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Reflexión sobre el concepto Intercultural

María José Vázquez

Para hablar del concepto de interculturalidad tenemos que tener en cuenta


sus múltiples significados, es por eso que hay que revisar la especificidad
de ellos y así definir el concepto desde nuestra historia y contexto, desde
nuestra propia cultura. Teniendo en claro que también es definida desde
los contextos del poder y la hegemonía.

Hoy se presenta como natural hablar de la coexistencia en la mayoría de


las naciones –estado de diferentes pueblos portadores de tradiciones y
ritmos históricos propios. Es así como el tema de la “multiculturalidad”
preocupa a muchas sociedades, el tema es intenso en Europa y EEUU en
las ultimas décadas, por la intensificación de las migraciones nacionales e
internacionales, por la expansión de la economía de mercado y por el
impacto de los medios masivos de comunicación. Sin embargo en América
tiene su especificidad, el continente tiene un origen “multicultural” y
“plurilingüe” donde las relaciones inter-étnicas han sido una constante a
través de la historia. Historia de 512 años de resistencias donde se siguen
afirmando fuertemente las identidades en una situación de relaciones de
poder asimétricas, de subordinación y de exclusión aun muy acentuadas.

En la última década en espacios institucionales, en los discursos oficiales y


en la reforma constitucional de 1994 junto con los derechos consagrados
de libertad e igualdad ante la ley podemos observar el reconocimiento de
los derechos culturales de los pueblos que conviven dentro de las
fronteras de las naciones –estado. De este modo podría pensarse que
cada pueblo podría practicar su propia fe religiosa, acceder a sus
territorios ancestrales, transmitir sus tradiciones, dirimir sus conflictos de
acuerdo con sus prácticas jurídicas, etc. No obstante, es indudable que
esta idea está muy lejos de la realidad, porque es sabido que las actuales
naciones-estado se edificaron sobre la negación de las diferencias étnicas
y culturales y sobre la suposición de sus ordenamientos sociales y políticos
que se basaban en principios universales y, por lo tanto, validos para
todos. Estos principios universales implicaban la imposición de las
nociones de justicia, saber, verdad, etc. de los grupos hegemónicos.

El pasado nos da elementos para entender el presente

Para comprender este proceso en la Argentina comenzaremos a partir de


1853, la Confederación Argentina cuyas políticas estuvieron determinadas
por el concepto hegemónico de Estado-Nación que se había articulado en las
últimas décadas del siglo XVIII en Europa, basadas en la premisa de unidad
(un territorio, un pueblo, una lengua) y un ideal marcado por las ideas de
civilización (la occidental y cristiana) y progreso. De este modo, el proyecto
de país que orienta la formación y consolidación del Estado Argentino
perseguirá la homogeneización de las diferencias culturales y de la lengua
sobre un modelo, el europeo / universal, que se convierte en el ideal de
civilización y progreso para este Estado naciente.

El sistema educativo en la Argentina fue pensado en ese marco teórico e


ideológico. La eliminación de las diferencias culturales y lingüísticas y la
trasmisión de un cuerpo de conocimientos que se asumen como verdaderos
lograrían la unidad indispensable para el crecimiento de la Nación. Dentro de
esta concepción, se exaltó un “ser nacional”, con discursos signados muchas
veces por fuertes acentos esencialistas y etnocéntricos— como cultura única
de la nación — y se consideraron un obstáculo y una influencia negativa las
manifestaciones culturales diferentes, incluso las manifestaciones indígenas
fueron lisa y tácitamente negadas. Así se puede observar en la versión de
la historia nacional que trasmiten los textos escolares y discursos oficiales
que corresponden a la consolidación de la memoria grupal en torno a
ciertos hechos fundantes, que tienden a escamotear los conflictos para
acentuar la unidad, es decir, confiscar la memoria colectiva. Su expansión
e imposición ha sido y es uno de los dispositivos de dominación cultural
más eficientes.

Dentro de la concepción planteada, la Argentina presupone homogeneidad


cultural y lingüística en todo el país o en la mayoría de sus jurisdicciones.
Pero en las grandes ciudades, como es el caso de la Ciudad de Buenos
Aires y de las que conforman los partidos del Gran Buenos Aires, (casi el
50% de la población nacional) encontramos grupos sociales que han
mantenido y mantienen contacto con lenguas y culturas indígenas, un alto
número de migrantes de otras zonas del país y países limítrofes hablantes
de distintas lenguas, como guaraní, aymara y quechua, entre otras. Algo
similar sucede con los inmigrantes de países asiáticos (Taiwán, China y
Corea).

