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Separata 4 Apetitos Sensibles y Sentimientos Cor
Separata 4 Apetitos Sensibles y Sentimientos Cor
1. Noción de apetito
En la filosofía clásica, el apetito natural es una tendencia o inclinación por la cual un ser se
dirige a aquello que le es conveniente a su naturaleza. En cierta manera, también en los seres
desprovistos de conocimiento se da una inclinación natural, que deriva de su forma natural y se llama
precisamente apetito natural. Se trata de una tendencia intrínseca e impresa en la naturaleza misma del
ser vivo hacia la propia perfección, hacia todo que aquello que haga posible su auto conservación,
hacia lo que le conviene a su ser. Cuando el apetito natural no involucra al conocimiento se trata sólo la
inclinación de su naturaleza.
En el animal y en el ser humano, el apetito sensible a diferencia del simple apetito natural,
supone el conocimiento, se despierta con él; entonces se habla de apetito elícito. Los animales y los
seres humanos pueden conocer formas sensibles gracias a que poseen sentidos. El apetito elícito es una
tendencia que sigue al conocimiento (a la posesión cognoscitiva de una forma). Este apetito nace
precisamente a raíz del conocimiento inclinándose hacia los bienes conocidos. Sin embargo, en el
hombre el conocimiento es además de sensible también intelectual y por tanto tiene no sólo una
apetición sensible sino que gracias a la inteligencia puede acceder a realidades más altas que las
meramente sensibles, por lo que su voluntad puede adherirse a dichos bienes captados por la
inteligencia.
Los apetitos o tendencias sensibles son principalmente dos: el apetito irascible y el concupiscible.
1). Apetito concupiscible: es la inclinación a procurar el bien sensible placentero inmediato, y por
tanto a eludir lo nocivo. Sus actos se refieren al bien presente al cual tienden con razón de fin.
2). Apetito irascible: es la tendencia a conseguir el bien sensible que a diferencia del anterior no es
inmediato sino que está en el futuro. Se trata por tanto de una tendencia a un fin mediato y difícil, ya
que supone acometer tareas arduas y resistir lo adverso, para lo cual se despliega una cierta
agresividad. Su objeto es el bien arduo, por lo cual el sujeto tiene que usar de su agresividad para
acometer o para hacer frente a los obstáculos que impiden alcanzar las cosas convenientes que el
concupiscible apetece.
Por tanto, las pasiones del irascible van relacionadas con el concupiscible. Por ejemplo, la ira se
despierta en un perro, cuando al dirigirse hambriento a comer unos alimentos, se le aparece otro que
quiere compartir su menú, entonces aquel manifiesta una agresividad proporcionada a la dificultad que
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es la de evitar que el otro le deje sin comida, por tanto, aquel animal trata de ahuyentarle o vencerle,
por ello si se mide con el otro y ve que tiene posibilidades de vencerle, entonces audazmente le agrede.
Tanto el apetito concupiscible como el irascible son muy importantes. El apetito concupiscible
(y a su manera también el apetito irascible), está puesto en la naturaleza básicamente en atención a la
sobrevivencia, por esto en él la tendencia concupiscible la posesión de su objeto es acompañada de
placer, el cual facilita el acto correspondiente.
Cuando se trata del ser humano esa finalidad de lograr la sobrevivencia es todavía más
importante que la de los animales. Los actos referidos a la sobrevivencia son: a) actos de la
sobrevivencia personal: comer y beber; y b) actos de la sobrevivencia de la especie humana: actos de la
reproducción.
Tanto los actos de supervivencia personal como los de la especie son actos muy importantes y
necesarios; sin embargo lo son de diferente modo, en lo que se refiere a la sobrevivencia personal el
mandato es obligatorio para cada uno, ya que si uno no come o no bebe lo necesario, o come o bebe
inadecuadamente entonces atenta contra su vida, la pone en peligro; en cambio en lo que se refiere a la
sobrevivencia de la especie la obligación es de la especie y no obliga a cada uno, de manera que si ya
lo cumplen un 90% de seres humanos, y se logra la sobrevivencia de la especie, un sujeto particular
puede abstenerse de realizar dichos actos, sólo estaría obligado a continuar la especie en el hipotético
caso de que sólo quedara una pareja en el universo.
Los actos del comer y del beber, así como los de la reproducción humana son muy importantes;
de no realizarse adecuadamente no sobreviviríamos tanto a nivel personal como de la especie
respectivamente; por eso es que la naturaleza que es «sabia» otorga el placer como acompañante, para
facilitar su realización.
De lo contrario, podríamos pensar qué ocurriría si cada mañana, tarde y noche tuviéramos que
«hacer el sacrifico de comer», probablemente nos dejásemos morir de hambre (la anorexia es un caso
patológico), de manera semejante ocurriría con los actos de la reproducción humana, si no se
acompañaran de placer no se facilitaría el realizarlos y entonces la especie humana correría el peligro
de extinguirse.
Pero también por ello su realización es extremadamente delicada porque en el ser humano se
cuenta con la presencia del espíritu, con la inteligencia y la voluntad y con las finalidades ineludibles
en este nivel superior. Entonces se tiene que tratar de que aquellas operaciones sensibles no impidan los
actos intelectuales y volitivos, cuanto más cuanto está de por medio una finalidad más alta que supera
en mucho aquella finalidad de la mera sobrevivencia, que no es despreciable sino que cumplir ésta es
condición primera o inicial para el desarrollo de las otras finalidades más altas.
