias a
esos sueños eróticos parecía que se hubiesen preparado para esto desde hacía
semanas.
Etienne se detuvo, y luego se retiró. Temiendo que de nuevo fuese un sueño
y que éste se interrumpiese como siempre lo hacía, Rachel enterró sus uñas en el
hombro de Etienne y le animó.
—Más —suplicó.
Etienne la sentó sobre algo —ella pensó que debía ser la mesa del pasillo—,
y comenzó a moverse dentro de ella. Retirándose, embistió de nuevo, solamente
para retirarse otra vez.
Rachel nunca hubiese pensado que era de las que gritaban. Nunca había
gritado antes. Pero Rachel no solamente gritó cuando llegó al éxtasis, sino que
también enterró sus dientes en el cuello de Etienne, bombeando sangre del
cuerpo de él al suyo mientras su propio cuerpo se estremecía y latía rodeándole.
Fue el mejor sexo de toda su vida.
— Hola.
Rachel parpadeó somnolienta y miró con confusión al hombre que se
inclinaba sobre ella. Etienne. Le reconoció, desde luego, pero el cambio de
posición la dejó fuera de juego. Lo último que recordaba era su cuerpo
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Insecto coleóptero de la especie Lytta Vesicatoria. El extracto de cantárida se presentaba en polvo
(obtenido mediante desecación y triturado), tintura o aceite y emplasto. Uno de sus efectos secundarios era
la erección espontánea del pene. Este efecto secundario convirtió a la cantárida en el afrodisíaco de
referencia hasta el siglo XVII cuando cayó en desuso dado el número de envenenamientos, con
consecuencias mortales, que produjeron tales prácticas.
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Capítulo 10
nocturna que ella. Y realmente era una vista agradable. Una vista muy agradable.
Rachel nunca se había dado cuenta de lo atractivo que podía ser el trasero de un
hombre. Deseaba apretarlo y pellizcarlo y…
—Deben ser los efectos de esa bebida —murmuró y sacudió la cabeza. Pero
su mirada regresó a su trasero en cuanto volvió a mirar en su dirección, así que
decidió que lo mejor sería reunirse con él antes de quedarse allí con la lengua
colgando. Dejando que la puerta se cerrase tras ella, caminó en silencio hacia él.
—¿Has visto algo? —preguntó ella en un susurro, un poco distraída por su
aroma. Olía realmente bien. Yum yum. Rachel había notado que olía bien en las
pocas veces en las que había tenido su cara en el cuello de él y había inhalado su
aroma, pero ahora podía olerle casi tan bien con solo estar de pie a su lado. Sus
sentidos debían estar fortaleciéndose, según notó, y se sintió complacida. Tal vez
pronto sería capaz de controlar sus dientes. E incluso beber sangre. El truco de la
pajita que Thomas le había enseñado funcionaba bien. Pero ella preferiría ser
capaz de beberla directamente del vaso como los demás. Hasta que lo hiciese,
Rachel se iba a sentir como un niño bebiendo té con la mitad de la taza llena de
leche.
—No. He debido equivocarme. Habrá sido simplemente una sombra.
—Hmm —Rachel inhaló el aire y se acercó más a él, su mirada deslizándose
hacia su cuello. Realmente tenía un olor delicioso. Lo suficientemente bueno
como para comérselo, incluso. Por alguna razón, en ese momento él le recordó a
un gran filete, exquisito y crudo.
Directamente del frasco. Las palabras de Marguerite vinieron a su cabeza, y
los ojos de Rachel se abrieron horrorizados.
—¿Qué pasa? ¿Has visto algo? —preguntó Etienne cuando ella se apartó
bruscamente.
—No —contestó Rachel, con la culpa abrumándola—. No. Deberíamos ir
dentro ahora, ¿no crees? Hace bastante frío aquí —Era frío fuera de temporada, y
ninguno de ellos llevaba chaqueta. Aunque ella no había notado el frío hasta que
éste se convirtió en una excusa oportuna.
—¿Tienes frío?
—No —admitió y después inclinó la cabeza—. ¿Por qué no estoy
congelada? Debería estar helándome. Es una noche muy fría, Etienne.
—Tu cuerpo es más eficiente de lo que solía ser. No tienes que preocuparte
por el frío, la congelación ni nada parecido —explicó él—. Sin embargo,
deberíamos entrar. Consumirás más sangre para permanecer caliente y
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labio inferior de él con sus dientes. Lo sujetó hasta que se deslizó de entre sus
dientes con un pequeño plop que hizo que ambos riesen. Para Etienne ya fue
suficiente juego. Atrapándola en sus brazos, cubrió sus labios con los de él. No
hubo frotamientos gentiles, ni besos provocativos. Él cubrió su boca, abrió la
suya e introdujo la lengua para separar sus labios. Rachel se abrió a él sin dudar
y deslizó su propia lengua para encontrar la de él, lanzando un sofocado gemido
mientras sus lenguas se enredaban y se deslizaban la una contra la otra.
Un gemido de respuesta proveniente de Etienne hizo que Rachel sonriera,
interrumpiendo un poco el beso. Paseó sus labios por la barbilla de él, bajando
por su garganta, inhalando su aroma, pero sin detenerse para no sentirse tentada
por la promesa de su yugular. Deslizó los labios sobre su pecho, deteniéndose
ante el primer pezón para pellizcarlo, succionarlo y golpearlo con la lengua,
luego ante el otro para hacer lo mismo. Sus uñas recorrían firmemente su espalda
mientras lo hacía, de manera que él definitivamente las sintió, pero sin hacer
sangre.
Cuando Etienne gimió arqueándose y la atrapó sus brazos en un intento por
acercarla a él, presumiblemente para besarla, Rachel rió provocadora y
simplemente se dejó caer. Eso la dejó al nivel de su cintura. Echando la cabeza
hacia atrás, le sonrió con malicia mientras alcanzaba el cierre de sus vaqueros.
Etienne inspiró con sorpresa mientras ella lo desabotonaba y luego pareció no
respirar mientras ella bajaba la cremallera.
Rachel dejó que su sonrisa se ensanchara y después metió la mano para
sacar su miembro. Supo que había cometido un error en el instante en que se
inclinó hacia delante para introducírselo en la boca. El aroma y el gusto de él
hicieron que la urgencia de morder fuera casi irresistible. Rachel podía sentir la
sangre pulsando y latiendo bajo la frágil piel que cubría su endurecido pene.
Dios querido, sería como morder una salchicha, pensó débilmente. Los
jugos se deslizarían espesos y dulces en su boca, luego bajarían por su garganta y
alimentarían el ansia que hacía que su cuerpo doliera tanto. El pensamiento era
extrañamente erótico. Y también horripilante. Rachel no podía creer que
estuviese arrodillada delante de un hombre, contemplando la idea de morder la
masculinidad que le había dado tanto placer la noche anterior. Dios, estaba claro
que todavía no estaba preparada para volver al trabajo. Si estaba considerando
esa idea, nadie estaría a salvo de su hambre.
—¿Rachel?
Ella alzó los ojos y se topó con su mirada interrogadora, dándose cuenta de
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—Supuse que Etienne no tendría pajitas, y sabía que tú querrías algunas, así
que cogí algunas de la tienda de la esquina antes de venir —explicó mientras le
tendía la bolsa.
Rachel la aceptó con una sonrisa agradecida y rápidamente fijó las pajitas a
sus dientes. El líquido de la bolsa comenzó a desaparecer al momento, y ella
suspiró de alivio cuando su debilidad y dolor comenzaron a remitir.
—Otra bolsa, Thomas —Bastien cambió la ya vacía bolsa que había
colocado en los dientes de Etienne por otra nueva. Urgió a la boca de Etienne a
abrirse de nuevo y colocó la segunda en sus dientes. Pasando la mirada de su
hermano a Rachel, preguntó con preocupación:
—¿Cuánto has tomado?
Rachel se encogió de hombros, avergonzada. No tenía ni idea.
—Le mordiste, ¿eh? —preguntó Thomas comprensivamente—. Es algo
común en los novatos.
Bastien gruñó lo que se podía tomar como un asentimiento, pero Rachel no
le prestaba atención. Observaba a Thomas con una sensación de ansiedad
mientras éste examinaba a su primo. Finalmente él frunció el ceño y preguntó:
—¿Dónde le mordiste? No veo las marcas.
—Trae otra bolsa de sangre, Thomas —ordenó Bastien, palmeando la
rodilla de Rachel. Ella enrojeció y se retorció donde estaba sentada. Su boca
estaba firmemente cerrada. No iba a admitir dónde le había mordido. No en esta
vida.
—Claro —Thomas cogió la bolsa vacía de Rachel, sacó las pajitas, cogió una
bolsa fresca y la fijó tal y como había hecho con la primera, luego se la tendió con
una sonrisa, su pregunta aparentemente olvidada. Sin embargo Rachel no se dejó
engañar. Había vislumbrado el intercambio de miradas y estaba segura de que
los dos hombres se habían comunicado mentalmente. Ella solamente tenía la
esperanza de que Bastien le hubiese dicho que dejase el tema. Un decidido brillo
de diversión llenaba los ojos del hombre.
Suspirando miserablemente, Rachel deslizó las pajitas sobre sus caninos y
dejó que sus dientes hiciesen el trabajo de ingerir la sangre de la que ella
tristemente carecía.
Para su sorpresa, Thomas le palmeó el hombro.
—No te preocupes, pequeña. Todo esto es por mi culpa, no por la tuya.
Rachel sintió un instante amargo cuando recordó que estos hombres no sólo
podían comunicarse mentalmente, sino que también podían leer los
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discusión. Distraerla con algo que pudiera incluso unirlos más parecía ser su
mejor opción.
—No te gusta la noche —le dijo de pronto, y podría deducir por su
expresión que la había sorprendido.
—No es que no me guste. Es sólo… —frunció el ceño y después se encogió
de hombros—. No me gusta trabajar de noche mientras todo el mundo duerme.
Preferiría dormir, y luego trabajar por el día como todo el mundo.
—¿Por qué?
—Bueno… —frunció el ceño de nuevo, obviamente molesta—. No es tan
malo trabajar de noche —dijo finalmente—. Pero por culpa de mi horario, no
puedo permanecer despierta durante el día y hacer una vida normal, ni siquiera
cuando me toca librar. Esos días me paso las noches despierta, y no hay nada que
hacer excepto quedarme sentada holgazaneando o jugando videojuegos contra
mí misma. Todos los que conozco, excepto mis colegas del turno de noche, tienen
horarios normales. No hay nada que hacer.
—¿Nada que hacer? —él la miró boquiabierto y después sacudió la cabeza
—. Me temo que necesitas educación, querida mía.
Rachel asimiló la afirmación de Etienne con escepticismo. Llevaba tres años
trabajando en el turno de noche y dudaba que hubiese mucho que él pudiese
mostrarle. Había buscado desesperadamente cosas que hacer en sus noches
libres, y aunque podía recorrer los centros comerciales o ver una película en las
horas tempranas de la noche, era durante el resto del tiempo —de 11 a 7, cuando
por lo general estaba trabajando y se encontraba tan despierta y espabilada como
siempre— cuando encontraba problemas para entretenerse. Aparte de los bares
que cerraban a las 2, y Rachel no era realmente una persona de bares, no había
mucho que hacer aparte de vagar por su apartamento sola y aburrida.
—Ve a cambiarte —ordenó Etienne—. Pantalones oscuros y un top. Y una
chaqueta, hace frío fuera —Como Rachel solamente se le quedó mirando, él le
dio una sacudida—. Vamos, cámbiate.
Con un encogimiento de hombros, ella tiró su última bolsa de sangre a la
basura y abandonó la cocina. Cambiarse, había dicho. Pues se cambiaría. Pero
Rachel no creía ni por un minuto que fuese a enseñarle nada sobre la noche que
no conociese ya.
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Capítulo 11
inusitadamente fría para la época del año, esa noche hacía una temperatura
agradablemente caliente, como debía ser una noche de verano, y los rayos de
luna se reflejaban en el agua de forma invitadora. Pero no habían llevado
bañadores.
Se rió de si misma y se giró para observar detenidamente la playa. La tenían
toda para ellos, de una forma que hubiera sido imposible durante la luz del día.
Los pocos policías que iban a la playa por la noche para vigilar las posibles
juergas quinceañeras habían sido despedidos por Etienne. En realidad, supuso, el
bañador no era en absoluto necesario. Etienne ya la había visto desnuda. Varias
veces.
En lugar de contestar verbalmente a su pregunta, Rachel le dedicó a Etienne
su sonrisa más perversa mientras se quitaba por la cabeza la camiseta que llevaba
con un gesto rápido.
—Hermosa —murmuró Etienne cuando sus pechos quedaron a la vista.
Su repentina expresión de seriedad provocó una carcajada en Rachel, e hizo
que le lanzase la camiseta al regazo mientras se ponía en pie. No se había
molestado en ponerse sostén esa noche. En realidad pensó, que a partir de
entonces, no se molestaría en llevar sostén nunca más. No era necesario. Sus
pechos estaban firmes y lozanos, de una forma que nunca lo habían estado, los
nanos también habían hecho eso. Iba a ahorrar un montón de dinero en el futuro
sin la necesidad de comprar todos esos potingues que las mujeres debían
comprar para mantenerse jóvenes y firmes.
De pie ante él, Rachel desabrochó sus vaqueros y se los quitó. Notó como el
rubor hacía presa de su rostro, pero él ya la había visto desnuda antes, y además
ahora ella era consciente de que su cuerpo era perfecto. Eso era verdaderamente
liberador. Bueno, casi. Algún día sería capaz de desnudarse sin enrojecer por la
vergüenza.
Una caricia en su pantorrilla hizo que bajase la mirada. Etienne la miraba
con ojos ardientes, sus dedos moviéndose con una suave caricia por la sensible
piel del interior de su pierna. Si le diese una oportunidad, Rachel sabía que
acabarían rodando sobre la arena en pocos minutos, gruñendo como animales,
pero había sido él quien había tenido la idea de nadar, y a ella realmente le
apetecía. Se alejó de forma juguetona de él, dejándole sentado sobre la manta
sosteniendo la cesta de picnic, y se giró para correr con ligereza hacia el borde del
agua.
