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Arqueología de la Escuela: La maquinaria escolar - Julia Varela y

Fernando Álvarez-Uría

Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría comparan a la Escuela como una maquinaria,


donde cada engranaje fue cuidadosamente colocado con un propósito particular.
Sostiene que los “poderosos” han realizado variados estudios históricos de la
educación que sólo ocultan las funciones reales de las instituciones educativas, ya
que estas constituyen los pilares de su posición socialmente hegemónica. De esta
forma los “poderosos” conciben a la escuela como algo que existió siempre,
naturalizándola y haciéndola universal, tomando como anti-natural a todo aquello
que la cuestione.

En el capítulo 1 de su libro “Arqueología de la Escuela”, mostrarán que la escuela


como lugar de socialización privilegiado y obligatorio para los niños de la clase
popular, es una institución reciente, de poco más de un siglo. Aseguran que la
escuela pública, obligatoria y gratuita fue instituida en el siglo XX, convirtiendo a los
maestros en funcionarios del Estado, haciendo efectiva la prohibición del trabajo
infantil.

Argumentan que la “maquinaria de gobierno de la infancia” no apareció de golpe


sino que fue ensamblando dispositivos que se comenzaron a configurar en el siglo
XVI. Los autores tratarán de conocer cómo se fueron montando estos dispositivos
mediante la Sociología histórica, precisamente con el método genealógico el cual
permite abordar el pasado para descifrar el presente. Desmenuzarán el para qué de
la Escuela, a quién sirve, a qué sistema de poder está ligada, cómo se transforman y
disfrazan, en conclusión cómo contribuyen a nuestra existencia actual. Para ello
plantean el análisis de las condiciones sociales de aparición de determinadas
instancias que permitieron la aparición de la escuela nacional:

 La identificación de un estatuto de la infancia


 La emergencia de un espacio destinado a la educación de los niños.
 Aparición de un cuerpo de especialistas.
 Destrucción de otros modelos de educación.
 Institucionalización de la escuela: imposición de la obligatoriedad escolar.

Definición del estatuto de infancia

Igual que la escuela, el niño no es algo natural, es una institución social reciente
ligada a las prácticas familiares, modos de educación y a la clase social. Como
hecho no natural la infancia nace como una consecuencia, específicamente de la
iglesia del Renacimiento (S. XV y XVI). Los moralistas de esta época en el momento
en que comienzan a configurarse los Estados modernos pondrán en marcha todo un
conjunto de tácticas con el fin de que la iglesia no pierda su poder y prestigio. Las

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tácticas aplicadas van desde la manipulación de las almas hasta las manifestaciones
más públicas posibles para la extensión de la fé (la confección, la dirección
espiritual, la producción de catecismos para clérigos, indios, adultos y niños). Siendo
los jóvenes débiles biológicamente y en proceso de socialización, poseen lo
necesario para inculcarles la fe. De esta forma Europa se encuentra en tierra de
misión de dos bloques religiosos: Católicos y Protestantes.

Se enfocarán principalmente en los futuros herederos, reyes y nobles. Los educarán


en colegios fundados para ellos, destacándose los colegios jesuitas. Mientras que
los hijos de los pobres serán objeto de protección ejercida por instituciones
caritativas para ser adoctrinados.

El nacimiento de la infancia como término se lo debemos a los moralistas, quienes lo


introdujeron con sus programas educativos para la instrucción de los jóvenes, donde
la educación es el instrumento para naturalizar los estamentos sociales. En
consecuencia, se instruirán poco a poco diferentes programas para diferentes
infancias: La infancia angelical de los príncipes, la infancia de calidad de los nobles y
finalmente la infancia ruda la cual le corresponde a los hijos de los pobres. Claro
está que los eclesiásticos presentarán mayor importancia en las dos primeras
infancias, ya que de estas dependerá el futuro de la fé y de sus propios intereses.