Este es el problema que sólo lo tienen los seres humanos, los animales no lo tienen precisamente
porque no poseen espíritu ni finalidades de este nivel. Es por tanto una tarea bastante delicada porque
el ser humano puede perder de vista estas finalidades más altas, y ni siquiera cumplir adecuadamente
las finalidades propias de cada operación. Este trastorno puede ocurrir cuando se sustituye la búsqueda
del fin respectivo y se queda sólo con el placer, cuando sólo busca éste y por tanto atropella sus fines
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superiores y de paso estropear los fines propios de las tendencias sensibles que están subordinados a los
fines más altos.
El estropicio acaece entonces cuando el sujeto se engaña poniendo al placer como fin exclusivo,
dejando de atender a las finalidades inherentes a los propios actos e impidiendo el logro de las
finalidades espirituales más altas. Los actos del comer y del beber tienen que atender a su finalidad
propia que es la de alimentarse y si en vez de buscar esta finalidad se busca sólo el placer entonces no
consigue alimentarse y el sujeto se puede hacer mucho daño. Alterar estos actos es signo de
degradación, como sucedió en la Roma decadente en que se comía exclusivamente por el placer de
comer, se daban unas grandes comilonas, luego se pasaba a unos cuartitos de baño o vomitaderos y se
volvía a comer sólo por el placer de hacerlo.
Algo semejante puede pasar con los actos de la reproducción humana. Su finalidad en ellos es
doble, la primera es el fin de la procreación de los hijos y su consiguiente educación, ya que los seres
humanos nacen prematuramente y tienen que completar su desarrollo a través de unos 15 a 20 años;
pero esta finalidad no es la única ya que a diferencia de la comida o la bebida, los actos de la
reproducción humana son de aquellas cosas que uno no pueden realizar solo, sino junto a otra persona
del sexo opuesto, por tanto la segunda finalidad es precisamente atender a la finalidad de la otra
persona que no es una cosa u objeto, sino una persona humana cuyo fin es perfeccionarse, ponerse en
condiciones de amar y ser amada, tanto a nivel humano como divino.
De manera que estas dos finalidades –la procreación-educación de los hijos y la de contribuir al
perfeccionamiento del cónyuge–, tienen que cuidarse al realizar los actos de la procreación humana. Si
esos fines no son respetados, y lo que se busca es solo el placer, se produce un gran desorden con el
deterioro consiguiente; se daña a la otra persona usándola como si fuera una cosa, un simple objeto de
placer, se daña la institución familiar que es requerida precisamente porque el primero de los fines
exige que la procreación se complete con la educación de los hijos que por de pronto requieren
estabilidad y su pre requisito la fidelidad de los padres ya que dicha tarea es larga y difícil, y en
definitiva, se daña la continuidad de la propia especie humana; por ejemplo para nadie es un secreto,
que actualmente, los problemas de infra población se deben a desórdenes en ese nivel.
Es importante entender bien esto. A veces se ha considerado que el placer sensible por sí mismo
es malo, no es así, sólo hay que ponerlo en su lugar. El placer rectamente ordenado es algo bueno. Si
no se lo entiende bien se puede dar lugar a actitudes extremas, por una parte la de aquellos que
consideran que todo placer por el hecho de serlo es malo, y entonces se provoca la actitud opuesta, la
de quienes consideran que el placer es un bien absoluto.
No es de extrañar esta reacción, es explicable, ¿por qué se va a decir que el placer es malo?, si se
dice que lo es se falta a la verdad y entonces vienen las otras posturas crispadas precisamente como
reacción a aquello que es falso, con la consecuencia de que el afán de reconocerlo como bueno puede
exagerarse y entonces hay quienes se entregan desmedidamente a él, así aparecen esas formas de
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hedonismo, de ejercicio desbocado de la sexualidad, etc., que en gran parte se deben a que no se ha
hecho una verdadera y real valoración de los bienes sensibles, que no se han puesto en su justo lugar.
Por esto hace falta entrar en estos temas sin falsos temores, en profundidad, sin prejuicios. Es
necesario hacerlo ahora cuando el placer sensible se ha puesto en alza tan desmedidamente, y no
abundan los estudios rigurosos y profundos sobre las tendencias sensibles, sobre las pasiones, los
sentimientos, etc., los cuales a menudo están poco esclarecidos, por tanto no es de extrañar que reine la
confusión. A veces se ha pretendido incluso eludirlos, pero no por dejar de verlos dejan de existir.
Actualmente, por ejemplo, se precisa mucho, especialmente para los jóvenes, de una verdadera
Antropología de la sexualidad humana y de una Filosofía de la afectividad humana que lleve a saber
por lo menos qué es una pasión, por qué se produce y cómo controlarla.
Algo parecido a lo que hemos dicho del apetito concupiscible podemos decir de la importancia
del irascible, ¿qué sería de nosotros si no tuviéramos una dosis suficiente de agresividad para hacer
frente a lo difícil? Que las dificultades y el mal nos superarían, no podríamos sobrevivir. Es necesaria
esa tendencia al bien arduo porque de ordinario el ser humano se tiene que enfrentar a las dificultades,
al mal y la experiencia de éste que es el dolor.