El primer paso que dio en el agua fue un shock. A pesar de que la noche era
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
cálida, el agua estaba fría. Ésta se cerró sobre su pie pero ella no permitió que eso
la hiciera aminorar la marcha. Rachel continuó entrando en el agua con decisión
hasta que ésta le llegó a la cintura, momento en el que elevó los brazos y se
zambulló en las curvadas aguas. Buceó bajo el agua en lo que le pareció un
tiempo inusitadamente largo, sorprendida por el hecho de poder hacerlo.
Cuando finalmente emergió, no fue tanto por una necesidad de aire como por
curiosidad de saber cuan lejos había llegado.
Decidiendo que tenía muchas más preguntas que hacerle a Bastien sobre los
efectos de los nanos, Rachel giró en el agua. Dejó de flotar y casi se hundió bajo la
superficie cuando vio lo lejos que estaba de la orilla, pero entonces se dio cuenta.
Más fuerte y más rápida ni siquiera se acercaban a describir su nueva condición.
No había nadado con demasiada fuerza, pero sin embargo se había impulsado a
una distancia increíble.
Una forma oscura rompió la superficie del agua a su derecha, y Rachel rió
cuando Etienne apareció a su lado. Su cabello se pegaba a su cabeza y sus ojos
brillaban radiantes de plata a la luz de la luna. Se acercó nadando a ella.
—Estás hermosa —dijo él con solemnidad.
Rachel bajó la vista para mirarse. Sus pechos asomaban sobre la superficie
del agua y la luna daba a su piel un brillo nacarado. Etienne se acercó y la cogió
de la mano para acercarla. Cuando sus senos rozaron el pecho de él, éste se puso
de espaldas en el agua arrastrándola con él de modo que la mitad superior de su
cuerpo quedó fuera del agua apoyándose sobre el pecho de él, mientras que la
mitad inferior permanecía sumergida a su lado. Él comenzó a nadar de espaldas
hacia la playa.
Rachel deslizó los brazos alrededor de su cintura y se dejó llevar por él,
ayudándole con desganadas patadas en el agua. Por fin Etienne se detuvo
incorporándose. El agua le llegaba a Rachel a la altura de los senos cuando
también se enderezó, pero apenas tuvo tiempo de notar este detalle antes de que
él la tomase entre sus brazos. Ella fue de buen grado y alzó el rostro cuando él
reclamó sus labios. Rachel frotó sus piernas por un instante contra las de él bajo
el agua y después las enroscó alrededor de sus caderas al tiempo que sus brazos
se aferraban a su cuello. Se arqueó contra él, su cuerpo apretándose y
aplastándose contra él con abandono. Ella era consciente de varias sensaciones: el
aire de la noche ahora ligeramente frío sobre su húmeda piel; la misma agua,
caliente y sedosa a su alrededor ahora que se había adaptado a su temperatura;
su cuerpo caliente en todos aquellos lugares que estaban en contacto con él; su
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La mente de Rachel todavía estaba tan aturdida que tuvo que pensar
durante unos momentos antes de comprender por fin. Recordó con nitidez las
sensaciones que él había experimentado cuando ella le había lamido, besado y
acariciado. Obviamente él había experimentado lo mismo esta noche,
permitiéndole acertar en los lugares adecuados con la presión oportuna para
enviarla directamente a la Luna. Y probablemente a él también con ella, se
percató Rachel, al recordar que entonces ella había compartido su éxtasis.
—Ah —dijo soltando un suspiro, y sonriendo de manera un tanto estúpida.
El sexo era definitivamente un plus siendo un vampiro. Comenzaba a descubrir
todo tipo de ventajas en esta situación. ¿Por qué había montado ella tanto
alboroto?
—Eres bueno.
Etienne dejó asomar de nuevo una gran sonrisa.
—Lo soy. Y tú también. Hacemos una pareja perfecta.
—Sí —suspiró ella con felicidad estirándose bajo él. La manera en que ella
se arqueaba hacía que sus pechos descansasen apenas a unas pulgadas de su
boca, y Rachel sonrió con picardía al sentir como su sexo volvía a ponerse duro
de nuevo. Ella sabía ahora por experiencia que los vampiros tenían una
resistencia ilimitada. Comenzaba a pensar que las ventajas de esta situación eran
también ilimitadas.
Aprovechando que ella todavía estaba arqueada, Etienne pasó una mano
por detrás de la espalda de Rachel, luego se arrodilló en la arena y pasó la otra
mano bajo sus rodillas. Levantándola en brazos, se puso de pie. Rachel soltó una
ronca carcajada y se sujetó a su cuello con una mano mientras la llevaba hacia la
manta. Él se tomó un momento para enderezar ésta con un pie, dejándose caer
luego de rodillas y depositándola sobre ella. Comenzó a incorporarse pero
Rachel no se soltó y tiró de su cuello obligándole a inclinarse para un beso.
Etienne lo permitió, pero sólo por un momento. Después se liberó y
refunfuñó:
—Comida —y se giró para coger la cesta de picnic.
Rachel tenía hambre, pero no de comida. Al menos no de sangre, lo cual era
bastante sorprendente, ya que desde que él la había convertido había sufrido una
incesante ansia de sangre. Se preguntó por un momento si esto podía significar
que casi había acabado con el cambio, pero su atención se distrajo cuando
Etienne comenzó a sacar los artículos de la cesta.
—¿Fresas? —preguntó con sorpresa. Etienne colocó una fuente con la
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
expresión de asombro.
—No tendrás ningún problema con que yo esté encima, ¿verdad?
La sorpresa de él cedió paso lentamente a la pasión y negando con la
cabeza, preguntó:
—¿Y ahora que estás ahí, que piensas hacer?
Rachel lo consideró y luego le sugirió:
—¿Montarte como a un pony salvaje?
Los ojos de Etienne se abrieron con incredulidad. Dando un aullido de
alegría, la tiró sobre su espalda y cogiéndola de las manos se las puso por encima
de la cabeza, sujetándole ambas con una de las suyas. Arqueando siniestramente
una ceja le dijo:
—Debería haber traído mis esposas.
—¿Esposas? —gritó Rachel—. Eso suena pervertido.
—Hmm —murmuró Etienne bajando la cabeza para tomar un pezón entre
sus labios, y chuparlo con delicadeza. Levantando la cabeza, le informó—:
Dentro de unos cien años o así, cuando nos hayamos cansado del sexo
convencional, apreciarás mi lado pervertido.
Rachel sacudió la cabeza divertida. Suspiró cuando él bajó de nuevo la
cabeza sobre su seno, le observó lamer el pezón con la lengua y después
mordisquearlo suavemente. Se arqueaba, gemía y retorcía debido a lo que él
hacía, cuando de pronto sus palabras parecieron repetirse en su mente. «Dentro
de unos cien años o así, cuando nos hayamos cansado del sexo convencional, apreciarás
mi lado pervertido.»
¿Realmente quería decir eso? ¿Realmente esperaba que ella estuviese en su
vida dentro de cien años? ¿Esto era algo más que una aventura? No llevaban
juntos mucho tiempo, y ella sabía que era demasiado pronto para preguntarle
por sus intenciones, si es que realmente podía existir un momento adecuado para
hacer una pregunta así, pero ese pensamiento comenzó a acosarla. ¿Hacia dónde
se dirigían? ¿Qué significaba ella para él aparte de la mujer que le había salvado
la vida y a la que él había salvado, la mujer con la que se había acostado debido a
los engaños de su primo?
—¿Qué estoy haciendo mal?
Rachel echó la cabeza hacia atrás y se encontró con la mirada de Etienne.
—¿Qué? —preguntó confusa.
—Tu mente está cerrada para mí —le explicó en voz baja—. Lo que significa
que no estás excitada. Algo estoy haciendo mal. ¿Qué es?
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Una dulce sonrisa asomó a los labios de Rachel mientras negaba con la
cabeza.
—Nada. Sólo estaba pensando.
Antes de que él pudiera preguntar cualquier cosa, ella alzó su cabeza y
reclamó sus labios. No tenía ningún deseo de que él supiese sobre lo que había
estado pensando. Si él tenía intenciones y promesas para su futuro juntos, no
quería ponerlo en situación de que se sintiera obligado a anunciarlos antes de
estar realmente preparado. Y si no tenía ninguna intención, no quería estropear
el momento sabiéndolo. La vida no ofrecía ninguna garantía, ni siquiera a los
vampiros.
Retozaron e hicieron el amor sobre la arena de la playa hasta bien pasada la
medianoche y luego decidieron volver a casa para alimentarse. La casa de
Etienne, se corrigió Rachel mientras recogía la manta y la doblaba. Etienne aclaró
la fuente de las fresas y las dos copas de champán en la orilla del mar. Se habían
comido cada fresa y cada gota de chocolate, incluso habían utilizado algunas
partes del cuerpo del otro como platos. Después Etienne había sacado el
champán y dos copas. Rachel había sentido curiosidad por saber como le
afectaría la bebida ahora que era un vampiro. Nunca había sido muy buena
bebedora; normalmente dos copas habían sido bastantes para hacer que
terminara la noche debajo de la mesa. Pero eso de hacer el amor en la playa era
una actividad que provocaba sed, y logró acabar con la mitad de la botella que
había llevado Etienne sin que le hiciese mucho efecto.
Etienne terminó de guardar todo en la cesta, la cogió por el asa y
enderezándose, extendió la mano.
—Déjame llevar eso.
Rachel le entregó la manta y le observó mientras la colocaba encima de la
cesta por debajo del asa. Ella cogió su mano cuando volvió a extenderla y
comenzaron a caminar hacia el aparcamiento.
El camino era estrecho y tenían que caminar uno detrás del otro. Ya que él
conocía el camino mejor, Rachel se quedó detrás, permitiéndole tomar la
delantera. Habían caminado un buen tramo cuando él se detuvo y girándose un
poco, le susurró:
—Mira.
Rachel se colocó a su lado y miró detenidamente hacia donde él le señalaba,
conteniendo el aliento cuando lo vio. El aire estaba repleto de pequeñas luces
relucientes.
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—¿Qué son?
—Luciérnagas.
—¿Luciérnagas? —preguntó ella con incredulidad. Esas no se parecían en
nada a las que había visto con anterioridad. Eran mucho más brillantes, en
realidad como diminutas estrellas. No podía creer que esas luces brillantes
fuesen pequeños insectos. Etienne al parecer comprendió su incredulidad.
—Tu vista es distinta —le explicó—. Te parecerán un poco diferentes ahora
a como eran antes del cambio.
—Oh —susurró ella, su mirada todavía centrada en las diminutas luces.
Rachel estaba tan cautivada con el espectáculo que apenas notó cuando Etienne
deslizó su mano alrededor de la suya para estrecharla. Tiró un poco para
inclinarla contra él, y se quedaron simplemente en silencio por unos minutos
cautivados por la visión. Al fin Rachel suspiró y dijo:
—Es hermoso.
—Sí —asintió Etienne. Apretó su mano y le dio un suave beso en su frente.
Rachel le miró con expresión de sorpresa, pero él estaba observando otra
vez a las luciérnagas. Le miró fijamente en silencio, preguntándose qué había
significado eso. La había besado en medio de la pasión, incluso le había hecho el
amor, pero este beso había sido distinto. Había sido cariñoso, casi como una
caricia amorosa. Era la primera señal de que él pudiese sentir por ella algo más
que deseo, y de pronto se encontró acariciando la idea. Ella misma sentía una
mezcla de sentimientos confusos y desordenados, pero sabía que iban más allá
del deseo. A Rachel le gustaba Etienne Argeneau. También le respetaba y estaba
aprendiendo a confiar en él. Comenzaba a pensar que las cosas podían ponerse
serias, al menos por su parte. Pero no estaba segura de si los sentimientos de él
iban por el mismo rumbo, y francamente, eso la puso nerviosa.
—Deberíamos irnos —murmuró Etienne—. El sol pronto hará su aparición,
y no traje nada de sangre.
Rachel asintió y se enderezó, colocándose un paso tras él. Continuaron
caminando a lo largo del boscoso camino. Esta vez ella no se molestó en no
intentar mirar su trasero mientras caminaban. El hombre tenía un trasero digno
de una exposición.
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
Capítulo 12
Encargados de asignar los asientos de los asistentes a la ceremonia.
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indicándoles que tomasen asiento. Tras asegurarse de que ninguna quería tomar
nada, la chica preguntó qué querían, y Marguerite le habló de la boda, el color
del vestido, y demás. En unos momentos la chica estaba trabajando sobre el
rostro de Rachel, murmurando algo acerca de la pureza y el saludable color de su
cutis.
Rachel no dijo nada en respuesta a los elogios de la muchacha, distraída por
la imagen de su propio rostro. Ya había supuesto que no volvería a necesitar
maquillarse, pero aún no se había mirado detenidamente. Ahora, en el espejo
ampliado que sostenía la chica, Rachel se contemplaba boquiabierta. Su piel era
tan lisa y suave como el culito de un bebé. Siguió mirándose, maravillada,
mientras la chica trabajaba sobre su rostro, respondiendo de modo ausente y
asintiendo a casi todo lo que proponía la mujer.
Marguerite sugirió que le colocasen un lunar para disfrazarla mejor, y
Rachel se encontró de pronto con que lucía uno sobre el labio superior, a la
izquierda. Aquella pequeña adición, combinada con la destreza de Vicky y la
peluca, resultaban un verdadero cambio. Para cuando terminaron, incluso Rachel
se encontraba exótica. No podía dejar de mirarse cuando se trasladaron a otro
cuarto lleno de espejos donde les limaron y pintaron las uñas a Marguerite y a
ella.
—Bueno, ha sido divertido —dijo Marguerite cuando volvieron a la
limusina.
—Sí —estuvo de acuerdo Rachel. Se sentía mimada y preciosa, pero
también algo culpable por no haber pagado nada—. Gracias.
—No ha sido nada, querida. Y, por favor, deja de sentirte culpable. Me ha
encantado hacer todo esto.