Es preciso aclarar que en el siglo XVI aún no estaba definida la “infancia”


cronológicamente, sino que ésta se caracterizaba por la maleabilidad (donde está la
capacidad para ser moldeados), debilidad que justifica su tutela, rudeza por lo cual
es necesaria su “civilización”, debilidad de juicio que exige desarrollar la razón
habilidad del alma que distingue al hombre de la bestia, y naturaleza en inclinarse a
los vicios. De esta forma se justifica la necesidad de moldear y gobernar a los niños
y las emergentes instituciones para ello.

Será necesario un largo proceso para que se defina concretamente esta etapa
específica, infancia, denomina juventud. Los autores destacan tres aspectos que
fueron decisivos para determinar esta etapa de la vida: La acción educativa ejercida
en espacios como colegios, hospitales, seminarios, etc. La acción educativa de la
reciente familia cristiana, y por último una acción educativa dedicada a la
recristianización.

Se comienza a aislar al niño del mundo adulto, donde el convento será la institución
preferida de las clases altas, donde al principio que el alumno fuera acompañado por
su servidumbre. Pero al final el joven distinguido deberá enfrentar sólo el encierro,
con una vigilancia y cuidado continúo y minucioso. Se sumará luego la familia a este
cuidado, designando tareas que ellas deben cumplir, señalando los papeles que
debe desempeñar cada agente en la familia. De esta forma los jóvenes pudientes se
verán sometidos a dos tutelas, las familias y los colegios, ejercida por su propio bien.
Los pobres, sin embargo, sólo les bastan una, las instituciones de caridad, siendo el
internado la solución para ejercer la tutela cuando los jóvenes ya están en edad de

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merecer. El encierro de los pobres y la clase media resulta más duro, ya que la
familia solo interviene esporádicamente.

A esto se suma una imposición religiosa, dotada de un lenguaje puro y casto, de


prohibiciones, de imágenes de Jesús niño, el ángel de la guarda, los niños modelos
e inocentes, los niños santos, y la creación de fiestas religiosas relacionadas a esta
etapa como la comunión. Así se llega al siglo XVIII con una infancia inocente para
las clases distinguidas. Donde el niño noble comienza a ser considerado diferente a
los adultos, vestido de forma diferenciada, mientras que el niño pobre seguirá
frecuentando lugares de adultos y vistiendo como tal hasta el siglo XIX.

De esta forma la infancia “rica” es gobernada, siendo su sumisión a la autoridad


pedagógica necesaria para asumir funciones del gobierno. La infancia pobre no
recibirá tantas atenciones, siendo los hospitales, hospicios y otros centros de
corrección los centros destinados a moldearla.

El espacio cerrado

Como se mencionó anteriormente, en el siglo XVII los niños fueron aislados del
mundo adulto, dejando de ser mezclado con los adultos y deja de conocer la vida en
contacto con ellos. Se lo mantiene separado en una especie de cuarentena antes de
liberarlo al mundo.

Así comienza un largo proceso de encierro de los niños (los autores lo compara con
el encierro de los locos, los pobres y las prostitutas), llamado escolarización.

Es necesario para esto un espacio de encierro, el convento, destinado a transformar


la personalidad mediante reglamentaciones estrictas, servirá de maquinaria de
transformación de la juventud, haciendo de los niños buenos cristianos y súbditos
sumisos de la autoridad real. Es necesario destacar que el espacio de encierro no
será igual para todas las posiciones de la pirámide social, variarán las disciplinas, se
flexibilizarán los espacios. Los colegios de jesuitas distan de las instituciones de
recogida de niños pobres: escuelas “rudas” que corresponden a naturalezas de
bronce, y colegios de nobles que corresponden a naturalezas de plata y oro. Con
esto se pretende naturalizar las diferencias sociales y en consecuencia las nuevas
formas de dominación social.