La presencia de los problemas, de las dificultades, del dolor, es inevitable en el ser humano, ya
por el hecho mismo de su condición de viviente en proceso de desarrollo y en relación con su hábitat
externo. Como señalamos al estudiar al viviente, éste se encuentra con influjos externos; un ser vivo
aislado del universo no podría vivir, un ser humano tampoco, aunque el hombre está en el universo
pero no se reduce a él, ya que es trans específico, va más allá de la especie, se encuentra con relaciones
interpersonales y por tanto además del universo físico vive en un mundo humano con individuos que
son personas humanas y entonces su vida ya es bastante compleja, porque interactúa a diferentes
niveles.
Las carencias propias y ajenas, el mal en el mundo, son hechos ineludibles. La presencia del mal
en el hombre es mayor que la de cualquier animal, se podría decir que «está más expuesto ».
Evidentemente no se trata del mero mal físico, de una catástrofe natural (como la del “Fenómeno del
Niño” en nuestras costas peruanas) sino de niveles de males distintos, más profundos, y a veces mucho
más amenazantes y destructivos que los que tiene que afrontar un animal.
Así pues, para enfrentar el mal, los problemas, el ser humano ha echado mano de aquello que
tiene de superior: de su inteligencia y se ha inventado las ciencias, la Medicina para enfrentar el
problema de la salud, la Economía para enfrentar los problemas de producción y distribución de
recursos escasos, del Derecho para enfrentar los problemas de organización social, etc.; y aún con todo
siempre tiene que ver con problemas, con carencias.
Es inútil pretender vivir sin dificultades; es más todavía: el mismo hombre encuentra las
carencias, el mal, dentro de sí y también genera problemas (por ejemplo las guerras). Por tanto, ¿qué
sería del ser humano sin una dosis suficiente de agresividad? Desde luego que hay que dirigir esta
tendencia irascible porque puede debilitarse o hacerse excesiva haciendo imposible el logro de las
finalidades propias de la persona humana, pero en sí misma esta tendencia, bien dirigida, es de gran
ayuda para el hombre. La naturaleza nos ha dotado de los recursos necesarios para vivir y alcanzar
nuestros los fines (se podría decir que estamos bien equipados).
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3. Las tendencias sensibles en el animal y en el ser humano.
Con lo dicho ya se puede ver lo diferente que es el apetito sensible en el animal y en el hombre,
insistiremos un poco más en esto. Esta diferencia es fácil constatarla, por ejemplo, se ve que el apetito
irascible animal es diferente del humano en las peleas entre animales, en éstas la agresividad surge sólo
por objetos de nivel sensible, por el alimento o por placeres sexuales, por la sobrevivencia en
definitiva. El animal no puede querer la justicia, libertad, verdad, etc., el no tiene espíritu y por tanto no
puede tender ni luchar por esos bienes, no le hacen falta.
Esto es importante porque se puede integrar el presente (sentido común), el futuro (imaginación)
y el pasado (memoria). En el hombre, los apetitos están influidos por las facultades superiores del alma
donde reside el entendimiento y voluntad y en orden a su ejecución se influyen por ellos.
Sin embargo, el ser humano no está determinado a actuar inmediatamente, sino que espera el
mandato de la inteligencia y el movimiento de su voluntad, y cuando éste no se da entonces queda
desasistido. Precisamente en esto el animal tiene una cierta ventaja sobre el hombre: el animal a
diferencia del hombre está protegido por sus tendencias que funcionan de manera instintiva; el hombre
no está determinado instintivamente al actuar, para hacerlo tiene el concurso de la inteligencia y de la
voluntad, pero si no las usa bien entonces queda desasistido.
Así pues en el hombre media la racionalidad, hay un «espacio» entre la tendencia o apetito y su
determinarse por el objeto. Esto es lo que hace posible que dirija racionalmente sus tendencias,
libremente. El ser humano puede por ejemplo, recurriendo a ciertas consideraciones racionales, mitigar
o acabar con su ira, con el temor, con la tristeza y otros sentimientos o pasiones similares.
Los apetitos sensibles se encauzan a través de una fuerza motora muscular. En los animales, los
apetitos siguen inmediatamente al conocimiento sensible ya que no hay inteligencia ni voluntad con las
que se oponga resistencia. En ellos no solamente los apetitos ejercen un dominio despótico sobre el
sistema muscular sino también la misma percepción es encauzada a través de la estimativa. En los
animales el circuito estímulo-respuesta es inmediato y casi automático.
En la consideración de las tendencias sensibles se han dado varios errores, uno de los más
conocidos es el de la Escuela Psicológica Conductista que llega a considerar la conducta animal igual
que la conducta humana. Skinner sostiene que uno se mueve por premio o castigo. Pero esto es
quedarse sólo en el nivel sensible. El conductismo propone una configuración de la conducta humana
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automáticamente. Sin embargo, en el hombre no hay un circuito estímulo-respuesta cerrado, sino que
es abierto a la inteligencia, a la voluntad libre del ser humano. Por ello, en rigor, en él no hay respuesta
sino propuesta, es decir: su respuesta es una propuesta.
En los seres humanos una cierta disposición fisiológica de los apetitos o tendencias sensibles es
lo que marca el temperamento de cada uno, pero al mismo tiempo en cuanto posee los niveles
superiores de inteligencia y voluntad el hombre es tarea para sí mismo. Eso es parte del desarrollo y
formación de su carácter y su personalidad.