La mujer le obligó telepáticamente a hacerlo. Rachel lo supo porque al
instante su sentimiento de culpabilidad desapareció. Sin embargo, decidió no
sentirse resentida porque la mujer se colara en su cerebro, y en lugar de ello se
propuso alegrarse. La culpabilidad no era nada divertida.
—Ya estamos.
Rachel echó un vistazo por la ventanilla de la limusina cuando ésta se
detuvo frente a una casa. Una casa enorme. No la de Etienne.
—¿Dónde estamos? —preguntó con sorpresa.
—En mi casa, querida —contestó Marguerite. El conductor salió del coche y
les abrió la puerta—. Etienne se encontrará aquí con nosotras para ir a la iglesia.
Así puedo decidir qué joyas deberías llevar.
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—Ah —Rachel la siguió fuera del coche. ¿Qué tipo de joyas tendría un
vampiro?
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Rachel durante la comida era una razón, pero sabía que sus celos eran absurdos,
así que los ignoró y dijo:
—Tengo un asunto que resolver contigo, primo.
—Oh, oh —Thomas no pudo ni reprimir su sonrisa. Era evidente que no
estaba muy preocupado—. ¿Qué he hecho ahora?
—¿Dulce Éxtasis? —preguntó Etienne, frunciendo el ceño—. ¿Qué clase de
montaje fue ese?
—Bueno, estaba claro lo que ambos necesitabais —dijo su primo sin el
menor rastro de disculpa—. Y funcionó, ¿no?
Al ver que Etienne permanecía silencioso, Thomas se rió y le dio una
palmada en la espalda.
—De nada. Estoy seguro de que al final te las hubieras apañado sin las
bebidas. Sólo estás un poco oxidado, así que decidí darte un empujoncito.
—Bueno, ¿y si ella no hubiese querido...?
—Ni hablar, tío. Leí sus pensamientos. La nena estaba calentísima por ti —
Movió la cabeza—. Hasta yo, a pesar de ser el crápula que soy, estuve a punto de
ruborizarme con los pensamientos que tenía.
—¿En serio? —preguntó Etienne.
—Vaya que sí —sonrió abiertamente, y luego arqueó una ceja—. Pero, ¿a
qué viene la bronca ahora? No dijiste nada cuando llevé la sangre a tu casa.
¿Acaso ya hay problemas en el paraíso?
—No —Etienne echó un vistazo hacia Rachel, sus ojos devorando su cuerpo
envuelto en el vestido azul, con calor y reconocimiento. Después se volvió hacia
su primo y añadió—: Hubiese discutido el asunto contigo el día que trajiste la
sangre y nos quedamos encerrados fuera, pero no me encontraba en forma.
—No, supongo que no —estuvo de acuerdo Thomas—. Estabas casi seco.
En todos los sentidos —Soltó una carcajada, y luego se alejó, dejando a Etienne
con el ceño fruncido.
—Deberías interrumpir.
Etienne se volvió y vio a su madre luciendo una leve sonrisa en los labios.
Ignoró el consejo por el momento y comentó:
—Pareces feliz.
—Lo estoy —convino ella—. Ya tengo uno de mis niños casado y sentando
cabeza. Por fin.
Etienne se rió por lo bajo ante el énfasis. Había oído a los humanos quejarse
de que sus hijos tardaban siglos en casarse y sentar la cabeza. No sabían lo que
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decían.
—Bueno, ¿vas a ir allí o no? —inquirió Marguerite—. Ella lo está deseando.
—¿Sí?
Marguerite se concentró por un momento, con los labios curvados en una
sonrisa, y luego asintió y dijo suavemente:
—Oh, sí, hijo. Rachel ha disfrutado la cena y lo está pasando bien, pero
preferiría estar en tus brazos. Preferiría bailar contigo. Bastien también lo sabe y
su ego está sufriendo por ello. Deberías ir y salvarle.
Etienne dejó que su mirada vagase hasta Rachel y asintió.
—Gracias —Sin una palabra más, cruzó la pista de baile hasta la pareja, que
se movía lentamente.
—Hermano —Bastien saludó a Etienne solemnemente cuando llegó hasta
ellos y después soltó a Rachel, le dedicó una inclinación cortés, y abandonó la
pista de baile.
—Hola —dijo Rachel con suavidad.
—Hola —Etienne abrió sus brazos en ademán de invitación y respiró
aliviado cuando ella se entregó a su abrazo. Allí era donde debía estar. Podía
sentirlo. En trescientos años ninguna otra mujer le había hecho sentir que era la
adecuada. Había acertado al transformar a Rachel. Estaba hecha para él.
—Estás absolutamente impresionante —le murmuró al oído—. Nunca he
visto a una mujer más hermosa en toda mi vida.
Él captó su rubor por el rabillo del ojo. Ella se apretó más contra él y dijo:
—Me resulta difícil de creer, Etienne. Habrás visto a muchas mujeres…
—Pero ninguna de ellas me ha parecido tan encantadora —le aseguró
solemnemente—. Ni siquiera como rubia.
Rachel dejó de bailar y le miró detenidamente a la cara como si dudase de
él. Sonriendo ligeramente, solamente dijo:
—Gracias —Luego sonrió abiertamente y añadió—: Tú tampoco estás mal.
—¿Eso crees? —preguntó Etienne.
—Oh, sí —le aseguró Rachel—. Eres muy guapo. Terriblemente sexy, en
realidad. Tienes ojos malvados, una sonrisa traviesa, y eres muy inteligente.
Siempre he tenido debilidad por los hombres inteligentes, Etienne.
—¿Sí? —Él sonrió abiertamente—. Te gustan los tipos inteligentes, ¿eh?
—Ajá —asintió ella con la cabeza, sonriendo divertida—. La inteligencia me
excita.
—¿Sí? —Etienne alzó las cejas y sonrió traviesamente—. Onomatopeya.
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Rachel parpadeó.
—Endorfina.
La perplejidad de Rachel creció. ¿Qué estaba haciendo? Gracias a sus
propios conocimientos médicos, ella sabía que la endorfina era una sustancia
similar a la morfina que se producía en el cerebro y que se suponía que ayudaba
a controlar la respuesta al dolor. Pero no tenía ni idea de por qué él decía aquello.
Antes de que pudiese preguntar, él añadió:
—Oxímoron.
—Esto... ¿qué estás haciendo? —preguntó.
—Soltar palabras grandilocuentes para impresionarte con mi inteligencia —
Sonriendo, preguntó—. ¿Ya estás excitada?
Rachel se quedó tan sorprendida que se le escapó una carcajada, llamando
la atención de todos los que tenían alrededor.
Etienne sonrió y movió la cabeza a los otros bailarines, antes de volverse a
ella. Arrugó la nariz y fingió fruncir el ceño.
—No deberías reírte de un chico cuando intenta cortejarte.
—¿Es eso lo que haces? —preguntó.
—Sí. ¿Funciona?
Rachel rió por lo bajo y apoyó la cabeza contra su hombro.
— No estoy segura. Tal vez. ¿Por qué no pruebas con otro par de palabras
difíciles?
—Más, ¿eh? —Le apretó más fuerte entre sus brazos—. Hmmm… veamos.
Descomunal. Gurriato.
—¿Qué es eso? —Rachel levantó la cabeza para preguntar. Esa era la
primera palabra que no conocía.
—Un gorrión de seto.
—Ah.
—¿Sigo? —preguntó él.
—No, por favor.
Tanto Rachel como Etienne se enderezaron, sorprendidos ante la seca
petición de Lucern. El hombre moreno estaba junto a ellos en la pista de baile,
con una expresión dolorida en su solemne rostro.
—Me han enviado para informaros de que el tío Lucian quiere hablar un
momento con Rachel.
Consciente de la forma en que Etienne se tensó, Rachel le miró con
curiosidad.
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
—¿Tienes un tío?
—Sí —Soltó el aliento, resignado—. Y además es un viejo canalla.
—Puede ser, pero también es el jefe del clan —comentó Lucern—. Y quiere
hablar con Rachel.
—Y lo que quiere, lo consigue —adivinó ella.
—Me temo que sí —dijo Etienne en tono de disculpa. Le pasó el brazo por
los hombros en ademán protector.
Rachel sonrió de modo tranquilizador.
—No pasará nada, Etienne. Se me da muy bien tratar con las personas.
—El tío Lucian no es una persona normal —dijo él con tono sombrío. Pero
retiró el brazo y la condujo por el codo a través de la pista de baile. Al instante,
Lucern se colocó a su otro lado.
Rachel sonrió ante aquella muestra de lealtad. Se sintió muy protegida
mientras la conducían ante el jefe de su clan. Aunque estaba segura de no
necesitarles realmente. Rachel no bromeaba al decir que se le daba bien tratar con
la gente. Estaba bastante convencida de poder manejar a aquel maldito canalla
fácilmente... y siguió pensándolo justo hasta que llegaron a una mesa donde
había un hombre rubio y muy apuesto sentado junto a la madre de Etienne.
Fue la expresión tensa y nerviosa de Marguerite lo que finalmente hizo que
su confianza se tambalease. Nunca le había visto aquella expresión, y no parecía
augurar nada bueno. Rachel cuadró los hombros y se obligó a sonreír con
cortesía al hombre que supuso que era el tío de Etienne.
Lucian Argeneau era un hombre muy atractivo. Era sin duda el hombre
más guapo presente en la boda. Con su cabello rubio casi blanco y sus rasgos
cincelados, podría personificar la imagen que cualquiera pudiese tener de un
dios griego. Pero cuando contempló a Rachel, su expresión era tan fría como el
ártico, sin rastro de ninguna de las emociones humanas. Si aquel hombre había
sentido alguna vez algo parecido al amor o al cariño, aquellos sentimientos
habían muerto o habían sido destruidos hacía siglos. Los ojos que volvió hacia
Rachel estaban tan vacíos como negras simas.
Ella respondió a su mirada y esperó algún saludo cortés, pero no hubo
ninguno. Le bastó un momento para entender por qué. Aquel hombre le estaba
leyendo la mente. Por decirlo de modo suave. En realidad, estaba revolviendo en
su mente, escrutando cada pensamiento y cada sentimiento tan despiadada y
cruelmente que se quedó sin aliento. Podía sentirle realmente allí, hurgando y
moviéndose a través de sus pensamientos. Y a él no le importaba hacerlo.
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—¡Aquí estás!
Rachel se sobresaltó cuando sonó aquella alegre exclamación,
interrumpiéndoles. Fue seguida de la llegada de una esbelta rubia que apareció
junto a Lucian Argeneau y comenzó a acariciarle el hombro como si él fuese un
gato. Rachel no pudo evitar notar que, sin embargo, era la mujer la que
ronroneaba.
—Lissianna —dijo la rubia—, deberías habernos dicho lo apuestos que son
los hombres de tu familia. Tus hermanos son muy atractivos, y tu primo es
absolutamente guapísimo.
Rachel se sorprendió al oírla referirse a Lucian Argeneau como primo, hasta
que recordó que todos los familiares de más edad habían sido relegados a
parentescos similares para ocultar sus edades a la familia de Greg. Habría habido
demasiadas preguntas si Marguerite hubiese sido presentada como la madre y
Lucien como el tío. En lo que se refería a los Hewitt, los Argeneau sólo estaban
compuestos por la generación más joven, como si ninguno de los parientes
mayores siguiese vivo.
A Rachel no le sorprendió demasiado que varias de las mujeres solteras de
la familia de Greg suspiraran por los Argeneau de un modo casi penoso de
contemplar.
—Crecí rodeada por ellos, Deeanna. Apenas me fijo en su aspecto. Sólo
reparo en ellos cuando se comportan como unos bastardos desalmados.
Rachel miró sobre su hombro y vio que Lissianna y su recién estrenado
esposo junto a Bastien, se habían unido al grupo y se encontraban de pie a su
espalda. No les había oído acercarse. El rostro de la novia estaba embargado de
una cólera fría. Lissianna no estaba muy contenta con su tío, y no tenía el menor
problema en darlo a entender.
—Vamos —murmuró Etienne, aprovechando la distracción. Tiró de Rachel
y se la llevó de allí.
Ella le siguió en silencio, dándole vueltas a la cabeza. Etienne la estaba
cortejando para conseguir que hiciera algo. Aquel pensamiento siguió fluyendo
por su mente mientras él la acompañaba fuera de la sala. Si había algo que Rachel
detestase en este mundo, era que la utilizasen.
Entró en el coche cuando Etienne abrió la puerta. Se puso el cinturón de
seguridad mientras él rodeaba el vehículo para entrar, y permaneció sentada en
un silencio absoluto mientras él arrancaba el motor y empezaba a conducir.
Se dirigían a su casa, por supuesto, para discutir aquello que él quería que
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hiciese. Rachel lo sabía. también sabía que la conversación que iban a tener al
llegar a la casa iba a ser desagradable, sin duda terriblemente dolorosa. Aunque
no sentía ningún deseo de ello, Lucian Argeneau se había asegurado de que no
habría modo de evitarla. Estando así las cosas, Rachel sólo podía esperar que al
menos su orgullo siguiese intacto al final de aquella conversación. Dudaba
mucho que su corazón sobreviviese.
Etienne estuvo maldiciendo en silencio a su tío durante todo el camino.
Aquel hombre siempre había sido un cabrón. El resto de la familia se había
preguntado a menudo si tenía corazón, pero aquella noche había sido el colmo.
Sería raro que a Etienne le quedara la más mínima oportunidad con Rachel
después de aquello. Lucian acababa de complicarle mucho la vida.
Por desgracia, era todo culpa suya, y Etienne lo sabía. Si hubiese abordado
el tema de Pudge con Rachel antes de la boda, como debería haber hecho, no
tendría este problema. Pero no lo había hecho, y ahora no sólo tenía que
convencerla de que afirmar que Pudge la había secuestrado era lo más
inteligente, sino que tenía que hacerlo a pesar de la cólera de la chica. Y en aquel
momento la cólera de Rachel estaba a un nivel alto. Altísimo. Por las nubes.