Sin embargo, estamos en una sociedad que no solo entiende un único


lenguaje, una forma de ser y ver la realidad, sino que rechaza a aquel que
hable, vista o actúe de forma diferente. Negando u ocultando la existencia
de las catorce lenguas indígenas (existen zonas indígenas en las que todos
-o casi todos - hablan lenguas que no son el castellano) y de múltiples
variedades dialectales, construye así grupos sociales que están en inferiori-
dad de condiciones (no solo económicas), identificados como “carentes”
porque tienen déficit respecto del modelo hegemónico. No se reconoce que
la Argentina es un país multicultural, pluriétnico y multilingüe, se niega
tanto a la presencia de población originaria como la de inmigrantes.

Se puede observar cómo en el tratamiento legislativo se manifiestan estas


concepciones. Así primero fue “...conservar el trato pacífico con los indios
y promover la conversión de ellos al catolicismo” (Constitución Nacional de
1853, art. 64 inc. 15); se pensaba en” ... llevarles el bien de la
civilización” (Discurso del Senador Zavalia 1868). Más tarde, el texto que
figuraba en la reforma de la Constitución Nacional de 1949, art. 68 inc. 15
decía “... no se pueden establecer distinciones raciales, ni de ninguna
clase, entre los habitantes del país.” Esta época se conoce como la de
“argentinización” de la población indígena y, en el discurso legislativo, la
educación aparece tematizada como la vía para lograr diversos objetivos:
el aprendizaje de técnicas agudas, el aprendizaje de la lengua española, el
aprendizaje de las costumbres de la civilización, etc.

Recién en las últimas décadas, la Argentina se adscribe a la tendencia del


reconocimiento de la diversidad, y configura un marco legal que reconoce
por ejemplo el derecho de las poblaciones originarias, demanda exigida
desde las mismas comunidades indígenas del país.

El marco legal que reconoce los derechos indígenas empezó a construirse a


partir del retorno a la democracia (1983), y siguió un proceso particular que
ha sido llamado “de génesis inversa”. Tal proceso se define por haberse
sancionado primero una Ley Provincial, la de Formosa (1984), que resulta
modelo fundamental para la sanción de la Ley Nacional 23.302 y para otras
leyes provinciales que se van promulgando en los años posteriores: Ley N.º
6373 de Salta (1986), Ley N.º 3258 del Chaco (1987), Leyes N.º 2435 y N.º
2727 de Misiones (1987 y 1989, respectivamente), Ley N.º 2287 de Río
Negro (1987), Leyes N.º 3657, 3623 y 3667 de Chubut (1991) y Ley N.º
11078 de Santa Fe (1993), hasta llegar a la Reforma Constitucional de
1994, en la que se deroga el artículo 65 de la Constitución de 1853. Este se
reemplaza por el artículo 75, inc. 17, Constitución Nacional. El texto de
dicho articulo hace referencia al reconocimiento de los derechos de los
pueblos indígenas, modificando sustancialmente su lugar en la comunidad
nacional.

Esto nos coloca frente al reconocimiento de sujetos históricos que fueron


negados y relegados a lo largo de nuestra historia, así como también al
reconocimiento de su contribución en la construcción de América. Pero no
basta con el reconocimiento legal ya que éste debe ir acompañado de
políticas de acceso al poder para que estos sujetos tengan plena
ciudadanía en nuestra sociedad.

La democracia no se construye solamente a través del ejercicio de los


derechos políticos de la ciudadanía legal, dichos elementos son
importantes, pero es necesario ampliar la reflexión de la ciudadanía
cultural que reconoce los diferentes rasgos culturales presentes en la
sociedad y es capaz de valorar y darles espacio de manifestación,
producción y representación en la sociedad como un todo. Darle espacios
a la “Multiculturalidad” de la sociedad es entonces un dato de la realidad y
pueden existir varias maneras para abordarla, la interculturalidad es una
de las propuestas. No obstante, aquí también aparecen preguntas que
tensionan la propuesta:
 En sociedades como la nuestra, marcadas por la multiculturalidad y
las desigualdades estructurales ¿cómo se resuelve la tensión entre
la percepción de que “diferencia” se opone a igualdad?

 ¿Cómo tener en cuenta que igualdad no es lo mismo que


homogeneidad?, ¿cómo reconocer que la antinomia no es igualdad –
diferencia sino igualdad - desigualdad?

 Cuando hablamos de valores universales nos referimos a valores


que deberían ser afirmados por todos los grupos sociales y
culturales como expresión de un proyecto de humanidad. Pero, la
pregunta es cómo se construye esa universalidad, quién define los
valores que son para todos, cómo se llega a esa definición; a través
de qué procesos y mediaciones; en qué nos fundamentamos para
defender esa universalidad.