A veces esa conmoción interior se manifiestan externamente, por ejemplo a través de las
lágrimas, la palidez del rostro, los cambios de voz, la impaciencia, los gritos, las palabrotas, el
sonrojarse, las exageraciones, la susceptibilidad, los entusiasmos, los desánimos e indignaciones
inmediatos, cambios de humor frecuentes, etc., pero otras veces aunque no se manifieste queda una
viva “afección” interior por los hechos, las personas, etc.
Asimismo hay quienes no tienen una inclinación a un contacto tan inmediato y cercano con la
realidad y se suele decir que no son tan sensibles, que las cosas no les afectan con tanta intensidad. En
el primer caso se dice que las personas son emotivas y en el segundo poco emotivas.
También cabe la posibilidad de que ante la captación de los hechos, sucesos, personas, etc., y
ante la consiguiente emotividad, se despierte inmediatamente la actividad, la necesidad de actuar; si
rápidamente se activan las facultades motoras, la imaginación, la inteligencia, etc. tenemos a personas
activas; pero también puede darse una tendencia a replegarse y con ello el sujeto puede quedarse en la
inactividad o pasividad.
Tanto la emotividad, como la actividad, como la resonancia son características que se refieren
básicamente a la sensibilidad y que como hemos dicho tienen base fisiológica. La confluencia de esos
tres factores, emotividad, actividad y resonancia han llevado a identificar determinados caracteres. Así
por ejemplo, de una persona muy emotiva, activa y con poca resonancia se suele decir que es colérica.
De un temperamento emotivo, activo y con mucha resonancia interior se dice que es apasionado.
De un sujeto emotivo, inactivo con poca resonancia se dice que tiene temperamento nervioso, porque
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su emotividad no cuenta con una salida o un cauce de actividad y a menudo se desahogan con impulsos
que sin embargo no son sostenidos sino intermitentes.
En el caso de personas con temperamento emotivo, inactivo y con gran resonancia interior, se
dice que son sentimentales porque la emotividad se junta con la resonancia interior y dan cabida a
sentimientos muy hondos y prolongados.
También se puede identificar a las personas poco emotivas, con todas sus variantes. Si se trata
de un sujeto con baja emotividad, pero con gran actividad y resonancia se dice que es flemático, y
debido a que su sensibilidad raramente es arrebatada por los hechos y circunstancias puede llevar
adelante una actividad más sostenida y fecunda que se ve facilitada por su resonancia interior.
Quienes poseen poca emotividad, son activos, pero tienen poca resonancia se les ha llamado
sanguíneos, y a quienes tienen escasa emotividad pero con poca actividad se les llama apáticos o
amorfos según su resonancia interior.
Sin embargo, a pesar de las disposiciones que tenga un sujeto debido a su temperamento inicial,
eso no lo determina definitivamente. Es decir, cabe una educación del carácter, un cierto dominio del
temperamento, y si bien las tendencias sensibles no pueden eludir ese condicionamiento, poco a poco
pueden irse modelando gracias a uno mismo o a otras personas o a factores externos.
Es necesario conocernos, saber qué operaciones tenemos gracias a nuestra naturaleza humana, y
también es conveniente, en lo posible, conocer la manera concreta, “tipo”, o modo de ser humano que
somos. Lo admirable es que al conocer las operaciones propias de la naturaleza humana podemos tratar
de realizarlas cuidadosamente y al saber en concreto los aspectos de nuestro temperamento se puede
educar el carácter, nuestras propias dotaciones, es decir tenemos una tarea respecto de nuestra
naturaleza a la que se pueden «trabajar», ésta es una interesante labor educativa por la que se llega a
aprender a controlar la sensibilidad, las reacciones, a superar la pasividad, la impulsividad, etc.
Como se puede ver, el ser humano puede “esencializar”, perfeccionar la naturaleza recibida. Los
hábitos perfectivos, la fortaleza, la constancia, la perseverancia, la laboriosidad, la moderación o
templanza, etc., van educando y perfeccionando a las tendencias sensibles. De esa manera se van
logrando un conjunto de modificaciones que reconfiguran al sujeto dando lugar a una especie de
«segunda naturaleza».
Hay mucho por encauzar, por racionalizar, por perfeccionar, dentro de nosotros mismos. Por
otra parte, en cierto modo es inevitable la adquisición de hábitos que perfeccionen o deterioren al
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sujeto. Con el paso del tiempo siempre se adquieren hábitos, virtudes o vicios, modos de reaccionar,
costumbres, pocas o muchas habilidades intelectuales, etc.
Esto sucede desde las operaciones más básicas como por ejemplo el comer, lo cual no es un acto
meramente fisiológico; la tendencia a comer no le lleva indefectiblemente al ser humano a arrojarse
sobre los alimentos como una bestia, tampoco los come de cualquier manera, por ejemplo, no suele
comerlos crudos, sino preparados o cocidos, tampoco come en cualquier lugar y en cualquier momento,
ya que elige un horario para comer y un lugar (por ejemplo, en un comedor y no en su cama); todo esto
ha dado lugar al arte de la culinaria, a la gastronomía, a la dietética, y junto al alimentarse se ha hecho
de la comida un acto social en el que se sigue unas normas de educación.
El hombre no tiene instinto animal, y puede substraerse a la atracción de los objetos, tiene
libertad y en lugar de una inalterable constancia de los factores percepción-comportamiento tiene una
variabilidad indefinida para el comportamiento: es decir: tiene hábitos, tiene moral, cultura, realiza un
trabajo, desarrolla unas técnicas, un arte.