Aunque normalmente no podía leerle los pensamientos, al parecer los niveles
altos de pasión se abrían ante él como un libro, y al parecer no sólo la pasión
sexual. En aquel mismo momento, Rachel estaba retransmitiendo su ira como
una radio FM a todo volumen.
Etienne aparcó junto a la casa y apagó el motor, y se quedó sentado un
momento mientras Rachel se quitaba el cinturón. Al ver que él no hacía ademán
de salir, Rachel se detuvo y esperó con algo que hubiese podido parecer
paciencia... si él no notase cómo le fulminaba con el pensamiento.
—No me acosté contigo para convencerte de que hicieses lo que queríamos
—dijo al fin, ya que aquel parecía ser el temor que Rachel transmitía con más
fuerza.
—Entonces, ¿por qué te acostaste conmigo?
No le engañó su tono tranquilo. Rachel no le creía y seguía furiosa. Etienne
permaneció en silencio mientras buscaba la respuesta. ¿Por qué se había acostado
con ella? Debía ser una de las preguntas más absurdas que podía formular una
mujer. O quizá no lo hubiera sido con un hombre normal. Un hombre normal
hubiese contestado «porque estabas dispuesta —o, simplemente— ¿por qué
no?». Pero Etienne había pasado ya hacía mucho la fase en la que se hubiese
acostado con cualquier cosa que se moviera. Por desgracia, al cabo de los años el
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Capítulo 13
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—¿Qué te parece que estoy haciendo? —preguntó ella con una fingida
dulzura. Comenzó a meter su ropa dentro de la bolsa que la madre de él había
utilizado para llevársela.
—Parece que estás haciendo las maletas.
—Acertaste a la primera. Eres tan inteligente. ¿Quieres decir otro par de
magníficas palabras para impresionarme?
¿Y él acababa de pensar que le gustaba su lengua afilada? Etienne la miró
furioso.
—No vas a ir a ninguna parte. Tenemos que resolver esto. También
tenemos que hablar de Pudge.
—¡Ajá! —Se volvió hacia él con fría satisfacción—. Sabía que todo esto tenía
que ver con eso. ¡Pudge! Quieres que mienta y diga que él me secuestró.
—Es la mejor manera de tratar este asunto —dijo él con seriedad.
Rachel resopló con mofa.
—Querrás decir que es lo más conveniente para tu gente. Pero no me raptó.
En realidad ni siquiera intentó matarme. Sólo me metí en medio.
—Es peligroso, Rachel.
—Oh, por favor. Tu tío acaba de amenazarme con eliminarme. Acabaría con
Pudge en un latido.
—Sí, lo haría —asintió Etienne—. Pero mi familia prefiere utilizar la muerte
como última instancia. Y en este caso no es necesario, con una simple mentira
dejaría a Pudge vivo pero encerrado ya que es una amenaza. ¿O preferirías verlo
muerto?
Él sintió un poco de satisfacción ante la culpa que cruzó por su rostro. Se
había anotado un punto. ¡Bravo por él!
—No puedo mentir, Etienne. Lo digo en serio. Soy una malísima mentirosa.
Hago muecas y me sale una risilla tonta y nerviosa.
—Al menos podrías intentarlo. Sostienes la vida de ese hombre en tus
manos. Puedes mentir y verlo vivo, o puedes negarte y provocar su aniquilación.
Rachel le miró atónita.
—¿Ahora soy responsable de su vida? ¿Como si fuese culpa mía? Lo
próximo será culparme por iniciar el Apocalipsis.
—Bueno, si vives lo bastante, seguro que podrías ser la causa de ello —
sentenció él.
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—¡Oh! —Ella se volvió para echar de golpe un poco más ropa en su bolso—.
Eres tan encantador. Es asombroso que no fueses capaz de seducirme para que
hiciese lo que querías.
—Nunca te he pedido que hagas lo que yo quiero —Etienne pasó una mano
por su pelo con frustración—. Y sabes exactamente por qué. No quería arruinar
lo que pasaba entre nosotros.
Eso llamó su atención, y Rachel dejó de hacer las maletas. Se giró para
mirarle fijamente.
—¿Qué?
—Me gustas, Rachel. Y te deseo. Constantemente —agrego él secamente—.
No me acosté contigo para conseguir que hicieses lo que yo quiero con respecto a
Pudge. De hecho, nuestra… relación fue la razón de no presionarte con el asunto
de Pudge. Mi familia continuaba incitándome. Bastien incluso lo hizo delante de
ti el día que quedamos encerrados en el jardín, pero no pude. No quise. Seguí
aplazándolo. Lamentablemente, lo aplacé tanto tiempo que el tío Lucian ha
tomado cartas en el asunto, y ahora sí es una cuestión muy seria.
Rachel se movió sobre sus pies, con la mente dando vueltas. Recordaba con
claridad la pregunta de Bastien a Etienne sobre si ya había hablado con ella de…
Nunca había terminado la declaración, Etienne le había interrumpido,
asegurándole que ya lo haría. Pero no lo había hecho. No, ni ese día ni los
siguientes. Quizás decía la verdad. Deseaba con todo su corazón creer que a él le
importaba, pero su mente estaba tan confusa que no sabía qué pensar. Necesitaba
tiempo lejos de él. Su proximidad tenía el desafortunado efecto de confundirla.
Etienne acrecentó su confusión depositando un dulce beso sobre sus labios.
—No creo que alguna vez sea capaz de resistirme a ti, Rachel. Conmueves
mi sangre como ninguna otra mujer ha logrado hacerlo en trescientos años. Me
haces tener hambre. Eres tan hermosa.
Él la tomó entre sus brazos, y Rachel fue incapaz de resistirse. Pensaría en
ello por la mañana, se prometió a sí misma mientras le devolvía sus besos. Todo
estaría más claro por la mañana.
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Una vez que ambos estuvieron de pie, Pudge se colocó tras ella,
utilizándola como el escudo que había mencionado Etienne.
—Quédate ahí —le ordenó Pudge.
Su voz al emitir la orden comenzó firme, pero acabó con una nota que
revelaba su miedo. Y no es que Rachel necesitase escucharla. En realidad podía
oler como el miedo se desprendía de él. No sabía como reconocía el olor pero
supuso que era una nueva habilidad. La mayoría de los depredadores lo poseían,
los perros podían sentir el miedo, así como los gatos. Supuso que los nanos
aumentaban las habilidades más útiles para sus portadores, y para un
depredador era bastante ventajoso poseer este.
—Déjala ir —ordenó Etienne.
—No te muevas —Pudge comenzó a moverse lentamente, arrastrando a
Rachel con él.
—No vas a llevarla contigo.
—Permanece ahí, o le cortaré la cabeza —advirtió Pudge.
—No le hagas daño. Fue culpa tuya que tuviese que transformarla. Habría
muerto por la herida del hacha que le provocaste si no la hubiese convertido.
Eso hizo que Pudge se detuviese. Rachel contuvo el aliento cuando él la
miró.
—Eres la doctora del hospital —él pareció sorprendido. Ella supuso que en
aquel momento había parecido bastante menos sana, ya que estaba
recuperándose de la gripe. Estaba segura de que habría estado pálida y ojerosa.
Notó que la culpa cruzaba el rostro de él y sintió un instante de esperanza. Él
continuó—: Realmente siento haberle clavado el hacha, pero no debió
interponerse. Intenté decirle lo que él era.
—Suéltala —repitió Etienne.
Rachel sintió morir la esperanza cuando Pudge se tensó. Su expresión se
volvió sombría mientras presionaba el cuchillo en su garganta con más fuerza. Al
parecer su sentimiento de culpa era escasa.
—No le haré daño si te quedas donde estás —Él pareció haber recuperado
un poco el control. Rachel no pudo decidir si eso significaba que su confianza
había aumentado o si las repetidas advertencias de Etienne le habían hecho
sentirse más seguro del hecho de que tenía ventaja.
—Si le haces daño, te cazaré y te mataré con mis propias manos.
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—Así que me porté bien y esperé hasta que Etienne estuviese dormido, ya
estaba en la cocina cuando te oí entrar —aseguró ella—. Has arruinado mi plan.
Etienne parecía trastornado, pero Rachel le ignoró. Esperó mientras Pudge
asimilaba sus palabras.
—Si eso es verdad, ¿por qué no te limitaste a irte? —preguntó Pudge con
incredulidad—. ¿Por qué te quedaste y le salvaste?
Rachel se encogió de hombros.
—Mi conciencia no me lo permitiría. No podía dejarte asesinarle mientras
dormía después de que salvó mi vida de la herida mortal que tú me infligiste —
Enfatizó esa parte, esperando provocar el regreso de la culpabilidad que había
observado antes en su cara. Cuando le vio parpadear, Rachel decidió apretar un
poco más el tornillo de la conciencia—. A propósito, muchas gracias por eso. Ser
un demonio chupasangre no era la cúspide en mi lista de sueños y deseos, y no
puedo describirte cuán complacida estoy de tener que hacer mi trabajo en el
turno de noche por toda la eternidad.
Pudge se estremeció.
—Lo siento —dijo él con pesar, entonces hizo una pausa y echó un vistazo a
Etienne—. ¿Qué sugieres que hagamos con él para salir de aquí?
Rachel pensó en ello. No creyó ni por un minuto que ahora él la creyese en
su mismo bando. Supuso que la estaba evaluando. Si le daba una respuesta que
no le gustaba, estaría en problemas. Pero de todos modos ya estaba en
problemas. Él parecía considerarse el moderno Van Helsing, dedicado a
erradicar la plaga de vampiros del mundo, y ella era muy consciente de que
estaba en su lista. Su única esperanza era convencerle de que era demasiado
estúpida para darse cuenta de eso, y de que ella creía que ahora estaban del
mismo lado. Con ese fin, fue sumamente cuidadosa con su respuesta.
—Bueno, no quiero verle muerto después de que él me salvó. Si realmente
quieres matarlo, o lo intentas otro día cuando yo no esté aquí o me clavas la
estaca ahora y aprovechas la oportunidad con él… pero yo no lo haría si
estuviese en tu situación. En circunstancias normales es más rápido, más ágil y
más fuerte que diez hombres. Ahora mismo no está muy fuerte, pero yo sí.
Contra dos de nosotros las probabilidades no están a tu favor —agregó ella.
Pudge escuchaba, y su honestidad ante su rechazo de ver a Etienne muerto
pareció convencerle. Rachel apenas dejó que lo asimilase cuanto añadió—:
Además también está su sistema de seguridad. Probablemente varios de su raza
están en camino ahora mismo. Así que no tienes mucho tiempo.
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Etienne sintió una mezcla de alivio y horror. Había sangre en la nevera del
despacho. Podría reponerse y recuperarse rápidamente con ella, una vez que le
encerrasen en el cuarto. Después podría escapar y cazar a Pudge. Su pánico se
debía a que mientras este plan le salvaba a él, dejaba a Rachel en peligro. No
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tenía ninguna idea de lo que el hombre haría con ella una vez que tuviese la
oportunidad, pero supuso que sería algo desagradable. Rachel era diez veces más
fuerte de lo que solía ser, pero no era invulnerable. Etienne temía que intentase
algo arriesgado por su cuenta después de que a él quedase encerrado a salvo.
—¡Muévete! —gritó Pudge, añadiendo un toque de énfasis al dispararle.
Etienne gruñó y saltó hacia atrás desde donde estaba sentado. La bala le
había perforado el músculo y el hueso. Vio a Rachel comenzar a luchar, sólo para
detenerse bruscamente casi al momento. Entendió por qué cuando notó la línea
de sangre bajando por su garganta. El bastardo la había cortado, no lo bastante
profundo como para que fuese una herida seria, pero igualmente la habia
cortado.
Etienne sintió que la rabia le atravesaba, lo suficiente para ayudarle a
ponerse de pie. Deseaba volar a través de la habitación hacia el hombre, pero
podría ser inútil una vez que le alcanzase debido al estado en el que se
encontraba. Además cabía la posibilidad de que a Pudge le entrase el pánico y
cortase la cabeza de Rachel, eliminando así una amenaza. Etienne no podía
permitirlo.
Rachel apretó los dientes y dijo:
—Te dije que no te dejaría matarle. Si le vuelves a pegar un tiro, me
arriesgaré a perder la cabeza para matarte.
—Cállate —siseó Pudge, aunque un poco de su confianza le abandonó.
Hizo un gesto a Etienne con su rifle, apoyándose en la puerta a la vez que
arrastraba a Rachel con él—. Fuera.
Etienne se movió diligentemente hacia la puerta, intentando no parecer tan
débil como se sentía. Sufría una severa necesidad de sangre en ese momento,
gracias a la nueva herida. Sus procesos mentales se habían vuelto agotadores y
borrosos debido a que su cuerpo estaba perdiendo cada vez más sangre. Poner
un pie delante del otro le costó toda su concentración mientras encabezaba el
descenso hacia el sótano. Etienne intentaba pensar en una salida a la crítica
situación al mismo tiempo que se movía, pero no se le ocurría nada, al menos
nada que dejase a Rachel fuera de peligro.
—¡Wow! —Pudge estaba evidentemente impresionado por la zona de
trabajo de Etienne. Etienne se detuvo en el centro del cuarto y se giró para
observar como se iluminaban los ojos del hombre al pasearse sobre su equipo de
trabajo.
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Capítulo 14
arriesgarse a echar una mirada a su alrededor cuando oyó como se abría otra
puerta. Se encontraba a su derecha, hacia el frente de lo que debía ser una
furgoneta, dedujo. El suelo bajo ella se meció un poco cuando Pudge entró en el
vehículo.
Rachel se obligó a tranquilizarse y se maldijo por no haber escuchado con
más atención lo que Etienne había intentado explicarle. No tenía ni idea de cuáles
eran sus habilidades como vampiro, excepto que era más fuerte y más rápida que
un humano normal y podría sufrir más daño sin llegar a morir. Por lo que ella
había entendido, excepto el fuego y que le cortasen la cabeza nada más podría
matarla. Aunque ser atravesada por una estaca podría pararle el corazón y forzar
a los nanos a una condición de estasis hasta que le quitasen la estaca.