 Por otro lado, habría que preguntarse sobre las implicancias de la


actual tendencia de los organismos internacionales y de las
multinacionales a intervenir en la política local patrocinando los
derechos de las diferentes culturas, catalogando cuáles conflictos
son correctos y arrogándose el poder de promocionar y descalificar.

 ¿No puede la “interculturalidad” convertirse en una fórmula vacía


que actuaría como dispositivo del poder, como el término
políticamente correcto ante los organismos internacionales para
lograr consenso rápido? ¿No se constituirá como un eslogan, en el
discurso publico, que parece “uniformar las propuestas nacionales”
o “instrumento de integración” ante un pluralismo tolerante?

A estas preguntas se suma la situación, en nuestro país, de los pocos


espacios institucionales en los que se han implantado políticas
interculturales. Uno de ellos es el educativo, pero pese a las casi tres
décadas de institucionalización de la EI su implementación ha sido
bastante limitada, ya que no se ha logrado mayor aceptación entre los
actores educativos, en los programas curriculares y en la presencia en la
sociedad nacional.

La EI se mantiene aislada en relación con el sistema educativo (educación


para indios) no se articula con las propuestas y medidas de otros sectores
para el desarrollo del país (pese al discurso de la educación para el
desarrollo) y en muchos casos tiende a convertirse en una técnica de
alfabetización para excluidos.

El sistema educativo sigue emitiendo una propuesta homogeneizante que


no reconoce las particularidades de los pueblos a los que va dirigida;
trasmite una imagen desvalorizada de sus culturas al excluir su lengua y
conocimientos de contenidos escolares; y las relaciones sociales dentro del
aula reproducen, a menudo, la subvaloración de las culturas locales.
En este contexto, a veces la EI encaja dentro del proyecto de fortalecer el
poder provincial, a través de la regionalización de la enseñanza pública y
de reforzar la identidad local y abre un campo de disputa donde las
posiciones del estado federal, el estado provincial y de las organizaciones
y comunidades indígenas no admiten alineamiento definitivo

Ante esto surgen las preguntas de cuánto existe en las políticas educativa
de “ver” a las lenguas y culturas indígenas como “instrumentos de
integración” a partir de la unidireccionalidad que subyace a la noción de
“convivencia pluralista y participativa” que se impulsa1. La política
educativa del Ministerio de Educación que en su discurso plantea el
respeto a la diversidad y la necesidad de una política intercultural tiene
dicho espacio dentro de las “Políticas Compensatorias” promoviendo de
alguna manera la idea de que los indígenas son una especie de
“ciudadanos imperfectos” con-nacionales con deficiencias que requieren
políticas especiales para ser propiamente incluidos en el desarrollo de la
nación”. Es más, “el bajo presupuesto o ningún presupuesto” que suele
tener esa área pone en jaque la continuidad de proyectos puntuales que
se están dando y la posibilidad de fijar una política educativa en esa línea.

Por eso creemos que las transformaciones no vendrán del simple


reconocimiento de la diferencia cultural, sino que serán el resultado de
cambios en las relaciones de poder entre el Estado y los distintos pueblos
y organizaciones indígenas, de lo contrario la política intercultural será una
estrategia para resolver el conflicto social que a la larga contribuye a la
supervivencia del aparato de dominación.

Pensamos que, como dice Briones, “La tarea es más bien generar lecturas
alternativas, desde experiencias situadas, que recojan la versión particular
de los diversos actores implicados, identifiquen las complejas
interrelaciones que se tejen entre ellos y reconozcan los juegos de poder
puestos en marcha y sus complejos campos de negociación”, buscando
generar espacios de deliberación y acuerdos en los que no exista exclusión
de representaciones y opiniones, y donde la capacidad de decisión se dé
en los ámbitos de administración del poder.

Por eso la interculturalidad la concebimos como una meta, un camino,


poniendo el acento en la relación simétrica entre los diferentes grupos
sociales y culturales, estableciendo puentes, intercambio, interacción con
los otros.

Interculturalidad no de una manera ingenua o discursiva sino teniendo en


cuenta las diferencias, las desigualdades, los conflictos, la asimetría, las
cuestiones de poder. Eso es partiendo del diálogo, del diálogo con el otro,
constituyéndose como diálogo, para enriquecernos personal y
colectivamente en nuestra humanidad, en nuestra identidad, en nuestra/s
manera/s de ver el mundo.
1
Son las oficinas económico-educativas del Ministerio de Educación sin la participación de miembros de las
comunidades indígenas las que dictaminan qué de aquello Intercultural puede ser aceptable y culturalmente
integrable.
Interculturalidad formulada como una educación de lenguas y culturas en
plural, que tenga en cuenta las demandas y necesidades del conjunto de
la sociedad desarrollando capacidades para relacionarse con miembros de
diferentes culturas.

Bibliografía

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