Las tendencias, como su nombre lo dice, tienden a su objeto propio. Los sentimientos surgen
precisamente en esa relación de la tendencia sensible con su objeto sensible. Los diferentes
sentimientos aparecen cuando la tendencia se dirige hacia unos bienes sensibles presentes o ausentes,
asequibles o no, entonces se producen un tipo de sentimientos u otros.
Así, los sentimientos se diferencian del apetito en cuanto que son un cierto resultado, una cierta
consecuencia de su despliegue. Por tanto para controlarlos eficazmente más que ir directamente al
sentimiento que fluye, donde hay que ir es a la tendencia y a su término que es su objeto sensible.
Entonces es cuando se puede «racionalizar» la tendencia o apetito, se puede encauzarla respecto a los
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objetos más convenientes, en esto consiste el gobierno «político» de los apetitos sensibles, los cuales
pueden ser encauzados por medio de razones, retirándoles, «despegándoles» de unos objetos sensibles,
re orientándolos o presentándoles otros, etc.
Los sentimientos pueden ser más o menos intensos, más o menos duraderos y pueden tener una
mayor o menor repercusión fisiológica. Por ello se denominan simplemente sentimientos a las
afecciones normales que se despliegan en la sensibilidad humana. Se llaman emociones a los
sentimientos intensos acompañados de gran afección fisiológica (temblor, llanto, agitación, etc.) y
pasiones cuando el grado de intensidad del sentimiento es suficientemente alto como para afectar
significativamente la interioridad y la conducta del sujeto en cuestión.
Los actos de los apetitos sensitivos que se dan en el hombre y en el animal tienen una base
orgánica. Sin embargo en el hombre sus pasiones, emociones y sentimientos son más complejos y de
una índole superior debido al concurso de sus facultades espirituales. Por ejemplo, en el ser humano se
puede dar una pasión muy intensa sostenida por gran actividad intelectual, por ejemplo, se puede dar
esto cuando la inteligencia y la voluntad se ponen en relación con bienes espirituales y se produce
gozo, amor, etc.
Los sentimientos no son de suyo actos cognoscitivos pero sí dan noticia de la situación en que se
encuentra la subjetividad tanto respecto de sí misma como respecto a realidades externas, ya que
manifiestan la reacción del cognoscente frente a objetos conocidos y valorados (reconocidos como
bienes).
Es importante darse cuenta que en los sentimientos es decisiva la calidad de los objetos que los
despiertan, y su relación con los fines humanos superiores, ya que son éstos los que determinan la
calidad de aquellos. En el ser humano puede haber una discriminación y atención sobre esos objetos y
por tanto un control de las tendencias sensibles. La jerarquía de bienes o de valores, cumple aquí un
papel necesario para ordenar los movimientos de nuestras tendencias, y no entregarnos al primer bien
sensible inmediato que se ponga delante.
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b. Clases de sentimientos y pasiones:
En el primer nivel tendencial (apetito concupiscible), se dan como sentimientos específicos el
amor como inclinación, aptitud o connaturalidad con el bien y el odio como relación con su contrario,
el mal. Las pasiones del apetito concupiscible se despiertan ante el bien que es apetecible, que atrae, (el
mal es repulsivo, no atrae) de manera inmediata.
En general, el bien es el primer principio del movimiento de cualquier ser, es el fin al cual tiende
y a su vez el principio del amor es el conocimiento. El bien no puede ser amado si no es conocido. Así,
la visión corporal es principio del amor sensitivo y la contemplación de la verdad, de la belleza o
bondad espiritual es principio del amor espiritual.
«El celo bajo cualquier aspecto que se le considere, proviene de la intensidad del amor. El amor
intenso trata de excluir aquello que se le opone. Esto, sin embargo, acontece de modo distinto en el
amor de concupiscencia y en el de amistad. Pues en el amor de concupiscencia el que desea
intensamente una cosa se mueve contra todo aquello que impide la consecución o fruición pacífica del
objeto que ama. Más el amor de amistad busca el bien del amigo; por lo que cuando es intenso impulsa
al hombre contra todo aquello que es opuesto al bien del amigo y en este sentido se esfuerza en
rechazar todo lo que se hace o dice contra el bien del amigo» (S. Th. 1-2 q. 28 a.4)
«La causa del dolor externo es el mal presente y contrario al cuerpo y la del interno es el mal
presente y opuesto al apetito. El dolor externo sigue, a su vez, a la aprehensión de los sentidos,
especialmente del tacto; y el dolor interior a la aprehensión interna de la imaginación o de la razón
misma. El dolor interior es más fuerte que el externo del mismo modo que la aprehensión de la razón y
de la imaginación es más alta que la del sentido del tacto» (S. Th. 1-2 q. 35 a 7)
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13). De la esperanza y de la desesperanza
La esperanza es la pasión del apetito irascible que sigue al bien sensible futuro, arduo y posible de
conseguir. Se contrapone al temor porque así como éste es expectación de un mal futuro, la esperanza
lo es de un bien futuro. Se contrapone a la desesperanza porque ésta es la tristeza sin ninguna
expectación de cosas mejores.
15) De la audacia
«La audacia es lo que más dista del temor, pues éste rehuye el daño futuro a causa de la victoria que
éste ha de lograr sobre el que teme, mientras que la audacia afronta el peligro inminente en razón de la
victoria que se ha de lograr sobre el peligro mismo» (S. Th. 1-2 q 45 a 2)
La audacia sigue a la esperanza y los audaces son más valerosos al principio que en el momento
mismo del peligro.