Era genial saberlo, desde luego, pero Rachel no tenía ninguna pista de lo
fuerte que era exactamente, o cuan rápida. No sabía si podría romper sus
ataduras, y aunque pudiese, si ahora era lo bastante veloz para conseguir escapar
de la furgoneta antes de que Pudge pudiese coger su lanza-estacas o lo que fuese
para dispararle. La idea de intentarlo era tentadora, pero la idea de que le
disparase —dejando aparte el hecho de que probablemente fallaría el tiro a su
corazón— la desalentaba. Rachel odiaba el dolor. Si ya pensaba que una bala era
malo, ¿cómo sería con una estaca? Era una gallina en lo que concernía al dolor,
en realidad una gran llorona. Decidió no correr el riesgo.
El trayecto fue corto. Rachel pasó el tiempo intentando discurrir un plan de
fuga. Ella no tenía ninguna idea de por qué Pudge la había llevado con él. Al
principio necesitaba un escudo, o eso creía, pero una vez que encerró a Etienne,
ya no lo necesitaba. En realidad le sorprendía bastante que él no hubiese
aprovechado entonces la oportunidad para clavarle una estaca.
Rachel supuso que la culpa podría ser la razón de que no lo hubiese hecho
todavía, después de todo fue su ataque el motivo de que la hubiesen convertido.
Pero eso la dejó preguntándose que tenía pensado hacer con ella si clavarle una
estaca no era el plan. Nada bueno acudía a su mente. La fuga seguía siendo su
mejor opción. Solamente debía maquinar cómo.
Presumiblemente él la llevaría a algún lugar, aparcaría y después vendría
de nuevo a por ella con el cuchillo. Esa vez temía que tendría que correr el riesgo
de que la cortase.
No lo buscaba, pero podría sufrir aún más si no lo hacía.
El sonido de la furgoneta se detuvo. Era hora de escapar. Sintió como su
cuerpo se tensaba cuando la furgoneta se balanceó. Notó como Pudge se apeaba
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puerta de la casa. Era un garaje para un solo coche, y la furgoneta dejaba apenas
un espacio de metro y medio por donde moverse. Rachel avanzó a lo largo del
costado de la furgoneta, deteniéndose cuando descubrió la corona de ajos con
una cruz en el centro que colgaba sobre la puerta.
—Lo siento. Retrocede un poco —Pudge se movió rápidamente para quitar
toda la parafernalia.
Ella no le dijo que eso era inútil. En lugar de eso, pensó en lo paranoico que
debía estar el tipo para colocar semejantes cosas sobre su puerta.
—Ok —Acarreando la cruz y el ajo con él, se apartó del paso y señaló hacia
delante, diciéndole—: Es la llave ancha de plata.
Rachel buscó hasta que encontró la única llave de plata, dio un paso hasta la
puerta y la insertó en la cerradura. Cuando la cerradura se abrió, se giró
arqueando una ceja interrogativa hacia su captor.
—Continúa —ordenó Pudge, gesticulando con su ballesta. Rachel abrió la
puerta, dio un paso entrando en la cocina, y se quedó de piedra. Nunca había
visto una pocilga semejante. La encimera y el fregadero estaban abarrotados con
platos asquerosos, y no había una pulgada del horno, frigorífico, encimera,
alacenas o suelo que no estuviese cubierto por rastros de comida derramada o
simple suciedad. Por encima de todo ello había una capa de grasa que hablaba de
toda la comida que se había freído allí.
—Muévete —Un fuerte empujón en la espalda de Rachel hizo que diese un
rápido paso adelante, luego continuó a través de la cocina evitando tocar algo. Ya
era bastante malo que tuviese que pisar el suelo; sus zapatillas se pegaban al
linóleo con cada paso. Era asqueroso. Y el comedor era igual de malo, según
pudo ver cuando pasó a través del arco.
—Siéntate.
—Preferiría no hacerlo —Rachel miró la mesa con su pila de platos sucios.
Desafortunadamente no solamente era comida lo que había en ellos. Varios
bichos se arrastraban por encima, dándose un banquete con una pizza que debía
tener al menos un mes y otros restos. En cuanto a las sillas al menos no tenían
platos encima, pero a cambio estaban cubiertas por viejos periódicos, folletos
publicitarios y otras propagandas.
—Sabes, Pudge, una señora de la limpieza no estaría mal.
—¡Siéntate! —Al parecer se sentía bastante confiado ahora que se
encontraban allí dentro. Se acercó lo suficiente a ella como para aferrarla del
hombro y empujarla hasta la silla más cercana. Rachel hizo una mueca cuando el
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Aún no se imaginaba lo que él tenía planeado hacer con ella, pero hasta que
tuviese la oportunidad de escapar, suponía que lo mejor sería intentar llevarse
bien con él.
—No, gracias —contestó ella educadamente en respuesta a su oferta.
Dejando que su mirada vagase por lo poco de la sala de estar que podía
vislumbrar, observó que las puertas del balcón estaban bloqueadas por tablas de
madera y unas barras metálicas sobre ellas. La casa estaba bastante sombría.
Observando el resto de las ventanas, notó que también estaban cubiertas de
madera y barras de metal. Tal vez no siempre estaba intentando matar a Etienne.
—Sabes, eres bastante atractiva.
La atención de Rachel regresó a su captor. No estaba segura de cómo
responder. Procedentes de cualquier otra persona, podría tomarse las palabras
como un elogio. Pero él las había dicho casi con decepción. Entendió la decepción
cuando él continuó explicando:
—Bueno, ya sabes. Eres bastante bonita, pero no tanto como me esperaba.
En todas las películas, las mujeres vampiro son… —hizo una pausa, al parecer
buscando la palabra adecuada—, más excitantes. Corsés de vinilo negro y botas
de tacón alto hasta la mitad del muslo —Su mirada se clavó en el pecho de ella,
como si intentase adivinar si ella llevaba puesto un corsé de vinilo negro bajo su
camiseta.
Rachel suspiró y dedujo que iba a ser un día muy largo.
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Capítulo 15
—Bienvenida de vuelta.
Rachel se estremeció ante aquellas palabras mientras parpadeaba abriendo
los ojos. Por un momento no supo donde se encontraba, pero entonces enfocó la
cara de Pudge y su memoria regresó. Siguiendo la mirada de él sobre su pecho,
hizo una mueca ante la vista de su camisa abierta revelando su sujetador de
encaje manchado de sangre.
—Saqué la estaca —explicó Pudge, mientras su mirada fascinada recorría la
lisa piel—. Te curaste como si nada. Primero se detuvo la hemorragia, después se
cerró el agujero y entonces hasta la cicatriz desapareció. ¡Eso sí que fue magia!
Rachel giró la cabeza con cansancio apartándose de su excitado rostro.
Magia. Pero ahora necesitaba desesperadamente más sangre. No podía
recuperarse de una herida semejante sin una gran cantidad. Su cuerpo se
encontraba sufriendo una agonía de necesidad, acalambrado y clamando por el
fluido de vida. Ahora mismo podía oler la sangre dentro del hombre que estaba
de pie junto a ella, e incluso creyó poder oírla corriendo por sus venas. Si él se
acercaba más, Rachel no confiaría en sí misma para no morderlo a pesar de sus
mejores intenciones. Con su cuerpo clamando por ello, decididamente se sentía
capaz de hacerlo.
Rachel sacudió la cabeza y mentalmente se reprendió por siquiera pensarlo.
Ella no era ningún demonio chupasangre sin alma que no podía controlarse.
Etienne le había asegurado que no lo era. Podía luchar. Tan solo tenía que
convencer al pequeño e incompetente cretino “viva la estaca” para que fuese a
atracar un banco de sangre y le trajese su alimento. No le mordería.
Un gemido procedente del fondo del cuarto provocó que Pudge mirase
detrás de él y después se movió en esa dirección. Rachel sintió tanto alivio
porque hubiese llevado lejos su olor impregnado de sangre que cerró los ojos y
no prestó atención a lo que estuviese haciendo hasta que volvió. El olor regresó
con él, más fuerte aún que antes.
—Aquí tienes. Pensé en limitarme a matarla, pero decidí mantenerla viva
para ti. Necesitas la sangre. Muérdela. Dale el beso del vampiro.
Rachel gimió y apartó la cabeza con desesperación cuando Pudge empujó a
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una pálida y todavía mareada Sra. Craveshaw hacia ella hasta que estuvo
prácticamente bajo su nariz. Al parecer la mujer había estado inconsciente todo el
tiempo, lo cual sólo podía ser bueno, supuso Rachel. Por lo menos la mujer no
había sido testigo de su curación “mágica”. El problema ahora era que la anciana
tenía un corte en lo alto de su cabeza donde Pudge la había golpeado. La sangre
se había deslizado a través de su cabello formando un reguero que había
descendido por su cuello hasta empapar el hombro de su floreada blusa. El
aroma era embriagador, tentador, inevitable. Sintió que su control se evaporaba,
entonces bajó la mirada hasta el rostro de la mujer cuando ésta gimió. La Sra.
Craveshaw no la miraba a ella; miraba a Pudge con una expresión de terror que
dejaba claro que creía que él estaba totalmente loco. ¿Quién podría culparla?,
pensó Rachel débilmente. Cosas como los vampiros no existían.
—Vamos, muérdela —gimoteó Pudge, impacientándose.
Rachel se limitó a cerrar los ojos y negó con la cabeza, apartando el rostro
hacia un lado en un esfuerzo por evitar el tentador aroma. Moriría antes de
matar a otro ser, y mucho se temía que si realmente mordía a la mujer, no sería
capaz de parar hasta que la hubiese dejado seca. No correría el riesgo.
—Aún no estás lo bastante hambrienta, ¿eh? —Pudge pareció decepcionado
—. Bueno, la mantendré aquí hasta que lo estés. ¡Oh!
Esa exclamación atrajo la cansada mirada de Rachel. Para su alivio, Pudge
empujaba a la mujer hacia el otro lado del cuarto. Todavía podía oler la sangre,
pero le llegaba más tenue, menos tentadora. Pero la radiante expresión en el
rostro de él cuando volvió sus ojos hacia ella, la hizo recelar.
—Apuesto a que estás cansada, ¿eh? —dijo Pudge mientras ataba a la mujer
—. No había pensado en ello, pero es de día y todo eso, y probablemente sufres
ese cansancio del vampiro cuando apenas puedes mantenerte despierta y te
sientes verdaderamente débil y agotada.
Rachel no se molestó en corregirle. No creía que fuese bueno para él saber
más de lo que ya sabía sobre los vampiros.
—Ven —Regresando junto a ella, soltó rápidamente las esposas de su
cuello, hombros, y cintura, y después se inclinó para soltar también las de sus
muslos y tobillos. Rachel bajó la mirada hacia la cabeza de él mientras trabajaba,
pensando tristemente que si no estuviese tan débil, ésta sería su oportunidad de
escapar. Pero su cuerpo estaba seriamente carente de fuerza, sus músculos
parecían de goma a causa de la debilidad. Ni siquiera estaba segura de poder
mantenerse en pie más allá de un momento, así que ni hablar de golpear al
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Juego de palabras con el apellido de la anciana. Crabby = malhumorado/a, hosco/a
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admitió:
—No creo que pueda…
Hasta ahí pudo llegar. Pudge la levantó en brazos y la tiró dentro sin
ninguna ceremonia. Rachel no supo si había sido por la irritación o simplemente
porque él era demasiado débil para sostenerla por mucho tiempo, pero aterrizó
con fuerza y jadeó cuando el dolor adicional se irradió a través de ella. Mientras
se encontraba incapacitada, Pudge cerró una nueva esposa alrededor de su
tobillo.
—La cadena es lo bastante larga para que salgas y te alimentes de la vieja
Crabbyshaw cuando estés hambrienta —explicó él—. Pero no lo bastante larga
para que puedas escaparte. ¡Dulces sueños!
La tapa se cerró de golpe.
Rachel se encontró inmediatamente rodeada por una asfixiante oscuridad.
Se estiró débilmente y su mano tocó el forro de satén del ataúd. El pánico
amenazó con abrumarla. Siempre había tenido un poco de claustrofobia, pero en
ese momento pareció intensificarse. Obligándose a respirar profundamente,
Rachel bajó su mano débilmente hasta apoyarla sobre su pecho e intentó
calmarse. Solamente descansaría un rato. Descansaría y se repondría, y cuando él
se fuese, se deslizaría fuera y…
Sus pensamientos se volvieron borrosos en ese punto. Fuera y… ¿qué?
¿Sería capaz siquiera de salir del ataúd? Sin sangre, no era probable que
recuperase su fuerza. En cambio se debilitaría cada vez más… Dios mío, ¿dónde
estaba Etienne? ¿Por qué no estaba aquí sacándola de este lío? Ella le había
salvado el trasero asegurándose de que le dejasen en su despacho donde tenía
sangre a mano; lo menos que podía hacer ahora era echarle una mano.
Respirar se le estaba haciendo difícil. En el ataúd no parecía haber bastante
aire. Debía estar consumiéndolo todo. Se asfixiaría y moriría allí dentro.
Rachel se obligó a calmarse, diciéndose que era por la claustrofobia. No
moriría. Nadie había mencionado la carencia de aire como uno de los maneras en
que podrían morir. Sólo debía quedarse tranquila y esperar. Etienne vendría.
Etienne frunció el ceño y miró hacia la puerta. No estaba seguro, pero creía
haber oído algo. Dejando el lío de circuitos quemados con los que había estado
trabajando durante lo que parecían haber sido horas, se puso de pie y se acercó a
la puerta para presionar la oreja contra ella.
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La estruendosa música rock fue lo que despertó a Rachel. Abrió los ojos en
la implacable oscuridad. Su respiración se volvió instantáneamente más difícil,
como si todo el aire en el ataúd se hubiese ido. El pánico volvió a dominarla. Esta
vez eso trabajó en su favor; la subida de la adrenalina que lo acompañaba le
otorgó la fuerza necesaria para empujar la tapa del ataúd. Rachel estaba tan débil
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que apenas logró levantarla un par de pulgadas; y tuvo que dejar su mano entre
la tapa y el borde del ataúd para evitar que se cerrara. Hizo una mueca ante el
dolor cuando la tapa presionó su mano, pero valía la pena por disponer del aire
extra que iba entrando. Haciendo acopio de fuerzas se levantó y empujó la tapa
hacia arriba hasta poder ver la habitación.