Existiendo una amplia gama de condiciones de aislamiento entre el Príncipe niño


sometido a un encierro moral y el secuestro de niños pobres, huérfanos y
desamparados.

Es claro que la máxima represión y mínimo conocimiento se le eran reservados al


niño pobre.

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Se crea el programa de gobierno de los pobres, el cual se pondrá en marcha en los
países católicos, con el que se inicia una recogida de pobres de uno y otro sexo. En
España específicamente “todos” se interesarán por la pobreza, mediante programas
destinados a neutralizar socialmente a los jóvenes vagos, adiestrarlos en oficios y si
es posible enseñarles a leer y escribir. Claramente Prima la necesidad de encierro
antes que la instrucción, quedando ésta a una minoría selecta.

Ésta política de recogida de pobres son pilares del adiestramiento para los oficios, la
moralización y fabricación de súbditos.

La recogida y educación de los niños pobres dista mucho de la educación del niño

Príncipe y colegiales. Éstos últimos además de dedicarse a determinadas materias


donde se incluye el latín, gozan de tiempo de juegos e instancias culturales,
adquieren modos nobles mediante la esgrima, danza, etc. Pero no sólo se trata de
diferencias en las actividades, sino en la dureza del encierro, el rigor de los castigos,
el sometimiento, son la gran diferencia que existen entre los colegios y las escuelas
de primeras letras para los hijos de los pobres.

Formación de un cuerpo de docentes

Al igual que la escuela es concebida por los autores como un hecho no natural, la
infancia como ya vimos tampoco lo es, siendo la familia y la iglesia los que la
constituyen psicobiologicamente. No sólo la educación es un programa político, sino
que la infancia también lo es, surge como un programa de dominación donde las
clases altas se afianzan y ejercen su poder. Para ejercer dicho poder es que se
crean los espacios de encierro ya mencionados, donde a su vez son necesarios
saberes específicos sobre la infancia, naciendo la formación de un cuerpo de
especialistas para la infancia. De esta manera surgen los pedagogos, no solo con la
tarea de transmitir saberes, sino de moldear los comportamientos de los alumnos de
acuerdo a lo que la clase alta demanda.

Los jesuitas son los primeros en ocuparse de esta temática, cambian la visión del
clásico maestro, sustituyen lo métodos drásticos por dulces e individualizadas
intervenciones.

Esto permitía mantener al alumno en sus límites, mientras se lo estimulaba por el


estudio.

Estos nuevos maestros no sólo tenían la capacidad de transmitir conocimientos, sino


que poseían conocimientos específicos sobre la infancia. De la misma manera son
conocedores de qué se debe enseñar dependiendo de la condición y edad del
alumno. Es necesario aclarar que los jesuitas se dedicaban básicamente a la
infancia de Príncipe o angelical, dejando a la infancia pobre, a la ruda, al abandono
de los centros de recogida.

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Los escolapios, con el fin de no tener conflictos con los jesuitas en este ámbito, van
a utilizar a la infancia pobre o ruda para impartir su educación.

Los escolapios, al igual que los jesuitas, también se preocuparán por la formación de
sus maestros. Éstos se encargarán de recoger y dejar a los alumnos en sus casas
realizando además una labor con las familias, cantando en filas por las calles
cánticos religiosos con el fin de separarlos de los peligros de las calles, y a
diferencia de los jesuitas sus castigos son más duros y difieren en los contenidos a
impartir.

Ésta especificidad de la enseñanza dependiendo del origen social de los alumnos


será confirmada cuando el Estado pretenda, de acuerdo con los intereses de la
burguesía, generalizar e imponer una formación para los hijos de la clase popular.
De esta forma los especialistas recibirán una formación controlada por el estado e
impartida en instituciones especiales: Escuelas Normales. La función de estos
nuevos maestros será acorde con la nueva sociedad en vías de industrialización.