16) De la ira
La ira es una pasión especial porque puede ser causada por el concurso de varias pasiones, ya
que no brota el movimiento de ira sino a causa de alguna tristeza inferida y supuestos el deseo y la
esperanza de vengarse. Su objeto puede ser el bien y el mal, ya que tiende a la venganza que apetece y
a otro, bajo la razón de mal que es el hombre dañino de quien desea vengarse. (Cfr.S. Th. 1-2 q. 46)
Las causas de la ira: por una acción que se ha hecho contra uno, lo cual produce la irritación,
por el desdén y el menosprecio ya que todas las causas de la ira pueden reducirse al rebajamiento de la
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propia dignidad lo cual parece implicar menosprecio, la conciencia de la propia excelencia y los
defectos de los otros. (Cfr. S. Th. 1-2 q. 47)
Los efectos de la ira son: La ira causa delectación por la venganza que conlleva, se impide en
gran manera el uso de la razón y provoca el silencio, ya que la lengua se traba y el rostro se enciende en
el poseído por la ira.(Cfr. S. Th. 1-2 q. 48 )
Los remedios contra la ira son: quitar las causas que producen la ira o al menos debilitar al
máximo posible su influjo. Frente al movimiento de ira antecedente a todo juicio de la razón se
procurará quitar su causa física, evitando el dolor y cuando esto no sea posible prever las reacciones
emocionales que a ellos o a cualquier otro estímulo emocional han de suceder, para tratar de ordenarlos
racionalmente. También podemos considerar la ira en el orden moral. No juzgar temerariamente, ya
que la causa de la ofensa pudo haber sido la ignorancia. No dar lugar a la sospecha y en especial dice
Sto. Tomás: «contra la ira el mejor remedio es el reconocimiento de la propia fragilidad». (Cfr. S. Th.
1-2 q. 47 y 48).
La voluntad se puede controlar en su mismo surgir indirectamente como control de los sentidos
internos y externos mediante la sustitución de las percepciones o representaciones. Esto es importante
respecto de las pasiones de lujuria (revistas, películas con escenas provocantes, faltas de pudor, etc.)
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La templanza es una virtud y como tal es un hábito operativo bueno adquirido por la repetición
de actos, por tanto es una virtud dinámica, nunca estática, ya que puede perderse o que puede
progresar, hacerse cada vez mayor. Por medio de ella se moderan las pasiones del apetito
concupiscible. Su nombre etimológico es temperantia y significa moderación. A veces la templanza se
ha reducido sólo al comer y al beber y nada más. Además, cuando se ha referido a la comida y la
bebida se ha visto en ellas sólo la moderación en la cantidad. También se ha empleado la templanza en
relación con la ira. Así cuando alguien está airado, se le suele pedir que «se modere».
Sin embargo, el verdadero significado de la templanza es el de ser un hábito por el cual se posee
una discreción ordenadora del apetito que se dirige al bien sensible inmediato. Con ella se trata de
hacer un todo armónico de una serie de componentes dispares. Por tanto la templanza no sólo quiere
decir poner freno o parar, sino respetar, tratar con miramiento una cosa. La templanza tiene como
finalidad lograr el orden interno en la persona humana. La tranquilidad de espíritu requiere un dominio
de los apetitos, especialmente del concupiscible que evita la autodestrucción
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La templanza es la virtud que modera el apetito concupiscible, la tendencia natural hacia el
placer sensible que se obtiene en la comida, en la bebida y en el deleite sexual. Esas dos tendencias, la
de la comida-bebida y la de la reproducción humana, son como ya señalamos una manifestación de las
fuerzas naturales más potentes que actúna en la conservación del hombre. También tiene que ver con la
mansedumbre, aunque ésta es una virtud del irascible, ya que modera la ira. Sin embargo, las virtudes
que más propiamente se derivan de la templanza son:
La castidad: Es la virtud por la cual se regulan de modo racional, y verdadero, todos los actos
propios de la sexualidad humana, atendiendo a sus fines que son la procreación?educación de los hijos,
lo cual debido a su importancia exige como ya señalamos una institución que es el matrimonio, y al fin
de la mutua ayuda fiel y permanente de los esposos.
Es necesario cuidar mucho esta virtud por la importancia de aquellos actos, y cuanto más
importante es una cosa, tanto más ha de seguirse en ella el orden de la razón. Por eso es de gran ayuda
el entender rectamente la sexualidad humana que no debe ser reducida a sólo su aspecto biológico,
como en los animales sino que tiene que tener en cuenta las otras dimensiones psicológicas, espirituales
y éticas que son inherentes a todo acto humano libre. Por otra parte, los desórdenes en este ámbito
restan mucha fuerza a la voluntad.
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El pudor: Es una virtud muy cercana a la castidad. Es aquel hábito de la reserva, que lleva a un
individuo a cubrir su intimidad, guardándola respecto de extraños, de manera que esté dispuesto a
entregarla a la persona adecuada y en el momento adecuado. El pudor tiene tres aspectos: Lo primero
es el pudor en el propio cuerpo. El cuerpo es algo muy íntimo de cada uno. Por eso debe cuidarse que
se dé en él una manifestación de la propia persona, de lo más espiritual que hay en ella y que por tanto
con el modo de vestirse, se guarde el propio cuerpo respecto de las miradas de cualquiera. El modo de
vestirse atiende al hecho de proyectar externamente el propio espíritu.