Lo primero que vio fue a la Sra. Craveshaw atada y apoyada contra la
pared. La mujer estaba despierta y miraba fijamente con los ojos muy abiertos
hacia algo que se encontraba al fondo del cuarto. Rachel intentó ver qué era, pero
todo lo que pudo vislumbrar fue una puerta abierta. La posición del ataúd no le
permitía ver mucho de la otra habitación, tan solo un resquicio. No veía a Pudge
por ninguna parte. Medio a rastras y medio tirando de sí misma, Rachel comenzó
a trepar por el borde del ataúd. De pronto recordó su primera mañana en la casa
de Etienne y la forma en que él se había sentado y saltado suavemente de su
ataúd. Deseó tener la fuerza para hacer eso ahora mismo, pero se consideraría
afortunada si era capaz de salir aunque fuese arrastrándose. Era pura
determinación lo que la movía, sospechaba Rachel. Necesitaba sangre. Tenía que
salir de allí.
Un gruñido resbaló de sus labios cuando Rachel consiguió pasar su cuerpo
sobre el borde lo suficiente como para que la gravedad ejerciese su efecto
haciéndola caer al suelo. El traqueteo y el sonido metálico de la cadena atada a su
tobillo le pareció increíblemente ruidoso a pesar de la música que sonaba desde
el otro cuarto. Se tomó un momento para recuperar el aliento, esperando que en
cualquier momento Pudge acudiese a zancadas y arruinase su fuga.
Rachel abrió los ojos y miró a la Sra. Craveshaw. La mujer paseaba su
mirada con los ojos muy abiertos de Rachel al fondo de la habitación. Rachel no
sabía si la expresión del rostro de la anciana era de miedo de ella o miedo por
ella, pero sabía que tenía que moverse.
Sin levantarse, Rachel se acercó a gatas a la mujer, arrastrando la cadena
tras de ella.
—¿Está usted bien?
La Sra. Craveshaw le dirigió una sonrisa vacilante.
—Sí, querida. Pero temo que Norman se ha vuelto loco. Parece que se cree
un vampiro.
Rachel siguió su mirada hacia la puerta justo a tiempo de ver pasar a
Pudge. La larga capa que había visto colgando de la pared ahora ondeaba
alrededor de su cuerpo. Falsos colmillos blancos destellaban en su boca.
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Capítulo 16
vuelta a la casa. Fue una corta y tensa espera. Los tres se enderezaron en sus
asientos e intercambiaron miradas de preocupación cuando escucharon el ulular
de una sirena en la distancia. Permanecieron donde estaban mientras se acercaba.
Esa era una gran ciudad; el coche tanto podía ser de la policía como de los
bomberos, y podía dirigirse a cualquier otro lugar.
Sin embargo Bastien y Lucern aferraron las manillas de sus puertas, cuando
un coche de policía giró hacia la calle donde ellos esperaban.
—Esperad —exclamó Marguerite, haciendo que se detuviesen. Los dos
hermanos permanecieron donde estaban, pero bajaron las ventanillas mientras el
coche patrulla enfilaba el camino de entrada de la casa vecina a la de Pudge; la
misma en la que la mujer de antes acababa de entrar. Entonces ella salió,
apretando todavía algo pequeño y peludo contra su pecho mientras corría hacia
el coche. Un oficial de cabellos oscuros salió de detrás del volante y cerró la
puerta de un portazo, y hacia él corrió la mujer.
—¡Se ha vuelto loco! —gritó—. ¡Cree que es un vampiro! ¡Quería comerse a
mi Muffin!
—Espero encarecidamente que su muffin sea la bola de pelo que lleva entre
los brazos —dijo Lucern con un humor seco que provocó la risa de Bastien y
disipó un poco la tensión que habían estado padeciendo.
—¿Quién se ha vuelto loco, señora? —escucharon preguntar al oficial rubio
que estaba rodeando el coche para unirse a la pareja.
—Norman. Mi vecino —ella señaló hacia la casa en la que Etienne había
desaparecido—. Tiene a una pobre mujer encadenada allí. Creo que es la chica de
las noticias, esa trabajadora del hospital que lleva un par de semanas
desaparecida. Está pálida y no parece encontrarse bien en absoluto. Está claro
que la está matando de hambre. Ha intentado obligarla a que se comiese mi
perro.
—¿Su perro? —preguntó el oficial moreno con asco.
—Mi Muffin —ella levantó sus brazos ligeramente y después mimó la
temblorosa bola de pelo que sujetaba.
—¿Eso fue antes o después de que él mismo intentase comer a su Muffin?
—preguntó el rubio con un rastro de diversión que provocó el ceño de Bastien.
Era evidente que al menos uno de ellos creía que la mujer estaba chiflada.
Aparentemente, Bastien no fue el único que se dio cuenta. La mujer entrecerró
los ojos mirando al oficial como una maestra de primer grado que hubiese
pillado a un niño alborotando en su clase.
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—Conviérteme.
Rachel se movió un poco hacia un lado para mirar a Pudge por encima del
hombro de Etienne. Tras el tenso silencio transcurrido tras su reaparición con la
ballesta, ésas no eran las palabras que hubiese esperado oír.
—Vamos —lloriqueó Pudge cuando ambos, Etienne y Rachel, le miraron
inexpresivamente—. ¿Por qué deberíais tener vosotros toda la diversión?
Conviérteme. ¿Por favor?
Etienne miró a Rachel, pareciendo preguntarle si la petición de Pudge era
real.
—Conviérteme y te concederé el descanso —prometió Pudge.
—¿Descanso? —repitió Etienne con sorpresa.
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sobre ella, después su cabeza giró hacia un lado cuando la causa del chirrido
quedó explicado al deslizarse una gran cruz desde un hueco en la pared
balanceándose a través de la habitación como si fuese un péndulo. Su mirada
volvió a Etienne y notó que él también se había sobresaltado a causa de la
repentina explosión de luz, ya que también estaba jadeando. Pero no había
advertido la cruz de seis pies que caía hacia él.
Rachel gritó para avisarle, pero fue demasiado tarde, sólo logró que él se
volviese hacia el enorme objeto a tiempo para sufrir un fuerte golpe frontal. Gritó
de nuevo cuando él cayó hacia atrás y chocó contra la pared. Comenzó a correr
hacia él, pero cambió de dirección y corrió hacia Pudge cuando notó que éste se
había levantado. Al quedar Etienne fuera de combate, Pudge se había inclinado
recogiendo su ballesta. Sacó una estaca nueva de su bolsillo.
A pesar de su velocidad, Pudge ya tenía el arma cargada cuando le alcanzó.
Le daba la espalda así que no la vio llegar, ella aprovechó la ventaja y saltó sobre
su espalda. Él se enderezó con un chillido y trató de quitársela de encima, pero
Rachel se sujetó como un mono mientras una rabia animal la atravesaba. Con un
brazo alrededor del brazo de él y sobre su pecho, pasó el otro alrededor de su
cuello y le aferró la mandíbula. Rachel ni siquiera razonaba cuando tiró de su
cabeza inclinándolo hacia un lado. Era puro instinto animal lo que la hacía actuar
así, inclinando su propia cabeza hacia el cuello de él con la total intención de
morder a la pequeña comadreja y dejarle seco.
—¡Quietos!
Rachel escuchó el grito y rápidamente apartó la boca del cuello de Pudge
sin haber llegado a morderle. Echó la cabeza hacia atrás mientras Pudge
trastabillaba hacia las escaleras, con la ballesta agitándose salvajemente. Los ojos
de ella se abrieron asombrados ante la vista de dos policías uniformados de pie
junto a la base de las escaleras, con las armas desenfundadas y apuntadas en su
dirección. Entonces la ballesta se disparó.
—Oh —jadeó Rachel mientras los oficiales saltaban intentando apartarse de
la trayectoria del zumbante proyectil. Se escuchó una maldición, seguida de un
ruido sordo cuando el policía rubio sufrió el impacto. Al principio ella creyó que
le había dado en el brazo, pero cuando él comenzó a tirar del mismo, vio que la
estaca había evitado carne y hueso y tan solo había atravesado su manga, la cual
ahora estaba fijada a la pared.
Rachel aún estaba mirando al forcejeante hombre cuando Etienne se movió.
Estuvo a su lado, apartándola de la espalda de Pudge y colocándola fuera de la
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—Bien pensado —dijo el rubio con tono afable, bajando su arma un poco y
alzando su mano libre para coger la ballesta.
—No la aparte de ellos —advirtió Pudge mientras se la entregaba—. Son
súper rápidos, ya sabe. Y súper fuertes. Yo… ¡Eh!
En el momento en que el arma cambió de manos, el oficial arrojó la ballesta
a un lado y levantó la pistola apuntando a Pudge. Ignorando su expresión
dolorida, el policía gesticuló con ella.
—Contra la pared. Vamos, contra la pared y separa las piernas.
—Pero… —la protesta de Pudge fue cortada cuando el segundo oficial
corrió hacia delante y le cogió por el brazo.
—Separa las piernas —vociferó el oficial moreno, todo rastro de afabilidad
había desaparecido. El rubio mantuvo la pistola apuntada hacia Pudge mientras
su compañero enfundaba la suya y procedía a registrarle. El maníaco tenía otro
par de estacas en el bolsillo trasero de sus vaqueros que el policía sacó.
—Bueno —dijo el oficial rubio mientras su compañero desaparecía escaleras
arriba con Pudge. Entonces se giró para mirar a Rachel y Etienne, con su atención
concentrada en Rachel—. Supongo que aquí es donde ha estado desde que
desapareció del trabajo hace una semana.
Rachel miró a Etienne mientras le sentía tensarse a su lado. Sabía lo que él
deseaba que dijese. Él y toda su familia querían que ella afirmase que Pudge la
había traído aquí aquella noche una semana atrás. Sin embargo no era cierto, y
ella era una pésima mentirosa. Dudó brevemente, considerando sus opciones. El
hombre la había secuestrado. Ciertamente no había venido desde la casa de
Etienne de buena gana. Por otra parte, no podía explicar dónde había estado la
pasada semana sin que hubiese preguntas de difícil respuesta. Rachel decidió ser
sincera pero cautelosa.
—Pudge me secuestró, me trajo aquí y me mantuvo prisionera contra mi
voluntad —admitió solemnemente, y notó cómo Etienne se relajaba a su lado.
Casi se giró para preguntarle por qué se relajaba; aún no estaban a salvo de
problemas. Pero se contuvo mientras el oficial asentía.
—¿Cómo la trajo aquí, señora?
Rachel dudó, y luego dijo:
—Llegó a la morgue vistiendo un abrigo encima de un traje militar. Llevaba
un rifle y un hacha bajo el abrigo y gritaba algo acerca de vampiros y cosas
parecidas y… —dudó y miró a Etienne de nuevo. Parecía estar conteniendo la
respiración. Tragando, se giró de nuevo y continuó—. Lo siento pero mi memoria
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Capítulo 17
de eso, ¿dices que la Srta. Garrett y el Sr. Argeneau son los vampiros?
—Son dientes falsos, ya se lo dije —refunfuñó Pudge, acosado—. Si me
quitara las esposas, me sacaría las malditas cosas. Los míos son falsos, pero los de
ellos son reales.
—Seguro que lo son, Norman —acordó con dulzura Treebech, el oficial de
pelo oscuro.
—¡Deje de llamarme así! —estalló Pudge—. Norman. Dios, odio ese
nombre. Suena como si fuera un idiota —Los miró airada y brevemente, y
después dijo—. Se lo repito, Etienne Argeneau es un vampiro. La mujer también
lo es. ¡Demonios, ella me mordió!
Rachel hizo una mueca. En realidad no llegó a morderle, pero se había
acercado más de lo que había creído, y el hombre tenía un rasguño donde un
diente le había rozado. Nadie diría que podía ser un mordisco ya que apenas
parecía un arañazo. Aún así había estado más cerca de lo que hubiese querido
estar de morder jamás a alguien. Bueno, exceptuando quizás a Etienne. Ella
disfrutaba bastante dándole mordiscos de amor cuando ellos… ¿mordiscos de
amor? Rachel negó con la cabeza. Mordiscos sexuales, más bien. No mordiscos
de amor. Ella no amaba a Etienne. ¿O sí? La pregunta dio vueltas y vueltas por su
mente, seguida por una mezcla de pensamientos confusos y sentimientos.
Sentimientos cálidos y de cariño que la alarmaron bastante. Dios mío, ella no
podía amarle.
Rachel notó de repente que Lucern la miraba fijamente con interés.
Entonces se le ocurrió que cualquiera de las personas que la rodeaban de manera
protectora, podría estar leyendo sus pensamientos. Obligó a sus desbocados
pensamientos y sentimientos a que se metiesen en un oscuro rincón de su mente
y se volvió hacia lo que estaba ocurriendo más allá del vidrio. Pudge miraba
furioso a los oficiales, con la boca cerrada.
—Muy bien, entonces aceptemos que ella realmente te mordió —comentó
Carstairs—. ¿Crees que ahora tú también serás un vampiro, Norman?
—No me llame Norm… —Pudge se detuvo bruscamente, sus ojos
abriéndose de par en par. De pronto no pareció sentirse tan acosado. El
entusiasmo y el asombro se reflejaron en su expresión—. Ella realmente me
mordió. ¿De verdad cree que me convertiré en un vampiro?
—No lo sé, Norman. Tú eres el experto. ¿Tú qué crees?
Pudge pensó en ello durante un minuto y después razonó:
—Supongo que es posible. Aunque Renfield no se convirtió en vampiro
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después de una sola mordedura. Él… —El horror cruzó su rostro—. ¡Oh, vaya!