El Estado espera que el maestro ejerza de agente de control para establecer las
bases de la nueva sociedad a través de la imposición de una lengua nacional, de la
idea de patria y política se sustentarán mediante la geografía y la historia. Es una
enseñanza rudimentaria para gente ruda e ignorante, que no tiene como finalidad
facilitar el acceso a la cultura sino inculcar estereotipos y valores morales que se
oponen a la forma de vida de las clases populares.

El paso por la Normal de los futuros maestros generará maestros desclasados, los
cuales son reclutados de estamentos sociales lo suficientemente elevados como
para no sentirse pertenecientes a la clase popular, y lo suficientemente bajos como
para aspirar a acceder en estamentos. Así los maestros menospreciarán la cultura
de las clases humildes, desprecio potenciado y justificado por la Normal. Intentarán
transmitir su admiración por la cultura burguesa, en la cual no están incluidos pero
desean integrar.

Todos estos aspectos sumado a la escuela obligatoria tienen como fin crear un
nuevo individuo, que rompe sus lazos originarios, que no pueda integrarse a un
grupo dominante por las características de su educación, siendo el maestro el
responsable de esta creación.

Destrucción de otras formas de socialización

La escuela no es solo un lugar de aislamiento, sino que también es una institución


social que surge enfrentándose a otras formas de socialización y de transmisión de
saberes, los cuales quedarán desplazados mediante la puesta en marcha de la
escuela.

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Con los colegios de jesuitas comienza el proceso de destrucción y desvalorización
de formas de vidas diferentes y autónomas respecto al poder político. Estos colegios
dan lugar a una nueva forma de socialización que rompe con la relación entre los
aprendizajes y la formación, relación que se daba en los oficios manuales y en los
de armas. No es sorprendente encontrar en los siglos XV y XVI capitanes de 12
años, ya que se incluían muy pronto en el aprendizaje y formación de este oficio.

Los reformadores católicos instauran en los colegios un modo específico de


educación que rompe con las prácticas habituales de la formación de la nobleza, y
más aún con el aprendizaje de los oficios de las clases populares. Así formación y
aprendizaje se separarán cada vez más hasta identificar al trabajo manual y al
trabajo intelectual.

Los colegios jesuitas se oponen a las instituciones educativas medievales, donde las
Universidades eran corporaciones vinculadas al poder político. Los estudiantes
gozaban de privilegios como el poder de elección de las autoridades académicas, el
derecho de uso de armas, el derecho de asilo, la exención de impuestos, entre otros.
En estas Universidades se adquirían los conocimientos para acceder al clérigo,
siendo una especie de gremios en donde aprendizaje y formación estaban unidos.
De estas escuelas medievales se pasa a las instituciones modernas, colegios y
Universidades reformadas que ejercerán en los estudiantes control moral e
individualización psicológica. La formación del alma infantil, a la cual contribuyen los
colegios, tendrá como consecuencia el sometimiento de los cuerpos y la educación
de las voluntades.

Los colegios de jesuitas comienzan por estar separados del poder político,
perdiendo los estudiantes sus privilegios quedando excluidos del control de las
instituciones que los educan. Los jesuitas sientan así las bases de la tutela y la
infantilización. Inversamente proporcional a esta pérdida de poder estudiantil, el
maestro ve incrementadas sus funciones, ahora además de impartir saberes inventa
técnicas didácticas y pedagógicas para estimular y normalizar a los estudiantes. El
saber es propiedad del maestro, sólo él lo puede interpretar y conocer en
profundidad, adecua conocimientos a capacidades y elige quien es el mejor alumno.
El maestro es dueño de saberes alejados de la vida social y política que degradan
los “conocimientos vulgares”. Siendo las clases distinguidas las dueñas de la verdad.
De esta forma los saberes adquiridos en el trabajo, sus producciones culturales, sus
luchas, serán vistos como un error y desterrados de la cultura. Esta relación entre
los saberes dominantes y los saberes sometidos se reproducen en la relación
maestro-alumno, relación social de carácter desigual marcada por el poder del
maestro sobre los alumnos.