Otro ámbito del pudor es el lenguaje, por el cual las cosas íntimas no se cuentan a cualquiera y
en cualquier lugar o modo, sino que se ejerce la racionalidad y el carácter personal de cada uno. No se
puede poner la propia intimidad en manos de cualquiera porque puede ser un desaprensivo que puede
no recibirla bien, ni del modo adecuado.
La vivienda o la propia habitación constituyen un lugar bastante íntimo. Una señal de ello es que
por los pasillos de la casa se puede andar en pijama, lo cual no es posible hacerlo por la calle. Y dentro
de la habitación pueden hacerse cosas que no se hacen fuera. A cualquier desconocido no se le hace
pasar a que entre a la casa, menos a las habitaciones. No se comparte con cualquiera.
Es la virtud de apetito irascible que regula la tendencia a acometer bienes difíciles de alcanzar o
a resistir males difíciles de evitar. Tiene por tanto dos actos fundamentales: el ataque o acometimiento
y la resistencia. El ataque supone menos energías que la resistencia, porque en este último caso, el
dolor, mal o daño está presente, en cambio en el ataque el mal que se trata de evitar está en el futuro.
Los vicios del irascible son principalmente: el cinismo, la iracundia, la pusilanimidad. El cínico
es aquel que no acomete empresas de valía, debido al esfuerzo que conlleva su realización, por lo cual
no reconoce su valor y se burla de ellas, excusándose así de realizarlas.
El cínico, como el astuto, deteriora su inteligencia al negar que el bien sea precisamente bien.
Esta alteración del ejercicio de la inteligencia es muy seria, tanto que ha llevado a hablar de dos tipos
de sinvergüenzas: el buen sinvergüenza y el mal sinvergüenza.
El primero es aquel que aunque obra mal reconoce que lo está haciendo mal, sería aquel que
dice: ahí está el bien, lo reconozco como tal, esas personas que lo hacen son buenas, yo no tengo las
fuerzas para realizarlo, pero no niego que aquello sea un bien, lo acepto como tal; en cambio el mal
sinvergüenza es aquel que se niega a reconocer la verdad, el bien, diciendo que no lo es, que es una
tontería y las personas que lo hacen son unos raros, fanáticos o tontos.
De esta manera violenta a su inteligencia que está hecha para reconocer el bien oscureciéndola
aún más. El primero tiene una ventaja y es que ha dejado claro el bien, el fin, el “norte”, el segundo no
de manera que se hace imposible rectificar porque ha retirado del horizonte el bien hacia el cual
enderezar sus pasos. Además el cínico no tiene esperanza, porque le parece que no es posible mejorar
las cosas, por lo cual se exime de intentarlo.
Muy cercano al cínico está el indiferente, el pasota, y el pusilánime que son aquellos que no
acometen ninguna tarea costosa, por el esfuerzo que comporta o por miedo a sufrir, y entonces se hacen
indiferentes, pasan de todos los problemas, o se llenan de miedo, lo cual les inmoviliza para acometer
una tarea ardua.
El iracundo o violento: es aquel que no soporta el dolor o el mal y al no poder resistirlo, por falta
de fortaleza para acometerlo con paciencia y perseverancia, quiere eliminarlos de manera inmediata y
concluyente, por ejemplo el terrorista trata de terminar con el mal poniendo una bomba para protestar
contra el mal o situaciones de injusticia social.
El iracundo es aquel que por falta de fortaleza no ha moderado la pasión de la ira y ante una
dificultad, un dolor o un mal, «explota» agresivamente, no lo resiste precisamente porque es débil. Se
requiere poca energía para «explotar» iracundamente, en cambio, para resistir se requiere mucha
fortaleza; por lo cual se concluye que el que grita o reacciona agresivamente no es fuerte, aunque lo
parezca, sino que es precisamente un hombre débil, incapaz de resistir el mal.
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Sobre la importancia de la templanza ya hemos dicho lo fundamental, especialmente que hace
posible un recto uso de los bienes sensibles inmediatos, evitando que sean éstos los que determinen la
vida del sujeto, lleva a respetar los fines propios de los actos de comer y beber así como los actos de la
reproducción humana de manera que no impidan el desarrollo y perfeccionamiento del sujeto y de los
demás y que pueda subordinándolos a bienes últimos superiores.
Sobre la fortaleza y sus virtudes derivadas podemos abundar un poco más. Son hábitos
operativos muy necesarios para que un ser humano sepa dirigir su agresividad adecuadamente y de esta
manera se pueda enfrentar con el mal. ¿Cómo se controla el irascible? Para empezar, teniendo una
actitud acertada frente al mal y a las dificultades. El dolor sensible y en general cualquier dolor, es la
experiencia del mal, y presentado en sí mismo es algo absurdo, no estamos hechos para el mal, la
naturaleza humana lo detecta enseguida. Así por ejemplo, el dolor físico es una sensación que le da un
dato informativo al sujeto, le dice que algo está dañando su naturaleza, que amenaza su vida.
Por esto es tan necesario que la fortaleza se fundamente en un verdadero sentido del mal y del
dolor. Para lograrlo lo primero que hay que saber es que no todo dolor es totalmente malo, sino que se
puede sacar de ahí mucho bien. Si de entrada consideramos que el mal y el dolor son definitivamente
malos entonces podemos enfrentarlos de manera inadecuada y la fortaleza se haría imposible.