Renfield se convirtió para el resto de su vida en el sirviente de Drácula después
de una mordedura. Era su esclavo.
—Entonces, ¿eso te convierte en el esclavo de la Srta. Garrett? —preguntó
Treebech.
Pudge no le escuchó. Su mente estaba absorta.
—Jesús, también comía bichos y cosas así. ¡Tío! No sé si puedo comer
bichos.
Los oficiales se miraron mientras Pudge sacudía su cabeza con
desesperación.
—Creo que ya es suficiente. Me gustaría interrogarle yo ahora.
Rachel echó un vistazo al hombre que había hablado: El Dr. Smythe, un
psiquiatra de su hospital. Le habían llamado de la comisaría para evaluar el
estado mental de Pudge. Al principio había solicitado que le permitiesen
observar a Pudge durante el interrogatorio. Afirmaba que los sujetos tendían a
responder de manera diferente a los profesionales de la psiquiatría que a
personas legas, incluidos policías. Por lo visto ahora deseaba hacer algunas
preguntas él mismo.
El capitán Rogers, el superior de Carstair y Treebech, asintió y se puso en
pie.
—Por supuesto, doctor. Venga conmigo.
Rachel los observó mientras abandonaban el cuarto de observación. Poco
después se abrió la puerta del cuarto de interrogatorios y entraron el doctor
Smythe y el capitán Rogers. El capitán de policía les hizo una seña a Carstairs y
Treebech para que se acercasen a él, mantuvo con ellos una breve conversación
en voz baja y después salió del cuarto. En cuanto se fue, el doctor Smythe se
presentó y tomó asiento en la silla que Treebech había desocupado. Sonrió a
Pudge y le preguntó:
—Norman, ¿comprende usted la diferencia entre la fantasía y la realidad?
Rachel sonrió ligeramente ante la pregunta. Era la misma que Etienne le
había hecho en la casa. Su mirada se dirigió hacia la puerta del cuarto de
observación cuando ésta se abrió para dar paso al capitán Rogers, pero volvió
rápidamente a Pudge, el cual miraba fijamente al doctor como si se tratase de un
extraterrestre.
—¿Huh?
—¿Comprende la diferencia entre la fantasía y la realidad? —repitió el
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una pregunta incómoda y no había nadie allí para borrar el recuerdo en la mente
del que la hiciese? Rachel era una pésima mentirosa. Además, él sentía un
insistente temor de que se pudiese marchar. Ahora ella podía alimentarse por sí
misma. Hasta se había alimentado directamente de la bolsa en la furgoneta.
También podía controlar sus dientes. Y con Pudge fuera del camino, se había ido
la última excusa que le quedaba para mantenerla en su casa. ¿Y si decidía irse, o
se negaba a volver a su casa con él? Él no quería que ella se marchara. Etienne se
había acostumbrado demasiado a su presencia. Disfrutaba con ella. Deseaba
pasar el resto de su vida a su lado.
—Eso es todo, señor —dijo la oficial Janscorn mientras apilaba las copias de
la declaración en un ordenado montón—. Todo listo. Alguien se pondrá en
contacto con usted si necesitamos algo más, pero ahora es usted libre de
marcharse.
Etienne ya había salido por la puerta casi antes de que ella hubiese
terminado de hablar. Tenía que encontrar a Rachel. Debían hablar. Necesitaba
saber lo que sentía por él. Si creía que algún día podría llegar a amarle tal como
él comenzaba a amarla a ella.
—¡Etienne!
Se volvió rápidamente ante la exclamación al llegar al pasillo, pero sólo era
su hermana. Etienne la saludó con la cabeza, volviéndose luego para mirar
expectante a su alrededor. Desafortunadamente no había señal alguna de Rachel
por ninguna parte.
—¿Has visto a Rachel? —preguntó Etienne a su hermana cuando ella le
alcanzó y le envolvió en un abrazo.
—Sí. Estaba aquí con Gregory cuando me fui a preguntar sobre tu paradero
—Lissianna retrocedió y miró hacia su marido interrogativamente cuando él se
acercó a ellos lentamente—. ¿Adónde fue, querido?
—Llegaron sus padres. Se marchó con ellos —explicó él, aunque su mirada
preocupó a Etienne.
—¿Qué pasa? —le preguntó.
Gregory vaciló un instante y después dijo:
—Creo que pude haber cometido un error.
—¿Qué clase de error? —preguntó Lissianna, deslizando su mano de modo
tranquilizador en la suya.
—Le expliqué la regla sobre que sólo está permitido convertir a una persona
en toda la vida y que por lo general ésta era un compañero o compañera de vida
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—confesó.
—¿Le explicaste el sacrificio que Etienne hizo por ella y aún así ella se
marchó sin decirle una palabra? —preguntó Lissianna con incredulidad—.
Sabiendo eso, ¿no pudo ni siquiera tomarse el tiempo para decir adiós? ¿O al
menos dar las gracias?
Etienne oyó las palabras de Lissianna, pero en verdad no podía
comprenderlas. Más tarde lo haría. Mientras tanto, se quedó allí plantado
sintiéndose perdido y abandonado. Ella había hecho exactamente lo que él había
temido. Rachel le había dejado.
Su madre le estaba hablando ahora, pero Etienne no escuchaba. Se sentía
como si tuviese algodón en los oídos. En realidad se sentía como si su cerebro
entero estuviese relleno de algodón. Asentía distraídamente de vez en cuando
mientras salían de la comisaría. Etienne dudaba de que estuviese engañando a
nadie; probablemente todos ellos le estaban leyendo la mente, aunque él
pareciese no ser capaz de leer sus propios pensamientos. Pero debió asentir en
los momentos oportunos ya que nadie le llamó la atención por ello. Todos se
limitaron a conversar mientras caminaban hacia la furgoneta de Bastien y se
subían en ella para volver a casa.
Alguien sugirió entrar con él cuando llegaron a su casa, pero Etienne
murmuró algo sobre el trabajo y saltó rápidamente de la furgoneta, cerrando de
un golpe la puerta tras de sí. En ese momento no deseaba compañia. No quería
hablar o siquiera pensar. Solamente quería arrastrarse dentro de un agujero y
escapar de su vida, aunque fuese por poco tiempo. Para él eso equivalía a su
trabajo.
Etienne entró en su casa, consciente de pronto de lo grande y vacía que era.
Demasiado grande para una sola persona, para ser concreto. Debería venderla y
conseguir un apartamento. No necesitaba mucho espacio; un despacho, un
dormitorio, una nevera… No era que él recibiese muchas visitas.
Hizo una mueca cuando los recuerdos de Rachel inundaron su mente:
jugando en el ordenador, leyendo juntos tranquilamente junto a la chimenea en
la biblioteca, riendo con los intentos de ella de consumir la sangre de desecho
que le daba para alimentarse, su picnic a la luz de la luna… Cerró la puerta a
esos recuerdos mientras la pérdida y el miedo se acumulaban tras ella. Pero no
logró hacer lo mismo antes de que algunas las preguntas le asaltaran. ¿La había
perdido para siempre? ¿Ella había sentido algo por él por poco que fuese? ¿O
todo había sido solamente un modo divertido de pasar el tiempo?
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Sin molestarse en cerrar la puerta con llave tras él, Etienne caminó por el
pasillo, atravesó la cocina y trotó escaleras abajo hacia su despacho. El desastre
que habían creado mientras intentaban sacarle de allí le recibió en cuanto alcanzó
el fondo de la escalera. Lo ignoró, pasando entre los restos del suelo y con un
salto entró en el despacho. Con el tiempo tendría que hacer que reemplazasen la
puerta. Había una fecha límite para terminar Lujuria de Sangre 2 y quería
cumplirla. Últimamente la vida había sido tan caótica que entre el problema con
Pudge y la entrada de Rachel en su vida, Etienne llevaba retraso en la
finalización del proyecto. Ahora se concentraría en eso. El trabajo siempre había
sido su refugio, y ahora volvería a serlo.
Etienne se acomodó en su escritorio y se quedó mirando el caos que una
vez habían sido ordenadores. Pudge realmente los había destrozado cuando se
lío a tiros en el cuarto. Por suerte, Etienne había aprendido hacía mucho tiempo
que hacer copias de seguridad de todo era de sabios. No había perdido nada del
trabajo que había hecho hasta ese momento, pero con estos equipos no podría
seguir adelante.
Su mirada se deslizó al teléfono, aunque ya sabía que también había sido
destruido. Dando la espalda al desastre, abandonó su despacho y salió de la casa
para subir al coche. Tendría que comprar ordenadores nuevos —cuatro, para
sustituir aquellos que había perdido— y después trabajaría como un demonio
para cumplir con su plazo. Una vez estuviese hecho, pensaría en qué hacer con
respecto a Rachel. Si es que había algo que hacer.
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protestas y sin duda seguiría haciéndolo hasta que uno de ellos muriese.
—Pues claro que no tienes energías; no te has estado alimentando bien.
Ahora mismo estás deshidratado —espetó Marguerite—. Y mírate, no te has
bañado ni cambiado la ropa desde que saliste de la comisaría. Deberías estar
agradecido porque Rachel no haya intentado ponerse en contacto contigo.
Echaría un vistazo a tu lamentable estado y daría media vuelta, feliz de poder
escapar.
—He estado ocupado —gruñó Etienne. Él no era de los que solían gruñir,
eso era más del estilo de Lucern o Bastien. Ellos eran los gruñones de la familia.
Pero últimamente se sentía de bastante mal humor.
—Hmm… —Marguerite se le quedó mirando fijamente, y al principio él
creyó que iba a dejar el tema. Entonces se percató de que en realidad estaba
hurgando en su mente. Intentó cerrarle sus pensamientos, pero nunca había sido
capaz de hacerlo. Además, ella ya había encontrado lo que buscaba—. Nunca le
dijiste que la amabas.
Etienne se estremeció ante aquella acusación y después frunció el ceño.
—Yo no sabía que la amaba. Aunque sí sabía que me preocupaba por ella y
que deseaba tenerla conmigo, y ella sin duda sabía eso. Obviamente no le
importó.
—¿Cómo podría saberlo? —preguntó ella secamente—. ¿Se lo dijiste?
—No.
—¿Cómo he podido criar a unos hijos tan estúpidos? —preguntó
Marguerite con disgusto.
—Podíamos leer la mente del otro cuando… intimábamos. Ella sabía que
me importaba y que deseaba una relación con ella.
—¿Qué? —La expresión en la cara de ella sugería que él era un idiota, captó
Etienne, sintiendose incómodo—. ¿Cómo podía ella leer tus pensamientos? No
era ninguna experta. Dios querido, la pobre muchacha ni siquiera pudo controlar
sus dientes hasta casi el último día que estuvo aquí. La lectura de pensamientos
es una habilidad avanzada que requiere muchos años de aprendizaje —Ella
frunció el ceño mientras le miraba—. ¿Tú leíste sus pensamientos mientras
estabais “intimando” y ella tenía su mente abierta a ti?
—No. Desde luego que no. No quise entrometerme.
—Pero sí crees que de algún modo ella era capaz y estaba dispuesta a
meterse en los tuyos —soltó ella, resoplando debido a la ridiculez de la idea—.
Por supuesto que no lo hizo. Vas a tener que reunir el valor y decírselo, hijo.
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Capítulo 18
presentado para él. Rachel le había asegurado que lo comprendía, y así era. De
hecho, para su propia sorpresa, en realidad no le importaba. Definitivamente sus
experiencias durante aquella corta semana la habían convertido en una especie
de persona nocturna. Ahora le gustaban las noches y se sentía feliz de trabajar
durante ellas. Lo más curioso era que sus ruidosos vecinos ya no le interrumpían
el sueño. De algún modo ahora era capaz de bloquearlos y dormir como una
muerta.
El único problema que tenía ahora con la noche, era que ésta le recordaba
mucho su tiempo con Etienne, el cual fue maravilloso y triste a la vez. Lo echaba
de menos.
Un puñetazo en la puerta salvó a Rachel de quedarse pensando en Etienne,
con lo cual se habría hundido en la tristeza y la depresión otra vez. Dibujando
una sonrisa en el rostro, salió de la cocina y bajó por el pasillo para contestar,
preguntándose cuál de sus vecinos llamaría a esta hora. Era bien pasada la
medianoche, pero como nadie había llamado abajo para que le dejasen entrar en
el edificio, estaba segura de que debía ser un vecino.
Rachel no se molestó en comprobarlo por la mirilla antes de abrir la puerta.
Su fuerza y velocidad habían continuado aumentando con el paso de las semanas
desde que la habían convertido, y ya no tenía miedo de nadie, nunca más. Era
una forma nueva y poderosa de vivir. Abrió la puerta y miró hacia fuera,
entonces se quedó parada un instante antes de dar un paso hacia delante para
examinar un lado y otro del vestíbulo con desconcierto. Estaba segura de haber
oído un golpe, pero no había nadie en la puerta. Y no había nadie en el pasillo.
—Debo estar perdiendo la cabeza —refunfuñó dando un paso hacia atrás y
cerrando la puerta con llave. Apenas se había girado y avanzado unos pasos
apartándose de la puerta cuando el golpe sonó otra vez. Dejó de andar, pero no
volvió a la puerta del apartamento. El sonido no había venido de allí. Provenía
del pasillo cerca de la sala de estar. Con más curiosidad y confusión que otra
cosa, avanzó por el pasillo y entró en la habitación, sus ojos estaban deslizándose
sobre sus muebles cuando otro golpe atrajo su mirada hacia la ventana del
balcón.
Rachel se quedó con la boca abierta ante el hombre que estaba de pie del
otro lado de las puertas corredizas de cristal, luego se precipitó hacia adelante
cuando él le sonrió abiertamente y la saludó con la mano.
—¡Thomas! —le saludó mientras abría la puerta y le permitía entrar—.
¿Cómo llegaste hasta aquí?
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ahogaban la voz del hombre. No se necesitaba ser un genio para darse cuenta.
—El Night Club.
—Acertaste a la primera, tío —Thomas soltó una carcajada—. Sí, estoy aquí
con un bombón. Tal vez la conozcas. ¿Rachel?