Pero los jesuitas y los escolapios más tarde, despreciarán el sistema de transmisión
de saberes que supone el aprendizaje de los oficios, dejando de ser una función
noble para convertirse en el desprestigiado trabajo manual.

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A pesar de ello, los artesanos y en general la clase popular, tenían un aprendizaje
que implicaba un sistema de transmisión de saber que se hacía en los talleres, el
cual aparte de ser lugar de trabajo era también lugar de educación. En el taller
maestros y oficiales eran autoridad que poseían un “saber hacer” que convivía con el
trabajo productivo. Los aprendices estaban mezclados con los adultos, aprendían en
contacto con la realidad que los rodeaba.

La imposición de la escuela obligatoria terminará con esto, impulsando la aparición


de la infancia popular asociada a la inculcación de valores familiares en la clase
popular.

Los peligros sociales que aseguran que traen las clases populares los burgueses del
siglo XIX, traerán una gran intromisión en la infancia popular destinada a destruir la
cohesión de esta clase. Así la escuela servirá para proteger a la infancia popular de
los males sociales de esta clase, liberarla de la miseria y la corrupción, en efecto
desclasarla e individualizarla para su fácil manipulación. Este gran encierro de los
niños de las clases populares romperá lazos sanguíneos, de amistad, relación con el
barrio, con el trabajo, con la tierra, etc. El niño popular nace de esta violencia que lo
arranca de su medio, de su clase y cultura, para domesticarlo en pro de los intereses
burgueses de la época.

La escuela obligatoria, al igual que los colegios de jesuitas, entenderán que si el niño
fracasa es a causa de su incapacidad de asimilar esos conocimientos y hábitos tan
distantes de los de su entorno, por ello la culpa es sólo suya. De esta forma, la
maquinaria escolar irá transformando a estos niños populares, a estas tablas rasas,
en buenos obreros.

Institucionalización de la escuela: imposición de la obligatoriedad escolar

La educación de los hijos de las clases populares forma parte de programas políticos
de mediados del siglo XIX y principios del siglo XX, destinados a resolver la lucha de
clases.

Se despliegan una serie de medidas destinadas al control de las clases populares,


dispositivos institucionales de control social: casas baratas para obreros,
reglamentación del trabajo de mujeres y niños, remodelación de barrios y extensión
de la policía, nacimiento de la asistencia social para la protección de la infancia en
peligro, entre otros.

Todos estos dispositivos tienen por finalidad tutelar al obrero, moralizarle, convertirle
en honrado productor, mientras que intentan controlar la lucha social que atenta con
la estabilidad política. La obligatoriedad escolar surge con la imposición por el
sentimiento de familia, siendo el obrero que cuida a su familia el que llega a ser
propietario y es mejor trabajador.

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Estos hábitos son difíciles de arraigar en quienes han vivido en la promiscuidad y
rodeados de todos los excesos, por ello el niño obrero será el blanco de estas
políticas de transformación de los sujetos. El niño debe ser cuidad, protegido y
educado para obtener de él los máximos beneficios económicos y sociales cuando
adulto. La educación del niño obrero tiene como fin el enseñar a obedecer, no
pretende hacer de él un hombre instruido sino inculcarle la obediencia y la sumisión
a la autoridad y la cultura legítima.

Emerge así a finales de sigo XIX la escuela como un nuevo espacio de tratamiento
moral, en medio de constantes luchas sociales entre la burguesía y las clases
proletarias. La imposición de la escuela pública resulta de estas luchas e imposibilita
el paso a una educación gestionada por los trabajadores.

La imagen de la infancia que se impone a las clases populares será diferente a la


concepción que tenían antes las clases altas. El maestro, al sentirse superior de
ellos, no admitirá sus formas de vida y educación, no se producirá una relación de
igualdad maestro-alumno sin producirse relación alguna con la familia. Pues la
escuela emerge para suplantar la acción socializadora de estas clases populares
consideradas negativas.