En segundo lugar hay que considerar cuáles son los verdaderos males, para lo cual hay que tener
en cuenta que el mal es siempre carencia del bien debido, es siempre ausencia de algo que debiera estar
presente para contribuir al desarrollo del sujeto. Si no tenemos en cuenta este principio, podemos
considerar que cualquier carencia es un mal humano. Así por ejemplo, un muchacho puede considerar
que es un mal para él no tener un carro último modelo y en consecuencia entristecerse por ello. Tendría
entonces que pensar hasta qué punto la tenencia de ese bien es indispensable para su desarrollo
personal.
De manera que puede darse una apreciación equivocada o acertada del mal y en consecuencia
puede haber dolores falsos y dolores verdaderos, tristezas falsas y tristezas auténticas. ¿Cuáles son los
verdaderos males? la respuesta se obtiene de la consideración de cuáles son los bienes verdaderos. Esto
hay que saberlo porque de lo contrario se puede sufrir gratuitamente como en el caso anterior. Alguna
vez los padres o también los maestros han ayudado a este esclarecimiento fundamental, importantísimo
en la educación de la afectividad, ya que responde a las preguntas: Yo, ¿por qué cosas tengo que llorar
o sufrir y por cuáles no tengo que hacerlo?, lo cual lleva a la pregunta fundamental: ¿Cuáles son los
bienes más importantes cuya pérdida es un verdadero mal y me tiene que causar dolor?
Tal como señalamos antes, las pasiones y sentimientos se controlan racionalizando la tendencia
en función de sus objetos, porque de esa relación se van a desprender los diversos sentimientos. Una
persona controla sus afectos cuando va a su tendencia dirigida a tal o cual objeto y ejerce ahí un
juicioso discernimiento que le lleva a reconducir su tendencia hacia otros objetos diferentes, dándole
razones, moviendo a la voluntad para que haga una revaloración, rápida o no, de aquello que ha
capturado a su tendencia.
Así se puede decir, por ejemplo: vamos a ver, eso que sientes, ¿por qué lo sientes?, ¿a qué objeto
estás considerando como bueno o como malo?, ¿vale la pena?, es decir: ¿es un verdadero bien o un
verdadero mal?, y entonces se puede re-encauzar la tendencia hacia otros objetos o bienes. Este proceso
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no es tan simple, no es fácil, ni tan rápido, las tendencias pueden presentar mayor o menor resistencia
dependiendo de sus hábitos, de sus disposiciones, y racionalizar las tendencias puede costar una pelea
interior muy intensa y sin embargo es la manera como se logra controlarlas, consiguiendo las virtudes
respectivas.
Si éstas no se obtienen, si el sujeto no controla sus tendencias, sus afectos, entonces queda a
merced de ellos. Esto tampoco es un secreto en estos momentos, ya que vivimos una época que
culturalmente no favorece ese control, todo lo contrario, ya que en la actualidad la mayoría de las
personas han renunciado al ejercicio de sus facultades superiores, de la inteligencia, y de la voluntad y
le han dado las riendas de su vida a la tercera y última potencia activa que es su sensibilidad, de manera
que la que gobierna la vida es la afectividad, pero esto es un error, ya que sobre los sentimientos no se
asienta una vida.
Sin embargo esta situación se está dando y se ha llegado a alterar la relación entre placer y bien,
y también la relación entre dolor y mal. Desde el punto de vista ético no todo placer es bueno y no todo
dolor es malo, ya que el criterio de bondad o maldad moral no viene del bien conveniente al apetito
(porque le produzca agrado o desagrado) sino del bien conveniente a la naturaleza y que por lo tanto
dirija al ser al cumplimiento de sus fines atendiendo al perfeccionamiento del sujeto.
Por eso es un error creer sin más que todo placer es un bien y todo dolor un mal. Una medicina
puede ser amarga, desagradable o incluso dolorosa y puede ser un bien para el sujeto. El estudio puede
no ser placentero y causar algunos sacrificios pero es un gran bien. Por lo demás el dolor está presente
en la vida humana y es necesario saber resistirlo con fortaleza y aprovecharlo para el propio
mejoramiento y el de los demás.
Algo que es importante frente al mal es no desconcertarse. Tenemos que contar con que hay
males, que son carencias; estas se pueden encontrar fuera, pero también en nosotros mismos, nuestra
inteligencia es lenta para conocer la verdad y no es falible, nuestra voluntad también, no está pronta
para adherirse al bien que la inteligencia le presenta, las pasiones están desordenadas, no siempre están
subordinadas a la inteligencia y voluntad.
Es evidente que esas carencias, inciden en otros debido a la dimensión social del ser humano, de
manera que alguien paga por ellas, aquellos que están alrededor del ser humano en cuestión. Por tanto,
no nos debe extrañar constatar esas carencias, que a veces pueden provocar sentimientos de
misericordia, o a veces causen mucho dolor y sufrimiento.
En todo caso si el mal tiene un sentido y actuamos en coherencia entonces sabremos recibir el
mal, las dificultades, las ofensas, etc., con ánimo fuerte, sin dejarnos vencer de la tristeza, controlando
la sensibilidad. En definitiva, el último sentido del dolor está en la caridad, en el amor que lleva a
perdonar y ser paciente, constante, audaz, etc. para superarlo o remediarlo.
(Tomado del libro “Hacia el descubrimiento de nuestro ser personal”, Genara Castillo. Colección Manuales y
Estudios Generales, n. 3, UDEP, 2014)
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