—¡¿Qué?! —Etienne se puso rígido, sus dedos apretaron el auricular.
—Sí —Thomas parecía satisfecho—. Ella no estaba haciendo nada. Yo no
estaba haciendo nada…
—Thomas… —gruñó Etienne. La fría furia se elevaba dentro de él ante la
sugerente pausa de Thomas.
—Ahora está en el servicio de señoras y no sabe que te estoy llamando. Si la
quieres, será mejor que vengas aquí y te reúnas con nosotros —dijo su primo con
diversión. Después, en un tono más serio, agregó—, y más vale que esta vez lo
hagas bien, tío. No volveré a hacer de Cupido para vosotros dos. Si ahora lo
estropeas, la tomaré para mí. Feliz San Valentín.
El chasquido del teléfono fue seguido por una señal de marcar. Etienne lo
escuchó durante al menos un minuto mientras su mente corría. Thomas jugaba a
ser Cupido. Estaba interfiriendo otra vez. Que Dios le bendiga, pensó, y colgó el
teléfono. Entonces pasó un momento dudando sobre lo que debería hacer
primero. Necesitaba una ducha y cambiarse de ropa. Tenía que afeitarse. Dios
querido, ya tenía una buena barba sobre su maldita cara, había estado mucho
tiempo sin afeitarse. Tal vez debería llevarle algo. Flores, quizás. ¿Dónde
infiernos iba a encontrar flores a esas horas? ¿Por qué todo tenía que cerrarse de
noche? ¿Nadie ahí fuera quería ganar un poco de dinero?, pensó irritado
mientras se apresuraba a salir de la cocina.
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mientras se dejaba caer en la silla. Había decidido ser valiente y dejar a Thomas
que pidiese por ella otra vez, declarando sólo que no podía pedirle un Dulce
Éxtasis. Él había pedido un Duradero Por Siempre. No sonaba a demasiado
arriesgado. De todos modos le había preguntado qué era, y él simplemente se
había reído y le había contestado que ya lo comprobaría. Rachel lo probó con
curiosidad, sorprendiéndose al ver que no estaba mal. Nada mal. No iba a
necesitar una pajita para tomarlo.
—Oh, mira a quien tenemos aquí.
Rachel levantó la mirada y se quedó helada al ver a Etienne abriéndose
camino entre la multitud en dirección hacia ellos. Por un momento, la felicidad
llenó su corazón, pero luego la preocupación tomó su lugar. Él no parecía feliz de
verles. De hecho, parecía bastante irritado, decidió ella mientras le veía cubrir los
dos últimos metros hasta la mesa y detenerse allí para quedarse mirándola
fijamente. Ella estaba justamente confirmando que él ya había comprendido lo
que había perdido y realmente la odiaba, cuando de repente él sacó la mano de
detrás de su espalda y le ofreció un ramo de flores marchitas. Rachel se quedó
mirando sin expresión el triste ramo antes de extender insegura la mano para
cogerlas. Su vacilación había sido evidentemente demasiado larga porque al
instante Etienne comenzó a pedir perdón por su estado.
—Quería traerte flores, pero ninguna de las floristerías está abierta a esta
hora. Comprobé seis tiendas que abren toda la noche y no encontré nada, y esto
fue lo mejor que…
—Son encantadoras —le interrumpió Rachel mientras tomaba las flores.
Marchitas y tristes como eran, para Rachel eran realmente encantadoras.
Representaban esperanza, y ella las aceptó con mucho gusto, ofreciendo una
tímida sonrisa mientras las levantaba hasta su rostro y olía el delicado ramo de…
—. ¿Salami?
—Estaban guardadas en el refrigerador del delicatessen —refunfuñó él,
pareciendo avergonzado.
Rachel se mordió el labio para no reír, después le dedicó una amplia
sonrisa.
—¿Cómo te ha ido?
—Miserablemente —contestó él simplemente—. ¿Y a ti?
—Lo mismo —compartieron una sonrisa y ambos se relajaron.
—Bien, parece que mi trabajo aquí está hecho —anunció Thomas y se puso
en pie antes de explicarle a Rachel—. Ha sido divertido, pero yo soy tan solo el
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chico de los recados, Dudette. La tía Marguerite me pidió que jugase a Cupido y
a mí me gustas, así que estuve de acuerdo.
—Cupido, ¿eh? —preguntó Etienne divertido.
—Sí, puedes reírte —dijo Thomas con cordialidad—. Disfruta de ello
mientras puedas. Pero no lo fastidies con Dudette esta vez. Una vez cada cien
años es mi límite para hacer de Cupido. Acercándose a Rachel, se agachó para
abrazarla y murmuró—: Bienvenida a la familia.
Rachel quiso preguntar lo que eso significaba, pero Thomas se alejó
demasiado rápidamente para que tuviese la oportunidad. Ella le vio desaparecer
entre la gente y después se giró para mirar a Etienne mientras éste ocupaba el
asiento que su primo acababa de dejar.
—Te eché de menos —anunció él en el momento que sus miradas se
encontraron.
Las cejas de Rachel se elevaron ante esa afirmación. El pensamiento
«Podrías estar engañándome» pasaron por su mente, y Etienne sonrió con ironía.
—Lo he oído —le dijo divertido.
—Creía que no podías leer mi mente —dijo Rachel con desconfianza.
—Y no puedo —le aseguró—. Bueno, excepto cuando intimamos. Entonces
tu mente se abre a mí.
—¿Entonces cómo lo hiciste…?
—En realidad proyectas el pensamiento hacia mí.
—¿En serio? —preguntó ella.
—Sí. Probablemente fue accidental, pero con práctica serás capaz de hacerlo
a voluntad.
—¿De verdad? ¿Puedes enseñarme cómo?
Él permaneció en silencio durante un minuto y después dijo:
—Tengo una idea mejor. Te proyectaré un pensamiento y tú intenta leerlo.
—Bien —asintió ella y después inclinó la cabeza—. ¿Cómo lo hago?
—Tan solo ábreme tu mente y yo haré el resto —le dijo él, después se quedó
en silencio, sus ojos se estrecharon al concentrarse. Pasó un momento antes de
que Rachel pudiese escuchar sus pensamientos tan claramente como si hablara
en su oído.
Te extraño. Suspiro por ti. Algo falta en la vida cuando tú no estás allí. Te quiero
de regreso en mi vida, en mi casa, y en mi cama. Quiero despertar cada noche a tu lado.
Te amo, Rachel.
Rachel lo miró fijamente, apenas capaz de creer que había oído
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correctamente.
—¿Entonces por qué no me has llamado? Si Thomas no me hubiese traído
aquí esta noche…
—Yo habría encontrado otro lugar y otra forma de acercarme a ti —le
aseguró solemne—. Sólo quería quitarme de encima la fecha límite del trabajo,
así podría concentrarme únicamente en ti.
Rachel pensó que eso parecía bastante patético. ¿Él había querido terminar
su trabajo antes? ¿Ella venía después del trabajo, después de su videojuego?
Bueno, eso era muy halagador.
—Debes estar realmente enfadada —le dijo con ironía—. Estás enviando tus
pensamientos tan claros como una campana.
Como ella no sonreía o reaccionaba de algún modo que le ayudase a salir
del apuro, él suspiró y dijo:
—Tal vez deberíamos ir a algún sitio más tranquilo.
Rachel asintió solemne, apuró lo que quedaba de su bebida y se puso en
pie. Ambos permanecieron en silencio mientras salían del Night Club y se
dirigían hacia el coche. Ella no vaciló cuando él abrió la puerta del copiloto para
dejarla entrar y no preguntó hacia donde iban. Tampoco se sorprendió cuando se
detuvieron delante de su casa. Era donde la mayor parte de su relación había
transcurrido. Parecía el lugar más lógico para resolverlo.
Rachel le siguió al interior y hacia la biblioteca. Ella sintió que la calma la
abandonaba al entrar en la habitación. Habían pasado varias tardes tranquilas en
ese cuarto, simplemente leyendo juntos.
—Ok —dijo Etienne mientras tomaban asiento en el diván y pasaba su
brazo alrededor de ella, acercándola contra su pecho—. No fue el trabajo. Eso era
una excusa —Ella no sintió demasiada sorpresa ante esa admisión, pero
permaneció silenciosa y fue recompensada cuando él agregó—: Tenía miedo.
Eso sí que la sorprendió. Rachel se enderezó y se giró para mirarle
detenidamente.
—¿Miedo de qué?
—De ser herido, Rachel —contestó suavemente—. Nunca me he creído un
cobarde, pero esta era una experiencia completamente nueva para mí. Nunca he
encontrado a una mujer por la que me sintiera atraído y cuyos pensamientos no
pudiese leer. Era una experiencia nueva y bastante incómoda para mí. Me sentí
vulnerable desde el principio. Y confuso también, supongo. Deberías recordar
que he logrado vivir trescientos años sin enamorarme. Los sentimientos que
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provocabas en mí me sorprendieron.
—A mí también me tomó por sorpresa —admitió Rachel con suavidad
recostándose en su abrazo—. Y asustada de ser herida. Exactamente, tenía miedo
de que comprendieses lo que habías perdido por salvarme y que eso hiciese que
me odiases, lo cual era…
—Nunca —la interrumpió con firmeza, dándole un apretón—. Yo sabía lo
que hacía desde el principio. Me sentí atraído por ti desde el principio, incluso
cuando estabas enferma y pálida y parecías a punto de desmayarte —Cuando
ella levantó los ojos hacia él, se sonrió para suavizar la descripción. Después la
tomó de la barbilla y dijo—: Rachel, no puedo imaginar pasar mi vida con
alguien que no seas tú. No puedo imaginarme una vida sin ti. Tienes mi corazón,
y comprendo que puedo estar presionándote y que podrías desear más tiempo
para considerarlo, pero…
—No necesito más tiempo, Etienne —le interrumpió con suavidad—. Sé
que todo esto va muy rápido, pero tú eres el hombre que he deseado toda mi
vida. Si me hubiese tomado el tiempo de imaginar como debería ser el hombre
que me gustara y las cualidades que tendría, tú habrías sido quien soñase. Te
amo —dijo simplemente, y sonrió cuando él soltó un largo suspiro.
—Entonces cásate conmigo —espetó.
—Sí —contestó Rachel de inmediato, pero él sacudió la cabeza.
—Tienes que pensarlo bien, Rachel. No son unos insignificantes veinticinco
o cincuenta lo que te estoy pidiendo. El matrimonio entre mi gente, al menos la
gente de mi familia, es de por vida. Y la vida para nosotros puede significar un
tiempo muy largo.
—Espero que sea una eternidad —le dijo ella con seriedad—. Te amo,
Etienne. Pasaría la eternidad contigo. También posees mi corazón.
Una lenta sonrisa se extendió ampliamente por el rostro de él.
—Gracias. Protegeré tu corazón todos los días de mi vida —Las palabras
fueron apenas un susurro antes de que él se inclinase hacia delante y reclamase
los labios de ella con un beso.
Rachel suspiró en su boca mientras abría los labios. Sentía su beso como un
regreso al hogar del que había estado lejos demasiado tiempo. Recibiendo su
invasora lengua con la propia, ella se retorció en su asiento y deslizó las manos
por el pecho de él. Dejó que una mano continuase su camino hacia su cuello
subiendo hasta coger su cabello para acercarlo más a ella. Con los dedos de la
otra mano aferró la pechera de la camisa para tirar también de él. Su cuerpo se
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Epílogo
—Sólo estaba pensando que tal vez esto estaba predestinado. Lissianna y
Etienne están casados y asentados. Tengo grandes esperanzas para Lucern y su
pequeña Kate… si antes no se matan el uno al otro durante ese Congreso al que
ella le ha arrastrado. Quizá tú también encuentres a alguien pronto.
Bastien permaneció en silencio mientras pensaba en Lucern y Kate.
Su hermano mayor había sido engañado para asistir a un Congreso de
Escritores Románticos con su editora. Él no había querido ir, pero Kate era una
cosita muy persuasiva, y una vez había conseguido formar equipo con su madre,
Lucern no había tenido ninguna posibilidad.
Por otro lado, pensó Bastien, tal vez su hermano no había tenido en ningún
momento alguna posibilidad contra Kate, con o sin la ayuda de su madre.
Habiéndoles visto juntos en la boda de Etienne y Rachel, Bastien sospechaba que
las esperanzas de su madre sobre ese par no iban mal encaminadas. Lucern
estaba enamorado. Lo supiera él o no, el tipo había encontrado su compañera de
vida. Bastien esperaba que no lo estropease.
Su mirada volvió de nuevo a la figura de su madre, quien lo observaba con
sumo interés. Sabiendo que no podía esconderle sus pensamientos, no se molestó
en ocultar su deseo de encontrar una compañera para sí mismo. Quería encontrar
una compañera que estuviera a su lado y le ayudara a encontrar el sentido a la
vida. Pero había vivido ya durante cuatrocientos años y encontrado solo una
mujer a la que había podido amar en todo aquel tiempo. Lamentablemente, ella
no había reaccionado bien a lo que él era y había rechazado rotundamente unirse
a él. A pesar de eso, Bastien nunca había dejado de amarla. Había cuidado en
todo momento de ella durante su corta vida, siempre a distancia. Había visto
como envejecía, se enamoraba de otro, tenía hijos, nietos y finalmente, con
impotencia, como moría.
Aquellos habían sido los años más dolorosos de su vida. Los que le habían
enseñado que, debido a lo que era, siempre sería como el niño que contempla
desde el otro lado de la valla a los otros niños divirtiéndose y jugando.
Consciente de que su madre todavía le observaba, se encogió de hombros y
continuó estudiando el informe, diciendo simplemente:
—Algunas personas no están hechas para encontrar el amor y conservarlo.
—Hmmm —murmuró ella en voz baja, para un momento después cambiar
de tema—. Ah, a propósito, Bastien, el Dr. Bobby quiere hablar con los miembros
de mi familia, y ya que Etienne y Rachel están de luna de miel, Lissianna y
Gregory están de vacaciones en Europa, y Lucern está en esa conferencia de
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FIN
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