Todo esto llevará a que los discursos pedagógicos hacia estas clases sean
prohibiciones mientras que para las clases altas será positivo, significativo.

El aislamiento presentará formas distintas en la escuela primaria, ya que para los


niños populares no tendrá ninguna relación con su entorno familiar y social. Éste
espacio cerrado tratará de inculcar que el tiempo es oro y el trabajo disciplina, y para
ser hombres y mujeres de bien han de renunciar a los hábitos de su clase y hasta
avergonzarse de proceder de ella. No se trata ya de afianzar y reforzar los hábitos
de clase por la clase dirigente.

Este espacio de domesticación, donde asiste una masa de niños, estará regido por
una autoridad. El maestro romperá lazos de compañerismo, inculcará la
competitividad, la rivalidad en las notas, la separación entre alumnos buenos y
malos. Así cualquier forma de resistencia colectiva queda descartada. Ésta mayoría
silenciosa y segmentada deberá reproducir el modelo social burgués.

A los métodos de individualización de estas instituciones, emerge en el centro de la


escuela un dispositivo fundamental: el pupitre. Supone una distancia física y
simbólica entre los alumnos, está destinado al aislamiento y la inmovilidad.

Estado y Educación en las sociedades modernas

En este artículo el autor, Puelles Benítez, analiza la relación del Estado y la


Educación desde la aparición del Estado Moderno. En el Antiguo Régimen el Estado

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es indiferente a la educación, dejada librada al poder eclesiástico. Esta situación
cambia con la Revolución Francesa, el Estado asume la gestión directa de la
Educación, convirtiéndose en un servicio público. Surgen de esta forma dos modelos
distintos: el liberal que contempla una educación básica y gratuita para el pueblo
pero una educación superior destinada a las clases altas y onerosas. El jacobiano
propone una instrucción igual para toda la población, siendo antecedente a la
concepción de la educación como un derecho.

Estos modelos representan a la educación como un instrumento de control social o


como factor de emancipación y cambio social. Tendencias que existen hasta
nuestros días.

Introducción:

El autor especifica que precisar la fecha en la que nace el Estado Moderno es difícil
debido a la variedad de opiniones, pero ubica la fecha de publicación de la obra “El
Príncipe” de Maquiavelo como fundamental en el surgimiento de este Estado. En
esta obra Maquiavelo separa el poder político del religioso y reflexiona sobre una
nueva organización política que aspira a la autonomía.

Pero el proceso de formación del Estado moderno no puede definirse con una fecha
o hecho concreto. Más bien se da como un proceso de organización política que se
encamina cada vez más a la independencia del poder del papado y cualquier otra
forma de poder político. Cuando el proceso se consuma es cuando nos encontramos
frente a una organización política estable, permanente, estática, es decir, el Estado.

1. El Estado y la Educación en el Antiguo Régimen.

En la Edad Moderna, siglos XVI y XVII, el modelo educativo será un monopolio


eclesiástico por fuera del Estado. El Estado permanece aparentemente indiferente a
la educación, considerándola responsabilidad de la iglesia católica o reformadora.

La idea de una educación popular de carácter estatal aún se encuentra lejos del
Estado.

Este tipo de educación se considera propia de la Iglesia. Pero no ocurre así con la
educación superior, aun siendo la Universidad competencia de la Iglesia, presenta
mucho interés para el Estado ya que formará a los futuros dirigentes.

Pero como dice el autor, el Estado es aparentemente indiferente, no siempre en la


educación elemental presenta un papel pasivo. Así pues observamos tres modelos
educativos en Europa:

 Uno representado por Francia en los siglos XVI y XVII. La enseñanza básica es
por organizaciones religiosas y el Estado no presta apoyo en la misma.

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 El modelo sueco, en el extremo opuesto, donde el Estado y la iglesia reformada
se apoyan mutuamente. El Estado muestra un papel activo, ayuda en la
alfabetización del pueblo. Alfabetización centrada en la lectura de la Biblia.
 El modelo intermedio, de los Países Bajos, coexisten la enseñanza católica y
protestante. Así el Estado interviene para evitar conflictos entre estas dos
organizaciones religiosas.

En el otro extremo de la enseñanza elemental o básica se encuentra la Universidad,


la que forma a los profesionales necesarios para la Iglesia y el Estado. Por ende la
intervención del Estado en esta área en mayor.

Defensores del Antiguo Régimen aseguran que nunca hubo tantas escuelas y
docentes como en esta época. Esto es verdadero desde un punto de vista
cuantitativo, pero desde lo cualitativo se nota el deficiente estado de las escuelas y
la poca capacidad de los docentes. Los maestros no recibían una formación
específica, y su salario era sumamente bajo.

La situación de la enseñanza superior era un tanto mejor. La enseñanza secundaria


seguía siendo parte de la Universidad, a los doce años o catorce los niños
ingresaban a la misma para estudiar filosofía y luego Teología. Al finalizar el Antiguo
Régimen la Universidad ya no satisfacía las necesidades sociales, llegando a la
Revolución Francesa y al Estado Liberal con una Universidad en decadencia.

2. Estado Liberal y la vertiente pública de la educación.

Con Loock sirguen los derechos de los hombres y un Estado limitado por esos
derechos. De esta forma surge un nuevo Estado con una organización política
nacida para garantizar los derechos del hombre, derecho de libertad que constituyen
un conjunto de libertades públicas que son esencia del Estado Liberal.

Mientras que en el Antiguo Régimen el Estado se confunde con la sociedad, actúa


por ella y la representa, ahora la sociedad se independiza de este afirmando lo
privado frente a lo público. Se limita el poder político mediante la existencia de estos
derechos que el nuevo

Estado debe garantizar, siendo la mejor manera de hacerlo la no intervención. Al


Estado sólo le correspondería asegurar el orden público para que las fuerzas
sociales y económicas puedan desarrollarse. No obstante, la intervención del Estado
en la Educación va a ser mucho mayor que en el pasado.

Todo lo sucedido en la educación en el período de la Revolución Francesa (1789-


1793) es la consecuencia de un acto revolucionario: la nacionalización de los bienes
eclesiásticos. La iglesia católica tenía los recursos económicos para estos bienes, la
caridad y la educación. Al nacionalizarse quedaron desasistidos, por lo cual el
Estado debió ocuparse directamente de ellos convirtiéndolos así en servicios
públicos.

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Corresponde a los revolucionarios franceses la idea de una educación como servicio
público, principio básico de la educación para todos. Defendían la idea de un
sistema educativo como sistema público, abierto a todos, atento a las necesidades
sociales y organizadas y controladas por el Estado. A pesar de ello se encuentran
dos posturas en dos fases diferentes de la Revolución:

En la primera fase, la Constitución garantiza la creación de un servicio público de


enseñanza, abierto a todos, pero cuya gratuidad se limita a la educación básica,
mientras que la educación superior es onerosa. Por lo tanto tenemos dos tramos
educativos distintos, por un lado una educación elemental para el pueblo, gratuita, y
por otro una educación superior para las capas medias y altas de la sociedad y
onerosa. Ésta concepción triunfa en el siglo XIX, correspondiendo al modelo dual o
liberal de educación.

En este modelo el objetivo es crear lealtad al nuevo régimen político, donde el


sistema educativo es una herramienta de supervivencia y consolidación del Estado
Liberal. La educación será utilizada, como otras instituciones, como una institución
nacionalizadora, pero pacífica, útil para la cohesión social. Servirá para inculcar
valores democráticos y de lealtad correspondientes a la burguesía. La ecuación vista
como factor de integración fue un elemento importante en la creación de la elite
política que el Estado Liberal necesitaba.

El estado liberal crea un sistema educativo donde los fines de la enseñanza son
definidos por los representantes de la nación en el Parlamento, secularizado,
entregado a las decisiones y competencias de los poderes públicos.

Así la educación no es concebida como un derecho del individuo, sino como una
atribución del Estado. La educación no fue sentida como un derecho, sino como una
necesidad del nuevo Estado. Por tanto desde la perspectiva del individuo o las
organizaciones no estatales comenzaron a reclamar un derecho de Libertad de
enseñanza, considerado como un derecho de defensa frente al Estado como los ya
mencionados. Se reivindica que el Estado no debe interferir en la creación de
centros de enseñanza privados ni en la libre cátedra de los docentes, aparece este
derecho con dos vertientes: derecho a la libertad de creación de centros docentes y
derecho a la libertad de cátedra.

La estructura del sistema educativo del Estado Liberal adoptó una forma bipolar,
todos los niños tenían acceso a la enseñanza elemental pero sólo una pequeña
parte accedía a la enseñanza superior.

En la segunda fase, denominadas jacobiana, surge la nueva Declaración de


Derechos del Hombre y del Ciudadano. En ella explicita que la educación debe ser
igual para todos los cuidadnos y ésta debe estar al alcance de todos. No es sólo la
enseñanza básica o elemental la que debe ser para todos, sino la enseñanza en
general. Esto es el antecedente del derecho a la educación, siendo la concepción
que triunfará en el siglo XX, modelo jacobiano o social. En este modelo la educación

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es factor de cambio social y emancipación, lo que corresponde una responsabilidad
del Estado y un derecho de los ciudadanos. La idea de la educación como un
instrumento de emancipación, va de la mano del principio de igualdad no solo
jurídica sino que también social, la educación debe ser un factor de movilidad social.

Impuesta la bipolaridad en el siglo XIX, surge la necesidad de la universalización de


la educación, el derecho de una educación básica para todos. Se comienza a
ampliar la obligatoriedad de la educación así como la financiación de la gratuidad por
la función pública. Fue necesario que llegara la Revolución Industrial para que se
terminara de establecer un sistema educativo obligatorio, universal y gratuito, para
que las elites se convencieran de los beneficios de una población instruida.

Este nuevo sistema educativo se configuraba como un deber del Estado que
imponía su obligatoriedad y lo financiaba, pero no realizaba un esfuerzo económico
lo suficiente como para conseguir una escolarización universal. Fue con la aparición
del Estado de Bienestar que la educación será considerada finalmente como un
derecho fundamental, formando parte de los derechos sociales.

La constitución de la educación como un derecho social va a demandar la


intervención del Estado y una ampliación de los poderes del mismo. Estos derechos
sociales suponen un gran cambio para el nuevo Estado de Bienestar del siglo XX.

La aparición de estos derechos supone un cambio en la concepción política del


hombre, ahora es visto en sus distintas maneras de estar en la sociedad, como
mujer, niño, anciano, dependiendo de las situaciones en las que el individuo se
encuentre.

Luego de la Segunda Guerra Mundial se afianzará este Estado de Bienestar y sus


concepciones en Europa, siendo la intervención del Estado la que garantice los
derechos sociales del ciudadano: trabajo, vivienda, educación, etc. Con ello se
establece el Estado de Bienestar.

En el caso de la educación, este Estado de Bienestar va a suponer la ruptura de la


bipolaridad de la educación. Ahora el derecho a la educación no sólo implica recibir
una enseñanza elemental sino que también el acceso a una enseñanza superior.
Esto lleva a la escolarización masiva de la población, provocando un fuerte
incremento del gasto público, devaluación de la enseñanza, inflación de los títulos
académicos, etc.

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